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EDUARDO SANTOS, 1888-1974* POR JORGE MARIO EASTMAN ** “Tenéis, como las gentes de vuestra estirpe ilustre, un espíritu que no vacila, ni se extin- gue con el infortunio, ni se hace soberbio en el poder, ni se embriaga en el contacto con la gloria.” Alberto Lleras El modelo republicano Cuando en el patíbulo del Socorro una ráfaga de fusilería derrumbó la cabeza altanera de Antonia Santos, no muy lejos del pelotón de ejecución, dentro de un corrillo de criollos subversivos, José María, hermano de la he- roína, ese día de 1819, juró proseguir la lucha libertaria, aunque sin saber cuándo y de qué modo. Y fue a través de su apellido –exactamente con un nieto suyo, hijo de Francisco, uno de sus vástagos– cuando, muchos años después, esta promesa rabiosa logró materializarse con éxito. Porque eso significaría para la historia su ilustre descendiente, Eduardo Santos: un hom- bre “hecho de libertad”, tal como lo definiera, en memorable editorial, a manera de epitafio, Roberto García-Peña. Santos modeló más de 50 años de historia colombiana y, por eso, bucear con tino dentro de una personalidad que simboliza toda una era, cuyos discí- pulos aún siguen proyectados y cuya escuela todavía tiene vigencia, resulta tarea ardua y demasiado ambiciosa. Baste decir, que él fue el personaje con quien se identificó la nación y, a la vez, quien más logró influirla, definirla y orientarla. Hace 60 años Juan Lozano y Lozano sintetizaba, en página ma- gistral, la connotación real del Expresidente: * Con esta lectura la Academia Colombiana de historia (2-11-2004) se asoció a la memoria del ilustre Expresidente Eduardo Santos, al cumplirse 30 años de su fallecimiento. ** Miembro Correspondiente de la Academia Colombiana de Historia.

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EDUARDO SANTOS, 1888-1974*

POR

JORGE MARIO EASTMAN**

“Tenéis, como las gentes de vuestra estirpeilustre, un espíritu que no vacila, ni se extin-gue con el infortunio, ni se hace soberbio en elpoder, ni se embriaga en el contacto con la gloria.”

Alberto Lleras

El modelo republicano

Cuando en el patíbulo del Socorro una ráfaga de fusilería derrumbó lacabeza altanera de Antonia Santos, no muy lejos del pelotón de ejecución,dentro de un corrillo de criollos subversivos, José María, hermano de la he-roína, ese día de 1819, juró proseguir la lucha libertaria, aunque sin sabercuándo y de qué modo. Y fue a través de su apellido –exactamente con unnieto suyo, hijo de Francisco, uno de sus vástagos– cuando, muchos añosdespués, esta promesa rabiosa logró materializarse con éxito. Porque esosignificaría para la historia su ilustre descendiente, Eduardo Santos: un hom-bre “hecho de libertad”, tal como lo definiera, en memorable editorial, a manerade epitafio, Roberto García-Peña.

Santos modeló más de 50 años de historia colombiana y, por eso, bucearcon tino dentro de una personalidad que simboliza toda una era, cuyos discí-pulos aún siguen proyectados y cuya escuela todavía tiene vigencia, resultatarea ardua y demasiado ambiciosa. Baste decir, que él fue el personaje conquien se identificó la nación y, a la vez, quien más logró influirla, definirla yorientarla. Hace 60 años Juan Lozano y Lozano sintetizaba, en página ma-gistral, la connotación real del Expresidente:

* Con esta lectura la Academia Colombiana de historia (2-11-2004) se asoció a la memoria delilustre Expresidente Eduardo Santos, al cumplirse 30 años de su fallecimiento.

** Miembro Correspondiente de la Academia Colombiana de Historia.

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Eduardo Santos ha introducido una leve modificación a la defi-nición que daba Renán de la política. Decía Renán que la políti-ca es el arte de decir vaguedades en un tono violento. EduardoSantos dice vaguedades en un tono discreto, y en esa manera haconformado la mentalidad política de la nación en los últimostreinta años. No solamente es el mentor de un inmenso sector dela población colombiana, sino que constituye el punto de refe-rencia del temperamento nacional. Si decimos que LaurenoGómez es procaz, que Arango Vélez es caprichoso, que AlfonsoLópez es imprudente, es porque los comparamos con aquellamedida justa del ánimo nacional que para nosotros constituyesu personalidad y representa para la generalidad el súmmumbonum de la vida política. Se dice que alguien es parecido aSantos porque hay muchas gentes que piensan y actúan comoSantos; se dice que alguien no se parece a Santos, porque haymuy pocas personas que se aparten de su modo de ser. El co-lombiano que no es como Santos es un disidente y es tambiénun estrambótico.

Santos irrumpe políticamente al iniciarse la segunda década de nues-tro siglo, en dos tiempos: el primero, a través de la lucha juvenil contra elrégimen de Reyes en sus azarosas postrimerías; el segundo, mediante elsurgimiento de la unión republicana. Gerardo Molina define así al nuevopartido:

La Unión Republicana, constituida por valiosos núcleos de li-berales y conservadores, orientados los primeros por el doctorNicolás Esguerra y los segundos por el general Quintero Cal-derón, tuvo como tarea visible el derrocamiento del Quinque-nio, pero sus fines eran de más amplio espectro: crear un partidode gentes ecuánimes,al cual pudieran afluir sin reticencia hom-bres que se habían batido desde orillas opuestas, y que ahora,ante la inminencia de una época configurada por la acumula-ción de riqueza, se daban cuenta de que nunca había sido máscierta la alternativa de regeneración o catástrofe. Los acuerdostácitos en el orden de los negocios, el tejido de intereses entreempresarios urbanos y rurales, entre cafeteros conservadoresy liberales, la tibieza política de las clases medias que triunfa-ban en la competencia, todo contribuía a que la Unión Repu-blicana se presentara como la póliza de seguros contra larepetición de errores que podían contabilizarse en ingentespérdidas de vidas y de capitales.

Desde fecha temprana –22 de septiembre de 1910– en carta a su amigoAlfonso López, escrita desde Madrid, Santos había afirmado:

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Si te he de decir la verdad, me parecen todos los liberalesbloquistas2 con sus anticlericalismos y todo, una masa de in-conscientes que usan la fácil palabrería de cualquier librejoanticlerical... // Los conservadores concentristas3 me parecen elresiduo de nuestra barbarie, aquéllos que no aprenden ni olvi-dan, y después de un siglo de desastres se empeñan en nomodificarse, en seguir petrificados en el siglo XV, perseguido-res y oscurantistas, temerosos de la libertad y enemigos de laescuela y del libro... // Entre estos dos peligros, hechos de masasinconscientes, sin verdadero programa ni ideas definidas, con-junto de pasiones y apetitos –¿no es cierto que estaría la salva-ción en un gran partido nuevo, moderado, que trabajara porcivilizar el país, por vivificar las fuentes de trabajo, por curarnuestras heridas?

El 3 de julio de 1913, en Bogotá, escribía esta exaltación delrepublicanismo, aquel partido ideal, por fin creado:

El partido republicano ha venido a romper los viejos moldes y aderribar ídolos prestigiosos; ha vuelto la espalda asentimentalismos políticos primitivos, listos a despertarse antelos gritos y estandartes adorados por generaciones enteras; se haenfrentado al fetichismo, a la veneración por nombres y teoríasque se aceptaban como dogmas revelados; ha querido echar portierra muchas torres que se creían monumentos gloriosos y ape-nas si eran ruinas que velaban la imagen de la patria...

