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TEXTO LECTURA Dominique Lecourt EL ORDEM Y LOS JIEGOS El positivismo lógico cuestionado. Ediciones de la Flor

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TEXTO LECTURA

Dominique Lecourt EL ORDEM

Y LOS JIEGOS El positivismo lógico cuestionado.

Ediciones de la Flor

TEXTO LECTURA 1

Dominique Lecourt EL ORDEN

Y LOS JIEGOS El positivismo lógico cuestionado.

Prólogo: Dr. Enrique Eduardo Mar i

Ediciones de la Flor

Traducción: Julio Ardiles Gray - Margarita N . Mízraií

Director: Dr. Enrique Kozícki

Consejo Editor ial : Dr. Ricardo Entelman

Dr. Enrique Eduardo Mar i Dr. Jorge Fukelman

Dr. A m o l d o Siperman

Tí tu lo original francés: "L 'o rd re e t les j e u x " Domin ique Lecourt

Diseño de tapa: Gustavo Valdés

© 1981 Editions Grasseí et Fasquelle

© 1 9 8 4 by Ediciones de la Flor Anchoris 2 7 , 1 2 8 0 Buenos Aires Queda hecho el depósito que dispone la ley 11 .723 Impreso en la Argentina Printed in Argentina

ISBN 950 515 901 J

EL ORDEN Y LOS JUEGOS

PREFACIO

1. En agosto de 1 9 7 4 , es decir hace y a diez años, Dominique Lecourt publica en Grasset, Bachelard, Le jour et la nuit, donde integra, ext iende y adecúa en parte los análisis que sobre este científ ico y filósofo —sucesor de Abel Rey en la cátedra de historia y filosofía de las ciencias de la Facultad de Letras de Sorbona— había hecho t iempo antes en Para una critica de la epistemología. Otros precedentes del interés de Lecourt por Bachelard lo daban su memoria universitaria editada en Vrin ( 1 9 6 9 ) c o m o Epistemología histórica de Gas­tón Bachelard y la compilación de algunos de sus textos en Epistemología (Presses Universitaires de France, 1 9 7 1 , guia­da la selección por el criterio de marcar cada una de las etapas de estudio de Bachelard en relación directa con los progresos contemporáneos de la física y la química.

Para un pensador como Lecourt, formado en el clima de las reflexiones teóricas de la Escuela Normal Superior de la calle Ulm, la tarea de definir y precisar una lectura materia-hsta de la extensa obra de Bachelard, debió, sin duda, pa-recerle urgente, apremiante. Se comprenden los motivos de esta urgencia si se los visualiza desde la peculiar caracte­rística que en la pasada década exhibía el pensamiento francés. Para entender mejor el sentido de las polémicas de ese m o m e n t o , retrotraigamos brevemente la historia a co­mienzos del siglo. Dos corrientes monopolizaban entonces el d o m i n i a de la filosofía: el positivismo comteano con su

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cénit en el XIX, y formas renovadas del espiritualismo. Por un lado, los herederos de Comte perseveraban en la defensa del núcleo esencial de las ideas c u y o carácter prioritario había s ido expresamente reivindicado en et Curso de filosofía posi­tiva por su "Advertencia del Autor" (frente a Saint Simón; y quizá a Turgot o Burdin) dando el argumento y test imonio de haberlas adelantado en las dos ediciones de 1 8 2 2 y 1824 del Opúsculo Fundamental. Comte vivía, en efecto , y sentía el producto de su extenso trabajo personal —para lo cual, caso único quizá en la historia, prescindió durante años de toda lectura que pudiera influenciarlo— c o m o algo importan­te, un novum, c o m o si hubiese abierto al mundo la puerta a una verdad desconocida hasta entonces: la ley de los tres esta­dios, cuadro de la historia del espíritu humano, fresco del desenvolvimiento de la civilización en una marcha del saber que se ext iende continua desde las más primitivas formas religiosas a las ciencias positivas modernas, ya expurgada en el proceso intermedio la metafísica. Se trata de una ley de la evolución "natural", es decir de algo que reemplaza la expli­cación por causas primeras o finales y principios inmateriales, con la explicación por leyes, en una operación que va más allá de la Enciclopedia y el prepositivismo de los Ideólogos con base en la mecánica de Laplace y de Lagrange y contando con un auditorio que nuclea figuras c o m o Alexander von Humboldt, Binet, Poinsot y Esquirol. Ley natural que, a su vez, se articula con una clasificación positiva y jerárquica de las ciencias que culminan con la "física social", descarta a Dios y al alma y conforme a la biología de Blainville, positi-viza también la moral y la polít ica, en la esfera áé las ciencias del hombre.

El otro lado de la escena, la del adversario, se define con dos palabras: el bergsonismo no le bastaba a Francia. Así , c o m o complemento opositor al posit ivismo, perpetuando en un siglo la querella de Royer-Collard contra el sensualismo de Condillac y reavivando en cierto sentido las diferencias de Comte con Meyerson, se erige con el nombre de "filosofía del espíritu" una metafísica que resguarda los valores, los glorifica, pontifica sobre la libertad y la creación espiritual, gana espacio acadénüco y adquiere casi ribetes de oficial con Louis Lavelle y su "dialéctica del eterno presente".

Filosofías de entre-guerras, polémicas de entre-guerras, ya que después de la segunda conflagración mundial, positivis­m o y espiritualismo languidecían (por no mencionar su pro-12

pia ext inción, conoc ido como es que *'la muerte" de la file-soía, o de sus tendencias, a pyesar de la poca cautela de Popper, en su Autobiografía, suele ser más bien un fenóme no c l ínico y coyuntura! de catalepsia). Los nombres de Littré y de Fierre Lafitte se recordaban escasamente, casi nadie leía los libros del tardío Maine de Birán, Royer-CoUard, Lavelle o Rene Le Senne.

Entre los 6 0 y los 70 , Francia parecía radicalmente revolu clonada en sus discursos. El eje de los debates, el orden de las polémicas —producida ya, por otro lado, la rompiente de la primera ola de Sartre— había rotado por completo hasta el punto de crearse una atmósfera y un ambiente intelectual in sospechados e irreconocibles a la luz de un cuarto de siglo atrás. Estructuralismo, marxismo, lingüística, psicoanálisis, proponen y producen diversos ajustes de cuenta contra los más variados sujetos; el sujeto const i tuyente, el sujeto totali­zador, el sujeto del lenguaje, el cartesiano; en el fondo un mismo y único sujeto, el sujeto Ubre. ¿Qué la causalidad natural y la causalidad por la libertad fuesen producidas poi un mismo sujeto?, ¿que el entendimiento fuese el privilegio constitutivo de un sujeto racional cuyos actos resulten con­formes a las leyes naturales determinantes de la conexión causal y legalidad d e los fenómenos?, ¿que junto a ese sujeto exista otro sujeto insumiso a las condiciones de sensibilidad y determinación de estos fenómenos , o sea de acciones morales, libre?, no son ya, c o m o antaño, preguntas trascendentales que, en las playas de la filosofía, pudieran aguardar de ese sujeto la garantía y la cobertura para los fundamentos del conoc imiento , en términos de la verdad.

¿Que la historia fuese ahora el producto de una totaliza­ción práctica? Se reconocerá el esfuerzo del últ imo Sartre (el de la Crítica de la Razón Dialéctica) en articular el pasaje de su filosofía existencial a una antropología de la praxis, reunciando a las nociones subjetivas de proyecto , temporali­dad, comprensión, situación, historicidad, etc. , pero se con­denará como reposición su remisión a un agente totalizador, sujeto no perteneciente a una estructura cualquiera por estar en el principio de todas.

¿Que el hombre piense y n o sea pensado, que hable y no sea hablado? La misma condena para un sujeto hablante-pen-sado fuera del campo organizado de ia palabra, para un sujeto ingeniero (y n o bricoleur) capaz de construir la totalidad de su lenguaje, su vocabulario, y las reglas formales de la sintaxis.

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¿Que el hombre advenga a lo humano por entrar conciente-mente en la relación simbólica según el modelo transparente del cogito cartesiano?, pura ilusión que invierte el verdadero primado de lo simbólico, correlato del inconsciente con su "lógica de la falta" y del deseo que se convierte en lenguaje.

De lo que se trata es de la desconstrucción del logocentris-mo, del abandono radical de toda referencia a un centro, a un sujeto, ergo de la descentralización del sujeto, de la denun­cia de todo origen y de toda arjé absoluta, no importa cual fuese su tipo. Lévi-Strauss, Lacan, Aithusser, Foucault, entre otros jefes de ñla, con diferencias que marcan sus disciplinas y especificidades, niegan que los hombres puedan ser sujetos libres. Seamos precisos; no plantean la negación del sujeto, lo que plantean, como lo viene de afirmar Pierre Raymond en sus artículos de "Raisons", es su sujeción. Las filosofías del sujeto son reemplazadas por las filosofías de la sujeción del sujeto, del sujet-assujeti, del assujetissement: sujeción —y sólo a través de ella ingreso a la condición de hombre— a las estructuras de los modos de producción, a un sistema simbó­lico, a las ideologías, al orden del deseo carencia.

Momento de profunda transformación de las ideas, de re-cuestionamientos históricos donde, en relación a lo pasado del siglo, otros son los combatientes, distintos el estilo de pensar, la elección de las redes conceptuales, el uso de las metáforas. Pero no sólo momento de mutación del discurso filosófico (y del científico) sino también crucial momento económico, político y tecnológico que traza el horizonte cultural desde donde se plantean los problemas. Porque, ¿cuál es el rasgo dominante de esa coyuntura política, eco­nómica e ideológica donde brotan las filosofías de la sujeción del sujeto, y se rechazan las diversas formas del evolucionis­mo y la continuidad histórica del saber? Y por qué Lecourt, en esta coyuntura, ocupa el centro de su interés en refinar su interpretación de Bachelard, al fin y al cabo un sabio, un pro­fesor de ciencias dedicado a la física-matemática y la química contemporáneas, ajeno sino hostil al marxismo y .a l materia­lismo, un hombre típico de los medios académicos de Dijon y de París, abstraído pues de las luchas políticas de la época y , para colmo, digamos al pasar, imbricado en una doble vertien­te, epistemología y poesía, producto espúreo y la más censu­rable mezcla según Carnap, Reichenbach y otros representan­tes de la filosofía de la ciencia que alternativamente se desa-

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rroUaba en el mundo anglosajón, y que Lecourt habrá de pre­sentamos en este libro.

Lo t íp ico de esta coyuntura era la pérdida de ias ilusiones sobre cierto racionalismo optimista, retoño de las Luces, que postulaba la continuidad y desarrollo progresivo de la historia y la razón, y cuyos destellos más legít imos estallaron con la derrota del oscurantismo y las experiencias del nazismo irra­cional. Nuevos acontecimientos, algunos internacionales pro­pios de la pol í t ica de guerra fría, otros locales c o m o el fraca­so de m a y o de 1 9 6 8 , eran la envoltura de la decepción. Y. en lo tecnológico, una sospecha se extendía sobre los treinta años que conmovieron la física: si en sus teorías y en sus prácticas los científ icos podían producir protocolos de Vali­dación para su metodología , c o m o contrapartida, un efecto de estructura, más que fallas morales subjetivas, les impedía ya desde el interior mismo de sus "cámaras de burbujas'', identificar (además de las partículas) protocolos racionales de control contra el uso ominoso y homicida de esas partículas por el poder.

