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BIOMA VIDA AL SUR DE LA TIERRA ANFIBIOS ALTO ANDINOS El laberinto de la Herpetología REVISTA ISSN 0719-093X AGOSTO 2014 María Elena La última salitrera bajo el Sol Geoarqueología Cuando distintas energías convergen

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Revista BIOMA 2014

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BIOMAVIDA AL SUR DE LA TIERRA

ANFIBIOS ALTO ANDINOSEl laberinto de la Herpetología

REVISTA

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N 0

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093X

AGOSTO 2014

María ElenaLa última salitrera bajo el SolGeoarqueologíaCuando distintas energías convergen

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58463006María Elena, la última salitrera bajo el Sol

En un viaje por el día, nunca imaginamos que la soledad tenía rostro y ca-rácter, estábamos en el desierto costero de la segunda región, la antesala geográfica al gran Desierto de Atacama....

EN ESTA EDICIÓN

CANCAGUA, una expresión artística que desaparece

Las leyendas y mitos de Chiloé tienen la mística y la magia que pocos lugares de Chile pueden lucir, extrañas creaturas que pululan por las aguas y seres que parecen observarnos desde las profundidades de los bosques chilotes....

76EL PULSO DE LA NATURALEZA, Una cuna muy precaria

Cuando menos lo esperaba, un repentino y ruidoso vuelo que se abrió paso con urgencia en la estrechez de las ramas de un espino, me mostró lo que parecía una improvisada estructura de palitos entrelazados con muy poca prolijidad...

ANFIBIOS ALTO ANDINOS, el laberinto de la Herpetologia.

Buscando los derroteros de la herpetología austral muy lejos de los bosques de Drymis winteri y Nothofagus llegamos al anochecer al pueblo olvidado de Lirima sobre los 4300 mts.....

GEOARQUEOLOGÍA: cuando distintas energías convergen en el sustrato se-dimentario.

Es fascinante pensar para quienes habitamos en este mundo, como diversas energías, desde tiempos remotos, han determinado las geoformas de nues-tro planeta Tierra. Estas energías o fuerzas, de distinta naturaleza y grado de intensidad,....

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César Jopia QuiñonesDirector

Bienvenidos a esta nueva edición de Revista BIOMA

EDITORIALEn la presente edición estamos en-trando a un mundo, que hasta cierto punto nos era desconocido, eran pai-sajes y situaciones que se confabula-ron hace miles de años, dejándonos huellas claras, pero imperceptibles para el ojo inexperto, los cambios geológicos y el paso inexorable del tiempo nos alejo de ser testigos de muchas cosas que, ciertamente, nos ayudarían a entender nuestra evo-lución como especie, por qué llega-mos a ser lo que somos y cómo lo hicieron nuestros antepasados para sobrevivir para allanarnos el camino, que en la actualidad recorremos.Muchas de esas respuestas a tantas preguntas están en la memoria de la tierra, una información que está oculta en las rocas, en las arenas y en la geomorfología de nuestro país.El II Taller de Geoarqueología de América Latina, es una nueva expe-riencia científica para nuestra revista que nos lleva a un encuentro con expertos y científicos que han hecho de estos temas su forma de vida, gra-cias a la fusión o más bien la simbio-sis entre dos ciencias, que trabajan-do juntas nos darán un vistazo a no sólo como era Chile antes de todo, antes de ver nuestra tierra tal y cual como lo conocemos hoy, sino que además, nos enseñarán quienes y como vivían en el mismo suelo don-de hemos construido nuestros hoga-res y hemos armado nuestras vidas.La GEOARQUELOGÍA, es la suma de

dos conocimientos que convergen para entender nuestro entorno y como ha evolucionado, con este ma-terial en Revista BIOMA entraremos a ese mundo, nos empaparemos de la química y la física de las huellas que nos dejaron los antepasados y su forma de vida.Exploraremos los aspectos técnicos de los "cómo" y los "cuando", pero también despertaremos a la imagina-ción, con proyecciones de un pasado ya extinto, pero a la vez muy presente y muy vivo, que palpita bajo nuestros pies esperando que lo exploremos y lo hagamos nuestro nuevamente.

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MARiA ELENA

La última Salitrera bajo el Sol

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E n un viaje por el día, nunca imaginamos que la soledad tenía rostro y carácter, estábamos en el de-sierto costero de la segunda región, la antesala geográfica al gran Desier-to de Atacama.Comenzamos nuestro recorrido por la ruta 24 que une a Tocopilla con la otrora oficina salitrera de María Ele-na, hoy comuna de María Elena. En esa carretera descubrimos como se ve el desierto absoluto, ni un árbol donde refugiarse del intenso Sol ni una colina o algo donde protegerse del implacable viento reseco de esta parte del mundo, no queríamos ni imaginar como serán las noches en un territorio tan inhóspito como la pampa chilena.Sin embargo, la prospección minera de antaño supo encontrar en estas tierras su cuna y su fortuna, muchos nacieron y quien sabe cuanto deja-ron su vida sembrada en la búsque-da de los frutos de la tierra, bien ex-presivas nos parecen entonces las narraciones de Baldomero Lillo con sus libros inspirados en la minería de comienzos de siglo, donde la tierra agreste y el sacrificio laboral eran la tónica de los quehaceres de aquel entonces.Las calles de María Elena en un día domingo, tienen otro aspecto, ha-blan otro idioma, el lenguaje del pa-sado donde se extraían sueños de la tierra y se recibían salarios hoy mise-rables que permitían sustentar a las familias, algunas a cientos de kilóme-tros de la pampa, por que muchos mineros migraban de sus regiones para buscar nuevas oportunidades, incluso de otros países.

