Dossier Edición 21

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DOSSIER Marzo 2011 Continúan las masacres contra el pueblo Awa / pág. 2 Tacueyó: Rememorando la barbarie / pág. 4 Chengue, de la muerte a la es- peranza / pág. 4 El Salado: 6 Días de Terror / pág. 6 Foto: Michael von Bergen Medio de difusión de la Fundación Plataforma para el análisis de los principales acontecimientos en Colombia y el hemisferio occidental El valor de recor- darlas / pág. 7 Edición Nº 21 “Recordar este tipo de actos, logra que sociedades como la colombiana elaboren una ca- tarsis colectiva, que permita mediante la memoria históri- ca que este tipo de hechos no se vuelvan a repetir”. “Por cada una de las víctimas es necesario seguir buscan- do toda la verdad, para que la memoria histórica se cons- tituya en una de las fuentes más importantes para la re- conciliación nacional”. “La masacre de Chengue es sin duda, un capítulo de san- gre que no debe ser olvidado y en que se debe seguir im- partiendo justicia”. “Recordar la verdad, por dura o ajena que parezca, cierra la puerta a la perpetración de los horrores, o cuanto menos cimenta las bases de un cri- terio de rechazo a estos, que desincentivan su comisión por parte de las generaciones ve- nideras”.

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Medio de difusión de la Fundación Plataforma para el análisis de los principales acontecimientos en Colombia y el hemisferio occidental

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DOSSIER Marzo 2011

Continúan las masacres contra el pueblo Awa / pág. 2Tacueyó:

Rememorando la barbarie / pág. 4

Chengue, de la muerte a la es-peranza / pág. 4

El Salado: 6 Días de Terror / pág. 6

Foto: Michael von Bergen

Medio de difusión de la Fundación Plataforma para el análisis de los principales acontecimientos en Colombia y el hemisferio occidental

El valor de recor-darlas / pág. 7

Edición Nº 21

“Recordar este tipo de actos,logra que sociedades como lacolombiana elaboren una ca-tarsis colectiva, que permita mediante la memoria históri-ca que este tipo de hechos no se vuelvan a repetir”.

“Por cada una de las víctimas es necesario seguir buscan-do toda la verdad, para que la memoria histórica se cons-tituya en una de las fuentes más importantes para la re-conciliación nacional”.

“La masacre de Chengue es sin duda, un capítulo de san-gre que no debe ser olvidado y en que se debe seguir im-partiendo justicia”.

“Recordar la verdad, por dura o ajena que parezca, cierra la puerta a la perpetración de los horrores, o cuanto menos cimenta las bases de un cri-terio de rechazo a estos, que desincentivan su comisión por parte de las generaciones ve-nideras”.

2 PERIÓDICO DOSSIER PERIÓDICO DOSSIER 3

La importancia de una memoria histó-rica Muchos años han pasado... Co-lombia enfrenta hoy más que nun-ca un reto histórico y definitivo: la inscripción en la historia y ante las nuevas generaciones de un cam-bio en la realidad del país, el buen juicio, el criterio y la honestidad al momento de transcribirla serán cla-ves para que de manera indeleble este capítulo quede grabado en la memoria de los colombianos.

La memoria histórica de este país muestra facetas que, en detrimento de la coherencia y el clamor de ver-dad, manifiestan la más alta pugna-cidad en torno a su manipulación, sesgo y conveniencia. El afán por es-cribir la historia, hace que sectores sociales, algunos con sentido patrio y libertario, pongan a disposición nuestra los instrumentos que per-mitirán abonar un camino garante y pacífico que, sin duda, se ha ganado por derecho tras interminables ava-tares. Otros, con un sentido egoísta, cargados de revanchismo y sevicia pretenden mostrar una historia trá-gica y desagradecida, reivindicativa del odio y la venganza. La historia, contada por unos defensores de la minoría violenta se ufanan de traer

EDITORIAL

Continúan las masacres contra el pueblo Awa

a la memoria a aquellos mártires, -sus mártires- que, repudiados por la historia reciente, se han creído con el derecho de escribir una historia que no les pertenece pues no merecen menos que ser repasados por el pronto olvido y el definitivo ostracismo. Hoy, se ve como con ignorante desdén y ci-nismo se construyen panópticos y erigen bustos en homenaje a infa-mes personajes gestores de dolor y soledad.

La memoria histórica una vez más se inclina ante tales vejámenes con un humillado silencio y un dañino conformismo que consume las al-mas, las coarta y las subyuga. La nación no puede seguir callando; Colombia con un pasado glorioso y un presente orgulloso, clama a gri-tos una reivindicación inspiradora, absoluta y permanente.

El presente número de Dossier, reúne las más variadas visiones y perspectivas, que sin embargo al unísono coinciden en que las víc-timas del terrorismo al final son el crisol de nuestros nortes, y en que las esperanzas para construir entre todos una memoria blinda-da del olvido, consecuencia de los sedales sesgados de los ejecutores del terror que, cínicamente creen que con un hipócrita y falso al-truismo seguirán pretendiendo cautivar los corazones y las men-

tes de una nación hastiada de bar-barie y sevicia.