En esta peculiar coyuntura, una nueva generación de filó­sofos que investigaban en la Escuela de la calle Ulm, se asig­nó la tarea de renovar la teoría marxista respecto de la inter­pretación hegeliana clásica y los residuos positivistas y evolu­cionistas. Louis Althusser juega t o d o el honor de esta empre­sa a la refirmación del carácter c ientí f ico de la obra funda­mental de Marx, El Capital, y bajo el rótulo dei "antihuma­nismo teórico" y con la noción de "Proceso sin sujeto ni fin (es)" —del registro de las filosofías de la sujeción del sujeto, que aplica en su crítica a Lewis— enfrenta, con la virulencia propia de lo original, la corriente dominante en las institucio­nes representada por el humanismo teóricamente tradicional y neohegeliano de Roger Garaudy.

Que en el curso de esos años, entonces , algunas de las cate­gorías más resonantes del portafolio de Bachelard, c o m o la célebre ruptura epistemológica (convertida en "coupure") fuese incorporada (y ciertamente difundida) por el autor de Lire Le Capital, no puede sorprender pese a las divergencias de áreas en que se desenvolvían los respectivos trabajos. Por­que con ella encuentra la forma teórica adecuada para funda­mentar su polémica tesis sobre la ruptura, las distancias, por un lado, entre el carácter c ientí f ico de esa obra y la dialéctica hegeliana y, por otro, la no continuidad entre el así llamado Marx maduro y el de los Manuscritos económico-filosóficos

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de 1 8 4 5 (Apropiación que Althusser considerará luego en Eléments d'auto-critique, racionalista-especulativa en el inte­rior de su excesivo teoricismo, pero sin abandonarla por com­pleto) .

En cuanto a Lecourt, autor, según Georges Canguilhem, de exégesis minuciosas, penetrantes, comprehensivas de la obra de Bachelard, interesado en consecuencia autónomamente en quien, a los ojos de! mismo Canguilhem. se erigiera en "el primer epistemólogo francés que haya pensado, escrito y publicado en el siglo XX a la altura cronológica y conceptual de las ciencias que trataba" encuentra también en esa coyun­tura est ímulos para concretar 'jn ajuste de la lectura que había iniciado en Para una cn'tica de la epistemología. Pues, en lo esencial, se trataba de una coyuntura signada por la batalla antihistoricista, el no continuismo y el no positivismo, con brasas todavía vivas. O sea el campo mismo en e! que Bachelard ya a los fines de los aiíos treinta obrara c o m o un formidable innovador al injertar sus análisis c o m o cuña entre el positivismo comteano y el esplritualismo, marcando la hora de sus decadencias y haciendo salir a la filosofía francesa de la larga noche que nos refiere Lecourt.

Sería útil reconstruir todo lo que Bachelard desde su tesis doctoral complementaria de 1927 , "Estudio sobre la evolu­ción de un problema de física: la propagación térmica en los sólidos", compromete contra esplritualismo y positivismo, en su empresa de demostrar esencialmente que no hay un orden de complejidad creciente en la sucesión histórica de los pro­blemas científ icos. Útil también verlo, en El materialismo ra­cional, denunciar la confusión de los continuistas de la cul­tura cuando del relato cont inuo de los acontecimientos creen revivirlos en la continuidad del t iempo, acordando insensible­mente a toda la historia la unidad y continuidad de un libro. Verlo urgir a los textos mismos de los sabios y científ icos la puesta a luz de sus ejemplos de discontinuidades, sea en las fórmulas de la radioactividad de JoUot Curie, o en la memo­ria fundamental de Heitler y London sobre la molécula del hidrógeno. Observarlo polemizar contra una postura irrefle­xiva que ubicaría Ja noción de corpúsculo en la perspectiva de las intuiciones filosóficas del atomismo tradicional, de­nunciando la simpleza del "cos i smo" (exceso de imágenes alrededor de la palabra "cosa") e ironizando sutilmente con­tra su similar del "choquismo": "Con la nución de choque estamos delante de un tipo de mon^lruosidad epi-ítemológica

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Se la considera simple pero es de gran complejidad inicial ya que sintetiza nociones geométricas y materialistas. Se construye entonces ciencia y filosofía sobre un conjunto de imágenes groseras e ingenuas. ¡Qué sería de la fi losofía de Hume si ios hombres n o hubiesen jugado al billar! Una caram­bola bastó para hacer la filosofía de toda la naturaleza". Lo que aparece aquí como blanco de la crítica, son, en realidad, ciertos textos de Emile Meyerson, c o m o el siguiente de Iden­tidad y Realidad. "Toda acción entre corpúsculos no podrá evidentemente operarse más que por el choque. . . la acción por el choque const i tuye el e lemento esencial no sólo de la teoría del gas sino de toda teoría corpuscular". Emile Meyer­son. Ultima trinchera del espiritualismo. Enemigo declarado de Auguste Comte que, a diferencia de éste, no habla de íenó-meno y ley. sino de realidad y causa. Pero en la nusma fila del flanco de ataque de Bachelard por compartir su creencia en el progreso del saber hacia un camino definitivo, y en la continuidad de los procedimientos del sentido común y el c ientíf ico; prejuicios ambos impropios en relación a un "imevo espíritu c ient í f ico" desprendido de los datos sensi­bles y que "piensa con sus aparatos y n o con los datos de los sentidos".

No menos útil resultaría, en esta doble lucha, escrutar con Lecourt el sentido materialista de las tesis deducidas por Bachelard de la reorganización general de las ciencias físicas y su apertura a un terreno nuevo, emplazado fuera del espa­cio teórico cuyo encuadre lo suministran una Razón inmuta­ble y una concepción de "lo real" que en nada se corresponde con la producida por los científ icos en sus prácticas. Ver así, en detalle, las posiciones bachelardianas que articulan la in­competencia de jurisdicción de la filosofía sobre las ciencias, quebrando el mecanismo de las diversas teorías del conoci­miento en búsqueda de garantías, y dejando en sustitución de sus tradicionales nociones de objetividad, otro tipo muy dis­t into de objetividad: el histórico, el de las formas históricas concretas en que consiste ia producción de los conocimien­tos. Debatir con ello las nociones paralelas de "valores epis­temológicos" que también se imponen históricamente y , en consecuencia, se sobreimponen a las vanas discusiones sobre "el valor de la ciencia", siempre en espera bergsoniana de una "fundación". La de "obstáculo epis temológico" que divide las aguas entre el epistemólogo y el historiador de la ciencia obligando a éste a tomar las ideas c o m o hechos y , al primero,

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los hechos c o m o ideas. La de "dialéctica", ajena a la hegeliana, grávida de metáforas contra el "fijismo" y "el inmovil ismo" del pensamiento emparentada en realidad con la de ruptura, la de "frontera epistemológica" y otras que forman sistema, o al menos dispositivo en la lai^a serie de trabajos de Bachelard.

Hecho este inventario rotar luego, c o m o contrapartida, a las l imitaciones que Lecourt encuentra en su procedimiento exegét ico de los claros y obscuros, el d ía y la noche de Ba­chelard, que puede resumirse asi": La denuncia de la inadecua­ción de las filosofías tradicionales (en particular positivismo y esplritualismo) que exhibe t o d o ese dispositivo, se acompaña siempre con la afirmación disputable de la adecuación de las filosofías (idealistas) clásicas a las ciencias de su época, de donde su proyecto de búsqueda permanente de "una filosofía adecuada" a las ciencias contemporáneas. Proyecto con el que reintroduce la representación especulativa idealista de la filosofía, clausurando su propia toma de posición en filosofía sobre el terreno del materialismo. Formidable e fec to de "brouillage", de interferencia teórica entre la denuncia^ con la que rechaza todas las categorías de la teoría del conoci­miento y la ilusión de adecuación con la que reintroduce su recurso a ella, para lo cual transplanta categorías a un terreno en el que pierden sentido. Sabemos el nombre dado por Le­court a este recubrimiento de problemas científicos, a esta tenaz resistencia de la componente idealista de la filosofía de Bachelard, respecto de las tesis materialistas que él produce: "la ilusión epistemológica", nombre importado del vocabula­rio y del sentido dé l a ilusión en la doctrina trascendental kantiana, obediencia a un mecanismo ciego que %e da objetos imaginarios.

En este contex to de la ilusión epistemológica, define Lecourt el encuentro de la epistemología de Bachelard con algunas tesis materialistas y fija, en la contradicción que tra­baja su posición en filosofía, las condiciones de ese encuentro. Pero, al mismo t iempo, y también en este marco, estructura Lecourt las condiciones de otro encuentro de segundo grado; la del materialismo con la epistemología en general. D e obe­decer —dice— a las formas de la ilusión epistemológica, el proyecto de una epistemologi'a materialista es equ ívoco , fruto de la confusión entre tesis filosóficas y problemas cien­tíf icos. N o cabe, por ende, la constitución de una epistemo­logía materialista, lo que cabe es la intervención materialista para discernir los problemas científ icos que están, en la Uu-

sión epistemológica, recubiertos de cuestiones filosóficas. Esta conclusión de Lecourt consuma el arco de una de las

interpretaciones más atentas sobre la obra de Bachelard, arco que se ext iende entre los dos polos nodales considerados: el de la epistemología histórica de Bachelard (Para una cn'tica de la epistemología) y el de la ilusión epistemológica {Bache­lard. Le jour et la nuit). Hemos analizado este arco de inter­pretación enlazándolo con una coyuntura polít ica, económi­ca e ideológica en la que el antihistoricismo, el n o positivismo y el no evolucionismo, junto a la nueva manera de filosofar del amplio espectro de filosofías de la sujeción del sujeto, fueron los productos idiosincráticos. El análisis despejó el v ínculo de Bachelard con esta coyuntura entretejida alrede­dor de un segmento de nociones y categorías apropiadas por diversas de esas corrientes, en particular el materialismo. Apropiación que define el encuentro crít ico entre materia­lismo y epistemología en general.

Ahora bien, con este despeje el lector de la presente ver­sión castellana de L'ordre et les jeux. Le positivisme logique en question, estará en condiciones de remontarse a la génesis de este texto , ai m o m e n t o en que se perciben sus orígenes. Por­que ¿qué es lo que se prefigura y lo que se gesta en el entre­cruce de materialismo y epistemología de las ciencias, explÍci-_ tado por Lecourt en Bachelard. El dt'a y la noche? El mismo Lecourt ensaya una respuesta en ei capítulo V de este t ex to , "Ruptura epistemológica y revolución científica. Elementos de epistemología comparada", donde al aparear estas nocio­nes fundamentales respectivas de Gastón Bachelard y Thomas S. Kuhn —aunque en función de alerta sobre el posible mal-! entendido de su asimilación iniciada por algunos críticos— ' predice el espacio teórico de un nuevo encuentro. El del materialismo y las otras tendencias que hemos visto integrar la coyuntura antes descripta, por una parte, y , por la otra, la epistemología que fuera del territorio cultural francés, se lle­vaba a cabo en el mundo del pensamiento anglosajón, por así decirlo, su lugar más natural y casi espontáneo en el curso de este siglo.

Lo hace con el carácter de un esbozo , del lanzamiento de una idea, pero con toda la fuerza de identificar una laguna en la historia contemporánea que necesariamente habrá de col­marse si es que se requiere un balance de todo lo que nuestro siglo difiere del pensamiento filosófico tradicional, y un ar­queo de las determinaciones económicas , ideológicas y polí-

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ticas que encuadran esas diferencias y que aparecen, a veces incoloras, en expresiones c o m o revolución en filosofía, revo­lución científica, revolución tecnológica.

