EDUARDO SUÁREZComentarios y recuerdos

(1926-1946)

I

BOSQUEJO BIOGRÁFICO DE:FRANCISCO SUÁREZ DÁVILA

EDUARDO SUÁREZComentarios y recuerdos

(1926-1946)

I

BOSQUEJO BIOGRÁFICO DE:FRANCISCO SUÁREZ DÁVILA

Senado de la República

Primera edición, 1977Segunda edición: noviembre de 2003, Senado de la RepúblicaISBN: 970-727-24-1

Impreso y hecho en MéxicoPrinted and made in México

ÍNDICE

PRESENTACIÓN ............................................................................... 7EL CONDUCTOR DE LAS FINANZAS NACIONALES ............................33EDUARDO SUÁREZ (1895-1976)BOSQUEJO BIOGRÁFICO DE

FRANCISCO SUÁREZ DÁVILA .........................................................57NOTA PRELIMINAR ........................................................................... 59BOSQUEJO BIOGRÁFICO .................................................................... 65CRONOLOGÍA ................................................................................. 137

COMENTARIOS Y RECUERDOS..................................................... 145PREÁMBULO .................................................................................... 147CAPÍTULO I

LAS COMISIONES DE RECLAMACIONES ........................................... 149CAPÍTULO II

LA LEY FEDERAL DEL TRABAJO ..................................................... 173CAPÍTULO III

EL PRIMER CONGRESO DE CODIFICACIÓN DEL DERECHO

INTERNACIONAL (1930) ................................................................ 179CAPÍTULO IV

LA SOCIEDAD DE LAS NACIONES ................................................... 191CAPÍTULO V

LA SECRETARÍA DE RELACIONES EXTERIORES. DIVERSOS ASUNTOS

EN LOS QUE PARTICIPÉ COMO ABOGADO CONSULTOR ................... 201CAPÍTULO VI

MIS PRIMEROS TRABAJOS EN EL ÁREA FINANCIERA ...................... 209

CAPÍULO VII

LA CONFERENCIA ECONÓMICA DE LONDRES (1933) .................... 219CAPÍTULO VIII

LA SÉPTIMA CONFERENCIA PANAMERICANA DE MONTEVIDEO ..... 235CAPÍTULO IX

MI DESIGNACIÓN COMO SECRETARIO DE HACIENDA.SITUACIÓN HACENDARIA DEL PAÍS. ALGUNOS LINEAMIENTOS

DE MI POLÍTICA FINANCIERA .......................................................... 265CAPÍTULO X

POLÍTICA DE DESARROLLO E INDUSTRIALIZACIÓN ....................... 289CAPÍTULO XI

LA POLÍTICA AGRARIA .................................................................... 309CAPÍTULO XII

LOS FERROCARRILES MEXICANOS ................................................... 321 CAPÍTULO XIII

LA POLÍTICA CREDITICIA Y EL BANCO DE MÉXICO ....................... 331

PRESENTACIÓN*

EL MAESTRO, EL JURISTA Y EL DIPLOMÁTICO

HE OFRECIDO DEDICAR ESTA CHARLA a don Eduardo Suárez,maestro, jurista y diplomático, aunque reconozco quela separación es un poco arbitraria, pues sin duda su

más trascendental labor diplomática la llevó a cabo cuando,además de Secretario de Hacienda, ejerció de hecho algunasfunciones de canciller, en el grave y complejo conflicto inter-nacional derivado de la expropiación petrolera decretada porel Presidente Lázaro Cárdenas el 18 de marzo de 1938. Inclu-sive, hecho único en nuestra historia diplomática, representóa México en la Conferencia de Cancilleres celebrada en LaHabana, en el verano de 1940.

Agradezco a doña Luz Dávila de Suárez y a sus hijos, laoportunidad que me dieron de estudiar las memorias que enversión preliminar dejó el ilustre hijo de Texcoco. Ellas seránpor supuesto fuente natural, pero no única de mis pláticas,pues usaré otros documentos suyos y recuerdos de las con-versaciones que con él tuve a lo largo de cuarenta años.Puntualizo, sin embargo, que los juicios que emitiré no son

*Conferencias pronunciadas por el licenciado Antonio Carrillo Flores en ElColegio Nacional los días 9 y 16 de noviembre de 1976.

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necesariamente los que don Eduardo dejó o intimó en su li-bro: por eso he anunciado un homenaje y un testimonio, noun epítome o glosa de sus memorias, que él –eliminando tododato autobiográfico o de su vida personal– quiso reducir a suactuación ante las Comisiones de Reclamaciones con Esta-dos Unidos y con la Gran Bretaña y a los 11 años y medio queocupó la Secretaría de Hacienda.

Estoy convencido de que la vocación fundamental de Suárezfue el Derecho, así el interno como el internacional: fue poradmiración a uno de sus forjadores que el único hijo de susegundo matrimonio se llama Francisco Suárez. (Pero ello nole impedía pensar, certeramente a mi modo de ver, que lapolítica internacional en la hora actual tiene primicia con res-pecto a las normas del derecho de gentes, no en el mundoque Gustavo Radbruch llamó de las normas ideales, sino enlas duras realidades de la convivencia entre los Estados.)

Por un azar para mí afortunado, de Eduardo Suárez recibí laprimera lección cuando, en 1925, ingresé como alumno en laentonces Escuela Nacional de Jurisprudencia. La clase que élprofesaba era la que conforme a las doctrinas positivistas,vencidas ya en el campo de la filosofía mexicana, pero no ennuestro colegio, se llamaba Teoría General del Derecho, igualque un libro muy bello y muy claro de Korkounov, autor rusoque escribió en los 70 del siglo pasado, y que servía de textoen el grupo de otro ilustre maestro, Alfonso Caso, al que endefinitiva fui adscrito.

A la cátedra de Suárez asistía yo de vez en vez por el placerde escucharlo. Reclamaba de los alumnos esfuerzo mayor,incluso económico, pues don Eduardo, el más erudito entrelos profesores que conocí en la casa menor de San Ildefonso,solía encargar a sus alumnos, de una clase a otra, no un capí-tulo de un texto, como era la eficaz y realista costumbre de

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Alfonso Caso, sino, en ocasiones, la lectura completa de unlibro, que no se hallaba siquiera en la biblioteca del plantel.

Los alumnos de Caso quedamos, creo yo, con un bagajemás modesto, aunque más preciso de ideas acerca de lo quees el Derecho como realidad cultural; los de Suárez, en cam-bio, se asomaron a un panorama mucho más vasto y complejo.Salieron, los que quisieron y pudieron, con menos definicio-nes, pero con más inquietudes. Y me imagino que lo propioocurrió con sus discípulos de Derecho obrero –llamado en-tonces derecho industrial– y de Derecho de gentes, las otrascátedras que profesó en mi época de estudiante.

Mas lo que Eduardo Suárez, profesor de la Escuela Nacio-nal de Jurisprudencia no alcanzó a enseñarme en ella, añosmás tarde, en la vida, habría de transmitirlo con su palabra ycon su ejemplo. Advierto que he ofrecido un testimonio, nouna idealización: por eso no pretendo que la vocación funda-mental de don Eduardo por el Derecho significara que fueseun kelseniano que identificara el Derecho con la vida del Es-tado; muy lejos de ello: en algunas ocasiones, comogobernante, no dudó en separarse de la ley cuando a su juicioel bien público lo exigía. Aunque nunca, repito, nunca, porignorancia, por pasión y menos por interés personal. (Mi co-laboración con él se inició unos días después de que meratificó como jefe del Departamento Consultivo de Hacien-da, empleo al que me había llevado don Narciso Bassols,resolviendo, con audacia de la que no me arrepiento, en con-tra del nuevo ministro, un caso, el de la Sucesión de ErickFoelix, que él llevaba en la Secretaría como abogadopostulante.)

Cita él con gusto en sus memorias el discurso que por en-cargo del Presidente Ávila Camacho pronunció en laceremonia de inauguración del edificio de la Suprema Corte,que se alza en la vieja Plaza del Volador, construcción que el

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Secretario de Hacienda supervisó con el amor con que unpadre de familia ve levantar los muros de su hogar, inclusiveencargando al genio de José Clemente Orozco pintar losmurales del gran vestíbulo. Sí, aquel discurso –verdadera ho-milía de nuestro derecho constitucional– fue importante, peroacaso prefiero otro magistral que sobre el papel de los juristasen la gobernación de los pueblos dijo en junio de 1932, en lainstalación que hizo el Presidente Ortiz Rubio de la Comi-sión Jurídica del Poder Ejecutivo. O el último de su vida: elque a nombre de más de 100 países pronunció en Viena, en elacto de clausura de la Conferencia sobre el Derecho de losTratados de 1969 en que él representó a México. Aunque másimportante que sus discursos, para medir su talla de jurista,fue que declinara –después de consultar a don Emilio Rabasa,según me ha narrado mi amigo y colega Oscar– el cargo deMinistro de la Suprema Corte, aspiración máxima de un abo-gado, que el Presidente Portes Gil le ofreció en diciembre de1928, porque le faltaba un año escaso para cumplir la edadconstitucional. Y después, en 1930, la Subsecretaría de Go-bernación, porque como abogado prefería la jefatura delDepartamento Consultivo de la Secretaría de Relaciones.

Es muy difícil que alguien en este siglo pueda superar oigualar siquiera el legado de Suárez al Derecho mexicano: Pre-sidente, durante la administración del Secretario de Industriay Comercio, Aarón Sáenz, en 1930, del proyecto de la quesería la primera Ley Federal del Trabajo, al que defendió en elConsejo de Ministros; promotor y realizador de la reformalegal que amplió a nueve millas la extensión del mar territo-rial mexicano, de que me ocuparé esta noche; creador, encontra de la opinión dominante, inclusive la del ProcuradorGeneral de la República, del primer Tribunal de Justicia Ad-ministrativa, abandonado valerosamente las tesis de Vallarta,de Rabasa y de los más brillantes juriconsultos mexicanos del

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siglo XIX; Ministro que refrendó el primer Código Fiscal delMéxico independiente; promotor de la legislación MonetariaBancaria y de seguros, de que me ocuparé dentro de una se-mana; corresponsable de la Primera Ley General de BienesNacionales de 1941, dictada bajo la vigencia de la Constitu-ción de 1917, que definió la naturaleza y el régimen jurídicodel dominio público nacional; promotor de la única ley vigen-te hasta hoy, la de 31 de diciembre de 1941, que con todasimperfecciones es el único texto que establece la responsabi-lidad directa y no subsidiaria del Estado por actos ilegales desus funcionarios y empleados o que constituyan una culpa enel funcionamiento del servicio público; promotor de dos re-formas constitucionales, derrotada una en 1937 y exitosa lasegunda en 1945, relativas al restablecimiento de la jurisdic-ción de la Suprema Corte como Tribunal Federal de últimainstancia en materias que afecten el interés público, colman-do un grave vacío creado por errores de principios del siglo,confirmados en 1927 por una jurisprudencia equivocada ydespués por una reforma constitucional irreflexiva de 1933; yde otra enmienda constitucional, también de 1945, acaso ex-cesiva en su alcance pero de indudable salud financiera, laque limita el uso del crédito público, así externo como inter-no, a sólo la realización de obras que generen incrementos derecursos, que hagan posible que la deuda pública no se con-vierta en una carga muerta, sino en un instrumento activo alservicio del desarrollo económico del país.

No deja por ello de ser curioso, y amerita un comentario, eldato que narra el memorialista, de que cuando la Cámara deSenadores conoció de la designación que el Presidente DíazOrdaz hizo de él como embajador en Londres, un antiguoMinistro de la Corte, miembro del Senado en 1964, emitieraun voto negativo para su confirmación, argumentando que el

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antiguo Secretario de Hacienda no había mostrado gran res-peto por las decisiones del alto Tribunal.

Era yo director de crédito cuando se provocó el único inci-dente que no justifica pero que quizás explica tan extrañovoto: un General retirado había obtenido amparo en contrade una resolución que se negaba a cubrirle la participación aque creía tener derecho en ciertas multas impuestas a unacompañía petrolera, a cuyo servicio había estado el reclamante.Durante la gestión del ingeniero Marte R. Gómez en la Secre-taria de Hacienda, en 1934, se había llegado a un conveniocon la compañía culpable y el antiguo militar había aceptadorecibir el pago reducido que el erario le hizo como denun-ciante. La justicia federal resolvió, no es el caso de cuestionarsi bien o mal, que a pesar de que el General había aceptado elpago, tenía derecho a obtener una suma mayor, cercana a unmillón de pesos. Nunca ha sido fácil cobrar dineros a la ha-cienda pública y este caso no fue una excepción. De acuerdocon la legislación de amparo, el reclamante se quejó de in-cumplimiento de la sentencia y dos o tres veces sucesivas laSecretaría de Hacienda dio la respuesta de ritual: que el fallose cumpliría cuando hubiese una partida para ello en el presu-puesto de egresos.

El Ministro, por supuesto, ignoraba estas cosas, que siem-pre se han tramitado y se tramitan por los abogados del laSecretaría, hasta que una mañana se presentó un actuario anotificarle personalmente una resolución en que el Presiden-te de la Suprema Corte, que lo era el eminente y enérgico donSalvador Urbina, conminaba al Ministro a cumplir en un pla-zo perentorio, pues de no hacerlo daría cuenta al TribunalPleno conforme a un precepto de la Constitución, según elcual si una autoridad trata de eludir una sentencia de amparoserá inmediatamente separada de su cargo y consignada anteel juez que corresponda. Por instrucciones de don Eduardo

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visité de inmediato a don Salvador, quien accedió a diferirpor una semana, sólo por una semana, informar al pleno delproblema, que habría provocado un conflicto político y cons-titucional sin precedente, desde que el Congreso enjuició alMinistro de Hacienda Matiás Romero en 1870, también porun conflicto con la Suprema Corte.

Mediaba el régimen del Presidente Ávila Camacho, quien,según testimonio de Manuel Sánchez Cuen, que lo oyó delabios de aquel ilustre mandatario, había hecho de Suárez “elzar de las finanzas mexicanas” y el país vivía las épocas difí-ciles que acompañaron a la Segunda Guerra Mundial. DonJosé Aguilar y Maya, Procurador General de la República, deseguro con autorización del Presidente de la República, seacercó a don Eduardo, urgiéndole el cumplimiento del fallo.Nada más fácil para el Ministro de Hacienda que ordenar unpago que, aunque relativamente importante para aquellostiempos, no era de tal magnitud que crease una dificultadinsuperable a la hacienda pública.

Pero el Ministro se resistía aceptar la solución fácil pensan-do en sus posibles consecuencias: ¿Qué sucedería, me dijo, sien el futuro el Estado se ve imposibilitado, como en 1861, en1913, en 1926 o en 1932 para cumplir sus compromisos in-ternacionales y un grupo de tenedores de bonos pide amparoy lo obtiene? ¿Vamos a aceptar que pueda coercitivamenteembargarse a la hacienda pública o destituirse al Ministro deHacienda que se niegue a pagar? Sin entrar en complicacio-nes técnicas, que estarían fuera de lugar esta noche, diré queen el Código Federal de procedimientos Civiles había, comolo hay en la actual, un texto categórico que prohíbe dictarmandamientos de ejecución en contra de la hacienda pública:“Sí, me había dicho don Salvador Urbina, pero ese preceptono rige en materia de amparo”. Recordé entonces al Presi-dente de la Corte que con ponencia suya el alto tribunal había

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declarado improcedente, en 1930, un amparo promovido con-tra un decreto que suspendió el pago de la deuda agraria conla tesis de que el juicio de garantías no es el procedimientocorrecto para cobrar las deudas del Estado. “Sí, concluyó elaustero y firme Magistrado, pero en todo caso, eso debió ar-gumentarlo la Secretaría de Hacienda antes de que se dictarala sentencia. Le repito, Antonio que ahora se trata sólo decumplir un fallo. Dígale a Eduardo que las consecuencias se-rán muy serias si no lo hace”.

Con el fino realismo que lo caracterizó siempre, Suárez com-prendió que lo único prudente era presentar, como lo hicimos,un amplio escrito, apoyado en autoridades y antecedentesnacionales y extranjeros, explicando que la resistencia deHacienda no implicaba capricho ni rebeldía, pero procurando,al propio tiempo, una transacción con el quejoso, ofreciéndo-le en pago bonos de 40 años que no causaban intereses. Ellopermitió que después de que todos los Magistrados escucha-ron la lectura de nuestro alegato, un ujier entregara al Secretariodel pleno un documento en que el General se daba por satis-fecho y retiraba toda reclamación contra el fisco.

No llegó pues a resolverse si, como nosotros pensábamos,aun en el caso de que se declarase que Suárez hubiese incurri-do en incumplimiento, la Corte no podía removerlo, sino sóloconsignarlo a la Cámara de Diputados, de acuerdo con lo quela Constitución establece tratándose de delitos oficiales delos altos funcionarios de la federación. Sigo pensando que elMinistro tenía la razón en aquella su única confrontación conla Suprema Corte de Justicia, en que, por cierto, a pesar de laconfianza prácticamente ilimitada que le tenía don ManuelÁvila Camacho, no trató de pedir la intervención amistosadel Primer Magistrado. Por otra parte, reitero mi elogio a donSalvador Urbina, que celoso de que se cumplieran las senten-cias del Poder Judicial, no dudó en conminar, con valor y

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energía ejemplares, a uno de los Secretarios de Hacienda máspoderosos de nuestra historia.

Lamento, pues, el solitario voto negativo emitido muchosaños más tarde en el Senado cuando don Eduardo marchabaa Inglaterra, al filo de los setenta años, a desempeñar conbrillo y entusiasmo la última gestión oficial de su vida. Por-que si una vez se enfrentó a la Corte, en otra ocasión históricay solemne salió en defensa de su dignidad: la noche en que elPresidente Cárdenas iba a leer su Mensaje a la Nación anun-ciando la expropiación petrolera, alguien sugirió que estuvieseen la ceremonia el Presidente de la Suprema Corte para des-tacar la solidaridad de todos los poderes en esa hora sin paraleloen la vida moderna de México. Suárez opinó en contra y ensus memorias explica por qué: “No me pareció conveniente –citó–que estuviese presente y diese su entusiasta aprobación elseñor Presidente de la Suprema Corte de Justicia. Yo creoque si queremos, como debe ser, que la justicia sea respetadaen el extranjero, su más alta representación, la Suprema Cortede Justicia, tiene obligación de encerrarse con austeridad ydignidad dentro de sus altas funciones, y no compartir losacuerdos de carácter político-administrativo que eventualmentetiene obligación de juzgar en caso de ser requerida para ello”.

Probablemente por su amor al Derecho, acaso por el gustoy la curiosidad que siempre tuvo de conocer países y de tratara gentes de todas las razas, o por su facilidad para encontrarfórmulas pragmáticas a problemas de la más diversa natura-leza, inclusive, en pequeña parte, por su gusto por las cosasgratas de la vida, del espíritu y del cuerpo, el ocio helénico dela lectura, la charla, la música y el teatro, las buenas viandas,los vinos de alta calidad, Suárez destaca en sus memorias sularga y fecunda carrera diplomática, salpicando el relato de anéc-dotas, algunas muy sabrosas, como las que tienen que ver conlas luchas que llevaban a cabo a principios de los treinta las

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mujeres en los foros internacionales para lo que ahora es unarealidad en grandes áreas del mundo: su igualdad jurídica ypolítica con el hombre. Las que se presentaron en la Confe-rencia de La Haya de 1930 eran en su mayoría, anota, jóvenesy muy lindas; al venerable Palacio de la capital de Holandallegaron vestidas de negro las que venían de países que lesnegaban todo derecho, y de blanco, aunque con paños negrosde diversas dimensiones, las que procedían de naciones enque la causa femenina había hecho progresos. Sólo que susmanifestaciones fueron tan ruidosas que el austero Pre-sidente de la Conferencia se sintió obligado a expulsarlasde la sala.

Otros sucedidos que cuenta constituyen verdaderas revela-ciones históricas: en una cena en Washington para celebrarlos convenios del 19 de noviembre de 1941, que concluye-ron, como diré, la controversia petrolera con Norteamérica,el Subsecretario de Estado Sumner Welles le confió que “an-tes de quince días Estados Unidos estaría en guerra con elJapón”. (El maestro nos comunicó el dato en su casa de lacalle de Amberes, mientras saboreábamos un excelente vinode Champaña, a los colaboradores que fuimos a recibirlo undía después al aeropuerto).

Suárez inicia sus memorias dando sus impresiones sobre eltrabajo de la Comisión General de Reclamaciones entre Méxi-co y Estados Unidos, que actuó en Washington a mediadosde los 20. Expresa su admiración por el jurista holandés VanBollen Hoven, que fungió como Presidente y se refiere a loque los estudiosos de las nuevas promociones han puesto demanifiesto: que el Derecho internacional tradicional, el queorientó las especulaciones de la doctrina y la acción de lostribunales internacionales hasta fines de la Segunda GuerraEuropea, fue en realidad el derecho construido por las gran-des potencias coloniales, las que se autodenominaban

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“naciones civilizadas de la tierra”. (Los antropólogos nos hanenseñado ahora que todas las naciones son civilizadas, aun-que sus civilizaciones sean diferentes y algunas no hayanrecibido los beneficios de la alta tecnología).

La lucha en las Comisiones de Reclamaciones era difícil,porque se libraba en ambiente muy adverso, cuando la con-troversia acerca de la legislación del petróleo aprobada por elCongreso a propuesta del vigoroso Presidente don PlutarcoElías Calles amenazaba con desembocar en el uso de la fuer-za por parte de nuestros vecinos del Norte. Suárez recuerdacómo en su caso en que no intervino, pero del que tuvo cono-cimiento cercano, el famoso de santa Isabel, fallado en nuestrofavor por la Comisión que examinaba los daños derivados dela Revolución, el árbitro Tercero, el jurista brasileño RodrigoOctavio, salió nerviosa y rápidamente de México, después dehaber suscrito el laudo que absolvía al Estado mexicano poractos en verdad terribles de un hombre, Francisco Villa, aquien Estados Unidos había declarado un bandolero y habíavenido a perseguir, inútil e ilegalmente, en nuestro territorio,en la llamada Expedición Punitiva.

El maestro de Derecho, en una de las primeras muestras desu sagacidad diplomática, del frío realismo con que apreciabalo difícil que era luchar con las grandes potencias de la época–Estados Unidos, la Gran Bretaña, Francia y hasta con lamadre patria– propuso que se buscase un arreglo global pa-gando un porcentaje muy pequeño de todas las reclamaciones,sin juzgar de sus méritos, después de deducir por supuesto laspresentadas por mexicanos. Su idea no fue aceptada en nues-tra Cancillería por objeciones de otro distinguido jurista, donFernando González Roa, que consideraba injusto que paradeterminar el porcentaje se incluyesen las reclamaciones no-toriamente infundadas. Suárez replicaba que, de eliminarsealgunas, el porcentaje tendría que ser más alto, no tan peque-

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ño, alrededor de 2%, como él sugería. Años más tarde su pun-to de vista prevaleció en le arreglo final a que se llegó.

La primera participación del futuro Ministro en un foromundial tuvo lugar en 1930, en la conferencia de La Haya, yacitada, para la Codificación del Derecho Internacional. Era elúnico delegado mexicano y decidió centrar su interés en ladefensa de una tesis constante de México por la que ya habíaluchado en Washington: que el extranjero no puede aspirar auna situación de privilegio respecto del nacional y que enningún caso puede invocar la protección de su gobierno antesde agotar los recursos de nuestra legislación; principio quecediendo a una presión irresistible nuestro país tuvo que aban-donar en las Convenciones de Reclamaciones llamadas deBucareli.

Suárez no intervino en las discusiones que tuvieron lugaren La Haya sobre la extensión del mar territorial, que con elde la nacionalidad de hombres y mujeres era otro de los gran-des temas, pero siguió con interés los debates y estudió yguardó cuidadosamente la documentación; de modo que aprincipios de 1935, siendo todavía él jefe del DepartamentoConsultivo de la Secretaría de Relaciones Exteriores y ocu-pando yo posición similar en la de Hacienda, sugirió que losdos Ministerios estudiasen conjuntamente la reforma de laLey Limantour de 1902, con objeto de ampliar la extensiónde nuestro mar territorial.

La Conferencia de La Haya no había llegado a ninguna con-clusión afirmativa, pero sí mostró que la regla de las tres millasbasada en el alcance de los cañones de principios del sigloXIX, no tenía la universalidad que habían pretendido las gran-des potencias marítimas, sobre todo la Gran Bretaña durantelos siglos en que dominó los mares de la tierra. Había Esta-dos que fijaban extensiones mayores, inclusive en Europa.En cuanto a México, contábamos con un argumento muy fuer-

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te, en particular frente a Estados Unidos, país con el cualocurrían y ocurren, si no todos, la inmensa mayoría de nues-tros problemas: en el Tratado de Guadalupe de 1948, porinsistencia de la que se había declarado República de Texas,se consignaba que en el Golfo de México la frontera entre losdos países empezaría tres leguas marítimas al oriente de ladesembocadura del Río Bravo. (La Gran Bretaña en ese añoformuló una protesta considerando que esa estipulación que-brantaba el sagrado principio de las tres millas).

Además del Tratado con Estados Unidos, que era el másclaro y categórico, México había suscrito otros muchos a lolargo del siglo XIX, fijando para distintos propósitos exten-siones mayores de tres millas. La Ley de 1902 no tenía, pues,otra explicación que la subordinación, por lo demás explica-ble entonces, de don José Ives o de sus consejeros a un criterioinglés. En todo caso, ese criterio no era ya sostenible en 1935,máxime que empezaba la explotación de la ricas especies quehay en nuestras aguas, especialmente del camarón en el Gol-fo de México.

Don Eduardo y yo nos reunimos dos o tres veces a almor-zar en un modesto restaurante italiano cercano a la Secretaríade Relaciones Exteriores y convinimos en que yo prepararíaun texto, con los materiales de la Conferencia de La Haya queél me proporcionó, que someteríamos “a nuestros respecti-vos titulares”, para usar la jerga burocrática. Cuando semanasmás tarde fue designado Secretario de Hacienda, fue naturalque el flamante Ministro sometiera al Presidente y éste apro-bara un decreto que modificaba la ley de 18 de diciembre de1902, fijando en nueve millas la extensión de nuestro marterritorial; no sólo en el Golfo, como establecía el Tratado deGuadalupe, sino también en el Pacífico.

La decisión de México no era arbitraria. Sin embargo, Esta-dos Unidos se negó por muchos años a aceptar nuestra ley.

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Hubo inclusive incidentes, algunos graves, como el que ocu-rrió durante la gestión del Embajador Rafael de la Colina, enque estuvo a punto de producirse un choque armado entrenuestras pequeñas unidades navales y los guardacostas nor-teamericanos.

La lucha se prosiguió por más de 30 años en muchos foros,regionales y mundiales. Ese gran Canciller de México que fueLuis Padilla Nervo construyó, a principios de los cincuenta,una tesis muy sugestiva, según la cual había una norma inter-nacional de contenido variable que autorizaba a los Estadosa fijar la extensión territorial de sus mares entre un mínimo detres millas y un máximo de 12. En 1960, en una segundaconferencia sobre el derecho del mar, estuvo a punto deaprobarse la tesis mexicana, pero le faltó un voto para alcan-zar la mayoría necesaria.

Por fortuna, casi simultáneamente, en el verano de ese mis-mo año de 1960, la Suprema Corte de Justicia de EstadosUnidos dictó una sentencia en un juicio promovido por elEstado de Texas en contra de la Federación con motivo delos derechos al petróleo en las tierras sumergidas en el Golfode México y en ella ese Tribunal interpretó el Tratado deGuadalupe exactamente en la forma como don EduardoSuárez había propuesto al Presidente Cárdenas y éste acepta-do en 1935: que si el pacto señalaba el límite entre los dospaíses en el Golfo a tres leguas al este de la desembocaduradel Bravo, indudablemente reconocía la soberanía de ambosEstados en la zona marginal intermedia. Aunque la Corte,respetuosa de los privilegios del Ejecutivo, dijo que su tesisnada intimaba en cuanto a la frontera internacional entreMéxico y Estados Unidos, la cual debía fijarse a través denegociaciones entre los dos Estados soberanos, lo cierto esque el Departamento de Estado, y así como Embajador queera me lo dijeron extraoficialmente sus voceros, sabía que su

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posición había sido herida de muerte por la sentencia. Esta-dos Unidos hasta llegó a proponerme reconocer, con ciertascondiciones temporales, nuestro derecho en un convenio bi-lateral; pero nuestra Cancillería consideró que estábamos yamuy comprometidos para abandonar a los países que com-partían nuestra tesis.

En 1969 el Presidente Díaz Ordaz propuso al Congreso laextensión del mar territorial a 12 millas y nacionalizó la partedel Golfo de California al norte de la cadena de islas que seinicia con la del Tiburón. Más recientemente, el PresidenteEcheverría promovió que se estableciese en la Constituciónuna zona económica de 200 millas náuticas dentro de la cualla nación tiene diversos derechos exclusivos para exploracióny explotación de recursos naturales renovables y no renova-bles. Sí. Mucho se ha caminado en esta materia desde 1935,pero fue don Eduardo Suárez, aprovechando la experienciaque recogió en 1930 en La Haya, quien como funcionario dela Secretaría de Relaciones propuso primero y después, comoSecretario de Hacienda, obtuvo del Presidente Cárdenas, quese abandonara para siempre un obsoleto principio que limita-ba en forma tan injusta los derechos de México sobre susmares.

En 1933 mi maestro y antecesor tuvo dos experiencias in-ternacionales de las que sacaría provecho posterior para elpaís: su asistencia, como miembro de la Delegación que pre-sidió don Alberto J. Pani, a la Conferencia Económica deLondres, convocada por el Presidente Roosevelt, a raíz dehaber asumido su cargo en horas dramáticas y difíciles para laUnión Americana y para el mundo, y su participación comomiembro de la Delegación que el Canciller José Manuel PuigCasauranc encabezó en la Séptima Conferencia Panamericana.

En la primera, según surge de sus memorias, Suárez obtuvouna enseñanza: que una Conferencia Internacional puede ser

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un fracaso para el mundo, como lo fue sin duda la de Lon-dres, cuando Estados Unidos se negó a tomar ningúncompromiso respecto al punto preciso para la que se habíaconvocado, buscar la estabilidad de las principales monedas,y que a pesar de ello, México, que es lo que debe importarnospor encima de todo, podía recibir, como recibió, un beneficioconcreto al asumir los principales países productores y usua-rios de la plata, y México era el mayor productor en el mundo,a iniciativa de Estados Unidos, compromisos para defenderel precio del metal blanco, cuya tendencia amenazaba rele-garlo a la condición de metal industrial y ya no del preciosometal monetario que había sido a través de los siglos. Coope-rando con nuestros vecinos cuidamos de nuestros intereses.¿No es eso ser un diplomático eficaz y patriota?

Don Eduardo, sin embargo, no se forjaba ilusiones acercade que la victoria parcial de Londres significaba volver a unsistema monetario internacional basado en la plata. Así lodijo cuando se preparaba la Conferencia de Montevideo de1933, en la que México hizo sin éxito esa proposición. Encambio sí apoyó lo que sería realidad años más tarde: un Ban-co Interamericano que en las realidades económicas de aqueltiempo se concebía principalmente como una corporación parala defensa de nuestras materias primas. Y en cuanto al carác-ter monetario de la plata, si bien en forma reducida, se mantuvoen los Convenios Monetarios de Bretton Woods de 1944.

Una anécdota del viaje a Montevideo –otra más de las quecuenta– es digna de ser recordada porque revela que Suárez,amante de los libros y de las teorías, era un negociante prácti-co, como lo han sido algunos de los forjadores mayores de laciencia de la economía: recibió, dice, viáticos generosos, quepara mi mala suerte él tendría cuidado de reducir cuando lle-gó a Secretario de Hacienda. Viajó con el resto de la delegaciónpor mar de Nueva York a Río de Janeiro y de ahí a Uruguay,

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mientras, abandonado el patrón oro por Roosevelt, se habíadejado fluctuar el dólar a la baja. El futuro Ministro de Ha-cienda, antes de embarcarse cambió sus dólares en florines,de modo que llegó a Montevideo en condiciones económicasde notoria superioridad frente a sus colegas de delegación.Aquellos fondos adicionales le permitieron realizar una ilu-sión que llevaba y que fue uno de los motivos, confiesa, parahaber aceptado formar parte de una delegación, algunas decuyas principales propuestas le parecían utópicas: conocerBuenos Aires y de ahí, por ferrocarril, ir a Santiago, admiran-do los espléndidos paisajes del cruce de los Andes.

De Chile pasó a Nueva York a continuar las negociacionesque el ingeniero Marte R. Gómez, encargado ya de la Secreta-ría de Hacienda a la renuncia de Pani, le había encomendadocon el Comité Internacional de Banqueros, para la devolu-ción de ciertos fondos cuantiosos que habían quedado enpoder del Comité al suspenderse el Convenio concertado en1925. Aquellas gestiones no tuvieron éxito y el ingenieroGómez decidió cortar todo contacto con el Comité, cuya con-ducta le parecía arrogante. Suárez, naturalmente, se disciplinó;pero cuando él a su vez llegó a la Secretaría de Hacienda, otravez con su terco realismo, se dio cuenta de que el Comité,aunque sin título para representar a los tenedores de bonos,disfrutaba de la confianza de la comunidad financiera inter-nacional y del apoyo del Gobierno de Estados Unidos, por loque convenía negociar con él.

Aconsejó mientras tanto, supuesto que los especuladoresestaban adquiriendo a precio ínfimo, a veces al 1% de su va-lor, los viejos bonos, que nuestro país aprovechase esasituación adquiriendo también, discretamente, esos pa-peles a su muy depreciada cotización, reduciendo así elpasivo nacional.

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Todos los convenios efectuados entre México y el Comitéantes de la gestión de Suárez en Hacienda por los MinistrosAdolfo de la Huerta, Alberto J. Pani y Luis Montes de Oca,partían del reconocimiento de México del valor nominal ofacial de los bonos emitidos durante la época anterior a laRevolución, tanto directamente por nuestro gobierno comopor los Ferrocarriles Nacionales con la garantía del Estadomexicano. Suárez, ése fue uno de sus inmensos servicios aMéxico, logró que, sin perjuicio de nuestro crédito sino alcontrario, en los convenios que él suscribió en noviembre de1942 con respecto a la deuda directa y en febrero de 1946con respecto a la deuda de los Ferrocarriles, se aceptara redu-cir el valor de las deudas de modo de pagar a un peso mexicanopor cada dólar original, lo que al tipo de cambio vigente enesos años, significaba la reducción de las deudas a aproxima-damente el 20% de su valor original.

Es de justicia señalar que en parte los convenios de Suárez,especialmente el de 1942, celebrado en plena Segunda Gue-rra Mundial, fueron posibles por una propuesta al parecerintrascendente que Eduardo Villaseñor, Director del Bancode México, presentó en la Conferencia Interamericana sobresistemas de control económico y financiero, celebrada en Was-hington en junio de 1942, a la que lo acompañé y que fue miprimera experiencia en la diplomacia. Villaseñor propuso quela conferencia, convocada obviamente por interés del gobier-no norteamericano para controlar las operaciones yactividades subrepticias de los países del Eje en el contingen-te americano, recomendase a los Estados ordenar el registrode todos los valores públicos y privados emitidos por ellosque circulasen fuera de sus fronteras. Con apoyo en esa reco-mendación, Villaseñor y yo sugerimos a Suárez que se dictaraun decreto ordenando el registro de los bonos mexicanos paradeterminar por exclusión los que hubiesen quedado en terri-

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torios ocupados por los países del Eje. Así fue posible que elConvenio se ocupase solamente en los bonos registrados,únicos legítimos durante el período bélico, operándose unareducción sustancial en las deudas exigibles, cuyos serviciosnuestro país pudo reanudar con erogaciones modestas. Ade-más, se utilizó para el pago aquel viejo fondo que los banquerosse habían negado a devolver en 1933.

Pero sin duda la gestión diplomática más trascendental dedon Eduardo –y creo que también, como diré en noche próxi-ma, su momento estelar en el manejo de las finanzas públicas–fue en ocasión de los sucesos que precedieron, que acompa-ñaron y que sucedieron a la expropiación de las empresaspetroleras acordada por uno de los hombres auténticamentegrandes de nuestra historia, don Lázaro Cárdenas. El estudiode las memorias me ha confirmado hechos que yo conocía eilustrado sobre otros que ignoraba.

Mi jefe, es mi interpretación, ni alentó ni desalentó al Presi-dente de la República para que dictara el decreto expropiatorio.Consciente de la magnitud del paso y de la muy difícil situa-ción económica que vivía México, acaso esperaba que elmandatario michoacano no llegara a ese extremo. Como Pre-sidente que había sido de la Junta de Conciliación y Arbitrajeen tiempos del Presidente Calles me imagino que pensabaque no había conflicto laboral irresoluble. Parecía confirmar-lo el hecho de que en 1936 se hubiese terminado bien la huelgade diez días contra una poderosa compañía de propiedad ex-tranjera, la de Luz y Fuerza Motriz.

Pero en esta vez las cosas fueron diferentes. La huelga delSindicato de Trabajadores Petroleros en contra de las empre-sas, sólo se levantó cuando las partes en conflicto aceptaronsometerse a la decisión de la Junta Federal de Conciliación yArbitraje que determinaría, oyendo a unos peritos, la capaci-dad económica de las empresas para atender las demandas de

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sus obreros. Y cuando se dictó el laudo que obliga a las em-presas a un pago de 23 millones de pesos por encima de loque ellas habían ofrecido, las mismas declararon que no te-nían capacidad para hacer esa erogación anual y que, además,el cálculo no era correcto, que las repercusiones del laudoeran mayores.

Suárez llevaba a cabo entonces en Estados Unidos dosnegociaciones, ambas exitosas, para atender la situación fi-nanciera, que era angustiosa como expondré la noche próxima;por una parte obtuvo de su amigo, el Secretario del Tesoro,Henry Morgenthau, aparentemente como primer paso de unambicioso programa de cooperación económica de EstadosUnidos hacia México, un crédito de estabilización que forta-leciese la casi exhausta reserva monetaria del Banco deMéxico. Y paralelamente había concertado un contrato conla mayor de las compañías petroleras, El Águila, al que sehace brevísima mención en le epistolario del señor GeneralCárdenas, para la explotación de terrenos de propiedad fede-ral ubicados en la zona de Poza Rica; que naturalmente noestaban comprendidos en las concesiones de que era titularesa compañía. El Secretario de Hacienda apoyaba el contratocon opiniones de respetables geólogos mexicanos que consi-deraban que era conveniente para el país que la explotacióndel área se hiciese por una sola empresa, de acuerdo con unplan, y no entregando parte de ella a otra organización, comoestuvo a punto de hacerse en el infortunado contrato con laSabalo, que tantos dolores de cabeza dio a cinco Presidentesde México. Además, no ocultaba que los recursos extraordi-narios que recibiría la Tesorería mexicana, tanto por anticiposcomo eventualmente por regalías, darían divisas de que está-bamos tan escasos y permitirían a Hacienda cubrir el sobregiroque preocupaba, y mucho, a don Luis Montes de Oca, direc-tor del Banco de México. (Un dato confirmatorio de esta audaz

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negociación, casi en vísperas de la expropiación, el cual pare-ce corroborar que no fue un acto premeditado sino impuestopor la torpeza de las compañías, se encuentra también en elinforme presentado a la Asamblea de Accionistas del Bancode México, en febrero de 1938; allí se dice, en forma críptica,que el gobierno esperaba con fondos extraordinarios deriva-dos de la explotación de ciertos recursos naturales, cubrir susadeudos al Banco Central).

La Suprema Corte negó el amparo que las empresas pidie-ron contra el laudo laboral y ante la decisión de éstas de nocumplirlo se desencadenó la crisis definitiva. Don Eduardoescribe que le fue el único funcionario mexicano que estuvopresente en la última y decisiva conversación entre el Presi-dente de la República y el representante de las compañíaspetroleras, cuando éste reiteró que las empresas no teníancapacidad económica para acatar la sentencia de la Junta deConciliación y Arbitraje y que la suma real a que se las conde-naba era superior a la que indicaban en su dictamen los peritos.El Presidente Cárdenas replicó que él se comprometía a quela suma fuese exactamente la anunciada y reiteró además queel fallo de la Corte tenía que ser respetado. Suárez rechazaversiones que llegaron a su conocimiento de que el represen-tante de las compañías hubiese preguntado al PresidenteCárdenas: “Y a usted, señor Presidente, ¿quién lo garantiza?”El Presidente no habría tolerado semejante falta de respeto.La entrevista concluyó sin llegar a nada, pero fue formalmen-te correcta.

La dramática escena final está narrada así: “Concluida laconferencia, el señor Presidente me dijo: 'Ya ve usted que lasempresas no mostraron ningún interés en llegar a un acuerdocon sus obreros. Por el momento voy a dejar pasar algunosdías sin hacer nada a fin de ver si los representantes de lascompañías reflexionan sobre el asunto tan importante que

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tienen entre manos y para yo mismo pensar serena y fríamen-te el siguiente paso que debo dar'. Pasados algunos días elseñor Presidente me citó para que me presentase en su domi-cilio particular en Los Pinos. Esperé un poco en la antesala yvi salir del despacho del señor Presidente al señor licenciadoLombardo Toledano, Secretario General de la Confederaciónde Trabajadores de México, y a los líderes del sindicato petro-lero. Enseguida el señor Presidente me invitó a que loacompañara en su automóvil a que diéramos algunas vueltaspor el Bosque de Chapultepec, para ponerme al tanto de loque había determinado que debía hacerse y para que nosreuniésemos posteriormente con los miembros del gabinetepresidencial, a quienes tenía citados en el Palacio Nacional, yque deberían estar ahí reunidos. Durante el trayecto me pidióque explicara en su nombre al Consejo de Ministros todos losesfuerzos que se habían hecho para llegar a un acuerdo conlos trabajadores de la industria petrolera y con las empresas;que la huelga estaba ya causando muy serios trastornos a laeconomía nacional y que no podía continuar así por tiempoindefinido, pues [...], de prolongarse algunos días más, tendríala consecuencia de paralizar la economía nacional; que envista de la intransigencia de las compañías para negociar, nole quedaba más remedio que expropiar los bienes de las com-pañías petroleras en su integridad, y que había dado yainstrucciones a la Secretaría de Economía Nacional para quese preparasen los decretos correspondientes. Llegamos a Pa-lacio, y en el Salón de Consejo de la Presidencia de laRepública, el señor General Cárdenas me dio la palabra paraexponer lo que habíamos hablado en nuestro paseo por el Bos-que de Chapultepec. Todos los ministros aprobaron la resolucióntomada, y el decreto de expropiación fue firmado ahí mismopor el señor Presidente y refrendado por el señor don EfraínBuenrostro, Secretario de Economía Nacional y por mí, en

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mi carácter de Secretario de Hacienda. [....] El señor Presi-dente Cárdenas se dirigió posteriormente a la nación en unvibrante mensaje cuya redacción encargó al señor GeneralFrancisco Mújica. Creo que la nación en su conjunto dio suaprobación a la audaz medida tomada por el Presidente y aunlas clases más pobres del país contribuyeron con su óbolopersonal para pagar a las compañías petroleras. [...] Posterior-mente el Señor Presidente rogó que se devolviesen estascantidades aportadas”.

La batalla que el gobierno del Presidente Cárdenas, con laasesoría valiosísima de Eduardo Suárez, inició entonces, esuno de los capítulos más apasionantes de la historia contem-poránea de México y obviamente no pretendo relatarla entodos sus aspectos e incidentes. Baste recordar que la contro-versia rebasó el campo de la diplomacia entre gobiernos, pueslas compañías lograron que la banca privada internacional,única que entonces operaba, se negase a celebrar con noso-tros aun las más rutinarias operaciones de crédito y quenaturalmente cayeron por tierra las negociaciones en curso,en las que, según Morgenthau había dicho a Suárez, el Presi-dente Roosevelt estaba personalmente interesado paraimpulsar la economía mexicana. La noche misma de la expro-piación el Banco de México fue autorizado a abandonar eltipo de cambio.

La Gran Bretaña, invocando una demora en los pagos deri-vados de las reclamaciones agrarias, envió una nota cuyo tonoobligó a México a retirar a su Ministro en Londres, don PrimoVillamichel, suspendiendo indefinidamente las relaciones di-plomáticas con el gobierno de Londres. Estados Unidos,después de una declaración conciliatoria emitida por el Presi-dente Roosevelt días después de la expropiación, fue a su vezendureciendo su posición, empezando por cancelar el com-promiso de comprar la plata mexicana y provocando la baja

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de su cotización en el mercado mundial. Todo ello a pesar dela resistencia del Embajador Josephus Daniels, que en rela-ción directa con el Primer Magistrado norteamericano, dequien había sido jefe en la Secretaría de Marina en el gabinetede Wilson, tenía una actitud de auténtica simpatía hacia Méxi-co. Inclusive, sin autorización del Departamento de Estado,aceptó retirar una nota cuyo tono era francamente ominoso.

Don Eduardo recoge en sus memorias algo que había co-municado en charlas privadas a sus amigos: que hubo unmomento en que los informes que el Presidente recibía lehicieron temer que vendría un acto de fuerza de EstadosUnidos si no se devolvían las propiedades expropiadas. Le-yendo en la correspondencia que ya es pública, algunosmemorándums que dejó el Secretario Hull sobre sus conver-saciones con el Embajador Castillo Nájera se explica que elseñor General Cárdenas tuviera esa impresión; pero resueltoéste a no revocar el acto expropiatorio manifiestó a su Secre-tario de Hacienda que antes dimitiría, para que un Presidentesustituto, designado por el Congreso, conviniera la transac-ción inevitable, ya que no podía conducir a México a unasuicida confrontación militar con Estados Unidos. Suárez dijoal Presidente Cárdenas que no era creíble que el PresidenteRoosevelt llegase a ese extremo y le aconsejó escribir unacarta personal, que el Embajador Castillo Nájera llevó a Was-hington y que, sin resolver el problema, alivió la tensión.(Entiendo que puede ser –aunque no podría asegurarlo– la de29 de julio de 1939, incluida en el epistolario del señor Presi-dente Cárdenas).

Narra también Suárez que algún tiempo después, desdeNueva York, por conducto del líder obrero John Lewis, obtu-vo una entrevista con el Presidente Roosevelt. Y aunque elSubsecretario de Estado Summer Welles impidió que en ellase hablara de petróleo, siguió fortaleciéndose el ambiente para

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las negociaciones que permitieron, primero, romper el frentede las compañías, a través del acuerdo con Sinclair y que,después, ya durante la gestión del Presidente Ávila Camacho,culminaron en los históricos convenios del 19 de noviembrede 1941 que marcan el principio de una nueva era en las rela-ciones diplomáticas de México con su poderoso vecino. Conellas se inició también la cooperación financiera del gobiernonorteamericano.

México, D.F., a 9 de noviembre de 1976

EL CONDUCTOR DE LAS FINANZASNACIONALES

EDUARDO SUÁREZ FUE DESIGNADO SECRETARIO de Hacien-da por el Presidente Cárdenas a propuesta, según él,de don Emilio Portes Gil, al reorganizarse el gabinete

en la llamada crisis de junio de 1935. Don Lázaro lo había cono-cido durante la elaboración de la Ley del Trabajo, pero casi no lohabía tratado. Suárez se sentía, y lo dice en sus memorias sinfalsa modestia, técnicamente capacitado para el cargo, mascreyó de su deber comentar que lo superficial de su relaciónprevia no lo autorizaba a esperar la confianza que un Secreta-rio de Hacienda necesita del jefe del país. “Estoy dispuesto aotorgársela”, fue la respuesta del General. “Si se la pierdo selo haré saber”. Y así se inició una gestión de 11 años y medio:hasta la mañana del 1o de diciembre de 1946, cuando, de acuer-do con la práctica viciosa que ha regido por más de 30 años,don Manuel Ávila Camacho entregó en el Palacio de BellasArtes a don Miguel Alemán un poder que aquél no tenía yadesde la media noche de la víspera.

Don Eduardo varias veces me dijo, y así lo asienta en sulibro póstumo, que durante su larga encomienda se guió porlas mismas ideas. Sin embargo, las circunstancias por que atra-vesó el país en lo económico y en lo político, en lo interno yen lo internacional, fueron tan diversas, así como también las

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sendas estrategias y estilos de los dos presidentes a quienessirvió, que a mi parecer la gestión de Suárez se comprendemejor dividiéndola en tres etapas distintas:

La primera, que culminó con las leyes monetaria y orgáni-ca del Banco de México de agosto de 1936 y terminó endiciembre de 1937, cuando presentó a la Cámara el presu-puesto para 1938 y se marchó a Estados Unidos a negociarcon Morgenthau; la segunda, va hasta el fin del gobierno delPresidente Cárdenas, el 30 de noviembre de 1940, y la terce-ra cubre el sexenio del Presidente Ávila Camacho.

Primera etapa. México había superado durante las laboressucesivas en Hacienda de don Alberto J. Pani, de don MarteR. Gómez y de don Narciso Bassols, las repercusiones en laeconomía mexicana de la Gran Depresión mundial de princi-pios de los 30 y de la incierta situación política interna que elpaís vivió desde la muerte del General Obregón hasta la re-nuncia del Presidente Ortiz Rubio.

El alza del precio internacional de la plata, consecuenciade la política norteamericana y del convenio de Londres de1933, había obligado al retiro de las monedas de ese metalpor ley Bassols de abril de 1935 para poder mantener, sinrevalorizar el peso, el tipo de cambio de 3.60 con el dólar. Laoperación, que marca nuestro ingreso formal al “patrón decambio dólar”, se llevó a cabo con facilidad: el pueblo aceptósin protestas que los billetes del Banco de México se convir-tieran en papel moneda y que los que el ingenio popularbautizó como “camarones” sustituyeran a los pesos plata Ca-brera, de 1919.

En su discurso de 22 de marzo de 1937, ante la IV Conven-ción Nacional Bancaria celebrada en Mazatlán, única que conla comparecencia del Secretario de Hacienda tuvo lugar du-rante el sexenio cerdenista, don Eduardo caracterizó bien lanormalidad y optimismo de esa primera etapa en las siguien-

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tes palabras: “La horizontalidad vacilante (de nuestra econo-mía) de que se habló (por el Secretario Marte R. Gómez) en1934, se ha convertido... en una franca tendencia ascendenteque elimina toda zozobra en el porvenir cercano...” “... lahacienda pública federal y el Banco de México mantienenactualmente una situación que no había sido anteriormentealcanzada. En lo que se refiere al erario, corre ya el cuartoejercicio fiscal en que se ha obtenido un equilibrio total delpresupuesto, y se ha podido ampliar la acción impulsora delGobierno Federal, con la creación de nuevos centros de pro-ducción (aludía probablemente al ingenio de azúcar deZacatepec, que visitó semana a semana durante el procesode erección que él dirigió), así como la construcción de im-portantes vías de comunicación que han servido para aumentarsensiblemente la capacidad de consumo del país...” “El mis-mo desarrollo del proceso económico ha motivado la revisiónde la Ley Orgánica del Banco de México... y aun cuando nohan faltado resistencias y dificultades a la implantación delnuevo estatuto, el Banco va entrando paulatinamente en susfunciones de verdadero Banco Central”.

Nada hay en ese discurso ajeno a los temas bancarios ymonetarios, aunque ya apunta la doble necesidad de promo-ver el turismo como uno de los pilares de nuestra balanza depagos y de fomentar las exportaciones. Tal vez porque lamexicanización del sistema de seguros había sido ya plantea-da por mi maestro don Narciso Bassols tampoco la señala enese discurso, aunque sí la menciona en sus memorias, dandoel crédito que merece al brillante colaborador en la materiaque había encontrado al llegar a Hacienda, mi también maes-tro Ricardo José Zevada. Ello corrobora la preferencia que elmemoralista concedió a la política de crédito e inversionessobre la fiscal y tributaria, no obstante los legados tan impor-tantes que dejó en ellas y que señalé la noche anterior: el

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Tribunal Fiscal de la Federación y, aun cuando correspondeya a su segunda etapa, el primer Código Fiscal, obra principalde Alfonso Cortina. Suárez confiesa que no creía ni en la con-veniencia de elevar las tasas impositivas –salvo durante laguerra– ni en vigorizar los poderes tributarios de los estadoso las finanzas municipales, no obstante lo cual promovió re-formas constitucionales que corrigieron algunos males de laconcurrencia tributaria y dejó que se trabajara con intensidadconvenciendo a varios gobiernos locales de que promulgaranuna ley uniforme de hacienda municipal.

En la espléndida exposición de motivos de la Ley del Ban-co de México de agosto de 1936, producto del rigor lógico yde la erudicción de don Miguel Palacios Macedo se explicanlas razones por las cuales en ningún caso deberían sustituirse“con crédito circulatorio”, que es otra manera de decir conemisiones de dinero, las necesidades de recursos económicosreales, esto es, de capital, del sector público o privado. Setrataba de librar al sistema monetario mexicano “de toda notainflacionista”, meta que naturalmente compartía don Luis Mon-tes de Oca, a quien el Presidente Cárdenas llevó a la Direccióndel Banco de México en enero de 1936, en sustitución de donGonzalo Robles, que con admirable discreción había maneja-do la delicada operación monetaria de abril de 1935.

De esa idea cardinal antiinflacionista derivaba, a través deuna complicada regulación, que fuera de las operaciones co-merciales ningunas otras pudiesen llegar sino muyexcepcionalmente al Banco de México. En cuanto a la otraárea que por respeto a la doctrina de la Banca Central tuvoque reconocerse al Banco, la compra y venta de valores, que-dó suspendida, por el escepticismo de los autores de la ley de1936 de que hubiese títulos con liquidez bastante para quefuesen instrumentos de intervención en el mercado financie-ro. Consecuencia inmediata de estos principios era hacer

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imposible que el Banco de México apoyara a los bancos na-cionales de Crédito Agrícola y de Crédito Ejidal, precisamentecuando la intensificación de la acción agraria en todo el país,pero especialmente en La Laguna, en el Yaqui y en Yucatán,creaba a esos bancos exigencias mayores de fondos.

Pocos meses después del optimista discurso de Mazatlán sehizo patente la imposibilidad política de sujetar al Banco deMéxico a moldes tan ortodoxos. Y aquí quiero señalar otra delas grandes aportaciones, ésta de carácter también político,que hizo Suárez al manejo de la hacienda pública y que con-trasta con las ideas de Pani y de Montes de Oca –pues lasgestiones de Marte R. Gómez y de Bassols fueron muy cor-tas–, a saber: que el Secretario de Hacienda debe reclamarplenitud de autoridad para la dirección de las finanzas y paratomar en ese campo todas las medidas, por trascendentalesque sean, que a su juicio reclame el bien público, pero que aél no toca, sino al Presidente de la República, dar las orienta-ciones superiores de la política social o de la política a secas.Es un equilibrio difícil de definir y de lograr, pero no imposi-ble para un hombre de la sagacidad de Suárez, que no temíarectificarse y que sabía, como lo dijo en un discurso célebre,que los principios se hicieron para servir a los hombres y no ala inversa.

Ésa fue la significación de uno de los debates más trascen-dentales, de mayor altura, más honestos, llevados con mayorvalor por ambas partes, entre en realismo político de Eduar-do Suárez y la ortodoxia doctrinal de Luis Montes de Oca,con la asesoría técnica de Palacios Macedo. En el segundosemestre de 1937 era ya evidente que el Presidente Cárdenasestaba resuelto a continuar a paso acelerado la reforma agra-ria y a modificar la estructura real del poder en México,vigorizando a los sindicatos, aunque con ello desconcertase odesalentase a los sectores empresariales que habían aplaudi-

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do primero la gestión del Secretario Pani –sería hasta irrespe-tuoso mencionar al Presidente Ortiz Rubio, a quien don Albertono consultaba– y después la del Presidente Abelardo L.Rodríguez, que para afirmar su autoridad tuvo que despedir aPani.

En un memorándum histórico, reimpreso recientemente porel Instituto Tecnológico Autónomo de México, que redactódon Miguel Palacios Macedo, fue aprobado por el Consejodel Banco de México y elevado por Montes de Oca al Secre-tario de Hacienda, se urgía al gobierno –más específicamenteal Presidente Cárdenas– la necesidad de variar radicalmenteel rumbo de la política social, incluyendo la de salarios y deobras públicas, si se deseaba salvar la salud del sistema mo-netario, concebido en términos de estabilidad de los precios ydel tipo de cambio. El director del Banco era fiel a las ideasque muy probablemente con la asesoría principalísima de donManuel Gómez Morín, había expuesto como Secretario deHacienda cuando se abandonó el patrón oro en la ley de juliode 1931; política que aprobó el entonces llamado Jefe Máxi-mo de la Revolución, don Plutarco Elías Calles.

Suárez no dudó ante el dilema que don Luis Montes de Ocale planteaba de o cumplir con la Ley del Banco de México oasumir como Secretario de Hacienda la responsabilidad polí-tica de un “crédito especial”, ése fue el eufemismo utilizadopara no llamarlo “crédito ilegal”, que permitiera dar recursosadicionales al Banco Ejidal. Nació así el famoso “sobregiro”,que se hizo público en la Asamblea del Banco celebrada enfebrero de 1938. El monto de ese “crédito especial” era dealgo menos de 90 millones de pesos, cifra considerable en elMéxico de entonces en que el presupuesto aprobado por laCámara de Diputados para 1937 fue de algo más de 460 mi-llones de pesos. El “sobregiro” provocó, además de la renunciade Palacios Macedo al Consejo del Banco, el alejamiento de-

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finitivo del Secretario de Hacienda respecto de otro de suscompañeros y amigos más queridos: don Manuel GómezMorín.

Ahora bien, Suárez reconocía la necesidad de limitar losgastos corrientes del gobierno, sobre todo los de carácter ad-ministrativo, ya que no podía ni debía detener la obra socialdel Presidente de la República. Recuerdo que los Magistra-dos del Tribunal Fiscal que sufríamos la elevación de preciosdenunciada por el Consejo del Banco de México, tuvimos queaceptar –como todos los funcionarios federales, pues sola-mente se exceptuó a los empleados de más bajo sueldo– unareducción del 10% en nuestros salarios a partir de enero de1938. De mil a novecientos pesos.

Suárez, ésta fue otra de sus características a lo largo de lastres etapas en que un poco arbitrariamente he dividido sugestión, fue siempre un convencido de que los problemasnacionales no se alivian con el crecimiento de la burocracia, yfue enemigo de las construcciones útiles pero no indispensa-bles. Jaime Torres Bodet en sus memorias ha relatado cómouna tarde le recordó el Ministro de Hacienda, fundado en laautoridad de Huxley, que uno de los grandes diplomáticos deFrancia, el Padre José, había emprendido una de sus más difí-ciles misiones viajando a pie a Roma a entrevistarse con elPapa, y anécdota similar podría narrar Salvador Zubirán conrespecto a las construcciones de la Ciudad Universitaria:“Riemann, le decía Suárez, imaginó y enseñó la geometría noeuclidiana en una modestísima aula de la Universidad deBonn.” Cuando el Primero Consejo Técnico del Instituto delSeguro Social, en el que yo representaba a Hacienda, y quedisponía en 1943 de escasísimos recursos, fue a pedir al Mi-nistro que le ampliara su minúsculo presupuesto, don Eduardonos recordó que la estabilización del marco alemán la hizo eldoctor Schacht sin pedir sino un pequeño despacho, una ta-

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quígrafa y un teléfono para comunicarse con Amsterdam ycon Londres. Menciono estos hechos al parecer insignifican-tes porque me importa mucho señalar los severos límitesdentro de los cuales Suárez aceptaba sustituir con emisionesde dinero la insuficiencia de las recaudaciones fiscales. Locual no le impidió cooperar muy exitosamente, con empeñosen que creía: ejemplo magnífico, de que se ocupa en sus me-morias, es el del Fondo de Cultura Económica. Logró queCosío Villegas, que siempre supo cuidar sus relaciones conlos Secretarios de Hacienda, y un grupo de maestros españo-les republicanos, lo convirtiesen en la primera editorial culturalen nuestra lengua cuando vino el eclipse de la Madre Patria;pero no con dinero de las arcas públicas, sino de sus amigosricos a quienes Suárez reunía en el Club de Banqueros a al-morzar y a sacarles donativos. Entiendo que cosa parecidahizo con el Instituto de Cardiología.

Vuelvo a la situación que precedió y acompañó a la expro-piación petrolera, ya no como problema diplomáticointernacional de que me ocupé hace una semana, sino en suimpacto sobre nuestra economía. Dije que el mismo día de laexpropiación petrolera se anunció que el Banco de México,cuyas reservas, incluyendo la plata y sin contabilizar las ope-raciones de futuros apenas llegaban a los 20 millones dedólares, abandonó la paridad de 3.60 que había regido desde1933. Se inició entonces un período que ahora se llamaría deflotación y que a niveles diversos se prolongó el resto delperíodo del Presidente Cárdenas, a cuyo término el agrava-miento de la Segunda Guerra Mundial permitió revalorizar elpeso: de la cotización de 6 por 1 a que había bajado a princi-pios de 1939, se estabilizó alrededor de 5 por 1.

Paso así a la que considero segunda etapa de la gestión deSuárez, que con la perspectiva que permiten los casi 40 añostranscurridos considero que más brillante y valerosa de las tres.

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En medio de una fuga de capitales que parecía intermina-ble; sin posibilidad alguna de acudir al crédito exterior; con lahostilidad implacable de los centros políticos y financierosmás poderosos de la tierra; sin otras colocaciones de bonosque los de caminos que por ley tenían por fuerza que hacerlas compañías de seguros, pues los bancos de depósito noquerían saber nada de ellos; los financieros privados, encabe-zados por un hombre de inteligencia y carácter, MarioDomínguez, plantearon al Presidente Cárdenas en personauna tesis que les parecía irrefutable: ellos no eran sino inter-mediarios entre el público y los usuarios del crédito: si losahorradores habían perdido la confianza en la política delgobierno nada podían hacer los banqueros para corregir laescasez de crédito que estaba asfixiando a la economía en lasciudades y en los campos.

Suárez, gran dialéctico y hombre informado de la teoríamonetaria, fue lector asiduo de Keynes y de Sayers, cuya obraacababa de aparecer, sostuvo en aquella reunión que si elpúblico retiraba sus ahorros de los bancos éstos, a través desus créditos, podían crear dinero. Había, claro, el riesgo deque formados estos depósitos, los titulares de ellos pidieran alos bancos su entrega de moneda nacional, y para prever esaeventualidad el gobierno ofrecía recomendar al Banco deMéxico que apoyara con redescuentos a las instituciones quelo necesitaran. Don Luis Montes de Oca, con explicable re-sistencia, dadas sus convicciones en esta materia, planteó alConsejo del Banco de México (al que por cierto yo acababade ser designado, por recomendación de Roberto López, ale-jándome de la Magistratura e iniciándome en un camino queme llevó por otros rumbos) planteó, digo, la necesidad de quesuspendiera las reglas de operación del Banco para poder cum-plir el ofrecimiento del Secretario de Hacienda; aunque

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advirtiéndonos que temía que se iniciara una inflación. Asísalvó Suárez aquella delicadísima situación.

Mientras tanto el Presidente Cárdenas, aunque anunció “ala ciudad y al mundo”, por conducto y posiblemente a peti-ción del director del Banco de México, que a la expropiacióndel petróleo no seguiría ninguna otra de igual o parecida tras-cendencia, continuaba con creciente vigor su políticapopulista. Entregaba más y más tierra a los campesinos, alen-taba a los obreros en sus luchas y les confiaba la administraciónde los Ferrocarriles Nacionales y de otras empresas estatales.Se creaba un banco, el Obrero de Fomento Industrial, queencargó al prematuramente fallecido Enrique GonzálezAparicio, para promover la industrialización, apoyada, así lodijo el Presidente, en los ahorros del proletariado.

Nuestro memorialista cuenta –y lo corroboran las notas delGeneral– cómo en la ley que estableció el Banco Obrero lle-gó a pensarse en incluir un artículo transitorio suprimiendo ala Nacional Financiera. No se fue tan lejos, aunque sí a sus-traer a su patrimonio el crédito a la Compañía Azucarera delMante, que poco después sería expropiada. Se dejó así a laNacional Financiera en situación tan precaria que hubo me-ses, según me confiaron años más tarde viejos funcionariosde ella, en que tuvo dificultades hasta para pagar los sueldosde su pequeño personal.

Se advertía ya que el aumento de las exportaciones tendríaque ser preocupación permanente del Estado mexicano, nocondicionada de modo necesario a la iniciativa privada y secreó con el apoyo entusiasta de Montes de Oca, el BancoNacional de Comercio Exterior, cuyo primer y excelente di-rector fue Roberto López. La tarea de este Banco era difícil.Además su director, convencido de la justicia fundamentaldel pensamiento cardenista, quería promover las exportacio-nes pero de manera que beneficiasen a los productores, en su

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mayoría agricultores, y no a los intermediarios, que tradicio-nalmente habían controlado los renglones agrícolas. Ni Suárezni Montes de Oca compartían por completo las generosasideas de Roberto, pero las respetaban.

El esfuerzo por colocar el petróleo nacionalizado fue otroepisodio dramático, lleno de frustraciones que cuenta Suárezy que Eduardo Villaseñor ha recogido también en su testimo-nio. Desde su manifiesto del 18 de marzo de 1938 el PresidenteCárdenas, consciente de que estaba ya planteado el gran con-flicto que llevaría a la guerra mundial en septiembre de 1939,ofreció que el petróleo mexicano se vendería de preferencia alas democracias. Las operaciones con la Gran Bretaña, pormotivos obvios, eran imposibles, aun antes de la ruptura derelaciones. Se ofreció el petróleo a España pero la República,que vivía sus últimos meses en Barcelona, no pudo adquirir-lo. Se ofreció sin éxito a Francia. Se concretó una pequeñaoperación con Brasil que el bloqueo marítimo frustró. Y nohubo más alternativa que vender petróleo mexicano a la Ale-mania nazi a través de un aventurero americano con quienSuárez, impaciente, tal vez deprimido por la intransigenciade Cordell Hull, se encontró casualmente en la 5a. Avenida deNueva York. Como dato curioso anota que aquel audaz nego-ciante tenía importantes conexiones en “la city” de Londres.

El entendimiento con Estados Unidos era indispensablecuando se advirtió que nuestros vecinos no podrían mante-ner en la guerra por mucho tiempo su neutralidad inicial, yquien lea el informe al Congreso que el Presidente Cárdenasrindió el día mismo en que estalló la contienda en Europa,con la invasión de Polonia, por los ejércitos de Hitler, veráque aquel ilustre mandatario, consciente de nuestra realidadgeopolítica, aceptaba la posibilidad de un regreso limitado delas compañías petroleras como socios minoritarios de la Com-pañía que tuviese a su cargo la producción y distribución

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internas del petróleo y como socios mayoritarios de la empre-sa exportadora. Aquellos arreglos no se consumaron porque,así lo describe don Eduardo y se desprende del epistolario dedon Lázaro, las compañías no buscaban una verdadera aso-ciación, sino una devolución disimulada, a lo que el Presidente,por supuesto, se opuso. (Ya recordé hace una semana queantes estaba dispuesto a dimitir, según el testimonio deSuárez.)

Sí. Don Eduardo Suárez siguió con lealtad la política popu-lista de Cárdenas. Más aún, la hizo posible con sus valerosasmedidas monetarias de 1937 y 1938; pero su lealtad nuncafue subordinación incondicional. Quizás, subrayo quizás, enninguna otra época de la Secretaría de Hacienda hayan que-dado sin refrendar tantos acuerdos presidenciales comodurante la gestión de don Eduardo en el sexenio cardenista.Con ello mi maestro ejercía la prerrogativa indudable que ledaba un texto categórico de la Constitución, el artículo 92,según el cual todos los reglamentos, decretos y órdenes delPresidente, deberán estar firmados por el Secretario del Des-pacho, encargado del Ramo a que el asunto corresponda y sineste requisito no serán obedecidos. Para fortuna de México,el Presidente Cárdenas nunca consideró que ello fuese arro-gancia o insubordinación de su Ministro de Hacienda, que nohabría consentido, sino, al contrario, colaboración que con suresistencia le prestaba, como en la bella imagen del aire y lapaloma que inventó Kant (tomándome esta única libertadcon el tema de mis charlas, diré que a los pocos días de habertomado yo posesión como Secretario de Hacienda, en diciem-bre de 1952, el Presidente Ruiz Cortines, en la forma cordialque le era propia, no ocultó su desconcierto, para no decir sudesagrado, porque su Secretario de Hacienda atendiese conrapidez una recomendación telefónica que le había hecho paraentregar algunos dineros al gobernador de un estado. “Nos va

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a ir mal, me dijo el mandatario veracruzano, si mi Ministro estan complaciente con las recomendaciones que yo le hagopara que entregue dinero a los gobernantes o a los ministros oa los generales que vienen a verme. Yo las hago a veces por-que así lo exige el interés político, pero él –ese ‘él’ era ‘yo– notiene intereses políticos que cuidar.” Eduardo Suárez tampo-co tuvo nunca intereses políticos propios que tutelar).

En las memorias se narra, pero mis oyentes tendrán queesperar la publicación de ellas para satisfacer en detalle sucuriosidad, la intervención que tuvo don Eduardo en la co-yuntura inmediatamente posterior a la campaña presidencialen que contendieron don Manuel Ávila Camacho y don JuanAndreu Almazán. Habla de las seguridades que espontánea-mente le dio en La Habana durante la Conferencia deCancilleres, el Secretario de Estado Cordell Hull de que Es-tados Unidos nos apoyaría a los opositores del gobierno delPresidente Cárdenas si intentaban preparar acciones subver-sivas en territorio americano. Y cómo después, en una cenaque tuvo lugar en la casa de la calle de Amberes, a la que sóloasistieron el Presidente Cárdenas, el Secretario de Hacienday una persona más, el Jefe de la Nación no solicitó pero síquedó enterado de que esa persona marchaba a Estados Uni-dos a cerciorarse de que efectivamente el General Almazánno encontraría allá ningún apoyo y que de verificarlo aconseja-ría al General Almazán que se retirase –como se retiró– de lalucha que ya no podía seguir sino a través de una insurrección.

Tercera etapa. La gestión de Eduardo Suárez como Ministrode Hacienda del Presidente Manuel Ávila Camacho es másfácil de exponer porque, así lo considero al menos, en ellaciertamente no desaparecieron pero si se redujeron las ten-siones que a un hombre que creía en la economía mixta –queentonces todavía no se llamaba así– significaba conducir lasfinanzas nacionales bajo la autoridad de un Presidente como

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don Lázaro Cárdenas. “Los empresarios fatigados de la luchasocial pueden entregar sus empresas a los trabajadores”, dijouna vez, seguramente con profunda convicción, el mandata-rio michoacano.

