Dossier El Arcangel

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DOSSIER EL ARCÁNGEL (LA CANCIÓN DEL HIJOPUTA) CRISTÓBAL RUIZ COLECCIÓN: LOS DIAS TERRESTRES NARRATIVA AUTORES ESPAÑOLES; ISBN 978-84-92821-67-9 496 PÁGINAS PVP 23.40 € Carmen Velay tiene ochenta y cuatro años y acaba de morir. Carmen Velay era la puta del pueblo. Hacía muy poco que dejó de ejercer. Carmen tenía dos hijos, Ga- briel y Samuel. Gabriel trabajó toda su vida en la ga- solinera del pueblo hasta que decidió irse a Madrid a triunfar de cómico con el sobrenombre de El Arcángel. “Me he ido a Madrid. Si no escribo es que he fraca- sado. Si no os llamo es que he fracasado, si no vuelvo es que he fracasado…”, dejará escrito en su nota de despedida. Nunca escribió. Tampoco ha vuelto toda- vía. Samuel es retrasado mental. Samuel es el tonto del pueblo, pero tiene una inteligencia superior. Ambos son, según Gabriel, inmortales. Al quedarse solo, Samuel de- cide irse a Madrid para comunicarle a su hermano que ya no son hijos de puta, que son huérfanos “sin más”. Hará el viaje en una mecedora tirada por Miedo y Frío, sus dos perros mentales. Se protegerá la cabeza con el casco de Johnny, el irlandés que “estuvo en las Brigadas Internacionales, en la II Guerra Mundial y en el coño de mamá, y de las tres epopeyas salió riendo…”. Tal vez sea su padre. Tal vez lo sea un delfín… Con esta base, Cristóbal Ruiz construye un relato donde se combinan drama y humor de forma excepcional, logrando que el infortunio y la desgracia terminen convirtiéndose en algo irremediablemente cómico. Un efecto que consigue el autor con personajes tan cercanos como maravillosamente surrealistas, discurriendo primero en un pueblo desquiciante cerca del inexistente Zardueñas, y luego en Madrid, la ciudad desquiciada; con una mordacidad subversiva, sobre todo, que provocará sonrisas en el lector en más de una ocasión (sonrisas cómplices, y sonrisas heladas con frecuencia), cuando no carcajadas que podrían suponer una multa en el código penal de otra literatura más “correcta”. A lo largo de la novela irán apareciendo igualmente los delirantes y exhaustivos apuntes de Gabriel en La Carpeta Negra, la enciclopedia personal que le escribió a su hermano Samuel, el tonto, para ayudarle a en- tender mejor las cosas de este mundo tan listo. DEL GUIONISTA DE MORTADELO Y FILEMÓN CONTRA JIMMY EL CACHONDO MEDALLA DEL CÍRCULO DE ESCRITORES CINEMATOGRÁFICOS [GOYA 2015 AL MEJOR GUIÓN ADAPTADO]

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Información sobre la estupenda novela de Cristóbal Ruiz que publicaremos en breve.

