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BIOMA VIDA AL SUR DE LA TIERRA MARCADOS A FUEGO ¿Práctica necesaria? o ¿Maltrato animal? REVISTA ISSN 0719-093X FEBRERO 2014 Telares de cerro blanco Una herencia que desaparece Iguana chilena El reptil de fuego

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BIOMAVIDA AL SUR DE LA TIERRA

MARCADOS A FUEGO¿Práctica necesaria? o ¿Maltrato animal?

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FEBRERO 2014

Telares de cerro blancoUna herencia que desapareceIguana chilenaEl reptil de fuego

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Marcados a Fuego, ¿Práctica nece-saria? o ¿maltrato animal?. Siempre fieles a nuestra mi-sión de conservación y protección por todos los seres de este planeta nos comprometemos si o si con ellos...

EN ESTA EDICIÓN

Telares de Cerro Blanco, una herenciaque desaparece. Nuestras historias siempre se desarrollan en todo tipo de lugares y en ese quehacer conocemos a muchas personas, quienes nos narran los detalles de los "cómo" y los "cuando" de sus vidas y las cosas que los inspiran.

Iguana chilena, el reptil de fuego. Recién se cumplía el mediodía en la Quebrada La Doca, en pleno desierto costero de Los Choros en la Comuna de la Higuera, cuando nos dimos cuenta junto a mi compañera de trabajo que la tarea de encontrar al reptil terrestre más grande de nuestro país no sería una tarea simple y agradable.

El pulso de la Naturaleza, Es un espacio donde la vida toma un carác-ter interpretativo desde la óptica de un Guardapar-que Chileno, las sensaciones y la percepción de todos los sentidos humanos adquieren protagonismo al encontrarse con experiencias obtenidas al estar en estrecho vínculo con la madre Tierra.

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César Jopia QuiñonesDirector

Bienvenidos a esta nueva edición de Revista BIOMA

EDITORIALMarcados a fuego

El trabajo que nos encomienda el programa de misión de Revista BIO-MA, nos lleva a develar para ustedes nuestro Chile su biodiversidad, su geografía y por cierto que su cultura.En este último aspecto, hemos visto tradiciones y herencias que están ins-piradas por un abanico enorme de motivaciones.Pero también en este abanico hay practicas que si bien parecen atracti-vas por su entorno, campo, ruralidad, costumbrismo, etc. En su contexto están fuera de lo que nosotros que-remos comunicar y enseñar, pero de tanto en tanto es bueno hacer re-flexiones respecto a temáticas como el caso que hoy presentamos y que deja entre ver el maltrato animal.La marca a fuego de caballos, nos parece cierta y definitivamente un acto de crueldad animal e innecesa-rio accionar de los dueños, que dicen querer y respetar a sus animales.Como indica el reportaje, hay técni-cas como los chips que podrían dis-minuir sustancialmente el stress y dolor causado al animal durante la captura, derribo, atado y la dolorosa marca a fuego al que los exponen.

La contraparte, es decir los dueños, ven en esta actividad, un acto nece-sario que individualiza a sus anima-les diferenciándolos de otros o para identificarlos en caso de abigeato.La discusión está en el tapete en va-rios países de Europa, para ser cata-logado como crueldad animal.En Chile dudamos que el tema esté en boga, pero les dejamos a ustedes la libertad de decidir y asumir una posición respecto al tema que hoy traemos para ustedes en la presente edición.

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iempre fieles a nuestra misión de conservación y protección por todos los seres de este planeta nos comprometemos si o si con ellos y no dejaremos de hacer un llamado a terminar con ciertas prácticas que parecen menores o sin importancia, pero que de todas formas nos con-vierten en lo que no debemos ser.Nos enteramos de una actividad muy típica de los campos, por un mo-mento nos imaginamos algo festivo como las ferias costumbristas o algo como un ritual típico como se hace con la Trilla, pero en el camino nos dan los detalles y más bien se trata de un ejercicio… digamos, "importan-te" para los ganaderos.Y los protagonistas de esta actividad son con toda seguridad uno de los animales más queridos, admirados, incluso idolatrados de la gran fami-lia de animales domesticados por el hombre, hablamos de los caballos (Equus ferus caballus).Y cuando alguien viene y les cuen-ta que serán marcados con hierro al rojo vivo en los cuartos traseros, se encienden las alarmas y surge la pre-gunta ¿maltrato animal? o ¿puede tratarse de una práctica necesaria de realizar?.Pero a pesar de eso decidimos acudir de todas formas al lugar para ser tes-tigos presenciales de lo que sucede-ría. Al llegar vemos un corral cercado con palos que tiene un diámetro al-rededor de unos treinta o cuarenta metros, luego de unos minutos cua-tros jinetes montan otros Caballos y se nos acercan para decirnos que irán por la Yeguas para marcar, ya

