Dos Poetas Tragicos en Vina

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Dos poetas trágicos en Viña del Mar. Las manifestaciones literarias son un valioso elemento para conocer al hombre y a la sociedad en que está inserto. Desde ese punto de vista, podemos apreciar las características de la ciudad y de su gente, a través de algunas obras de ciertos autores que estuvieron ligados a Viña del Mar en los inicios del siglo XX. En esta ocasión queremos destacar las obras de dos autores que desde la poesía y la prosa reflejaron la sociedad finisecular; se trata de Carlos Pezoa Véliz y de Teresa Wilms Montt, ambos poetas trágicos, unidos por la desdicha pero separados por sus condiciones sociales y por el mundo que les tocó vivir. Carlos Pezoa Véliz (1879-1908) provenía de una modesta familia. Al morir su madre fue adoptado por sus patrones. 1 Estudió en el Liceo San Agustín y en el Instituto Nacional de Comercio de Santiago. Según Joaquín Edwards Bello, al no pertenecer a la clase alta y al ser ésta muy brutal e hipócrita con los desdichados, hizo que Pezoa se tornara cruel y burlesco. “El que vive entre lobos termina por aullar como lobo”. 2 Esta característica de la personalidad de Pezoa es la que mejor se refleja en su obra “La calle Viana”. 1 Edwards Bello, Joaquín, “Notas sobre el poeta Pezoa Véliz” en Antología de Viña del Mar, Carlos Ruiz Tagle, 2ª edición, I. Municipalidad de Viña del Mar, 1987, pág. 75. 2 Idem. Carolina Miranda San Martín, 2007.

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Via del Mar a travs de la literatura

Dos poetas trgicos en Via del Mar.

Las manifestaciones literarias son un valioso elemento para conocer al hombre y a la sociedad en que est inserto. Desde ese punto de vista, podemos apreciar las caractersticas de la ciudad y de su gente, a travs de algunas obras de ciertos autores que estuvieron ligados a Via del Mar en los inicios del siglo XX.

En esta ocasin queremos destacar las obras de dos autores que desde la poesa y la prosa reflejaron la sociedad finisecular; se trata de Carlos Pezoa Vliz y de Teresa Wilms Montt, ambos poetas trgicos, unidos por la desdicha pero separados por sus condiciones sociales y por el mundo que les toc vivir.

Carlos Pezoa Vliz (1879-1908) provena de una modesta familia. Al morir su madre fue adoptado por sus patrones. Estudi en el Liceo San Agustn y en el Instituto Nacional de Comercio de Santiago.

Segn Joaqun Edwards Bello, al no pertenecer a la clase alta y al ser sta muy brutal e hipcrita con los desdichados, hizo que Pezoa se tornara cruel y burlesco. El que vive entre lobos termina por aullar como lobo. Esta caracterstica de la personalidad de Pezoa es la que mejor se refleja en su obra La calle Viana.

Su inclinacin por las letras lo llev a colaborar en peridicos y en liceos como profesor. Perteneci al Ateneo de Santiago. Como periodista trabaj en La Comedia Humana, en donde da a conocer sus trabajos literarios.

No slo fue poeta sino que tambin se dedic a la prosa, creando cuentos, artculos de costumbres y pequeas crnicas, las que aparecen en el diario La voz del Pueblo, y en las revistas Instantneas, La Lira Chilena, Chile Ilustrado, Zig-Zag, etc.

Una de las etapas en la vida del poeta consisti en su deseo de adaptarse a la clase victoriana. Se visti () con cuello alto, de pone y saca, de la Camisera Matta, un traje de Grote y flor en el ojal. Peinado con partidura. La mirada indecisa, burlona y siniestra, demuestra la perturbacin producida en l por su desajuste en la sociedad. A juicio de Edwards fue un fracasado, un genio irritable, que adems irrita a las personas que se acercan, un sembrador de angustias.

El poeta Pezoa fue anarquista y sitico. Anarquista, cuando escribi en las columnas de El Matasiete. Sitico, cuando se hizo profesor en Via del Mar. No se podra imaginar un anarquista en la ciudad de la Quinta Vergara, del Sporting y de la playa de Montemar.

En el ao 1905 empez a trabajar como secretario de la alcalda y de la Municipalidad de Via del Mar. En ese entonces la ciudad era ensimismada y progresista. El tren que la une con Valparaso y los caballos que atraviesan sus calles empredadas, rompen la tranquilidad de los habitantes que han buscado el refugio propicio para elucidar sus cuitas. rboles seoriales, caaverales invulnerados, flores y pastos que entregan su aroma quieto, le confieren a la pequea repblica un aire condal. Es esta ciudad la que observa y describe el poeta, y que qued plasmada en la obra La Calle Viana.