Poco t iempo después de la aparición del libro de Lecourt sobre Bachelard, en un artículo que quedó inédito por Dazo-nes propias de la coyuntura autoritaria que se abría en la Argentina en 1 9 7 6 , trabajo al que, a fin de enf atizar la impor­tancia de su propuesta, titulé precisamente "Elementos para una epistemología comparada", me referí de este m o d o a ella en algunos párrafos del capítulo II; "De las conclusiones de la primera parte, de este trabajo se desprende la existencia en nuestra época de un doble movimiento en el discurso filo­sófico. En su forma predominante, la epistemológica, conver­gen las dos grandes corrientes citadas. Su concurrencia a tra­vés de un mismo canal del discurso, el prioritario, señala en un primer movimiento los puntos comunes de esta conver­gencia. En un segundo movimiento , sus respectivas redefini­ciones, expuestas en el punto 4) de las conclusiones, designan gran parte de lo litigioso y divergente de sus diferencias espe­cíficas.

"Un inventario de estas convergencias y divei^encias pue­de lograrse a nivel tentativo y descriptivo. La descripción es condición necesaria para una teoría, y una teoría debe dar cuenta acabada de las ganancias, paralización y / o retrocesos del pensamiento filosófico propio de la coyuntura. Para la construcción de una teoría que enlace convergencias-diver­gencias con la forma actual de la racionalidad filosófica, hay que elaborar una epistemología comparada, y no el catálogo de la simple puesta en correspondencia de lo que se dice por un lado y se acepta o rechaza pQi_el otro. Es ésta la labor de un inventario, no de una teoría] Una epistemología compa­rada teórica es la gran ausente del pensamiento contemporá­neo. Incluso el inventario previo a la teoría está aún por hacerse]^ Luego de historiar los motivos que sustentaron la posición hegemónica de la epistemología en la primera parte del siglo, y las circunstancias del retroceso que en cada área se produce a partir de los años setenta c o m o consecuencia, en el m u n d o anglosajón, del "re tomo a Kant" que planea sobre el categorialismo predominante en los fi lósofos de la ciencia postpopperíanos, y de la reacción,en la tendencia ma­terialista de la corriente francesa, contra la descompensación teoricista que producía el primitivo énfasis epistemológico, añadí: "En t o d o caso es evidente que para que la epistemolo-

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gía esté en condiciones de plasmar en lo teórico lucros relati­vos a esta transformación, se hace urgente imprimir a las investigaciones una dirección comparativa del doble movi­miento monopolio-retroceso de ambas corrientes y es éste el trabajo aún por ejecutarse aunque comienzan a atisbarse \os primeros s íntomas y señales de una reacción.

"Dominique Lecourt en ( 1 9 7 4 ) llama ia atención por pri­mera vez sobre la necesidad de emprender estos estudios. Advierte que en 1934 año en que Gastón Bachelard publica Le Nouvel Esprit Scientifique. su primera gran obra de epis­temología , aparece en el área anglosajona el destacado libro de Popper Logik der Forschung, teniendo ambos c o m o punto de partida el estado de las ciencias físicas. El pensamiento de ambos filósofos circula sin embargo, de allí en más. por carri­les separados pese a que de cont inuo se formulan los mismos interrogantes y se ven acuciados por los mismos problemas. Y esto , agregamos, n o es un episodio aislado. Puede hacerse, el siguiente test probatorio: procédase a la apertura de un libro de cualquiera de las respectivas corrientes (sea Camap, Hempel, Nagel, Popper, Kuhn, Lakatos, Feyerabend, Sellars Hanson, etc. , o bien, en el otro campo, Bachelard, Cavaillés, Canguilhem, Foucault, Althusser, Lecourt, Rayraond, De-ssanti, etc.) y se comprobará que el apoyo bibliográfico, el orden de los argumentos, su insersión predominante en cien­cias físico-naturales, o históricas y sociales respectivamente, et estilo de pensar incluso, se nutre con exclusividad en laí propia corriente manteniéndose en ignorancia casi absoluta! a la alterna. ¿Cuáles son las razones: chauvinismo intelectual atribuible a unos y otros; problemas de escasa difusión y pocas traducciones de libros de un área en la otra; indiferen­cia o desinterés por los dispositivos teóricos ajenos incentivada en cuestiones de tradición cultural, lengua, etc.; pretensión de autosuficiencia en filosofía? N o lo creo. Intentamos más arriba el sentido de una respuesta, la fi losofía se c o m p o n e de tesis dogmáticas en función de posición-oposición en los de­bates ideológicos cuya racionalidad no se distingue por crite­rios de verdad sino por ser justas en mayor o menor grado, justas ( c o m o se dice de una guerra) en el sentido de justeza y no en el sentido metafísico de justicia".

Esta última toma en préstamo del lenguaje althusseriano aludía, por cierto, a la distinción de carácter entre los enun­ciados científ icos y las tesis filosfoiua», sin persuadirme, n o r>hstante. de la conveniencia de la incomunicación, incomu-

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nicación que se ocultaba muchas veces en un tipo de críti­cas recíprocas, al que señalaba en esta forma: "Esto no quiere decir que no se registren críticas recíprocas. Lo que quiere significar es que tales críticas son hasta el desarrollo de las investigaciones en su etapa actual, más bien globales, de ca­rácter general y referidas a la base filosófica de la corriente opuesta, c o m o por ejemplo cuando desde el campo de la filosofía francesa se jaquea "el empirismo estrecho" de las corrientes anglosajonas, sin hacerse cargo de los múltiples matices que distinguen a esta corriente en su juego interno de oposiciones. O cuando desde el campo anglosajón, se confun­de para eludirla a bajo costo , la tendencia materialista de la corriente francesa con la especulación hegeliana ridiculiza­da muchas veces, por su parte, en presentación inauténtica de frases aisladas fuera de contexto (Reichenbach, La filosofía científica. Cap. L, "La pregunta") o con la vieja metafísica del materialismo mecanicista de los siglos XVI y XVII". . .".

Han pasado ocho años de estas reflexiones y el cuadro se mantuvo sin que se pueda considerar modificado por algunas circunstancias, dos de las cuales pueden verse en el libro Karl Popper, de Renée Bouveresse. La primera es el escrito "La significación actual de dos argumentos de Henri Poincaré", redactado por Popper como contenido de una conferencia a ser pronunicada en la fundación de la Academia Europea de Artes, Ciencias y Humanidades, en noviembre de 1 9 8 0 . El carácter aislado de la intervención de Popper y el hecho de que se refiera a un fi lósofo de la ciencia —el más grande, según su expresión— que trabajara en un período, postrime­rías de la pasada centuria, que n o puede ser considerado contemporáneo, la exc luyen c o m o contraejemplo de la inco­municación que venimos describiendo. No menos carácter aislado tiene el resumen que el propio Bachelard hiciera de laLogik der ForschungenRecherchesPhilosophigues ( 1 9 3 5 ) . Tampoco éste es un ejemplo de que el cuadro estuviese n o ya modificado sino originariamente mal encarado, por consti­tuir un breve comentario bibliográfico de un libro en el que Bachelard reconoce muchos temas de la fi losofía vienesa, sin perjuicio del carácter personal preparatorio en Popper de una filosofía original, respecto de algunos: en particular, la propuesta de Popper de que la teoría cuántica trata de pro­blemas estadísticos y generaliza la mecánica estadística clásica, todo esto en conexión con su rechazo de la interpre­tación subjetiva ortodoxa de la Escuela de Copenhague, del

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principio de complementariedad de Bohr (enunciado pseu-docient í f ico para Popper) y de que fuese factible extraer argumentos de la mecánica cuántica en contra del determinis-m o ; posición, ésta, que Popper cambió luego más de una vez.

La clara conciencia de la situación que viene de ser desa­rrollada, la de ja_incomunicación entre ambos tipos de filo­sofía, es , en mi opinión, uno de los resortes básicos que esti­mularon a Lecourt a redactar El orden y los juegos. Al aludir a esta indiferencia persistente en Bachelard. El día y la noche, lo anuncia expresamente: "No es cuestión de que y o pueda colmar aquí esta laguna: ello será objeto de un trabajo ulte­rior". Es m u y probable que en este aislamiento de ambos cos­tados perciba (con escasa simpatía, c o m o el que redacta este prólogo) , el rostro de ciertos personajes mundanos del sello de la refinada pluma de Proust. La familia de los Verdurin de Un amour de Swann. El pequeño "noyau", el "pequeño grupo", para formar parte del cual una condición era sufi­ciente pero necesaria: había que adherir a un Credo. Clan con sus reglas de pertenencia y no pertenencia, con los excluidos, los que no lo frecuentaban, molestos c o m o la lluvia, y los "fieles" que debían renunciar a toda curiosidad y al deseo de informarse por sí mismos de los atractivos de los otros salo­nes, ya que los Verdurin sentían que este espíritu de examen y este "demonio de frivolidad" podría resultar fatal, por contagio, a la ortodoxia de la pequeña iglesia. Clan con "la mesa siempre servida" para los fieles, quienes de tener algún amigo capaz de hacer que algunas veces la abandonaran, reci­bían de los Verdurin la indicación de: " ¡Y bien, tráigalo a su amigo!". Clan con sus hábitos, sus emociones y sus expre­siones figuradas, con relaciones de amo-maestro a sujeto, don­de n o espantaba que una mujer c o m o Odette de Crecy tuviese un amante, a condición de que lo hiciese en el interior del noyau, lo amase en ellos y a través de ellos, y no lo prefiriese a ellos.

Es esto lo no dicho del discurso de Lecourt; la lucha contra el espíritu de clan, que se dobla en los círculos y las institu­ciones epistemológicas con la excusa de proteger un alto gra­d o de "rigor técnico", y en las polít icas. El "noyau" ajeno y el propio, porque es difícil en fi losofía "arrojar la primera piedra". Discurso ausente que el lector tendrá que inteligir entre líneas y a través de las l íneas de los montajes de lectura de Lecourt, podiendo percibir huellas de rechazo de "noyau", en algunas conocidas actitudes de vida de Wittgenstein; su

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renuencia a convertirse en fi lósofo profesional; su carta a Mal-co lm con el interrogante acerca "de qué sirve estudiar filoso­fía si todo lo que sacas de ello es poder hablar con cierta plau-sibilidad acerca de algunas abstrusas cuestiones de lógica, sin que mejores tu m o d o de pensar en lo que se refiere a las cues­tiones importantes de la vida cotidiana. . ."; su reacción por

"el sectarismo insano que crecía entre sus discípulos ("Esque­ma biográfico", de von Wright), su disgusto por la conversión de! Círculo de Viena en escuela filosófica plasmado en !a car­ta a Waismann en ocasión de la adquisición por el movimien­to de Annalen der Philosophie: "Precisamente porque Schlick no es un cualquiera merece que se evite, aunque se lleve la mejor intención convertir en objeto de irrisión por medio de ia jactancia tanto a él c o m o al Círculo de Viena, c u y o máxi­m o exponente es. Cuando hablo de jactancias me refiero a cierto m o d o de contemplación narcisista. ¡Renunciamiento a la metafísica!, c o m o si fuera esto algo nuevo. Lo que brinda la Escuela de Viena debe mostrarlo no decirlo. . . La obra es la que debe elogiar al maestro" (Friedrich Waismann, Ludwig Wittgenstein y el Círculo de Viena); su obstinación en los primeros encuentros en Viena en leer poemas de Rabindranath Tagore c o m o negativa a responder cuestiones de lógica y ma­temática, y otras conductas del mismo t ipo. O formulada expresamente en algunos aforismos del Tagebücher (Diario Filosófico): "Todas las teorías que dicen ' ¡Tiene que ser así, de lo contrario no podríamos filosofar!' o 'de otro m o d o n o Dodríamos vivir', etc. , tienen naturalmente que desaparecer. Mi m é t od o no consiste en separar lo duro de lo blando, sino ver lo duro en lo blando. No ocuparse de cuestiones que n o le afectan es uno de los virtuosismos mejores del filósofo (1 .5 .