No fue por accidente que el diálogo anual entre el Secretariode Hacienda y los banqueros, interrumpido en 1937, no se re-anudara hasta 1941 para no volver a suspenderse ya. Pero seequivocaría quien creyese que Suárez tuvo una luna de mil decinco años con los banqueros. Allí están, para mostrar lo contra-rio, los discursos de clausura a las convenciones de 1943, 1944 y1945. En 1944 en Monterrey –of all places, como diría el difuntoDaniel Cosío– Suárez, irritado, se negó a asistir a la cena formalen el casino, delegando su representación en su humilde Direc-tor de Crédito, que inició su discurso como vicario con estaspalabras: “El Ministro no viene esta noche porque está resfria-do.” Lo cual era verdad, pero el resfrío no era del cuerpo.

Al reanudarse las Convenciones Bancarias, don Eduardodijo en Acapulco uno de los discursos más importantes queSecretario de Hacienda haya pronunciado. La idea rectora erasencilla: había que aprovechar las dificultades para importar,para industrializarnos a como diera lugar. Suárez habría derepetir esa tesis, con un horizonte más amplio, al término desu gestión, en una monografía que quedó incluida en un librollamado Seis años de actividad nacional, que editó en octubre de1946 el entonces Secretario de Gobernación, don PrimoVillamichel.

“La política financiera del gobierno durante el período delseñor Presidente don Manuel Ávila Camacho –se lee en estetrabajo– ha sido determinada por la preocupación primordialde impulsar el desarrollo económico de México. Tratándose deun país como el nuestro, de vastos recursos inexplotados, de bajonivel de vida, de población todavía en su mayor parte dedica-da a trabajos agrícola de resultados inciertos y realizados con

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técnicas en muchas partes rudimentarias, parece indudableque la necesidad cuya constante atención es más ingente y ala que, cuando sea preciso, deben subordinarse cualesquieraotras, es lograr una capitalización más fuerte que la que hastahoy hemos tenido, y a un ritmo menos lento, pues sólo así, endefinitiva, será razonable esperar un aprovechamiento mejory más amplio de nuestras naturales potencialidades y una ele-vación progresiva del nivel de vida de nuestro pueblo.” Encuanto a la Ley del Banco de México, que él mismo habíapropuesto y refrendado en agosto de 1936, Suárez comenta-ba: “Muy pronto se advirtió que si la banca estaba destinadaa prestar a la economía mexicana los servicios que ésta ledemandaba en épocas como la de 1938, tan llena de dificul-tades de orden interior, o en las posteriores del conflictomundial, no era posible someterla a un molde tan estrecho...la legislación de 1941 (que derogó la que escribió PalaciosMacedo) debe entenderse, pues, fundamentalmente como unesfuerzo para crear una mayor holgura en el campo de opera-ciones de nuestro sistema de crédito que le permitiera, conmás libertad y correlativa responsabilidad, sin perjuicio delos principios técnicos fundamentales universalmente reco-nocidos, satisfacer las exigencias de tan variada índolederivadas tanto de las actividades de los negocios privadoscomo de la política económica del Estado. De esta manera, ysin perjuicio de conservar la idea de que la función de regula-ción monetaria del Banco de México debe tener primacía sobrela meramente crediticia, dentro de la vigencia de la ley nuevaha sido posible que siempre que la escasez de recursos enciertas regiones o para determinados fines –fenómeno que laexperiencia ha demostrado que puede producirse aun en me-dio de una aparente abundancia de dinero– lo ha justificado,el Banco de México ha prestado su apoyo a las actividadesproductivas, principalmente a las agrícolas.”

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Quienes ahora diseñan y ejecutan la política económica,igual que los clínicos de nuestro tiempo, disponen de un nu-meroso instrumental, aunque, como hace pocas semanas decíadon Ignacio Chávez, deben tener cuidado de no convertirseen siervos de su propia utilería. Pues bien, si las estadísticaseconómicas eran muy defectuosas cuando Suárez salió de laSecretaría de Hacienda, eran en muchos aspectos totalmenteinexistentes no sólo cuando llegó a ella, sino inclusive cuan-do inició la tercera etapa de su gestión (recuerdo haberredactado a principios de 1942 el oficio de instrucciones alBanco de México pidiéndole que hiciera los primeros cálcu-los sobre el ingreso nacional).

Los ministros de Hacienda tenían, claro, valiosos indicios através de las recaudaciones fiscales, del ejercicio del presu-puesto y de las aduanas, pero en muchas materias actuabancomo los médicos cuando no había aparatos para medir lapresión arterial ni para tomar electros, lo cual no ha impedi-do, por supuesto, el escepticismo que hay ahora acerca, porejemplo, de la significación de la cifra del producto nacional yde su distribución para medir el bienestar de los pueblos: unalto funcionario de la Comisión de Planificación Económicade la República Popular China me dijo apenas en enero de1974: “Aquí no nos preocupa mucho la cifra del productonacional. A través de ella sólo se miden las transaccionesmonetarias y en China hay muchas cosas importantes para elpueblo que no se compran ni se venden.” Aunque en menorproporción hay y había ya en el México de la gestión de Suárezmuchos servicios que no se pagan, y cosas y servicios, comoalgunos alimentos y la educación superior, que se vendenabajo del costo. Por eso su monografía de 1946 termina coneste párrafo: “Los incrementos muy importantes en el consu-mo de artículos de primera necesidad, que se registran en losúltimos años, tales como harina, frijol, arroz, azúcar, café,

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espectáculos públicos, parecen corroborar que a pesar de laelevación creciente del nivel General de precios, ha tenidolugar también en nuestro país un considerable incremento enla capacidad de consumo y por lo mismo en el ingreso real denuestras clases populares.”

Algunos críticos de lo que ahora se llama en forma peyora-tiva “el desarrollismo” han dicho que con él se olvidaron lasnecesidades de los sectores rurales. Don Eduardo, que en losaños finales de su vida alcanzó a conocer esas críticas, lascontesta, circunscribiendo la réplica, como es natural, al pe-ríodo de su gestión, con datos del benjamín de los miembrosde este Colegio, Leopoldo Solís, relativos al crecimiento de laproducción agrícola durante el sexenio del Presidente ÁvilaCamacho.

Además, se refiere con gran elogio a la labor que en la Se-cretaría de Agricultura llevó a cabo su amigo y colega MarteR. Gómez, tanto construyendo presas como en la creación denuevas semillas y mejoramiento de las técnicas agrícolas queirradiaba desde Chapingo, con la colaboración del gobiernoamericano, interesado en que durante la Segunda GuerraMundial México fuera autosuficiente en materia alimenticia yque inclusive pudiese convertirse en exportador de alimentosy de semillas. (Muchos años después, siendo yo Embajadoren los Estados Unidos, Dean Rusk, Secretario de Estado,gustaba de recordar, como antiguo Presidente de la Funda-ción Rockefeller, que las semillas de trigo desarrolladas enMéxico eran aprovechadas ya por más de 60 países y que enla India y en Pakistán habían aliviado las hambrunas de mi-llones de seres humanos).

Durante el sexenio del Presidente Cárdenas la Secretaría deHacienda tenía la responsabilidad superior de los dos bancosestatales que atendían las necesidades de los agricultores. Aliniciarse el gobierno del Presidente Ávila Camacho esta res-

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ponsabilidad pasó a la Secretaría de Agricultura, por lo que esnatural que en la tercera etapa de su gestión Suárez, sin des-atender como no desatendió las necesidades del campomexicano, así en lo que toca a obras de infraestructura comoa canalización de recursos a través de la banca oficial y priva-da, prestase atención especial al fomento industrial.

Con ese propósito se reestructuró, con la colaboración efi-caz de Antonio Espinosa de los Monteros, la NacionalFinanciera y se le facilitó el acceso a los mercados de dinero yde capitales a través de mecanismos heterodoxos, como suscertificados de participación con pacto de recompra, muy cri-ticado por los banqueros privados, pero que ofrecieronoportunidades de inversión para los recursos que en volumencreciente llegaron a México entre 1943 y 1945, como conse-cuencia de que el conflicto bélico mundial cambió el signo dela balanza de pagos mexicana, que empezó a arrojar saldosfavorables, por incremento de exportaciones y venida de ca-pitales cuya utilización resultaba extremadamente difícil,dadas las restricciones que Estados Unidos impuso al con-vertir su economía en una economía de guerra. EduardoVillaseñor señaló en 1943 este hecho y criticó con durezaque Estados Unidos se negara a devolvernos, procesados, si-quiera una porción mínima de los minerales que le vendíamosa precios congelados, en una de las más valerosas y lúcidasconferencias que haya dicho un director del Banco de Méxi-co. Lo hizo en presencia del Embajador americano que llevósu queja a Suárez. El Ministro contestó que él tal vez no hu-biera usado el lenguaje irónico de Villaseñor, pero que el hechoque denunciaba era exacto.

En ese ambiente difícil se promovió la construcción de Al-tos Hornos, en parte con equipos y materiales usados y seimpulsó el desarrollo eléctrico. La Nacional Financiera pro-porcionó prácticamente todos los recursos de capital para la

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primera planta de cobre electrolítico y dio su apoyo a las pro-mociones del Banco Nacional de México que permitieronestablecer las fábricas de hilos sintéticos y la Compañía In-dustria Eléctrica de México, destinada a producir equipos, asícomo las fábricas de asbestos, aluminio y fibracel y las deotros promotores que llevaron a la fundación de la Fábrica deCelulosa y de Papel de Atenquique y a varios ingenios azuca-reros en Jalisco, en Tamaulipas y en Sinaloa. Paralelamentelas inversiones públicas se incrementaban mediante emisio-nes de bonos de caminos, de riego, de ferrocarriles y deelectricidad, salvo durante un año en que se decidió atenderesos gastos con dinero procedente de recaudaciones fiscales.

Todo –ello crecimiento de la reserva e inversiones en obraspúblicas, en industrias y en crédito al campo– creaba presio-nes concurrentes sobre la circulación monetaria y los precios.Para contrarrestarlas, venciendo grandes resistencias se ele-vó el encaje de la banca de depósito en el Banco de México yen una medida todavía más radical se llegó a fijar un “tope” alvolumen de operaciones en los bancos comerciales. Esta fór-mula, que después sería incorporada en las leyes de otrospaíses, nació en México como una necesidad y no pretendióapoyarse en consideraciones teóricas. También se elevó laproporción que las compañías de seguros deberían invertir enbonos gubernamentales. Suárez tenía otra idea, en la que suéxito fue parcial y transitorio: que el Seguro Social invirtieseuna parte de sus reservas en bonos gubernamentales. Se logrópor un breve tiempo, pero explicablemente don Ignacio GarcíaTéllez que dirigía el Instituto, y después sus sucesores, consi-deraron que las reservas del Seguro Social apenas seríansuficientes para atender la construcción de hospitales y otrosservicios propios del Seguro.

Esos esfuerzos, insuficientes para detener el proceso infla-cionario, muestran que el Ministro de Hacienda estaba bien

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consciente de que era limitada la posibilidad de usar el crédi-to del Banco de México como sustituto de los ahorros internoso del capital foráneo. Hubo un año, 1944, en que con grandesesfuerzos pudo hacer pagos importantes al Banco de México.

Resueltos en los convenios del 19 de noviembre de 1941,los problemas pendientes con los Estados Unidos derivadosde las viejas convenciones de reclamaciones y la expropiaciónpetrolera, se inició la cooperación financiera intergubernamentalentre México y Estados Unidos con dos acuerdos, relativo unoa un fondo de estabilización del peso mexicano, que en reali-dad no vino a necesitarse sino cuando había terminado ya lagestión de Suárez y el otro sobre un préstamo para la construc-ción de caminos hecho por el Banco de Exportaciones eImportaciones de Washington. A principios de 1944, superan-do graves obstáculos de carácter político, pues el gobiernoamericano no abandonaba la idea de que no debería auxiliar ala industria petrolera estatal, se obtuvo un crédito para levan-tar la refinería de Azcapotzalco, con el compromiso, que nollegó a ser necesario cumplir, de vender a Estados Unidos unaproporción relativamente pequeña de la gasolina de alto octa-no que se produjese. Fue el único préstamo para la industriapetrolera que el gobierno americano concedió no sólo duranteel gobierno del Presidente Ávila Camacho, sino, que yo sepa,por lo menos hasta 1964.

Suárez, lo he anticipado ya, representó a México en la Con-ferencia de Bretton Woods del verano de 1944, de la quenacieron el Fondo Monetario Internacional y el Banco Inter-nacional para Reconstrucción y Fomento. En el último añode su gestión, en 1946, se hicieron gestiones activas para ob-tener de ese Banco préstamos, pero la primera operación conél sólo vino a tener lugar a principios de 1949. La única fuen-te de financiamiento exterior que había hasta 1946, era elBanco de Exportaciones e Importaciones del gobierno ameri-

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cano, con quien se concertó, además de los ya mencionados,un crédito importante para la Comisión Federal de Electrici-dad, que legalmente creada durante el gobierno del PresidenteRodríguez e impulsada por el Presidente Cárdenas con unimpuesto al consumo que ideó Manuel Sánchez Cuen, sóloalcanzó a tener recursos para programas de envergadura du-rante el gobierno del Presidente Ávila Camacho.

Cuando don Eduardo había dejado ya la Secretaría de Ha-cienda, en una exposición que hizo en 1949 ante la Escuelade Economía –admirable por el fondo y la forma y que puedeleerse en la revista de ese plantel–, expresó su desencantocon el Banco Internacional para Reconstrucción y Fomentoque, en su opinión, no estaba a la altura que de él esperaba elmundo y que Keynes había explicado en un proyecto. Lascondenatorias palabras de Suárez pintan bien su temperamen-to y la manera como reaccionaba ante lo que consideraba a lavez mediocre e irremediable: “¿Cómo pudo el eminente eco-nomista y hombre de Estado, Keynes, que participó en lasconferencias preparatorias y presidió, en Bretton Woods, laDelegación del Reino Unido, consentir en que su grandiosaconcepción original fuese innoblemente manoseada, empe-queñecida y privada de sus resortes vitales? Seguramentecomprendió que el estado de la opinión en los respectivospaíses y en los parlamentos que tendrían que ratificar los tra-tados respectivos, no estaba preparada para acoger una obrade proporciones tan grandes, y fiel a una de las máximas fa-voritas de su raza, hubo de conformarse con lo posible,esperando que alguna vez lo ideal fuese lo posible?” DonEduardo no se limitó a condenar: expuso cómo, a su juicio,Estados Unidos, único país rico en esa época, debería reorga-nizar la economía mundial. No expongo sus ideas porlimitaciones de tiempo y porque me saldría de mi tema.

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Cuando concluyó la guerra, Suárez apreció bien los ingen-tes problemas que se nos vendrían encima. Ello explica losesfuerzos que literalmente hasta el último día de sus gestiónllevó a cabo para obtener diversos financiamientos. Entre ellosdestaca el relativo a la que años después sería la primera plantade abonos sintéticos nitrogenados, origen de lo que es hoyGuanos y Fertilizantes, empresa capital para nuestro desarro-llo agrícola. A pesar de su desilusión sobre el Banco Mundial,como buen gobernante no confundía el mundo de los sueñoscon el de las realidades.

Sin embargo, aunque consciente de la necesidad de comple-tar nuestros ahorros con fondos del exterior, pues sabía que lareserva monetaria empezaría a declinar cuando la guerra ter-minase, puso todo el peso de su autoridad para impedir que enforma indiscriminada viniesen inversiones extranjeras, sobretodo durante la época en que esas inversiones, más que crearnuevas fuentes de producción, pues no había equipos para ello,simplemente tratarían de adquirir empresas mexicanas, peligroque Villaseñor también señaló en la célebre conferencia queirritó al Embajador de Estados Unidos. Más aún, Suárez resca-tó para México varias empresas tan importantes como elFerrocarril Mexicano, el Interoceánico, la Colorado River Land,la Hidroeléctrica de Chapala y la Compañía Minera de Real delMonte. Por casi todas pagó sumas muy inferiores a su valor ypor algunas precios literalmente irrisorios.

Señoras y señores:En el capítulo decimoctavo, primera parte del Quijote,Cervantes pone estas palabras en labios del Caballero de laTriste Figura: “Sábete, Sancho, que no es un hombre más queotro si no hace más que otro.” En estas dos charlas, tan in-completas, tan desordenadas, ni podía ni he pretendido haceruna exposición de todo lo que en su vida pública realizó donEduardo Suárez.

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Dije junto a su tumba y ahora repito, que por lo que hizo ylas circunstancias en que actuó fue uno de los mexicanosmayores de este siglo. Hombre erudito en varias disciplinas,gran parte de su pensamiento quedó perdida en sus reunionesde trabajo con sus jefes y sus colaboradores y en las charlasde que sólo gozamos los que estuvimos cerca de él. Escribió,pero poco, de ahí el valor de sus memorias como fuente parala historia mexicana.

Empero, quiero advertir que don Eduardo –según me lo hadicho la mujer que lo acompañó desde diciembre de 1935– noquiso dictar un libro erudito, sofisticado, sino un relato sencillode sus experiencias como servidor público, y aun éstas limita-das a su gestión diplomática y a su labor hacendaria. Aunqueen ocasiones también brota –como he dicho– el relato de losincidentes políticos, algunos trascendentales, en que intervinoautorizado por los Presidentes Cárdenas y Ávila Camacho. Aveces en materias ajenas a la Secretaría de Hacienda. Este he-cho no es inusitado en nuestra historia. Lo notable fue queejercitando un poder inmenso no terminara como Limantour,como De la Huerta, como Pani en sus dos gestiones, comoMontes de Oca, distanciado de sus presidentes. Su muerte po-lítica fue natural y plácida, como su muerte física.

En General desempeñó su función sin angustia, tal vezhasta con alegría, aunque es difícil afirmarlo, pues hombrerespetuoso como pocos de la intimidad de los demás, jamásgustaba de revelar la suya. He dicho que en sus memoriasno hay una sola línea sobre su vida personal. Dejó el servi-cio público en plena madurez, a los 51 años, sin sombraalguna de amargura. Y así como cuando fue Ministro ejercióla autoridad con toda la plenitud que la teoría constitucio-nal permite, después aceptó prestar su colaboración aMéxico, aquí y en el extranjero, modestamente, casi diría yo,en ejemplar humildad.

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Cierro mi homenaje repitiendo palabras con que el señordon Eduardo Suárez exhortó a los Magistrados del TribunalFiscal, al instalarlo en el Salón Blanco de la querida Secreta-ría de Hacienda la fría mañana del 31 de diciembre de 1936:Como del Consejo de Castilla yo digo que debe sin duda dehaber incurrido en errores al apreciar ciertos hombres o situa-ciones (hay en sus memorias dos juicios y una omisión quelamento); pero que yo sepa nunca usó el gran poder que tuvodurante su larga gestión para cometer una sola injusticia.

Antonio Carrillo FloresMiembro de El Colegio Nacional

México, D. F., noviembre 16 de 1976

Eduardo Suárez(1895-1976)

BOSQUEJO BIOGRÁFICO DEFRANCISCO SUÁREZ DÁVILA

NOTA PRELIMINAR

C OMENTARIOS Y RECUERDOS LO DICTÓ su autor entre el prin-cipio de 1974 y el mes de junio de 1976, poco antes deque lo arrebatara la muerte, impidiéndole cumplir a

la letra lo dicho por Lope de Vega, y que nuestro padre citabacon tanto agrado y frecuencia: “Dejar negro el borrador y lim-pio el texto”.

Inicialmente, después de haber preparado cuidadosamenteun guión de los acontecimientos en que él consideró que suparticipación había sido más importante, dictó su primer ma-nuscrito, prácticamente de memoria. Posteriormente, pudopreparar un segundo borrador, ya más preciso, habiendo co-tejado algunos datos de recuerdo incierto y realizado algunasinvestigaciones. En esta etapa, cosa no fácil de decirse deuna persona a los 81 años, asistió a la Biblioteca del Congre-so, en Washington, con el mismo entusiasmo con que, segúnrelata al inicio de sus memorias, acudía a ese mismo lugarpara empaparse de los textos de Derecho Internacional que lepermitieron preparar el célebre caso contra México de LauraBuffington Janes.

Quizás, a mi juicio, reconocidamente parcial, en estas omi-siones puede radicar uno de los grandes méritos del texto. Enambos borradores él dictó el manuscrito, por lo cual los co-

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mentarios fluyen con la naturalidad de una charla amena, comotantas que sus amigos y familiares tuvieron la oportunidad yel deleite de escucharle, pues tenía una bien ganada reputa-ción de gran conversador. Quien tuvo la ocasión de sentarsecon él a platicar sobre su participación en la expropiaciónpetrolera, en las Comisiones de Reclamaciones o en la nego-ciación del Convenio de la Deuda Externa, puede percatarsede que en los Comentarios el relato se hace prácticamente conlas mismas palabras. También se podrán fácilmente recono-cer en el texto algunas de sus anécdotas, y la franqueza, elsentido agudo y la naturalidad con que emitía juicios sobrepersonas o eventos.

Afortunadamente la memoria privilegiada de que disfrutóhasta el final le permitió dictar sus memorias sin tener queacudir, de manera pormenorizada, a archivos o documentos.

Todavía recuerdo cómo, poco antes de su muerte, lo visitódon Pascual Gutiérrez Roldán, y haciendo recuerdos sobre laSecretaría de Hacienda, le ganó una pequeña apuesta –de lasque tanto le gustaba hacer sobre cosas del pasado– respecto aquienes habían sido los antiguos directores de Crédito.

Pudo así manifestarse en el papel un valioso testimonio parala historia de México, que a muchos preocupó que no llegaraa escribirse, de allí la insistencia con que en los últimos años,familiares y amigos lo presionaron para que las escribiera.

Recordamos que al dejar la embajada de México en la GranBretaña y al ser entrevistado por periodistas londinenses,preguntóle uno de ellos cómo pensaba dedicar en adelantesus horas de ocio. Le contestó que redactando sus memorias.La noticia apareció en los diarios de México. Fue entoncescuando la editorial Porrúa le envió un cable poniéndose a susórdenes para tener el privilegio de editarlas.

Su desempeño como embajador, a pesar de sus 75 años, nofue precisamente una época de semirretiro. Sus activas labo-

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res en Inglaterra, incluyendo su participación en reuniones enel continente, como la Conferencia Internacional sobre Dere-cho de Tratados en Viena, le impidieron escribirlas. No fuesino hasta su regreso a México que comenzó a considerar se-riamente la idea de elaborarlas. Sin embargo, con la seriedad yla profundidad con que acometió cualquier tarea, expresabaque todavía no estaba listo. Se puso a leer o releer a algunosde los memorialistas más comentados. Entre ellos destacabasu admiración por el duque de Saint Simon o por Clarendon.Siempre tuvo la inquietud de no caer en el extremo de serfatuo o presuntuoso, como Churchill, por quien nunca tuvoespecial admiración, o de no escribir algo que pudiese sertrivial o hacer desmerecer su actuación. Alguna vez comentóque Apuntes de mi vida pública no le hacía justicia a la capaci-dad de Limantour, su predecesor. Además, tuvo la pacienciade repasar sus libros de análisis económico, para mejor enjui-ciar su política económica a la luz de la moderna controversiasobre el desarrollo económico.

Esta etapa duró algunos meses. Para apresurar el procesode iniciación de las memorias, lo incitamos a preparar res-puestas a una serie de preguntas sobre los episodios mástrascendentes de su vida pública, que yo formulaba, y mi mujer,a su lado, grababa.

Mi contribución ha sido en extremo modesta, pues afortu-nadamente Comentarios y recuerdos constituye una obra yacompleta. No se olvide que la obra que tienen entre manoslos lectores es póstuma, y no sujeta a aquella última afinacióna que se obliga todo autor. No se hicieron quizás más reto-ques que los que probablemente se hubiera hecho en vida deél, puesto que en todo caso retuvo en sus manos el original, yuna copia única me la había entregado en Washington, paraque pudiera hacerle mis comentarios. No hubo ya, desafortu-nadamente, oportunidad de discutirlos.

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Hago estas aclaraciones porque frente al lector quiero asu-mir la responsabilidad de estos pequeños ajustes. En primerlugar, el título, que él no seleccionó, pero que está textual-mente tomado del preámbulo. Me resistía a darle el carácterformal de “memorias” precisamente porque el texto se ase-meja más a su estilo de conversación que al de redacción.Casi hubiera podido ser designado como “charlas”, pero mepareció que el justo medio es el que él mismo determinó alseñalarle alcance al libro: Comentarios y recuerdos.

Mi segunda responsabilidad fue estructurar el libro. Él ha-bía dictado una sucesión de temas o cuestiones algunas vecesen secuencia cronológica, sobre todo hasta el momento enque se hace cargo de la Secretaría de Hacienda, otros conse-cuencia temática en que tiende a considerar sus 11 años depolítica hacendaria como un todo, y selecciona distintos as-pectos de esa política, como la deuda externa, la expropiaciónpetrolera o aspectos de fomento cultural que desarrolla ínte-gramente. Mi tarea fue agrupar los textos y asignarles títulos,respetando esa intención. Eso significa integrar algunas pági-nas, pero sin violentar nunca el texto. Inclusive en algún caso,como por ejemplo en el capítulo “Política crediticia”, en que,hablando del director del Banco de México, don Luis Montesde Oca, sus comentarios divagan hacia la participación deéste en la campaña almazanista, probablemente hubiera sidomejor ubicarlo en alguna otra parte del libro; decidí no hacer-lo porque alteraba el hilo de la narración.

En tercer lugar, me di a la tarea de verificar datos y nom-bres. En muchos casos la taquígrafa tomó algunos de acuerdocon su sonido fonético, sin dar la ortografía correcta, por loque fue necesario verificarlos. En otros casos, se omitió lle-nar algunas cifras de apoyo sujetas a investigación posterior.

Finalmente, he realizado una selección de artículos y con-ferencias que, en un anexo, complementen sus memorias y

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destaque sus facetas de jurista, economista, funcionario pú-blico y polemista.

En todo el proceso, revisión de datos, propuesta de capitula-dos y selección de anexos, conté afortunadamente con el valiosoconsejo y participación activa de don Antonio Carrillo Flores,aunque asumo la responsabilidad de cualquier error. Con éltrabajé de la misma manera que lo hubieses hecho con mi pro-pio padre, con la confianza de que quizás, entre todos los quefueron sus amigos, es el que mejor hubiese interpretado sussentimientos y sus deseos, y quien conoció mejor su vida.

Es justo, y grato al mismo tiempo, mencionar aquí a donGuillermo Dávila, tío nuestro, que tanto ha contribuido a lapublicación de estos Comentarios y recuerdos.

En suma, Comentarios y recuerdos constituye un testimonio his-tórico valiosísimo, que afortunadamente llegó a buen término.

Pueden advertirse algunos pequeños errores, en una fecha,quizás, o al situar un hecho en el lugar donde no ocurrió, peroComentarios y recuerdos son el fiel reflejo de su autor en las prin-cipales actuaciones al servicio del país, y de su certeraapreciación de muchos de los acontecimientos de importan-cia de la historia de México. Dijo él alguna vez: “Que lasimpresiones que escribo ahora, puedan ser útiles a mi país.”Yo, como su hijo y revisor de sus memorias, alentaría la espe-ranza de que pudieran ser la base para el justo reconocimientohistórico que se le debe y aún no ha recibido.

BOSQUEJO BIOGRÁFICO

ESTA NOTA BIOGRÁFICA PERSIGUE varios objetivos: enprimer lugar intenta orientar al lector y facilitar la lec-tura de Comentarios y recuerdos, dándole a los eventos

una secuencia cronológica que el autor no siempre sigue. Así,en los capítulos que tienen una presentación temática, o cuan-do existen algunas digresiones, la referencia a la nota biográficapuede permitir ubicar más fácilmente los incidentes narradosen el texto.

En segundo lugar, si bien el autor considera que el períodomás fecundo de su actuación “al servicio del país” es el com-prendido entre 1926 y 1946, al cual se refiere casi exclusivamente,me parece que los períodos que van desde su nacimiento, en1895, hasta 1926, y desde 1946 hasta su muerte, en 1976, con-tienen algunos aspectos que son también de relevancia histórica,aunque ciertamente menor a los narrados en el texto. En todocaso, Comentarios y recuerdos presenta sólo un aspecto parcial de suvida, y, consecuentemente, el lector puede tener la curiosidad deintegrar la imagen completa, incluyendo la gestación de la perso-nalidad y la edad madura de quien, durante más de 11 años,dirigió las finanzas públicas del país.

En tercer lugar, este ensayo puede constituir un esbozo delo que eventualmente podría ser la base para una biografía.

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Me he servido para integrar estas notas de algunos recuer-dos personales de la vida del autor, de conversaciones quetuve con él en la etapa anterior a que escribiera las memorias,de documentos de sus archivos personales y de interesantesentrevistas que he realizado últimamente con algunos de susmás íntimos amigos o contemporáneos suyos en distintas eta-pas o facetas de su vida: don Antonio Carrillo Flores, donAntonio Castro Leal, el doctor Ignacio Chávez, el licenciadoArturo Puente, don Eduardo Villaseñor, don Miguel PalaciosMacedo, don Juan Ortiz Monasterio y don Guillermo Dávila.Sobre todo, y de manera principalísima, he podido conversarcon mi madre –el testimonio más íntimo– sobre datos e im-presiones que también he corroborado con mis hermanos.

A mi juicio, el desenvolvimiento de la vida de EduardoSuárez y las actividades en las que participó resultan estre-chamente vinculadas a las distintas etapas de la historia deMéxico, durante las primeras siete décadas del siglo XX, yresulta, por lo tanto, analíticamente útil enmarcar su vida den-tro de algunas fases del desarrollo económico y político deMéxico. Así, el esbozo biográfico se integraría como sigue:

I. Su formación. Fin de una época y gestación de una nueva(1895-1926)

Su período de formación familiar y profesional coincide conel fin del porfirismo y la gestación de un nuevo período en lahistoria de México, en momentos en que culminaba un siglo yse iniciaba otro. La influencia del medio ambiente, su origende clase media liberal, la importancia de una educación bási-ca de alta calidad, como la de la Escuela NacionalPreparatoria, la movilidad social y profesional propiciada porla Revolución, que le brindó, tanto a él como a otros jóvenes,la oportunidad de alcanzar a temprana edad puestos públicos

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de responsabilidad, y finalmente su participación en el enton-ces tan prestigiado magisterio universitario, en el campojurídico, que tan útil le sería como preparación para ulterioresperíodos de su vida: éstas son las principales característicasde esta primera época.

II. Desarrollo institucional de México y su aperturahacia el exterior (1926-1935)

Este período incluye su aportación como jurista a un proceso deacelerado desarrollo institucional de México, participando directa-mente en la elaboración de leyes de importancia básica para lanación, como la Ley Federal del Trabajo y las leyes de Institucio-nes de Crédito y de Títulos y Operaciones de Crédito. Destacatambién su participación en el período de normalización de lasrelaciones de México con el exterior: en las negociaciones bilatera-les con los Estados Unidos a través de las Comisiones deReclamaciones; en la política latinoamericana durante la Confe-rencia de Montevideo; en la pugna para establecer en el Derechointernacional normas cuya importancia demostraba la experienciadolorosa de México, es decir, los límites a la responsabilidad jurídi-ca de los Estados; en el planteamiento de los intereses de los paísesen desarrollo en la codificación del Derecho internacional, en laConferencia de La Haya; en la apertura frente a los foros interna-cionales con el ingreso de México a la Sociedad de las Naciones;en su defensa de los intereses económicos de México en el conve-nio de la plata de la Conferencia Económica de Londres.

III. El impulso al desarrollo económico de México(1935-1946)

Comprende esta etapa su actuación como Secretario de Ha-cienda para impulsar el desarrollo de México. Se ha considerado

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por algunos que él sentó los principios básicos de la políticafinanciera en la fase de “despegue económico” de nuestropaís. Diole una prioridad absoluta a la capitalización de Méxi-co, apoyada en un riguroso programa de inversión pública enobras de carácter productivo, algunas de las cuales impulsó di-rectamente (Zacatepec, Altos Hornos, etcétera), pero tambiénde estímulos para la inversión privada. Para conciliar un ahorrocasi inexistente con la necesidad de hacer productivos los recur-sos humanos y naturales, recurrió explícitamente al financiamientodeficitario, instaurando, pues, una política de característicaskeynesianas adaptada a las condiciones de México.

Logró la rehabilitación de nuestro crédito externo al con-cluir las negociaciones sobre la vieja deuda externa, el conflictopetrolero y las reclamaciones por daños sufridos durante laRevolución. La contratación del crédito con el EXIMBANK y elconvenio de estabilización con la Tesorería norteamericana,así como la participación de México en Bretton Woods mar-can “la reanudación de las relaciones del país con la comunidadfinanciera internacional, rotas durante 40 años.” Durante elperíodo que siguió a la expropiación petrolera prácticamenteasumió también la cartera de Relaciones Exteriores.

IV. Desenvolvimiento de la economía mixta, vidaprivada e interés social (1946-1964)

En 1946 se reincorpora a la vida privada pero sin dejar demantener una activa participación en los asuntos de interéspúblico. La economía mixta se desarrolla con gran dinamis-mo durante esta etapa. Actúa como consejero en distintasempresas públicas y privadas, como Nacional Financiera, elBanco de México, Teléfonos de México, la Compañía de Luzy Fuerza, contribuyendo como ciudadano al proceso de desa-rrollo industrial del país. Ya como financiero privado, y en

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una fase todavía incipiente para el crédito externo del país,obtiene importantes créditos para México con la banca priva-da internacional. Se le nombra Presidente del Consejo delBanco Comercial Mexicano. Contribuye activamente en acti-vidades culturales y de interés social como patrono o consejerodel Instituto de Cardiología, del Fondo de Cultura Económi-ca, de la Universidad Nacional Autónoma de México,instituciones que él había promovido como funcionario pú-blico. Se reincorpora también al magisterio universitario, dandocursos o conferencias en la Facultad de Derecho y en la Es-cuela Nacional de Economía.

V. Madurez y epílogo

Cierra el capítulo de su vida reingresando a los 70 años al ser-vicio público como embajador ante la Gran Bretaña; veintisieteaños antes, en 1938, había participado en la decisión de ruptu-ra de relaciones con este país; en 1965 testimoniaba suadmiración y aprecio al pueblo inglés. Simbolizaba también lamadurez y el prestigio que México había alcanzado en sus rela-ciones internacionales. Se aboca en México a la elaboración desu testimonio histórico. Fallece el 19 de septiembre de 1976.

I. Su formación. Fin de una época y gestación de unanueva (1895-1926)

Eduardo Suárez Aranzolo nació en Texcoco, Estado de Méxi-co, el 3 de enero de 1895; sus padres fueron Eduardo SuárezVillagrán y Antonia Aranzolo de Suárez, originarios deHuichapan, estado de Hidalgo, pero siendo su padre hijo se-gundón, había sufrido los efectos del mayorazgo mexicano yse había visto obligado a buscar fortuna en Pachuca.

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En aquella época, el gobernador y cacique del estado deHidalgo había sido don Rafael Cravioto, que, bajo la presi-dencia del General Díaz, había venido alternando lagubernatura con sus hermanos. Don Rafael era padre del ilus-tre poeta hidalguense don Alfonso Cravioto, cuyos poemasfiguran en la Antología de poetas hidalguenses, y que después fueembajador en Chile. Don Rafael cometió el error de ser de-masiado áspero con el General Díaz, al querer imponer a suhermano como sucesor, por lo que se le presentó el GeneralLauro Villar diciéndole: “Vengo por su persona o por su re-nuncia... tengo suficientes fuerzas para hacerlo.” Enconsecuencia, el siguiente gobernador no fue un Cravioto sinodon Pedro L. Rodríguez.

Los antecedentes por parte de la familia Villagrán son intere-santes y se origina en ella una clara influencia de carácter liberal.Don Julián Villagrán, su tío bisabuelo, fue un General insurgenteque militó en las fuerzas de Nicolás Bravo, en la zona del centrodel país, siendo finalmente fusilado por los realistas. El estadode Hidalgo lo designó como uno de sus héroes para que su esta-tua formase parte de los monumentos que los distintos estadosde la república les dedicaron en el Paseo de la Reforma.

A mi padre le gustaba relatar la anécdota que en algún pa-saje de Olavarría y Ferrari se menciona: que don Nicolás Bravoestuvo, en alguna ocasión, a punto de mandarlo fusilar pormezclar sus actividades de matar realistas con las de robar lasvacas de sus paisanos. Sin duda el estado de Hidalgo conside-ró más importante el primer género de actividades, y que losegundo no difería totalmente de lo primero.

También relataba con frecuencia que Huichapan, durantela Guerra de Reforma, había abrazado la causa del PartidoLiberal, y que sus tías, las Villagrán, habían contribuido efec-tivamente en la resistencia contra el General Tomás Mejíacuando éste atacó Huichapan, cargando primeramente los ri-

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fles de los defensores y, en ocasiones, a medida que éstoscaían, utilizando ellas mismas las armas.

Posteriormente, Eduardo Suárez Villagrán emigrá dePachuca a Texcoco, donde estableció su despacho como no-tario, título que había obtenido en el Instituto de Pachuca yque era un grado inferior al de abogado; allí nació su hijo Eduar-do. En alguna plática, mi padre me refirió aspectos de la vidade Texcoco, que creo son de alguna significación para entenderla influencia del medio ambiente sobre su formación, y paraapreciar en General algunas facetas del porfirismo. Relatabaque Texcoco era un pueblo sumamente dinámico. Los perso-najes principales eran el jefe político, el juez de primera instanciay el coronel jefe de las operaciones. Tenían, desde luego, im-portancia los propietarios del comercio, algunos mexicanos comolos Ayala, y otros españoles. Había también dos pequeñas in-dustrias del vidrio, una de las cuales había ocasionado la llegadade obreros calificados alemanes que con sus esposas, un tantoliberales, significaban un impacto sobre la moral del pueblo. Entrela lista de notables se encontraba también el administrador derentas y del timbre, y finalmente el boticario, con el simpáticonombre de don Ruperto Jaspeado. Había una escuela oficial, elColegio del Estado de México, en donde cursó sus estudiosprimarios hasta el tercer año, y otra escuela particular.

La población de Texcoco era bella, con sus portales, losahuehuetes del Contadero y un jardín alpino que se llamabael Molino de Flores. También, como Huichapan, era una so-ciedad liberal en la que los muros de “la hermosa iglesia de laciudad servían principalmente como frontón para los mucha-chos”. Por aquellos días de incipiente revolución tecnológicauno de los principales pasatiempos del pueblo era contem-plar la llegada del tren.

La familia Suárez ocupaba una agradable casa que habíapertenecido antes a la hermana de don Benito Juárez Maza,

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casada con don Delfín Sánchez, y después al español donGaspar Rivera.

En alguna ocasión, Eduardo Suárez, de niño, recitó unosversos en un festejo con motivo de una visita que hacía donRamón Corral, amigo de la familia. Éste quedó muy impre-sionado, al grado que comentó: “Si Dios me da vida te he deoír en la Cámara.” Tiempo más tarde, padre e hijo fueron aver a don Ramón Corral, quien les proporcionó una carta paradon Pedro L. Rodríguez, gobernador del estado de Hidalgo,pues ese estado otorgaba becas a los estudiantes, de 25 pesosplata al mes. Les dijo que hicieran hincapié en que esa cartaera de su puño y letra. La beca fue concedida. Así EduardoSuárez hizo los estudios de 4o. a 6o. grado en el ColegioWilliams de la Ciudad de México, que era entonces una es-cuela primaria y comercial con una sección preparatoria, endonde hizo algunos estudios de contabilidad.

Con frecuencia relataba anécdotas de aquella época. Porejemplo, en las postrimerías del porfirismo y durante las cere-monias del Centenario de la Independencia, se organizabanespectáculos para presentar los avances realizados en Méxi-co. Una de ellas fue una demostración de artillería parapresentar un invento mexicano, el cañón St. Chaumont-Mondragón. Al iniciarse, en presencia del General Díaz, laspruebas de este cañón mexicano –que lo era porque tenía unaditamento para mejorar la distancia y puntería del cañón fran-cés–, se pudo apreciar que los disparos ni remotamente dabanen el blanco. Por lo que el oficial a cargo de la prueba tuvoque llamar a un viejo artillero para que resolviese el proble-ma. Después de la intervención de éste, el cañón comenzó adar en el blanco ante el aplauso de la concurrencia. Algunosde los soldados se aproximaron al viejo artillero para pregun-tarle qué era lo que había pasado, y cómo había corregido eldefecto, a lo que les contestó: “Le quité el inventito.”

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En la época de la Revolución la familia Suárez vino a radi-car en la calle de Soto, donde pudieron presenciar losacontecimientos de la llamada Decena Trágica. Estando loshermanos Eduardo y Antonio Suárez en su casa, y ausente supapá, entró uno de los soldados amotinados, en estado deebriedad, por lo que tuvieron que refugiarse en la azotea conel resto de la familia, llevando una pistola, conscientes de quesi el intruso llegaba hasta allí sería necesario utilizarla, situa-ción que, afortunadamente para los jóvenes, no se presentó.

Posteriormente Eduardo Suárez, padre, fue designado jefepolítico de Huichapan, a donde se fue a radicar con su espo-sa, mientras que Eduardo su hijo siguió en México paracontinuar sus estudios de preparatoria. Una de las grandescualidades que el hijo admiraba en el padre era su lealtad paracon los amigos. Él decía: “Los amigos siempre tienen la razóny hay que defenderlos cueste lo que cueste.”

Ingresó a la Escuela Nacional Preparatoria en el año de1908, siendo director don Porfirio Parra. De esa época datauna amistad que mantuvo durante toda su vida con don JoséMendoza y con el licenciado Arturo Puente. Este últimorefiere cómo la familia Suárez vivía entonces en la calle deSan Ildefonso, cerca de la Preparatoria, y cómo los jóvenesamigos se reunían con frecuencia para leer las obras de Ale-jandro Dumas: Los tres mosqueteros, El vizconde de Bragelonne,y las obras de Salgari, especialmente Sandokan. De allí sur-gió que –como se decía en la novela que Sandokan luchabacomo un jabato– al tomar clases de esgrima en la EscuelaNacional Preparatoria los tres amigos se decían unos a otrosque “luchaban como jabatos”, por lo que se les quedó elapodo de el “jabato Puente’’, el “jabato Suárez” y el “jabatoMendoza”.

Nunca escatimó elogios respecto a la Escuela Preparatoria,destacando particularmente el magnífico profesorado y el pro-

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grama de estudios, que incluía un limitado número de mate-rias formativas, a diferencia de la época actual, en que existeun gran número de materias, muchas de las cuales implicansimplemente el que los estudiantes repitan como pericos uncatálogo de datos con escaso valor educativo. En aquella épo-ca, en el primer grado se enseñaba básicamente aritmética,álgebra y geometría, y lengua nacional, con profesores de latalla de Martínez Sobral y de Ventura García. En el segundoaño se enseñaba nuevamente lengua nacional, trigonometría,geometría, analítica y cálculo; en tercer año, física y lenguanacional; en cuarto, botánica, química, literatura universal,con el distinguido profesor F. M. de Olaguíbel, e historia deMéxico con Carlos Pereyra y Fernando Iglesias Calderón.Quinto año, sociología, fisiología, lógica, con Antonio Caso yPorfirio Parra; psicología con Ezequiel A. Chávez, y literatu-ra con Luis G. Urbina y Pedro Henríquez Ureña.

Al mismo tiempo se refería a la gran disciplina que ahí existía;el prefecto Mancilla y Ríos constantemente hacía aparecer anun-cios con el nombre de algún estudiante “expulsado por grosero,insubordinado y soez”. Creo que nunca se podrá destacar lo su-ficiente el impacto altamente benéfico que aquella EscuelaNacional Preparatoria, dotada de buenos profesores y con unprograma de estudios que, aunque fuertemente influenciado porel positivismo, se orientaba hacia los aspectos formativos, tuvosobre toda una generación de ulteriores dirigentes del país.

En aquella época, de la Escuela Nacional Preparatoria sepasaba a las escuelas profesionales, como la Nacional de Ju-risprudencia, la de Medicina y la de Bellas Artes. Tambiénexistía una magnífica Escuela de Altos Estudios, una especiede Colegio de Francia, donde Antonio Caso hablaba sobre elproblema del conocimiento, y había introducido a pensado-res como Bergson, Boutrou y William Jame, que comenzabana sustituir al positivismo.

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Uno de los eventos importantes que le tocó presenciar enaquella época fue la huelga contra don Luis Cabrera en laEscuela Nacional de Jurisprudencia, que dio lugar a la crea-ción de la Escuela Libre de Derecho.

Eduardo Suárez ingresó en 1913 a la Escuela Nacional deJurisprudencia, a la que consideraba ya un tanto decadente, ytiempo después, como pasante, comenzó a trabajar con ellicenciado don Daniel Quiroz, profesor de Derecho mercan-til. Eran profesores, también, el constituyente don JoséNatividad Macías, don Antonio Caso, don Salvador Urbina,don Fernando González Roa, y don Manuel Macías. La becade estudios del estado de Hidalgo no sólo le ayudó a soste-nerse, sino que lo obligó a esforzarse por obtener las másaltas calificaciones, pues ello era condición para continuardisfrutándola. Sus principales compañeros de generación,además de los referidos, fueron Alfonso Caso, Alberto Vázquezdel Mercado, Juvencio Ibarra, Rafael Villagrán y “Chavo”Cardona.

Cursando el último año de la carrera fue nombrado profe-sor de sociología jurídica, que constituía una nueva materiaen México, y para la cual había muy escasa bibliografía. Eneste curso le tocó el difícil papel de ser profesor de algunos delos llamados Siete Sabios, algunos de los cuales fueron suscontemporáneos, y que entre sus variadas aficiones tenían lade hacerle difícil la vida a sus profesores. Logró evitar recelosutilizando el artificio diplomático de decir que él actuaríabásicamente como un moderador y un orientador de los tra-bajos en la materia.

Él pensaba que al recibirse ingresaría al prestigiado despa-cho del licenciado Daniel Quiroz en calidad de socio, puesasí se lo había ofrecido él, pero citaba con frecuencia comoejemplo de los cambios inesperados que da la vida y que leimpiden a uno programar una especialidad definida, que en

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su caso hubiese sido el Derecho mercantil, el de que al díasiguiente de recibirse se le presentó el diputado Vega Sáncheza decirle que tenía instrucciones del General Nicolás Flo-res, gobernador del estado de Hidalgo, para que loacompañara a verle.

En la entrevista que tuvo con el gobernador, éste le dijo:“Usted ha recibido una beca del estado y tiene obligaciónmoral para con él. ¿La reconoce? A lo cual, por supuesto,manifestó que sí. “Yo podría por tanto enviarle como jueza alguno de los pueblos de la sierra, no obstante, le ofrez-co el segundo puesto de mi gobierno, que es el de oficialmayor encargado del Despacho de la Secretaría Generalde Gobierno.”

El cargo fue aceptado y él se trasladó a Pachuca. El Gene-ral Flores aparentemente había tenido la idea de cubrir algunosde los puestos de su gobierno con funcionarios jóvenes, queno estaban maleados por los defectos de la política.

Con tal carácter, y dando muestra de sus dotes y vocaciónde jurista, participó en una interesante controversia, quizásúnica en la historia del Derecho constitucional, posterior a laConstitución de 1917. Después de promulgada ésta, habíasurgido la necesidad de que las legislaturas de los estados concarácter de constituyentes, hicieran los necesarios ajustes. DonNicolás Flores, de quien siempre se expresó mi padre en tér-minos encomiables por su acendrado patriotismo, se habíanegado a promulgar la Constitución reformada del estado deHidalgo, por contravenir disposiciones de la Carta Magna.

Se promovió controversia constitucional ante la SupremaCorte de Justicia para que “se condenara al gobernador delestado de Hidalgo a sancionar la Constitución aprobada”. LaCorte aceptó por unanimidad que: a) la ley local contrariabala Constitución y, que, b) el gobernador había procedido conpatriotismo; pero sobre el punto de si el Ejecutivo de un esta-

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do tenía facultades para negarse a promulgar una ley aproba-da por la legislatura, la votación se empató. Platicaba mi padreque, al conocerse este resultado, un amigo se le acercó y ledijo que se había ganado el pleito, pues aunque no hay leyexpresa mexicana para decidir este punto, existe un viejo pre-cepto del Derecho romano, de que, en caso de empate, eldemandado gana.

Posteriormente, los enemigos políticos del General Florespromovieron ante la Cámara de Diputados, erigida en juradode acusación, una acción en contra del General por haber co-metido delito político por incumplimiento de un deber oficial,es decir, el de no haberse promulgado la Constitución local.

Ya para entonces se había hecho una renovación normal de lalegislatura local, la que reconoció que la ley del estado era con-traria a la Carta Magna, y se desistió de la acción ante la Corte.Por otra parte, el licenciado Suárez había presentado un extensoalegato de que, en lo que se refería a la forma, la violación de laConstitución local era un delito que correspondería juzgar a lajurisdicción local y “nunca a las Cámaras federales”, y que, en loque se refería al fondo, debía regir el principio de que ningúnacto legislativo contrario a la Constitución era válido; como, ade-más, don Manuel Herrera y Lasso, gran constitucionalista yelocuentísimo orador, había presentado un brillante alegato ver-bal en la Cámara, el General Flores fue absuelto. La ConstituciónPolítica del estado de Hidalgo, que finalmente se promulgó el 20de septiembre de 1920, es considerada el legado revolucionariomás importante del General Flores.

Pachuca fue afectada por la turbulencia nacional durante lalucha electoral en la que se planteó el conflicto entre el Ge-neral Obregón y don Venustiano Carranza. El General Floresdesconoció a este último en mayo de 1920. Un día en la ma-drugada, estando en su casa de Pachuca, Eduardo Suárez fuedespertado por su mozo, que le avisó que en esos momentos esta-

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ban entrando en la ciudad los “carranclanes” y que el GeneralFlores se encontraba ausente. Estando mi padre en peligro de caeren manos de estas fuerzas enemigas, y, probablemente corriendoel riesgo de ser fusilado, el mozo le dijo: “Señor licenciado, herecurrido al truquito de la ‘estraterritorialidad’ que tanto han usa-do esos ingleses de Real del Monte. He conseguido una banderainglesa, la tengo ya sobre el coche y con ésa puede salir usted dePachuca”, estratagema que efectivamente le permitió escapar dela ciudad y refugiarse en la sierra con las fuerzas adictas al GeneralFlores, que posteriormente volvieron a ocupar Pachuca.

El 24 de junio de 1920 contrae matrimonio con la señoritaLeonor Vázquez, hija de don Rafael Vázquez, propietario dela antigua hacienda de la Concepción en las cercanías dePachuca. Al concluir su período como secretario de gobiernoen el estado de Hidalgo, nuevamente participó en la políticadel estado, en esta ocasión como candidato a diputado porHuichapan para la legislatura local, y dentro del grupo políti-co del doctor Cutberto Hidalgo, candidato a gobernador. Enesta ocasión tuvo que medir fuerzas con su amigo Javier RojoGómez, también de Huichapan (y con Rojo Herrera), queapoyaba al General Azuara. La lucha electoral fue enconada.La legislatura del doctor Hidalgo protestó en los altos deldesaparecido Teatro Bartolomé de Medina el 18 de febrerode 1921; pero con el apoyo del General Calles, ministro deGobernación, la otra legislatura del General Azuara, con ayu-da del ejército, desalojó a los hidalguistas,1 obteniendo así eltriunfo de los contrarios. Eduardo Suárez se vio obligado aradicar definitivamente en México. Don Cutberto Hidalgo fuepremiado posteriormente con la Secretaría de Relaciones Ex-teriores, y Rojo Gómez quedó como Presidente de lalegislatura local, iniciando así una larga trayectoria política.

1 Agradezco esta información a la señora Florencia Vázquez de Escobedo yal señor Efrén Meneses Villagrán.

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Hay una anécdota que refiere la maestra Irene Flores, her-mana del General, que describe qué clase de persona era, y porqué seguramente tendría un impacto sobre el joven Suárez.

Mi hermano Nicolás ya no era gobernador y vivía enZimapán, hasta donde llegó el agente de una casa co-mercial a cobrar una cuenta de doscientos pesos queno se le había cubierto en la Tesorería, por cierta mer-cancía que había entregado a las oficinas públicas. ElGeneral explicó que reconocía el adeudo pero que ca-recía de dinero para cubrirlo, y explicó al agente la formaen que había manejado el caudal del pueblo. Ante estoel agente, entre sorprendido y conmovido, abrazó aNicolás y le dijo que era la primera vez que conocía aun hombre que habiendo podido disponer de todo eltesoro público vivía pobre. Mi hermano fue pagandopoco a poco la cuenta pendiente hasta que la saldó...

Del período de 1921-1925 se carece de mayores datos. Entodo caso se sabe que durante este período impartió diversoscursos en la Universidad de México. Principalmente dictó loscursos de teoría General del Derecho y de Derecho indus-trial, en 1924, 1925, y 1926. Figuran en sus registros de clasesde esas épocas, distinguidos juristas y funcionarios públicos,como don Roberto Córdoba, Mario de la Cueva, ManuelPalavicini, Ricardo J. Zevada, Salomón González Blanco yManuel Sánchez Cuen. Además, fue sinodal en el curso deDerecho internacional público de Antonio Carrillo Flores,Ezequiel Burguete y Alfonso Cortina.

Su experiencia y prestigio académico en la materia de Dere-cho industrial, de la cual es considerado uno de los fundadores,le valió ser designado como primer Presidente de la Junta deConciliación y Arbitraje del Distrito Federal. Las memoriascontienen una alusión al carácter difícil de ese cargo, dada la

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fuerza política que tenía entonces Luis N. Morones, y suscontinuas intromisiones, pero refiere cómo pudo sortear losproblemas con el apoyo del Presidente Calles, que ratificabasus dictámenes porque “estaban bien fundamentados”.

II. Desarrollo institucional y apertura hacia el exterior(1926-1935)

Comentarios y recuerdos se inician con una referencia a las con-versaciones y convenios de Bucareli, que se negociaron siendoPresidente el General Obregón y ministro de Relaciones donAlberto J. Pani, en el período comprendido entre mayo y agostode 1923, y que precedieron al reconocimiento del GeneralObregón, por parte del gobierno del Presidente Coolidge, confecha 30 de agosto.

La Comisión General de Reclamaciones, uno de los deriva-dos de dichos convenios, tuvo su primera sesión en agosto de1924, la segunda en junio de 1925, la tercera en febrero-mar-zo de 1926. El 11 de junio de 1926, Eduardo Suárez esdesignado abogado auxiliar de la agencia mexicana en dichaComisión, a tiempo para participar en la cuarta sesión que secelebraría en Washington, en octubre-diciembre de ese año.Ya para entonces, el General Calles es Presidente constitu-cional, y su Secretario de Relaciones es don Aarón Sáenz.

El famoso caso de Laura Buffington Janes contra Méxicose ventila precisamente durante ese cuarto período de sesio-nes. Como se refiere en las memorias, este caso tiene especialsignificación para Eduardo Suárez, debido a que hasta esemomento él había estado en una situación un tanto segundonafrente a sus compañeros de delegación. Su éxito en este caso,que todos daban por perdido, aumentó su prestigio. Además,el alegato se convierte en un clásico en Derecho internacio-nal, ampliamente comentado por los tratadistas. Füller, en su

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libro The Mexican Claims Commission dice textualmente: “el casoJanes se ha convertido ya en un caso clásico, y amerita unadiscusión extensa”. El caso en sí se refiere a una reclamaciónplanteada por los Estados Unidos a nombre de la viuda ycuatro hijos de un ingeniero norteamericano que había sidoasesinado por un mexicano. La reclamación se fundaba enque las autoridades mexicanas habían sido negligentes en apre-hender y castigar al asesino, y se pedían 25 000 dólares pordaños. El agente americano sostenía la posición de que lamedida de los daños debería ser la de los sufridos por la recla-mante como resultado de la muerte de su esposo, y que México,al fracasar en la aprehensión del asesino, había condonado yratificado el acto criminal haciendo de él, en consecuencia,un acto propio. El agente mexicano había argumentado quelos daños podrían ser determinados en dinero sólo si se de-mostraba que la negligencia del gobierno, y no del crimenmismo, había sido la causa directa del daño. En la decisiónfinal, no se llegó tan lejos como quería Eduardo Suárez, en elsentido “de declarar la irresponsabilidad del Estado”. Así lorefiere en sus memorias, añadiendo que quizás el comisiona-do mexicano Fernández Mac Gregor debió de haber formuladoun voto particular; en todo caso, aun la solución de compro-miso que se dictó fue objetada por el comisionadonorteamericano. La decisión acepta que hubo claramente unafalla por parte de las autoridades mexicanas al no llevar acabo una acción pronta y eficaz para aprehender al asesino, yque, por lo tanto, debería acordarse una suma de indemniza-ción. En lo que toca a la medida de los daños, una distinciónfue establecida entre el daño causado por la muerte misma,de la cual el asesino es el único responsable, y el daño por ladenegación de justicia ocasionada por no haberse castigadoal asesino. El gobierno mexicano fue absuelto de los dañoscausado por el asesinato propiamente dicho, pero hubo de

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indemnizar por el daño personal causado a los reclamantespor la “no aprehensión” y “no castigo” del asesino.

El 1o de mayo de 1927, don Aarón Sáenz dejó la Secretaríade Relaciones Exteriores, y don Genaro Estrada quedó comosubsecretario encargado del Despacho.

Eduardo Suárez es designado subagente de la Comisión deReclamaciones de México con el Reino Unido, con fecha 16de agosto de 1928. Después del asesinato de Obregón, eselegido Presidente provisional el licenciado Emilio Portes Gil,y toma posesión el 1o de diciembre de 1928. Dentro del nue-vo gobierno mi padres es designado, el 1o de enero de 1929,abogado consultor de la Secretaría de Relaciones Exteriores,que equivalía al puesto de director del Departamento Jurídi-co de la mencionada dependencia. El 5 de febrero de 1930sobreviene nuevo cambio de gobierno con don Pascual OrtizRubio, quien designa a don Genaro Estrada Secretario deRelaciones Exteriores. Probablemente fue éste el ministro deRelaciones Exteriores a quien Eduardo Suárez profesabamayor admiración.

El Secretario de Gobernación de don Pascual Ortiz Rubiofue el propio don Emilio Portes Gil, quien, como se indica enlas memorias, ofreció el puesto de subsecretario a EduardoSuárez, que no aceptó por haberse comprometido ya a asistir ala Conferencia de Codificación del Derecho Internacional quese iba a celebrar en La Haya, entre el 13 de marzo y el 12 de abrilde 1930. En dicha Conferencia fue designado vicepresidente.

A su regreso a México, y como consecuencia de los contac-tos que él estableciera en La Haya con el delegado francéspara solucionar las reclamaciones pendiente entre México yFrancia, es designado representante mexicano ante dichaComisión el 17 de septiembre de 1930. Con esto culmina unacadena de ascensos, ganados gracias a su experiencia jurídi-ca, en las Comisiones de Reclamaciones, habiéndose iniciado

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apenas como abogado auxiliar en la Comisión General deReclamaciones entre Estados Unidos y México; posteriormen-te fue designado subagente en la Comisión entre México y elReino Unido, aunque de hecho actuó como agente, y, por últi-mo, con la investidura más alta, que era la de comisionado.

No solamente se señala su competencia en temas relacio-nados con el Derecho internacional. Durante este período,aprovechando su experiencia adquirida en la cátedra de De-recho industrial y como Presidente de la Junta de Conciliacióny Arbitraje, le queda tiempo para ejercer las funciones de Pre-sidente de la comisión redactora de la Ley Federal del Trabajo,que resultaría aprobada por las Cámaras en agosto de 1931.

El año de 1931 se caracteriza por una fuerte depresión eco-nómica en México. Para intentar resolverla, el Plan Calles sepresenta en el mes de julio. En ese mismo año –el 7 de sep-tiembre–, México ingresa a la Sociedad de las Naciones,aunque no hubo ya suficiente tiempo para que la delegaciónmexicana pudiera asistir a ese período de sesiones en Gine-bra. Eduardo Suárez había tenido la gran pena de sufrir, el díaanterior, el trágico fallecimiento de su esposa Leonor.

Los problemas económicos y políticos durante 1931 y 1932ocasionan dos crisis ministeriales; la primera, en octubre de1931, que afecta a los miembros militares del gabinete, y lasde 1932, que atañen a la Secretaría de Relaciones Exterioresy a la de Hacienda. Don Genaro Estrada deja la Cancillería el20 de enero de 1932, según versiones que entonces circula-ron por no haber llegado a un acuerdo sobre la prórroga de lasComisiones de Reclamaciones con Estados Unidos. Se le de-signa embajador en Madrid, y en su lugar es nombrado Cancillerdon Manuel C. Téllez, que había llegado a convertirse en eldecano de los embajadores en Washington, pues tuvo a sucargo la representación mexicana desde el año de 1920, pri-mero como encargado de negocios, y, desde 1925, como

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embajador. Los sustituye como embajador en Washington, afines de 1931, don José Manuel Puig Casauranc.

Las gestiones para prorrogar la Comisión General de Recla-maciones con Estados Unidos se llevarían a buen término enel período comprendido entre febrero y junio de 1932.

El fracaso del Plan Calles y la continuación de la severa rece-sión en México, provocan la renuncia de don Luis Montes deOca y el nombramiento de don Alberto J. Pani, como Secretariode Hacienda, en enero de 1932. En un período de febril activi-dad para el desarrollo de la estructura financiera del país, y comoestímulo a la actividad económica, se dicta en marzo de 1932una nueva Ley Monetaria para aumentar rápidamente lacirculación de monedas de plata. Asimismo, se promulgan lasdos leyes en cuya elaboración participó Eduardo Suárez: laLey de Títulos y Operaciones de Crédito, en agosto de ese año,que es principalmente obra suya y de don Miguel Palacios Macedo,y la Ley de Instituciones de Crédito del mes de mayo, cuyo prin-cipal autor fue don Manuel Gómez Morín.

Durante ese año de gran tensión política, sobreviene la re-nuncia, en septiembre, de don Pascual Ortiz Rubio, y elCongreso elige Presidente de la República a don Abelardo L.Rodríguez. También en ese mes participa por primera vez ladelegación mexicana en las sesiones de la Sociedad de lasNaciones, en Ginebra, siendo Eduardo Suárez el Presidentede esa delegación.

A finales del año, el fallido intento de renegociar el asuntode El Chamizal dio por resultado la renuncia de don ManuelC. Téllez como Secretario de Relaciones, acaecida el 21 dediciembre de 1932, y la designación de don Manuel PuigCasauranc para ocupar dicho puesto.

En 1933, Eduardo Suárez participa ya en las negociacionesen Nueva York, relacionadas con los bonos de la vieja deudaexterna pública de México. En esta época, su participación serefería a los litigios sobre la propiedad de ciertos fondos que

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custodiaba el Comité de Banqueros. Pero dicha experienciale serviría, seguramente, en las discusiones, que se prolonga-ron hasta 1942, cuando como Secretario de Hacienda llegó aun convenio final.

En el mes de junio asiste por primera vez a una conferenciaeconómica internacional: la Conferencia Económica de Lon-dres. Tiene en ella una participación importante, puesrepresenta a México en las negociaciones del convenio de laplata, cuestión de gran importancia para el país en aquellaépoca, y que resultó ser uno de los pocos logros concretos dela Conferencia.

El 28 de septiembre de 1933 renuncia don Alberto J. Pani a laSecretaría de Hacienda, cargo que ocupa temporalmente el Ge-neral Calles, y como subsecretario Marte R. Gómez, quienasumiría poco tiempo después el puesto de secretario. Sentíagran afecto Eduardo Suárez por don Alberto J. Pani, de quienhabía sido, como se indica en las memorias, colaborador en mu-chas oportunidades. Había un rasgo de su personalidad que lodistinguía sobre la mayoría de los políticos mexicanos. EduardoSuárez decía que don Alberto era de una lealtad y consideraciónextrema hacia sus subordinados, difícil para con sus iguales, peroinsufrible para sus superiores. Este rasgo de su personalidad semuestra cuando renuncia por primera vez a la Secretaría de Ha-cienda, como protesta por el trato injusto que le da el GeneralCalles a uno de sus colaboradores, pero también explica la causade su desavenencia con don Abelardo L. Rodríguez, quien con-sideró que no se le daban las atenciones propias de su investidura.Corre la anécdota de que al enviarle a don Pascual Ortiz Rubiodocumentos para la firma, en lugar de entregarle el texto com-pleto, simplemente le presentaba la última página. Si bien estetipo de actitudes fueron toleradas por don Pascual Ortiz Rubio,no lo fueron por don Abelardo L. Rodríguez.

En diciembre de 1933 Eduardo Suárez participa en la Con-ferencia Panamericana de Montevideo. Esta reunión fue

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sumamente importante porque en ella afloraron algunos delos primeros elementos de lo que sería la política exterior delPresidente Roosevelt hacia América Latina. Un ejemplo sig-nificativo es el reconocimiento por parte de los Estados Unidosdel principio de la no intervención en los asuntos internos delos países del hemisferio, principio que había sido promovidoactivamente por la delegación mexicana. La plataforma fallidade la delegación mexicana, inicialmente preparada por la Se-cretaría de Relaciones a propuesta del ministro Puig Casauranc,demuestra la importancia de las lecciones de historia, y cómoésta con frecuencia se repite. Dichas directrices inicialmente seaceptaron porque resultaban “imaginativas” y “audaces”, ropajeque normalmente oculta el amateurismo y la falta de realismo enlas relaciones externas con los demás países.

En efecto, al intentar el Secretario de Relaciones proponeren la Conferencia una moratoria de pagos, no distinta a la quedécadas más tarde se ha considerado, ésta fue rotundamentedesechada por razones prácticas y por el impacto que hubieratenido sobre las negociaciones en materia de créditos exter-nos que diversos países del hemisferio estaban realizando.

Esta conferencia es igualmente importante porque en ellase plantea por la delegación de México la propuesta de unbanco para financiar el desarrollo de América Latina, en unestudio elaborado por Daniel Cosío Villegas. Eduardo Suárez,con un bien establecido prestigio en el campo de la responsa-bilidad jurídica de los Estados, tuvo una participacióndestacada en esta materia, y presidió la tercera subcomisiónque se abocó a estas cuestiones.

III. El impulso al desarrollo económico de México(1935-1946)

Eduardo Suárez se hace cargo de la Secretaría de Hacienda el17 de junio de 1935, al ocurrir la escisión entre el Presidente

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Cárdenas y el General Calles, saliendo del gabinete los miem-bros adictos a este último.

Eduardo Suárez desempeñaba en ese momento el cargo dedirector del Departamento Jurídico de la Secretaría de Rela-ciones. Si bien el nombramiento parecía un tanto sorpresivo,lo cierto es que tenía importantes antecedentes en el campohacendario. A su regreso del estado de Hidalgo, había ocupa-do puestos ocasionales en la Secretaría de Hacienda, conGómez Morín; había colaborado con el ingeniero Pani en lareforma monetaria de 1932; participó en la Conferencia Eco-nómica de Londres, y trabajó con el ingeniero Marte R. Gómez,quien sucedió en la Secretaría a Pani, en cuestiones referen-tes a la emisión de los bonos de caminos, y también en lasnegociaciones con el Comité Internacional de Banqueros, re-lacionadas con la vieja deuda externa.

Además, en aquella época, y especialmente a partir de 1938,la política hacendaria y la política internacional estaban ínti-mamente vinculadas, por lo que sus conocimientos y laexperiencia adquirida en materia de política exterior y dere-cho de agentes eran de gran valía.

Su gestión hacendaria se inicia en 1935, dentro de un con-texto económico General relativamente favorable que duraráhasta mediados de 1937, en que comienzan a sentirse los efec-tos de la recesión mundial. El 5 de diciembre de 1935 contraesegundas nupcias con la señorita María de la Luz Dávila, aquien había conocido en la Secretaría de Relaciones. Se ini-ciaba un matrimonio ejemplar, que duraría 41 años.

En estos primeros años, quizás lo más significativo es lacontinuación del importante desarrollo institucional en ma-teria financiera. Aunque la Ley de Instituciones de Seguros sehabía venido elaborando desde la administración de Bassols,se promulga en agosto de 1935, constituyendo un esfuerzoimportante para canalizar el ahorro público hacia el proceso

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productivo nacional, y, de hecho, significó la nacionalizaciónde este importante sector. Asimismo, tiene especial impor-tancia la revisión de la Ley Orgánica del Banco de México, en1936, con la que, como dijo Eduardo Suárez, “el Banco vaentrando paulatinamente en sus funciones de verdadero ban-co central”, dentro de un proceso de continuos ajustes de lasinstituciones al desarrollo económico de México, ya que “laley debe ser una cosa estable, pero nunca inmóvil”.

Se inician, igualmente, por iniciativa del Secretario de Ha-cienda, importantes ajustes en el terreno tributario, con lapromulgación de la Ley de Justicia Fiscal (31 de agosto de1936), en cuya elaboración tuvo un papel principal don An-tonio Carrillo Flores; la instalación del Tribunal Fiscal (1o deenero de 1937), y, posteriormente, la promulgación del Códi-go Fiscal (31 de diciembre de 1938), al que hizo unacontribución muy importante don Alfonso Cortina. Esto obe-dece a que, si bien se estaba consciente de que no se podíanaumentar los tributos en un México empobrecido por la Re-volución, sí había un amplio campo para mejorar laadministración tributaria. Un elemento importante en esteesfuerzo era el restablecimiento de la confianza del causanteen el uso que el fisco daba a esos recursos, y la seguridad deque al mismo causante se le daría un trato equitativo y con-forme a normas de Derecho. Asimismo, la creación de estasleyes y de estas instituciones expresaba una preocupaciónfundamental de Eduardo Suárez, que se manifestaría de ma-nera continua en contra de la corrupción en el área fiscal.Así, en el discurso de instalación del Tribunal Fiscal, se diri-gió en estos términos a los magistrados:

El gobierno espera que ustedes empeñarán su propio pres-tigio y convicciones personales para inmunizar al tribunaldel contacto impuro de los traficantes de la justicia...

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... y reflexionad si ninguna consideración distinta a laaplicación equitativa, es decir, imparcial de la ley, hamovido vuestra conciencia, y así alguna vez podáismerecer de la posteridad el juicio recaído sobre el Con-sejo de Castilla, el que “nunca cometió una injusticia”.

