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Módulo IV

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INTRODUCCIÓN ............................................................................................................................................. 3

Unidad I- Unidades y categorías de análisis ............................................................................................... 4

La gramática discursiva: niveles, unidades y planos de análisis ............................................................ 5 Enunciado y oración como unidades textuales enunciativas .............................................................. 17

Unidad II- Elementos de gramática textual ............................................................................................... 29

Tipología textual y comprensión lectora en E/LE ................................................................................ 30

Unidad III. Coherencia: estructuras textuales y modalización .................................................................. 43

Introducción a la lingüística textual ..................................................................................................... 44

Unidad IV- Cohesión: procedimientos ......................................................................................................... 67

Procedimientos de cohesión textual ................................................................................................... 68

REFERENCIAS DOCUMENTALES ................................................................................................................... 88

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El Dossier del Módulo IV de la especialización docente contiene la selección de textos

básicos y especializados para desarrollar de forma científica y didáctica los temas

relativos a la Gramática del Texto.

Como un abreve introducción podemos argumentar que el estudio de los mecanismos

que permiten construir enunciados con coherencia y cohesión, se ven atravesados por

una serie de procesos creativos y reflexivos que todo hablante ejecuta, muchas veces de

forma consciente y otras tanta inconsciente.

En la primera unidad se abordan aspectos relacionados con el factor de coherencia, la

noción de marco y las implicaciones. En la segunda unidad se analizan los mecanismos

de coherencia, es decir, la deixis, la foracidad, la progresión temática y otros. En la

tercera unidad se profundizan los procedimientos de cohesión textual, y finalmente en

la cuarta unidad se abordan las tipologías textuales.

En general La gramática del texto se ocupa del texto como nivel de la estructuración de

un determinado idioma. Recibe diversas denominaciones: gramática del texto,

gramática transoracional, análisis transoracional. Su objeto es, por tanto, la constitución

de textos en determinadas lenguas, en la medida en que existen reglas específicamente

idiomáticas que se refieran a ellos. Se trata, en realidad, de una parte, de la gramática

de un idioma, aquélla que describe los hechos idiomáticos que exceden el ámbito

oracional, tales como la denominada "topicalización" o "tematización", el orden de

palabras, la elipsis, la sustitución, la enumeración y otros.

Finalmente se presentan materiales que ejemplifican algunas maneras de llegar al

análisis del texto desde un abordaje más comunicativo.

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Unidades y categorías de análisis

Fuente bibliográfica:

1. FUENTES RODRÍGUEZ, CATALINA (2013): La gramática discursiva: niveles, unidades y planos

de análisis. Cuadernos AISPI 2. universidad de Sevilla.

2. GONZÁLEZ CALVO, JOSÉ MANUEL (2002): Enunciado y oración como unidades textuales

enunciativas. Revista de investigación lingüística No. 1 - Vol. V, págs. 135-153.

Universidad de Extremadura, España.

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La gramática discursiva: niveles, unidades y planos de análisis Resumen El trabajo presenta una propuesta de gramática discursiva realizada desde una metodología pragmalingüística. Partir de una perspectiva de la realización comunicativa implica diferenciar niveles de análisis (micro, macro y superestructura) en estrecha interrelación con planos o ámbitos que surgen de la contextualización discursiva (argumentativo, informativo, enunciativo y modal). Se propone, asimismo, una revisión de las unidades y categorías gramaticales que incluya las de la macroestructura. Palabras clave: gramática, discurso, pragmática, unidades, planos Propuesta modular: el modelo de Lingüística Pragmática En Lingüística Pragmática y Análisis del discurso (Fuentes Rodríguez 2000) presentamos la propuesta metodológica de una Lingüística pragmática, que incluyera, junto a los avances de la Lingüística tradicional y estructuralista, las nuevas perspectivas pragmáticas1. Necesitábamos una metodología de análisis para poder avanzar en el estudio del discurso desde una perspectiva pragmalingüística. Creímos oportuno seguir una propuesta modular (Adam 1990; Roulet 1991, 1997), donde la multidimensionalidad o multifuncionalidad fuera la característica definidor2. Los estudios posteriores no han hecho sino afirmarnos en esta hipótesis. Consideramos, además, que sería más clara y explicativa si partíamos del mismo proceso comunicativo, entendido este como entorno en el que enmarcar los diferentes planos de análisis en una propuesta contextual. Teníamos que abordar todas las facetas del discurso en acción, en su realización y como producto construido, sin anular sino integrando toda la investigación lingüística precedente. Consideramos útil incorporar la división de Van Dijk (2003) entre micro, macro y superestructura, aunque vistas en constante interacción. Subir de la oración (marco habitual del análisis lingüístico) al texto implica tener en cuenta su estructura (macroestructura) y su género (superestructura). Hoy nos reafirmamos en esta propuesta, aunque estamos en condiciones de poder precisarla mejor, separando planos, niveles y unidades de análisis. El objetivo sigue siendo proporcionar un modelo integral del producto comunicativo en uso.

1 El presente trabajo se ha realizado dentro del marco del Proyecto FFI 2009-10515. 2 La multifuncionalidad es una conclusión presente en muchos de los análisis pragmáticos. Véase, por ejemplo, Brinton (2008: 18) para los

marcadores del discurso, quien nos remite a Jucker (2002), Bazzanella (2006) o Lewis (2006). Nosotros dimos cuenta de ello en Fuentes Rodríguez (1996a) y posteriormente se ha convertido en nuestra hipótesis de trabajo en Fuentes Rodríguez (2009). Sin embargo, en las propuestas de Adam (1990) y Roulet (1991, 1997) es algo que afecta al propio funcionamiento del sistema y debe ser usado, por ello, como premisa metodológica. Recientemente Degand y Simon (2009) han propuesto la descripción de BDU (basic discourse units) partiendo de criterios sintácticos y prosódicos interrelacionados, lo que permite una descripción a partir de la interacción.

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Pretendemos, con ello, mostrar el funcionamiento de esta realidad compleja que es el discurso y proponer una revisión de las unidades y categorías consideradas hasta ahora. Bajo este nuevo enfoque se integran en un entramado plurifuncional, multidimensional y variacional para cumplir la intención comunicativa del hablante. Aplicamos el modelo a diversas categorías sintácticas cuando funcionan en el discurso. Niveles de análisis La primera implicación metodológica es separar niveles de análisis. Para ello seguimos la propuesta de Van Dijk (2003) de distinguir entre micro, macro y superestructura. La microestructura se ocupa de la sintaxis, semántica y fonética de los componentes del enunciado. Nos informaría de que dichoso es un adjetivo en (1a): (1a) El dichoso aparato no quiere funcionar. Pero esto solo no nos explica su comportamiento en este enunciado. Es necesario, por ello, añadir otro nivel: el macroestructural, en que subimos a la construcción del discurso. Y es aquí donde aparecen los planos de los que hablaremos a continuación y que aluden a la intervención de los agentes comunicativos en su uso del código: la intención del hablante (la enunciación, la modalidad), cómo se procesa la información y cómo se organiza para que se interpreten unas partes de forma más destacada que otras (estructuración informativa). En este sentido dichoso pasa a ser el índice de una dimensión modal, que muestra la actitud y sentimientos del hablante. Si en vez de este término tuviéramos (1b) El puto aparato no quiere funcionar Añadiríamos cuestiones de registro, situación comunicativa (relajada, de confianza, poco nivel cultural, expresión de un grado de enfado mayor…). Ojo, sin dejar de ser dichoso o puto adjetivos en el plano microestructural. Por último, debemos considerar también otro nivel transversal, el superestructural, llamado por otros tradiciones discursivas (Kabatek 2005; Oesterreicher 2007), tipología textual (Isenberg 1987; Casanova et al. 1994; Bustos Gisbert 1996; Reyes 1999, entre otros). Los elementos funcionarán de forma distinta según el tipo discursivo. Así, (1b) es adecuado en la conversación, pero inadecuado en un texto escrito, administrativo, por ejemplo. Valoraciones como cortés o descortés (Brown, Levinson 1987; Bravo, Briz 2004; Fuentes Rodríguez 2010) se aplicarán si lo enfrentamos a la situación y al contexto, otros factores comunicativos. Pasar al texto como unidad máxima implica revisar el esquema de unidades con el que estamos trabajando hasta ahora. Los enfoques macro y superestructural nos lo exigen. Pero, a la vez, tenemos que incluir diferentes planos de actuación, que surgen de esa inscripción de hablante y oyente en el discurso: enunciativo y modal (hablante), informativo y argumentativo (oyente). Unidades y planos actúan de forma modular e interactiva, dibujando una realidad multidimensional donde los enfoques unívocos ya no tienen sitio. Unidades Este planteamiento pragmalingüístico y textual implica una reordenación de las unidades, que incluya, junto a las ya consideradas tradicionalmente, otras que den cuenta de los niveles superiores. Al mismo

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tiempo, es necesario volver a plantear el análisis de categorías tradicionales de la oración, cuando estas se consideran a la luz del discurso.

La gramática contemplaba hasta ahora como unidad mayor la oración y llegaba hasta la figura de la expresión (fonema) o del contenido (sema) (Hjelmslev 1991; Fuentes Rodríguez 1996a). Entre ellas, se ordenan de forma jerárquica morfema, lexía o palabra, y sintagma (Fuentes Rodríguez 1996a, 2000). Cada una de ellas puede usarse recursivamente hasta generar estructuras complejas. Estas unidades pertenecen al inventario de formas abstractas que utilizamos como material para construir nuestra comunicación. Son las unidades de construcción formal. Una perspectiva de análisis desde el uso, desde la producción comunicativa, exige, por una parte, entender todas las unidades desde la realización (perspectiva pragmática) y, por otra, llegar hasta la máxima unidad comunicativa, el texto, dando cabida a unidades superiores. Estas tienen su propia organización, aunque utilicen como base natural las unidades estructurales. Es decir, construimos los mensajes con oraciones y palabras, pero consideradas desde la producción generan enunciados y textos3. Proponemos, pues, dos sistemas de unidades no organizados en sentido jerárquico, sino en simbiosis4 y que responden a dos opciones metodológicas: una gramática inmanentista (la que se queda en la oración sin considerar la realización ni las unidades superiores) considerará solo los elementos de construcción formal (de la oración al fonema o sema). Una perspectiva pragmática (entendida la pragmática como tal perspectiva y no como una parte de la gramática) integrará ambos sistemas. En esta última las unidades se caracterizan desde la realización, aunque esto no anula la posibilidad de existir inventarios formales de unidades morfosintácticas, fonéticas o semánticas. Es decir, existe el fonema como unidad metodológica, como forma, aunque nadie habla con fonemas, sino con las realizaciones contextualizadas de los mismos. Usamos estructuras oracionales (o cláusulas según Garrido 2010, 2011), pero no hablamos con oraciones sino con enunciados, que suponen la realización de estas (o de combinaciones de oraciones o estructuras menores como la palabra). La diferencia es, pues, metodológica, algo para nosotros fundamental, para evitar errores y mezclas indeseables. Ambas organizaciones de unidades pertenecen a la gramática.

Entre el sistema de unidades realizadas, consideramos el enunciado como la mínima emisión comunicativa de un hablante, y el texto la máxima5. El segmento intermedio ha sido objeto de gran discusión y cada autor utiliza una organización según los objetivos que se haya marcado en el trabajo y el tipo de discurso que aborde. Entre enunciado y texto hay una unidad intermedia, definida por criterios temáticos, a la que

3 Partiendo de la propuesta enunciativa de separar oración y enunciado, y en la misma línea pro- puesta por Rojo (1978). 4 Garrido (2011) interpreta mal esta organización que propongo en mis trabajos. No afirmo que solo sean gramaticales las del primer grupo. Ambas

pertenecen a la gramática. Solo que parto de una distinción entre oración y enunciado. La primera (y sus unidades inferiores) pertenecen a una

organización formal, de estructuras abstractas, mientras que la organización que tiene al enuncia- do como unidad mínima está realizada desde la

perspectiva comunicativa, o pragmalingüística, si queremos llamarla así. La propuesta de Garrido (2009, 2011) considera una gramática general que

incluye las siguientes unidades: desde la palabra a la cláusula (nuestra oración), la oración (equivalente al enunciado), el discurso o segmento del

discurso, y el texto, entendido este desde una perspectiva de la acción, no como una unidad gramatical: “en lugar de unidades como los actos de

discurso (como en Briz 2007) o los enunciados (Fuentes Rodríguez 2000), lo que hay más allá de la oración es secuencias de oraciones, construidas

mediante un conjunto finito de relaciones denominadas relaciones retóricas o relaciones de discurso (Garrido 2009: 227); las oraciones solo existen y

se construyen como constituyentes del discurso (Garrido 2010: 16)”. (Garrido 2011: 977). No considera ni intervención, intercambio ni párrafo como

unidades gramaticales. El discurso está formado de “segmentos” constituidos por oraciones. Y la estructura de esta, la oración, incluye el núcleo y la

parte externa, ocupada de la conexión con otras oraciones. Un discurso está formado de oraciones que se relacionan entre sí. Mi pregunta es: ¿dónde

se sitúan los elementos enunciativos, modales… como por desgracia en “Por desgracia, Javier no tiene el título aún”? ¿Conecta por desgracia? ¿Realiza

una función dentro de la oración? Es necesario responder a estas preguntas para sostener dicha propuesta gramatical. 5 Garrido propone que las unidades son: texto - segmento del discurso - oración - cláusula. Solo sustituye, pues, párrafo por segmento del discurso,

tan impreciso como el término frase.

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podemos llamar párrafo6, parágrafo o periodo, según sea el texto escrito u oral, y otra agrupación que sigue criterios tipológicos o superestructurales: la secuencia. La inclusión de esta se justifica porque los textos no siempre pertenecen a un solo tipo discursivo (textos homogéneos), sino que pueden estar compuestos por partes diferentes (textos heterogéneos). Estas son las secuencias (Adam 1990; Roulet 1997; Fuentes Rodríguez 2000)7.

En el caso del texto dialogal necesitamos incorporar otras unidades propias: la intervención, conjunto de enunciados emitidos por un hablante en un turno de habla, e intercambio (Briz, Grupo Val.Es.Co. 2003), como conjunto de intervenciones provocadas por una intervención iniciativa8.

Proponemos partir de este esquema general, que consideramos paradigmático para cualquier tipo de texto y adaptable a toda la variación discursiva, ya que integra los diferentes niveles, la superestructura y la macroestructura. Este esquema es perfectamente combinable con otras aplicaciones enunciativas a un subtipo textual en el que una perspectiva de agrupación temática nos lleva a segmentar otros puntos ligados a la funcionalidad de este tipo discursivo o a su organización informativa (como Cortés 2012). Así separar saludos, despedidas en una carta, o grupos de párrafos que componen capítulos en una novela. Esto no anula el hecho de que como estructura lingüística está compuesto de parágrafos o párrafos. La recursividad es un hecho que se presupone en la propuesta.

Estas unidades superiores conforman el texto, pero visto desde la perspectiva comunicativa, desde la realización. La sintaxis del discurso operará, pues, con estas unidades mayores en las que se integran las de la microestructura: oraciones, sintagmas, palabras, fonemas y semas. Son dos sistemas compatibles ya que

6 En Fuentes Rodríguez (2000) proponíamos párrafo o parágrafo. El término puede no ser el más adecuado porque la tradición lo ha unido al texto

escrito. Nuestro objetivo es hacer una propuesta integral y no una separada por cada tipo de texto. En el oral el párrafo puede definirse como el con-

junto de enunciados o intercambios que giran en torno a un subtópico textual. Esta unidad debe considerarse, como las demás, de forma recursiva,

dando paso, así, a organizaciones mayores, según la estructura temática del texto, como capítulos, secciones, etc. Esto dependerá, evidentemente,

del tipo de texto. Este punto exige desarrollo, pero nuestra intención aquí es mostrar las invariantes como unidades y no todas las posibilidades de

combinación textual. Cortés (2012: 22) se centra en lo oral y en discursos más largos, para lo que propone unidades del nivel secuencial: “creemos que

para el análisis de intervenciones, especialmente las largas, se requieren otras unidades que no pueden ser de procesamiento interlocutivo (enunciado,

acto, microacto), sino secuenciales, y que ya no pertenecerán al plano enunciativo, sino al secuencial; tales unidades serán de dos tipos: ilocutivo-

textuales (secuencias) por un lado, y temático-textuales (subsecuencias: temas, subtemas, etc.) por otro”. Reconoce las siguientes unidades: “a) las

unidades del plano secuencial: secuencias (unidades ilocutivo-textuales) y subsecuencias (unidades temático-textuales), que son los temas, subtemas,

etc., y b) las unidades del plano enunciativo (unidades de procesamiento): los enunciados, que abarca los actos y subactos. Las unidades mayores, las

secuencias suelen estar formadas por una o más subsecuencias, que se identifican con los temas, los cuales, a su vez, pueden constar de dos o más

subtemas; estos de uno o más subtemas y todas estas unidades, a su vez, de uno o más enunciados; tales enunciados pueden estar compuestos por

uno o más actos discursivos y, finalmente, estos por dos o más microactos” (Cortés 2012: 16). 7 No utilizamos el término en el sentido de Val.Es.Co. puesto que ellos solo tienen en cuenta la conversación y nuestro modelo pretende ser

unificador de todo tipo de textos. 8 En el análisis del discurso oral es habitual utilizar la unidad acto, que corresponderían al enuncia- do que proponemos. Acto es una unidad

ilocutiva, cuyo uso está justificado en una perspectiva de este tipo, pero nuestro objetivo es hacer una gramática del discurso, partiendo de que

la gramática explica tanto lo oral como lo escrito, las unidades superiores y las inferiores. El enunciado puede ser contemplado desde muchas

perspectivas, pero suele ser habitual que cuando se analiza el discurso hablado se centra más el investigador en lo interactivo, cosa totalmente

justificada, porque es tá menos desarrollado, pero no debería obviarse el tratamiento sintáctico de sus constituyentes. Lo contrario sería afirmar

que no hay sintaxis en lo oral. Por supuesto, yo no defendería esta opción. Por eso pienso que hablar de enunciados también aquí (y no solo de

actos, término que podría ser más adecuado a un estudio hecho solo desde lo interactivo) puede darnos la perspectiva sintáctica que se echa en

falta en muchos de los estudios sobre la conversación. Un ejemplo claro es el de los subactos, que para muchos constituyen una unidad más de la

conversación, y sintácticamente corresponden a operadores discursivos interactivos (¿eh, ¿verdad?) o a estructuras propias de la periferia derecha

(Fuentes Rodríguez 2012a). El gramático debe llegar a invariantes, aunque luego los estudios específicos o realizados desde una determinada

metodología quieran precisar la terminología y usar una específica de lo oral destacando el aspecto interaccional. No son perspectivas excluyentes,

sino pertenecientes a centros de interés distintos, por tanto coexistentes y combinables.

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en la microsintaxis están los componentes abstractos con los que crear unidades comunicativas (las de la macrosintaxis):

Microestructura: oración (unidad mínima)

Macroestructura y superestructura: texto (unidad mínima)

oración sintagma palabra o lexía morfema sema- fonema

texto secuencia párrafo o periodo intercambio intervención enunciado

Este es el esquema con el que trabajamos y que para nosotros es altamente rentable. Económico y abarcador de toda la realidad. Categorías El siguiente aspecto que hay que desarrollar, directamente relacionado con las unidades, es el de las categorías o clases de palabras, y aquí la confusión ha sido mayor. En este punto la incorporación de la pragmática y la separación con la gramática sigue dando algún disgusto y falta claramente unificación. Las categorías han sido tradicionalmente campo de trabajo de la gramática y, por tanto, completamente separado de una visión pragmática. Por eso es habitual que ante una pregunta como la siguiente: ¿dichoso, en (1a), es un adjetivo o es un operador modal?, algunos dirían que gramaticalmente adjetivo y discursivamente, como función pragmática, es un modal. No queda claro si hay categorías nuevas para las funciones “pragmáticas o discursivas”, o si se trata de una separación entre lo que es estructura, construcción abstracta, de lo que se ocupa la gramática, y el uso, tarea de la pragmática. ¿Significa esto que lo codificado es la gramática y no la pragmática? Esta trabaja con la dependencia del contexto, sí, pero esto también está codificado. El reto es describir esta codificación. Un ejemplo claro es el de los marcadores del discurso (Fraser 1996, 1999; Schiffrin 1987; Martín Zorraquino, Portolés 1999; Fuentes Rodríguez 1987, 1996b; Portolés 1998; Fischer 2006). Para muchos, en (2a) “Es un chico simpático y sensible”, frente a (2b) “Es un chico simpático. Y sensible” tenemos dos y: en el primer caso y es una conjunción coordinante que une dos adjetivos que funcionan como modificador del sustantivo, mientras en el segundo caso es un marcador discursivo, porque aparece entre enunciados. La diferencia es la segmentación: en el primer caso hay una sola predicación, una sola información. En el segundo caso hay dos actos de habla, dos enunciados, y la segunda información se destaca. El hablante reformula, añade, bien por olvido, porque considera lo anterior insuficiente, o porque quiere que la atención del receptor se centre en este último elemento. ¿Ha cambiado la categoría de y? ¿Solo la función? Muchos autores lo incluyen en paradigmas diferentes. En mi opinión, seguimos teniendo una conjunción en los dos casos, como categoría, y no un conector (o marcador del discurso) ya que no cumple las características prototípicas de este: no aparece aislado entonativamente, no tiene movilidad ni puede combinarse con conjunciones. Solo comparten el hecho de unir enunciados. Se trata, pues, de coincidencia funcional de dos categorías diferentes, lo que lleva

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a plantear el funcionamiento gramatical desde una perspectiva de prototipos. Lo mismo ocurre con los marcadores del discurso. Podemos encontrarlos en un contexto interoracional, relacionando segmentos menores al enunciado, como en 2c. (2c) Es un chico simpático y, además, sensible. Esto significa, pues, que hay dos paradigmas de unidades que se dedican a la conexión, pero que tienen características distribucionales diferentes: Conjunción: une dos segmentos, oraciones, sintagmas o palabras. No tiene movilidad, se coloca entre los dos segmentos que relaciona. Conector: une enunciados o párrafos, aunque también puede aparecer entre segmentos menores. Tiene movilidad, va entre pausas, no tiene por qué aparecer entre los dos enunciados, puede aparecer en medio del segundo, o al final de él Por tanto, sería más oportuno atrevernos a decir que son dos categorías funcionales distintas, una del plano de la microestructura, otra de la macroestructura o macrosintaxis (Blanche-Benveniste 2002, 2003; Scarano 2003). Cuando y aparece entre dos enunciados (2b), simplemente estamos relacionándolos con una conjunción. Perdemos en información inferencial, porque los conectores son unidades mucho más ricas en su contenido: llevan instrucciones argumentativas, enunciativas, etc. Hablar de que y es conector como función pragmática es confundir la pragmática con nivel. Y la pregunta que surge es: en un enunciado como (3) “Me he comido un gran bocadillo y me duele el estómago”, ¿ya no tiene y función pragmática? ¿Es una mera conjunción, que por tanto solo forma parte de la oración y no hay pragmática ni uso discursivo ahí? La incoherencia parece evidente. Igualmente, además en (2c), aunque aparezca dentro del enunciado, no deja de ser un conector, ni de tener sus características distribucionales de movilidad, disposición entre pausas, que lo diferencian de las conjunciones. Ni deja de vehicular una interpretación inferencial por parte del receptor. En este caso subraya ese añadido. ¿Pero nos atreveremos a decir que los conectores constituyen una categoría, una clase de palabras? Muchos limitan la gramática a la oración y consideran que más allá no hay sintaxis, sino pragmática. Una pragmática sin niveles, ni categorías, ni organización, solo con “usos discursivos”. Así, no puede defenderse una pragmática científica. El nuevo paradigma al que algunos han llamado lingüística de la comunicación (Gutiérrez Ordóñez 2002: 142) ha realizado grandes avances: a) ha integrado el contexto, b) ha subido hasta el texto, c) ha integrado lo oral, pero d) no la sintaxis de las unidades superiores. A esto se llama pragmática confundiendo la perspectiva con el nivel de análisis y las unidades. Lo pragmático es una perspectiva de análisis (Fuentes Rodríguez 2000; Reyes 1990; Escandell Vidal 1993), que integra unidades superiores, y que analiza el producto comunicativo en su entorno, con la inscripción de los participantes y el contexto en la manifestación discursiva. Por ello tiene que incorporar criterios nuevos, unidades, niveles, etc. Esto supone que en la sintaxis del discurso, o del texto, hay unidades nuevas, categorías propias, como los conectores y los operadores (Fuentes Rodríguez 2003). Y relaciones y funciones diferentes porque hay ámbitos que denominar (Fuentes Rodríguez 2007, 2012a). Estos son los

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planos nuevos que surgen de la relación del producto comunicativo (lo dicho) con el emisor (enunciación y modalidad), y con el receptor (organización de la información y argumentación, vid. 5).

Comprobémoslo ahora con estructuras oracionales. En los enunciados siguientes encontramos una misma estructura sintáctica:

Como no vengas a tiempo, nos vamos sin ti. Como no tengo tiempo, no he comprado las bebidas Como vengas bebido, te parto la cara Como no podía ser de otra manera, el presidente del equipo habló y habló, pero no aclaró nada.

Como + oración (Cano 1995; Montolío 2000) aparece como una estructura del margen izquierdo, modificando a la oración. En (4), (5) y (6) es un circunstante. Con indicativo tiene función causal, con subjuntivo es condicional (Gutiérrez Ordóñez 1997). En (6) actúa como una amenaza, por su contenido y por la oración que acompaña, como una acción futura dirigida al receptor. En (7), tenemos una construcción, originariamente un circunstante causal (Gutiérrez Ordóñez 1997), que se va fijando, y actúa como un operador de fuerza argumentativa (Fuentes Rodríguez 2012b), propio generalmente de un estilo engolado (superestructura): el hablante lo utiliza para intensificar su aserción y presentarse ante el otro como un argumentador seguro y brillante.

(8) Y como no podía ser de otra manera el texto aprobado aboga por la consideración del vino como alimento que consumido con moderación es beneficioso para la salud. (CREA9, El Mundo-Vino (Suplemento), 03/03/2003).

Puede aparecer en textos escritos u orales, pero siempre con ese grado de formalidad.

9) Y mire, ciertamente, han cambiado algo. Han cambiado la disposición final, han dado una nueva fecha de entrada en vigor, como no podía ser de otra manera, y también han cambiado un artículo (DSPA10, 98, 21).

¿Qué ha ocurrido aquí? Como no podía ser de otra manera tiene movilidad, puede aparecer al final del enunciado y seguir manteniendo el mismo valor. No las otras construcciones, los otros circunstantes, que están ligados a la posición inicial. La estructura como + oración ha generado: a) una construcción marginal como circunstante, y posteriormente b) un “marcador del discurso”, un operador argumentativo11, una categoría nueva que también debe considerar la sintaxis. Aquí aún no está del todo fijad12 (Fuentes Rodríguez 2012b) y hay marcas distribucionales claras que refuerzan este funcionamiento.

9 CREA: Corpus de Referencia del Español Actual, Real Academia Española. 10 DSPA: Diario de Sesiones del Parlamento Andaluz. 11 Otros operadores serían modales: afortunadamente, lamentablemente, argumentativos como al menos, solo, o informativos como

precisamente, justamente. Considerar estas unidades operadores nos sirve para separar de la categoría adverbio aquellos que tienen función intraoracional, designativa, de los otros que no tienen contenido designativo sino procedimental, de indicación a los planos de la macroestructura: información, enunciación, modalidad o argumentación (por la adaptación del texto a las características de hablante y oyente). 12 Tiene movilidad, como demuestran estos ejemplos, pero aún mantiene vacilación en el uso de las formas verbales, como puede verse también:

“Y es que es mucho lo que hablan y comparten director y montador, como no puede ser de otra manera” (CREA, P. Del Rey del Val, Montaje. Una profesión de cine, 2002). Incluso del sustantivo: modo, manera, forma. Cfr. Fuentes Rodríguez (2012b) para un estudio extenso del comportamiento de este operador argumentativo.

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Su evolución nos muestra, además, aspectos interesantes para la sintaxis del discurso. Por ejemplo, su aparición como un enunciado independiente que comenta lo anterior: (10) Puedo garantizarle que soy una persona discreta. Muy discreta. No puede ser de otra manera (CREA, A. Rojo, Matar para vivir, 2002). Esto nos demuestra que existe una relación entre enunciados que podemos llamar relación de comentario (Fuentes Rodríguez 2013a), que también puede ser expresada a través de un segmento que actúa en el enunciado, un operador argumentativo. Entre ambos puntos de la evolución, hay otra posibilidad sintáctica: la interrupción del enunciado con otro, el enunciado parentético (Fuentes Rodríguez 1998), paso intermedio a la distribución intercalada o parentética que define a los marcadores y nuevo concepto de sintaxis del discurso que definir e integrar. (11) Como se ha apuntado, en las paredes laterales del Salón de Reinos se colocaron doce cuadros de batallas, todas ellas, no podía ser de otra manera pues eran imágenes de propaganda, ganadas por los españoles (CREA, M. A. Zalama, La pintura en España: de Velázquez a Dalí, 2002). La primera documentación corresponde al siguiente ejemplo del CORDE (Fuentes Rodríguez 2012b, 39): La larga carrera cinematográfica de Buñuel presenta ‒no podía ser de otra manera‒ caracteres paradójicos (CORDE13, N. Almendros, Cinemanía, 1947-a 1975). En suma, el estudio de los marcadores no solo ha aportado funciones pragmáticas, contenidos o relaciones inferenciales nuevas que la gramática debe considerar, sino también nuevos tipos relacionales, una sintaxis del discurso que hay que hacer, una macrosintaxis, en la línea de lo propuesto por otros investigadores (Blanche-Benveniste 2002, 2003; Scarano 2003; Kahane, Pietrandrea 2011)14. No compartimos, pues, la oposición entre sintaxis y discurso15. ¿Es que no hay sintaxis en el texto, en el enunciado? ¿Qué hay entonces?16 ¿No hay formalización? Por supuesto que sí. Por tanto, no debemos, por nuestra incapacidad descriptiva, negar la existencia de un campo tan vasto como interesante. Tras los avances realizados, solo nos queda articularlos en una propuesta global. Planos Una visión pragmática implica, recordamos, inscribir la comunicación en su con- texto en relación con los agentes comunicativos. De ello surgen los siguientes planos: enunciativo, modal, informativo y argumentativo17. La inscripción de la subjetividad del hablante (modalidad) o la referencia al propio acto comunicativo (enunciación) surgen de la actividad del emisor. La estructuración de la información,

13 CORDE: Corpus Diacrónico del Español, Real Academia Española. 14 Dik (1997) habla de “extraproposicionalidad” y otros de Gramática funcional discursiva (Hengeveld, Mackenzie 2008). 15 Company (2004: 65), por ejemplo, considera que en el paso de un constituyente libre a un marcador discursivo hay paso de sintaxis a discurso. 16 Algunos responderán que hay pragmática. Claro que sí, pero hay que diferenciar la perspectiva (construcción o realización), y el ámbito

(suboracional o supraoracional). 17 Una propuesta diferente es la de Cortés (2012), que diferencia los planos supraenunciativo, secuencial, enunciativo e intraenunciativo. Por su

parte, en la lingüística italiana hay referencias importantes, que conectan directamente la descripción sintáctica con el aspecto informativo del enunciado, con avances fundamentales que hay que extender a otras lenguas. Véanse, por ejemplo, trabajos como Ferrari (1995, 2003, 2008); Cresti (1995); Moneglia, Cresti (2001), entre otros.