En esas labores estaba cuando en el terremoto del 16 de agosto de 1906, qued herido por los escombros que cayeron sobre su pie derecho, dejndolo cojo, a pesar de varias intervenciones quirrgicas. La situacin se complic, cuando tiempo despus, enferm de tuberculosis, enfermedad de la cual no pudo reponerse. Pas sus ltimos das en el Hospital San Vicente de Paul en Santiago, mur a los 29 aos. Su amigo, Vctor Domingo Silva Endeyza lo despidi con estas palabras: Tu vida fue un infierno de ensueo y amargura.

Entre sus obras destacan Alma Chilena (1911); Las campanas de oro (1920); Poesa, cuentos y artculos (1927); Antologa de Carlos Pezoa Vliz (1957).

Carlos Pezoa V., en Valparaso, 1903.

Carlos Pezoa, en Valparaso, 1905.La vida de Teresa Wilms Montt se asemeja a la de Carlos Pezoa Vliz por lo trgico, ambos poetas fueron incomprendidos en su poca.

Teresa naci el 8 de septiembre de 1893 en la flamante Via del Mar. Perteneci a la clase alta, sus padres vivan en calle lvarez, siendo l un prspero comerciante y ella integrante de una de las familias ms poderosas de ese entonces, los Montt.

Fue educada por institutrices extranjeras, adems, profesores de idiomas, historia, piano, pintura, etc. desfilaban por la mansin de Wilms en Via.

El matrimonio Wilms Montt tuvo cinco hijas, siendo la mayor la preferida, ella era sobrina del Presidente Pedro Montt. La madre castigaba a Teresa por su actitud, curiosidad y ganas de aprender (...), (ella) hurtaba libros en la biblioteca y se iba a leer al parque, a solas, a escondidas.

Disfrutaba de la msica y los bailes, en estos ltimos deslumbraba por su belleza. En ellos conoci a Gustavo Balmaceda Valds.

La clase social a la cual perteneca Teresa era muy estricta en cuanto al comportamiento de las mujeres. En ese entonces no estaba permitido algn escndalo o desenfrenos amorosos. Pero el destino para ella fue tortuoso. Cas con Gustavo, junto a quien form una familia con sus dos hijas, Elisa y Sylvia. La felicidad del matrimonio se vio empaada por la intervencin de Vicente Balmaceda, primo de Gustavo quien se enamor de Teresa. Ante estas circunstancias fue encerrada en el convento de la Preciosa Sangre. Pero logr huir, esta vez hacia Argentina con el poeta Vicente Huidobro.

En Buenos Aires, un enamorado - llamado Anuari - se suicid por su amor. Esta trgica situacin la hizo darse cuenta de cuanto lo amaba.

Todo esto provoc que fuera rechazada por sus pares, sus hijas fueron arrebatadas y slo pudo verlas ocasionalmente, cuando las nias viajaron con sus abuelos a Pars.

Parti de Chile en 1916 y nunca ms regres. Como escritora fue aceptada en Buenos Aires y Madrid, estrech lazos de amistad con literatos del Viejo Mundo (Ramn del Valle Incln, Julio Romero de Torres, Jacinto Benavente, Gmez de la Serna, Gmez Carrillo). Incluso el rey Alfonso XIII cautivado por su personalidad y belleza le concedi una Cruz al Mrito.

Finalmente Teresa se radic en Pars, all se dedic a escribir. La poetisa Sara Hubner la describe en el hotel parisino: Todo su traje consiste en una camisa negra de algo as como jersey de seda muy gruesa, atada bajo los senos con un cordn de orodesnudas las piernas y los pies, stos ltimos metidos en chinelas de raso, cuajadas de piedras. Sobre los hombros, una capa de color coral encendido, adornada con plumas de avestruz, pone reflejos de fuego en su hermoso semblante, baado de una palidez intensa, casi lvida. Los ojos (tienen) una expresin tranquila(Los) labios teidos de prpura se contraen en un imperceptible gesto amargoPelo corto en melena, que se riza en torno de su frente, como una aureola de oro y de soldiez o doce pulseras en cada una de sus brazos blancos. Es hermossima (), es buenay no es feliz. Segn Vial Correa no lo fue nunca. La empapaba () la tristeza insondable de una aristocracia sin destino. Para su esposo Gustavo ella no encontrara consuelo en Dios ya que era atea, y no aceptaba las reglas impuestas por su tiempo y su clase. Este vaco o escepticismo la llev al nihilismo en donde la muerte es una atrayente idea frente a una vida intil. Teresa escribi: Morir despus de haber sentido todo, no ser nada! Slo existe una verdad tan grande como el sol: la muerte.