Años después, en un discurso pronunciado ante las Cámarasde Comercio, se referiría a este mismo problema:

Reconozco que las leyes fiscales son a veces vejatoriasy molestas, y justificado el que los causantes se quejeny protesten contra ellas; pero hay que reconocer tam-bién que el fraude al fisco es un vicio muy generalizado.Quiero hacer alusión también a la deleznable moral quereconozco existe en un gran número de agentes de laautoridad y especialmente en los del fisco. Frente a tanlamentable fenómeno, el público se limita a gastar in-geniosas sátiras, a formular acerbas críticas contra elgobierno, a observar tan condenable práctica con apa-tía e indiferencia, para caer al fin en la colusión inmoraldel causante con el agente prevaricador. Urge, ustedeslo comprenden conmigo, una vigorosa reacción del cuer-po social contra la ola de corrupción e inmoralidad queamenaza destruir las bases mismas de la autoridad yenvenenar las propias fuentes de la vida social.Uno de los más grandes jurisconsultos contemporáneos,Rodolfo Jhering, hace observar que el inglés gasta unalibra para defender un penique, pero que al seguir talactitud en realidad contribuye al establecimiento delorden y al respecto del derecho, con lo que a la postreresulta beneficiado. ¿No sería posible que en las Cáma-ras de Comercio e Industria, diez, cien, mil de susmiembros contrajeran el compromiso con ellos mismos,

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con su organización profesional y con el Estado de queen ningún caso y por motivo alguno contribuían con suacción u omisión al fenómeno o permanencia de talcorruptela y defenderse ante las autoridades superioresy los tribunales, contra las amenazas y tropelías de losagentes y mantenerse impávidos sin transición ni te-mor cuando esos agentes trataran de usar esas amenazas,con lo cual sin duda se pondría un costo a tal régimenen beneficio de todos?

Estas actividades e ideas reflejan cómo en la políticahacendaria de Suárez, el sistema de política económica y elsistema jurídico constituyeron dos estructuras de desenvol-vimiento paralelo y de apoyo recíproco.

Para promover el comercio exterior y desarrollar una políti-ca coherente en materia de producción y precios de materiasprimas, se funda en 1937, en el mes de julio, el Banco Nacio-nal de Comercio Exterior. Como él lo indica en su discursoante la Comisión Nacional Bancaria, “el nuevo banco aten-derá de una manera muy especial el crédito a la producciónmisma para procurar el aumento del volumen exportable”.Así se continuaba con la integración del sistema de créditonacional. En materia bancaria, como en materia industrial,siempre consideró que el Estado mexicano debía de partici-par en todas aquellas actividades de fomento para las cuales,por razones de riesgo o de insuficiencia de recursos, la inicia-tiva privada no estaba deseosa o preparada para asumir laresponsabilidad.

Durante la segunda mitad de 1937, y en 1938, se producencambios importantes en el giro de la política financiera, pro-vocados, a su vez, por cambios drásticos en las circunstanciaspolíticas y económicas del país. Durante 1937, el PresidenteCárdenas intensifica el proceso de reforma agraria en La La-

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guna, que atañe, principalmente, al importante sector algo-donero, y posteriormente en Yucatán, lo cual afecta al sectorhenequenero –ambos importantes productos de exportación.A fin de que estos cambios trascendentales en la orientaciónpolítica no afecten al proceso productivo, es necesario finan-ciar la conversión de una estructura agrícola de producciónhacia otra de tipo totalmente distinto. Esta reforma tiene nosolamente repercusiones internas sino también externas. Enlas memorias se hace alusión a los importantes esfuerzos delSecretario de Hacienda para convencer a las grandes empresasextranjeras comercializadoras de los productos, como Anderson& Clayton, de continuar financiando a los nuevos productores.

Por otra parte, durante esta época surge el problema con lascompañías petroleras, lo cual ocasiona importantes fugas decapital, en parte por la incertidumbre política y en parte por-que las compañías mismas utilizan este recurso comoinstrumento de presión. La nacionalización de los Ferrocarri-les y la Ley de Expropiación de 1936, tampoco fueron,ciertamente, bien recibidas por los medios conservadores.

No es de extrañarse, pues, que en esa coyuntura surja lanecesidad de que el gobierno recurra al financiamiento defi-citario (la diferencia entre el gasto necesario y los ingresosreales percibidos se cubre con la máquina de hacer billetes).Por una parte, este financiamiento deficitario obedece a lanecesidad de a llevar adelante, de manera vigorosa, el progra-ma de obras públicas en materia de electrificación, riego,transportes y de apoyo al sector agrícola e industrial, inclu-yendo el financiamiento de la nueva estructura agrícola. Enesta época, por ejemplo, se inicia el Ingenio de Zacatepec,que se inaugura el 5 de febrero de 1938. Por otra parte, esnecesario llevar adelante una política compensatoria en unsentido similar al que ésta tiene en el contexto de una econo-mía avanzada, con el fin de amortiguar la recesión que se

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inicia a partir de mediados de 1937, y con el fin también decompensar, a través de la expansión del crédito hacia el sec-tor privado, la caída en los depósitos y la ausencia de liquideza que había dado lugar la salida de capitales.

El sobregiro, como muchos otros conceptos, tuvo en susorígenes una connotación jurídica así como económica. Laley del Banco de México establecía como tope al saldo deu-dor del gobierno el 10% de los ingresos anuales de éste,incluyendo también las inversiones en valores. En 1937, di-chos ingresos eran de algo más de 400 millones de pesos, conlo cual la deuda autorizada sería de 40 millones. El sobregirode alrededor de 90 millones que se produjo en 1937 represen-taba algo así como el 20% del presupuesto, pero sólo 1,3%del producto interno bruto. La cifra de 118 millones del saldodel sobregiro en septiembre de 1940, a que se refiere Eduar-do Suárez en sus memorias y en el informe, es de la mismamagnitud del PIB (1,4%). El financiamiento deficitario en1976 alcanza 10% del producto interno bruto.

Como dice el informe presidencial de 1940 en la parte res-pectiva a Hacienda:

La cantidad arriba anotada representa un exceso de lasposibilidades normales de la Hacienda Pública, pero sise compra su monto con el total de los ingresos mane-jados durante los seis años de la administración, y seconsidera el incremento que ha resultado para el patri-monio nacional, como producto de las inversionesrealizadas en materia de obras públicas y otros ramos,se apreciará como justificado el uso del crédito extraor-dinario del gobierno federal con el Banco de México.En todo caso el crecimiento del gasto público y la con-siguiente apelación al empréstito se justifica por lanecesidad de acometer la ingente tarea constructiva de

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la Revolución en un país de gran riqueza potencial, peroque sólo puede ser hecha efectiva a costa de inversio-nes, obras y servicios de ejecución muy costosa.

El conjunto de factores arriba señalados: recesión, salida decapitales, gasto público, y finalmente la propia expropiaciónpetrolera, ocasionaron que fuese necesario abandonar, el 18de marzo de 1938, el tipo de cambio de 3,60 pesos por dólarque había prevalecido desde 1933. El tipo flotaría hasta fina-les de 1940, cuando se estableció la paridad a 4,85.

Don Antonio Carrillo Flores en su estudio sobre el Sistemamonetario mexicano, publicado en 1946, dice lo siguiente:

Fue entonces cuando el gobierno, aconsejado por elSecretario de Hacienda, licenciado Eduardo Suárez,tomó la decisión valerosa y certera de que el Banco deMéxico abandonara el tipo de $3.60 y en lugar de pre-tender, a base de procedimientos restrictivosdeflacionistas, sostener artificial y violentamente unacotización relativamente elevada de nuestra moneda entérminos de oro y de las otras divisas, proclamó la pri-macía de las necesidades interiores, e inyectando signosa la circulación a través de un programa intenso de gas-tos públicos, logró que la vida normal del país y sudesarrollo económico prosiguieran su curso a pesar detodos los obstáculos y dificultades de orden exterior deque estuvieron llenas aquellas épocas.

En todo caso, esta situación ocasionó que, por decreto del 28de diciembre de 1938, se reformaran las reglas del juego delas relaciones tesoro público-banca central, autorizando algobierno federal para emitir certificados de Tesorería para fi-

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nanciarse con el Banco de México, documentándose así elsobregiro.

Seguramente, uno de los rasgos ejemplares de la políticahacendaria de esta época fue la forma como ésta se ajustó alos imperativos de la gran política nacional, buscando por unlado coadyuvar a su realización, pero tratando, por el otro, deminimizar algunos de los efectos económicos nocivos queesta gran política ocasionara. Es decir, además de realizar losmáximos esfuerzos que las circunstancias permitían en mate-ria de administración tributaria y del gasto –no había entoncesmuchas otras alternativas–, se buscó financiar el sobregiromediante un convenio con la compañía El Águila, que otor-garía una fuerte regalía por la explotación de terrenosnacionales en la zona de Poza Rica, y se iniciaron negociacio-nes con Morgenthau, Secretario del Tesoro de los EstadosUnidos, para establecer un acuerdo bilateral de financiamiento,según el cual Estados Unidos contribuiría, de manera impor-tante, al desarrollo económico de México; ambos planesfracasaron con la expropiación petrolera.

En suma, como dice Antonio Manero, un contemporáneo,en el libro La revolución bancaria en México:

La lucha sostenida en el campo financiero e industrialpor el gobierno del Presidente Cárdenas y su Secretariode Hacienda, licenciado Eduardo Suárez, puede consi-derarse como una de las más difíciles y másvalientemente diputadas de cuantas se han presentadoen la historia económica de México.

El episodio de la expropiación petrolera implica que, a partirde marzo de 1938, la política financiera quedaríaindisolublemente vinculada a la política internacional deMéxico. Este vínculo, estrecho quizás, no se rompe sino has-

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ta 1942, con la negociación final del convenio de la deudaexterna. Este hecho hizo que el Secretario de Hacienda prác-ticamente actuara también como ministro de RelacionesExteriores. La necesidad de una integración armónica entrela política hacendaria y la política internacional se ha repeti-do en diversos momentos críticos de nuestra historia.

La parte más difícil de las negociaciones bilaterales, quizás,va del 18 de marzo de 1938 hasta el momento en que la gra-vedad de la situación aconseja la carta del General Cárdenasal Presidente Roosevelt, el 29 de julio de 1939, a la que sehace referencia en las memorias. En el ínterin se producen lasvisitas del señor Richberg, representante de la Standar Oil,que conversa en dos ocasiones con el General Cárdenas, enmarzo de 1939 en la Ciudad de México, y en mayo del mismoaño en Saltillo. A partir de la carta al señor Roosevelt y lasactivas negociaciones llevadas a cabo por el Presidente, elSecretario de Hacienda y el embajador Castillo Nájera con elseñor Hurley, representante del grupo Sinclair, desde finalesde 1939 se produce un clima de continua mejoría en las nego-ciaciones, que alcanzan su primer éxito en 1940, con elentendimiento final entre el señor Sinclair y el gobierno deMéxico, puesto que se rompe el frente unido de las compa-ñías petroleras; y posteriormente, en la Conferencia de LaHabana, en 1940, en el mes de julio, cuando, como resultadode las conversaciones entre el licenciado Suárez y el Secreta-rio de Estado de Estados Unidos, señor Hull, comienzan aplantearse las bases para la participación directa de los go-biernos en un mecanismo de resolución del conflicto.

En 1940 se desarrolla con gran intensidad la campaña parala sucesión presidencial en la que participan los generales ÁvilaCamacho, Almazán y Sánchez Tapia. Don Luis Montes deOca, partidario de Almazán, renunció en septiembre de 1940a la Dirección General del Banco de México, y lo sucede

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Eduardo Villaseñor, que había desempeñado la Subsecreta-ría de Hacienda.

En diciembre de 1940 sobreviene el cambio de gobierno, yse inicia el período presidencial de don Manuel ÁvilaCamacho. En las memorias se relata la forma cómo concreta-mente el General Ávila Camacho le ofrece a Eduardo Suárezel continuar con la cartera de la Secretaría de Hacienda. Eldoctor Chávez me comentó cómo el General Cárdenas, supaisano, le dijo que él había recomendado al General ÁvilaCamacho que conservara al Secretario Eduardo Suárez, “porlo justo de sus consejos, la solidez de sus conocimientos, yporque estaba seguro de que con toda tranquilidad podríadejar en sus manos el tesoro público”.

Suárez y Cárdenas representan uno de los “binomios másextraños de la política mexicana”; eran tan diferentes en an-tecedentes, educación, intereses, que no puede menos quesorprender el estrecho grado de colaboración y entendimien-to, la mutua admiración que desarrollaron. Probablemente,una explicación parcial radique, además de en las diferenciasmismas, en el alto grado de inteligencia natural de ambos, susentido común, la extraordinaria sencillez en el trato y su hon-radez y patriotismo.

No menos sorprendente que su colaboración con Cárdenases su continuación como ministro en un régimen que, comoel del General Ávila Camacho, seguiría orientaciones de or-den político tan distintas.

Sin embargo, es posible que las diferencias no hayan sidotan grandes como las similitudes, o si lo fueron, las constan-tes fueron tan importantes como los cambios. Él mismo loinsinúa al decir, contra muchas opiniones, que la industriali-zación de México se inició con Cárdenas, así como tambiénque la política agraria y obrera no se detiene con ÁvilaCamacho. En todo caso, él, como ministro de Hacienda, si-

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guió una política económica en constante transformación, evo-lucionando conforme se ascendían los peldaños que, enmuchos casos, él había colocado, pero con un indudablecontinuismo en términos de proseguir la industrialización delpaís y eliminar los obstáculos que la asediaban: la ausencia decrédito externo, el escaso desarrollo del sistema monetario ydel mercado de capitales. Una de las pruebas más patentes desu habilidad y uno de los rasgos característicos de su gestiónfue su adaptación a dos gobiernos y dos personalidades dis-tintas, pero, al mismo tiempo, lograr sostener los elementosconstantes en su política hacendaria.

Ya con el cambio de gobierno y pasada la parte más difícilde la crisis petrolera, la Secretaría de Hacienda pudo, en cir-cunstancias más favorables, intensificar los esfuerzos hacialas tareas de desarrollo económico, tanto promoviendo direc-tamente empresas como realizando nuevos ajustes de carácterinstitucional. Así, en diciembre de 1940, se promulga la nue-va Ley Orgánica de Nacional Financiera (Nafinsa); el 7 denoviembre de 1941 empieza a operar la Compañía deAtenquique; el 6 de julio de 1942, Altos Hornos de México,empresas ambas en las que el Secretario había puesto unadedicación personal, contando con la entusiasta colaboracióndel director de la institución, don Antonio Espinosa de losMonteros.

Simultáneamente, y sobre las bases establecidas en la Con-ferencia de La Habana, prosiguen las negociaciones tendientesa la resolución del conflicto petrolero, de tal suerte que en losconvenios de noviembre de 1941 se establece una mecánicaque resultaría definitiva para resolverlo, un comité de peritajemixto (el Cooke-Zevada) que se reuniría para determinar elmonto de la indemnización y que presentaría un informe queresultó aceptable para los dos gobiernos, en abril de 1942.Asimismo, los convenios de ’41 fijan el inicio del restableci-

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miento del crédito externo de México, con la concesión de uncrédito de 30 millones de dólares por el EXIMBANK y elestablecimiento de un fondo de estabilización de 40 millonesde dólares en la Tesorería norteamericana.

Los esfuerzos para una rehabilitación total continuarían hastalograr, por los convenios de noviembre de 1942, larenegociación final de la vieja deuda externa de México.

Resueltos los principales problemas para restablecer las re-laciones económicas con el exterior en un plano de normalidad,a saber: la solución del conflicto petrolero, la renegociaciónde la deuda externa, y la solución final de las reclamacionespendientes por daños ocasionados durante la Revolución, elnuevo marco de la política y algunas de las nuevas cuestionesque se plantean son en parte consecuencia de la SegundaGuerra Mundial misma.

En efecto, la normalización de los vínculos de México conel exterior y particularmente con Estados Unidos, y la guerramundial, ocasionaron cambios importantes en lo relativo a lapolítica financiera de México. En primer lugar se produjeronfuertes ingresos de capital hacia México, originados por lasituación de incertidumbre política en Europa y Estados Uni-dos –los llamados capitales fugitivos–, invirtiéndose unproceso que en el difícil período de 1937, 1938 y 1939 habíasignificado salidas netas del capital de nuestro país. Conse-cuentemente, lo que fueron movimientos a la baja del pesomexicano y deficiencias de liquidez en la banca privada, seconvirtieron en tendencias a la apreciación de nuestra divisay exceso la liquidez en el sistema bancario que fue necesarioneutralizar. Las reservas internacionales, que en enero de 1942eran de 51 millones de dólares, alcanzaron 372 millones enfebrero de 1946.

Un segundo aspecto importante fueron las dificultades quese presentaron para importar insumos industriales, bienes de

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capital y productos en General del exterior, lo que hizo necesa-rio negociar con los Estados Unidos para que se le continuaransuministrando a México bienes esenciales para su proceso in-dustrial. A su vez, la guerra significó una notable recuperaciónde los precios de nuestros productos de exportación y tambiénla posibilidad y la necesidad de iniciar un proceso de sustitu-ción de importaciones, lo cual, por otra parte, fue posible conun bajo nivel de protección arancelaria.

Un aspecto que reviste especial interés en el gobierno del Ge-neral Ávila Camacho, es el desenvolvimiento de la políticamonetaria que el Secretario de Hacienda manejó con la eficientecolaboración del Banco de México, encabezado durante esa épocapor don Eduardo Villaseñor. Esta época se caracteriza por lacontinua experimentación con los distintos instrumentos de po-lítica monetaria a fin de poder neutralizar los efectos de la inflacióny promover la industrialización. De esta experiencia surgen enalgunos casos de manera definida, o en otros embrionaria, losinstrumentos básicos de la política monetaria mexicana.

Esta fase de intensa experimentación y uso del instrumen-tal de la política monetaria se inicia con la reforma a la Leydel Banco de México, de 1941. Según lo expone el licenciadoSuárez, la Ley de 1936 condicionaba “la capacidad creadorade dinero de todo el sistema bancario, y no sólo del institutocentral, a la previa existencia de una riqueza” y la políticacrediticia estaba estrechamente vinculada a las necesidadescomerciales. La Ley de 1941 “sin desconocer la primacía dela función de regulación monetaria sobre la crediticia” le dauna mayor flexibilidad a las autoridades monetarias.

La nueva Ley de Instituciones de Crédito, que se promulgaen 1942, tiene también por objeto desarrollar la banca de in-versión. Ambas leyes, en conjunto, facilitan a las autoridadesmonetarias y a la banca “dirigir hacia las tareas productivaslos recursos absorbidos o creados por el sistema de crédito”.

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De una situación que prevaleció durante el período delGeneral Cárdenas, en que el principal instrumento de políti-ca monetaria era el redescuento, se recurre en el período delGeneral Ávila Camacho al uso creciente del encaje legal, quepasó a ocupar el lugar de primacía que ocupa hasta la fecha.A medida que va aumentando la liquidez del sistema, el en-caje promedio va elevándose paulatinamente. La Ley de 1941fija un encaje máximo del 20%. Por decreto publicado el 14de enero de 1942 se permite elevar el encaje hasta 50%, au-mento que se hace efectivo en enero de 1944.

Se utiliza también la relación pasivo-capital como elemen-to para absorber en el banco central excesos e liquidez, y losconvenios de caballeros o “persuasión moral” (31 de octubrede 1942 y 22 de mayo de 1944), para que los bancos invirtie-ran “voluntariamente” los excedentes sobre topes de carterafijados por el banco central. Se emplea la emisión de pesosplata y los tejos oro, expediente que será después utilizadodurante el período del Presidente López Portillo para estimu-lar el ahorro. También se le comienza a dar a la políticamonetaria un decidido carácter de selectividad: a) se estable-cen topes de cartera a los préstamos destinados a la actividadcomercial (40%) para darles prioridad a los préstamos hacialas actividades productivas (60%); b) se distingue entre elencaje aplicable a los bancos del D. F. y a los del interior; c) losconvenios de caballeros son un precedente inmediato del en-caje marginal, puesto que el 100% sobre el tope de carteraestablecido, se invierte en el Banco de México; d) el 10 deenero de 1946, se establece que el 10% del aumento sobre eltope de cartera debe invertirse en valores privados y en valo-res gubernamentales, que es ya un encaje marginal como el quese aplica en las décadas subsecuentes; e) también de esta épocaes el inicio de los fideicomisos en apoyo de la política selectiva,

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“el gobierno federal, con la intención de refaccionar a la agricul-tura, creó un fondo, encargado en fideicomiso al Banco de México”(Discurso Convención Nacional Bancaria 1943).

No solamente se hizo uso de los instrumentos de políticamonetaria y de desarrollo del mercado de capitales, sino quetambién la Secretaría de Hacienda desempeñó un papel im-portante en la creación del Seguro Social, en diciembre de1942, haciendo traer un grupo de expertos actuarios suizosque calculasen las reservas del Instituto. Su objetivo era queademás de lograr sus metas sociales, que era el principal finde la institución, las reservas pudieran invertirse en papelgubernamental, y actuaran como instrumento definanciamiento del gobierno federal. Esa política no se reali-zó por ulteriores gobiernos.

La orientación que se le imprimió a la política monetaria,tanto el efecto restrictivo que sobre la banca ejerció el instru-mento de encaje legal, como el énfasis en la selectividad hacialos sectores productivos, y, en General, la primacía de impul-sar el desarrollo económico aun aceptando tasas de inflaciónmayores, no fueron cambios que pudieran llevarse sin con-troversia. Quizás en pocos períodos en la historia financierade México haya habido más fuertes polémicas que las que semanifestaron, por ejemplo, en el consejo de administracióndel Banco de México, en los debates de las convenciones na-cionales bancarias o en los diarios de la época. La políticahacendaria que en este período siguió el ministro de Hacien-da, le costó el distanciamiento de algunos de sus más viejosamigos, como don Manuel Gómez Morín y don Miguel Pala-cios Macedo, con quienes había colaborado durante la épocadel ministro Pani. Inclusive con este último entabló una en-cendida polémica en Excélsior algunos años más tarde.

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Para quienes sólo conocen el tono cordial en que se hanconducido la mayor parte de las Convenciones NacionalesBancarias en los últimos años, resulta interesante la tónica delos discursos de clausura que el Secretario de Hacienda leyóen algunas de ellas, como en la de Monterrey en 1943 y la deGuadalajara de 1944. Es curioso escuchar en estos foros po-lítico-prácticos que el ministro de Hacienda tenga un debatede altura con los banqueros sobre aspectos de teoría econó-mica y monetaria, apoyándose en aclaraciones sobre la teoríadel interés natural y nominal del dinero, haciendo citas delTratado sobre el dinero de Keynes, o del economista escandina-vo Wicksel (Monterrey, 1944). En esta misma reunión deMonterrey es en la que el Secretario de Hacienda hace alu-sión, al agradecer la hospitalidad de los banquerosregiomontanos, a que “no podía menos que hacer notar quedespués de los platillos suculentos que se le habían servido,le habían obsequiado con un postre excesivamente cargadode especias”.

En la reunión de Chihuahua de 1943, dice: “El racionalismoque tan perjudicial influencia ha ejercido en todas las ramasde la actividad, la ha ejercido y la ejerce en el campo de laeconomía. Inspirándose en sus principios, el jurista afirma:“El mundo se hizo para el Derecho y no el Derecho paraservir al mundo; el médico sentencia: Que se cumplan lasleyes de Hipócrates aunque se muera el enfermo; y el econo-mista ortodoxo, inspirado en los llamados principios teóricossin la suficiente comprobación experimental predica que loesencial en cualquier circunstancia es que los presupuestosestén equilibrados, que las reservas metálicas sean grandes yque el crédito se conceda según rígidos lineamientos, y que ladeuda pública sea reducida. Afortunadamente muchos paísesse han desentendido de estas teorías, y si los Estados Unidoses un gran país, se debe a que Alejandro Hamilton sentó las

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bases de su desarrollo económico sobre principios heterodoxos,entre otros, el de haber contraido una enorme deuda pública. Siactualmente ese mismo país ha podido sortear los grandes pro-blemas de la Gran Depresión, se debe a que ha seguido larevolucionaria política económica de nuevo trato.”

Este ataque frente al racionalismo de la corriente ortodoxaen la economía, le valió un simpático artículo que don MiguelPalacios Macedo publicó en el periódico El Universal, el 10 dejulio de 1943. En él hace una alusión a don Carlos Pereyra, quedesignó a la Secretaría de Hacienda como: “la Cueva del Brujode la Tribu”, “porque la Secretaría de Hacienda es la sede delansiado milagro. Allí se hace el sortilegio de los números, allíestán las redomas y alambiques, los filtros y talismanes, losbúhos y ratones disecados de nuestro gran hechicero...”

De ahí pasa don Miguel a decir “pero el licenciado Suárezno es un brujo cualquiera. Es un mago eminentísimo”... “Nopienso que haya alguien dispuesto a negar que es el mayor detodos los magos que han pasado por nuestra Secretaría deHacienda”. La prueba más concluyente de esto, según el li-cenciado Palacios Macedo, es el monto en que han aumentadolos gastos del gobierno federal, y la magia para “consumar lahazaña de imprimir un impulso tan fuerte a los gastos delgobierno, sin desarrollar las fuentes de tributación en la mis-ma medida” fue nada menos que el financiamiento deficitario.

A medida que se aproxima el fin de la Segunda Guerra, lospaíses miembros de la comunidad internacional se aprestan apreparar la reconstrucción de Europa, y a sentar las bases delsistema financiero y comercial que debería surgir en la épocade paz. Ya el discurso en la Comisión Nacional Bancaria de1943 contiene las ideas básicas del Secretario de Hacienda aeste respecto.

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Lo importante es ir al fondo de toda actividad econó-mica, éste no puede ser otro que aumentar el bienestardel mayor número, mediante una producción abun-dante, repartida entre el mayor número. Para lograreste fin son indispensables créditos internacionalesamplios, créditos que posiblemente no se paguen ensu integridad.Esta política, puesta en práctica por Inglaterra en elsiglo pasado, contribuyó a la grandeza de ese país. Losingleses abrieron créditos enormes a todo el mundo yno lo hicieron enteramente por altruismo. Muchos deesos créditos nunca fueron pagados; pero las ventajasque obtuvieron en su industria, en su navegación, ensus negocios de seguros, en sus instituciones financie-ras a consecuencia de los créditos concedidos loscompensaron con usura de las pérdidas resentidas.Estimo que en ideas semejantes debe inspirarse una solapolítica financiera internacional para la postguerra.Aumentándose el poder adquisitivo de las nacionespor medio de créditos generosos y amplios, se obten-drá una gran movilidad de la riqueza y un granmovimiento de la producción, que a la postre benefi-ciará a todos los países.

Durante el mes de junio de 1944 se celebra la Conferencia deBretton Woods, donde se intenta realizar esta tarea. EduardoSuárez preside la delegación mexicana. En la entrevista deprensa otorgada a Excélsior el 10 de agosto de 1944, al con-cluir dicha Conferencia, el propio Secretario destaca lasprincipales realizaciones. En primer lugar se refiere a una te-sis que está dirigida al consumo político interno: “recibió plenaconsagración la doctrina económica a la que México ha pres-tado su máximo calor, de la que podemos considerarnos sus

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pioneros, cuando en todas partes se la reputaba herejía, laque consiste en entender que la actividad económica debetener como finalidad el aumento de la renta real, una máshonesta distribución de la misma entre sus diversos partíci-pes, y el aprovechamiento de los recursos humanos ymateriales... objetivos a los cuales han de subordinarse todaslas instituciones financieras. Frente a esta tesis alzábase has-ta ahora la de los críticos que reputaban inviolable su teoríade presupuesto nivelado, del sistema bancario líquido, de lamoneda sana y del mantenimiento de un tipo de cambio esta-ble y tan bajo como sea posible”.

El segundo aspecto, que significa una importante contribu-ción histórica en la lucha de los países en desarrollo y en particularlos latinoamericanos para obtener un trato equitativo, fue lograrque el Banco Mundial, además del Banco Internacional de Re-construcción, fuera además de Desarrollo. De esta suerte, elobjetivo de financiamiento al desarrollo fue puesto en el mismoplano que el objetivo de reconstrucción que beneficiaba a laseconomías europeas. En la ponencia presentada por la delega-ción mexicana en Bretton Woods, el 12 de julio de 1944, estapropuesta se funda en tres argumentos de gran visión y lógica: a)“Creemos que los acuerdos que van a negociarse aquí se plasma-rán en un instrumento internacional permanente y no provisional.Consecuentemente, nos parecería inapropiado que el documen-to no comprendiera un énfasis igual para los dos grandespropósitos del Banco, es decir, facilitar la reconstrucción y eldesarrollo. En el muy corto plazo, probablemente la reconstruc-ción sea más urgente, pero en el largo plazo –antes de que todosestemos demasiado muertos, si me lo permite usted, señor Presi-dente– (alusión a Keynes) las tareas del desarrollo debenprevalecer si vamos a sostener y aumentar el ingreso real de to-das partes. Sin negar la importancia inicial de la reconstrucción,le pedimos no relegar o posponer el desarrollo. b) El desarrollo

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de la economía de los países en desarrollo beneficiará, no sola-mente a éstas, sino a las economías industriales, ya que se lesdarían ‘más amplios mercados y mejores clientes’. c) Finalmente,los países latinoamericanos tenían entonces –cosa que muypocos otros países podían decir– tendencias de oro y divisasen montos sin precedentes, por el alza de precios de produc-tos primarios; por lo tanto, era justo que su aportación a losrecursos del banco no sólo sirviera para proyectos de recons-trucción, sino que también pudieran reclamar para sí losrecursos derivados de sus propias aportaciones”.

En tercer lugar se destacó, cómo México, junto con el blo-que latinoamericano, “hizo sentir fuertemente su influenciaen la reunión” y logró que se le dieran a América Latina dosasientos permanentes, que inicialmente los ocuparían México,con la segunda mayor cuota de América Latina después de Bra-sil, y este último país; “tal concesión significó el reconocimientode la representación y personalidad de Latinoamérica, equiva-lente al de dos grandes potencias”, ya que este derecho de teneren exclusiva sillas propias sólo se le reconoció a Estados Uni-dos, Reino Unido, Rusia, China y Francia.

En cuarto lugar, se logró un trato aceptable y perspectivas ra-zonablemente favorables para la plata. Este tema fue discutidoen la tercera comisión, que el propio Eduardo Suárez presidió.

¿Cuáles fueron los principios que inspiraron la política fi-nanciera que durante once años llevó a la práctica el SecretarioSuárez? En el documento intitulado “Política financiera”, queformó parte de la colección Seis años de gobierno del GeneralÁvila Camacho, y que se incluye en el apéndice, Suárez esta-blece con toda claridad cuáles fueron los objetivos de lapolítica financiera del período de gobierno del GeneralÁvila Camacho, pero bien pueden aplicarse al conjuntode los once años.

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Posteriormente, en una polémica sostenida con el ingenie-ro Pani a propósito de la publicación de su libro El problemasupremo de México, el licenciado Suárez dice así:

No, señor ingeniero... El problema económico de Méxi-co no está en lograr la estabilidad monetaria. Elproblema de México en el terreno económico consisteen lograr la elevación del ingreso nacional y la eleva-ción de la renta pér capita, alcanzándose, hasta dondeeso es posible, una mejor distribución de dicho ingreso.La solución a este problema es tanto más apremiantecuanto, según nos informan los estudiosos del proble-ma demográfico del país, su población crece a un ritmosuperior al dos por ciento anual.Persiguiendo esta finalidad suprema, es de desearse lamayor estabilidad económica que todo mundo ansía.Desgraciadamente las fuerzas que operan para produ-cir la primera, operan también para destruir la segunda,y lograr el equilibrio requiere una suprema destreza paradirigir la política económica. Armonizar la estática conla dinámica, conciliar la estabilidad con el desarrolloeconómico, ésta es la meta difícil de alcanzar de todapolítica monetaria.

En esta misma interesante serie de artículos, dice:

Dos han sido las tendencias antagónicas que presidie-ron la política financiera en el período azaroso quetranscurre entre las dos guerras. Por una parte, la políti-ca que considera esencial la estabilidad monetaria,principalmente la exterior, y la necesidad de alcanzarlaa cualquier precio. La segunda es aquella que, conce-diéndole toda su importancia a la estabilidad monetaria,

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estima que puede haber objetivos más importantes quehay que alcanzar, y que hay que sacrificarla cuando lle-ga a constituir un obstáculo para alcanzar tales objetivos.

No cabe la menor duda de que el objetivo principal que inspi-ró la política financiera de Eduardo Suárez fue el desarrollode los recursos producidos del país. Esta política se funda,como es natural, en el estímulo por todos los medios disponi-bles a la capitalización del país. La inversión productivareviste, pues, una importancia decisiva. ¿Quién la debe reali-zar? En primer lugar establece que un país, con lascaracterísticas de subdesarrollo de México, “demanda una de-cidida política de inversiones del Estado, principalmente enobras públicas productivas que la iniciativa privada no podráemprender, no sólo por el volumen de las sumas que requie-ren, sino también por el carácter retardado y a veces indirectode recuperación...” Además reconoce el Secretario Suárez

que las obras públicas no pueden considerarse en Méxi-co, como en los países de más poderosa economía, comoun instrumento compensatorio de las fluctuaciones deciclo, que sustituye durante los períodos de la depre-sión a la iniciativa privada.

El Secretario de Hacienda tuvo una participación directa ypersonal para promover inversiones en obras públicas de ca-rácter productivo de gran trascendencia, especialmente si setiene en cuenta la época. En este sentido tenemos los ejem-plos, que nos proporcionan las memorias, de los ingenios deZacatepec, Guayalejo y Sanalona, y las empresas de AltosHornos, Atenquique, Guanos y Fertilizantes, Cobre de Méxi-co, etcétera.

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Pero también y “paralelamente a su programa de inversio-nes, el gobierno consideró su deber alentar y apoyar a lainversión privada para la organización de nuevas empresas,de preferencia industriales”. Este objetivo explica el porqué“México se decidió firmemente por la moderación en losgravámenes”, o la completa exención de impuestos, para lasempresas nuevas y necesarias, y también por otorgarles elapoyo del crédito bancario; en una época en que a primeravista se “aconsejaba al gobierno pronunciarse por una políti-ca energética e indiscriminada de restricción de crédito”.

Mucho se ha hablado del programa de inversiones y obraspúblicas emprendido por el gobierno federal, y relativamentepoco sobre la política financiera que lo permitió, no menosaudaz y espectacular.

¿Cuáles eran las alternativas que en teoría deberían con-templarse al iniciarse su gestión hacendaria?:

1) la tributación; 2) el endeudamiento externo; 3) el usodel crédito interno no inflacionario. El Secretario Suárez ex-presamente reconoce en las memorias que pensó desde luegoen no aumentar los tributos en un país empobrecido por laRevolución pero que tenía ansias de crecer. La segunda alter-nativa también le estaba vedada, ya que no podía hacer usodel crédito externo en tanto el servicio y el pago de la viejadeuda externa estuviese suspendido y no se hubiese llegado aun acuerdo con la banca internacional. Quedaba, pues, sóloun mecanismo ortodoxo de financiamiento, es decir, recurriral uso del crédito interno. Sin embargo, pocas eran las posibi-lidades de utilizar el ahorro auténtico, puesto que éste eraextremadamente limitado debido al escaso desarrollo del sis-tema bancario, a la falta de confianza en los valores públicos,en suma, a la muy débil capacidad de ahorro existente. Laúnica otra alternativa que quedaba era el recurrir al llamadofinanciamiento deficitario. La disyuntiva era sumamente cla-

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ra, o se mantenía la estabilidad financiera, y el gobierno selimitaba a hacer uso de sus muy exiguos recursos propios detributación y acudir al muy débil ahorro nacional, resignán-dose a sostener un crecimiento sumamente lento, o bien seestimulaba un crecimiento más rápido, sacrificando la estabi-lidad de precios. Este último camino fue el que sin vacilaciónsiguió el Secretario Suárez.

Es por estas razones que Eduardo Suárez es reconocidoquizás como el autor del sobregiro o del financiamiento defi-citario, es decir, un sistema mediante el cual el gobierno acudea la emisión primaria de dinero a efectos de financiar en algu-na parte de su programa de gasto público. Para entenderlo, esnecesario también entender el ambiente de la época. El me-morialista habla del impacto que sobre él tuvo la GranDepresión. Había sido publicada ya en 1936 la Teoría Generalde Keynes. Suárez introduce en México una política de cortekeynesiano. En su documento de política financiera dice:

La débil capacidad de ahorro justifica aún más la políti-ca que se ha seguido de no detener la inversión públicaante el temor de que se tuviese que provocar la crea-ción de signos monetarios por la banca, dado que si esainversión contribuye al incremento del ingreso real na-cional, origina por si sola la ulterior demanda de lostítulos con los nuevos ahorros que forma.

Lo interesante es que probablemente sus ideas no solamentese inspiran en las tesis básicamente fiscalistas que están pre-sente en la Teoría General de Keynes, sino que también teníauna gran admiración, y había estudiado la experiencia y lasideas de John Law, que al final de cuentas representa unarama, quizás no la más ortodoxa, de la teoría monetaria, esdecir, la tesis básica de que money creates trade.

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En la interesante conferencia de mi padre sobre las obliga-ciones y responsabilidades de la banca privada en laformulación y desarrollo de la política monetaria, dice:

El fracaso de la experiencia del más famoso de los in-flacionistas, hizo que sus ideas cayeran en el máscompleto descrédito en todo el siglo XVIII, y el malrecuerdo que dejó en Francia su banco, retardó el esta-blecimiento de otras instituciones de crédito. Pero lamayor originalidad de Law estriba en haber considera-do, primero, que la moneda no es solamente un inertesigno de cambio, sino que es fundamentalmente unmedio de estimular la creación de riqueza.

Analizando esta idea, Suárez se plantea en esta conferencia:

¿Qué es la moneda? Para el individuo, indudablemen-te, constituye riqueza, y toda persona privada o compañíamercantil o civil enumera entre sus cuentas de activosus existencias en caja o sus cuentas bancarias. Perosocialmente, ¿el dinero en circulación dentro del paísconstituye riqueza para el mismo? Téngase presente quenos referimos a los billetes del banco central y a losdepósitos bancarios, pues la reserva metálica se rigepor distintos principios. Si el dinero fuera riqueza, elEstado podría crearla en cantidad indefinida tan sólocon poner en movimiento la prensa de imprimir. No. Lamoneda no es riqueza, la cual sólo está representada ypuede ser desarrollada por el trabajo humano y por losrecursos naturales. Pero en virtud del fenómeno de lainversión, el dinero, en el régimen en que vivimos, es elinstrumento necesario para poner en contacto estos doselementos: trabajo y recursos naturales, que juntos pro-

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ducen la riqueza. Pueden permanecer improductivosindefinidamente tierra fértil, grandes recursos natura-les, canteras, yacimientos metálicos, depósitos depetróleo, etc., y puede vegetar inactiva una gran pobla-ción humana deseosa y capaz de trabajar. La riquezasólo se producirá hasta el momento en que un empre-sario con dinero, instrumento indispensable, ponga atrabajar a esos hombres y aplique su fuerza de trabajo adesenvolver y explotar los recursos naturales. Ésta esla idea que Law tenía del dinero y es indudablementeuna de las funciones, probablemente la principal, queel dinero está llamado a desempeñar.Además de la función correctamente observada y des-crita por él, el dinero desempeña otras funcionesigualmente importantes. La moneda, además de un ca-talizador, llamémosle así, necesario para la producciónde la riqueza, confía a los elementos empleados en laproducción que la recibe, un poder de compra sobre lasmercancías existentes en el mercado doméstico. Si estepoder de compra se crea en exceso de las mercancíasdisponibles para su venta, subirá el valor de éstas por eljuego de la ley de la oferta y la demanda, y se produciráel fenómeno de la inflación. La moneda tiene, además,otra función fundamental: es un medio para conseguircambio exterior que sirve, a su vez, para comprar mer-cancías y adquirir servicios en el exterior. Si seincrementa la cantidad de moneda que se pone en cir-culación, se aumentará igualmente la demanda sobremoneda extranjera, y esta demanda, si no es compensa-da de otra manera, disminuye la reserva del bancocentral, y puede, si es excesiva, obligar a éste a operaruna devaluación.

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De estas tres importantes funciones de la moneda, laesencial es la descrita por Law, y la mejor prueba deello lo revela el hecho de que es posible privar a lamoneda, cuando menos en parte, de sus dos últimasfunciones, mediante artificios de política monetaria.Todos hemos presenciado en épocas de emergencia, porejemplo durante la guerra, cómo se ha limitado la mo-neda a su poder de compra por medio de lo que se llamael “racionamiento de las mercancías”. Igualmente, elcontrol de cambios limita el poder de compra de lamoneda nacional sobre el cambio exterior.

En las conferencias pronunciadas en la Escuela de Econo-mía sobre política monetaria, sostiene idéntica tesis:

El dinero es un medio de cambio y una medida de va-lor, pero si el dinero fuese solamente eso, el Estado,que tiene a su cargo su administración, debería limitar-se a velar porque conservara con la menor alteraciónsus dimensiones como todo patrón, es decir, que fueraigual a sí mismo a través del tiempo, tanto en relacióncon las monedas de otros países como con las mercan-cías... Estoy conforme con que el dinero es una medidade valor y un medio de cambio, pero esto no es sino lapiel, la superficie. El dinero es, además, una cosa mássutil y profunda... En suma, la riqueza que está latenteen un país se convierte en riqueza actual mediante eldinero que crea el Estado por sí solo o el Estado a tra-vés del sistema bancario y por la acción del empresarioque lo pone en movimiento.

Sin embargo, hay que tener muy presente que, si bien consi-dero que el financiamiento deficitario era indispensable, era en

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todo caso un mal necesario que había que minimizar, que eraprudente amortiguar sus efectos desfavorables y fomentar losmecanismos que permitieran desprenderse de él. Es decir, sise consideró desde un principio que era imprescindible haceramplio uso del crédito, esto fue “cuidando solamente que lainversión de los recursos que mediante él se obtuvieran, estu-viese destinada a llevar a cabo obras productivas”. Además,no está en duda, y varios comentaristas lo han destacado, quea pesar de este financiamiento deficitario, el Secretario Suárezfue un ministro sumamente austero: “Fue el ministro que dejóde refrendar el mayor número de acuerdos presidenciales”.En tercer lugar, debe recordarse que a fin de acomodar estefinanciamiento deficitario para impulsar el desarrollo econó-mico del país, fue sumamente cuidadoso en el control delgasto corriente; en 1938 se llegó al grado de decidir, con laaprobación del Presidente Cárdenas, que hubiera un recorteen los sueldos de los funcionarios públicos de un 10% exclu-yendo, claro está, a los de bajos ingresos, elemento que no haestado presente en algunas otras políticas de ajuste.

Según opinión de uno de los más íntimos colaboradores,refiriéndose a la política de gasto público que él siguió:

Él gastó, pero gastó con sentido común. Tu papá erahasta tacaño. En lo que se refería al gasto que no fueragasto de inversión, era centavero, y así nos acostumbróa los que estábamos al lado de él.

En todo caso, si bien fue necesario utilizar el financiamientodeficitario, dadas las circunstancias que en esa época preva-lecían en México, se buscó promover y acudir, en formacreciente, a otras formas de financiamiento que fuesen másaconsejables.

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En primer lugar, se buscó desarrollar el mercado de capita-les doméstico. En este sentido, el eje lo constituyó el impulsoque se le dio a Nacional Financiera, y su reorientación con laLey Orgánica de 1941; se crearon los certificados de partici-pación; igualmente se dictó una nueva Ley General deInstituciones de Crédito, buscando darle mayor ímpetu a labanca de inversión, promoviendo las sociedades financierasy los llamados bonos generales. Más concretamente, en loque toca al financiamiento del gobierno, se impulsaron losbonos del sector público, como los de caminos, electrifica-ción, etc., y, específicamente, como una forma embrionariade operaciones de mercado abierto, se operó con los bonosde caminos, a los cuales el Banco de México apoyó práctica-mente a la par.

Un banco central que no disponga, para regular el cau-dal de la circulación monetaria, de la posibilidad decomprar y de vender títulos del Estado, es tan pocoeficiente como lo sería una presa hidráulica sin com-puertas...

Segundo, como resultado de los fuertes influjos de capitalque se volcaron sobre México al iniciarse la Segunda GuerraMundial, los instrumentos de política monetaria fueron gra-dualmente modificados para poder succionar en mayor medidalos ahorros financieros. De la utilización del redescuento, comocasi el único instrumento de política monetaria, gradualmen-te se fue haciendo mayor uso del instrumento de canje legal.Los convenios de caballeros, que también se celebraron paraesterilizar recursos de la banca, contienen topes de cartera enun encaje marginal embrionario. Se fue desarrollando unapolítica selectiva de crédito. En primer lugar, se establecie-ron estructuras de cartera, de tal suerte que el 60%, por lo

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menos, estuviese dedicado a operaciones de producción, yno más del 40% a préstamos comerciales, ya que

En un país como México, de lenta y débil capitaliza-ción y de tradicional preferencia por el comercio sobrelas actividades agrícolas o industriales, un sistema comoel expuesto, de no haberse modificado, habría sido no-civo para el desarrollo de la república, y durante laguerra, gravemente perjudicial.

En las postrimerías del período, se inicia ya el uso del encajelegal con carácter marginal, de tal suerte que, pasivos porencima de x nivel, deben invertirse íntegramente en papel delgobierno o de la empresa privada.

Ya se han visto los esfuerzos que se realizaron para la reha-bilitación del crédito externo como forma de financiamiento.La expropiación petrolera impidió que se realizara un conve-nio ambicioso de financiamiento al desarrollo de México quese había estado negociando con el señor Morhenthau. Cuatroaños más tarde, la solución del conflicto petrolero y de lasreclamaciones pendientes por la Revolución, abre el caminopara el primer crédito del EXIMBANK, para un convenio de es-tabilización con la Tesorería americana en 1942.

Esta rehabilitación del crédito externo quedó totalmentelograda con los convenios de 1942, sobre la vieja deuda pú-blica, y de 1946 sobre la deuda ferrocarrilera. En lacomparecencia ante la Cámara de Diputados, celebrada en1942, en defensa del convenio de dicho año, Suárez planteó:

A México siempre le ha faltado, señores, la poderosapalanca del crédito en forma suficiente para impulsarsu economía... Cuando dispone de la facultad de reali-zar empréstitos públicos, se puede aprovechar la

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economía de la colectividad con el fin de invertirla enobras de utilidad General, sin necesidad de acudir a unatributación exorbitante o a una inflación de dineroincontrolada.

Ahora bien, para el sostenimiento del buen crédito del país,alerta en contra del llamado crédito muerto “que sirve parapagar gastos improductivos”, contra el crédito pasivo “quesirve para construir instrumentos suntuarios como parques,jardines, monumentos”, y argumenta sobre la necesidad decréditos activos que producen un rendimiento y queincrementan el valor productivo de una nación... “Será in-dispensable una política cuidadosa de nuestros gastospúblicos, y además productiva por lo que respecta a nues-tras inversiones.”

Finalmente, en lo que toca a la política tributaria, se deci-dió firmemente por la moderación en los gravámenes;primeramente porque no se podría exigir un sacrificio fiscal aun país empobrecido por la Revolución; tampoco pensó enconvocar las convenciones de los estados, porque consideraque “los modestos recursos con que contaban serían mejorempleados en poder del gobierno federal que repartidos enlos estados, que no suelen ser un modelo de eficiencia en elmanejo de los fondos públicos”, pero además, claramente,porque consideraba que a través de una tributación modera-da se estimularía la capitalización de la iniciativa privada.

Esto no significó, sin embargo, que, dentro de una políticaGeneral de tributación moderada, no se hicieran esfuerzos enmateria fiscal. En primer lugar, “si no era conveniente creartributos nuevos, en cambio se aplicó a que los existentes fue-sen cubiertos, y uno de los primeros bancos fueron sistemasde registro y control de causantes”. Además, se buscó que elsistema impositivo tuviese “un desarrollo hacia formas de

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tributación más modernas”, concretamente, el impuesto so-bre la renta se convirtió en el renglón principal de ingresos,reconociendo que “hoy, por dificultades técnicas, principal-mente, que no permiten un control adecuado, el impuestosobre la renta sigue siendo un tributo cedular, pero se debeesperar, sin embargo, que en el futuro pueda llegar a transfor-marse en un impuesto global”.

Durante esa época, se experimentó con el impuesto del 12%sobre el aforo de los productos que se exportaban para que elEstado participara en las ganancias que los exportadores ob-tendrían del beneficio cambiario, como posteriormente se hizoen otras devaluaciones, y se estableció también el impuestosobre el superprovecho.

En materia de aranceles se buscó que la protección no fue-se, en ningún caso, exuberante, sino “encaminada más bienhacia un proteccionismo racional y moderado, que tenga encuenta también los intereses del consumidor”; el grado deproteccionismo era de sólo aproximadamente 8%.

Un último elemento de su filosofía que es necesario desta-car: Confiado en los efectos positivos que el desarrollo de ladécada produjo sobre el capital nacional y el ingreso nacionalcomo concepto medible estadísticamente, así como en losindicadores sociales y económicos específicos, expresa gran-des dudas respecto de la posibilidad de que puedasignificativamente alterarse la estructura del ingreso duranteel desarrollo:

No es posible, por el momento, por no estar concluidaslas estadísticas relativas, dar indicación alguna precisasobre los efectos que este considerable incremento delcapital nacional haya tenido sobre el ingreso real de loshabitantes del país. Es sin embargo un hecho que losempresarios en general han tenido durante el sexenio

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fuertes utilidades que ha permitido un acrecentamien-to de sus fortunas individuales. Por otra parte, ya Paretohabía hecho observar que la proporción en que se dis-tribuye el ingreso nacional entre los diversos partícipesde la producción tiende a mantenerse constante en lasdiferentes épocas y entre los distintos países organiza-dos bajo el régimen de la producción privada y delcambio. Los estudios realizados en Inglaterra por SirJosiah Stam parecen corroborar la afirmación anterior,pues sus estadísticas demuestran que el ingreso delReino Unido se repartió en 1920 en la misma propor-ción en que se había distribuido en 1800, y losnumerosos cambios de carácter social y económico tanimportantes como la revolución industrial, la adopciónde la ley de granos, la legislación obrera, el advenimientoy el creciente poder de las Uniones de Trabajadores, laimplantación de la cuota fuertemente progresiva en losimpuestos directos y la Primera Guerra Mundial, noparecen haber tenido influencia suficiente para alterardicha proporción.Los estudios de Wilford L. King y el del National Bureauof Economical Research corroboran el mismo fenóme-no para los Estados Unidos en lo que va corrido delpresente siglo. Estos estudios han hecho pensar a mu-chos economistas que la proporción en que se distribuyeel ingreso entre los diversos partícipes en la produc-ción, obedece a causas estructurales inherentes alrégimen económico en que vive el mundo capitalista.Los incrementos muy importantes en el consumo deartículos de primera necesidad, que se registran en losúltimos años, tales como harina, frijol, arroz, azúcar,café, espectáculos públicos, parecen corroborar que apesar de la elevación creciente del nivel General de pre-

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cios, ha tenido lugar también en nuestro país un con-siderable incremento en la capacidad de consumo y porlo mismo en el ingreso real de nuestras clases populares.

Él mismo resume, de manera quizá muy acertada, su políticaen un interesante comentario publicado en 1950 sobre el li-bro Industrial Revolution in México:

Tratándose de un país poco desarrollado económica-mente, como México, con grandes potencialidades porvirtud de sus innumerables recursos naturales y de supoblación por numerosa y activa, si el ahorro nacionalno existe y el capital extranjero no acude en cantidadsuficiente para movilizar esos recursos naturales, pare-ce legítimo que el Estado, mediante procedimiento delfinanciamiento deficitario –emisión de papel moneda oanticipos del banco central al gobierno–, intervenga paraponer en movimiento los recursos activos del país ycrear ese capital que no existe... Acepto que no se tratade un remedio exento de peligros, seguramente, pero alque el Estado se ve obligado a recurrir para poner tér-mino a una situación de miseria colectiva. Concluyendo,si el financiamiento deficitario puede ser un estímuloadecuado para acelerar la formación del capital nacio-nal, no puede considerarse un medio permanente deexpansión. No es posible que un país viva desvalori-zando continuamente su moneda. Cuando el país halogrado alcanzar un cierto grado de desarrollo indus-trial, éste le permite, por una parte, la creación del ahorroindividual, y, por la otra, un mejoramiento en las ren-tas, con lo que es posible contar con fondos propios enun programa de obras públicas.

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Es decir, el financiamiento deficitario no puede considerarsecomo un expediente permanente. Si bien en aquella época sesirvió de él para promover la inversión y el desarrollo con unsistema financiero incipiente, apenas establecida la monedafiduciaria, con una infraestructura preindustrial y una situa-ción de emergencia nacional, primero durante la expropiaciónpetrolera y después durante la Segunda Guerra Mundial, estaexperiencia no puede, ni debe, sin mayor análisis, servir dejustificación para que en épocas distintas se abuse de dichofinanciamiento en montos tales que se destruya un ya biendesarrollado sistema financiero nacional, se abatan tasas decrecimiento históricas, o se lesione el bien sentado créditoexterno, elementos que de 1935 a 1946 se ayudaron a forjar.

Puede decirse que la política hacendaria de Eduardo Suárez,como lo han reconocido algunos de los participantes y obser-vadores, sienta las bases de la política financiera que seguiríanpor lo menos los dos siguiente secretarios de Hacienda, y quees el marco que permitió, posteriormente, alcanzar un desa-rrollo con mayor estabilidad. Como él mismo lo expresó en sudiscurso de despedida ante la Convención de Banqueros:

El gobierno ha considerado que, por el fenómeno de lainversión, el dinero, sin dejar de ser signo de cambio, esun vigoroso agente para la creación del capital. Cuandopasado el tiempo pueda juzgarse con una perspectivamás amplia y acaso más serena la política financiera delos últimos años, se podrá apreciar si todo lo que se hahecho, por el esfuerzo común del Estado y la iniciativaprivada, habría sido posible si el gobierno, con tal demantener una moneda estable, se hubiera empeñadoen conservar una baja circulación monetaria.

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Él mismo, en una entrevista que concedió a Novedades, publi-cada el 10 de diciembre de 1946, planteó lo siguiente:

– Al terminar sus funciones en la Secretaría, ¿a qué actividadse dedicará?– Al concluir mis funciones el próximo 30 de noviem-bre, me dedicaré al ejercicio de mi profesión de abogado.– ¿Está usted satisfecho de su labor?– Consciente de mis limitaciones personales, me sientosatisfecho de haber servido con lealtad y patriotismoen el cargo que me fue encomendado durante la admi-nistración de dos ilustres presidentes, los señoresgenerales Lázaro Cárdenas y Manuel Ávila Camacho.– ¿Quedó algo pendiente del programa que se trazó?– El programa financiero de una nación implica un con-tinuo e ininterrumpido desarrollo. Cada administraciónrealiza la parte que le corresponde. En esas condicio-nes, el gobierno actual ha cumplido dentro de susposibilidades con lo que se había propuesto.– ¿Podría señalar alguna de sus mayores satisfacciones en eldesarrollo de su gestión?– Entre las principales puedo señalar las siguientes:I. El haber podido sortear la grave depresión económi-ca que amenazó al país a raíz de la expropiaciónpetrolera.II. Haber contribuido, allegando los recursos necesarios,para la importante obra constructiva realizada por el go-bierno con la colaboración privada durante los dos períodospresidenciales en los que tuve la honra de servir.III. Haber logrado implantar sobre bases sólidas el cré-dito interior del gobierno de México, así como su créditoexterior, mediante arreglos favorables llevados a cabocon nuestros acreedores extranjeros. A la fecha ha sido

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posible ya recoger los frutos de esa política, los que sinduda aumentarán en el futuro.IV. Poderme retirar de la Secretaría de Hacienda des-pués de once años y medio de servicios, con una fortunaigual o inferior a la muy modesta que poseía al entrar.

IV. Desenvolvimiento de la economía mixta, vida privada e interés social (1946-1964)

Eduardo Suárez deja la Secretaría de Hacienda el 30 de no-viembre de 1946. Una carta del General Ávila Camachoexpresa su reconocimiento por las labores realizadas:

Muy estimado señor licenciado y fino amigo:

El próximo primero de diciembre haré entrega de la Pre-sidencia de la República a mi sucesor, señor licenciadoMiguel Alemán, y con tal motivo me permito dirigir austed esta carta para significarle mi profundo agradeci-miento por la eficaz colaboración que me dispensó comoSecretario de Hacienda y Crédito Público.Su actuación permitió que se pudieran sortear los gran-des y complicados problemas económicos que sederivaron de la conflagración que no hace mucho tiem-po terminó. La inflación, originada por exceso dedivisas, aumento irracional de las ganancias y las difi-cultades para importar artículos que nuestra industriaaún no elabora, hizo que se elevaran los costos de lavida y se pusiera en peligro la economía familiar de lasclases sociales que no participaron de los beneficioseconómicos de la guerra. A pesar de todo, se alcanzóun adecuado equilibrio en las finanzas del Estado, rea-

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lizándose, inclusive, obras públicas de gran costo y detrascendental importancia.En el período de la post-guerra se ha conseguido unamayor estabilidad en las relaciones financieras, y pare-ce seguro que el índice inflacionista tiende a descender,con todas sus beneficiosas consecuencias para la eco-nomía nacional.Es mi deseo que esta carta sirva de conducto para quelleguen a usted mis más afectuosos saludos, a la vezque me reitero como su atento amigo y seguro servidor.

Manuel Ávila Camacho(Rúbrica)

Como en otras ocasiones, cuando había cumplido con susdeberes oficiales, regresa al ejercicio de su profesión de abo-gado, en un despacho internacional que había estado vinculadoa la defensa de los intereses de México desde la época delPresidente Carranza, y cuya lealtad hacia el país estaba fuerade toda duda. El fundador y socio, el señor Hess, había teni-do una destacadísima actuación en los tribunales neoyorkinosen defensa de los intereses del gobierno de México frente alComité de Banqueros en materia de la deuda exterior, y, des-pués, durante la expropiación petrolera. Esto le valió,posteriormente, la condecoración del Águila Azteca.

Reincorporado a la actividad privada, su prestigio y conexio-nes en los círculos financieros internacionales le permitieronseguir prestándole valiosos servicios al país. En colaboracióncon don Juan Ortiz Monasterio desarrolló una labor pionera,obteniendo importantes créditos para México.

Don Juan me relató gentilmente cómo México, en la últimaparte de los cuarentas, sólo recibía dinero a largo plazo delexterior de instituciones oficiales como el EXIMBANK o el BIRF,

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pero el acceso a los bancos privados norteamericanos, tanto porel gobierno como por las empresas privadas, era muy limitado entérminos del número de instituciones y de sus condiciones, puestoque, por lo General, obtenían sólo dinero a corto plazo.

Creo que Eduardo y yo, que hicimos muchos viajes alos Estados Unidos, somos responsables del renacimien-to del crédito internacional de la banca privada de plazomedio a México.

Un caso particularmente importante fue cuando visitaron adon Mario Giannini, Presidente e hijo del fundador del Bankof America, el más grande del mundo, que entonces teníarelaciones muy superficiales con México. En una cena él lescomentó: “Quiero que sepan que hemos aprobado el présta-mo de seis millones de dólares a cuatro años para su país,pero, ¿por qué no hemos hecho más negocios con México?No tenemos negocios importantes.”

Ese fue el inicio de una relación muy estrecha con dichainstitución bancaria. El Banco de México, poco tiempo des-pués, amplió sus depósitos de contrapartida, y el Bank ofAmerica abrió una oficina de representación en México.

Similares gestiones se hicieron con otras instituciones, como,por ejemplo, el Fist National Bank of Chicago –cuyo Presi-dente, Ned Brown, además de una gran figura, pues fue elúnico banquero privado que formó parte de la delegaciónnorteamericana en Bretton Woods, era un gran amigo de Méxi-co–, el St. Louis Mercantile Trust y los bancos neoyorquinos.

Durante este período también tiene oportunidad de regre-sar a la cátedra en la Facultad de Derecho y en la EscuelaNacional de Economía.

El 15 de abril de 1947 inicia un curso de Derecho bancarioen el aula Jacinto Pallares. Virgilio Domínguez, director del

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plantel, da la bienvenida al catedrático: “Después de quinceaños de ausente, entra usted en la Escuela de Jurisprudenciapor la puerta principal. El país ha perdido un buen funciona-rio, pero la Escuela de Jurisprudencia ha recuperado uno desus buenos maestros.”

En dicha conferencia expone alguna de las tesis que tantole gustaba plantear en conversaciones privadas. “El banco esel custodio de las reservas líquidas de una comunidad, quelas administra por autorización del Estado. El banco tienepor tanto el carácter de institución de servicio público.” Ex-presa su admiración por el banquero que ha sido el iniciador,el creador del gran capitalismo avanzado contemporáneo. Labanca idea “su obra maestra, el patrón oro internacional, sen-cillo, práctico, eficiente, para estabilizar las monedas y dar alcomercio internacional su soporte”.

Pero también expresa su admiración por Marx: “el más ge-nial de los intérpretes del mundo en que vivimos”, y cómo elcapitalismo fue salvado de la crisis augurada por él, según lainterpretación de Rosa Luxemburgo, debido al fuerte desa-rrollo del comercio exterior a finales del siglo y por elimperialismo.

Posteriormente, toca el tema de que el mundo occidentalno ha podido ofrecer un programa de vida o acción a las ma-sas que tenga la atracción del presentado por los líderessocialistas al pueblo ruso, y cita a su admirado pensador Or-tega y Gasset, cuyas obras completas constituían su obligadolibro de cabecera: “las masas ya no quieren ser dirigidas sinodirigentes”.

Finalmente, indica que “el banquero no está a la altura desu nivel histórico, pues en las últimas convulsiones el univer-sitario lo reemplaza en la edificación de medidas defensivas...”La consecuencia es que debe darse cuenta de su responsabili-dad y asumir el papel desempeñado en el pasado.

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Posteriormente, el 3 de octubre de 1947, pronuncia unaconferencia en el Instituto de Intercambio Cultural Mexica-no-Ruso, en donde una de las tesis interesantes que presenta,y que la izquierda tiende a menudo a olvidar en sus ataques alos gobiernos establecidos, es la de que: “Uno de los primerosobjetivos de Lenin, que debe ser considerado como un pro-fundo economista, fue la estabilización del rublo, y larecuperación de su poder de compra.” Don Ricardo J. Zevada,que lo presentó, hace un reconocimiento “a la personalidaddel licenciado Suárez, que se adentra en el estudio de los pro-blemas sin prejuicios de ningún género, ni de ideología alguna,con la mente clara del investigador que sólo desea hallar laverdad”.

En situaciones difíciles, su experiencia es aprovechada porla Presidencia de la República y la Secretaría de Hacienda.Así, durante la devaluación de 1954 fue llamado por el Presi-dente Ruiz Cortines. A su juicio, la estrategia de recuperacióna corto plazo, además de las medidas financieras adoptadas,debía fundarse en el rápido impulso de los dos sectores quepueden generar divisas casi sin rezago, el turismo y el petró-leo. Asimismo, recomienda una estrategia de aumento en losprecios y tarifas de las empresas públicas. Por recomendacióndel licenciado Antonio Carrillo Flores ingresa también a losConsejos de administración del Banco de México, S. A. y deNacional Financiera.

Las épocas difíciles son propicias a la polémica; así, en 1955entabla una interesante discusión en el periódico Excélsior consu amigo y antiguo jefe, don Alberto J. Pani, sobre el dilemadel crecimiento económico y la estabilidad externa e internade la moneda:

No hay medida de importancia en asunto económicosque no tenga ventajas e inconvenientes, y para ponde-

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rar unos y otros no existen instrumentos de precisión.Por eso es tan difícil la práctica de la política económi-ca como fácil la censura en esta materia. Quienespresenciaron los catastróficos efectos de la deflaciónse preocuparon por encontrar remedios para que estemal tremendo no volviera a presentarse nunca. Así seformó la teoría y la técnica del financiamiento deficita-rio... Juzga que en los actuales momentos es convenienteperseguir la estabilidad monetaria, y tiene razón: el paísno puede seguir viviendo con una desvalorización desu moneda cada seis años... Así lo han comprendido elseñor Presidente de la República y su ministro de Ha-cienda... no es necesario hacer generalizacionesaventuradas ni lapidar a quienes en situaciones distin-tas y excepcionales ha empleado procedimientosdistintos a los que hoy apoya.

Durante el período de rápido crecimiento económico de loscincuentas y los sesentas, Eduardo Suárez pone su experien-cia al servicio de la economía mixta. Ya he mencionado sunombramiento y actuación en importantes entidades públi-cas, como Nacional Financiera y Banco de México, S. A.También es miembro del Consejo de administración de lasmás importantes empresas privadas, como la Compañía deLuz y Fuerza, Teléfonos de México, y otras más. En Teléfo-nos de México continuó como Consejero después de sunacionalización. Fue nombrado también Presidente del Con-sejo del Banco Comercial Mexicano, con cuyos dirigentes, EloyVallina, padre e hijo, Carlos Trouyet y José Pintado, le ligaronestrechos lazos de amistad durante esta última etapa de su vida.

Otra faceta importante es el gran interés que tuvo en parti-cipar en actividades de orden cultural y social. Hasta sudesignación como embajador en Londres fue miembro del

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patronato universitario. También fue patrón fundador del Ins-tituto Mexicano de Cardiología, al que, como Secretario deHacienda contribuyó a financiar.

El doctor Ignacio Chávez me ha referido cómo conoció ami padre, buscando apoyo para crear el Instituto deCardiología. Ya había conseguido un terreno, pero no teníadinero para la construcción del edificio. Llegó entonces eldoctor Gustavo Baz a la Secretaría de Asistencia, y el doctorChávez le fue a pedir ayuda. Le dijo que no tenía dinero paradarle, pero que le recomendaba que fuera a ver al licenciadoSuárez, y le dijo: “Es muy duro para dar fondos”, pero la Secre-taría de Hacienda tiene unos fondos atrasados que le debe a laSecretaría de Asistencia, así es que vamos a ver qué pasa.”

El doctor Baz invitó a cenar al licenciado Suárez y al doc-tor Chávez, y éste le dijo lo que necesitaba. Aunque uno eraabogado y el otro médico, y se trataba del primer Instituto deCardiología del mundo, para sorpresa del médico, Suárez en-tendió el problema y ofreció todo el apoyo que estuviera ensus manos; a los pocos días le llamó por teléfono para ofre-cerle 500 mil pesos. Este apoyo extraordinario se tramitó comopago de lo que la Secretaría de Asistencia le debía a la deHacienda. Esta fue un gran ayuda, y sin la intervención dellicenciado Suárez, quién sabe si habría habido un Instituto deCardiología, o cuándo se habría creado finalmente este Insti-tuto. Él dio el primer empujón, y de esta manera quedó comopatrono de Cardiología. Así lo reconoce el doctor Chávez.

También fue miembro del patronato del Fondo de CulturaEconómica, a cuyas reuniones le llevaban tanto su interésGeneral por las ciencias sociales como su particular afición yerudición en materia histórica. Con frecuencia sugería la pu-blicación de obras en esta materia. Tenía un gran respeto porla institución y lamentó profundamente la desvirtuación queésta sufrió con la salida de un profesional como el doctorOrfila Reynal. Fue también Presidente del Consejo del Insti-

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tuto Mexicano-Norteamericano de Relaciones Culturales, quele dedicó, en homenaje póstumo, su biblioteca; Consejero delCentro Mexicano de Escritores y miembro del jurado en elPremio Nacional de Economía.

Pero habría de regresar de tiempo completo al servicio pú-blico. El Presidente Gustavo Díaz Ordaz, a propuesta dellicenciado Carrillo Flores, Secretario de Relaciones Exterio-res, lo nombró embajador en Londres. Fue un puesto queacogió con el mayor entusiasmo a los 70 años de edad; elpueblo inglés era el pueblo hacia el cual sentía mayor admira-ción personal. Al inicio de su gestión, Inglaterra continuabapasando por una difícil situación económica. Todavía no es-taba de moda para el turismo internacional, y los viajerosmexicanos preferían viajar al continente, por lo que era unlugar sumamente plácido. Pero eso realzaba los encantos deLondres. Decía: “París tiene sus encantos en el escaparate;Londres los tiene en la trastienda.” Su cuartel General de ope-raciones, la embajada de México, de clásico estilo georgiano,situada en una esquina de Beegrave Square, es quizás la másbella de nuestras embajadas. Tuvo entre sus colaboradores aRubén González Sosa, Antonio González de León, HugoGutiérrez Vega, Héctor Cárdenas (que se casaría con mi her-mana), Luis Wibo, Román Millán y Héctor Manjarrez. No fuesino hasta el final de su gestión que Londres se convirtió enswinging London; el número de visitantes mexicanos, muchosde ellos amigos suyos, fueron en aumento.

Tuvo las mejores relaciones con el gobierno laborista in-glés. Promovió un intenso programa de becas entre México eInglaterra, consciente de que, dado el altísimo nivel educati-vo de este país, era uno de los mejores servicios que podíarendir a México. Durante su gestión, y a instancias suyas, sepremió la labor de distinguidos ingleses como Sir EircThompson, uno de los grandes arqueólogos que han estudia-

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do la cultura maya. Debemos también señalar su participa-ción para que se celebrara la feria británica en la Ciudad deMéxico. Además de sus tareas en Londres, fue designado Pre-sidente de la delegación mexicana a la ConferenciaInternacional sobre Derecho de Tratados que se celebró enViena, en 1968 y 1969. Contó con la eficaz colaboración dedos jóvenes juristas: Bernardo Sepúlveda (en 1968) y SergioGonzález Gálvez (en 1969). Pudo revivir así, 37 años mástarde, sus experiencias de la Conferencia de Codificación delDerecho Internacional de La Haya.

Regresó a México en 1970 para dedicarse a atender sus ne-gocios, a viajar y a escribir sus memorias.

Concluyo este ensayo con una semblanza personal de mipadre, principiando por presentar algunos de los rasgos quesus amigos más íntimos o colaboradores apreciaron en él.

Don Antonio Castro Leal, que tuvo hacia él una gran sim-patía, lo caracteriza como: “una persona muy consecuente,inteligente, buen amigo”. Recuerda la gran afición que teníapor la lectura de novelas policiacas, las que, efectivamente,leía con avidez, siendo un pasatiempo que compartió con donAntonio.

Don Eduardo Villaseñor, que fue su íntimo colaborador,primero como subsecretario de Hacienda, y posteriormentecomo director General del Banco de México, decía: “lo quemás me llamaba la atención, era que no importaba qué asun-tos estuviera viendo, y por más preocupado que se encontrasecon otras cuestiones, cuando se le presentaba un problema,él lo estudiaba de principio a fin, con una memoria extraordi-naria, lo analizaba, lo esquematizaba y, en total, hacía unresumen exacto de él. Tenía una enorme facilidad para recor-dar y reconstruir todo un argumento o una serie de argumentosen torno a un asunto. No importaba que se tratara de algocomo la guerra, que seguía con todo detalle respecto a quién

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atacaba y en dónde, cuando algunos ni siquiera tenían tiempode leer el periódico”.

Don Antonio Carrillo Flores platica una serie de anécdotasque reflejan un rasgo sobresaliente de su personalidad.