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marcando su relevancia o focalizando segmentos, o la argumentación, para convencer, surgen de la referencia al receptor. Estos planos poseen paradigmas y estructuras propios. Por ejemplo, sin duda y por fin son operadores modales (13) y francamente un elemento de la enunciación (14):

(13) Programar era sin duda una de las tareas más interesantes de todas cuantas se pueden realizar con un ordenador. Por fi tendría la oportunidad de aprender cómo crear mis propias aplicaciones (CREA, D. Rodríguez Calafat: Informática avanzada al alcance de todos, 2004).

(14) Francamente, a un tipo como Soderbergh hay que pedirle mucho más que el olor a dólar puro y duro (CREA, ABC, 17/12/2004).

Son operadores, categorías sintácticas propias de esta sintaxis discursiva. En este ámbito lo frecuente es la multidimensionalidad, la interconexión de los planos que provoca la polifuncionalidad18 (Traugott 2010) de las unidades. Esta coexistencia de valores se produce en una jerarquía de relevancia o visibilidad, entre lo que podríamos llamar primer plano y fondo19.

Así, francamente puede ser también un operador argumentativo, que intensifica a un adjetivo o un adverbio:

(15) China no es una tierra de viñas y la llamada producción local se compone a menudo de mezclas de vinos extranjeros baratos o, incluso, francamente malos, embotellados en China (CREA, El Mundo. Vino (Suplemento), 03/01/2003).

La diferencia distribucional entre ellos es clara: francamente como adverbio de enunciación (14) aparece entre pausas y afecta a todo el enunciado. Como intensificador (15) aparece integrado en el grupo fónico del elemento al que afecta. Pero no deja de tener, como valor de fondo, esa referencia al acto enunciativo del hablante.

Es decir, estos elementos, cualquiera que sea el plano al que pertenecen en primer lugar, pueden tener como fondo otro. Y esta multidimensionalidad implica simultaneidad de funciones y comportamientos. Por ejemplo, más bien, un operador que podemos considerar enunciativo, actúa con varias funciones: aproximativo (16), correctivo (17) u operador de preferencia (18) (Fuentes Rodríguez 2009, s.v.)

(16) Esto se traduce hoy en que la oposición sigue manteniendo, básicamente, una actitud más bien de barricada, de resistencia, una actitud de protesta, pero con muy poca propuesta alternativa (CREA, Última hora, 12/11/2004).

(17) Esta cuarta fase en la obra de Amable Arias […] no fue crepuscular sino más bien la etapa de mayor libertad creativa, espíritu lúdico, imaginación y carácter positivo en su evolución como artista (CREA, El Diario Vasco, 23/01/2004).

(18) […] nuestros políticos […] en lugar de trabajar incansablemente para servir a la sociedad como correspondería a su cargo muy bien remunerado se dedican más bien a discutir proyectos y acciones que

18 Muchos la hemos señalado y así aparece en el Diccionario de conectores y operadores del español. Traugott (2010: 104-105) lo presenta como

un hecho aceptado. 19 Cfr. propuestas parecidas en Tomlin (1987), Talmy (1978), Givon (1987).

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nunca se cumplen honradamente y que benefician más a sus bolsillos que al pueblo que cada día está más pobre (CREA, Última hora, 12/11/2004).

Pero, al mismo tiempo, tiene un comportamiento claro en el plano argumentativo, ya que “Como aproximativo, puede usarse con valor atenuativo, quitándole fuerza a un término que puede resultar una evaluación fuerte, negativa o inadecuada. Actuaría dentro de la cortesía lingüística: –Así que de Carlitos, de Gardel, nada de nada, ¿eh? –Francamente, más bien no (El Diario Vasco, 23/1/2004)/ / Se considera que estaría por demás interpretar las diferentes muestras en detalle, siendo más bien importante el recalcar que los diseños dieron muy buenos resultados (Trama. Revista de Arquitectura y Diseño 86, 1/4/2004)” (Fuentes Rodríguez 2009, s.v.). Por favor es un operador modal, que atenúa actos directivos o intensifica opiniones:

(19) Por favor, doctor, ¿podría tomarme el pulso? (CREA, E. Galeano, Bocas de tiempo, Madrid, Siglo XXI, 2004).

(20) Bueno, y a ver quién ¡hombre! ¡Cuánto tiempo, por favor! (CREA, Caiga quien caiga, Tele 5, 3/11/1996).

Además, puede actuar argumentativamente: Funciona como atenuativo (desrealizante) con los mandatos, e intensificador (realizante) con las exclamaciones (Fuentes Rodríguez 2009). Es marca de cortesía o descortesía según los contextos. La conclusión, pues, es que en un enfoque pragmático es necesario adoptar una visión metodológica de prototipos, que acepta al mismo tiempo la multidimensionalidad en el discurso y admite teóricamente una gramática discursiva o macrosintaxis.

La superestructura afecta a la macroestructura y provoca cambios

La superestructura nos indica el tipo discursivo al que pertenece el texto completo (homogéneo) o la secuencia que consideramos (en un texto heterogéneo): narración, descripción, instrucción, con dimensiones argumentativas o poéticas, y variantes enunciativas monologales, dialogales, monológicas y dialógicas (Fuentes Rodríguez 2000; Roulet 1997). Pero a la vez influy e en la macro y microestructura. Evidentemente, la narración, la descripción, etc., se expresan a través de adjetivos, verbos, etc. Es decir, a través de los elementos de la microestructura. Pero también influye en la consideración y uso de unidades macroestructurales. Por ejemplo, absolutamente es un adverbio desde el punto de vista de la microestructura, y en la gramática discursiva, desde el punto de vista de la macroestructura, actúa como un operador intensificado, argumentativo:

(21) La caja tiene que estar absolutamente llena.

Pero puede pasar a actuar en otro plano, convertirse en un elemento enunciativo, de estilo o registro. Así ocurre por la influencia de la superestructura, es decir, del tipo discursivo. Si lo analizamos en el lenguaje parlamentario, veremos su alta frecuencia de uso en combinatorias poco habituales: lo encontramos frecuentemente con elementos negativos que no permiten la gradación, por lo que absolutamente no puede indicar intensificación en el grado más alto (Fuentes Rodríguez 2013b), o con términos como clave:

(22) Una regulación energética que sería absolutamente imprescindible para que los sectores y los consumidores operen con información, transparencia y seguridad (DSCD20 103: 80, sr. Azpiazu).

20 DSCD: Diario sesiones del Congreso de los Diputados.

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(23) Es absolutamente incuestionable el apoyo y la cooperación andaluza al desarrollo del Sahara, salvo en esa batidora de argumentos que ustedes ponen en marcha para destruir cualquier acción de la Junta de Andalucía (DSPA 105: 32, sra. Moreno).

(24) Señor presidente, yo creo que esta es una cuestión absolutamente clave (DSCD 102: 28, sr. Azpiazu).

No podemos hablar del grado de imprescindible o que algo es muy o poco incuestionable. Estos términos ya indican un contenido situado en una posición muy elevada de la escala (negativa o positiva), por lo que no cabe una mayor intensificación. Igual en los casos siguientes se intercala en construcciones como estar a la cola, rompiendo la relación sintagmática.

(25) Como la señora ministra sabe perfectamente, la cuota modal de España en el transporte ferroviario de mercancías está absolutamente a la cola (DSCD 103: 90, sr. Macías).

En este caso ya vemos claramente que no intensifica ninguna cualidad, sino que afecta al estilo de habla, a un registro que se presenta como enfatizador, tajante y argumentativamente potente. Se ha convertido en un intensificador del decir, por lo que es frecuente encontrarlo repetido (26), e incluso intensificando adjetivos relacionales (27):

(26) Sin embargo, la legislación del sector exterior es absolutamente obsoleta. Para poner un ejemplo, el reglamento de la carrera diplomática es de 1955 y el decreto que regula los tratados es de 1972. El mundo, como usted ha dicho, ha experimentado un cambio absolutamente acelerado (DSCD 96: 12, sr. García-Margallo).

(27) Después habría que hacer una reforma absolutamente laboral (DSCD 99: 54, sr. Sánchez Díaz).

Reflexiones finales

Nuestra propuesta de análisis pragmalingüístico del discurso parte de una consideración integral de la pragmática como perspectiva de análisis. Aboga por la separación de niveles (micro, macro y superestructura) interconectados y planos que surgen de la inscripción en el contexto comunicativo (enunciativo, modal, informativo y argumentativo). Estos funcionan simultáneamente y producen interacciones entre ellos actuando en una dinámica de primer plano / fondo.

NIVELES PLANOS

microestructura enunciativo macroestructura modal superestructura informativo

argumentativo

Al mismo tiempo, separar niveles y planos nos lleva a una reorganización de las categorías y a afirmar la existencia de otras que sirven para el funcionamiento en la macroestructura. Existen, pues, unidades específicas de la argumentación, operadores argumentativos que provienen de categorías como el adverbio (simplemente, solo), o construcciones nominales u oracionales (como no podía ser de otra manera). Igual debemos afirmar de los operadores informativos (precisamente), modales (por favor) o enunciativos (francamente). Proponemos, pues, la existencia de nuevas categorías en la gramática del discurso para estos nuevos planos. Por ejemplo, las siguientes:

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FUNCIÓN PRAGMÁTICA

CATEGORÍA

Macroestructura Microestructura

conexión conector adverbio, sintagma nominal, verbo…

conjunción conjunción, adverbio…

fuerza argumentativa operador argumentativo

adverbio, sintagma, cláusula…

focalización operador informativo adverbio, sintagma, cláusula

polifonía, enunciación…

operador enunciativo adverbio, sintagma, cláusula

modalidad operador modal adverbio, sintagma, cláusula, elementos suprasegmentales (entonación…)

Esto nos permite clasificar unidades como al menos, precisamente de forma distinta a otros adverbios como lejos y poder explicar construcciones como por así decir o que yo sepa como operadores enunciativos. O la construcción según…, para…, como dice…, en palabras de… como complementos de enunciación, superando la estrecha sintaxis oracional. De esta manera no confundimos niveles (micro y macro) con una separación entre gramática y pragmática, ya que estos dos son, en nuestra opinión, elementos de distinto paradigma: la gramática es una parte de la Lingüística y la Pragmática una perspectiva metodológica. Hacer Lingüística desde una perspectiva pragmática implica analizar el texto como unidad global, y todos los textos, de diferente superestructura, teniendo en cuenta las unidades que la componen en todos los planos, surgidos estos de la interrelación del mensaje con los agentes y entorno comunicativos. Por tanto, desde los planos modal, enunciativo, informativo y argumentativo, que generan paradigmas de unidades propios, categorías nuevas que se definen en la macroestructura, y necesitan ser incorporadas al estudio lingüístico.

NIVELES PLANOS

microestructura enunciativo macroestructura modal superestructura informativo

argumentativo

ESTRUCTURACIÓN DEL DISCURSO. UNIDADES

Microestructura: oración (unidad máxima)

Macroestructura y superestructura: texto (unidad máxima)

oración sintagma palabra o lexía morfema sema-fonema

texto secuencia párrafo o periodo

intercambio intervención

enunciado

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Enunciado y oración como unidades textuales enunciativas

Resumen: En este artículo se propone que los términos y conceptos de oración y enunciado, aplicados al estudio gramatical de la lengua española, sean considerados como unidades del plano textual, no del sintáctico. Se distinguen dos niveles dentro del plano textual: el comunicativo y el enunciativo. Oración y enunciado son las unidades del nivel enunciativo del plano textual, la primera paradigmática (como el fonema en el plano fónico) y sintagmática la segunda (como la sílaba en el plano fónico). El enunciado es el esquema mínimo de combinación de oraciones, y puede constar de una o más oraciones. La coordinación y la yuxtaposición de oraciones no son, pues, objeto de estudio de la sin­ taxis, sino de la lingüística del texto (o textología). l. El panorama que la lingüística actual nos ofrece sobre las unidades lingüísticas es heterogéneo y confuso. No existe acuerdo ni en el número ni en la caracterización de esas unidades. Entre las tradicionales unidades lingüísticas, la palabra y la oración están llevando hoy la peor suerte, al menos en buena parte de la lingüística española. La aparición en el siglo XX del concepto de morfema condujo a que se resintiera el concepto de palabra, más aún cuando el evanescente concepto de sintagma intervino en la liza. Poco a poco, en la segunda mitad del siglo XX el concepto de oración se fue difuminando hasta convertirse, para determinadas corrientes funcionalistas españolas, en una clase de sintagma. Surgió en ellas el concepto de enunciado que hacía inviable, o al menos molesta, la permanencia de la oración como unidad autónoma. Para esas corrientes, fonema, monema (morfema), sintagma y enunciado son las unidades gramaticales encendidas como magnitudes mínimas. La palabra se relega a cuestiones de escritura, y la oración es el sintagma verbal (con verbo finito o conjugado). Consideran que el enunciado es la unidad superior de la gramática. Más allá está la lingüística del texto, que ya no forma parce de la gramática. En los sistemas lingüísticos, o lenguas, podemos descubrir dos ejes o dimensiones que se condicionan, entrecruzan y superponen: las dimensiones paradigmática y sintagmática. Desde esas dos dimensiones, no solo desde la paradigmática, es posible aislar unidades. Las unidades sintagmáticas se presentan como esquemas de combinación, en los que intervienen las unidades paradigmáticas. Podemos observar esas dos clases complementarias de unidades en el plano gramatical fónico: la sílaba y el fonema. La sílaba es el esquema mínimo de combinación fónica, y este esquema puede aparecer conformado por un único alófono de un fonema. Nadie se llama a engaño ante esta situación. No sería descabellado concebir dos unidades de esta índole tanto en el plano morfológico como en el sintáctico. En el plano morfológico nos encontramos sin nombre para designar y definir la unidad sintagmática. Utilizaré el término sintema para nombrarla y poder así contrastarla con el morfema como unidad paradigmática. En el plano sintáctico podría superarse el choque entre palabra y sintagma si consideramos que la palabra es unidad paradigmática y el sintagma unidad sintagmática. A partir de este enfoque, la dificultad del concepto de palabra radica en saber si pertenece al plano morfológico o al sintáctico. Una manera de superar el escollo sería hablar de morfosintaxis. Pero tal vez no sea oportuno ni conveniente. La palabra, al menos en las

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lenguas de la familia indoeuropea, es, como entidad construida, unidad sintáctica, no morfológica. Ahora bien, como magnitud compuesta internamente por uno o más constituyentes (morfemas), se nos ofrece como un esquema de combinación morfológica. La articulación entre los planos gramaticales se sostiene en este juego de organización interna y actuación externa de las unidades paradigmáticas. Así, la estructura interna del morfema es puramente fónica, pues consta de una o más de una sílaba. No obstante, el morfema es unidad morfológica. La gramática española se encuentra hoy en una encrucijada de exceso de unidades en su plano sintáctico: palabra, sintagma, oración, enunciado. No es de extrañar que nuestras corrientes funcionalistas más sólidas hayan afianzado única­ mente dos: el sintagma y el enunciado. Los segmentos que tradicionalmente se consideran palabras son o bien morfemas (artículo, preposiciones, conjunciones...) o bien sintagmas (verbo, sustantivo, adjetivo...). Y la oración, si es que se quiere seguir hablando de ella, es sólo un tipo de sintagma, el llamado sintagma verbal o SV, siempre que su núcleo sea una forma verbal conjugada. En la oración, entendida como sintagma o frase verbal, se da la «relación predicativa», es decir, la relación entre sujeto (aunque no aparezca más que en el morfo de número­ persona del verbo) y predicado (la raíz léxica del verbo). No cabe duda de que esta simplificación de unidades supera con creces la confusión que en el siglo XX había causado el uso indiscriminado de términos como palabra, frase, sintagma, proposición, cláusula, oración, enunciado... Se hacía necesario un poco de orden y de cientificismo ante tanto desconcierto. Sin embargo, acaso sigan latentes insuficiencias importantes. El estudio del sistema de una lengua no puede acabar bruscamente en la oración o en el enunciado, porque sería una interrupción sumamente grave. Se podrá discutir si el plano textual forma parte de la gramática de una lengua o supera los límites de la gramática. Esto no tiene tanta importancia si se analizan de manera articulada y condicionada todos los planos del sistema o código de una lengua. Precisamente el textual es el plano esencial para el estudio de ese código. La gramática no sería entonces la única disciplina lingüística que estudia el sistema de la lengua. Habría dos disciplinas: la gramática y la lingüística del texto. ¿Somos incapaces de dar un único nombre abarcador para designar la disciplina lingüística que ha de ocuparse del análisis completo del sistema de una lengua? ¿Por qué no el de gramática? ¿Por qué no considerar que las reglas textuales, diferentes de las sintácticas, morfológicas y fónicas, son también «reglas gramaticales»? Podríamos utilizar el nombre de textología (no es novedad) para nombrar la parte de la gramática que ha de encargarse de la investigación del plano textual. Si se considera el enunciado como una unidad mínima paradigmática, el concepto tradicional de oración quedaría ahí absorbido. Pero si buscamos dos unidades, una paradigmática y otra sintagmática, quizá no resulte contradictorio plantear que la oración (no contemplada ahora como mera frase verbal) es unidad paradigmática, y que el enunciado, como esquema de combinación de oraciones, es unidad sintagmática (aunque conste de una sola oración). Estas dos unidades pertenecerían al plano textual, no al sintáctico. La oración, por su estructura interna o relación de sus constituyentes, sería objeto de la sintaxis, pero por su actuación externa con otras oraciones en los enunciados sería objeto de estudio de la textología. Ahora bien, este planteamiento provoca que en el plano textual nos encontremos con, al menos, tres unidades: oración, enunciado, texto. O con cuatro, si vemos diferencias entre los conceptos de texto y discurso. Acaso la distinción entre com1micación y enunciación nos ayude a ofrecer hipótesis no contradictorias. Podríamos distinguir en el plano textual, que es, con diferencia, el más rico y complejo de todos los planos gramaticales, dos niveles muy articulados: el de la comunicación (el nivel superior, en el que es posible el «sentido completo») y el de la enunciación (entendida como comunicación mínima del hablante con una actitud y una intención autosuficientes). En ambos niveles hallamos las correspondientes unidades

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paradigmáticas y sintagmáticas: oración y enunciado en el enunciativo; texto y discurso en el comunicativo (comunicación completa, al menos intencionalmente). Oración y enunciado serían así componentes del texto y del discurso. Antes de ahondar en esta propuesta, expongamos las aportaciones, bien asentadas ya en los comienzos del siglo XXI, de nuestra lingüística funcional sobre los conceptos de enunciado y oración. II. Emilio Alarcos Llorach, en su Gramática de la lengua española (1994), emplea los términos enunciado y oración como marcos en los que funcionan las diferentes clases de palabras. Concibe el enunciado como la unidad mínima de comunicación, y la define de esta manera: «Es la secuencia de signos proferida por un hablante que queda delimitada entre el silencio previo a la elocución y el que sigue a su cese, y va acompañada por un determinado contorno melódico o curva de entonación. Así entendido, el enunciado es un mensaje con sentido cabal y concreto dentro de la situación en que se produce». Se evita la expresión «sentido completo» y se elude el criterio de independencia o autonomía sintáctica, pero Alarcos explica con claridad por qué con el enunciado acaba el estudio gramatical: «Existen mensajes más amplios, que no son sino combinación de varios enunciados concatenados por el sentido de sus referencias a la experiencia comunicada, sin que entre ellos se establezcan por fuerza relaciones funcionales, ya que cada uno de por sí podría constituir un acto de habla independiente» (pág. 255). Entre los enunciados, sigue Alarcos, existen relaciones semánticas, pero no «Conexiones gramaticales», de lo que se deduce que no es objeto de la gramática el estudio de las relaciones de los enunciados en el texto, y que el enunciado como unidad mínima de la comunicación es la unidad superior de la gramática. A partir de estas consideraciones sobre el enunciado, Alarcos Llorach precisa lo que entiende por oración (págs. 256-258): «Entre los enunciados existe un tipo especial conocido con el término de oración. Uno de sus componentes, la palabra que se llama verbo (o sintagma verbal), contiene dos unidades significativas entre las cuales se establece la relación predicativa: el sujeto y el predicado [...]. Los demás componentes que en la oración pueden aparecer en torno al núcleo son términos adyacentes, cuya presencia no es indispensable para que exista oración [...]. El signo léxico del verbo (o sea, el significado de la raíz) es el verdadero predicado de la oración, y el signo gramatical o morfológico funciona como el auténtico sujeto (esto es, la persona designada por la terminación verbal), y que debe llamarse sujeto gramatical o, si se prefiere, sujeto personal». Para Alarcos, el sujeto explícito o léxico es una clase de término adyacente que especifica la referencia a la que alude la persona gramatical inserta en el verbo. Los enunciados que carecen de una forma verbal conjugada que funcione como núcleo no son oraciones y ofrecen una estructura interna diferente. A esos enunciados los llama Emilio Alarcos frases (por ejemplo: «¡Qué fastidio!»). En las frases no se cumple la relación predicativa, por lo que, según Alarcos (pág. 384), no deben clasificarse por analogía con las oraciones a que pudieran ser equivalentes por su sentido. No es correcto llamar atributiva a una frase como «Año de nieves, año de bienes». En la teoría de éste, pues, los enunciados simples pueden tener estructura de oración (sintagma verbal) o de frase. En otro capítulo de su Gramática, cuando toca los conceptos de coordinación y subordinación (págs. 313-315), Alarcos vuelve a exponer los rasgos que caracterizan la oración, y aborda el asunto de los «enunciados de aspecto oracional en que aparece más de un verbo», como, por ejemplo, «Pretenden que dimita el presidente». Dice que en estos casos la subordinada («que dimita el presidente») no es una oración, ha dejado de funcionar como oración, está degradada y desempeña por transposición el oficio propio de los sustantivos, de los adjetivos o de los adverbios (o segmentos equivalentes). Por ello, es más exacto llamar a estos enunciados (<Oraciones con términos adyacentes complejos» o, más brevemente, oraciones complejas. No hay composición o combinación de oraciones. Frente a esto, en la coordinación y yuxtaposición oracionales ninguna de las oraciones del grupo está degradada, todas son verdaderas

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oraciones, por lo que existe una auténtica composición o combinación de oraciones. Las oraciones del grupo coordinado o yuxtapuesto se unifican en un solo enunciado. «Estos enunciados constituidos por la reunión de varias oraciones, cada una de las cuales podría usarse independientemente de las demás, serán llamados grupos oracionales». Es la entonación la que unifica como un todo el enunciado, tanto simple, complejo o compuesto. La entonación se convierte así en un signo: la curva melódica es el significante que evoca la modalidad del enunciado (págs. 50 y 256). José A. Martínez distingue también entre oración compleja y oración compuesta: «La tradicional división de las oraciones en simples y compuestas, así como la distinción entre compuestas por subordinación (para nosotros, complejas) y las compuestas por coordinación (compuestas propiamente dichas), son un simple recurso metodológico y pedagógico, y no la afirmación de tres estructuras objetivamente distintas». El modelo básico de oración está de algún modo presente en todas las oraciones concretas de la lengua. Ese modelo se realiza «en su forma más pura» en la llamada oración simple, de la cual la compuesta y la compleja serían «meras proyecciones». José A. Martínez define el enunciado como una secuencia de signos delimitada por pausas, tiene una curva de entonación y es «un mensaje suficiente en una situación o contexto apropiados» (pág. 11). La oración «no es más que un sintagma (el verbo personal) o grupo sintagmático, aunque especial por contener y expresar una predicación» (pág. 13). Ya en un trabajo de 1978, Gutiérrez Ordóñez afirma que el enunciado «se define formalmente como el segmento de secuencia abrazado por un concomo melódico, i. e. comprendido entre una pausa inicial y una pausa final. Admitimos la existencia de estructuras superiores a la del enunciado, pero las relaciones que se establecen entre estas unidades de orden superior son anisomórficas respecto a las que contraen los componentes significativos de la unidad mínima de comunicación. Son niveles de pertinencia opuestos y, por consiguiente, objeto de dos disciplinas diferenciadas». Los dos tipos fundamentales de enunciados son la oración y la frase, tal como hemos visto en Alarcos. Gutiérrez Ordóñez aclara que la oración es siempre una estructura binaria (sujeto-predicado), pero la frase, caracterizada por la ausencia de relación predicativa como elemento modular, puede ser monádica «Peligro de muerte» o diádica «Sin duda que todo es una farsa»). En su reseña de 1978 al libro de Guillermo Rojo Cláusulas y oraciones, Salvador Gutiérrez reconoce que ha aceptado la definición de Bernard Pottier sobre el enunciado: «Unidad mínima de comunicación». Gutiérrez Ordóñez ha ido repitiendo y precisando sus conceptos de enunciado, oración y frase en sucesivos trabajos. En uno de 1984 dice que en el panorama más reciente de la lingüística había surgido una nueva unidad, el enunciado. Este término lo habían utilizado ciertas corrientes filosóficas como «unidad de sentido», «unidad pragmática de comunicación,>, Vuelve a citar a Guillermo Rojo, quien en 1978 había propuesto distinguir entre oración y enunciado. Para evitar el conflicto entre enunciado y oración, Gutiérrez Ordóñez llega a decir lo siguiente: «Si alguien optara, lo que entra dentro de lo posible, por denominar oración a lo que aquí hemos descrito como enunciado, habríamos de concluir, en cal caso, que la oración es necesaria. Ahora bien, trataríamos de disuadirle: la oración es una unidad sintáctica, mientras que el enunciado es una unidad de comunicación. Aunque el signo enunciativo puede tener influencias sobre el esquema sintagmático (orden, etc.), el terreno propio de la Sintaxis no es el enunciado, sino el esquema sintagmático». En suma, para S. Gutiérrez Ordóñez el enunciado es la unidad mínima de comunicación, y está formada por la conjunción de dos tipos de signos: la formulación o signo enunciativo y el esquema sintagmático. El signo enunciativo tiene que ver con el modus de las gramáticas tradicionales, y el esquema sintagmático puede ser, como ya vimos, monódico o diádico. Esa caracterización acoge el contorno melódico específico y las pausas inicial y final. Por lo que atañe a la frase, defiende la presencia de base verbal en la frase

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nominal pura (FNP: «A buen juez, mejor testigo», por ejemplo), por lo que, en el fondo, ésta es una frase verbal (oración) de verbo oculto III. Existen acuerdos fundamentales en los autores citados a la hora de presentar los conceptos de enunciado y oración. He insistido en ello por la influencia que han ejercido, y siguen ejerciendo, en el funcionalismo español y en la enseñanza. Sin embargo, no faltan carencias y ciertas limitaciones dentro de la esencial coherencia de esa teoría. Al dejar fuera de la gramática el plano textual de las lenguas, no sabríamos cómo definir la unidad texto si el enunciado es la unidad mínima de comunicación. Habría de ser la unidad máxima, pero el funcionalismo enciende que las unidades son magnitudes mínimas, no máximas. Como consecuencia, tampoco sabemos a ciencia cierta qué es eso, aplicado al enunciado, de «mensaje con sentido cabal y concreto» (Alarcos), «mensaje suficiente en una situación o contexto apropiados». (José A. Martínez). Estas expresiones tienen más de intuición que de precisión. La lingüística del texto ha demostrado que existen relaciones formales y semánticas más allá del enunciado, y que en el código o sistema de una lengua el texto es la unidad superior y principal. Sin la unidad texto no se pueden entender los límites entre los planos sintáctico y textual. En el plano textual no hay relaciones sintácticas, sino relaciones textuales. Tiene razón S. Gutiérrez Ordóñez cuando habla de «objeto de dos disciplinas diferenciadas». Por eso he distinguido entre sintaxis y textología, aunque incluyo ambas dentro de la gramática. Por no incluir la textología en la gramática, se nota que los criterios de independencia o autonomía sintáctica y de entonación entre pausas marcadas no son complementarios. Es imposible compaginarlos si la coordinación y yuxtaposición de oraciones son un enunciado. Tal vez por ello los autores citados eluden el criterio de independencia sintáctica como rasgo pertinente para definir el enunciado, pues, en caso contrario, se verían obligados (no solo ellos, sino casi todos los investigadores) a pasar la coordinación y yuxtaposición de oraciones al plano textual. Más aún, en el caso de la coordinación oracional habría que considerar que las llamadas conjunciones de coordinación son marcadores o coordinadores discursivos enunciativos, no coordinadores sintácticos. Estos, y otros, terrenos limítrofes nadie, o casi nadie, los tiene claros, y las insuficiencias perduran. Parece, pues, que las dificultades son más serias cuando se habla de «grupo oracional» (Alarcos) o de «oración compuesta» (José A. Martínez). Si en la coordinación y yuxtaposición oracionales existe entre las oraciones independencia sintáctica (no se «degradan»), esas oraciones del grupo son enunciados, no simples frases verbales. Si la curva de entonación con pausas marcadas de inicio y cese unifica esos enunciados en un grupo, estaríamos ante un «enunciado compuesto de enunciados», lo que, en principio, resulta poco riguroso técnicamente. Se limaría algo la aspereza hablando de «grupo de enunciados» o de «enunciado compuesto». Y mejor aún si la relación entre oración y enunciado se ve de otra manera. Pero esto, como hemos dicho, implica superar los límites de la sintaxis para entrar en el terreno de las relaciones textuales. La coordinación y yuxtaposición oracionales no son una «proyección» de la llamada oración simple; solo lo sería la llamada oración compuesta por subordinación, cuya estructura interna sí es objeto de la sintaxis. Tiene razón S. Gutiérrez Ordóñez cuando asegura que «el terreno propio de la sintaxis no es el enunciado», y que, si se entiende la oración como frase verbal, el concepto de oración es innecesario. Es cierto, ya que en tal caso la unidad sería el sintagma, y el sintagma verbal es solo eso, un tipo de sintagma, algo que atañe a la sintaxis. Estimo que incluso el término proposición para nombrar la frase o sintagma verbal sería innecesario, aunque no inapropiado, por su origen y carga logicistas. Pero los conceptos de oración y enunciado se pueden concebir o caracterizar de otra forma, los dos como unidades textuales, una paradigmática y otra sintagmática.