Desde entonces el pensamiento de Santos fue siempre y en toda ocasiónun centrismo que aspiraba a superar los antiguos enfrentamientos –herenciapasional del siglo XIX– y a imprimirle al desarrollo nacional un ritmo cons-

2 El Bloque Liberal fue el movimiento fundado por Rafael Uribe Uribe sobre el principio de que elliberalismo debía agrupar a todos los oprimidos y descontentos del país bajo un programa degrandes reformas, enunciadas en el “Plan de Marzo”, de 1912. El órgano de expresión de los“bloquistas” fue El Liberal, periódico fundado también por Rafael Uribe, en Bogotá, el 17 deabril de 1911.

3 “Concentristas”, partidarios del movimiento de la Concentración Conservadora, iniciado porMarco Fidel Suárez y José Vicente Concha, entre otros. La idea venía por lo menos desde elgobierno de Reyes, pero la Concentración se pactó solemnemente el 28 de abril de 1912 entreSuárez, representante de los llamados conservadores “nacionalistas”, y Concha, por parte de los“históricos”. Así se reunificaba el conservatismo, para oponerse a la candidatura del tambiénconservador Carlos E. Restrepo, a quien se consideraba demasiado conciliador con los liberales.Ya en 1911 eran reconocidos como jefes visibles de la Concentración José Vicente Concha, elgeneral Ramón González Valencia y Miguel Abadía Méndez. Su propósito era convertir alconservatismo en un partido ortodoxamente católico. Por su lado, Carlos E. Restrepo ingresó enel movimiento Republicano.

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tante y moderado. A diferencia de Uribe Uribe, quien tal vez se percibía a símismo como los héroes de Plutarco (la hazaña de Peralonso ofrece reminis-cencias de las Termópilas...), asumió siempre el destino de un liberalantiheroico, hecho para los tiempos de los buenos negociadores y de la cons-trucción sin sobresaltos. Su talento fue como la magnificación del sentidocomún. Ni siquiera al escribir se permitió nunca aquellas hipérboles compro-metedoras tan del gusto de sus contemporáneos. En el nuevo movimiento,sin embargo, Uribe y sus correligionarios del bloque liberal tan sólo vislum-braban, como anota Molina:

una maniobra inteligente del conservatismo para seguir gober-nando con la colaboración de algunos liberales seducidos por lapregonada neutralidad oficial... Algunas circunstancias de ca-rácter coyuntural abonaban esa desconfianza: el régimen elec-toral seguía con los vicios de antes, lo cual impidió que lospartidos distintos del republicano tuvieran representación ade-cuada; a los miembros del bloque liberal se les excluyó de laparticipación en las esferas superiores del gobierno, y la carterade la política fue confiada a don Jorge Roa, ‘encarnación de lamás odiosa reacción conservadora (...)4

Había que abogar por la reconciliación y el gradualismo con fervor decruzado: tal parecía la razón de ser de los republicanos. En este empeñocoincidían muchos de los mejores hombres de ambos partidos. Pero UribeUribe, perteneciente a una generación anterior a la de Santos, había sidomarcado por las guerras civiles y había visto consolidarse por lustros de arbi-trariedad la hegemonía conservadora. Desconfiaba abiertamente de la gene-rosidad republicana. Endurecido en la militancia más ardua, siempre bajo losrigores de la guerra —unas veces en los campos de batalla, otras en el de lalucha ideológica, jamás en condiciones benévolas—, el general Uribe mira-ba con sorna al nuevo movimiento de conciliación, al que entreveía como elcaballo de Troya de la insidia “goda”. Claro que él también buscaba la paz yel establecimiento de condiciones propicias al desenvolvimiento normal delpaís, pero de otra manera: negociando de potencia a potencia. Era, pues,explicable en gran medida el que el gobierno conservador de Carlos E.Restrepo (1914-1918) prefiriera, a su vez, ponerse del lado de los contertu-lios del “canapé republicano”, en donde militaban coetáneos de Uribe yjóvenes menores de treinta años, como Santos, L. E. Nieto Caballero y To-más O. Eastman, y mezquinara la participación burocrática a los intransigen-tes “uribistas”. Como le ocurre a cualquier gobierno, por impopular que sea,

4 Cf. Gerardo Molina, La Ideas Liberales en Colombia. Ediciones Tercer Mundo, 1974.

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el de Restrepo, que en rigor no lo era, necesitaba apoyarse en las fuerzaspolíticas emergentes dispuestas a colaborarle y a servirle de factor estabiliza-dor. De cualquier forma, Uribe ya concitaba en su contra la animadversiónde algunos jefes liberales en la capital y en las provincias, y la campaña en sucontra, a menudo vil y calumniosa, venía creando el clima de odio que con-duciría al asesinato del caudillo, aquel fatídico octubre de 1914.

Una generación anti-imperialista

Aquella generación colombiana, llamada así del centenario por haberemergido a la vida pública alrededor de 1910, empezó adoptando riesgosasposiciones antiimperialistas, o mejor, propiciando lo que hoy denominamoslos “tercermundistas” una “segunda emancipación”. Por eso en Santos halla-mos declaraciones tan inequívocas como la del 17 de junio de 1914, bajo eltítulo El verdadero peligro yanqui:

El peligro yanki ha sido la pesadilla de muchos pueblos latinoa-mericanos en los últimos años, el espectro trágico que ha turba-do sus ensueños de gloria futura y que constituye para susestadistas el más grande de los problemas. Y desgraciadamenteno ha habido en ello ni excesiva suspicacia, ni infundado temor:ese peligro existía y existe, y sería candidez el suponer que paranosotros ha desaparecido con el tratado del 6 de abril...// El im-perialismo temible para los pueblos débiles de América no es elque se exterioriza en actos oficiales y en arrogantes revistas deacorazados, sino el producido por el gigantesco desarrollo co-mercial e industrial de un país cuya vecindad no está en nuestrasmanos evitar; es el imperialismo inevitable de las grandes em-presas y de los grandes capitales, que buscan ansiosamente mer-cados y fuentes de riqueza, que acuden al olor del negocio comoel tigre al de la carne, y sientan sus reales en medio de nuestradebilidad, y sobre nuestra pereza de latinos debilitados por lazona; asientan su poderío de raza emprendedora e imperiosa.

Y el 1º de febrero de 1917, bajo el título La marea que sube, comentandolos últimos sucesos de Nicaragua y el reciente golpe militar en Costa Rica,escribe:

Los datos que hoy publicamos sobre la actual situación de Nica-ragua dicen con soberana elocuencia cuál es el estado de escla-vitud a que ha llegado ese desgraciado país en manos de losyanquis...// Y cuando esto sucede cae Costa Rica en el abismode un golpe cuartelario y pone fin de manera sombría a unalarga época de prosperidad y de paz...// —Jefferson es amo deNicaragua; Santo Domingo calla esclavizado bajo el férreo puño

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del capitán Knapp, comisionado americano; Panamá recibe su-misamente las órdenes que le dan los dueños del Canal; Cuba vecon terror que una prolongación de ardientes debates políticostraerá como consecuencia una nueva era de dominio america-no; México continúa vacilando al borde de un precipicio oscu-ro, sin poderse saber si los Estados Unidos quieren salvarlo ohacerlo caer en él; y Honduras y El Salvador esperan sin duda lahora de caer como sus vecinas y hermanas.

