Ecos de una voz compartida...De las crisis y su hueco mana la poesía, el grito, las voces, en...

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Ecos de una voz compartidaCarla García Citerio

Colección Yo misma fui mi ruta

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Ecos de uan voz compartida© Carla García Citerio, 2020© Fundación para la Cultura y las Artes, 2020

Concepto y edición: Giordana García SojoDiseño y diagramación: J.R.C.

ISBN: 978-980-253-780-8Depósito Legal: DC2020000998Caracas - República Bolivariana de Venezuela

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Índice

Presentación

Esta noche necesito olvidarCita común NiñosLa niña esposa Como la bruma de calor sobre el asfalto...La senda había sido señalada… Piedra Tu luz vuela y escapaTodo tu hondear de aguaTriturar las semillasPresenciaHace frío a las 4CastigoMi noche no era el descenso del sol…Epílogo

Carla García Citerio (reseña biográfica)

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Presentación

La primera poeta conocida fue mujer, aunque la edi-torialización y por tanto la difusión de la poesía a lo largo y ancho de la historia en todo el mundo sea masculina, pre-dominantemente masculina. No sé dónde leí que somos un país de poetas, no de mises, petróleo y béisbol, de poetas. De las crisis y su hueco mana la poesía, el grito, las voces, en extensión del brazo que se cuelga de otro brazo y de otro hasta alcanzar el aire y, con él, la palabra. No tengo estadísti-cas, sino una exhortación. Somos un país de poetas y decirlo en femenino no sería exagerado: somos un país de mujeres poetas. Son tantas y algunas tan totémicas que la mayoría estamos en los bordes del vaso, por no decir que algunas ni figuramos del lado de adentro. Sucede todavía más con las contemporáneas, pero pasó también con algunas escritoras venezolanas que aparecen y desaparecen en la historia de nuestra literatura, después de dejar un poemario en el cami-no. Hablo de ello, porque hoy nos corresponde mirarnos la cara y reconocernos.

Me ha resultado curioso presentar a la poeta de la que ahora les hablo, pero nada que no haya hecho antes cuando sostuve durante varios años una columna de difusión litera-ria, llamada “Poesía o nada”, en la que conocía las voces por el color de sus textos y la tonalidad de su grito. Ahora hago lo propio con Carla Sofía. Sus apellidos estaban detrás del velo hasta que se me mostraron: García Citerio. Más que por su nombre, la he conocido por algunos de sus textos (y sabemos que el texto miente) a través de un poemario corto, una pla-quette, para más señas. Siempre he leído mejor, no porque sea mejor, sino porque para mí es más digerible (será porque vengo del periodismo) los poemas que se parecen al cuento,

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la poesía narrativa, la narrativa poética, la prosa poética. Es decir, aquellos textos poéticos cuya forma se acercan más a la narrativa y los que se alejan diametralmente de la rima. Ha de ser por eso que me siento cómoda con el poema de Carla, sobre todo con aquel que nos hace pasar por hombre para ser invisibles ante el fundamentalista; también el que pretende “tocar el color del sol”, no el verde clorofílico, sino la deformación de la luz de la egocéntrica bola de fuego, la que enciende el poema. Del mismo modo que la creación de una imagen que oscila y choca con las paredes de la mente, como el badajo de una campana en la cabeza: “El silencio se interpuso/ como roce de las aguas cuando estás hundida”. Y de cómo la conjunción de dos sustantivos puede acariciar una metáfora, la “fuerza selva”.

Carla Sofía García Citerio es una joven narradora que se cuece en el poema, digo joven porque nació después que nací yo, y un día después de eso, para mí todos son jóvenes. Pero, la poeta a la que presento da clases de español en una universidad italiana. La juventud es un parámetro móvil, según las tareas humanas. Ha de ser toda una experiencia no sólo recibir clases de otro idioma por una persona nativa, sino además por una poeta. Que sea joven concede esperan-za, porque una cree que un poeta es un hombre envejecido, uno que se retuerce en sus ideas de juventud, un hombre que recibe el reconocimiento y sonríe bajito desde la habitación de un burdel. Nada tendría que ver con esta generación, ca-paz de pelar las tetas, o de esconderlas por los rincones don-de insiste la luz, bien sea el caso. Que sea joven concede es-peranza, que sea escritora, latinoamericana, certeza. Nada parece mejor que poder escribir para quien no se sabe bajo

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otro oficio, “como un político con su primer discurso/ sabe-mos lo que se debe hacer…”, aunque todavía falte, nos falte entrar al vaso de la historia, si eso fuera lo que tuviera que suceder, si eso fuera lo que quisiéramos que sucediera. Salirse de esa fantasía, escapar de los juicios parece más tentador, después de todo somos un país de poetas y eso lo es todo y a la vez es nada. ¿Debo hacer spoiler? ¡No lo sé hacer!