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Las unidades paradigmáticas tienen una composición o estructura interna y una actividad externa. El fonema se compone de rasgos fónicos y se combina, mediante uno de sus alófonos, con otros fonemas en la sílaba. El morfema consta de una o más sílabas y se combina, a través de uno de sus morfos, con otros morfemas en el sintema. La palabra se compone de uno o más morfemas y se combina con otras palabras en el sintagma. Esta doble cara puede explicar la articulación y engarce entre los planos fónico, morfológico y sintáctico. Para la definición de cada una de estas unidades paradigmáticas, y para su clasificación, es preciso atender tanto a su estructura interna como a su actuación externa en la correspondiente unidad sintagmática o esquema mínimo de combinación. La articulación y engarce entre los planos sintáctico y textual se basa en la doble faz de la oración como unidad paradigmática. La oración tiene una estructura interna y una actuación externa. Por su estructura interna consta de material sintáctico, pero, como entidad constituida, es unidad textual. La oración se compone de uno o más sintagmas y se combina con otras oraciones en el enunciado. Para la definición y clasificación de la oración es necesario atender a sus dos facetas. Ha de ser definida con la pertinente relación integradora de criterios sintácticos y textuales. El enunciado tiene su ser en la cadena y no es una unidad de la misma clase que la oración. También la sílaba, como unidad fónica, tiene su ser en la cadena y no es una unidad de la misma clase que el fonema. Desde el enfoque expuesto, los conceptos de oración y enunciado nos ofrecen características diferentes a lo que normalmente se suele considerar en las corrientes tradicionales y modernas. La oración no es una unidad sintagmática ni un tipo de sintagma, y no es una unidad sintáctica. El enunciado no es una unidad paradigmática, ni es una unidad sintáctica. En realidad, una «gramática de la oración», o una gramática a secas en la concepción de Emilio Alarcos y afines, debería acabar en el estudio de la estructura interna de la oración (del enunciado o, mejor, de la oración simple y compleja, y de la frase simple o compleja, para ellos). Si se han comprendido estas explicaciones, no cabe confundir oración (unidad paradigmática textual) con frase o sintagma verbal (un tipo, por importante que se quiera ver en la lengua española, de unidad sintagmática sintáctica), aunque una oración conste internamente de un único sintagma verbal simple. No olvidemos que un morfema puede constar de una sola sílaba que conste de un único fonema. De manera similar, una oración puede constar de un solo sintagma simple (verbal o nominal) que conste de una única palabra. El discurso La palabra discurso se ha empleado con valores muy diferentes. Como apelativo común alude a un tipo de comunicación oratoria, cuyo estudio pertenece al campo de la retórica. Muy diferente es el significado que debemos atribuirle aquí. Como se ha dicho más arriba, el discurso, como término metalingüístico, alude a un proceso comunicativo, cuyo resultado es un texto si en el transcurso de ese proceso aparecen las condiciones necesarias para que pueda ser delimitado de tal modo que con­ tenga los elementos de cohesión y de coherencia necesarios. Ahora bien, como término metalingüístico, su contenido conceptual ha sido concebido de diversos modos en función de la corriente científica que lo utilice. Charaudeau sitúa estas diferencias en torno a tres tendencias básicas: 1) de naturaleza cognitiva y categorizante, que considera el discurso desde la perspectiva del conjunto de operaciones que se utilizan cuando se produce un acto de lenguaje cuya finalidad principal es organizar su propia coherencia contextual, estableciendo las concordancias que permitan descubrir constantes y variables semánticas o reglas de producción/interpretación de textos; 2) de índole comunicativa y descriptiva, que pone el centro de interés en la situación en que aparece un acto de lenguaje y los factores que rigen las condiciones de producción de un acto comunicativo: sociales, psicológicas, materiales, etc. Esto permitirá, además,

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describir las características lingüístico-discursivas de los textos en función de sus condiciones de realización, lo que permitirá llegar a establecer una tipología de los discursos y, por tanto, de los textos; 3) de carácter representacional e interpretativa, destinada principalmente a describir los discursos de representación que caracterizan a cada grupo social. Es evidente que existe una fuerte interrelación de las diversas perspectivas conceptuales del objeto de estudio. Donde hay más diferencias es en los modelos teóricos con los que se ha conformado la descripción del proceso discursivo. De un lado, los pragmatistas piensan que con criterios de esta naturaleza, relacionados directamente con el enunciado, se puede dotar de sentido a la frase; por tanto, el objeto de análisis estará destinado a dar cuenta de las reglas que rigen la producción de los distintos actos de lenguaje. En su determinación juega un importante papel la teoría de la relevancia o pertinencia de Sperber y Wilson. Los sociolingüistas, por su parte, tratan de establecer las reglas de correlación entre variables sociales y los actos de lenguaje, basándose en la suposición de que el locutor actúa en virtud de unas determinadas normas sociales y culturales. En este sentido, el componente ideológico puede llegar a transformarse en el marco en el que se insertan las interpretaciones de sentido del discurso. Una variante directamente relacionada con la sociolingüística es la de tipo etnometodológico. El análisis crítico del discurso se ha interesado por describir la relación existente entre las formas de organización del discurso y los factores de índole social (poder político, económico, etc.) que tratan de legitimarlo. Podría servir como ejemplo el estudio de Luisa Martín Rojo y Teun Van Dijk sobre el discurso parlamentario, acerca de un caso concreto de expulsión de inmigrantes, mediante el análisis de los factores pragmáticos, semánticos, argumentales, estilísticos, interactivos y sociales que confluyen en la organización del discurso de referencia. En una posición muy diferente, los conversacionistas se interesan por las condiciones en que se produce el intercambio verbal y por los mecanismos que lo rigen (negociación, argumentación, turnos de palabra, etc.) y tratan, en algunos casos, de establecer una gramática de las secuencias interactivas, combinando categorías gramaticales, categorías discursivas y factores pragmáticos para explicar la estructura del discurso conversacional. Otra dirección de los estudios sobre el discurso sitúa el centro de interés en el medio de transmisión que, en algunos casos, puede llegar a condicionar enteramente la organización del discurso; se habla así de un discurso, periodístico, radiofónico, televisivo (englobados a veces en el término discurso mediático), etc. Otro tipo de géneros discursivos se distinguen por su contenido: discurso científico, didáctico, jurídico, político, etc. Un caso especial es el del llamado discurso literario, caracterizado esencialmente por la existencia de un componente retórico y otro intertextual que poseen características distintivas. Cualquiera que sea la posición adoptada, todas ellas participan de la idea de que el objetivo del lingüista del discurso no es dar cuenta de los hechos de lengua (esto es, del funcionamiento del código), sino de los hechos de comunicación. Por tanto, el punto de partida ha de estar referido siempre a las funciones comunicativas que entraña un acto de lenguaje. Esto requiere aceptar que todo acto comunicativo consiste en un proceso en el que un locutor se hace presente ante un alocutario, en un contexto determinado y con una intención comunicativa que se define en el enunciado. En este sentido, se ha dicho que todo acto comunicativo implica tres significados o funciones primarios: locución, relación y tematización. El primero hace referencia a que todo acto de lenguaje supone ante todo «hacerse presente ante otro», es decir se focaliza sobre el yo del hablante, que se sitúa en una determinada situación. El segundo proyecta el acto locutivo sobre «el otro», actualizando el principio de alteridad en que se basa todo hecho de comunicación. Por fin, el tercero sitúa la interacción comunicativa ante unos contenidos que constituyen la sustancia semántica del mensaje.

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El discurso es, por tanto, el proceso lingüístico puesto en marcha para responder a una intención comunicativa. En el acto de lenguaje existe siempre una finalidad y un sentido. Para determinarlos, no basta con sumar los significados tonales, léxico-semánticos y gramaticales, sino que es preciso tener en cuenta los factores contextuales en los que se enmarca el acto locutivo, a fin de que el receptor pueda captar el sentido del mensaje. Por eso, los analistas del discurso han tenido en cuenta cuatro conceptos básicos: referencia, presuposición, implicatura e inferencia. El primero alude a la operación mediante la cual el hablante relaciona los signos con las cosas. La presuposición pragmática proporciona los elementos necesarios para que emisor y receptor actúen en el acto de comunicación sobre hechos compartidos. El concepto de implicatura es particularmente importante en el caso de la conversación y depende del p1incipio de cooperación que exige toda actividad discursiva; se trata de un proceso interpretativo mediante el cual el receptor asigna determinados significados al enunciado en función de su conocimiento del contexto. Por último, el término inferencia alude al proceso mediante el cual el receptor asigna sentido al mensaje en virtud, bien de un proceso deductivo, bien de su conocimiento del mundo compartido con el emisor. En tales condiciones, debe plantearse la pregunta siguiente: ¿es posible elaborar una gramática que dé cuenta de modo unitario de todos los factores que intervienen en el proceso comunicativo? No se puede dar una respuesta afirmativa a esta cuestión sin establecer precisiones previas. En primer lugar, la de que una hipotética gramática del discurso no puede ser sustitutiva ni simétrica de una gramática del código. En segundo lugar, hay que advertir que las categorías discursivas son de diferente naturaleza que las categorías gramaticales, aunque aquéllas estén representadas por éstas en el enunciado; así, por ejemplo, el pronombre es una categoría gramatical que pertenece a un paradigma codificado, pero desde el punto de vista de la lingüística del discurso, el paradigma que nos interesa no es el de los pronombres, sino el de los deícticos, categoría discursiva ésta a la que pertenecen otras categorías gramaticales de distinta naturaleza (adverbios, demostrativos, verbos, circunstanciales, etc.). Así ocurre también con categorías como el tiempo y el aspecto verbales, que son de naturaleza gramatical, pero que son decisivas asimismo para manifestar el modo en que el locutor se hace presente en el discurso, es decir, manifiesta lo que el agente piensa acerca de lo que dice; es éste el sentido que interesa a una lingüística del discurso, mientras que este hecho es irrelevante para la lingüística de la lengua. Hay que añadir, por último, que el análisis gramatical del código proporciona un determinado significado (léxico-semántico, sintáctico, tonal, etc.), mientras que el análisis del discurso pretende dar cuenta del sentido del acto comunicativo, que resulta del significado gramatical actualizado en el contexto comunicativo en que el hablante produce el enunciado, en virtud de ciertas condiciones pragmáticas y en relación con la capacidad de inferir que poseen los agentes del discurso. Por tanto, el sentido de un proceso discursivo, plasmado en el texto, es el resultado de la conjunción de significados gramaticales y léxico-semánticos, de valores pragmáticos y de las inferencias obtenidas en el proceso de comunicación. Una gramática que pretenda describir el discurso debe centrarse en analizar los mecanismos del enunciado que se ponen al servicio de la organización del discurso. Es necesario aceptar, sin embargo, que puedan existir otros modelos gramaticales que tengan distinta finalidad. Uno de ellos es el que intenta caracterizar los diferentes tipos de discurso (político, publicitario, jurídico, periodístico, informativo, etc.) a partir de las regularidades que se observan como características de cada uno de ellos. Otro modelo es el que trata de describir los mecanismos del discurso por medio de la combinación de elementos gramaticales y pragmáticos, asignando valores gramaticales a cada una de las situaciones comunicativas que dependen de ciertas condiciones pragmáticas.

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Dada la pluralidad de perspectivas y de intereses que se proyectan sobre una lingüística del discurso, se hace muy difícil establecer un modelo de descripción unitario. Precisamente los analistas del discurso hablan de que el futuro de esta lingüística se halla en la interdisciplinariedad. Lo que por el momento se está haciendo es estudiar los elementos lingüísticos que proporcionan coherencia y cohesión al discurso y que lo organizan como proceso que conduce a la elaboración de textos. Estos trabajos, que sólo de modo convencional podríamos calificar de estudios gramaticales del discurso, ofrecen una cierta heterogeneidad: unos tienden a poner de manifiesto la naturaleza de los elementos cohesivos que se hallan en cualquier acto de lengua; otros prefieren analizar el discurso como manifestación de la interacción, poniendo de relieve el aspecto inter subjetivo del lenguaje; algunos, en fin, prefieren dedicar sus trabajos a describir los mecanismos gramaticales de reproducción del discurso. Interés notable ha suscitado el estudio de la argumentación en la organización del discurso. Para el español, varios han sido los asuntos preferidos por los analistas del discurso; destacaré de entre ellos los siguientes: a) la caracterización de los rasgos peculiares de cada género discursivo, con especial atención a aquellos que pueden contener aplicaciones didácticas (comunicación en el aula, enseñanza de lenguas, etc.); b) el estudio de la conversación como manifestación privilegiada de la función interactiva del lenguaje; e) las aplicaciones didácticas del análisis del discurso, y d) el análisis crítico del discurso. A ellos se añade una abundante bibliografía sobre aspectos específicos, comunes a todo proceso discursivo, como es el de los marcadores del discurso, la modalización, la deixis y la anáfora, etc. En este capítulo, dedicado a presentar esquemáticamente los aspectos que relacionan gramática y discurso, describiré muy sintéticamente cuáles son los elementos gramaticales contenidos en los componentes constitutivos básicos del discurso: deixis, anáfora, elipsis, modalización, actos de habla, funciones informativas (tema/rema) y marcadores discursivos.

La deixis La deixis constituye el componente básico e inicial para la construcción del discurso en tanto que señala el marco en que se configura el acto comunicativo. La deixis se proyecta en tres direcciones: personal, temporal y espacial. La deixis personal señala, en primer término, el modo de relación que se establece entre locutor y alocutario y tiene como signos gramaticales específicos las formas pronominales porque todas ellas van referidas a las personas gramaticales. Hay que advertir, sin embargo, que no todas las formas pronominales poseen el mismo estatuto discursivo. Ya Bello advirtió que el pronombre él, posee distinta naturaleza gramatical que yo, tú, nosotros, vosotros. Mientras que las formas de primera y segunda persona son siempre deícticas (es decir, sólo sirven para señalar), las de tercera persona pueden serlo en unas ocasiones (v. gr.: Juan parecía cansado; él había trabajado mucho), mientras que en otras tiene sólo valor anafórico. Del mismo modo, la función que cumplen en el aparato de enunciación las formas de primera y segunda persona es distinta de la de tercera. Ésta no se limita a nombrar a un posible agente del discurso, sino que sirve fundamentalmente para introducir el mundo exterior a los hablantes en el ámbito de referencias del discurso. Se trata, por tanto, de funciones discursivas de naturaleza diferente. De la forma en que se manifiesta gramaticalmente la relación entre la primera y la segunda persona dependen ciertos significados pragmáticos, entre otros el de las relaciones de cortesía, que el locutor inserta en el acto comunicativo. Por eso, las formas de tratamiento, sustitutas de formas pro­ nominales, han cambiado históricamente a medida que se transformaban las relaciones sociales. Algunos llaman deixis social a estas formas que, además de señalar al interlocutor, lo caracterizan social o culturalmente (usted, vos, tú, etc.). Los demostrativos y los adverbios deícticos constituyen otra categoría gramatical que participa, a la vez, de la deixis personal de la espacial y temporal, puesto que están referidos

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a la situación de los objetos respecto de las personas gramaticales (así, este, ese, aquel señalan la distancia en el tiempo, v. gr.: este invierno, aquella época, etc., y en el espacio, v. gr.: este palacio, aquel caserón, etc.) en relación con las dos personas gramaticales que designan al locutor y al alocutario, respectivamente. La deixis personal constituye el elemento básico de configuración del aparato discursivo, ya que señala la situación en la que se coloca el agente del discurso res­ pecto de los interlocutores y también respecto del mundo exterior. Además, en la comunicación interactiva se produce un constante intercambio del papel que desempeñan locutor y alocutario, que intercambian sus posiciones. Por eso se han propuesto diversos esquemas para dar cuenta de las distintas situaciones en que pueden colocarse los agentes del discurso en el acto enunciativo. Demostrativos y adverbios deícticos (aquí, ahí, allí y sus variantes acá, allá, etcétera) se articulan en español en paradigmas simétricos respecto de las personas gramaticales, aunque en otras lenguas, como el francés, basta con dos tipos de relación deíctica. Los posesivos contienen asimismo una referencia directa a las personas gramaticales; señalan la situación de las personas del coloquio en relación con lo poseído o lo perteneciente a cada una de ellas, por lo que cumplen también la función deíctica. En español, los morfemas verbales contienen el significado de la persona gramatical, por lo que pueden considerarse signos deícticos. Cuando se producen casos de homomorfia, el contexto comunicativo debe dar cuenta de la situación de los agentes del discurso para mantener su coherencia. Además de esas marcas específicas existen muchas formas de expresión dé la deixis. Especialmente rica es la deixis temporal; su función discursiva es delimitar en el tiempo las referencias que se introducen en el acto enunciativo. Estas referencias pueden ser de cuatro tipos: expresión de la anterioridad (ayer; hace un momento, el año pasado, etc.), de la posterioridad (mañana, en seguida, pronto, más tarde; etcétera) de la simultaneidad (ahora mismo, en este instante, etc.) y de la continuidad durativa (siempre, todos los días, etc.). Como se advertirá, se expresa no sólo por adverbios que poseen esa función privativa (ahora, luego, antes, hoy, ayer; mañana, etcétera), sino por muchos otros signos; de entre ellos destacan, por ser esenciales para la comunicación, los que señalan el tiempo y el aspecto verbales, mediante los cuales se articula el momento del proceso con el del acto de comunicación. La combinación significativa de tiempo y aspecto contiene una deixis temporal implícita, ya que señala el comienzo, duración o finalización de la acción desde la perspectiva del acto de enunciación. Esto explica asimismo que, junto con el modo, tiempo y aspecto sean dos elementos fundamentales, mediante los cuales el sujeto hablante se hace presente en el enunciado (modalización del discurso). Algunos de los llamados complementos circunstanciales desempeñan también función deíctica, en la medida en que manifiestan las relaciones espaciales o temporales en que se sitúan los agentes del discurso. La deixis espacial enmarca el lugar al que va referido al acto de la comunicación desde la posición del sujeto enunciador y en relación con el alocutario. Además de los signos indicados más arriba (adverbios específicos de lugar y demostrativos), desempeñan esta función ciertos circunstanciales y frases prepositivas (encima de, lejos de, cerca de, detrás de, etc.). También algunos verbos contienen en su semasia un indicador deíctico. Especialmente ricos en significados espaciales son los verbos de movimiento: ir, venir; llevar, traer, poner; meter; sacar; acercar; alejar, subir, bajar; arrancar; arrojar; etc. Ciertas preposiciones y locuciones preposicionales poseen también este valor: en, a, hacia, sobre, delante de, detrás de, encima de, debajo de, cerca de, lejos de, etc.

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En síntesis, la deixis es el p1imer elemento ordenador del discurso. En unos tipos de discurso, y privativamente en el diálogo, la deixis personal está explícita. En otros, en cambio, se halla implícita. Por eso, Bajtin ha podido afirmar que en todo discurso existen elementos del diálogo (dialogicidad o dialogismo), ya que la actividad del hablar presupone, al menos, la existencia de un receptor, es decir de un tú al que va dirigido el acto comunicativo. Por eso, la concepción bajtinina se aleja de la consideración de la lengua como código para poner de relieve su función comunicativa. Desde esta perspectiva, hay que considerar que en cualquier enunciado existe una diversidad de puntos de vista en relación con la intención comunicativa a la que obedece todo acto de enunciación; en él se hacen presentes distintos agentes del discurso (desdoblamiento del emisor y del receptor), lo que ha permitido acuñar el concepto de polifonía para denominar el conjunto de voces que se hallan presentes en todo acto comunicativo.

La anáfora Constituye el segundo elemento de cohesión interna del discurso, puesto que provoca referencias a lo ya dicho o anticipa lo que se va a enunciar (catáfora). El principal mecanismo gramatical de representación anafórica es la pronominalización. Todo pronombre remite a un elemento ya citado. Así, los pronombres átonos poseen función anafórica y catafórica. En una frase corno Le he comprado un libro a Juan; se lo regalaré para su cumpleaños, la forma le posee función catafórica porque anticipa la expresión del complemento indirecto a Juan; por el contrario, la forma lo tiene función anafórica porque se refiere a algo ya expresado. Estas funciones son particularmente relevantes cuando lo referido es un contexto; su expresión gramatical más frecuente son las formas neutras del pronombre; en una frase corno lo que te dije ayer fue muy importante, la forma neutra lo (forma neutra del artículo, que conserva el valor referencial derivado de su origen deíctico-pronominal) se refiere a un enunciado anterior o a un contexto consabido en el acto de comunicación en el que se actualiza. Las formas neutras de los demostrativos (esto, eso, aquello) cumplen privativamente una función anafórica, pues se refieren siempre a algo que se ha enunciado en el discurso o que se tiene el propósito de enunciar. Por eso aparecen como elementos fundamentales de cohesión, ya que permiten enlazar unas partes con otras, dotando de relación interna al texto. Igual función cumplen otras categorías gramaticales en el marco de la oración. Los pronombres relativos tienen esta función específica, ya que su modo de significar es el de referirse a un antecedente explícito en el enunciado. Algunos lingüistas distinguen entre la función exofórica que desempeña el sistema deíctico y la función endofórica que conecta las diferentes referencias contenidas en el texto. De este modo, en la comunicación interactiva, una forma como eso (demostrativo neutro) puede referirse a algo externo al plano interno de la enunciación. En este sentido, se puede decir que la forma neutra del demostrativo cumple una función exofórica. En cambio, cuando su referente se halla en el discurso mismo (v. gr.: piensa en eso que te he dicho antes) la misma forma cumple una función endofórica. Tanto la anáfora (referencia a lo ya dicho) como la catáfora (anticipación de lo que se va a enunciar) pueden considerarse deícticos textuales, ya que desempeñan una función esencial para dotar de cohesión al discurso y, por tanto, al texto. En efecto, los deícticos del discurso sitúan el acto de comunicación en un marco exterior al texto, mientras que los elementos endofóricos tienen siempre como referencia lo dicho o por decir en el proceso discursivo que conduce a la construcción de un texto. Son elementos del contexto, tal como está definido este término en Halliday y Hassan. Los significados anafóricos enlazan

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partes del discurso mientras que los catafóricos, además de producir esa conexión, anuncian una progresión del discurso y cumplen una función continuativa. Un modo particular de anáfora es la repetición, que por su propia naturaleza remite a lo ya dicho. Deborah Tannen ha estudiado el criterio de repetición sobre el que se articula el discurso conversacional, como elemento constituyente de la estrategia discursiva. Tannen advierte que la aparición del mismo referente bajo diversas formas constituye un elemento importante para dotar de cohesión al discurso. Así, las narraciones orales utilizan con mucha frecuencia procedimientos para actualizar el referente nuclear. De este modo, Tannen distingue tres funciones en la repetición: producción, comprensión y conexión, que se refieren a la creación de significados en el discurso. A ellas se añade la función interactiva, que organiza el discurso en forma de diálogo. La función productiva es la que permite la «continuidad fluyente» de la conversación porque encadena semántica y pragmáticamente la secuencia discursiva. Al mismo tiempo, permite llenar vacíos en la sucesión de las distintas intervenciones. Por otra parte, «repetición y variaciones facilitan la comprensión, ya que la transmisión y la recepción orales lo exigen para que la información pueda ser asumida». Lo que en la escritura puede ser redundante, no lo es la oralidad, ya que ésta necesita de esa redundancia para traslada la información. Muchas de las formas de repetición son de naturaleza léxica; por eso, la conversación espontánea da con frecuencia la impresión de torpeza o falta de habilidad cuando el diálogo se traslada a la escritura. En este sentido, la repetición contribuye a dotar de coherencia al discurso. Por otra parte, la repetición cumple asimismo una función conectora, necesaria para dotar de cohesión al discurso. Con ella se establece una valoración entre los elementos repetidos y los que son objeto de variación. Unas veces sirve para marcar el énfasis sobre lo repetido; en otras ocasiones sirve, al contrario, para aislar la variación y subrayar su contenido significativo. La repetición también actúa en el plano interactivo, en el que cumple objetivos sociales o, simplemente, funciona como mecanismos de progresión dialógica.

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Elementos de gramática textual

Fuente bibliográfica:

1. ALEXOPOULOU, ANGÉLICA (2009): Tipología textual y comprensión lectora en E/LE.

Universidad Nacional y Kapodistríaca de Atenas. Publicado como Acta del 14º Congreso

de la Federación Internacional de Estudios sobre América Latina y El Caribe (FIEALC),

Atenas, 14-16 de octubre 2009. 66-74.

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Tipología textual y comprensión lectora en E/LE 1. La lingüística del texto y la tipología textual Desde que se constituyó como disciplina científica a comienzos del siglo XX, la lingüística se dedicó durante décadas a estudiar el sistema lingüístico centrando su estudio en la oración como máxima unidad de análisis. Sin embargo, tanto el estructuralismo con Ferdinand de Saussure como el generativismo con Noam Chomsky establecen la distinción entre langue y parole el primero y entre competencia y actuación el segundo, dejando constancia del habla concebido como acto individual en uso. Recién a finales de los años ‘60 del siglo XX se traspasan los límites de la oración y empieza a abordarse el texto como unidad específica de estudio, con el nacimiento en las universidades europeas de la lingüística del texto, disciplina que desde sus inicios recibió la fuerte influencia de la teoría de los actos de habla y de la pragmática lingüística. El texto en tanto producto de la actuación lingüística y de la interacción social se convierte en un concepto clave para esta rama de la lingüística y es así que surge la necesidad de clasificar la enorme cantidad de textos múltiples y variados con los que los hablantes entran en contacto en su vida cotidiana. La preocupación dominante por explicar la naturaleza de los textos llevó a la búsqueda de un sistema de ordenamiento de los tipos de texto con el objetivo de definir los géneros, clasificarlos y construir una tipología a fin de desentrañar la naturaleza de las estructuras textuales. Desde 1972, año en el que se celebró en Constanza el primer coloquio para sentar las bases de la nueva disciplina, los especialistas afirmaban: “una teoría de los textos tiene como uno de sus objetivos fundamentales el establecer una tipología que dé cuenta de todos los textos posibles. Durante cuatro décadas el tratamiento de los tipos de texto se ha abordado de diferentes modos, han sido innumerables las propuestas de tipologías textuales, elaboradas desde varios ángulos y de acuerdo con la teoría dominante. No obstante, la construcción de una tipología textual que tome en cuenta todos los factores implicados en la configuración del texto no es tarea fácil y actualmente estamos lejos de afirmar que hay unanimidad al respecto. 2. El concepto de texto El Marco Común Europeo de Referencia (MCER, 2002: 95) considera como texto: Cualquier fragmento de lengua, ya sea un enunciado o una pieza escrita, que los usuarios o alumnos reciben, producen o intercambian. Por tanto, no puede haber un acto de comunicación por medio de la lengua sin un texto. Desde la perspectiva pragmática, el texto se concibe como una acción lingüística compleja. La definición que nos parece más pertinente y precisa pertenece a Bernárdez (1982: 85) quien define el texto como:

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Unidad lingüística comunicativa fundamental, producto de la actividad verbal humana, que posee carácter social. Se caracteriza por su cierre semántico y comunicativo y por su coherencia, debida a la intención comunicativa del hablante de crear un texto íntegro, y a su estructuración mediante dos conjuntos de reglas: las de nivel textual y las del sistema de la lengua. De esta definición del texto se desprende claramente su triple dimensión:

Dimensión comunicativa: el texto es el producto de una actividad social y el resultado de la interacción entre el hablante y el oyente, con toda la información explícita e implícita que incluye el acto comunicativo.

Dimensión pragmática: todo texto se encuadra en una situación de comunicación constituida por los componentes extralingüísticos siempre presentes en un acto de habla. Se trata de los elementos que atañen a los aspectos externos, situacionales o sociales, del uso de la lengua (los participantes, el lugar social donde se produce el texto (ámbito de uso: personal, público, profesional, académico).[4]

Dimensión estructural: el texto tiene una organización interna y se atiene a un conjunto de reglas gramaticales y de coherencia que garantizan su significado.

2.1 Las regularidades del texto El punto de mira en la lingüística textual son las regularidades que se pueden observar en cuanto a la organización de los textos. Dichas regularidades se manifiestan a través de dos tipos de estructuras (Van Dijk 1980):

La macroestructura (contenido textual): se refiere a la organización global del contenido del texto y es la que garantiza la coherencia textual al vincular las oraciones entre sí y

La superestructura (esquema textual global): es la estructura formal que representa la distribución de los contenidos según un orden y varía para cada tipo textual.

A nivel oracional el texto estructura sus elementos a través de la microestructura (o planos de organización textual) que corresponde a la coherencia semántica entre las oraciones. Durante el proceso de interpretación de un texto estos modos de organización global de la información son muy útiles porque orientan al lector en la construcción del significado. Por otro lado, según Adam (1992), la superestructura de los textos es la que permite la construcción de las tipologías textuales, puesto que, al organizar la información según un esquema estructural básico, clasifica el texto dentro de un tipo concreto que responde a ese esquema (narrativo, descriptivo, expositivo argumentativo). En cuanto a la macroestructura, es la que nos permite procesar la información del texto y reconocer los géneros gracias a los asuntos tratados. La macroestructura de una carta comercial y la macroestructura de una carta de amor son dos ejemplos significativos. 3. Géneros y tipos Cuando se trata de clasificar los textos, a menudo se utilizan indistintamente los términos tipo y género.