Todo esto la llev al suicidio como una opcin especial de liberarse de las crticas y sufrimientos. Finalmente, muere el 24 de diciembre de 1921, en el Hotel Laenaec de Pars, a los 28 aos de edad y producto de una sobredosis de veronal (analgsico).

Su obra de tipo confesional, se advierte a la ensayista fina, a la autora de poemas en prosa, ya sea en forma de cartas o de diarios. Entre sus escritos destacan: Pginas de mi diario y Cuentos para hombres que todava son nios ambas publicadas en Buenos Aires, y Anuari, editado en Madrid. En la dcada del 20 public en Pars Con las manos juntas, Los tres cantos, El diario de Silvia y La quietud del mrmol. En 1922 en Chile se edit una obra pstuma Lo que no se ha dicho. En muchas de estas obras se refiere a su vida personal y los infortunios vividos.

La existencia de Teresa Wilms escap a las costumbres de su poca. Las mujeres, en ese entonces, estaban destinadas a otro tipo de labores, que se relacionaban ms con los quehaceres domsticos y el cuidado de los hijos. Adems, siempre estaban bajo la custodia de un hombre, primero de su padre y luego de su esposo. Al conocer la obra literaria de Teresa Wilms podemos apreciar el quiebre que produjo en su vida el no seguir con estos convencionalismos.

Teresa en Iquique, 1914.

Programacin de Aula.

Nivel: Primer Ao Medio

Asignatura: Lengua Castellana y Comunicacin

Objetivos Fundamentales Transversales:

Reconocer la finitud humana y sus implicancias, a travs de las obras literarias que se trabajen.

Desarrollar habilidades de investigacin (seleccin y organizacin de informacin relevante).

Desarrollar habilidades de anlisis, interpretacin y sntesis (de obras y autores, de producciones de los medios de comunicacin, de las propias produccin orales y escritos).

Objetivo Fundamental:

Comprender la importancia cultural de las obras literarias, relacionndolas con diversas manifestaciones culturales de la poca de su creacin.

Contenidos:

- Investigacin de antecedentes significativos del contexto de produccin de las obras literarias (situaciones histricas, tendencias y movimientos artsticos, culturales, filosficos, circunstancias de la vida de os autores, relaciones entre las artes, etc.)

- Apreciacin del valor y significacin que tienen el conocimiento del contexto en la lectura literaria: su aporte a la actividad interpretativa (proposicin de sentidos) y a la identificacin de momentos de la historia literaria y situacin de las obras en ella.

Metodologa:

El profesor incentivar la lectura de textos relacionados con la sociedad viamarina de fines del siglo XIX y principios del siglo XX, especialmente, de algunos de sus exponentes como Carlos Pezoa Vliz y Teresa Wilms Montt.

Los alumnos debern organizarse en grupos de trabajo para investigar sobre los contextos de produccin de la obra, y as, al leer el texto con el conocimiento del contexto entendern mejor lo ledo.

Los grupos seguirn los pasos de una investigacin, es decir:

Formulacin del problema o del tema

Determinar los objetivos del trabajo

Identificar las fuentes y las formas en que se registrar la informacin.

Crear un informe.

Elaborar conclusiones de la investigacin.

Finalmente, cada grupo de trabajo podr exponer en una representacin teatral su investigacin sobre el autor, la obra y el contexto.

Tiempo: 4 horas pedaggicas.

Evaluacin: se evaluar el informe de la investigacin y la representacin teatral.

Para mayor informacin puede ver: memoriachilena.cl.

Lo que no se ha dicho...

Paginas de diario

Este es mi diario.

En sus pginas se esponja la ancha flor de la muerte diluyndose en savia ultraterrena y abre el loto del amor, con la magia de una extraa pupila clara frente a los horizontes.

Es mi diario. Soy yo desconcertante desnuda, rebelde contra todo lo establecido, grande entre lo pequeo, pequeo ante el Infinito....

Soy yo...

Teresa de la

Miro mi faz sobre la charca podrida y ella me devuelve el reflejo tan puro como el ms ntido espejo.

A pesar de que en mi alma se albergan lastimeras cuitas se ilumina mi rostro al rer, como encendido al rescoldo de una santa alegra.

Maldigo y es de tal manera armnico el gesto de mis brazos en su apostrofe dolorido, que dirase que ellos se levantan a impulsos sos de una fuerza extraa, para ofrendar sus preces en una bendicin al Omnipotente.

Miserable lloro, retorciendo mis angustias como a sierpes que quisiera aniquilar, pero en mi camino se detiene a tiempo un santo, un bondadoso, un sencillo y enjugando mis ojos me dice: - Qu buena eres! Llora, que esta agua que vierte el alma endurecida, bendita es, la recoge l, que est ms alto y seala los espacios.