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Todo comenzó, durante el período de la I Guerra Mundial, cuando se vió el potencial de los procesos que generaban los fertilizantes nitroge-nados sintéticos, obteniendo sub-productos como pólvora sin humo, ácido nítrico y explosivos que fueron de gran utilidad durante el conflicto bélico global.Y en respuesta a ese emergente nue-vo producto y por la recomendación del experimentado ingeniero el Sr. Elias Cappelen, los inversores nor-teamericanos Guggenheim Brothers comenzaron a experimentar en una planta piloto (oficina Cecilia), una innovadora alternativa ya aplicada en el proceso lixiviación del Cobre en Chuquicamata. Producto de esas exitosas pruebas se dió inicio a la construcción (entre 1925 y 1927) sobre la oficina salitrera Coya norte -ya existente desde 1922-, las nuevas instalaciones adaptadas las cuales más tarde se llamarían María Elena. Estas irrumpirían en el mundo de la minería chilena para procesar el sali-tre con un nuevo método conocido como Guggenheim, con esta nove-dosa aplicación industrial como nun-ca antes vista en el país, intentarían palear la anquilosada época de oro del mineral blanco que perduró por cuatro décadas en un estado de mo-nopolio natural en Chile.

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El proceso, en leguaje técnico, hacía referencia a la Lixiviación a bajas tem-peraturas del Salitre, unos 30º Celsius ahorrando energía en el proceso, mejor mecanización industrial y uso de caliches de baja ley, entre otras ventajas, lo que permitiría entrar en franca competencia con los nuevos materiales abaratando los costos de operación.Para esos años, la oficina salitrera de María Elena en su período inicial pro-ducía hasta 500.000 toneladas de Salitre con el sistema Guggenheim. Estos procesos llevaron a una alza en la producción que bordeó los tres millones de toneladas del mineral hasta fines de los veinte, pero el éxito

se mantuvo hasta la nefasta crisis de los años treinta que terminó práctica-mente con esta industria.No obstante, el Salitre sentó las ba-ses de la sociedad chilena como un país en vías de desarrollo económico desde fines del XIX a comienzos del siglo XX, expandiéndose el comercio, la agricultura, ciertamente la indus-tria y un estado sólido que encami-nó paulatinamente a Chile hacia las transformaciones sociales y políticas que hoy conocemos.Hoy María Elena es la única planta de Salitre en Chile activa, y la única productora de Nitrato Sódico natural del mundo, esta particularidad no la alejado de su pasado, el aspecto ac-

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tual más allá de la constante circula-ción de modernas camionetas e im-ponentes camiones por sus calles… perece ser el mismo, sus solitarias y anchas calles que convergen en la plaza central, todas planeadas en un dibujo urbano octogonal de cuatro lados más grandes y otros cuatro menores, que permiten una circula-ción inteligente y bien diseñada.Los techos extendidos sobre las fa-chadas de las casas aminoran el abrasador Sol de la pampa, con una arquitectura de patrón inglés, pare-cen no terminar… una tras otra, los descoloridos tonos ocultos quizá por el polvo pampino nos cuentan silen-tes… otra de las páginas de historia de nuestro Chile.

Texto y fotografía: César Jopia Q.Revista BIOMA

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BIOMAVIDA AL SUR DE LA TIERRA

REVISTA

Revista BIOMA “Vida al sur de la Tierra” estará presente en Expofoto 201410, 11 y 12 de octubre en el Centro Cultural Estación Mapocho.

VEN A DESCUBRIR LA MARAVILLOSA EXPERIENCIA DE CONSERVAR EL PATRIMONIO NATURAL DE CHILE

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Para explorar...para descubrir...para conservar

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PIEDRA CANCAGUA

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LUna expresión artística que desaparece

as leyendas y mitos de Chiloé tienen la mística y la magia que po-cos lugares de Chile pueden lucir, extrañas creaturas que pululan por las aguas y seres que parecen obser-varnos desde las profundidades de los bosques chilotes. Toda una gama de historias que se han tejido de ex-tremo a extremo de esta fascinante isla; sin embargo, todo esto trata de patrimonio inmaterial, historias in-tangibles e invisibles, pero a pesar de ese escenario hay un material sólido y perfectamente palpable que ha llevado a la realidad y a esta dimen-sión estas historias y más importante aún… hay un artista que pertenece a una selecta elite de escultores que se ha encargado de crearlas.La piedra Cancagua es el medio don-de cobran vida estas y otras imáge-nes, esta piedra tiene la textura y consistencia que permite trabajarla y descubrir los secretos que guarda.Es una piedra de origen volcánico, una argamasa natural de arenisca solidificada que ha formado gran-des extensiones de estratos milena-rios en la costa de la isla de Chiloé, pero además se puede encontrar en diversas partes del mundo donde las condiciones geo físicas y químicas lo han permitido, como Ecuador y Co-lombia.En Chile la piedra Cancagua se halla en el sur, en las regiones de la Arau-canía, los Ríos y los Lagos. Y en la isla se encuentra específicamente en la

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península de Lacuy, lugar de extrac-ción actual. En un recorrido por An-cud, pasamos por su centro neurál-gico, la plaza de armas, un espacio tradicional que como en todos las ciudades del mundo reúne a los edi-ficios públicos más importantes y a las personas en busca de recreación, en ella descubrimos en sus jardines y rincones una serie de esculturas que forman parte de la escenografía… se-res mitológicos que parecen cobrar vida al verlos detenidamente, tan bien esculpidos en piedra Cancagua que podrían causar cautela o temor al pasar de noche por la plaza.Son obra de Ramón Perez Gallardo, uno de los pocos… por no decir uno de los últimos escultores o cante-ros de esta materia prima tan noble como las afamadas maderas del sur de nuestro país.Él ha labrado en la piedra Cancagua no sólo hermosas esculturas que de-coran la plaza principal de la ciudad de Ancud, sino que ha hecho de su arte-oficio un legado para las futuras generaciones, por que hoy se pue-de apreciar a simple vista, que esta expresión artística está significati-vamente disminuida, peligrando su existencia por la poca rentabilidad inspirada por un alto porcentaje de pobre apreciación y desvalorización cultural artística.Eventualmente el empleo de la Can-cagua data del siglo VXIII aproxima-damente, tenía distintas variedades de utilización muy contraria a la actual, su uso era más bien utilita-rio… era tallada básicamente como ladrillos o bloques que en aquel en-tonces terminaban siendo parte de