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A nuestro modo de ver, la distinción terminológica es necesaria tanto por razones que atañen a la esencia de la cuestión como por razones metodológicas y didácticas. Intentaremos explicar en qué se diferencian estos dos términos. Cuando se alude al concepto de género es imposible obviar la gran contribución de Mijail Bajtín quien desde la década de los ‘50 del siglo XX formuló la teoría de los géneros discursivos. Como señala Ciapuscio (1994:14): “Bajtín, desde una perspectiva semiótico-social, ha realizado uno de los mayores aportes al estudio de la temática al introducir el concepto de género discursivo en tanto conjunto de enunciados relativamente estable ligado a una esfera social determinada. Su concepción del lenguaje como objeto ideológico-social, la inclusión y preocupación por el contexto y el campo de lo implícito en los intercambios discursivos ya en las primeras décadas de este siglo, lo han convertido en un pionero indiscutible de los estudiosos textuales y discursivos actuales”. Los planteamientos de Bajtín siguen vigentes hoy en día, a la luz de la lingüística textual y del análisis del discurso, cuando apunta (1979: 248): “La riqueza y diversidad de los géneros discursivos es inmensa, porque las posibilidades de la actividad humana son inagotables y porque en cada esfera de la praxis existe todo un repertorio de géneros discursivos que se diferencia y crece a medida que se desarrolla y se complica la esfera misma”. De hecho, diariamente producimos una gran variedad de textos que varían según los casos: es diferente una conversación de un debate televisivo, una carta o un mensaje de correo electrónico, una novela o el resumen de un libro. Cada texto tiene una serie de rasgos lingüísticos propios y unas funciones particulares que permiten distinguir un cuento, una carta o un anuncio. Todos los textos que se producen en la comunicación aparecen siempre como realización textual de géneros. Los géneros son formas discursivas convencionales conformadas históricamente en una cultura determinada. Se van constituyendo a lo largo de la historia de una comunidad lingüística como prácticas sociales con valor funcional. Son, por lo tanto, productos socioculturales y como tales se reconocen fácilmente entre los miembros de una comunidad. Son hechos comunicativos que suceden en un contexto social, de acuerdo con ciertas normas y convenciones, y con una clara finalidad, por ejemplo, la de informar, persuadir, divertir, etc. Estas normas y convenciones, que están definidas institucionalmente, determinan las elecciones lexicogramaticales y la organización del texto. Por ejemplo, una persona que escribe una carta para solicitar trabajo, deberá producir un texto con una macroestructura (contenido textual) y una superestructura (esquema global) adecuadas, según las normas del género “carta formal”. Los géneros pertenecen a una tradición, sin embargo, es una realidad sujeta a variación, es decir pueden cambiar y desarrollarse para responder a los cambios sociales (es lo que explica la aparición de géneros nuevos, como los géneros electrónicos: chat, foro de discusión, e-mail). En cambio, los tipos son realidades abstractas, lingüístico-comunicativas, en principio invariables y por lo tanto constituyen un repertorio cerrado de formas, según las particularidades de cada tipo.

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4. El proceso de comprensión lectora La comprensión lectora es una de las destrezas lingüísticas que actualmente, desde la perspectiva de la psicolingüística (Goodman 1984, van Dijk y Kintsch 1978, 1983) ha dejado de ser considerada una actividad pasiva que exigía del lector una mera capacidad para descodificar una serie de grafemas. La lectura, lejos de ser un proceso mecánico, es una habilidad en la que el lector participa activamente en el proceso de construcción de sentido del texto implicándose en una actitud activa y cooperante gracias a sus conocimientos previos que lo orientan para hacer predicciones y procesar toda la información implícita necesaria con el objetivo de lograr una unidad textual coherente. Partimos del supuesto de la psicolingüística de que los significados son construidos mediante los mecanismos interpretativos que el lector moviliza. Durante la actividad lectora se activan estrategias cognitivas que interactúan simultáneamente para reconstruir los niveles de estructuración del texto. Se trata de operaciones mentales que el lector pone en marcha frente a lo desconocido y que permiten inferir, relacionar, generalizar, contextualizar, construir estructuras y modelos que dan la posibilidad de interpretar el texto “representado” mentalmente en la L1 (Mayor 2000). Todas estas actividades que el lector lleva a cabo frente a lo desconocido son las denominadas estrategias inferenciales que conducen a la construcción de los significados. Según Sacerdote y Vega (2005: 42): Podemos definir la inferencia como el movimiento central del pensamiento que va de lo conocido a lo desconocido, relacionándolos mediante hipótesis, hasta llegar a una confirmación, lo que permite que lo desconocido pase a ser conocido. Como apunta Gaonac’h (2000) la lectura consiste en emitir hipótesis acerca del significado del texto, unas hipótesis que el lector somete constantemente a examen confrontándolas con los datos del texto. Se hace patente, por lo tanto, el papel primordial que adquiere el lector en tanto intérprete del texto. Desde este punto de vista, el lector no solamente interpreta el texto de su autor, sino que además reconstruye otro texto, modificando el original y enriqueciendo su propio mundo. Algunos estudiosos llegan a afirmar que lo que el lector aporta al texto puede ser más importante todavía que lo que encuentra en él (Grellet, 1981). Esta manera de abordar la comprensión lectora se ve favorecida por el enfoque descendente (top-down), un modelo de lectura que supone un procesamiento de arriba hacia abajo, en el que el lector, partiendo de su propia experiencia y usando sus conocimientos textuales, paratextuales y extratextuales, pone en marcha estrategias inferenciales y hace predicciones acerca del significado del texto. Lo aborda primero como una globalidad, comenzando por los aspectos más generales del texto (titulares, idea de cada párrafo) para adentrarse más adelante en los aspectos puntuales del texto. Sintéticamente, podríamos decir que la comprensión es el resultado de la interacción entre las pistas que proporciona el texto –tanto textuales como paratextuales (utilización de distintos tipos de letra, ilustraciones, disposición gráfica)- y el conocimiento preexistente del lector gracias a su experiencia comunicativa y social acerca del tema que aborda el texto y de su organización discursiva. Al tratarse de una L2, el aprendiente cuenta con una gran ventaja, puesto que se supone que todos estos mecanismos involucrados en la comprensión lectora, así como el conocimiento del mundo, han sido previamente adquiridos a lo largo del contacto con todo tipo de textos en la LM y en otra(s) L2, lo que nos

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permite postular la hipótesis de la universalidad de las gramáticas textuales que constituirían un marco para el aprendiente en el que se podría apoyar para leer en una L2 (Gaonac’h 2000). Se espera, por lo tanto, que este tipo de conocimiento preexistente estratégico y extratextual sea casi automáticamente transferido de la L1 a la L2. No obstante, aunque es cierto que una serie de conocimientos son fácilmente transferibles (conocimientos textuales y pragmáticos, estrategias de comunicación, etc.), estudios empíricos han demostrado que los conocimientos previamente adquiridos (textuales y experiencias) no garantizan necesariamente una competencia lectora eficaz. De hecho, la dimensión más fácilmente transferible de la L1 a la L2 es la textual. Como señala Bordón (2000: 113): “un aprendiz de E/LE que está acostumbrado a leer en lengua materna diferentes tipos de textos y que es capaz de reconocer e interpretar fácilmente estructuras formales, podrá transferir estas habilidades a la lectura de un texto en lengua extranjera”. 5. Comprensión lectora y tipología textual Si es verdad que el lector tiene un papel activo en el proceso de comprensión del texto, por otro lado, el texto, gracias a los tres tipos de estructuras ya mencionados, orienta la comprensión y no permite la construcción de cualquier significado. En otras palabras, el propio texto impone sus restricciones y una de ellas sería la de reconocer el tipo y género textuales al que pertenece. A la hora de acercarse a un texto escrito, la noción de género nos parece crucial, puesto que uno de los presupuestos para su interpretación por parte del lector depende de su capacidad de relacionarlo con un género textual reconocible para él gracias a su experiencia tanto comunicativa como social. Podríamos afirmar que el reconocimiento del género textual, siendo una de las pistas más importantes que el propio texto proporciona al lector, determinará los caminos a seguir para dotarlo de sentido, permitiendo al receptor que acceda al significado y reconstruya su sentido. Para lograr este objetivo, el lector moviliza su saber sobre géneros, es decir un saber específico relacionado con la producción y la interpretación de tipos y géneros textuales con arreglo a sus exigencias. El conocimiento de los géneros discursivos le permite al lector descubrir las estructuras textuales (esquema y contenido textual) que sirven de soporte al texto, le da instrucciones acerca de cómo interpretar el mensaje, “se presentan como horizonte de expectativas” (Loureda, 2003: 32). Este saber que capacita al lector / receptor del texto para actuar en distintas esferas comunicativas es el que hace que sea capaz de reconocer un aviso publicitario, un artículo de opinión, una tira cómica, una noticia, una receta de cocina o una ponencia en un congreso. Aquí nos parece muy importante destacar el concepto de función que desde la perspectiva pragmática, es decir, de la lingüística orientada al hecho comunicativo, es el criterio que determina el género textual. Según Brinker (1988: 17, en Ciapiuscio2005) el texto tiene un carácter accional y “describe una sucesión limitada de signos lingüísticos, que es coherente en sí y que en tanto una totalidad señala una función comunicativa reconocible". Como explica Ciapiuscio (1994: 67): “La función textual (propósito comunicativo del productor) sería una instrucción para el oyente sobre el modo en que debe entender el texto. Este concepto se corresponde con el de acto de habla y, como él, tiene un carácter intencional y convencional”. Por consiguiente, la función es la que designa el tipo de contacto entre los dos participantes del acto comunicativo.

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Inspirado en la tipología ilocutiva de Searle, Brinker propone cinco funciones textuales de las que se derivan distintos tipos textuales con sus correspondientes géneros: Es obvio que un lector que no es capaz de reconocer la intención comunicativa que el emisor desea transmitir a través del género textual, fracasará en su intento de interpretar el texto. 6. Hacia una tipología Los intentos de clasificación de los textos han seguido pautas muy diversas. Hay dos milenios y medio de reflexión sobre los tipos de texto. Aristóteles en su Retórica propuso un primer modelo para el análisis del discurso mediante textos y se considera el precursor de la lingüística textual. Hoy en día, después de cuatro décadas de reflexión teórica y hasta cierto punto empírica no hay unanimidad, pero podemos contar con unas cuantas propuestas valiosas. De la gran variedad de modelos propuestos, a nuestro modo de ver, destacan los modelos tipológicos de Werlich y de Adam, por dos razones: a) porque delimitan las fronteras entre género y tipo y b) por ser los más operativos y didácticos para nuestro objetivo final, que es fomentar la competencia lectora de los aprendientes de E/LE. Werlich (1975) propone una tipología basada en las estructuras cognitivas. A partir de la combinación de la dimensión cognitiva (“modos de abordar la realidad”) con la dimensión lingüística (“modos de representar la realidad”) reconoce la existencia de cinco tipos textuales básicos que pone en relación con las operaciones cognitivas y que denomina bases textuales: - Base descriptiva: relacionada con la percepción del espacio - Base narrativa: relacionada con la percepción del tiempo - Base expositiva: explica representaciones conceptuales (sintéticas o analíticas) - Base argumentativa: expresa una toma de posición o un juicio de valor - Base instructiva: indica acciones para el comportamiento del hablante. Werlich fue el primero en señalar que las bases textuales se organizan en secuencias, puesto que no son homogéneos. Esta idea la recoge y la elabora Adam en su propuesta de clasificación de secuencias textuales prototípicas. Adam (1992, 2005) insiste en el carácter heterogéneo de la mayoría de los textos. No existen tipos puros, por ejemplo, textos puramente narrativos o descriptivos. El texto se concibe como un conjunto de secuencias de varios tipos que se articulan entre sí y se van alternando. Propone cinco secuencias prototípicas (de ellas cuatro coinciden con las de Werlich): - La secuencia descriptiva - La secuencia narrativa - La secuencia expositiva - La secuencia argumentativa - La secuencia dialogal

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Es importante subrayar que en la teoría de Adam los modelos superestructurales son modelos tipológicos que controlan la producción y la comprensión de los textos. Conclusión Las aportaciones de la lingüística textual y de las tipologías textuales han cambiado nuestra manera de abordar el proceso de enseñanza y aprendizaje de las competencias lingüísticas, entre ellas de la comprensión lectora. Pensamos que dichas aportaciones son sumamente importantes para una comprensión efectiva. En los manuales didácticos la incorporación de tipologías textuales y el acercamiento a una variedad lo más nutrida posible de géneros es una realidad. Creemos que el saber sobre géneros textuales además de contribuir a optimizar los procesos de adquisición de una L2, puede impulsar la habilidad receptiva de los hablantes tanto nativos como no nativos y favorecer el contacto con la lectura, herramienta indispensable para comunicar y aprender. La modalización del discurso Al ser el discurso un proceso activo de construcción de mensajes, el locutor propende a hacerse presente en el discurso mismo, proyectando sobre él su actitud subjetiva respecto de lo dicho. Por eso existen procedimientos diversos para modalizar el discurso en función de la perspectiva personal del emisor. Ya la gramática tradicional distinguía entre el dictum y el modus, es decir entre lo enunciado y la actitud del sujeto ante lo enunciado. El modo verbal es la expresión gramatical primaria que señala la actitud del enunciador, puesto que lo sitúa ante tres posibilidades: considerar como real el enunciado (indicativo), como irreal o supuesto (subjuntivo) y como orden, ruego o mandato (imperativo), con todas las variantes que contienen estas distinciones básicas. Todavía en el plano oracional, algunos han creído ver la existencia de verbos que pierden o debilitan su contenido predicativo a favor de una función modalizadora. Son los llamados verbos modales, tales como querer; deber; poder; saber; soler intentar; mandar; proponerse, procurar; pretender; etc. En la tradición gramatical se consi­dera que estos verbos se hallan desemantizados y, por tanto, su función se aproxima a la de los verbos auxiliares. Por eso Gili y Gaya los estudiaba en un apartado dedicado a las «frases verbales». Sin embargo, este conjunto de verbos presenta un funcionamiento sintáctico diferenciado en muchos casos; así, soler no funciona nunca como núcleo predicativo (esto es, cumple siempre una función modalizadora), mientras que querer, expresión antonomásica de la volición, posee un valor predominantemente predicativo, aunque pueda aparecer asociado a un infinitivo en función modalizadora (cfr. Quiero ese libro versus Quiero leer ese libro). M. ª L. Rivera ha hablado de la «ambigüedad de los verbos modales» y A. Narbona se ha interrogado acerca de su existencia y de las funciones de estos verbos. Lo cierto es que pueden desempeñar una función modalizadora en el discurso y, en este sentido, equivalen a expresiones de naturaleza léxica y gramatical diferente. La modalidad epistémica de saber puede ser expresada mediante estoy seguro de que, es cierto que, no hay duda de que, etc.; la de volición puede manifestarse con ojalá, Dios quiera que, etc.; la de posibilidad o probabilidad, mediante quizás, a lo mejor, supongo que, parece que, etc., y así sucesivamente. Lo importante para la lingüística del discurso es que todas esas formas manifiestan la subjetividad del hablante respecto de lo dicho. Otros marcadores modales son de naturaleza diferente. Más arriba se ha hecho referencia al adverbio ya, pero son muchos otros adverbios los que pueden desempeñar esta función; algunos de ellos son específicos (adverbios de modo), otras expresiones desempeñan esta función de manera equivalente. Unos introducen contenidos valorativos (v. gr.: por suerte, afortunadamente, por desgracia, menos mal

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que, es una pena que, etc.). Entre esas valoraciones, la expresión de opiniones subjetivas es especialmente abundante en el discurso conversacional, que está esmaltado de fórmulas como a mi juicio, según creo yo, menos mal que, en lo que a mí respecta, a mi modo de ver; como te digo, etc. Un grupo importante de signos modalizadores lo constituyen los adjetivos valorativos, del tipo fantástico, estupendo, cutre, apabullante, increíble, fenomenal, etc. Ahora bien, junto a este procedimiento «oracional» de expresar la modalidad, el discurso ofrece muchos otros mecanismos que afectan a unidades supraoracionales. Algunos lingüistas denominan operador pragmático a todos los signos que desempeñan una función modalizadora del enunciado. También la selección léxica es un mecanismo de modalización; como lo es asimismo la capacidad de establecer ciertas relaciones semánticas. La sistematización de los distintos valores que el hablante puede insertar en el mensaje es muy difícil, ya que pertenece al mundo de la subjetividad. Pero éste es un factor fundamental de la comunicación. Por eso una gramática del discurso debe intentar enmarcar las fórmulas de modalización del discurso en relación con los distintos modos que el hablante tiene para hacerse presente en el enunciado: evidencia, posibilidad, creencia, probabilidad, hipótesis, confirmación, rectificación, etc. Mecanismos de progresión del discurso El discurso tiende a organizarse en forma ele progresión temática. Por eso, el primer elemento de desarrollo discursivo se halla en la ordenación ideológica del contenido. Esa ordenación puede realizarse ele distintos modos; a veces la elección ele ese modo corresponde a una selección retórica o estilística. En todo caso, entre los diversos tipos ele progresión temática pueden indicarse los siguientes: 1) secuencial o lineal: la información nueva que contiene una proposición (rema) se convierte en tema ele la secuencia inmediata; 2) ramificada: de un mismo tema proceden distintas informaciones nuevas que pueden o no convertirse en temas; 3) envolvente o circular: la progresión temática se produce en torno a un tema central: 4) extendido o ramificado: diversos temas y remas se combinan entre sí. En el plano gramatical, los contenidos proposicionales parecen organizados en una estructura binaria: tocia información contiene algo conocido, esto es, dado en el enunciado, y un elemento nuevo (rema) que constituye el núcleo informativo. La progresión discursiva podría ser descrita, por tanto, en términos de estructuras proposicionales. Se ha postulado en alguna ocasión que en toda proposición de contenido informativo hay implícita una pregunta y una respuesta. A fin de evitar ambigüedades terminológicas, S. Gutiérrez prefiere llamar soporte a lo dado y aporte a la información nueva, pero esta división proposicional no es simétrica respecto de las funciones semánticas y sintácticas, respectivamente; por eso no se pueden aplicar de manera mimética los criterios de análisis gramatical a la descripción ele la función informativa. La jerarquización de los contenidos proposicionales es, pues, fundamental para la organización y prosecución del discurso: Sin embargo, existen mecanismos que contribuyen a manifestar la relación temática interna e, incluso, pueden llegar a sustituir una adecuada ordenación de los elementos informativos. Esto adquiere particular importancia en el discurso conversacional. Junto a los elementos ele orden interno (formas ele manifestación de los tumos de palabra) existen otros no menos importantes. El diálogo no fluye sólo porque un locutor ceda el turno a otro, sino porque en el enunciado emitido se han insertado elementos de contenido (de carácter informativo unas veces; otras de tipo emocional o afectivo, de ruego o mandato, de deseo, etc.), que constituyen verdaderos estímulos comunicativos, gracias a los cuales el diálogo puede proseguir. Es más; en determinados tipos de diálogo es fundamental

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que en cada intervención haya suficientes elementos de provocación para que se mantenga la tensión dialógica. En el caso del diálogo teatral este mecanismo debe funcionar con especial intensidad. Los signos gramaticales, léxicos o tonales que marcan los turnos de palabra cumplen asimismo una función secuencial en el discurso. Un esquema fundamental de la progresión discursiva lo representa la estructura pregunta/respuesta (forma interrogativa explícita o implícita en el discurso) y la de aserción (afirmativa o negativa)/réplica. En el caso de las frases interrogativas absolutas o totales, el tonema final ascendente constituye su rasgo distintivo. Sin embargo, en las interrogativas parciales el núcleo interrogativo es de naturaleza semántica. Es preciso hacer notar, además, que en la interrogación no se pregunta sólo por la sustancia semántica de lo predicado, sino también por la actitud de alguno de los agentes del discurso. Por eso, de las estructuras interrogativas proceden ciertos valores pragmáticos que pueden llegar a ser relevantes. En una frase como Estoy cansado de niños, ¿no me he ocupado ya bastante de ellos?, se puede contestar: te quejas demasiado, lo cual constituye más una réplica que una respuesta. Esto indica que bajo una forma tonal y gramatical interrogativa puede no existir una pregunta; ello ocurre cuando no existe petición de información sobre contenidos semánticos explícitos. Este tipo de enunciados abunda extraordinariamente en el discurso conversacional; en ellos ha de valorarse más la intención comunicativa -esto es, su significación pragmática que el conjunto gramatical formado por la estructura interrogativa y su respuesta, lo cual indica que el valor ilocutivo -y, en su caso, el perlocutivo- depende no tanto de la sustancia predicativa cuanto de la situación enunciativa y de su contexto, incluyendo en este último, entre otros factores, el valor que los participantes en el coloquio otorgan a cada acto de habla en relación con el significado total del discurso. En efecto, en tocia estructura dialógica cada acto elocutivo contiene un cierto grado de aceptación o de rechazo de lo dicho anteriormente. En este sentido, la conversación se desarrolla como un conjunto de actos ele habla que se manifiestan con diferente grado de contenido dialéctico, ya que el sentido de las intervenciones oscila entre los dos polos de aceptación/rechazo. Ello supone la existencia de elementos cognoscitivos acerca del «otro» y acerca del mundo compartido, necesarios para que el diálogo progrese. Es obvio que esta tensión dialógica tiene manifestaciones ele distinta naturaleza: gramatical, semántica y pragmática. Así, algunos valores pragmáticos como la persuasión constituyen núcleos de progresión básicos en algunos tipos ele discurso y, de modo particularmente intenso, en el diálogo. La persuasión posee ricas y variadas formas enunciativas que se manifiestan tanto en la selección léxica como en la organización gramatical del discurso. Para analizar la polaridad aceptación/rechazo parece conveniente adoptar la distinción expresada por Kerbrat-Orecchioni de que «una respuesta es una intervención reactiva que adopta la forma de un enunciado lingüístico que contiene la información solicitada». Por el contrario, la réplica niega, matiza o discute la enunciación contenida en la pregunta. La primera supone, por tanto, la aceptación discursiva tanto del contenido semántico de la pregunta como de las condiciones pragmáticas en las que está formulada. Las respuestas directas hacen innecesarias informaciones complementarias, mientras que las indirectas suponen un proceso ele deducción más complejo, en el que se producen inferencias de distinta naturaleza. Puesto que la estructura pregunta, aserción/respuesta, réplica es el núcleo fundamental de tocia organización dialógica, es evidente que una gramática del discurso habrá de describir las formas que adquiere el enunciado en cada una de estas diversas formas de progresión del discurso. Esa descripción gramatical habrá de ir acompañada del estudio de los factores pragmáticos que intervienen en la organización del enunciado. En otros tipos de discurso, como ocurre en la narración, existen otros signos

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gramaticales que desempeñan esta misma función continuadora del discurso. Así, por ejemplo, la introducción en el discurso directo se realiza mediante los llamados verbos de comunicación. La gramática tradicional distinguía los verbos dicendi (decir; hablar; pensar; exclamar, etc.), que contenían en su semasia este valor declarativo. Sin embargo, en el plano del discurso son muchos otros los verbos que, sin poseer tal significado, pueden desempeñar esta función. Es el contexto discursivo el que les atribuye la función anticipadora y les otorga el valor de verbos de comunicación contextuales. Por último, ha de indicarse que entre los mecanismos de progresión del discurso desempeñan un papel importante ciertos marcadores discursivos, del tipo por otra parte, además, como diremos más adelante, incluso, etc. Unos son iniciativos (de alguna manera, en cierto modo, veamos, mira, etc.) y otros continuativos (entonces, así pues, así que, etc.), reactivos (es que, vaya, etc.), conclusivos (eso es todo, en resumen, etc.), etc. También la entonación es un signo de progresión del discurso; es más patente cuando la locución termina con un tonema ascendente o en suspensión. La escritura ha consagrado ciertos signos de puntuación que manifiestan la continuidad del discurso: coma, punto y coma, dos puntos, suponen que el discurso prosigue. En la conversación, la suspensión es un recurso muy frecuente para dar paso a los turnos de palabra. A veces, esa suspensión se realiza produciendo una ruptura sintáctica, que es, a su vez, signo de continuidad discursiva. Los actos de habla A partir de las ideas formuladas por Austin surgió la teoría de los actos de habla que desarrolló en primer lugar Searle y que han seguido otros lingüistas. La idea fundamental es la de que los actos de habla son unidades mínimas de comunicación con las que se articula todo acto enunciativo. Al construir un enunciado, el hablante produce un acto locutivo. Es decir, se hace presente en un contexto y una situación; y produce un acto ilocutivo (organización del enunciado con una determinada intención comunicativa unitaria) que puede implicar la producción de un acto perlocutivo, es decir, una respuesta que puede traducirse en otro acto locutivo o en una acción. Así, por ejemplo, una frase como tengo miedo de la tormenta puede provocar una réplica como no pasa nada, hay un pararrayos cerca, o, sencillamente, una acción que lleve al receptor a cerrar las ventanas. Los actos de habla constituyen las unidades mínimas intencionales de comunicación. Searle distinguió entre actos de habla indirectos y actos de habla directos, y propuso cinco tipos fundamentales: 1) Representativos (aserción afirmativa o negativa); 2) Directivos (orden mandato, ruego, súplica, etc.); 3) Comisivos (prometer, garantizar, asegurar, etc.), 4) Expresivos (agradecer, motivar, emocionar, inducir, sugerir, etc.), y 5) declarativos (exponer, argumentar, prever, etc.). En teoría, en estas cinco clases de actos de habla podrían integrarse todas las posibles intervenciones de los interlocutores. Los análisis sobre conversaciones grabadas han mostrado serias dificultades para asignar un tipo de acto de habla a cada uno de los segmentos del enunciado que contienen una intención comunicativa. Sin embargo, es evidente que, aunque pudiera no ser exhaustiva esta taxonomía, la distinción formulada por Searle puede ser de gran utilidad para el análisis del discurso y, de modo especial, del diálogo, que está regido por principios interactivos. Los actos de habla, unidades mínimas del discurso, no tienen por qué coincidir con los segmentos oracionales ni en la extensión ni en la estructura. Así, una oración en forma interrogativa como ¿Quieres tomar una copa? puede constituir una pregunta, pero puede tener un significado ele invitación y ser, por

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tanto, un acto de habla expresivo. Del mismo modo, una aserción como tengo frío puede constituir un ruego y desencadenar un acto perlocutivo por medio del cual se proporciona una prenda de abrigo al locutor, se cierra la puerta de la estancia en que se encuentren o, en determinado contexto, puede ser un acto justificativo de la acción de beber una copa de coñac. Del mismo modo, un encadenamiento de oraciones puede constituir un acto de habla determinado (elogio, reproche, justificación, etc.). La teoría de los actos de habla ha sido particularmente útil en el estudio del discurso conversacional, aunque es aplicable a cualesquiera otros actos comunicativos y a diversos tipos de textos. En algunos modelos como el de la escuela de Ginebra constituye una ele las unidades básicas, porque es el segmento mínimo en que se divide cada una ele las intervenciones. Dentro ele los actos ele habla que constituyen una intervención hay uno principal y otros subordinados. El primero confiere el valor pragmático dominante. Ello ha permitido determinar la existencia de macroactos de habla, que es un acto que resulta de la realización de una secuencia ele actos de habla linealmente conectados. Esto obliga a reconocer una jerarquización entre los actos de habla, que es lo que permite convertir en texto la interacción verbal, es decir, el conjunto de intervenciones en un acto comunicativo. En esa estructura jerárquica de la intervención, sólo los actos ele habla principales forman el núcleo semántico y pragmático contenido en las proposiciones realizadas en forma gramatical. Por tanto, sobre ese núcleo se articulan las intervenciones de los interlocutores, puesto que son los que suscitan las expectativas necesarias (es decir, lo que he llamado antes estímulos comunicativos) para que progrese la secuencia enunciativa. En este sentido, desempeñan una función progresiva del discurso. Parece claro que deberá elaborarse una gramática que dé cuenta de las distintas posibilidades gramaticales de organización sintáctica del enunciado. Habrá de tenerse en cuenta que esa descripción no podrá prescindir del componente pragmático, ya que éste es el que proporciona valor discursivo al enunciado y determina cuáles son los actos de habla que se encadenan en el proceso enunciativo y organizan el texto. Conectores y marcadores del discurso Gili y Gaya advirtió que ciertas partículas, que la gramática incluía tradicionalmente en la categoría de conjunciones, no se limitaban a cumplir la función de unir oraciones, sino que expresaban «transiciones o conexiones mentales que van más allá de la oración». Advertía con ello que la gramática, limitada a la descripción en el marco oracional, se veía imposibilitada de dar cuenta de hechos que afectaban no sólo a la lengua escrita, sino, aún más, a la lengua hablada común: «Abundan en la lengua literaria, y algunas (sin embargo, no obstante, por consiguiente, luego) son exclusivas del habla culta; pero otras (pues, así que, con que, y) se usan comúnmente con esta función en la conversación popular». Por eso Gili los llamó enlaces extraoracionales. Esta lúcida observación de uno de los mejores gramáticos españoles del siglo XX ha sido ampliamente desarrollada por la lingüística del discurso a la luz de los nuevos criterios que han desarrollado los distintos modelos, especialmente los de naturaleza pragmática. Con ello se ha desbordado el concepto inicial, porque se ha visto que tales elementos no se limitan a conectar unidades superiores a la oración, sino que, con frecuencia, son verdaderos modalizadores discursivos que dan cuenta del sentido que debemos atribuir al enunciado.

Una abundantísima bibliografía ha estudiado estos signos desde distintas perspectivas. Para definir el concepto de marcador discursivo podemos adoptar la definición que propone Portolés: «Los marcadores del discurso son unidades lingüísticas invariables, no ejercen una función sintáctica en el marco de la

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producción oracional y poseen un cometido coincidente en el discurso: el de guiar, de acuerdo con sus distintas propiedades morfosintácticas, semánticas y pragmáticas, las inferencias que se realizan en la comunicación.» De esta definición se deduce que son tres las tareas básicas a las que se ha de aplicar la descripción lingüística: 1) determinar el estatuto gramatical de esa unidad invariable; 2) definir el valor semántico que contiene, y 3) describir la función que cumple en la organización del discurso, a fin de dar cuenta de las posibilidades inferenciales que ofrece.

La mayor parte de los estudios distinguen dentro de este concepto genérico de marcador dos funciones primarias a) conector; y b) operador: La primera cumple la función de relacionante entre miembros del discurso, mientras que la segunda se refiere a la totalidad o parte del discurso. Así, por ejemplo, en una frase como me gustaría irme de vacaciones pero las cosas no me van bien, el marcador pero conecta dos miembros del discurso (que en este caso coinciden con una estructura oracional adversativa) y advierte al receptor de la interpretación que debe hacer de esa contraposición adversativa. En cambio, en un enunciado del tipo Juan me ha pedido permiso para irse de vacaciones y yo, francamente, no sé qué decirle, el marcador indicado en negritas es de naturaleza muy diferente porque manifiesta la actitud del enunciador sobre la totalidad del enunciado. Esto significa que unos marcadores cumplen función conectora y otros no. Es preciso, pues, determinar cuál es cada una de esas funciones en virtud del contexto pragmático que define en cada caso la situación enunciativa.