que están tras unas lomas pastan-do…"¿Cuántas son?" preguntamos… "quince, entre yeguas y potrillos"… nos contesta uno de los jinetes, en tanto su caballo no se queda quie-to, como si estuviera impaciente por salir a cabalgar por las resecas pra-deras que flanquean el lugar don-de nos encontramos. A un costado y encerrado con Palets de madera un "macho" no deja de dar podero-sas patadas a todo lo que lo rodea, como si supiera el stress que está por respirarse en el entorno.Tras una media hora de espera ve-mos como desde un cerro a nuestras espaldas aparecen las Yeguas guia-das por los avezados jinetes que se toman este acto como un quehacer más de su largo día de trabajo.Bajan y ordenada, pero apresurada-mente entran en el espacio reserva-do para este menester. Uno de los hombres desmonta, y se dirige a un rincón donde comienza a encender rápidamente una improvisada foga-ta con palos y ramas. En tanto vemos como otro de los participantes ase-gura un poste de no más de dos me-tros de alto enterrado en el costado derecho del terreno donde los caba-llos están. Aunque estos, por instinto han decido quedarse todos apiñados en el otro extremo, se ven tranquilos pero saben de algún modo que si es-tán ahí es por algo que no pinta para nada bueno, son nuestras palabras, pero si fuéramos caballos eso pensa-ríamos con seguridad.El hombre de la fogata reapareció y lleva consigo el fierro con la forma de las iniciales del dueño, mientras

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esperan que se caliente la marca, los otros tres sujetos restantes van al me-dio del corral con lazos y como en el viejo oeste comienzan a lacear a los animales, iniciándose de un segun-do a otro un estampida de propor-ciones, las yeguas corren en círculos y los potrillos hacen lo que pueden para ir tras el grupo y quedar parape-tados con los cuerpos de los adultos. Entre la casi impenetrable polvare-da la visibilidad se vuelve nula, pero el viento nos da la oportunidad de ver a los vaqueanos alzar sus lazos y arrojarlos acertadamente al cue-llo de primer "voluntario obligado", para ser marcado y en una lucha de fuerzas los cuatro hombres hacen lo que pueden para retenerlo y tirarlo a suelo, una vez que lo logran amarran sus patas para evitar que se incorpo-ren de nuevo, todo sucede muy rápi-do, es una acción de habilidad, agili-dad y evidentemente peligrosa, por que basta una mala postura y estar en el lugar equivocado en el segun-do equivocado para recibir una… en ocasiones… mortal patada por eso se trata de un oficio riesgoso.

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La rapidez es vital, para evitar, a pe-sar de las apariencias, el menor su-frimiento y stress en el animal, entre la agitación y el polvo de tierra que aún flota en acalorado día de vera-no aparece entre la cortina de pol-vo el hombre con el fierro caliente y mientras uno sujeta la cabeza del malogrado animal, otro hace los que puede con las patas, el otro sostiene firme la cuerda del lazo… se abalan-za y hace la marca que dura unos segundos, quemando el pelaje y el tejido bajo este.Entonces el caballo es soltado en el acto, no sin antes recibir caricias como para calmar al animal, este se pone de píe y corre al cobijo del gru-po, la misma acción se vuelve a repe-tir y comienza todo de nuevo.Cada laceada, cada tumbada en el suelo y por supuesto cada "marca" nos dolió tanto como a los caballos.Esta acción es tan antigua y que pue-de datar desde la civilización egipcia, y en la actualidad es habitual ver que la identificación animal se ha conver-tido en un ejercicio, que no sabemos a ciencia cierta si es realmente nece-sario, estudios en Europa han deter-minado efectos colaterales dañinos del marcado a fuego o nitrógeno para los caballos, como respuestas agudas al stress, secuelas en el bien-estar del animal a largo plazo, la que-madura necrotizante en los tejidos, incremento en la temperatura cor-poral en los tejidos, etc.Hoy se usan tecnologías como el mi-crochip en perros, y son aplicables a los caballares también, ya sea que se use para su localización o para leer información sobre sus características

