Ediciones Destino COLECCIÓN Áncora y Delfín Finny … · SELLO FORMATO SERVICIO Ediciones...

20
Finny Justin Kramon

Transcript of Ediciones Destino COLECCIÓN Áncora y Delfín Finny … · SELLO FORMATO SERVICIO Ediciones...

FinnyJustin Kramon

SELLO

FORMATO

SERVICIO

Ediciones Destino

13,3 x 23

2º noviembre

COLECCIÓN Áncora y Delfín

Rústica con solapas

CARACTERÍSTICAS

4/1cmyk + Pantone 7500

-

IMPRESIÓN

FORRO TAPA

PAPEL

PLASTIFÍCADO

UVI

RELIEVE

BAJORRELIEVE

STAMPING

GUARDAS

Estucado brillo doble cara

Brillo

-

-

-

-

-

INSTRUCCIONES ESPECIALES-

PRUEBA DIGITALVALIDA COMO PRUEBA DE COLOR

EXCEPTO TINTAS DIRECTAS, STAMPINGS, ETC.

DISEÑO

EDICIÓN

15 octubre Sabrina

Finny es una chica observadora y rebelde que lleva toda la vida intentando escapar de la obsesión de su madre por convertirla en una «dama», de las citas sentenciosas de su padre y las miradas de reproche de su hermano por no comportarse «como debería». Y entonces, cuando ya cree imposible que alguien pueda comprenderla, conoce a Earl Henckel, un chico tan especial como ella, y a su padre, un curioso profesor de piano con narcolepsia. Juntos pasan momentos maravillosos pero, por supuesto, Earl no tiene lugar entre las cosas que Finny debe hacer, así que sus padres deciden mandarla al internado Thorndon.

Lejos de enderezarla, su estancia allí sólo será el principio del camino hacia su libertad. Una temeraria amistad, su relación con Earl y un peculiar accidente familiar le descubrirán las vertiginosas posibilidades del amor y la pérdida, y la lanzarán a una aventura extraordinaria que abarca veinte años y dos continentes.

«Impresionante debut, Kramon es un verdadero hallazgo.» Publishers Weekly

«Imaginemos que metemos a Charles Dickens en una máquina del tiempo y le pedimos que escriba un crossover ambientado hoy en día en Estados Unidos. El resultado sería una novela parecida al astuto, encantador y subversivo debut de Justin Kramon.» Finantial Times

«El ingenioso y mordaz reparto de personajes te traslada al mundo de Roald Dahl.» Time Out New York

Otros títulos de la colección Áncora y Delfín Una reina en el estradoHilary Mantel

Encuentro en BerlínPepe Ribas

Y entonces sucedió algo maravillosoSonia Laredo

Cada cual y lo extrañoFelipe Benítez Reyes

El pantano de las mariposasFederico Axat

El caso del mayordomo asesinadoMarco Malvaldi

Tanto correrMariano QuirósPremio Francisco Casavella 2013

Claire DeWitt y la ciudad de los muertosSara Gran

La mala luzCarlos Castán

Los corruptoresJorge Zepeda Patterson

Justin Kramon ha recibido el premio de la Michener-Copernicus Society of America, Best American Short Stories, el Hawthornden International Writers’ Fellowship y la fundación Bogliasco. Es profesor de la Escuela de Escritores Gotham en Nueva York y en la Escuela de Jóvenes Escritores de Iowa. Tiene veintinueve años y vive en Filadelfia.

Diseño de la cubierta: Departamento de Arte y Diseño.

Área Editorial Grupo Planeta

Fotografía de la cubierta: © www.desmotivaciones.es

Fotografía del autor: © Eleftherios Kostans.Áncora y Delfín

1279

25 mm

Síguenos en http://twitter.com/EdDestino www.facebook.com/edicionesdestinowww.edestino.eswww.planetadelibros.com

10036532PVP 16,90 €

Just

in K

ram

on F

inny

C_finny_ok.indd 1 15/10/13 15:42

Finny

Justin KramonTraducción del inglés de Francisco López Martín

Ediciones DestinoColección Áncora y DelfínVolumen 1279

001-400 Finny.indd 5 14/10/2013 12:20:00

11

1Finny conoce a un chico

Al nacer, su padre le puso el nombre de Delphine, en honor a la ciudad del oráculo griego, pero, como ella siempre había tenido sus propias ideas sobre cosas como, por ejemplo, los nombres, la llamaban Finny desde que, siendo ya lo bastante mayor, así lo había querido. Era un nombre que sonaba a irlandés y que pegaba con su elegan-te cabello pelirrojo, y lo cierto es que a Finny siempre le había encantado todo lo irlandés, aunque ignoraba el mo-tivo. Tenía un hermano mayor llamado Sylvan, proba-blemente porque su padre, Stanley Short, quería conti-nuar la tradición de las iniciales S. S., cosa que siempre hacía pensar a Finny que a continuación iba a venir el nom-bre de un barco.* Le parecía absurdo dejar que otra perso-na decidiera cómo tenías que llamarte el resto de tu vida — imagínate que hubiese sido Osito Pooh o Estropajo—, conque fue ella quien tomó esa decisión.