Obviamente, esta forma de pensar no era sino la expresión de una sanaconciencia nacionalista y de un doctrinarismo liberal perfectamente clásico,pero sin el menor asomo de fobia chauvinista. Más tarde, a partir de 1930,esa misma actitud empezó a ser, caprichosamente, de jurisdicción privativade las izquierdas en toda el área latinoamericana. El proceso de desarrollocondujo, dentro del marco de la dependencia, a una creciente participaciónde capital extranjero en la composición de las inversiones productivas, ban-carias y de servicios, y a un endeudamiento cada día más oneroso en loeconómico y en lo político. La voluntad individual de ciertos gobernantespoco o nada podía contra un fenómeno macroeconómico en el que las inci-pientes burguesías de estos países funcionaban como socios menores. Demodo que, a la postre, reacciones honestas y valerosas como la de Santosquedaban reducidas objetivamente a constancias históricas, biográficamenteadmirables aunque socialmente ineficaces. Era la época del “gran garrote”.Y cuando la del “nuevo trato” llegó con la insigne rectoría de Franklin D.Roosevelt, por desgracia, ya estaban sentadas las bases de un orden interna-cional con profundos desequilibrios. Tampoco éramos excepciones, en me-dio de esa onda del expansionismo mundial: al término de la segunda guerra,la propia Europa comenzaría a depender, indefensa, del “gran desafío” ame-ricano denunciado, valiente y talentosamente, por Servan Schreiber.

La hegemonía conservadora

En 1918 resulta electo presidente de la República, para el período 1918-1922, el gramático y teólogo Marco Fidel Suárez. En el liberalismo, y aunen los sectores moderados del propio conservatismo, dicha elección es mi-rada con desconfianza, pues se la considera una amenaza para la paz y lastímidas reformas que con tanto esfuerzo habían venido ganándose desde elgobierno de Reyes. La situación es evocada, con acento radical, por OttoMorales Benítez:

El señor Suárez, a pesar de lo respetable que era su figura huma-na, aparecía vinculado a los grupos más agudamente sectarios.Y, también, a los más concupiscentes. El tono de su campaña

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era, además, de un impulso regresivo, que conturbaba a los sec-tores más ambiciosos de paz y de estabilidad nacionales. Susamigos lo presentaban como el abanderado de las tesis que im-plicaban la cancelación de la lentas conquistas logradas por elliberalismo en este siglo. Sotero Peñuela —tan híspido y tan re-presentativo personaje de un temperamento político— sosteníaen telegrama que se publicó en El Tiempo del 29 de enero de1918: ‘Con Suárez se recobrará el inmenso terreno perdido bajolos gobiernos de Reyes, González, Restrepo y Concha, que espreciso reconquistar.’// Como se ve, era una lucha contra todo loque en el siglo XX, y en el período de la hegemonía conserva-dora, abría una ceja de luz hacia la civilización y la concordia.Suárez modificó su conducta después de las elecciones que fue-ron una notificación de cómo la coalición tenía una mayoríaabrumadora en el país. Pues la presidencia de Súarez sólo seexplica a través del fraude, como se estableció en esa épocaelectoral. En abril de 1918 se realizó una entrevista entre Herreray Suárez. Este escuchó los planteamientos del viejo caudillo li-beral, que eran una notificación de que no se podía retrocederen cuanto a las conquistas alcanzadas. Con ese diálogo se detu-vo una reiniciación de hostilidades entre el gobierno y variosgrupos sociales5.

Se denuncian fraudes electorales a favor de Suárez en numerosas locali-dades del país, y “Calibán” escribe con énfasis panfletario en su columna deEl Tiempo, el 15 de marzo de 1918: “Marco F. Suárez, ese gramático fosili-zado, simbolizaba la persecución, la arbitrariedad, la falta de honradez polí-tica, y los hombres que lo rodean representan ahora como encarnaron antes,la improbidad, la intolerancia y el peculado”6.

Estilo propio de una era en la cual la pluma de los escritores se componía,por iguales partes, de tinta y pólvora. El clero había intervenido bizarramenteal lado de la candidatura Suárez en todas las parroquias, como en los másexplosivos momentos del siglo XIX. El lenguaje de la política nacional se-guía siendo, pues, tan violento como siempre. La misma sintaxis del rencor,la semántica del conflicto, el libelo erigido en arma temible. Mientras tanto lacrisis económica dejada por la última guerra civil y agravada por la separa-

5 Cf. Otto Morales Benítez, Muchedumbres y banderas, segunda edición, Bogotá, Plaza &Janés, 1980, pp. 229-30. La coalición mayoritaria aludida por el autor es la que para impulsarla candidatura del conservador Guillermo Valencia formaron B. Herrera, L. Gómez y E. Santos,en 1917.

6 Cf. Jorge Villegas y José Yunis, Sucesos colombianos, 1900-1924, Medellín, Universidad deAntioquia, 1976, p. 317.

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ción del Istmo, se profundizaba y nos roía hasta los huesos. Los 25 millonesde indemnización por Panamá no llegarían sino bajo el gobierno de PedroNel Ospina, o sea, después de 1922. En un editorial de El Tiempo, del 12 demarzo de 1918, se habla en términos positivos y conciliatorios sobre la nece-sidad de mejorar las relaciones con los Estados Unidos a todo nivel.

Objetivando, pues, los hechos a distancia, la tesis transaccional y civiliza-dora de los republicanos fue “progresista”, por cuanto la demanda históricainmediata no era otra que la de crear condiciones propicias al desarrollo bur-gués, así se diese —y por mucho tiempo todavía— en el marco de la depen-dencia. De hecho, tales fueron las pautas, no siempre enunciadas desde luego,que debieron acatar los gobiernos subsiguientes, conservadores y liberales.Tan sólo la idiosincrasia y el criterio de cada presidente, su mayor o menorgrado de nacionalismo, habrían de determinar en adelante el margen de auto-nomía relativa de nuestro país respecto de la gran potencia. En cuanto a losrepublicanos, adoptaron en general desde el principio una actitud bastantecrítica en ese particular, según se observa en los artículos tempranos de San-tos. De cualquier modo, el común de la militancia de los dos partidos decuyas filas los republicanos provenían, los estigmatizaban con los más durosepítetos: renegados, tránsfugas y hasta traidores7.

Retorno al liberalismo

En la vida de Eduardo Santos, otro momento cenital lo constituye su re-torno al liberalismo unificado en 1921. El republicanismo se reconoce extin-guido por sustracción de materia, ya que sus fundadores y sostenedoresresuelven hacer cauda en un partido liberal unido sobre nuevas bases. Santosse explica así:

Diez años hemos luchado sin descanso por el partido republica-no, colocados a todas horas bajo su bandera, con ardor y firmeza.Por él hicimos, sin ajenos apoyos y movidos sólo por generosoentusiasmo, cuanto nos era posible hacer, y si fue deficiente yescasa esa labor, abónense al menos unas intenciones que nuncapudieron ser mejores ni más puras. // Y hoy, al proclamar nuestracreencia de que es preciso trabajar por la unión liberal, no aban-donamos aquel partido, no desertamos de él: nos inclinamos ape-nas ante el hecho para nosotros innegable y patente de su

7 Cuando sus copartidarios conservadores lo tildaron de tránsfuga, el general Quintero Calderónrepuso: “tenemos que ennoblecer el término”. Se recomienda el perfil sobre Eduardo Santosescrito por Abdón Espinosa Valderrama en “El Liberalismo en la Historia”. Julio RobertoGalindo Hoyos, compilador. Universidad Libre, 2003.