y los datos de sus dueños. Los due-ños más porfiados no ven con bue-nos ojos estas técnicas… porque por un lado deben contar con otros ar-tefactos para la lectura de los dispo-sitivos colocados en los équidos, por otro lado consideran que no funcio-na para la identificación visual a pri-mera vista, entonces pensamos que por ser más tradicional se convierte en un "tatuaje" más estético que éti-co. Sin embargo es comprobado que el chip es menos invasivo y traumáti-co para el animal en cuestión, que el marcado a fuego.Hay países como Dinamarca o Ale-mania, cabe decir… desarrollados que han prohibido esta práctica des-de el año 2009.Sin embargo, en esta ocasión nos quedamos sin palabras y sin conclu-sión, de todas formas captamos para ustedes estas imágenes sin dejar nuestra mirada artística tras el traba-jo fotográfico.La idea es que se restaure de algu-na manera la dignidad animal, han estado desde hace mucho sobre el planeta al igual que nosotros, y no-sotros… como ellos… somos secuela de la evolución natural, sin embargo como especie pensante y en algu-na medida más inteligentes… debe-riamos reevaluar nuestras acciones para con las especies que nos acom-pañan en el planeta... podemos evo-lucionar más…

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Para explorar...para descubrir...para conservar

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TelaresTelares de Cerro BlancoUna herencia que desaparece

Nuestras historias siempre se desa-rrollan en todo tipo de lugares y en ese quehacer conocemos a muchas personas, quienes nos narran los de-talles de los "cómo" y los "cuando" de sus vidas y las cosas que los inspiran.En el marco de eso, a fines del año recién pasado fuimos a conocer a una familia de artesanos del telar con lana de oveja y que viven en un recóndito lugar del valle de Quilimarí en la IV región, en un sector llamado Cerro Blanco.El día en que emprendimos el viaje, proyectamos un trayecto corto por el día, que si bien en parte fue así, el acceso nos dio una lección de como viven muchos chilenos en zonas apartadas.Tras una media hora de viaje por el valle, llegamos a un punto donde de-bíamos tomar un desvío a una ruta que se empinaba por las colinas, un camino de tierra, que por suerte ha-bía sido tratado hace muy poco con sal, dejándolo parejo y más suave. Una vez en ese sendero nos comen-zamos a encontrar con una canti-dad innumerable de curvas, subidas y bajadas que parecían coquetear con los cerros en un juego sinuoso de caricias compartidas con cactus y piedras.A medida que nos internamos tam-bién tomábamos altura, el camino se

va estrechando, ya no tiene más que las dos huellas paralelas que indican el paso de anteriores vehículos, no hay letreros ni señalización alguna, ni menos locomoción… y bueno ni casas, sólo cabras y ovejas pastando plácidamente dispersas por doquier en las colinas circundantes.Luego de cruzar un bosquete de ár-boles de tipo esclerófilo tan típico de estos valles, pero con una particular característica, de sus ramas cuelgan líquenes conocidos como Barba de viejo (Usnea sp) que seguramente han proliferado por la acción de la neblina, ya que estamos a una altura de unos 600 o 700 m.s.n.m. aproxi-madamente, no lo sabemos a ciencia cierta, esta vez no contamos con GPS por que como decíamos se trataba de un viaje corto.Cuando llegamos a la cima, nuestra camioneta parece que dio lo mejor de sí, ya no hay más altura para al-canzar, ahí arriba no hay huella ni menos camino, nos desplazamos por las llanas colinas por donde no hay piedras. Nos detenemos un minuto para dar un vistazo de localización y darnos cuenta de nuestra ubicación, al girar la vista hacia lo profundo de una quebrada divisamos unos te-chos, tres o cuatro apretados en el lado más estrecho de la accidentada geografía, vemos también verana-

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das y corrales… "es ahí donde vamos" nos dice nuestro guía.De la nada aparece una nueva hue-lla para vehículo, descendemos y al llegar nos recibe un amable señor de edad, quien nos da inmediatamen-te la bienvenida, tras un breve pre-sentación y descripción de nuestra intención de conocer la historia que hay detrás del arte del telar. Nos in-vitan a almorzar, en una curiosa cos-tumbre, los hermanos y la dueña de casa comen en una cocina hecha de adobe muy rústico y que está aleda-ña a un comedor con piso de tierra donde nos sentamos a solas con el dueño de casa, llega hasta nuestro puesto una cazuela de gallina y pan amasado.