Finny era una chiquilla fuerte y traviesa, segura de sí misma y valiente, con un pelo tan rojo como un tomate maduro, pecas en la nariz, mejillas que parecían salpica-duras de barro y unos mofletes hinchados como el pan cuando empieza a esponjarse, esos que a las tías ancianas les gusta pellizcar. A veces, cuando lo hacían, Finny les pa-gaba con la misma moneda. No era la clase de niña que se

* Del inglés steamship, SS es el acrónimo naval que se usa como prefijo para indicar que se trata de una barco de vapor.

001-400 Finny.indd 11 14/10/2013 12:20:00

12

dejaba hacer carantoñas o se derretía cuando le decían que era adorable. En cierta ocasión, a los cuatro años, su tía Louise le pellizcó una mejilla y Finny le dio un pelliz-co tan fuerte en el pecho que su tía gritó de dolor y la dejó caer. El suelo era de linóleo y, cuando chocó contra él, to-dos pensaron que se había matado. Entonces, Finny se echó a reír: había arrancado el botón del bolsillo de la blu-sa de su tía y lo tenía aferrado en su puño sudoroso.

La madre de Finny, Laura, era una mujer alta y hue-suda, de boca pequeña y nariz afilada. No era nada del otro mundo, pero sabía arreglarse para resultar atracti-va. Usaba horquillas, suéteres vistosos y elegantes faldas negras. Tenía una sonrisa cálida, hablaba con timidez y coquetería y los adultos solían dirigirse a ella como si fuera Finny, con un tono de voz un poco más alto, suma amabilidad y palabras sencillas. Finny la veía transfor-marse en una niña alegre y curiosa para sus invitados y no le gustaba su pose, su sumisión voluntaria, su afán irrefrenable de llamar la atención. Finny llevaba camise-tas de fútbol gastadas y vaqueros cortados cuyos hilos le colgaban por debajo de las rodillas. Siempre tenía un codo despellejado o una pantorrilla magullada por haberse peleado después de clase. Le gustaba el kickball y duran-te cierto tiempo pudo con casi todos los chicos de su clase en los juegos de lucha libre a los que dedicaban el recreo.

Laura era inflexible con la limpieza y el arreglo per-sonales: para salir de casa había que estar pulcra y acica-lada. «Por desgracia, la gente te juzga por tu aspecto», le había dicho a Finny. Expresaba sus creencias como si fueran verdades objetivas.

Finny le había respondido: «¿Y cómo tengo que ves-tirme para parecer una huérfana?».

Para no bañarse, Finny decía que ya lo había hecho el día anterior y que con eso bastaba o se metía en la bañera y no usaba jabón o sólo se lavaba las piernas, pero no los brazos. Se lavaba los pies con el champú: hacía cualquier cosa con tal de confundir a su madre y demostrarle lo

001-400 Finny.indd 12 14/10/2013 12:20:00

13

poco que le importaban esos preparativos y disfraces es-merados. Salía de la bañera chorreando, con las uñas su-cias, barro en las mejillas y el pelo tan enmarañado como un cuenco de espaguetis. Tenía que peinarse después de salir de la bañera, pero durante cierto tiempo, cuando te-nía siete u ocho años, dejó de hacerlo. Se limitaba a pei-narse por delante y luego se colocaba el pelo de manera que, cuando Laura la inspeccionaba antes de meterla en la cama, parecía que lo tenía perfecto, aunque por detrás lo llevaba tan lleno de nudos que su hermano, Sylvan, empezó a llamarlo «el nido de ratas».

A Finny le gustaba aquello. Hacía posturitas frente al espejo, delante de Sylvan, colocándose los brazos de-trás de la cabeza o inclinando la barbilla para imitar las coquetas poses que las mujeres adoptaban en las revistas. «Mi hermoso nido de ratas», decía, mientras se lo atusa-ba como si saliera en un anuncio de champú. Apartarse tan descaradamente de las ideas de su madre le resulta- ba emocionante, como exhibirse con la ropa interior de Laura en la cabeza. Sabía que a Sylvan lo ponía nervioso — él siempre intentaba portarse como era debido—, pero su hermano no iba a contárselo a nadie. No era un chivato.

Por la mañana y por la noche, Finny empezó a llevar el pelo recogido para esconderlo. Una noche en la que le resultó imposible, se puso una boina vieja de un disfraz de Halloween. Laura le dijo que se la quitara y, cuando vio lo que había debajo, regañó a Finny y la hizo ir a la peluquería para que se lo desenredaran. Hicieron falta cuatro horas y a la madre de Finny le costó el triple de lo habitual, porque tuvieron que trabajar tres peluqueras al mismo tiempo. Mientras aquellas jóvenes peinaban a Fin-ny como si fuera un caniche de concurso, Sylvan, senta-do en el sillón de al lado, le dijo que estaba preciosa.

