¿Dónde está el padre?

6
Nudos ¿Dónde está el padre? María Argüello Hubiera sido posible que en el comienzo de la humanidad, anduviera por ahí una horda primitiva comandada por un macho-hombre grande, poderoso, dueño de todas las mujeres. Los machos jóvenes de la horda no tendrían acceso a ellas, puesto que ese líder terrible y celoso se las prohibía. Un día, dice Freud, los jóvenes se pusieron de acuerdo y mataron al jefe de la horda, hartos de su tiranía y luego se lo comieron, porque además de odiarlo, admiraban su fuerza y su poder, lo amaban. Al comérselo, encontraron el camino para unirse entre sí, en una comunión identificatoria. La vida de su víctima habitaría ahora en ellos, y al compartir la carne, ahora paterna, establecerían un lazo social. En este momento crucial de la humanidad, el jefe de la horda se habría convertido en Padre. Ninguno de los jóvenes podría ocupar su lugar. Se sentirían solos, desprotegidos, angustiados, atormentados por la culpa; fundarían entonces una comunidad de hermanos, en la que los hombres tendrían acceso a algunas mujeres, pero no a todas. Un pacto social: la prohibición del incesto, el código legal más antiguo de la humanidad, la exogamia. Habrían substituido al padre muerto idea- lizándolo en un tótem para recordarlo y honrarlo. Esta primera institución estaría en el origen de todas las religiones. Así pensó Freud que pudo haber sido el comienzo de la humanidad. Años antes, el fundador del psicoanálisis había descubierto lo que llamó el conflicto edípico en la constitución de cada sujeto. Presente en cada niño, cada vez, en su organización familiar, la ambivalencia, el amor-odio hacia el padre y el deseo hacia la madre; en la resolución del mismo, la instauración de la ley, el superyo, la culpa, la conciencia moral. Las instituciones sociales pro- moverían siempre el amor y el respeto al padre, a Dios, al Tótem, a los gobernantes y el horror al incesto. Pero esta promoción tan celosa, no tendría otro motivo, según Freud, que la necesidad de acallar los deseos primitivos del ser humano, el incesto y el parricidio. En su libro Tótem y Tabú, 1 se arriesga a dar un paso más allá sobre sus estudios acerca del psiquis- mo humano, en los que había encontrado el complejo de Edipo y sus avatares como un elemento constitutivo. Un paso más allá, porque todo le indicaba que ese conflicto sería universal, entonces buscó el origen en la fundación de la humanidad, el paso de la naturaleza a la cultura. Freud dedi- ca largas páginas de su libro a mostrar cómo estos recuerdos primigenios, que se habrían vuelto inconscientes, sin embargo reaparecen en una repetición tendenciosa, en numerosos estudios sobre las comunidades primitivas. El tótem, los tabúes que se asocian a él, la periodicidad de la ceremonia de la comida totémica, generalmente un animal que está prohibido matar en el resto del año, es sacrificado y comido un día determinado en una fiesta en la que están permitidos todos los exce- sos. Menciona también con detalle que en los niños y en la clínica psicoanalítica de los neuróticos, reaparecen no sólo los deseos inconscientes de parricidio e incesto, sino también algunos restos del totemismo: la magia, las fobias, el animismo, la omnipotencia del pensamiento. Los deseos primitivos condenados a la represión, retornarían en numerosas expresiones de la vida social, en las religiones y en la vida anímica de cada sujeto. Señala entre otras, la religión católica en la que el hijo se sacrifica por el amor a Dios Padre, en representación de todos los hijos, pero a la vez (y allí se muestra la ambivalencia) el Hijo se ubica al lado de Dios Padre, deviene Dios como él y en 1 F REUD, Tótem, 1973.

description

Hubiera sido posible que en el comienzo de la humanidad, anduviera por ahí una horda primitiva comandada por un macho-hombre grande, poderoso, dueño de todas las mujeres. Los machos jóvenes de la horda no tendrían acceso a ellas, puesto que ese líder terrible y celoso se las prohibía. Un día, dice Freud, los jóvenes se pusieron de acuerdo y mataron al jefe de la horda, hartos de su tiranía y luego se lo comieron, porque además de odiarlo, admiraban su fuerza y su poder, lo amaban. Al comérselo, encontraron el camino para unirse entre sí, en una comunión identificatoria. La vida de su víctima habitaría ahora en ellos, y al compartir la carne, ahora paterna, establecerían un lazo social.