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DOSSIEREL ARCÁNGEL

(LA CANCIÓN DEL HIJOPUTA)CRISTÓBAL RUIZ

COLECCIÓN: LOS DIAS TERRESTRESNARRATIVA AUTORES ESPAÑOLES;ISBN 978-84-92821-67-9496 PÁGINASPVP 23.40 €

Carmen Velay tiene ochenta y cuatro años y acaba de morir. Carmen Velay era la puta del pueblo. Hacía muy poco que dejó de ejercer. Carmen tenía dos hijos, Ga-briel y Samuel. Gabriel trabajó toda su vida en la ga-solinera del pueblo hasta que decidió irse a Madrid a triunfar de cómico con el sobrenombre de El Arcángel. “Me he ido a Madrid. Si no escribo es que he fraca-sado. Si no os llamo es que he fracasado, si no vuelvo es que he fracasado…”, dejará escrito en su nota de despedida. Nunca escribió. Tampoco ha vuelto toda-vía. Samuel es retrasado mental. Samuel es el tonto del pueblo, pero tiene una inteligencia superior. Ambos son, según Gabriel, inmortales. Al quedarse solo, Samuel de-cide irse a Madrid para comunicarle a su hermano que ya no son hijos de puta, que son huérfanos “sin más”. Hará el viaje en una mecedora tirada por Miedo y Frío, sus dos perros mentales. Se protegerá la cabeza con el casco de Johnny, el irlandés que “estuvo en las Brigadas Internacionales, en la II Guerra Mundial y en el coño de mamá, y de las tres epopeyas salió riendo…”. Tal vez sea su padre. Tal vez lo sea un delfín…

Con esta base, Cristóbal Ruiz construye un relato donde se combinan drama y humor de forma excepcional, logrando que el infortunio y la desgracia terminen convirtiéndose en algo irremediablemente cómico. Un efecto que consigue el autor con personajes tan cercanos como maravillosamente surrealistas, discurriendo primero en un pueblo desquiciante cerca del inexistente Zardueñas, y luego en Madrid, la ciudad desquiciada; con una mordacidad subversiva, sobre todo, que provocará sonrisas en el lector en más de una ocasión (sonrisas cómplices, y sonrisas heladas con frecuencia), cuando no carcajadas que podrían suponer una multa en el código penal de otra literatura más “correcta”. A lo largo de la novela irán apareciendo igualmente los delirantes y exhaustivos apuntes de Gabriel en La Carpeta Negra, la enciclopedia personal que le escribió a su hermano Samuel, el tonto, para ayudarle a en-tender mejor las cosas de este mundo tan listo.

DEL GUIONISTA DE MORTADELO Y FILEMÓN CONTRA JIMMY EL CACHONDO

MEDALLA DEL CÍRCULO DE ESCRITORES CINEMATOGRÁFICOS

[GOYA 2015 AL MEJOR GUIÓN ADAPTADO]

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A pesar de la tristeza que gobierna la historia, el humor será una constante, pues el personaje principal, Samuel, no deja de ser un espasmódico y patético viejo con una escupidera verde en la cabeza. Así que el autor logrará combinar drama y humor de forma excepcional, logrando que el infortunio y la desgracia terminen convirtiéndose en algo irremediablemente cómico. A ello contribuyen lo maravillo-samente surrealista de los personajes y de las situaciones y un lenguaje mordaz, descarado y natural que sacará sonrisas al lector en más de una ocasión; sonri-sas cómplices, pero también sonrisas heladas por la crueldad de la vida misma.

Otra de las grandes fuentes de humor y reflexión de esta novela son los apuntes y confesiones personales escritos en LA CARPETA NEGRA por Gabriel para su hermano, repartidos a lo largo de toda la novela, y pensados como una sorpren-dente alternativa a los aburridos saberes académicos y enseñanzas morales im-partidos en la escuela

[María del Carmen Mesa]

De la carpeta negraCuando traten de meterte miedo con el fin del mundo, Samuel, o con el Apoca-lipsis (marca registrada), tú piensa que probablemente ya ha sido. Solo tienes que fijarte en que comemos lo mismo que las ratas, nos alejamos unos de otros como anticuerpos y le tenemos pánico a cual-quier ser auténticamente vivo. Ahí tienes a los alegres hombres bomba de estos úl-timos años. La entropía como club social. Así que dime qué miedo vamos a tenerle nosotros al Acabóse postal de la Biblia, si aquí lo tenemos todos los días en fascí-culos, pintado por drogadictos y con una especie desapareciendo en cada tertulia. El mitin diario de la termodinámica. Ña, Samuel. Ña. Todo lo más, su poquito de rencor, su poquito de odio por faena ya antigua. Una zancadilla cósmica a mala leche, pero en un recreo del pasado. La