Una que se refiere a don Antonio Suárez, su hermano, ma-temático eminente y profesor muy querido en la escuela deingenieros del Politécnico: Cuando nombraron al licenciadoSuárez Secretario de Hacienda, consideró su hermano quesería lo más fácil conseguir que pusiera a su disposición uncarro de ferrocarril para que llevara a sus estudiantes al lugaren donde tendrían que hacer sus prácticas, ya que en esa épo-ca se acostumbraba que en vacaciones se efectuaran talesprácticas, generalmente en lugares cercanos. Cuando Anto-nio Suárez fue a verlo para presentarle esta petición, él le dijoque no. Don Antonio se enojó tanto que nunca más volvió aver a su hermano, hasta que estuvo muy enfermo y lo visitóel licenciado Suárez.

En otra ocasión refiere mi madre cómo también con mi abuelatuvo una diferencia, debido a que fue a pedirle que otorgara auna señora de apellido Alarcón la firma que necesitaba para unasunto. Eduardo Suárez se molestó mucho con su mamá porqueella insistía, y le dijo: “Yo soy así por que tú me educaste de estamanera, y ahora me vienes a pedir que haga una cosa que estácompletamente en desacuerdo con la educación que me diste.”

Don Manuel Palavicini, en un cálido homenaje en la inau-guración de la biblioteca que le dedicó el InstitutoMexicano-Norteamericano de Relaciones Culturales, dijo:

El señor licenciado don Eduardo Suárez fue una perso-na extraordinaria. Su aspecto físico era el de un hombreserio, cordial, cortés, sencillo, pero el brillo de su mira-da, la elegancia y el ingenio de sus frases, su erudición,lo hacían sobresalir inmediatamente en cualquier re-

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unión, entre no importa qué tan distinguidas y dotadasgentes lo rodearan. Poseía carisma y magnetismo, y unaextraña facultad de infundir instantáneo respeto, donde hacerse respetar, sí, mas al mismo tiempo de hacer-se querer.El genio de Suárez, precisamente a causa de su graninteligencia, no tenía nada de esotérico, de confuso, derebuscado, de nebuloso, como suele suceder con tantosintelectuales que siempre buscan la forma por la formamisma y oscurecen la esencia al cubrirla con giros yvolutas verbales. Sus conceptos eran claros, transpa-rentes en su significado, rigurosamente lógicos.Estas cualidades y su profundo sentido humano le per-mitieron tener cabal éxito en el desempeño de laactividad por la cual tuvo la mayor inclinación: la cáte-dra. Quienes al impartir una asignatura enseñan lamateria a sus alumnos, son profesores; aquellos queademás los inspiran, los educan, los que forman escue-la, son, como lo fue don Eduardo Suárez, maestros.

El doctor Chávez dice de él:

Era un hombre de gran sencillez, no daba impresión deser alto funcionario, era un hombre de charla, enamora-do de la conversación, encontraba los lados flacos de lagente con quien platicaba y entablaba polémicas. Teníauna memoria de fantasía, sin falla, prodigiosa, un hom-bre de gran erudición en asuntos médicos. Es raro paraalguien que no es su campo, leer revistas y libros demedicina, pero él los leía, los juzgaba, debatía con unode todo, siempre con sentido del humor y de charla.Uno de los funcionarios públicos de acción más tras-cendente, honesto, capaz, amigo leal y noble.

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Mi padre era, ante todo –cualidad que él mismo anteponíacuando se refería a otra persona a quien admiraba–, un “hom-bre de carácter”, con una fidelidad absoluta a sus principiosbásicos, y de una rectitud inmaculada. Se exigía a sí mismo yexigía de los demás una absoluta dedicación al cumplimientodel deber. Pero nunca fue “dogmático”, característica que talvez lo distingue de algunos de sus contemporáneos, quizás tanpreparados como él, pero que acabaron en la frustración o el des-encanto. Su gran sentido común le permitió siempre entender larealidad, tal como era y no como él hubiera querido que fuera.

Ya he dicho que era un gran conversador. Su estilo naturalle permitía captar la atención de adultos, jóvenes, mujeres uhombres. Amante de la polémica, siempre encontraba ángu-los o perfiles que la generalidad no descubría.

Le gustaba ironizar sobre lo presuntuoso. En alguna oca-sión un amigo suyo, invitado a cenar, llevó un hermoso sableque había pertenecido a su abuelo; me dijo –yo tenía 7 años–que le preguntara a qué anticuario se lo había comprado.

De aspecto serio, y aparentemente impenetrable, ocultabaun espíritu bondadoso y sensible. Esto se acentuó en su ma-durez, y al narrar las grandes gestas históricas, se emocionabay asomaban lágrimas a sus ojos; fuese, por ejemplo, al hablarde la resistencia de la guardia de Napoleon en Waterloo, o alreferirse al romántico español García Gutiérrez, que comovoluntario curó a los heridos mexicanos en la guerra con losEstados Unidos, sin que una sola calle lleve su nombre.

De gran sencillez, lo mismo con el poderoso que con elhumilde, escuchaba pacientemente al que se le acercaba yplaticaba con él. Era sumamente distraído: En alguna oca-sión, ya como ministro de Hacienda, viajando en pullman, alllegar al carro-comedor, sumido en sus meditaciones, lo reci-bió insolentemente un mesero diciéndole que no había lugar.

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Dio tranquilamente la vuelta, sin darse cuenta, hasta que uncomensal advirtió al camarero de quién se trataba, lo que hizoque éste se desviviera en cortesías. Al mismo tiempo, era te-rrible cuando, enojado, destellaban sus ojos un brillo especiale imponía un gran respeto.

Manejaba su casa como la Secretaría de Hacienda; el gastosuntuario estaba proscrito, con las siguientes excepciones: elbuen vino y la buena comida, así como los buenos libros.Comprar un coche lujoso era del todo ajeno a su manera deser, no así el pedir un vino de solera en el Grand Vefour.Había una razón: era un formidable catador de vinos. En al-gunas comidas, como las que se celebraban en ocasión delPremio Anual de Economía, identificaba fácilmente la región,la marca y a veces hasta el año de la cosecha.

Su lectura favorita era la historia, principalmente la con-temporánea; pero sus libros de cabecera fueron las obrascompletas de Ortega y Gasset. Tenía una notable memoria,que le permitía contar un sinnúmero de anécdotas, y citarfrases célebres.

La agricultura, su otro pasatiempo, fue quizás la única acti-vidad en la que fracasó. Obtuvo el beneficio del aire puro, delas largas caminatas; estudiaba los más adelantados libros téc-nicos, pero nunca o casi nunca tuvo utilidades en los ranchosque llegó a tener, primero en Tepozotlán (‘‘Cuatro Milpas’’),luego en Celaya (‘‘El Garambullo’’).

Sus hijos, lógico resultado de la educación y la genética,dividieron las cualidades del padre: Eduardo, su simpatía ydon de gentes; Alfonso, su disciplina y rigor; Miguel, su bon-dad; Martha, su buen gusto artístico, y Rafael, sus dotes deadministrador, la habilidad política –como él le decía–, su“truchiman”.

Su esposa, mi madre, fue en todo momento una compañeraejemplar, complementándole con su enorme discreción, tac-

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to y diplomacia. Quizás no haya habido más de dos ocasio-nes, que yo recuerde, en que mi padre viajara sin su compañía.Su dependencia recíproca era total.

Su alto sentido cívico lo manifestó hasta el final. Por ama-ble invitación del licenciado José Andrés Oteyza, participóen la campaña electoral del licenciado José López Portillo, enla sesión de discusión sobre la industria azucarera. Había al-canzado por entonces la edad de 80 años, y lo acompañó suhijo Rafael. Tenía marcada dificultad para caminar, pero alsubir a la tribuna, abordó con su franqueza acostumbrada yclaridad mental las causas de los problemas que achacaban ala industria.

Luchó por la vida hasta el final, con el denuedo que le eracaracterístico, realizando continuos ejercicios para recuperarlos movimientos, y sobre todo estudiando en los textos médi-cos para acertar en el diagnóstico y en el tratamiento. Muriósin sufrimiento, plácidamente, muerte digna de quien hasta elúltimo momento cumplió cabalmente con su esposa, sus hi-jos, su patria y sus amigos. Por algo, en su oración fúnebre,don Antonio Carrillo Flores dijo:

“Yace aquí uno de los mexicanos más ilustres de este siglo.”

FRANCISCO SUÁREZ

CRONOLOGÍA

Nació en Texcoco, Méxi-co (enero 3 de 1895).

Educación primaria:-Colegio del Estado de

México, Texcoco (de1o. a 3er. año).

-Colegio Williams, D. F.(de 4o. a 6o. año).

Ingresa a la Escuela Na-cional Preparatoria(1908).

Alumno de la Escuela Na-cional de Jurisprudencia(1913-1917).

Caída de Porfirio Díaz (mayo21 de 1911).

Francisco I. Madero asume lapresidencia (noviembre 6de 1911).

Decena Trágica (febrero 9 de1913).

Muerte de Madero (febrero22 de 1913).

Presidencia de VenustianoCarranza (mayo 1o. de1917 a mayo 6 de 1920).

Nicolás Flores, gobernadordel estado de Hidalgo (ju-nio 28 de 1917 a abril 1o.de 1921).

Datos biográficos deEduardo Suárez

Acontecimientosnacionales

Acontecimientosinternacionales

Presidencia de WoodrowWilson (1913-1921).

Se le encomienda la cátedrade sociología jurídica(1916) y de procedimien-tos civiles (1917) en laEscuela de Derecho. Tam-bién desempeña en estaépoca el puesto de profe-sor de Derecho mercantilen la Escuela de Comer-cio.

Encargado del despacho de laSecretaría General de Go-bierno del estado deHidalgo (1917-jul iode 1919).

-Controversia constitucionalen su contra (septiembrede 1919).

-El gobierno y la legislaturalocal del Estado descono-cen a Venustiano Carranza(mayo de 1920).

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Plan de Agua Prieta (abril de1920).

Datos biográficos deEduardo Suárez

Acontecimientosnacionales

Acontecimientosinternacionales

Contrae matrimonio con laseñorita Leonor Vázquez(junio 24 de 1920).

A su regreso a Pachuca, con-tinuaría ejerciendo diversascátedras en la Facultad deDerecho: Derecho indus-trial, Teoría General delDerecho y Derecho inter-nacional (1919-1932)

Presidencia de AlvaroObregón (diciembre 1o. de1920 a noviembre de1924).

Renuncia Cutberto Hidalgoa la Secretaría de Relacio-nes (enero 14 de 1921) ydesignación de Alberto J.Pani (enero 21 de 1921).

Conferencias de Bucareli(mayo-agosto de 1923) yreconocimiento de Obre-gón por los EstadosUnidos.

Presidencia de WarrenHarding (1921-1923).

Presidencia de CalvinCoolidge (1923-1929).

Designado Presidente de laJunta de Conciliación yArbitraje del DF (¿-junio15 de 926).

Designado abogado auxiliarde la agencia mexicana dela Comisión General deReclamaciones (junio 11de 1926).

Presidencia de Plutarco ElíasCalles (diciembre 1o. de1924 a noviembre 30 de1928).

Aarón Sáenz, Secretario deRelaciones Exteriores.

Comisión General de Recla-maciones México-EstadosUnidos (1924-1934).-Decisión caso Laura

Buffington Janes contraMéxico (noviembre 16de 1926).

Comisión Especial de Recla-maciones México-EstadosUnidos (1924-1934).-Decisión caso Santa Isa-

bel (abril de 1926).Designado subagente de

México en la Comisión deReclamaciones México-Gran Bretaña (agosto 16de 1928).

Nombrado abogado consul-tor de la Secretaría deRelaciones Exteriores (ene-ro 1o. de 1929).

Genaro Estrada, subse-cretario encargado delDespacho (mayo 1o. de1927- febrero 4 de 1930).

Presidencia de Emilio PortesGil (diciembre 1o. de 1928a febrero 4 de 1930).

Comisión de ReclamacionesMéxico-Gran Bretaña(1928-1932).

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Datos biográficos deEduardo Suárez

Acontecimientosnacionales

Acontecimientosinternacionales

Nombrado representante deMéxico y vicepresidentede la Conferencia de Codi-ficación del DerechoInternacional (marzo de1930).

Presidencia Pascual Ortiz Ru-bio (febrero 5 de 1930 asetiembre 3 de 1932).

Genaro Estrada, Secretario deRelaciones Exteriores (fe-brero 5 de 1930 a enero 20de 1931).

Comisión de ReclamacionesMéxico-Francia (1925-1932).

Comisionado de México enla Comisión de Reclama-ciones México-Francia(septiembre 19 de 1930).

Presidente de la Comisión re-dactora de la Ley Federaldel Trabajo (1931).

Fallecimiento de la señoraLeonor Vázquez de Suárez(septiembre 6 de 1931).

Aprobación por las Cámarasde la Ley Federal del Tra-bajo (agosto de 1931).

Plan Calles (julio de 1931).Ingreso de México a la Sociedad

de Naciones (septiembre 7de 1931).

Manuel Puig Casauranc esdesignado embajador enWashington (octubre de1931) en sustitución deManuel C. Téllez, que ha-bía actuado comoencargado de negociosdesde 1920 y como emba-jador desde 1925.

Salida de Genaro Estrada dela Secretaría de RelacionesExteriores; es nombradoembajador en España (ene-ro 20 de 1932).

Manuel C. Téllez es designa-do Secretario de RelacionesExteriores (enero 21 de1932).

Negociaciones para prorrogarla Comisión de Reclama-

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ciones México-EstadosUnidos (enero-junio de1932).

Renuncia Luis Montes deOca a la Secretaría de Ha-cienda; Alberto J. Pani esnombrado Secretario (ene-ro de 1932).

Ley Monetaria (marzo de1932).

Ley de Instituciones de Cré-dito (mayo de 1932).

Ley de Títulos y Operacionesde Crédito (agosto de1932).

Datos biográficos deEduardo Suárez

Acontecimientosnacionales

Acontecimientosinternacionales

Miembro de la Comisión re-dactora de la Ley de Títulosy Operaciones de Créditoy de la Ley de Institucio-nes de Crédito (1932).

Nombrado jefe de la delega-ción mexicana ante laSociedad de Naciones(agosto 29 de 1932).

Asiste a las sesiones de sep-tiembre.

Presidencia de Abelardo L.Rodríguez (septiembre 4de 1932 a noviembre 30de 1934).

Fallida renegociación de ElChamizal (finales de 1932).

Renuncia Manuel C. Téllezcomo Secretario de Rela-ciones Exteriores (di-ciembre 21 de 1932);Designación de ManuelPuig Casauranc (enero 1o.de 1933).

Conferencia Económica deLondres (junio de 1933).Firma del Convenio de laPlata (junio 22 de 1933).

VII Conferencia Panamerica-na de Montevideo octubrede 1933).

Roosevelt nombra a JosephusDaniels embajador enMéxico (1933).

Designado Secretario de Ha-cienda (junio 17 de 1935).

Renuncia Alberto J. Panicomo Secretario de Ha-cienda (septiembre 28 de1933); designación deMarte R. Gómez.

Ley General de Institucionesde Seguros (agosto 22 de1935).

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Datos biográficos deEduardo Suárez

Acontecimientosnacionales

Acontecimientosinternacionales

Ley Orgánica del Banco deMéxico (agosto 28 de1936).

Ley de Justicia Fiscal (agosto31 de 1936).

Instalación del Tribunal Fis-cal (diciembre 31 de 1936).

Convención Nacional Banca-ria, Mazatlán, Sin.(marzode 1937).

Presidencia del GeneralLázaro Cárdenas.

Renuncia del gabinete comoresultado del conflicto conel General Plutarco ElíasCalles (junio 14 de 1937).

Creación del Banco Nacionalde Comercio Exterior (ju-lio 1o. de 1935).

Creación de la Comisión Fe-deral de Electricidad(agosto 14 de 1937).

Convenio con El Aguila (no-viembre de 1937).

Inauguración del Ingenio deZacatepec (febrero 5 de1938).

Expropiación petrolera(marzo 18 de 1938).

Abandono del tipo de cam-bio de 3,60 pesos por dólar(marzo de 1938).

Decreto del 28 de diciembrede 1938 que permite alBanco de México adquirircertificados de la Tesoreríapara financiar al gobiernofederal.

Promulgación del CódigoFiscal (diciembre 30 de1938).

Visitas a México del coronelPatrick Hurley (grupoSinclair) para conversarcon el General Lázaro Cár-

Contrae matrimonio con laseñorita María de la LuzDávila el 5 de diciembrede 1935.

Guerra Civil Española (juliode 1936 a marzo de 1939).

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Datos biográficos deEduardo Suárez

Acontecimientosnacionales

Acontecimientosinternacionales

denas (diciembre de 1938y octubre de 1939).

Conversaciones de Donald R.Richberg (Standard Oil)con el General Lázaro Cár-denas en:

México, D. F. (marzo 8, 9, y10 de 1939)

Saltillo, Coah. (mayo 1o., 2 y3 de 1939).

Carta del General Cárdenasal Presidente Roosevelt(julio 29 de 1939).

Pláticas en Washington entrePatrick Hurley, JohnLewis, Francisco CastilloNájera, Harry F. Sinclair yEduardo Suárez (enero de1940).

Acuerdo con Harry F. Sinclair(mayo 1o. de 1940).

Preside la delegación mexica-na a la Reunión deCancilleres de La Habana(julio de 1940).

Renuncia de Luis Montes deOca a la Dirección Gene-ral del Banco de México, ydesignación de EduardoVillaseñor (septiembre de1940).

Fijación del nuevo tipo decambio de 4,85 pesos pordólar (octubre de 1940).

Ley Orgánica de Nafinsa (di-ciembre 20 de 1940).

Incautación de barcos italia-nos y alemanes en ejerciciodel Derecho de Angaria(abril 8 de 1941).

Nueva Ley Orgánica delBanco de México (1941)y Nueva Ley General deInstituciones de Crédito(mayo de 1941).

Inicio de operaciones de laCompañía Industrial de

Conferencia de La Habana(julio de 1940).

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Datos biográficos deEduardo Suárez

Acontecimientosnacionales

Acontecimientosinternacionales

Atenquique (noviembre 7de 1941).

Noviembre 19 de 1941:- Convenio sobre reclama-

ciones pendientes.- Establecimiento del me-

canismo para determinarel avalúo de bienes ex-propiados.

- Créditos del EXIMBANK yconvenio de estabiliza-ción de la Tesorería deEstados Unidos.

Ruptura de relaciones conJapón (diciembre 8 de1941) y Alemania (diciem-bre 11 de 1941).

Tercera Reunión de Consultade Ministros de Relacio-nes Exteriores (15 a 28 deenero de 1942) en Río deJaneiro.

Decisión pericial de Petróleos(abril de 1942).

Declaración de guerra deMéxico a los países del Eje(mayo de 1942).

Establecimiento de AltosHornos (julio 6 de 1942).Convenio sobre deuda ex-terna (noviembre de1942).Tratado de Comer-cio de Seguro Social(diciembre de 1942).

Conferencia de Monterreyentre el Presidente Ma-nuel Ávila Camacho y elPresidente Franklin D.Roosevelt (abril de 1943).

Establecimiento de la Comi-sión Mixta de CooperaciónEconómica Estados Uni-dos-México (mayo 21 de1943).

Pearl Harbor. Ingreso de Es-tados Unidos a la SegundaGuerra Mundial (diciem-bre 7 de 1941).

Conferencia de BrettonWoods (julio de 1944).

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Datos biográficos deEduardo Suárez

Acontecimientosnacionales

Acontecimientosinternacionales

Conferencia Panamericana deChapultepec (febrero de1945).

Convenio sobre deuda Ferro-carriles (1946).

Roosevelt resulta reelecto so-bre el republicano Dewey.Truman, vicepresidente(noviembre 7 de 1944).

Muerte del PresidenteFrkanklin D. Roosevelt(abril 12 de 1945).

Concluye su período comoSecretario de Hacienda(noviembre 30 de 1946).

Reingreso a la vida privadapara ejercer su profesión deabogado; regresa a la cáte-dra universitaria; actúacomo miembro del Con-sejo de empresas públicascomo Nafinsa y Banco deMéxico, y de empresas pri-vadas. Preside el Consejodel Banco ComercialMexicano, y es Consejerode la Compañía de Luz yFuerza, y de Teléfonos deMéxico, etc.; Consejero deinstituciones sociales y cul-turales como el Fondo deCultura Económica, laUniversidad Nacional Au-tónoma de México(UNAM), y el Instituto deCardiología.

Designado embajador enLondres (marzo de 1965).

Fallece el 19 de septiembrede 1976.

COMENTARIOS Y RECUERDOS

PREÁMBULO

Mis comentarios y recuerdos comenzarán desde queentré a formar parte, como abogado, de la Comisión deReclamaciones entre México y los Estados Unidos, yterminarán hasta la fecha en que acompañé, en calidadde Secretario de Hacienda, al señor Presidente donManuel Ávila Camacho al entregar el poder ante elCongreso de la Unión.Este período de mi actuación al servicio del país lo con-sidero el más fecundo de mi vida, y pienso que lasimpresiones que entonces recibí pueden ser útiles paraMéxico.Antes tuve el cargo de profesor de diversas ramas delDerecho en la Universidad Nacional; el puesto de sub-secretario encargado del despacho de la SecretaríaGeneral del estado de Hidalgo, durante la administra-ción del señor don Nicolás Flores, y, por último, algunoscargos temporales en la Secretaría de Hacienda.

EDUARDO SUÁREZ

CAPÍTULO I

LAS COMISIONES DE RECLAMACIONES

LA COMISIÓN GENERAL DE RECLAMACIONES entre México ylos Estados Unidos, como es sabido, fue consecuenciade los llamados Tratados de Bucareli, dándoseles este

nombre por haberse celebrado en la casa número veinticincode la calle de Bucareli, en esta ciudad, por representantes delgobierno de los Estados Unidos y de nuestro gobierno. Losresultados de estas conferencias son en General poco conoci-dos y se han formado en torno de ellos leyendas poco favorablesy en General injustificadas, por lo que no será del todo incon-veniente dedicarles algunos comentarios relatando los hechostal como aparecen comprobados por fuentes fehacientes.

Es conocido por todos que el señor General don ÁlvaroObregón inició una revuelta militar contra el gobierno esta-blecido de don Venustiano Carranza. Al triunfo de estemovimiento, de acuerdo con los términos del plan llamadode Agua Prieta, asumió la Presidencia de la República el se-ñor don Adolfo de la Huerta, el cual convocó al país aelecciones, resultando electo Presidente de la República elúnico candidato, que fue el propio General Obregón.

Consideraba el señor que sería reconocido como Presiden-te constitucional de México por el gobierno de los EstadosUnidos, según lo refiere el señor ingeniero Pani, en sus Apun-

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tes autobiográficos. Refiere éste que al serle ofrecida la carterade Relaciones Exteriores, que había quedado vacante por larenuncia del señor doctor Cutberto Hidalgo, el señor Panipreguntó al Presidente: “¿Qué sucedería si el nombramientodesagradaba a algunos de sus futuros colegas?”; el GeneralObregón le contestó: “los calmaré diciéndoles que solamenteocupará usted ese puesto las dos o tres semanas que tarde elgobierno americano en reconocer al mío, para mandarlo en-tonces como embajador en Washington”.1

Pasaron, sin embargo, meses y aun años y el gobierno delPresidente Wilson, de los Estados Unidos, se negaba a reco-nocer al gobierno del General Obregón. Intranquilo éste portal situación, envió a Washington una Comisión que presidíadon Fernando Iglesias Calderón, pintoresco personaje al querodeaba cierto prestigio –por el muy justificado que tuvo supadre, don José María Iglesias–, y formada, además, por donJulio García, distinguido jurisconsulto, y por don GenaroFernández Mac Gregor. Este último refiere en su obra El ríode mi sangre, que don Fernando no pudo hacerse recibir por elseñor Presidente Wilson, ni siquiera del Secretario Colby, sinotan sólo por el subsecretario Davis; por lo demás, el señorPresidente Wilson se encontraba ya gravemente enfermo, y,según refiere Fernández Mac Gregor, lo veían por las callesde Washington en su automóvil abierto, entre su esposa y susecretario Mister Tumulty, con la gorra encasquetada hastalas orejas, con la mandíbula inferior caída y con el aire deidiota que no se entera de nada.2

Además, el gobierno envió como agente confidencial al se-ñor Roberto Pesqueira, que llegó con gran acompañamientoy con mucho dinero a tratar de influir en los círculos de loshombres de negocios para tornarlos favorables al régimen de

1 Alberto J. Pani, Apuntes autobiográficos. México, 1951, t. I, p. 295.2 Genaro Fernándes Mac Gregor, El río de mi sangre. México 1969, p. 284.

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Agua Prieta. Se dice que esa encomienda costó al erario na-cional muchos millones de dólares, pero fracasó, lo mismoque la encabezada por don Fernando Iglesias Calderón en sumisión principal, que era la de obtener el reconocimiento parael nuevo gobierno.3

Llevaba ya más de tres años de establecido el gobierno delseñor General Obregón cuando el señor Secretario de Rela-ciones, ingeniero Alberto J. Pani, emprendió una negociaciónseria con el nuevo gobierno de los Estados Unidos, que presi-día el señor Hardin.

El 27 de mayo de 1921, el gobierno de los Estados Unidosdeclaró en forma terminante “que no reconocería al actualgobierno de México y no reanudaría relaciones diplomáticasmientras no contara con las garantías, que en su conceptoson necesarias para la seguridad de los derechos adquiridosfísicamente por los ciudadanos americanos en México, antesde la vigencia de la Constitución de 1917”, garantías que de-berían establecerse en un tratado de amistad y comercio, elcual sería firmado simultáneamente con el reconocimiento.

El gobierno mexicano consideró que no era ni convenienteni necesario firmar un tratado semejante, pues habría dado alreconocimiento el carácter de condicional y lesionaba la so-beranía y la dignidad de México.4

A sugestión del señor licenciado Genaro Fernández MacGregor, que a la sazón desempeñaba el cargo de abogado con-sultor de la Secretaría de Relaciones Exteriores, se ofreció algobierno de los Estados Unidos el examen de todas las recla-maciones justas que tuviesen contra México, dividiéndolasen dos grupos: las que se originaban en daños causados porlas revoluciones recientes, y las que provenían de cualquierotra causa. “Sabía bien, dice el mencionado abogado, que la3 Ibid, p. 287.4 Alberto J. Pani, Las Conferencias de Bucareli. México, 1953, p. 20.

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procedencia de las primeras era dudosa, de acuerdo con elestricto Derecho internacional; pero los caudillos de los mo-vimientos armados habían hecho solemnes promesas depagarlas. Encomendar su examen a un tribunal mixto y nopuramente nacional, no establecía precedente si se hacía cons-tar inequívocamente que las indemnizaciones se concedíanex-gratia. Esa fue la base de las convenciones que más tardese firmaron. El fin de ello era obtener el respeto del mundo...Así, el General Obregón tuvo que pasarse sin su reconoci-miento más de tres años, aplicándose entre tanto a patentizarsus buenas intenciones y la fuerza y constructividad de sugobierno”.5

Siguió una larga controversia entre la Cancillería mexicanay la americana, sosteniendo ambas sus respectivos puntos devista: los Estados Unidos, la necesidad de la firma del Trata-do de Amistad y Comercio, y posteriormente la Convenciónsobre Reclamaciones; y la de México ofreciendo solamente lacelebración de las Convenciones de Reclamaciones.

Como la controversia diplomática se prolongase demasia-do tiempo, el señor General James A. Ryan indicó, con fecha9 de abril de 1923, al señor Presidente Obregón, que el señorPresidente Harding simpatizaba con la idea de que se nom-brase una comisión formada por dos representantes de Méxicoy dos de los Estados Unidos para discutir el problema y ter-minar la controversia. El señor General Obregón aceptó laidea, dejando bien entendido que los comisionados así nom-brados en ningún caso llegarían a discutir la legislaciónmexicana vigente, ni a tocar el punto de procedencia o im-procedencia de cualquier convenio previo a la reanudaciónde las relaciones diplomáticas entre los dos gobiernos.6

5 Genaro Fernández Mac Gregor, Op. cit., p. 292.6 Alberto J. Pani, Las Conferencias..., pp. 88 y ss.

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Aprobada, pues, por ambos gobiernos, la idea de nombraruna comisión mixta con los fines indicados, el gobierno mexi-cano designó a los señores Ramón Ross y licenciado FernandoGonzález Roa; y el de los Estados Unidos a los señores Char-les B. Warren y John H. Payne, quienes se reunieron en la yacitada casa de la calle de Bucareli. Los comisionados, con-juntamente, aprobaron la Comisión Especial deReclamaciones y la general, y separadamente los comisiona-dos hicieron declaraciones acerca de las intenciones y políticade sus respectivos gobiernos.

Posteriormente, la Secretaría de Relaciones de México y elDepartamento de Estado de Washington dieron el siguientecomunicado a la prensa el día 31 de agosto de 1923: “Losgobiernos de México y de los Estados Unidos –en vista de losinformes y reclamaciones que sus comisionados rindieroncomo resultado de las conferencias mexicano-americanas,celebradas en la Ciudad de México, durante el lapso del 14 demayo al 15 de agosto de este año– resuelven reanudar lasrelaciones diplomáticas entre ambos, procediendo ya, a efec-to de dar los pasos necesarios para agrupar formalmente asus respectivos encargados de negociaciones, mientras se hacela designación de embajadores”.7

El señor secretario Kellogg, del Departamento de Estadode los Estados Unidos, con fecha 31 de julio de 1926, y yadurante el período presidencial del señor General don PlutarcoElías Calles, llamó la atención a nuestro gobierno sobre lasdeclaraciones de las específicas seguridades dadas por el co-misionado mexicano en 1923, durante las conferencias deBucareli, y agregó que sin estas seguridades el reconocimien-to del régimen del General Obregón no hubiese sido acordado.En respuesta, el señor licenciado Aarón Sáenz negó que elreconocimiento del gobierno del General Obregón estuviera7 Ibid., pp. 183-184.

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condicionado al resultado de las conferencias de 1923 y suje-to a las seguridades dadas por los comisionados mexicanos, yagrega: “El gobierno mexicano reitera que estas conferenciasno resultaron en ningún convenio formal fuera de las Comi-siones de Reclamaciones, que fueron formadas por elEjecutivo de México y de los Estados Unidos, y que las de-claraciones de los comisionados mexicanos meramenteconstituyen una declaración de los propósitos del PresidenteObregón de adoptar una política que en forma absoluta aprue-ba y sigue en sus puntos principales la del actual Presidente, yno pueden constituir una promesa con la fuerza obligatoriade un tratado que el futuro Presidente deba observar en to-dos sus detalles, mucho menos que pueda obligar al PoderLegislativo y a la Suprema Corte de Justicia”.

Las conferencias de Bucareli fueron duramente criticadaspor los enemigos del General Obregón, entre los que se con-taban, principalmente, los partidarios de don Adolfo de laHuerta, quienes hicieron correr el rumor de que el GeneralObregón había obtenido el reconocimiento de los EstadosUnidos mediante un tratado secreto, y naturalmente bochor-noso, firmado como consecuencia de tales conferencias. Atal grado llegó la inquina de quienes propalaron tales versio-nes, que el libro del señor Pani La cuestión internacional mexicano-americana, que contiene la relación exacta de lo que se aprobóen Bucareli y que fue acordado por ambos gobiernos, segúnlo asegura el mismo señor Pani, desapareció casi completa-mente de la circulación durante el gobierno del General donÁlvaro Obregón. Y en 1926 se hizo una segunda edición quecorrió la misma suerte que la anterior.

Tan tarde como el 19 de marzo de 1953, el licenciado donIsidro Fabela, colaborador del señor Carranza en la Secretaríade Relaciones Exteriores, y mucho tiempo después magistra-do de la Corte de Justicia Internacional de La Haya, expresó

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en la página editorial de Excélsior, de esa fecha, “que la expro-piación petrolera borró de un golpe el tremendo error cometidoen los nefastos convenios de Bucareli, que habían arrancadoal artículo 27 constitucional su prístina pureza y su patrióticoalcance...” El señor licenciado Fabela comete una imperdo-nable ligereza en un ex juez de la Corte de Justicia Internacionalal firmar lo anterior, pues la expropiación petrolera no tuvosu origen en la discución acerca de la legalidad de las leyesdel petróleo, sino que fue, como es bien sabido, consecuenciade un conflicto obrero-patronal. En realidad, la controversiarespecto a la legalidad de la legislación petrolera quedó re-suelta con las decisiones de la Suprema Corte de Justicia de lanación, dictadas durante el período del señor General Calles.A ese propósito, el Departamento de Estado declaró que es-taba ampliamente satisfecho y que cualquier reclamación quetuviesen que hacer los particulares deberían dirigirla a las au-toridades mexicanas.

1. La Comisión General de ReclamacionesMéxico-Estados Unidos

La Comisión General de Reclamaciones abrió sus sesiones enagosto de 1924, en la ciudad de Washington. Esta primerasesión tuvo por objeto aprobar sus reglamentos interiores ylas reglas de procedimiento, y duró solamente un mes. Huboposteriormente otra sesión de la Comisión, igualmente enWashington, donde se discutieron y fallaron algunas reclama-ciones; y una tercera que abrió sus sesiones en el año de 1926.

La Comisión, en su primera etapa (agosto 1924-agosto1927), estuvo presidida por el señor Cornelio VanVollenhoven, jurista holandés, profesor de Derecho en laUniversidad de Leyden; hombre de grandes conocimientosjurídicos, que dominaba y escribía correctamente el inglés, el

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francés y el latín. Siendo profesor de la Universidad de Grociohabía estudiado a los padres españoles del Derecho interna-cional, Vitoria, Suárez, Menchaca, etcétera; y para celebrar elcentenario de Grocio, el gobierno holandés lo comisionó paraque escribiera en latín el prólogo de su obra capital. Era ade-más un perfecto caballero, hombre severo como juez, yabsolutamente imparcial en sus funciones como tal. El comi-sionado mexicano era el señor licenciado Genaro FernándezMac Gregor, al que ya he tenido ocasión de referirme. Eraéste un escritor pulcro y elegante, miembro de la AcademiaMexicana de la Lengua, correspondiente de la española, juris-ta mediano, con débiles conocimientos en Derechointernacional, del cual conocía apenas algunas de las obrasfundamentales, escritas por autoridades francesas o america-nas, que sostenían las tesis favorables a los intereses de susrespectivos países; ignorante absoluto, creo yo, del movimientoya vigoroso de la doctrina del Derecho de los países peque-ños. Era de carácter altivo, aunque de trato bondadoso ycordial. No tenía estatura para discutir con un hombre de latalla del doctor Vollenhoven; le faltaba valor para formularsiquiera votos particulares en aquellos casos en que Méxicotenía la razón, pero en los que este último no estaba dispues-to a consedérsela.

Tenía gran inquina contra su colega de la Secretaría de Re-laciones, el señor licenciado González Roa, superior a él enenergía y en conocimientos jurídicos, a quien criticaba enconversaciones privadas –y aun en documentos firmados porél y presentados a la Secretaría de Relaciones– por la débildefensa que hacía de los intereses de México, aunque éste loatribuía a alguna indiscreta, pero no intencional, referenciaque había hecho a la vida privada del señor licenciadoFernández Mac Gregor.

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También odiaba profundamente a otro funcionario de laSecretaría de Relaciones, el señor licenciado don Benito Flo-res, a quien describe en su libro ya citado en forma despiadada.Dice de él: “En cuanto a don Benito, abogado de Chihuahua,con aspecto fuereño muy aparente, a pesar de los puestosdesempeñados en la capital, de cuerpo basto y musculoso decampesino, sin gran cultura, sin conocimiento del inglés, ha-bría estado muy bien en un puesto secundario. Susentendederas no eran grandes: su reacción ante lo nuevo, quepara él parecía abarcar el universo, era la de azoro. Ladeaba lamaciza cabeza coronada de hirsuto chimal, encargaba las ce-jas agrandando los ojos de amarillas córneas, mantenía abiertala boca por tiempo indefinido y buscaba en las caras de lospresentes, en los objetos que le rodeaban, en el espacio, lasolución del enigma que se le ofrecía. Jamás había sospecha-do la existencia del Derecho internacional, y para darse unaligera idea de él llevaba en su petaca el Foignét, texto que leena última hora los estudiantes modorros para preparar el exa-men”.8 Tuve oportunidad de conocer íntimamente al señorlicenciado Flores en la Comisión de Relaciones entre Méxicoy la Gran Bretaña, de la cual él era el miembro mexicano deltribunal y yo el agente, y pude darme cuenta de lo injusto dela descripción que de él hizo el señor licenciado FernándezMac Gregor; don Benito era un hombre respetable a cartacabal, buen jurisconsulto, con bastante práctica en Torreón,Coahuila, de donde era nativo, y no de Chihuahua, como afir-ma el señor Mac Gregor, y de una energía y un patriotismoejemplares para defender los intereses del país. El comisiona-do, que era el señor doctor Zimmerman, también holandés,tenía gran respeto y estimación hacia el señor Flores.

En cambio, el señor Fernández Mac Gregor hace elogios detodos los abogados mexicanos que colaboraron con él en di-8 Genaro Fernández Mac Gregor, Op. cit., p. 313.

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cha Comisión, y expresa con verdad: “Con todos me entendíadmirablemente, su trato me fue placentero, con todos llevéuna amistad que mucho aprecio”.9

Dice de mí: “poco después se nos unió el licenciadoEduardo Suárez, cuya alta competencia en Derecho es tanconocida del público que no necesita ser señalado aquíespecialmente”.

El comisionado americano, en el período en que yo trabajéen al Comisión General, era el señor Fred Nielsen, personajedel que nuestro comisionado mexicano pinta, valiéndose desu pluma brillante, la más negra pero justa descripción. Enlas primeras sesiones de la Comisión había fungido como co-misionado americano el señor Edwin B. Parker, de quien dicen–los que lo conocieron; yo nunca tuve oportunidad de tratar-lo– que era un hombre altamente distinguido, de modalesexquisitos y cultura extensa, que renunció para asumir el ca-rácter de juez único –tal era la imparcialidad que le atribuyeronlos contendientes– entre los Estados Unidos y Alemania.

Mister Nielsen, dice Fernández Mac Gregor, “lo parecíatodo, excepto un jurisconsulto. Recordaba a los rudos vikingostallados a hachazos... Cuando caminaba, echaba el busto paraatrás con un contoneo de marino en tierra... Su habla era os-cura y farfullada entre dientes cariados; su ademán solemne,su pensamiento lento y confuso. No mostraba en la discusióndominio de las ideas generales, sino una memoria repleta decasos y de nombres que sacaba a relucir en sus argumentos...”10

El comisionado Nielsen tuvo dificultades con sus colegas,los dos restantes miembros de la Comisión, y debido a unaagria disputa que mantuvo con ellos, el gobierno americanose vio obligado a retirarlo. Recuerdo que en una ocasión, ale-gando yo en un caso eternamente semejante a otro en que él9 Ibid., p. 322.10 Ibid., p. 324.

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había actuado como agente –en la Comisión con la Gran Bre-taña–, por único argumento leí el extracto y el alegato que élhabía producido ante ésta. Esto motivó su gran irritación,reclamándole al árbitro Sindballe, que presidió el tribunal, elno haberlo protegido debidamente, con audacia tal que el ár-bitro, que era un hombre tranquilo, le contestó “que él enDinamarca había presidido por muchos años el tribunal decomercio de la capital y que con frecuencia había pasado quelos abogados usaban, cuando se les presentaba la ocasión, lamisma arma que yo había usado en el caso discutido, y que élno había intervenido por parecerle la conducta del abogadomexicano perfectamente normal y correcta”.

En tales circunstancias, fui invitado por la Secretaría deRelaciones para formar parte del cuerpo de abogados mexi-canos que iba defender los puntos de vista de nuestro país,invitación que desde luego acepté, primero porque creí quemi participación sería importante para México; y, además,porque la estancia en Washington me proporcionaría la opor-tunidad de aprender el inglés, familiarizarse con la legislaciónanglosajona y consultar las magníficas bibliotecas que exis-ten en la capital de la Unión Americana, principalmente lamonumental biblioteca del Congreso.

Fui presentado en la Secretaría de Relaciones al señor li-cenciado Bartolomé Carvajal y Rosas, que estaba ya designadocomo agente de México y debía ser el jefe del grupo de abo-gados. Como él me manifestara que creía indispensable quesus abogados estuvieran perfectamente familiarizados con lalengua inglesa, puesto que las discusiones iban a desarrollar-se en esa lengua, tuve que manifestarle que no me encontrabaen ese caso, pues mis conocimientos respecto a la misma eransumamente rudimentarios. Carvajal y Rosas me expresó confranqueza que en esas condiciones yo no le sería útil y que asílo manifestaría al señor Secretario de Relaciones. Sin embar-

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go, el propio ministro, según me lo informó el señor licencia-do don Benito Flores, encargado de estos asuntos en laSecretaría, había insistido en que yo fuera a Washington y asíse lo había comunicado ya al agente.

Al llegar yo a Washington, en 1926, la Comisión instaladaen el Investment Building, de la Calle K de dicha ciudad, estabaformada, además de las personas ya indicadas, por el señorlicenciado don Enrique Martínez Sobral, subagente, y porlos abogados Oscar Rabasa, Francisco Urzúa y EnriqueMunguía. El señor Carvajal era hombre de personalidad im-presionante, ex miembro del servicio diplomático mexicano,donde había fungido como embajador en distintos países;hablaba inglés perfectamente y era elocuente orador, aun ex-presándose en esta lengua; además, era un hombre agradabley de maneras irreprochables, aunque un tanto perezoso y afi-cionado más bien a la lectura frívola que a los áridos textosdel Derecho. Don Enrique Martínez Sobral, guatemalteco deorigen, nacionalizado mexicano, me era bien conocido, puesdurante años fue mi profesor de Lengua nacional en la Es-cuela Nacional Preparatoria; dominaba el español comomiembro de la Academia Mexicana de la Lengua, correspon-diente de la de Madrid, y hablaba el inglés correctamente.Era además economista ilustrado, había escrito una obra so-bre esta materia, la que denominaba, e hizo una reformamonetaria para Guatemala que seguramente no era perfecta,pues irritó a todo el mundo en ese país y tuvo que salir huyen-do ante la hostilidad de sus paisanos. Los tres abogadosrestantes eran graduados en universidades americanas y ha-blaban perfectamente el inglés.

Mi situación en Washington resultaba un tanto humillante,por haber sido impuesto mediante orden superior contra lavoluntad de mi jefe inmediato. Éste me manifestó que yo nopresentaría ningún caso ante la Comisión, cuyo trabajo iba a

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reanudarse en fecha próxima, por mi ignorancia de la lenguainglesa, y que mientras tanto me dedicara a hacer un esfuerzopara aprenderlo y leer algunos libros sobre arbitraje interna-cional. Mis compañeros, entre tanto, se dedicaban a prepararlos casos que se les habían asignado, los discutíanacaloradamente entre sí, y a mí me veían un tanto por encimadel hombro.

Un día, al llegar a la oficina, me encontré un expediente conun recado escrito por el señor agente en que me manifestabaque el Presidente de la Comisión deseaba inaugurar inmedia-tamente las sesiones de la misma; pero como los asuntos quelos mexicanos estábamos preparados para discutir no eran losmismos que los americanos tenían preparados, y viceversa,para complacerlo se verificaría dos días después una sesiónpara debatir oralmente el caso cuyo contenido se encontrabaen el expediente al que me he referido. Indicaba que el casoestaba irremisiblemente perdido, por lo que no me deberíapreocupar; que me limitara a hacer una defensa, la mejor quepudiera, aunque sin confiar en el éxito. Hablaría yo en espa-ñol y me traduciría uno de los empleados de la Comisión, elseñor Heberto Sein, graduado de la Universidad de Californiay perfecto conocedor del inglés, lengua que dominaba y ha-blaba incluso con elocuencia.

Comprendí que debía aprovechar esta oportunidad, y alexaminar el expediente encontré la posibilidad de defender elcaso atacando la jurisprudencia establecida en los casos co-nocidos por el señor Carvajal, y que eran contrarios a nuestrosintereses.

De acuerdo a esta jurisprudencia, un Estado que castigaindebidamente o que no castiga a un delincuente, se hacecómplice de éste, como si el delito hubiese sido cometido poragentes sujetos a su autoridad, y en consecuencia debe in-demnizarse a la víctima del delito o a sus familiares. Yo

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suponía que en buena lógica esta tesis no era correcta, puesasí como el Estado puede ser culpable de negligencia y hastacondenable ante los principios internacionales, la víctima deldelito no por eso debe recibir compensación por esta actituddel Estado. Esta opinión se encontraba también apoyada porotros maestros del Derecho internacional en Europa.

Como suponía el señor licenciado Carvajal, los abogadosamericanos que me precedieron en mi exposición ante el tri-bunal fundaron la responsabilidad del país en los textostradicionales que unánimemente nos condenaban. Por mi parterebatí desde el punto de vista lógico arriba indicado los fun-damentos de tales decisiones y me apoyé en la opinión devarios maestros del Derecho, principiando por Von Mohl, ju-rista alemán que escribió a principios de siglo pasado. Estaopinión la acepta y la refuerza Von Triepel, profesor de Dere-cho internacional de la Universidad de Berlín, en su magistralobra Derecho interno, y por último la adopta el eminente juristaitaliano Dionisio Anzilotti, a la sazón juez de la Corte de Ar-bitraje de La Haya y autor de varios artículos sobre el problemade la responsabilidad del Estado ante el Derecho internacio-nal. En aquella época representaba a México en el arbitrajesobre la posesión de la isla de Clipperton que sosteníamoscontra el gobierno de Francia y en el cual era árbitro el rey deItalia.

Agregaba yo que la Comisión de Reclamaciones tenía juris-dicción, no para juzgar a México por actos u omisiones quehubiese cometido, sino para decidir sobre daños sufridos porextranjeros, por violaciones al Derecho.

Los abogados americanos, sorprendidos por la argumenta-ción y sobre todo por las poderosas autoridades en que sefundaba, pidieron que se suspendiese la audiencia hasta quepudiesen recapacitar sobre los argumentos presentados y ve-rificar las citas de las autoridades a que se apelaba.

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El caso se discutió después ampliamente por medio de ale-gatos escritos y al fin la Comisión hubo de fallarlo aceptandoel Presidente y el comisionado mexicano la tesis presentada,aunque sin llegar al extremo que yo pretendía, de declarar lairresponsabilidad del Estado, sino condenándosenos a unasuma pequeña.

Los abogados mexicanos en la agencia consideramos que elcomisionado mexicano, Fernández Mac Gregor, si no pudoconvencer al árbitro Presidente de aceptar en su integri-dad la tesis mexicana, debió cuando menos formular unvoto particular.

El caso llamado Laura Buffington Janes contra México esahora un caso célebre y es citado por los tratadistas del Dere-cho internacional que se ocupan sobre la responsabilidad delEstado.

La más eminente autoridad sobre ese tema en los EstadosUnidos es el señor Edwin Borchard, profesor de Derecho In-ternacional en la Universidad de Yale, quien comentó ladecisión de este caso en el American Journal of InternationalLaw, y a la cual se refiere en estos términos: “La Comisión haotorgado fallos adicionales y pronunciado ciertas decisionesque ameritan especial consideración. Entre las más impor-tantes de éstas, está la opinión sobre la medida de los dañosen el caso Janes (EE.UU.) contra México”.11

A partir de este caso quedé plenamente rehbilitado y pude,al igual que mis compañeros de Comisión, presentar varioscasos ante ésta, siempre en español y mejorando la exposi-ción mi magnífico traductor, el señor Sein. Se me encomendóque estudiara ante la Comisión todas las reclamaciones demexicanos contra Estados Unidos, y, además, conociendo miinclinación por los asuntos financieros, los casos que se ven-

11 “Important Decisions of the Mixed Claims Commission United Statesand México’’, en American Journal of international Law, p. 516.

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tilaban ante la Comisión en cuestiones tales como legislaciónbancaria, bonos y obligaciones del Estado, etcétera. Enton-ces tuve oportunidad de conocer y trabar amistad con elabogado americano señor Reuben Clark, que era mi contra-parte, pues se ocupaba de los mismos asuntos desde el puntode vista americano.

El señor Clark vino posteriormente a México como consul-tor del embajador Morrow, no como funcionario pagado porel Departamento de Estado, sino por el propio embajador.Alguna vez me manifestó éste que, aunque era abogado, ha-bía olvidado el Derecho por haberse dedicado principalmentea las finanzas, hasta llegar a ser socio de la Casa de Morgan.En tal virtud vino a México, y, sabiendo que tendrían quediscutirse asuntos de carácter legal con el gobierno mexicano,le preguntó al patriarca del Derecho internacional en los Es-tados Unidos, John Basset Moore, a quién le recomendabacomo el mejor internacionalista para traerlo a México comosu asesor, y Moore le había recomendado a Clark. Posterior-mente, cuando el señor Morrow renunció a la embajada deMéxico, recomendó al jurista para sucederlo en el puesto. Elseñor Clark profesaba la religión mormona; ignoro si todavíaadministra los cuantiosos intereses de la iglesia mormona enSalt Lake City.

2. La Comisión de Reclamaciones México-Gran Bretaña

Posteriormente, cuando se creó la Comisión de Reclamacio-nes de la Gran Bretaña contra México, el señor licenciadoCarvajal me apoyó entre todos sus abogados para que ascen-diera de simple abogado a subagente de México. Esta Comisiónfue presidida por un distinguido jurisconsulto, también ho-landés, el doctor Alfredo Zimmerman, pero, a diferencia desu coterráneo, el doctor Van Vellenhoven no era profesor de

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Derecho, sino administrador y financiero durante más de veinteaños; por nombramiento real había sido alcalde de la ciudad ypuerto de Rotterdam, y había sido dictador financiero deAustria, designado por la Gran Bretaña para resolver la ban-carrota en que este país había quedado al terminar la PrimeraGuerra Mundial, y, además, Presidente de uno de los princi-pales bancos de la propia Rotterdam.

El comisionado mexicano era el señor licenciado don Beni-to Flores, a quien ya me he referido, que posteriormente, ypor sus relevantes méritos, llegó a ser subsecretario de Indus-tria y Comercio, y aún después magistrado de la Suprema Cortede la Nación. El comisionado británico fue, al principio,Artemus Jones, jurista competente y amable que renunció alpoco tiempo por haber sido nombrado juez en Inglaterra. Fuesustituido por Sir John Percival, que había servido anterior-mente en los tribunales mixtos entre la Gran Bretaña y Egipto.A diferencia del señor Jones, Sir John Percival era un perso-naje áspero y grosero, y en diferentes ocasiones el árbitroPresidente tuvo que llamarle la atención con motivo de suintemperancia.

El agente mexicano era el señor licenciado Aquiles Elorduy,pero, debido a las muchas ocupaciones que él tenía en la Se-cretaría de Relaciones, me dejó todo el peso de la agenciadesde el principio hasta terminar la Comisión con sus tareas.

Tuve también que lidiar con dos agentes británicos: el pri-mero, el señor Mitchel, jefe del Departamento Jurídico deForeign Office e hijo de un distinguido juez inglés, el que ledejó al morir una importante fortuna. Como Mitchel, debidoprobablemente a su gran fortuna, se ocupaba más de la vidasocial que de atender a las reclamaciones, el árbitro Presiden-te, que vio que muchas reclamaciones probablementeprocedentes en Derecho se perdían por falta de actividad delagente británico, llamó la atención del Roreign Office y éste

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lo sustituyó por el señor Godfrey Phillips, profesor de Dere-cho internacional en la Universidad de Cambridge, y queprocedió en su cargo con la misma cortesía hacia su contra-rio, característica de los abogados ingleses.

El trabajo en esta Comisión fue para mí sumamente agra-dable. Todas las mañanas, a hora temprana, acudía aldomicilio del señor licenciado Flores y juntos preparábamosel caso o los casos que habían de discutirse en las sesiones deese día o de los siguientes. Don Benito, una vez que había-mos tomado una determinación, y después de que yo habíaexpuesto nuestra posición en español, pero admirablementetraducida al inglés por el jefe de traductores de la Secretaríade Relaciones, la defendía ante sus colegas y los otros miem-bros del tribunal en forma obstinada e inteligente.

Cuando se acercaba el fin de la Comisión, y quedaban po-cos casos por resolver, sospechamos que el árbitro, que hastaentonces había sido estrictamente imparcial, en vista de queel resultado era altamente contrario a los intereses de la GranBretaña, pudiera mostrarse un tanto benévolo a los interesesde este país, fallando algunos casos importantes que queda-ban pendientes con cierta parcialidad en contra nuestra.Decidimos entonces que sería preferible llegar a un acuerdocon el agente británico –lo cual autorizaban las reglas apro-badas por la Comisión–, y como el señor Phillips era unabogado de gran honorabilidad pudimos llegar a acuerdosamistosos, que en mi concepto eran perfectamente justos.Quedaba una importante reclamación, que era la presentadapor la Compañía de Tranvías de México, incautada por el go-bierno revolucionario, en que se demandaban las utilidadesque el gobierno había obtenido durante la administración delos bienes de la compañía. La reclamación era absolutamenteprocedente y sugerimos que el gobierno tratase directamentecon la compañía para llegar a una compensación razonable;

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la compañía de Tranvías, en manos de sus propietarios, llegóa un acuerdo con el señor Genaro Estrada, Secretario deRelaciones Exteriores. La Comisión con la Gran Bretaña examinó128 reclamaciones que importaban en su totalidad 138 605 063,97pesos. Se fallaron 50 por un monto de 3 795 897,53 pesos.12

Uno de los resultados más importantes de las Comisionesde Reclamaciones fue que se le dio validez a la cláusula “Cal-vo”. Ésta se denominó con el nombre del ilustre jurisconsultoargentino Carlos Calvo, y es aquella que establece la renunciade un extranjero a la protección diplomática de su gobierno.La validez de esa cláusula había sido puesta en duda por al-gunos gobiernos y por algunos tribunales internacionales. LaComisión británico-mexicana le reconoció validez, al igualde lo que hizo la Comisión de México y los Estados Unidos,lo cual constituyó muy importante precedente. De entoncespara acá el gobierno tomó la determinación de que en todoslos contratos que se celebrasen con extranjeros se insertara lacláusula “Calvo”, como condición para celebrar el contrato.

3. Comisión de Reclamaciones México-Francia

La Comisión de Reclamaciones entre México y Francia, quetenía por objeto fallar las reclamaciones de ciudadanos fran-ceses por daños sufridos en la Revolución, fue constituidapor un tribunal cuyo Presidente era el señor Jan Verzijl, ycomisionados nacionales el señor licenciado FernandoGonzález Roa, por México, y por Francia el señorAyguesparsse. Esta Comisión tuvo serias dificultades. El se-ñor Pepin, hombre activísimo, recorrió el país en busca depruebas que fundaran sus reclamaciones, y muchas veces alegóo pretendió alegar que las pruebas presentadas por el agente

12 Datos cuantitativos tomados de Füller, The Mexican Claims Commissions,pp. 78-80. Nota de Francisco Suárez Dávila.

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de México eran deliberadamente incompletas. El árbitro ho-landés renunció a su puesto y escribió un libro, en el que hizoserios cargos a las personas que intervinieron en la Comisión.La Comisión quedó desintegrada por mucho tiempo, hastaque, estando yo en Europa, en la primera reunión sobre codi-ficación de Derecho internacional, encontré al señor Pepin,que formaba parte de la delegación de Francia. Pepin me su-girió que me dirigiese a la Secretaría de Relaciones para ver siera posible continuar los trabajos interrumpidos en la Comi-sión Franco-Mexicana, y como el señor Secretario deRelaciones manifestara su conformidad, discutimos el señorPepin y yo la conveniencia de formar una comisión constitui-da solamente por dos personas, un mexicano y un francés, dereconocida competencia y rectitud, y que sólo se recurriese alnombramiento de un árbitro tercero si llegaba el caso de quemuchas reclamaciones no hubiesen sido resueltas de comúnacuerdo por los comisionados. Así se formó la Comisión en-tre México y Francia; yo fui designado comisionado mexicanoy el señor Delage comisionado francés.

Mi trabajo en la Comisión entre México y Francia fue muyagradable, pues el árbitro francés, señor Delage, era un hom-bre muy justo y caballeroso y no fue difícil ponernos de acuerdopara resolver todas las reclamaciones que se presentaron anuestra consideración, sin necesidad de recurrir a un tercerárbitro. Los resultados fueron igualmente satisfactorios, puesla cantidad reclamada en 251 reclamaciones importaba 6 169086,52 pesos; de estas reclamaciones se resolvieron o fueronretiradas por los reclamantes 158, y solamente se considera-ron justificadas y a cargo del país 93 reclamaciones, por unvalor de 1 300 000,00 pesos.13

Aunque en el convenio original se había establecido que seestudiarían las reclamaciones de los siriolibaneses, en aquel13 Füller, Op. cit., p. 76. (Véase nota anterior).

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tiempo sujetos a mandato de Francia, por convenio celebra-do entre los dos gobiernos no fueron objeto de estudio de laComisión. Aunque los resultados obtenidos fueron muy mo-destos, el gobierno francés probablemente consideró que laactuación del árbitro mexicano había sido justificada, puesrecibí poco tiempo después de terminados los trabajos de laComisión la condecoración de la Legión de Honor francesaen grado de Caballero.

4. Comisión Especial de ReclamacionesMéxico-Estados Unidos

La Comisión Especial de Reclamaciones entre México y losEstados Unidos, que presidía el jurista brasileño señor RodrigoOctavio, tuvo un fin bastante desagradable. Las primeras re-clamaciones que se presentaron ante esa Comisión fueron 17,presentadas por los herederos de 15 ciudadanos americanosmuertos en la mina de Santa Isabel, en el estado de Chihuahua,por fuerzas que mandaba el jefe rebelde Francisco Villa. Elseñor licenciado González Roa, que actuaba como agente deMéxico en dicha Comisión, defendió brillantemente la recla-mación, sosteniendo que México no era responsable de actosde rebeldes que no habían obtenido el triunfo en su empeñode derrocar el gobierno legítimo de don Venustiano Carranza.El árbitro Rodrigo Octavio aceptó la tesis del árbitro mexica-no en esas 17 reclamaciones. Este resultado de una reclamaciónen la que los americanos habían puesto gran empeño, causóenorme indignación al árbitro americano, apoyado por el De-partamento de Estado de los Estados Unidos. Octavio, queera además de buen jurista, hombre honrado a carta cabal,pero de edad avanzada y tímido de carácter, hubo de ser in-yectado, según se supo, antes de acudir a la sesión en que seleyeron los fallos, y a pesar de la actitud de leopardo de su

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colega americano, sostuvo con entereza su opinión. Ésta, conla del árbitro mexicano, constituyó el fallo de los casos llama-dos de Santa Isabel, pero Octavio renunció inmediatamenteal puesto de comisionado Presidente y la Comisión quedóacéfala, quedando en suspenso los trabajos hasta que se lle-gó, como se verá posteriormente, a una transacción globalcon el gobierno de los Estados Unidos.

5. Mi designación como abogado consultor de laSecretaría de Relaciones Exteriores

En aquella época era abogado consultor de la Secretaría deRelaciones Exteriores el distinguido jurista don Julio García,que fue mi maestro de Derecho civil en la Escuela Nacionalde Jurisprudencia. Don Genaro Estrada, Secretario de Rela-ciones Exteriores, me propuso que sustituyera en su cargo alseñor licenciado García, advirtiéndome que los emolumen-tos que de acuerdo con el presupuesto iba a percibir eranligeramente inferiores a los que recibía en la Comisión Mexi-cano-Británica de Reclamaciones, pero en cambio recibiría lahonrosa distinción de sustituir en su cargo a un jurisconsultotan eminente como el señor licenciado García, que acababade ser designado Magistrado de la Suprema Corte de Justicia.Acepté el cargo, y pocos días después el ministro me comuni-có que había ofrecido el puesto que yo dejaba vacante –porrecomendación expresa del Presidente de la República, señorlicenciado Emilio Portes Gil– al señor licenciado don IsidroFabela; éste no aceptó el cargo, alegando que, por haber sidoantes subsecretario de Relaciones Exteriores y encargado deldespacho de la Secretaría en tiempo de la Revolución, nom-brado por don Venustiano Carranza, no podía aceptar unasituación que él consideraba subalterna, en otros términos:

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“que no aceptaba descender de canónigo a perrero”. En con-secuencia, el señor Estrada me rogó que siguiese ocupándomede los asuntos de la Comisión británica mientras encontrabala persona que desempeñara ese cargo; sin embargo, como seha dicho anteriormente, se concluyeron los trabajos de laComisión y no llegó a nombrarse ningún agente.

Llegó pues el día en que, con la misma retribución, yo des-empeñaba el cargo de abogado consultor de la Secretaría deRelaciones –que después se denominó Jefatura del Departa-mento Jurídico–, y, además, el de subagente en la ComisiónBritánico-Mexicana de Reclamaciones y el de comisionadode la Comisión Francesa. El señor licenciado Sáenz me habíarogado –y de esto hablaré posteriormente– que presidiese,también con carácter honorario, la Comisión Redactora de laLey del Trabajo, que se reunía al caer la tarde y cuyas discu-siones duraban hasta altas horas de la noche.

Con posterioridad, y ya al terminar el gobierno del señorlicenciado Portes Gil, el señor Estrada logró que, como com-pensación por mis servicios, se me diese la suma, que élconsideró simbólica, de 5 000,00 pesos. Cuando yo presentéel acuerdo firmado por el Presidente y refrendado por el Se-cretario de Relaciones Exteriores, el señor Montes de Oca senegó a acatar dicho acuerdo, en aquella época de gran penu-ria del erario público, aduciendo que había sido expedida porun Presidente que ya no ocupaba el cargo. Permaneció in-flexible Montes de Oca, a pesar de la enérgica gestión quepor teléfono hizo en mi favor el señor ministro Estrada, hastaque habiendo platicado el asunto con el subsecretario, señorRafael Mancera, hombre bondadoso y justiciero, quien recla-mó al señor ministro su injusta posición, obtuve que se mepagaran honorarios que tenía la convicción de haber ganado.

CAPÍTULO II

LA LEY FEDERAL DEL TRABAJO

EL SEÑOR LICENCIADO DON AARÓN Sáenz había sido can-didato a la Presidencia de la República; cuando la Con-vención de Aguascalientes, convocada por el parti-

do oficial, postuló al señor ingeniero Pascual Ortiz Rubio, ellicenciado Sáenz aceptó la derrota con elegancia, y poco tiem-po más tarde fue nombrado Secretario de Industria, Comercioy Trabajo. Con ese carácter –y algún tiempo después de haberasumido su cargo– se propuso formular una Ley del Trabajo,de acuerdo con las disposiciones que contiene el artículo 123de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos.

El señor licenciado Sáenz me hizo favor de pedirme quecolaborase con él en este empeño, y me designó Jefe de laComisión consultiva que la iba a elaborar, puesto que aceptésin perder el carácter que tenía como Jefe del DepartamentoJurídico de la Secretaría de Relaciones Exteriores y sin acep-tar compensación alguna por los servicios que pudiese prestaren dicha Comisión.

Probablemente el señor licenciado Sáenz, para conferirmeesta Comisión, tuvo en cuenta que yo había impartido duran-te algunos años la cátedra de Derecho obrero en la Facultadde Derecho de la Universidad Nacional, y, además, designa-

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do por don Ramón Ross, gobernador entonces del DistritoFederal y a propuesta del Secretario General, señor licencia-do Villamichel, había presidido por corto tiempo la primeraJunta de Conciliación y Arbitraje que se había establecidoen el país.

Tuve grandes dificultades en esta labor, pues los sindica-tos obreros querían lograr todas sus demandas ante elTribunal del Trabajo, y, cuando no lo conseguían, presenta-ban su queja ante el omnipotente ministro de Industria,Comercio y Trabajo de aquella época, señor don Luis N.Morones, poderoso jefe de la CROM, quien a su vez llevabasus quejas al Presidente de la República, que entonces era elseñor General Calles.

El señor Villamichel, a quien el Presidente comunicaba lasquejas que recibía del señor Morones, siempre estaba de milado, y propuso al Presidente que me citara para oír las razo-nes que yo pudiese aducir en defensa de los laudos quepronunciaba; tuve la satisfacción de que, cuantas veces fuillamado para justificarme ante el señor Presidente, tantas veceséste me dio la razón, pidiéndome solamente que las razonesque le habían presentado las hiciese constar en la forma másamplia posible en el cuerpo de la sentencia dictada.

Con estos antecedentes, repito, el señor licenciado Sáenzquiso que lo auxiliara en la redacción de la Ley del Trabajoreglamentaria del artículo 123 de la Constitución.

La Comisión que yo presidía estaba, además, integrada porlos señores licenciados Aquiles Cruz, Cayetano Ruiz Garcíay Alfredo Iñárritu, todos ellos con amplia experiencia en lasJuntas de Conciliación y Arbitraje. Trabajábamos todas lasnoches hasta la madrugada, en juntas a las que casi siempreasistía el señor licenciado Sáenz.

No era fácil elaborar una ley que estuviese fundada en sóli-dos principios jurídicos, que fuese un elemento de equilibrio

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en los conflictos entre capital y trabajo, y que, al mismo tiem-po, no fuera recibida con marcada hostilidad por la clasetrabajadora.

Antes, durante la presidencia del señor General Calles, enel año de 1925, el señor Luis N. Morones, Secretario de In-dustria, Comercio y Trabajo y líder máximo de la CROM,había elaborado un proyecto de ley reglamentaria del artículo123, el cual se quedó en mero proyecto pues fue grandemen-te criticado, principalmente por la clase trabajadora.Posteriormente, siendo Presidente el señor licenciado EmilioPortes Gil, encomendó a los señores licenciados EnriqueDelhumeau, Práxedes Balboa Jr. y Alfredo Iñárritu la formu-lación de un proyecto de ley, que se denominó Código Federaldel Trabajo y que fue presentado en julio de 1929 a la consi-deración de la Cámara de Diputados. Una fluida corriente deopinión contraria brotó, justa o injustamente, de todas lasagrupaciones obreras, y el código así elaborado se quedó enlos archivos de la Cámara de Diputados.

Al fin, después de ardua labor, nosotros logramos formarun proyecto de ley reglamentaria del artículo 123; inmediata-mente se le dio amplia publicidad para recoger las opinionestanto de los patrones como de los sindicatos obreros.

Se recibieron observaciones que fueron debidamente to-madas en cuenta cuando se encontraron fundadas, pero laCROM, acaudillada por el señor licenciado Vicente LombardoToledano, entonces su líder máximo, impugnó duramente elproyecto y desafío a la Secretaría de Industria, Comercio yTrabajo a polémica pública por medio de la prensa.

El señor licenciado Sáenz aceptó el reto, y se convino enque en los periódicos de mayor circulación apareciese, en ellugar apropiado, la opinión de los obreros y los fundamentosdel proyecto expuestos por la Comisión Redactora; solamen-te llegaron a publicarse dos artículos, pues el señor licenciado

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Lombardo Toledano suspendió la polémica, indicando queiba a presentar sus puntos de vista directamente ante el señorPresidente de la República, que había manifestado su de-seo de escuchar con atención los puntos de vista de la claseobrera.

El señor Secretario de Industria, Comercio y Trabajo deci-dió llevar el proyecto a la consideración del Consejo deMinistros, que presidiría el propio Presidente Ortiz Rubio, yal cual el señor licenciado Sáenz me hizo el favor de invitar-me en calidad de Presidente de la Comisión Redactora parapresentar ante los secretarios de Estado y ante el señor Presi-dente los fundamentos del proyecto, y tomar, en casonecesario, la palabra en el Consejo, previa aprobación que alefecto concedió al señor Presidente.

Varios días consumió el Consejo de Ministros estudiando elproyecto de Ley del Trabajo. Expusieron su aprobación delproyecto el señor Genaro Estrada, Secretario de RelacionesExteriores; el señor don Luis Montes de Oca, Secretario deHacienda; el señor General Joaquín Amaro, Secretario de laDefensa; y el señor don Manuel Pérez Treviño, ministro deAgricultura y Fomento. En cambio, fue duramente atacadopor el señor licenciado Manuel Puig Casauranc, en aquellaépoca Jefe del Departamento del Distrito Federal, y por elseñor licenciado Octavio Mendoza González, subsecretarioencargado de la Secretaría de gobernación. Las discusionessostenidas con los impugnadores del proyecto fueron largas.El señor Presidente de la República, sin embargo, no dabaorientación alguna, pues al hablar alguno de los impugnadoresmovía la cabeza en señal de asentimiento con lo que estabaoyendo, pero, al oír la voz de la defensa, igualmente movía lacabeza en señal de aprobación de los conceptos que se esta-ban expresando.

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En vista de la imposibilidad de obtener una franca opiniónpresidencial sobre el proyecto, el señor licenciado Sáenz de-cidió celebrar una junta en Chapultepec, en el domicilio delseñor Presidente Ortiz Rubio, y a la que serían invitados elseñor General Calles y los principales líderes de ambas cáma-ras. A esta junta fui invitado por el señor licenciado Sáenz,para expresar los fundamentos del proyecto.

En esta junta, y con su habitual claridad de expresión ybuen sentido, el señor General Calles hizo algunas observa-ciones al proyecto, que desde luego fueron aceptadas, y aprobóel proyecto en General, después de que los líderes del Con-greso expresaron sus opiniones.

El señor Presidente Ortiz Rubio dio su aprobación, natu-ralmente, para que, ya en estas condiciones, el proyecto sellevase a la consideración de la Cámara de Diputados.

En la Cámara de Diputados el proyecto fue defendido porel señor licenciado Aarón Sáenz, Secretario de Industria,Comercio y del Trabajo, y apoyado por los diputados, se-ñor ingeniero José Morales G., Práxedes Balboa Jr., profesorManuel Mijares y señor Gonzalo Bautista; fue práctica-mente aprobado por unanimidad por los señores diputados.La Ley pasó al Senado, donde, igualmente, fue aprobadapor unanimidad.

La Ley del ’31 no es ni con mucho una obra perfecta delegislación, y seguramente tiene varios defectos; sin embargo,rigió alrededor de cuarenta años las relaciones obrero-patro-nales, hasta que fue modificada en parte por la Ley de 1970;la exposición de motivos para esta última hizo un cumplidoelogio de la ley que modificaba en los siguientes términos:

“Los autores de la Ley Federal del Trabajo pueden estartranquilos, porque su obra ha cumplido brillante y eficazmentela función a la que fue destinada, ya que ha sido y es uno delos medio que han apoyado el progreso de la economía nacio-

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nal y la elevación de las condiciones de vida de los trabajado-res, la armonía de sus principios e instituciones, su regulaciónde los problemas de trabajo, la determinación de los benefi-cios mínimos que deberían corresponder a los trabajadorespor la prestación de sus servicios (...) hicieron posible que eltrabajo principiara a ocupar el rango que le corresponde en elfenómeno de la producción.”