Distintas han sido las clasificaciones que se han ofrecido de los marcadores del discurso. Unas se apoyan en el estatuto gramatical del marcador; así se clasifican según sean gramaticalmente conjunciones (y, pero, sin embargo, pues, etc.), adverbios (antes, después, luego, entonces, etc.), adjetivos (huello, claro, etc.), locuciones adverbiales o pronominales (por tanto, en efecto, por ello, etc.), sintagmas nominales o verbales (a propósito de, es decir; mejor dicho, en concreto, en resumen, etcétera). Otras pretenden dar

cuenta de la diversidad de funciones que desempeñan en el discurso. La primera perspectiva puede ser muy interesante para estudiar el origen histórico de estos marcadores, pero parece que el punto de vista funcional ofrece mayor capacidad descriptiva. Casado Velarde postula una clasificación basada en las funciones textuales y advierte acerca de la polifuncionalidad de algunos de ellos. Portolés ofrece una clasificación funcional en la que se distinguen cinco tipos fundamentales: estructuradores de la información, conectores, reformuladores, operadores discursivos y marcadores de control de contacto. Cada uno de ellos permite distinguir distintos subtipos; así, los estructuradores de la información se dividirían entre comentadores (pues bien, en estas circunstancias, etc.), ordenadores (por una parte, de otro lado, etc.) y digresores (a propósito, por cierto, etc.); entre los conectores se distinguen los siguientes subtipos: aditivos (además, incluso, etc.), consecutivos (por tanto, así, pues, entonces, etc.), y contra argumentativos (en cambio, por el contrario, sin embargo, no obstante, etc.); los reformuladores contendrían los siguientes subtipos: explicativos (o sea, es decir; esto es, etc.), de rectificación (mejor dicho, mejor aún, etc.), de distanciamiento (en todo caso, de todos modos, etc.), recapitulativos (en conclusión, en fin, etc.); los operadores discursivos contendrían marcadores de los tipos siguientes: de refuerzo argumentativo (en realidad, claro, desde luego, etc.), de concreción (por ejemplo, en concreto, etc.) y de formulación (bueno); por último, los marcadores de control de contacto cumplen una función fática (oye, mira, hombre, etc.).

Muy útil es también la clasificación que ofrecen Calsamiglia y Tusón, quienes además de distinguir entre los marcadores que desempeñan función conectora, esto es, que ponen en relación segmentos textuales, y los que funcionan como organizadores del discurso (llamados por algunos conectores metatextuales), advierten sobre la existencia de marcadores que aparecen en función interactiva «y que se generan por la

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necesidad de lograr la cooperación, el seguimiento, la atención, el acuerdo o la confirmación del contenido transmitido». También se presta atención particular a los marcadores que tienen por función organizar el discurso oral.

La diversidad de los criterios de clasificación nos advierte acerca de la dificultad de establecer una taxonomía funcional exhaustiva. Lo que parece evidente es que la descripción de los marcadores ha de aunar criterios de índole gramatical y de naturaleza pragmática. Su función cohesiva es de capital importancia; unas veces su presencia es redundante, pero en otras ocasiones es necesaria para mantener la secuencia discursiva en relación con la actitud generada en los agentes del discurso ante el desarrollo del propio discurso. Por esa razón los lingüistas han prestado una atención muy particular al papel que estas unidades desempeñan en el discurso conversacional.

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Coherencia: estructuras textuales y

modalización

Fuente bibliográfica:

1. HERNÁNDEZ GIL, JAVIER (2008): Introducción a la lingüística textual. Colaborador de

Estudios del Lenguaje en CONTRACLAVE.ES. Otros estudios: Lingüística pragmática.

Comentario de texto dialectal oral. Comentario fonético-fonológico del Poema de Mío

Cid y otros. Disponible en: http://goo.gl/J1JI34

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Introducción a la lingüística textual Introducción

La lingüística estructuralista europea y americana, y la gramática generativa transformativa, consideraban que más allá de la frase no había más que otras frases. En 1966, Barthes (Introducción al análisis estructural de los relatos) describía así la situación: "Como es sabido, la lingüística se detiene en la frase: es la última unidad de la que cree tener derecho a ocuparse; desde el punto de vista de la lingüística, el discurso no tiene nada que no encontremos en la frase. La lingüística no podría, pues, darse un objeto superior a la frase, porque más allá de la frase, nunca hay más que otras frases: una vez descrita la flor, el botánico no puede ocuparse de describir el ramo". Con el tiempo la atención al discurso ha empezado a ser postulada por los lingüistas mismos. Fue Harris quien, con su Análisis del discurso, de 1952 se adelantó en más de una década a quienes darán comienzo a esta tarea de forma definitiva. La noción de discurso nace de la consideración de que ninguna palabra es nueva, es decir, que las expresiones que el hablante halla a su disposición para construir sus propias -puntuales e irrepetibles- enunciaciones va han sido usadas en otras situaciones, por otros hablantes. En este sentido todo enunciado remite a otras enunciaciones anteriores, todo texto es, en alguna medida, eco de otros textos anteriores -y del contexto de su ocurrencia, obviamente-: este fenómeno es conocido por el nombre de intertextualidad. Los discursos son organizaciones previas, por tanto, a una enunciación concreta, pero que no hay que confundir con el sistema abstracto, código o «langue». Los discursos se formarían por «sedimentación» de las enunciaciones producidas por el conjunto social de los hablantes en situaciones similares, ofrecerían una codificación previa del sentido de las palabras, y representarían el lugar donde realmente el hablante encuentra el material para sus enunciados. La noción de discurso así expuesta se remonta a M. Bajtin (Teoría y estética de la novela). J.P. Bronckart (Interactions, Discours, Sígnifications) menciona y utiliza el concepto bajtiniano de discurso -así como hace referencia también a Foucault- con la finalidad de establecer una tipología textual. Los discursos están organizados en géneros, Bronckart explica que la acción lingüística se adecua a los moldes de los géneros del discurso antes de constituirse en texto. Para Bronckart los géneros del discurso se clasifican en libres, o de la vida cotidiana -en relación inmediata con la situación-, y estándar, los que corresponden al intercambio artístico, cultural, científico, socio- político... La lingüística textual se inicia como disciplina concreta en Alemania hacia 1964. Alrededor de esta fecha, el problema se trata en algunos congresos y un cierto número de lingüistas alemanes comienzan a

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interesarse en las estructuras del discurso y a elaborar el cuadro metodológico general en el que se deberían proseguir las investigaciones textuales. En los años 70, ya están vinculados a ella varios lingüistas y teóricos de la Literatura, especialmente alemanes y holandeses. Los más conocidos para el lector español son: Dressler, Coseriu, Schmidt, Petöfi, Weinrich, Van Dijk, Hendricks... Algunos de sus trabajos (Semiología del discurso literario -Cátedra- de Hendricks, Teoría del texto -Cátedra- de Schmidt...) han sido traducidos al español, pero la vía más accesible son las traducciones que enseguida comenzaron en Francia, país que recientemente se ha incorporado, a su vez, con varios investigadores (Barthes, Greimas, Brémond, Gritti, Morin, Metz, Todorov, Genette, coautores de Análisis estructural del relato). A pesar de la numerosa bibliografía sobre esta área de investigación, las dificultades conceptuales y metodológicas son considerables. Puede afirmarse que, en la actualidad, el objeto de la lingüística textual no ha sido suficientemente precisado. De ahí que, como subraya Coseriu, bajo el rótulo de "lingüística del texto" se reúnen puntos de vista muy heterogéneos e incluso disciplinas científicas completamente diferentes. Hoy se cultivan tres formas fundamentales de lingüística del texto: la lingüística del texto propiamente dicha, la gramática del texto, y una tercera vía de fusión de las dos primeras. La lingüística del texto propiamente dicha, se ocupa del ámbito lingüístico constituido por los actos de habla (Searle, Austin), que realiza un determinado hablante en una situación determinada, y que puede estar interesado por manifestaciones habladas o escritas. Esta lingüística tiene por objeto el estudio de los textos en cuanto tales, con independencia del o de los idiomas históricos en que se presenten. La gramática del texto se ocupa del texto como nivel de la estructuración de un determinado idioma. Recibe diversas denominaciones: gramática del texto, gramática transoracional, análisis transoracional... Su objeto es, por tanto, la constitución de textos en determinadas lenguas, en la medida en que existen reglas específicamente idiomáticas que se refieran a ellos. Se trata, en realidad, de una parte de la gramática de un idioma, aquélla que describe los hechos idiomáticos que exceden el ámbito oracional, tales como la denominada "topicalización" o "tematización", el orden de palabras, la elipsis, la sustitución, la enumeración, etc. Todos estos hechos, en palabras de Coseriu van, de algún modo, más allá de los límites de la oración y no parece posible describirlos, al menos de una manera completa, en el marco de una gramática de la oración". Dichos fenómenos transoracionales pueden ser de tres tipos:

1. Hechos que se extienden a lo largo de varias oraciones: estilos directo e indirecto, enumeraciones, etc.

2. Hechos que son característicos de un cierto tipo de texto: por ejemplo, la elipsis en el estilo telegráfico, en los anuncios publicitarios por palabras, en los titulares de prensa...

3. Hechos que, aunque se dan en el ámbito de una oración, apuntan más allá de ella: determinadas partículas o marcadores discursivos, fenómenos lingüísticos de sustitución, anáfora, etc.

Estos tres tipos poseen en común dos propiedades:

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Conciernen a unidades superiores al nivel de la oración (o, si se quiere, a textos).

Pertenecen a un idioma concreto. Se trata, en consecuencia, de fenómenos que atañen a la construcción de textos en un idioma determinado, y que la gramática tradicional, que veía en la oración la última unidad determinada por reglas idiomáticas, no tomaba en cuenta. Fusión de las dos primeras: este tercer planteamiento amalgama la función textual comprobada en un determinado texto con la función idiomática que se trata de elucidar. Sin embargo, subraya Coseriu, "el hecho de que en las lenguas existan formas previstas para funciones textuales no debe inducirnos a la actitud equivocada de equiparar fundamentalmente función textual y función idiomática".

El nivel del texto Nos centraremos en la segunda forma de lingüística del texto: la que tiene como objeto el texto como nivel de la estructuración idiomática (o gramática del texto). En los diferentes tipos de lingüística mencionados aparece como básico el concepto texto. No obstante, hay que puntualizar que este término aparece en nexos argumentativos muy diversos. En el primer caso (lingüística del texto propiamente dicha), el texto representa el nivel individual del lenguaje en cuanto manifestación concreta del hablar en general y de la lengua histórica. Esquemáticamente: Nivel 1. º: Hablar (o "lenguaje") en general Nivel 2. º: Idioma o lengua histórica Nivel 3. º: Texto En el segundo caso (gramática del texto) el texto representa uno de los varios niveles con que opera la gramática de un idioma determinado. En esquema: palabra > frase > oración > texto El nivel del texto es en ambos casos el mismo. Lo que se hace en cada planteamiento es tomarlo de manera diferente: una cosa es producir un texto sobre la base del conocimiento de una determinada tradición textual (romance, cuento, artículo periodístico, instancia...) y otra diferente es saber construir un texto sobre la base del conocimiento idiomático, es decir, como apunta Coseriu, según las reglas de un idioma histórico.

Funciones textuales y funciones idiomáticas La anterior diferenciación entre lingüística del texto y gramática del texto se apoya en la distinción entre función textual y función idiomática. Con estas expresiones identificamos otros tantos tipos de contenido lingüístico. La función textual (llamada también sentido) designa el contenido propio de un texto o de una parte de un texto. Así, por ejemplo, "pregunta", "respuesta", "orden ", "asentimiento", "epílogo ", "síntesis"... son contenidos posibles de textos, o sea, funciones textuales o sentidos.

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La función idiomática (significado en sentido estricto) designa el contenido proporcionado por las unidades idiomáticas de una lengua histórica determinada. Este tipo de contenido lingüístico se encuentra organizado de manera peculiar en cada idioma. Se suelen distinguir dos grandes clases de significado: léxico y gramatical. La gramática del texto se ocupará de aquellas funciones o contenidos idiomáticos orientados hacia la constitución de textos. Importa, pues, mantener una distinción neta entre tales funciones idiomáticas y las funciones textuales. Dicha distinción resulta manifiesta en la falta de correspondencia entre funciones textuales y categorías de significado gramatical. Así, por ejemplo, aunque es frecuente que la función textual "pregunta" se exprese mediante la categoría idiomática oración interrogativa (¿Por qué no vienes?), no es difícil encontrar realizada dicha función textual en estructuras gramaticales distintas de la oración interrogativa (Dime por qué no vienes). Inversamente, el significado gramatical oración interrogativa no expresa necesariamente función textual "pregunta", sino que puede manifestar funciones textuales como "información" (¿Has comprobado lo difícil que era el examen?), "orden" (¿Pueden sentarse?), "afirmación" enfática (¿Hay algo más peligroso que la droga?), "petición" (¿Puede dejarme un bolígrafo?), "rechazo" (¿Estás en tus cabales?),"sorpresa" (¿Ya has venido?)...

La gramática del texto La gramática textual es la ampliación de la tradicional gramática idiomática más allá de la sintaxis oracional. Se centra, insistimos, en los procedimientos idiomáticos orientados hacia la construcción de textos.

Una gramática del texto no representa un nuevo tipo específico de gramática, en el sentido de lo que llamamos una gramática estructural, o generativo-transformacional, o funcional. Cada una de ellas podría calificarse como "textual" en la medida en que se ocupara de describir el objeto que denominamos texto. Por eso, subraya Van Dijk (Estructuras y funciones del discurso) que en la medida en que los lingüistas "reconozcan que entre sus tareas está la de estudiar las estructuras del discurso, ya no tendrá sentido hablar de gramática del texto o lingüística del texto: sólo existirán la gramática y la lingüística a secas”.

Y, más adelante, apostilla: "Como las gramáticas del texto tienen que explicar las estructuras lingüísticas abstractas que subyacen en el discurso, y como las oraciones también pertenecen a esas estructuras, una gramática del texto, claro está, incluye una gramática de la oración". Ocurre, sin embargo, que "para poder marcar sus tareas específicas, una gramática del texto se concentrará en aquellas propiedades del discurso que una gramática de la oración no puede explicar adecuadamente".

La gramática transoracional se plantea si para una determinada función textual, que conocemos en virtud de nuestra competencia lingüística textual, hay algunos procedimientos regulados idiomáticamente. El hecho de que sepamos, por ejemplo, qué es una enumeración o qué es una digresión no significa que conozcamos cómo se enumera o cómo se introduce un cambio provisional de tema (de manera idiomáticamente correcta) en cualquier lengua. La gramática del texto se ocuparía de responder, por ejemplo, a la pregunta de cómo se expresa, de modo correcto, la enumeración o la digresión en una determinada lengua histórica.

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Así, por ejemplo, en la serie de términos españoles para designar "persona indeterminada" fulano, mengano, zutano, perengano se dan unas determinadas exigencias de orden -fulano ocupa siempre el primer puesto de la enumeración; el uso de cualquier otro presupone siempre el empleo previo de fulano-, que no se dan, por ejemplo, en la serie italiana análoga caio y tizio.

Por consiguiente, todo aquello que haga referencia a la constitución del texto o de una parte del mismo en una determinada lengua, y aparezca regulado idiomáticamente, puede y debe ser descrito por la gramática transoracional del idioma de que se trate.

En nuestra tradición gramatical, podrían rastrearse algunos planteamientos que apuntaban a una dimensión sintáctica superior a la oración.

Gregorio Garcés en su Fundamento del vigor y elegancia de la lengua castellana expuesto en el propio y vario uso de sus partículas (1791) incluía algunas observaciones acerca de cómo determinadas partículas (adverbios, conjunciones, interjecciones y preposiciones) "dan fuerza a aquella íntima unión que debe llevar consigo un acabado raciocinio, cuyas partes así deben unirse para que finalmente resulte de ellas un perfecto y bien regulado discurso".

La Gramática de Andrés Bello (1847) presenta también acertadas "Observaciones sobre el uso de algunos adverbios, preposiciones y conjunciones”. En la descripción de sus funciones usa Bello una terminología en la que se percibe una anticipada concepción textual. Un ejemplo: la expresión así es que "anuncia la continuación de un pensamiento o una comprobación que de él se hace".

Como precedente inmediato de la preocupación por el nivel textual de la lengua, suele citarse el último capítulo del Curso superior de sintaxis española (1973) de Gili Gaya, titulado "Enlaces extraoracionales". Observa por ejemplo cómo, "las conjunciones (copulativas, adversativas y consecutivas son las destaca) no son ya signo de enlace dentro de un período, sino que expresan transiciones o conexiones mentales que van más allá de la oración".

Gili Gaya no se ocupa solamente de la función extraoracional de las conjunciones, sino que se refiere también a otros procedimientos que sirven para establecer conexiones que van más allá de la oración, tales como la "repetición", la "anáfora", la "elipsis", el "ritmo" ("acento", "cantidad", "entonación" y "pausas").

En otras obras gramaticales o lexicográficas aparecen igualmente observaciones sobre el comportamiento textual o pragmático de diversas piezas lingüísticas: Gramática de la lengua castellana (1847), de Vicente Salvá, Gramática española (1951) de Fernández Ramírez, Diccionario de construcción y régimen de la lengua castellana, de Cuervo, o el Diccionario de uso del español (1966) de María Moliner. Entre las monografías actuales, destacaremos Enlaces extraoracionales (1987) de Fuentes Rodríguez y Procedimientos de cohesión en el español actual (1988), de Mederos Martín.

Propiedades del texto: cohesión y coherencia La cohesión está constituida por el conjunto de todas aquellas funciones lingüísticas que indican relaciones entre los elementos de un texto (Beaugrande y Dressler, 1981). Esta característica proporciona trabazón entre los constituyentes del texto, pero no garantiza por sí sola la coherencia de tal texto.

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En efecto, como dice E. Coseriu, "los textos no se elaboran sólo con medios lingüísticos, sino también -y en medida diversa según los casos- con la ayuda de medios extralingüísticos". Dicho de otra manera: en la construcción de un texto entra en juego no sólo la competencia idiomática del hablante, sino también lo que se denomina, según diferentes autores o escuelas, "competencia expresiva" y "saber elocucional" (Coseriu), "competencia pragmática" (Chomsky) o "competencia comunicativa" (Hymes). A la cohesión de un texto contribuyen múltiples y variados procedimientos, como la recurrencia (total o parcial) de elementos o estructuras, la paráfrasis, la sustitución (el uso de proformas), la elipsis, así como una serie de recursos para establecer relaciones entre acontecimientos o situaciones en un determinado universo textual, tales como los tiempos verbales, el aspecto, y lo que llamamos marcadores u operadores discursivos (partículas). También contribuye a la constitución del sentido del texto y a su cohesión, el orden de los constituyentes en los enunciados, en función de la importancia o novedad de sus contenidos: se trata de la "función informativa"(Jiménez Juliá, 1986). Además, en los textos orales, la entonación reviste una importancia decisiva para la cohesión textual (Beaugrande y Dressler, 1981). Una gramática del texto no debería omitir el estudio de ninguno de los procedimientos de cohesión que se acaban de enumerar. Otra de las propiedades esenciales de todo texto es la coherencia. Por coherencia se entiende la conexión de las partes en un todo. Esta propiedad implica, pues, la unidad. Para algunos autores, como Coseriu, la coherencia representa un caso particular de lo que denomina congruencia o conformidad de la actividad lingüística con las normas universales del hablar. Estas normas universales del hablar constituyen el denominado saber elocucional, integrado por el conocimiento del mundo y de las cosas, los principios generales del pensar humano, la exigencia de claridad y de no repetición, el no decir lo obvio, lo imposible o lo extravagante, etc. Y, entre estos principios, se encuentra la coherencia. Por otra parte, los citados principios pueden suspenderse intencionadamente cuando el hablante juzga que hay razones suficientes para hacerlo, como un procedimiento más para lograr un determinado sentido en su discurso. Se entiende por coherencia la propiedad inherente al texto por la cual puede ser comprendido por el oyente como una unidad en la que las partes o componentes se encuentran relacionadas entre sí y con el contexto en que se produce la comunicación. Estos mecanismos de coherencia se dan tanto en el plano de la estructura patente como de la estructura subyacente, mientras que otros son de carácter pragmático. Coherencia es, por tanto, sinónimo de unidad. Para Coseriu, la coherencia es un caso particular de lo que él llama congruencia, que define como la conformidad de la actividad lingüística con las normas universales del hablar. Estas normas constituyen el saber elocucional, que comprende aspectos extralingüísticos como el conocimiento del mundo y de las cosas, los principios generales del pensamiento, o lingüísticos como la exigencia de claridad y de no repetición, el evitar las obviedades o contradicciones, etc. Uno de estos aspectos es, precisamente, la coherencia. Por supuesto, el emisor puede, por razones de estilo, alterar intencionadamente estos principios en un momento dado, con una finalidad concreta.

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Frente a la coherencia, la cohesión, en palabras de Beaugrande y Dressler, se revela como el conjunto de todas aquellas funciones lingüísticas que indican relaciones entre los elementos de un texto. Esta peculiaridad es un elemento de ligazón en el texto, que sirve para dar unidad a sus constituyentes pero que, lógicamente, no puede garantizar por sí sola la coherencia que, depende, además, de otros factores sumamente complejos y, como hemos visto, en algunos casos, extratextuales. En este sentido, Coseriu señala que los textos no se elaboran sólo con medios lingüísticos, sino también -y en medida diversa según los casos- con la ayuda de medios extralingüísticos. Es decir, que la construcción de un texto depende no sólo de la competencia específicamente idiomática del hablante, sino también de su combinación con una competencia mucho más amplia, marco de la anterior, que ha sido denominada de diferentes maneras según los distintos autores o escuelas: mientras Coseriu prefiere hablar de competencia expresiva y saber elocucional, Chomsky la denomina competencia pragmática y para Hymes recibe el nombre de competencia comunicativa. Para una mayor profundización en las diferencias entre coherencia y cohesión, añadiremos que la primera se revela como la característica fundamental de un texto, lo que convierte un mensaje verbal en texto. Para Mª Elizabeth Conte, la coherencia textual no se busca simplemente en la sucesión (unidimensional) lineal de los enunciados, sino que se busca en una ordenación jerárquica (pluridimensional). Es decir, al plantearnos qué es la coherencia textual, no es suficiente con señalar las relaciones entre las unidades lingüística superficiales del texto, sino que será necesario considerar el proceso total de la intención comunicativa misma del hablante hasta las estructuras lingüísticas en que se manifiesta esa intención. El texto no es coherente porque las frases que lo componen guarden entre sí determinadas relaciones, sino que estas relaciones existen precisamente por la coherencia del texto. La diferenciación entre cohesión y coherencia fue propuesta por Salomon Marcus: Coherencia significa "una cierta capacidad de actuar como unidad", mientras que cohesión se refiere a la existencia de conexión "entre las diferentes partes. La coherencia es de naturaleza más bien semántica, nos remite a un cierto significado global del texto; la cohesión parece dominada por aspectos sintácticos y relacionales entre los componentes. Sin embargo, sería imprudente y simplista considerar la coherencia como fenómeno exclusivamente semántico, y la cohesión como exclusivamente sintáctico. Añade Marcus que, tanto cohesión como coherencia "existen tanto en el nivel pragmático como en el sintáctico-semántico". Esta distinción es muy útil para la lingüística textual. La coherencia es resultado de un proceso desarrollado por el hablante de acuerdo con un plan global previo a la articulación, que puede resumirse de la siguiente forma:

El hablante tiene una intención comunicativa:

El hablante desarrolla un plan global que le permitirá, teniendo en cuenta los factores situacionales, etc., conseguir que tenga éxito su texto, es decir, que se cumpla su intención comunicativa;

El hablante realiza las operaciones necesarias para expresar verbalmente ese plan global, de manera que a través de las estructuras superficiales el oyente sea capaz de reconstruir o identificar la intención comunicativa inicial.

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Vemos, de esta manera cómo la coherencia es algo que se va desarrollando desde el momento mismo en que el hablante decide producir un texto, y que llega hasta su estructuración superficial. Este plan global que decide seguir, se va estructurando en subtextos que a su vez se estructuran en frases en un proceso continuo. La coherencia es, pues, no sólo una propiedad del texto, sino también un proceso que tiene como objeto la estructuración del texto por el hablante, mientras que la cohesión se refiere a la interpretación del texto por el oyente, es decir, al descubrimiento de la coherencia por el oyente. A la lingüística del texto le interesa fundamentalmente la producción del texto, es decir, la perspectiva del hablante, de ahí que sea fundamental el concepto de coherencia; pero no debe descuidarse tampoco el punto de vista opuesto, ya que un estudio del texto debe explicar tanto la síntesis (hablante) como el análisis (oyente). De forma similar, la gramática generativa oracional no puede tomar partido por una de las dos direcciones posibles (codificación y decodificación), sino que ha de explicar los procesos por los que ambas son posibles (la competencia). Así, la lingüística del texto trata de ser una descripción de la competencia textual de los usuarios de la lengua, y por ello la mayor parte de los modelos textuales pueden seguir ambas direcciones. Esta competencia textual es un término próximo al de competencia comunicativa, del que hablábamos antes. Se trata de los conocimientos que permiten al usuario de la lengua la elaboración y comprensión de textos coherentes en un contexto extralingüístico especifico. En consecuencia, es mucho más compleja que la competencia lingüística del generativismo, ya que precisa recurrir necesariamente a factores pragmáticos que no afectan al modelo generativo que adopta el hablante-oyente ideal.

La coherencia, entendida como unidad entre las partes del texto, es, por tanto, el requisito imprescindible para que una sucesión de enunciados pueda ser considerada como tal. Una sucesión cualquiera de enunciados, aunque contara con algunos elementos de relación aparente en la estructura superficial (anáforas, repeticiones...), no constituye un texto si carece de coherencia en el nivel de su estructura subyacente. Es imprescindible que el receptor, al percibirlo, capte en el texto la existencia de un núcleo informativo fundamental, al que se subordinan articuladamente los diversos enunciados. Este núcleo, asunto o plan global del texto recibe también diversas denominaciones según las escuelas.

Siguiendo a Bernárdez, vamos a adoptar aquí la de marco de integración global, que podemos abreviar como MIG. Este término fue propuesto por el lingüista berlinés Ewald Lang. Algunos autores, como Dijk, prefieren hablar, sin embargo, de macroestructura del texto, mientras que otros, utilizan la denominación de tópico de conversación o tema del texto, que preferimos evitar por la confusión a que puede dar lugar con las nociones de tópico o tema, que designan, como veremos más adelante, las partes del enunciado aislado (oracional) en oposición al comento o rema.

Lang define el MIG de la siguiente manera:

Las operaciones realizadas mediante el significado operativo de las conjunciones son operaciones sobre los significados de los conjuntos, con ayuda de las cuales se ponen en mutua relación los significados de las oraciones, por medio de la reflexión, con el resultado de que, a partir del significado de las oraciones [...], se constituye una unidad distinta a los significados de los conjuntos, que llamo Marco de Integración Global.

Para entender la diferencia entre una secuencia de oraciones incoherente, que no adquiere, por tanto, categoría de texto y una secuencia de enunciados que sí constituye dicha unidad comunicativa, podemos comparar los siguientes ejemplos:

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a. Compré una máquina de escribir en Nueva York. Nueva York es una gran ciudad de los Estados Unidos. Las grandes ciudades tienen a veces problemas financieros.

b. Compré una máquina de escribir en Nueva York. En Nueva York se fabrican excelentes máquinas de escribir Para mí son las mejores del mundo.

En el primero de los dos ejemplos, nos encontramos con una serie de enunciados que no constituyen un texto. No hay un MIG que los unifique, ni siquiera mantienen una relación semántica entre sí. El encadenamiento aparente que las une (el complemento circunstancial de la primera oración se convierte en sujeto de la siguiente y el atributo de ésta es, a su vez, sujeto de la última) no es resultado de ninguna conexión interna que se corresponda con la coherencia necesaria para que podamos hablar de texto.

En el segundo caso, las tres oraciones del ejemplo B. sí constituyen un texto. Es fácil para el receptor apreciar un MIG que las dota de unidad significativa, que podría enunciarse como "excelencias de mi máquina de escribir comprada en Nueva York".

El conocimiento del mundo como factor de coherencia

Un texto perfectamente construido y que cuente con un MIG reconocible puede resultar inaceptable si en él se violan determinados factores externos que dependen del conocimiento del mundo, que es otro de los factores de coherencia arriba enunciado y perteneciente a la realidad extralingüística. Por el contrario, relaciones basadas en nuestro conocimiento de la realidad pueden imprimir aceptabilidad a un texto que carezca o apenas posea elementos formales de cohesión superficial.

Esta cuestión, muy antigua por lo demás, es también abordada, desde otra perspectiva, por una disciplina, como la lógica, que durante largo tiempo ha cooperado con la lingüística. La lógica especula sobre los esquemas formales de los argumentos, separándolos de sus contenidos, pero siempre con vistas a una ulterior aplicación de los mismos a esos contenidos (porque no hay ninguna ciencia, ni siquiera la lógica, que esté libre de la obligación de suministrar información que valga para el mundo, real o posible). El problema de la adecuación y de las fórmulas es el problema de la verdad de estas fórmulas, que es también tema de la lógica.

La distinción entre forma y contenido ha sido precisada y sistematizada modernamente mediante la distinción entre sintaxis y semántica, llevada a cabo por Morris, que divide la semiótica (ciencia de los signos) en tres partes: sintaxis (teoría de las relaciones entre los signos), semántica (teoría de las relaciones del signo con su contenido) y pragmática (teoría de las relaciones del signo con el sujeto que lo usa). En este sentido, el conocimiento de mundo es un factor pragmático, determinante de la coherencia y la aceptabilidad de unos textos frente a otros, que se mantiene al margen de la gramaticalidad.

Para ejemplificar lo anteriormente dicho, podemos señalar cómo un mensaje que no sería aceptable de acuerdo con nuestro conocimiento del mundo: La luna vino a la fragua / con su polisón de nardos (F. García Lorca), dado el conocimiento que nosotros tenemos de la luna como objeto real, resulta, sin embargo, perfectamente comprensible en el marco de la ficción convencionalmente admitida en un texto literario, como una particular realización de un procedimiento bien conocido como la prosopopeya. En este caso, no entra en juego el conocimiento del mundo objetivo, sino otro factor de coherencia que podríamos resumir como la experiencia y la destreza lectora aplicada a textos literarios. En este ejemplo concreto, no llega a producirse la agramaticalidad semántica que haría inaceptable, sin embargo, la misma oración como producto de un acto de habla cotidiano, no literario.

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La noción de marco

No debe confundirse con el MIG. El marco del que hablamos ahora es un concepto metadiscursivo. Hemos visto que la coherencia es la propiedad fundamental que hace que un texto pueda ser considerado como tal y no como un conjunto de enunciados inconexos. Asimismo, la gramaticalidad y aceptabilidad de un texto dependen de la no violación de determinados condicionamientos semánticos, de conocimientos del mundo.

Pero la atribución de coherencia no depende únicamente de factores internos del texto, sino también de un factor externo fundamental que es el marco en el que lo encuadramos. Cada texto posee un propio marco en función del cual se le atribuye significado y se le asigna coherencia.