hostia ontológica que la iglesia cristiana simboliza en una manzana, como las bru-jas, y en no ir en pelotas, cosa que también aplauden encantados los alegres hombres bomba. La manzana y los huevos. Ese sal-to cualitativo del aminoácido a un cretino con corbata. Por los cojones, Samuel, aun-que redunde. Ningún miedo. Con lo que has pasado tú de pequeño, el existencialis-mo es un tebeo. Tú juegas a las bolas con Sartre y el que sale llorando es él, o corre a disfrazarse de señora alocada. Como si le cuentas a Cioran lo que ves por la no-che en la alberca y lo haces animador de cruceros. Qué leches, te repito. Aunque nosotros seamos inmortales, la vida es brutal y efímera, y no hay nada que hacer, hermano. Pero, caramba, desde un punto de vista positivo, el cáncer también. O la felicidad. Y desde un punto de vista ne-

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gativo, la inmortalidad solo es un “no”. El pleonasmo del estreñido: no cagar una mierda. Por eso, y aunque estemos en el tiempo de prórroga del Apocalipsis, que no te importe no llegar a nada ni que se te note espectacularmente la indiferencia. O por lo menos que tu alegría no sea la-boriosa. Sé que jamás te veré marcando Dios, Mundo y Alma con un rotulador fosforescente como los propósitos de su-peración de un onanista, así que no ten-go que decirte nada de las ventajas de la insensatez, que ya las conocemos los dos de sobra. Y no es que los demás no deban importarte, pero solo son la realidad, y la realidad nunca nos ha interesado mu-cho. Con todo, si un día te ves humano, demasiado humano, espléndida y diverti-damente humano con los que te rodean, piensa que la tercera vía entre el amor y el

humor es el patetismo, así que sé humilde: corta tu generosidad o no podrás impe-dir que la gente trate de abrazarte hasta cagando. Al final lo único que vas a tener en común con ellos es la muerte, herma-no, un parque temático sobrevalorado en el que siguen dando vueltas y gritan-do como tontas los poetas, los médicos, los curas, los militares y la Dirección de Tráfico. La puta muerte. Pleno siglo XXI y sigue siendo el único puesto de trabajo al que todavía no se ha conseguido man-dar a ningún becario. Un pasmo de cate-tos de pueblo que nos queremos quitar de encima mandando un cohete perrepeté a Marte. Por Dios. A lo que está más allá de la física se le llama metafísica desde que le dieron la segunda mano de pintura a las cuevas de Altamira y seguimos tan pan-chos, así que a ti plim...

Cristóbal Ruiz nació en La Cala de Mijas (Málaga) en 1966, y se trasladó a Madrid en 1985, donde reside desde entonces combinando su actividad literaria propia con la escritura de guiones para cine y te-levisión. Ha colaborado con Cruz y Raya, con Pepe Navarro o, re-cientemente, con Javier Fesser, y en series tan conocidas como La casa de los líos o Manos a la obra. Su primera novela, El loco Wonder, la publicó Espasa-Calpe en 1999 y fue muy bien recibida por crítica y lectores. El Arcángel. (La Canción del Hijoputa) es la segunda que publica. Proverbialmente atento a su obra creativa, decide ahora su publicación íntegra con E.D.A. tras declinar otras ofertas que intenta-ron condicionarla. Es autor de va-rias novelas más que permanecen inéditas.

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—FJT. Cristóbal, en primer lugar, ¿qué has querido contar en El Arcángel, cuál sería, como dice Orham Pamuk, “el centro” de tu novela?