CAPÍTULO III

EL PRIMER CONGRESO DECODIFICACIÓN DEL DERECHO

INTERNACIONAL (1930)

CUANDO FINALIZÓ EL GOBIERNO DEL señor licenciado Por-tes Gil y lo sustituyó el señor General don Pascual OrtizRubio, éste había nombrado al primero su ministro de

gobernación. El señor licenciado Portes Gil, que siempre mefavoreciera con su benevolencia, al tomar posesión de su car-go me mandó llamar para ofrecerme la subsecretaria de esarama, y yo le manifesté que, aunque agradecía profundamen-te su distinción, tenía compromisos con la Secretaría deRelaciones Exteriores y no podía aceptar el cargo sin antesconsultar el caso con el señor Estrada. Ya para entonces ésteme había designado para asistir, en representación de Méxi-co, al primer Congreso sobre Codificación del DerechoInternacional que se iba a celebrar en La Haya, Holanda. Enconsecuencia, el señor Estrada se opuso a que aceptara elcargo de subsecretario hasta no cumplir con el encargo reci-bido y así lo manifesté por teléfono al señor licenciado PortesGil, pero admitiendo que el puesto que se me ofrecía signifi-caba un ascenso, y que si para cuando yo regresara todavíaestaba vacante, lo aceptaría. Desgraciadamente cuando re-gresé a México me encontré con que el licenciado Portes Gilhabía renunciado a su cargo y partía también para Europa

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como ministro plenipotenciario en París. Fui solamente a salu-dar al señor licenciado para desearle buen viaje y para agradecerlenuevamente el honroso cargo que me había ofrecido.

La Liga de las Naciones, después de hacer los debidos son-deos entre sus miembros, había decidido que tres temas deDerecho internacional estaban maduros para ser codificados:el de la responsabilidad de los Estados por daños sufridos porextranjeros, el de nacionalidad y el de aguas territoriales. Méxi-co, no obstante que no pertenecía a la Liga de las Naciones,fue invitado para participar en esta conferencia, y la Secreta-ría de Relaciones, teniendo en consideración la importanciade los puntos que se trataban en el programa, decidió nom-brar dos representantes para que asistieran a ella comoplenipotenciarios.

Debía acompañarme mi amigo y compañero de colegio, elseñor licenciado don Antonio Castro Leal, que a la sazón des-empeñaba el cargo de representante de México en Ginebra.Desgraciadamente al llegar a parís, con destino a La Haya,me encontré con que el señor licenciado Castro Leal se en-contraba gravemente enfermo de una septicemia generalizada,lo que le impediría asistir. Acompañé a la estación de ferroca-rril al señor licenciado Ignacio de la Torre, secretario de nuestraembajada, que a su vez acompañaba al eminente médico fran-cés, doctor Besançon, a quien los médicos suizos habíansolicitado se trasladara a Ginebra y celebrase con ellos con-sulta indispensable, dada la gravedad del señor licenciadoCastro Leal.

Tuve, pues, que partir solo para La Haya, bastante desola-do. Creí, por mi absoluto desconocimiento de la situación enEuropa, que me sería fácil llegar a obtener alojamiento paramí y para mi señora esposa, que me acompañaba, en el mejorhotel de La Haya: el de las Indias; en el tren me encontré conuno de los delegados chilenos y me dijo que ese hotel estaba

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desde hacía meses ocupado por las grandes delegaciones yque no iba a encontrar ahí alojamiento. Sin embargo me indi-có que los delegados chilenos a la conferencia habían hechoreservaciones con tiempo en el hotel Paulet. El señor Benja-mín Cohen, amigo mío, iba como secretario de su delegacióny se había adelantado a sus compañeros, los delegados juris-tas, el señor Cruchaga Tocornal, a quien yo había conocidoen México; el doctor Alejandro Álvarez, jurista de reputaciónen Europa, y el vicealmirante Marchat, de la marina chilena;como tardarían algunos días, podíamos mientras tanto ocu-par sus habitaciones.

El hotel Paulet, aunque céntrico, era extraordinariamenteincómodo; su calefacción era defectuosa; tenía un solo bañopara cada piso y las luces se apagaban a las siete de la noche,después de que había abandonado el hotel una señora edadavanzada, aparentemente bastante rica, y su amigo el emba-jador de Portugal, que tenía fama de hombre excéntrico.Posteriormente el señor Juan Antonio Buero, asesor jurídicode la Sociedad de las Naciones, y su hermano Enrique, queiban representando a Uruguay ante la Liga de las Naciones,me sugirieron que me cambiase al hotel Central, que era bas-tante más alegre y que tenía música hasta las doce de la noche,y por excepción el sábado hasta las dos de la mañana. Des-pués los delgados chilenos abandonaron en masa el hotelCentral. La estancia en La Haya fue particularmente agrada-ble, debido, en primer lugar, a la importancia de los trabajosque se realizaban durante la conferencia y por el ambiente deseriedad y trabajo que caracteriza al pueblo holandés.

La reina Guillermina había enviado invitaciones a todoslos delegados para una recepción en su palacio de La Haya,que hubo de cancelarse debido a que la Corte se puso de lutocon motivo de la muerte de la reina de Dinamarca, parientede la casa real de Holanda, pero en cambio tuvimos oportuni-

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dad de asistir a varias reuniones de carácter social a las queacudía el príncipe consorte, hombre ya entrado en años y debuen humor, aunque demasiado apegado a las bebidas espiri-tuosas, de lo cual se jactaba en público. Algunas veces sequejaba en broma, ante varios delegados a la conferencia, delpoco juicio que a veces mostraba la reina, su mujer, ya que,por ejemplo, siendo bien conocida en todo el país su afición ala bebida, le había ordenado presidir una sociedad detemperancia. Por lo demás, la reina Guillermina tenía famade ser una mujer extraordinariamente inteligente y de granentereza, como lo demostró durante la Segunda Guerra Mun-dial, que se desencadenó poco tiempo después. De hecho suconducta durante la guerra, en mi concepto, salvó a la dinas-tía, pues escuché entonces, de personas autorizadas en LaHaya, que a la muerte de la reina Guillermina se declararía larepública en los Países Bajos, lo que no tuvo lugar debido a lamagnífica impresión que la conducta de la reina dejó en elpueblo de Holanda.

Además de la reina y del príncipe consorte, la familia real esta-ba compuesta por la reina Emma, madre de Guillermina, viejecitamuy querida en La Haya y creo que en todo el país; todos losdías salía a una hora fija de su modesta casa, en coche, para darsu paseo matinal; se congregaba un considerable número de per-sonas en la puerta con el único objeto de saludarla con respeto.La princesa heredera, actualmente la reina Juliana, salía muchasveces en bicicleta con sus libros de texto, a recibir sus leccionesen la Universidad de Leyden, en donde estudiaba.

La Universidad de Leyden, el alma mater de Grocio, no po-día permanecer indiferente ante una reunión de juristas quetuviera como fin la codificación del Derecho internacional, ypor lo tanto invitó a los delegados a una ceremonia. El señordoctor Van Vollenhoven, mi respetado y querido amigo, que,como se ha dicho, había sido el árbitro Presidente en la Comi-

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sión de Reclamaciones de los Estados Unidos contra México,me hizo especial invitación para que almorzara en su domici-lio particular, que se encontraba enfrente, canal de por medio,de la biblioteca de la universidad. También fui invitado pormi amigo el doctor Zimmerman –que había presidido la Co-misión de Reclamaciones entre México y la Gran Bretaña–para que recorriésemos juntos, en un bote que había alquila-do, las obras del puerto de Rotterdam, que se habían realizadopor su iniciativa y bajo su dirección durante el tiempo en quehabía sido alcalde de esa ciudad.

Aproveché también la oportunidad para visitar los grandesmuseos de aquel país, que son el Ryks, de la ciudad deAmsterdam, el museo de la ciudad de La Haya y el de Harlem,donde se encuentran colecciones de las grandes obras de losmaestros de la escuela holandesa. El 13 de marzo de 1930 seinauguró la conferencia, bajo la presidencia del señorHeemskerk, ex primer ministro de los Países Bajos, designa-do por el Consejo de la Liga de las Naciones; fungió comosecretario General, el señor J. A. Buero, que desempeñaba elcargo de consejero legal de la Secretaría de la propia Liga. Ala sesión inaugural asistió el príncipe consorte del reino deHolanda y el ministro de Relaciones de aquel país, quien ennombre de su gobierno dio la bienvenida a los delegados.

Se eligió, por unanimidad de votos de los 47 países repre-sentados, como vicepresidentes de la conferencia, al primerdelegado de los Estados Unidos, señor David Hunter Miller,al primer delegado del Japón, señor doctor Harakazu Nagaoka,y al delegado de México, el que esto escribe. Se acordó quelas tres cuestiones que figuraban en el programa de la confe-rencia fueran examinadas cada una por una comisión, y senombró, además, una comisión central de redacción, presidi-da por el señor E. Pepin, secretario de la delegación de Francia,como ponente.

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La primera comisión tuvo a su cargo el estudio de las cues-tiones de nacionalidad, y fue presidida por el primer delegadode Grecia, señor N. Politis, asistido por el señor Chao-Chu-Wu, primer delegado de China, como vicepresidente, y el se-ñor doctor Gustavo Guerrero, delegado de El Salvador, comoponente. Tenía por objeto resolver las dificultades que crea ladoble nacionalidad y eliminar en lo posible los casos deapatridismo, o sea, aquellos individuos que por algún motivollegan a carecer de nacionalidad.

La segunda comisión tenía por objeto reglamentar el régi-men de las aguas territoriales y fue presidida por el señor M.Göppert, primer delgado de Alemania, asistido por el señorAntonio Goicoechea, primer delegado de España, como vi-cepresidente, y el señor J. P. A. Francois, delegado de Holanda,como ponente. Los problemas que tuvo que estudiar esta co-misión son especialmente complejos, y, a pesar de habersecelebrado varias conferencias posteriores para resolverlos, aúnno se ha podido llegar a una solución satisfactoria. Por lodemás, el señor Göppert no tenía las condiciones de inteli-gencia y de carácter que tuvieron los presidentes de las otrasdos delegaciones, por lo que en dicha comisión reinó un grandesorden que impidió que se llegara cuando menos a un acuer-do en los puntos básicos.

La tercera comisión, que debía ocuparse de la responsabili-dad internacional de los Estados, por daños sufridos en suterritorio por extranjeros, bien en su persona o en sus intere-ses, fue presidida por Jules Basdevant, delegado de Francia,asistido por el señor A. Díaz de Villar, delegado de Cuba,como vicepresidente, y el señor Charles de Vischer, delegadode Bélgica, como ponente.

Debido a la enfermedad del señor Castro Leal yo era elúnico delegado mexicano a la conferencia; no podía partici-par en las tres comisiones, y me decidí a asistir a las

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deliberaciones de la primera y de la tercera, en cuyos asuntosyo creía tener alguna competencia.

Tomé parte muy activa en las discusiones de ambas comi-siones, que se celebraban, unas, en la mañana, y otras en latarde. Debido a mi participación, principalmente en la terce-ra comisión, y puesto que tenía la experiencia obtenida en laComisión de Reclamaciones, fui designado para formar partede varias subcomisiones que estudiaban asuntos en que nohabía sido posible llegar a alguna solución en el pleno de lacomisión; esto motivaba que frecuentemente tuviera que tra-bajar hasta muy altas horas de la noche.

En ambas comisiones combatí presentando adiciones o re-futando, en algunos casos, las bases que la comisiónpreparatoria a la conferencia había preparado para la discu-sión, apoyé los principios que fueran más favorables a lasoberanía de los Estados y me declaré contra aquellos princi-pios que han tratado siempre de establecer los paísescolonialistas, vistiéndolos muchas veces bajo el falso ropajedel Derecho internacional, principios elaborados principal-mente por sus juristas y en algunas ocasiones por los tribunalesinternacionales dominados por ellos. Así por ejemplo, en laprimera comisión, el primer punto que se presentó a discu-sión fue el principio de la facultad que tiene todo Estado paradeterminar quiénes son sus nacionales. El proyecto prepara-do por los expertos estableció la siguiente fórmula: “Pertenecea cada Estado determinar por su legislación quiénes son susnacionales. Esta legislación debe ser admitida por los demásEstados, siempre que esté de acuerdo con las convencionesinternacionales y los preceptos del Derecho generalmente re-conocido en materia internacional”.

La delegación mexicana formuló una reserva por lo que haceal final de esta regla, en tanto que planteaba una restricciónamplia al principio General que siempre se ha reconocido a

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los Estados para legislar en esa materia, y porque es técnica-mente inexacto decir que existen algunos principios delDerecho generalmente admitidos en materia de la nacionali-dad, punto de vista que fue apoyado por la delegación italiana,que era de las más importantes en la conferencia, por tratarsede tres ilustres profesores, el doctor Giannini, de la Universi-dad de Roma, distinguido orador y parlamentario, que ademáspresidía la delegación, acompañado del doctor Diena, de laUniversidad de Padua, y del profesor Gavaglieri, de la Uni-versidad de Nápoles.

En la tercera comisión, como consecuencia de una discu-sión General que tuvo lugar sobre este asunto, la delegaciónfrancesa propuso la adopción del siguiente texto: “Toda faltade cumplimiento a las obligaciones internacionales de unEstado cometida por alguno de sus órganos y que cause per-juicio a la persona o a los bienes de un extranjero sobre suterritorio interno, entraña la responsabilidad de este Estado”.La delegación mexicana manifestó inmediatamente estar con-forme con este principio General si se complementaba conotro principio de carácter igualmente General y que estableceque para que pueda fincarse la responsabilidad sobre el Esta-do es indispensable que previamente se agoten los recursosproporcionados al extranjero por el Derecho interno. La Co-misión reconoció la justicia de la demanda de la delegaciónmexicana y, por conducto de su Presidente, adquirió el com-promiso de discutirla para que figurase a la cabeza de laconvención un principio semejante, adoptándose en definitivaen los siguientes términos: “La responsabilidad internacional delEstado no puede ejercitarse, por lo que hace a la reparación deldaño sufrido por el extranjero, sino hasta que se agoten los recur-sos concedidos por el Derecho interno al individuo lesionado”.

Sólo menciono mi intervención en los primeros artículospresentados a las dos comisiones, por ser básicos, pero la dis-

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cusión tuvo lugar peleándose palmo a palmo las propuestasde la Comisión preparatoria. En un principio combatíamosúnicamente el doctor Gustavo Guerrero, delegado de El Sal-vador, y yo, pero poco a poco se nos fueron agregando otrasdelegaciones, desde luego todas las latinoamericanas repre-sentadas en la conferencia; posteriormente, se nos sumaronlas delegaciones de la llamada petite entente, presentes en laconferencia, que eran la de Rumania y la de Polonia, aliadasde Francia, lo que nos valía en muchos casos el apoyo de estepaís. Después comenzaron a apoyar nuestras posiciones lasdelegaciones de Egipto, Portugal y China, representada estaúltima por el doctor Chao-Chu-Wu, distinguido orador en len-gua inglesa, que junto con la francesa eran las lenguas oficialesen la conferencia.

Nos reuníamos para discutir entre nosotros los puntos quenos convenía defender y llegamos a tener una fuerza respeta-ble dentro de la conferencia. Mucho lamentamos,principalmente los latinoamericanos, que el delegado de Es-paña, todavía bajo la monarquía, en lugar de apoyarnos, votaracon las grandes potencias, siendo criticado aun por algunasde estas delegaciones, que lamentaban que España no se pu-siese al frente de los países latinoamericanos con la energía yel vigor que desarrollábamos.

Solamente se aprobó una convención sobre nacionalidad,aplazándose para otras conferencias el proyecto sobre res-ponsabilidad de Estados y el de aguas territoriales. Cabehacerse notar que la Sociedad de las Naciones había manda-do amplios cuestionarios a todos los países miembros y aunaquellos que no lo eran, consultándoles acerca de los puntosque podían contener las convenciones; como sólo los paísesgrandes contestaron, y la mayoría de los subdesarrollados–como se les llama ahora– no lo hicieron, tal vez por su indi-ferencia hacia los importantes temas del Derecho, en los

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proyectos solamente constaron las opiniones de los paísesadelantados, las cuales eran entre sí unánimes, y eso hizo creera los técnicos de la Sociedad de las Naciones que esos temasestaban ya maduros para ser codificados. Sin embargo, la sub-secuente discusión en la que tomaron parte una proporciónimportante de los países de la tierra –poderosos y subdesarro-llados–, demostró que había hondas diferencias de opiniónentre unos y otros.

Durante la celebración de la conferencia tuve oportunidadde adquirir y cultivar la amistad de otros muchos eminentesjuristas, entre ellos la de los profesores americanos, uno elseñor Edwin Borchard, de la Universidad de Yale, la autori-dad más alta en los Estados Unidos en asuntos deresponsabilidad de los Estados, y el profesor Manley O.Hudson, de la Universidad de Harvard, que después fue juezen la Corte permanente de justicia internacional.

Nuestro embajador, el poeta poblano doctor Rafael Cabre-ra, me prestó la ayuda que podía, teniendo en cuenta loreducido de su personal.

Al mismo tiempo que se celebraba la conferencia, la señoraMargery Corbett Ashby –apoyada financieramente por lafundación Carnegie–, acompañada de un grupo de bellasseñoritas, defendía los derechos de la mujer, principalmenteen materia de nacionalidad, en aquellos casos en que la na-cionalidad del marido era distinta a la de la mujer o cuando sepresentaba este problema en casos de guerra. Celebraba re-uniones en las cuales participaban algunas distinguidas señorasdictando conferencias y criticando el estado de la legislaciónmundial en materia de derechos de la mujer.

Cuando alguna oradora criticaba a un país, una de las seño-ritas acompañantes de la señora Corbett Ashby se levantabacon una bandera del país referido. El vestido que la delegadallevaba, blanco o negro, simbolizaba el estado de la legisla-

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ción en la materia en ese país; así, por ejemplo, la delegada deArgentina, país cuya legislación era bastante adelantada, ves-tía de blanco, con algún pequeño adorno negro, y la delegadade la Gran Bretaña, denunciando una legislación bastante atra-sada, vestía luto riguroso.

Su actitud durante la conferencia, tratando de influenciar aalguno de los delegados, llegó a ser bastante impertinente, ymotivó que el Presidente de la conferencia, el doctorHeemskerk, las expulsara del Palacio de la Paz, donde se ce-lebraba la conferencia y que había sido donado por elmillonario norteamericano Carnegie a la ciudad de La Haya.

Las señoras provocaron gran escándalo y fueron desaloja-das por la policía; éstas avisaron a los periodistas para quepresenciaran cómo se les trataba, y buena parte de las foto-grafías así tomadas fueron publicadas por la prensanorteamericana, lo cual dio por resultado la creación de unmal ambiente en los Estados Unidos.

Terminando la conferencia, y por reiteradas recomendacio-nes del doctor Cruchaga, que había sido embajador de Chileen Alemania, me trasladé a Berlín, en donde estuve algunosdías admirando la alegría de aquella gran ciudad. Un pocodespués partí, en uno de esos ferrocarriles alemanes que enaquella época nunca se atrasaban ni un minuto, con destino,primero, a Basilea, Suiza, y después a Ginebra, para visitar ami amigo y compañero, el doctor Castro Leal, a quien encon-tré ya casi completamente restablecido. De ahí pasé a París,llegando precisamente cuando se celebraba la Semana Santa,lo cual me dio oportunidad de escuchar magnífica música sa-cra organizada por los grandes maestros de capilla en lasiglesias, como en la Magdalena o San Sulpicio.

Muy impresionados por el excelente servicio que habíamostenido en el barco inglés de la línea Cunard, decidimos mimujer y yo regresar en el mismo barco a Nueva York, y con

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ese fin nos trasladamos a Londres, donde estuvimos algunosdías hasta tomar el barco en Southampton. Hice la travesíaen compañía del señor Chao-Chu-Wu, a quien ya me he refe-rido, con quien había tenido gran amistad. Me dijo que, si ibaa Washington, me hacía formal invitación para celebrar unacomida en mi honor y que, de aceptar, por radio daría ins-trucciones a su embajada para que hiciese las invitacionescorrespondientes.

Fueron invitados, y asistieron a la comida, casi todos losdelegados americanos que habían concurrido a la conferen-cia, no así el embajador de México, señor Manuel C. Téllez,que se excusó. El poeta y escritor Carlos Barrera, amigo míoy que fungía como secretario en la embajada de México, memanifestó que el embajador, que entonces ya ostentaba elcarácter diplomático, había expresado, como excusa para noasistir: “que a un decano no se le invitaba con una semana deanticipación”, sin advertir que la invitación se había hechodesde una embarcación y por radio. Yo creo que Téllez noaceptó asistir a la comida por la baja categoría que yo tenía enel escalafón burocrático como jefe del Departamento Jurídi-co de la Secretaría.

CAPÍTULO IV

LA SOCIEDAD DE LAS NACIONES

COMO ES SABIDO, EL PRESIDENTE Wilson, al formarse elconvenio de la Sociedad de las Naciones, creyó queno era conveniente invitar a formar parte de la institu-

ción ni a Costa Rica ni a México, alegando que sus gobiernos, enaquel entonces, habían derivado su mandato de una revolución.

Pasaron así varios años y nosotros permanecimos ajenos alas deliberaciones de la Sociedad, así como los Estados Uni-dos, pues en definitiva su Congreso no aprobó la adhesión deese país.

Costa Rica, que ya había regularizado su situación, puestenía un gobierno estable, solicitó su admisión y fue aceptadapara formar parte de la misma Sociedad. México, sin embar-go, aunque había seguido indiferente, decidió tomar enconsideración el ingreso a la Sociedad de las Naciones, si erainvitado por ella en una forma decorosa.

En tal virtud, las delegaciones de Alemania, Imperio Britá-nico, España, Francia, Italia y Japón, presentaron, en la sesióndel 7 de septiembre de 1931, la siguiente proposición: “Con-siderando que México no figura en le anexo del pacto dondeestán enumerados los países invitados a suscribirlo, y consi-derando que es de toda justicia que la Sociedad de las

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Naciones retire esta omisión tan contraria al espíritu mismode la Sociedad, proponen a la Asamblea que México sea invitadoa adherirse al pacto y a aportar a la Sociedad su preciosa colabora-ción, como si hubiese sido invitado desde un principio”.

Esta proposición fue sometida a la Asamblea de la Socie-dad de las Naciones por su Presidente, el señor Titulescu,como primer delegado de Rumania, y fue apoyada en el actopor todos y cada uno de los primeros delegados de los paísesautores de la proposición, y además por el primer delegadodel Perú, escogido por todos los países de América Latinarepresentados en la Asamblea; el primer delegado del Cana-dá, el primer delegado de Portugal y el de Colombia, quienespublicaron largos discursos de lo más elogiosos para nuestropaís, subrayando la estabilidad política de su gobierno y suimportancia, no solamente en América Latina sino en toda lacomunidad internacional. La proposición fue aprobada porunanimidad de votos y comunicada al gobierno de Méxicopor el Presidente de la Asamblea y el Secretario General de laSociedad de las Naciones, señor Erich Drummond.

El señor Estrada, al recibir esta comunicación, se dirigió alSenado de la República, comunicándole lo anterior y expli-cando que, como la aceptación a la invitación hecha implicabala adhesión al tratado relativo, solicitó de la Cámara la ratifi-cación prevista por la fracción primera del artículo 76 de laConstitución política de los Estados Unidos Mexicanos. Re-suelta favorablemente la solicitud, el señor Estrada aceptó lareparación que se le hacía a México y aceptó su ingreso a laSociedad de las Naciones en los términos en que se anunció,y ofreció con leal espíritu de amistad su constante coopera-ción con los altos propósitos de mantener la paz y fomentarla colaboración internacional. Los delegados designados pararepresentar a nuestro país fueron el señor Estrada, Secretariode Relaciones, el señor licenciado Emilio Portes Gil, ministro

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en Francia, y don Fernando González Roa. Como delegadossuplentes, el señor licenciado Manuel Gómez Morín, el licen-ciado Alfonso Reyes, embajador en Brasil, y yo; comosecretario de la delegación, el director de la oficina de Méxicoen Ginebra, señor Salvador Martínez de Alba.

En vista de la premura del tiempo, esta primera delegaciónnombrada por el señor Estrada no pudo asistir a las sesionesde la Sociedad de las Naciones.

Al año siguiente, al celebrarse la Asamblea, quiso el Secre-tario de Relaciones que fuera yo presidiendo la delegaciónmexicana, acompañado del señor Leopoldo Blázquez, minis-tro plenipotenciario de nuestro país en Checoslovaquia, delseñor Luis Quintanilla, Secretario de nuestra embajada en Pa-rís, y, como Secretario, el señor Martínez de Alba.

Me embarqué, pues, por segunda vez, con rumbo a Euro-pa. En París, me reuní con los señores Blázquez y Quintanilla.Don Leopoldo Blázquez, que era hombre de bastantes recur-sos, había ido a París en un flamante automóvil marca Lincoln,al que orgullosamente se le puso la bandera de México, perolos habitantes de las poblaciones por las que pasábamos, alver un coche tan fastuoso, no pensaban que viajaban en él losdelegados de un país pobre como México, sino que, por lasemejanza de las banderas, la gente que se agolpaba en lospequeños poblados a admirar el coche, suponía que iban enél miembros de la delegación italiana.

Quintanilla nos invitó a desayunar en Fontainebleau, queestaba en el camino a Ginebra, en donde residía su señoraesposa y sus hijos, que pasaban una corta temporada en aquellugar. Blázquez, antes de partir, me manifestó que Quintanillale había pedido que le permitiese manejar su coche, a lo queBlázquez se rehusó terminantemente, pues su automóvil te-nía un alto valor, y Quintanilla, según me manifestó, era unconductor atrabancado; me pidió, por lo tanto, mi interven-

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ción para convencer a Quintanilla de que desistiese de supretensión.

Salimos, pues, a buena hora, y después de tomar un buendesayuno, con rumbo a Ginebra, atravesando el bello bosqueque rodea la ciudad y el castillo de Fontainebleau. Pasamos almediodía por una población que nos pareció agradable y dondecreímos pertinente detenernos a almorzar; el pueblo se llama-ba Avalon, y el hotel en cuyo restaurante nos proponíamoscomer se llamaba La Poste. Tenía una placa que indicaba queen ese lugar había dormido el emperador Napoleón Primeroal regresar de la isla Elba, durante los cien días. Dicha pobla-ción está situada en la Borgoña; la comida y los vinos que nossirvieron eran excelentes, pues el restaurante, que habíamoselegido casi al azar, resultó ser uno de los mejores de Francia.Tan buena fue la comida y tan exquisitos los vinos borgoñonesque saboreamos, que el señor Blázquez, entusiasmado por lacomida, me pidió que rogara a Quintanilla que manejase has-ta Ginebra, lo cual realizamos con gran temor de nuestra parte,pues Quintanilla nos llevó, como había previsto Blázquez, agran velocidad.

Este episodio me comprueba la sabiduría de Talleyrand,que, al partir hacia el Congreso de Viena, encabezó la lista delos colaboradores que lo iban a acompañar con el nombre deCaréme, su cocinero.

Al llegar a Ginebra, y después de alojarnos en un lujosohotel magníficamente servido, como lo son los hoteles deSuiza, se me presentó el secretario del señor Erich Drummond,Secretario General de la Sociedad de las Naciones, para ma-nifestarme que su jefe pensaba invitarme, dentro de pocotiempo, a una cena en su casa y rogándome que no contrajeraningún compromiso en la noche de los próximos días. Efecti-vamente, asistí a la cena invitado por el señor SecretarioGeneral, en la cual, además del anfitrión, tomaron parte el

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señor Herriot, primer ministro de Francia y el primer delega-do de su país ante la Sociedad de las Naciones; el señor RobertCecil, de la ilustre familia de los Salisbury y que representabaal Imperio de la Gran Bretaña, como primer delegado, y elseñor Eamon de Valera, Presidente de Irlanda, que con esecarácter presidió la delegación de su país, además del señorLatifi Bey, ministro de Relaciones de Turquía, y el elocuentey distinguido primer delegado de China, señor doctor Yen.Me tocó estar en medio de estos dos últimos, y a mitad de lacena el delgado de Turquía me dijo que propusiera al doctorYen que, al terminar ésta –como todas las oficiales, corta yaburrida–, nos fuéramos los tres a un cabaret, el mejor deGinebra, donde estaríamos en amable compañía. Aceptó Yeny, desde entonces, en cuantas reuniones nos encontrábamospor la noche, y a solicitud del turco, íbamos juntos al cabaret.

Lafiti me explicaba que vivía en Angora, pequeña ciudadburocrática en donde no existía diversión ninguna, y que cuan-do venía a Europa, así fuera a Constantinopla o a Ginebra, legustaba tener un poco de esparcimiento.

De esta manera nació cierta intimidad con estos dos dele-gados, principalmente con el doctor Yen, a quien admirabayo mucho por su gran elocuencia, pues hablaba un inglés máscorrecto y elegante que el de los delegados de la Gran Breta-ña, que eran, a su vez, eminentes oradores. A Yen me loencontré después en la conferencia de Londres, y fue quienme dio la oportunidad de conocer al ilustre economista JohnMaynard Keynes.

Sorprendió mucho al licenciado Salvador Martínez de Albael que me hubiese invitado a su casa el señor ErichDrummond, manifestándome que había muchos delegadoslatinoamericanos que después de radicar mucho tiempo enGinebra nunca habían puesto los pies en la casa del Secreta-rio General de la Sociedad de las Naciones, y que a mí me

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invitaba a la primera comida que daba en la temporada y en lacompañía de grandes señores. Esto, en su opinión, sólo podíaexplicárselo si fuese yo amigo personal de Sir Erich. Era cier-to que yo lo conocía desde La Haya, durante la primeraConferencia de Codificación del Derecho Internacional, y endonde había hecho una amistad más o menos íntima con esedistinguido diplomático inglés. Recuerdo un pequeño conse-jo que me dio el propio Sir Erich: que cuando tuviese quetratar un asunto delicado con algún extranjero, principalmen-te si era inglés, lo invitara a un cocktail con la mejor champañaseca que pudiera conseguir y con el mejor coñac que tuviesea mi disposición, que vería que después de haber tomado esecocktail, que predisponía a la benevolencia, encontraría másfácil el arreglo de mi asunto. Bauticé este cocktail con el nom-bre de diplomatique, y posteriormente he hecho uso del consejode Sir Erich con buen resultado.

Poco tiempo después dos jóvenes franceses, miembros dela delegación de su país, me manifestaron que tendrían mu-cho interés en invitarme a comer con el objeto de platicarsobre México, país que les interesaba sobremanera; que aun-que ellos eran modestos secretarios de la delegación francesa,me pedían permiso para extenderme la invitación. Aceptégustoso y charlamos en forma amena durante toda la comida.Posteriormente, cuando don Salvador Martínez de Alba seenteró de que yo había aceptado ir a comer con estos dosjóvenes diplomáticos, se contrarió mucho: ¡que insolencia,qué falta de respeto de estos muchachos de haberse atrevidoa invitar a todo un primer delegado! Yo le expliqué a Martínezde Alba que había aceptado la invitación con agrado, puesaunque yo era primer delegado de México, tenía una posicióntambién modesta dentro de la burocracia mexicana, y queestos dos jóvenes diplomáticos me parecían gente inteligentey agradable. Refiero esta anécdota que pinta hasta qué grado

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algunos de los diplomáticos mexicanos pierden el conceptode las cosas y se vuelven estirados en forma exagerada encuanto ocupan alguna representación en el extranjero.

Antes de la celebración de la Asamblea, recibí la visita delos ministros de Relaciones Exteriores de Polonia y Checos-lovaquia, quienes me pidieron el voto de México para quepudiesen ingresar en el Consejo, y yo accedí sin ninguna difi-cultad, pues desde México había recibido instrucciones enese sentido; en reciprocidad, me manifestaron que votaríanpor mí para el mismo cargo en el Consejo, formado, hastadonde recuerdo, por un número limitado de países, entre loscuales se encontraban las grandes potencias de Europa, quetenían asiento permanente en dicha institución, y los paísesde nuevo ingreso que habían sido recientemente electos.

El único asunto importante fue una vigorosa invectiva delprimer delegado de Alemania, barón Von Neurath al ministrode Relaciones de Checoslovaquia, quejándose de malos tra-tos a personas de nacionalidad alemana por parte del gobiernode Checoslovaquia, o sea, la vieja querella de las minoríasétnicas alemanas de los Sudetes. El delegado de Checoslova-quia, señor Benes, hizo ademán de levantarse a contestar tanviolentas acusaciones hechas en contra de su país, pero semantuvo silencioso a una señal que pude percibir le hizo elembajador de Francia, que en aquella época se considerabaprotector de los países de la pequeña entente.

Estando en Ginebra padecí un fuerte resfriado, motivadopor los fríos vientos llamados bise que soplaban en forma vio-lenta. Por consejo del doctor que me atendió, y al terminar laAsamblea de las Naciones, me trasladé a Niza, alojándomeen el hotel Negresco de aquella población, en donde me re-puse rápidamente con el clima templado y agradable de aquellugar. Tuve por entonces oportunidad de hacer algunas ex-cursiones alrededor de esta hermosa ciudad de la Costa Azul,

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sin faltar Montecarlo, en donde visité el gran museo oceanográficoque el principado de Mónaco conserva en esa población.

Decidí, recuperada mi salud, regresar a México, visitandoen el camino, primero, a mi distinguido y fino amigo donGenaro Estrada, que entonces se encontraba ocupando laembajada de México en España. El señor Estrada tenía unagran posición en la capital española, pues tenía relacionespersonales con los principales personajes del gobierno repu-blicano que se acababa de establecer en aquel país. Tuveoportunidad, invitado por él, de asistir a una comida con losseñores Álvarez del Vayo, Zulueta y Madariaga, que ocupa-ban puestos encumbrados en el gobierno del señor ManuelAzaña, también amigo del señor Estrada; él mismo me invitóa comer en la suntuosa residencia que ocupaba la embajadade México y donde comimos con la distinguida señora Nietode Estrada, su gentil esposa. Al terminar la comida, el emba-jador me invitó a que visitáramos el Museo del Prado, que yono conocía, pues no había estado en España. El señor Estrada,que era un conocedor del arte pictórico, se había hecho muyamigo del conservador del museo, que lo atendía y sosteníacon él largas pláticas sobre temas controvertidos, aun cuandoignoraba que este señor curioso y gran conocedor de la pintu-ra española fuese el embajador de México. El señor Estradame recomendó que no revelase su personalidad, pues graciasal anonimato conversaba libremente con el conservador delmuseo, que era altamente agradable. En esta ocasión charla-mos largamente sobre la colocación más adecuada dedeterminados cuadros.

Antes había hecho el viaje de Ginebra a Barcelona bastanteincómodo, pues me tocó, en un compartimiento del ferroca-rril, la cama baja, y ocupaba la alta un compañero que teníaaspecto poco tranquilizante, que además no apagó la luz sinohasta muy entrada la mañana, por lo que pasé una noche tole-

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dana sin dormir hasta casi llegar a Barcelona. Ahí me recibióamablemente mi viejo compañero de la Secretaría de Rela-ciones, don Rubén Romero, quien me llevó a conocercualquier lugar que no fuera el frontón, donde había perdidocantidades de alguna importancia y había decidido no volvera poner los pies en él.

De Barcelona a Madrid viajé en un carro de ferrocarril quevenía bastante lleno de pasajeros, pero en poco tiempo, y sinque se conocieran unos a los otros, se formó una tertulia don-de los chistes y las expresiones agudas se comunicaban de unextremo a otro del carro, y yo pasé un día de lo más agradable,como si estuviera en realidad asistiendo a una zarzuela delteatro español.

De Madrid pasé a París, también por ferrocarril, sin ningu-na novedad, y luego me embarqué en el Champlain, de laCompañía Trasatlántica Francesa, al mando del comandanteBarthélemy, marsellés, que hablaba español perfectamente yque conocía México, a donde había ido navegando en barcosde esa compañía. El Champlain era un barco de una sola cla-se, moderado, y en donde viajaban principalmente artistas,escritores y algunos diplomáticos. El capitán sentaba a su mesaa algunos de los pasajeros de distinción y tuve oportunidadde conocer al señor Raculi, historiador que había escrito uninteresante libro sobre la vida del señor mariscal Joffre; a unacantante que había debutado en el Convent Garden de Lon-dres y venía a dar conciertos a Nueva York; a un chelista,primer premio del Conservatorio de París, que venía con igualpropósito a Nueva York, y a los miembros de una compañíade comedia que venía a debutar en Nueva York. Con estoselementos y con el carácter alegre del capitán formábamosnoches de gala todo el tiempo que duró la travesía. Particu-larmente me hice amigo del señor Philipovich, embajador dePolonia, que venía a ocupar su puesto en Washington, y del

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señor Yancovich, cónsul de Yugoslavia en Nueva York; am-bos eran, como buenos eslavos, muy aficionados al ajedrez, ypasábamos el tiempo muchas veces, desde muy temprano,dedicados a este difícil juego; descubrimos pronto que el servioera el más fuerte de los tres, entonces jugábamos contra él elembajador Philipovich y yo en consulta. Llegué a México sinque hubiese ninguna novedad en el camino.

CAPÍTULO V

LA SECRETARÍA DE RELACIONESEXTERIORES. DIVERSOS ASUNTOS ENLOS QUE PARTICIPÉ COMO ABOGADO

CONSULTOR

1.Prórroga de negociaciones en la Comisión General deReclamaciones. Salida de don Genaro Estrada y

designación de don Manuel C. Téllez comoSecretario de Relaciones

AL REGRESAR A MÉXICO DE la Conferencia de La Haya mehabía encontrado con varios cambios en el gobierno;el señor doctor José Manuel Puig Casauranc, que te-

nía gran influencia en el General Calles, Jefe Máximo de laRevolución, había pedido que se le nombrase embajador enWashington, y el señor Téllez, que ocupaba una buena posi-ción en aquella ciudad, por ser el decano del cuerpodiplomático, fue trasladado a México, y, de todas las secreta-rías, se le confió la de Gobernación.

El señor Téllez estaba particularmente incapacitado paramanejar esta Secretaría, pues, debido a su larga ausencia delpaís en el servicio diplomático, desconocía la personalidadde los políticos militantes en aquella época y las mil añagazasde que está llena nuestra política.

Para aquel entonces había ya expirado el plazo fijado parala terminación de la Comisión General de Reclamaciones

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entre México y los Estados Unidos. Mal aconsejado, el Secre-tario de Relaciones, señor Estrada –así lo estimo–, por mibuen amigo y maestro don Fernando González Roa, sosteníaque vencido el plazo se había extinguido la obligación deMéxico de seguir discutiendo las reclamaciones. El embaja-dor Reuben Clark sostenía la tesis contraria, es decir, que laobligación de México consistía en solventar las reclamacio-nes de americanos por daños sufridos en la Revolución y queel plazo era un elemento accesorio; que si no habían podidoser resueltas todas las reclamaciones, lo natural era que seprorrogase el plazo hasta que todas ellas quedaran resueltas.La tensión entre el Secretario de Relaciones y el embajadorllegó a tal grado que el señor Estrada ya no recibió al señorClark, sino que enviaba, si quería tratar algún asunto relacio-nado con su cargo, a algún funcionario de segundo orden enla Secretaría.

El embajador Clark, que era amigo del señor Téllez –y alque yo había conocido y tratado en Washington–, le pidióque lo acompañara a entrevistarse con el General Calles, anteel cual el embajador presentó su queja; eso determinó la caí-da del señor Estrada, que fue nombrado embajador de Méxicoen España, y al señor Téllez, que difícilmente se acomodabaa la Secretaría de Gobernación, se le designó como Secretariode Relaciones.1

El señor Téllez, que llegó a la Secretaría de Relaciones conpropósitos demasiado ambiciosos, desde luego convocó atodos los altos funcionarios de la Secretaría –entre los cualesme encontraba yo, como jefe del Departamento Jurídico– parapreguntarles su opinión acerca de la conveniencia de conce-der la prórroga, que había solicitado el embajador americano,de la Comisión General de Reclamaciones entre México yEstados Unidos. Yo sostuve la opinión que ya le había mani-1 21 de enero de 1932.

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festado al señor Estrada, en el sentido de que la obligación deMéxico era que las reclamaciones se resolviesen y que el pla-zo era accidental; que vencido el plazo quedaba en pie laobligación de resolver las reclamaciones y, por lo tanto, deprorrogar el plazo. Como ése había sido el motivo por el cualel señor Estrada dejara la Secretaría de Relaciones, el señorTéllez acogió con agrado esa opinión y se apresuró a negociarcon el embajador americano la prórroga referida. La actitudque yo asumí en esa junta me valió críticas de mi profesor yamigo, señor licenciado González Roa, que había sostenidola tesis contraria.

2. Fallida propuesta sobre el asunto de El Chamizal.Salida de don Manuel C. Téllez y designación de Puig

Casauranc como Secretario de Relaciones

Poco tiempo después, el señor Téllez convocó nuevamente alos altos funcionarios de la Secretaría de Relaciones, paramanifestarnos que el asunto de El Chamizal había quedadosin resolverse porque no había habido Secretario de Relacio-nes que se hubiese atrevido a darle una solución inmediata;que él no tenía los temores que habían cohibido a sus antece-sores y que había formulado un plan para resolver dichoasunto de El Chamizal. El plan consistía en canjear los terre-nos que nosotros disputábamos, y que nos había concedidoel árbitro Lafleur, por el territorio de idénticas dimensionessituado en la frontera de México y Estados Unidos, y hacien-do el cambio hectárea por hectárea. Manifestó que su plan yalo había consultado con el señor General Calles y que le ha-bía dado su aprobación, pero que quería conocer la opiniónde los técnicos de la Secretaría de Hacienda, entre quienes seencontraban los comisionados de Límites y Aguas. Casi to-dos los consultados emitieron opiniones favorables a la idea

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del señor Téllez, pero cuando el señor Téllez se dirigió a mí,que había guardado silencio, para preguntarme mi opinión,yo se la di con la mayor franqueza. Le manifesté que el pro-blema de El Chamizal no era problema nuestro, que nosotrosteníamos el laudo de la Comisión Internacional parcialmentefavorable a nosotros, pero que habíamos objetado y esperá-bamos tan sólo que el gobierno de los Estados Unidos le diesecumplimiento devolviéndonos la región, que nos otorgó ellaudo; que no contábamos con fuerza suficiente para exigirsu cumplimiento, pero que eran los Estados Unidos quienesse encontraban en mala postura ante la comunidad interna-cional; que a nosotros, país débil, no nos quedaba sino esperartranquilamente el cumplimiento de la sentencia, pero debía-mos facilitar a los Estados Unidos el cumplir su compromisoen términos absolutamente favorables para nosotros; que enla historia diplomática yo no conocía caso en que la compen-sación de tierra en caso de permuta se hiciera hectárea porhectárea, sino que, por el contrario, en el caso, por ejemplo,de Heligoland, una pequeña isla propiedad de Inglaterra perode importancia vital para la defensa de Alemania, este país,para obtenerla, había cedido en África un vasto territorio comoel de Zanzíbar; que el territorio de El Chamizal, aunque nocomprendía –como erróneamente algunos pensaban y se ha-bía asegurado en México– toda la ciudad de El Paso, Texas,era una porción uabanizada de bastante importancia, queformaba parte de esa ciudad, y que, según el plan Téllez,nos darían unas cuantas hectáreas de desierto sin ningu-na importancia.

Muy contrariado quedó el Señor Secretario Téllez con miopinión, pero en cambio me reconcilié con mi amigo y profe-sor don Fernando González Roa, que formaba parte de lacomisión de funcionarios convocados por el señor Téllez yque me apoyó en último término.

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El resultado fue que el señor Téllez llevó su plan a la consi-deración del Consejo de Ministros del señor PresidenteRodríguez, y fue rotundamente combatido, principalmente porlos ministros Bassols y Pani, pues el señor Téllez, que ni si-quiera se había tomado el trabajo de estudiar a fondo losexpedientes, se vio completamente derrotado, al grado de queel Consejo acordó que se nombrase una comisión con los se-ñores licenciados Portes Gil, Bassols y Pani para queestudiaran el proyecto del señor Téllez y rindieran su dicta-men al Consejo. Tan mal parado quedó en esta discusión elprestigió del señor Téllez que el Presidente Rodríguez acordósepararlo de la Secretaría de Relaciones, nombrándolo minis-tro de México en Italia, donde falleció al poco tiempo, ydesignado en su lugar al doctor Puig Casaurac, que vino aMéxico a encargarse de dicha secretaría.2

3. Sobre nuevas negociaciones para resolver lasreclamaciones entre México y EE.UU.

Durante la permanencia del señor doctor Puig como Secreta-rio de Relaciones, y desempeñando yo el puesto de jefe deDepartamento Jurídico de la Secretaría, el gobierno de losEstados Unidos propuso al de México la conveniencia de que,en lugar de que las reclamaciones fueran falladas arbitraria-mente con un procedimiento probadamente lento y costoso,se pudiera llegar a un acuerdo global mediante una negocia-ción directa entre los dos países y por la vía diplomática. Ental virtud, los Estados Unidos enviaron a México a un funcio-nario americano a negociar con la Secretaría de Relaciones, laque nos nombró a mí y al señor licenciado Manuel J. Sierra,jefe del Departamento Diplomático, para llegar a un acuerdocon el enviado americano.

2 1º de enero de 1933.

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Examiné algunas estadísticas sobre reclamaciones en quehabíamos sido parte México y otros países, y Estados Unidostambién con otros países, y, formulando una computacióntambién de carácter estadístico, llegué a la conclusión de quepodríamos proponer al comisionado americano que se redu-jeran las reclamaciones pendientes de fallo especial a un 2.6%de lo reclamado. Esta proposición, tanto a mí como a mi com-pañero, el señor licenciado Sierra, nos pareció un tanto audaz;sin embargo, con gran sorpresa de ambos, fue inmediatamen-te aceptada por el comisionado americano; aplicado estemétodo a las reclamaciones presentadas por valor aproxima-do de 270 000 000 de dólares, se llegaba a la conclusión deque deberíamos pagar la suma de 7000000 de dólares3 que elgobierno americano nos propuso y nosotros aceptamos, apagar en quince años, pagando nosotros la parte correspon-diente, y el saldo, que, por razón de principio, el gobiernosostuvo debía ganar intereses, se redujo al 1.4%.

Después de liquidar en esta forma las reclamaciones de lacomisión especial, hicimos el estudio de las reclamaciones dela General. En ellas propuse al delegado americano que seescogieran las reclamaciones ya falladas que se pagarían deacuerdo con los fallos respectivos, que se tomaría el montoexacto del total de la cantidad reclamada por ambos países, yse restaría una de otra; y al saldo que quedara, que segura-mente sería a favor de los Estados Unidos, se le aplicaría elmismo método del 2.6%. El comisionado americano sostuvoen principio que el método era aceptable; sin embargo, cuan-do se le sometió al Secretario de Relaciones de México, ésteconsultó con el licenciado González Roa, quien manifestóque era inaceptable que se pagara por unas reclamacionesque eran totalmente absurdas. Yo le hice ver al señor González

3 Cifras tomadas de Memorias de la Secretaría de Relaciones Exteriores. Nota deFrancisco Suárez Dávila.

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Roa que se trataba de un arreglo transaccional, que había re-clamaciones de los Estados Unidos que eran cien por cientobuenas y que estaban fundadas en hechos reales, por ejemplouna reclamación de ventas de material rodante hechas por losferrocarriles americanos, valoradas a un precio, y que el go-bierno de México no había podido liquidar; que sipretendíamos retirar alguna reclamación por ser absurda, losamericanos, por su parte, pretendían retirar algunas de lasreclamaciones mexicanas que tenían idéntico carácter, y queen estas condiciones se perdería la ventaja de resolverlas conun procedimiento rápido, y quedaría para siempre pendienteel asunto de las reclamaciones. El señor licenciado GonzálezRoa insistió en su punto de vista, y yo le propuse al señordoctor Puig que, pues ambos estábamos a punto de salir, élcomo Presidente de la Comisión y yo como comisionado a lajunta que iba a tener lugar en Montevideo, de la Séptima Con-ferencia Internacional Panamericana, dejáramos que lanegociación la continuase el señor licenciado González Roacon el enviado americano, más o menos dentro de los térmi-nos en que estaba propuesta, y que nos comunicara elresultado.

En el camino recibió el señor doctor Puig un telegrama dellicenciado González Roa, en el que le informaba que las ne-gociaciones no habían tenido éxito, pues se habían complicadodemasiado, y no había sido posible llegar a ningún acuerdo.

Años después, la negociación la emprendió nuevamente elseñor embajador Castillo Nájera, y llegó a un acuerdo globalen conjunto con otras negociaciones con el gobierno de losEstados Unidos.

CAPÍTULO VI

MIS PRIMEROS TRABAJOS EN EL ÁREAFINANCIERA

1. La Gran Depresión y el Plan Calles

ESTANDO EN LA SECRETARÍA DE Relaciones, y sin perder micarácter de jefe del Departamento Jurídico en dichasecretaría, el señor ingeniero Alberto J. Pani, ministro

de Hacienda, me pidió que le prestase mi colaboración en di-versos asuntos. A fin de referirme concretamente a éstos, esconveniente tener presentes las condiciones en que el señoringeniero Pani regresó de Europa, a petición del señor GeneralCalles, a ocuparse de la Secretaría de Hacienda por segunda yúltima vez.

La Gran Depresión, que azotó al mundo desde el año de 29y los años que le siguieron, no dejó de producir resultados enla economía mexicana. Las rentas federales sufrieron un gra-ve descenso y el comercio y la industria resintieronfuertemente las consecuencias de la depresión mundial. Alseñor don Luis Montes de Oca –que ocupaba la Secretaría deHacienda durante el período de don Pascual Ortiz Rubio– y asus consejeros técnicos –como Fernando de la Fuente, direc-tor de Crédito de la Secretaría, y a su principal asesor, aunquesin cargo público, el señor licenciado don Manuel Gómez

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Morín–, no se les ocurrió nada más que formular la Ley Mo-netaria de 1931, a la cual se le dio el nombre de Plan Calles.

Al señor General Calles, hombre de gran talento y clara vi-sión de estadista, quisieron levantarlo tanto sus amigos yaduladores que llegaron a atribuirle grandes conocimientos eneconomía política. Visitó alguna vez al General Calles el ilus-tre economista americano Irving Fischer, y en la entrevistaestuvo presente uno de los más cercanos colaboradores delGeneral. Como es natural, la conversación entre el distinguidoestadista mexicano y el ilustre profesor norteamericano fue unsimple cambio de opiniones generales; pero el colaborador,cuando se ausentó el señor Fischer, le dijo al General Callesque los conceptos que había vertido en la conversación eranverdaderamente geniales, y que si lo autorizaba iba a hacer unresumen de estas opiniones en un folleto. Éste, efectivamente,circuló, con algunas de las ideas expresadas por el General yalgunos conceptos generales de la ciencia económica. No creoque el General Calles, a quien tuve oportunidad de tratar bas-tante, creyese semejantes adulaciones, pues era muy prudentey expresaba opiniones solamente en aquellos asuntos de go-bierno en que tenía, por su larga experiencia, conocimientos.

De cualquier manera, se había formado una leyenda en cier-to sector público acerca de la sabiduría, en toda clase deasuntos, del señor General Calles, y, por lo tanto, para darlemayor prestigio a la ley, se pensó en bautizarla con el nombrede Plan Calles, aunque el General no haya tenido ningunaparticipación para formularlo.

Los puntos fundamentales de la Ley Monetaria de 1931 sonlos siguientes:

1. Desmonetizar el oro y permitir su libre exportación.2. Hacer del peso plata la unidad del sistema, dotándolo

de poder liberatorio ilimitado, por un valor equivalente

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al de 75 centigramos de oro puro, bastante más altoque el intrínseco, y sin más garantía que la de llegar aconstituir en el futuro una reserva metálica capaz deasegurar dicho valor monetario al prohibir lasacuñaciones ulteriores de pesos plata, limitando la can-tidad de monedas circulantes a la existencia en losmomentos mismos de la reforma.

Para hacer efectivas las reformas, en caso de violar la prohi-bición de acuñar monedas de plata sobre las existentes encirculación –que era de algo más de doscientos millones depesos– se aplicaban las penas más severas al Secretario deHacienda, al director del Banco de México y al director de laCasa de Moneda, que son quienes autorizan la emisión denuevos signos monetarios.

2. Designación del ingeniero Pani como Secretario dehacienda y su plan de organización crediticia

Los efectos del llamado Plan Calles sobre una economía yabastante castigada fueron desastrosos, y las rentas federalesdisminuyeron al grado que no se podían pagar ni siquiera lossueldos de los empleados durante varias quincenas, y la eco-nomía en General sufría fuertemente. El señor General Calles,con su sentido práctico, comprendió que el plan bautizadocon su nombre había fracasado ruidosamente. Este plan pro-vocó una crisis ministerial en el gabinete del Presidente OrtizRubio, que tuvo como consecuencia la salida del señor Mon-tes de Oca de la Secretaría de Hacienda. Vacante el puestode Secretario de Hacienda, el señor General Calles telegrafióa don Alberto J. Pani, ofreciéndole la cartera de Hacienda, lacual aceptó inmediatamente.

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Al llegar a México, el señor ingeniero Pani consultó con susasesores obligados; primeramente, con el señor director deCrédito, don Fernando de la Fuente, y, después, con el señorlicenciado Gómez Morín, ambos autores de la Ley de 1931.Éstos manifestaron al señor ingeniero Pani que lo que la or-todoxia monetaria aconsejaba era seguir exactamente loslineamientos del Plan Calles. El señor ingeniero, que habíacriticado acerbamente la política monetaria del señor Montesde Oca, en carta que después transcribió en su obra Tresmonografías, no podía aceptar los consejos de sus asesores enesta materia. En consecuencia, se encerró en su casa deCuernavaca y pensó recurrir, precisamente contra los manda-tos del Plan Calles, al viejo expediente bien conocido: acuñarmonedas de plata al máximo de la capacidad de la Casa deMoneda y hacerse de recursos con la diferencia entre el valornominal y el valor monetario de los pesos plata para pagar lasquincenas que se debían a los empleados y, desde luego, darun buen golpe político remediando la crítica situación de losservidores del gobierno.

El expediente de acuñar monedas de plata a la máxima ca-pacidad de la Casa de Moneda no solamente fue una fuentede recursos para la tesorería, sino que, además, constituyóuna buena disposición de carácter monetario, liberando al paísde la fuerte deflación a que estaba sujeto en virtud del PlanCalles. A ese efecto ordenó al señor Pani que se publicara laLey Monetaria del 9 de marzo de 1932.

El país, asfixiado por el Plan Calles, respiró con las medi-das inmediatas tomadas por el señor ingeniero Pani. El señorlicenciado de la Fuente, que había cooperado en la formula-ción del Plan Calles y que creía firmemente en los sanosprincipios en que se inspiraba, renunció a la Dirección deCrédito en cuanto se publicó la Ley del ’32. El otro autor dela Ley del ’31, el señor licenciado Manuel Gómez Morín, no

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renunció, porque no ocupaba ningún puesto, pero escribió unlargo memorándum criticando la medida adoptada, que fuereproducido por el señor ingeniero Pani en su obra Apuntesautobiográficos; el licenciado Gómez Mortín siguió prestandosus servicios al señor Secretario de Hacienda, como asesor,sin percibir ninguna compensación monetaria.

Inmediatamente después de la expedición de la Ley de 1932,el señor ingeniero Pani planeó proponer un vasto plan de or-ganización crediticia; a este fin, me encomendó que, en uniónde los señores licenciados Manuel Gómez Morín y MiguelPalacios Macedo, formásemos una comisión para elaborar unaley de Instituciones de Crédito. A esta comisión se agregó,como secretario, el señor doctor Uriel Navarro, que desempe-ñaba el cargo de director General de Crédito en la Secretaríade Hacienda, en sustitución del señor licenciado De la Fuen-te, que, como se ha dicho, había renunciado.

La Ley de Instituciones de Crédito fue elaborada en su ma-yor parte por el señor licenciado Gómez Morín y examinadadespués por algunos banqueros experimentados de la con-fianza del señor ingeniero Pani, principalmente por el señordon Agustín Legorreta, director General del Banco Nacionalde México.

Esta ley, formulada de acuerdo con sólidos principios deeconomía bancaria, fue muy importante, no sólo por su per-fecta formulación técnica, sino también porque estableció quetodos los bancos del país tenían que invertir su capital y losdepósitos del público –así como los recursos que tuvieses asu disposición– en valores mexicanos, y solamente se les per-mitió hacer inversiones en el extranjero para garantizarobligaciones que hubiesen contraído en moneda extranjera.

En aquella época los principales bancos extranjeros queoperaban en México eran dos canadienses –el Banco deMontreal, y el Canadian Bank of Commerce– y uno inglés –el

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Anglo South American Bank–; uno alemán, de menos impor-tancia que los anteriores, y el National City Bank, sucursaldel de Nueva York.

Con excepción de este último, los demás bancos extranje-ros manifestaron que, de no modificarse la ley, se veríanobligados a liquidar sus operaciones y cerrar sus puertas, puesestimaban que las disposiciones de la ley eran imposibles deser cumplidas.

El gobierno se mantuvo firme; estos bancos cerraron suspuertas y se retiraron del país. Tal vez lo hicieron –y así lo oícomentar alguna vez en Toronto, Canadá– porque esperaban,considerándose, como se consideraban, los únicos verdade-ramente expertos para manejar la banca comercial, que losmexicanos que iban a administrar la banca comercial fracasa-rían nuevamente y que ellos serían invitados a venir a México,pero exactamente de acuerdo con sus condiciones. No suce-dió así; los bancos mexicanos siguieron operando y ocupandoel hueco dejado por los extranjeros y crecieron en forma cons-tante y sólida. Otros nuevos bancos se constituyeron, todoscon capital y dirección mexicana, consolidando el sistemabancario que actualmente prevalece en el país.

La Ley de Títulos y Operaciones de Crédito fue igualmenteformulada por la comisión, y, aun cuando orgánicamente co-rresponde al Código de Comercio, por estar éste todavía enestudio y tal vez transcurrirían muchos años hasta que pudie-se ser editado, se publicó como ley separada que reglamentó,de acuerdo con la mejor técnica jurídica, tanto las operacio-nes de crédito como los títulos. A esta comisión se agregó elseñor licenciado don Pablo Macedo, quien contribuyó con elcapítulo sobre fideicomiso que se agregó a dicha ley.

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3. Mi comisión de la Secretaría de Hacienda pararescatar fondos enviados por México para el pago

de la deuda externa

En aquella época, el Comité Internacional de Banqueros te-nía en su haber una fuerte suma que ascendía a algo más deseis millones de dólares, por concepto de las sumas que el go-bierno de México le había mandado para que los distribuyeseentre los tenedores de bonos, pero al suspenderse el serviciode la deuda no alcanzaba ni para pagar el valor de un cupón; enconsecuencia, conservaron estas cantidades en depósito.

El Comité Internacional de Banqueros estaba formado porel grupo de los bancos extranjeros que había intervenido enlas emisiones de bonos hechas por nuestro país, tanto en elmercado americano como en el francés y el de Inglaterra, yese importante grupo de banqueros lo representaba y presidíael banco Morgan & Company, representado por su socio másconspicuo, el señor Thomas W. Lamont. El Comité Interna-cional de Banqueros, deseoso de buscar destino a los fondosque conservaba en su poder, pensó en distribuirlos entre lostenedores de bonos, redimiendo parcialmente el último cu-pón que había dejado de pagarse, pero, al mismo tiempo, ypara evitarse responsabilidades, el Comité, conforme a unprincipio de la ley americana, acudió a los tribunales de laciudad de Nueva York, consultando si su procedimiento eracorrecto, y, en todo caso, limitarse a expresar su opinión algobierno de México.

El Comité Internacional de Banqueros sostenía que con-servaba esos fondos en calidad de fideicomisarios de lostenedores de bonos. El gobierno de México, a su vez, podíasostener, como lo sostuvo, que el Comité había recibido esosfondos como mandatario, y que por lo tanto podía el mandanterevocar el mandato y recuperar los fondos.

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El señor ingeniero Pani me envió a Nueva York para que sesostuviera la tesis de México y, en todo caso, obtuviese ladevolución de los fondos en poder del Comité. Al llegar a esaciudad, me apersoné con los señores abogados del consuladode México, señores Hardin, Hess y Eder, que tendrían quehacer las gestiones necesarias ante los tribunales neoyorqui-nos, pues yo, como extranjero, me encontraba imposibilitadopara comparecer ante dichos tribunales. Ambas tesis, la deMéxico y la del Comité, tenían buenos argumentos a su favor,pero yo comprendí que la simpatía de los tribunales que ten-drían que fallar este asunto estaría de parte de los tenedoresde bonos que hacía tiempo no recibían ningún provecho desu inversión, originalmente cuantiosa; que, por otra parte, estatesis la apoyaba el enorme poder de los bancos americanos,que no dejarían de influir en los tribunales neoyorquinos. Mepareció entonces que lo mejor que podíamos hacer era alegarla incompetencia de los tribunales de Nueva York para venti-lar este negocio. Para este fin, y siguiendo una vieja teoríajurídica del juez Marshall, acudimos al Departamento de Es-tado de los Estados Unidos para que éste apoyase laspretensiones del gobierno mexicano. El Departamento deEstado gestionó nuestra petición y se dirigió a la Corte Su-prema de Nueva York; manifestó que el gobierno mexicanose rehusaba a autorizar a las Cortes de Nueva York a deter-minar acerca de los derechos que se ventilaban en el procesoy, en consecuencia, pedía que la Corte se declarase incompe-tente. Para entonces ya se habían presentado ante los tribunalesneoyorquinos tres casos promovidos por algunos tenedoresde bonos, pero el más importante –como se ha dicho– era elpromovido por el Comité Internacional de Banqueros, solici-tando autorización para el reparto de los fondos. Se alegó congran vigor nuestro punto de vista y la Corte Suprema aceptóla tesis de incompetencia presentada por el gobierno mexica-

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no, y esta tesis, apelada por el Comité, fue sostenida por elAppeals Division y después, en tercera instancia, por la Courtof Appeals, con residencia en Albany, estado de Nueva York.Ante la dificultad de lograr la devolución del dinero al gobier-no de México, que habría sido la solución ideal, nos eraventajoso evitar que los fondos se conservasen en poder delComité Internacional y que se distribuyesen entre los tenedo-res de bonos, para usarlos ventajosamente en algún proyectoposterior, como sucedió después, en arreglos que tuviésemoscon algunos tenedores de bonos.

Resuelto a nuestro favor el problema de la competencia enel juicio iniciado por el Comité de Banqueros, alegamos igualtesis en los dos juicios que habían quedado pendientes, y enambos hubo también resoluciones favorables de los tribuna-les de primera y de segunda instancia, y, en uno de ellos, porla Corte de Apelación. Quedaba, pues, un único juicio; y elComité Internacional de Banqueros y los demás interesadosse allanaron a la decisión, no así uno de los terceroscoadyuvantes (intervinors).

Tiempo después, cuando yo había sido nombrado ministrode Hacienda, y el señor Hess, de la firma Hardin, Hess &Eder, continuaba representándonos, el intervinor me propusoconformarse con la decisión de segunda instancia favorable anuestra tesis de incompetencia, y no apelar si yo estaba anuenteen compensarlo en sus gastos, que estimaba en 10 000 dóla-res. Aunque la cantidad era relativamente insignificante–teniendo en cuenta la magnitud del juicio–, yo no me creíautorizado para realizar ese gasto, pues tenía todas las razo-nes para pensar que, siendo los tres juicios exactamente igualesen lo que se refería a los puntos debatidos, una sentenciadictada por las autoridades más altas del estado no eraoponible a los tribunales del mismo. El intervinor continuó suapelación; para entonces había cambiado la composición de

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la Corte de Apelación de Albany –tribunal supremo del esta-do–, ocupando la presidencia el juez Lehman, miembro deuna importante familia. La Corte, sosteniendo que siemprepodía revocar su jurisprudencia, la cual no era obligatoria sinopara los tribunales subordinados, modificó su sentencia, de-clarando que los tribunales de Nueva York eran competentespara ventilar el juicio. Esto no tuvo gran trascendencia, puesen el arreglo global que celebré con los tenedores de bonospuse como condición que los fondos se utilizasen para el nuevoconvenio, lo cual fue aprobado por los tenedores de bonos.

Sin embargo, la cantidad materia de litigio quedó un tantomermada con los honorarios de diversos abogados que seapresuraron a presentar cuentas fantásticas. Para lograr queestos honorarios se redujesen a sus justos límites, me entre-visté con el señor Dean H. Acheson, eminente jurista y a lasazón subsecretario de Estado, el cual, concediéndome la ra-zón en todos los puntos, giró instrucciones para que elProcurador de Justicia Federal compareciese personalmenteante los tribunales defendiendo que los honorarios se reduje-sen a límites razonables, lo que el tribunal se vio obligado aacatar en vista de la actitud enérgica de los poderes federales.

CAPÍTULO VII

LA CONFERENCIA ECONÓMICA DELONDRES (1933)

ESTANDO YO EN NUEVA YORK, a donde acudía con fre-cuencia para vigilar el juicio contra el Comité Interna-cional de Banqueros, el señor ingeniero Pani, al pasar

por esta ciudad, me invitó a unirme a la delegación que élpresidía y que iba a representarnos en la Conferencia Econó-mica Mundial, que se reuniría en Londres. La Comisión estabaformada por el señor ingeniero Alberto J. Pani, Secretario deHacienda, quien la presidía; por el señor don FernandoGonzález Roa, embajador de México en los Estados Unidos;por el señor senador Marte R. Gómez, y por mi persona;fungiría como secretario de la delegación mexicana el señorlicenciado Antonio Castro Leal, a la sazón encargado de ne-gocios en Holanda, y además diversos expertos en asuntosmonetarios y comerciales. El señor licenciado Ignacio de laTorre acompañaba a la Comisión en calidad de secretario par-ticular del señor ministro de Hacienda.

En aquella época padecía el mundo la Gran Depresión, y,para conjurarla, al señor Presidente Roosevelt, que acababade ser electo Presidente de los Estados Unidos, se le ocurrióconvocar a dicha Conferencia, e invitó a los principales Esta-dos europeos para que se reuniesen en Washington para

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discutir los problemas a tratar en ella. Tanto el señor MacDonald, primer ministro de Inglaterra, como el señor Herriot,primer ministro de Francia, explicaron al Presidente que con-vocar en esas condiciones a una conferencia mundial sería,cuando menos, prematuro, pues los problemas eran tan gra-ves que necesitaban ser previamente estudiados por mediode consultas entre los diversos países que participarían en laConferencia, y que, solamente cuando se tuviese un diagnós-tico de causas y un programa definido de acciones, podría serfructuosa la Conferencia. El señor Presidente Roosevelt, sinembargo, manifestó que el tiempo corría, y que, de no cele-brarse la Conferencia, podría ocurrir una verdadera catástrofemundial.

Los miembros de la delegación mexicana nos embarcamosen Nueva York, en el Rex, de la Compañía Italiana de Nave-gación. El programa original era desembarcar en Gibraltar yde ahí pasar a Jerez, en donde el señor ingeniero Pani, quetenía muchos amigos en España por haber sido antes embaja-dor en ese país, iba a ser invitado a una comida por los señoresGonzález Byass, conocidos cosecheros de vino. En el cami-no, sin embargo, y una vez que acompañamos a cenar al capitánen su camarote, éste nos explicó que si desembarcabámos enGibraltar podríamos no llegar a Londres en la fecha de la ini-ciación de la Conferencia, sino días después. Por lo contrario,de continuar en su barco para desembarcar en Villefranche,podríamos tomar allí un tren para París, y de París un tren quenos llevaría a Londres, llegando un día antes de la inaugura-ción de la Conferencia. La travesía fue perfecta y no tuvimossino motivos de agrado en la hermosa nave, en aquella épocaadmirablemente atendida por sus tripulantes y con un exce-lente servicio de comedor.

Desembarcamos, como nos había aconsejado el capitán, enVillefranche a primera hora de la mañana, y como el tren para

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París salía al atardecer permanecimos en esa parte de Franciaalgunas horas; visitamos el principado de Mónaco, y los miem-bros de la delegación optaron por visitar el museooceanográfico que existe en esa ciudad; el señor de la Torre yyo, puesto que conocíamos el museo, preferimos ir un rato alcasino. Yo aposté una cantidad algo importante al 32 colora-do, y no podía creer que le hubiese pegado al número hastaque vi que el croupier recogía todas las fichas y respetaba miapuesta, la que fue debidamente pagada con una cantidadenorme de fichas de nácar de alto valor en francos. Seguíapostando por algún tiempo, ya sin repetir la hazaña de apos-tar al número seco, sino apostando al color o a diversascombinaciones, y el resultado fue que cuando mis compañe-ros regresaron del museo oceanográfico para invitarnos a miy a Nacho de la Torre, que había tenido poca suerte, yo habíareunido un respetable caudal en francos franceses. Nacho dela Torre, que fungía como tesorero de la delegación, me pidióque le facilitara todo mi caudal, lo que yo hice con gusto y sincontar el dinero, pero el señor De la Torre, que era muy es-crupuloso, seguramente lo contó, y tiempo después, enLondres, me entregó una suma importante en libras esterli-nas, que representaba el préstamo que le había hecho.

Llegamos a Londres un día antes de la apertura de la Confe-rencia y nos alojamos en el elegante hotel Dorchester, queacababa de ser estrenado, situado en Park Lane, en el cora-zón del aristócrata barrio de Mayfair. La Conferencia seinauguró en Londres el 12 de junio de 1933; los principalespaíses del mundo estaban representados por los primeros mi-nistros, sus secretarios de Hacienda y los directores de bancoscentrales. La mayor parte de las veces representaba a los Es-tados Unidos el señor Cordell Hull, Secretario de Estado,acompañado por una nutrida delegación formada por funcio-narios miembros del Congreso y banqueros privados.

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La Gran Bretaña estaba representada por su primer minis-tro, señor Ramsay Mac Donald, jefe del Partido Laborista enaquella época, que ocupaba la jefatura de un gobierno de coa-lición. Lo acompañaba el señor Chamberlain, canciller deltesoro, hombre inteligente y versado en asuntos financieros,que después fue tristemente célebre cuando, como primerministro de la Gran Bretaña, celebró con Hitler los llamadosConvenios de Munich. La Unión Soviética estaba representa-da por su ministro de Relaciones Exteriores, señor Litvinov,hombre extraordinariamente inteligente y que desconcertabaa todos por su palabra áspera, aun cuando llena, en el fondo,de sensatez; el señor Litvinov era de una actividad prodigio-sa, y constantemente negociaba entre bambalinas con otrasdelegaciones representadas en la Conferencia. Alemania es-taba representada por el señor Daladier, primer ministro deEstado, por el señor George Bonnet, ministro de Finanzas, ypor el señor Charles Rist, director de Banco de Francia y granteórico en materia financiera. Austria estaba representada porel doctor Dollfuss, que poco tiempo después fue asesinadopor intrigas de los nazis en su propio país, pero que en aquellaépoca gozaba de gran popularidad entre todos los delegadospor su actitud valiente, defendiendo la autonomía de su país.Italia estaba representada por el señor Ganddi, en aquella épocaamigo de Mussolini y después enemigo suyo. España republi-cana estaba representada por grandes amigos de la delegaciónmexicana.