El chantaje al que Colombia hoy se ve sometida dentro y fuera de sus fronteras por unos que, clamando autodeterminación y soberanía, vio-lan los derechos más sagrados del ciudadano, mientras algunos más con absurdos eufemismos preten-den ocultar el totalitarismo en el que militan, cierran el cerco de las liber-tades y de la democracia.

Lo que hoy, muy a pesar de los avances y logros obtenidos no se ha tenido en cuenta en el país dando un paso hacia adelante y dos hacia atrás es que el terror se nutre de aquellas expectativas que le brin-dan la seguridad de establecerse y permanecer con ventaja y vigencia.

Cada vez que los dirigentes por ac-ción u omisión, fomenten políticas para saciar tales expectativas forta-lecen el terrorismo; lo que debe lle-var a la reflexión de parte de una so-ciedad civil que crece en notoriedad y liderazgo, y que no olvida que su estratagema favorita es la consecu-ción de la división social. Colombia no puede seguir cayendo ante tan burda estrategia.

El terrorismo hasta hace poco ha dejado de ser subestimado, se ha transformado en un aspecto más del floreciente y rentable auge glo-balizador o transnacional del te-

rror; con una falsa lucha reivindi-cativa tras retirarse la careta se ha convertido en un actor siniestro, antiideológico y brutal ante la cual la conciliación tristemente es un motor que les mantiene.

La derrota definitiva del terroris-mo dependerá del fortalecimiento de las instituciones, la protección de las libertades y la prevalencia de la democracia; armas poderosas que se sobreponen a los gobiernos. Debemos sentirnos orgullosos de saber que todo ello está en nues-tras manos y ahora más que nunca, con altura moral, los colombianos utilizarán tan sagradas herramien-tas para avivar el fuego de la vida y la fraternidad que los destine a la anhelada paz definitiva.

Conmemorar aciagos capítulos de nuestra historia nacional, es abrir los ojos a una realidad que no de-bería sernos ajena, aunque no la suframos de manera directa. Es re-conocer la responsabilidad de un pueblo, cuyo conflicto interno ha torturado, masacrado, desplazado y perjudicado a sus compatriotas, bajo argumentos insulsos y razo-nes inicuas. Es asumir el valor que su muerte tuvo para el desarrollo de nuestra sociedad, en el sentido de tomarlas como el rasero para lo inaceptable, en pro de la construc-ción de una mejor realidad presente y futura.

Dos años después de la masacre a los Awa y mientras el país de nuevo atendía las intenciones de las FARC y la intermediación de la ONG Co-lombianos y Colombianas Por la Paz para las liberaciones a cuenta gotas de cinco secuestrados, la Co-munidad Awa sufriría el pasado 31 de enero y a inicios de febrero del presente año de nuevo la sevicia guerrillera: un niño muerto y cua-tro miembros de esta comunidad indígena heridos, entre adultos, mujeres y menores de edad fueron víctimas de las minas antipersona instaladas por esta organización terrorista en territorio sagrado in-dígena1.

La reserva indígena Tortugaña Tel-embí, localizada en un área selvática entre Barbacoas y Samaniego (de-partamento de Nariño, al suroeste de Colombia), a lo largo de la histo-ria ha sido objeto de innumerables atrocidades cometidas por miem-bros de organizaciones guerrilleras, cuya presencia en la zona ligada a la dinámica de expansión de cultivos ilícitos, irrumpió nuevamente con la vida del pueblo Awa el pasado 4 de febrero de 2009, cuando olvi-dando la existencia de los indígenas

Tatiana Ochoa; Abogada, Universidad Santo Tomás de Aquino

Foto: Michael von Bergen

Una impactante fila de ataúdes estacionados en plena calle es acompañada por una comunidad dolida y golpeada.

Dos años de la tragedia

1. http://www.prensaindigena.org.mx/?q=content/co lomb ia - comun i cado -u rgente -de l -pueb lo -ind%C3%ADgena-aw%C3%A1

PERIÓDICO DOSSIER 3

acabaron no solo con la vida de más de 8 aborígenes, sino que también agredieron toda forma de supervi-vencia ancestral.

De este hecho fueron sindicadas las FARC, quienes por más de 20 años han cometido todo tipo de aberra-ciones, especialmente en esta re-gión del país, básicamente buscan-do el control de rutas de salida al Pacífico como corredor estratégico para el tráfico de cocaína y armas. Con métodos como desapariciones forzadas, homicidios, torturas, se-cuestros, desplazamientos, recluta-mientos y masacres como la perpe-trada hace dos años.

A raíz de la muerte en combate del máximo jefe de las FARC en Co-lombia, Víctor Julio Suárez Rojas conocido como alias “Jorge Brice-ño Suárez” o “Mono Jojoy”, el pa-sado 23 de septiembre de 2010, se logró obtener información valiosa que certifica la autoría de esta or-ganización al margen de la ley de varios crímenes, hechos que no han sido esclarecidos por la justicia co-lombiana, entre ellos la masacre al pueblo Awa, por los que incluso se habría en algún momento acusado a la fuerza pública.