—CR. Es difícil definir el centro de la novela... En titulares, podría ser el triunfo de la anorma-lidad y de la alegría contra la mediocridad y la tristeza... Y disparando más arriba, ese mismo triunfo contra las convenciones... Contra las convenciones, contra la tristeza y contra la muerte, física y metafísicamente... Creo... La victoria biográfica de tres heroicos anormales, la madre prostituta y sus dos hijos, en el peor y más odioso escenario rural, primera parte, y las peripecias del continuo desencuentro entre el hermano “subnormal” y el hermano “inadap-tado” ya en Madrid, segunda parte. Y además toda la épica, digamos... accidental, que fluye de un mundo al otro, claro... Y la risa, por su-puesto... Y la violencia... O esa especie de exis-tencialismo de juguete, pero muy eficaz, con el que los dos hermanos se defienden de los demás y van aprendiendo juntos de la vida... Y la magia, también... Y la bohemia rural, como si a “Pedro Páramo” le hubieran puesto un ka-raoke, y que me perdone Juan Rulfo... Y luego la otra bohemia, la del surrealismo costum-brista en Madrid... Los Rastignac de Balzac en la Comedia Humana, pero en monologuistas de aluvión... No, mejor: “La Divina Comedia” de Dante... Un infierno de humoristas... Una cuerda de bufones esclavos ardiendo sin un aplauso, sin una carcajada... “Venía yo en taxi para acá...”, mientras se les queman los soba-cos... Dime que me pare porque no te estoy dando un único centro... Te estoy dando un mariachi entero, ja, ja, ja... Encima el mariachi se ha perdido y no da con la boda... Perdona... El centro de la novela que dices... El corazón... El corazón de la novela es el de Samuel, claro.

Un corazón subnormal. Esa maravilla que me ha regalado el personaje. Ese milagro.

—FJT. Tus personajes, los principales, sobre todo (Gabriel, Samuel, Carmen Velay), pero también alguno de los secundarios, son todos seres desvalidos, vapuleados por la asfixian-te realidad en la que se desenvuelven. Y sin embargo sabes imprimirle una alta y enter-necedora dignidad ante el fracaso vital al que parecen estar abocados. Creo por ello que existe en tu novela tal vez una reivindicación, una identificación también, con los individuos que la sociedad señala como perdedores tal vez precipitadamente. ¿Me equivoco?

DAS KAPITAL

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—CR. No. No te equivocas... La vieja Carmen dejará el (viejo) oficio cuando no vea lo que se mete en la boca... Samuel se ríe de lo triste que está... Y en la gasolinera Gabriel piensa en la de veces que le habrá echado gasolina a un muerto y ha salido pitando... Una familia así no fracasa. Dos hermanos así no fracasan. Dos hermanos así pueden ser perdedores en algún juego de mesa para realistas (deberían inventarlo, sería divertido), pero en el tablero general de la vida, la VIDA con mayúscu-las, son dos mariscales... Precisamente es el

concepto burgués de “fracaso” el que envenena a Gabriel para abandonar a los suyos y pro-barse en Madrid... El rastro de su encuentro con otros envenenados, digámoslo así, son las miguitas de pan que sigue Samuel a sus sesenta y cuatro años para encontrarle. Unas miguitas que componen el censo de personajes traspa-sados de absoluto o de mezquindad con que Madrid se desayuna todos los días con una colilla en la boca... Y a la noche son... coproli-tos en un callejón, un suelo de bar o una cama de pensión. Deyecciones... legibles de la gloria

o de la ambición... Bajorrelieves... Cisco litera-rio... La Comedia Humana que te decía antes y “La Divina Comedia” con sus humoristas en el infierno... ¿Que si me identifico con estos... perdedores? Yo he estado en la carga de caba-llería con que Samuel se venga del pueblo y todavía se me ponen los pelos de punta...