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Eduardo Santos (Tunja 1888 - Bogotá 1974)Presidente de la República de 1938 a 1942. Miembro de Número de la Academia Colombia-na de Historia en 1938. Presidente de la Academia Colombiana de Historia 1945 a 1946 y de1959 a 1962. Presidente Honorario de la Academia de 1962 a 1974. Óleo de la Galería de la

Academia Colombiana de Historia.

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desaparición; ante su eliminación como fuerza política activa, comoorganismo vivo. Era imposible para un periodista que día tras díaestá obligado a dar al público opiniones, conceptos, afirmacio-nes, empeñarse en sostener lo que ya no era sostenible y en llevarla bandera de un escuadrón ya licenciado... // Nada de lo pasadorectificamos ni negamos. La obra realizada, buena fue y necesa-ria, pero la vida es movimiento y acción perenne, y a la laborconcluida tiene que suceder una nueva, que represente el nuevoafán y satisfaga las nuevas necesidades...

En este mismo editorial —22 de febrero de 1921—, Santos cincela elepitafio: “El partido republicano se había convertido en una estatua que sólomiraba el ya lejano ayer y se resistía a oír las voces que lo llamaban a laacción que el presente y el futuro exigen”. Es decir: al conciliacionismo abs-tracto y de principio hay que oponer ahora una metodología para los acuer-dos concretos y específicos de una clase que asciende al reconocimiento desu función histórica y de sus intereses materiales.

En 1921 Santos es nombrado director de la campaña presidencial de Ben-jamín Herrera. Luego presidirá la convención liberal reunida en Ibagué el 28de marzo de 1922, cuyo final resume magistralmente en editorial del 23 deabril:

La convención de Ibagué, intérprete fiel y autorizado de la vo-luntad liberal, resolvió, como principio general, poner fin a laparticipación incondicional en regímenes conservadores, y au-torizó ampliamente al jefe del partido para que pueda aceptaruna política de acuerdos patrióticos, cuando ella parezca acon-sejada por el bien de la patria y de las ideas liberales, y cuandose apoye en condiciones que pongan a salvo el decoro y losderechos de nuestra causa.

Tras el gobierno de Pedro Nel Ospina (1922-1926), considerado cons-tructivo por la mayoría de los observadores de ambos partidos8, el de MiguelAbadía Méndez (1926-1930) llevó lánguidamente al final de la hegemoníaconservadora. Con su vivacidad tribunicia, Milton Puentes ofrece el respec-tivo balance:

Se acercaba rápidamente el fin de la hegemonía conservadora.Una serie continua de errores administrativos y de éticos des-

8 Después de posesionarse del mando, Ospina declaró al New York Times, para los lectoresnorteamericanos, en términos bien propios del más respetable hombre de negocios: “Ya no haymás revoluciones porque la última, que ocurrió hace veinte años, disgustó profundamente a loscolombianos con ese sistema de extremar el descontento.” (Cf. Villegas y Yunis, ibídem, p. 425).

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afueros, traía al fracaso de los orondos y mistagogos estadistasdel régimen. El despilfarro de más de 200 millones de pesos,malversados y volatilizados en obras como el ferrocarril delCarare, la canalización del Magdalena, el ferrocarril de Bolívar,Gacha, la prolongación del ferrocarril del Norte hasta Suesca, eltúnel de Ibagué a Armenia, y muchas obras más emprendidassin previos y detenidos cálculos y estudios. Y en cuanto al ma-nejo de nuestras relaciones internacionales, los errores podríanser mayores... // La crisis le traía también una irremediable cadu-cidad al partido conservador, y lo desgalgaba al vencimiento.Era la consecuencia de la desmedrada situación económica quese presentaba y la añeja fatalidad de una política sin grandeza9.

Hacia 1928-1929, y antes del golpe frontal de Wall Street, nuestra situa-ción interna era lamentable. Jesús Antonio Bejarano afirma:

El estancamiento, por cierto, afectaba a todos los sectores: dete-nía la expansión de las industrias recién vinculadas a los merca-dos urbanos, frenaba la pujante industria de la construcción,acentuaba aún más la crisis agrícola desencadenada por la leyde emergencia, y sobre todo resentía las transferencias de capi-tales del sector exportador hacia la industria y, en menor medi-da, a las actividades de comercio interno10.

Hacia el gobierno liberal

La campaña liberal por la candidatura de Enrique Olaya Herrera, tambiénantiguo republicano, fue reñida, tuvo contramarchas y peligros de todo or-den. Dada la perspectiva de enterrar la hegemonía conservadora, fueenmarcada de un verdadero suspenso. Para dirigirla fue nombrado EduardoSantos en 1929, pues unánimemente se confiaba en sus bien probadas dotesde organizador y de hombre ecuánime. Descontentos con la imagen de des-greño tipificada por ese último gobierno conservador y habida cuenta de laferoz división entre Vásquez Cobo y Valencia, los colombianos eligieron aOlaya Herrera para el período de 1930-34. En estos inicios de la cuarta déca-da del siglo vuelve Santos a jugar un papel destacado y, por lo demás, per-fectamente acorde con su personal estilo. Es a raíz del intento de toma deLeticia por parte del Perú. Durante la noche del 1º de septiembre de 1932 un

9 Cf. Milton Puentes, Historia del Partido Liberal Colombiano, Bogotá, Talleres Gráficos Mundoal Día, 1942, p. 614.

10 Jesús Antonio Bejarano, “El fin de la economía exportadora”, en Cuadernos Colombianos,número 8, Medellín, 1978; y en La nueva historia de Colombia, Bogotá, Colcultura, 1976, pp.675 y ss.

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grupo armado peruano entra a Leticia, reducen a la escasa y desprevenidaguarnición, saquean los fondos oficiales, pisotean la bandera de Colombia eizan la del Perú. El gobierno peruano, una vez despejado el incidente a nivellocal, insiste en el plano internacional en un supuesto derecho de su paíssobre el puerto y la región de Leticia.