El marco, como hemos visto en el ejemplo anterior, situaba el enunciado emitido por García Lorca dentro de una tipología implícita concreta que hacía que fuera coherente lo que en un marco distinto no lo sería o resultaría inaceptable. Podemos aplicar este criterio de aceptabilidad como la pertenencia a un marco de un grupo de oraciones, de manera que nos ayude a determinar si se trata estrictamente de un texto o no. Por ejemplo:

Ha dimitido el Ministro de Educación. El terremoto de ayer no causó danos. El paro aumentó en un 3% el último trimestre.

Esta secuencia, aparentemente inconexa, podría constituir un texto perfectamente coherente si lo consideramos desde el marco de la sinopsis previa que se lleva a cabo normalmente a través de los titulares de un informativo emitido por la radio o la televisión. Sin embargo, en el marco concreto de una conversación normal, resultaría totalmente inaceptable.

Vemos, de esta manera, cómo un factor metalingüístico como el marco, puede resultar definitivo para la consideración de un enunciado como texto, incluso aunque no se aprecie ningún elemento formal de conexión en los enunciados que lo componen.

El juego comunicativo que ofrece la ruptura del marco produce efectos curiosos bien conocidos por los hablantes, que entran ya en el campo de la pragmática. Piénsese en los actos perlocutivos resultantes cuando, por ejemplo, se recogen las declaraciones descontextualizadas de un político con propósito de parodia o se recita con humor un discurso trágico, etc. Este procedimiento puede llegar a adquirir una singular trascendencia.

Asimismo, los llamados géneros literarios, y los tipos de escrito que se analizan en sus correspondientes temas, deben entenderse como marcos en los que cobra sentido el discurso correspondiente. Estos marcos específicos estarán caracterizados por una serie de rasgos propios que deben asumir en mayor o menor medida los textos encuadrados en ellos, a modo de gramática particular.

Las implicaciones y presuposiciones

La coherencia textual depende, en gran medida, del tejido de implicaciones y presuposiciones que los elementos léxicos contienen y que pueden dotar al texto de unidad y aceptabilidad. Por ejemplo:

Pedro se casa con María implica María se casa con Pedro.

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El hijo de Juan es calvo presupone Juan tiene un hijo. Ambos son conceptos lógico-semánticos que se pueden formular de la siguiente manera: P implica Q cuando, si P es verdadera, Q es verdadera. P presupone Q cuando P puede ser verdadera o falsa sólo si Q es verdadera. En caso contrario no tiene sentido P.

En la gramática del texto, sin embargo, su significado es más amplio que en el terreno estricto de la lógica. Las presuposiciones son aseveraciones no expresadas, subyacentes al enunciado y que condicionan su aceptabilidad (entendida como su buena formación semántica) y la adecuación de los actos de habla en general. Se habla a veces de presuposiciones pragmáticas, basadas en el conocimiento del mundo compartido por los hablantes y que son externas al texto, metatextuales. En algunos casos, sin embargo, como en el enunciado Abre la puerta, se presupone que la puerta está cerrada y que el oyente sabe de qué puerta se trata, gracias a factores lingüísticos que se encuentran en el propio texto (el valor significativo de abre y la función del determinante la en este contexto, que alude a lo consabido, a un objeto previamente presentado o conocido por el hablante). Pero en otros enunciados se aprecia claramente cómo la presuposición se apoya en la presencia de elementos metalingüísticos determinantes para su aceptabilidad. Sería el caso de una oración como El hijo del rey de Francia es calvo, que resulta inaceptable, en el sentido de que no puede ser verdadera ni falsa, porque no existe rey de Francia alguno. Pero este dato pertenece al conocimiento de la realidad metatextual y no se está explícito a través ninguno de los elementos lingüísticos que integran el enunciado. Como hemos visto, hay elementos lingüísticos que encierran presuposiciones e implicaciones. Los llamados verbos factivos, por ejemplo, presuponen que la expresión que de ellos depende es verdadera (tanto si se afirma como si se niega). Esto ocurre con verbos como lamentar, darse cuenta, saber, percatarse, etc. En enunciados como

María lamenta haber llegado tarde. María no lamenta haber llegado tarde

se presupone como verdadero que María ha llegado tarde.

Los verbos implicativos presentan dos tipos: unos, como lograr, Conseguir, presuponen que la subordinada es verdadera si son afirmados y falsa si son negados:

Pérez consiguió ser elegido director (fue elegido director). Pérez no consiguió ser elegido director (no fue elegido director).

Otros, como evitar o impedir, por el contrario, presentan la situación opuesta. Si son negados, implican la verdad de la subordinada y viceversa:

Los bomberos evitaron que la niña muriese (la niña no murió). Los bomberos no evitaron que la niña muriese (la niña murió).

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Este tipo de fenómenos origina que resulten inaceptables secuencias como:

La policía evitó una catástrofe. Yo la presencié. También la compatibilidad e incompatibilidad semánticas pueden analizarse bajo este prisma. Una oración como La sinceridad admira a Juan resulta agramatical porque un verbo como admirar presupone un sujeto [+ humano]. Hay además un grupo numeroso de enunciados que expresa implícitamente mucho más de lo que parece de forma explícita. En un plano perlocutivo, ese tipo de presuposición resulta ser un poderoso mecanismo de manipulación ideológica puesto que su contenido es percibido por el receptor inconscientemente. Suelen presentarse bajo la apariencia de afirmaciones comunes, compartidas por todo el mundo, que dificultan considerablemente su examen crítico:

El Ministro piensa que esta ley solucionará el problema (la ley no solucionará el problema). Juan parecía honrado (Juan no es honrado). Hoy el jefe no está borracho (lo está habitualmente).

En este tipo de enunciados, las estructuras sintácticas e incluso el tiempo verbal aportan un carácter valorativo, aparentemente positivo.

Otros mecanismos de coherencia textual La deixis La deixis, además de ser un elemento de coherencia textual, sirve de enlace entre el texto y el contexto dentro de una unidad comunicativa total (un acto de habla), como ya veíamos en el tema anterior. Toda expresión lingüística se realiza en un lugar y en un tiempo determinado, aparece en una cierta situación espacio-temporal, que se conoce como situación comunicativa. Esta realización lingüística la lleva a cabo una determinada persona (el hablante o emisor) y se dirige habitualmente a alguna otra persona (el oyente). El hablante y el oyente son típicamente distintos entre sí (puede haber además más de un oyente) y se encuentran, normalmente, en la misma situación comunicativa (hay lógicamente situaciones que se apartan de lo típico: los monólogos, en que hablante y oyente coinciden; las conversaciones telefónicas, en las que hablante y oyente no comparten las mismas coordenadas espacio-temporales, etc.). Se entiende por deíctico cualquier elemento que remite al contexto extralingüístico que rodea al acto de la enunciación. Dentro del discurso, la deixis señala y sitúa en el espacio y en el tiempo personas, objetos y acciones, tomando como punto de referencia el eje de coordenadas centrado en el yo-aquí-ahora del hablante (deixis absoluta). Esta noción procede de la palabra griega que significa 'señalamiento' o 'indicación' y que se ha convertido en un término técnico en la lingüística. Estos elementos deícticos son, fundamentalmente, los llamados pronombres personales (yo, tú, él...), cuyo significado se establece con relación a las "coordenadas deícticas" que aparecen en el contexto comunicativo. Otros elementos que incluyen un componente de deixis son los adverbios de lugar y tiempo

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como aquí, ahí, allí ('cerca del hablante', 'cerca del oyente', 'no cerca del hablante ni del oyente') o ahora y entonces ('en el momento de hablar', 'no en el momento de hablar), hoy, ayer, mañana (que toman como coordenada temporal de referencia el momento de la enunciación); los demostrativos éste, ése, aquél (que marcan una gradación de proximidad o lejanía respecto del hablante); o toda una serie de giros como hace poco, dentro de un rato... Son, asimismo, deícticos los tiempos verbales llamados absolutos, que sitúan los hechos con relación al momento del discurso: canto (expresa simultaneidad al momento de la enunciación), canté (expresa anterioridad) y cantaré (expresa posterioridad). Éstos son los casos más evidentes de cómo la estructura gramatical de la lengua refleja las coordenadas espaciotemporales de la situación comunicativa.

La situación comunicativa típica es egocéntrica: el yo es la referencia absoluta. En cuanto la calidad de hablante se traslada a otro participante en la conversación, se conmuta el centro del sistema deíctico, invirtiéndose los papeles (Yo lo utiliza cada hablante para referirse a sí mismo, tú o usted se utiliza para referir al oyente). Los participantes en el acto de comunicación no sólo pueden asumir las calidades de hablante y oyente, sino que además pueden desenvolverse dentro de una cierta relación, lingüísticamente relevante, de situación específica entre sí (padre-hijo; maestro-alumno; jefe-subordinado...). Estas relaciones de situación operan recíprocamente con las calidades de hablante y oyente y, en determinadas lenguas, pueden incluso anularlas.

Los deícticos tienen, por tanto, siempre una significación ocasional. La deixis puede ser, como hemos visto, personal, espacial o temporal.

Algunos autores utilizan este término de deixis para referirse también a los elementos que señalan o apuntan a otros elementos lingüísticos dentro del texto, siguiendo el criterio de que lo esencial en la deixis es la función señaladora, independientemente del punto de referencia que se adopte o de aquello que se señale. Es un sentido amplio de deixis que incluiría, de esta manera, a la foricidad como un procedimiento deíctico especifico. Hablaríamos en este caso de deixis textual. Sin embargo, para ceñirnos estrictamente a los enunciados del tema, distinguiremos en adelante entre deixis y foricidad, de manera que en enunciados como los siguientes:

Pedro y Juan iban por la calle. Éste tropezó. Oye, tú, pon este libro ahí encima.

Consideraremos el primer ejemplo como un caso de anáfora (éste tiene como referente un elemento textual como Juan), mientras que para el segundo preferiremos emplear el término de deixis, puesto que este sitúa su referente en la situación extralingüística.

También se habla de deixis social, que reflejaría las relaciones de situación entre hablante y oyente antes referidas. Esta deixis social marcaráel status de jerarquización que el discurso reconoce o establece entre los interlocutores, según las convenciones sociales que presiden la comunicación interpersonal. En este sentido, se encuentran las claves sociales que explican la alternancia lingüística entre tú y usted, etc.

Los deícticos, también llamados shifters o conmutadores, son un factor clave en orden, no sólo a la coherencia, sino también a la cohesión del texto.

La foricidad

Si la deixis es una función señaladora que designa directamente, aunque sin nombrarla, a la realidad extralingüística, la foricidad consiste en la referencia a un elemento presente en el discurso. Este elemento

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puede haber aparecido antes o puede aparecer después en el texto. En este sentido, él, Su, éste, ése, aquél (cuando remiten a palabras del texto), los pronombres relativos, etc., son elementos fóricos. Los demostrativos y los pronombres personales de tercera persona pueden funcionar indistintamente como deícticos o como fóricos.

La anáfora y la catáfora

Es uno de los más importantes mecanismos de coherencia textual. Se entiende por anáfora la relación existente entre un elemento del discurso y otro elemento del mismo discurso que ha aparecido formulado anteriormente. La anáfora puede expresar una identidad de referencia o de sentido. En la anáfora de referencia, ambos términos tienen el mismo referente, es decir, representan a la misma persona o cosa. En un enunciado como María se peina, se funciona como elemento anafórico de María, y ambos términos hacen referencia a una misma persona. Sin embargo, en un ejemplo de anáfora de sentido como Yo tengo una moto, y mi novia también tiene Ø, Ø = moto, aunque, evidentemente, no se trata del mismo objeto.

Este último ejemplo nos sirve también para ilustrar la anáfora elíptica. El elemento anafórico puede constar de una única palabra o de varias e incluso estar representado por Ø (anáfora elíptica): Pedro ya está aquí. Ø Llegó anoche. Ø Está muy cansado. En este ejemplo, el elemento anafórico, que está elíptico, es el pronombre personal de tercera persona él, que hace referencia a Pedro, sujeto de la primera oración. La elipsis, como procedimiento de cohesión textual se estudia más detenidamente en el tema siguiente. Es un sistema de sustitución en que el sustituto es Ø.

La catáfora no es otra cosa que el mecanismo inverso, en que la foricidad tiene la función de anticipar o anunciar un elemento que va a aparecer nombrado más adelante en el mismo texto. Es un procedimiento menos frecuente, presente, sobre todo en la lengua hablada, en algunas construcciones de complemento indirecto pronominal: Le di el libro a Juan. En este ejemplo le funciona como elemento catafórico anticipador de Juan.

Las proformas

Elementos anafóricos por excelencia (aunque a veces también tienen un valor catafórico) son las llamadas proformas, entre las que se encuentran categorías gramaticales como los pronombres demostrativos, posesivos, el pronombre personal de tercera persona del plural, los relativos, ciertos adverbios, determinados elementos léxicos, etc.

Las proformas son elementos especializados en la función sustitutoria. Se distingue entre proformas léxicas, pronombres y pro-adverbios.

a. Las proformas léxicas

Las proformas léxicas son lexemas especializados en la sustitución. Estos lexemas pueden tener un valor nominal, como los sustantivos cosa, persona, hecho..., o valor verbal, como el pro-verbo hacer:

Ayer colisionaron dos vehículos en la autopista. El hecho se produjo a las cuatro de la tarde. María trabaja. Ana hace lo mismo.

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Igualmente, en las estructuras de pregunta y respuesta, donde hacer, en la respuesta, puede sustituir un verbo presentado en la pregunta:

¿Están comiendo? Eso hacen También puede utilizarse a la inversa, como indicador de "acción" en general en la pregunta, que luego se especifica con un verbo, es decir, en función que podríamos llamar catafórica:

¿Qué haces? Leo ¿Qué está haciendo Pedro? Estudiando

El uso de las proformas está sometido a una serie de normas y restricciones. En el caso del pro-verbo hacer, por ejemplo, éste sólo puede servir de sustituto a verbos que significan acción, pero no podría hacer lo mismo con verbos copulativos como ser, estar, parecer:

Antonio está cansado. Y lo mismo hace Andrés La similitud entre el proverbio hacer y las verdaderas proformas, como los pronombres personales, radica en ese uso sustitutivo; hacer es un super-hiperónimo verbal, al igual que él es un super-hiperónimo para personas de sexo masculino. Así, al igual que, como veremos, sucede en los pronombres, hacer no sustituye la categoría completa verbo, sino determinadas clases semánticas de verbos. Como proforma lexical de valor nominal suele señalarse un sustantivo como cosa, que puede utilizarse como sustituto prácticamente universal para denominaciones de objetos, mientras que persona sería un sustituto para seres humanos. En realidad, más que proformas nominales, deben considerarse, al igual que hacer, super-hiperónimos, con un valor semántico especialmente amplio. Se puede destacar una diferencia entre hacer, como proforma verbal o proverbio, y las proformas nominales como cosa o persona. Mientras en el primer caso no se establece más diferencia que entre "verbos de acción" y todos los demás verbos (que, normalmente, parecen carecer de un proverbio), en los sustitutos nominales, esa distinción es necesaria, es decir, se hace preciso establecer una clasificación semántica mínima, que no es igual para todas las lenguas. Así parece que, al contrario que en los pronombres y otras proformas "verdaderas", las proformas lexicales no son universales y, en casos como el quechua, parecen deberse a desarrollos recientes influidos por lenguas extranjeras. La posibilidad de utilizar proformas lexicales es, por tanto, restringida y puede considerarse más bien como un fenómeno de sustitución léxica por hiperonimia. Así, la sustitución por hacer (o sus equivalentes en otras lenguas) exige, salvo en los casos de elipsis, la presencia de una verdadera proforma y podría considerarse que el sustituto verbal no es hacer, sino hacer + eso. Lo mismo sucede con cosa y otros sustitutos lexicales: suele utilizarse acompañado de un demostrativo. Las diferencias existentes entre estas aparentes proformas y las verdaderas son considerables y por ello es mejor considerar la sustitución mediante proformas léxicas como una muestra de sustitución léxica mediante hiperónimos, es decir, mediante lexemas que poseen un significado general y abarcador, incluyente:

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En los alrededores se veían olivos, almendros y naranjos. Todos esto árboles son de plantación reciente.

b. Los pronombres

Los pronombres personales Sólo los pronombres de tercera persona pueden considerarse como sustitutos textuales, bien de elementos ya aparecidos (anafóricos), bien de elementos por aparecer (catafóricos). Si el pronombre remite a unidades presentes dentro del texto, decimos que posee una función endofórica; pero puede remitirse igualmente a referentes que están fuera del texto (exofóricos), que resultan fácilmente identificables por los oyentes, desempeñando, de esta manera, una función deíctica. Los pronombres personales de primera y segunda persona se usan siempre, en cambio, con función exofórica o deíctica (hacen referencia a las personas -yo, tú- que intervienen en la comunicación). La aparición del yo en un enunciado no reproduce o sustituye un término ya usado, sino que se refiere al hablante, en tanto está fuera del texto mismo. Lo mismo puede decirse del de segunda persona, que hace referencia al oyente. Por esta razón sólo se consideran sustitutos textuales, endofóricos, los pronombres de tercera persona, que sí sirven para sustituir elementos del texto:

Ayer llegaron Luis y Elisa. Él está muy contento de haber vuelto. Él dice no. En el primer ejemplo, él sustituye al nombre Luis, ya aparecido en el mismo texto, mientras que en segundo caso se establece una función que puede considerarse exofórica; por ejemplo, si hace referencia a una persona que está a la vista del hablante y del oyente, como verbalización de algo que se percibe en forma no lingüística. El pronombre personal de tercera persona también puede hacer referencia a una persona ya mencionada, como sustitución endofórica. Hay diferencias en el uso de los pronombres, al igual que en otros elementos textualizadores, en el discurso y en texto escrito. Esta función sustitutiva textual es también desempeñada por los llamados reflexivos, recíprocos, relativos, indefinidos, posesivos y demostrativos. Por ejemplo:

Pedro escuchó el despertador y saltó de la cama. A los pocos minutos se había duchado ya. Juan y María pasearon toda la tarde. Al anochecer, se despidieron. Se sabe de memoria el libro, lo cual es admirable. Los congresistas terminaron sus trabajos a las siete. Algunos fueron al teatro. Otros se marcharon al hotel. Alfonso llegó tarde. Le retuvieron en su oficina Manifestantes y policía se retiraron poco después. Aquéllos, a sus casas; ésta, a su cuartel

Los demostrativos pueden funcionar a su vez como proformas catafóricas, anticipando el elemento sustituido:

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La solución es ésta: tú te encargas de redactarlo y yo lo mecanografío.

Por último, los demostrativos introducen distinciones de tipo deíctico, de alejamiento/proximidad, etc.

Los posesivos, por su parte, sustituyen a un sustantivo en una determinada función sintáctica. Pero no se limitan a sustituir al poseedor, como los adjetivos posesivos, sino que reemplazan al sintagma entero:

Juan trajo su escopeta. Pedro la suya.

En este ejemplo, la suya hace referencia, por un lado, a escopeta y, por otro, a Pedro. Sustituye, por tanto, al sintagma la escopeta de Pedro.

c. Los pro-adverbios

Se utilizan, además de su valor exofórico, para sustituir a adverbios o a segmentos de enunciado con valor adverbial, como los complementos circunstanciales o proposiciones subordinadas adverbiales. En este sentido, sólo el uso endofórico tiene relevancia para la gramática del texto:

Los encontramos en el monte. Allí estaba también Juan. Pedro toca el piano todos los días. Así (= tocando el piano) descansa.

En el caso de los pro-adverbios, el uso exofórico o deíctico carece de relevancia textual:

Hace frío. Aquí, sin embargo, se está bien.

Hay una diferencia entre los adverbios "verdaderos" y las proformas adverbiales. Los primeros son propiamente elementos léxicos, mientras que los segundos tienen función exclusivamente sustitutiva. Hay, además, una diferencia considerable entre los sustitutos adverbiales y los pronominales, porque estos pueden considerarse universales, mientras que los adverbiales no lo son. El estudio de estos elementos plantea cuestiones distintas, teniendo en cuenta la diferencia entre las lenguas y el desarrollo histórico de los elementos utilizados como proformas. En muchos casos encontramos para todos los tipos una evolución a partir de lexemas autosemánticos y la inmensa mayoría de las proformas son básicamente compuestos o derivados de demostrativos que, en consecuencia, pueden considerarse como las proformas por antonomasia.

Finalmente habría que señalar que también existen sustitutos de oraciones completas. En estos casos también la base está en los demostrativos. En el siguiente ejemplo el deíctico eso sustituye a una serie de dos frases completas:

Regresó a casa borracho. Le habían despedido del trabajo y tenía ya cincuenta años. No tenía posibilidad de encontrar otro empleo y se desesperó. Por eso había bebido.

La progresión temática Antes de abordar el estudio de la progresión temática en los textos, es imprescindible fijar algunas nociones previas, como las de tema y rema o tematización y rematización, puesto que la progresión temática, entendida como estructura patente de un texto, no es sino la articulación sucesiva de temas y remas.

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Las nociones de tema y rema Los conceptos de tema y rema se aplicaron en un principio a enunciados oracionales simples. Posteriormente fueron adoptados por la gramática del texto por su utilidad como instrumento de análisis básico para dar cuenta de las concatenaciones que forma la estructura de los discursos, formulados como una sucesión de enunciados. En los enunciados oracionales simples hay siempre una conexión sintáctica entre un sujeto y un predicado gramaticales. La gramática tradicional, siguiendo este esquema, señalaba dos componentes en la oración: aquello de lo cual se afirma o niega algo (el sujeto) y lo que se afirma o niega del sujeto (el predicado). Sin embargo, en esta perspectiva, no queda claro el deslinde entre el plano gramatical y el lógico. Gramaticalmente, de hecho, aquello de lo cual se predica algo no tiene por qué coincidir necesariamente con el sujeto gramatical, que se caracteriza formalmente (y sólo formalmente) por su cualidad de condicionar la concordancia del verbo. Frente a la gramática tradicional, surgen otros enfoques que pretenden sortear esta vieja confusión proponiendo una articulación del enunciado fundamentada, bien en un criterio lógico (si se considera el enunciado en sí mismo), bien en un criterio psicológico (si se considera el punto de vista del hablante). Desde esta perspectiva, se distinguen en un enunciado cualquiera de los dos elementos básicos (que no siempre están explícitos):

Un sujeto lógico, entendido como un objeto del pensamiento presentado de forma unitaria y que puede expresarse con una o varias palabras.

Un predicado lógico, como aquello que se atribuye o predica de este objeto de pensamiento, expresado una como acción, un proceso, una cualidad, una propiedad...

Al primero, al sujeto lógico, se le denomina actualmente tema; el segundo, el predicado lógico, sería el rema. Estos términos, acuñados por la Escuela de Praga, son hoy día los más extendidos. Algunos autores prefieren distinguir entre sujeto lógico, que sería el ser que realiza realmente la acción y sujeto psicológico (lo que habíamos definido arriba como tema), de manera que en una oración como El perro fue golpeado por el amo, el amo sería el sujeto lógico y el perro el sujeto psicológico. Sin embargo, esta distinción parte de un error de base: el sujeto lógico no es el agente de la acción sino el objeto del pensamiento del cual se predica algo. Las gramáticas logicistas lo llaman sujeto lógico, mientras que las corrientes psicologistas, que toman como punto de partida la subjetividad del hablante, prefieren la denominación de sujeto psicológico, en este caso como sinónimo de sujeto lógico. Además de la terminología que hemos empleado nosotros de tema y rema, el sujeto y el predicado lógicos han recibido diversos nombres según las escuelas: sujeto y predicado psicológicos, tópico y comento, presuposición y foco, estos últimos de Chomsky. Tópico sería sinónimo de tema, y comento o foco sinónimos de rema. En cuanto a la presuposición, tendría aquí un valor diferente al que ya vimos en un apartado anterior, como concepto que se asocia al de tópico (o tema). Un tópico es cierta función que determina acerca de qué cosas se está diciendo algo. De modo semejante, un tópico se asocia a menudo

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con lo que "ya se sabe" (por el oyente) en algún contexto de conversación, o lo que "es presupuesto" (para ser identificado) por alguna oración. El comento (o rema) entonces, se asocia con lo que "no se sabe" (por el oyente) y se declara. El tema u objeto del pensamiento es lo que aparece previamente como dado en la mente en el acto de pensar. Como los sustantivos son las formas lingüísticas bajo las cuales podemos pensar la realidad de un modo independiente, el sujeto lógico o tema se presenta casi siempre bajo la forma de sintagma nominal, aunque esto no es indispensable. El predicado lógico o rema aparecerá después como elemento nuevo referido al tema. Dos ejemplos pueden servir para ilustrar estas nociones:

El cuervo espantado por nosotros se posó en la rama del árbol. En esta oración la representación mental previa es el cuervo espantado por nosotros. Este segmento constituye, por tanto, en este caso concreto, el tema. El resto del enunciado sería el rema.

Sobre la rama del árbol, había un cuervo posado. En este caso, la representación mental previa es la rama del árbol, es decir, el tema.

Como vemos, tema y rema pueden corresponderse con cualquier elemento o conjunto de elementos del enunciado, de forma totalmente independiente respecto de su articulación sintáctica. El tema, por tanto, no tiene por qué coincidir con el sujeto sintáctico. Así, en la oración Pepe hace gimnasia por las tardes, construida como respuesta a la pregunta ¿Cuándo hace gimnasia Pepe?, tendría como tema, es decir, como representación mental previa, Pepe hace gimnasia, y su rema, la predicación nueva que se añade a esa representación mental, por la mañana. No siempre esta distinción de tema y rema resulta inequívoca. Pueden darse casos que presenten una cierta ambigüedad, a pesar de su aparente simplicidad, de manera que se hace necesario analizar, no sólo el enunciado, sino también el proceso psíquico del hablante. Por ejemplo, una oración como Mi padre me ha comprado una bicicleta podría segmentarse inicialmente considerando mi padre como tema y el resto como rema. Sin embargo, hemos de recordar que hemos definido el tema como una representación mental y esta consideración nos obliga a analizar no sólo la estructura patente del enunciado, sino también cómo ésta se ha organizado internamente de acuerdo con el proceso de pensamiento. En este caso, habría, por tanto, otras posibilidades de interpretación. Por ejemplo, podría entenderse mi padre me ha comprado como objeto lógico unitario previo porque el hablante tuviera ya esta información (que sería lo normal si fuera el día de su cumpleaños) y el elemento nuevo predicado, la sorpresa del regalo, sería solamente la bicicleta. De este modo, invertiríamos el primer análisis, marcando ahora la bicicleta como rema y el resto como tema. Es imprescindible, por tanto, acudir a la perspectiva comunicativa del hablante que suele manifestarse en el acto de la enunciación, mediante marcas lingüísticas explícitas. En el ejemplo propuesto, el hablante podría, por ejemplo, recurrir a la ubicación de la pausa como rasgo significativo. Compárese:

Mi padre ... me ha comprado una bicicleta. Mi padre me ha comprado ... una bicicleta.

Otra cuestión que es necesario precisar es que no siempre tiene lugar la articulación tema / rema. Cuando el enunciado ofrece una información totalmente nueva que no contiene nada conocido de antemano, nos encontramos con un enunciado sin tema. Por ejemplo, en una conversación telefónica a larga distancia, la

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respuesta a la pregunta ¿Qué tiempo hace allí?, cualquiera que sea ésta (Hace frío, Llueve...), estaría constituida únicamente por el rema, puesto que todo el enunciado comunica algo nuevo. Hay diversas interpretaciones para este tipo de enunciados. Para algunos, se corresponden con una forma de pensar distinta del juicio. Otros, sin embargo, consideran que el sujeto lógico o tema está implícito en la situación o en el contexto, de forma tan evidente, que resulta prácticamente forzosa su elipsis: Aquí/ahora (tema) Llueve (rema). Esta última interpretación se corresponde con la necesidad de que para cualquier tiempo que no sea el presente, aparezca un deíctico o un circunstancial expreso que garantice la gramaticalidad: Ayer (tema) llovió (rema). Incluso, en algunas ocasiones, lo requeriría igualmente el presente: En mi clase (tema) hace frío (rema).

Tematización y rematización Se llama tematización y rematización a los dos procesos de alteración de tema y rema. La tematización, también conocida como topicalización, es la operación lingüística que consiste en convertir un elemento del enunciado en tema, es decir, en información conocida, marcándolo inequívocamente como tal; supone, por tanto, la selección de un elemento como "tópico" (lo consabido) o tema de la predicación. La rematización o focalización es el proceso inverso, esto es, la señalación de un elemento como rema (o foco). Las lenguas disponen de marcadores específicos para señalar la función tematizadora. Estos marcadores pueden ser morfemas o, como en castellano, el orden de palabras (normalmente, al elemento topicalizado se le asigna la posición inicial), la entonación (si el tema ocupa ya la posición inicial, se le separa del resto de la oración por medio de una pausa, como vimos en un ejemplo anterior) y determinados giros sintácticos enfatizadores, reduplicaciones léxicas o procedimientos fónicos. De los procedimientos señalados, el más habitual para marcar la topicalización consiste en la anteposición del tema dentro del enunciado. Normalmente, la información conocida es lo primero que se da, porque la memoria procesa mucho mejor lo que se dice al final. Esto produce una coincidencia casual con el sujeto gramatical que no es necesaria, ya que puede tematizarse cualquier constituyente de la oración: un complemento directo, un complemento indirecto, un circunstancial o, incluso, el predicado verbal entero. Así, en Está pasando por la calle una procesión, el tema es el predicado verbal está pasando por la calle; y aquí la tematización está provocada por el orden de palabras. De hecho, la inversión en el orden de los constituyentes haría aparecer como tema un elemento distinto. En otros casos, como ya hemos visto, es necesario separar con una pausa el tema cuando éste ocupa ya la posición inicial, para deshacer una posible ambigüedad. Por ejemplo, en Antonio, ¿cuándo dejará de hacer el tonto? Además, en español existen marcadores especializados en la función tematizadora, como en cuanto a, por lo que se refiere a, por lo que respecta a, en lo que concierne a... También es frecuente, sobre todo en la lengua coloquial, la reduplicación léxica para topicalizar un elemento lingüístico e intensificarlo. Si, por ejemplo, el tema aparece en infinitivo, el verbo se puede repetir después en forma personal, incrementado con las correspondientes marcas flexivas de persona, número, modo,

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tiempo... (Leer, leo, pero no escribo). Existe un procedimiento paralelo con adjetivos, que consiste en extraer el predicativo y anteponerlo; en este caso sí que se mantienen los morfemas de concordancia de género y número en el predicativo antepuesto (Listo, sí que es listo). Siel tema es un sintagma nominal o un elemento nominalizado, no se admite la repetición, sino que debe aparecer un pronombre átono correferencial en la frase (El pato, sí que lo odia). Cuando se tematiza un complemento directo, un complemento indirecto o un atributo, es necesaria una copia pronominal dentro de la oración; pero no ocurre lo mismo cuando se realiza esta operación con el complemento circunstancial, ya que no hay pronombres átonos en castellano para los sintagmas preposicionales con valor temporal o locativo. Escandell Vidal ha estudiado todas las posibilidades de las reduplicaciones léxicas con función topicalizadora. Por lo que respecta a la rematización o focalización, sería el proceso por el que se señala el foco o rema y, por tanto, el predicado lógico o elemento que aporta la información nueva. Consiste en la alteración del orden tema-rema, mediante un conjunto de procesos sintácticos que tienen como resultado que el rema aparezca en primera posición. Existen fundamentalmente tres recursos para cumplir esta función:

La dislocación a la izquierda del elemento rematizado, de manera que aparezca al principio y con una entonación especial de énfasis para que el oyente lo interprete como información nueva.