Abrió la Conferencia, con un elocuente discurso de bienve-nida, el primer ministro, señor Mac Donald, escocés de origen,con gran don de la palabra; con mucha frecuencia oíamoselocuentes discursos pronunciados por él. Entre algunos in-gleses con quienes tuve oportunidad de conversarprivadamente se decía que al señor Mac Donald se le recono-cía que era un brillante orador, pero que no tenía la capacidad

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necesaria para resolver los graves problemas por los que en-tonces atravesaba la Gran Bretaña.

El gobierno inglés, con quien cooperaba buena parte de laaristocracia de aquel país, tenía grandes esperanzas en losresultados de la Conferencia, y se dispuso a agasajar en gran-de, y con la elegancia que le caracteriza, a los delegados. Elalcalde de Londres nos ofreció en uno de sus palacios unacena a la usanza medieval; nos reunimos en la biblioteca, en-cabezados por el lord alcalde, los aldermen, miembros delConcejo Municipal, el arzobispo de Canterbury, después elgabinete británico y delegados del Parlamento, y, a continua-ción, nosotros, los invitados, asistentes a la Conferencia. Congran pompa, entre maceros y trompetas, descendimos al pri-mer piso del edificio, donde nos esperaban los cocineros enunos templetes, con sus gorros blancos, partiendo el roast beef;la cena y los vinos fueron exquisitos.

En otra ocasión el gobierno dio una comida a los delegadosen uno de los grandes hoteles de Park Lane, y la cena fueamenizada por la banda de una compañía de highlanders.

En nuestro hotel se dieron recepciones por Llyod de Lon-dres, la famosa firma de seguros, donde tuve oportunidad decharlar largo rato con el duque de Gloucester, que en nombrede la casa real asistía a la recepción; hermosas damas de lamás alta aristocracia británica acompañaban a los delegadospara presentarlos unos a otros. Recuerdo que a mí y al licen-ciado Castro Leal, que concurrimos a esa ceremonia, nosacompañaban la marquesa de Londonderry y la marquesa deWestminster, quienes, al enterarse de que nosotros éramosmexicanos, nos dijeron: “Ahí fue donde mataron al GeneralObregón”; era, al parecer, la única noticia que sobre Méxicotenían estas linajudas damas.

El marqués de Londonderry, que era entonces ministro delAire, ofreció una recepción en su palacio de Park Lane; ni en

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las películas he visto una reunión más colorida que aquella.El marqués, vestido de gran uniforme de corte, y la marque-sa, que se suponía que era de las más hermosas de Inglaterra,esperaban a sus invitados al pie de la escalera; éstos eran,además de los delegados de la Conferencia, los generales delEjército, los marinos y diplomáticos, todos en uniforme. Larecepción tenía por objeto presentar a los delegados con elPríncipe de Gales, que después sería Eduardo VIII. Éste, quehablaba español, pues lo había enviado su gobierno en unamisión a la Argentina, cuando supo que yo era mexicano medijo, con perfecta pronunciación: “Macanudo, chico”, a lo quesiguió una breve conversación es español.

Sir Felipe Secomb, miembro del gobierno y uno de los másacaudalados personajes de Inglaterra, nos ofreció un gardenparty en su castillo, en los alrededores de Londres, y otro LadyAstor, también en su palacio; recibimos tarjetas de visitantespara todos los clubes de Londres, aun de los más exclusivos;por último, el rey Jorge V, que había estado gravemente enfer-mo y que empezaba a recuperarse, nos recibió, primero, aliniciarse la Conferencia, acompañado por la reina y los prín-cipes de la casa real, en su castillo de Windsor, donde tuvimosoportunidad de conocer y conversar con algunos de los emi-nentes políticos ingleses que en aquella época se encontrabanfuera del gobierno, como el señor Winston Churchill y otros;después, para cerrar la Conferencia, el mismo rey ofreció otrogarden party, con su característica amabilidad, en su palacio deBuckingham, en Londres.

La Conferencia, en su primera sesión, se dividió en dos gran-des comisiones: la primera se ocupaba de las cuestionesmonetarias y financieras y, la segunda, de las cuestiones eco-nómicas.

Como lo habían previsto los primeros ministros que habíanconversado con el Presidente Roosevelt, reinaba en la Confe-

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rencia una gran desorientación, pues se carecía en lo absolutode ningún plan o idea para comenzar a trabajar en los grandesproblemas que en aquella época afligían al mundo.

Se consideró que como asunto preliminar y como elementobásico debía llegarse a un entendimiento, aunque fuera provi-sional y temporal, para estabilizar las principales monedasque regían la economía mundial; en este punto el PresidenteRoosevelt –que estaba fascinado por las ideas del señorWarren, profesor de Economía monetaria en la Universidadde Cornell, que pensaba hacer una devaluación del dólar enrelación con el oro– se negó terminantemente a asumir nin-gún compromiso respecto a la estabilidad del dólar. El señorHull, que presidía la Conferencia, realizaba conversacionestelefónicas con Washington, con objeto de recabar instruc-ciones acerca de este punto, que se consideraba vital para lavida de la Conferencia. El Secretario americano del Tesoro,William Woodin, que se encontraba gravemente enfermo,perdió el conocimiento en una de estas conferencias telefóni-cas, pero la comunicación quedó abierta por varias horas hastaque el Secretario se repuso del accidente y pudo continuar suconversación con el señor Hull.

El Presidente Roosevelt creyó conveniente enviar a uno desus expertos de más confianza, un brain truster, el señorRaymond Moley, para que con su representación personal setrasladase a Londres, llevando las últimas instrucciones parasu delegación. Para llegar más pronto a Londres el señor Moleyfue lanzado por medio de una catapulta en un avión que lohizo llegar unas cuantas horas antes a Londres (hay que ad-vertir que en aquella época no había comunicación por aviónentre Londres y Nueva York). El señor Moley, sin embargo,llevaba instrucciones precisas de no comprometer a su paísen materia de estabilidad monetaria. Desvanecida esta últi-ma esperanza que tenían los delegados, se convocó a una

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reunión de los jefes de la delegación para decidir acerca de lasuerte de la Conferencia. En ella, según nos manifestó el se-ñor ingeniero Pani, los delegados, entre los cuales se destacabapor su áspera forma de expresión el señor ministro francésGeorge Bonnet, manifestaron que ellos no habían deseadoque se celebrara la Conferencia si previamente no se llegaba aacuerdos básicos; que así se lo habían manifestado al Presi-dente Roosevelt, el que se había obstinado en que se llevaseadelante, y que cuando se pedía un acuerdo que se considera-ba básico en aquel entonces para la organización financieradel mundo, él se negaba a dar ninguna esperanza al respecto.

El señor Pani nos manifestó que era penoso ver al Secreta-rio de Estado del país más grande de la tierra como si estuvieraen el banquillo, acusado de un grave delito, en medio de losataques furibundos de sus colegas.

Por último, el comité de iniciativas, steering committee, acordópor unanimidad que al día siguiente se propusiera al plenariode la Conferencia un acuerdo declarándola disuelta, y cul-pando de ello al Presidente de los Estados Unidos, por suobstinación en no aceptar ningún acuerdo acerca de la estabi-lidad monetaria.

A la mañana siguiente el señor Chamberlain, con caracte-rística cortesía británica, no anunció el acuerdo tal como habíasido aprobado por el comité, sino que dijo que en vista deque no había suficientes acuerdos sobre cuestiones básicas sehabía acordado suspender, no disolver, la Conferencia (sinedie), mientras los países se ponían de acuerdo en los puntosesenciales para regularla. Bonnet se levantó indignado paradecir que eso no era lo aprobado por el comité, sino declararla Conferencia suspendida definitivamente y culpar del fraca-so al gobierno de los Estados Unidos. Sin embargo, laproposición del señor Chamberlain fue aceptada por la asam-blea plenaria de la Conferencia.

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Aunque la Conferencia fue un fracaso, y así se estimó uni-versalmente, para nosotros los mexicanos tuvo un resultadoque favoreció mucho a nuestro país. La plata había bajadotanto de valor que parecía que pronto estaría en las condicio-nes de metal industrial y no precioso. Siendo México elprincipal productor de plata en el mundo, esta situación afec-taba gravemente a nuestra economía, que en aquella épocano tenía la variedad de recursos que en la actualidad posee.El senador Pitman, que formaba parte de la delegación de losEstados Unidos, estaba muy interesado en remediar esa si-tuación, que afectaba a Montana, el estado que él representabaen el Senado, que es importante productor de plata; convocóen sus habitaciones del hotel Claridge a los países poseedoresde grandes cantidades de plata –que, desmonetizada, amena-zaban lanzarla al mercado, lo que hubiese acentuado la baja;entre ellos se encontraban principalmente China y España– ya los países productores de plata interesados en el alza de esemetal, como eran México, en primer lugar, Estados Unidos,Canadá, Austria, Perú y Bolivia.

A la conferencia se invitó a Sir George Schuster, ministroinglés de Finanzas de la India, país que tenía una gran canti-dad de rupias desmonetizadas, así como al jefe de la Oficinade la India en Londres. La conferencia se llevó adelante en unambiente de cordialidad, pues el fin que se perseguía, tonifi-car el valor de la plata, interesaba a todos: a los productores,para obtener mayor precio por el metal, y, a vendedores, paraobtener mayor precio por él si se obraba en forma prudente,realizando sus ventas en forma ordenada para no perturbar elmercado.

Yo, personalmente, asistí a esas conferencia en representa-ción de la delegación mexicana y tuve ocasión de ayudar alpropósito común, gracias a las simpatías que los delegadosespañoles tenían hacia nuestro país y que nos fueron muy

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útiles durante la discusión. El único aspecto desagradable fuela altivez de Sir George Schuster, que levantaba obstáculos acada momento, con los pretextos más fútiles. Llegamos porfin a un acuerdo satisfactorio para todos, y solamente queda-ba pendiente designar el lugar en donde debía residir la oficinaencargada de vigilar el cumplimiento del tratado. Sir GeorgeSchuster manifestó en el acto que debería ser Londres; yo, envoz baja, le pregunté a Pitman si tenía importancia para élque estuviese en Londres la oficina encargada de la adminis-tración del contrato; él me indicó que la sede era de vitalimportancia para él, pues tenía la seguridad de que el Senadoamericano ratificaría gustoso el tratado si ésta se otorgaba aWashington, y que, en cambio, dudaba que pudiese obtenerla ratificación si se le otorgaba a Londres; que él, por tratarsede su propio país, se sentía cohibido para hacer la proposi-ción. Entonces yo tomé la palabra y dije que el país que iba ahacer mayores sacrificios para tonificar la plata era EstadosUnidos, puesto que se comprometía a retirar de la circulacióny congelar una buena parte de su producción; que la India noiba sino a recibir beneficios al vender su plata en buenas con-diciones, que, en consecuencia, yo no venía ninguna razónpara que fuese Londres, y no Washington, el lugar donde seestableciera la oficina. Sir George Schuster, echándome mi-radas de cobra, tuvo que rendirse a mis argumentos, y al apoyoque me brindaron en el acto todos los presentes, e inmedia-tamente se firmó el convenio por todos los delegados, menos elde Bolivia, a quien no se pudo encontrar, pues estaba jugandogolf en uno de los muchos campos que existen cerca de Londres.

La ley de compra de plata, firmada el 22 de julio de 1933,tuvo grandes consecuencias para la economía mexicana. Eltratado, inmediatamente ratificado por el Senado americanoy por los demás que se beneficiaban por él, inclusive nuestropaís, sirvió al senador Pitman para obtener del Congreso de

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los Estados Unidos la ley americana de compra de plata queretiró no sólo las cantidades que estaba obligado a retirar deacuerdo con el tratado de Londres, sino toda la plata de pro-ducción doméstica. Con tan importante cantidad deproducción retirada del mercado, la plata subió inmediata-mente mucho más aprisa y a precios más altos que lo previsto,y ocasionó trastornos a nuestro país, en el sentido de quetuvo necesidad de retirar las piezas de plata de la circulacióny sustituirlas por billetes de banco de un peso, pues el valorque tenía el peso de plata era más alto como lingote que comomoneda.

El jefe de nuestra delegación a la Conferencia de Londres,señor ingeniero Pani, dice acerca del tratado sobre la plataque yo tuve el honor de suscribir a nombre de nuestro país:“Pero hubo algo que, por su influjo en todos los campos de laeconomía mexicana, concretó mejor y volvió tangibles lasventajas obtenidas por nuestro país respecto de las cuestio-nes para cuya solución no bastaba la acción aislada de sugobierno: el Convenio Internacional negociado y concertadocon los fines de rehabilitar y estabilizar el precio de la plata yfirmado en Londres el 22 de julio de 1933 por los represen-tantes de China, España e Italia, como los principales paísesposeedores o consumidores de dicho metal, y de Austria,Canadá, Estados Unidos, México y Perú, como los principa-les productores. México ha derivado de este Convenio elreciente auge de una industria –la minera– que por la cuantíade los capitales en ella invertidos, el volumen de su produc-ción, el número de trabajadores que emplea, los sueldos ysalarios que paga y los impuestos que cubre, es factor impor-tante de prosperidad económica y fiscal”.1

¿Por qué el Presidente de los Estados Unidos se opuso obs-tinadamente a contraer ningún compromiso sobre

1 Alberto J. Pani, Apuntes..., t. II, p. 206.

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estabilización del dólar en la Conferencia Económica y Mo-netaria de Londres? Para entender la política del Presidente,hay que tener en cuenta la situación que prevalecía en losEstados Unidos, y en el mundo entero, en el año en que severificaba la Conferencia. Los efectos de la Gran Depresiónse hacían sentir en la forma más aguda. El nivel de precioshabía bajado muy considerablemente; los inventarios subíanconsiderablemente en los almacenes y las fábricas se veíanobligadas a cerrar por falta de mercado para su producción.La consecuencia era el desempleo y la miseria universal. Losmedios ortodoxos para remediar esta situación eran necesa-riamente lentos y requerían esfuerzos muy grandes para ponerel sistema económico en su situación normal. En estas con-diciones el profesor Warren, catedrático de la universidad deCornell, propuso al Presidente Roosevelt un mecanismo su-mamente sencillo para hacer reaccionar en forma rápida losprecios. Éste consistía en la devaluación del dólar en relacióncon el oro. El profesor Warren proponía que se redujera de 24a 35 dólares la onza. Con tal remedio, sencillo y que no impli-caba sacrificio para nadie, Warren logró que el Presidente sedejase impresionar. Al terminar la Conferencia de Londres elPresidente Roosevelt convocó a un grupo de banqueros yprofesores universitarios de la más alta capacidad, para dis-cutir con ellos el plan Warren. El señor Warburg, banqueroneoyorquino, hijo de uno de los fundadores del Federal Re-serve System, que había sido uno de los delegados americanosa la Conferencia de Londres, refiere en su obra La consulta quepor varios días el Presidente Roosevelt escuchó pacientementea los expertos reunidos en conferencia en Washington, todosellos hóstiles al plan Warren, pues afirmaban que de llevarsedelante de ninguna manera provocaría lo que el Presidentebuscaba, o sea una tonificación de los precios. Al terminar laconferencia, el Presidente les preguntó: “Ustedes están de

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acuerdo en forma unánime en que el plan Warren no es técni-co, ¿cuál es su plan para levantar el nivel de precios?” Con lamisma unanimidad, los banqueros y profesores contestaronque no tenían nada que ofrecer en cambio, y el Presidente,entonces, manifestó: “Ante la actitud negativa de ustedes,que no tienen ninguna solución, y la del profesor Warren, queme ofrece una fórmula sencilla y práctica, no me queda otraalternativa que adoptar los consejos del profesor Warren.”Efectivamente, el dólar fue devaluado para poner el oro a 35dólares por onza, pero el efecto que buscaba el PresidenteRoosevelt no se alcanzó, como lo habían previsto sus conse-jeros de la banca y de las universidades; fue necesaria unaguerra, la Segunda Mundial, para que los gastos de ésta hicie-sen reaccionar a la economía americana.

1. La renuncia del Presidente Ortiz Rubio

A mi regreso de la Conferencia Económica de Londres, yoseguía como abogado consultor de la Secretaría de Relacio-nes Exteriores y a disposición de la de Hacienda para intervenircomo consultor en varios asuntos. En estas condiciones so-brevino la renuncia del señor don Pascual Ortiz Rubio comoPresidente de la República. Según lo refiere el señor ingenie-ro Pani, el motivo de esta renuncia –o cuando menos elpretexto que normó la situación– fue que el señor Presidentedaba traspiés en cuanto problema importante se presentaba,y el señor General Calles estaba decidido a prescindir de sucolaboración.

El señor ingeniero Pani refiere que el pretexto fue el si-guiente: el Presidente visitó a los ministros de la SupremaCorte y les dijo que el edificio en que estaban alojados eraverdaderamente indecoroso para la dignidad del Poder Judi-cial, pero que el gobierno carecía de recursos para erigir un

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edificio apropiado porque el ministro de Hacienda, señor in-geniero Pani, había fallado. Esta conversación le fuetransmitida al ingeniero Pani por uno de los ministros de laCorte, de veracidad absoluta, y el señor ingeniero Pani inme-diatamente manifestó al General Calles que, en vista de estamanifestación del Presidente, no le quedaba otro remedio queel de presentar su renuncia.

El señor General Calles le dijo que no se precipitara y quesolamente le pedía unos cuantos días pues él iba a poner re-medio rápidamente a esta situación. En efecto, pocos díasdespués el señor Ortiz Rubio presentaba su renuncia comoPresidente de la República, y no porque no tuviese elementosbastantes para poder sostenerse en el poder, pues entre otrosel señor General Amaro le manifestaba que, si se decidía aprescindir del maximato callista, y a pesar de la amistad quele ligaba al General Calles, él, por respeto a las instituciones,seguiría fiel al Presidente, y le garantizaba que el ejército, ensu mayor parte, lo acompañaría. Pero don Pascual no quisodar un paso de tamaña envergadura y prefirió renunciar a lapresidencia.

El señor ingeniero Pani relata, en forma un tanto patética,la ceremonia en la que, estando él presente, el ingeniero OrtizRubio anunció su intención de renunciar a la Presidencia dela República.

Dice así el señor ingeniero Pani: “...el Presidente Ortiz Ru-bio nos convocó al Castillo de Chapultepec a los altosfuncionarios de su gobierno. Difícilmente podré olvidar el dra-matismo de aquella junta. El Presidente, en actitud y confrases patéticas, explicó el objeto: darnos a conocer el textode su renuncia e inquirir nuestras opiniones. Sólo el Procura-dor General de la República, que le era muy adicto, le aconsejóque desistiera de su propósito de abandonar la Presidencia yle reiteró sus protestas de lealtad. Nadie más habló. En una

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escena luctuosa como aquella el silencio es discretamenteexpresivo. En cuanto a mí, juro que olvidé todo motivo deresentimiento y que lamenté sinceramente que se hubierancumplido mis sombríos vaticinios sobre su gobierno, que elpueblo lo hubiera cruelmente escarnecido y que el bien delpaís exigiera su cambio. Sentí piedad por el viejo amigo, queparecía no ver todo eso o que, a pesar de verlo, le sabía agloria su situación.”

Presentada la renuncia, fue aceptada por la Cámara de Di-putados. El señor General Calles, que ejercía su maximato,envió una terna al Congreso por conducto del partido oficialen la que proponía a tres personas para que el Congreso eli-giera a una de ellas en sustitución del Presidente Ortiz Rubio.En primer lugar, figuraba en la terna el señor ingeniero Alber-to J. Pani; lo seguían en el orden el señor General JoaquínAmaro y el General Abelardo Rodríguez. El señor ingenieroPani, en sus Apuntes autobiográficos, refiere que en la tarde deldía anterior al que se iba a designar al Presidente recibió lavisita de varios de los más importantes políticos de aquellaépoca, y que, al enterarse de que él figuraba en primer lugaren la terna, lo que indicaba la preferencia del Jefe Máximo, seapresuró a entrevistarlo en su casa y rogarle que desistiera desu propósito de designarlo a él como Presidente; y a la pre-gunta del señor General Calles: ¿Entonces, quién?, le respondióque él creía que el indicado era el señor General AbelardoRodríguez, quien, por otra parte, y según asegura el señoringeniero Pani, estaba haciendo gestiones, apoyado por sucolega el General Manuel Acosta, para ser designado.

En aquella época yo me encontraba muy cerca del señoringeniero Alberto J. Pani, y mi impresión de lo que pasó es untanto distinta de la que él mismo narra. La noche anterior a laque debía reunirse el Congreso, nos invitó a cenar el señoringeniero Pani a los señores licenciados Gómez Morín, Pala-

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cios Macedo y a mí, y a su secretario, el señor Ignacio de laTorre, en un privado que se encuentra en la parte alta delrestaurante Prendes, de esta capital. Ahí nos relató la visitaque le había hecho un grupo de prominentes callistas –enca-bezado por el señor coronel Carlos Riva Palacio– que veníana ponerse a sus órdenes, pues tenían la seguridad de que seríaelecto Presidente. Nos dijo el señor ingeniero Pani que loshabía tratado con absoluto desdén, haciéndoles comprenderque si era electo por las Cámaras él no se sentiría obligadopor el apoyo que se le hubiese prestado. En aquella cena elseñor ingeniero Pani, según nos manifestó, creyó que al díasiguiente sería electo, por las Cámaras, Presidente de la Re-pública. Yo calculo que el grupo importante de políticoscallistas, decepcionado por su entrevista con el señor inge-niero Pani, salió de ahí a la casa del General Calles, enCuernavaca, a darle cuenta de lo ocurrido y a hacerle ver quetodavía Pani no era Presidente y ya trataba con menosprecioa los políticos más íntimos del señor General Calles, insi-nuándole a éste que, si fuese electo Presidente, la primeravíctima de la arrogancia del ingeniero Pani sería el propioGeneral Calles.

A la mañana siguiente salí, por ferrocarril, hacia Nueva York.Al llegar a la frontera me fue a saludar, al carro en que viaja-ba, mi viejo amigo, el director de la aduana, señor GeneralEsteban Baca Calderón, quien me manifestó que no era elseñor ingeniero Pani, sino el General Abelardo Rodríguez,quien había sido designado como Presidente sustituto por elCongreso de la Unión.

CAPÍTULO VIII

LA SÉPTIMA CONFERENCIA PANAMERICANADE MONTEVIDEO

1. Preparativos

POR ENTONCES COMENZABAN EN LA Secretaría de Relacio-nes los preparativos para la Séptima Conferencia Pa-namericana, que iba a tener lugar en Montevideo, Uru-

guay. El gobierno del señor Presidente, que ya lo era, donAbelardo Rodríguez, nombró una comisión formada por elseñor doctor Puig, ministro de Relaciones Exteriores, por elseñor General Calles y por el señor Alberto J. Pani, ministrode Hacienda, para que de común acuerdo formulasen el pro-grama que la delegación sostendría en tal conferencia.

El señor Secretario Pani nos invitó al señor licenciado Ma-nuel Gómez Morín y a mí para que formulásemos juntamentecon él un programa, lo cual hicimos incluyendo puntos, si nobrillantes sí fundados en la realidad, de los que la delegaciónmexicana podía pedir decorosamente su aprobación.

El señor doctor Puig, jefe mío en la Secretaría de Relacio-nes, me llamó un día a su despacho y me preguntó por qué nole había yo dicho del programa que los señores Pani, GómezMorín y yo habíamos formulado como proyecto para soste-ner en Montevideo, a lo que yo le contesté que estimaba que

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la comisión que me había dado el señor ingeniero Pani eraconfidencial, y que no me sentía autorizado para comunicár-sela ni a él ni a nadie, en la misma forma que los asuntos quediscutíamos en la Secretaría de Relaciones, y que tenían tam-bién carácter confidencial, no iba a referírselos al señoringeniero Pani ni a ninguna otra persona. Me contestó que,sin embargo, él ya tenía conocimiento de cuál era nuestroproyecto, a lo cual hube de contestarle que me felicitaba deque ese conocimiento no lo hubiese obtenido por mi conduc-to, lo que hubiera sido un acto de deslealtad de mi parte paralos compañeros que conmigo lo habían formulado. Me dijo eldoctor Puig que ese proyecto del señor Pani ya lo había dis-cutido con el señor General Calles, y que estaba desechadopor no ser un plan vigoroso y de ataque; que él por su partehabía formulado otro proyecto, que creía iba a armar ruidoen la Conferencia, y que contenía en principio tres puntosbásicos, a saber : primero, establecimiento de unmonometalismo plata entre todos los países del continente;segundo, pagos internacionales entre esos países hechos enplata; y, tercero, una moratoria de las deudas de todos lospaíses por diez años, con suspensión del pago de intereses.

Le dije al señor doctor que tal plan no tenía ningunas pro-babilidades de ser aceptado por los demás países delcontinente; que el primero y el segundo, en que se preconiza-ba un monometalismo plata, carecían de bases técnicas; quesi alguna vez se había pensado en un bimetalismo universal,en el que participaran todos los países, éste había ido per-diendo prestigio gradualmente por la adopción, primero, delpatrón oro por parte de Alemania, y por el abandono del pa-trón plata por los países de la unión latina, y, finalmente, porla derrota en las elecciones americanas del señor Bryan. Ex-presé que de todas maneras la propuesta habría tenido algúnsentido si se le hubiese adoptado universalmente, pero que

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un momentalismo o un bimetalismo plata entre los países delcontinente era sinceramente ridículo, en vista de las pocasrelaciones entre los países, principalmente de América Lati-na, entre sí, pero que además el problema de la plata solamenteinteresaba en la actualidad a los países productores de esemetal, que en América Latina sólo éramos México, el Perú yen pequeña proporción Bolivia, pero no a los demás paíseslatinoamericanos, como tampoco a los Estados Unidos, noobstante ser este país un importante productor de plata.

La tercera proposición: sugerir un período de diez años paraque no se pagasen las deudas internacionales, también mepareció que sería rechazada unánimemente por los principa-les países de América, pues yo acababa de regresar de laConferencia Internacional que había tenido lugar en la ciu-dad de Londres y ahí los países principales del continentehabían impuesto el sacrificio de estar al corriente en los pa-gos de sus compromisos internacionales, y esto por la razóncontundente de que todos esos países estaban negociandonuevos adeudos en Europa, y a quien va a pedir prestado nole interesa acogerse a ningún convenio de moratoria de susdeudas existentes.

De todas maneras, me dijo el doctor Puig que su programahabía sido ya aprobado por el señor General Calles, y que siyo quería hablar con él para convencerlo de que era equivo-cado me autorizaba para que celebrase una conferencia. Lecontesté que yo no pretendía convencer al señor General Ca-lles, pero que sí me agradaría exponerle mis puntos de vistapara que él los considerase en lo que valiesen, pero que eradifícil realizar esa entrevista a no ser que él me la obtuviese.El señor Puig inmediatamente tomó el teléfono y habló conCholita, la secretaria del señor General, quien manifestó suconformidad en recibirme en su casa de las calles de Anzures,algunos días después.

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El señor General Calles se encontraba enfermo y a puntode salir para Tehuacán, donde iba a tomar las aguas, pero meescuchó con la mayor atención, como era en él hábito. Mehizo algunas preguntas a los puntos referidos para aclarar miexposición, pero no me manifestó opinión alguna; creí que lohabía convencido, cuando menos en parte, pero no fue así.La comisión que fue a Montevideo a la Séptima ConferenciaPanamericana llevó el programa del señor doctor Puig. Éstele hizo una activa propaganda y lo envió al distinguido emba-jador de México en el Brasil, señor don Alfonso Reyes;frecuentemente me llamaba a su despacho para enseñarmelos telegramas optimistas del señor Reyes, que, siendo un emi-nente literato, desconocía por completo los problemaseconómicos contenidos en la propuesta de la Secretaría.

2. Renuncia del ingeniero Pani como Secretario deHacienda. Nombramiento del General Calles como

secretario y del ingeniero Marte R. Gómez comosubsecretario. Emisión de bonos de caminos

Mientras esto sucedía, hubo en la política mexicana un cam-bio. El señor General Abelardo L. Rodríguez, profundamentedescontento con su ministro de Hacienda, optó por pedirlesu renuncia, en forma tajante, por conducto de su secretario,el señor licenciado Javier Gaxiola, quien recibió instruccio-nes de no separarse de la Secretaría de Hacienda hasta notraer la renuncia, advirtiendo al señor Pani que la resolucióndel señor Presidente era irrevocable y que sería inútil que in-tentara verlo o hablarle por teléfono, por haber decidido notener más comunicación con él.

El señor ingeniero Pani firmó la renuncia que se le pidió enseptiembre de 1933, y escribió una carta al señor General

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Calles, que se encontraba en Tehuacán, manifestándole losucedido y probablemente esperando alguna revocación delacuerdo del Presidente.

El jefe del Ejecutivo se comunicó con el señor General Ca-lles por teléfono a Tehuacán, manifestándole que habíadespachado al señor ingeniero Pani y pidiéndole su apoyo,pues temía que, dado el prestigio que el secretario había lo-grado obtener entre los hombres de negocios, se produjeraalguna crisis de carácter económico; para obviarla acudió algran prestigio del señor General Calles, nombrándolo minis-tro de Hacienda, y al ingeniero Marte R. Gómez, susubsecretario. El señor Calles le advirtió que aceptaría el nom-bramiento para dar gusto al Presidente y prestarle el apoyoque requería, pero que no intentaba concurrir ni una sola veza la Secretaría de Hacienda, dejando el despacho de los nego-cios bajo la estricta responsabilidad del subsecretario. Asísucedió, y después de pasados algunos meses el General Ca-lles renunció y fue nombrado ya en definitiva el señor ingenieroMarte R. Gómez, que ocupó ese puesto hasta el fin de laadministración del General Rodríguez.

El ingeniero Marte R. Gómez –que había estado junto con-migo en la Conferencia Económica de Londres, regresandoambos a América en el vapor France, donde habíamos discuti-do ampliamente buena parte de los problemas hacendarios–,tan pronto como fue nombrado me pidió que me trasladase asu domicilio particular, diciéndome lo que había sucedido yparticipándome que era yo la primera persona, fuera de suseñora, a quien le comunicaba la posición que iba a ocupar, ypidiéndome colaboración en algunos asuntos, ya que en po-cos días saldría para Tehuacán a hablar con el señor GeneralCalles para llevarle un plan financiero, como su jefe que era,aunque meramente nominal.

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Juntos estudiamos un proyecto para lanzar al mercado bo-nos del tesoro para construir carreteras, y, dado el bajo créditode que gozaba el país en aquella época, creímos que para seraceptado por los bancos o por las compañías de seguros comoparte de sus reservas daríamos en garantía un impuesto sobrela gasolina que se crearía para este efecto. A otras personasles encomendó estudios parecidos, y, ya con un plan bien de-finido, partió para Tehuacán.

El señor ingeniero Marte R. Gómez, que tenía en alta esti-mación al señor ingeniero Pani, decidió que lo invitáramos acomer en algún lugar de esta capital, junto con el señor donFernando González Roa, que también nos había acompaña-do a la Conferencia de Londres. Desgraciadamente el señoringeniero Pani tuvo una ligera indisposición que le impidióacompañarnos a la comida.

Para entonces, y con gran sorpresa mía, el señor doctor Puigme había hecho formal invitación para que lo acompañaracomo delegado a la Conferencia de Montevideo. Advertí alseñor doctor Puig que él sabía cuál era mi opinión acerca delos proyectos que él llevaba en materia económica, pero mecontestó que eso no importaba, porque los problemas econó-micos no eran los únicos que se tratarían en la Conferencia, yque había otros muchos temas sobre los cuales yo le podíaprestar valiosa colaboración. Cuando comenté posteriormentecon el señor ingeniero Pani aquella charla, me preguntó quepor qué, si yo no estaba de acuerdo con los proyectos deldoctor Puig, había aceptado acompañarlo como miembro desu delegación; le contesté que, francamente, el motivo prin-cipal que había tenido para aceptar eran mis deseos de conocerlos países del sur, y que probablemente no tendría otra opor-tunidad para visitarlos; que, además, yo bien sabía que el planeconómico del doctor Puig sería rechazado en el momento deabrirse la Conferencia, y que, por lo tanto, yo no tendría nin-

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gún compromiso respecto al plan y podría lealmente colabo-rar con el doctor Puig.

3. Viaje a Montevideo. Los trabajos de la Conferencia

El señor doctor Puig se había ingeniado para que el señorGeneral Calles nos asignara viáticos razonables, tanto al jefede la delegación como a los demás delegados; así, yo recibícinco mil dólares para viáticos y gastos de viaje. En aquellaépoca el dólar estaba perdiendo rápidamente su valor –puesya el Presidente Roosevelt, inspirado por el profesor Warren,había puesto en práctica su política de devaluar el dólar–, porlo que el señor licenciado Sierra y yo acordamos llevar a Mon-tevideo una parte de nuestros viáticos en oro y el resto enlibras esterlinas y florines holandeses, que eran entonces mo-nedas fuertes y que no sufrirían con la devaluación del dólar,como, efectivamente, aconteció. Así, a medida que en el bar-co se recibían noticias alarmantes respecto al dólar, se llenabande angustia nuestros compañeros que no habían tomado nues-tra precaución, en cambio nosotros estábamos muy confiadosen la firmeza del valor de nuestros viáticos.

La delegación que se nombró para ir a Montevideo era muynumerosa y estaba presidida por el Secretario de RelacionesExteriores; como delegados, el señor doctor Alfonso Reyes,embajador de México en Brasil; el señor Basilio Vadillo, en-viado extraordinario y ministro plenipotenciario en el Uruguay;el señor Genaro Vázquez; el señor doctor Romeo Ortega;don Manuel J. Sierra y yo como ministros plenipotenciarios,además de un numeroso grupo de expertos y consultores, to-dos ellos de notoria competencia en asuntos políticos oeconómicos. Debo mencionar a la señora Margarita Roblesde Mendoza, representante de México en la ComisiónInteramericana de Mujeres –ya desde entonces se pensaba

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dar a la mujer un lugar importante en las conferencias de ca-rácter internacional–; la menciono especialmente porque sehizo acompañar por su esposo, el señor licenciado don Salva-dor Mendoza, inteligente periodista, y la señora se registró enlos hoteles de Montevideo como Margarita Robles de Mendozay esposo.

Igualmente, no puedo dejar de mencionar a los señores in-genieros Constantino Pérez Duarte, Zevada y Gurría Urgell,quienes, además de ser altamente distinguidos en su profe-sión, formaban un grupo extraordinariamente alegre; juntocon el poeta Salvador Novo, que también formaba parte de ladelegación, hicieron muy agradable nuestro viaje. El doctorPuig y otros delegados optaron por hacer el viaje por el Pací-fico, con el fin de conferenciar con algunos de los jefes deEstado que pudiesen encontrar en su viaje, principalmente eldoctor Alessandri, Presidente de la República de Chile enaquella época.

Nosotros estuvimos algunos días en Río de Janeiro paratomar un barco inglés que venía de Europa y que debía lle-varnos a Montevideo con una pequeña estancia en el puertode Santos, lo que nos permitió visitar este puerto cafetalerodel Brasil y la gran ciudad industrial de Sao Paulo, que seencuentra cercana al puerto de Santos. Durante el viaje cono-cimos un grupo de eminentes doctores que regresaban a supaís de una importante conferencia médica que había tenidolugar en los Estados Unidos; como la esposa de uno de losmiembros de la delegación –el señor don Pablo Campos Ortiz,primer secretario de nuestra embajada en Washington– erabrasilera y amiga de alguno de los médicos, nos puso en rela-ción con ellos, que nos trataron con gran cortesía y nosinvitaron para que, al llegar a Río, en donde íbamos a perma-necer, como he dicho, algunos días, los visitáramos en suscasas, donde nos prepararían algunos agasajos. Desgraciada-

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mente, al llegar el barco a la soberbia bahía de Río, las autori-dades sanitarias del puerto, que pretendían cumplir con sudeber, nos exigieron los respectivos certificados de vacuna,consintiendo en vacunar a los que no los tenían. Algunos denuestros compañeros de viaje, que creyeron, probablemente,que su pasaporte diplomático les aseguraba la inmunidad atoda enfermedad, hicieron algunas observaciones ofensivasal país que visitaban, que en su concepto –totalmente erró-neo– no respetaba las inmunidades de los diplomáticos.Estas observaciones llegaron a oídos de los médicosbrasileros, extraordinariamente susceptibles, y los hicieroncambiar completamente su opinión de nosotros; apenas sedespidieron, y olvidaron por completo las invitaciones quenos habían hecho.

Al llegar a Montevideo, los delegados plenipotenciarios nosalojamos en el hotel Carrazco, elegante hotel de veraneo situa-do exactamente enfrente del Río de la Plata, y que,temporalmente, tenía instalado un casino que funcionaba du-rante el verano, con objeto de dar al hotel atractivo turístico.

Los miembros de las diversas delegaciones nos reunimosen Montevideo el 3 de diciembre de 1933, y la Conferencia seabrió inmediatamente bajo la presidencia del doctor AlbertoMañé, ministro de Relaciones Exteriores del Uruguay, asisti-do por el doctor Enrique Buero, Secretario General de laConferencia. Los delegados a la Conferencia eran todos pro-minentes estadistas de América. Representaba a los EstadosUnidos el señor Cordell Hull, Secretario de Estado america-no, acompañado de un grupo numeroso de expertos en lasmaterias de que se iba a ocupar la Conferencia. La Argentinaestaba representada por el brillante orador Saavedra Lamas–posteriormente nombrado Premio Nóbel de la Paz–, casadocon una señora de la más alta aristocracia porteña, doña RositaSáenz Peña de Saavedra Lamas, hija o nieta del Presidente de

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la República, y ambos cónyuges dueños de un gran caudalmonetario.

El Brasil estaba representado por el señor Afranio de MeloFranco, también asesorado por varios delegados brasileros. AChile lo representaba don Miguel Cruchaga Tocornal, en aquelentonces ministro de Relaciones Exteriores y conocido nues-tro. A Colombia la representaba el distinguido doctor López;a Cuba, el ministro del Trabajo en el gobierno del PresidenteGrau San Martín.

De acuerdo con la costumbre en las ConferenciasPanamericanas, tocóle al delegado cubano contestar el dis-curso de bienvenida que nos dedicó el Presidente del Uruguay,doctor Terra. Con absoluta falta de tacto y de sentido políti-co, el delegado cubano, a pesar de los esfuerzos que el doctorPuig hizo para que en su propio provecho y en el de su paíssuavizara un tanto los términos de su discurso, hizo una largay enconada diatriba contra los Estados Unidos, recordandocon verdadera virulencia todos y cada uno de los agravios delos Estados Unidos hacia Cuba. El gobierno del doctor GrauSan Martín no había sido aún reconocido por el gobierno delos Estados Unidos, pero, según nos indicó el señor Hull, es-taban considerando seriamente otorgarle su reconocimientoy ayudarlo a resolver la difícil situación interior en que seencontraba. El discurso del delegado cubano disipó esas pers-pectivas, y nosotros, que acompañamos posteriormente adicho delegado en su viaje de regreso, junto con el propioseñor Hull, nos enteramos por un cable publicado en el perió-dico de un puerto que Grau San Martín había caído delgobierno de Cuba y que por lo tanto el ministro del Trabajo,nuestro acompañante, había perdido su cartera.

En la sexta Conferencia (1926), el señor Hughes, entoncesSecretario de Estado de los Estados Unidos, había declaradoen forma tajante que los Estados Unidos no renunciaban al

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derecho de intervenir en los asuntos interiores o exteriores deotros Estados, cuando así conviniera a sus intereses. El señorHull seguramente obtuvo instrucciones expresas del señorPresidente Roosevelt y reconoció en términos categóricosque ningún país de América tenía el derecho de interveniren los asunto interiores o exteriores de otros Estados delContinente.

Al iniciarse la Conferencia, inmediatamente se reunieronlos presidentes de las diversas delegaciones con el objeto dediscutir la adición sobre asuntos económicos que al programade la misma había solicitado el doctor Puig a nombre de Méxi-co y a la cual he hecho referencia. Fue rechazado porunanimidad el proyecto del doctor Puig, llegando el ministroSaavedra Lamas, de Argentina, a manifestar que no podía nisiquiera aceptar participar en una conferencia donde se dis-cutiese una moratoria de las deudas, por estar él en esosmomentos negociando con una importante empresa en Lon-dres, y rogó al doctor Puig que retirara su propuesta. LaConferencia acordó, con la cortesía que siempre prevalece enesta clase de reuniones, que los asuntos propuestos por Méxi-co eran de tal manera complicados e importantes que merecíanuna conferencia especial para su estudio, y que se recomen-daría al señor Presidente de Chile que convocara en Santiago,para la mayor brevedad posible, a una conferencia especialpara discutir este temario.

La Conferencia se dividió en varias comisiones y a mí se medesignó, junto con el doctor Puig, y el señor doctor Sierra,para asistir a la segunda comisión, que presidió el primer de-legado del Brasil, señor de Melo Franco, y que se ocupaba deasuntos de Derecho internacional. Fui nombrado Presidentede la tercera subcomisión y obtuve, fiel a mis ideas desarro-lladas durante las convenciones de reclamaciones, que seadoptaran las siguientes proposiciones:

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Primera. Recomendar que sea entregado a los organismosde codificación instituidos por las Conferencias Internacio-nales Americanas el estudio del problema integral relativo ala responsabilidad internacional del Estado y con referenciaespecial a la responsabilidad por manifiesta denegación o re-tardo inmotivado de justicia, coordinando sus estudios con laobra de codificiación que se realiza bajo los principios de laSociedad de las Naciones.

Segunda. Que ello no obstante, se afirme una vez más comoprincipio de Derecho internacional la igualdad civil del ex-tranjero con el nacional, como límite máximo de protecciónal que puede aspirar aquél en las legislaciones positivas de losEstados.

Tercera. Reafirmar, igualmente, que el amparo diplomáticono debe promoverse a favor de los extranjeros, sino hasta quelos recursos jurisdiccionales establecidos por las leyes inter-nas de cada país hayan sido agotados, salvo manifiestadenegación o retardo inmotivado de justicia.

Cuarta. Que en los casos de denegación o retardo de justi-cia, deben interpretarse restrictivamente, esto es a favor de lasoberanía de cada Estado, y que no lográndose el acuerdo porla vía diplomática, dentro de un plazo razonable, se recurriráal arbitraje.

La Conferencia reconoció, al mismo tiempo, que estos prin-cipios generales pueden ser materia de una definición y delimitaciones, por parte de los organismos encargados de reali-zar la codificación y formular las reglas aplicables a los diversoscasos que puedan preverse.

La Conferencia se ocupó, e hizo recomendaciones, de vie-jos anhelos de la comunidad panamericana, algunos de loscuales ya han sido resueltos y otros están envías de resolver-se; así, por ejemplo, a petición de México se recomendó lacreación de un Banco Internacional Panamericano.

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Se presentó un código de la paz, formulado por los señoreslicenciados Reyes y Manuel J. Sierra, que contiene el germende los derechos y deberes económicos de los Estados. Se re-comendó a los gobiernos de las repúblicas de Américaestablecer la mayor igualdad entre hombres y mujeres en todolo que se refiere a la posición, goce y ejercicio de los derechosciviles y políticos, y establecer un organismo interamericanode cooperación económica y financiera cuyas bases se pro-ponían en detalle, con el propósito, principalmente, dedefender el precio de nuestras exportaciones, el fomentodel turismo, la mayor protección a la infancia y las casaspara los particulares.

Durante la celebración de la Conferencia, se firmó la pazpara dar término a la guerra que existía entre Paraguay y Bo-livia sobre la posesión de la región del Chaco, que ambospaíses venían disputándose encarnizadamente. Para asegurarla firma de la paz, la delegación, por unanimidad, rogó aleminente escritor Alfonso Reyes que hablara celebrando tanfausto acontecimiento, en nombre de todas las delegacionesrepresentadas en la Conferencia, y el ilustre escritor pronun-ció con ese motivo un bello y vibrante discurso.

El doctor Puig, antes de que terminara la Conferencia, sevio obligado a regresar a México y nos encomendó, al señorlicenciado Manuel J. Sierra y a mí, para que conjuntamente lorepresentáramos y siguiéramos el curso de la Conferencia. Unade las recomendaciones que nos hizo el doctor Puig, recono-ciendo justificadamente la importancia que para nosotros teníacaptarnos la simpatía de la mujer norteamericana, que tienetanta influencia en la política de ese país, fue que apoyára-mos cualquier punto importante en que ellas tuviesen interés.En esto aconteció que la señora Doris Stevens –que se en-contraba en la Conferencia como presidenta de la ComisiónInteramericana de Mujeres–, por intrigas de la delegada

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brasilera, señora Luts, y por una precipitada resolución quese tomó en la Conferencia, sin estar presente la mayor partede los delegados, fue desplazada como presidenta de ese or-ganismo, nombrándose en su lugar a la señora Luts.

Doris nos pidió al licenciado Sierra y a mí que la ayudára-mos para recuperar su puesto, pues alegaba que la Conferenciahabía tomado su decisión sin estar enterada de lo que hacía, yque para la Conferencia sería desastroso que ella dejara de serpresidenta, pues contaba con el apoyo financiero de la CarnegieFoundation, que era la que daba apoyo a la SociedadInteramericana de Mujeres. Manifestamos a Doris que era unasunto delicado, pues era difícil pedir a la asamblea que revo-cara una resolución ya votada, pero que lo intentaríamos siella nos garantizaba que teníamos el apoyo suficiente de otrasdelegaciones.

El doctor Sierra se acercó a la mesa para pedir que se reali-zara una nueva votación sobre el asunto y yo hice uso de lapalabra, con los argumentos que nos dio la señora Stevens,para que se votara de nuevo. Mientras tanto yo veía que lasguapas y bellas señoritas que siempre acompañaban a Dorisen estas conferencias, se acercaban unas a otras a los distin-guidos delegados, y recibía yo recados escritos de la señoraStevens asegurándome que todo estaba cubierto en el frente.

Efectivamente, apenas había yo terminado mi breve inter-vención, fueron levantándose uno a uno todos los delegadosa la Conferencia, apoyando mi moción, y aun el delegado cu-bano, que había sido uno de los adeptos de la señora Luts.

La señora Stevens tuvo serias dificultades con su propiadelegación, porque ésta se negaba a acceder a muchas de lasexigencias de esta señora, de poco talento pero de incansableactividad, lo que motivó que principalmente se ensañara conel embajador de los Estados Unidos en Argentina, señorWeddell, a quien denominaba cariñosamente “Donkey

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Weddell”. Una tarde en que casualmente pasaba yo por elhotel donde se alojaba la señora Stevens, vi a ésta tomandochampaña alegremente rodeada de los periodistas uruguayosy extranjeros que acudían a la Conferencia; al preguntarle elmotivo de tanta algazara, me dijo que estaba celebrando eltriunfo de la mujer americana sobre el señor Hull y sus com-pañeros de la delegación. Al efecto me enseñó un telegramafirmado por el Presidente Roosevelt en que manifestaba queel gobierno de los Estados Unidos jamás aprobaría ningunaconvención de las que se discutían en Montevideo que fuesepoco grata a la mujer americana; era que la señora Stevens sehabía dirigido por telégrafo a un numerosísimo grupo de susamigas y ellas habían sabido apoyar debidamente a su com-pañera, la señora Stevens.

Algunos meses después, estando yo en Nueva York, fui in-vitado por la señora Stevens a un gran banquete que se celebróen uno de los salones del hotel Park Lane, en aquella épocaubicado en Park Avenue, banquete al que sus organizadorasdenominaron Victory dinner y que tenía por objeto celebrar eltriunfo de su representante, la señora Stevens, sobre el Secre-tario de Estado de los Estados Unidos. Fuimos invitadasúnicamente tres personas: un profesor de Derecho, un ex Pre-sidente de Chile y yo, los tres simpatizantes de las causas quedefendía la mujer americana; se inició la comida a las 7:30 dela noche y duró hasta la madrugada del día siguiente; fue uncontinuo parloteo de las invitadas, quienes, según manifesta-ron, cada una de ellas era jefa de una organización profesional.“Desde que recibimos, Doris, tu alarmante telegrama de quetenías problemas con la delegación norteamericana, nos pusi-mos en movimiento y no hubo senador ni diputado que nofuera debidamente visitado por un grupo de nuestras organi-zaciones. Por último se designó otro importante grupo, queacudió desde al portero de la Casa Blanca hasta al Presidente

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de los Estados Unidos, para sostener y apoyar la causa que tútan brillantemente defendías en Montevideo. Los hombres–dijeron– no tienen ninguna oportunidad cuando se enfren-tan con nosotras”; tal fue la esencia de los muchos discursosque escuché aquella noche.

Montevideo era en aquella época una de las ciudades másimpuntuales de la América del Sur; para cualquier funciónsocial, generalmente, al recibir la tarjeta, nos indicaban ver-balmente que aunque en ella se indicaba que la reunión tendríalugar a las 8:00 p. m., si llegábamos a las once o doce de lanoche seríamos de los primeros invitados. La más importantede estas funciones sociales fue el banquete que el PresidenteTerra ofreció a los delegados y a sus esposas en el suntuosoedificio que ocupa el parlamento de Montevideo. Se nos ad-virtió, por el protocolo, que esta vez sí iba en serio lo de lahora de la reunión, que era a las ocho de la noche, pues comohabía agitación política intensa en Montevideo se temía unatentado a la vida del señor Presidente de la República, y lapolicía en pleno había sido convocada para protegerlo,suspendiéndose un juego de futbol que iba a tener lugar esedía entre un equipo de Montevideo, campeón mundial en laépoca, y el equipo de la Argentina, partido que normalmentetenía que ser vigilado por la policía en pleno para conservarel orden, pues el encuentro provocaba frecuentes conflictos,algunas veces violentos, entre uruguayos y argentinos.

El motivo de la agitación política era que el doctor Terra,apoyado por el ejército, había destruido la organización polí-tica de gobierno por comisiones que se atribuía al doctorBatlle, de la cual los uruguayos estaban altamente orgullosos.

Todos los delegados asistimos, pues, al palacio del PoderLegislativo a la hora señalada; el señor Secretario de Relacio-nes se presentó a eso de las diez de la noche y el Presidentede la República, señor Terra, se presentó por fin alrededor de

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las once. Esperábamos que al llegar el señor Presidente ocu-paríamos nuestros lugares en la mesa y empezaría el banquete,pero no fue así, porque el jefe del protocolo, que tenía el pla-no de la mesa en donde se señalaban los lugares que deberíanocupar los delegados, no había aparecido; sin tener ese planodebidamente preparado era imposible colocar a los diversosdelegados, por temor de que surgiesen reclamaciones proto-colarias. Por fin, ya en la madrugada, apareció el jefe delprotocolo, se arregló rápidamente la mesa y pudo celebrarsela comida. La prensa de Montevideo, a la mañana siguiente,dijo, más bien en son de chunga, “que los comunistas de Mon-tevideo habían plagiado al jefe del protocolo para deslucir elbanquete presidencial”.

El doctor Puig, que no estaba muy satisfecho de los servi-cios que como jefe del protocolo desempeñaba en México elseñor Vicente Veloz González, ante hechos como el que lle-vo referido y otros que presenció el propio secretario mexicanoen su recorrido por el sur de América, perdonó a VelozGonzález, y cambió su decisión de, llegando a México, des-hacerse de él.

El señor doctor Saavedra Lamas, ministro de RelacionesExteriores de la República Argentina, durante la larga esperapara la comida decía ante un grupo de delegados: “Este po-bre Terra está condenado a muerte y sólo se espera queconcluya la Conferencia para que estalle un importante mo-vimiento revolucionario que terminará con la caída de nuestroanfitrión.” Se concluyó la Conferencia y no se realizó la pro-fecía del señor Saavedra Lamas; en cambio, pocos díasdespués, encontrándonos el señor doctor Manuel J. Sierra yyo en Buenos Aires, a donde nos habíamos trasladado al con-cluir los trabajos, fueron suspendidos los servicios derestaurantes y de centros de diversión por la revolución quehabía estallado en la Argentina, no precisamente en la ciudad

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de Buenos Aires sino en Rosario, en los Andes, pero la policíase creyó precisada a tomar precauciones en el mismo BuenosAires.

Por otra parte, Buenos Aires se encontraba en aquella épo-ca en pleno auge. En los teatros representaban las mejorescompañías de ópera o de comedia de España y de Italia, cuyalengua corrientemente se habla entre la población bonaeren-se; distinguidos intelectuales de todo el mundo concurrían adar conferencias a las que asistía, pagando la entrada a unprecio elevado, buena parte de la población de esa ciudad.Estaban los centros de recreo, como el famoso Tabarís, tanmencionado en los tangos y situado en la calle Corrientes, asícomo el aristócrata Ambassadeurs, que se decía era propie-dad de Carlos Gardel, el famoso compositor de tangos, y cuyaorquesta se componía de 50 violines y 50 bandoneones, don-de la aristocracia de Buenos Aires bailaba el tango con unritmo elegante que no he podido ver igualado en ningún otrolugar, en Estados Unidos o en Europa. La calle Florida ofre-cía las sucursales de las elegantes tiendas de París o de Londresy en ellas se exhibían todas las cosas que más halagan a lasseñoras, en forma verdaderamente espléndida: vestidos, per-fumes, pieles, joyas, etcétera. Era una delicia pararse a lascinco de la tarde en la esquina de Mayo –lugar donde estánlos teatros– y Florida a ver un interminable desfile de damashermosas y elegantemente ataviadas.

Doña Rosa Peña de Saavedra Lamas, a quien tuve ocasiónde conocer en Montevideo, señora de la más rancia aristocra-cia bonaerense, me preguntó una vez si yo había nacido deuna familia prócer –así denominan los argentinos a las fami-lias distinguidas–, y yo, un poco bromeando, le contesté quesentía mucho decepcionarla pero que tenía la seguridad deque no corría en mis venas ni una sola gota de sangre azul,sino las lejías de varias generaciones de lavanderas.

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Estando en Buenos Aires, el señor doctor Sierra tuvo nece-sidad de regresar a México, y yo tenía que cumplir un encargoque me había hecho el doctor Puig: trasladarme a Santiago deChile para hablar con el doctor Alessandri y rogarle que cuan-to antes convocara a la conferencia que debía tratar el planeconómico de la delegación mexicana. Desatendiendo el ofre-cimiento que nos hacía la compañía de aviación, detrasladarme por esa vía a Santiago, tomé el ferrocarrilTransandino, en el que el gobierno argentino había tenido laatención de disponer algunos carros especiales para los dele-gados que quisiesen trasladarse a la República de Chile,acompañándonos el propio subsecretario de Comunicacio-nes para ver que fuéramos debidamente atendidos durante eltrayecto. En aquella época se había celebrado un tratado decomercio entre Argentina y Chile con cláusulas altamente fa-vorables para este último, y comentando el hecho con elsubsecretario de Comunicaciones, me informó que los argen-tinos querían tener contentos a los chilenos dándolesfacilidades para que consolidaran su economía, pues cono-ciendo el carácter belicoso y el ejército bien equipado quetenían los chilenos, existía el temor de que se vieran tenta-dos, en una crisis económica, a atacar a las provinciasargentinas del sur que estaban pobremente defendidas. Pude,pues, atravesar lentamente, en el magnífico ferrocarrilTransandino, toda la pampa argentina, y darme cuenta de suenorme riqueza agrícola. El ferrocarril argentino nos dejó enMendoza, donde se elaboran los mejores vinos argentinos yexisten grandes vinaterías que trasladan el vino por medio devinoductos de fierro forrados de cristal y bombeados a gran-des distancias. El pueblo argentino, cuyas principales raícesson España e Italia, es bebedor de vino; el consumo es, por lotanto, abundante. De Mendoza tomamos un ferrocarril de cre-mallera que nos llevó hasta la punta de los Andes en donde

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existe un Cristo que señala la frontera entre las dos repúbli-cas, la de Argentina y la de Chile; junto a la enorme cumbredel Aconcagua, comenzamos el descenso hacia Valparaíso; elcambio es tan rápido que muchos de los pasajeros sufrieronhemorragias nasales que fueron atendidas por médicos que elferrocarril tenía establecidos para esa contingencia.

Llegamos por fin a Santiago, ciudad en aquella época bas-tante pequeña pero muy simpática, donde se saborean losmagníficos vinos chilenos, fruta y mariscos de primerísimacalidad. Pedí audiencia con el señor Presidente Alessandri,estadista de alta talla y uno de los oradores más elocuentes deAmérica. El señor Alessandri me recibió inmediatamente yme manifestó que estimaba grandemente al ministro de Rela-ciones de México, con el cual había tenido ocasión de estrecharrelaciones amistosas a su paso por Santiago rumbo a la Con-ferencia de Montevideo, pero que había estudiado el programaeconómico del doctor Puig y lo había consultado con algunosde los expertos de su gobierno, y que lamentaba tener queinformarme, para que yo se lo comunicara al doctor Puig,que no tenía la menor intención de convocar a una conferen-cia para el estudio de ese plan ni inmediatamente ni en ningunafecha en el futuro.

Estuve en Santiago algunos días y fui invitado por el señorPresidente Alessandri a una recepción que dio en el palaciode gobierno para los delegados a la Conferencia de Montevi-deo que regresábamos por el Pacífico a nuestros respectivospaíses, y ahí tuve oportunidad de conocer al entonces minis-tro de Educación Pública, que, según se me dijo, era uno delos pocos indios araucanos de raza pura que habían quedadoen el país. Era un gran admirador de México, y creía, segúnme dijo, que el nuestro era un pueblo de valientes, como lohabían sido en el pasado los de su raza.

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En aquella época el peso chileno había bajado mucho devalor, y nosotros, que traíamos dólares, pudimos costear aprecios extremadamente bajos –si se calculaban en monedaextranjera– hotel y comida. Saboreamos los magníficos ma-riscos del Pacífico sur y la excelente fruta que cultivan loschilenos, así como sus vinos, principalmente el blanco, quees de elevada calidad.

Pasé unos días en Valparaíso y en Villa del Mar, una pobla-ción situada cerca del puerto, y por último me embarqué en laGrace Line; también regresaban a los Estados Unidos el se-ñor Hull, Secretario de Estado de los Estados Unidos y algunosmiembros de su delegación.

Viajaba también en ese barco el Secretario del Trabajo deCuba, quien durante el trayecto, como he dicho anteriormen-te, y debido a su imprudencia en Montevideo, perdió su carteray acabó con el gobierno de su jefe, el señor Grau San Martín.

El barco iba haciendo escalas en los puertos que tocába-mos, para carga y descarga de mercancía, hasta llegar a Callao,donde nos detuvimos algunos días y fuimos invitados por elgobierno peruano a pasar a Lima, la hermosa capital del Perúy capital del virreinato rival del de México en tiempos de laColonia. El embajador de México en aquella ciudad era elseñor Juan Manuel Álvarez del Castillo, político que se habíadistinguido en la Cámara de Diputados. Fui atendido con granamabilidad por este viejo amigo, así como por su señora es-posa, dama americana que hacía buen papel en el cuerpodiplomático del Perú.

Continuamos nuestro regreso a México y nos detuvimos poruna noche en el puerto de Buenaventura, donde las autorida-des nos ofrecieron una cena a los delegados a la Conferenciade Montevideo. El puerto de Buenaventura no tiene grandesatractivos, y en aquella época menos, pues había sufrido unincendio que destruyó buena parte de la ciudad. Seguimos,

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siempre en el barco de la Grace Line, hasta Panamá, en don-de permanecí por algunos días, mientras el barco atravesabael Canal y se hacía nuevamente a la mar en el puerto de Co-lón, dentro de la zona ocupada por los Estados Unidos.

Mi amigo el señor Francisco Ortiz Monasterio, que a la sa-zón era encargado de negocios de nuestro país en Panamá,me acompañó en su coche a visitar la ciudad, y después nostrasladamos al puerto de Colón, donde estaba el barco queme debía llevar a Nueva York.

Ya para entonces, y habiendo atravesado el Ecuador, nosencontramos en pleno invierno en el hemisferio norte. El se-ñor Hull y su comitiva prosiguieron su viaje hasta Washington,en un barco de guerra que lo recogió en Panamá.

4. Algunos asuntos jurídicos en Nueva York

Al desembarcar en Nueva York, recibí un recado del señorEmery, de la firma Kellogg, Emery & Inness-Brown, que de-seaba tratar conmigo un asunto importante. Había yo conocidoanteriormente al señor Emery y me había dicho que tenía unimportante negocio en algún tribunal del sur de los EstadosUnidos, patrocinando a unos perforistas que habían trabaja-do para una subsidiaria de una gran compañía; la subsidiariahabía quebrado y la matriz se negaba a pagar a los perforistas,alegando la dualidad de personalidad jurídica entre la matrizy su subsidiaria. El señor Emery me dijo que él creía tenerganado el caso si se ventilaba de acuerdo con las leyes de losEstados Unidos, que sostenían que una empresa matriz esresponsable de los actos de su subsidiaria, y que, cuando éstallega a ser insolvente, la doble personalidad jurídica no debe,de acuerdo con las reglas de la equidad, servir para protegerel fraude. Me dijo que últimamente los abogados de su con-trario, una poderosa compañía petrolera, alegaban que el caso

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debería discutirse de acuerdo con la ley mexicana, que noreconocía dicha doctrina; que él había consultado con algu-nos de los abogados mexicanos que estaban en Nueva York yque le habían dicho que, efectivamente, ése era el caso, peroél no podía creer que principios de rectitud tan claros no fue-ran reconocidos por la ley mexicana; me preguntaba si yo podíahacer un estudio jurídico sobre el asunto en la inteligencia deque, como sus clientes eran pobres, los honorarios que podíaofrecerme eran sumamente modestos.

Yo acepté estudiar el caso a condición de que me consi-guiera el acceso a la biblioteca de la barra de abogados deNueva York, pues carecía de los textos necesarios para fun-dar mi opinión. Ésta fue favorable a los intereses del señorEmery, a quien agradó mucho, y me manifestó que me podíapagar una cantidad un poco superior a la que me había pro-metido en vista de la calidad del trabajo, y que en caso de quese ganara el pleito, como se esperaba, o si él transara en bue-nas condiciones para sus clientes, me abonaría una cantidadde alguna importancia como honorarios.

En esta ocasión, al llegar a Nueva York, el señor Emery medijo que quería presentarme con su socio, el señor Kellogg,jefe de la firma y brillante abogado neoyorquino. El señorEmery me manifestó: “Si representamos a una empresa po-derosa y si usted acepta servirnos como perito en ley mexicana,los honorarios pueden ser de alguna importancia.”

El caso se ventilaba en el tribunal federal de Brooklyn yestaba presidido por el juez Bayers. La firma del señor Emeryrepresentaba a la Standard Oil de Nueva Jersey, a quien de-mandaba una sucesión que se había formado precisamentepara demandar a dicha empresa por varios millones de dóla-res. Se sostenía que la señora Merinos, como dueña de unasuperficie de terreno, había, por conducto de su hijo, apode-rado, celebrado sólo un contrato de explotación petrolera con

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la Standard Oil, que había tenido éxito para la compañía ame-ricana, pues había brotado el famoso pozo de Juan Casiano,que había dado cien millones de barriles. El contrato no ha-bía sido tan sustancioso para la señora Merinos, que era unaindígena ignorante, y ue había recibido solamente algunascantidades del señor Doheny, un petrolero de alguna fortunaque había venido a México a hacer perforación de pozos, guia-do por los consejos del geólogo mexicano don EzequielOrdóñez. Los esfuerzos de ambos habían sido inicialmenteinfructuosos, pues no habían podido obtener ningún pozoque tuviese rendimientos aceptables; el geólogo, señorOrdóñez, sostenía que estaban a punto de encontrar un ricoyacimiento, pero ya para entonces los fondos del señor Dohenyse habían agotado. Entusiasmado éste por las seguridades queles daba Ordóñez, le dijo que estaba dispuesto a seguir bus-cando petróleo en su compañía, pero que para ello iba a LosÁngeles a vender su casa, que era el único bien que tenía enel mundo, y que con ese dinero seguiría buscando petróleo,siempre que Ordóñez consintiera en cobrar sueldo sólo encaso de que se encontrara un yacimiento importante. El re-sultado fue que brotó el pozo de Juan Casiano, y con laspruebas de la existencia del petróleo, la casa bancaria de Kuhn,Loeb y Co. de Nueva York los financió ampliamente paraformar y desarrollar la empresa que se llamó HuastecaPetroleum Company, y que fue el origen de la gran fortunaque el señor Doheny logró amasar. Éste, junto con el señorSinclair, se vio involucrado en el escándalo de Teapot Dome;el señor Doheny, anciano y casi ciego, vendió sus intereses ala Standard Oil de Nueva Jersey, que siguió explotando laHuasteca.

El señor Kellog había sido abogado del señor Doheny du-rante la época de sus aventuras en México, y cuando sepresentó el caso de Merinos, Viesca y Compañía contra la

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Standard Oil de Nueva Jersey, quisieron que el señor Kellogdefendiese los intereses de esta última. Los demandantes ha-bían formado una sucesión organizada por el señor licenciadoViesca Lobatón y apoyada financieramente, según se decía,por otra empresa petrolera rival de la Standard Oil. El puntojurídico que se ventilaba ante el tribunal federal de Brooklynera si el contrato de explotación petrolera era un contrato dearrendamiento, ya que éste había sido firmado por el hijo dela señora Merinos, con poder para arrendar sus propiedades.Haciendo uso del derecho que confiere la ley americana a losdemandantes, éstos habían pedido que el caso se decidiesepor un jurado que existe en los Estados Unidos en materiacivil. La firma Kellogg, Emery & Inness-Brown había con-tratado los servicios –para que les ayudasen a preparar sucaso y para que sirviéramos de peritos en ley mexicana anteel tribunal– de los representantes de la Standard Oil en Méxi-co, señores licenciados Charles y Peña; del señor licenciadodon Benito Flores, de don Alberto Vázquez del Mercado y demí, además de un señor licenciado Schuster, abogado ameri-cano que había hecho estudios tanto en México como en Brasil,y que se dedicaba en Nueva York a atender consultas o aservir de perito en las leyes de esos países.

Concurrimos todas las mañanas a Brooklyn al tribunal fe-deral, donde el primer paso que se dio fue el de instalar eljurado y resolver las excusas de alguno de los miembros de él,que manifestaron tener perjuicios en contra de las compañíaspetroleras y por lo tanto estar inválidos para fungir como ju-rados. Enseguida la parte actora procedió a exponer su caso ya presentar sus pruebas. Como el caso de la parte actora sefundaba en ley extranjera, se suscitó desde luego el problemasobre si debería sometérsele al jurado la resolución del pro-blema jurídico que se ventilaba, como argüía la partedemandante. Nosotros sostuvimos a través del señor Kellog

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que el Derecho extranjero, aunque tiene que probarse, puesse supone que el juez conoce solamente su propio Derecho,no por eso deja de ser Derecho, y la resolución del caso co-rresponde al juez y no al jurado.

Este punto fue resuelto por el juez Bayers a favor de noso-tros. Enseguida los abogados de la parte actora presentaronvarios testigos de ley mexicana, quienes afirmaban que elcontrato petrolero, según la legislación mexicana, era un con-trato sui generis. El señor Kellogg, brillantísimo abogado dejurados, repreguntó –preparado por nosotros, sus asesores– alos testigos del actor, y realmente hizo pedazos su testimo-nio, introduciendo de paso todas las pruebas que apoyaban latesis de que el contrato era un contrato de arrendamientodesde la vieja legislación española.

Al terminar el actor de presentar sus testigos, y siguiendouna práctica de la ley americana, el demandado tiene derechopara pedir, en vista de que el actor no ha probado la acusa-ción, su absolución, sin necesidad de entrar a presentar suspropias pruebas. El juez Bayers decidió este punto a nuestrofavor, declarando que el actor no había probado su acción, ypor lo tanto, absolviendo a la compañía de la demanda pre-sentada en su contra. Esta resolución fue apelada por losdemandados pero confirmada en todas sus partes por los tri-bunales superiores de los Estados Unidos. En esteprocedimiento no intervenimos los abogados mexicanos.

En realidad nosotros, que estudiamos concienzudamenteel caso durante algunos meses de arduo trabajo, lo hicimosdemasiado bien, pues debido a los argumentos que presentóel señor Kellog el caso se resolvió sin nuestra intervencióncomo peritos de la parte demandada, y no tuvimos oportuni-dad de seguir disfrutando de los honorarios bastante jugososque nos pagaba nuestro cliente.

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Estando en Nueva York, la Secretaría de Relaciones mecomisionó para que me trasladara a Boston a tratar algún asun-to, no de gran importancia, con la casa bancaria de LeeGigenson & Company. Al llegar a mi hotel, quise comunicar-me por teléfono con mi viejo amigo, el señor Manley O.Hudson, que impartía una de las importantes cátedras deDerecho internacional en la Universidad de Harvard. El se-ñor Hudson no se encontraba en Boston, pues había tenidoque ir a Washington defendiendo a la Commonwealth deMassachusetts en un litigio sobre la propiedad de las aguasdel río Hudson, que tenía contra el estado de Nueva York.Dejé recado con la señora Hudson de que su amigo Suárez,de México, se encontraba en Boston en el hotel Statler y quele daría gusto que se pusiera en contacto con él para comerjuntos alguna vez. A la mañana siguiente irrumpió Manley enmi cuarto, acompañado de dos bell boys, y ordenó que inme-diatamente se procediese a empacar mis pertenencias pues élno podía consentir que su amigo estuviese en un hotel cuan-do él estaba dispuesto a llevárselo a su domicilio enCambridge, donde tenía una habitación destinada a huéspe-des. Fue vana toda resistencia, pues mi amigo Hudsonpermaneció impasible; por último, en su pequeño coche, nostrasladamos los dos a su domicilio, que se encontraba exacta-mente en frente de la facultad de Derecho de aquella ilustreuniversidad.

Mi estancia en Cambridge fue extraordinariamente agrada-ble; durante el día acompañaba yo a Manley a la Facultad deDerecho, cuando no tenía que ir a Boston a atender mi asun-to. Ahí pude ver la forma realmente envidiable en que launiversidad trata a sus profesores. Manley preparaba sus cur-sos utilizando la soberbia biblioteca de la universidad yteniendo a su disposición un paje que se encargaba de selec-cionar y llevarle los libros que necesitaba para sus estudios.

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Además, tenía derecho a amplias vacaciones y al año sabáticocada cinco años; durante el año sabático el profesor se trasla-daba a Europa a hacer los estudios de su elección. En la tardey noche, invariablemente, nos reuníamos con otros profeso-res de la propia universidad, o con estudiantes ya avanzadosen sus estudios, y cenábamos o simplemente tomábamoscocktails, disfrutando de una charla altamente tonificante.