Transcript of ¿Dónde está el padre?

Page 1: ¿Dónde está el padre?

Nu

do

s

¿Dónde está el padre?

María Argüello

Hubiera sido posible que en el comienzo de la humanidad, anduviera por ahí una horda primitiva comandada por un macho-hombre grande, poderoso, dueño de todas las mujeres.

Los machos jóvenes de la horda no tendrían acceso a ellas, puesto que ese líder terrible y celoso se las prohibía. Un día, dice Freud, los jóvenes se pusieron de acuerdo y mataron al jefe de la horda, hartos de su tiranía y luego se lo comieron, porque además de odiarlo, admiraban su fuerza y su poder, lo amaban. Al comérselo, encontraron el camino para unirse entre sí, en una comunión identificatoria. La vida de su víctima habitaría ahora en ellos, y al compartir la carne, ahora paterna, establecerían un lazo social.

En este momento crucial de la humanidad, el jefe de la horda se habría convertido en Padre. Ninguno de los jóvenes podría ocupar su lugar. Se sentirían solos, desprotegidos, angustiados, atormentados por la culpa; fundarían entonces una comunidad de hermanos, en la que los hombres tendrían acceso a algunas mujeres, pero no a todas. Un pacto social: la prohibición del incesto, el código legal más antiguo de la humanidad, la exogamia. Habrían substituido al padre muerto idea-lizándolo en un tótem para recordarlo y honrarlo. Esta primera institución estaría en el origen de todas las religiones. Así pensó Freud que pudo haber sido el comienzo de la humanidad.

Años antes, el fundador del psicoanálisis había descubierto lo que llamó el conflicto edípico en la constitución de cada sujeto. Presente en cada niño, cada vez, en su organización familiar, la ambivalencia, el amor-odio hacia el padre y el deseo hacia la madre; en la resolución del mismo, la instauración de la ley, el superyo, la culpa, la conciencia moral. Las instituciones sociales pro-moverían siempre el amor y el respeto al padre, a Dios, al Tótem, a los gobernantes y el horror al incesto. Pero esta promoción tan celosa, no tendría otro motivo, según Freud, que la necesidad de acallar los deseos primitivos del ser humano, el incesto y el parricidio.

En su libro Tótem y Tabú,1 se arriesga a dar un paso más allá sobre sus estudios acerca del psiquis-mo humano, en los que había encontrado el complejo de Edipo y sus avatares como un elemento constitutivo. Un paso más allá, porque todo le indicaba que ese conflicto sería universal, entonces buscó el origen en la fundación de la humanidad, el paso de la naturaleza a la cultura. Freud dedi-ca largas páginas de su libro a mostrar cómo estos recuerdos primigenios, que se habrían vuelto inconscientes, sin embargo reaparecen en una repetición tendenciosa, en numerosos estudios sobre las comunidades primitivas. El tótem, los tabúes que se asocian a él, la periodicidad de la ceremonia de la comida totémica, generalmente un animal que está prohibido matar en el resto del año, es sacrificado y comido un día determinado en una fiesta en la que están permitidos todos los exce-sos. Menciona también con detalle que en los niños y en la clínica psicoanalítica de los neuróticos, reaparecen no sólo los deseos inconscientes de parricidio e incesto, sino también algunos restos del totemismo: la magia, las fobias, el animismo, la omnipotencia del pensamiento. Los deseos primitivos condenados a la represión, retornarían en numerosas expresiones de la vida social, en las religiones y en la vida anímica de cada sujeto. Señala entre otras, la religión católica en la que el hijo se sacrifica por el amor a Dios Padre, en representación de todos los hijos, pero a la vez (y allí se muestra la ambivalencia) el Hijo se ubica al lado de Dios Padre, deviene Dios como él y en

1 Freud, Tótem, 1973.

Page 2: ¿Dónde está el padre?

No

str

om

o

realidad lo reemplaza. La religión del Hijo releva a la del Padre. Como signo de esta sustitución, el banquete totémico es reanimado como eucaristía.