Santos fue nombrado embajador extraordinario y plenipotenciario en mi-sión especial en Europa, a fin de denunciar el atropello jurídico y militarconsumado contra la soberanía colombiana en el trapecio amazónico y ges-tionar la solución definitiva del impasse ante la Sociedad de las Naciones.Fue así como el 2 de enero de 1933, Santos envió al secretario general de esaorganización, con sede en Ginebra, sir Eric Drummond, un equilibrado me-morial en que resumía toda la historia del suceso y exponía exhaustivamentelos fundamentos del derecho de Colombia en Leticia. Analizaba el tratado delímites y libre navegación colombo-peruano suscrito el 24 de marzo de 1922,ratificado por Perú en 1925 y por Colombia en 1928, y debidamente regis-trado en la secretaría de la Sociedad de las Naciones el 29 de mayo de 1928.El 24 de enero de 1933, Santos envía una segunda misiva al mencionadosecretario general, complementaria de la anterior y mucho más extensa. Fi-nalmente, en su calidad de delegado de Colombia ante la Sociedad de lasNaciones, pronuncia un discurso explicativo y petitorio de efecto rotundo,durante la sesión de febrero de 1933. En el penúltimo párrafo de tal docu-mento se dice:

Vamos, pues, a ejercitar nuestro derecho de defensa como ellosea necesario. Y como lo hizo después de una de sus más gran-des victorias un general colombiano de la Gran Colombia, elmariscal Sucre, después de haber vencido hace un siglo a losperuanos, he de declarar aquí que los derechos de Colombiaserán los mismos después de la victoria que antes. En esta cues-tión no buscamos nada distinto de la ejecución del tratado delmantenimiento de nuestra soberanía, de la aplicación de las le-yes internacionales... Ningún país puede ser perturbado impu-nemente cuando sigue sólo las vías de la paz y del derecho.Sería un escándalo que un Estado cualquiera, en un momentode locura, pudiese obligar a una nación pacífica a gastos de de-fensa abrumadores, a sacrificios sin cuento, sin derecho, sin pre-texto, sin motivo y sin que ello atrajese responsabilidadesningunas. Los actos de locura deben pagarse como los demás.No pediremos nada como indemnización territorial. El tratadode límites Salomón-Lozano es la verdad para hoy, como lo erapara ayer y como lo será para mañana. No pedimos nada más delo que él nos concede, pero exigiremos reparaciones para los

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perjuicios que resulten para Colombia de este acto insensato deagresión y de violencia.

Poco tiempo después, al aprobarse por el Congreso Nacional el Protocolode Río de Janeiro, y obrando como presidente del Senado, pronunció el 20de agosto de 1935 su célebre discurso de análisis y defensa de la políticainternacional colombiana. El antiguo republicano, el pacifista, el mediadorpor antonomasia, afirmaba allí, en un aparte justamente titulado La guerra,los idealistas y los hombres prácticos:

Nosotros no le tenemos miedo a la guerra: le tenemos horror.Horror consciente e infinito porque la consideramos cruel, cri-minal y absurda y no creemos que ella se justifique sino cuandono queda otro camino para guardar el honor nacional, en el queyo sí creo, y para defender y salvar intereses y principios vitales.No aceptamos esa solución trágica mientras queden otros cami-nos, un solo camino siquiera, para asegurar por medios pacífi-cos y civilizados el logro de lo que se desea.

A la presidencia

En la discusión de los problemas nacionales, tanto los estrictamente polí-ticos planteados entre los partidos, y en los que de algún modo él había inter-venido desde la época del republicanismo, como también los relativos a laadministración pública, al llegar la década de 1930, que coincide con suentera madurez, había ganado ya una experiencia extraordinariamente varia-da y profunda. Lo propio puede afirmarse en cuanto a las cuestiones interna-cionales. Su autoridad moral e intelectual era ampliamente reconocida. Eneste momento el país ya lo distingue como su papabile más indicado para serpresidente ya que la reelección de Olaya Herrera, dada por segura, habíasido descartada por la muerte.

Cuando le es ofrecida la candidatura presidencial por nutridos grupos desenadores y representantes liberales, en sendas cartas fechadas el 23 de fe-brero de 1937, el hecho se considera apenas lógico y natural. El primer go-bierno de López Pumarejo avanza impetuosamente en sus reformas sobreese último tramo del cuatrienio —18 escasos meses le restan todavía—, y elliberalismo está pensando en Eduardo Santos como en el dirigente capaz, ensu veteranía, para redondear sin traumatismos aquella fase de transición en-tre el país agrario y patriarcal y la nueva sociedad en la que irrumpen ahoraun auténtico proletariado industrial y una clase media dispuesta a romper conel pasado inmediato. Santos acepta, en principio, pero pide que el puebloliberal tenga “directa, clara y precisa intervención en la designación del can-

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didato presidencial.” Es decir, rechaza los seudoaristocratizantes mecanis-mos de lo que por estas calendas hemos dado en llamar la dedocracia. Yañade: “Si ustedes, honrándome en demasía, quieren presentar mi nombre ala consideración de los liberales, están en libertad de hacerlo. No se trata deproclamar una candidatura; tan sólo de preguntar al pueblo liberal si quiereacogerla y llevarla ante la Convención Nacional, para que ella la proclame.Si así lo hace la Convención, y se me llama a prestar un servicio, lo prestaréhasta donde mis fuerzas y mis capacidades lo permitan”.

El 3 de marzo de 1937 lee en el Teatro Municipal de Bogotá un pormeno-rizado discurso-programa, en el que expone prácticamente en su integridadlos contenidos de un gobierno liberal eventualmente presidido por él. Enrealidad, la Convención del partido sólo se reunirá en julio de ese año, perosin duda él quiere anticipar sus tesis programáticas para que sean debatidas ymeditadas con la debida amplitud por sus copartidarios. Fiel a su estilo per-sonal, no desea sorprender a nadie y puntualiza de antemano sus ideas sobrecada uno de los temas esenciales del momento, izquierdismo frente a libera-lismo, el intervencionismo de Estado, los sindicatos y la política, situación dela clase media y de los empleados oficiales, régimen tributario, derecho depropiedad y reforma agraria, normas relativas al ejercicio del sufragio, luchade clases, situación de la mujer, necesidad de una oposición y sus derechos,etc. Acerca de lo último, expresa allí:

Entre las grandes necesidades de un gobierno y de un partido degobierno, está la de una oposición organizada, respetable y respe-tada, que se haga sentir en los cuerpos colegiados y en el ambien-te nacional, que haga circular el aire vivificante de la crítica francay de la objeción decidida y que participe en la vida nacional enforma activa y permanente. A esa oposición hay que darle unambiente de seguridad electoral, de perfecta libertad y de respeto,cada vez que lo merezca y a él se haga acreedora...

Santos llega al poder en una coyuntura cuya ambivalencia constituyen-te golpeará ante todo a su partido, ya que es en su nombre y gracias a suideología como López ha propugnado las reformas tan combatidas por lossectores prepotentes del propio liberalismo. Estas gentes no van a entenderla urgencia histórica de tales cambios y van a conchabarse con los terrate-nientes más regresivos, enemigos naturales de la Ley 200 del 36 —la re-forma agraria, cuyo solo nombre los aterra—, y con el clericalismo, unidoal fin a idénticos intereses. Ambos bandos, dentro y fuera del liberalismo,aguardan lo suyo del nuevo presidente: los más receptivos cuentan conque él sabrá defender al menos lo ya logrado por la “Revolución en Mar-cha” del lopismo; y los otros se sienten esperanzados en que el tradiciona-

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lismo y la moderación del exrepublicano serán factores frenadores de di-cho proceso. Esta ambivalencia radical de las expectativas en el interior delliberalismo conducirá, primeramente, a la paradojal actitud de Santos en1942 cuando, contra todo lo que él había sido —así lo parecía— asumiráde hecho una posición de fuerza en favor de la reelección de López yadversa a la otra candidatura liberal, la de Carlos Arango Vélez. En segun-do lugar, a una nueva división del partido, entre la tendencia gaitanista,agitacional y socializante, y la encabezada por Gabriel Turbay, más mati-zada y menos retadora para el establecimiento.