Y la conversación que esperábamos comenzar, no comenzó… si… así fue, aunque ustedes no lo crean no po-díamos sacar tema a nuestro anfi-trión, tan amables que la timidez lo enmudecía o la tan larga vida entre cerros los hace introvertidos.

“No… es gente de por aquí no más… ese poncho que

está afuera es para un viejo que lo pidió, para cuando va a las veranadas en la cordillera con

sus animales”

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“Yo tejo desde que era chico, mi mamá me enseñó…” “lo hacía para hacer morrales” nos comenta tras un incomodo silencio y unas diez cucha-radas de cazuela.“Ahora ya casi no lo hacemos, la hija mayor lo hace no más…”.-¿Ustedes no lo hacen como un tra-bajo, que les permita vivir de eso? Preguntamos…-“…No, es sólo por encargo, si alguien nos pide, ahí vemos si lo hacemos… con el cuidado de cabras no nos queda tiempo para hacer mantas”.-Ah… pero son personas de afuera los que les encargan así como turis-tas, por ejemplo.- insistimos.“No… es gente de por aquí no más… ese poncho que está afuera es para un viejo que lo pidió, para cuando va a las veranadas en la cordillera con sus animales (cabras)”.

Después de un obligado segundo plato de cazuela, que por cierto era muy buena, nos invita a ver un par de ejemplos de su hermoso trabajo.Nos muestra un telar hecho de ma-dera que está a la intemperie, tiene un largo rollo de tejido de muchos colores que está por terminar, “Es para hacer alforjas” nos dice…, una suerte de cartera o bolso doble para colocar a los costados del caballo.También nos explica como funciona una sencilla rueca de metal que les

permite hilar la lana.De la cocina, donde el humo del fue-go brota generosamente por cada recoveco en el adobe, sale la señora y nos exhibe sonriente un manto casi monocromopero con una comple-jidad tan característica de lo hecho ciento por ciento a mano. Sin escue-la, sólo el arte y el oficio de la sabi-duría trasmitida por años de boca en boca, con la motivación o inspiración de la necesidad básica de manufac-turar cosas útiles que de paso se con-vierten en obras de la estética crea-tiva de la gente, factor esencial en todas las verdaderas artesanías, esas que nacen de lo profundo de nues-tras costumbres… de nuestra tierra.“Las cabras son nuestra vida, a eso nos dedicamos…”Pensamos entonces en los tesoros inmateriales que Chile posee y así como los posee también los oculta, entre su geografía incierta e intrica-da. A veces estos salen a la luz del mundo que los admira e incluso pre-mia, en tanto otros son tragados por este desconocimiento no intenciona-do, quedando en la memoria de sólo algunos que tuvieron la suerte de verlos de cerca, como en este caso.Se trata de un oficio que en otros lu-gares crece y prolifera íncluso más allá de las fronteras de nuestro país, pero el de Cerro Blanco se queda en Cerro Blanco.La tarde transcurrió atípicamente, al menos para nosotros, por que sólo nos sentamos en el suelo fuera de la cocina de adobe a ver como el día se marchaba… sin celulares, sin reloj… sin tiempo.

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“Las cabras son nuestra vida, a eso nos dedicamos…”

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ecién se cumplía el mediodía en la Quebrada La Doca, en pleno desierto costero de Los Choros en la Comuna de la Higuera, cuando nos dimos cuenta junto a mi compañe-ra de trabajo que la tarea de encon-trar al reptil terrestre más grande de nuestro país no sería una tarea sim-ple y agradable.En ese momento como estudiantes de pregrado, recién adquiríamos nuestros primeros conocimientos sobre fauna y flora silvestre, lo cual sumado a nuestro intrínseco entu-siasmo, nos hacía caminar y caminar sin pensar en agua o prudencia. Los más felices con esto eran nuestros profesores, que entre risas, veían como sufríamos con el calor extremo bajo nuestra consigna ¡Todo por la ciencia!Ya eran varias horas en las que jun-to a Natalia Oviedo caminábamos por una huella delgada trazada por cabras y burros. Hasta el momen-to nuestros registros se reducían a unas cuantas Lagartijas de Plate (Lio-laemus platei), de las cuales sólo al-canzábamos a observar sus fugaces siluetas y escuchar el murmullo de los matorrales tras su veloz huida. Nuestro objetivo era hallar a la Igua-na o Liguana Chilena (Callopistes pa-lluma), una reptil endémico de nues-tro país, cuya presencia al menos en nuestro sitio de estudio era más que esquiva, considerando que nuestros compañeros de carrera ubicados a varios kilómetros de distancia, en los sitios de Llano y Dunas, ya nos ha-bían dado noticias de avistamientos positivos.Este reptil que puede ser visto desde