Supongo que Freud se habría sorprendido agradablemente con la publicación en 1950, varios años después de su muerte, de Las estructuras elementales del parentesco de Lévi-Strauss2 ya que allí el autor plantea la universalidad de la prohibición del incesto, única de todas las reglas sociales que posee tal carácter. Dice Lévi-Strauss que es precisamente esa universalidad la que indica su perte-nencia al orden natural, pero entonces dicha prohibición sería el punto de pasaje de la naturaleza a la cultura ya que, en tanto regla instituida, también pertenece a la cultura. Freud podría haber dicho que esa regla tendría que pronunciarse una primera vez, luego de ocurrido el acto parricida fundador tal como el que imaginó. Lévi-Strauss sí leyó Tótem y Tabú, pero él estuvo de acuerdo con Lacan en dar a la producción freudiana el estatus de un mito moderno y en esa opinión la descalificaba de todo rigor científico para explicar la prohibición del incesto y el paso de la natu-raleza a la cultura.

En el último capítulo de la obra, Freud se detiene en un punto muy interesante, señalado por Guy Le Gaufey.3 Se trata de otra repetición tendenciosa, muy particular: la de la antigua tragedia griega. En ella, dice Freud, también había una banda de hermanos, (encarnada en el coro, cuyos integrantes reciben el mismo nombre y se visten igual) y en el centro un héroe trágico que padecía y cargaba con la culpa trágica. Sobre él se descargaba un crimen que siempre tenía que ver con la arrogancia y la revuelta contra una gran autoridad. El héroe se convertía en el redentor del coro.4

Este sería el caso también en Edipo Rey, de Sófocles. En una primera parte, varios personajes se arrojan mutuamente la responsabilidad de los desastres que asolan la ciudad, las enfermedades, la peste, la violencia. Sólo en la segunda parte, las pruebas se acumulan en contra de Edipo, el que ha cometido parricidio e incesto, el colmo de la violencia y la subversión. Dice René Girard “el mito sustituye la violencia recíproca esparcida por doquier, por la transgresión formidable de un individuo único […]. Él es el responsable de las desdichas de la ciudad, su papel es el de un auténtico chivo expiatorio humano”.5 Le Gaufey señala este punto del pasaje de la banda de her-manos al héroe único, que no queda muy explícito en Freud, pero que tiene que ver con ese dos tiempos, Nachträglich que él indica, en la aparición de los síntomas.6 El primer tiempo aparece con posterioridad al segundo. La anterioridad temporal no coincide con la anterioridad lógica. No hay un cero de partida, que inaugure la sucesión infinita de los padres. El jefe de la horda no era un padre, sólo después de muerto lo es, porque se adhiere a un término posterior, el héroe trágico, Edipo, su sucesor que una vez postulado inaugura la sucesión de padres. “Como la paternidad es el lazo,… no puede reducirse a ninguna figura de lo Uno. Al contrario es necesario que presente dos términos unidos para siempre y a la vez distinguibles [padre e hijo] de manera que aquello que los sostiene no se convierta jamás en un tercer término sino que perdure una especie de tensión inextinguible entre los ‘dos’ ”.7

2 Lévi-StrauSS, Estructuras, 1983.3 Le GauFey, Evicción, 1995.4 Freud usó la palabra redentor y Guy Le Gaufey la destaca en cursiva porque alude al hijo de Dios, llamado redentor en la religión

católica. 5 Girard, Violencia, 1995.6 Concepto freudiano en relación con su idea de la temporalidad y de la causalidad psíquica. Traducido al castellano por: retroacti-

vamente o con posterioridad y al francés por après coup. Ciertas experiencias, impresiones o recuerdos primeros, son modificados a causa de la aparición de otros segundos, que producen entonces en los primeros una eficacia psíquica.

7 Le GauFey, Evicción, 1995, p. 110.

Page 3: ¿Dónde está el padre?

Nu

do

s

Freud no actúa como un historiador, porque pretende explicar el presente en su dimensión sintomática y no explicar el pasado como tal. Por eso cuando concluye la larga indagación que es ese libro, dice Freud: “querría enunciar este resultado: que en el complejo de Edipo se conjugan los comienzos de religión, eticidad, sociedad y arte y ello en plena armonía con la comprobación del psicoanálisis de que este complejo constituye el núcleo de todas las neurosis, hasta donde hoy ha podido penetrarlas nuestro entendimiento”.8 Palabras en clave psicoanalíticas, y no de histo-riador. Sólo después dice de su sorpresa de haber encontrado en la vida de los pueblos, tantas coincidencias en sintonía con su relato mítico.