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la infraestructura de los fuertes y/o atalayas y de las baterías de cañones que protegían las bahías de la comu-na de Ancud. Otros formaban parte de obras civiles como muros perime-trales, jardineras, escaleras de acceso a casas o revestimientos en iglesias.Hoy, cuando la piedra Cancagua luce maravillosamente como un ca-nalizador de la escultura tradicional chilota, dando vida a los mitos y le-yendas isleñas de manos de artistas como Ramón Perez, es cuando más debiera valorizarse como un patri-monio material en su contexto y un patrimonio inmaterial por sus ejecu-tores, guardando las mejores carac-terísticas de identidad regional de un pueblo, de un país que es rico en ex-presiones culturales.Pero mientras algunas muestras ar-tísticas se potencian por su masiva y sencilla elaboración, otras que de-bieran contar con reconocimiento de denominación de origen y que tienen la exclusividad de ser piezas únicas irrepetibles tienden a desapa-recer paulatinamente por poca de-manda.No queremos eso para la escultu-ra en piedra Cancagua, ni para sus cultores… mientras nos sentamos a apreciar la mirada petrificada de la Pincoya que se pierde mientras el Sol se oculta en Ancud, soñamos con ver que esta manifestación de la ex-presión humana se mantenga y se sustente en el tiempo para convertir-se en un baluarte de nuestras tradi-ciones culturales más arraigadas.

Texto y fotografía: César Jopia Q.Revista BIOMA

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GEOARQUEOLOGÍA Cuando distintas energías convergen en el

sustrato sedimentario.

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Testigos de raíces fósiles en dunas cercanas a Quebrada El Membrillo

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E s fascinante pensar para quie-nes habitamos en este mundo, como diversas energías, desde tiempos remotos, han determinado las geo-formas de nuestro planeta Tierra. Estas energías o fuerzas, de distinta naturaleza y grado de intensidad, han modelado la superficie terrestre, recayendo sus efectos significativa-mente en la flora, la fauna y en los seres humanos.La geoarqueología se entiende como una disciplina que aborda la investigación arqueológica utili-zando métodos y conceptos de las ciencias de la Tierra. Este binomio conceptual contiene fundamentos de las geociencias por un lado, así como la investigación arqueológica por el otro. Así, durante el siglo pa-sado, desde la década de los veinte, geólogos y geógrafos participaron en tareas multidisciplinarias que aportaron tanto en conceptos como en procedimientos a la arqueología. Desde este momento comienzan los albores de las posibilidades interpre-tativas a partir de los fundamentos geoarqueológicos.En este marco, si queremos com-prender las transformaciones que se han producido en los sitios arqueo-lógicos, debemos conocer con pro-piedad los efectos de estas fuerzas que actúan sobre los asentamientos arqueológicos. Estos efectos pue-den ser en su naturaleza endógenos como la acomodación y liberación de energía por tectónica de placas, el vulcanismo plegamientos asociados a la actividad sísmica, entre otros; y exógenos como el clima y el viento. Todas estas fuerzas concatenadas,

nos entregan escenarios complejos y diversos en relación a como fueron los procesos de formación y transfor-mación de los contextos arqueológi-cos.Si bien la imagen clásica que se tiene de la geoarqueología, en su mayoría, consiste en el análisis de los sedimen-tos procedentes de diferentes capas de un yacimiento, revelan informa-ción de secuencias de eventos antró-picos y naturales fuertemente ligado a cambios ambientales y geomorfo-lógicos, representan momentos en el paisaje, relevando procesos de ero-sión, depositación y meteorización del material parental (roca madre), los que repercuten no sólo en la re-solución del registro arqueológico sino también en el medio circundan-te donde se emplazan los asenta-mientos.Es importante tener en cuenta que un suelo se forma cuando una su-perficie se estabiliza y comienza el proceso de meteorización del mate-rial subyacente (material parental) que diferencia horizontes producto de agentes físicos, químicos y bioló-gicos del suelo y que, en actuación con las variables climáticas, bióticas, topográficas y al tipo de sustrato, van dando forma al depósito arqueológi-co y sedimentario.Los antiguos grupos humanos tam-bién participan como energías acti-vas en el paisaje, y en relación a los sitios arqueológicos, estos aportan materiales orgánicos e inorgánicos en los yacimientos arqueológicos. Estos materiales pueden variar des-de huesos, artefactos, ecofactos y otros residuos humanos constituyen-

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Afloramiento rocoso en Paleoduna, bahía La Cachina

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Perfil estratigráfico quebrada Mal paso (2012)

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do parte de los depósitos sedimenta-rios, los que al ser depositados en un sustrato, estos componentes sufren cambios significativos de sus estados originales.Siguiendo la variable humana mode-ladora y señalada anteriormente, se han desarrollado actualmente en la geoarqueología, investigaciones re-lacionadas con la pedología (ciencia del suelo), en que es posible obser-var microscópicamente, a través de análisis de compuestos microquími-cos, tales como el pH, fósforo, nitró-geno, calcio, carbonatos, ácidos gra-sos, que permiten lograr definir áreas de actividad en sitios arqueológicos, como sectores de preparación de ali-mentos, procesamiento y descarte de desechos.