^ 5 ) " , o de Vermischte Bemerkungen (Observaciones): "Quien enseña filosofía hoy en día, les da manjares a los otros, no porque le gusten, sino para cambiar su gusto" ( 1 9 3 1 ) .

Habiendo sucumbido con ésto a la tentación de hacer expl íc i to lo que aprecio como el espíritu de este libro (inten­ción que en 1 9 3 0 criticaba Wittgenstein, al referirse a los prólogos, también en Vermischte Bemerkungen, c o m o peli­gro que estriba en describir ese espíritu y no en mostrarlo) pasaré ahora a desglosar brevemente algunos de los dispositi­vos de la interpretación de Lecourt. Antes de hacerlo, sin embargo, conviene la siguiente aclaración: Et Orden y los Juegos no sugiere algo así como un derecho comparado, o una supuesta correlación neutral de sistemas distintos en 24

pacífica coexistencia, lo que lo convertiría en un inocuo plan de reUiciones públicas en la materia.! Lo que sí propone en forma tran^arente y antidogmática, es abrirse al espectro de la epistemología, para ver lo que pasa "en el otro salón". Pesquisar aquí los "callejones sin saiida" del positivismo Ic^-co (su rama dominante hasta muy avanzada la primera mitad del siglo), analizar el papel desempeñado por su racionalismo científ ico en conexión con el per íodo histórico centro-euro­peo , el del desmembramiento del imperio austro-húngaro ante el inminente asalto a la razón del nazismo, papel polí­t ico importante pero teñido a la vez de un ingenuo optimis­m o en confiar sólo a la ciencia condición de garante de un venturoso porvenir de concordia y paz. Examinar, c o m o lo indica el subtítulo de la obra, los cuestionamientos al positivis­m o lógico que parten del orden y los juegos. El orden, Karl Popperj los juegos (los Sprachspiel) del segundo Wittgenstein. D o s filósofos centrales del pensamiento anglosajón puestos, a su vez, en correspondencia intercrítica a fin de extraer de este enfrentamiento específico, en conjunción con sus posi­ciones ante Viena, un tipo de lectura que define la propia intervención de Lecouct en la filosofía de nuestros días: rnás allá de t o d o academicismo enlazar las ideas con los aconteci­mientos históricos, pol í t icos e ideológicos y en sus efectos, verlas fuera de su aislamiento en el doble juego de su condi­c ionamiento por éstos y su recíproca potencia de transfor­mación y realimento de tales acontecimientos. Juego en el que va tomando cuerpo la posición que Lecourt integra en La phÜosophie sans feinte t exto editado un año después por Hallier/Albin Michel ,de una filosofía concebida no c o m o una doctrina, tome o n o la forma de sistema, sino c o m o una con­cepción y una práctica nuevas de la filosofía. Mecanismo de denuncia de la máquina de lenguaje del discurso filosófico, fabricante de categorías absolutas y universales, a las que Lecourt aplica un nombre especial, el de "feinte" algo que abarca el sentido de la ficción pero que va más allá, afecta­ción, "faire semblent de", fingimiento, y que cruza su histo­ria desde los problemas de los comienzos al del Ser, del. Ser a la Verdad (su "feinte" suprema) para preservar su dominio sobre las otras prácticas y reforzar aÜí sus posiciones de poder.

Que la indagación de Lecourt se apoye en un terreno que inaugura Wittgenstein, con las l imitaciones propias de quien no avanza por la misma ruta que libera, en Philosophische Unter-

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suchungen (Investigaciones Filosóficas), es algo que resultará claro con el capítulo 4 —preludio de su ensayo posterior donde rectifica algunos de su puntos de vista y, en contra de toda tendencia filosófica de unificación (juego de lenguaje de reabsorción-nivelación de las prácticas sociales) propicia un desplazamiento de la palabra materialismo (en el sentido del materialismo-dialéctico) por la de supra o supermaterialismo, punto en el que seguramente habrán de converger las reflexio­nes teóricas o las polémicas más aceradas. No es función de este prólogo ingresar a este debate, que el sugerente t í tu lo del capítulo de conclusiones, Ouverture?, deja expedito al lector bajo la forma de un interrogante. Considerar, en cambio, aunque en forma esquemática, algunos de los problemas de interpretación de) tríptico de la filosofía anglosajona, Pop-per-positivísmo-íógico-Wittgenstein, que Lecourt pone en obra al doblar crít icamente sobre la del centro las hojas de los dos lados, para pasar luego a la querella entre éstas, puede satisfacer este ámbito de validez: completar la descripción que hiciéramos en este punto de la coyuntura francesa en que se prefiguró El Orden y los Juegos a partir de los años treinta, con la descripción de ciertos rasgos de la coyuntura filosófica anglosajona, de esa misma época, que tiene ingreso en este t ex to ya realizado.

2. N o puede negarse que con cierta frecuencia el término "posit ivismo" y "positivista" haya sido usado con un carácter excesivamente lato, p o c o ajustado y, en ocasiones, con el pro­pósi to de descalificar a füósofos que no resultan del agrado del locutor. Que cuando este locutor es, a su t u m o positivis­ta, suela emplear el procedimiento inverso con el término "metafísica" y "metaf ís ico" con la misma escasa rigurosidad, e igual propósito respecto de la tendencia con la que n o sim­patiza, es también un hecho de fácil comprobación. D e acuerdo con ciertas circunstancias que rodean a estos usos, el problema n o puede ser excesivamente preocupante. Tomando en préstamo el vocabulario de Dominique Lecourt en su retrato del episodio del atizador ^ d o n d e , por lo de­más, lo ameno del relato no puede oscurecer el hecho d e que por primera vez se ensaye dar a esa anécdota un puntual sig­nificado f i losóf ico- podrícunos decir que usos c o m o los mencionados forman parte de la buena guerra en el ambiente, const i tuyen la ley del género.

Sin embargo, cuando fuera de estos ambientes llega el

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t u m o a la reflexión, o al trabajo teórico, los filósofos se inte­resan legít imamente por arrojar luz sobre el campo de sus referencias semánticas circunscribiéndolo con dist intos criterios. Ya en 1932 , en el Volumen III de "Erkenntnis" (nombre dado a "AnnaJen der Philosophie" al hacer a la revis­ta órgano oficial del Círculo de Viena, dirigida por Camap y Reíchenbach) aparece un artículo de Moritz Schlick, "Posi­tivismo y Realismo", donde el fundador del Círculo interroga por e l origen de estas confusiones, dependientes muchas veces del hecho de que una tendencia caracterizada originaria­mente por sus principios fundamentales los vaya alterando gradualmente de m o d o que cuando se habla de ella quede p o c o claro si la referencia es a la tendencia que conserva su nombre tradicional o se trata de una nueva orientación. Schlick toma como buen ejemplo de esto el vocablo "posi­t ivismo" desde la época que Auguste Comte lo acuñara y propone, con carácter general, como criterio para evitar las confusiones, uno afín con el de la escuela, el criterio verifi-cacionista de significado: seleccionar los diferentes principios y someter a pmeba su significado y su verdad. Él criterio supone hacer caso omiso de las circunstancias históricas, así como de las denominaciones tradicionales. El problema es grave para Schlick porque si bien clasificar c o m o positivista a toda opinión que niegue la posibilidad de la metafísica no es objetable (a condición de una específica definición de "metafísica") existen, en cambio, conceptos fundamentales de los positivistas c o m o cuando hablan de "lo dado" que paradójicamente hacen asimilable el positivismo a la metafí­sica. Así, cuando se formula la proposición de que el filó­sofo y el c ientíf ico deben permanecer siempre dentro de lo dado sin intentar ir más allá c o m o el metafís ico en sus pseu-doproposic iones carentes de sentido, se identifica "lo dado" del positivismo con "las apariencias" de la metafísica, con lo que el positivismo concluye en una metafísica de la que se ha podado lo trascendente. Problema que se complica en la refe­rencia de lo dado con lo real pues el principio fundamental del positivismo, "Sólo lo dado es real", puede convertirse en una evidente tautología si haciendo uso de las peculiaridades del idioma alemán, se lo formula de este modo: "Es gibt nur das Gegebene" ("Sólo hay lo dado"). En esta forma ha sido defendido por muchos positivistas, en especial, piensa Schlick, por aquellos que representaban a los objetos físicos c o m o meras "constmcciones lógicas" (Camap) o meros "con-

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ceptos auxiliares". Y si se piensa que lo dado es "un conteni­d o de la conciencia", queda planteado un idealismo metafí­s ico de tipo solipsista en caso de que ese contenido perte­nezca a un solo sujeto, o de tipo berkeleyano si lo dado se disbribuye entre muchos sujetos.

Cuando Auguste Comte acuñó el término positivismo en su Curso de filosofía positiva estaba muy seguro de la univo­cidad del vocablo que empleaba, reconociendo en él algunas de las características fundamentales del t ipo de racionalidad en que se articulaba tanto su ley de "los tres estadios" c o m o su "ley enciclopédica" o clasificatoria; sujeción de los hechos naturales o sociales a leyes; renuncia a las explicaciones teo­lógicas o metafísicas, limitación del objeto del conoc imiento a lo dado en la experiencia, relativismo empírico, unidad de m é t o d o y homogeneidad de la doctrina; tendencia a dismi­nuir el número de las leyes generales para explicar los fenó­menos; especialización y división intelectual del trabajo; valor no sólo teorét ico sino práctico de la ciencia para prever: "science, d'oü prevoyance; prevovance d'oü action" (Cours, legón 2, 35) .

Sin embargo, cuando redacta su Discurso sobre el espíritu positivo, esta seguridad había declinado de tal m o d o , que se propone en el Cap. III. ]>unto I, resumir en un catálogo de la palabra "posit ivo", los atributos de lo que estima el verda­dero espíritu filosófico. Algunas de estas acepciones son fácil­mente identificables en las formas contemporáneas del posi­tivismo, otras en tendencias filosóficas emparentadas c o m o el utilitarismo y el pragmatismo. Son estas acepciones: 1) lo real por oposición a lo quimérico, 2 | lo útil por oposición a lo oc ioso; 3) lo cierto por oposición a lo indeciso, 4 | lo preciso por oposición a lo vago, 5) lo constructivo y organizativo por oposic ión a lo negativo, 6) lo verificable en lugar de lo no comprobable; lo que tiene el sentido de sustituir todo lo relativo a l o absoluto.

Un siglo después de Comte, y muchos años después del trabajo de Schlick, en 1975, C. Ulises Moulines publica en Dianoia un artículo, "La génesis de! positivismo en su con­t e x t o científ ico", donde se hace cargo del mismo problema: dificultades que crea la variedad de usos contradictorios del término positivismo en la literatura. Es importante captar e! punto de partida, para comprender su criterio destinado n arrojar luz sobre la naturaleza <ie la concepción positiva y on qué sentido tal criterio se aparta de los precodcntcM, l'ara

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Müiilines, el positivismo no consi.-ite en un conjunto de tesis L-atableoidis por escrito en algún sitio, sino más bien en una ueUírminada "actitud" que se ha transformado a través del nempo. Lo importante en él. digamos, no es el cuerpo de doctrinas, sino el espíritu de! positivismo o, a fin de evitar esta expresión que puede resultar equívoca, su tipo de racio­nalidad, el aliento que preside su programa.