—Cállate — dijo Finny—. ¡Ay!—Pareces una tarta de fresa — dijo Sylvan.Le dio muchísima rabia que la comparasen con un

postre.

001-400 Finny.indd 13 14/10/2013 12:20:00

14

—¡Pues tú te pareces a lo que tiro a la taza del váter cuando estoy mala! — gritó en medio de la peluquería. Fue lo más asqueroso que se le ocurrió y a una de las jó-venes se le cayó el cepillo.

—Lo siento — dijo Laura y lanzó a Finny una mira-da de advertencia.

El padre de Finny era socio de un pequeño bufete de abogados en Baltimore, pero la familia vivía en un barrio residencial, muy lejos del centro. En la mesa, su padre sólo hablaba de «grandes hombres». Era su tema favori-to de conversación y, cuando tenían invitados, le gustaba sondear su opinión al respecto. Hasta decía que algún día escribiría un libro, si es que lograba ordenar sus ideas. Le gustaba citar frases de grandes hombres, aun-que no vinieran a cuento: «Los buenos artistas toman prestado; los grandes roban», soltaba cuando la conver-sación tocaba cualquier tema remotamente relacionado con el arte. A continuación, añadía con voz más solem-ne: «Picasso». Sólo el nombre; nunca «Lo dijo Picasso» o «La idea es de Picasso». Otra de sus frases favoritas era «Dios no juega a los dados»; a Finny le parecía una ad-vertencia, como si Dios te dijera que no te metieses con Él. Acto seguido, Stanley decía: «Einstein», como quien dice «amén» después de rezar. El nombre bastaba para exigir respeto y lo lanzaba como un signo de puntuación con el que poner fin a lo que había querido dejar claro.

Stanley era un hombre bajito, pelirrojo, con gafas re-dondas de montura metálica y una nariz un poco grande para su cara. Padecía del estómago y después de comer tomaba pastillas de Pepto-Bismol como si fueran cara-melos de menta. No le gustaba anunciar para qué iba al cuarto de baño exactamente, de modo que, cuando tenía que levantarse de la mesa para ocuparse de su vientre, siempre decía que iba a lavarse los dientes y los apretaba, como para demostrar a qué se refería. A veces se lavaba los dientes tres y cuatro veces por la noche. El Pepto daba a su aliento un olor a leche y mentol, como de helado de

001-400 Finny.indd 14 14/10/2013 12:20:00

15

menta, que, como Finny recordaría siempre, era lo pri-mero que notaba al despertar los domingos por la maña-na, cuando su padre iba a sacarla de la cama.

Sylvan era un año mayor que Finny y parecía tragar-se todo lo que decía Stanley o, como mínimo, no ver ra-zones para oponerse a ello. Cuando Stanley exponía sus teorías sentado a la mesa y explicaba cómo y por qué esos grandes hombres eran tan geniales, Sylvan asentía con la cabeza o hacía preguntitas para animar a su padre. Con el tiempo, Finny llegó a la conclusión de que nada en el mundo agradaba más a Sylvan que aquel espectáculo, ver a su padre tan concentrado, tan entusiasmado. «Fi-jaos en Jefferson, en Rousseau, en Spinoza», decía Stan-ley. De pequeñita, Finny se giraba y miraba por toda la habitación, casi con la esperanza de encontrar a esos gran-des hombres agachados bajo el mantel de flores o junto al aparador de mármol en el que la madre de Finny guar-daba la bandeja cuarteada de color verdeazulado para servir los dulces y las tarjetas de felicitación de cumplea-ños y Pascua que hubieran recibido.

—Todos creían en la autosuficiencia racional del hombre, en la capacidad de las personas para hacer el bien, aun cuando rara vez obren así.

Sylvan asintió enérgicamente con la cabeza y a conti-nuación preguntó:

—¿Qué es auto-sufí-ciencia?Finny se rió.—Es algo que tú tienes — le contestó.—No digas tonterías — dijo Sylvan.—Pues sé normal — replicó Finny.—Callaos — dijo Laura— y dejad que vuestro padre

termine de hablar.Entonces, Finny se puso a dar de comer al perro,

Raskal (por Raskólnikov; Crimen y castigo era el libro con el que Stanley se había enamorado de Dostoievski), por debajo de la mesa. Le gustaba coger trocitos de pes-cado y patata de su plato y deslizarlos en la boca de Ras-

001-400 Finny.indd 15 14/10/2013 12:20:00

16

kal, como si fueran mensajes secretos. Raskal estaba de-licado del estómago, igual que Stanley. Era un perro de raza cobrador dorado, perezoso, gordo y asmático y, cuando tomaba comida humana, tenía ventosidades que no pasaban inadvertidas. En cuanto Finny empezó a no-tar un olor extraño, oyó decir a su padre: «Fiiinnny», con la voz elevándose a lo largo de su nombre, como si se subiera el volumen de un equipo de música.