“Los cambios de los niveles marinos indican que

algunos sitios, hoy a orillas del litoral, en

realidad se hallaban a unos 10 km cuando estos se encontraban ocupados hace unos 11.000 años

atrás...”Se ha observado que los ocupantes pretéritos aportaron al suelo materia orgánica traducida en carbón, hue-sos, heces u otros coloides orgáni-cos, modificando los sedimentos con micro y macro partículas aportando a la composición de los depósitos arqueológicos. Las condiciones quí-micas, físicas y medioambientales

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Cueva Mal paso

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Conchal arqueológico sobre sistema de paleodunas

Caletón al sur de Los Vilos

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asociadas a las características de los depósitos arqueológicos determinan en gran parte las condiciones de pre-servación de las antiguas evidencias arqueológicas.Las diversas dinámicas que entrega un yacimiento arqueológico desde el punto de vista geoarqueológico, no sólo permiten generar una resolu-ción mucho más acotada de los suce-sos que acontecieron en un momen-to de la prehistoria, sino que también permite precisar las interpretaciones sobre la adaptación humana en am-bientes muchas veces hostiles. En este sentido, el factor “humano” es visto también como fuerza en cons-tante transformación, no sólo de sí mismo como ser consciente del mundo, sino también como transfor-madora de los entornos ambientales que son ocupados.En este sentido, es fascinante descu-brir desde la óptica geoarqueológica la morfogénesis del paisaje o la for-mación de los depósitos antrópicos que revelan los eventos del pasado. Así los numerosos sitios arqueológi-cos de la comuna de Los Vilos mues-tran que estos están a veces bajo diez metros de depósitos arenosos, mientras que otros afloran superfi-cialmente por la intensa erosión de los vientos del sur-oeste. Por otra parte, algunos sitios muestran que se emplazaron a orillas antiguos am-bientes pantanosos, mientras que otros se encuentran sobre extensos sistemas de paleodunas, como pue-den observarse en Agua Amarilla. También, los cambios de los niveles marinos indican que algunos sitios, hoy a orillas del litoral, en realidad se

hallaban a unos 10 km cuando estos se encontraban ocupados hace unos 11.000 años atrás. No menos cierto, es que también antiguos sitios hoy estén sumergidos por estos mismos cambios del nivel marino.Sin duda los procesos geológicos han incidido en la formación de los depósitos arqueológicos así como en los procesos de transformación de sitios generando una imagen muy distinta a la que existió cuando es-tos asentamientos eran ocupados y posteriormente abandonados para luego constituirse en lo que hoy lla-mamos sitios arqueológicos.

Proyecto FONDART 46374 “Patrimonio ar-queológico: ciencia y experiencia cotidiana de paisajes patrimoniales, Los Vilos” y pro-yecto FONDECYT 1140824 “Primer pobla-miento en el semiárido de Chile: Interacción

seres humanos y fauna extinta”.

Texto: Carolina Zúñiga S.Egresada de Arqueología.Universidad Internacional SEK

Fotografías: Donald JacksonDepartamento de AntropologíaFacultad de Ciencias SocialesUniversidad de Chile

Para Revista BIOMA

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Excavaciones arqueológicas en el sitio L.V.017 Quebrada El Boldo

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www.chileyallteku.wix.com/ongchileyallteku

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PARA LA CONSERVACIÓN DEL PATRIMONIO NATURAL & CULTURAL DE CHILE

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Anfibios Alto Andinos

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Buscando los derroteros de la herpe-tología austral muy lejos de los bos-ques de Drymis winteri y Nothofa-gus llegamos al anochecer al pueblo olvidado de Lirima sobre los 4300 mts. Aparcamos el vehículo no lejos de la iglesia del pueblo en la única casa que se veía una luz encendida en esa noche andina. Una señora sale a recibirnos con una mamadera en la mano y atrás la sigue un llami-to casi recién nacido. Dice: "¿Buscan alojamiento?" , "Espere, puede to-mar esto…" y me pasa la mamadera caliente de la que ya esta tomando el llamito. De pronto aparece otro igual de oscuro y chico que también me pide biberón. Así es nuestra pri-mera bienvenida a uno de los tantos pueblos altiplánicos encumbrados en la falda de los volcanes más altos de la Región de Tarapacá. Atrás, a más de 2000 km de distancia en la zona central de Chile en la Región Metropolitana quedan un torbellino de cosas inacabadas, reuniones, café con los amigos, mails sin contestar, proyectos enviados a concursos de investigación, educación ambiental y esperando que los fondos de inves-tigación salgan de una buena ves.Río Coscaya El camino se abre caprichosamente por entre el rio Coscaya. Abajo en el fondo de la quebrada se ve el bofe-dal entre pequeñas caídas de agua y plantas cola de zorros. A veces al-tas paredes de roca se alzan como inmensos acantilados al borde del río. En todas partes se yergue una pequeña pirca de piedra que alguién

alzó hace quién sabe hace cuantos siglos para refugiarse del frío y del viento agreste de la noche altipláni-ca. Esos ecosistemas fluviales han al-bergado durante miles o millones de años anfibios (Telmatobius, Rhinella y Pleurodema) y peces del genero Orestia y Trichomicterus. Nos dete-nemos en un sector del río donde la Dirección General de Aguas (DGA) tiene un sistema de monitoreo del cauce del rio. En ese punto el río Cos-caya se ensancha y su cauce pierde vigor haciéndose mucho más lento y llenándose de vegetación acuática. Me tiendo al borde del río y meto la mano al agua hasta el hombro rebus-cando a ciegas en el fondo y entre las plantas acuáticas. Algo se mue-ve delicadamente en mi mano, algo grueso, grande como un pescado pero más blando y suave. Lo persigo bajo el agua con mi mano hasta que queda atrapado entre las algas. Lo tomo con suavidad y lo dejo al borde del agua. Es una inmensa hembra de Telmatobius que mide más de 9 cm, escarba entre las algas y se sumerge lentamente, trato de volver a tomarlo y esta ves la dejo en mis manos para que no escape. La miro por primera ves con detención y creo que es en ese momento en que me doy cuen-ta de la complejidad de esos vastos ecosistemas alto andinos. No sé que especie de Telmatobius podría ser, nunca nadie a descrito Telmatobius en esa zona, no hay nada publicado. Hasta podría ser una nueva especie para la ciencia. Su belleza y delicade-za van más allá de todo conocimien-

El laberinto de la Herpetologia.