Este crimen aparece como uno más en la lista oscura de delitos perpe-trados por el terrorismo, actos con la indolencia característica de las FARC, que con total ironía expidió un comunicado en donde recono-cen su responsabilidad en la muerte de los ocho indígenas Awa señalan-do que “ante la presión del operati-vo… su innegable participación ac-tiva los implica en el conflicto, por ello fueron ejecutados”.

Estas palabras describen los fatídi-cos días que pasaron los indígenas que estuvieron allí y que hoy son un mal recuerdo del doloroso suce-so. A pesar de ello, el pueblo Awa decidió resistir y no abandonar sus resguardos, el territorio es su es-pacio vital en la relación armónica entre el hombre y la tierra, objeto de su lucha histórica y diaria por mantener su cultura y sus costum-bres.

Claro resulta que el modus operan-di de las agrupaciones terroristas no es distinto que el de acallar e intimi-dar a aquellos civiles que intenten desafiar sus objetivos contenidos de barbarie y salvajismo; por otro lado, el instrumento ya conocido para desprestigiar al Estado y sus insti-tuciones consiste en provocar des-plazamientos y reflejar ante el país crisis humanitarias que hagan ver al Estado y sus gobiernos como di-rectos responsables de lo que estos pueblos indígenas hoy sufren para así lograr estos criminales que se les sindique por su intencionalidad oscura y letal de quienes realmente pretenden infiltrar y corromper a

Fuente: www.terra.com.co

La más clara radiografía del sufrimiento Awa; la inocencia de la niñez yace en un pequeño ataúd.

Foto: www. current.com

La más ancestral casta Awá ha tenido que presenciar el horror de una vio-lencia que no les pertenece.

Un año más de la masacre

una respetada población ancestral protegida hoy día por nuestra pro-pia Carta Magna.

El reclutamiento forzoso de los ni-ños, las niñas y los adolescentes es sin duda el flagelo más creciente que no solo afecta la cotidianidad de la comunidad Awa, sino que de igual forma representa un flagelo para la misma seguridad del Estado ya que ese denominado círculo vicioso pre-sente entre la dejación de las filas terroristas de sus miembros, suma-dos a la ya reconocida y apabullante contundencia del imperio legal de las armas ha creado dentro de las estructuras criminales un peligroso afán por reclutar por medio de en-gaños o a la fuerza a muchos meno-res de edad y adolescentes que en-grosen sus filas y que de igual forma produzca además dentro del mismo Estado un desprestigio sistemático que derive en sendas acusaciones y presiones provenientes de la comu-nidad internacional.

Es por esto que, hoy más que nun-ca, la realidad de la comunidad in-dígena Awa al igual que la de los 33 pueblos indígenas existentes en nuestro país debe ser no solo trata-do y manejado por los gobiernos de turno, sino que de igual forma debe ser tenido en cuenta por la otra Co-lombia, esa nación que nunca se le ha escuchado hablar de esos pue-blos indígenas ni mucho menos de su gente. De esa Colombia citadina que piensa muchas veces que la si-tuación difícil que hoy se refleja en dicha comunidad indígena es un tópico eminentemente estatal y no de los demás compatriotas ajenos e incluso ignorantes de tamaña si-tuación. Cabe en nosotros mismos, entonces, inmensa responsabilidad que permita reivindicar los dere-chos de los indígenas, a la vez de exigir de quienes legalmente co-rresponde la toma de medidas efi-caces que conlleven a la protección eficaz y perdurable de los miembros de todos los pueblos indígenas en

Colombia en contra de toda ame-naza violenta hoy creciente que está vulnerando sus más sagrados y legí-timos derechos.

Los colombianos tienen la obliga-ción de buscar el cumplimiento de las medidas de protección a las comunidades indígenas adoptadas desde el más alto nivel del Estado, instituciones y organismos, verifi-car el desarrollo de programas, pla-nes y proyectos locales y regionales como un compromiso de búsqueda de la verdad y adopción de pautas que permitan el goce y el ejercicio de los derechos del pueblo indígena Awa y en general de todas las comu-nidades indígenas.

La comunidad Awa, en esta con-memoración tras dos años de la masacre perpetrada por las FARC, donde 11 de sus miembros fueron

objetivo de esta organización, ha sufrido sin duda los más grandes vejámenes, no solo en tan fatídica fecha sino que luego de la misma las masacres, desapariciones e inti-midaciones continúan.

Se deben rechazar las acciones de los grupos terroristas, los colom-bianos deben recuperar la memo-ria histórica honrando a las víc-timas y evitando el retroceso y la repetición de hechos tan lamenta-bles como este.

El 4 de febrero conmemora para los colombianos el derecho a la vida y a la no repetición de masacres como la cometida por las FARC contra el pueblo Awa, día que recordará la protección de los derechos huma-nos y las libertades fundamentales de los pueblos indígenas.

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Chengue, de la muerte a la esperanzaEl esclarecimiento total de los hechos criminales cometidos, la aplicación de justicia a todos y cada uno de los au-tores de esta masacre y la reparación de las víctimas, es parte de la labor que el Estado colombiano debe seguir cumpliendo en favor de las comunidades afectadas por la violencia de los ilegales. Tras cumplirse una década de la ocurrencia de estos hechos, la justicia colombiana continúa realizando esfuerzos por impartir justicia en defensa de las víctimas.