No puede ser mala, no; la bondad me sale al encuentro. Parceme que el mismo mal se hubiese vestido de gala para desgarrarme el corazn.

Quiero que en sabia esencia, la Paz descienda sobre mi y anegue generosa en frescura mi interior carcomido.

Oh siglo agonizante de humanas vanidades! He cultivado un pedazo de terreno fecundo, donde puedes desparramar las primeras simientes destinadas a la Tierra Prometida.

Alta mar.

De tanta angustia que me roe, guardo un silencio que se unifica a la entrada del ocano.

En la noche cuando los hombres duermen, mis ojos haciendo trptico con el farol del palo mayor, velan con el fervor de un lampadario ante la inmensidad del universo.

El austro sopla trayendo a los muertos cuyas sombras hmedas de sal acarician mi cabellera desordenada.

Agonizando vivo y el mar est a mis pies y el firmamento coronando mis sienes.

Londres, septiembre 191...

A un costado de mi cama, en la pared, hay tres manchas de tinta.

La primera repartida en puntitos parece una estrella doble, la segunda se abre ms abajo; en minscula mano de bano, la ltima perfectamente recortada tom la forma de un as de piqu.

Resbalo sobre ellas mis dedos, con sensibilidad de nervio visual, y siento que esas tres manchas estn de relieve dentro de mi cerebro como obstculo para el fcil rodar de las ideas.

Hay tres, digo, tratando de si atraerse; tres digo mirando al techo: el amor, el dolor y la muerte.

Sin saber por qu parceme que he pronunciado algo grave, algo que recogi en su bolsa sin fondo la fatalidad.

Aunque borre las machas de la pared, esos tres puntos negros quedarn estampados dentro de mi cerebro.

En la efervescencia de la sangre que bulle, cuando la sorba la Absurda, harn remolino vertiginosamente las tres, en la copa pulida del crneo.

Un temblor nervioso tira hacia abajo la comisura de mis labios.

Cada vez ms espesa la pintura de la noche embadurna los cuadros de la ventana.

Londres.

Noche sin astros, sin cantos.

Extraas letanas desgranan de sus bocas nebulosas los campanarios.

El spleen envuelto en sus harapos de humo, agoniza junto a las llamas de la chimenea.

Palabras de otro siglo en una lengua muerta musita en el odo mi corazn, escarbando con su punta de ua en las estopas de la almohada.

Los fantasmas de la historia trgica izan en la Torre de Londres su pabelln de ahorcados.

Londres.

Tras de los cristales el alba alisa sus cabellos blancos.

Ella despierta.

Junto al espejo yo meso los mos rubios.

Yo he dormido, he soado sollozando.

Ella es eterna y yo triste y triste somos aquellos que no hemos nacido de los dioses.

Londres.

Slo en una actitud puedo descansar de la ardua tarea de vivir, tenderme en la cama los das y los das, pensar con la nuca apoyada en los brazos. Escarbar en mi cerebro con la tenacidad de un loco buscando fondo al insondable abismo en el cual estoy dando vueltas desorientada.

Oh ms all, existe?

Teosofa, filosofa, ciencia qu hay de verdad en sus teoras?

Morir despus de haber sentido todo y no ser nada.

Me dan ganas de rer y ro con la frialdad de los polos.

Ah vida, no ser, no ser...!

Liverpool. Hotel Adelphi. Octubre 16, 1919, 3 madrugada.

No he podido dormir. A la una de la madrugada cuando iba a entregarme al sueo, me di cuenta que estaba rodeada de espejos.

Encend la lmpara y los cont. Son nueve.

Recogida, hacindome pequea contra el lado de la pared, trat de desaparecer en la enorme cama.

Llueve afuera y por la chimenea caen gruesas gotas, negras de tizne. es que se deshace la noche?

No tengo miedo, hace mucho tiempo que no experimento esa sensacin.

Me impone el viento que hace piruetas silbando, colgado de las ventanas.

No podra explicarlo, pero aqu, en este momento, hay alguien que no veo y que respira en mi propio pecho.

Qu es eso?

Bajo, muy bajo, me digo aquello que hiela pero que no debo estampar en estas paginas.

La sombra tiene un odo con un tubo largo, que lleva mensajes a travs de la eternidad y ese odo me ausculta ah, tras del noveno espejo.

Londres.

Amo lo que nunca fue creado, aquello que dej Dios tras los telones del mundo.

Amo aquel hombre incompleto, de un solo ojo en la frente, cuyos reflejos son turbios reflejos de luna sobre aguas estancadas.

A ese hombre le qued ms fuerza en el cerebro.

Hay en l ms arcilla en bruto, tambin un poco de perversidad del Divino.