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to científico. De todas formas es una ampliación de distribución de nues-tro absoluto desconocimiento. Asu-mo más por ignorancia que certeza que podría ser un Telmatobius mar-moratus. La observo con el descon-cierto de no saber que especie es. Sin duda yo para ella soy igualmente de nuevo y completamente extraño.Me acompaña mi amigo Francisco Ramirez, estudiante de geografía de la P. Universidad Católica de Chile, que en el invierno me había comen-tado que quería escribir un proyecto para estudiar los anfibios alto andi-nos de Chile. Le dije que los anfibios alto andinos de Chile son un nume-roso grupo que van desde Visviri hasta algún lugar perdido al sur de Altos de Lircay en la VII Región y que un grupo así de extenso era de todas formas inabarcable. Sin embargo yo estaba pensando más o menos lo mismo. Le damos una vuelta al tema y le digo que ya se están estudiando los anfibios alto andinos de la Región Metropolitana, que de la Región de Antofagasta se conoce bastante. Pero de la Región de Tarapacá al nor-te nuestro desconocimiento es abso-luto. Finalmente decidimos escribir un proyecto y postular a los Fondos de Protección Ambiental del Minis-terio de Medio Ambiente. Luego de meses de gestiones, el proyecto re-sulta aprobado favorablemente.El desafío no es menor. Nos propo-nemos recorrer el altiplano de Iqui-que en plena época del monzón del invierno boliviano. Buscar anfibios, describir sus hábitats, contar larvas, evaluar el estado de conservación de sus ecosistemas y evaluar ame-

nazas. Después de la primera pros-pección queremos generar material educativo y de difusión (póster y poli trípticos) sobre los anfibios pre-sentes en Iquique y entregarlo a las comunidades, colegios de Alto Hos-picio, Iquique y la escuela de Chus-miza; Quizás, si los fondos alcanzan hacer una guia de herpetozoos de la región o generar un libro sobre el trabajo realizado en terreno y con la comunidad. El proyecto lo escribi-mos en conjunto con Francisco Ra-mirez y Verónica Morales presidenta de la Fundación ECOMABI que tra-baja en proyectos relacionados con comunidades, biodiversidad y medio ambiente. Como organismos asocia-dos tenemos al SAG de Iquique, el Centro de Estudios de Humedales de Iquique y varios colegios certificados ambientalmente de Iquique y Alto Hospicio. En algún momento del año una estudiante de antropología que es parte del proyecto debería viajar a la zona y hacer una investigación sobre el conocimiento, valoración y significado que tienen los anfibios para los aymara.Los Telmatobius:En el extremo norte en la cordillera de los Andes sobre los 2300 msnm de altura existe un grupo endémico de ranas que tienen complejas adap-taciones a la altura, bajas concentra-ciones de oxigeno, fuertes cambios de temperatura durante el invierno, aguas salobres e incluso semi ter-males, ese grupo son los Telmato-bius. Este es un complejo género de ranas endémicas del altiplano, que compartimos con las tierras altas de Argentina, Perú, Bolivia y Ecuador a

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Salar de Huasco

Bofedal de Isluga

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ambos lados de la cordillera de los Andes. En Chile existe un número indeterminado de especies de Tel-matobius: Telmatobius dankoi, que habita el sector Las Cascadas del río Loa en Calama, Telmatobius vilamen-sis del río Vilama cerca de San Pedro de Atacama, un Telmatobius sp. Aún no descrito del salar de Ascotán y Telmatobius sp. del salar de Carcote tampoco descrito, ambos del cerca-no poblado fronterizo de Ollague. Telmatobius phillipii de la quebrada de Amincha a 15 km de Ollague y Telmatobius fronteriensis de la aban-donada mina de Puquios. Telmato-bius halli descrito hace muchos años en algún sector cercano a Ollague que no se ha podido volver a encon-trar desde su descripción hecha por Noble en 1938. Telmatobius marmo-rata descrito por Dumeril y Bibron los mismos que describieron Rhino-derma darwinii; Telmatobius pefauri en la Quebrada de Zapahuira a 30 km al Norte de Murmuntani, Telma-tobius peruvianus en la cordillera de Guatilla; Telmatobius chusmisensis de Chusmiza (Formas et al 2005) y el más raro de todos Telmatobius laevis de algún lugar de la cordillera de los Andes centrales frente a Santiago en un sector llamado Potrero reciente-mente validado por el herpetólogo de Valdivia Cesar Cuevas el cual no se ha vuelto a ver nunca más desde su descripción en 1902 por Rodolfo Phillipi. Todos excepto T. marmora-tus están considerados en peligro o en peligro crítico según las catego-rías de conservación del reglamento de clasificación de especies.Nuestras prospecciones en la zona

del Altiplano después de 10 días, nos dan 10 nuevas localidades con Telmatobius sp. y dos nuevas locali-dades para Pleurodema marmorata otra especie muy dificil de encon-trar, pero nos es imposible llegar a saber que especie de telmatobius estamos encontrando. Parte de las complejidades de reconocer a estos individuos es que en algunos lugares sólo encontramos larvas (Rio Colla-cagua), en otro solo adultos de ma-chos (Puente Fierro Pelado), en otro solo juveniles (Isluga y Poroma), en un lugar solo una hembra grande (Río Coscaya) lo que hace extrema-damente complejo la comparación de los animales. No logramos tener las series completas de los especí-menes para poder entender mejor la taxonomía. Los animales son me-didos, cuerpo entero, hocico-cloaca, largo de patas, peso, sexados y se anota también el estado reproducti-vo y después de las fotografías de ri-gor son liberados en exactamente el mismo lugar. Uno de los problemas a los que nos enfrentamos al estu-diar este grupo es que desconoce-mos las especies que están descritas al otro lado de la frontera en Bolivia o Perú. Es posible que compartamos algunas especies entre ambos paí-ses pero que las tengamos descritas como especies distintas.Todo el extremo norte es tan intere-sante para los herpetólogos chilenos que el año pasado la Red Chilena de Herpetología después de realizar tres reuniones de expertos en repti-les y anfibios en la zona de Puerto Montt (Katalapi) y Licanray organizó el IV Congreso Nacional de Anfibios