La madrugada del 17 de enero del año 2001, un grupo de hombres fuertemente armados irrumpió en la población de Chengue, con el fin de cumplir con la amenaza que a diario se escuchaba entre sus po-bladores: “vamos a matar a todos los que estén vinculados con la gue-rrilla”.

Lista en mano, un grupo de extrema derecha identificado como “Héroes de los Montes de María” fueron lla-mando a cada uno de los 27 hom-bres a la plaza principal, alrededor de ellos, mujeres, niños y ancianos fueron testigos de la selectiva muer-te de sus seres queridos. Uno a uno fueron llevados a una calle alterna y en medio del silencio y la penumbra eran golpeados en la cabeza con un mazo para romper piedra, las calles empolvadas se llenaron de sangre.

No contentos con ello, las casas de va-rios pobladores fueron quemadas y la amenaza de volver al pueblo a acabar con lo quedaba fue el inicio del éxodo para más de 300 habitantes. El terror no terminó ahí, Chengue conoció ese día el sufrimiento causado por los grupos de justicia privada que pre-suntamente de la mano con políticos y uniformados sumaron más de 70 homicidios en otras poblaciones de los Montes de María, como El Salado, Macayepo y Ovejas.

Justicia pendienteDespués de diez años, el balance de las investigaciones ha permiti-do arrojar algunas luces sobre los responsables directos de esta ma-sacre, sin embargo, aún es mucho lo que falta por aclarar. La Fiscalía General encontró responsabilida-

A mediados de la década del ochen-ta, exactamente entre noviembre de 1985 y enero de 1986, se cometería la peor masacre de la historia de Co-lombia, en esta ocasión por el Fren-te “Ricardo Franco” una disidencia de las FARC, que para su momento estaba bien armado y equipado, di-rigido por Fedor Rey, también co-nocido como “Javier Delgado”, an-tiguo discípulo de “Jacobo Arenas”, quien quedaría grabado en el ima-ginario colectivo de nuestro país como el “Monstruo de los Andes”.

Delgado en el año de 1980 escapó de las FARC con cerca de un millón de dólares y creó su propia facción insurgente, que sería más radical, insensible y criminal que las mis-mas FARC. La paranoia propia de los insurgentes en Colombia, exa-cerbada por el consumo descontro-lado de alucinógenos, generó que “Javier Delgado” y Hernando Piza-rro Leóngoméz llevarán al extremo el uso del terror, con una purga in-terna al mejor estilo stalinista, que quedaría grabada con el nombre de la “Masacre de Tacueyó”.

Dichas purgas en un lapso de dos meses acabaron con casi el 70% de los integrantes del Frente “Ricardo Franco”, torturando y ejecutando de manera brutal a 164 de sus miem-bros incluyendo a menores de edad, acusándoseles de ser supuestos “in-filtrados” de las Fuerzas Militares y de la CIA, sus líderes “Delgado”

y Pizarro Leóngómez, no solo per-petraron dicha masacre, sino que lo hicieron de manera pública frente a los medios de comunicación, admi-tiendo con la mayor naturalidad el éxito de su “gestión”.

“Me enorgullezco de ser el jefe de una organización que ha ajusticia-do a 164 asesinos de nuestro pue-blo, de mercenarios”… ”Si hubieran

sido doscientos, hubiéramos fusi-lado a doscientos. Y todavía hay muchos más. Era todo un plan de las Fuerzas Militares para tomar-se las organizaciones guerrilleras. Este es el período más difícil de la vida revolucionaria que he vivido yo, pero es el que más nos llena de orgullo como revolucionarios. Y va a haber muchos muertos”. (“Javier Delgado”, “El Monstruo de los An-des”, Revista Semana, lunes 10 de febrero de 1986).

Tacueyó es una muestra palpable de la violencia guerrillera en Co-lombia, que por su misma condi-ción radical, extremista y brutal, termina canibalizándose a ella mis-ma, los métodos de tortura y ejecu-ción hechos en los aciagos meses de diciembre y enero en Tacueyó, hace 25 años, sobrepasan cualquier con-cepto de barbarie y es lo que no se debe olvidar.

Las FARC actuales, las de “Alfonso Cano”, las de “Pablo Catatumbo”, las de los fallecidos “Iván Ríos”, “Mono Jojoy” y “Raúl Reyes”, siem-pre han utilizado los ajusticiamien-tos y ejecuciones sumarias como herramientas de control y dominio, no solo al interior de su organiza-ción, sino también para generar terror y zozobra en la población ci-vil. Los contundentes golpes de la Fuerza Pública en los últimos años, tanto a las FARC como al ELN, han hecho de las ejecuciones y torturas sumarias de guerrilleros y milicia-nos, una norma vigente e inalte-rable en estas organizaciones; di-cha paranoia sigue presente en los miembros del Secretariado.

Javier Delgado y Hernando Piza-rro fueron muertos violentamente, en una especie de retribución poé-tica al daño que en vida hicieron a los demás, confirmando que quien “por la espada vive, por la espada muere”. Recordar este tipo de ac-tos, logra que sociedades como la colombiana elaboren una catarsis colectiva, que permita mediante la memoria histórica, que este tipo de hechos no se vuelvan a repetir.