Amo a aquel hombre que nunca fue y que me aguarda apoyado tras del bastidor Sabat.

Madrid, diciembre 24, 191... 4 a.m.

Con desgarbo levanto mi copa frente al cielo opaco.

Bienvenido Jess, bello amado de tantas.

Brindo por tus ojos divinos, por tu amor.

Magdalena de este siglo, enjugo tus aromados pies con la ropa de mis pecados empapadas en champaa.

Madrid 1920.

No deseo el amor, ni el oro.

Mi alcoba pequea es cofre de soledad.

Sobre la cama extiende su flexible manto la muerte.

En el brasero rebrillan un montn de astros.

Gloria y sueo tambin los tengo.

Madrid.

Vaca est mi mente y he pensado tanto!

Hueco mi corazn y he querido tanto!

Errante y siempre errante mi espritu que he vagado tanto.

Soy el genio de la nada!

Madrid.

Mi sangre diez veces noble, santa y estulta por los alambiques que he cruzado, sufre ahora la transformacin en un crisol sidreo. Lo que nunca deseo, desea; lo que jams extrao extraa.

De noble, santa y estulta se ha vuelto fiera, histrica y grave. Oh sangre ma que fuiste azul y hoy roja luces! Roja de infierno, de pecado, de revolucin.

Este siglo est caduco, sangre ma.

Quieres que te vace sobre el seno de la tierra?

Madrid.

Me muero! Al decirlo no experimento emocin alguna, por el contrario, me inclino curiosamente a contemplar el hecho como si se tratase de un desconocido.

Si tuviera la capacidad de estudiar el fenmeno, podra asegurar que es mi conciencia la que ha desaparecido debilitando mis sensaciones corporales, hasta hacerme creer que el cuerpo slo vive por recuerdo.

No hay mdico en el mundo que diagnostique mi mal; histeria, dicen unos, otros hiperestesia. Palabras, palabras, ellas abundan en la ciencia.

Al escribir estas pginas una fuerza sobrenatural me ordena que imprima en ellas un nombre. No, no lo dir, me da miedo!

Cuando aparece este nombre en mi circulo nebuloso, se levantan mis manos con lentitud proftica y fulguran bajo la noche con estremecimientos sagrados.

Me muero estando ya muerta, o ser mi vida muerte eterna...?

Marzo, 1920.

Montona cadencia lleva tu cancin, oh vida!, ella adormece la exaltacin del deseo de muerte. Silencio, hondo silencio extiende su cristal opaco dentro del alma, bajo l yace una pasin ahogada.

Por qu aliento si ya no da luz en mi vida la risa, nica causa de vida?

Dentro del tubo sonoro de un rgano quisiera encerrarme y cantar en su sonido el de profundis.

Oh, cmo desgranara el cielo sus crculos de cristal rebaando la tierra de su frescura!

Y sacudira imponente el extendido abanico negro sobre el orbe el ave de los augurios.

Inauditas ondas de mgicos reflejos naceran en el mar para besar el brazo ambarino del horizonte.

Lentamente vendra la noche...

La colcha azul, cobertor de mi cama de hospedaje, es campo de luna cuando la noche de los tristes tiende sobre mi cuerpo su mortaja.

El arisco gato negro, habitante expatriado de Saturno, deja su maullido sonoro tras de mi puerta cerrada.

Largos puntos de exclamacin pinta la sombra sobre los barrotes de las sillas y en sus asientos aguarda Aqul, Aqul y su sombra que nunca nos encontrar.

Por qu me espera; cul es mi falta; cul es la maldad de los que hemos nacido quintaesenciados?

All me aguarda el que no me encontrar. Los puntos de exclamacin se han encorvado sobre su espalda, interrogan...

El reloj extiende sus brazos negros de polo a polo.

Las doce, las seis, y entre ellos sonre el tiempo mostrando sus dientes gastados con la sonrisa esfrica de los astros muertos.

El reloj es para nuestros espritus resignados como la noria a la mula domesticada. Es nuestro punto de partida y de llegada.

Por eso los artistas adoramos la noche, porque en ella olvidamos los brazos negros que nos sealan la ruta del mundo y nos dicen: vives.

Madrid.

Sin camino no se anda, sin verdad no se conoce, sin vida no se vive.

Yo no tengo camino, mis pies estn heridos de vagar, no conozco la verdad y he sufrido, nadie me ama y vivo!

Oh Kempis! Qu mal has penetrado el enigma del vivir.

Predica en tu reino de elegidos.

Abandona a los hombres con sus espantosos misterios indescifrables.

Madrid.

Gota tras gota de un bloque de nieve que se deshace al calor de un fuego lento, dejo en las pginas que escribo a diario, sangre de mi vida. Me muero! Estoy, muerta ya?