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y Reptiles en la ciudad de Antofa-gasta en la Universidad Católica del Norte justamente para empoderar la zona y los temas de interés científico y de conservación que existen tanto en anfibios como reptiles. El congre-so fue co organizado con el Ministe-rio de Medio Ambiente y la empresa minera BHP Billiton división Escondi-da. Al congreso asistieron más de 80 personas y duró tres días.La situación es más o menos la si-guiente sabemos que existen anfi-bios en el altiplano pero no sabemos bien que especies son, sabemos que grupos humanos han co existido con estas especies interviniendo cuencas y haciendo canales de regadío en terrazas ancestrales que en algunos casos aún se pueden ver en las lade-ras de los cerros, sabemos que hay varias mineras interviniendo toda la zona extrayendo cobre, oro, li-tio y un sin fin de minerales que ni siquiera sabemos para que sirven y que muchas veces no declaran que se extraen y solicitando los derechos de agua de los ríos, los salares y de las aguas subterráneas. Existen una serie de proyectos para extraer ener-gía geotérmica en la zona, sabemos que estos sistemas son sumamente frágiles y sabemos que si seguimos interviniendo esos bofedales, sala-res y ríos ponemos en riesgo de ex-tinción a los anfibios endémicos, a los peces endémicos, los flamencos, las taguas, el puma y la vicuña que se come el puma, el gato andino, las vizcachas que se come el gato andi-no, el ratoncito orejudo de Darwin y la llareta donde se esconde el soco y la chinchilla de cola corta, la culebra

peruana que se esconde en el río, la lagartija de Pacheco y también a la pastora trashumante que cuida su rebaño de llamas perdida en el pasa-do. Más allá de sus amenazas antró-picas como la destrucción de hábitat, el hongo chytrido presente en esta especie en todos los países, la intro-ducción de especies como trucha en las cuencas de rios altiplánicos, la mi-nería y nuestro modelo económico la mayor amenaza de esta grupo de anfibios sigue siendo nuestro desco-nocimiento.Bofedal de Isluga: Un poco antes de llegar al pueblo fronterizo de Colchane se extiende el inmenso bofedal de Isluga lleno de llamas y alpacas. Al llegar a Isluga nos encontramos con el carnaval y el pueblo esta lleno de gente bailando, en procesiones, tocando el bombo y tocando tarkas, inmensas flautas an-dinas talladas en madera, trajes tra-dicionales, borracheras, etc. Pasamos Enquelga y el pueblo parece un pue-blo fantasma. Desde ese punto un camino recorre todo el bofedal de Isluga hasta perderse un poco antes de llegar al salar de Surire. En varias partes bajamos y encontramos un sin fin de larvas de Telmatobius sp. Aquí y allá se ven ruinas de casas aban-donadas, techos caídos un corral en ruinas una bicicleta que alguien dejo olvidada. De pronto en medio de la nada a más de 15 km de la última casa habitada nos encontramos con un señor cuidando su rebaño de lla-mas sentado en unas rocas al borde del camino.Paramos a conversar con él un mo-mento. Nos habla de que hace 3

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años que no llega el invierno bolivia-no, que hay sequía, que el puma le mata 30 llamas al año y no entiende por que está protegida la especie si le mata sus llamas, que necesita que le protejan su rebaño, que deberían indemnizarlo por las muertes produ-cidas por los pumas, si quieren prote-ger el puma deberían pagar por los daños, que necesita un corral para que el puma no mate más animales, que tiene que cuidarlas de noche prendiendo fuego y humo por aquí y por allá para espantar a los pumas, que hay un gato más chico y ese no hace nada, solo come vizcachas, no hace daño, que su señora esta un poco mal de salud que le cuesta ya caminar los 15 km que la separan de su casa y sus animales, en fin nos habla de la vida. Antes de irnos nos

cuenta que aquí no se comen las ra-nas por que son muy duras pero que para el dolor de muelas usan piel de rana como anestésico.Sistema de monitoreo de alerta tem-prana. Allá arriba en los Andes en las tierras altas de Lirima, en Chusmiza o As-cotan se esconde bajo las rocas una rana andina en sus gélidas aguas sin importarle los líos fronterizos en la Corte de la Haya, el precio del cobre o del oro en los mercados bursátiles de Londres, sin importarle el IPSA, los tratados de libre comercio o los desafíos energéticos que plantea la minería del cobre que amenazan su porvenir en su paraíso de salares y vegas alto andinas. Sin embargo un proyecto de investigación de moni-toreo a largo plazo de estas cuencas

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nos permitiría conocer más a fondo y dar luces sobre la taxonomía, bio-logía, la historia natural, la ecología, los ciclos biológicos, el número de huevos, el desarrollo y la sobrevi-vencia de las larvas, su distribución exacta, el monitoreo a largo plazo de los anfibios y sus hábitats (cuencas, quebradas y vertientes de los salares) nos permitiría desarrollar un sistema de monitoreo de alerta temprana muy parecido al que se ha querido implementar tras el terremoto del 2010. Una red de monitoreos a largo plazo nos serviría para saber a tiem-po cuando actuar y como actuar en caso de que se este secando un bo-fedal, producto de sequía o interven-ción antropica, casos de enfermeda-des como focos de hongo chytrido o la llegada de especies invasoras a los cuerpos de agua (truchas), la canali-zación de aguas para faenas mineras o consumo humano y la detección temprana de caída de desechos o acido en las cuencas. Un estudio a largo plazo nos permitiría responder preguntas simples como: cuanto mi-den los huevos, donde los ponen, que coloración tienen, en que épo-ca se reproducen, como afecta a las poblaciones de anfibios el invierno boliviano, los por que, los cuando, el como o cuanto tiempo tenemos para desentrañar estas preguntas antes de que desaparezcan para siempre.Me parece que el riesgo que corren estas especies es altísimo sobre todo si se considera que muchas de ellas son especies micro endémicas que a veces no tienen mucho más que un breve río como único hábitat. ¿Que metodología usamos para esto?