Freud termina su libro con unos versos del Fausto de Goethe:

Lo que has heredado de tus padres Adquiérelo para poseerlo

Cuando Freud escribió Tótem y Tabú tenía 55 años y era jefe y fundador de la Sociedad Psicoanalítica de Viena, que contaba con un grupo de miembros, por cierto bastante belicosos. Las desavenen-cias y disensiones se sucedían con frecuencia.9 Sin embargo, alguien marginal a este grupo de los psicoanalistas discípulos de Freud, que fue Jacques Lacan, planteó un nuevo paradigma para el psicoanálisis: el ternario rSi (Simbólico, Imaginario y Real) de incomparable fecundidad y a partir de él, inauguró su enseñanza en El Seminario en 1953, precisamente cuando rompió con la Sociedad Psicoanalítica de París. En esa circunstancia anunció su retorno a Freud. Lacan es más que un comen-tador de la obra de Freud, en tanto desliza el ternario en la obra freudiana y para hacerlo, se pega a la huella de la palabra, en una lectura meticulosa, a la letra de los textos, penetrando en sus fracturas y en sus oscuridades, planteándose las preguntas que Freud dejó abiertas. Este llamado retorno a Freud significó una posición completamente original en el psicoanálisis, desplazando a Freud.

En 1956, Lacan comenta que Freud estaba tan comprometido con las exigencias del pensa-miento científico y positivo de su época, que llevó a cabo esa construcción (la del asesinato pri-mordial) que hoy podría tomarse como un mito moderno. El tótem y después Dios es ese padre muerto; porque está muerto desde el origen, sólo ha sido el padre en la mitología del hijo. El padre muerto es el padre simbólico, el símbolo o sea la palabra; Lacan dice el nombre, el Nombre del Padre, un lugar en la estructura del sujeto, una función. En tanto el padre está muerto, es imposible que alguien ocupe ese lugar completamente, sin embargo un padre en el Nombre del Padre lo ocupa; un padre real que obviamente siempre lo será de una manera discordante en relación a su función. Un padre carente, humillado: “el pobre hombre está provisto de todo tipo de inconsistencias, como todo el mundo”.10

Esta nominación suena religiosa, tal vez por el hecho de que intenta nombrar algo que es innombrable, porque no se trata del nombre que tiene un señor que es padre y tampoco la nomi-nación de un atributo padre que habría que extraer o mostrar en uno u otro individuo. Lacan con este Nombre del Padre fabrica un padre, como Freud lo hizo con el asesinato y la comida totémica. Pero Lacan, bajo esa denominación religiosa, oculta un duro golpe a la consistencia de la religión, al contrario de Freud, que había fortalecido la identificación del padre y del origen. La introduc-ción de este elemento simbólico aporta una dimensión nueva y radical a la relación del niño con la madre, ya que lo arranca de un acoplamiento completo a la omnipotencia materna. El Nombre

8 Freud, Tótem, 1973, p. 158. 9 Freud le llamó horda salvaje al grupo de sus adeptos en la correspondencia S. Freud-K Abraham, citada por Roustang, Funesto, 1980.10 Lacan, Seminario, 1984.

Page 4: ¿Dónde está el padre?

No

str

om

o

del Padre es un significante, diferente según los casos, que funda la cadena significante en la que se engarza un sujeto, los articula de acuerdo a algún orden. Es esencial porque funda el orden simbólico. Soporta la ley de la interdicción de la madre.Esa triangulación del complejo de Edipo, no se trata de las relaciones personales malas o buenas entre el padre y la madre sino de esa que se establece entre la madre y la palabra del padre, como mediador de algo que está más allá de la ley de ella, de su capricho.

En esa estructura primordial está el deseo de la madre, pero también el niño advierte en ella el deseo de otra cosa y esta apertura permite que el Nombre del Padre se substituya al deseo de la madre. Es la metáfora paterna. El resultado de esta metáfora es el sujeto. El sujeto, en Lacan, es absolutamente diferente del sujeto clásico. Este sujeto no tiene ningún referente, sino que se produce en función de un significante, en relación a otro. Dice la definición lacaniana: “un sujeto es lo que representa un significante para otro significante”. Esta definición suprime la necesidad de pensar un origen y produce la caída del tema de la referencia. Dice Guy Le Gaufey: “el sujeto así fabricado ya no tiene nada originario, ya no es el recuerdo incesante de una subjetividad hundida en las profundidades idióticas donde habría que ir a desenterrar su punto de emergencia. No, el sujeto ahora es producto de esto, aquello y lo de más allá, que sigue los azares de la máquina simbólica, como un motor cuyo encendido en mal estado deja escapar algunas ruidosas explosiones”.11

El complejo de Edipo es una estructura mítica en Lacan, es la relación entre una demanda y un deseo, que se estructuran profunda y radicalmente en un nudo. Todo deseo posible en el sujeto, ha de hacer un rodeo por este lazo, que por serlo, como en una cuerda, deja un agujero central. La herencia que transmite el padre, el padre real, tiene que ver con ese agujero, con su inconsistencia como padre, en relación a un padre amo (el que goza de todas las mujeres). Es un padre imposible. La función del padre es un mito. ¡Para qué ir a buscarlo en el hombre de Neanderthal, dice Lacan, en la prehistoria, si esa falta la podemos ver en los sujetos que están a nuestro alcance!

