El Amor a La Vuelta de La Esquina

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El amor a la vuelta de la esquina Soy Lily, la típica chica a la que denominan simpática, pero nada más lejos de eso. Yo tuve muchos problemas: depresión, bajo rendimiento, hiperactividad etc. Pero, ¿sabéis qué?, que eso fue hace mucho tiempo, y no merece la pena recordarlo, total para pasar un mal trago… Ahora, me encuentro en quinto grado, y ya no soy sólo la simpática, ahora soy lo que antes denominaban un pivón. No es por presumir, pero la pubertad sienta muy bien, por lo menos a mí, y es que pasé de bajita a alta, de redondita a “miss figura esbelta” y a tener una cara que ni la de Paris Hilton. Por ello no cambié de amigas, pero si cambié de cara a los chicos, no importaba ni cuándo, ni cómo, ni quién, simplemente quería tenerlos. Poco a poco, veía cómo mis amigas encontraban aquello en lo que yo no creía, el amor; iban con sus móviles sin prestar atención a nada, wasapeando y sonriendo al mismo tiempo. Era yo, ¿o me estaba quedando sola?. Estaba cansada de comer con móviles en vez de con amigas, así que hablé con ellas y realmente me di cuenta de lo maravilloso que era el amor. Me hablaban de él como si fuera el paraíso, un estado de bienestar, complicidad y confianza con tu pareja que te llena poco a poco, que aprendes a valorar lo que tienes, a sentir lo que dices, a llorar si pasa algo de verdad y a respetar por encima de todo a la otra persona. ¿Qué pasó entonces?. Me equivoqué, empecé a buscar de manera desesperada ese amor que tanto hacía feliz a mis amigas, en vez de esperar a que llegase. Tuve desamores, cuernos y líos tontos, hasta que al final me cansé; y fue entonces… Estaba tan tranquila volviendo a casa, pensando en la mala suerte que tenia con el amor. Decidí ir por la octava de Jhonson en vez de por la cuarta de Sulivan, ya que era más larga. Cuando doblaba la esquina y aunque suene mítico, me choqué con un chico y se me cayeron todos los papeles al suelo. El chico, muy amable, me ayudó a recogerlos, pero ya no

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El amor a la vuelta de la esquina

Soy Lily, la típica chica a la que denominan simpática, pero nada más lejos de eso. Yo tuve muchos problemas: depresión, bajo rendimiento, hiperactividad etc. Pero, ¿sabéis qué?, que eso fue hace mucho tiempo, y no merece la pena recordarlo, total para pasar un mal trago… Ahora, me encuentro en quinto grado, y ya no soy sólo la simpática, ahora soy lo que antes denominaban un pivón. No es por presumir, pero la pubertad sienta muy bien, por lo menos a mí, y es que pasé de bajita a alta, de redondita a “miss figura esbelta” y a tener una cara que ni la de Paris Hilton. Por ello no cambié de amigas, pero si cambié de cara a los chicos, no importaba ni cuándo, ni cómo, ni quién, simplemente quería tenerlos. Poco a poco, veía cómo mis amigas encontraban aquello en lo que yo no creía, el amor; iban con sus móviles sin prestar atención a nada, wasapeando y sonriendo al mismo tiempo. Era yo, ¿o me estaba quedando sola?. Estaba cansada de comer con móviles en vez de con amigas, así que hablé con ellas y realmente me di cuenta de lo maravilloso que era el amor. Me hablaban de él como si fuera el paraíso, un estado de bienestar, complicidad y confianza con tu pareja que te llena poco a poco, que aprendes a valorar lo que tienes, a sentir lo que dices, a llorar si pasa algo de verdad y a respetar por encima de todo a la otra persona. ¿Qué pasó entonces?. Me equivoqué, empecé a buscar de manera desesperada ese amor que tanto hacía feliz a mis amigas, en vez de esperar a que llegase. Tuve desamores, cuernos y líos tontos, hasta que al final me cansé; y fue entonces… Estaba tan tranquila volviendo a casa, pensando en la mala suerte que tenia con el amor. Decidí ir por la octava de Jhonson en vez de por la cuarta de Sulivan, ya que era más larga. Cuando doblaba la esquina y aunque suene mítico, me choqué con un chico y se me cayeron todos los papeles al suelo. El chico, muy amable, me ayudó a recogerlos, pero ya no pasó nada más. Fue entonces cuando otro chico que vio el golpe, me preguntó si estaba bien, y yo sin levantar la cabeza contesté que sí. Fue entonces, entonces levanté la cabeza y sentí aquello que mis amigas me describieron. Sentía un revoloteo en el estómago, casi se podían confundir con retortijones, estaba muy acalorada, casi casi tartamudeaba y lo más principal, no parpadeaba para no perderle de vista ni un segundo. Así, me di cuenta de que me enamoré. Le pedí el wasap, y él aunque tirante me lo dio. Le dije si le apetecía ir a tomar un café por las molestias de haberme ayudado cuando aquel chico se chocó conmigo y haberse preocupado por mí él sin más, dilación asintió. Fue la mayor casualidad de mi vida, y es que las casualidades son obra del destino. Ahora, tengo a ese chico sentado a mi lado. George me está pidiendo que ponga el fútbol, y por muy cursi que suene es lo que más me gusta de los domingos. Agradezco haber ido por la octava de Jhonson en vez de la cuarta por Sulivan, y que sucediera esto, porque no hay mayor satisfacción y alegría que encontrar al amor de tu vida.

Ana Villalba, 1º Bachillerato

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¿Alguna vez has visto una mariposa de Vietnam? El amor es como una de esas mariposas, desde que nacen hasta que se van volando y las pierdes en el aire, como el humo de una chimenea. ¿ Recuerdas cuando eras pequeña y tenías gusanos de seda en casa?: los guardabas en una caja, les dabas de comer todas las mañanas y por la noche los limpiabas, pero ellos nunca te lo agradecían, porque nunca salían, nunca se volvían mariposas espléndidas. Pues así es el amor, unas veces se pierde y otras veces se gana; son como un código entre parejas, frases que sólo entenderían el uno y el otro, momentos que quedan guardados en el corazón de cada uno, aunque sean de diferente formas vividas.

Como todo en esta vida, el amor también tiene fecha de caducidad, podríamos decir que cada uno pone la suya, justo en ese momento exacto, cuando las cosas ya no funcionan como antes.

A veces las cosas no se pueden explicar con palabras, se explican mediante caricias, lágrimas, cosquilleo, sonrisas...pues así podríamos decir que es el primer síntoma de querer a una persona, después de ese primer momento, todo va deprisa sin frenos y cuesta abajo, por eso tienes que tener cuidado a quién agarrarte, aquel que pueda llevarte hacia el mismo camino al que tu quieres ir.

                          Isabel Belanche 1ºBachiller