Determinados giros sintácticos.

La formulación de interrogativas parciales. En efecto, cuando se utiliza el primer procedimiento, sobre el rema o foco recae un peculiar acento de intensidad, con un fonema ascendente, cuando interesa destacar como tal un elemento. Entonces, dicho elemento aparece como nuevo, dándose por conocido el resto del enunciado (tema). Por otro lado, existen, como ya hemos señalado, giros focalizadores como fue...quien, lo que...fue, etc. Éstos son válidos tanto para la lengua hablada como para la escrita. El tercer procedimiento a que hacíamos referencia para focalizar es la interrogativa parcial. Cuando la formulamos e interrogamos por un sólo constituyente, estamos rematizándolo. Requiere una entonación especial y la posposición del sujeto (más adelante señalamos cómo éste es, precisamente, un rasgo típico de este proceso). En este tipo de oraciones interrogativas no podemos interrogar por más de un elemento o constituyente, de acuerdo con la norma de que es imposible rematizar más de un elemento del enunciado. La información nueva que se desconoce y se pide al oyente aparece al principio (¿Qué (R) estudia Juan?), no hay pausa entre el elemento por el que interrogamos y el resto de la oración, ni hay copia pronominal del elemento rematizado, porque éste se encuentra presente ya en la oración (¿Qué lo estudia Juan?). Frente a la tematización que puede afectar a varios constituyentes de la oración simultáneamente, sólo se puede rematizar un constituyente en cada oración. Además, como hemos visto en el caso de las interrogativas parciales, cuando se rematiza no hay copia pronominal ni pausa de separación: Rico (lo) es mi novio, guapo, no. Cuando se rematiza un elemento, el sujeto se sitúa al final del enunciado: De Atocha (R) sale el tren (T). Habría que señalar que la focalización aparece obligatoriamente en el discurso como rectificación a un elemento informativo que el hablante considera erróneo, inadecuado o ignorado por el interlocutor. Si no es así, el enunciado sería agramatical. Por ejemplo, en Es a Pedro a quien amo, sólo sería admisible la focalización del elemento Pedro en un contexto en el que se haya señalado o sugerido erróneamente que

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amo a alguien que no es Pedro o en una situación comunicativa que permitiera intuir esa hipótesis [mi madre pretende casarme con alguien que no es Pedro; alguien que no es Pedro pretende abrazarme...]. Resumiendo, podríamos decir que los procedimientos aquí señalados se caracterizan formalmente por los siguientes rasgos:

La tematización posee entonación especial, pausa y reduplicación pronominal.

La rematización no posee entonación especial, ni pausa, ni reduplicación pronominal y da lugar, además, a la posposición del sujeto.

Tema y rema en el análisis textual: la macroestructura Pero el ámbito en el que los conceptos de tema y rema se revelan como realmente operativos y útiles es en el del texto como unidad supraoracional. Al aplicar estos conceptos al texto como instrumento de análisis, encontramos que adquieren un valor nuevo: el de ser elementos básicos de cohesión y coherencia dentro del discurso, al asegurar la concatenación y enlace entre las oraciones que lo integran. Lo nuevo y lo consabido se refieren ahora exclusivamente a formulaciones concretas del texto, no a procesos mentales como veíamos antes, por lo que su reconocimiento es mucho menos problemático. Dentro del texto, para decidir cuál es el tema y el rema de una oración del conjunto, es necesario tener en cuenta las oraciones anteriores y el contexto sintáctico en general. Por ejemplo:

Mi hermano tenía siempre miedo por las noches. Mi madre le dejaba la luz encendida y entonces él se quedaba tranquilo.

En este texto el tema de la primera oración es mi hermano y el resto es el rema. En la segunda oración, el tema sigue siendo el mismo, representado por el pronombre le, al igual que en la tercera, representado por él. En conclusión, podríamos señalar que se considera tema dentro de un texto aquello que contiene lo ya conocido o presupuesto y que, en consecuencia, posee la menor información en un contexto dado o en situación de enunciación. Mientras que el rema sería aquel elemento o conjunto de elementos que aportan el contenido fundamental del mensaje en un contexto dado o en una situación determinada; lo que expresa lo nuevo, lo que se comunica acerca del tema; es decir, lo que resulta más rico en información con respecto al tema.

En general, en el texto, se considera como tema, por tanto, aquello que ha sido ya presentado en el mismo texto, un elemento implícitamente consabido que el hablante presupone que es perfectamente conocido por el oyente por formar parte de sus conocimientos extralingüístico y de su conocimiento del mundo.

La progresión temática, término desarrollado por Frantisek Danes, como elemento básico de la macroestructura de un texto, es uno de los elementos básicos de la cohesión textual. Como factor de coherencia, es decir, a la hora de considerar la unidad que presenta el texto, la progresión temática funciona como elemento ordenador de la estructura patente, mediante la articulación sucesiva de temas y remas concatenados de diversa forma.

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La progresión temática es definida por Danes como todo el conjunto de relaciones temáticas del texto, su armazón, esto es, la concatenación y conexión de los temas, su interrelación y jerarquía, sus relaciones con los fragmentos de texto y con el conjunto textual, así como con la situación.

Hay distintas opciones posibles en cuanto a los modelos de organización interna que permite la progresión temática. Algunas de las más frecuentes son las siguientes:

Progresión lineal simple. En este procedimiento el rema de una oración (o parte del mismo) se convierte en tema de la siguiente:

Tengo (T1) un perro (R). Le (T2) he escogido un nombre bonito (R). Lo (T3) elegí entre varios (R).

Progresión de tema constante. En esta progresión, todos los enunciados comparten el mismo tema, al que se le van asignando nuevos remas. El tema puede aparecer explícitamente o quedar elíptico:

Mi perro (T1) se llama Rex (R). 0 (T1) Es podenco (R). Ningún perro (R) le (T1) supera en inteligencia (R).

Progresión mediante temas derivados:

Los domingos (T1) voy de caza (R) porque en este pueblo (T2) abundan las perdices (R).

Progresión mediante la conversión del rema en tema de los siguientes enunciados. El rema se reinterpreta como compuesto de dos o más elementos y cada uno de ellos se va utilizando sucesivamente como nuevo tema:

En la habitación (T) habría varias personas (R). Unas (T2) y otras (T3) miraban.

Progresión mediante la aparición de un nuevo tema, para volver posteriormente a retomar el tema inicial; o bien tomando un tema directamente del contexto de manera que el elemento tematizado no es un rema anterior, etc.

La progresión temática tiene una especial relación con un aspecto básico en la estructuración y coherencia textual, como es el desarrollo comunicativo a partir del tema del texto. La articulación de temas y remas es uno de los principales medios de la coherencia del texto, del movimiento del pensamiento de una frase a otra. Sin embargo, para que un texto sea coherente, no basta la progresión temática, aunque probablemente sea el factor más importante de coherencia. Además, también es necesaria una cohesión textual para favorecer esa coherencia pragmática, global, del texto, del discurso. Vamos a analizar brevemente los principales mecanismos de cohesión textual, para poder facilitar una visión de conjunto breve sobre estos elementos básicos favorecedores de las principales propiedades del texto.

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Cohesión: procedimientos

Fuente bibliográfica:

1. HERNÁNDEZ GIL, JAVIER (2008): Introducción a la lingüística textual. Colaborador de

Estudios del Lenguaje en CONTRACLAVE. ES. Otros estudios: Lingüística pragmática.

Comentario de texto dialectal oral; Comentario fonético-fonológico del Poema de Mío

Cid y otros. Disponible en: http://goo.gl/Qyvd0J

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Procedimientos de cohesión textual La recurrencia La recurrencia, o repetición de un elemento del texto en el texto mismo, se suele considerar como uno de los procedimientos fundamentales de cohesión textual. Se pueden distinguir diversos tipos de repetición. Nos vamos a referir a tres de ellos: la mera reiteración léxica, la repetición léxica sinonímica y la repetición léxica de lo designado.

a. Mera reiteración léxica: se repite un elemento léxico en su identidad material y semántica: Juan está jugando con el balón. Es el balón que le regalaron sus padres.

b. Mediante la repetición léxica sinonímica el hablante reitera el significado de un elemento utilizando un sinónimo léxico. Es conocido que los sinónimos estrictos (palabras con idéntico valor semántico pertenecientes a una misma lengua funcional) son extremadamente raros en el léxico común de las lenguas naturales; en la terminología, en cambio, se dan con relativa frecuencia: pretérito indefinido o perfecto simple, etc.

c. En la repetición léxica de lo designado se produce identidad referencial o coincidencia en la designación extralingüística: por ejemplo, la designación del balón en una crónica deportiva, mediante los lexemas esférico, pelota, cuero, etc. Mediante estos dos últimos procedimientos de recurrencia se logra la variatio retórica. Ejemplo: "El Deportivo batió el pasado domingo su récord de contactos con la pelota. Los blanquiazules tocaron el esférico en 609 ocasiones. Sin embargo, cabe hablar de empacho de balón en Vallecas".

d. La repetición léxica mediante hiperónimos, como veremos más adelante. La recurrencia va frecuentemente asegurada y reforzada por la presencia de determinadas piezas lingüísticas con función anafórica (o catafórica): artículo, determinantes, así como otros elementos de valor próximo (tal, semejante, tanto...): Me encontré un perro suelto por la calle. El chucho había sido abandonado por su amo. Otro uso del artículo que posee relevancia cohesiva es el denominado "uso anafórico asociativo", basado en el conocimiento general del mundo y en el hecho de compartir unos mismos presupuestos culturales: Había un naranjo en el patio. Tenía las ramas algo vencidas por el peso, y el tronco ligeramente inclinado. En la anáfora asociativa tienen comportamiento diferente el artículo y los demostrativos. Así como es posible la secuencia anafórica He comprado un libro viejo; tenía las hojas deterioradas, no lo es, en cambio, He comprado un libro viejo; tenía estas hojas algo deterioradas.

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La sustitución La sustitución o sustitución pronominal consiste en la reiteración de una determinada unidad del texto mediante el empleo de proformas de contenido muy general, especializadas en esta función sustitutora. Algunos autores distinguen entre proformas léxicas, pronombre y pro-adverbios. Las proformas léxicas son lexemas especializados en la sustitución. Pueden tener valor nominal (como los sustantivos cosa, persona, hecho) o valor verbal, como el proverbo hacer:

Ayer colisionaron dos vehículos en la carretera nacional VI. El hecho se produjo a las cuatro de la tarde.

Pedro trabaja. Juan hace lo mismo. El verbo hacer puede emplearse también con función catafórica: ¿Qué está haciendo Pedro? -Estudiando. Corresponde a la descripción gramatical establecer las restricciones que puedan existir en el uso de las proformas. Así, por ejemplo, el verbo hacer serviría de sustituto a verbos que significan 'acción', pero no podría sustituir a formas como estar, parecer, ser, etc.:

Antonio está cansado. Y lo mismo hace Andrés. Se puede considerar la sustitución con proformas léxicas como un caso más de sustitución léxica mediante hiperónimos (lexemas que poseen un significado muy general y abarcador):

En los alrededores se veían olivos, almendros y naranjos. Todos estos árboles son de plantación reciente. Entre los pronombres, sólo los de tercera persona pueden considerarse sustitutos textuales, es decir, sustitutos de elementos ya aparecidos (o por aparecer: función catafórica) en el texto: Juan y María prepararon bien el examen. Él aprobó, pero ella no pudo presentarse. Las formas él y ella del ejemplo anterior cumplen una función endofónica: remiten a unidades presentes dentro del texto. También pueden remitir a referentes que están fuera del texto (referencia exofónica), pero que resultan identificables por los oyentes. Los pronombres personales de primera y segunda persona se usan siempre, en cambio, con función exofórica (hacen referencia a las personas -yo, tú- que intervienen en la comunicación), por lo que sólo se consideran sustitutos textuales los pronombres personales de tercera persona. Poseen también función sustitutiva textual los llamados reflexivos, recíprocos, los relativos, indefinidos, posesivos y demostrativos. Ejemplos:

a. Pedro escuchó el despertador y saltó de la cama. A los pocos minutos se había duchado ya. b. Juan y María pasearon toda la tarde. Al anochecer, se despidieron. c. Se sabe de memoria el libro. Lo cual no quiere, decir que lo haya entendido. d. Los congresistas terminaron sus trabajos a las siete. Algunos fueron al teatro. Otros se marcharon

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al hotel. e. Alfonso llegó tarde. Le retuvieron en su oficina. f. Manifestantes -y policía se retiraron poco después. Aquéllos, a sus casas; ésta, a su cuartel.

En el ejemplo siguiente, el demostrativo manifiesta función catafórica, es decir, anticipa el elemento sustituido: La solución es ésta: tú te encargas de redactarlo y yo lo mecanografío. Los proadverbios pueden emplearse para sustituir elementos del texto con función adverbial (en empleo endofórico):

a. Los encontramos en el monte. Allí estaba también Juan. b. Pedro toca el piano todos los días. Así descansa.

El uso exofórico, en cambio, carece de relevancia textual: Hace frío. Aquí, sin embargo, se está bien.

La elipsis El término elipsis designa un conjunto de fenómenos lingüísticos bastante heterogéneo. El diccionario académico lo define así: "Figura de construcción, que consiste en omitir en la oración una o más palabras, necesarias para la recta construcción gramatical, pero no para que resulte claro el sentido. ¿Qué tal? por ¿Qué tal te parece?". No todo lo que se sobrentiende está elíptico, sino sólo aquello que afecta a la constitución material de la unidad lingüística que se considere. Se trata, en general, de ciertas "ausencias" o "supresiones" de elementos lingüísticos en un texto. Así ocurre en expresiones como

a. ¡Fuera! b. Imposible llegar vuelo previsto enfermedad grave Juan. c. ¿Terminarás el trabajo esta semana? -Quizá. d. Pedro visitó la catedral; María, el museo.

Suelen distinguirse dos tipos de elipsis: la telegráfica y la contextual. La primera es característica de textos como los telegramas, titulares periodísticos, señales indicadoras, anotaciones informales, recados, etc. Las supresiones de elementos en este tipo de elipsis afectan sobre todo a los determinantes, morfemas verbales, preposiciones, conjunciones. Es frecuente en la elipsis telegráfica el carecer de contexto lingüístico. Sólo el conocimiento de la situación, de las circunstancias de la enunciación, pueden orientar la interpretación del texto. Se trata de una elipsis dependiente del contexto extralingüístico. Algunos lingüistas han pedido mayor atención hacia este tipo de elipsis. Su empleo es tan frecuente y sistemático que no puede considerarse como una forma anómala de comportamiento verbal. La expresión elíptica representa, muchas veces, lo esperado y lo apropiado. El uso explícito de todas las formas verbales podría resultar redundante y pesado. Parte de la competencia lingüístico-idiomática y textual de un hablante consiste precisamente en saber hacer uso de la elipsis. La elipsis contextual, en cambio, cuenta con el contexto lingüístico. Se denomina también elipsis dependiente del contexto verbal o anafórica.

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Este tipo de elipsis tiene particular interés desde el punto de vista textual, debido a su función cohesiva. A ella dedicaremos los apartados siguientes. La elipsis no anafórica, por el contrario, al depender de la situación extralingüística (por ejemplo: Deme tres) y no del contexto lingüístico, carece de pertinencia cohesiva, por lo que queda fuera de nuestro interés.

La elipsis nominal

Halliday y Hasan dividen el tratamiento de la elipsis en nominal, comparativa y oracional.

La nominal es la que se da dentro de los límites de la frase nominal. En la frase nominal elíptica no se expresa el núcleo, y la frase queda representada por los restantes modificadores:

a. Hoy tienen clase los alumnos de tercero; y mañana, los de segundo. b. Ahora voy a leer este periódico; y más tarde, aquél. c. Ayer marcaba el termómetro 17 grados; y hoy, 10.

La frase nominal elíptica ha de disponer, en el contexto verbal o en el de situación, de la información precisa para llenar la laguna. Esta información se encuentra, por lo general, disponible en una frase nominal precedente. Si esta otra frase nominal aparece en una oración distinta, la elipsis resulta cohesiva.

Una cuestión que se plantea es la de qué elementos de la frase nominal antecedente retoma la frase nominal elíptica. Ya se ha dicho que, al menos, el núcleo nominal. Pero pueden retomarse también otros elementos más, por ejemplo, en Tengo dos relojes digitales de cuarzo que me trajeron de Japón. Te regalo uno, la frase nominal elíptica otro no retoma no sólo el núcleo nominal reloj, sino también los adyacentes digital, de cuarzo y que me trajeron de Japón.

No siempre ocurre esto, sin embargo. La selección de elementos retomados de la frase antecedente por la frase elíptica depende también de factores extralingüísticos. Por ejemplo, si al enunciado anterior añadimos la réplica del interlocutor - No, gracias; ya tengo yo otro, la frase nominal elíptica otro no retoma necesariamente digital, de cuarzo y que me trajeron de Japón. La frase elíptica puede retomar (presuponer) todos los restantes elementos del antecedente "siempre que no los rechace la presencia de uno de la misma clase en la frase nominal elíptica" (Mederos, Procedimientos de cohesión en el español actual).

Halliday y Hasan observan una escala de preferencia a la hora de retomar algún elemento no nuclear del antecedente, escala que seguiría el siguiente orden de mayor a menor probabilidad de ser retomado: modificador restrictivo (frase preposicional) ? adjetivo ? cuantificador. El definidor no se presupone normalmente.

Toda frase nominal elíptica contiene algo de información nueva que es justamente en lo que se diferencia de su antecedente. A veces el énfasis fónico puede orientar el rechazo de un elemento de la frase nominal antecedente. Sucede especialmente en la réplica: Te fumaste 20 cigarrillos rubios. -Me fumé 10.

La elipsis comparativa

Cuando en estructuras comparativas como las que siguen:

a. Tu casa tiene el mismo estilo que la mía. b. ¿No quieres ir al cine? -No, prefiero dar un paseo a ir al cine,

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omitimos los términos de la comparación (que la mía, a ir al cine) por estar presentes en el contexto verbal, estamos ante un empleo cohesivo de la comparación.

La elipsis cohesiva se establece generalmente omitiendo el término de la comparación (anáforo cero), que enlaza cohesivamente con un segmento precedente para su adecuada interpretación. Siempre, por tanto, que en una estructura comparativa se omite el término de comparación por aparecer éste en el contexto verbal, se entabla un lazo cohesivo.

La elipsis verbal

Nos encontramos ante una elipsis verbal cuando el lugar que en una construcción corresponde a una forma verbal, sola o acompañada de adyacentes, está vacío por presuponerse en el contexto verbal o situacional. Si como contexto actúa una oración contigua, normalmente la precedente, la elipsis tiene carácter cohesivo. La elipsis verbal puede afectar a formas verbales personales o a formas no personales:

Elipsis de formas personales del verbo

Generalmente la elipsis de las formas verbales personales se da en respuestas a preguntas por la confirmación o la identidad del verbo en forma no personal. En la elipsis del verbo en forma personal se presuponen determinados elementos de la oración precedente: el propio verbo elidido y, consecuentemente, la persona y el número, el tiempo y la voz.

¿Vas a pasear? -No, a estudiar.

¿Estás estudiando? -No, leyendo.

Me han dicho que tienen recogidas cien firmas. -No, prometidas.

Elipsis de formas no personales

La elipsis de verbo no personal se encuentra rigurosamente restringida a un conjunto de verbos, tales como deber, pensar, poder, querer, saber, soler, lograr, conseguir... que poseen la particularidad de poder combinarse con infinitivo.

¿Sabes tocar la guitarra? -(No), no sé.

¿Piensas ir al concierto? -(No), no pienso.

¿Sueles ver la televisión? -(No), no suelo.

Algunos verbos no admiten ir solos en la respuesta, y necesitan un pronombre átono que remite al verbo no personal, como por ejemplo mejorar, odiar:

¿Consigues mejorar? -(No), no lo consigo-

¿Odias madrugar? -Sí, odio.

Función informativa y orden de los constituyentes

Otro factor lingüístico que contribuye a la cohesión del texto es la organización o estructuración "informativa" de los elementos del enunciado.

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Desde este punto de vista "informativo", los componentes de un enunciado suelen polarizarse en elementos "conocidos" (lo que suele llamarse tema, tópico, presuposición...) y elementos "nuevos" (rema, comentario, foco). El hablante puede utilizar esta posibilidad de polarizar la información de acuerdo con la finalidad de su discurso, y en función de factores contextuales o situacionales de diverso tipo:

Un petrolero cargado de crudo naufragó en La Coruña.

Naufragó un petrolero cargado de crudo en La Coruña. Se suele entender por tema aquello acerca de lo cual trata el mensaje; o bien la información que se considera ya conocida. Rema, en cambio, es aquello que se dice sobre el tema, o bien lo que se presenta como información nueva. Según este planteamiento, en un enunciado simple como el ejemplo primero anterior, con el orden Sujeto-Verbo, el sujeto sería el tema, y el verbo, el rema; mientras que en los enunciados con el orden Verbo-Sujeto, como en el otro, el verbo sería temático y el sujeto remático, suponiendo que la entonación y el énfasis acentual no contradigan lo expresado por el orden de los constituyentes. Ahora bien, como resulta extraño que al interpretar la estructura Verbo-Sujeto se considere al verbo como tema (téngase en cuenta que, según esta teoría, sólo los miembros nominales, y no los verbos, estarían destinados por su propio modo de ser a funcionar como tema); y como, por otra parte, comprobamos que los enunciados con estructura Verbo-Sujeto se presentan sobre todo como respuestas a la pregunta, explícita o implícita, ¿Qué hay? ¿Qué ha pasado? (pregunta que no concierne a un actante -como, por ejemplo, ¿quién...?-, sino que es una pregunta global, que se refiere a un suceso o a un hecho), parece más acertado concluir que tales enunciados Verbo-Sujeto, como el citado, no son bimembres, sino que comprueban un hecho global, indivisible. En cualquier caso, la pregunta fundamental es si los enunciados vistos antes, que se diferencian formalmente por el orden de sus constituyentes, tienen también alguna diferencia de contenido y, en ese caso, en qué consiste tal diferencia. Frente a la teoría según la cual todos los enunciados poseerían una estructura informativa dicotómica o bimembre (tema y rema), pensamos que existen dos tipos de enunciados:

los de estructura informativa dicotómica, con el orden Sujeto-Verbo, bimembres, analizables en tema y rema (enunciados categóricos, siguiendo la terminología de Ulrich); y

los de estructura informativa unimembre, de tipo global, sin tema y sin rema, que en varias lenguas (las románicas entre ellas) se expresan esencialmente mediante el orden Verbo-Sujeto (enunciados téticos).

La oposición tético/categórico se refiere, pues, al tipo de información que proporciona un enunciado, establecida en términos de "referencia a un hecho" / "referencia a un actante", de acuerdo con lo dicho antes: un enunciado tético establece un hecho de modo global y posee, por ello, una estructura informativa unimembre: Llegaron las lluvias, y un enunciado categórico representa una "predicación" acerca de un actante y es, por ello, bimembre (tema: actante; y rema: predicación): Las lluvias han sido insuficientes.

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El enunciado de estructura informativa unimembre (tética) puede subdividirse en varios tipos:

Enunciado presentador de existencia: construcciones existenciales en las que se establece simplemente la existencia de un hecho, de una cosa, de un actante: Hay pan.

Enunciado presentador de suceso. Todos los enunciados presentadores de suceso (excepto los que contienen sólo un verbo impersonal: llueve) contienen también actantes, si bien la información no se concentra en ellos, sino que éstos forman con el suceso una unidad indivisible: "el actante es sólo una parte o un aspecto del suceso" (Ulrich).

En español la oposición tético/categórico se realiza a través del orden de los constituyentes del enunciado: el orden Verbo-Sujeto corresponde a la estructuración unimembre o tética; y el orden Sujeto-Verbo, a la estructuración bimembre o categórica (tema-rema). La estructura tética puede tener (salvo el caso de verbo sin actante: nieva) uno, dos o tres actantes:

construcciones téticas con verbos intransitivos y un solo actante: Llega el avión de las tres, Se ha marchado Pedro, Murió el abuelo, Cae el telón, Se ha estropeado el ordenador

construcciones con dos actantes: Se me ha averiado el coche, Me duelen las muelas.

construcciones con tres actantes: Me ha dado el profesor una buena nota. Son muy frecuentes en español las construcciones téticas con actante primero indeterminado y verbo en tercera persona del plural: Llamaron por teléfono, Preguntaron por ti, Trajeron estos libros... La estructura categórica puede presentar diferentes subtipos, como los siguientes:

S-V: El tren llegó a su hora.

S-V-OD: Los montañeros lograron su objetivo.

OD-V-S, OI-V-S: Eso dije yo, A Juan le traía sin cuidado el fútbol.

S-V-OD-OI: Juan entregó un libro a Pedro.

La particular estructura informativa que un hablante imprime en su discurso, mediante el uso de una u otra construcción, está, pues, en función de la finalidad perseguida con el acto de habla, así como en dependencia del contexto -por ejemplo, respuesta a una determinada pregunta del interlocutor- y de la situación en que se produce la acción discursiva. Y esa peculiar estructura informativa representa un factor de cohesión textual. El orden tético, en tanto que expresión de una comprobación, tiene una función "introductiva", enmarcadora y descriptiva (designa lo simultáneo) en los textos, mientras que el orden categórico es "continuativo" y, por ello, narrativo.

Digamos, por último, que el orden de palabras puede estudiarse en los diversos estratos gramaticales: frase, oración, texto. Así, por ejemplo, en la pálida luna / la luna pálida, estamos ante un caso de funcionamiento del orden de palabras en el nivel de la frase. Respecto de oraciones del tipo Naufragó un petrolero cargado de crudo en La Coruña, observa atinadamente Coseriu que el orden de constituyentes puede considerarse desde dos perspectivas diferentes: en el nivel de la oración, es facultativo (mera variación estilística, en contraste con Un petrolero cargado de crudo naufragó en La Coruña); "pero no es facultativo en el nivel gramatical del texto, ya que a este nivel expresa lo tético en cuanto opuesto a lo

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categórico" (Coseriu). En el nivel del texto los hechos materiales de orden de palabras pueden emplearse para diversas formas de "topicalización", como se verá a continuación.

Topicalización

La topicalización o tematización consiste en la selección de un elemento como "tópico" o tema de la predicación. En español existen diferentes formas de marcar esa selección: asignando al elemento topicalizado la posición inicial, o bien -si esa posición ya le corresponde- separándolo del resto de la oración por una pausa, anteponiéndole expresiones topicalizadoras, así como mediante reduplicación léxica, procedimientos fónicos, etc.

Veamos ejemplos de algunos de los procedimientos topicalizadores:

a. Antonio, ¿cuándo dejará de meterse donde no le llaman? b. Los ancianos, ¡cómo se los discrimina!

Existen en español algunos marcadores especializados en la función tematizadora, tales como en cuanto a, por lo que se refiere a, por lo que respecta a, en lo concerniente al etc.:

c. Por lo que respecta a los ancianos, no hay duda de que se los discrimina. d. En cuanto a ventas, la actividad de la empresa ha disminuido.

Un procedimiento tematizador particularmente frecuente en la lengua coloquial consiste en la reduplicación léxica (Escandell). El tema aparece en infinitivo, y el verbo se repite después en forma personal, incrementado con las correspondientes marcas flexivas de persona, número, modal- temporales, etc. El sistema conoce diversas construcciones:

e. Leer, leo, pero no escribo f. Nevar sí que nevó g. Como tenerlo, lo tiene h. Llover llover, lo que se dice llover, no llovió

Existe un procedimiento paralelo con adjetivos, que consiste en extraer el predicativo y anteponerlo. En este caso sí se mantienen los morfemas de concordancia de género y número en el predicativo antepuesto:

i. Listo, sí que es listo (Listo, sí que lo es)

Cuando el componente tematizado es una frase nominal determinada, no se admite la repetición, sino que debe aparecer un pronombre átono correferencial con la frase:

j. El bacalao, (sí que) lo odia

Los marcadores u operadores discursivos

Observaciones generales Ya hemos comentado que Gili Gaya señaló cómo, en ocasiones, "las conjunciones no son ya signo de enlace dentro de un período, sino que expresan transiciones o conexiones mentales que van más allá de la

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oración. Así, ciertas conjunciones relacionan a veces la oración en que se hallan con el sentido general de lo que se viene diciendo". Tales conjunciones quedan englobadas dentro de lo que denomina "enlaces extraoracionales". En realidad, las piezas lingüísticas que tienen como función marcar relaciones que exceden los límites de la sintaxis oracional constituyen un conjunto bastante heterogéneo de elementos. Tal heterogeneidad se pone de manifiesto en las vacilaciones que se observan al establecer el estatuto de estas unidades. La diversidad de términos con que se las designa es suficientemente revelador: marcadores textuales o de discurso, operadores discursivos, ordenadores del discurso, operadores pragmáticos, conectores discursivos, enlaces extraoracionales, etc. Martín Zorraquino aboga por el mantenimiento del término tradicional partícula, "que tiene la ventaja de resultar apto para referirse a elementos que operan en la gramática de la oración y en la del discurso (o en el marco de la enunciación); el uso del término partícula podría favorecer, por ello, el estudio del 'sentido' fundamental de las unidades aludidas, que, muchas veces, (quizá no siempre), remite a un valor subyacente a ambos planos (la oración y el discurso). En cualquier caso, junto a partícula debería utilizarse especificaciones que hicieran explícito el nivel de análisis en el que se opera (partículas discursivas/partículas oracionales). Nosotros emplearemos las denominaciones de marcadores, operadores o partículas discursivas. Se trata de piezas lingüísticas como las que aparecen destacadas en los enunciados que siguen:

a. Evidentemente, esta discusión carece de sentido b. Le han suspendido cuatro asignaturas, o sea, un desastre c. Juan ha descubierto un documento muy interesante. Por cierto, yo tengo copia de ese documento. d. Hace mucho frío. -Pues a mí no me lo parece. Claro, llevando ese abrigo... e. En Italia existen volcanes en actividad. Por ejemplo, el Vesubio. f. Bueno, vamos a terminar la reunión. g. Su nombre no era Ulises. En realidad, no tenía nombre. h. En primer lugar, está la belleza de su poesía; en segundo lugar, la importancia de sus temas. Luego

está lo sugerente de los símbolos. Y, por fin, las antítesis de que gustó manejar Lo primero que salta a la vista es la heterogeneidad en lo que respecta a la categoría gramatical de las piezas que se incluyen en la clase "marcadores discursivos": conjunciones, interjecciones, locuciones adverbiales, prepositivas conjuntivas, adverbios, etc. Pero, al mismo tiempo, coinciden en su carácter invariable y en su (casi) total lexicalización. Es frecuente, asimismo, la acumulación de partículas: pues bien, ni aun siquiera, o sea que, etc. Otro rasgo general de los marcadores consiste en la dificultad de establecer su valor general de lengua (invariante semántica), es decir, el significado subyacente a todos los posibles empleos discursivos. Tal dificultad se agrava por la "multifuncionalidad de muchas partículas (su aptitud para operar en un marco transoracional y para servir también de elementos relacionales de distinto tipo en la sintaxis de la oración)”, lo que "determina que no siempre quede claro, para muchas de ellas, si se usan como operadores modales en el discurso o si, simplemente, representan conexiones interoracionales" (Martín Zorraquino).