Se percibe con ésto en qué el criterio de Moulines, se separíi del de Schlick; difiere, en la medida en que "una actitud", un aliento, un "tipo de racionalidad" no pueden ser somet idos a las pruebas verificacioaistas a que alude este último. Y, en cuanto a! criterio de Comte, puede conjeturar­se que resulta insatisfactorio para Moulines, quien aduce Liue las corrientes significativas en la historia del pensamiento no se pueden "definir" asignándoles un par de rasgos genera­les. Aunque Comte —puede señalarse entre paréntesis— es el pensador que en esta historia más ha influido en la consti­tución de la actitud positivista, de su porte o talante, su signi­f icado en las diversas tendencias del positivismo de este siglo, .•iuele ser abruptamente disminuido. Es cierto que aparece mencionado, como lo pone de relieve Lecourt, en el Mani­fiesto (Wissenschaftliche Weltauffassung) del Círculo de Vicna, pero la casi totahdad de los positivistas contemporá­neos o no lo citan o niegan su influencia Para una situación semejante, recordé en Neopositívismo e Ideología, la feliz frase de Alejandro Korn. "Los herederos intelectuales suelen ser más desagradecidos que los otros". Pero esto deja de explicar ias razones de un olvido que, a mi juicio, no resulta exento de graves consecuencias filosóficas. Moulines, por su parte, al que no puede considerarse positivista, por trabajar en la concepción no-enunciativa y conjuntista de Sneed, Stegmüller y Banze*-, también descalifica a Comte a la hora de señalar la génesis del positivismo lógico. Su énfasis lo centraliza, a partir de ia crisis de la mecánica newtoniana, con el cambio de actitud científica que comporta el colapso dei aparato conceptual newtoniano de espacio y t i empo absolutos, masa y fuerza, frente a las nuevas ramas de la t írmodinámica fenomenológica y el electromagnetismo.

Esa nueva actitud la recogen básicamente Emst Mach {Análisis de las sensaciones) los empiriocriticistas Richard Avenarius y H. Petzoldt, y otros científ icos no positivistas c o m o Kirchoff, Hertz (cuya influencia en los Bitd del Trac-taius será ampliamente desarrollada por Lecourt) y Helm-

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holtz cuya epistemología fisiológica repercute en e! positi­vismo lógico con un impacto que merece de Moulines una intervención especial en el Tagung llevado a cabo en el Centro de Investigación Interdisciplinaria de la Universidad de Bielefeld entre el 27 y 30 de noviembre de 1979 . La con­clusión de Moulines consiste entonces, respecto de las fuentes del positivismo lógico, en acentuar en 1975 la del positivismo crít ico alemán, la física de fines del XIX y desglosar en 1 9 7 9 la de la fisiología de los sentidos que incorpora, aquí, a Hume, Mach, la lógica moderna, el primer Wittgenstein y las revoluciones en f ís ica Dejando por el m o m e n t o de lado al primer Wittgenstein, y que marca una diferencia de lectura capital con el desarrollo de Lecourt en este libro, es p o c o lo que puede discutirse en relación a las fuentes citadas por Moulines. Lo que es debatible, en cambio, es la estrategia que lo conduce a apartar radicalmente a Comte de las fuentes del positivismo moderno, estrategia en la que n o son secun­darios omitir o no darle la importancia debida a la incorpo­ración y defensa por Comte de ciertos principios que Mouli­nes considera, en cambio, básicos en el nuevo positivismo.

Así, por ejemplo, e! principio de e c o n o m í a de Comte que reformulan las tesis de Avenarius "económico-biológi­cas", y de e c o n o m í a conceptual de Kirchoff y Mach, la concepción de la matemática en el Cours no c o m o una cien­cia al lado de las otras sino c o m o un lenguaje conceptual de todas ellas, su concepción empírica y no apriorística de la mecánica, y el hecho de que el enlace encic lopédico de las ciencias, aun const i tuyendo sistema, implica una organiza­ción jerárquica donde cada segmento científ ico aporta un grado de sentido al total culminando en un t ipo de unidad, la física social, análoga en parte al principio de unidad fisi-calista de las ciencias.

Otra estrategia lo conduce a sobrevalorar la influencia positivista de Mach en la teoría de la relatividad restringida (donde por otro lado, también se encuentran huellas de Hume, Kant y Poincaré) deteniendo, en el primer;, tramo, el pasaje de Einstein de los fundamentos positivistas a una filosofía de la ciencia asentada en un realismo racional, idea de un universo "real", objetivo que existe bajo los f enómenos percibidos por los sentidos, que expresa así en su ensayo "La influencia de Maxwell sobre la evolución de la idea de rea­lidad física" ( 1 9 3 1 ) : "La creencia en un mundo exterior, independiente del sujeto que lo percibe es la base de toda

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ciencia de la naturaleza". Es claro que nadie duda del impac­to que causara en el Einstein de 1905 , la Historia de la Mecánica de Mach, libro al que accede a través de su amigo y discípulo Besso (fenomenalista fiel), conmoviendo su fe en ia mecánica c o m o últ imo fundamento de la física. Además del expreso reconocimiento de Einstein en su Autobiogra­fía, Gerald Holton, en el co loquio de la Unesco sobre "Cien­cia y Síntesis", agregó a las muchas pruebas que se suelen (\tar, un valioso antecedente: el proyecto de Mach de 1 9 1 1 de crear una sociedad para la difusión de la filosofía positi­vista recogido en un manifiesto en el que, con él, participa Einstein (y otros como Petzoldt, Hilbert, Helm y el mismo Sigrrund Freud). Pero también forma parte de la historia de las relaciones entre Mach y el Einstein maduro, la se­paración de sus caminos en la que concurren muchos ele­mentos: por parte de Mach, su rechazo en el prefacio a Principios de Óptica (escrito en 1 9 1 3 y publicado recién

1921 , luego de su muerte) de la teoría de la relatividad ino nlcanzo a tratar la generalizada), a la que tiene por espe­culativa basado en dudas epistemológicas y consideraciones nacidas de la fisiología de los sentidos. Por parte de Einstein, su "endurecimiento" creciente acerca del primado de la expe­riencia (en particular, la sensible) subrayando, en cambio, el carácter inventivo del espíritu humano y puramente arti­ficial de los principios fundamentales de toda teoría cientí-l ifa (véase en Holton, muy hicn documentado en los Archi­vos de Princeton, las referencias del artículo de Einstein de 1907 e n Jahrhuch der Radioactivitát und Elektronik (4 \ 4) respuesta al de Kaufmann del año anterior en Annalen der Physik; sus conferencias de París de 1912 y Oxford de !imio de 1 9 3 3 , sus cartas a Besso de abril y mayo de 1917 , a Lanczos de enero de 1938; el pasaje de su Autobiographical Notes (1949 , p. 53) y otros semejantes.

No interesa, empero, profundizar este debate. Lo que sí interesa en cuanto al eclipse de Comte —del que Moulines realiza una lectura kuhniana en cuanto a su concepto de i iencia normal de la época, semejante al "paradigma" de la i'iscuela Francesa de Michel Serres, que Lecourt pondrá luego ( le relieve —es desglosar una frase de este artículo de Dianoia que se const i tuye en un indicador de los motivos conscientes o inconscientes del extendido y formidable caso de negación l i istónca que nos ocupa. Dice el t exto: "La aispiración básica de f'fjmte era lograr una aplicación más convincente del

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m é t o d o de las ciencias naturales, que ya había hecho progre­sos en otros campos, al dominio de la historia y de los fenó­menos sociales. Concuerdo plenamente con la interpretación del Fetscher. El interés más genuino de Comte no estaba centrado en los fundamentos de las ciencias naturales, sino en una ciencia de la sociedad aún por construir". Detengá­monos un instante en esta frase. La aplicación del mode lo de las ciencias naturales a las ciencias sociales está expresa, en efecto, en el sistema comteano de clasificación de las ciencias. En la física social, que es el tramo en que culminan las otras ciencias, convergen los métodos de éstas que son disciplinas naturales. Comte, en efecto, quiere ser para la sociología, lo que Newton había representado para la mecánica y Lavoisier para la química, y juzgó siempre indispensable para la forma­ción intelectual del sociólogo los estudios biológicos (a dife­rencia de Saint Simón que se apoyaba en la fisiología). Mu­chas veces se ha puntualizado el carácter conservador de este programa. Definiendo la sociedad con los parámetros de la ciencia natural ambos sistemas se cohesionan en un crisol, to­do indivisible donde la práctica social referida al cambio y a la transformación no tiene otro espacio que el condicionado por una regulación inexorable. La sociedad se organiza con­forme al modelo del cielo de Laplace, de la mecánica analíti­ca de Lagrange, de la medicina de Bichat y la biología de Broussais. Con estos "paradigmas", la sociedad hereda un ti­po estable donde el equilibrio sólo se pierde para ser recupe­rado en un movimiento idéntico al de la ley natural, cuya no­ción filosófica "consiste en localizar la constancia de la varie­dad (Sisteme de politique posiíive, II 41) . El punto de refe­rencia de esta regulación no está ni en la subjetividad (se eli­mina la psicología de la cla.sificación), ni en los modos históri­cos con que los hombres producen sus medios de vida según las sucesivas formaciones sociales (se elimina la economía) , ni en su voluntad (se elimina el derecho). El endoso de lo social a lo físico da a la sociedad un sentido: este sentido es cósmi­co, de conservación de ritmos que pliegan el progreso del or­den a su reverso, el orden del progreso.

Pero esta aplicación de los principios y métodos de las ciencias naturales a las sociales ¿no es acaso lo que caracteriza a las primeras vanantes del positivismo contemporáneo? ¿No es éste el mismo principio inserto, pero trasladado al plano del lenguaje, en el programa de la ciencia unificada? Lejos, entonces, de ser tomadas estas características c o m o razón pa-

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ra negar la influencia comteana, la ponen de toda evidencia. Otros e lementos conceptuales de Comte podrían ingresar

a justo t í tulo en esta evidencia de su condición de antecesor del positivismo lógico: la circunstancia de que la doctrina po­sitiva constituya un tipo de discurso particular fundamental­mente determinado, más allá de su articulación en sistema, por "el m é t o d o " de las ciencias positivas, método que se apo­ya en la experiencia, en el doble sentido de experientia (datos sensoriales) y experimentum, con formulación en e l lenguíye de las matemáticas; su inscripción en la línea del sensualismo de Condorcet; su incipiente teoría del lenguaje y los signos que él remite constantemente a Hobbes y Aristóteles y acer­cada recientemente a Pierce (Collected Papers) por trabajos de Alain Rey (La teoría positivista de los lenguajes: Augusto Comte y la semiótica) y en especial de Angele Kremer-Mariet-ti (Entre el signo y la historia. La antropología positivista de Augusto Comte). Pero sobre todo, la extensión de esa doctri­na positiva, y en consecuencia de ese método a las ciencias so­ciales, en el parámetro de "la unidad" de la ciencia (natural) y la sociedad, parámetro que coiacteriza, con el repudio de Popper, a t o d o el positivismo clásico vienes.

Es cierto que si se predicara la existencia de una unidad en ia obra de Comte, de la continuidad entre la filosofía cientí­fica del Cours, y la del segundo período, la de la religión y el catecismo positivista, la del Grand Etre y Clotilde del Vaux, podría horrarse toda huella comteana en el neoposit ivismo, pero esta operación se haría sobre la base de falsear lo más ri­co de su pensamiento, lo que da el más fuerte pese a ese pre­sunto conjunto, lo que le imprime su autónomo sello de fá­brica: su actitud racionalista científica.