Los grandes intereses económico-sociales se enfrentaban, ahora, reves-tidos de ideales y de distingos doctrinarios, en la cúspide liberal. Comosiempre, hasta ahí Santos representaba el centro o el gozne de los acuer-dos, el difícil equilibrio de las tensiones clasistas que amenazaban con des-tronar al partido. López ya lo ha anunciado: las fronteras ideológicas decarácter vertical entre liberales y conservadores tienden a desaparecer. Y,por su parte, Gaitán empieza a subrayar la horizontalidad de los bloques deintereses y de sus respectivas ideologías, los dueños de la riqueza; por aba-jo, los desposeídos.

Todavía, el absurdo incidente de Gachetá, ocurrido el 8 de enero de1939, apenas cinco meses después de su arribo a la presidencia, cuando lapolicía -guardia de Cundinamarca- disparó contra una manifestación con-servadora y mató a varias personas e hirió a muchas más, era una especiede fatalidad inscrita en la mecánica del sectarismo de una tropa de extrac-ción campesina, activada en un instante imprevisible, accidente del que nopodía culparse al jefe del Estado, y menos tratándose de aquel cuyo lemaera la convivencia nacional.

Pero lo acontecido con la candidatura de López constituye la expresiónmás dramática de lo que ha solido denominarse la “ironía de la historia”.Recordemos el esquema de los hechos. Año 1942. Carlos Arango Vélez,eminente liberal de conocida trayectoria, acaba de regresar de Roma, a don-de había viajado como embajador de Colombia ante el Vaticano, y es postu-lado por algunos copartidarios como candidato o precandidato a la presidencia,para suceder a Santos, cuyo mandato expira el 7 de agosto de ese mismoaño. El conservatismo simpatiza con esta postulación y la apoya, debido a laconfianza que Arango Vélez le merece, dado que al volver de la Santa Sedese ha declarado ortodoxamente católico y, desde luego, en desacuerdo con elrumbo tomado por el partido liberal desde el gobierno anterior. Su nombre es“barajado”, entre otros, por el sector “antilopista” del partido. El conservatismo,lanzado otra vez a la más enconada oposición por Laureano Gómez desde

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los pasados sucesos de Gachetá11, coadyuva a la postulación de Arango Vélezy se dispone a formar bloque junto a los liberales “aranguistas” en todas lasasambleas departamentales durante las sesiones próximas a inaugurarse.

Con el “aranguismo” hacen causa los voceros de la Apen, la poderosaasociación gremial de propietarios y empresarios, entidad análoga a la quehoy serían, reunidas, la Andi, Fenalco y la SAC. Eran, en fin de cuenta, losgrandes intereses coligados contra las reformas de López, deseosos por lotanto de atajarlas y, de ser aún ello posible, de “revisarlas” en lo sustancial.Por esos días los antilopistas liberales habían fundado el periódico La Razón,dirigido por Juan Lozano y Lozano. Desde sus columnas comenzó apromoverse la candidatura de Arango Vélez como alternativa contra la re-elección de López.

Debió de ser entonces demasiado imperiosa la necesidad histórica en laconciencia del presidente Santos, liberal intachable y doctrinario conse-cuente desde 1910, para que, con pleno conocimiento de causa, hubiesedictado el famoso decreto 970 del 15 de abril de 1942, en virtud del cual seaplazaba hasta nueva orden la fecha de sesiones de las 14 asambleas de-partamentales. ¿Cómo se le aparecía a Santos, legalista y demócrataintegérrimo, aquella necesidad de alcance histórico para el liberalismo?Ante todo, se le presentaba bajo la forma de un seguro retroceso en elcumplimiento del compromiso con el pueblo colombiano y con la épocaque significaba el ciclo entero de los cambios socioeconómicos y aun cul-turales, inaugurado audazmente por López.

Pese a que la drástica disposición presidencial fue suspendida por el Con-sejo de Estado tres días después de su expedición, Santos la hizo ejecutar sindubitaciones12. De manera no menos explícita, el gobierno se solidarizó conla candidatura de López. Santos interpretó los datos primarios de la actuali-dad política —conservatización de Arango Vélez, apoyo a su candidaturapor un conservatismo radicalizado contra la reciente obra liberal en todos losórdenes y por los sectores menos democráticos del liberalismo, etc.— en elúnico sentido que la dinámica del proceso general del país estaba generando.

11 En aquella ocasión el novel diputado liberal Julio César Turbay Ayala defendió elocuente yexitosamente al presidente Santos en la Asamblea de Cundinamarca, frente a los ataques delconservador Guillermo León Valencia, quien abrió su debate por lo de Gachetá con una violenciaverbal no inferior a la desplegada entonces en el Parlamento, con igual motivo, por LaureanoGómez.

12 Cf. Alfredo Vásquez Carrizosa, El poder presidencial, p. 338, segunda edición, Bogotá, E.Dobry, Editor, 1979.

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Eduardo Santos después de clausurar como Presidente la legislatura de 1939; lo acom-pañan entre otros José Umaña Bernal (Presidente del Senado) y el profesor Luis

López de Mesa (Ministro de Educación).

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Entonces, nadie menos que él, resolvió bajo su responsabilidad directa rom-per la forma de una juridicidad que en esa hora exacta y en esas circunstan-cias precisas de nuestra historia amenazaba sin lugar a dudas el contenidoprogresivo y moderno de las reformas incoadas por su predecesor. Tal es lasingular paradoja en la que la historia colocó a uno de los estadistas másescrupulosos en el acatamiento a las instituciones y las leyes que el país hayaalumbrado desde Francisco de Paula Santander.

López fue reelegido en unos comicios rodeados de un nuevo despertarrevolucionario y, al mismo tiempo, incertidumbre y pesimismo de algunos, yjuramentos revanchistas de no pocos. De todas maneras se había dado unpaso decisivo, también por esa vía, hacia la agudización de las contradiccio-nes latentes que condujeron al torpe e impopular “golpe de Pasto” en 1944 ya su renuncia del presidente López en 1945, no obstante el apoyo mayorita-rio que le brindara su partido.

Su obra

Iniciado en las condiciones sociales y políticas a que aquí se ha aludido, elmandato de Santos —“el hombre de la pausa”, como lo nombra GerardoMolina— fue una tregua, muy activa, porque se consolidaron las reformasanteriores y se complementaron con algunas iniciativas de indiscutible im-portancia. Realizó obras de gran envergadura como las siguientes:

— Instituto de Crédito Territorial (1839)

— Instituto de Fomento Municipal (decreto 503 de 1940)

— Instituto de Fomento Industrial (decreto 1157 de 1940)

— Primer pacto de cuotas cafeteras —a fin de contrarrestar la crisis cafe-tera con el cierre de los mercados europeos, por causa de la SegundaGuerra Mundial

— Fondo Nacional del Café para ejecutar e implementar el pacto de cuo-tas y organizar las políticas de producción y distribución del grano

— Comienzo de la planificación nacional (1940)

— Banco Cafetero

— Recapitalización de la Caja Agraria

— Flota Mercante Grancolombiana

Otra de las actuaciones memorables de Santos en lo político, lo cultural ylo humanitario, perteneciente al linaje de aquellas denominadas por Zweig

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“momentos estelares” —que iluminan hacia atrás y hacia adelante el periplocompleto de una existencia—, es la cumplida con los republicanos españolesexiliados de la guerra civil entre 1939 y 1942. Acogió a muchos de ellos enel país, les brindó trabajo en la universidad, en la administración, en su pro-pio periódico, y los estimuló sin reservas, pese a ciertas protestas internas yexteriores. Ellos eran, en realidad, un núcleo selecto de la élite intelectual deEspaña: Ots Capdequí, Luis de Zulueta, el lingüista González de la Calle, elmédico Antonio Trías, el notable químico Antonio García Banús 13, los doshermanos naturalistas Cuatrecasas, los hermanos García Reyes, ingenieros,y el historiador de las matemáticas, Francisco Vera, además de otros. Con sucolaboración entusiasta el presidente Santos prosiguió la actualización de launiversidad, iniciada por López. También bajo sus auspicios fue fundada laCasa de España, que se convirtió en un centro cultural: trinchera de corteantifascista, de hondo arraigo popular en la capital. Y, en abierto desafío a lasmilitancias regresivas nacionales e internacionales, Santos puso El Tiempo adisposición del pensamiento libre de aquellos refugiados.