Haciendo largos transectos contan-do ranas y larvas, marcando a las larvas con elastómeros de colores para identificarlas individualmente, marcando a los adultos con micro chips, tomando muestras de agua y analizándolas, midiendo caracte-rísticas abióticas del agua, salinidad, conductividad, temperatura, profun-didad del cuerpo de agua y repitien-do esto al menos 4 veces al año por sitio de estudio. Las dificultades no son pocas los lugares están lejos y se necesita tomar aviones y después arrendar camionetas doble tracción para cruzar medio País, la falta de alojamiento también con lleva pro-blemas y no hay que olvidarse del in-tenso frío y las bajas concentraciones de oxigeno, la puna.¿Como se logra esto? Tal vez esa es la tarea más difícil de todas. Me pa-rece que con muchísima gestión. Creo en la generación de alianzas estratégicas entre organismos de es-tado, Ministerio de Medio Ambiente, Servicio Agrícola y Ganadero, Minis-terio de Obras Públicas, Corporación Nacional Forestal, Dirección General de Aguas, centros de estudio, univer-sidades, científicos, ONG de conser-vación y las empresas mineras que operan en las aéreas, Escondida, Collahuasi, Cerro Colorado, Codelco, etc. Sin duda aquí las empresas mi-neras que operan en la zona debe-rían tener un rol fundamental finan-ciando este tipo de proyectos de investigación y elaborando planes de conservación en conjunto con los organismos estatales y los expertos.Cae la tarde sobre el altiplano y algo mágico parece fuera a ocurrir. En

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medio del bofedal de Lirima veo las llamas y alpacas pastando, a lo lejos veo un camino que se pierde a un costado de un inmenso volcán del cual salen bocanadas de humo ama-rillo. Me pregunto que fuerzas telú-ricas habrán formado esos volcanes o si la actividad volcánica formó ese paisaje altiplánico. Más allá a lo lejos, se ve una vega verde a la que no po-demos acceder por estar cortado el camino, un río inmenso lo impide. De seguro esa vega esconde en se-creto un Telmatobius sin nombre en sus aguas. A mis pies al borde del agua chapotea una inmensa larva de Telmatobius y no puedo dejar de imaginar a la primera alfarera de esas tierras en un tiempo 10.000 años an-tes de nuestro tiempo buscando el barro para sus vasijas removiendo el fango y observando con asombro y desconcierto cientos de larvas de anfibios saliendo bajo la vegetación acuática, nadando despavoridas buscando refugio bajo las piedras del río. Imagino a esa alfarera, mu-cho antes del caballo, el alfabeto o la cruz, haciendo la primera obser-vación herpetológica del hemisferio sur, imagino sus manos sucias de barro primigenio elaborando una vasija con forma de sapo o rana im-primiendo esas primeras observacio-nes. Ningún herpetólogo ha descrito las formas de sus manos ni los rasgos de sus ojos, razón más que suficiente para imaginarla en este escrito.De regreso en la cabaña de Chusmi-za donde hemos improvisado nues-tra mini estación biológica hervimos agua para un té, después otro y otro más. Estamos deshidratados por el

Sol pero con frío. Abro la libreta y re-viso las anotaciones de los días ante-riores, números de especies, lugares, tamaño del cuerpo, largo de la pata, peso, distancias entre sitios, georefe-rencias y escribo:Lo que me interesa es el nuevo relato herpetológico, la narrativa de cam-po, el ensayo que es donde surgen las nuevas ideas, el regreso a la mo-nografía herpetológica, me interesa lo que subyace al texto científico, lo que se deja leer entre líneas, los silen-cios más allá del método, el frío y la lejanía soportada como único marco metodológico, proponer y trazar un nuevo camino para la herpetología y un inmenso nuevo desafío para la disciplina en el extremo norte del país. Aquí el único marco concep-tual es nuestro propio desconcierto. Aquello que omite toda literatura científica, quiero saber que se sintió cuando vio tal o cual especie por pri-mera vez, quiero leer esas palabras que suenan a chapoteo en el barro. Necesitamos una disciplina que no solo explique fenómenos o describa especies, necesitamos una disciplina que pueda generar grandes cambios y de soluciones nuevas a los mismos viejos problemas.A veces en la tarde se levanta un sua-ve viento sobre los salares del altipla-no entonces pareciera que estamos a punto de presenciar el momento en que el desierto va a revelarnos algo. El viento arrastra las sombras del atardecer y termina por oscure-cerse sobre el altiplano y la bóveda celeste se cubre de millares de estre-llas. Otras veces creo que nunca ter-mina de revelarnos nada y se guarda

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su secreto ancestral. Otras creo adi-vinar que el altiplano tiene su propio lenguaje de símbolos escondidos y que si le pusiéramos atención desci-fraríamos su mensaje encriptado.Me atrevo a decir que allá en el ex-tremo norte en los bofedales, salares y ríos de Lirima, Coscaya, Chusmiza, Isluga, Ascotán, Carcote, Amincha y tantos otros se escribirán (así lo pre-siento) los próximos tiernos capítulos de la herpetología chilena. En la pre-cariedad de nuestro conocimiento esta la belleza, la maravilla y también el más absoluto asombro.Ahora escribo esto un poco antes del cierre del próximo número de la Revista BIOMA muy lejos de los bofe-dales y esos salares lejos del chamán que cada noche se transformará en puma o jaguar consumiendo plantas con alcaloides venidos del amazo-nas, lejos de las tierras del enigmáti-co gato andino, el mismo que sacan disecado en procesión envuelto en lanas de colores para santificar la tierra y atraer las lluvias. Lejos de la pastorcita que cuida su rebaño de ochenta llamas y alpacas del puma

en Isluga. Yo estoy aquí escribiendo en la capital pero una parte de mi se ha quedado allá atrás perdido y sin regresar como alma en pena buscan-do el lejano camino de regreso atra-pado en el laberinto de la herpeto-logía de los anfibios alto andinos del extremo norte.Como dice Jorge L. Borges en uno de sus cuentos: “Ahora que poseo el secreto, podría enunciarlo de cien modos distintos y aún contradicto-rios. No sé muy bien cómo decirle que el secreto es precioso y que aho-ra la ciencia, nuestra ciencia, me pa-rece una mera frivolidad”.