—FJT. Una reivindicación desde luego políti-camente incorrecta, absolutamente incorrecta, provocadora, muy provocadora incluso…

—CR. Lo políticamente correcto o incorrecto no tiene nada que ver con la literatura, por suerte... Y es un latiguillo vomitivo dondequie-ra que lo coloques. Vomitivo y muy peligroso. Políticamente correcto fue el holocausto de los nazis o las purgas de Stalin, por ejemplo. Eso era lo políticamente correcto para esos gobier-nos en ese momento concreto de desquicie general. Y no es por comparar esas... burradas históricas (un poquito sí, qué leche), pero lo políticamente correcto en la España de hoy en día es echar a hostias a la gente de sus casas para dárselas a los bancos o dejar a un viejo inválido sin ayuda a domicilio o sin sus medi-cinas... Políticas de corrección a todo Cristo. Por activa desde el gobierno y por pasiva desde el rebaño. Correcto, corrección, corregidor, correccional... ¡Matarile! Así que cuando oigo hablar de lo políticamente correcto me llevan los demonios... ¡Todo es opinable menos una oveja, coño, que es el ideal de lo políticamente correcto para los que mandan, y ni siquiera vota! Y claro que no. La novela no es “correcta” en este sentido. Otra cosa es que sea provoca-dora... No lo sé. El Quijote sí es provocador. “Vuestra realidad es una mierda de mediocres, materialistas y cobardes, y yo me voy a inven-tar otra. Y ojito con llevarme la contraria, que estoy mayor y llevo lanza...”. Eso sí es provocar. A mi pobre Samuel hasta tiene que atarlo a su caballo un gitano, ja, ja, ja... Huy, he dicho gitano.

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—FJT. La historia que cuentas me parece tre-mendamente audaz desde su simplicidad: una madre puta que se muere y un hijo “retrasado” que decide ir a Madrid a decírselo a su herma-no… Solo con eso te montas una epopeya, tío. ¿Cómo se te ocurre?

—CR. No todas las novelas que he escrito tienen un origen tan nítido, pero creo que esta sí. La imagen de inicio es muy simple y la re-cuerdo bien porque es de un sketch que escribí en la tele hace siglos y que hoy calificarían de “posthumor”, porque no hizo ni puta gracia... Cachis... Te cuento... Día del Padre en rótulos. En una esquina vemos a una prostituta de car-tel esperando clientes con un niño monísimo y bien vestido al lado. Le atusa el pelo. Lo cuida. Es su hijo, evidentemente. Comienzan a apa-recer señores por la calle. El niño, ilusionado, se saca una corbata preciosa del bolsillo y hace ademán de regalársela a todos los hombres que pasan por delante de su madre, alargando el brazo... Ninguno acepta la corbata, claro... Faltaría más... El trío de puta, hijo de puta y corbata de regalo está totalmente apestado en un día como ése... El niño va cayendo poco a poco en la melancolía... En el autismo... Ni una sola palabra en el sketch... Un minuto en el Día del Padre de un hijoputa... Final... Pon ahora que el niño “autista” tiene unos tics, tiene una enfermedad mental extraña, brutal, de partirse la cabeza por los rincones... Pon también que tiene un hermano genial que lo adora... Pon que la madre se muere de vieja... Pon más de quinientas páginas de sketch raro... Y ahí tienes la epopeya, como tú dices. El sketch no se emi-tió, por supuesto.

—FJT. Hay un gran contraste entre la primera parte que transcurre en (Zardueñas, ojo, el pueblo no tiene nombre: Zardueñas es el pue-blo “apenas” vecino), el miserable pueblo de in-terior que te inventas, y la segunda en Madrid, ese lugar de las oportunidades, en apariencia. Pero están unidos ambos por la degradación de sus habitantes, no salvas a ninguno de esos lugares. ¿Dónde podremos habitar entonces…?