Extrao mal que me roe, sin herir el cuerpo va cavando subterrneos en el interior con garra imperceptible y suave.

Me muero!

De qu?

Hace ya cuatro meses que ajena al mundo me he encerrado en el aro del misterio y ste se estrecha por momentos a mi cuello cubrindome de luz la cabeza y de noche el corazn.

Fin.

Me siento mal fsicamente. Nunca ha tributado a mi cuerpo el honor de tomar su vida en serio, por consiguiente no he de lamentar el que ella me abandone.

Vida, sonriendo de tu tristeza me duermo y de tus celos de madre adoptiva. En tus ojos profundos ha rebrillado inconfundible la iniciacin de mi ser astral.

Slo una vez ms se filtrar mi espritu por tus alambiques de arcilla.

Vida, fuiste regia, en el rudo hueco de tu seno me abrigaste como al mar y, como a l tempestades me diste y belleza.

Nada tengo, nada dejo, nada pido. Desnuda como nac me voy, tan ignorante de lo que en el mundo haba.

Sufr y es el nico bagaje que admite la barca que lleva al olvido.

Pars 1921.

La calle Viana por Carlos Pessoa Vliz.

La hermosa Mara (que es tan testaruda como hermosa) ha discutido largamente, en esta maana de primavera, la amenidad de las callejas viamarinas. Ella est por la de Viana.

-Pues, qu? dceme con toda la audacia de sus quince aos No estn ah los edificios ms cucos? No viven en sa las familias ms respetables? Los Argandoa, los Varas, las..

Y sigue la graciosa enumeracin.

Y la perdono, como buen admirador que he sido siempre de las cosas distinguidas y de los argumentos femeninos. Adems, se ha dado alguna vez el caso de una mujer hermosa que no est en la razn?

Las mocitas como ella discuten de una manera indiscutible...

Cedmosle, pues, la razn, ya que sta parece haber sido inventada para sacrificarse a la fuerza, ya resida ella en la autoridad de un funcionario, ya en la gracia nunca vencida de una mujer airosa. ... A lo largo de la va ferroviaria que se prolonga cansadamente en direccin de los paisajes del Salto, la calle de Viana se recuesta como una hamaca invisible bajo el profundo celeste del cielo viamarino.

Tan triste!

All el cerro de las Colinas; casi pintarrajeado por construcciones de estilo moderno, por inmensos palacios que parecen erguirse con gravedad en el tranquilo sopor de la vida burguesa.

Ac la parroquia sencilla, cuya torre bondadosamente aldeana asoma su inocente blancura entre los pimientos copudos que bordan la lnea. Aqu las aspas de los molinos chillones, las aspas siempre movidas por el viento (y tambin siempre manchadas por el infame aviso comercial: Cucurul Hnos.)...

Pesa sobre esta calle un silencio de montaa, que slo turban el grito de un vendedor o los hastiados rezongos de las locomotoras viejas. rboles aqu, pjaros all. Gorjeos tristones, canturreos sencillos por sobre los ramajes donde los parleros poetas del campo vienen a cantar el dolor de esta naturaleza que se siente falsificada por construcciones de arquitectura fiduciaria y estilos burstiles. Melancolas que llegan de no sabe dnde a perfumar, con tono agreste la apacibilidad campesina, las viviendas en que engordan los comerciantes de Valparaso. Rumores de procedencia desconocida, hlitos de magnolias, alientos de clavel.

Las familias de estos comerciantes presentan a la mirada del pasajero escenas exquisitas. Nios de rostros coloradotes que juegan, ayas de tocadas europeos que se entretienen haciendo de madres, mozas que arrancan rosas para enviarlas al hombre amado.

Las rejas que separan estos jardines de la calle estn casi siempre apretadas de enredaderas. Campanillas, madreselvas...pero hay algunos claros por donde el pasajero curiosea la intimidad de esos ricos. A medias s, porque las casas estn generalmente a treinta o ms metros de las veredas pblicas.

Este divorcio entre las ventanas que eligen las seoras madres para leer novelas inglesas y el movimiento de esta calle sirve admirablemente para que se refugien en ella todos los infelices que por su exterioridad tienen algo que temer de las miradas ajenas.

Hombres sin ocupacin, perros vagabundos, mercachifles arruinados, muchachos haraposos, empleadillos hambrientos, seoritas humildes, etc., todos se guarecen en el amistoso silencio de esta calle hospitalaria.

La calle Valparaso, con su trfico de mujeres aristcratas (por dinero o por sangre), es terrible.

No siempre son buenos los ojos de largas pestaas que descubren en el traje de la seorita cursi detalles ridculos, infracciones a la moda, bullones mal adornados.