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Paposo a Cauquenes y desde el nivel del mar hasta los 2.200 m.s.n.m, pre-fiere terrenos con matorrales y am-bientes rocosos que le permitan ca-var, ya que en sus cuevas desarrollan un reposo invernal y la postura de hasta seis huevos redondeados y de color amarillento. Considerando que nos encontrábamos en pleno vera-no, siempre confiábamos que encon-traríamos a la Iguana en algún sitio de la quebrada, dada la presencia de arbustos y sustrato propio de estos ambientes, pero la realidad hasta ese momento nos era desfavorable.Se nos ocurrió entonces ubicar una colonia de Degus (Octodon degus), un roedor colonial diurno, también endémico y potencial presa de la Iguana, la cual incluye además en su dieta aves, insectos e incluso otros reptiles. Dos horas de espera y sólo nos quedamos con algunas fotos de los roedores que apenas dejaban ver sus cabezas…A las 2 de la tarde, el desierto pierde incluso hasta los sonidos de las aves, dado el intenso calor, que obliga a cualquier alado residente a asegurar-se una percha sombreada que posi-bilite la siesta y el ahorro de agua cor-poral. A una distancia considerable del campamento y desconsolados, tomamos la decisión de emprender el regreso por la misma ruta ya tran-sitada. Una que otra Turca (Pterop-tochos megapodius) vocalizaba en las laderas adyacentes, lo cual inter-pretábamos; dado el tono y ritmo del canto de esta ave, como una broma pesada de la quebrada, enrostrán-donos nuestra mala fortuna al no poder divisar al menos un ejemplar

de nuestro escamoso objetivo. Sólo la presencia de Zorro Culpeo (Lycalo-pex culpaeus) que descubrimos ob-servándonos atentamente, nos per-mitió en algo levantar el ánimo.

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En un descanso para hidratarnos divisamos una polvareda al costado del camino, la cual en una primera instancia atribuimos al viento coste-ro, pero dada su frecuencia y focali-zada cobertura despertó en nosotros curiosidad y ansiedad. Nos acerca-mos lentamente, lo que nos permitió darnos cuenta del calor que se ele-vaba desde nuestros zapatos. Fácil-mente la temperatura del suelo se encontraba sobre los 40ºC, cuestión que para nada desanimaba al que estuviera levantando tanto polvo en ese momento. ¡Una Iguana! exclamó casi susurrando mi compañera mien-tras yo atinaba a esconderme tras un cactus sin poner atención siquiera a sus enormes espinas.No supimos si el lagarto escucho nuestras vibraciones o intuyo nues-tra presencia, pero en un par de mi-nutos lo perdimos de vista tras las piedras y ramas, sin antes dejarnos tomar las evidencias fotográficas de rigor. Para nosotros fue el primer en-cuentro en horas con el gigante de reptiles nacionales. Con cerca de 50 cm de longitud total, el espécimen que observamos sin duda era un gran macho probablemente en bús-queda de alimento en el subsuelo. Su cola delgada denotaba el gasto de sus reservas lipídicas tras un largo sueño anual.Nuestra guía de campo nos hablaba de un dimorfismo sexual evidente en-tre hembras y machos, caracterizado

por un mayor tamaño y la presencia de vivos colores rojos y anaranjados en las gargantas de estos últimos. Verdaderas gargantas de fuego… Un apelativo pertinente si consideramos además que este reptil literalmente camina en un suelo en llamas.Con más esperanzas apresuramos el paso y agudizamos los sentidos ras-treando cada perfil de roca. La de-terminación dio resultado, pues con el correr de los minutos registramos una presumible hembra regulando su temperatura corporal. Ella nos tolero de mejor manera y pudimos apreciar y registrar su espectacular diseño corporal dominado por esca-mas pequeñas y granuladas, con di-bujos de manchas negras rodeadas de blanco.La decepción dio paso a la alegría de la tarea cumplida. Sumábamos una nueva especie para nuestra área de estudio, que dicho sea de paso, se encuentra con problemas de conser-vación vulnerable debido entre otras razones, a su captura para ser vendi-da como mascota en el mercado ne-gro. Tras llegar al campamento base, compañeros y docentes nos espera-ban con las diferentes novedades del día. Nosotros ya teníamos una larga travesía que relatar y revivir…