Indira Carpio Olivo

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Ecos de una voz compartida

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Esta noche necesito olvidarlas llagas de fósforo blanco en los niños que desconozcoPor el cansancio voy a estarme quieta al otro ladodonde nadie convoca una guerray el revés de los ojos duele menos que el hipócrita frente

[a mi pupilacuando lo repasa el segundero de doce a doce presoantes de mí con los que vendránMe voy al lado del olvido a andar sin esperanzay a seguir en el aire como si no hubiese sombrasVoy a pensar que más allá del mar sabes qué necesitoy los gatos que huyen del tumulto te acompañanmientras piensasque más allá del mar imagino tu necesidady me estoy junto a ti calladaoyendo tu oración para salir de la rutinateniéndote a mi lado como si sólo yo pudiese oírtey eso bastara para no estar solaal otro lado

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Cita común

La cita es por la tardeunas cervezas, algo qué masticary el placer de hablar sobre la nadaun ligerísimo jazz que te saca de todode las preocupaciones, de la culpa, de ser una presa en cada juicio...Se descansa,los jóvenes se agitanel alborozo nos llena de laurelesy como un político con su primer discursosabemos lo que se debe hacer...Conversamos sobre nuestros viejosque han llegado a la edad del extravío:la falta de autonomía de mamáy papá que se arrabia porque lo complican los sistemas

Librados del tiempo sonreímoscomo las conversaciones, los abrazos y el café en la velada

[de los funerales:… los viejos lo comentan calmadosrecordar, disfrutar, estar serenomirar al joven desde arribay la muerte tras los ojos cerrados de los otrosobservar, que es respirar tranquilo en una límpida caja

[oxigenadao el pálpito y suspiro de la sangre en el piso de nuestro vecinoCaminar, recordar a los amigos, sonreírbeber café, leer la prensa y lamentarse… con tanto joven confundido

Estar arriba afuera e intocado por la estupidez

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o limpios de toda ingenuidadplenos como una madre primerizaSonreír con una sombra de misericordia y orgulloTener, seruna luz alta y blancaesa íntegra comunidad para el límite entre dos edades

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Niños

Estas piernas rotascomo leño de carne gangrenado y roídojugaban ayer a pisar charcas

a llevar en los pies el tibio polvo de la Tierraignorando a sabiendas el cautiverio de su hogarmemorizaban temblores de súplicas a Alá

que manaba papá del corazónmientras mamá en silencioguardaba tras el manto la libertad de todos

A este niño de la fotografíalo vemos túyo

las aves de rapiñade este lado

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La niña esposa

Saltaba la cuerdaen cada silencio, altocon lágrimas en los ojos, viendo hacia la nadaLe habían cortado el cabello casi al rape para convertirla en

[un varónCortaron los pantalones de papále pidieron silencio, esconder la evidencia

Un muchachito de la calle le pidió dinero para no acusarla[con los talibanes

Una tropa de fantasmas corría calle abajo, huyendo, una[tormenta de agua a presión

Pandillas de hombres, lanzas, las perseguíanElla, el varoncitose agarraba fuerte del brazo de mamá—su corazón grande y palpitantesu respiración sostenida, sus lágrimas por dentro—Una voz demasiado agudaun estomago contenido por el miedo

Trabajar: una pequeña bodega, un tonel lleno de leche para[menear

Tener once años, ser pagada con pan y patilla, con penarespirar polvo, exhalar miedono revelar que eres mujertemblar cuando te dicen que tienes cara de niñabañarte semidesnudaentre viejos y varoncitossimular que tienes testículos, imitar la voz de un niñosubirte a un árbol seco para demostrarle a todos que eres

[varón:

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—con tus primeros gritos de estrógeno a tus once años—un niñoen el fondo de un pozo,un niño entre cuerdas y poleasun niñoque gritay llama a su mamáy el llanto le corre rojo entre las piernas

Mentirosa, morirássi un viejo sonríente flaco y barrigón no te toma por esposa

Gritas, lloras te visten y maquillan para tu matrimonio—Sales de ti:saltas la cuerda en cada silencio, alto, viendo hacia la nada—Esperas en tu foso vertical —con lágrimas en los ojos, con

[tu candado— la llegada de tu marido.

Saltassaltas la cuerda viendo al fondoDesaparece-s,muere-sdetrás de tu cuerda de niñacuando sube-s la escalera hacia el dormitorio de tu noche

[nupcial.