Una vez tuve oportunidad de conocer en una de esas re-uniones al profesor de historia precolombina de la universidad.Éste había estado varias veces en Yucatán y hablaba maya.Me hizo algunas preguntas para conocer mi opinión sobrealgunos puntos dudosos de la historia de los mayas, y tuve,avergonzado, que reconocer que no podía discutir historia demi propio país con un profesor de tan elevada sabiduría.

En otras ocasiones acudíamos a Boston, donde la señorade Hudson, hermosa dama, junto con otras señoras de la so-ciedad de Boston, estaba ensayando el ballet de Falla Amorbrujo, acompañándolas la magnífica orquesta sinfónica deBoston, bajo la dirección del maestro Koussevitzky.

Por fin, y lleno de envidia por haber dejado la atmósferaaltamente cultural de Harvard, regresé a Nueva York. Ade-más, en Nueva York atendía en aquella época el negocio queme había encomendado inicialmente el señor ingeniero Panicontra el Comité Internacional de Banqueros, del cual habléya ampliamente.

Durante mi estancia en esa ciudad, ocupó la Presidencia dela República, por elección popular, el señor General LázaroCárdenas, y, contra lo que esperábamos sus amigos y él mis-mo, el señor ingeniero Marte R. Gómez, que hasta entonceshabía asumido la Secretaría de Hacienda, no continuó en esepuesto, pues el Presidente Cárdenas designó para la Secreta-ría de Hacienda al señor licenciado Narciso Bassols, y para

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Relaciones Exteriores, en sustitución del señor Puig, a mi res-petado amigo, el señor licenciado Emilio Portes Gil.

Al cambio de gobierno, como era natural, renuncié al pues-to que tenía como jefe del Departamento Jurídico de laSecretaría de Relaciones; pero el señor licenciado Portes Gilme confirmó en dicho puesto, y además me dio permiso paracontinuar desempeñando en la ciudad de Nueva York la co-misión que me había conferido la Secretaría de Hacienda.

CAPÍTULO IX

MI DESIGNACIÓN COMO SECRETARIO DEHACIENDA. SITUACIÓN HACENDARIA

DEL PAÍS. ALGUNOS LINEAMIENTOS DEMI POLÍTICA FINANCIERA

1. La caída del General Calles y mi designación comoSecretario de Hacienda

DE NUEVO EN LA CIUDAD de México, y ocupado en losnegocios del Departamento a mi cargo en la Secreta-ría de Relaciones, ocurrió la ruptura entre el señor

Presidente Cárdenas y el llamado Jefe Máximo de la Revolución,señor General Plutarco Elías Calles, ruptura en la cual desempe-ñó un importante papel el señor licenciado Emilio Portes Gil.

El señor General Calles se encontraba en su finca de ElTambor, en el estado de Sinaloa, en donde fue entrevistadopor el señor licenciado Ezequiel Padilla, amigo íntimo dellicenciado Portes Gil. En esa entrevista el señor General Ca-lles criticó acerbamente la política que seguía el señor GeneralCárdenas, principalmente en materia laboral, debido a la cual,según el General Calles, las huelgas se multiplicaban y losconflictos de trabajo eran sumamente agudos. Mencionóespecíficamente el señor General Calles al señor licenciadoVicente Lombardo Toledano y al señor Alfredo Navarrete,del Sindicato Ferrocarrilero, que tenían, así lo creía el señorGeneral, revuelto al país y en peligro la economía nacional.

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El señor General Cárdenas aprovechó la oportunidad paraeliminar la tutela que el Jefe Máximo había ejercido en el go-bierno del país; hizo declaraciones categóricas contestandolas apreciaciones del señor General Calles y exigió su renun-cia a todo el gabinete, formado, casi en su totalidad, porpersonas adictas al señor General Calles y que, de hecho, con-sideraban al señor General Calles como su jefe, y no alPresidente de la república. En la reconstrucción que se hizodel gabinete sólo permanecieron como ministros el señorGeneral Mújica, que pasó de la Secretaría de Economía a lade Comunicaciones, y el señor licenciado Emilio Portes Gil,que pasó de la Secretaría de Relaciones a la presidencia delpartido oficial, cargo que se consideraba especialmente im-portante y para el cual se requería una personalidad de políticovigoroso para poner en orden al Congreso, que estaba forma-do, en su inmensa mayoría, por elementos callistas.

Fue entonces cuando por recomendación del propio señor li-cenciado Portes Gil fui designado Secretario de Hacienda, ensustitución del señor licenciado Narciso Bassols, que renunció.

Por recado del señor licenciado Portes Gil tuve conocimien-to, en la mañana del día 12 de junio de 1935, de que seríallamado a Palacio por el señor Presidente para confiarme elcargo de Secretario de Hacienda. En verdad yo no esperabatanto, y no porque me sintiera inferior al puesto, pues habíaestudiado bastante los problemas de la economía nacional,había examinado y meditado ampliamente los principales li-bros clásicos hasta entonces publicados, y tenía bastanteexperiencia en los problemas prácticos de la Secretaría deHacienda. Mis temores nacían, principalmente, de que ape-nas conocía personalmente al señor General Cárdenas, pueslo había visto algunas veces –con motivo de la Ley del Traba-jo, en cuya redacción había yo intervenido– para obtener elapoyo del partido oficial, que él entonces presidía, durante la

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administración del señor Presidente Pascual Ortiz Rubio. Elseñor General Cárdenas había dado en aquella época su apro-bación al proyecto, después de haber sostenido algunasconferencias conmigo, en las cuales estuvieron presentes al-gunos de sus asesores, como el licenciado Agustín Leñero.En consecuencia, cuando el señor Presidente me ofreció laSecretaría de Hacienda, me creí obligado, después de darlelas gracias por el honor que me hacía, a manifestarle que creíaque él cometería un error al nombrarme y yo al aceptar elcargo. “Conozco, le dije, lo bastante el funcionamiento de laSecretaría de Hacienda para haberme dado cuenta de que aella concurren gentes que van a pedir lo que consideran estáen su derecho o a eximirse de obligaciones a las cuales creenno estar obligados; al no recibir satisfacción se tornan airadoscontra el Secretario de Hacienda. Además, los compañerosde gabinete quisieran llevarse para su propia Secretaría todaslas rentas, bien exiguas, de la Federación, y al no ser cumpli-dos sus deseos, consideran que hay móviles ocultos por loscuales el Secretario de Hacienda trata de deslucir su labor; enestas condiciones el único apoyo que encuentra el Secretariode Hacienda es la confianza que le tenga el señor Presidente,y esa confianza no me creo merecedor de tenerla, pues ape-nas me conoce personalmente.” El señor General Cárdenas,después de haberme escuchado con la tranquilidad que le eracaracterística, me dijo que, efectivamente, tenía o había teni-do pocas oportunidades de conocerme personalmente, peroque me equivocaba al decir que no gozaba de su confianza,por haber seguido mi trayectoria en el gobierno y por referen-cias que tenía de amigos comunes. “Por lo demás, me dijo,procure usted conservar esa confianza de que hoy hago méri-to, porque, en el momento que la piertda, tiempo me faltarápara despedirlo del cargo que hoy le ofrezco.” Ante tan fran-

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ca declaración del señor Presidente, acepté el cargo e inme-diatamente tomé posesión de mi puesto.

La primera labor a que me consagré fue la de seleccionar alas personas que ocuparían los puestos claves de la Secreta-ría. El señor Presidente, con la amabilidad que siempre tuvoconmigo –pues en el largo tiempo que fui su colaborador ja-más escuché en sus labios ninguna palabra áspera, aunquefrecuentemente nuestros puntos de vista no eran los mismos–,me rogó que conservara como subsecretario a su viejo amigoy colaborador, del estado de Michoacán, el señor EfraínBuenrostro, que ya ocupaba este puesto cuando era Secreta-rio el licenciado Bassols. El propio señor Buenrostro,posteriormente, me indicó que tal vez al señor Presidente lehabía mortificado el decírmelo personalmente por tratarse deuna familiar, pero que mucho me agradecería que nombraseoficial mayor a su hermano menor, don Raymundo Cárdenas,al que lo unía, además del parentesco, el hecho de estar am-bos casados con dos hermanas.

Ambos funcionarios, directamente designados por el señorPresidente, fueron mis más firmes colaboradores, e hice unaíntima amistad con ellos, hasta la muerte del primero, y laconservo con el segundo, por quien siento especial estima-ción. Del resto del personal de la Secretaría, quedé en absolutalibertad para seleccionar a aquellos que debían colaborar con-migo. Me puse al habla con el señor licenciado Bassols, y mehizo una certera estimación de las cualidades de los que fue-ron sus subordinados. Muchos de éstos habían sido discípulostanto de él como míos. Muchos de ellos, que nombré inme-diatamente, han ocupado después los más altos cargos en laadministración pública o en la iniciativa privada. Debo hacermención del señor licenciado Antonio Carrillo Flores, enton-ces jefe del Departamento Consultivo, que después ocupó elcargo de magistrado del Tribunal Fiscal, de director de Crédi-

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to, y más tarde fue director de Nacional Financiera. Poste-riormente ocupó el cargo de Secretario de Hacienda, fueembajador en Washington y ministro de Relaciones Exterio-res, habiéndose desempeñado siempre con gran competenciay brillo.

El señor licenciado Ricardo J. Zevada continuó desempe-ñando el puesto de director de Crédito. Poco después le fueofrecido el cargo de secretario de la embajada en Londres,que ocupaba el licenciado Bassols; aunque con pena, porprivarme de sus servicios, le aconsejé que lo aceptara, puessu estancia en Londres le serviría mucho para ampliar susconocimientos en materia financiera, así como su experienciaen asuntos bancarios. Posteriormente el señor licenciadoZevada ocupó altos puestos en la administración de la bancaprivada. El señor licenciado Manuel Sánchez Cuen, subdirectorde Ingresos, fue confirmado en el mismo puesto que ocupabacon el señor licenciado Bassols. Posteriormente, cuando elseñor Buenrostro fue nombrado Secretario de Economía, comole tenía en gran estima y confianza en virtud de su energía,honradez y cultura, nombró al señor licenciado Sánchez Cuenoficial mayor de la Secretaría de Economía; años después, yaen la administración de don Manuel Ávila Camacho, al sernombrado el señor Buenrostro director General de PetróleosMexicanos, se lo llevó el subdirector; con gran energía pusoorden en esa institución, tan importante para el país.

De quienes no fueron discípulos míos en la Escuela deDerecho, debo mencionar al señor profesor Jesús Silva Herzog,que desempeñaba el puesto de director de Ingresos. Tuvo al-gunas dificultades con el oficial mayor, y yo, para conservarloa mi lado, lo nombraré asesor especial de la Secretaría, endonde desempeñó sus funciones con gran dedicación, talentoy energía. Después, sin perder el carácter que tenía en la Se-cretaría, tuvo una participación muy importante en los asuntos

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relacionados con la expropiación del petróleo –de la que ha-blaré después–, y, por último, ya para finalizar el gobierno delseñor General Ávila Camacho, me creí obligado, obedecien-do a sus altos méritos, a nombrarle subsecretario de Hacienda,no obstante que mi distinguido amigo, el señor licenciadoEduardo Bustamante era apoyado por el candidato a la presi-dencia, señor licenciado Miguel Alemán, para ocupar estepuesto.

El señor Ortiz, ingeniero minero de gran competencia ensu profesión, fungió como jefe del Departamento de Impues-tos Especiales; sus dictámenes fueron siempre tan bienformulados que los grupos de causantes a quienes afectabase vieron obligados a reconocer su justificación. El directorde la Comisión de Aranceles fue el señor ingeniero Arroyo,hombre admirable por sus conocimientos en materia arance-laria y que podía darme los fundamentos e historia de cadaartículo del arancel, en el momento en que yo se lo solicitase.El señor Valdez desempeñó el cargo de subdirector de Adua-nas; hombre de honradez intachable y que, habiendo estadopor muchos años en la Secretaría, conocía al dedillo la legis-lación aduanera. El señor Francisco Valdez fue nombradodirector de la Casa de Moneda; frecuentemente era llamado ala Casa de Moneda de Filadelfia para ayudar en la solución dealgún problema de acuñación que se presentara en aquellaprestigiada institución.

En fin, puedo decir que la Secretaría de Hacienda estabaformada, no sólo en cuanto a su personal directivo, sino en loque respecta a cada uno de sus componentes, por personasaltamente competentes y con espíritu de cuerpo, situaciónexcepcional, pues el personal de los demás departamentosdel gobierno, precisamente por falta de continuidad, pues alcambio de gobierno eran despedidos, no llenaban esos requi-sitos. Antes de la publicación del Estatuto Jurídico de los

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Servicios del Estado, los empleados de Hacienda no eran re-movidos, precisamente porque se les consideraba técnicos ensu oficio y difícilmente sustituibles por amigos o parientes alcambio de administración.

Un discípulo mío, el señor licenciado Andrés Serra Rojas,que ocupaba el puesto de director de Bienes Nacionales cuandoyo ocupé la Secretaría de Hacienda, había sido separado desu cargo por iniciativa del señor licenciado Bassols, apoyadopor el Presidente de la República, no por falta cometida porél, sino por algún pariente suyo. Tenía yo buena opinión delseñor licenciado, pero me vi en la imposibilidad de mantener-lo a su cargo, pues el Presidente se negó a revocar su acuerdoy había designado ya a un señor ingeniero Gutiérrez para quelos sustituyera.

La mejor opinión tenía yo del oficial mayor de la Secretaría,señor don Roberto López, que fue sustituido por el hermanodel señor Presidente, como he dicho; poco tiempo despuéspude darle el puesto de director del Banco de Comercio Ex-terior, cargo que desempeñó a plena satisfacción mía.

2. La situación hacendaria al hacerme cargo de laSecretaría

Contando con tan selecto grupo de colaboradores yo me sen-tía seguro y en posibilidad de afrontar los graves problemasde la Secretaría. Mi primera mirada la dirigí a la DirecciónGeneral de Ingresos. Las rentas federales eran excesivamentemodestas, pues habían alcanzado en el último período guber-namental la suma de poco más de trescientos millones depesos, con los cuales teníamos que hacer frente no sólo a lascrecientes necesidades del país sino, sobre todo, a la necesi-dad de hacer fuertes inversiones de capital si queríamos formaruna sólida infraestructura económica en que fundar el desa-

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rrollo del país. En este sentido, el señor General Cárdenas,que recorría el país frecuentemente, era un constante acicatepara estimular a la Secretaría de Hacienda a reunir los fondosnecesarios para invertirlos en las obras que constantementese sentía la necesidad de crear.

Pensé desde luego en no aumentar los tributos a un paísempobrecido por la Revolución, pero que tenía ansias de cre-cer. Tampoco pensé en convocar a las convenciones fiscalesde los estados, pues pensaba que los modestos recursos conque contábamos serían mejor empleados en poder del gobier-no federal que repartidos en los estados, que no suelen ser unmodelo de eficiencia en el manejo de los fondos públicos.

Consideré que si no era conveniente crear tributos nuevosen cambio debía aplicarme a hacer que los existentes fuesencubiertos, si no por todos los contribuyentes cuando menospor los más importantes, para incrementar en esta forma losingresos públicos. Para conseguir esto tenía que distribuir mitiempo, discutiendo inclusive personalmente y con auxilio delos contadores de la Secretaría de Hacienda las manifestacio-nes aún no calificadas del impuesto sobre la renta de lascompañías petroleras, de las cuales yo esperaba sacar un ren-dimiento apropiado.

Aunque yo no era contador de profesión, había adquiridodurante mi estancia en Washington bastantes conocimientosde contabilidad, en cursos especiales de esta materia que seimpartían para abogados en la Universidad George Washing-ton, en la capital de los Estados Unidos. Las compañíaspetroleras justificaban sus ingresos por medio de contratosde venta que celebraban sus filiales o matrices o con compa-ñías ligadas con ellas por vínculos financieros. Fundándomeen decisiones de la Suprema Corte Federal Americana quetenían valor moral para las compañías americanas, y en deci-siones de la Cámara de los Lores, que la tenían para las

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compañías inglesas, pude demostrar a los gerentes de las em-presas petroleras que tales contratos no eran concluyentespara las autoridades hacendarias, y, por lo tanto, los invité aque comprobásemos los precios del petróleo, fundándonosen los valores del mercado y aplicando los precios que teníanproductos de calidad semejante al de las compañías radica-das en México. Esto aumentaba considerablemente el valorde los ingresos de las compañías y, por lo tanto, el impuestosobre la renta que debían pagar. Analizamos cuidadosamentelas partidas por depreciación de sus activos o por diferenciaspor cambios, y, fundándonos en sólidos principios contables,logramos establecer valores muy superiores a los declaradosy aumentar e incrementar en este sentido los ingresos del go-bierno federal. Se estableció el uso de máquinas decontabilidad que nos permitieron mejorar nuestro registro decausantes y controlar, desde la Ciudad de México, los cobrosque se debían hacer.

Observé que los esfuerzos de la Secretaría de Haciendaempezaban a dar frutos apreciables, y al terminar el primeraño de gobierno del señor General Cárdenas había logrado unsuperávit en caja, después de cubrir completamente los ser-vicios públicos por treinta y tantos millones de pesos. ElPresidente pensó inmediatamente en invertir en obras de uti-lidad pública la cantidad ahorrada. Esta política se continuódurante los años de gobierno del señor General Cárdenas ydel señor General Ávila Camacho mediante un sistema decontrol, que fue cada vez más perfecto, y por la rígida econo-mía en los gastos públicos; así logramos en los años posterioresobtener economías crecientes en los gastos públicos, econo-mías que iban a incrementar la inversión en obras deinfraestructura, tales como carreteras, presas para irrigacióny para generar energía eléctrica, mejoramiento de puertos,etcétera.

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Con el primer superávit, de treinta y tantos millones de pe-sos, formulamos un programa de inversión pública bastanteimportante, en el que, como es natural, el ministro de Comu-nicaciones y Obras Públicas, recién nombrado, señor GeneralFrancisco Mújica, llevó la parte principal, iniciándose algu-nas obras de puertos y la construcción de edificios públicos,tal como la de un edificio adecuado y decoroso para la Supre-ma Corte de Justicia de la Nación, obra que había sidoproyectada desde hacía varios años para ubicarse en la anti-gua plaza de El Volador, cercana a la Plaza de la Constitucióny que se había contratado con el arquitecto que triunfó en unconcurso al que había convocado la Secretaría de Haciendaen la época en que figuró como ministro el señor don LuisMontes de Oca.

La construcción de carreteras se siguió desarrollando, fi-nanciada por la única fuente de crédito que teníamos abierta,o sea los bonos de caminos, que, garantizados como estabancon el impuesto sobre el consumo de gasolina, seguían colo-cándose entre bancos y compañías de seguros, a rendimientonecesariamente alto, por la renuencia para aceptar valores delgobierno que éstas mostraban.

Fue siempre preocupación del señor Presidente Cárdenasla inversión en obras públicas inmediatamente productivas,pues se daba cuenta de que mediante esta inversión no sola-mente se aumentaba el capital del país, que tanto había sufridopor la destrucción que tuvo lugar durante la Revolución, sinoque además daba trabajo a obreros y aun a técnicos; de estemodo aumentaba también la demanda efectiva, que natural-mente crecía por efecto del multiplicador inversión.

Cuando el General se mostraba descontento con la actua-ción de algún gobernador, el principal de los cargos que se leocurría hacerle en conversaciones privadas era que hacía pocao ninguna obra.

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Durante el período presidencial de los señores generalesCárdenas y Ávila Camacho se aumentaron los impuestos so-lamente en dos ocasiones: cuando se hizo la primeradevaluación de la moneda, para compartir con los exportadoreslas utilidades que resultaban de la ventaja cambiaria, y el delsuperprovecho, cuando, debido a la inflación, aumentaron muyconsiderablemente las utilidades de las empresas.

La política que prevaleció en aquellos dos gobernantes fuela de que debía, primero, robustecerse la economía nacio-nal por medio de la inversión pública y por toda clase seestímulos a la iniciativa privada, para estar en condicionesde hacer frente a las muchas necesidades que imponía lajusticia social.

3. Un incidente con la Suprema Corte de Justiciarelativo a la división de poderes. Mi vocación jurídica

Por aquel entonces y en materia de ingresos tuve que hacerfrente a un incidente que se me presentó con la Suprema Cor-te de Justicia de la Nación. El señor ingeniero Marte R.Gómez, que había ocupado la Secretaría de Hacienda ante-riormente, por denuncia que le había sido presentada por elseñor General Durazo, con datos tomados de la contabilidadde la Compañía Mexicana de Petróleos El Águila, habíafincado una responsabilidad fiscal por fraude contra dichacompañía.

La compañía aceptó su responsabilidad y ofreció a la Secre-taría celebrar un arreglo que consistía en pagar el monto totalpor impuesto y multas, en una cantidad determinada, paga-dera en bonos, del adeudo anterior de cuarenta años. Elsecretario aceptó en principio la transacción que le propusosu causante, siempre que el denunciante del fraude, a quienle correspondía una participación en las multas, estuviese con-

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forme. El denunciante, Durazo, por escrito, manifestó su ab-soluta conformidad con la transacción y recibió en efectivola cantidad que le correspondía de las multas impuestas a lacompañía responsable.

Estando yo en la Secretaría de Hacienda, Durazo manifes-tó no estar conforme con el arreglo y pidió se le indemnizarala cantidad total que en efectivo le correspondía, de acuerdocon la ley, como si la compañía hubiese realmente pagado enefectivo las multas. Habiéndome negado a semejante preten-sión del señor Durazo, éste acudió en amparo a la SupremaCorte de Justicia, el cual, en mi concepto erróneamente, se leconcedió. El reclamante, una vez obtenida su sentencia deamparo, pretendió que se ejecutara, empleando los medios deapremio que la ley concede.

En un magnífico estudio de carácter constitucional que for-muló el jefe del Departamento Jurídico de la Secretaría, señorlicenciado Antonio Carrillo Flores, apoyándose en preceden-tes no solamente nacionales sino en la jurisprudenciainternacional y en la sajona, en el sentido de que no proce-dían tales apremios cuando se trata de deudas que un particularpuede tener contra el fisco, contestó al requerimiento de losjueces federales que no teniendo partidas autorizadas por elCongreso no podía obsequiar de inmediato el cumplimientode la sentencia; que en su oportunidad pediría al Congresoque autorizara una partida especial, para dar cumplimiento ala ejecutoria de la Corte.

El quejoso, Durazo, acudió ante el pleno de la SupremaCorte, y, al parecer, cuando menos algunos de los magistra-dos estaban preparados para declarar como fundada la queja,que en ese caso establecía la separación del funcionario quese negaba a cumplir una ejecutoria de la Suprema Corte.

Siendo el ministro de Hacienda alto funcionario de la Fede-ración, no podía aplicarse contra él ninguna sanción que no

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fuera la de consignarlo al Gran Jurado, para que en juicio po-lítico resolviese sobre la acción presentada. Yo creía que entodo caso contaría con el apoyo del señor Presidente de laRepública, y sobre todo con mi derecho como alto funciona-rio de la Federación, con la seguridad de que llevado el asuntoal Congreso, podría obtener la mayoría del apoyo de la Cáma-ra, pues estaba defendiendo los intereses de la nación.

Sin embargo, yo no quería –por un asunto relativamentebaladí, por su cuantía, pero en donde podían estar compro-metidos importantes puntos de vista constitucionales– llevarel asunto a su extremo límite. El señor Durazo y sus aboga-dos, que no querían que un asunto pequeño se considerasegrande, propusieron una transacción, en la que Durazo, me-diante una pequeña suma, se desistía de la queja y del amparo.

En un escrito donde yo sostenía lo que en mi concepto erala sana doctrina constitucional, se dio cuenta al pleno de laCorte, pero antes de que ésta decidiese, los abogados deDurazo presentaron su escrito desistiéndose del amparo y dela queja, dejando ya sin materia el asunto, que tenía que darsepor terminado.

Con la Suprema Corte de Justicia tuve igualmente otro gra-ve problema. Pretendía yo gravar los resultados de un balancede las empresas. La mayor parte de los causantes estabananuentes en hacer el pago, ya que en su concepto era proce-dente, pues así se establecía en otros países. Pero algunoscausantes, de poco monto, acudieron a la Suprema Corte deJusticia en demanda de amparo, alegando que se les aplicabaretroactivamente la ley. En estricta ética, el amparo sólo po-día beneficiar a los que lo habían solicitado, pero la equidadme obligaba a aplicarlo a todas las personas que se encontra-ban en condiciones semejantes a los causantes amparados;esto significaba devolver cantidades de bastante considera-ción, lo que constituía un fuerte quebranto para el fisco. Preferí

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proponer al señor Presidente que, en uso de las facultadesextraordinarias de que estaba investido, aprobase una ley quediera legitimidad al acto reclamado por los causantes.

Muchos años después, cuando fui nombrado embajador deMéxico en Inglaterra y mi nombramiento debía ser aprobadopor el Senado de la República, uno de los señores magistra-dos, que por entonces era senador, objetó la designación queel señor Presidente, licenciado Gustavo Díaz Ordaz, habíahecho en mi favor, alegando que yo era hombre poco respe-tuoso de la soberanía del Poder Judicial. Fue el único voto encontra de mi designación, y desempeñé el cargo en Londresprácticamente durante todo el período del señor Presidenteque me había nombrado.

Abogado por mis estudios universitarios y hombre de ley,siempre he sido respetuoso de las sentencias de los tribuna-les, aun cuando éstas puedan estar en contra de los principiosuniversales del Derecho, y soy absolutamente enemigo de laarbitrariedad administrativa; con ese fin hice que los aboga-dos de la Secretaría formulasen un proyecto de Código Fiscalde la Federación, para reglamentar las facultades que tenía elgobierno federal en materia de impuestos; código que fueaprobado y que aún está en vigor.

Al mismo tiempo, instituí un tribunal para justificar los ac-tos del Ejecutivo en materia fiscal –el Tribunal fiscal de laFederación– y lo adorné con la designación de una personaque por su formación profesional y por su rectitud inmaculadaera una completa garantía para la justicia. Posteriormente hevisto con entera satisfacción que el Departamento del Distri-to Federal instituyó un tribunal de lo contenciosoadministrativo, para justificar los actos de la administracióndel Distrito Federal.

Tuve especial empeño en que se llevaran adelante las obraspara dotar a la Suprema Corte de Justicia de la Nación de un

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edificio decoroso. Conociendo estos antecedentes de mi amora la justicia, me pidió el señor Presidente que yo redactase eldiscurso que iba a pronunciar ante los magistrados del Tri-bunal Fiscal, y en ese discurso puse en labios del primermandatario del país los deseos de que alguna vez se pudie-se decir de éste, que en ese momento iba a constituirse, loque se dijo del Consejo de Castilla: “que jamás cometióuna injusticia”.

4. La política financiera en general

El primer año de gobierno del señor General Cárdenas se fi-nanciaron la administración y las obras públicas que tuvieronsu inicio durante ese período con los productos, bien modes-tos por cierto, de la recaudación de los impuestos y, además,con el producto de los bonos de caminos dedicados a la cons-trucción de carreteras, que absorbían los bancos y compañíasde seguros con bastante dificultad, a pesar de estar garantiza-dos con el impuesto de la gasolina que se había creado con elfin específico de financiar la construcción de carreteras. Alfinalizar el primer año de gobierno, no sólo se había logradocumplir con el presupuesto, sino que quedaba un sobrante devarios millones de pesos en caja, en el Banco de México, adisposición del gobierno. El señor General Cárdenas se re-unió con cada una de las secretarías encargadas de laconstrucción de obras públicas y decidió que estos fondos sededicaran exclusivamente a obras de desarrollo económico;se formó un presupuesto especial que se incorporó al presu-puesto del año siguiente.

Durante todo el régimen del señor General Cárdenas y du-rante el del señor General Manuel Ávila Camacho, el paístuvo que conformarse, para el financiamiento del gasto pú-blico, con los ingresos recaudados por las oficinas fiscales y

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por algún crédito interior formado, principalmente, por losbonos de caminos que siguieron vendiéndose en forma inin-terrumpida durante el período de ambos gobiernos. A medidaque el gobierno ponía su casa en orden, comenzó a haber másconfianza en el público y fue más amplia la demanda de di-chos bonos. A éstos siguieron, además, los bonos de energíaeléctrica, que se destinaron a financiar las obras que estabahaciendo la Comisión Federal de electricidad; los bonos deirrigación, que se destinaron también a fomentar la construc-ción de presas y canales; y los bonos de ferrocarriles, para laconstrucción de las vías férreas, a los que se les dio ciertoimpulso. Lo más que se pudo conseguir en aquella época, enmateria de crédito exterior, fue el que algunos bancos extran-jeros, principalmente norteamericanos, abrieron a bancosprivados y, en los últimos tiempos del período, a bancos delEstado. Para este fin nos valimos de las reservas que el Ban-co de México tenía en divisas que, para dar flexibilidad a lasdemandas del comercio exterior, tenían que mantenerse endepósito en bancos extranjeros.

Por algún tiempo, el único corresponsal del Banco de Méxi-co en los Estados Unidos fue el Chase Manhattan Bank, ytodas nuestras disponibilidades en el extranjero se deposita-ban en dicho banco. Como nuestras relaciones con este banco,controlado por la familia Rochefeller, que a su vez controla-ba la Standard Oil de Nueva Jersey, se deterioraron un tanto,con motivo de la expropiación petrolera, decidió el Banco deMéxico diversificar nuestros recursos, abriendo cuentas envarios bancos de primer orden, principalmente con el NationalCity Bank y el Chemical Bank en Nueva York, con los ban-cos de San Louis Missouri y con el Banco de América de SanFrancisco, estableciéndose la política de que los depósitosirían a aquellos bancos extranjeros que estuviesen dispuestosa abrir créditos a bancos mexicanos, y principalmente a las

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instituciones que manejaba el Estado. De éstos el primeroque abrió créditos a los bancos, especialmente a NacionalFinanciera, fue el Chemical Bank de Nueva York, principal-mente debido a la influencia de uno de sus funcionarios, elseñor Amos Foy, que visitaba con frecuencia nuestro país yque informó sobre las perspectivas favorables que presenta-ba en su desarrollo económico. El Chemical Bank ha sidodesde entonces uno de los bancos que más ha ayudado aldesarrollo del país, y creo que no hemos tenido ningún moti-vo para arrepentirnos de la confianza que, antes que ningúnotro, depositó en nosotros.

De acuerdo con la Ley Orgánica del Banco de México, laTesorería tenía derecho a que se le abriese crédito por unacantidad proporcional a su recaudación. Esa cantidad resultóinsuficiente, pues el Banco de México se negaba a redescontarlos documentos que le enviaban los bancos agrícolas, princi-palmente el Ejidal, alegando que no llenaban los requisitosdemasiado rígidos que la ley establecía para el papelredescontable. Como por otra parte era indispensable finan-ciar en escala apreciable la agricultura ejidal, el Banco deMéxico, que se daba cuenta de esta necesidad, me propusoque en lugar de que yo presionara para que descontara papeldel Banco Ejidal, estaba dispuesto a ampliar en forma transi-toria las cantidades que el Banco facilitaba a la Tesorería, yque con ese suplemento yo ampliase las operaciones del Ban-co Ejidal. Este fue el origen del sobregiro que concedió elBanco de México a la Tesorería y que en su tiempo fue tancriticado por los bancos del sistema y por la prensa.

A esta causa se unía otra, más importante, para aumentarlas necesidades del sobregiro. Con motivo de la política enmateria obrera y agraria, se suscitó cierta desconfianza en partedel público acerca de la estabilidad financiera del gobierno.Los depósitos de los bancos comenzaron a bajar y éstos a

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reducir correlativamente el crédito que concedían a su clien-tela. El Presidente empezó a recibir telegramas de todo elpaís pidiéndole su apoyo a fin de que se restituyese el créditoque los bancos privados comenzaban a restringir. Con esemotivo el señor General Cárdenas reunió en su despacho auna comisión de los banqueros más importantes de la Ciudadde México. En ella, don Mario Domínguez, que fungía comolíder muy atendido por todos los bancos, o cuando menos porbuena parte de ellos, expuso al señor Presidente, que tal vezignoraba, y que no tenía por qué saberlo, que los banqueroseran meros intermediarios entre el público, que les otorgabasu confianza depositando en ellos su dinero, y los clientes aquienes prestaban tales depósitos. Si los depósitos disminuían,debido a la alarma que causaba la agresiva política social delseñor Presidente, ellos no tenían más remedio, muy a su pe-sar, que reducir los créditos a su clientela.

Yo, que asistí a la conferencia, una vez que el señor Presi-dente me concedió la palabra para refutar la tesis de losbanqueros, les dije que me llamaba la atención que sostuvie-sen una teoría tan falsa respecto a la función del sistemabancario; que los depósitos, es decir, el monto de ellos, no loshace el público, como habían expuesto al señor Presidente,sino el sistema bancario en su integridad, que si los banque-ros iniciaban una agresiva política de préstamos contando,como contarían, con el apoyo del Banco de México, veríancómo sus depósitos, que habían disminuido, se restableceríanrápidamente. Como era dudoso que los banqueros, por lasreservas que tenían contra el gobierno, iniciasen esa política,que era la sana y conveniente, había otra manera de lograr elrestablecimiento de los recursos, seguramente no tan orto-doxa pero sí eficaz. El gobierno iba a sobregirarse en el Bancode México, dentro de proporciones razonables, y los banque-ros verían con gran sorpresa, una vez que el gobierno

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emprendiese con vigor una política de obras públicas finan-ciadas con los fondos que le proporcionase el banco central,que sus depósitos volvían nuevamente a integrarse a los ban-cos, no obstante que el señor Presidente no rectificara supolítica, como respetuosamente se lo habían sugerido los ban-queros. Por necesidad, pues, de evitar que por la políticaconservadora de los bancos fuésemos a caer en una depre-sión que seguramente agravaría la pobreza en que vivíamos,el gobierno se vio precisado a recurrir a procedimientos noortodoxos y a emprender una vigorosa política de obras pú-blicas, con un presupuesto francamente deficitario.

Por mi parte, y por haber presenciado durante mi larga per-manencia en Nueva York los efectos de la Gran Depresiónque sufrieron los Estados Unidos en los primeros años quesiguieron al de ’29, había constatado cómo una política conser-vadora en materia de crédito había llevado a ese país muycerca de la bancarrota, y cómo la falta de dinero había lleva-do a la miseria general. Me había tocado presenciar la clausurade los bancos y las medidas valerosas que el señor PresidenteRoosevelt se había visto obligado a tomar para remediar tandelicada situación; eso determinó en mí un verdadero horrora la deflación, como seguramente influyó en cuantos econo-mistas tuvieron ocasión de presenciarla.

El procedimiento empleado era aparentemente ilegal, por-que la ley del Banco sólo permitía ese sobregiro hastadeterminada cantidad, y, necesariamente, la Tesorería teníaque pasar sobre ella. Sabía también que esta medida teníaque influir en el nivel de precios, pero encontrándose Méxicoen aquella época muy deprimido económicamente, una ac-ción alcista sobre el nivel de precios no podía serinconveniente. Por lo demás, el sistema de pedir al Banco deMéxico recursos para financiar al gobierno, que fue empleadopor los señores presidentes Cárdenas y Ávila Camacho, ha

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sido continuado por todos los gobiernos que sucedieron a losanteriormente mencionados. No se ha variado el sistema: elBanco de México utiliza el encaje legal que los bancos tienenobligación de depositar en el banco central, y, en lugar deguardarlo como reserva, se lo presta al gobierno federal. Porlo demás, las cantidades que el Banco de México concedió algobierno federal en aquella época fueron excesivamente mo-destas; así, el señor Presidente Cárdenas pudo decir en elúltimo de sus informes al Congreso, que rindió en el año de1940, “el gobierno ha llegado a utilizar el crédito del Bancode México hasta la suma de 169 794 442,07 pesos, de loscuales corresponden a un sobregiro de 118 179 926,01 pesos,más el saldo de 51 614 516,06 pesos, más intereses, que, deacuerdo con las provisiones de la Ley Orgánica reformada en1938, ha quedado debidamente documentado en certificadosde Tesorería. El crecimiento del gasto público y el consiguienterecurso al empréstito se justifican por la necesidad de acome-ter la ingente tarea constructiva de la revolución, en un paísde gran riqueza potencial, pero que sólo puede ser efecti-va a costa de inversiones, obras y servicios de ejecuciónmuy costosa”.

El gobierno había pensado que podría tener un importanteingreso extraordinario mediante el contrato que la Petro-Mexcelebró con la Compañía El Águila para constituir una fuerteregalía por la producción de petróleo en la rica zona de PozaRica y había ofrecido al Banco de México liquidarle en efecti-vo los adeudos que con él tenía la Tesorería de la Federación.La expropiación petrolera, que tuvo lugar poco tiempo des-pués, impidió que se pudiesen obtener estos recursosextraordinarios, y el Banco de México, en su informe del añode 1940, anunció que estaba liquidada la cuenta de Tesore-ría, no en efectivo como deseábamos, sino por la suscripciónque había hecho el propio Banco de bonos de obras públicas.

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Durante el período del señor General Ávila Camacho secontinuó con el financiamiento deficitario de las obras delgobierno federal, pero el alza de los preciso fue mucho másdrástica que en el anterior período, debido, principalmente, aque la guerra europea hizo subir extraordinariamente los pre-cios americanos, que constituyeron casi nuestro único mercadode importación, y la fuerte corriente de capital exterior haciaMéxico durante ese período hizo crecer grandemente los de-pósitos bancarios, obligando al Banco de México, como seexplicará después, a tomar medidas para impedir que este fac-tor elevara demasiado los precios.

La inflación, sin embargo, no fue de graves consecuencias,pues no se produjo la espiral de precios-salarios que fatal-mente hubiese conducido a una inflación excesiva. Las causasdeterminantes fueron, principalmente, el haberse iniciadodurante los primeros años del período del señor General Cár-denas, cuando los precios, tanto los nacionales como losamericanos, eran excesivamente bajos debido a que estába-mos sufriendo todavía las causas de la Gran Depresión;además, el señor General Cárdenas modificó sustancialmentela composición del gasto público, haciendo que menos de lamitad de él fuese a financiar los gastos propiamente adminis-trativos, y buena parte del resto lo empleó en inversionesproductivas, tales como caminos y presas de irrigación, quefueron a beneficiar particularmente a la agricultura y que de-terminaron un importante progreso en la producciónagropecuaria. La tercera razón fue la moderación de las de-mandas de los sindicatos obreros, que atendían más al salarioreal que al salario en efectivo, y que a pesar de que teníantodo el apoyo y la simpatía de los gobiernos, tanto del señorGeneral Cárdenas como del señor General Ávila Camacho,limitaron muy razonablemente sus demandas de incrementosde salarios. Esto no quiere decir que los efectos de la infla-

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ción recayesen sobre la clase trabajadora, pues exceptuandoun muy corto período en que los aumentos de salarios fueroninferiores al nivel de precios, posteriormente, y sobre tododurante la época del señor General Ávila Camacho, en la queel movimiento inflacionario fue más elevado, siempre los in-crementos del nivel de salarios fueron superiores a losincrementos del nivel de precios. Por demás está decir que enel período del señor General Ávila Camacho se siguió unapolítica semejante a la del período del General Cárdenas, en loque se refiere a la compensación del gasto público, dedicandobuena parte de él a obras de inversión o de carácter social.

Algunos distinguidos economistas han estudiado los fenó-menos económicos que tuvieron lugar durante ese período.El señor Leopoldo Solís, joven economista, en su obra Larealidad económica mexicana: retrovisión y perspectivas –en su cuar-ta edición–, se expresa en los siguientes términos:

La agricultura, que había estado estancada desde fina-les del porfiriato y durante éste por lo que se refiere alos cultivos de consumo interno, inició un genuino pro-ceso de desarrollo a partir de 1935, como resultado dela inversión pública en obras de fomento agropecuarioy comunicaciones, y del más amplio uso de la tierra queresultó de la reforma agraria.Al término de la Gran Depresión se inicia una fase deaceleración del crecimiento económico, caracterizadaprincipalmente por el desarrollo de la agricultura y delas manufacturas.1

Este autor distingue “el crecimiento con inflación”, al quesitúa entre los años de 1936 y 1956, y el período de “creci-miento con estabilidad”, que se produce posteriormente. Dice:1 Leopoldo Solís, La realidad económica mexicana: retrovisión y perspectivas. Cuar-ta edición, p. 111.

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A partir del término de la Gran Depresión se inicia unaetapa de crecimiento vigoroso. El producto por perso-na crece al 2,9% en los siguientes 32 años, 1935-1967.(al 3% anual, el producto por persona se duplica cada23 años).2El comienzo del proceso inflacionario quizá caracteri-ce su comportamiento posterior: el sector público seallegó recursos con medios inflacionarios para invertiren obras de infraestructura, es decir, en la formaciónde capital, ampliando la dotación de un factor escaso.Las obras públicas constituyeron un factor inflaciona-rio en tanto que demandaban factores, generaban gastosy presionaban la capacidad productiva, lo que se tradu-cía en costos crecientes.3

La época del General Ávila Camacho siguió exactamente losmismos lineamientos, como se dijo, y así lo reconoce el eco-nomista americano Raymond Vernon en su obra The Dilemmaof México’s Development:

El gobierno no solamente tenía la disposición, sino tam-bién los medios, de continuar la política de Cárdenasde hacer importantes inversiones en el desarrollo ruralde México. Así, en la era de Ávila Camacho, 1940-1946,el sistema de caminos transitables todo el año se dupli-có y las tierras regadas por sistemas de irrigaciónfinanciadas por el gobierno, casi se triplicaron.4

2 Ibid., p. 109.3 Ibid., p. 110.4 Raymond Vernon, The Dilemma of México’s Development. Harvard UniversityPress, 1963, p. 97.

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Es cierto que durante el período anteriormente descrito elfactor dinámico del crecimiento económico del país fueronlas inversiones de fomento agropecuario. Pero de ningunamanera se descuidó el desarrollo industrial. Puede decirse quecon el General Cárdenas se inició la industrialización del paísen la época revolucionaria; no solamente transformó la Na-cional Financiera para convertirla, como se explicará después,en un banco destinado, principalmente, a financiar a las in-dustrias –y que ha sido tan importante para el crecimiento delpaís en esta rama– sino que también creó la Comisión Federalde Electricidad. El Presidente no sólo apoyó sino que direc-tamente promovió la creación de nuevas empresas deimportancia básica para el país.

CAPÍTULO X

POLÍTICA DE DESARROLLO EINDUSTRIALIZACIÓN

1. La Nacional Financiera

NACIONAL FINANCIERA, INSTITUCIÓN DE CRÉDITO destinadaa absorber ahorros y a hacer préstamos a largo plazo,fue fundada en tiempo del señor General Abelardo

Rodríguez, siendo ministro de Hacienda el señor ingeniero MarteR. Gómez.

En un principio Nacional Financiera tuvo como fin el derecoger los activos de varias instituciones del gobierno, prin-cipalmente los de la llamada Comisión Monetaria. De estosactivos, los más importantes eran una haciendas que la Co-misión Monetaria había adquirido del señor Cuesta Gallardoque se encontraban en el estado de Jalisco, en las cercaníasdel Lago de Chapala.

Al asumir el señor General Cárdenas la Presidencia de laRepública, decidió repartir como ejidos la totalidad de esasfincas, y, por lo tanto, la Financiera quedó reducida a su míni-ma expresión, tanto que se pensó en liquidar la mencionadainstitución; sin embargo, se creyó que podía ser útil para con-tribuir al desarrollo industrial del país si se modificaban susestatutos, como se hizo, para constituir una institución seme-jante a la que durante la Gran Depresión se creó en los Estados

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Unidos con el nombre de Reconstruction Finance Corporation.Se comisionó por la Secretaría de Hacienda al señor licencia-do don Antonio Espinosa de los Monteros para que formulaselos estatutos para modificar la institución, que sería entera-mente renovada. El mismo, nombrado gerente de lainstitución, le dio gran impulso, tanto en sus funciones deagenciarse fondos del exterior como en las de promover yauxiliar el crecimiento o la formación de nuevas industrias.

Esta institución aún funciona; ha incrementado enormementesus recursos y presta grandes servicios a la nación. Muchasfueron las empresas que se crearon a iniciativa de dicha institu-ción durante el tiempo en que se estuvo al frente de ella elseñor Espinosa de los Monteros. Posteriormente fue designa-do el señor licenciado Antonio Carrillo Flores, quien con grancompetencia y honorabilidad continuó en la dirección de ellahasta el momento en que fue designado Secretario de Hacien-da, durante la presidencia del señor licenciado Ruiz Cortines.

A continuación va una breve reseña de las institucionescreadas (o financiadas en forma importante) por la NacionalFinanciera durante los períodos del señor General Cárdenas ydel señor General Ávila Camacho:

Altos Hornos de México; Compañía Industrial deAtenquique; Compañía “Industrial Eléctrica de México”;Celanese Mexicana; Viscosa Mexicana; Guanos y Fertilizan-tes; Cobres de México; y Centrales de Sinaloa y Guayalejo.1

2. El impulso al sistema eléctrico

El sistema eléctrico, tan indispensable para nuestro progresoindustrial, dependió, fundamentalmente, por algún tiempo,

1 Ennumeración basada en: Eduardo Suárez, Política financiera en seis años deactividad nacional, 1946, p. 344; y su discurso ante la Convención NacionalBancaria de 1946. Nota de Francisco Suárez Dávila.

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de la Mexican Light and Power Company, compañía cana-diense con domicilio en Toronto y controlada por la empresabelga conocida con el nombre de SOFINA. Durante el perío-do presidencial del señor General Calles, y por empeño delembajador Morrow, una gran empresa americana, The ElectricBond and Share, competidora en el mundo con la SOFINAen el control de empresas que producen energía eléctrica, es-tableció en México varias plantas eléctricas en algunas regionesdel país, excepto el Distrito Federal, en donde estaba laMexican Light and Power Co.

Ambas empresas, debido principalmente a dificultades quetenían con sus obreros y a la renuencia de la Secretaría deEconomía de incrementar las tarifas a medida que crecíansus costos, se mostraron bastante renuentes a incrementarsus inversiones en México, principalmente durante el períododel señor General Cárdenas.

En vista de la urgente necesidad de mantener la produc-ción de energía eléctrica a nivel de los crecientesrequerimientos del país a medida que éste se desarrollaba, elseñor General Cárdenas concibió la idea de crear una empre-sa de propiedad del gobierno –haciendo uso de unaautorización que el Congreso había aprobado en tiempo delseñor Presidente Rodríguez– para producir energía eléctricasin depender del extranjero. Así nació la Comisión Federal deElectricidad, que se financió originalmente con el productode un impuesto especial al consumo de energía eléctrica alque se agregaron fondos de distintas procedencias, inclusivede unos bonos de producción de energía, y las propias utilida-des de la misma empresa, que se puso bajo la administraciónde la Secretaría de Economía. La Comisión fue gradualmentecreciendo hasta superar el potencial eléctrico de las dos gran-des empresas extranjeras, que posteriormente fueronadquiridas por el gobierno mexicano.

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3. La construcción del Ingenio de Zacatepec

Preocupaba al señor General Cárdenas la destrucción que larevolución zapatista había hecho de la industria azucarera enel estado de Morelos; a ese fin determinó que se construyerauna gran central con capacidad de producir hasta 50 000 to-neladas de azúcar en la antigua Hacienda e Ingenio deZacatepec.

El Ingenio debía estar equipado con la maquinaria másmoderna de aquel entonces. A fin de determinar sus especifi-caciones y de otorgar el contrato a una empresa constructorase nombró una comisión de técnicos, los cuales, después deexaminar las diferentes propuestas, aconsejaron que se cele-brase un contrato para la construcción de molinos y paraadquirir y montar después la maquinaria con el Fulton IronWorks, de San Luis Missouri.

El propósito del Presidente era que el ingenio se adminis-trara en beneficio de los obreros, que manejarían la fábrica, yde los campesinos y ejidatarios, que proporcionarían la cañaque sería molida en el Ingenio, y que deberían constituirsetodos en una sociedad cooperativa, debiendo solamente vigi-lar la administración el Banco Nacional de Crédito Ejidal.Como el Presidente observase que el banco no daba pasospara preparar la instalación de la maquinaria que estaba apunto de llegar a México ni la estructura que iba a utilizardicha maquinaria, determinó que fuese la Secretaría de Ha-cienda, directamente, la que se ocupara de la construcción.Como yo arguyera que la Secretaría de Hacienda no teníaelementos suficientes ni ingenieros técnicos para ese fin, elPresidente me dio facultades amplias para que contratara lostécnicos que pudieran auxiliarme, pero siempre que me com-prometiese a entregar el Ingenio en condiciones de funcionarcuando la caña que ya habían sembrado los campesinos estu-

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viera lista para ser molida. Como los campesinos no veíanninguna fábrica se negaron a sembrar la caña si el gobierno nose comprometía a comprárselas mediante contratos celebra-dos al efecto, aunque la fábrica no estuviese concluida; porconsecuencia, la pérdida que tendría que sufrir el Banco Ejidaliba a ser muy grande en caso de que no estuviese concluida lafábrica.

Para construir los cimientos me valí de la compañía cons-tructora, ampliamente prestigiada, que manejaba el señor donFederico la Chica, que contaba con todos los elementos ne-cesarios, y para la estructura de acero contraté a la CompañíaFundidora de Hierro y Acero de Monterrey; ésta, además, mepuso en contacto con los contratistas que empleaba para elmontaje y erección de dicha estructura. Para la instalación dela maquinaria me valí del señor ingeniero Parra y de su her-mano, que tenían experiencia y plena competencia,corroborada por la Fulton Iron Works, por haber construidoanteriormente el Ingenio del Mante, que tenía gran semejan-za con el que se iba a montar.

En un principio comencé a trabajar con trabajadores libres,algunos de los cuales eran obreros al servicio de los ferroca-rriles y que yo conocía bien por razón de mi vinculación condicha empresa, pero no fui muy lejos en mi intento de traba-jar en esa forma. Poco tiempo después de haber iniciado lostrabajos, se me presentó en Zacatepec un señor Mascarúa, enrepresentación del Sindicato de Azucareros de la RepúblicaMexicana y de la CTM, para organizar un sindicato de losobreros que ahí trabajaban; me pedía que firmase con él uncontrato colectivo con cláusula de exclusión, y que en lo fu-turo el sindicato así formado me proporcionase lostrabajadores que fueran necesarios. Manifesté a Mascarúa queno tenía inconveniente en celebrar el contrato en la formaque solicitaba, pero que al mismo tiempo exigía que, puesto

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que uno de los contratantes era el gobierno federal y el BancoNacional de Crédito Agrícola, y dado que el Ingenio se iba adirigir no con fines de lucro sino para ponerlo a la disposiciónde los mismos trabajadores, los obreros que se me iban a pro-porcionar en lo futuro fuesen de los más capacitados con quecontara la industria azucarera. No solamente por esas consi-deraciones pedía yo personal de primer orden, sino tambiénpor la razón de que el Ingenio era nuevo y dotado de la ma-quinaria más moderna que había entonces en la república, ypensaba que a un trabajador manual le era más satisfactoriotrabajar en esas condiciones que en Ingenios más o menosanticuados; además el clima de Zacatepec era sano y agrada-ble, y el lugar en donde iban a trabajar estaba cerca de laCiudad de México, donde podrían los trabajadores tener a susfamilias durante el tiempo muerto en que sólo trabajaba unnúmero escaso ocupado en la conservación. Sin embargo, y apesar de la promesa hecha por el señor Mascarúa, que meconfirmaron más tarde los líderes del Sindicato de la Indus-tria Azucarera y de la CTM, tuve necesidad de trabajar conobreros muy poco preparados.

Comenzaron a llegar de los Estados Unidos furgones carga-dos con maquinaria, y con ellos el ingeniero enviado por laFulton para supervisar la construcción del Ingenio. Pocos díasdespués se me presentó en la Secretaría dicho ingeniero, ma-nifestándome su deseo de regresar a los Estados Unidos, puesme dijo que a causa de los obreros proporcionados por elsindicato él no podía hacerse responsable de que el Ingenioquedase montado en condiciones satisfactorias; que el mecá-nico, que se ostentaba como de primera clase, era apenas loque podría considerarse como de quinta; y el que se ostenta-ba como obrero mecánico de quinta clase, podría pensarseque en su vida había usado una llave de tuercas. El obreroque había proporcionado el sindicato para hacerse cargo del

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eficaz funcionamiento del ferrocarril que se había adquiridopara transportar la caña de los campos al Ingenio no supomontar los escapes, lo hizo al revés y descarriló todo el mate-rial rodante de que disponíamos; me confesó que él no eraferrocarrilero, y que lo habían puesto ahí porque había mane-jado lanchas de gasolina en el puerto de Mazatlán. En el actolo cesé y puse al frente de los transportes del Ingenio al señorNavarrete, que había sido Secretario General del Sindicatode Ferrocarrileros, al que se le había aplicado la cláusula deexclusión por dificultades que había tenido con otros líderesferrocarrileros y que carecía por el momento de trabajo.

Pedía el ingeniero americano que, estando ya en la imposi-bilidad de reponer a todos los trabajadores, pues éstos habíanencontrado acomodo en los demás Ingenios del país, se de-signase un grupo de empleados, de los más indispensables,que me proporcionara el sindicato. Hice las gestiones inme-diatamente, pero no dieron ningún resultado; pocos díasdespués el mismo ingeniero se presentó en mis oficinas mani-festándome que había sido testigo de algo insólito que nohabía presenciado en ninguno de los países en donde habíatenido la obligación de erigir ingenios –Cuba, Puerto Rico, lasIslas Hawai, etcétera. Los obreros totalmente incapacitadosque había recibido aquí algunas semanas antes, habían apren-dido en una forma verdaderamente rápida, y aun cuando nopodía asegurar que fuesen ya obreros de primera clase, creíaque se podría trabajar con ellos e incluso augurar que al tér-mino de la construcción del ingenio los obreros serían deprimera clase; que, en consecuencia, no tenía que solicitarque me los cambiasen por obreros más eficientes, pues iba acontinuar trabajando con ellos. Tuve oportunidad –duranteel tiempo que duró la construcción del ingenio– de darmecuenta de la enorme capacidad del obrero mexicano paraaprender rápidamente su oficio, y aprecié su alto sentido de la

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mecánica. El Ingenio, por fin, se inauguró en la fecha fijada, yel señor Presidente Cárdenas quiso hacer una inauguraciónsolemne, invitando a un grupo importante de personas delgobierno y de la iniciativa privada, para ponerlo en marcha.2

La construcción del Ingenio mereció diversas críticas, aunde altos funcionarios del gobierno que se preguntaban cómoel señor Presidente Cárdenas había tenido la idea de cons-truir un Ingenio de azúcar cuando la industria azucarera delpaís atravesaba por una aguda crisis de superproducción. Sinembargo, los hechos mostrarían la gran visión del señor Presi-dente Cárdenas, pues apenas al terminarse el Ingenio deZacatepec, y a pesar de la importante cantidad de azúcar quecomenzó a producir inmediatamente, se dio la necesidad derecurrir al mercado mundial, enardecido por la guerra, paraadquirir el azúcar para el consumo nacional, y hubo que pasarpor las horcas caudinas de las exigencias de algunos funcio-narios del gobierno cubano para proporcionarnos a altísimoprecio el azúcar para satisfacer dicho consumo.

El Ingenio del Mante, que fue construido a iniciativa de ungrupo de políticos mexicanos, entre los que se encontraba elmismo señor Presidente Calles, con fondos del Banco deMéxico y violando la ley del propio banco, fue expropiadopor el señor General Cárdenas para entregárselo a una coope-rativa de los obreros que trabajaban en dicho Ingenio y de loscampesinos que proporcionaban la caña. Los accionistas, sinembargo, acudieron en amparo de la justicia federal, amparoque les fue concedido cuando el señor General Cárdenas ha-bía dejado el gobierno. Estos accionistas comprendieron queles sería muy difícil entrar en posesión del Ingenio, por la opo-sición de los trabajadores que estaban en posesión de él, y seconformaron con la expropiación. Con la indemnización querecibieron, con fondos aportados por los mismos accionistas2 5 de febrero de 1938.

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y por otros interesados en la industria azucarera, y con unpréstamo del Export and Import Bank de Washington, cons-truyeron un nuevo Ingenio, el de Guayalejo, en la región dondeestá ubicado el Mante. Este Ingenio, juntamente con otro quese construyó en el estado de Sinaloa con capital privado ytambién con un préstamo del Export and Import Bank, con-tribuyeron en aquel entonces a resolver el problema de la faltade azúcar en la república

Al mismo tiempo, y durante el gobierno del señor GeneralÁvila Camacho, se creó un fondo especial para conceder cré-ditos a aquellos Ingenios con maquinaria antigua cuyos dueñosdesearan modernizarlos. Con esto –y con créditos concedidospor el EXIMBANK de Washington, créditos que debidamenteaprovechados por algunos de los antiguos Ingenios llevaron ala plena capacitación para una producción moderna–, y a pe-sar de la política no siempre acertada de algunos de losgobiernos que han desanimado a la industria privada azuca-rera, ésta ha logrado llenar las necesidades del consumo delpaís y aun permitirle una modesta exportación.

4. El desarrollo de las industrias de artisela y celulosa(Atenquique y Celanese), y la adquisición de la

Hidroeléctrica de Chapala

El señor General Cárdenas tenía empeño en que se desarro-llase la empresa llamada Hidroeléctrica de Chapala, que servíaa una región importante de los estados de Jalisco y Michoacán;en este último se halla la ciudad de Jiquilpan, tierra natal delPresidente.

Esta empresa estaba dirigida por un señor Morrison, promi-nente hombre de negocios de San Antonio, Texas, que notenía el menor interés en desarrollar su propiedad. Conocidoel empeño que tenía el Presidente de la República en adquirir

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esta empresa a fin de desarrollada, se habían presentado alpropietario varias ofertas, pero el precio que pedía era exa-gerado; las ofertas las habían presentado variosintermediarios, y el gobierno no se había decidido a adquirlaen esas condiciones.

Por entonces, el General Cárdenas estaba muy disgustadocon un industrial de origen judío residente en Guadalajaraque operaba en el ramo del alcohol, y que en complicidad conalgunos funcionarios públicos hacía negocios muy desagra-dables para el Presidente, al grado que éste decidió aplicar elartículo 33 de la Constitución a este industrial, llamado Enri-que Anis, y expulsarlo del país como extranjero pernicioso.Tuvo Anis conocimiento oportuno de las intenciones del go-bierno y se entrevistó con el señor General Cárdenas,ofreciéndole que, si lo perdonaba y le permitía seguir radi-cando en México, donde se había casado y donde habían nacidosus hijos, él se comprometía, en primer lugar, a desligarse porcompleto de los asuntos del alcohol; además le dijo que él,para provecho propio, había estudiado cómo se podría adqui-rir la Hidroeléctrica de Chapala por la cantidad de un millónde dólares, y que él, a cambio del perdón solicitado, se com-prometía a hacer la adquisición para provecho del gobierno.El señor Presidente me habló por teléfono diciéndome que,con las debidas precauciones, pues yo sabía al igual que élque el señor Anis no era persona en quien confiar, le propor-cionase a éste la cantidad necesaria para adquirir íntegramenteel capital de la sociedad propietaria de la Hidroeléctrica. Yono sentía grandes simpatías por el señor Anis, pues sus activi-dades como comerciante y productor de alcohol me habíancausado serias dificultades con el señor Secretario de Econo-mía, el General Sánchez Tapia, que favorecía sus intereses.Sin embargo, y obedeciendo las instrucciones del señor Presi-dente –a mí también me parecía que la adquisición de la

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empresa por un millón de dólares era positivamente ventajo-sa–, abrí un crédito en escrow en un banco de San Antonio,Texas, en favor del mencionado Anis para que le fuera entre-gada dicha suma a cambio de la totalidad de las acciones ybonos que constituían el capital total de la empresa.

Pregunté a Anis cuánto tiempo necesitaba para realizar laoperación, y me contestó que la podría realizar en quince días;le manifesté que el plazo me parecía demasiado corto y queestaba dispuesto a ampliárselo hasta un mes, pasado el cual,si no cumplía con la entrega de los valores, el créditoautomáticamente quedaría cancelado. Antes de que vencierael plazo fijado, Anis se me presentó en la Secretaría de Ha-cienda con los bonos y acciones que formaban lacapitalización de la Hidroeléctrica, que en esa forma pasó aser propiedad del gobierno federal. La empresa se desarrolló debi-damente, en la forma que el gobierno deseaba, y Anis viodisuelta la amenaza que se cernía sobre su cabeza. Me dicuenta de la habilidad que tenía este señor para realizar nego-cios difíciles, y le dije que por qué no usaba esa habilidadpara trabajar en bien del país, que en esa forma en el futurono se vería amenazado con la expulsión, pues el gobiernonunca intentaría expulsarlo si se encontraba al frente de ne-gocios lícitos y de importancia para desarrollar la economíade México. Anis me manifestó que tenía capital propio dealguna importancia y amigos en Guadalajara que tenían confian-za en él y le respaldarían financieramente en cualquier negocioque encabezase; me pidió que le sugiriese alguna actividad.

Indicándole que la industria era una actividad lucrativa yaltamente respetable, puesto que daba trabajo a mucha gen-te, le manifesté que la que yo estimaba tenía interés para elpaís era la industria de la manufactura de artisela. Por conver-saciones que había tenido con el agregado comercial de Italiaen México, señor doctor Orestes Vila, conocía yo las cantida-

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des de artisela que el país importaba anualmente de Italia,Francia, Bélgica y aun del Japón, y lo relativamente fácil que seríapara nosotros elaborar ese producto, de gran consumo en el país.

El propio Anis me manifestó que no conocía nada de estenegocio, pero que estaba dispuesto a gastar de su propio pe-culio hasta la cantidad de cien mil pesos para estudiar estaindustria, que, desde luego, despertaba su interés. Pasado al-gún tiempo, y cuando me había olvidado del asunto, se mepresentó en la Secretaría el señor Anis con un voluminosoestudio que fundamentaba la posibilidad de desarrollar enMéxico dos industrias igualmente importantes –una era la dela artisela y otra la de la celulosa. Por lo que respecta a laprimera, me manifestó que, aun cuando consideraba produc-tivo el negocio, él no contaba con todos los medios suficientespara desarrollarlo, ni aun con el apoyo de sus amigos deGuadalajara que estaban dispuestos a aportar juntos con él elcapital necesario para esa empresa; que, por lo tanto, necesi-taba ponerse en contacto con un grupo financiero importantede la Ciudad de México que aportara capital adicional y queademás le consiguiera un crédito importante de Nacional Fi-nanciera para la nueva empresa. Le di cartas de presentaciónpara dos de los más importantes negocios que en los EstadosUnidos se ocupaban de la manufactura de la artisela, laAmerican Viscose y la Celanese Corporation of America, puesél creía necesario asociarse con alguna de las dos paraproporcionarse ayuda técnica indispensable. Le manifesté quepodría proporcionarle tales elementos fácilmente, y a ese finlo puse en contacto, desde luego, con el Banco Nacional deMéxico; su director, don Luis Legorreta, tomó el asunto congran interés, y su ayuda fue de primera importancia para re-unir el capital nacional entre algunos clientes del banco.

La American Viscose manifestó que no tenía interés en pro-ducir artisela en México, puesto que esta empresa producía

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cantidad suficiente para exportar a México. En cambio, eldoctor Camilo Dreyfus, director de la Celanese Corporationof America, manifestó gran interés en establecer en Méxicouna compañía subsidiaria asociada ampliamente con capitalmexicano. Después de una negociación prolongada, tuve unaúltima entrevista con el distinguido financiero y hombre deciencia de origen suizo –en unión de Anis y de don LuisLegorreta– en su casa en Nueva York, y al terminar la comidaque nos ofreció, manifestó que había resuelto emprender elnegocio en México; que esperaba que constituyera un éxito; queél no sólo había organizado la gran compañía que representabaen los Estados Unidos, sino también importantes empresas sub-sidiarias en Inglaterra y en Canadá, y que habiendo triunfado enesos tres países no iba a fracasar en México; que, en consecuen-cia, pondría todos sus esfuerzos para que la Celanese Mexicanafuese un éxito completo. Debo advertir que el doctor Dreyfusera un hombre de orgullo satánico; hasta sus socios y los funcio-narios más altos de su organización pedían permiso paraentrevistarle en sus oficinas pues temían importunarlo, y lo con-sideraban, como efectivamente era, un hombre superior.

Los planes para organizar la Celanese Mexicana los formu-laron la Celanese Corporaton of America, el grupo deGuadalajara encabezado por el señor Anis, el Banco Nacio-nal de México y sus asociados, y, por último, la NacionalFinanciera, que a instancias de la Secretaría de Hacienda es-tuvo anuente en hacer un préstamo importante a la nuevaempresa. Todo marchó admirablemente, y, cosa verdadera-mente excepcional en México, tanto los presupuestos comola fecha de inauguración de la planta, que se instaló enOcotlán, estado de Jalisco, se ajustaron estrictamente a losplanes originales.

La Celanese Corporation of America, a instancias del doc-tor Dreyfus, brindó más apoyo que el que de ella se esperaba,

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y muchos de los servicios de carácter técnico los prestaronsin remuneración alguna. Poco tiempo después el mismo gru-po, en vista del éxito que había obtenido la fábrica en Ocotlán,decidió establecer una fábrica para producir otra fibra sintéti-ca con características diferentes. Por indicación del señorGeneral Cárdenas, fuera ya de la presidencia, de que la nuevaplanta se estableciera en algún punto del estado de Michoacán,aceptaron la idea, y juzgaron que el lugar indicado para esta-blecer la fábrica era Zacapu. Ambas fábricas fueron un éxito;están produciendo la fibra dentro del país y economizandobuena parte de las divisas que antes se gastaban para su im-portación.

El señor Anis, con la colaboración de sus amigos deGuadalajara y con el apoyo de la Nacional Financiera, fundótambién una fábrica para la producción de celulosa, que que-dó establecida en Atenquique, en el estado de Colima. Estaempresa, mientras estuvo manejada por el señor Anis y du-rante el tiempo en que la manejó, por encargo de la Financiera,el señor licenciado José Angel Ceniceros, fue un éxito. Poste-riormente parece que ha tenido serias dificultades, debidas,sobre todo, a su defectuosa administración.

5. La creación de Altos Hornos

Otro problema se dejaba sentir gradualmente en el país. Laempresa productora de hierro, creada varios años antes concapital español y gracias a los esfuerzos de un distinguidoindustrial, el señor Adolfo Prieto, producía hierro estructural,varilla de acero y rieles para los ferrocarriles. Varias vecesintenté inducir al entonces director de ese negocio, don Car-los Prieto, y a su gerente, el señor ingeniero don EvaristoAraiza, a que construyeran un nuevo alto horno y una plantapara construir lámina de acero, que era una necesidad urgen-

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te en el país. Estos dos distinguidos industriales, amigos del go-bierno de entonces, estaban deseosos de cooperar con laadministración del señor General Cárdenas, pero les asustabanla construcción de un nuevo alto horno y el equipo necesariopara hacer la lámina, porque creían que en aquella época pasaríamucho tiempo antes de que el consumo absorbiese la capacidadde ampliación de su compañía, con tanta más razón cuanto quelos altos hornos, para hacer costeable su explotación, deberíantener una capacidad mínima de mil toneladas de acero.

Pensé entonces en organizar una nueva empresa, y, paraeste fin, entré en negociaciones con una empresa norteameri-cana que no estaba dentro del cartel de la lámina de acero, laAmerican Rolling Mills. En aquella época los Estados Uni-dos habían entrado en la guerra, y existían muchos requisitospara obtener permisos de importación de maquinaria de esepaís. Con la ayuda de la American Rolling Mills logré integraruna unidad comprando maquinaria de segunda mano, peroplenamente capacitada para producir láminas de acero, con laayuda de expertos independientes para asegurar el buen esta-do del equipo y el precio que debía pagarse por él. Cuando sehubo adquirido el equipo, pagado con fondos del gobierno,me encontré con la dificultad de que el gobierno de los Esta-dos Unidos se negaba a permitir la salida del equipo,probablemente por influencia del cartel que monopoliza entodo el mundo la fabricación de láminas de acero, y que argu-mentaba que ese equipo era indispensable para producir aceronecesario para la guerra. Tuve necesidad de hablar con el Pre-sidente Roosevelt, que siempre tuvo gran simpatía pornosotros, para que él personalmente, y por teléfono, ordenasea las autoridades subalternas que se concediese la exporta-ción del equipo tan penosamente adquirido.

Se constituyó en México una empresa privada, pero finan-ciada en gran parte por la Nacional Financiera, que se

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denominó Altos Hornos de México, la cual fue dirigida porun señor ingeniero Pape, ciudadano norteamericano que mefacilitó la misma American Rooling Mills; la empresa así cons-tituida compensó al gobierno las cantidades que éste habíapagado por el equipo. Posteriormente, la empresa fue adqui-rida en su totalidad por Nacional Financiera, y ha pasado aser en la actualidad una empresa siderúrgica descentralizada,y, en su ramo, la más importante del país.

6. Algunas consideraciones generales respecto al iniciode la industrialización del país

Ordinariamente, los economistas que se han ocupado deldesarrollo de la economía nacional consideran el año de 1940,o poco después, como la iniciación del período de industriali-zación de México. Hay que tener presente que paraindustrializar al país fue necesario un largo período de prepa-ración, en el que se constituyeron los instrumentos requeridospara emprenderla y para formar los capitales de que tienenecesidad.

Así, el señor General Calles y su competente ministro deHacienda, señor ingeniero Alberto J. Pani, ponen los prime-ros cimientos, consistentes en la creación de institucionescomo el Banco de México, el Banco Agrícola, la ComisiónNacional Bancaria, la Comisión Nacional de Irrigación y laComisión Nacional de Caminos, así como la Ley de Institu-ciones de Crédito y los principios de reorganización del sistemabancario nacional.

El señor General Cárdenas expropia las compañías petrole-ras para desarrollar esa importante industria con un sentidode provecho para el país, ya que las compañías extranjerassólo impulsaban esa industria cuando así convenía a sus intere-ses particulares, y en los últimos años entraron en un período de

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franco estancamiento; crea la Comisión Federal de Electricidad,el Banco de Comercio Exterior y da gran impulso a las obrasbásicas para el desarrollo de la agricultura, factor indispensablepara la expansión industrial; además, crea industrias básicas, tantodel Estado como por ayuda a la iniciativa privada.

El señor General Ávila Camacho continúa la obra del Ge-neral Cárdenas de impulsar la agricultura mediante laconstrucción de obras de fomento tales como carreteras, obrasde irrigación y plantas de energía eléctrica; da, además, unpaso gigantesco para el desarrollo agrícola del país con la crea-ción de la Comisión Nacional de Semillas, pues el multiplicaren una forma importantísima la producción por hectárea delos granos básicos como son el maíz, trigo, etcétera, equivaleen realidad a aumentar el suelo destinado a la producciónagrícola. Crea industrias básicas, como Altos Hornos de Méxi-co, y, a través de Nacional Financiera, numerosas industrias.