—¿Qué? — dijo Finny.—Maldita sea — dijo Stanley—. ¿Es que no puedes

estarte quieta y escuchar?—Estoy escuchando.—No le des al perro comida para personas.—No le doy al perro comida para personas, sino co-

mida para perros.—La comida que hay en la mesa es comida para per-

sonas y la comida para perros está en el cuarto del perro.—A veces las personas comen comida para personas

en el cuarto del perro, mientras el perro come comida para perros — dijo Finny.

—Lo importante es que no debes darle de lo que es-tamos comiendo, Finny.

—Pero, papá, ¿cómo voy a darle de comer lo que es-tamos comiendo? — dijo Finny, levantando las manos como si fuera la pregunta más absurda del mundo. Sabía que aquello irritaría a Stanley, quien intentaba estable-cer la diferencia entre los grandes hombres y los hom-bres mediocres, no entre la comida para personas y la comida para perros.

—Sube a tu habitación — le dijo a Finny.—Pero...—¡He dicho que subas!Stanley se puso rojo y la fulminó con la mirada. No

es que a Finny le gustara irritar a su padre, ponerlo en el disparadero, pero cuando hablaba de sus grandes hom-bres era como si no se dirigiese a ella, como si se lo ofre-ciera a Sylvan con un guiño.

001-400 Finny.indd 16 14/10/2013 12:20:00

17

En cierta ocasión, cuando Sylvan y Finny eran mu-cho mayores y estaban hablando por teléfono sobre su padre, Sylvan dijo:

—Siempre me acuerdo de las comidas. Papá era el centro de atención.

—El caso es — dijo Finny— que siempre parecía di-rigirse sólo a ti, ¿no te parece?

—Creo que era sólo porque yo lo escuchaba. Tú eras mucho más lista que yo, la verdad. Papá sabía que lo te-nías calado.

Era algo muy propio de Sylvan: mezclar todas las pie-zas y recomponerlas de una manera que resultara agra-dable para que todo el mundo pareciera serio y bieninten-cionado. Ella nunca lo había visto así y no estaba segura de si su hermano sólo lo decía para hacerla sentirse me-jor ante algo que no podía cambiar.

—Pero ¿y aquella vez que me burlé de él? — dijo Finny intentando llevar la conversación a un terreno menos resbaladizo, el de una historia tonta con la que pudieran reírse los dos.

Se refería al día en que su padre la había regañado por dar de comer a Raskal por debajo de la mesa y, por alguna perversa razón, cuando dejó de gritar, ella había dicho: «Aristóteles». Había sido una sola palabra, pero la había pronunciado con una voz que imitaba clara-mente la de Stanley cuando citaba a los grandes hom-bres.

—¿Qué has dicho? — preguntó Stanley.—Nada.—Te he oído.—No he dicho nada.—No me imites, Finny. —Yo no imito — dijo Finny sin poder contenerse—:

robo.Los ojos de Stanley se encendieron.—¡Fuera de aquí! — gritó y empujó la mesa, de

modo que los platos tabletearon.

001-400 Finny.indd 17 14/10/2013 12:20:00

18

Por teléfono, Sylvan dijo a Finny:—Nunca lo había visto tan enfadado.—Ni yo — dijo ella—. Me asustó un poco, la verdad.—No creo que hayas tenido miedo nunca, Fin.—Te equivocas, Syl. Tenía más miedo de lo que po-

díais imaginar.

Finny creció en el norte de Maryland, en la zona de on-duladas tierras de labranza al oeste de la Interestatal 83, justo al sur de la frontera con Pennsylvania. La casa de los Short se alzaba sobre una colina y desde las ventanas de la parte posterior se veía todo el valle: los maizales, los grupos de árboles, los pastos para los caballos, todo sur-cado de vallados y caminos de grava para la entrada de vehículos y salpicado de grandes casas solariegas. Desde la ventana de su dormitorio, aquel paisaje le parecía a Finny un enorme edredón de colores chillones. El aire olía a hierba y polvo, a madreselvas al final de la prima-vera, a estiércol de caballo cuando sembraban los agri-cultores. Aquella extensión de terreno tenía casi diecio-cho kilómetros de perímetro, según el cuentakilómetros del coche. (Stanley se había encargado de averiguarlo un domingo, con Sylvan de copiloto: informaron de sus ha-llazgos nada más entrar en casa. «Diecisiete coma siete», dijo Stanley, y Sylvan asintió con la cabeza.)