Fuente: www.listverse.com

Mostruo de los Andes llevó a los investigadores a un potrero cerca de Am-bato y allí hallaron 53 cadáveres de niñas entre 8 y 12 años, sumando 57 muertes verificadas.

Juan Pablo Gómez; Analísta Político, Pontificia Universidad Javeriana

Erik Rojas Arenas; Comunicador Social y Politólogo, Universidad Javeriana.

Fuente: www.ipc.org.co

Entre calles polvorientas y la obra gris se vislumbra la esperanza de renovar un nuevo Chengue..

Rememorando la barbarie

Tacueyó:Rememorando la barbarie

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des sobre autores materiales, (Ro-drigo Mercado Pelufo, alias “Cade-na” cabecilla del grupo paramilitar “Héroes de los Montes de María”, y sobre Uber Enrique Banquez, Alias “Juancho Dique”), pero aún falta establecer con certeza los nexos con los autores intelectuales instigado-res de esta y otras masacres come-tidas en los Montes de María entre los años 2000 y 2004.

Las investigaciones desarrolladas en el marco del proceso conocido por los medios de comunicación como el de la “parapolítica”, ha permitido establecer que muy probablemente políticos de la zona y algunos mili-tares y policías que tuvieron bajo su mando esta jurisdicción, por acción u omisión resultaron responsables en la ocurrencia de estos hechos. La Procuraduría General de la Nación formuló sanciones ejemplarizantes sobre varios oficiales y se sumó a los fallos en contra del Estado que obli-garon al pago de una indemnización a los familiares de las víctimas.

La presión internacional sobre esta masacre ha llevado a que la Corte Interamericana de Derechos Hu-manos, CIDH, haya aceptado el in-forme de admisibilidad que pondría a este caso en la mira de este orga-nismo. Sin embargo, la búsqueda de justicia en sí misma no es suficiente para restablecer un territorio, se re-quiere trabajar simultáneamente en la restitución de tierras1 y construc-ción de oportunidades, para hacer de este lugar un foco de desarrollo que permita superar la pobreza y cerrar espacios al retorno de la vio-lencia.

Construyendo sobre las cenizas¿Es posible construir sobre las rui-nas? ¿Cómo se repara integralmente a las víctimas? ¿Qué se ha hecho en beneficio de los que sufrieron el des-pojo?

En 2010, en recorridos de trabajo con la comunidad por la extensa zona de Montes de María, tuve la oportunidad de entrevistar a sus pobladores, contrastar la opinión de líderes locales, autoridades civi-les e incluso de militares y policías que hoy hacen presencia en la zona; y a pesar de reconocer que aún falta mucho por recorrer, los avances ob-tenidos dejan espacio a la esperan-za, en ese sentido, el principio de solución a la encrucijada impuesta a territorios atravesados por la vio-lencia parte de aceptar los errores cometidos, construir confianza y lo-grar apoyo permanente a las comu-nidades afectadas.

Después de que los Montes de Ma-ría fueron territorio de nadie, bajo el control dividido de diferentes grupos ilegales como las FARC, el EPL e incluso de la arremetida pa-ramilitar que puso en jaque el con-trol del Estado en esta zona del país.

Las acciones realizadas en conjunto con la comunidad parecen arrojar un resultado positivo: mejoramien-to de corredores viales para facili-tar la economía legal basada en la agricultura y la ganadería, soporte de equipos y maquinaria para la producción agrícola y otra serie de adecuaciones como un acueducto y mejoramiento locativo de escuelas campesinas.

Llama la atención la implementa-ción de las “Escuelas de Paz”, entes destinados a la resolución de con-flictos, a prevenir la violencia en el hogar y a fortalecer la construcción de tejido social en una comunidad que estuvo sumida en la desespe-ranza y en la que aún persisten si-tuaciones de violencia intrafamiliar o de abandono de hogar. Esta es una invitación a entender la pro-blemática mirando más allá de la violencia ejercida a través del terror fariano o paramilitar para ahondar en la esencia misma de las familias de esta región, comprendiendo que el mejoramiento en infraestructura también requiere afianzar las con-diciones de las mujeres cabezas de familia, viudas de esta masacre, que ahora están retornando al corregi-miento de Chengue y sus alrededo-res; además, garantizar la cobertura educativa y avanzar en la construc-ción de nuevos liderazgos políticos ajenos a las prácticas corruptas de aquellos que pactaron con los ilega-les para perpetuarse en el poder2.