En realidad puede decirse que desde que se inició el perío-do constructivo de la Revolución, durante el períodopresidencial del señor General Calles, comenzaron a sentarselos cimientos indispensables para el desarrollo económico delpaís. De entonces acá, todos los gobiernos que se han sucedi-do en México siguieron una política económica que en suslineamientos fundamentales han sido la misma, con las va-riantes que requieren las condiciones cambiantes del país. Enlo básico, todos ellos continuaron la política iniciada en aquellaépoca, o sea la de mejorar las instituciones indispensablespara el desarrollo económico, creando la infraestructura ne-cesaria para fomentar el crecimiento, fundado principalmenteen la inversión pública directa y en el fomento de la inversiónprivada.

Naturalmente, a medida que se desarrollaba el país comoconsecuencia de esta política –y comprobación de lo acerta-da que era–, también aumentaron los recursos del gobierno.

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Así, de administración en administración, se incrementaronla construcción de carreteras y de obras de irrigación, las in-versiones de carácter social, la educación pública, y lasalubridad. Las consecuencias fueron cada vez más impor-tantes para el país. Así lo reconocen los economistas, tantonacionales como extranjeros, que han estudiado la historia denuestra economía; para citar a uno solo me referiré al joveneconomista Leopoldo Solís, ya mencionado, que en 1972 es-cribió las siguientes palabras:

Ha transcurrido una generación que logró mantener alpaís en un proceso ininterrumpido de desarrollo eco-nómico General, donde se han observado casi tres lustrosde crecimiento con estabilidad de precios. En este lap-so, el país ha cambiado y crecido notablemente; elingreso pér capita de México ha sobrepasado los sete-cientos dólares anuales, su producto nacional brutoocupa el décimo lugar mundial y su población, de casicincuenta millones de habitantes, el decimotercero. Losíndices de escolaridad y salud han mejorado con rapi-dez, la mortalidad infantil ha descendido notablementey, aún más, hemos aprendido que basta una generaciónpara superar muchos de los obstáculos más graves quefrenan el desarrollo económico. Se ha consolidado unainfraestructura básica amplia y se han establecido me-canismos institucionales que dan fluidez a la movilidadde los factores de la producción.3

Esto no quiere decir que los impulsos indispensables para unfirme proceso evolutivo sean suficientes para garantizar en elfuturo la continuidad de este crecimiento, y aún queda por

3 Leopoldo Solís M., Controversias sobre el crecimiento y la distribución. México,1972, p. 15.

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resolver un cúmulo de problemas de enorme importancia, entrelos que destacan una mejor distribución de la riqueza y elincremento de la productividad, tanto de los empresarios comode las clases laborales, que nos permita competir en los mer-cados mundiales con nuestra producción comercial.

Estos son, por otra parte, problemas que el país viene pre-sentando desde los inicios de su vida independiente, y no esde esperar que queden puntualmente resueltos por una gene-ración. Algo se ha hecho en ese sentido, y esto es, a lo sumo,a lo que podemos aspirar.

CAPÍTULO XI

LA POLÍTICA AGRARIA

EL GENERAL CÁRDENAS, CON SUS FIRMES convicciones, sepropuso desde el principio de su gobierno multiplicarlos esfuerzos de la política en materia agraria. Con

ese fin se repartieron durante su período más tierras que enninguna otra época anterior.

En la región llamada de La Laguna, en el estado de Coahuila,agricultores privados cultivaban con gran eficiencia algodónque no solamente se empleaba en la industria interna sinoque servía para la exportación. La mayor parte de estos agri-cultores poseía extensiones de terreno superiores a las queautorizaba la Constitución y las leyes agrarias. El Presidentese decidió a lograr que los agricultores de La Laguna no pose-yesen más extensiones de tierras que las autorizadas por laley, y el resto distribuirlo entre los ejidatarios en cumplimien-to de ésta.

Por lo que hace al consumo interior no existía ningún pro-blema, pues la distribución del algodón producido lo hacíanel Banco Agrícola o el Ejidal entre los industriales del país,pero la exportación en buenas condiciones del algodón pro-ducido presentaba algunas dificultades. Una de las principalesempresas del algodón, que no solamente exportaba la fibra

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producida en México sino que refaccionaba a los productoresmexicanos proporcionándoles las muy cuantiosas cantidadesque reclamaba la producción, era la firma que operaba enHouston, Texas, bajo la razón social de Anderson and Clayton.El señor William Clayton, jefe de esta casa, se entrevistó con-migo en México para manifestarme que ellos habían venidofinanciando por muchos años a los productores privados deLa Laguna con dinero que a su vez su firma obtenía de ban-queros americanos; que tenía absoluta confianza en dichosagricultores, que, salvo mal tiempo, entregaban su producto ala firma que éste representaba y que exportado y vendido enel mercado mundial se producían los fondos necesarios parapagar a los bancos americanos. Que con el nuevo régimen depropiedad que iba a prevalecer en La Laguna –la mayoría dela comarca sería explotada por ejidatarios–, la situación cam-biaría totalmente. Si él refaccionase a los pequeñosagricultores, corría el peligro de que la cosecha no se le entre-gara a la empresa financiera de los productos cosechados,sino que se le vendería a otros comerciantes, poniendo a sufirma en condiciones difíciles para reembolsar las sumas quehabían anticipado los bancos americanos. En tal virtud, y congran sentimiento de su parte, había decidido que su firmadejase de operar en México.

Si las firmas americanas dejaban de operar con el algodónejidal, tendríamos dificultades para financiarlo, y el Presiden-te me manifestó que tratara de convencer al señor Claytonpara que su firma siguiese operando en México. Manifesté alseñor Clayton que él era un comerciante con vasta experien-cia mundial y que sabía que el hombre de empresa tenía queadaptarse a las condiciones del país en que operaba, y no queéste se adaptase a las necesidades del hombre de empresa.Que en México el régimen de propiedad había cambiado enlas zonas productoras de algodón, pero que yo creía que él

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podía seguir operando a pesar de los cambios habidos en lapropiedad de la mencionada zona. Que tal vez fueran funda-dos sus temores de que si él hacía anticipos a los ejidatarios lesería difícil vigilar la recuperación de sus créditos, que ten-drían que ser pagados con el algodón producido, pero que élpodría hacer los préstamos al Banco Nacional de CréditoEjidal, el cual a su vez haría los anticipos a los ejidatarios,obtendría al fin de la cosecha la entrega del algodón produci-do y estaría en condiciones de pagar a la empresa del señorClayton las cantidades adelantadas. El señor Clayton me ma-nifestó que daría muy seria consideración al plan que leproponía; toda vez que yo estaba en los Estados Unidos, meinvitó para que de regreso a México me detuviese en la ciu-dad de Houston, donde podríamos discutir el asunto con sussocios y funcionarios. Efectivamente, de regreso de NuevaYork, y acompañado por el señor don Eduardo Villaseñor,nos dirigimos a la ciudad de Houston, y habiendo discutido elproblema tanto con el señor Clayton como con sus socios yconsejeros, el señor Clayton nos dijo en aquella ocasión queél estaba conforme en seguir operando en México en la formaque habíamos dicho anteriormente, y sólo pedía como condi-ción que el señor Presidente, en quien tenía entera confianza,no por escrito sino en una conferencia que tuviese con él,verbalmente le asegurase que cualquier conflicto que tuviesecon los ejidatarios sería arbitrado por él mismo. El señorClayton vino a México y, después de haber hablado con elseñor General Cárdenas, dio instrucciones a sus agentes enMéxico para que siguiesen operando en la región algodonera,haciendo los anticipos a los ejidatarios a través de los BancosNacionales de Crédito Agrícola y Ejidal.

Casi al terminar el gobierno del señor General Cárdenas, elseñor Clayton, por entonces alto funcionario del gobiernoamericano, vino a México y me pidió que lo acompañara en

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una entrevista que había solicitado con el señor Presidente;ahí expuso que su viaje a México y su visita al primer manda-tario no tenían más objeto que manifestar a éste que lasseguridades que le había dado de que no tendría ninguna difi-cultad refaccionando a los ejidatarios a través de los bancosnacionales habían sido muy satisfactorias; que había operadoen grandes cantidades en la región algodonera y que no teníala menor queja respecto a la conducta de los ejidatarios y losbancos, y, por lo tanto, venía así a manifestárselo al señorPresidente de la República.

Otro grave problema que se le presentó al señor Presidentefue la situación de Yucatán. Un grupo importante de empre-sarios yucatecos no solamente cultivaba el henequén en tierrasde su propiedad, sino que había establecido las plantas nece-sarias para tratarlo y convertirlo en fibra utilizable en el interioro para exportar, y al mismo tiempo había creado en el exteriorun mercado para dicha fibra.

El henequén tuvo un período de gran auge en el pasado,cuando servía no solamente para fabricar cuerdas, sino queprincipalmente era utilizable como hilo de encanillar, en losgrandes países productores de trigo, los Estados Unidos, Ca-nadá y Rusia, entre otros. Cuando el señor General Alvaradodominó la economía de Yucatán, creyendo que beneficiaba alos productores de la fibra, se empeñó en obtener y obtuvoun alto precio para el henequén, pero los agricultores, y prin-cipalmente los fabricantes de maquinaria en los EstadosUnidos, inconformes con el alto precio que tenían que pagarpor el henequén mexicano, inventaron la máquina combina-da que al mismo tiempo que cortaba el trigo lo trataba sinnecesidad de encanillarlo previamente. En un principio, estasmáquinas eran muy complejas y tenían un alto precio, perolos fabricantes americanos de maquinaria fueron gradualmentehaciendo máquinas más pequeñas y, por lo tanto, más bara-

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tas, al grado de encontrarse al alcance de los agricultores me-dianos y pequeños. Entonces el henequén atravesó por unagrave crisis complicada con el hecho de que otros países, comoKenia y Tanganica, en África, y el Brasil, en América, rom-pieron lo que había sido monopolio exclusivo de nuestro país.

Como los henequeneros yucatecos poseían extensiones deterreno mayores que las autorizadas por la Constitución, elseñor General Cárdenas se consideró obligado a hacer unarepartición de tierras en la región yucateca, así como la habíahecho antes en La Laguna. A este efecto, respetando sólo lapequeña propiedad, repartió todos aquellos excedentes queno estaban amparados por la ley entre los campesinosyucatecos, y al mismo tiempo expropió las plantas para tratarel henequén y convertirlo en fibra utilizable. Se acordó en-tonces formar una agrupación en que estuvieran representadoslos ejidatarios, pero que estuviese manejada por un hombrede reconocida competencia y honorabilidad. La empresa, quese denominó Henequeneros de Yucatán, se constituyó comouna sociedad anónima en la cual estaban representados losejidatarios por medio de un representante, y los pequeñosproductores de henequén, al frente de la cual se puso a unjoven propietario henequenero, con amplia experiencia en losproblemas de producción agrícola fabril y de venta en el ex-tranjero, el señor Hernando Ancona. Durante el tiempo enque funcionó esta institución, la labor del señor Ancona fuealtamente satisfactoria, y, antes de retirarse, el Banco de Méxi-co practicó una auditoría comprobando su excelente gestión.

Hubo, sin embargo, que resolver los problemas para organi-zar la producción henequenera sobre las bases indicadas.Recuerdo que el representante que nombraron los ejidatariosera un joven originario de la región de Motul que era altamen-te estimado por los ejidatarios no solamente de su pueblo deorigen sino de toda la región henequenera. Pasaron algunos

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meses, y un día el señor Presidente me llamó a su oficina paradecirme que había mucha agitación entre los ejidatarios deYucatán, y me rogó que fuese personalmente a ver cuál era elorigen del descontento y a poner el remedio. Parece que losejidatarios habían desconocido la representación de la perso-na que habían designado y que pedían su reemplazo por otroelemento.

Como parecía que la agitación tenía ciertos aspectos de gra-vedad, el señor Presidente me pidió que me acompañara elseñor teniente coronel, en aquella época, don Ignacio Beteta,con objeto de que si era necesario, y él ya había dado lasinstrucciones necesarias, nos prestara apoyo el jefe de la zonamilitar en el estado de Yucatán. Nos trasladamos, el jovenrepresentante de los ejidatarios, el señor teniente coronelBeteta y yo, a la plaza de Motul, y ahí reunimos en asambleaa todo el pueblo. Yo le pedí al representante, dada la estima-ción que antes habían tenido los ejidatarios por él, que enmaya se dirigiese a ellos anunciando el objeto de nuestra visi-ta y el deseo de satisfacer las necesidades legítimas que ellospudiesen expresar. Apenas empezó a hablar el delegado mayaempleando su propia lengua cuando empezaron los silbidos ylas muestras de protesta de los ejidatarios, lo cual me obligó adirigirme entonces, personalmente y en español, a la asam-blea de los ejidatarios. A mí me extrañaba que un elementoque antes había sido tan querido en toda la región hubieseperdido completamente el apoyo de sus correligionarios, yme puse a investigar si efectivamente había cometido algunafalta en el desempeño de su representación. Me informé deque en el corto tiempo que este representante ejidal habíadesempeñado sus funciones, no había tenido ni tiempo nioportunidad de cometer ninguna falta, que simplemente ha-bía cometido la imprudencia, pues disfrutaba de un sueldomuy importante en la asociación, de presentarse en su pueblo

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elegantemente vestido, usando sombrero de Panamá de al-gún valor, y los mayas de Motul, a quienes les habría parecidolegítimo que un blanco hubiese usado dicha indumentaria, loencontraban imperdonable en uno de su misma raza; ésa erala única falta que había cometido el representante de Motulde Henequeneros de Yucatán. Expliqué a la asamblea que surepresentante había cumplido sus obligaciones en forma de-bida, y que no tenían motivo para pedir su remoción, que laindumentaria que usaba actualmente era común y que la ha-bía adquirido con sus propios recursos. Logré calmar laagitación y que la marcha de la institución siguiera su cursonormal.

La Secretaría de Hacienda, durante el régimen del GeneralCárdenas, tenía a su cargo el Banco Agrícola y el Banco Ejidal,que se creó durante esa administración. El Secretario de Ha-cienda, por encargo especial del Presidente, fungió comoPresidente del Consejo. Además, como se recibían constan-temente quejas de los ejidatarios, principalmente de que losbancos no se manejaban correctamente, quiso el General Cár-denas que se celebrasen reuniones periódicas, siemprepresididas por el Secretario de Hacienda, y a las cuales, ade-más de discutir los problemas locales, se invitase, en presenciade los funcionarios del banco, a los ejidatarios para que ex-presaran sus quejas. En estas reuniones los ejidatarios, sin elmenor temor, expusieron ante el Secretario de Hacienda y losfuncionarios del Banco Ejidal las quejas que tenían contraéste. Éstas eran principalmente abusos cometidos por el ban-co que obligaban a adquirir maquinaria a precios exorbitantescomo condición para que recibiese el crédito necesario. Antemi recomendación de que vieran a los ingenieros agrónomos,funcionarios del banco, como amigos que les iban a enseñarlos progresos en la técnica agrícola, aquéllos contestaban queno eran tan tontos para no estar dispuestos a seguir las opi-

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niones y consejos de quienes sabían más, pero afirmaban queellos, por su larga práctica en la agricultura y en los cultivos aque estaban acostumbrados, creían tener más conocimientosque los agrónomos que formaban parte del Banco Ejidal.Recuerdo que en una de las reuniones, en Torreón, losejidatarios me manifestaron que los ingenieros del banco seempeñaban en que se sembrara una semilla de algodón llama-da mid-bene. Los agricultores ya habían ensayado en sus camposesta semilla con resultados muy pobres, por lo que se rehusa-ron a aceptar la propuesta de los ingenieros del banco. Comoéstos se empeñaron en usarla, tuvieron que arriesgarse, perofirmaron previamente un acta por la cual el banco se compro-metía a indemnizar a los campesinos en caso de que losrendimientos por el uso de esa semilla fuesen inferiores a losobtenidos mediante otras semillas. Así fue, y el banco se vioobligado a indemnizar a los campesinos por una cantidad bas-tante elevada.

No escasearon los problemas, principalmente entre agricul-tores y ejidatarios y pequeños propietarios. Estandonuevamente en Torreón, presidiendo una de esas reunionesde ejidatarios, recibí un telegrama del Presidente, en que merogaba me trasladase a la ciudad de Delicias, Chihuahua, endonde se sabía que había graves desacuerdos entre losejidatarios y los pequeños propietarios, que amenazaban enconvertirse en un conflicto armado. Me trasladé a la ciudadde Delicias, llevando conmigo al gerente del Banco Ejidal,señor Manuel Meza Andraca. En la estación esperaba un gru-po de ejidatarios y otro de representantes de los pequeñospropietarios, ambos empeñados en que yo presenciase unamanifestación que tenían preparada para el día siguiente a finde demostrar las fuerzas respectivas de ambos grupos. Eraesta gente del norte del país, toda bien armada y bien monta-da, la misma que acompañó a Villa durante la Revolución, y

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seguramente, de no haber operado con la necesaria pruden-cia, habría habido un encuentro entre un grupo y otro con elconsiguiente saldo de heridos y muertos, pues los dos gruposestaban resueltos a usar sus armas.

Yo les indiqué que con gusto acudiría a la manifestación aldía siguiente, pero que la de los pequeños propietarios ten-dría lugar en la mañana y la de los ejidatarios en la tarde, ycada uno de los grupos, terminada la manifestación, se retira-ría a sus tierras; que nombrasen comisiones que discutiríansus problemas. Efectivamente, al día siguiente desfiló un grupode pequeños agricultores, todos montados en buenos caba-llos y perfectamente armados con carabinas y sucorrespondiente dotación de cartuchos en las cananas. Lomismo ocurrió en la manifestación de los ejidatarios, forma-da por gente de la misma calidad que los pequeñospropietarios, gente que también había sido comandada en lalucha armada por Pascual Orozco y por Pancho Villa. Poste-riormente recibí a las comisiones de ambos grupos, que pedíanuna repartición más justa del agua de riego, alegando que elbanco daba preferencia a los ejidatarios sobre los pequeñospropietarios; además, se quejaban de que el Banco Ejidal des-cuidaba el mantenimiento de canales y caminos de sistemade riego. Estos problemas, que no revestían gran importan-cia, fueron resueltos sobre la marcha por instituciones precisasque se dieron al Banco de Crédito Ejidal, y la tranquilidadrenació en la región.

Al ser sustituido el gobierno del señor General Cárdenaspor el del señor General don Manuel Ávila Camacho, fue nom-brado ministro de Agricultura mi amigo el señor ingenieroMarte R. Gómez. Éste me manifestó, desde la toma de pose-sión de su cargo, que él creía que debía modificarse la ley deSecretaría del Estado, y que la Secretaría de Agricultura de-bería manejar los dos bancos agrícolas; que de otra manera la

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Secretaría, sin la posibilidad de usar los medios financierosde intervenir en el campo, se vería reducida al triste papel dedar simplemente opiniones y consejos que nadie obedecería.Creí que tenía completa razón y le manifesté que estaba ab-solutamente de acuerdo, y así podríamos manifestarlo al señorPresidente, de manera que en esas condiciones los bancosagrícolas pasasen a formar parte de la Secretaría de Agricul-tura, aunque se exigía que la Secretaría de Hacienda tuvieseuna persona encargada con el objeto de evitar despilfarros ydar cuenta de la forma en que se administraba la agricultura,principalmente la ejidal. Estaba yo perfectamente conscien-te, por la experiencia adquirida anteriormente durante elrégimen del señor General Cárdenas, de que el Banco Ejidal,y aun el Agrícola, podrían operar realmente como bancos so-lamente en aquella agricultura que estuviese dotada deirrigación, en la que se podía emplear una técnica avanzadaen materia agrícola y en la que estuviese asegurada la recupe-ración de los fondos prestados. En la agricultura de temporal,en la que tenía que dependerse del mero cielo del país, larecuperación no podía ser segura en todos los casos, sino quea falta de lluvias oportunas el gobierno tendría que ayudar alos agricultores al pago de sus créditos mediante un subsidioque habría, en ese caso, de reponer las pérdidas que sufrieseel banco por causa de falta de pago de sus clientes, debiendoentonces el banco convertirse en una especie de agencia deayuda para la agricultura. Esto era indispensable, pues ade-más de favorecer a la gente de campo ayudándola a subsistir,el país tenía necesidad principalmente de la producción demaíz, que se cultiva en buena parte de las tierras de temporal.

El señor ministro de Agricultura, ingeniero Marte R. Gómez,llevó adelante, durante su período como ministro, una de lasmás grandes revoluciones que se han operado en la agricultu-ra mexicana. El señor Henry Wallace, Secretario de

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Agricultura de los Estados Unidos, visitó en una ocasión alseñor ingeniero Marte R. Gómez y le preguntó si estaría dis-puesto a ensayar en México la producción de semillas híbridasy de semillas mejoradas. El señor Wallace había sido hijo deun agricultor americano que había hecho una enorme fortunacultivando semillas híbridas de maíz y vendiéndolas a los agri-cultores, y por eso tenía una gran confianza en laspotencialidades que estas semillas podrían ofrecer a México.Desgraciadamente estas semillas no podían ser importadas,sino que tenían que producirse en el mismo país en que ibana ser utilizadas, por lo que había necesidad de proceder a unaorganización completa para producirlas en el país. El señoringeniero Marte R. Gómez aceptó la sugestión de su colegaamericano, y éste influyó con la Fundación Rockefeller paraque las mandase a México, y que empezaran en la Escuela deAgricultura de Chapingo a hacer las siembras necesarias parael maíz híbrido. Posteriormente, la misma FundaciónRockefeller envió a México al doctor Borlaug, quien por susgrandes servicios a la alimentación mundial mereció que se leconfiriese el Premio Nóbel de la Paz. Bajo la dirección deldoctor Borlaug y de un grupo de eminentes agrónomos quefueron educados directamente por él, o que estudiaron lagenética de las semillas en universidades americanas, no so-lamente se produjo suficiente semilla para satisfacer lasnecesidades del país, sino aun para exportar a varios países,principalmente de Asia, sobre todo la India y Paquistán. Paradar una idea de la gran importancia de esta revolución, que sehizo en forma callada pero altamente eficiente, basta recor-dar que mientras antes del uso de los híbridos la cosecha demaíz en las mejores condiciones apenas llegaba a una tonela-da por hectárea, yo personalmente logré producir, en unapequeña finca que tenía en el Estado de México, hasta 15toneladas por hectárea, si bien utilizando todos los elemen-

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tos de la técnica agrícola moderna, tales como fertilizantes ymaquinaria apropiada.

Respecto a las semillas de trigo, en el campo mexicano, enlas mejores condiciones se producían 15 granos por cada unsembrado, y la cosecha total difícilmente llegaba a media to-nelada por hectárea. Cuando es posible levantar como selevantan en los estados del noroeste del país cosechas queexceden al promedio de trigo que se produce en los EstadosUnidos, no puede uno menos que aceptar la gran revoluciónverificada en la agricultura mexicana, que ha incrementado elterritorio cultivable del país precisamente en uno de los pun-tos más importantes, como es la alimentación del pueblo.Desgraciadamente, para que los híbridos y las semillasmejoradas den todos sus frutos es indispensable que se culti-ven en terrenos de regadío convenientemente abonados yusando las buenas técnicas que aconseja la moderna agrono-mía, pero esas condiciones gradualmente se están reuniendogracias a la labor de la Secretaría de Recursos Hidráulicos,que aumenta las áreas irrigadas y que hace posible la granagricultura.

CAPÍTULO XII

LOS FERROCARRILES MEXICANOS

AL INICIARSE EL GOBIERNO DEL señor General Cárdenas,Ferrocarriles Nacionales no recibía subsidio del go-bierno, y aun tenía algún pequeño superávit formado

principalmente por el impuesto que se había creado del diezpor ciento sobre sus ingresos, que estaba destinado a pagar ladeuda de los ferrocarriles y además a proveer a los mismos delequipo que les hacía falta. Poco tiempo después de iniciadoel gobierno del señor General Cárdenas, y debido a la debili-dad del gerente que se nombró para manejar Ferrocarriles,señor ingeniero Madrazo, éste, sin consultar a su Consejo,prometió a los trabajadores aumentos de sueldos que des-equilibraban completamente la situación financiera de laempresa. El señor ingeniero Madrazo citó a una junta de suConsejo con carácter urgente para informarle de la promesaque había hecho a los trabajadores. Del Consejo, que yo pre-sidí, formaba parte el señor General Francisco Mújica,Secretario de Comunicaciones y Obras Públicas. Ante la sor-presa de los consejeros, de que se hubiesen hecho promesastan graves a los trabajadores sin haber consultado previamentela opinión del Consejo, el señor ingeniero Madrazo contestóque la cantidad que él había ofrecido era tan pequeña que no

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creyó necesario consultarlo previamente. Llamé a un emplea-do de Ferrocarriles, en cuya capacidad yo tenía plena confianza,y le pedí que me hiciera una evaluación aproximada de lo quesignificarían las promesas del señor Madrazo; este competen-te empleado volvió al poco rato a manifestar ante el Consejola enorme cantidad que representaba lo ofrecido por Madrazo.Inmediatamente fui a ver al señor Presidente, que se encon-traba enfermo de una apendicitis de la cual iba a ser operado,y le informé brevemente de la situación. Le manifesté mi opi-nión de que no debíamos ceder ni apoyar las extravagantesconcesiones hechas por el señor ingeniero Madrazo, debidasa su debilidad o a su ignorancia, y que yo tenía la completaseguridad de que aunque no se accediese a tales pretensio-nes, no habríamos de temer una huelga de los ferrocarrileros.

Había yo, poco antes, recorrido buena parte del sistema yhabía encontrado que la mayor parte de los obreros que ma-nejaban los ferrocarriles no apoyaba la política de sus dirigentesde la Ciudad de México, principalmente guiados por los ofici-nistas. Creía yo que sí era conveniente acceder a una alza desalario razonable, después de un estudio que no sería difícilhacer, dentro de la capacidad económica de la empresa, y queno estallaría la huelga con la que el sindicato amenazaba siéste no encontraba apoyo en algún sector del gobierno. Mepreguntó el General Cárdenas que de dónde creía yo que po-día venir el apoyo para la huelga, y le contesté que podíavenir solamente de dos personas: del propio General Mújicao de su secretario particular, el señor licenciado LuisRodríguez, cuya simpatía por las demandas de losferrocarrileros era evidente. El señor Presidente me contestóque él hablaría con sus dos subordinados, y que no abrigasetemor de que hubiese ningún apoyo de parte de ellos; que sehiciese una exposición bien fundada de por qué no era posi-ble atender las demandas del sindicato y que esta exposición

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se hiciese pública no solamente por el telégrafo, donde pudie-ra haber tal vez obstáculos por parte del sindicato, sino pormedio de aviones de la Secretaría de Guerra que la transmi-tiesen en todos los centros de trabajo en el sistemaferrocarrilero. Así pasó, y la huelga, a pesar de las bravatasdel sindicato, no llegó a efectuarse; después, con toda tran-quilidad, se discutió en una junta concediendo un aumentorazonable a los trabajadores.

Las demandas obreras, sin embargo, continuaron cada vezmás apremiantes, aunque siempre se procuró mantener losaumentos dentro de la capacidad económica de la empresa.Más que las demandas obreras, lo que preocupó al Presidentefueron los frecuentes accidentes, principalmente por choquesfrontales, cosa que parecía haber quedado suprimida en casitodos los ferrocarriles del mundo. Éstos eran debidos a lafalta de disciplina reinante, pues no se obedecían los regla-mentos y las sanciones no se aplicaban por condescendenciadel sindicato, principalmente cuando ocurría algún grave si-niestro con muchas pérdidas de vidas, debido a causascompletamente imputables a miembros de la administración.

El Presidente Cárdenas, que nunca perdió su confianza enla clase obrera mexicana, creyó resolver el problema entre-gando la administración de Ferrocarriles a los propios obreros,considerando así responsabilizarlos tanto de la disciplina in-terior como de la situación financiera de la empresa. Losobreros ferrocarrileros no respondieron a esta confianza, y alinaugurarse el régimen del señor General Ávila Camacho ésterecuperó para el gobierno la administración de los Ferrocarri-les Nacionales sin que los obreros, probablemente convencidosde la justificación de la medida, opusieran ninguna resisten-cia. No es que los administradores designados por los obreros,principalmente su Presidente, don Juan Gutiérrez, no estu-viesen animados de los mejores deseos de responder a la

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confianza del Presidente, sino que fueron totalmente incapa-ces de resistir la presión del sindicato, tanto por lo que serefiere al aumento de salarios y prestaciones como respecto ala aplicación de las sanciones. El ferrocarrilero mexicano esseguramente altamente capaz, y principalmente los emplea-dos más viejos en el servicio ven con tristeza la relajación dela disciplina, pues tienen cariño por su oficio y ven en Ferro-carriles una fuente permanente de trabajo para ellos y aunpara sus hijos, pues procuran que ingresen al servicio de losNacionales. El gobierno, posteriormente, ha hecho esfuerzospara corregir este mal, y se han nombrado comisiones técni-cas competentes que han propuesto los remedios pararehabilitar a Ferrocarriles, pero el problema, por diversas cau-sas, aún permanece sin solución; los sacrificios que hace elerario federal para mantener las líneas en servicio han resul-tado estériles, y se han tenido que sufragar los gastos tanto delas líneas como del equipo.

De nuevo a cargo del gobierno las líneas de los Nacionales,se organizó un servicio público descentralizado que planeó elConsejo de Administración, y se estableció que el Presidentede la República nombraría directamente al director. La Secre-taría de Hacienda dejó, por lo tanto, de figurar directamenteen la administración de los Ferrocarriles Nacionales. Poco selogró con la administración del gobierno en esta segunda eta-pa en cuanto a la mala situación financiera de Ferrocarriles,cuyos principales vicios consisten en el exorbitante númerode trabajadores que manejan el sistema, a las altas prestacio-nes que obtienen, en total desproporción con la capacidadeconómica de la empresa, y a la falta de disciplina para san-cionar, de acuerdo con los reglamentos, la falta decumplimiento de éstos. Sin embargo, se lograron algunas im-portantes innovaciones, como fue la adquisición por elgobierno y con fondos de éste de máquinas Diesel, que fue-

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ron las primeras, o unas de las primeras, que se emplearon enservicios de carga y de pasajeros. Esto tuvo lugar cuando donMargarito Ramírez, viejo ferrocarrilero que había sido nom-brado director de los Nacionales por el señor Presidente ÁvilaCamacho, dejó este puesto, pues sin conseguirlo se propusoimponer orden y disciplina entre sus compañeros, y la presiónde los sindicatos lo obligó a dimitir. Entonces la Secretaría deHacienda lo comisionó para ir a los Estados Unidos a estu-diar la posibilidad de sustituir las locomotoras de vapor porlocomotoras de Diesel. El informe del señor Ramírez fue en-teramente favorable a la implantación de ese sistema, despuésde haber visto la planeación en el ferrocarril que va de Laredoa Corpus Christi, y cuyo interventor, el señor Morrison, habíaensayado el uso de locomotoras Diesel en esta línea. Cuandoel Gobierno Federal dispuso de fondos para hacer alguna ad-quisición importante de metal rodante para Ferrocarriles, laSecretaría de Hacienda recomendó que se adquiriesen loco-motoras Diesel. Sin embargo, el dictamen de los consejerostécnicos fue adverso al uso de esas locomotoras, y, en tran-sacción con la opinión de los viejos ferrocarrileros, se obtuvoque la mitad fuera de Diesel y el resto máquinas de vapor.

La experiencia de los Nacionales demostró la indiscutibleventaja de las máquinas Diesel, y en el futuro la adquisiciónde máquinas fue exclusivamente de este tipo de fuerza detracción. Cuando los Estados Unidos entraron en la guerra,comenzó a ser cada vez más difícil la adquisición de equipoindispensable para reparación del existente o la adquisiciónde equipo nuevo. En uno de mis frecuentes viajes a los Esta-dos Unidos, tuve oportunidad de discutir con los funcionariosdel War Production Board, que alegaban que la cantidad decobre que necesitaban los ferrocarriles debía servir para cons-truir quién sabe cuántos cartuchos de guerra. Me vi precisadoa conferenciar con el Secretario de Comercio, nuestro buen

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amigo el señor Jesse Jones; este distinguido hombre de nego-cios nacido en Texas tenía cierta predisposición contra losmexicanos, según me confesó alguna vez, la cual se tornó ensimpatía debido a la influencia de su segundo en el ministe-rio, señor Clayton, el famoso algodonero americano que habíatenido oportunidad de conocernos bien, pues había realizadoimportantes negocios en México. El señor Jones dijo que eraenteramente inexplicable la conducta de algunos funciona-rios americanos para con México y que él tomaría las medidasnecesarias, pero me aconsejó: “A estos funcionarios debe us-ted sonarles el látigo (crack them the whip) y hacerles ver queMéxico envía anualmente cobre por alrededor de treinta miltoneladas, y que las necesidades de los Ferrocarriles Nacio-nales no llegan siquiera a una tonelada”. En vista de esasdificultades, y teniendo en cuenta que los americanos necesi-taban que las líneas nacionales estuviesen en perfectascondiciones de trabajo, enviaron a México una comisión pre-sidida por el señor Walter Stevens, alto funcionario de losFerrocarriles Missouri Pacific, que enlaza con nuestras líneasen Laredo, y que siempre había mostrado simpatía por lasnecesidades del sistema nacional. Esta simpatía no era abso-lutamente desinteresada, pues el Presidente de estas líneasme manifestó una vez que, en varias ocasiones, cuando elMissouri Pacific se encontraba en dificultades financieras, lohabía salvado los ingresos provenientes del tráfico de Méxi-co, que cada vez ha sido mayor. El señor Stevens vino a Méxicocon un grupo de expertos americanos de primer orden, y antecualquier contingencia que surgía, pedía a los Estados Uni-dos el experto o grupo de expertos necesarios para satisfacerla,que les eran enviados en el acto por aquel país. Entre ciertoselementos de los ferrocarriles era un tanto impopular, puescon frecuencia se oponía a que se comprara material crítico,pues era uno de los objetos por los cuales él había sido envia-

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do a México, pero eso ayudaba igualmente a los Ferrocarrilesa economizar buenas cantidades de dinero. Frecuentementese pretendía hacer pedidos de materiales a los Estados Uni-dos, y los expertos de Stevens encontraban grandesalmacenamientos de esos mismos materiales, cuya existenciaera, inclusive, desconocida por los altos funcionarios de nues-tras líneas. La misión del señor Stevens y sus compañeros enMéxico fue altamente benéfica; hizo muy importantes estu-dios sobre muchos de los problemas que aquejaban a nuestrosNacionales; algunos de estos estudios fueron llevados a lapráctica y otros permanecen en los archivos. Stevens era untanto pesimista respecto a la situación de nuestros ferrocarri-les, no por falta de capacidad del obrero mexicano ni tampocopor falta de recursos para financiar una eficiente estructuraciónde los mismos; la deficiencia principal radicaba en los funcio-narios ejecutivos que, según él, era difícil improvisar en pocotiempo. “En los Estados Unidos”, decía, “todas las grandeslíneas son manejadas por ferrocarrileros que tienen muchosaños de prestar servicios en ellos y que han acumulado unagran experiencia pasando por las diversas divisiones de losmismos.” El primer requisito que en la opinión de Stevensdebía tener Ferrocarriles era que los trabajadores tuvieran laconciencia de que sus jefes conocen el oficio mejor que ellos.Tuve en varias ocasiones oportunidad de comprobar la ver-dad de esta afirmación, al mismo tiempo que la capacidad delseñor Stevens. Recuerdo que una vez lo acompañé, como lohacía con frecuencia, a los talleres de Nonoalco. Un obreroestaba manejando una máquina en forma inconveniente. Elseñor Stevens le dijo al obrero que estaba manejando mal sumáquina, y le pidió que se quitara para que él le enseñaracómo manejarla. La mirada de rencor que le dirigió el obrerofue manifiesta, pero ésta, y el semblante airado del trabaja-dor, fue cambiando hasta convertirse en admiración cuando

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vio al señor Stevens manejar perfectamente su máquina yentregarle, al cabo de un tiempo, una pieza perfecta. “Ahora”,le dijo, “haz la pieza tú mismo exactamente como has vistoque yo la he fabricado”, lo que hizo el obrero con gran satis-facción. Le decía yo al señor Stevens que podríamos contrataren los Estados Unidos o en Europa a los expertos necesariospara el manejo de nuestras líneas. Él aceptó que esto era po-sible, “pero”, me dijo, “les faltará a los extranjeros que ustedtraiga el espíritu de afecto y de confianza que los obrerostiene hacia sus jefes, lo que nosotros llamamos leadership. Estacualidad solamente la pueden lograr los obreros que conoz-can las costumbres e idiosincrasia de los obreros mexicanospor haber nacido en el país.”

Antes de ocupar la Secretaría de Hacienda, había tenidooportunidad de participar en la adquisición del FerrocarrilInteroceánico, que los expertos nacionales consideraban in-dispensable, o cuando menos muy conveniente, paracompletar la red y para incluir la terminal de Veracruz, ha-ciéndola de vía ancha, el cual pudo adquirirse en condicionesverdaderamente excepcionales en la cantidad de once millo-nes de pesos.

Al terminar el gobierno del señor General Ávila Camacho,quiso éste, un poco cediendo a los consejos y a la presión delSindicato de los Ferrocarrileros, que se adquiriese igualmenteel Mexicano, adquisición a la que me había venido oponiendopor no considerar que fuese necesario para el país. Obede-ciendo, pues, instrucciones precisas, me vi obligado aintervenir también en la adquisición del Ferrocarril Mexica-no. El señor Holmes, ciudadano inglés y director de esta línea,tenía en un principio pretensiones altamente exageradas, quese vio obligado a reducir cuando le hice ver que el FerrocarrilInterocéanico, manejado por el gobierno, estaba en condicio-nes de hacerle al Mexicano una competencia verdaderamente

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mortal, y que el Mexicano, debido a ésta, se vería obligado areducir muy considerablemente sus ingresos. Después de dis-cutir largamente aceptaron el señor Holmes y sus jefes deLondres la cantidad de cuarenta millones de pesos, mediantela cual se adquirió este sistema.

Los Ferrocarriles Nacionales siguen absorbiendo –princi-palmente en la forma de personal numeroso, en buena parteinnecesario y altamente remunerado– buena parte de los re-cursos de la nación. Ya no es la capacidad económica de laempresa la que limita las demandas de sus trabajadores, puesahora sostienen la teoría de que los ferrocarriles son un servi-cio público que debe ser sostenido por el Estado con losingresos normales, como cualquier otro servicio público, porejemplo el ejército o las escuelas. Para los que creen que elmodelo correcto de crecimiento, no sólo de México sino delos países de América Latina, está en fomentar la inversión,que tiene por objeto único y primordial el de crear empleosbien remunerados, los Ferrocarriles Nacionales pueden servircomo un buen ejemplo.

Es cierto que los ferrocarriles han constituido en todo elmundo un problema difícil de resolver por la competenciaque les hacen otros medios de transporte, y en todas partes sehacen estudios con objeto de salvaguardar su vida, que aúnes útil cuando se trata de transportar mercancías de poca den-sidad económica. Estudios meritorios se han hecho en losEstados Unidos y en buena parte de los países de Europa. Yocreo, aunque es difícil, que los ferrocarriles pueden volver aser una industria floreciente, dando así empleos remuneradosa un gran número de obreros, siempre que se aumente enforma debida la eficiencia en los transportes y buscando laeficacia en la competencia con otros medios de transporte.

CAPÍTULO XIII

LA POLÍTICA CREDITICIA Y EL BANCODE MÉXICO

1. La reorganización del sistema financiero

DESDE QUE FUI INVITADO A ocupar la Secretaría de Ha-cienda, comprendí que era conveniente proceder in-mediatamente a la reorganización del sistema ban-

cario mexicano. Las condiciones del país eran ya propiciaspara que se intentara ese propósito, puesto que apenas se sen-tían ya en México los efectos de la depresión y se iniciaba unperíodo de franco restablecimiento de la economía. Con esepropósito se pensó que debía iniciarse la reforma comenzan-do por una restructuración a fondo del Banco de México.Desde la constitución del 17, en su artículo 28, se establecíaque –contra el sistema de bancos que emitían billetes cadauno por su cuenta, a través de una concesión del gobierno–,de acuerdo con las ideas que en ese particular prevalecían enel mundo, se constituiría en México un banco único que tu-viese el privilegio exclusivo de emitir billetes. Las condicioneseconómicas de aquel entonces no hicieron posible la consti-tución del Banco de México. No fue si no hasta fines de agostodel año de 1925, siendo Presidente el señor General donPlutarco Elías Calles, y bajo la dirección de su hábil ministrode Hacienda, señor ingeniero Alberto J. Pani, que se aprobó

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la primera Ley constitutiva del Banco de México y se fundóéste, ocupando el mismo edificio que ocupa actualmente, una vezque se le adaptó convenientemente para servir a este propósito.

Aunque la Ley Constitutiva da al Banco las facultades de ban-co central, esto fue pura teoría; prevalecía todavía en el país ladesconfianza hacia el papel moneda, emitido durante la Revolu-ción por los diversos jefes militares, que había ido perdiendo suvalor hasta que dejó de circular, siendo sustituido por monedasde oro y de plata. En esas condiciones no podía esperarse que elbanco pudiese emitir billetes que tuviesen favorable acogida porel público. El sistema bancario apenas si existía en México, y losque podían llamarse realmente bancos por el importe de sus ope-raciones eran tan sólo sucursales de bancos extranjeros,principalmente canadienses, ingleses y alemanes; de hecho, elBanco de México en la práctica –ya que no en la teoría por lasfacultades establecidas en su Ley Constitutiva– fue tan sólo unbanco comercial que entraba en competencia con los otros ban-cos establecidos en la república. El billete, que de acuerdo con lapropia Ley era tan sólo un título de crédito de circulación volun-taria, prácticamente no llegó a circular. La fusión de los bancosal Banco de México era también voluntaria, y pocos o ningunode los bancos existentes hizo uso de la facultad que les concedíala Ley. Los autores de la Ley del Banco de México sabían perfec-tamente que no estaban creando un verdadero banco central,pero comprendían también que las condiciones del país exigíanque primero se crease un banco, aunque éste actuara solamentecomo un simple banco comercial, que fuere adquiriendo estabi-lidad y prestigio para más tarde transformarlo, cuando lascondiciones del país así lo permitiesen, en un verdadero bancocentral. En el año de 31, siendo ministro de Hacienda el señorMontes de Oca, y en el año de 32, siéndolo el señor ingenieroPani, se hicieron algunas reformas a la Ley Constitutiva del Ban-co, pero las circunstancias, en ambos períodos, no eran propicias

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para que se implantara una reforma a fondo, pues apenas se esta-ba saliendo de la aguda crisis mundial.

En 1935 las condiciones habían mejorado muy considera-blemente, y se creyó que habían llegado el momento de haceruna revisión a fondo de la Ley Orgánica del Banco. Para estepropósito se constituyó una comisión, que presidí como Se-cretario de Hacienda y que estaba formada por el señor Montesde Oca, director del Banco de México, y los licenciados Ma-nuel Gómez Morín, Miguel Palacios Macedo y LucianoWiechers, todos ellos estrechamente vinculados con el Ban-co de México, uno como director y los demás como miembrosde su Consejo Directivo o como consultores.

Así se expidió la nueva Ley Orgánica del Banco de México,cuyos propósitos y lineamientos generales están expuestos enla extensa, bien fundada y magníficamente escrita exposiciónde motivos, redactada por el señor licenciado Miguel Pala-cios Macedo. Desde luego se establece el principio de que lafunción principal, que tiene prioridad sobre todas las demás,como lo establece el mandato constitucional, es la de regularla emisión y circulación de la moneda, los cambios sobre elexterior y el mercado de dinero.

El Banco de México dejó de operar directamente con elpúblico y en competencia con los bancos del sistema, comolo había hecho anteriormente, pero en cambio se le dotó detodos los instrumentos necesarios para ejercer su funciónreguladora; desde luego, se le dio la facultad de emitir billetespagaderos en moneda nacional y con un poder liberatorio ili-mitado, desempeñando las monedas de plata y de cobre lafunción de mero apoyo; sin embargo, para evitar acuñacionesexcesivas de esa especie de moneda, se le dio la facultad decontrolar las acuñaciones de la Casa de Moneda, en forma talque no se acuñaría más moneda de plata, bronce o níquelsino en la cantidad que el Consejo Directivo del Banco consi-derara necesaria por su función reguladora.

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Como los bancos no solamente guardan sus depósitos sinoque a su vez los invierten, éstos se inyectan en forma muyprincipal en el mercado de dinero. En consecuencia, se le dioal Banco de México la función de controlar los bancos delsistema, a efecto de acomodar la política de inversiones delos bancos privados a la política General del banco central.Se le dieron a éste facultades amplias para normar la circula-ción no sólo mediante el control sobre los bancos de depósito,sino también adquiriendo o vendiendo valores en el mercadoabierto, según fuera necesario ampliar o disminuir la circula-ción; aun cuando se le dieron algunas reglas para normar supolítica a ese respecto, éstas fueron muy generales, pues sequiso que el banco no estuviese sujeto a reglas rígidas sinoque tuviese toda la flexibilidad para acomodar su política alas necesidades del país, por lo cual se dio a sus directoresuna amplia facultad de decisión y de responsabilidad en elmanejo de la política de la institución. Para normar los cam-bios sobre el extranjero, se determinó que la reserva monetariaformada por oro, plata y divisas quedase bajo la propiedaddel banco, y todas las operaciones que se hiciesen sobre aqué-llos deberían ser por cuenta de la reserva monetaria; no sefijaron reglas demasiado rígidas para el manejo de esta reser-va, sino más bien se optó, como en la mayoría de los bancoscentrales extranjeros, por el principio de libertad del manejode ella, fijándose solamente un mínimo muy conservador quedebía tener ésta y algunas reglas muy generales respecto de lacomposición de la misma.

Con objeto de que la vigilancia de los bancos se hiciese enforma tal que se ajustara a la política del Banco de México, sedeterminó que la Comisión Nacional Bancaria estaría sujetaa éste en lo referente a las funciones esenciales de la bancacentral, para evitar que se siguiesen políticas divergentes enperjuicio de uno y otros.

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Estaba al frente, como Presidente de la Comisión NacionalBancaria, el distinguido jurisconsulto señor licenciado GabinoFraga, y cuando éste renunció, por un conflicto interno conlos empleados, lo sustituyó el señor licenciado AntonioMartínez Báez, también destacado jurisconsulto. La Comi-sión, con miembros que se escogieron entre peritos en elmanejo de los negocios bancarios, funcionó en forma irrepro-chable. En un principio se dio a los bancos cierta libertadpara liquidar en un plazo determinado, y siempre sujetos a lavigilancia de la Comisión Nacional Bancaria, aquellas opera-ciones que tenían carácter especulativo o que no se ajustabana los términos de la ley, hasta que las instituciones pudierancumplir plenamente los términos legales.

Otra importante función que la ley que se viene comentan-do otorgó al Banco de México fue la de banco de reserva: losbancos que operasen por concesión del gobierno federal pararecibir depósitos a la vista, a plazo o en cuenta de ahorros,tenían la obligación de asociarse con el Banco de México,adquiriendo una parte de las acciones del mismo, y, además,tenían la obligación de depositar en el Banco una cantidadproporcional al número total de sus depósitos. En esta for-ma, el Banco estaba capacitado para acudir en apoyo de lasinstituciones del sistema cuando éstas se encontrasen en difi-cultades, descontando parte de sus activos en el banco central.Además el Banco, aumentando o disminuyendo los depósitosque los bancos del sistema estaban obligados a constituir comoencaje, no sólo ejercía su función reguladora, aumentando odisminuyendo los créditos que los bancos pudiesen conce-der, sino además establecía la posibilidad de orientar lasinversiones de los bancos hacia aquellos campos que se con-sideraban más fructíferos para la economía nacional. El Bancode México tenía además la facultad transitoria de invertir unaparte limitada de sus recursos en la compra de acciones de los

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bancos del sistema, cuando su Consejo de administración locreyese conveniente, para contribuir al desarrollo del sistemabancario y darle solidez fomentando la fusión o agrupaciónde las instituciones de crédito. Esta organización del Banco, yla forma en que se desempeñó han sido materia de encomiopor los estudiosos de nuestra economía. Así, el señor RaymondVernon, profesor de la Universidad de Harvard, en su libro TheDilemma of México’s Development, dice lo siguiente:

Además, cuando los depósitos del sector bancario pri-vado se incrementaron, el Banco de México ensayónuevos sistemas, instituyendo un programa para la re-gulación del crédito. En 1941, los poderes del Bancode México fueron ampliados más allá de lo que consti-tuye un mero banco central de emisión, paratransformarlo en una institución gubernamental teóri-camente capaz de poner en práctica una políticamonetaria. En los siguientes años, el Banco de Méxicoexperimentó con toda la categoría de instrumentosmonetarios que ahora constituye el aparato standard deun Estado moderno.1

Como se enunció en la exposición de motivos de la Ley delBanco de México, era indispensable una revisión de la Ley deInstituciones de Crédito que hiciera compatibles las reglas deoperación de los bancos con los preceptos de la Ley Orgáni-ca; se quiso que el sistema bancario mexicano, además deflexibilidad para atender las necesidades de crédito cada vez

1 Raymond Vernon, Op. cit., p. 98. (El texto inglés, que el autor tradujolibremente, decía, además: “In addition, as the deposits of the privatebanking sector increased, the government’s brilliant minister of finance,Eduardo Suárez, broke new ground by instituting a program for theregulation of credit.» Nota de Francisco Suárez Dávila.)

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más grandes del país, poseyese suficiente solidez para quesólo en condiciones excepcionales tuviese necesidad de recu-rrir al sostén del banco central. Así ha sucedidoposteriormente, pues han sido muy pocos los bancos que sehan visto en dificultades individuales y que han tenido querecurrir al apoyo del Banco de México.

El señor licenciado Gómez Morín, por razones políticas–pues ya para entonces había fundado el Partido Acción Na-cional, y se encontraba en completa oposición al gobierno–,se rehusó, a pesar de haber sido invitado, a formar parte de lacomisión que iba a revisar la Ley de Instituciones, de la que élhabía sido autor prominente. En tal virtud, encargué al señorlicenciado Luciano Wiechers –consultor del Banco de Méxi-co, hombre de gran sentido práctico y experiencia en losnegocios– que formulara el proyecto de reformas. Éste mepidió autorización para incluir en la comisión al señor doctorAntonio Sacristán, español refugiado en México que habíadesempeñado, además de otros cargos en la administraciónde su país de origen, el de subsecretario de Hacienda, cuandofue titular de ésta el ilustre político español don IndalecioPrieto. La Ley de Instituciones de Crédito fue, pues, debida-mente reformada para ponerla en consonancia con losprincipios que imperaban en la Ley del Banco de México. Laconsecuencia fue que, al abandonar el señor General ManuelÁvila Camacho el gobierno de la república, ésta quedaba conun sistema bancario sólido y flexible, que después, como esnatural, ha ido desarrollándose, y que contribuye cada vezcon más vigor al desarrollo económico de nuestro país.

Las instituciones de seguros no lo son de crédito, pero comorecogen el ahorro del pueblo en grandes proporciones, contri-buyen a la formación de capital nacional, y se consideran comodependientes de la Secretaría de Hacienda y sujetas a su vigi-lancia. Al tomar posesión de la Presidencia el señor General

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Cárdenas, las instituciones de seguros eran en su inmensamayoría extranjeras, principalmente inglesas, aunque habíaalgunas españolas; estas instituciones invertían en el extran-jero el ahorro recogido en el país, y contribuían a robustecerlas economías de otros países. Urgía, pues, hacer una revisiónde la ley respectiva –lo mismo que se había hecho anterior-mente con la Ley de Instituciones de Crédito– para que lasinstituciones de seguros invirtiesen tanto su capital como susreservas en el país, permitiéndoles sólo invertir en el extran-jero cuando tuviesen obligaciones constituidas en esasmonedas. A ese fin, la Dirección de Crédito de la Secretaría,entonces a cargo del señor licenciado Ricardo J. Zevada, for-muló un proyecto en los términos indicados, el cual, antes deser publicado, se dio a conocer a las instituciones de segurospara que formulasen sus observaciones. Las compañías, prin-cipalmente las inglesas, que no estaban conformes,naturalmente, con el proyecto en su parte medular, es decir,la obligación de invertir sus reservas en el país, designaronuna comisión que vino de Londres con objeto de discutir conla Secretaría de Hacienda los términos de la ley.

Se escuchó con toda imparcialidad a esta comisión; en aque-llos puntos en que se consideró que tenían razón seintrodujeron las correcciones correspondientes, pero en aque-llo en que la Secretaría se manifestó absolutamenteintransigente fue en permitir que las instituciones invirtiesencapital y reservas en el extranjero.

Los ingleses se consideran maestros en tres actividades: labanca comercial, el negocio de seguros y la marina mercante;teniéndose, pues, en este concepto, las compañías decidieronque si no podían operar en los términos que ellas considera-ban convenientes, preferían retirarse del país, pensando,probablemente, que nosotros no estaríamos capacitados paramanejar un negocio que consideraban extraordinariamente

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complicado para aquellos que no fueran profesionales alta-mente calificados.

Las compañías, efectivamente, se retiraron y dejaron deoperar en el país; pero como el negocio de seguros era unanecesidad, en el acto se constituyeron sociedades mexicanasque tomaron a su cargo los negocios de seguros, y que fueronadministradas, entre otros, por los mismos empleados quehabían recibido educación y entrenamiento sirviendo a lasempresas extranjeras. El sistema de seguros ha ido creciendo,constituido en su mayoría por capital y dirección nacionales,y contribuye al desarrollo de la economía mexicana a travésde sus inversiones. Doy a continuación algunas cifras quedemuestran cuál era el estado de las empresas de seguros alterminar el gobierno del señor General Ávila Camacho. En elaño de 1934, inmediato anterior al de la vigencia de la nuevaley, las reservas de las instituciones de seguros alcanzaban41,9 millones de pesos. Sus tenencias de valores extranjerosalcanzaban 19 millones de pesos, y las nacionales sólo 2,2.En 1945 las reservas alcanzaban 228 millones de pesos. Losvalores nacionales alcanzaban 91,3 millones y los extranjerossólo 7,7 millones.2

2. La creación del Banco de Comercio Exterior

La Secretaría de Hacienda creyó conveniente tener un bancopara financiar operaciones de comercio exterior, principal-mente las exportaciones de productos mexicanos. Con estemotivo se constituyó el Banco de Comercio Exterior, quecomenzó a operar el día 1o de julio de 1937, y se nombrócomo director gerente al señor don Roberto López, que teníaun amplio historial como funcionario público en la Secretaría

2 Datos tomados de: Eduardo Suárez, Op. cit., p. 342. Nota de FranciscoSuárez Dávila.

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de Hacienda, y cuyos servicios no pude utilizar en el puestoen que había servido anteriormente, oficial mayor de la pro-pia Secretaría. La elección no pudo ser más acertada; el señorLópez actuó como director gerente del mencionado bancodesde su fundación hasta 1946.

3. Las convenciones bancarias

Desde el tiempo en que fue secretario el señor ingeniero Panise celebraban con alguna periodicidad convenciones entre losbanqueros, a las cuales se invitaba al Secretario de Haciendapara discutir con él en forma pública y franca algunos de losproblemas relacionados con las actividades bancarias. Du-rante el tiempo en que fui Secretario de Hacienda estasconferencias se verificaban regularmente cada año (con ex-cepción del período 1937-1940), y en ellas se expresabanpuntos de vista de los banqueros; al finalizar, el Secretario deHacienda hacía un resumen de los puntos tratados e indicabacuál era el punto de vista del gobierno. A algunas de estasconvenciones asistía el Presidente de la República, simple-mente para dar más solemnidad a las mismas y para declararlasinauguradas. Acto continuo, el Secretario de Hacienda hacíauna exposición para dar a conocer a la banca organizada elestado de las finanzas nacionales. La prensa del país y delextranjero mandaba representantes a estas conferencias y lesconcedía una gran importancia en sus columnas.

Los banqueros estaban divididos en dos grupos: uno, quecapitaneaba el Banco Nacional, representaba principios másliberales que los seguidos por su principal rival, el Banco deComercio, y que tenía una actitud francamente amistosa y decooperación con el gobierno. El otro estaba representado porel Banco de Comercio y sus filiales; desde la fundación deeste banco, su subdirector, el inteligente banquero don

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Eustaquio Escandón –que había hecho estudios bancariosen la Universidad de Lovania, en Bélgica–, había aconsejadoque, en lugar de formar sucursales en el resto del país, secreasen organismos filiales, es decir, bancos dependientes enlos cuales el Banco de Comercio tendría alguna participaciónen el capital y en la dirección técnica, pero que los bancosfueran poseídos y administrados por intereses locales. Esto lohabía aprendido el señor Escandón de las lecciones de sumaestro en política bancaria en la universidad belga.

Esta circunstancia daba una gran ventaja en las convencio-nes bancarias, así como en el ejercicio de la banca, al Bancode Comercio, pues cada uno de los filiales reclamaba un pues-to y un voto en la convención, mientras que el Banco Nacionalno podía aspirar más que a un voto, no obstante que tenía ungrupo grande de sucursales distribuidas a lo largo del país.Por lo demás, en aquella época el Banco de Comercio repre-sentaba una política muy conservadora, pues creía su director,el distinguido banquero don Salvador Ugarte, que los bancoscomerciales deberían limitarse a verificar operacionesnetamente comerciales, es decir, financiar exclusivamenteoperaciones para la movilización de mercancía ya creada oque estaba creándose, lo cual limitaba bastante el campo deacción del Banco. El Banco Nacional, por el contrario, alega-ba que la política seguida por el Banco de Comercio, einspirada en los principios tradicionales del Banco de Inglate-rra, era enteramente inadecuada para un país en desarrollocomo México, y robustecía su argumentación expresando quelos mismos banqueros ingleses, cuando habían intervenidoen la formación institucional de países semejantes a México–como por ejemplo a través de la Ley del Banco Central deAustralia y Sudáfrica, y aun en la Argentina, donde fueroninvitados a cooperar como expertos–, habían abandonado losprincipios del Banco de Inglaterra y aconsejado y aplicado en

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las legislaciones en las que habían intervenido como consul-tores principios mucho más amplios.

Los banqueros de ambos grupos discutían con gran acritudquién iba a ser el Presidente de la Asociación durante el añosiguiente y quiénes los funcionarios principales de la misma.No creo que tuviesen este interés por razones de principio,pues, verificada la elección, el grupo triunfante se ocupabapoco de los asuntos que corporativamente interesaban a labanca mexicana. Los banqueros elegían para la celebraciónde su convención anual algunas de las más importantes ciu-dades de la república, en las que hubiese suficientes recursospara alojar al grupo numeroso de banqueros y funcionarios,así como –costumbre que se fue haciendo cada vez más per-sistente– a banqueros del exterior. Así se celebraronconvenciones tanto en la Ciudad de México como enChihuahua, Monterrey, Acapulco y Veracruz, durante el tiem-po en que yo estuve al frente de la Secretaría de Hacienda.Las conferencias ordinariamente eran acompañadas de feste-jos bastante agradables con que los banqueros locales seagasajaban ellos mismos y a sus invitados.

4. Las relaciones de la Secretaría de Hacienda con eldirector del Banco de México

Cuando me hice cargo de la Secretaría de Hacienda, era di-rector General del Banco de México el señor ingeniero GonzaloRobles, persona que disfrutaba de toda la confianza de miantecesor, el señor licenciado Ricardo J. Zevada. El señoringeniero agrónomo don Gonzalo Robles es persona de granhonorabilidad y de buena cultura en materia económica, peroun poco vacilante para tomar decisiones y asumir responsabi-lidades en una posición como la del banco central, en la queson indispensables estas cualidades.

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El señor Presidente Cárdenas, habiendo apreciado las vir-tudes y también las limitaciones del señor ingeniero Roblesdurante el tiempo que desempeñó este cargo en la adminis-tración del señor licenciado Bassols, consideró que eraindispensable sustituirlo por un funcionario que tuviese máscapacidad para la acción. Se fijó en el señor don Luis Montesde Oca para que asumiese este cargo, no sin antes consultar-me si podría yo trabajar con él desde la Secretaría de Hacienda,teniendo en cuenta que él había sido antes Secretario de Ha-cienda durante el gobierno del General Calles y que tal vez lefuera difícil subordinarse a un nuevo Secretario. Yo le contes-té que conocía bien al señor Montes de Oca, a quienconsideraba hombre enteramente honorable y de gran inicia-tiva, capaz de dirigir con éxito el instituto central y que, auncuando sus ideas en materia monetaria y de crédito eran untanto conservadoras y muy distintas a las que yo profesaba, yque correspondían a la tendencia General de su gobierno, sinembargo creía que podríamos trabajar de común acuerdo, puesconsideraba posible acercarlo a mis puntos de vista. El hechode que hubiese sido ministro de Hacienda no creía yo quefuese obstáculo para un entendimiento cabal; sólo una cosame permití sugerir al señor Presidente: que para mantener ladisciplina indispensable y la coordinación entre el superior yel subalterno era indispensable que los acuerdos que él qui-siera encomendarme, o las directivas para el Banco de México,me los comunicara directamente, para transmitirlos al señorMontes de Oca; que yo no pretendía que el Presidente norecibiere, cuando lo estimara conveniente, al director Gene-ral del Banco de México, pero que para la buena marcha delos negocios de la Secretaría, le sugería, con todo respeto,que, cuando se tratara de asuntos oficiales, cualquier entre-vista con el señor Montes de Oca que tuviese el Presidente serealizara estando yo presente, para que ambos nos enteráse-

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mos juntamente de sus deseos y para que fuese más eficaz suejecución. El señor Presidente manifestó que así se haría, ydurante todo el tiempo que el señor Montes de Oca ocupó ladirección General del Banco de México, los acuerdos presi-denciales que podían referirse a éste fueron siempre tratadospor mí, aunque algunas veces estuvo presente también el se-ñor Montes de Oca cuando deseaba expresar algunos puntosde vista personales. Es natural que, dadas las diferentes ten-dencias del señor Montes de Oca –educado en los principiosbásicos de la economía política y gran admirador de las per-sonas que en la actualidad la representan en Europa, como eldoctor Von Mises, a quien invitó a México a dar conferenciasy con quien tuvimos varias charlas, o el doctor Hayek, re-cientemente laureado con el premio Nóbel de Economía–,tuviésemos algunas diferencias sobre la manera de manejarlos asuntos en materia de crédito. Lo que más molestaba alseñor Montes de Oca era el llamado sobregiro, del que hehablado anteriormente, pero en General siempre se subordi-nó a las directivas señaladas desde la Secretaría de Haciendapara las gestiones del Banco de México.

Cuando creyó su deber apoyar la candidatura a la Presiden-cia de la República del señor General Almazán, de quien eraamigo y consejero, me pidió que lo acompañara a Hermosillo,Sonora, donde se encontraba el señor Presidente, para pre-sentarle su renuncia como director General del Banco deMéxico, pues no creía que pudiese, al mismo tiempo, ser líderpolítico de un candidato de la oposición y ocupar un puestoclave en la administración pública. Salió en automóvil acom-pañado de su amigo el señor licenciado Mestre, por la vía deLaredo hacia Nogales, y aunque me invitó a acompañarlo yopreferí salir en avión; en cuanto llegué a Hermosillo se comu-nicó conmigo desde Nogales, preguntando cuándo estaría elseñor Presidente en la capital del estado de Sonora. Hacía un

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calor terrible, propio del verano en esa ciudad; me informó elSecretario General del gobierno del estado, General Yocupicio,que el señor General Cárdenas permanecería por algunos díasen el norte del estado. El señor Montes de Oca me telefoneódesde Nogales y me propuso que me reuniera con él a esperarla llegada del señor General Cárdenas, pues allá el clima erabastante agradable; que tan pronto como tuviésemos infor-mes de la llegada del señor Presidente a Hermosillo,regresaríamos juntos. Decidí seguir el consejo del señor Mon-tes de Oca y decidieron acompañarme el señor Peralta, directordel Banco Ejidal, el señor Grey, Director general del sindica-to de petroleros; ambos habían ido a Hermosillo a conferenciarcon el señor Presidente, pero el calor también les parecía in-tolerable. En el camino, y antes de llegar a Nogales, tuvimosun accidente de automóvil, que afortunadamente no tuvo gra-ves consecuencias para ninguno de los que viajábamos en elcarro; y en la noche, un tanto golpeado, tuve oportunidad decenar con el señor Montes de Oca, su acompañante, el señorlicenciado don Eduardo Mestre, y un grupo de funcionariosbancarios de Nogales. Pasamos algunos días en esa ciudad,vecina de Tucson, Arizona, hasta que el señor gobernador delestado nos comunicó que el señor General Cárdenas estaba apunto de llegar a Hermosillo, a donde nos trasladamos sinningún accidente.

En una junta que tuvimos inmediatamente con el señorGeneral Cárdenas, el señor Montes de Oca le manifestó sudeseo de abandonar la dirección del Banco de México conobjeto de estar en libertad de ponerse a la cabeza del movi-miento político que apoyaba la candidatura presidencial delseñor General Almazán. El señor Presidente, después de es-cuchar las razones de Montes de Oca, en el acto le aceptó surenuncia, y le indicó que a su regreso a México la persona queiba a designar para sustituirlo recibiría de sus manos la direc-

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ción del Banco. En entrevista privada con el Presidente, de-cidió sustituir al señor Montes de Oca por mi amigo, el señordon Eduardo Villaseñor, que entonces ocupaba la subsecre-taría de Hacienda, y a quien el señor Presidente Cárdenasestimaba, justamente, por ser su paisano, hijo del estado deMichoacán, y por haber ocupado importantes puestos en laadministración pública. Recibió, pues, la dirección del Bancode México, y la ocupó durante el resto del período de la admi-nistración del señor General Cárdenas, y durante toda laadministración del señor General don Manuel Ávila Camacho,a satisfacción no solamente de las autoridades sino tambiéndel sistema bancario del país.

El señor Montes de Oca, de acuerdo con su propósito, fueuno de los directores de la campaña política del GeneralAlmazán. Tiempo después, cuando éste fue vencido en loscomicios y se trasladó primero a La Habana y después a losEstados Unidos, el señor Montes de Oca me manifestó undía que él había acompañado al señor General Almazán du-rante su campaña, y había hecho todos los esfuerzos posiblespara que se lograra el triunfo; que temía que el mismo Gene-ral, engañado por alguno de sus amigos americanos, entre losque parece se encontraba alguno de los hijos del señor Presi-dente Roosevelt, creyese que podría, con el apoyo o cuandomenos con la complacencia del gobierno de los Estados Uni-dos, intentar un movimiento revolucionario en México; queél no estaba conforme con esa actitud del General Almazán yquería trasladarse a los Estados Unidos, puesto que conocíaperfectamente el medio y sabía que hay americanos –que ofre-cen tener una influencia de que carecen– que podrían engañarfácilmente al señor General Almazán, desconocedor comple-tamente del medio americano; que él creía poder desengañaral señor General Almazán, y para esto desearía hablar con elseñor General Cárdenas, y me rogaba que yo le consiguiese

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una entrevista. Comuniqué al Presidente los deseos del señorMontes de Oca y él me manifestó que no quería ni ir a la casade dicho señor ni invitarlo a su casa; que, en consecuencia,me rogaba que yo los invitara a los dos a cenar en mi propiacasa, donde Montes de Oca tendría oportunidad de decirle alPresidente lo que estimase conveniente.

Después de la cena que ofrecí a ambos, Montes de Oca lecomunicó al Presidente sus deseos de ir a los Estados Unidoscon el propósito de estar presente en una junta que sabía quelos amigos de Almazán iban a celebrar en San Antonio, Texas,y pedía la autorización del Presidente para acudir a dicha jun-ta con el propósito ya indicado. El General Cárdenas, despuésde oír a Montes de Oca, le dijo que si como mexicano y comoamigo personal del señor General Almazán se sentía obligadoa asistir a la junta para informarle de la situación y disuadirlode su propósito de generar un movimiento armado en Méxi-co, él, que sabía bien que no contaría con el apoyo ni con latolerancia del gobierno de los Estados Unidos, podía hacer elviaje sin que el señor General Cárdenas lo tuviese a mal, perobien entendido que Montes de Oca iría por su propio derechoy no como agente o comisionado del Presidente; que haríasus gestiones en una forma absolutamente privada y sin com-prometer, en ninguna forma, al propio gobierno ni hacerninguna promesa en su nombre. Montes de Oca prometióhacerlo así, y, efectivamente, se trasladó a la ciudad de SanAntonio, Texas. Ahí trató, en forma amistosa pero con la fir-meza que le era habitual, de disuadir al señor General Almazánde emprender alguna aventura en México, que no podía sinoconducir al desastre para el propio Almazán, pues el gobiernode los Estados Unidos vigilaba constantemente los pasos deAlmazán y no deseaba, en vísperas de la entrada de éstos a laguerra europea, tener a México revuelto en un movimientorevolucionario. Muchos de los amigos del General Almazán

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opinaban en sentido contrario, y cuando el señor Montes deOca tuvo éxito y convenció al General Almazán de abando-nar todo proyecto bélico, se granjeó la enemistad de muchosde los importantes partidarios del señor General Almazán,que llegaron hasta a negarle el saludo.

Cuando fui invitado, poco tiempo después, por el señor Pre-sidente Cárdenas a una comida en Chapultepec, ofrecida poralgún personaje extranjero, el señor embajador Daniels, quetambién asistía al evento, me dijo que tenía conocimiento deque el señor General Almazán cruzaba en esos momentos, enavión, la frontera, con destino a la Ciudad de México, y merogó que comunicara esa información al señor PresidenteCárdenas, pues consideraba que tal vez tendría importanciapara él. Hablé con el señor General Cárdenas y él me dijo quetenía conocimiento de que el señor General Almazán se diri-gía a México, y que lo había hecho por consejo del propioPresidente, que le había manifestado que si deseaba radicaren México lo hiciera mientras él era Presidente de la Repúbli-ca, pues podría ofrecerle todo género de facilidades para quepudiese hacerlo y dedicarse a sus negocios particulares. Elseñor General Almazán, efectivamente, regresó a México yse dedicó a atender sus negocios.

Eduardo Suárez. Comentarios y recuerdos (1926-1946) Tomo I,se terminó de imprimir en noviembre de 2003, en los talleres deMexicana Digital de Impresión, S.A. de C.V. Av. de la República145-A, Col. Tabacalera, México, D. F. Se tiraron 1,000 ejemplaresen papel cultural de 45 kilogramos. Se usó tipografía Garamond en10 y 14 puntos.Cuidado de la edición: Laura Guillén Soldevilla. Formación: MaríaLuisa Soler Aguirre.