Texto y Fotografías por César Piñones Cañete

Para Revista Bioma

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El Pulso de la NaturalezaEl Momento de Morir

En la primicia de una noche cotidia-na, lo trajeron hasta la puerta de mi hogar, en la Reserva Nacional Lago Peñuelas, para que viera la posibili-dad de tratar la herida que lo afec-taba. Me lo entregaron dentro de un saco que a primera vista me impedía verlo, no sin antes advertirme que to-mara precauciones, porque era muy agresivo. En cuanto nos quedamos solos, me apuré en desatar el nudo que sellaba la bolsa, obstruyendo el aire que sus agitados pulmones requerían con ur-gencia. Con suavidad levanté el saco por el lado opuesto a la abertura, para inducirlo a salir de su incómodo envoltorio. En breve, apareció ante mí todo un personaje… esquivo, desconfiado, amparado en una actitud belicosa, que seguramente pretendía ocultar su profundo temor, ante tan desafor-tunadas circunstancias. Era un hermoso ejemplar de búho chileno, conocido comúnmente como tucúquere, para los especialis-tas un Bubo magellanicus, para mí… una criatura sorprendente. Por un instante nos observamos mu-tuamente. Ante el menor de mis mo-vimientos, erizaba el plumaje abrien-do las alas en posición amenazante,

mientras emitía un sonido de adver-tencia, parecido a un golpeteo pro-ducido por sus córneas mandíbulas. Fue entonces cuando pude ver la tremenda herida que lo atormenta-ba. Una fractura expuesta en una de sus alas, mostraba un hueso que colgaba absolutamente fuera de su posición, lo que me permitió dimen-sionar la gravedad de su situación. Sin embargo, la enorme herida pare-cía no socavar su voluntad, ni el po-deroso instinto de sobrevivencia de este formidable señor de la noche. Lentamente comencé a caminar en círculo a su alrededor, para probar su grado de alerta, y su estado aní-mico. A medida que avanzaba en su con-torno, me seguía con su mirada pe-netrante, girando la cabeza con ex-traordinaria plasticidad. Entonces pude apreciar una característica muy propia de los rapaces nocturnos, sus globos oculares fijos, que les impide dirigir la vista sin mover la cabeza. No era la primera vez que me encon-traba frente a frente, con una de es-tas criaturas nocturnas, sin embargo, una vez más me sentí hipnotizado por el influjo inenarrable de su mira-da. Pero esa noche no podía hacer nada

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por él. Necesariamente había que esperar la llegada del día para con-seguir los elementos adecuados, e intentar volver el hueso a su posición normal y cerrar la herida, descartan-do de antemano toda opción de que volviera a volar. A fin de evitarle un estrés mayor, decidí dejarlo libre den-tro de la casa. Durante la noche, pude percibir des-de mi dormitorio, el intenso ajetreo que emprendió mi inesperado hués-ped. A juzgar por sus movimientos, parecía que había volcado todo su interés en inspeccionar la vivienda. Amparado por la oscuridad, se paseó por casi toda la casa, impulsado por la misteriosa naturaleza de su ser, de-latado por el sonido inconfundible de sus garras, no diseñadas para ca-minar sobre el piso de madera.