Los recuerdos de infancia de Finny eran un revoltijo de impresiones: vallas viejas, el tacto de la hierba mojada bajo sus pies y el chasquido que producía al caminar so-bre ella, el cenagoso aire del verano, el polvo de los dien-tes de león, los días nevados en los que todo quedaba blanqueado, las brillantes y frescas tardes otoñales que daban paso a los anocheceres de plata, las colinas como un gran mar verde que ondulara en la distancia. Sólo en la parte más lejana parecía allanarse la tierra. En el hori-zonte, se veía algo así como una cinta verde-gris, que po-dían ser árboles o incluso montañas, una frontera. Estaba

001-400 Finny.indd 18 14/10/2013 12:20:00

19

demasiado lejos para decirlo con seguridad. Sin embar-go, de pequeñita, Finny siempre se imaginaba que iba hasta allí y aquel lugar lejano y mágico se mezclaba en su cabeza con las ideas que se hacía sobre su futuro, con lo que había más allá de aquella casa.

Otra cosa que Finny recordaba eran las mañanas de los domingos. Era el único día en el que Stanley no iba al despacho de abogados y se quedaba con su familia. Stan-ley adoraba a la madre de Finny. Lo demostraba por la ceremonia con la que le abría las puertas y le retiraba las sillas en las reuniones sociales. Además, al menos un do-mingo al mes, le servía el desayuno en la cama. Era un cocinero espantoso y todos sus platos quemaban la boca de tan picantes. Incluso cuando preparaba una torrija, empleaba una combinación de condimentos y técnicas de preparación con la que obtenía la esencia misma del picante abrasador. Algunos restaurantes de vanguardia de Nueva York habrían apreciado sus secretos.

Los niños se metían en la cama con Laura y, como Stanley hacía siempre comida de sobra, la ayudaban a acabársela.

La madre de Finny comía contenta y decía: «Stanley, me mimas demasiado. Eres demasiado bueno». Siem-pre. Sylvan y Finny se quedaban en la cama con ella y probaban las sobras carbonizadas del desayuno de Lau-ra, mientras Stanley les sonreía desde el sillón.

Sin embargo, en cierta ocasión, Finny dijo:—Pero ¿cómo puedes comerte esto?—Pues porque, para mí, no hay mejor comida en el

mundo — dijo Laura.—No sueles comer fuera de casa, ¿verdad, mamá?

— preguntó Finny.Stanley metió baza:—¿Sabíais que Henry James asistió en Inglaterra a

ciento diez cenas en un solo año?—¿De verdad? — dijo Sylvan.—Sí. O a lo mejor es que lo invitaron ciento diez ve-

001-400 Finny.indd 19 14/10/2013 12:20:00

20

ces. Comoquiera que sea, fue una marca sin preceden- tes. Y, mientras tanto, estaba escribiendo Retrato de una dama. Sólo puedo explicármelo si pretendía recoger in-formación, observar la decadencia y el derroche de una sociedad moribunda, para escribir sobre el gran poten-cial desperdiciado del hombre.

—Pero, Retrato de una dama, ¿no trata de una dama? — preguntó Finny.

—Sí — dijo Stanley, confuso—. ¿Por qué lo pregun-tas?

—Has dicho «el potencial desperdiciado del “hom-bre”».

—Ah — dijo Stanley—. Al decir «hombre» — expli-có con su voz más profesoral—, empleaba la palabra en un sentido amplio. Me refería a todos nosotros, colectiva-mente, en el sentido en que un gran hombre dijo en cierta ocasión: «La ley hace buenos a los hombres». — Hizo una pausa para dar peso a su cita y a continuación dijo—: Santo Tomás.

—Entonces, ¿por qué no dices «la gente»? — pre-guntó Finny. Sabía que todo dependía de cómo se dijera la palabra, pero, aun así, le resultaba irritante.

—Porque es más sencillo de la otra forma — dijo Syl-van, y miró a su padre, que asintió con la cabeza.

—Pero eso es un error — dijo Finny con voz quebra-da, dejando al descubierto su ira. Sabía que aquello no tenía importancia alguna, pero el comentario se le había quedado atragantado.

—Sea un error o no — dijo Stanley—, se trata de una convención.

—Pues es una convención estúpida — dijo Finny, deseosa de seguir hablando, de no dar su brazo a torcer, de dejar claro lo ridículas que le parecían todas las con-venciones de su padre. Sintió los ojos de su familia clava-dos en ella, la sonrisa de su madre como una barrera que la empujaba hacia atrás.

—Hablando de damas — dijo Laura, mientras lan-

001-400 Finny.indd 20 14/10/2013 12:20:00

21

zaba a Finny una mirada de lo más elocuente—, no estoy segura de que ahora mismo te estés portando como tal.

—Mamá, aunque tuvieras pene, te portarías como una dama. — Finny no estaba segura de lo que había que-rido decir, pero estaba tan nerviosa que las palabras se de-rramaban por su boca, como el agua de un vaso rajado.