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Englobaremos todas estas formas bajo la denominación general de "marcadores de función transoracional". Y clasificaremos, a su vez, estos marcadores en los dos siguientes apartados: adverbios modificadores oracionales, y marcadores de función textual. Adverbios modificadores oracionales Se trata de adverbios que presentan una función no identificable con la de aditamento. Comparemos:

a. Todo terminó desgraciadamente, y b. Todo terminó, desgraciadamente.

En (a) desgraciadamente cumple función típica de aditamento, conmutable por el proadverbio de modo así. Todo terminó así. En (b), en cambio, no es posible tal conmutación: *Todo terminó, así. Caracterización de los modificadores oracionales Algunos autores denominan esta función adverbial "comentario oracional periférico" (Alcina-Blecua). Alarcos propone el nombre de " modificadores oracionales" (1994). Los modificadores oracionales no determinan el contenido léxico del verbo, como hacen los adverbios o aditamentos, sino que afectan a la oración en su totalidad, introduciendo comentarios relativos a elementos externos a la oración. Cumplen, en suma, un papel 'contextualizador', en virtud del cual el mensaje queda ubicado en una situación comunicativa más amplia" (Álvarez Menéndez: El adverbio y la función incidental). De ahí el carácter "marginal" o "periférico" que se les atribuye. Comparten una serie de rasgos con los adverbios y locuciones adverbiales de función textual. Así, desde el punto de vista distribucional, se desplazan libremente por la oración, y, fónicamente, van entre pausas:

a. Afortunadamente, ellos previeron las consecuencias. b. Ellos, afortunadamente, previeron las consecuencias. c. Ellos previeron, afortunadamente, las consecuencias. d. Ellos previeron las consecuencias, afortunadamente.

No admiten la sustitución por adverbios interrogativos:

a. Ellos, afortunadamente, previeron las consecuencias. b. *¿Cómo previeron ellos las consecuencias? -Afortunadamente;

frente a:

a. Ellos previeron las consecuencias con cautela. b. ¿Cómo previeron ellos las consecuencias? -Con cautela.

Tampoco admiten su integración en la unidad enfatizada de una estructura "ecuacional".

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Comparemos:

a. Ellos fueron, afortunadamente, quienes previeron las consecuencias. b. *Afortunadamente, fue como ellos previeron las consecuencias.

Frente a:

a. Ellos previeron las consecuencias con cautela. b. Con cautela fue como ellos previeron las consecuencias.

Aun cuando pueden combinarse con adverbios o sintagmas en función de aditamentos, no pueden coordinarse con ellos, lo que demuestra una vez más su carácter heterofuncional:

a. Ellos previeron las consecuencias con cautela, afortunadamente. b. *Ellos previeron las consecuencias con cautela y afortunadamente.

Clasificación de los modificadores oracionales Podemos clasificar los adverbios oracionales en función de aquello que comentan. El comentario oracional puede expresar la actitud del hablante acerca del contenido del enunciado (ciertamente, desgraciadamente, claramente, verdaderamente, realmente, felizmente, naturalmente, etc.): Las cosas ocurrieron, ciertamente, como dices. También puede referirse el comentario a la producción misma del enunciado, o sea, a la enunciación, ya sea del hablante o del oyente (francamente, sinceramente, honradamente, honestamente, etc.):

Francamente, no sé qué pasa

Sinceramente, ¿por qué no has venido? O, en último lugar, puede tratarse de algún comentario que afecte al texto en cuanto tal. Este comentario puede ser:

Metatextual (brevemente, esquemáticamente, escuetamente, resumidamente, etc.:): Resumidamente: no veo la necesidad de hacer ese viaje,

Temático (expresa el tema, aspecto, punto de vista, etc.: formalmente, estilísticamente, etc.): Estilísticamente, no veo aspectos de relieve;

Expresivo de algún tipo de orden o relación lógica (primeramente, posteriormente, simultáneamente, finalmente, consiguientemente, etc.): El médico se retrasó. Consiguientemente, no pudo atenderle cuando más le necesitaba

Algunas formas pueden funcionar en más de un paradigma: claramente (de enunciado y metatextual), estrictamente (ídem), etc.

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En esquema:

Barrenechea denomina a estas formas "operadores pragmáticos de actitud oracional"; las considera formando grupo con otros adverbios y locuciones adverbiales. Establece la siguiente clasificación, en función del contenido semántico expresado por el adverbio:

1. Actitud emocional (expresivo-valorativa): felizmente, desgraciadamente, lamentablemente, 2. Gradación en el discurso aseverativo, donde se distingue:

a. La "suspensión motivada de la aserción": posiblemente, probablemente, seguramente, prácticamente,

b. El "refuerzo de la aserción": ciertamente, efectivamente, evidentemente, exactamente, realmente, precisamente, etc.;

c. "Juicio no basado en la realidad": aparentemente, teóricamente.

Marcadores de función textual

En este apartado incluimos un conjunto numeroso, abierto, de piezas lingüísticas, no todas fácilmente catalogables en los repertorios tradicionales de clases de palabras (adverbio, preposición, conjunción, interjección). Si a esto añadimos el fenómeno, no raro, de que una misma forma tenga comportamientos morfológicos y funciones sintácticas propios de diferentes "partes de la oración" (por ejemplo, pues, entonces, bueno, claro, hasta, incluso, etc.), el recurso a términos como partícula o marcador, con la determinación del alcance transoracional o textual de su función, queda justificado.

Un rasgo de los marcadores de función textual aquí considerados es su acusada multifuncionalidad, con la dificultad que esto supone a la hora de deslindar el valor general de lengua, de los diferentes usos o empleos ocasionales (acepciones).

El adecuado tratamiento científico de estos marcadores reclama un estudio monográfico semasiológico de cada forma, atendiendo a los diferentes planos de la descripción lingüística: fónico, morfológico, sintáctico, pragmático. Esto daría lugar a un diccionario de partículas o marcadores discursivos, que cada vez se echa más en falta en español, si bien es cierto que ya contamos con algunas monografías sobre varias formas, así como con atinadas caracterizaciones en diversos tratados gramaticales.

Con fines clarificadores, agruparemos los marcadores de acuerdo con la función textual que desempeñan. Consignamos sólo las formas o expresiones ya lexicalizadas o en muy avanzado proceso de lexicalización, sin pretensión de agotar el repertorio ni de funciones textuales ni de marcadores discursivos. Algunas formas, debido a la mentada multifuncionalidad, aparecen registradas bajo más de una función textual.

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Las funciones textuales y sus marcadores ACLARACIÓN: véase "explicación". ADICIÓN: y, además, asimismo, más aún, todavía más, incluso, aparte, encima, después, de igual forma,

también, por otra parte, por otro lado. ADVERTENCIA: ¡cuidado!, ¡ojo (con)! ¡eh!, mira, oye, etc. AFIRMACIÓN: Sí, claro, exacto, cierto, evidente, de acuerdo, sin duda, correcto, seguro, vale, okey, por

supuesto; véase "asentimiento", "aprobación". APROBACIÓN: bien bueno, vale, okey, de acuerdo, etc. Véase "asentimiento" y "afirmación". ASENTIMIENTO: Claro, sí, en efecto, vale, bien, bueno, sí por cierto, por de contado, por descontado, desde

luego, por supuesto. Véase "aprobación" y "afirmación". ATENUACIÓN: si acaso, en todo caso, siquiera, en cierta medida, en cierto modo, hasta cierto punto. (AUTO) CORRECCIÓN: bueno, mejor dicho, o sea, o, por mejor decir, digo, ¡qué digo." vaya, quiero decir, vamos. CAUSALIDAD: pues (tónico), entonces, en consecuencia, por consiguiente, por lo tanto, así pues, de ahí

(que), por eso, por ello, por lo cual, por ende. CIERRE DISCURSIVO: en fin, por fin, por último, y, esto es todo, he dicho, nada más. COMIENZO DISCURSIVO: bueno, bien, hombre, pues, (en contestación a llamada telefónica, en España:

¿sí?, ¡díga(me)?, etc.) CONCESIVIDAD: aunque, a pesar de todo, pese a, con todo y con eso. CONCLUSIÓN: en conclusión, en consecuencia, a fin de cuentas, total, en fin, bueno. Véase "resumen". CONDICIÓN: si, a condición de que, con tal (de) que. CONSECUENCIA: de ahí (aquí) que, pues, así pues, así que, conque, en (por) consecuencia, por

consiguiente, en resumidas cuentas, en definitiva, por ende, entonces, por eso, de forma que, de manera que, de modo que, de suerte que, por (lo) tanto, total.

CONTINUACIÓN: ahora bien, entonces, así pues, así que, y, con todo, pues bien, conque, ahora pues, véase "adición".

CONTINUIDAD: Véase "continuación", "adición". CONTRASTE: Véase "concesividad", "oposición". CORRECCIÓN: Véase "(auto)corrección". CULMINACIÓN: ni aun, hasta, incluso, ni, ni (tan) siquiera, para colmo. DEDUCCIÓN: Véase "consecuencia". DIGRESIÓN: por cierto, a propósito (de), a todo esto. DUDA: quizá, tal vez, acaso. EJEMPLIFICACIÓN: (como) por ejemplo, así (por ejemplo), pongo (pongamos) por caso, verbigracia, tal

como, tal que, como. ÉNFASIS: pues, sí (que), claro (que), etc. ENUMERACIÓN: en primer lugar, en segundo lugar...; Primero, segundo...; luego, después, por último, en

último lugar, en último término, en fin, por fin; fulano, mengano, zutano, perengano (en enumeraciones sustitutivas de nombres propios de persona); que si..., que si..., que si patatín que si patatán, etc.

EQUIVALENCIA: Véase "explicación". EVIDENCIA" (o pretensión de evidencia): claro (que), por supuesto, desde luego. EXHAUSTIVIDAD: Véase "culminación". EXPLICACIÓN: es decir, o sea, esto es, a saber, o lo que es lo mismo, en otras palabras, mejor dicho. INCLUSIÓN: Véase "ejemplificación". INFERENCIA: Véase "consecuencia". INTENSIFICACIÓN: es más, más, más aún, máxime, véase "culminación". LLAMADA DE ATENCIÓN: eh, oiga, oye, mire, mira, ea, hala (hale), venga, vamos...

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MANTENIMIENTO DE ATENCIÓN INTERLOCUTIVA: ¿no?, ¿verdad?, ¿(no) sabes?, ¿ves?, ¿oyes?, ¿eh?, ¿comprendes?, entonces.

MATIZACIÓN: mejor dicho, bueno. Véase "explicación". NEGACIÓN: no, tampoco, ni hablar, en absoluto, nunca, jamás.

OPOSICIÓN: por el contrario, en cambio, no obstante, pero, ahora (bien) (que), sin embargo, antes bien, con todo (y con eso), (antes) al contrario, así todo.

ORDENACIÓN: Véase "enumeración". PRECAUCIÓN: Por si acaso, no sea caso (cosa) que, no sea que, no vaya a ser que. PRECISIÓN: en rigor, en realidad, en puridad; véase "matización". RECAPITULACIÓN: al fin y al cabo; véase "resumen", "conclusión". REFUERZO: Véase "énfasis". REFUTACIÓN: Véase "réplica", "negación". RÉPLICA: pues, - Véase "negación". RESTRICCIÓN: si acaso, en (todo) caso, excepto (que, si), en (hasta) cierta medida, al (cuando, por lo)

menos, hasta cierto punto, salvo que, Pero. RESUMEN: en resumen, resumiendo, en resumidas cuentas, en suma, total, en una palabra, en dos

palabras, en pocas palabras. TOPICALIZACIÓN" (o véase "tematización"): en cuanto a, por lo que se refiere a, por lo que respecta a, en

lo concerniente a, a propósito de. TRANSICIÓN: en otro orden de cosas, por otra Parte, por otro lado; véase "continuación", "digresión" y

"enumeración".

Multifuncionalidad de los marcadores textuales

En la caracterización lingüística de los marcadores textuales suelen subrayarse frecuentemente dos rasgos: la dificultad que existe, por una parte, en deslindar lo que podríamos llamar su "valor general de lengua", de los "empleos ocasionales"; y, por otra, la multifuncionalidad de estas piezas lingüísticas.

Veamos, brevemente, estos rasgos en relación con algunos marcadores textuales, que seleccionamos a título de ejemplo.

El marcador o sea

Para esta forma postulamos un valor general de lengua caracterizable como "explicación", en el sentido de 'evidenciación'. Dentro de este valor general pueden distinguirse los siguientes empleos (prescindimos aquí de los usos expletivos en vacilaciones expresivas o de carácter retardatario):

A. Reformulación de lo dicho, por medio de una expresión alternativa. Esta "reformulación" puede tener carácter de "precisión", de "rectificación", de "eufemismo", de "conclusión:

a. "precisión": Ej.: Tiene como lengua materna el español un dos por ciento de filipinos; o sea, un millón de personas.

b. "rectificación": Ej.: Llegaré a las siete. O sea, a las ocho. c. "eufemismo": Ej.: Antonio es perito industrial. O sea, ingeniero técnico industrial. d. "conclusión", "recapitulación": introduce una consecuencia o resumen de lo dicho; en este empleo es

frecuente que vaya seguido de que: Ej.: Todo el mundo dice lo mismo; o sea que debe de ser verdad.

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B. Explicitación de lo no dicho: el marcador puede explicitar lo presupuesto (por el contexto, la situación, etc., y que resulta compartido por el oyente) o lo deducible de algo que se sabe. Ej.: Pedro es profesor, o sea, puede participar en el concurso. Puede explicitarse una evaluación general de lo dicho: Le han quedado cuatro asignaturas en tercero, o sea, una calamidad.

C. Ponderación o intensificación de lo enunciado en el primer segmento del texto, mediante la repetición del constituyente remático: Las guías eran de pena, o sea, de pena.

El marcador bueno

La variedad de sentidos que puede expresar esta forma se encuentra en estrecha dependencia con respecto de la entonación con que sea emitida. Así, puede emplearse como:

A. Introductor de un enunciado que cierra el texto: Ej.: Bueno, pues creo que ya podemos terminar, ¿no? Se trata del bueno "conclusivo" de que trata Beinhauer en el capítulo de El español coloquial dedicado a las "Formas de rematar la enunciación".

B. Indicador de asentimiento o acuerdo, equivalente a una afirmación más o menos firme: Ej.: ¿Te pongo más café? -Bueno.

C. Corrector (auto- o heterocorrector) o matizador de lo dicho: Ej.: Serían las 4... Bueno, las 4.30 de la tarde...

D. Puede exteriorizar el desacuerdo total, por vía de la ironía: ¿Me acompañas a correr un rato? -¡Bueno...! [ni hablar]. Respecto de si existe un valor general de lengua subyacente a todos estos empleos, afirma Martín Zorraquino: "No podemos dar una respuesta segura. Bueno sería la partícula que sirve al hablante para insertar en el enunciado su acuerdo con el acto mismo de comunicación".

El marcador claro

Se emplea para manifestar evidencia, o pretensión de evidencia, relativa a una aserción verbal o una constatación no verbal, propias o ajenas, previas o previsibles. Los procedimientos suprasegmentales permiten al hablante matizar en gran medida su actitud acerca de dicha aserción o constatación. Este marcador conoce empleos como los siguientes:

A. Asertivo, confirmativo: Ej.: El número de parados sigue aumentando. -Claro, con esta política del gobierno...

B. Reforzador: puede ir acompañado de que + el adverbio reforzado. Ej.: ¿Has visto la exposición? -Sí, claro que sí / No, claro que no.

El marcador entonces

Prescindimos aquí de los valores de entonces en cuanto adyacente de tercer rango (aditamento verbal), que incide en el núcleo del predicado: Estuve enfermo entonces ['En aquel momento']. Empleos discursivos:

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A. Conclusivo, de inferencia. Se usa con frecuencia con el sentido de 'por consiguiente', 'por tanto'. Ej.: Juan no puede venir. Entonces, no iremos al cine. B. Continuativo. Permite al hablante mantener (o volver a) la línea discursiva, al tiempo que puede contribuir a retener la atención interlocutiva Ej.: Tenía que preparar la maleta antes de marcharme, despedirme de los amigos, reservar el billete... Entonces, llamé a la centralita para pedir línea.

C. Indicador de cambio de actante. Mediante su uso se indica que, en el enunciado que sigue, será otro el actante, habrá cambio de protagonista. Ej.: Estábamos hablando tranquilamente y entonces empieza a sonar el timbre. Entonces dice Juan: ¿Quién falta por llegar? Entonces le dice: ¡Hombre, María! No te esperábamos ya.

La repetida aparición en los textos de determinadas clases de conectores es característica de los diversos tipos de texto, si bien no podemos deducir de ello, sin más, una tipología. Podemos, pues, hablar de la función de marcadores tipológicos que realizan los conectores, aunque debamos hacerlo con toda precaución.

Con todo, podemos considerar que en los textos narrativos predominan los conectores que denominamos temporales («entonces», «mañana», «al cabo de un tiempo»), en los textos expositivos, los conectores lógicos («ya que», «evidentemente», «no obstante», «para acabar»...) y, en los textos descriptivos, los conectores espaciales («a la derecha», «delante», «detrás»...).

Consideraremos también que los signos de puntuación son elementos de la clase conectores.

La superestructura: tipología textual

Disciplinas diversas, con criterios e intenciones diferentes y en diferentes épocas, se han ocupado del estudio de la clasificación de los textos en tipos. La literatura y la retórica, por ejemplo, utilizan generalmente el término «género» y se basan en criterios formales y de contenido; algunas tendencias lingüísticas se interesan más por las estructuras internas de los textos y se fijan en el texto como producto, otras parten de la situación comunicativa donde se producen los textos y se centran en su proceso de producción...

La existencia de estas diversas ópticas en el estudio de este tema dificulta la posibilidad de establecer una clasificación única, de carácter universal y cuestiona, incluso, la necesidad de hacer una clasificación finita de los tipos de texto. Los contextos de producción son muy distintos: los textos pueden ser producidos por diferentes enunciadores, que se dirigen a diferentes destinatarios, presentes o no en el momento de la enunciación, con intenciones diversas... La multiplicidad de situaciones de producción supone la existencia de una gran diversidad de formas de conexión entre las unidades de los textos y, por lo tanto, la posibilidad de producir textos heterogéneos. De todas maneras y, pese a esta aparente heterogeneidad, los hablantes reconocen los textos en tanto que pertenecientes a tipos y esto permite agruparlos alrededor de unos esquemas o estructuras textuales globales, que comparten características de tipo contextual y cotextual (registros lingüísticos, convenciones tipográficas y formales si se trata de un texto escrito, tipo de conectores y de progresión temática, etc.).

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Llamamos, pues, tipo de texto (o superestructura textual) a cada uno de estos esquemas, que agrupan textos diferentes pero que poseen unas características globales comunes. Distinguimos entre superestructura, que se refiere a la forma de un texto, y macroestructura semántica, que se refiere a su contenido (podemos considerar, por ejemplo, que una narración de sucesos aparecida en un periódico, una explicación de un hecho cotidiano y un cuento infantil pertenecen a un mismo tipo de texto -texto narrativo o superestructura narrativa- a pesar de sus aparentes diferencias, porque poseen la misma estructura global: se organizan alrededor de un esquema básico: marco / complicación / resolución, desarrollan la historia a partir de conectores temporales y lógicos... (El contenido semántico global de cada uno de estos textos constituiría su macroestructura). Los hablantes que poseen competencia textual tienen interiorizados unos esquemas conceptuales para cada tipo de texto y elaboran y reconocen los textos en función de esos esquemas. El receptor de un texto, por ejemplo, adopta una determinada actitud ante el tipo de texto que oye o lee y esto favorece su comprensión, puesto que crea unas expectativas sobre lo que es probable que aparezca en el texto (al leer u oír una narración, por ejemplo, el receptor crea unas expectativas diferentes que ante un texto expositivo). Clasificamos los textos en cuatro tipos:

Narrativo

Expositivo

Descriptivo

Conversacional Esta clasificación tiene en cuenta tanto los aspectos co-textuales (estructura del texto, tipo de conexión entre sus unidades, marcas lingüísticas caracterizadoras de cada tipo de texto) como los contextuales (enunciador, destinatario, intención...) La tipología textual que proponemos resulta de la voluntad de establecer una clasificación limitada, a partir de unos criterios globales que permitan la inclusión dentro de esta clasificación de todos los posibles tipos de texto que se puedan producir y que tenga en cuenta tanto los textos orales como los escritos, los literarios como los no literarios. Nos inclinamos por la tendencia que toma como punto de partida para la clasificación textual el contexto en que se producen los textos y que toma en cuenta, por lo tanto, criterios lingüísticos y contextuales (ámbito social donde se producen los textos, objetivo, destinatario, etc.). Hemos partido de la tipología textual propuesta por Adam en uno de sus últimos trabajos (Tipos de secuencias elementales). Adam propone que se establezcan tipos de secuencias en lugar de tipos de texto, ya que considera que en las comunicaciones reales no se encuentran, generalmente, tipos de texto en estado «puro». Así pues, considera que el texto es una unidad formada por un número determinado de secuencias insertas unas en las otras (en un mismo texto podemos reconocer secuencias descriptivas, expositivas y narrativas, por

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ejemplo). Siempre hay una secuencia que ejerce una función dominante y los textos se clasifican según la secuencia que ejerce esta función -dominante por la cantidad de ocurrencias o por convenciones de tipo contextual-. Adam establece siete tipos de secuencias textuales relacionadas con los tipos de actos de habla fundamentales (enunciar, convencer, ordenar, predecir, preguntar). De estos actos de habla se derivan ocho tipos de secuencias: narrativa, descriptiva, explicativa, argumentativa, instruccional, conversacional y poético-autotélica. Los textos están compuestos por una o por diversas secuencias (las cuales presentan unas marcas sintácticas y semánticas características) y deben entenderse, pues, como estructuras secuenciales. Hemos suprimido de esta propuesta los textos argumentativos y de instrucción, porque consideramos que son clases de textos que pueden incluirse dentro del tipo expositivo. Tampoco hemos considerado como un tipo de texto el que Adam llama «poético» (literatura, publicidad), ya que algunos de estos textos se pueden incluir en otros y, respecto a la literatura, no la incluimos dentro de ningún tipo de texto porque pertenece a otro ámbito: el ficticio. Los diferentes tipos de textos que aparecen en ella tienen las mismas marcas que en la no-literatura pero el contexto al que remiten es distinto: es un contexto ficticio, creado por la propia literatura. Finalmente, hemos considerado la conversación como un tipo de texto porque, aunque es eminentemente oral, también tiene una cierta representación en código escrito (una transcripción de una entrevista, etc.). De la tendencia que toma como punto de partida el contexto en que se producen los textos es interesante destacar también los trabajos realizados por Bronckart y Van Dijk, entre otros. Van Dijk (La ciencia del texto) establece una tipología textual a partir de la clasificación de las macroestructuras textuales, que se ordenan en superestructuras globales. La macroestructura de un texto es una unidad superior a las proposiciones que lo forman y constituye el tema del texto, su contenido. La superestructura constituye la forma del texto. Es una estructura global que caracteriza el tipo de texto; un esquema al que se adapta. Tiene un carácter convencional que permite que los hablantes de una lengua la puedan conocer o reconocer. Además del contenido y de la forma de los textos, para establecer una tipología textual, Van Dijk considera también la función de las estructuras gramaticales, estilísticas y retóricas de la lengua, además de las funciones pragmáticas y sociales. Van Dijk propone una clasificación provisional de los textos en veinte tipos. La propuesta de Bronckart (El funcionamiento de los discursos) se inscribe en la corriente seguidor de las teorías de Benveniste acerca de la enunciación, que permiten que la atención se centre en la relación que se establece entre los elementos lingüísticos del texto y los contextuales, en el momento de la enunciación. Así pues, el lugar social, el emisor, el destinatario, la intención con que se produce, son elementos que condicionan la elección de un tipo de texto (que tiene unas marcas superficiales -tipo de conectores, deícticos, etc. que lo caracterizan).

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Bronckart no habla de distintos tipos de textos sino que, de acuerdo con Bajtin, habla de distintos géneros de discurso (recordemos que el discurso, según este autor, es una organización previa a una enunciación concreta y se actualiza en el texto, considerado como un objeto verbal concreto que utiliza las formas lingüísticas disponibles en la lengua). De la infinidad de discursos que se pueden producir (argots profesionales, lenguas generacionales, lengua de la autoridad, de la propaganda, etc.), Bronkcart basa su tipología en cuatro tipos de discurso, elegidos según el tipo de relación (textos anclados o no anclados) que establecen respecto de su situación de producción y de la interacción social. Los arquetipos discursivos son los siguientes: Discurso en situación (conversación), relato conversacional, discurso teórico, narración. Si nos adentramos, como ejemplo, en la superestructura de la narración, vemos como hemos simplificado al máximo la estructura de la narración -en realidad hemos respetado la estructura tripartita que se ha estudiado tradicionalmente en literatura: planteamiento, nudo y desenlace, porque creemos que es el sistema más productivo para trabajar en clase. Hemos prescindido de las propuestas que vienen de la literatura (Barthes, Propp...) porque se alejan excesivamente de los objetivos de nuestro trabajo. Mostramos, sin embargo, las propuestas de Van Dijk y Adam, de las que hemos partido. Adam estructura la narración en cinco estadios, que corresponden a cinco partes:

1. Estado inicial: Orientación 2. Fuerza transformadora: Complicación 3. Dinámica de la acción: Acción o evaluación 4. Fuerza equilibradora: Resolución 5. Estado final: Conclusión o moraleja

Van Dijk propone el esquema siguiente para organizar la estructura de la narración:

La narración es el resultado de la historia más la moraleja; la historia resulta de la trama más la evaluación; la trama resulta de la recursividad de los episodios; los episodios están constituidos por los sucesos y el marco y, finalmente, los sucesos aparecen con la suma de la complicación y la resolución. Algunas de estas categorías (marco, evaluación, moraleja) pueden quedar implícitas, porque no pertenece propiamente a la narración; algunos textos añaden otras: una introducción y un epílogo, por ejemplo. Las únicas categorías que deben ser forzosamente explícitas son, pues, la complicación y la resolución. Por lo que se refiere a la estructura conversacional, Roulet (Echange, intervention et acte de langage dans la structure de la conversatiion) y Adam (Types de sequences élémentaires) proponen dos tipos de estructuras según si se producen intercambios confirmativos o intercambios reparadores.

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Los primeros ratifican una relación establecida y, generalmente están formados por dos constituyentes. Un ejemplo elemental sería el siguiente: A: «Buenos días!» B: «Buenos días!» Los segundos quieren neutralizar los efectos potencialmente amenazadores de una intervención. Suelen tener tres constituyentes. Veamos el siguiente ejemplo de Adam: A: «Perdón, tiene hora» B: «Sí, son las seis» A: «Gracias» La conversación (o intercambio) según Roulet se produce por la suma de distintas intervenciones y cada una de ellas puede contener actos directores y actos subordinados, es decir, actos que tienen una fuerza ilocutiva y actos que tienen una fuerza interactiva (de obertura, de justificación...). En la siguiente intervención: A: «Perdón, no conozco bien Girona. ¿Podría indicarme un buen restaurante? Acabo de llegar y todavía no he comido.» Podemos considerar que el acto director es el fragmento: «¿Podría indicarme un buen restaurante?», ya que tiene la fuerza ilocutiva de pregunta, mientras que los fragmentos: «perdón» / «no conozco bien Girona» y «acabo de llegar y todavía no he comido», son actos subordinados que tienen la fuerza interactiva de preparar la pregunta y justificarla. Adam denomina macro-proposiciones a las intervenciones y micro-proposiciones a los actos de habla (directores y subordinados, según la terminología de Roulet) que las constituyen.

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Para los contenidos del Módulo IV se propone la revisión de los materiales sugeridos, atendiendo al criterio de análisis crítico de textos, así como su incorporación al corpus documental que fundamenta el módulo. Lectura: Lingüística del texto Enlace: http://goo.gl/KqmNUc

Resumen: Diccionario de términos clave de ELE del Centro Virtual Cervantes. El Centro Virtual Cervantes es el portal de referencia del Instituto Cervantes creado para difundir la lengua española y la cultura en español a través de internet. Cuenta con exposiciones, monográficos, obras de referencia, materiales didácticos para la clase de español, foros, debates y un buscador especializado de contenidos sobre lengua y cultura hispánicas. cvc.cervantes.es

Lectura: Lingüística textual Enlace: http://goo.gl/J6usyX

Resumen: La gramática tradicional consideraba la oración como la máxima unidad de lenguaje. A mediados de los años 60 surgen algunas escuelas que defienden la lingüística del texto; superan la gramática basada en la oración, y consideran la lengua como una actividad encaminada a hacer, es decir, se destaca el componente pragmático de la lengua. Este punto de vista no sólo enfocaba la lengua como un sistema de signos con sus estructuras abstractas y sus reglas de combinación entre ellas, sino que añadía el estudio del uso de la lengua de acuerdo con la situación, intención. Por lo tanto, la lengua del texto superaba el estructuralismo.