Descartada la legitimidad de tal operación que, por otro la­do, no es invocada, ¿cómo interpretar, entonces, este singular y persistente rechazo de génesis histórica de Comte respecto riel positivismo del siglo XX, muy específicamente referido al [lositlvismo lógico? ¿y c ó m o comprender (dicho sea ésto de paso, pero c o m o potente contraejemplo a la razón que esgri­me Moulines sobre la que volvemos enseguida) el hecho de que esta misma negación de parentesco en cuanto a Comte, se reproduzca en una importante rama de la disciplinas aun so­ciales, c o m o ocurre en el positivismo jurídico a partir de la teoría pura del derecho que Hams Kelsen postula en Viena (el mismo año, 1 9 3 4 , de la aparición de la Logik der Forschung); Reine Rechtslehre, que concille el derecho como un objeto

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normativo de validez formal, puro de toda "contaminación" sociológica, psicológica, política, moral o ideológica? Mi con­jetura es que hay que orientar la búsqueda en la parte final del transcripto enunciado de Moulines, que vale la pena repe­tir: "El interés más genuino de Comte no estaba centrado en los fundamentos de las ciencias naturales, sino en la ciencia de la sociedad aún por construir".

Antes de hablar de génesis histórica en el contexto cientí­fico, mira, nos dice Moulines, donde ponía los ojos Comte y dónde lo hacían los positivistas modernos. De acuerdo. Pero entonces lo que sugiere mi propia visión es que, además del contraejemplo jurídico donde una fracción del positivismo también lo niega en lo social, tanto Comte c o m o los positivis­tas lógicos estaban preocupados por las ciencias naturales, tanto u n o c o m o otros basaban su metodología en el sensualis­m o , el experimento y la observación; tanto uno como otros afirmaj>an la unidad de la ciencia en función de una metodo­logía a la que conferían validez universal: tanto uno c o m o otros creían ver en "la concepción científica" del mundo el mejor reaseguro para una época de convulsiones prolongadas y esperanzas frustradas, y confiaban sumidos en la inestabili­dad de sus respectivas coyunturas polít icas, "toda la estabili­dad mental y social a la estabilidad de la ciencia, que es el punto fijo dado por la civilización precedente", inserción ideológica del positivismo en el marco de la sociedad indus­trial que E. Littré ("Prefacio de un discípulo", 1 8 6 4 ) expresa con belleza formal y meridiana claridad. Y tanto uno c o m o otros, digamos por fin, creían asistir con la eliminación de la metafísica, a una revolución en la filosofía, según un proceso que el lector podrá seguir paso a paso en este lúcido trabajo de Dominique Lecourt, que con t o d o acierto señala la larga foja de servicios que el tema de la transmutación científica de la filosofía tenía antes de Comte y su restauración por éste.

Frente a estas evidencias mi hipótesis sobre este extendido fenómeno de la negación de Comte c o m o fuentfe del positi­vismo contemporáneo reclama una división de este problema en d o s t iempos: en el primero, el del positivismo lógico, Com­te es reconocido como precursor por el Manifiesto del Círcu­lo de Viena, pero se lo hace incluyéndolo en una larga lista en la que sólo figura como sociólogo de tendencia positivista. Los principales representantes de U corriente n o lo citan en sus obras particulares y cuando alguno lo hace c o m o Herbert

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Foigl en su '"Menrioir" a Mortiz Schlick. lo ubica en un grudo inferior {a lesser extent) frente a otros c o m o Hume. Mach, Püincaré, Einsiem y Russell (Mohtz Schlick. Phüosopliical Papers, Voi. I. ( 1 9 0 9 - 1 9 2 2 ; Reidel Publ. C e ) . Hay aquí un proceso latente que se acentúa luego en ei t iempo en que se (icsarrollan las escuelas epistemológicas que lo suceden. Lo que marcan estas dos etapas, es un proceso que arranca ya en c! positivismo lógico pero que se consolida con las posteriores corrientes de la filosofía de la ciencia anglosajona, desde Karl Popper (quien lo menciona en la Logik en una nota, la Nro. ,Í5 de su Capítulo I. para decir que Mili usó la expre.-íión "ca­rente de sentido" sin duda bajo su influencia), hasta ei más leciente moviniiento de la concepción conjunti^ta que integra Moulines. Er este proceso se va formando un ideal de ciencia • hstinto al coniteano, un i<iealde "neutralidad" científica, de Ji.slancia y sep;uación entre los procedimientos lógicos y me-; íi<loiógicos de las teorías científicas y las condiciones de pro-U i c c i o n económico-sociales de esos procedimientos lécnicos. Nuevo modelo que caracteriza a las corrientes positivi.'^ta.s y no positivi.-ítas contemporáneas, según un proyecto que reco-üL' la actual división enti-e historia externa o interna de la cien-í ¡a y lo traduce en el papel secundario y subordinado de la i'umera a ia segunda (Coi\f. Imre Lakatos, Historia de la cien-

!:! y a¿js reconstrucciones racionales, quien considera irrele-\ante la primera, sin dejar de observar respecto de Popper que ('\ principal es t ímulo de las teorías científicas lo encuentra. <-'r) ta "acientí í ica metafísica" y e l mito, antes que Koyreí,

Deliberado fenómeno de olvido de la interacción de la ioncúi y la sociedad, fenómeno de preterición de la sociolo­

gía como lo califica Robert Merton vn su prefacio y Science 'MUÍ the Social Ordcr de Barber, que tipifica, por ;isi decirlo, ;:ri contraparadigma al ci>mteano del siglo precedente, en una 'i^'eración que exige ei oividu de quien concebía Á la física so-' laí como e! acabamiento de un sistema, lugar fijo y homogé-ri''o en que ésta se coordinaba con las naturales en calidad de 'unv.is üe un troncr) positivo único, y n o de cuerpos aislados i.ií esoncKil de esto concraparadigma es de efectos pol í t icos: l a neutralidad ideológica de !ü ciencia frente a los l enómenos ^'|ciaies. la creentria de qup !a ciencia y sus instituciones nada í-''i\cii que ver ron la stjciedad, a lo sumo suministrar al de-- ' ' r d o n po l í t i co y social patrones generales de racionalidad :-i:>ru su control. EsLt- atruu-heramíento de la eiencia e n sus • '•"'-ipic'^s móduios , (^ue ignora e¡ heciit> básico de C]ue atiuí no

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sóío están en juego los compronusos de los científicos frente a los e fectos pol í t icos y de vida que sus productos generan en el mundo , sino también la re transformación'' de sus propios procedimientos lógico-metodológicos internos en función de las cambiantes circunstancias históricas y sociales bajo las cuales esos procedimientos se cumplen, es el rasgo decisivo de la epistemología contemporánea, que, pese al giro antüogicista e historicista dado a partir de La Estructura de las Revolucio­nes Científicas, de Kuhn, modela la idiosincracia anglosajona de la coyuntura filosófica de este sector del mundo teórico. Efectos, en t o d o caso, no menos conservadores que los de Comte, en el paso del determinismo físico de la ciencia social al neutralismo físico-natural

Es por esto que en contraste a la sugerencia de la, por otro lado, excelente contribución de Moulines, t o d o intento de lle­gar a las raíces de la negación del papel de precursor de Com­te debe emplazarse en ese camino de recorrida según una for­mulación de este t ipo: antes que mirar la falta de interés de Comte en las ciencias naturales, lee t o d o lo que la experiencia de la teoría pura del derecho de Kelsen significa c o m o s ínto­ma de la actitud positivista global del presente siglo, pon tus ojos más bien en la falta de interés de esta actitud en la teoría de la historia y la sociedad.

Ahora bien; es precisamente en el interior de esta historia de las confusiones entre quién es positivista y quién no lo es, de los malentendidos cruzados sobre los empleos de las pala­bras "posit ivismo" y "positivista", que Lecourt va a realizar dos montajes de lectura sobre querellas suscitadas con mot ivo de la atribución del carácter de positivistas a Karl Popper y Ludwig Wingtenstein. En ambos casos, Lecourt rechazará esta asignación. Los recursos teóricos que pondrá en escena serán el punto de partida de un análisis más profundo sobre estos pensadores con las conclusiones que deja abiertas al lector: en Karl Popper; "el orden" de un sistema que. en cierta medi­da, lo reinscribe en el m o d o tradicional de filosofar; en Witt­genstein, "los juegos de lenguaje" de las Investigaciones Filo­sóficas, sobre las que asentará - c o m o ya dijimos la propues­ta de una nueva práctica de la filosofía. Investigaciones Filo­sóficas c u y o hiatus en relación al Tracíatiis. Lecourt no pre­tende desconocer aunque poslula la unidíid de toda su obra junto a Ciranger, Ijouveresse. -I;in¡k y Toulmin y W. Bartley III. l o m a de posición para la (¡ue sitriie (4ros carriles concep­tuales que é.stos y otros piirtidarios lir la unidad (entre ellos

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M. J. CharlPsworth. Anthony Keiiny, Peier Winch, David íVars, Cristian Stetter y el eciéctico K. 1. Kann que percibe ij continuidad en la esencia y función de la filosofía pero no on los métodos de ambas obras); en contra, por el otro lado, de la opinión discontinuista radical, la dei "'Bruch", donde se agrupan importantes exégetas como W. StegmüUer, Hartnack y en Francia, Gübert Hottois para quien resulta abusivo no ver en las Investigaciones más que una relativización del Trac-íatus. o en éste una macrucopia de un "juego de lenguaje" cualquiera. (El problema de la continuidad o discontinuidad entre un primero y un segundo, un joven y uno maduro, se presenta, c o m o el lector puede apreciar, también en Witt­genstein y parece ser una constante respecto de los grandes [)ensadores c o m o Marx, Hegel y otros según las enseñanzas de la historia de las ideas. N o se trata, c o m o es obvio, de una tuest ión contingente o puramente académica ya que, confor­mo se viera en el caso de Comte, importantes efectos filosófi­cos separan los campos de los que se pronuncian pro o contra la continuidad).

Finalmente por la importaiici¿u articulación y función de ensamble que la nominación de positivistas acordaba a Po­pper y Wittgenstem, y los debates abiertos sobre ésto, tienen en el conjunto de la lectura que propone El orden y lus jue­gos daré término a este prólogo, refiriéndome con todo es­quematismo al sentido polémico de ambos casos.

a | El "posit ivismo" de Karl Popper.

Cuando A. J. Ayer traza ia historia del movimiento del po­sitivismo lógico dice que luego de que el Círculo se hiciera cargo de la revista Erkenntnis aparecieron una serie de mono­grafías con el t i tulo de Einheitswissenschaft ('"Ciencia unifica­da") así c o m o una serie de libros. Entre ellos, la famosa Lo-gik der Forschung. Desde esta inclusión, quedó abierto un debate sobre las relaciones entre su autor y el positivismo lógico, que cruzó la historia de Popper y del Círculo, al me­nos durante el largo per íodo en que la influencia de éste últi­mo se mantuvo viva o latente. El mismo Ayer --que en Len-Huajc, Verdad y Lógica emplea una nota (la Nro. J7) para re­chazar el criterio de refutabilidad do Popper ("ninguna serie ünita de observaciones es suficiente para establecer la verdad de una hipótesis fuera de toda d u d a en tanto que existen ca.'ios cruciales en los cuales una única observación, o una se-

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rio de observaciones, basui para refutarla dí-rmiUvaniente''), criterio al que loe como "'de significatividad de los enuncia­dos" dice, en esta introductión. sobre su marco do pertenen­cia: . . lie hecho Karl Popper. no era miembro d e l Círculo y luuica des;ió que se lo clasificara c o m o (.nisil i\ LSta, pero la:̂ afinidades entre él y los positivistas a quienes criticaba, son más sorprendientes que las divergencias, y de cualquier mane­ra los miemi^ros del Círculo no siempre concordaron en todos los puntos", fie aquí una tesis con grávidas consecuencias pa­ra la histona de las ideas de la filosofía de la ciencia c m t e n i -poránea: Popper no fue miembro oficial de! C'irculo pero sus ideas pueden sor consideradas afines ;il positivismo clásico d e ios a ñ o h ti'ein(.a. ¿Es factible ver ésto una versión de la posición de Moulines, que n o s ocupa másarriba?:ei pusitivis-n i o no es u n conjunto d e tesis escritas en ¿ilgún sitio, sino de­terminada actitud. Pero ¿qué ocun^e cuando se participa de una misma racionalidari. la racion.alidad del pensamiento cien­tíf ico como centro do la conciencia filosófica del hoT'ibre, y las tesis P-icritas difieren fundameniaimento'^ \ o s encontra­mos frente a una contradicción para la que cabe suponer res­puestas de uno u otro d e este tipo. Los que sostienen la posi­ción Ayer do filiación positivista de Popper, podrían concluir que e l compartir la misma racionalidad es un indicador bas­tante preciso de ia verdad de su aserto: acreditaría que, ana­lizadas a fondo las principales lesis de Popper, n o difieren de las (!e Carnap, Waismann. Schlick y otros verificacionistas del grupo. Muy prubablementc Popper coniTaargumentaría que el marco d o referencia dado por una misma racionalidad cien­tífica n o ox<.'Iuye. e n moflo alguno, las diver^^encia más pro­fundas acerca de los puntos que on o t o marco cobr;m cuerpo y efectos de aplicación. (Véase al Cap, '¿Quién mató al posi­tivismo lógico?" en su Autobiografía].