1. Comisión Nacional de Reparación y Reconciliación: “Proyecto piloto de restitución de tierras en Chengue” http://www.cnrr.org.co/restitucion-web/html/comisiones_proyecto_chengue.html 2. “Condenado a 40 años de cárcel el ex senador Álvaro García” La condena es por parapolítica, homicidio y peculado, determinó la Corte Suprema de Justicia. Álvaro García Romero, el hombre que en los últimos 20 años fue el mayor poder político de Sucre, fue condenado como responsable de la masacre de Macayepo, cometida por los paramilitares de alias ‘Cadena’ en octubre del 2000. La histórica decisión dice que García no solo conspiró para crear, entre 1996 y 1997, las bandas armadas que provocaron decenas de muertes y desplazamientos en esa región, sino que los financió y colaboró para que realizaran algunas de sus acciones criminales. http://www.eltiempo.com/archivo/documento/CMS-7297464 3. Organización Internacional para las Migraciones – OIM. “En los Montes de Maria, 250 familias verán florecer nuevamente el aguacate” http://www.oim.org.co/OIM/Noticias/tabid/108/smid/415/ArticleID/244/language/en-US/Default.aspx

El control territorial es básico pero no suficiente para garantizar la res-titución de los derechos, también es necesaria la continuidad en el apo-yo estatal, el control de los recursos públicos por parte de las mismas comunidades, la construcción de una cultura política desvinculada de prácticas ilegales y la enseñanza de valores democráticos capaces de superar las inevitables dificultades a las que aún se ven sometidas las regiones apartadas. Todo un gran reto para el gobierno y por supues-to, un compromiso vigente para las organizaciones y empresas del sec-tor privado interesadas en hacer que la incipiente producción agríco-la de esta región encuentre caminos reales para vender sus productos; como por ejemplo, los cultivos de aguacate sembrados a lo largo de los corregimientos de Chengue, el Tesoro y San Macanda que aún con-tinúan luchando contra una plaga que amenaza la producción de sus cultivos3 .

La masacre de Chengue es sin duda, un capítulo de sangre que no debe ser olvidado y en el que se debe se-guir impartiendo justicia, pero es y seguirá siendo igual de importante, avanzar en oportunidades reales para una población que espera se-guir sembrando la esperanza y reco-giendo los frutos de un futuro que les sea propio.

Fuente: www.washingtonpost.com

Una mirada que lo dice todo: Una población apacible convertida en cenizas.

Foto: Jaime Vides.

Sentado en la gradería de la cancha de microfútbol, Cristóbal Quintana mira la casa de la que sacaron a su padre.

De la muerte a la esperanza

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El Salado: 6 Días de Terror“Requiescat in Pace”

(Descansen en Paz)

Luis Pablo Redondo, Pedro Torres, Emides Cohen, Neivis Arrieta, Fran-cisca Cabrera, son solo algunos de los nombres de las más de 60 perso-nas masacradas por el Bloque Norte de las Autodefensas Campesinas de Colombia (AUC) en las veredas del corregimiento de El Salado, perte-neciente al Carmen de Bolívar. Tris-teza, desolación, angustia, terror, incertidumbre, hambre y miedo son algunos, y probablemente muy po-cos, de los sentimientos aflorados en los habitantes de esta lejana po-blación de los Montes de María, que sufrió profundamente los embates de una guerra ajena e inmerecida aquel febrero del año 2000.

Seguramente toda palabra, descrip-ción o análisis que se trate de hacer para entender estos fatídicos días, serán insuficientes y darán mues-tra que el dolor de las víctimas y la vergüenza de los victimarios solo puede ser sentida y conocida, preci-samente, por los que estuvieron allí presentes en el desarrollo de estos tristes y dolorosos hechos.

El Salado tiene la maldición de estar asentado en un paraje estratégico para los grupos armados ilegales y, precisamente por ello, se puede ex-plicar su desgracia. Desde los años 70, los grupos guerrilleros buscaron hacerse con el control de este sen-dero natural, que les permitía man-tener cierta capacidad de movilidad y logística entre los departamentos de Bolívar y Sucre en el norte del país. Esta presencia guerrillera es-tigmatizó la región y a sus poblado-res durante años, muchos de ellos que por pura y sencilla obligación tenían que rendirle pleitesía a los que allí gobernaban; otros conven-cidos por el fragor de los hechos, decidieron apoyar a dichos grupos como parte de su estrategia de vida. No importan las razones, lo que aconteció es sinónimo de barbarie y a pesar de los argumentos esgri-midos para llevarlo a cabo, no existe ni existirá explicación sensata para ello.

Con el devenir de la historia del país, no pasó mucho tiempo para que los terratenientes, campe-sinos, industriales, ganaderos y otros sectores sociales y políticos de Colombia, comenzaran a bus-car salidas ajenas al Estado, al que veían como incapaz, ineficiente y lejano, para superar la crisis de seguridad en sus regiones, prin-cipalmente para la protección de su propiedad, la vida y sus fami-lias. Poco a poco, la solución se fue dando, representada en ejér-citos privados, en autodefensas de origen humilde, en fin, la solución

Fuente: www.flickr.com

El resultado de una larga jornada de terror, locura y violencia desmedida se ve reflejado en esta humilde casa que en silencio fue testigo de una de las masacres más horrendas en la historia de Colombia.

Javier Andrés Flórez; Analísta Político, Universidad del Rosario

consistió en administrar justicia por sus propias manos, a través del uso de las armas.

Con el paso del tiempo, estos grupos fueron creciendo y aproximadamen-te en 1997, la idea de las autodefen-sas unidas cogió fuerza, de la mano de los hermanos Castaño, gestores políticos de un concepto contra gue-rrillero supuestamente “legítimo”, que inclusive tuvo fuertes apoyos en amplios sectores sociales y políticos del país. Era la muestra más directa de la ineptitud del Estado, que trajo consigo la desgracia de El Salado.