—Lo que has dicho es asqueroso — dijo Laura, y Finny advirtió que aspiraba entrecortadamente y estaba a punto de echarse a llorar—. Con lo a gusto que estába-mos desayunando — barbotó Laura—. ¿Por qué, cuan-do todo va bien, acabas estropeándolo?

—Cariño — dijo Stanley levantándose del sillón y acercándose a ella—, no es nadie.

Lo que dijo Stanley en realidad fue: «No es nada», pero, por alguna razón, Finny lo oyó mal.

Stanley puso la mano en el hombro de Laura.—¿No crees que ya es suficiente, Finny? — dijo

mientras abrazaba a su mujer como la prueba misma de lo que Finny había estropeado.

—¡Esta comida sabe a quemado! — gritó Finny, y salió de la habitación haciendo sonar con fuerza las pi-sadas.

—No es cierto — oyó que su hermano decía a su pa-dre, mientras ella se alejaba por el pasillo.

Parecía haber algo en su familia que Finny no logra-ba entender. O tal vez fuera su familia la que no la en-tendía. Todos sus acuerdos, sus normas, sus rituales, sus defensas y sus pactos estaban envueltos en una nube de misterio, en una bruma que Finny no estaba segura de que fuera a desaparecer a la luz de la experiencia.

Finny se pasó aquella tarde en su habitación, primero intentando contener las lágrimas y luego prorrumpien-do en lloros fugaces y sensibleros. Apretó la cara contra la almohada y aulló, con voz trémula por el llanto. Pensar en aquello, en el aspecto que tenía en aquel instante, la ponía enferma. Si sus padres o su hermano hubieran en-trado durante una de esas breves concesiones al dolor, lo

001-400 Finny.indd 21 14/10/2013 12:20:00

22

más probable es que Finny hubiera saltado por la venta-na o hubiese fingido que intentaba ahogarse con la almo-hada: cualquier cosa con tal de que nadie la viera así, tan vulnerable, tan afligida. Se veía a sí misma como el abe-dul del jardín de sus padres, que crecía muy lejos de los otros árboles porque, a la sombra de éstos, se marchita-ría. A solas, en cambio, crecía lozano. Quería ser así, tan diferente, tan solitaria, tan fuerte.

Imaginaba formas de llamar su atención. Podía cla-varse un cuchillo en la camiseta y derramarse un poco de kétchup encima para que pareciera que se había apuña-lado. O podía coger un pendiente de su madre y fingir que Raskal se lo había tragado. O colocar fotos de muje-res entre las páginas de los libros de los grandes hombres de su padre. Pero todas esas ideas parecían absurdas, un tanto torpes. Podía verlos moviendo la cabeza, como si hubiera tropezado con el cordón del zapato o se hubiese puesto sin querer la ropa interior encima de los pantalo-nes. Pensarían que no tenía remedio, como una tostado-ra que quemara el pan o una mesa que se tambalease y a la que tuvieran que acostumbrarse porque ya habían sol-tado la pasta.

De modo que hizo lo único a lo que le veía sentido. Se escapó.

Se dirigió a la puerta de cristal corredera de la parte posterior de la casa. Pensó que podría ser complicado marcharse sin que la viera nadie, que su madre podía preguntarle adónde iba o que su hermano la pararía para ver si había llorado y ella tendría que inventarse alguna historia sobre sus alergias o sobre que acababa de echarse un sueñecito. Pero la casa estaba tranquila. Todos esta-ban en los cuartos, en alguna parte, viendo películas, le-yendo o trabajando. A veces, Finny se imaginaba a su padre con sus grandes hombres como a un niño con sus soldados de juguete, colocándolos en fila y haciendo que lucharan, mientras con la boca simulaba el sonido de las ametralladoras.

001-400 Finny.indd 22 14/10/2013 12:20:00

23

Abrió la puerta, salió y la cerró tras de sí.Era otoño. Descendió por la colina hasta el vallado

que rodeaba los pastos de los caballos, detrás de su casa. Empezó a caminar junto al vallado, por entre la alta hier-ba. Algunos caballos avanzaban a su lado. Hacía fresco, fuera, y Finny no había cogido un abrigo; llevaba sólo una pequeña sudadera verde que le encantaba ponerse, con una capucha que a veces llevaba atada de tal modo que sólo se le veían los ojos y la nariz. Llamaba a la suda-dera «la parca verde». El sol estaba bajo y brillaba en sus ojos y el aire tenía un olor otoñal a humo. La brisa le traía de vez en cuando el olor almizclado de los caballos, y también el de las hojas crepitantes, la tierra, la hierba y el estiércol.

Al final del vallado, Finny tomó el camino de tierra que cruzaba el viejo viñedo, abandonado desde hacía años. A uno y otro lado, algunas frondosas viñas se em-parraban por una espaldera de alambre y formaban un muro verde un poco más alto que Finny. Entre las grie-tas de la tierra dura brotaban algunas plantas que se en-roscaban a las viñas. A Finny le encantaba ir allí sola; aquel lugar era mágico para ella, como las colinas que apenas alcanzaba a divisar desde la ventana de su habita-ción. Daba patadas a las piedras y escuchaba el raspar de sus suelas en el suelo polvoriento. Le encantaba ese soni-do, la sensación cortante del aire frío en su rostro, sus manos hundidas en los tibios bolsillos de la parca verde.