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Como la bruma de calor sobre el asfalto en la calle de un[pueblo muerto

el aire pesa hasta el fondo de tiHundiéndoteComo si algo se cerraraY es más sentir que pensar porque nunca lo has hechoQuemarsesolo ser invadido habitado desplazadoSer como perdersePorque los pies ellos que siempre conocían el caminose han dejado orientar por mis prejuiciosNos extravían a mis pies y a míCada persona con sus gestosCada pared de concreto o un semáforoImágenes contrapuestas, veloces, detrás de mis ojoscomo miedos que no terminan de pasar

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La senda había sido señalada con flores inexistentes que daban al mar. Por eso la seguí durante días, aunque en las breves posadas que tomé, supe de anfibios, sanguijuelas que se adherían a la gente y luego eran confundidas entre ellos. Jamás llegó a mis oídos ruido extraño, no me invadió resentimiento ni me temblaron las pupilas. No entendía aquella desconfianza generalizada que decían hablaba de un firme adultez.

Por eso estoy aquí: hueso en astillas, ojos vueltos de azul hasta la boca rota.

Mi cráneo abierto que se llena con mares sabe muy bien ahora del tren que nadie mencionó.

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Piedra

No hay nada mal pero estar entre esta acuosidad que[ondea bajar amielada

Revolverme chocar contra la arena rasgándome[el oído tras los dientes

con los granos que suben rebotan y me dejan[abajo

Este ser de piedra entre las piedras dulce o grano[entre los granos

de las constelaciones frente a ellasTampoco estar en ningún lado ni el ser inútilmente

[ pesa mássino estar en el peso donde el anzuelo ya no puede

[conmigoy agonizo en el muelle de agitarnos de aletear

[con el pezmirando al otro lado desde

[el exilio de su boca

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Tu luz vuela y escapase despide de tien el susurro de alas que no vuelven

Pero marca mi tiempomientras hiere el silencio de tus ojos

la ausencia de color en los labios ajenos

Y aúnsabes de pieles erizadas al miedo

de mares gritando al borde del ombligode gemidos sin lunade llantos derrumbando las agujas del tiempo

Pero quisiste —y duele—tocar el color del sol…

Nunca, el verde de los árbolesnunca: la gama infinita en curvas del espacio: un halo de belleza en imagen de vida

…mis manos, tu rostro

…Y estásme dejas frente a ti

Pasarás,y las palabras continuarán ahícercándome el espacio de la ingratitud

el olvido a la pertenencia de sus ojosla ausencia de los tuyos

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Todo tu hondear de aguaUna piedra o mi densa caídaPálpito del irisenigma de humedad en unos ojos viejos

A veces soy plegableo me estiro y aplano por cada rizo del cabelloTomar una hebra, proporcionártela y halarmedesplegarme y entrar dentro de ticomo remoldearme y hacerme un hombre.Y busco infinitamente sin buscar, en la calma del aguao en todo el río deseando llegar hasta nosotros.

RemoldearteQuitarte la espera o lo inerme.Desear instintivamente el relajamiento de tus músculos,manos de colores o calor serpenteaando

convocando al fondo de tus ojos.

El abandono de tu balbuceoo la caídaHundirme y mover tus piesa fuerza de mi gravedad.

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Triturar las semillas

El silencio se interpusocomo roce de las aguas cuando estás hundidaTodos comían sus uvascon el dulzor del deseo que se puede atrapary tú no evitabas triturar con ellos las semillasen su amargo de quedarte solaapartada de la algarabíapor el ancla agónica del tiempoevaporado frente a tien las luces que estallaban y se apagabandetrás de la ventanaa las doce o cinco minutos después

—con las campanas—porque ya no importaba(y no había que volver a decirte que no era navidad)Tú sola frente al tiempo y sus lucesen claraoscura repetición de tus recuerdos

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Presencia

Tengo la presencia habitual de los gatosel placer evasivo de habitar vagamente los rinconesremover el polvo con mi propio pelajearrastrar los minutos con la lenguay dibujarme la silueta hasta el fondoo no hacer nada...Vagar, contemplar, adentrarme despacio en sus pupilasen la fuerza selva de sus ojosAl gemido infinito por un deseo inalcanzablecomo la constancia intangible del aire o las vocesque se apagan detrás de la puerta

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Hace frío a las 4esa hora de grilletes en la oficinacuando no puedes renunciary piensas que deberías dedicarte a otras cosasal color de las frutas o saborear una parchita

Y escribes eso por chat a una amiga del trabajocuando tras las ventanas oyes el eco:“No volverán/ No volverán”

Y piensas que es más que tú amiga del trabajoy también tiene fríoa la hora de grilletes en la oficinacuando te escribe:“Me dejo las semillas en la boca como renacuajos que fueran