En rigor de verdad, los positivistas lógicos no han contesta­d o puntualmente las objeciones que una y otra vez, en sus distmtos escritos. Popper ha lanzado en relación a varios de los puntos de su cuerpo de ideas, y suelen focalizar ol debate en uno de ellos, el problema de la legitimidad o no de susti­tuir verificabüidad por falsahilidad. que uljícan dentro del concepu) del criterio de signíficalividad de los enunciados, sin hacerse cargo de quo lo que Popper propone os un cambio radical do problemática respecto de esto mismo contexto , o sea el colapso de t o d o problema de significado, inapto para demarcar la ciencia de !a n n ciencia. Acabamos de ver el pá-

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;rafo Jo Lenguaje. Verdad y Lógica donde se expresa esta re­ducción dei problema No difiere mucho de la fornui en que plantea el vínciUo Víctor Kraft. En su libro histórico El Círculo de Viena ubica directamente a Popper en este grupo <sn dar rnzón do ello. En ia etapa en que se refiere .-Í la diáspo-ra de sus miembros con mot ivo de la anexión de Ausina por la Alemania nazi ¡o ve perpetuado en Inglaterra por Popper 1 además de Waismann, Ayer y Stehbing) aclarando muy bre­vemente en una nota que "Popper no participó en los últi­mos t iempos del Círculo de V^iena pero estuvo en contacto personal con varios miemliros (Cainap, Feígl, Krait)"- Sin i'mhaigo. muchos años después (1974) escribo un ensayo -'Specífico sobre este vínculo para el volumen The Phiioso-pjy of Karl Poppt'r \Eá. Suhlipp, de la serie ']he Library uf Lii'ing Ph'Josophers} donde se ve constreñido a problemaci-zar la cuestión y profundizíula Sin apartarse de su tesis de la pertenencia, la matiza en la forma siguiente, no exenta de ambigüedad: "Popper nunca perteneció al Círculo de Viena. nunca tomo parte en sus reuniones y. sm emfiargo, no pue­de ser pensado < omo ajeno a él. Ya en mi artículo de 1;)50 referido al Círculo de Viena, encontré necesario referirme a él repetidas veces.

Por otro lado la otira de Popper no puede ser goit-tica-mente comprendida sin referencia al Círculo de Viena. Tal c o m o Popper se mantiene en una estrecha inextricable rela-n ó n con el desenvolvimiento del Círculo de Vienii, así el í/írculo fue también de esencial significado para .su propio 'lesarroUo". f.as razónos que arguye Kraft en apoyo de esta caracterización consisten en que Popper cita reir^íradamente posiciones del Círculo en El desarrollo del conocimu-nto cien­tífico, considerando La sintaxis lógica del lenguaje de Camap c o m o el comienzo de una revolución en su propio pensa­miento, y las discusiones y relaciones que mantuvo hasta 1936 con algunos de .sui miembros. Razones no decisivas, por cierto, para zanjar la discusión deijendionte. en el fondo, íle la confrontación dilecta de los respectivos puntos de v is ta Ks aquí donde hay que medir el alcance del debate. En esto •mentido, ¡os dos puntos básicos iniciales del Círculo no fue­ron compartidos por Popper. Estos puntos son la posición de 'a lógica y la niatí-mática, y el fundamenio empírico del co-iiíjcimiento de la reaiidad. Ree lec to de U'is primeras, a dife­rencia de Kani. él C'írculo consideraba a sus proposiciones analíticas, v:tlida.'í en función de las reglas convencionales que

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guían su uso y con independencia de toda experiencia. La ló­gica nada dice de los objetos, sólo estipula reglas para hablar d e ellos ("Lógica, matemática y conocimiento de la naturale­za" de Hans Hahn). Su importancia tautológica deriva de que estando constituido nuestro lenguaje de modo que al afirmar nuestras proposiciones, implícitamente afirmamos otras sin verlas, la deducción lógica hace que tengamos conciencia de el lo. Esta posición privaba por cierto al apriorismo de su a l i ­mento más fuerte. Respecto de ella, Popper se mantuvo al margen hasta 1 9 4 6 en que debió ocuparse de la aplicación de la lógica y la matemática a la realidad. Aquí, si bien compar­tió el criterio de que ia lógica sólo contiene "reglas de proce­dimiento" y d e lenguaje y n o enunciados descriptivos— reaccionó contra la etapa camapiana de ver en este lenguaje operaciones puramente sintácticas, y junto con Tarski. Kotar-binski y otros adherentes de la escuela polaca, hizo modificar a Carnap de raíz su posición llevándolo a la etapa semántica que éste desen\'uelve en su Introducünn to Semantics and Formalization of Logics.

Y en cuanto al plano empírico, que es el segundo punto básico (en el que también Camap sustituyó su ordinario prin­cipio de verificabüidad, atribuido erróneamente al Tractatus, por el requisito más elástico de confirmabüidad, Testabiiity and Meanmg 1936-7) , Popper lo consideró lisa y l lanamente un dogma del Círculo. Es su "Autobiografía" y en su "Re-plies to muy critics" (arabos incluidos en el volumen de Schlipp) Popper ajusta sus cuentas respecto de este dogma, centro de la disputa. En reemplazo del criterio positivista de significatividad, que divide las aguas entre enunciados de ex­periencia verificablcs, y por ende científicos, plenos de senti­do; y metafís icos (no verificables) asignificativos, propicia el de demarcación entre lo científ ico y lo no científico. Criterio éste que, a diferencia del de significado, es un criterio de tes-tabilidad, refutabilidad o falsahilidad que no deja fuera de jue­go a la metaf ís ica Popper la asume no sólo en su defensa del realismo metafísico, sino en su posterior incorporación del darwinismo, " c o m o " programa metafís ico de investigación (Objective Knowledge).

Esta cuestión central de la disputa, la sustitución popperia-na del criterio de significado por el de demarcación entre ciencia y no ciencia, tiene muchas repercusiones en otros puntos de divergencia con las tesis epistemológicas del empi­rismo lógico. La mayoría de estas tesis, c o m o el rechazo de!

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inductivismo, y del concepto fisicalista de ciencia unificada, no son objeto de análisis profundos por parte de los positi­vistas. Y, en relación a otras, c o m o la polémica entre realis­mo y positivismo (fenomenalismo), son reabsorbidas en fun­ción de distintos procedimientos, a los que puede aplicárse­les muy bien mutalis mutandi el juicio que Popper emite en su Autobigrafia: "Pensaban que podrían evitar mis críticas con unas cuantas concesiones —mutuas preferiblemente— y al­gunas estratagemas verbales (por ejemplo, se habían persuadi­d o de que y o convendría en sustituir la verificabilidad por la falsabilidad c o m o criterio de significatividad)". Reabsorción que en el caso de la cuestión realismo/idealismo (fenomenalis-ta) se hacía a veces con recurso a considerarla un pseudo pro­blema (Camap) o considerando que no hay oposición entre realismo y positivismo si se parte de un "realismo empír ico" como el que propugna Schlick en "Positivismo y realismo", combinación que n o niega la existencia de un mundo trascen­dente sino que postula su carencia de sentido, tanta c o m o la de su afirmación; o afirmando c o m o Feigl, en su ya citada "Memoir", que un realismo metafís ico (del mismo tipo que Popper) es una de esas cosas acerca de las que, c o m o dice Wittgenstem. n o podemos hablar y, en consecuencia, débe­me callar.

Ahora bien, el lector podrá seguir en esta querella del v ínculo Popper-positivismo lógico, la estrategia muy bien trazada por Lecourt que consiste en rotar de la cuestión central de la fasabilidad a estos otros puntos que la inte­gran, aunque aparezcan más diluidos en los planteos de los últimos. La rotación le permite complementar su análisis poniendo a Popper en relación con Einstein y la mecánica cuántica, examinar su papel respecto de las ciencias socia­les; ver como monta un mecanismo de verriad, distinto de los criterios de verdad tradicionales, combinando el falibi-lismo de Peirce con la concepción semántica de la verdad de Tarski, que acuerda un uso regulativo a la teoría de la corres­pondencia aristotélica, en un programa aplicado a su m o d o de concebir el progreso del conocimiento científico.

En todos estos puntos, el eje de las reflexiones de Lecourt se enriquece al emplazarse en un procedimiento de análisis que no pasa "por la confrontación, en definitiva, abstracta y formal, tesis por tesis, de un sistema al otro" tendiente al planteo de saber lo que Popper retiene o rechaza dei dispo­sitivo neopositivista, sino por la inserción del popperianismo

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en ta coyunlura también integrada por el Círculo de Viena. La consecuencia natural de este procedimiento reclama en Lecourt la incorporación del material de Popper de la episte­mología biológica, del Conocimiento Objetivo y El yo y su cerebro, reverso, en cierto sentido de su problema de demar­cación, creación final de un Orden en que el m é t o d o ocupa el lugar de! Sujeto y lo naturaliza en la biología donde se implantan y transponen (con Ecclos) sus temas lógicos.

Este mismo eje de análisis, reaparece fmctí feramente, se­llando consecuencias teóricas distintas, al abordar el v ínculo que la tradición postula entre el Tractatus de WiL^enstein y el mismo positivismo lógico.

b) Ei "posit ivismo" del Tractatus

Siguiendo el mismo camino que lo conduce a lo largo de El orden y los juegos. Lecourt asume el análisis de una serie de aforismos del Tractatus, en función de la coyuntura ideo-lógit:a y científica donde se los l lamó a producir sus efectos . En este contexto , el punto central de su argumentación está dest inado a impugnar la tesis que hace de este importante li­bro, orientador de una enorme fracción del pensamiento an­glosajón, una tilira contemporánea del Círculo de Viena, con­temporánea n o en el sentido cronológico, en que efectiva­mente lo es. sino doctrmario, c o m o lo sostiene una firme tra­dición anclada en los positivistas lógicos, y de l a q u e también participa Popper.

Que el Tractatus tuvo un fuerte impacto en el Círculo de Viena. al punto que pueden encontrarse en él las razones de lo que James Griffin, en \^'ittgeníitein's Logical Atomísm, lia--ma "la vieja" interpretación, está fuera de discusión. También lo está, el hecho de que Wittgenstein, a diferencia de su víncu­lo con el resto de sus trabajos prácticamente postumos, lo atribuyera el relieve singular que tuvo, en efecto, luego de su publicación en 1 9 2 1 , en Annalen der lüaturphilosophie. ocho años después del comienzo. (Publicación que lo l lenó de grandes desasosiegos, c o m o lo traduce en la carta del 2 2 . 1 0 . 1 8 a Paul Engelman, donde al referirse a Jahoda, famoso editor de "La antorcha" -que en definitiva rechazará el texto— le dice: ". . . Sólo el diablo sabe lo que él se trae entre manos con mi manuscrito". .seguido de un insulto muy a la austríaca: "ver-ffluchten Kujon").