El cuello sucio de un caballero pobre es cuidadosamente lavado por la crtica. El vestn rado del joven cesante es remendado por el alegre de la seorita pudiente.

Nada se escapa a esa inspeccin minuciosa que se pasea desde el sombrero al calzado.

De ah que esta calle de Viana sea la protectora de los cados.

La seorita de nariz chata no ir a la misa de diez si no lo hace al amparo de la silenciosa va. Es la nica donde esas pobres mujeres que nacen mal parecidas no pagan contribucin de trfico al buen humor de los crticos ambulantes. Es la nica en que pasean su melancola los cesantes de calzado silencioso, el estudiante de familia pobre, la seorita de medio pelo.

En las calles centrales se critica mucho, cuando no se desprecia todo.

Los que no habis vivido la vida de los pueblos chicos, no sabis la bondad de estos refugios callejeros. Ah! Si conocierais a Via del Mar, con sus gringos aristcratas, sus caballos de fina sangre, sus rboles corregidos, su verdura de buen tono que vegeta en los jardines en forma de lira, de rombo o de tringulo.

La calle de Viana es buena. La aristocracia esa est muy adentro, con sus caballos, sus orgullos y sus millones, y se dira que un sentimiento cristiano esconde la suprema dicha de esos poderosos a los ojos de los infelices.

Es buena porque el aislamiento de sus grandes casas aleja el bullicio particular del trfico casero en direccin a los ltimos patios, lo que permite cierta libertad compasiva a los pobres diablos que se defienden en ella de miradas indiscretas y crticas hostiles.

Las viviendas, ennoblecidas por el silencio exterior, evocan el recuerdo de ciudades muertas, y pueblos abandonados muchos aos ha...

Nadie parece vivir en ellas. De ah que los traficantes haraposos miren a esta bondadosa calle con intimidad, pidindole de maana en maana un poquito de sol.

Slo una que otra vez llega hasta las veredas el rumor de una charla, la risa con que se celebra un chiste desde el segundo patio. Entonces se siente afuera un vientecillo rabioso que parece hablar de las feroces desigualdades producidas por la civilizacin. Yo os quisiera pintar la tristeza estpida que asombra algunas pupilas cuando la salida de una mujer elegante perfuma la calle. Los gestos se hacen agrios ante esos soplos de juventud, de carne y de vida. Todo eso demuestra con un lenguaje pecaminoso que adentro hay riquezas irritantes, mocedades que estallan, dichas no imaginadas.

Cuntos poemas biliosos de envidias y desesperanzas quedan a la espalda de una seora opulenta, seguida que es en un paso por perfumes de supremo artificio, por sugestiones aplastadoras y exuberancias indecibles!

Los carruajes suelen agravar esos estados de nimo. Presenci en una tarde la partida de una victoria particular, en cuyos cojines se ech soberanamente una enorme mujer.

Haba no muy distante unos cuantos obreros desocupados. Al trote violento de los caballos que partan, se levant una polvareda que les azot en el rostro como una bofetada, envolvindolos y cegndolos. A travs de esa nube de polvo divis varios rostros estpidos, de ojos inmviles, con la repugnante estupidez de la humillacin, mirando con sombra expresin de imbecilidad aquel viento todopoderoso de dicha que se iba como un relmpago, dejando en pos de s una polvareda larga, violenta y brutal como un insulto.

Hay otras escenas de una tonalidad ms sobria. Suelen verse a las doce del da.

El sol llena el suelo terroso de sombras minsculas y los dedales de oro que florecen a montones sobre el terrapln de la lnea salpican el aire de colores alegres.

Ah est la mujer del guardin, que trae al infeliz el almuerzo humilde.

Sentados en el suelo comen, conversan, ren...

Os conmueve? Agradecedlo a la calle de Viana.

Lejos viene una seorita de modesto porte. Es la ayudante de la escuela pblica, cuyo sueldo mantiene a toda la familia.

La calle Viana sabe que el dinerillo no alcanza para trajes y se calla respetuosamente ante la mal confeccionada chaquetilla.

Ms all encontraris a la seorita del telgrafo. La calle de Viana es su amiga a pesar de su boca desdentada, del andar sin gracia y del color acerado de sus mejillas.

Tsicos que vienen a tomar el aire, estudiosos que leen a escondidas para impedir que se les tache de intiles, madres que pasean al nio enfermo, guardianes idiotizados por el odio del pueblo, enamorados que se dicen ternezas a escondidas de la calle Valparaso, vendedores que hacen la cuenta de sus andadas y angustiosos gritos, todos han tenido una hora de ensueo en la quietud de esta calle.

En ella se ven hombres sin hogar, que andan sin direccin conocida; pobres diablos que matan el tiempo en espera de nada.