La Guerra Mundial, desatada cuando Santos ejerce la presidencia, com-promete a su gobierno y al país junto a los aliados y contra las llamadas“potencias del Eje”. Era la buena causa y no cabía proceder de otro modo. Yen 1944, dos años después de la dejación del cargo, y cuando el nazismo vasiendo derrotado en un frente tras otro y sus garras aflojan poco a poco lospaíses ocupados —algunos convertidos casi en guiñapos—, Santos colaboracomo vicepresidente de la UNRA, organismo creado por las Naciones Uni-das de manera específica para administrar los socorros y coordinar las labo-res de rehabilitación de los territorios liberados. Lo que se puso en juego conla guerra nazi-fascista fueron la democracia y el porvenir humano, en térmi-nos absolutos; por lo cual, desde la guerra civil española, prólogo y ensayovictorioso de las fuerzas regresivas de la época, Santos prestó su concurso endondequiera que la resistencia, acosada por la “bestia”, se insinuase. Para él,como para cualquier ser humano del momento, el escenario y el foco delinterés más personal era el mundo entero, ya que era la totalidad del hombrelo que ahora peligraba. Ser “grande” entonces significaba, como nunca antesen la historia, igualarse por la decisión y el anhelo a todo semejante, a cual-quier congénere, por humilde que fuese. Einstein y Thomas Mann y Sartre y

13 García Banús recientemente había sido candidato al Premio Nobel de Química, el de 1938. Conla ayuda directa del presidente Santos, inauguró en Colombia los estudios de química a niveluniversitario y, con ellos, se inició la serie de carreras tecnológicas que conocemos: en particularlas ingenierías industriales, electrónica, mecánica y de petróleos, la geología, etc.

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los demás de su estirpe, eran al fin iguales al último judío aplastado en Poloniay al militante más borroso del Maquis. En lo mismo estuvo Eduardo Santoscuando y como fue preciso; cumpliendo el único imperativo categórico de estacenturia: salvar al hombre de sus demonios desatados en la contrafigura nazi.

Tal vez, por eso, cuando el 2 de septiembre de 1952 la mano incendiariade la barbarie criolla reduce a cenizas El Tiempo, la empresa intelectual,política y financiera de su vida, su serenidad resulta inviolable y sus equili-bradas reacciones ejemplarizantes. Antes de que el fuego se extinga, sabecon certidumbre plena que esta vez también todo será reconstruido. Y comome lo expresara en una entrevista para ese mismo diario Ludwig Erhard,ante su Alemania convertida en ruinas, atenazada por la hambruna y la per-plejidad, “el ave Fénix volvió a renacer de sus propias cenizas”14. Y por ello,sin renunciar siquiera a la antigua voluntad de simbolización, la causa perio-dística, mientras las libertades ciudadanas mínimas renacían, se tituló Inter-medio. Aquella época de infortunios y lucha, marca el punto culminante dela vida de Santos al identificar su enseña de “fe y dignidad” con el mismoanhelo de reconstrucción política alentada hasta la victoria por el pueblo.

Adhirió entrañablemente al Frente Nacional pactado en Benidorm enmarzo de 1957 entre Alberto Lleras y Laureano Gómez, quizá con la amargay postrera convicción de que se volvía en círculo, después de tanta inútilcrueldad, a la obviedad finalmente más difícil de reconocer: la convivenciaen la paz del trabajo y en el respeto a la opinión ajena. Son los mismosprimigenios valores que exalta en la figura universal de Albert Camus alofrecerle, en representación de sus amigos y lectores latinoamericanos y es-pañoles, aquel inolvidable homenaje en París, el 22 de enero de 1958.

Su estilo

En sus escritos y en su oratoria, el estilo fluía llano y limpio, despojado derelieves barrocos y presuntuosas “originalidades”. Venía a ser justamente laexpresión directa y eficaz que corresponde a una visión conciliadora, nadaantagónica, del mundo. No es la suya, por tanto, ni lo fue nunca, la prosaasfixiante del teórico recién documentado, ni la del artista en trance de noto-riedad. Lo personal en ella es, paradójicamente, lo más unánime, lo dado enla buena conciencia de una clase dirigente tan nueva que aún desconocía losriesgos de su propia ambición. Quizá fuera inevitable que alguien dentro deella, confeso de carecer de avidez política, viniera a recordarle que sus ver-daderos intereses ya no tenían nada que ganar del fanatismo, la exclusividad

14 Jorge Mario Eastman, El “Milagro” Alemán. Editorial Tercer Mundo, 1968.

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de la violencia: había llegado el tiempo de la sociedad anónima, también enel plano político. La violencia debía regresar más tarde, con característicasmás inhumanas y como consecuencia de la ruptura del viejo modelo de rela-ciones entre las ideologías ancestrales y la vida de aquellas mismas masascampesinas empujadas a morir en su nombre. La ecuanimidad abstracta deSantos, a lo largo de medio siglo por lo menos, acabó dando el tono de unracionalismo fluvial, casi ingenuo, pero siempre con grandeza, sólo percep-tible dentro de las condiciones colombianas, donde lo elemental ha tenidoque ser reiterado y aun enfatizado desde los albores de la República.

Trabajando con los materiales propios de su tierra, sin necias especulacio-nes filosóficas, evitó, hasta lo posible, profundizar teóricamente en sus pos-tulados ideológicos. Quizá le parecían tan evidentes y axiomáticos que dierapor supuesta la suficiencia de su sola enunciación. En el fondo, su racionalismoseguía perteneciendo a la estirpe del iluminismo del siglo XVII. La suya erala razón de los Derechos universales del hombre y del ciudadano, y su “sen-tido común” de publicista y de político era esencialmente afín al “Hombre delas leyes”, el organizador a quien tanto admiraba. De ahí su “santanderismo”,tan precoz cuanto duradero. Y, siguiendo el ejemplo de los varones egregiosde la época emancipadora, Santos, sobre todo, en los primeros lustros de sucarrera, fue radical en su nacionalismo en forma tal que lo matricula a lavanguardia de su generación en toda América Latina.

En el trato político y personal supo y pudo combinar, en dosis exactas, lacordialidad con la lejanía. Acudiendo al símil, podría asegurarse que jamás,incluyendo aquellos momentos en que debió ser enérgico, se desprendió desus guantes de raso.