Un años después de ser editado. Mortiz Schlick accede a la

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cátedra de filosofía de la Universidad de Viena y lídera un grupo no cohesionado, por ese entonces, c o m o escuela filo­sófica, formado, pues por miembros que en su mayor parte no eran füósofos profesionales. El Círculo lo integraban de­partamentos de matemática, lógica, física, derecho, medicina y sociología. No puede extrañar, entonces, que esta comuni­dad de intereses dedicara dos años de sus reuniones quincena­les a leer y descifrar el contenido críptico de una obra, madu­rada en el contex to lógico-matemático de Frege y Russell, y c u y o propósi to según lo estampara este últ imo en su "Intro­ducc ión" era, partiendo de los principios del s imbolismo y de las relaciones necesarias entre las palabras y las cosas en cual­quier lenguaje, tratar en primer lugar de la estructura lógica de las proposiciones y de la naturaleza de la inferencia lógica, para pasar a la teoría del conocimiento , la física, la ética y fi­nalmente lo que está más allá de los l ímites del lenguaje, lo míst ico (das Mystiche, lo indecible).

En la etapa de su desarrollo en que irrumpe el Tractatus, predominaba en el Círculo, su así llamada versión original de la teoría del significado: una oración sólo es significativa cuando el m o d o de su verificación es conocido. Esta verifica­ción debe ser completamente esclarecida por referencia final a hechos indubitables dados en la experiencia inmediata. Se trata de un estadio con total predominio del positivismo ma-chiano: creencia en "elementos úl t imos" de t ipo sensorial, programa de construcción lógica del mundo a partir de los "elementary data of sense". Es comprensible, dentro de esta perspectiva, que los miembros del Círculo recibieran con to-doca lor una obra que veían similar a l a f i losof íadel a tomismo lógico expuesta por Russell en sus conferencias de 1 9 1 8 , mu­chas de cuyas ideas eran el resultado de las discusiones que había tenido con Wittgenstein entre 1912-14 , o sea en el pe­r íodo en que éste gestaba su Tractatus.

Aquí es, precisamente, donde se articula, la llamada vieja o tradicional interpretación, la de Russell y el Círculo de Vie­na, es decir, aquella que equipara las proposiciones elementa­les del primer Wittgenstein con las proposiciones atómicas de Russell o las proposiciones protocolares de Camap (Protoko-llsatze, de "El lenguaje f ísico c o m o lenguaje universal de la ciencia", ficcióp de un lenguaje ideal, tan metafísica c o m o el demonio de Laplace, para Ot to Neurath).

Se ha dicho con razón que aunque las veinte mil palabras del Tractatus pueden ser leídas en una tarde, resulta muy di-

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fícil abordar este libro compuesto de una serie de p á r r a f o s numerados, que constan muchos de ellos de ".na sola frase, y no es ajeno a la dificultad la circunstancia de que muchas de esas frases, casi sin citas de origen, transporten problemas o críticas de y al pensamiento de Frege y Russell. ¿Pero es este legado de la lógica y la metafísica de Russell, al que por otro lado Wittgenstein refuta en casos específ icos c o m o en rela­ción a su teoría de los tipos, suficiente para leer sus proposi­c iones e lementales en términos del a tomismo lógico de aquél? Tracemos muy rápidamente el marco de su teoría pictórica: La primera tesis del Tractatus es que "El mundo es t o d o lo que es el caso". Y lo que es ei caso son los hechos. A los he­chos que n o se componen de otros hechos, Wittgenstein los llama Sachverhalte (atomic fact), mientras que a un hecho que conste de dos o más hechos lo llama Tatsache. En ios ejemplos de la "Introducción" de Russell, "Sócrates es sabio" es un Sachverhalt y también un Tatsache, mientras que "Só­crates es sabio y Platón su d isc ípulo" es un Tatsache pero no un Sachveriíalt. El mundo es la totalidad de los hechos, no de las cosas (1 .1 . ) Queda aquí planteada una diferencia entre los hechos y las cosas u objetos, que recogen los aforismos 2. y 2 .01 . 2 "Lo que es el caso, el hecho (die Tatsache) es la exis­tencia de los hechos atómicos (Sachverhalten). 2 .01 : "El he­c h o a tómico (der Sachverhalt) es una combinación de objetos (Gegenstánden) (entidades, cosas)"; que este libro esté enci­ma de la mesa es un hecho, pero carece de sentido afirmar que el libro o la mesa sean hechos. El libro y la mesa son, en cuanto tales, cosas (objetos). Del m u n d o así concebido, nos remontamos al lenguaje, siendo el ideal del Tractatus cons­truir un lenguaje perfecto ( c o m o en Russell). El lenguaje es una figura, (Bild), un cuadro como lo traduce Lecourt, o un modelo de los hechos . N o es una figura de las cosas u objetos, sino de una combinación de objetos, aquellos de los que están compuestos los hechos. Describir un objeto, c o m o por ejem­plo , este libro, sería por ejemplo decir que "este libro es blan­co". Pero que este libro es blanco, es un hecho, de m o d o que los objetos só lo pueden ser nombrados. Se abren, así, en el análisis (análisis en el sentido técnico, lógico, con que lo usa Wittgenstein) sólo dos alternativas: por un lado nombrar ob­jetos, por el otro, hacer figuras (abbilden) de los hechos. Co­m o un hecho e s una combinación de objetos, para hacer una figura de él, los objetos que lo com pone n han de ser nombra­dos.

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El lenguaje consta de proposiciones, y las proposiciones en que figuran hechos atómicos (Sachverhalten) son proposicio­nes elementales.

¿Ahora bien, cuál es el estatuto de estas proposiciones ele­mentales, en relación con las proposiciones atómicas de Ru­ssell o protocolares del positivismo lógico? Es éste el proble­ma que el positivismo resuelve en favor de la similitud. Como ío hacen, entre otros, Feigl en l a y a citada "Memoir" de Sch­lick (p. 23) y Víctor Kraft en el Capítulo II, (B), de El Circu­lo de Viena: "Por tanto, la tarea siguiente y más importante era investigar las proposiciones atómicas y caracterizarlas por su forma lógica. Wittgenstein las identificó con las proposi­ciones a las que llamó "proposiciones elementales". Son estas proposiciones que pueden ser comparadas inmediamente con ia realidad, es decir con lo dado de las vivencias". Un inter­pretación que, c o m o antes expresáramos, comparte Popper alimentando con otros e lementos "el malentendido" cruzado que el lector podrá encontrar hábilmente descripto por Le­court en la introducción de este texto . Es la interpretación es­tándar que vuelca en British Philosophy in Mid-Century, 1 9 5 3 : Para Wittgenstein todas las proposiciones significativas serán funciones de verdad de las proposiciones elementales o atómicas que describen "hechos atómicos", es decir, "he­chos que en principio pueden comprobarse por medio de la obsen'ación'\

Ahora bien, en su Introducción a¡ "Tractatus" de Wittgens­tein, G.E.M. Anscombe, alude al hecho fácilmente comproba­ble de que hay en esta descripción de Popper mucho más so­bre "observación" que en el Tractatus. Salvo el apoyo que podría encontrarse en 3 .263 , Wittgenstein no afirma, ni su­giere, agrega, "que la proposición que contiene un nombre elemental y lo 'elucida' ante la persona que conoce o tiene presente su referencia deba ser una proposición elemental". El t ipo de ejemplo más evidente, "esta es una mancha roja" no es una proposición elemental c o m o surge del 6 . 3 7 1 " (Resulta claro que el producto lógico de dos proposiciones elementales no puede ser ni una tautología ni una contradic­ción. La aseveración de que un punto dentro de nuestro cam­po visual tenga dos colores diferentes al mismo t iempo es una contradicción)". De manera directa se sigue de esto que "esta f's una mancha roja", no puede ser una "afirmación observa-cional simple", porque si lo fuera podría encontrarse otra in­compatible con ella, siendo precisamente su análoga lógica.

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La conclusión de Anscombe" (compartida entre otros por Roy E. Lemoine en The Anagogic Theory of Wittgenstein's Tractatus y por el ya citado Griffin), es que, sean lo que fue­ren las proposiciones elementales de Wittgenstein, no son afirmaciones observación ales simples. Wittgenstem no se ex­presó sobre cuáles son los objetos ni cuáles son los constitu­yentes de un pensamiento, pero adujo que debe tener partes const i tuyentes que se correspondan con las palabras del lenguaje. Determinar el t ipo de relación que existe entre esos componentes del pensamiento y los del hecho representado en el lenguaje, es una cuest ión de psicología n o de lógica.

En el mismo sentido corren otras interpretaciones contra la lectura positivista: por ej. la de Kenny sobre la verifica­ción aún considerada en el per íodo de las Philosophiche Be-merkungen que es aquél en que Wittgenstein estaba más cerca del positivismo y donde expresa, n o obstante, en la página 285 , Nro. 2 2 8 : "Cuando digo que una hipótesis no es defini­tivamente verificable, con es to no está pensado que exista una verificación a la que podamos aproximamos sin alcanzar­la nunca. Esto n o tiene sentido. . ." Para Wittgenstem la rela­ción formal que una hipótesis tiene con la realidad es comple­tamente diferente de la verificación (véanse asimismo las posi­ciones de Justus Hartnack en Wittgenstein y la filosofía con­temporánea. Cap. III "El 'Tractatus' y el positivismo lógico" y el completo análisis de Griffin, que arranca del 6 .375 , es decir el contraejemplo de Anscombe; c o m o también las críti­cas de Wittgenstein a las "Tesis" de Waismann, en el Cap. IV "Sobre el dogmat ismo" de Ludwig Wittgenstein y el Círculo de Viena).

Respecto de la argumentación de Lecourt se basa en un enrejado de inteligibilidad que agrega al análisis del t ipo que vengo de citar, la importante contribución de repensar esta relación Wittgenstein y el posit ivismo lógico, en base a la crítica del lenguaje que el autor del Tractatus teje alrededor de las citas de Mauthner, refutadas en nombre de la teoría de los modelos de Hertz y de Boltzmann. Sobre esta'influencia prestaron su atención Janik y Toulmin en su renovado» tex­to La Viena de Wittgenstein incorporado por Lecourt pero con una visión amplia y crítica al mismo t iempo, en un anti­cipado ejercicio de su programa de epistemología comparada, al que solo cabe invitar en la seguridad de que se encontrarán en él penetrantes debates de la teoría actual expuestos con lenguaje claro y preciso.

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Corresponde pues al lector s e ^ i r ahora el camino de El or­den y losjuegoA, primer intep.io de abrir las ventanas de otjos •"mundos [losibles" del pensannento filosófico y científ ico de nuestros dias. l¿n este trayecio habrá de encontrar, en el con­texto de las críticas de l.ccourt, puntos de inflexión de su pensamiento basados en ''los juegos" del segundo Wittgens­tein. No es propósito de este prólogo, debo repetir. analizEir los mismos, sino más bien, cualquiera fuesen los resultados del análisis, destacar el sentido de equidad que trasuntan al colocarse, est imulando a todos, fuera de los astros poco pro­picios de los Verdurin.

En cuantíJ al prólogo,su intención, en esta extensión, equi-\'ale ahora a un deseo, el de haberlo escrito y no, c o m o dice ta inagotable ironía de los matices de Borges en h'ólogos. Con un prologo de prólogos, haber incurrid<i en él.

Eiuñque Eduardo Mari