En una de sus andanzas, lo escuché acercarse por el pasillo hasta la entra-da de mi dormitorio, se detuvo por un instante al otro lado de la puerta, y emitió su sonido característico… TU - CUUU - QUEE - REEEE…. canto fasci-nante propio de la noche, evocador de los más insondables capítulos que tejen la trama de la vida nocturna. Al llegar el día, mi primera preocu-pación fue ubicar a mi desvelado compañero. Después de varios in-tentos, lo encontré oculto detrás de una puerta… dormía confiado en la precaria intimidad de su improvisado escondite. Su aspecto era algo distin-to al de la noche anterior, parecía sumido en el más profundo de los sueños… Me quedé maravillado observando sus características físicas, un prodi-

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gio de la naturaleza, una magnífica expresión de adaptación evolutiva, sus poderosas garras están diseña-das para matar al instante a su presa, lo que sin dudas, es muy ventajoso para un cazador que no está hecho para la persecución. Sin embargo, esas enormes garras podrían resultar muy ruidosas, al mo-verse sobre la rama que lo sustenta, cuando espía desde lo alto los mo-vimientos de su presa en el piso del bosque, afectando el factor sorpresa, que es decisivo para su éxito.Por este motivo, está dotado de la capacidad de girar la cabeza hasta tres cuartos de círculo, lo que le per-mite seguir la trayectoria de su pre-sa, guiado por su formidable oído, y apoyado por su visión nocturna, sin tener que mover sus garras.Además es capaz de lanzarse sobre su objetivo, sin emitir ni el más míni-mo ruido, puesto que las plumas de sus alas, están diseñadas de tal forma que evitan el rose con el aire, logran-do un salto completamente silencio-so.

Mientras lo observaba detenidamen-te, no podía dejar de sentir una pro-funda admiración, por ese señor de la noche, que cuando llega el ocaso del día, cuando las sombras de la noche se ciernen sobre el paisaje… cobra vida para cumplir con indiscu-tible maestría, el papel que le depara la jornada, cada vez que la noche cu-bre con su extenso manto, todos los rincones conocidos de su hogar.Al día siguiente, pareció responder muy bien a la improvisada cirugía que se le practicó. Gradualmente despertó de la anestesia y se puso de pie, desplegando una admirable fuerza interior. Realmente era muy esperanzador ver su ala entablillada, sin ese inquietante hueso a la vista.Durante ese día, estuvo adormilado y era difícil saber si era por los efec-tos de la anestesia, o por sus hábitos nocturnos, pero al llegar la noche se mostró bastante activo; recibió con entusiasmo algunos trozos de carne, dando señales de un saludable ape-tito, y nuevamente distrajo mi aten-ción con sus reiterados paseos noc-

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turnos por el interior de la casa.Cada mañana, ya se había converti-do en una rutina para mí, descubrir el nuevo escondite de mi noctám-bulo huésped. El tercer día una vez más, lo encontré profundamente dormido. Su plumaje pardo acane-lado salpicado de difusas formas ne-gruzcas, diseñado para mimetizarlo en su ambiente natural, se destaca-ba contra las formas artificiales de su nuevo refugio.Después de contemplarlo un instan-te, lo dejé dormir, para permitir que en sueños escapara de su triste rea-lidad, soñando quizás que se encon-traba en casa, sobre la rama acos-tumbrada, en la seguridad de ese árbol que nunca lo vio regresar.Sin embargo, al llegar la noche no llegaron hasta mis oídos los ruidos que producía cuando iniciaba sus co-rrerías por la casa. Cuando lo vi con-firmé mis temores, permanecía inmó-vil visiblemente decaído, parecía que toda su fuerza vital lo abandonaba irremediablemente, de inmediato percibí la gravedad de su situación.

El gran cazador, el señor de la noche, agonizaba rodeado de un ambiente completamente desconocido para el, sin otro horizonte que los muros de la construcción, lejos de la suave y húmeda brisa que empapa las no-ches de su mundo salvaje.Permanecí a su lado, convirtiéndo-me en testigo de su trágico desenla-ce; en un breve lapso de tiempo lo abandonó toda esencia vital, poco a poco su cuerpo se aflojó atraído por la fuerza gravitacional, hasta quedar tendido en el piso en una posición inerte, que indicaba que nada más se podía hacer por su existencia. Las causas específicas de su muerte no las puedo precisar, pudo ser un cuadro infeccioso pos operatorio, o quizás un alto grado de estrés, eso nunca lo sabré, sólo puedo decir que le presté todo el apoyo que estuvo a mi alcance, y que al final de este di-fícil proceso, estuve con él, en uno de los instantes más difíciles y miste-riosos para una criatura viviente… el momento de morir.

Texto: Mario A. Ortiz Lafferte.Ilustración: César Jopia

Page 48: EDICIÓN FEBRERO 2014

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FEBRERO 2014