Esta nueva organización, comenzó una guerra sin cuartel contra los

grupos guerrilleros asentados, prin-cipalmente en el norte del país, co-metiendo actos barbáricos de toda índole y, claramente, macartizando a los pobladores que, sin saberlo, se habían convertido también en ob-jetivos militares de esta estructura, como en su momento lo fueron de sus primeros conquistadores mo-dernos: los grupos guerrilleros.

En el año 2000, en el marco de es-tos enfrentamientos, de esta guerra sin cuartel, el Bloque Norte de las AUC, al mando de Salvatore Man-cuso y Rodrigo Tovar Pupo, cono-cido como “Jorge 40”, planearon y coordinaron en la finca magdale-nense de “El Avión”, la puesta en marcha del plan de recuperación de El Salado, de manos de la guerrilla de las FARC, específicamente del frente 37 de esta organización sub-versiva, ordenada directamente por

Carlos Castaño, quien envió como su representante a John Henao, alías “H2”.

De esta forma, aproximadamente 450 hombres de las AUC comen-zaron su desplazamiento hacia la vereda de El Salado el 16 de febrero del año 2000, divididos en 3 frac-ciones dirigidas por alias “El Tigre”, “Cinco Siete” y “Amaury”, quienes aplicaron la aproximación “Tenaza” para reducir al frente guerrillero presente en la región, cometiendo todo tipo de actos de terror contra la población que iban encontrando en su camino, utilizando retenes ilegales, amenazas, muertes selec-

tivas injustificadas y demás “meca-nismos” para generar terror en la población. Este primer trayecto co-bró la vida de 24 personas, y hasta ahora se estaban aproximando a su objetivo principal: el casco urbano de la vereda El Salado. Así transcu-rría el segundo día y la historia has-ta ahora comenzaba.

Al tercer día, el 18 de febrero, el casco urbano de El Salado quedó en manos absolutas de las fuerzas paramilitares, gracias a que las tres fracciones juntas de las AUC logra-ron reducir al frente 37 de las FARC y apoderarse de la jurisdicción. Es-tando allá, obligaron a salir a todos de sus casas y ubicarse en el par-que central y en las escaleras de la Iglesia. Y en ese momento empezó el horror en su máxima expresión. Mataron al azar, exigieron infor-mación que la población no tenía,

violaron y mataron con sevicia, de-lante de todos para generar pánico y terror. Algunos testimonios hablan por sí mismos:

“Un muchacho de apellido Alvis, a él lo tiraron al piso, él se paraba, él decía que por qué lo mataban, por qué le pegaban y lo reventaron a golpes”. (Testimonio de sobrevi-viente).

“Ahí cogieron a una hija de Chami Arrieta, a esa muchacha la saca-ron de allá de la fila de la iglesia y por aquí en frente habían dos palos grandes y frondosos, esa muchacha si tuvo una muerte también horri-ble, esa muchacha la acostaron boca abajo, entonces vino ese tipo y se le montó en la espalda, se le sentó en la espalda y la cogió por la cabeza y la jaló duro para atrás, la jaló dura, la estranguló y la desnuco, después de haberla desnucado, buscó unos palitos pequeños, le alzó la pollera, se la quitó y le metió unos palitos por el pan, a esa la encontraron así”. (Testimonio de sobreviviente).

Al cuarto día, el 19 de febrero, las AUC todavía seguían en el casco ur-bano de El Salado, aprovechándose de las víctimas, insultándolas, ma-noseándolas y maltratándolas. Ese mismo día, en horas de la tarde, sa-lieron del casco urbano internándo-se en zona rural, pero continuando en su retiro con algunas muertes se-lectivas a individuos que por el des-tino se atravesaron en su trayecto de salida. Ese fue el caso de Eduar-do y Eliseo Torres, padre e hijo, que habiendo sobrevivido a la masacre en el parque central de El Salado, decidieron salir a recoger maíz para tener que darle de comida a su fa-milia, el 21 de febrero, con la mala suerte de encontrarse con las AUC, quienes le dieron muerte sin ningu-na explicación.

El saldo total de muertos, luego de 6 días de incursión paramilitar, fue de aproximadamente 60, según el informe de Memoria Histórica de la CNRR, aunque la investigación de la Fiscalía habla de más de 100 víctimas mortales; ahora bien, es necesario tener en cuenta las otras víctimas de la masacre, producto de violación, de desplazamiento forza-do y de otro tipo de vejámenes in-sólitos que dan cuenta de que esta masacre se constituye en una de las más trágicas en la historia de Co-lombia.

Por cada una de las víctimas es ne-cesario seguir buscando toda la ver-dad, para que la memoria histórica se constituya en una de las fuentes más importantes para la reconcilia-ción nacional. La visibilidad de ellas y de sus familias es un compromiso inaplazable de toda la sociedad co-lombiana. Mientras tanto, El Sala-do empieza a reconstruirse poco a poco, como ejemplo de superación.