[a nacer”porque tiene una obsesión con ciertos animalesy tú con las estrellas

De donde —dices—bien pudieran resbalar los anfibiosy congelarse con la sequedad o el eco del discurso

como ambasa la hora de grilletes en la oficinacuando afuera se eleva el “No volverán”y te hundes como un ovni en mitad del espaciodudando de tu propia existenciao la luz de esa unión y palabras afuera

porque el amo de llaves de grilletes en la oficinasigue adentroy hoy no pueden dedicarse a otra cosa:

Renunciar a la hora del frío generalizadoY se hundeny vuelven a empezar con las parchitas

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Castigo

Por zurda siempre me dieron un castigo y pesa pero no[es el dolor

de que me siembren en lados opuestos a la derecha[de ningún lado

de que en el anzuelo halen mi corazón y no[traspase la garganta

aunque sueñe guindado del púlsar que no veoNi que me siembren en la Tierra como loto de Marte con la

[araña de mar socavando mi nucani que llegue y escupa mis ojos en el pozo

No, no es el dolor en el pozo de que aún sea yo ni las[manos atadas en cada coordenada

de los lados opuestos con la derecha a ningún ladoEs el cansancio y el pozo en el que siempre mi tú

[soy yo y nosotrosDescarnados con mi pecho izquierdo colgado del anzuelo

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Mi noche no era el descenso del sol sino una araña naciendo[de mis ojos

hacia lo cóncavo lo que no sé de mí, hurgando siemprecuando la espiral del tiempo me escondía en sus puntos de fugay yo palpitaba como respirar bajo una lápida,en el ir eterno deshacerme y continuar

Me inclinaba,inevitablemente

a consumirme cada noche con una voluptuosa[sensación

e insistir en fundirme con un dios del que mi piel[se escapa

o que me voltea los ojos como la tripa que queda[de un viejo globo

Podía reiniciaruna y otra vez el proceso:

colgarme chorrear hundirmecon el ahogo de palabras que la araña me teje y anuda

[de continuoen la nuca para guillotinarme

Reiniciaba y así era placenterocon el nacimiento de una nueva cabeza en cada madrugadaSola, hasta emerger diría...

en su insistencia de abrirme una salida por la nucachillar con los colmillos, salivarme y ebullirhasta el estremecimiento de mis vértebras.

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Epílogo

Cómo hago para desdoblar las palabras cómo les da uno[la vuelta

para llegar al lado del silencio en que una mirada es saber[hablar como los animales:

la perfecta incomunicación saberse por encima del[lenguaje

en los no sé qués que quedan balbuciendo.Me gustaría poder darle vuelta a las letras con las manosentrar por ejemplo en una C al punto central de su curvavoltearla y dejar fuera el lado de la piel que arde:una parte herida y una parte que ama sobrepuesta,

[sobresaliente.—Enrojecerle los labios de presión como una esponja que

[no puede ser vaciada—El amor: lo que es su procedencia su forma intermitente:

[de placidez - gozo - puñetazoe intentar aprehenderlo para entenderlo como darle la vuelta

[a sus letrasy finalmente amar como crear en aquella primera luz de vida.

[O sol de 10 am.Las dendritas, esas minúsculas flechas de violencia. Y la manía

[de rememorarun corazón reflejo de estrellas sobre el agua oscurao parte del jugo que sale de una planta cuando la trituras: verde.

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Carla García Citerio (Caracas, 1988)

Licenciada en Letras por la Universidad Central de Venezuela (UCV). Desde 2010 trabajó como redactora, cura-dora editorial y promotora del libro para instituciones vene-zolanas del ámbito cultural, como Monte Ávila Editores La-tinoamericana y la Casa Nacional de las Letras Andrés Bello. En 2006 ganó el concurso “Terminemos el cuento” (Unión Latina - USB - Casa Nacional de las letras Andrés Bello). Rea-lizó talleres literarios con Luis Britto García, Carlos Noguera, Saél Ibáñez, Gabriel Payares, David Cortés Cabán, William Osuna, Igor Barreto y Maritza Jiménez. Actualmente vive en Italia, donde trabaja como profesora de español en la Univer-sità Cattolica del Sacro Cuore. En 2018 participó en el Colo-quio internacional e interdisciplinario Cien mil ojos en dos ojos de la Università degli studi di Padova donde presentó su ponencia “El ojo de la Ballena. Dictado por la jauría y Los venenos fieles, o las cavilaciones tras el rostro surrealista de la Venezuela de los años sesenta”. Escribe narrativa y poesía, algunos textos suyos pueden leerse en el portal Letralia.com.

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Fondo Editorial Fundarteoctubre de 2020

Caracas, República Bolivariana de Venezuela