—CR. Yo tuve una infancia aceptablemente feliz en el pueblo donde me crié y Madrid me

lo ha dado todo, hasta el escalextric de Atocha, ja, ja, ja... Pero tú te refieres a las localizacio-nes de la novela, claro. Nada que ver... O casi nada... Para empezar, el pueblo donde viven Carmen, Samuel y Gabriel, no tiene nombre. En ningún momento se menciona. Es innom-brable. Lo peor. Con muy pocos matices y con muy pocos personajes secundarios... salva-bles. ¿Por qué? Igual es una falta de recursos del que escribe, sin más, pero quería que mis protagonistas destacaran... Como engarzar diamantes en una ristra de ajos. Y sin el como... Tal cual. La ristra de ajos con brillitos aquí y allá... ¿Hombres y mujeres degradados en un miserable pueblo de interior, dices...? Coño, pues Faulkner, ¿no? Bromas aparte, es mejor que el pueblo solo exista en la novela, pero yo no apostaría muy fuerte... Y en lo que respecta al Madrid de Samuel y Gabriel, ese Madrid de la búsqueda, no estoy de acuerdo en que no se salve. Madrid es así de duro y así de tierno y así de sublime y así de degradado y así de canalla y así de cojonudo... Y lo salvo entero. La ciudad más habitable del mundo. Y la más resistente a la tristeza de toda España... No han podido con ella los fascistas que le han pasado por encima a lo largo de la historia y tampoco le están haciendo ninguna mella los actuales... O no demasiada, y toco madera. Y para vivir, Lavapiés. El barrio más alegre y pintón de todo Madrid.

—FJT. Has construido una maravillosa galería de personajes deleznables (ojo con el adjetivo “deleznable”, que no significa reprobable, o detestable... Una cosa deleznable es una cosa pasajera, inconsistente, incluso resbaladiza... Es igual que el uso de “álgido”, que significa “frío intenso” y no “acaloramiento”, como suele emplearlo la peña. Yo usaría la expresión “per-sonajes de desecho” o “personajes lamentables” o, incluso, una “maravillosa escombrera de personajes”, lo que tú prefieras, Paco, y mátame por la chulería de tratar de enmendarte la pre-gunta) (sigamos, sigamos... Cristóbal, luego me ocuparé de tu cabeza, jejeje) ...personajes de-leznables, digo, en Madrid, aunque no menos que los del pueblo. Yo creo que no son fruto exclusivo de la invención literaria, no sé…

—CR. La mayoría son pura literatura, por

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supuesto. Pero, cuidado, que hay personas que también son pura literatura, lo sepan ellas mismas o no. Me refiero a esas mañanas en las que no podrías decir si anoche estuviste charlando con un cuento corto o con un tipo de la calle Tribulete... Por explicarlo de una manera simple, la mayoría de los personajes se me han ocurrido y otros, los menos, “me han ocurrido” efectivamente, casi por completo, y así se han volcado en la novela con un nom-bre distinto. Personas y personajes se mezclan sin mayor problema... Básicamente porque no soy yo el que tiene que convivir con ellos en esas páginas, sino Samuel, Gabriel, Carmen, y hasta Trueno, el perro, que sí existió, mira, y al que quise mucho. Un cocker negro, gallego, broncas, alegre, atentísimo, una cosa... Y digo “convivir” sabiendo que alguno de esos perso-najes está muerto fuera de la novela. Alguna de esas personas. ¿Ves? No distingo. A lo mejor sirvió de algo que me emborrachara una noche

con un cuento corto de la calle Tribulete... O no. Igual se me aparece el fantasma y está que trina por lo mal que lo he escrito...

—FJT. Háblanos de ellos, de alguno de ellos, de tus predilectos o de los que eliminarías de la faz de la tierra… Tan grotescos, absurdos casi todos…

—CR. Bueno, grotescos puede que sí. Absurdos no. Al menos no en el sentido de... “ilógicos” o “imposibles” o “descabellados”... Son así, son malos, han conseguido existir y van a por ti. Es como si supieran estar vivos y hacer daño fuera de la química orgánica. Sin oxígeno, sin carbono, sin bondad, sin empatía... Criaturas extraterrestres que todos hemos conocido alguna vez y que tienen el aspecto engañoso de seres humanos. De acuerdo, el pueblo está lle-no de ellos. Mala suerte. Cartas dadas. Y ahora a pelear con los bichos: Fuencisla, Turienzo,