Ya no es más en la noche de los tiempos donde va a justificarse el Edipo, sino en el juego es-tructural, en el sistema relacional entre los términos puestos en juego. Podemos pensar que en el mito del asesinato del padre, Freud toma la referencia darwiniana de la horda primitiva, dejando de lado definitivamente a Dios como el origen y creador, pero Lacan comenta, en 1960, que en ese mito, Freud salva al padre. El padre es inconsciente para Freud. El padre es Dios. Lacan dice que este mito se inscribe en una realidad sensible de nuestro tiempo, a saber la muerte de Dios: “la verdadera fórmula del ateísmo no es Dios ha muerto […] sino Dios es inconsciente”.12 El dicho “no creo en Dios” lleva, con esa negación, la marca del inconsciente.

¿Salva al padre? Freud había dicho, a propósito de su libro más importante, La interpretación de los sueños: “advertí que era mi reacción frente a la muerte de mi padre, vale decir, frente al aconte-cimiento más significativo y la pérdida más terrible en la vida de un hombre”.

Acerca de la referida originalidad, respecto del pensamiento de Freud, que significó la ense-ñanza de Lacan desde su origen en 1953, hubo aún otro giro en 1973 con su invención del nudo borromeo, con el cual problematizó el paradigma anterior, las tres dimensiones Simbólico, Imagi-nario y Real.

Esta nueva vuelta de Lacan fue otro intento de desprenderse de todo escenario imaginario para representar la constitución de un sujeto. Cada vez más lejos del conflicto edípico freudiano, que implica siempre un relato de tres personajes: papá, mamá e hijo, como un patrón que seguiría

11 Le GauFey, Evicción, 1995, pp. 229-230.12 Lacan, Seminario, 2006.

Page 5: ¿Dónde está el padre?

Nu

do

s

todo sujeto en su desarrollo, o el referido parricidio como la necesidad de un origen. Los tres registros: Real, Simbólico e Imaginario, pasaron a representarse en tres lazos o cuerdas que se anudan borromeicamente, esto quiere decir que si se corta una cualquiera de ellas, se desprenden las tres. El punto de anudamiento tan especial que implica este nudo, a ese punto preciso, Lacan le llamó otra vez Nombre del Padre. Lacan seguía buscando y se alejó cada vez más de toda referencia, patrón u origen, es decir de todo absoluto, para orientarse mejor en un campo de relaciones que haría surgir una subjetividad determinada y que haría surgir un padre, que fabricaría cada vez un padre. Siempre un padre, porque no podría ser nunca El Padre.

Lacan fue expulsado (excomulgado, dijo él) de la Asociación Psicoanalítica Internacional (la que había sido fundada por Freud) en 1964. Por su práctica y por su enseñanza del psicoanálisis y hasta por su persona, según Jacques-Alain Miller. Los seguidores de Freud, que conforman hasta hoy dicha Asociación, mantienen al padre del psicoanálisis consagrado a ocupar ese lugar de El Padre con la consecuencia de haber hecho de su teoría una letra muerta. Los baches, fracturas e incongruencias de sus desarrollos fueron cuidadosamente arreglados y acomodados, con la intención de que quedara bien entendido. Igualmente la práctica, convertida en una vuelta sobre sí misma, sin salida. La pastoral analítica, decía Lacan. Tan lejos de la intención de Freud, que dejaba constancia de sus contradicciones, que avanzaba y retrocedía y cambiaba y que aprontaba la escucha hacia los que se aventuraban a consultarlo sin ningún saber previo, puesto que todo lo estaba inventando.

Obviamente Lacan no tenía cabida en esa institución y sin embargo él se dijo freudiano y la institución que fundó luego de la excomunión, se llamó Escuela Freudiana de Psicoanálisis.