Dedicado a Fernanda Salinas que inspiro el proceso de este viaje.

Texto: Andrés CharrierFotografía: Andrés Charrier y Francisco Ra-mirezDepartamento de EcologíaFacultad de Ciencias Biológicas

P. Universidad Catolica de ChileFundación Senda Darwin-Chiloé-Chilewww.sendadarwin.cl

Para Revista BIOMA

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El Pulso de la NaturalezaUna cuna muy precaria

Cuando menos lo esperaba, un re-pentino y ruidoso vuelo que se abrió paso con urgencia en la estrechez de las ramas de un espino, me mostró lo que parecía una improvisada estruc-tura de palitos entrelazados con muy poca prolijidad. Casi sobre mi cabeza, una tórtola chi-lena había abandonado su nido, sin poder resistir ni un segundo más mi involuntaria cercanía. Al observar la precaria confección, me sorprendió que no se desarmara con el brusco movimiento del ave al impulsar su desesperado vuelo. Al verla desaparecer velozmente en la distancia sin ningún gesto de querer devolverse, dediqué toda mi atención al nido para evaluar la magnitud del daño infringido por su desaplicado artífice, en su aparatosa huída. La estructura se veía tan deformada y tan poco consistente que a primera vista pensé que aún no estaba termi-nada, pero al observarla con mayor detención pude ver desde abajo a través de la rala estructura, dos blan-cas formas ovaladas situadas en el centro de este desordenado canasti-llo, que se sostenía sobre las ramas del espino casi por milagro. Después de observar el nido por un

instante, me alejé del lugar para per-mitir que la tórtola regresara a abri-gar sus huevos, pensando que este frágil proyecto de familia columbida no tenía mucho futuro. Me resultaba difícil creer que esa precaria estruc-tura fuera capaz de sostener por mu-cho tiempo más a los huevos y mu-cho menos a los futuros pichones. Transcurridos algunos días, nueva-mente pasé por el sector en donde había visto el nido y aunque no tenía muchas expectativas sobre la suerte de los huevos, me acerqué a indagar. Grande fue mi sorpresa cuando des-pués de la huida de la tórtola descu-brí que dos pequeños y frágiles po-lluelos reemplazaban a los huevos. Entonces, decidí trepar parcialmente el árbol para observar más de cerca a los recién nacidos. En ese momento me fijé que había un pequeño espa-cio justamente al lado del nido, por donde podía asomar mi cabeza asu-miendo el riesgo de asustar a los po-lluelos con mi indiscreta proximidad.Muchas veces había visto polluelos caer de los nidos y por experiencia sabía que era muy difícil reinsertarlos, una vez que descubrían una destre-za hasta ese momento desconocida para ellos, el don del movimiento. Sin embargo me tranquilizaba la posibi-

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lidad de que por sus pocos días de vida ni siquiera se percataran de mi presencia.Me deslicé cuidadosamente entre ra-mas y espinas hasta que mis ojos se asomaron a la intimidad del nido. En ese momento se desplegó ante mí la más tierna escena; dos pequeños y arrobadores polluelos de piel oscura cubiertos por suaves y ralas pelusas, con ojitos cerrados y movimientos temblorosos, permanecían en su precaria cuna como una inmejorable alusión a la fragilidad.Mientras mantenía mi inestable equi-librio sobre el árbol, aumentaron mis aprensiones sobre la capacidad de este rudimentario nido para conte-ner a sus residentes, en la medida que estos crecieran y aumentaran su peso. En ese momento uno de los pi-choncitos levantó sus pequeñas alas que más bien parecían muñones in-conclusos y luego giró dándome la espalda, como en un gesto de indife-rencia ante mi preocupación.Sin embargo eso no fue todo, a con-tinuación estiró su esfínter como si quisiera darme un beso con su cloa-ca, para redimir su desprecio. Simul-táneamente y para mi sorpresa ex-pulsó una blanca y redonda porción de contenido fecal, que quedó ad-herida en el borde del nido a pocos centímetros de mi cara.En un breve lapso de tiempo el se-gundo polluelo hizo lo mismo, giró levantando las alitas mientras estira-ba la cloaca y depositaba una carga fecal en otro sector del borde del nido. En ese momento me di cuen-ta que otras descargas habían sido lanzadas anteriormente en distintos

puntos de la orilla y que con el trans-curso de las horas habían cambiado de color oscureciendo su tonalidad. Entonces comencé a sospechar que esa maniobra no era obra de la ca-sualidad, sin siquiera imaginárme-lo los propios polluelos me estaban mostrando la solución del problema que me preocupaba. La acción de gi-rar sobre si mismos antes de defecar tenía el propósito de cubrir gradual-mente todo el perímetro de la estruc-tura con sus adhesivas eyecciones. Habían iniciado el reforzamiento del nido.Una semana después volví a visitar a mis nuevos amigos y esta vez me sorprendieron con su rápido creci-miento. Habían duplicado su tama-ño y ya eran capaces de detectar mi presencia. En un comienzo, al verme, se mostraron un poco inquietos pero luego se tranquilizaron lo que confir-mé cuando uno de ellos giró en un semicírculo y lanzó una nueva feca al borde del nido.A esas alturas el nido se veía bastante compacto, todo el borde y casi todo el piso estaban cubiertos por una capa de guano seco, que otorgaba a la estructura la firmeza necesaria para contener a sus cada día más vo-luminosos ocupantes.Ya no tenía dudas, al ritmo de sus pul-saciones peristálticas estos extraor-dinarios polluelos se habían hecho cargo de un problema que desde mi ignorante perspectiva, parecía no te-ner solución. Felizmente no habían motivos para preocuparse de lo que en un principio me parecía una cuna muy precaria.

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Texto: Mario A. Ortiz Lafferte.Ilustración: Revista BIOMA

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