Pensó en su madre. «Es casi la hora de comer», diría Laura. «¿Dónde está Finny?»

«No lo sé —diría Stanley—. ¡Sylvan! ¿Sabes dónde está tu hermana?»

Dejó atrás el viñedo, alejándose cada vez más de su casa. Siguió el camino que serpenteaba por las colinas en que las vacas pastaban por las tardes. Nunca había llega-do más lejos, pero siguió caminando. Pasó por delante de un establo ruinoso, con el techo hundido y la barandilla de la entrada caída, en forma de X, y luego por delante

001-400 Finny.indd 23 14/10/2013 12:20:00

24

de un pequeño estanque con una fuente que alguien ha-bía construido en su propiedad. Finny oía el ruido del agua. En el estanque había algunos pájaros de aspecto exótico que debía de haber comprado el propietario. Te-nían picos largos y puntiagudos y rayas negras alrededor de los ojos. Las plumas estaban veteadas de colores vivos: púrpura, dorado, verde. Miraron a Finny con sus ojos pintados y expresión seria y arrogante, como las mujeres con abrigos de piel y grandes bolsos de cuero que Finny había visto en la avenida Madison, cuando había estado en Nueva York. Vio una pluma azul y plateada sobre la hierba, junto al estanque; la cogió y se la metió en el bol-sillo.

Subió por una empinada loma cubierta de cebolla sil-vestre, por lo que olía a comida. Cuando estuvo cerca de la cumbre, donde la loma se volvía plana, vio un prado más allá de otro vallado. Sin embargo, aquél estaba en mal estado y, cuando Finny intentó subirse a él, cedió bajo su peso. Estaba a punto de cruzarlo cuando uno de los travesaños se rompió; Finny lanzó un grito y se cayó de espaldas.

En realidad, no llegó a caer. Algo la detuvo, la sostu-vo y la depositó cuidadosamente en la hierba.

—Gracias — dijo Finny, antes incluso de ver quién la había salvado.

—De nada — dijo la voz de un muchacho, como vio Finny al darse la vuelta. Era más bajo que ella y un poco regordete de cara. Finny nunca había visto un cuerpo como el suyo. Parecía el de un hombre, con sus anchos hombros y sus fuertes brazos, pero era más pequeño y tenía más cortas las piernas. Recordaba a una imagen formada por dos: el tronco de un adulto y las piernas de un niño.

—Te he visto acercarte al vallado — dijo el mucha-cho— y sabía que no aguantaría. Una vez me hice daño con él. Iba a avisarte, pero ya te habías subido. — Tenía una voz aguda y una forma de hablar un tanto apocada,

001-400 Finny.indd 24 14/10/2013 12:20:00

25

que no cuadraba con su cuerpo de adulto. Finny notó que las mejillas se le arrebolaban un poco mientras le ha-blaba.

—Gracias — repitió Finny, sin saber qué más decir. No estaba segura de que él no estuviera buscando cum-plidos.

Sin embargo, el muchacho se limitó a decir:—Vamos. Voy a enseñarte la forma más sencilla de

cruzar.Caminaron un poco a lo largo del vallado hasta lle-

gar a un punto en el que se habían roto dos travesaños, de manera que bastaba con que se agacharan un poco para pasar por debajo del más alto.

—Es más fácil pasar por debajo que por encima.—Sobre todo para ti — dijo Finny sin saber por qué.

Las palabras habían salido de su boca, sin más; era su modo de probar a las personas: presionar un poco para ver si ellas también lo hacían. Pero lo que acababa de decir pare-cía una maldad y Finny quiso disculparse. Al fin y al cabo, él le había salvado la vida.

Sin embargo, el muchacho se limitó a reírse.—Sí — dijo—, quepo en lugares estrechos.Finny aún quería disculparse, pero el muchacho ca-

minó hasta el centro del prado, como si se hubiera olvi-dado de lo que acababa de oír.

El centro del prado era también la cumbre de una co-lina que dominaba el valle. El sol estaba casi oculto detrás de los árboles y el cielo presentaba un color cristalino, gris-azulado. Se sentaron sin decir nada. El valle parecía un tablero de ajedrez gigantesco formado por maizales, bosques y campos. La tierra estaba salpicada de establos y alquerías, dividida por senderos de tierra y caminos ser-penteantes. Finny oyó el grito lejano de un granjero que llamaba a sus caballos desde los campos, el gorjeo de al-gunos pájaros y un zumbido de insectos.

—¿Cómo es que conoces este sitio? — preguntó al muchacho.