Julián, Miguel (padre e hijo), Marcelo, el cura Don Juan (que en el infierno esté), Tel-mo, Flores, Benedicta, Juanelo, Serafín, la madre de Marisita, la de la mercería... Seguro que me dejo alguno... O en Madrid, Engracio, Lapacoqui, Picasito... Gente chunga. La ristra de ajos, como te decía... Hinchas del sentido común, del dinero, de la angustia... ¿Si los eliminaría de la faz de la tierra, como tú dices? No... Los pondría dentro de un cercado para que los niños pudieran verlos y reconocer a esa mal-dita especie de depredadores, por si se los encuentran fuera. Depredadores de la alegría... De hecho, creo que la novela es ese cercado... Esto en lo que se refiere a los malos, pero los del otro bando saben estar a la altura. Digo Los Buenos. Sin demasiada conciencia de ser Los Buenos, pero pelean bien... Tienen coraje... Tienen valores... Les gusta la vida...

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Respetan... Y están solos. Casi siempre están solos. No se juntan casi nunca entre ellos como suelen hacer los canallas, por jaurías, por bares, por generaciones casi... No quiero dejarme a ninguno, pero me acuerdo de Don Matías, el maestro, Crespo, el mongólico del quiosco de pipas, Lorenzo, Plácido, Invierno (el caballo), Lucía, Mr. Shan, Henares, Eli, El Vampirito (el juguete), Genaro, Sebas, Elsa, Conejito, Johnny, Ramón... Gente solitaria... Gente con la que iría al fin del mundo o con la que podría echarme a dormir en la trinchera sabiendo que ellos están de guardia... ¿Mi preferido? Está feo decirlo, pero Johnny.

—FJT. ¿Tú crees que con La Carpeta Negra, esa enciclopedia de uso que Gabriel escribe para el “retrasado” Samuel, podríamos hacer una edición aparte, un spin-off que nos fuera de alguna utilidad…?

—CR. Te cojo la palabra. Será una enciclo-pedia completamente inútil, la ilustraré yo, y todas las asociaciones de padres de España nos buscarán con antorchas por los pantanos, a ti y a mí. Tú decides. —FJT. Jejeje, eres tremendo, tío, Cristóbal. Bueno también quería decirte que me ha sorprendido enormemente tu capacidad para darle la vuelta a construcciones lingüísticas estereotipadas o significados establecidos, tu

capacidad para ver las cosas desde un ángulo inesperado, para alejarte de lo convencional, para desempolvar… A lo mejor suena un poco rimbombante, pero yo a eso lo llamo creativi-dad artística…

—CR. Ja, ja, ja... Gracias por el cumplido, pero no me creo nada... Y se supone que estamos para eso. O para intentarlo, al menos. Todos deberíamos huir de las frases hechas, a no ser que te dediques a la política... O al plagio. A re-dundar. Al ruido blanco. Todas las frecuencias sabidas y cero creatividad. Para eso ya estaba el folio en perfecto ruido blanco, chaval... No hacía falta tocarlo para escribir algo ya dicho o algo ya escrito... Parece lo mínimo exigible a un escritor, y luego mira... Hablando de rui-dos, y a propósito de la creatividad artística, te regalo el último ejemplar de mi colección de pleonasmos, que se supone que son todo lo contrario de la creatividad artística, aunque no sé yo qué decirte... Fue a la salida del metro de Sanchinarro, en un cartelón pegado en un bajo de ladrillo visto: “Insonorizaciones acústicas”. Tela. ¡Ya me dirás tú de qué tipo van a ser las insonorizaciones, Madaleno...!

—FJT. Cristóbal, siempre son muy reveladoras las lecturas predilectas de un escritor. Dime las tuyas, anda…

—CR. Dostoievski el primero, luego los demás.

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