En ella tambin hay tres o cuatro casas sin moradores, cuyos dueos santiaguinos no quieren arrendatarios que se las inutilizaran para los meses de verano.

Oh, tristeza de esas viviendas sin moradores, cerca de donde rondan tantos moradores sin vivienda!

Infelices! Por ah pasan das enteros, das de inmovilidad sobre la vereda, como rboles que germinaran frutos de tristeza bajo el carioso riego del egosmo humano.

No todo es triste, sin embargo. En la tarde suele pasar un tren de carga que bufa como un toro herido...

Su aliento malhumorado perfora el aire con traqueteos cascajosos y sus ruedas relampagueantes soplan furiosamente en la va.

Los pjaros se asustan, los rboles tiritan.

En los carros slo entrevistos al paso del tren, asoman sus cabezas estpidas los animales que el comerciante del Puerto enva al caballero gordo de Santiago. Un viento de tempestad borra las lneas.

Y encima van los palanqueros.

De pie sobre la techumbre de los carros tempestuosos agigantan la grandiosidad del paisaje en la vertiginosa rapidez con que pasan las siluetas ennegrecidas, llevando en la diestra la doble banderilla del semforo.

Parecen los soberanos del viento o los reyes del paisaje.

Ahora, venid en la tarde. Los alambres del telgrafo son araados dulcemente por el viento del mar, que les arranca cierta lamentacin humilde y dulzona. Una tristeza apacible se escapa de este rumoreo siempre montono, que acaba por penetrar al espritu hondamente para turbar el sueo de las angustias dormidas en el lamentable hacinamiento de los aos. Es una armona ntima, una confidencia en msica que persiste en el odo, que se insina con incansable desgarramiento.

Solos, abatidos, los infelices a quienes sorprende en la calle de Viana la tragedia incomprensible del crepsculo, se arrastran escuchando...Es que entienden el lenguaje misterioso del vientecillo que llora en los alambres?

Apagados por el comienzo de la noche, slo dejan ver los contornos de sus figuras, el bosquejo rpido, las siluetas errantes...

Parecera que sus cuerpos desgarbados hubiranse ido de la calle, dejando las odiosas sombras en la vereda.

Ya viene la noche sobre la ciudad. En los lagunotes de agua que dejara el riego de la tarde, asoma sigilosamente la luz de alguna estrellita que parece compadecer a los pobres. Fin.

Edwards Bello, Joaqun, Notas sobre el poeta Pezoa Vliz en Antologa de Via del Mar, Carlos Ruiz Tagle, 2 edicin, I. Municipalidad de Via del Mar, 1987, pg. 75.

Idem.

Corts, Hugo Rolando, autor del prlogo de la obra Breviario de la Calle Viana de Carlos Pezoa Veliz, Editorial Universidad de Valparaso, Valparaso, 1999, pg. 5

Edwards, J. op.cit., pg. 77.

Edwards, J. op.cit., pg. 76.

Corts, Hugo Rolando, autor del prlogo de la obra Breviario de la Calle Viana de Carlos Pezoa Veliz, Editorial Universidad de Valparaso, Valparaso, 1999, pg.5

Revisar la obra de Pezoa Vliz en memoriachilena.cl en e-libros, Antologa de Carlos Pezoa Vliz, La calle Viana pgs. 138 a 143

Szmulewicz, Efran, Diccionario de la Literatura chilena, Ed. Andrs Bello, Santiago, 1977, pg. 309.

Edwards Bello, J., op,.cit., pg. 75.

Gonzlez Vergara, Ruth, Centenario de Teresa Wilms Montt, La Prensa, Curic, 26 de septiembre de 1993, en memoriachilena.cl

Idem.

Rojas Valdebenito, Wellington, Una mujer de relieve en las letras chilenas, Renacer, Angol, 16 febrero 1994, en memoriachilena.cl.

El rey Alfonso XIII gobern desde 1902 hasta 1931.

Vial Correa Gonzalo, El mundo de Teresa Wilms, en Antologa de Via del Mar, Carlos Ruiz Tagle, 2 edicin, I. Municipalidad de Via del Mar, 1987, pg.104.

Ibdem, pgs.104 y 105.

Vera Lamperein, Lina, Presencia femenina en la literatura nacional, Cuarto Propio, Santiago, 1994, pg. 73. Esta obra es posible leerla en memoriachilena.cl, seccin e-libros.

Segn Programa de Estudio de 1 medio, Mineduc, 2002, pg. 12.

Ibdem, pg. 75.

en Antologa, seleccin, prlogo y notas de Nicomedes Guzmn, Zig Zag, Santiago, 1957, pgs. 138 a 143.

Carolina Miranda San Martn, 2007.