001-400 Finny.indd 25 14/10/2013 12:20:00

26

—Vengo mucho — dijo él—, cuando mi padre está en clase. Da clases de piano. Vivimos ahí abajo — añadió señalando una casita de color marrón que, desde allí, pa-recía apenas más grande que el salón de Finny—. Es bastante pequeña — continuó—, de modo que me gusta salir, si está con gente.

—¿Tienes hermanos?—No. Sólo a mi padre.—¿No tienes madre?—No — dijo el muchacho, sin añadir nada.—Yo me llamo Finny.—Yo, Earl.—Encantada, Earl — dijo Finny, y le tendió la mano.

Aquel gesto era una imitación de la forma guasona y co-queta con la que su madre se presentaba a veces a los hombres, pero no tenía otro.

Sin embargo, él le cogió la mano y la apretó firme-mente. Finny notó que la mano le sudaba y que seguía ruborizado.

—¿Cuántos años tienes? — preguntó Finny.—Quince — dijo Earl—. Recién cumplidos.—Yo, catorce — dijo Finny—, pero creo que me

comporto como si tuviera dieciséis, por lo menos.—¿Cómo lo sabes?—Pues porque no conozco a nadie que me caiga bien

y tenga menos de diecisiete, salvo mi hermano, y eso sólo a veces, cuando no se comporta como un lameculos.

—¿Qué edad tiene tu hermano?—Dieciséis años. Vivimos allí — dijo apuntando en

dirección a su casa.—Así debe de ser más fácil. ¿Vais juntos al instituto?—Sí, pero a él no le gusta. Le parece demasiado sen-

cillo. Es un empollón.Earl se rió.—Entonces me alegro de que te caiga bien tu herma-

no — dijo.—¿Por qué?

001-400 Finny.indd 26 14/10/2013 12:20:00

27

El muchacho no respondió. Se puso de pie y se alejó unos pasos, mientras la brisa le apartaba el cabello de la cara. Finny pensó que así estaba más guapo, sin que el pelo le cayera por la frente. Se quedó contemplando su achaparrada silueta recortada sobre el cielo.

—Mi padre ha acabado — dijo él, y apuntó a su casa. Finny vio un coche que se alejaba de ella: en el capó se reflejaba una minúscula chispa de luz del ocaso. En la entrada había otro coche, una ranchera marrón. Era del padre de Earl.

—Era la última clase. Mejor me voy.Finny quiso decir algo sobre lo bien que se lo había

pasado sentada allí con él, pero no sabía cómo hacerlo sin parecer idiota, como si intentara conseguir que la invita-se a volver o algo por el estilo. Nunca le gustaba parecer necesitada, como si no supiera prepararse su propia co-mida sin las sobras del elogio ajeno.

Entonces se acordó de la pluma, la de color azul y plateado que había recogido junto al estanque de los pá-jaros. Se la sacó del bolsillo.

—Toma — dijo ofreciéndosela a Earl—. La he en-contrado mientras paseaba. Que pases buena noche.

Earl miró la pluma y se la metió en el bolsillo. —Gracias — dijo—. Siempre la guardaré como un

tesoro. — Le cogió la mano para ayudarla a levantarse. Cuando ella estuvo de pie, el muchacho hizo algo ines-perado: acercó la mano de Finny a su rostro. Finny te-mió que se la besara y a punto estuvo de gritar para dete-nerlo. Detestaba la idea de una escena acaramelada, una despedida romántica.

Sin embargo, Earl se limitó a pasarle rápidamente el dorso de los dedos por su barbilla. Finny notó el tacto rasposo de su barba. Era un gesto extraño, un cruce entre el hocicar de un perro y algo que haría un hombre muy anciano.

Después, el muchacho se marchó colina abajo hacia su casa. Finny se fue por la otra parte de la colina y cruzó

001-400 Finny.indd 27 14/10/2013 12:20:00

28

el vallado por donde Earl le había enseñado. Los grillos habían empezado a cantar. Atravesó las colinas y cruzó el antiguo viñedo, donde intentó encontrar las marcas que había dejado antes con los pies. Sin embargo, la luz era tenue y no pudo hallarlas.

Cuando dejó atrás el viñedo, echó a correr a lo largo del vallado hacia su casa. «¿Dónde demonios te has meti-do? —imaginó que le diría su padre—. Estábamos muy preocupados. He estado a punto de llamar a la policía.»

Cada vez hacía más frío. Un perro — quizá Raskal— ladró y lanzó un largo aullido. Por todo el valle empeza-ban a encenderse luces que moteaban el campo como es-trellas. Finny corrió hacia su casa, cuyas ventanas refulgían con el avance del crepúsculo.

Dentro, su madre llevaba un guiso al comedor. «Lá-vate las manos, Finny —dijo—. Estaba a punto de ir a bus-carte.»

001-400 Finny.indd 28 14/10/2013 12:20:00