Dónde está el padre? ¿Quién es el padre? ¿El padre amo, terrible y atronador omnipotente y sin ley? El Dios del viejo testamento, el Otro absoluto, el que goza de todas las mujeres, el gran cojedor como dice Philippe Julian, el que sería asesinado por sus hijos o ¿El padre muerto, el sim-bólico o fundante? o ¿el padre carente, insuficiente, que se presenta en Nombre del Padre?

En estos tiempos de grandes cambios, de una evolución impresionante de las costumbres, por ejemplo, las variedades de familias que ya no se constituyen necesariamente según un patrón de papás e hijos o las variadas posibilidades en que se presenta el sexo: gays, heterosexuales, lesbianas, travestis, transgénero, etc., etc., los avances de la ciencia y la técnica que se entromete en las fami-lias y en los sujetos para explicar y evaluar todo y nombrarlo con una designación científica. Desde Freud, sabemos que el padre y el progenitor no son lo mismo, no necesariamente coinciden en la misma persona; hoy en día el progenitor puede no ser más que un espermatozoide congelado durante años en algún banco de esperma o tal vez ni siquiera eso, puesto que cada vez se acerca más la posibilidad de la clonación de seres humanos o de la gestación en cualquier vientre, inclui-do el de un hombre. Todo ha contribuido a la caída estrepitosa de la autoridad paterna, a lo largo del siglo xx.

La posición del padre es accidental, de la misma manera que toda autoridad dentro de la sociedad; ninguna escencia la determina. Sin embargo, un líder también representa al Padre, temible o salvador según el caso. Comenta Le Gaufey: “Cuando los grupos humanos se sienten amenazados en su in-dividuación, de una manera u otra, el primer refugio consiste en recurrir a la figura del Padre, que el líder carismático del momento generalmente tiende a representar [...] tan grande puede ser la presión que se ejerce sobre cualquier individuo de un grupo amenazado”,13 pero cuando pasa el peligro, se

13 Le GauFey, Evicción, 1995.

Page 6: ¿Dónde está el padre?

No

str

om

o

10

vuelve a presentar esta situación: padres, todos los que quieran, Padre, ninguno.Pero entonces ¡que desprotegidos hemos quedado, sin Padre y sin Dios! Freud habla en Totem

y Tabú, de la añoranza del padre, después de la comida totémica.Hoy en día el psicoanálisis puede decir que el padre es una función que consiste en que un

elemento perteneciente al orden simbólico, un significante, se acomode en relación con otro, de tal manera que sea posible que un sujeto devenga y se ordene en una cadena significante, es decir en un discurso. Si este acontecimiento se ha producido, la voz del padre se hace oír a lo largo de la vida de ese sujeto.

Actualmente tampoco es posible pensar, desde el punto de vista del psicoanálisis, que la muerte del padre fuera el acontecimiento más terrible, como dijo Freud; el prototipo del duelo; éste sería más bien la muerte de un hijo, la pérdida más espantosa y total. Es más admisible efectuar un duelo de un padre que ha llevado a cabo su vida, que de un hijo cuya vida estaba por realizarse. La muerte del padre es una muerte anunciada; se dice que es la ley de la vida enterrar al padre y me llegan a la memoria unos versos de Jaime Sabines, a la muerte de su padre, un hijo llora a su padre:

Y es en vano llorar. Y si golpeas las paredes de Dios, y si te arrancas el pelo o la camisa, nadie te oye jamás, nadie te mira. No vuelve nadie, nada. No retorna el polvo de oro de la vida14

14 SabineS, Algo, 1973.

Freud, Sigmund, Tótem y tabú, Buenos Aires, Obras Com-pletas, vol. xiii, Amorrortu Editores, 1973.

Girard, René, La violencia y lo sagrado, Barcelona, Anagra-ma, Colección Argumentos, 1995.

Lacan, Jacques, El seminario, Libro 2, clase del 18 de junio de 1955, Buenos Aires, Paidós, 1984.

Lacan, Jacques, El seminario, Libro 11, clase del 12 de fe-brero de 1964, Buenos Aires, Paidós, 2006.

Le GauFey, Guy, La evicción del origen, Ecole Lacanienne de Psychanalyse (edeLp), 1995.

Leví-StrauSS, Claude, Las estructuras elementales del parentes-co, México, Paidós, 1983.

rounStanG, François, Un funesto destino, México, Premia Editora, 1980.

SabineS, Jaime, Algo sobre la muerte del Mayor Sabines, México, Josepin Mortiz, 1973.

Bibliografía referida