6 Días de Terror

PERIÓDICO DOSSIER 7

- ¡Tírense al suelo! ¡Tírense al suelo!Ya los de las primeras líneas lo habían hecho, ba-

rridos por las ráfagas de metralla. Los sobrevivien-tes, en vez de tirarse al suelo, trataron de volver a la plazoleta, y el pánico dio entonces un coletazo de dragón, y los mandó en una oleada compacta

contra la otra oleada que se movía en sentido con-trario, despedida por el otro coletazo de dragón de la calle opuesta, donde también las ametralladoras disparaban sin tregua. Estaban acorralados, giran-do en un torbellino gigantesco que poco a poco se

reducía a su epicentro porque sus bordes iban sien-do sistemáticamente recortados en redondo, como pelando una cebolla, por las tijeras insaciables y

metódicas de la metralla1.

El valor de recordarlas

Este pasaje es quizá una de las po-cas evidencias de memoria histórica que reposa en la mente colectiva co-lombiana respecto de las masacres. La huella fehaciente de un hecho poco célebre, que aunque en su mo-mento quiso ser acallado, logró per-manecer vigente en la memoria del pueblo, recordando los horrores su-fridos por trabajadores huelguistas de Ciénaga, Magdalena.

Hoy, 83 años después del hecho, las nuevas generaciones reconocen y saben de lo sucedido, pero ignoran muchos otros acontecimientos con-temporáneos, igualmente nefastos. Masacres como la de los indígenas Awa, la del municipio de El Salado, la muerte de guerrilleros a manos de sus propios compañeros en Tacue-yó o la de Chengue, si bien acabaron con la vida de muchos inocentes, son deficitariamente conmemora-das en el ámbito nacional.

Pocos saben historias como la del maestro de El Salado, Bolívar, Luis Pablo Redondo, a quien estando vivo le arrancaron las orejas con un cuchillo, lo apuñalaron sistemática-mente, y aún con vida le cortaron el aire con una bolsa plástica amarrada a su cabeza, para terminar su ago-nía con un tiro de gracia. Todo ello,

Juan Guillermo López; Analísta Político, Universidad del Rosario

en la plaza principal, frente a varios espectadores, que obligados, pre-senciaron este acto de apertura de la masacre de 66 inocentes, a manos de los mal llamados paramilitares.

Una historia macabra y al gusto de muchos quizá sensacionalista, pero tristemente parte constituyente de la realidad de muchos colombianos, para quienes la tranquilidad es ape-nas nostalgia.

El precio pagado por la sociedad por no conocer, recordar ni conde-nar estos hechos, lo constituye el ol-vido. Valga decir, la inconciencia de que un componente fundamental de los postulados de la consecución de un idóneo escenario de posconflicto y reconciliación, a saber, la verdad, justicia y reparación, lo constituye el recuerdo de todos nosotros; esto es, la memoria colectiva en pro de la memoria histórica.

Recordar la verdad, por dura o aje-na que parezca, cierra la puerta a la perpetración de los horrores, o cuanto menos cimenta las bases de un criterio de rechazo a estos, que desincentivan su comisión por par-te de las generaciones venideras. Piénsese por ejemplo en sociedades como la alemana, para la cual, lue-

go de un proceso de verdad, justi-cia y reparación, acompañado de mecanismos de memoria histórica frente a los horrores del Holocaus-to, la guerra es un último recurso de lucha, rechazado por el imaginario colectivo en general, y que en lo po-sible es mejor evitar.

Y si bien hoy, y luego de cerca de 50 años de conflicto armado contem-poráneo en Colombia, aún no cae-mos en cuenta del valor de recor-dar, son loables las iniciativas que al respecto se han puesto en marcha por el gobierno nacional, como la Comisión Nacional de Reparación y Reconciliación, las cuales deben crecer en impacto y difusión.

Conmemorar aciagos capítulos de nuestra historia nacional, es abrir los ojos a una realidad que no debería sernos ajena, aunque no la suframos

de manera directa. Es reconocer la responsabilidad de un pueblo, cuyo conflicto interno ha torturado, ma-sacrado, desplazado y perjudicado a sus compatriotas, bajo argumentos insulsos y razones inicuas.

Guardar en la memoria historias como la del profesor Luis Pablo Redondo y muchas otras víctimas del conflicto colombiano, reconoce el valor que su muerte tuvo para el desarrollo de nuestra sociedad, en el sentido de tomarlas como el rase-ro para lo inaceptable, en pro de la construcción de una mejor realidad presente y futura.

Por la historia de nuestras víctimas y la importancia de su reminiscen-cia, honremos su memoria con el valor de recordarlas.

Foto: www.flickr.com

El paso de la soledad y el dolor se transforma hacia el retorno a la inocencia y a la fraternidad.

Fuente: www.caracoltv.com Fuente: www.nuevoarcoiris.org.co

El valor de recordarlas

Conmemorar aciagos capítulos de nuestra historia nacional, es abrir los ojos a una realidad que no debería sernos ajena. Las nuevas generaciones serán quienes juzguen si el futuro los tratará mejor que a sus antecesores.

1. Ver García Márquez, Gabriel. “Capítulo XV”. En Cien Años de Soledad.

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