De él se ha dicho en ciertos medios, con acento crítico, que vivía la mayorparte de su tiempo en el exterior y que contemplaba los problemas naciona-les a través del telescopio de El Tiempo; y que, gracias a tal distanciamiento,trataba las cuestiones más álgidas con el optimismo arreglista del clubman.Sin embargo, mirado el caso con la suficiente perspectiva histórica, lo ciertoes que aquel estilo de medios tonos convenía a su “temperamento” y en mu-chas ocasiones contribuyó a idear fórmulas pragmáticas, fecundas para lanación, que eran la voz misma de la sensatez en el ambiente caldeado yhomicida, legado por el largo proceso de la construcción de las institucionesy que, por otros motivos, retornaría con acentos apocalípticos pocas décadasdespués. No es que Santos careciese de firmeza en sus determinaciones nique negociara con los principios. Al contrario, es bien conocida su ortodoxialiberal. Para él, la posición liberal no podía perder vigencia ni siquiera con elcambio de la sociedad competitiva e individualista que la había generado. En

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tal sentido, lo que escribió a los 23 años es idéntico a lo dicho en sus declara-ciones y documentos de la vejez. Se ciñó hasta el fin a esta su declaración deliberalismo: “El liberalismo es, ante todo y sobre todo, y quizá exclusiva-mente, un criterio realista, puesto resueltamente al servicio de la justicia so-cial, de la libertad, del mejoramiento de la vida humana.”

Su empresa

El Tiempo, después de su esposa e hija, fue su máxima razón de ser. Desdesu columna editorial —en 1913 había comprado por $5.000 la cojitranca em-presa a su cuñado Alfonso Villegas Restrepo— trazó unas directrices de con-ducta que nunca alteró ni permitió violentar. Nadie en Colombia ha escrito contanto coraje intelectual y fuerza moral sobre lo que es y debe ser la profesióndel periodismo y, tampoco, nadie como él ha sido mejor ejecutor de sus pro-pias lecciones. Un catálogo riguroso de derechos y obligaciones al que siem-pre ciñó su conducta. En efecto, su vida la sometió a una máxima suya quenunca infringió: “el escritor de un diario debe vivir en casa de cristal.”

Valga la transcripción de tres de sus preceptos fundamentales:

Lo que es para mí la base ética indispensable de la profesión deperiodista: yo consideré y considero incompatible la profesiónde periodista con las actividades propias del hombre de nego-cios. Me pareció y me parece que no puede uno aspirar a orien-tar o reflejar la opinión pública si no tiene una total independenciarespecto de los grandes negocios, si participa en ellos en algunaforma. Yo he querido que El Tiempo pueda referirse a todas lascosas sin que el interés que tenga en determinado negocio pue-da influir directa o indirectamente sus opiniones.

La libertad de prensa, a la cual —para honor de todos— se debenmuchas de las bellas páginas de nuestra historia, es una de las basesesenciales de nuestra democracia, y cuanto tiende a desconocerla oa ponerla en peligro, pugna con los sentimientos nacionales, unáni-mes en la defensa irrevocable de esa libertad, que existe no sólopara los directores de periódicos o para los periodistas profesiona-les sino también para todos los escritores que quieran hacer uso dela prensa periódica para expresar sus opiniones.

No somos partidarios en forma ninguna de la irresponsabilidadde los escritores públicos; no admitimos que se cree un privile-gio para ellos que los coloque fuera del alcance de las leyes ydeje impune todos los delitos que por medio de la prensa pudie-ran cometerse. Esa irresponsabilidad no existe ni puede existir.Pero para que sea efectiva la libertad de pensamiento y de ex-presión a que hemos aludido, es preciso que las responsabilida-

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des a que ella pueda dar motivo, no se deduzcan sino por con-ducto de autoridades insospechables por su jerarquía, por susuprema independencia y sobre todo por el hecho de que nodependen en forma alguna de las autoridades administrativas.

Su muerte

A partir de 1958, una vez restaurado el orden institucional, apenas rompesu silencio a través de alguna carta o una que otra declaración. Siempre muybreves, las desliza discretamente, desde su vieja casona de la calle 67, y sólodespués de llegar al convencimiento de que resultaban imprescindibles parasus conciudadanos.

Retirado de la vida pública en 1966, no le restará sino la privacidad com-pacta de la ceguera que lo agobia, reduciéndose a recordar dentro de su“hábitat” natural, la biblioteca, aquellas miles de páginas eternas que conmayor devoción había leído. En 1974 se apaga, con una muerte callada ydiscreta, dentro de su mejor estilo. El suyo, que tanto debía a la estrategia delsilencio, desde la remota juventud. Por allá en 1913 –recuérdese–, habíaescrito: “El silencio en política es oro, a condición de que sepa romperse atiempo y de manera viril y clara”.

En este día Colombia perdió sin duda su más auténtica encarnación. Alconocerse la noticia de su fallecimiento, no por esperada menos infausta,tanto quienes lo habían seguido con afecto sin límites, como quienes lohabían criticado con acerbia y, especialmente, esa multitud silenciosa quese entendía vinculada a su vida y a su obra, todos a una, ya fuesen jóveneso viejos, celebridades o anónimos, se agolparon en las calles para rendirleun último homenaje, formando en torno a sus despojos mortales, comoescribiera Hernando Santos, “un gigantesco arco” al prefigurar “la máshermosa corona para acompañar a Eduardo Santos a su ingreso a la histo-ria y al más allá”.

Carlos Lleras Restrepo, su más tenaz y eficiente discípulo, expresó: “Élfue para mí, al mismo tiempo, el superior de extraordinarias condiciones y elamigo con cuya confianza se puede contar siempre”.

Desde la orilla Mariano Ospina Pérez lo calificó como un “gran colom-biano y uno de nuestros buenos presidentes”.

Álvaro Gómez Hurtado afirmó que “su muerte es un insuceso parala patria”.

Gabriel Cano recabó en que “Santos se lleva por delante, para incorporar-la a la historia, una época”.

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Enrique Caballero Escobar consideró que: “Si se repasa el discurrir deeste siglo, en el cual se consolidó la paz y se afianzó la democracia, hayque reparar en un pequeño utensilio —con más de esfumín que de estile-te— que le trazó al país con disimulada precisión el camino seguro: lapluma de Eduardo Santos.”

Abdón Espinosa Valderrama, su leal compañero de labores y tertulias pe-riodísticas, señaló: “uno de los grandes de todas las épocas, desde Franciscode Paula Santander, ha muerto”.

Abelardo Forero Benavides desde su trinchera intelectual del semana-rio Sábado y, más recientemente, Alfonso López Michelsen en su libroEsbozos y atisbos resaltaron, con brillo y agudeza, importantes facetas desu personalidad.

Distinguidos colegas:

Con esta ceremonia la Academia Colombiana de Historia se asocia a lacelebración de los 30 años del fallecimiento de quien ha sido, sin duda, unode los personajes más trascendentes de nuestra historia republicana. Lareedición de las “Obras Selectas” -publicadas en 1979 por el Fondo de Pu-blicaciones de la Cámara de Representantes bajo mi dirección- ofrecería alas nuevas generaciones la oportunidad de conocer y repasar la improntahistórica de quien debe ser recordado por los colombianos como un colom-biano excepcional, merecedor de tener como epitafio la frase lapidaria de PíoBaroja: “la muerte es alguien que se retira de sí mismo y vuelve a nosotros.No hay más muertos que los llevados dentro por los vivos”.