Domingo 17o del tiempo Ordinario, ciclo A · Domingo 17o del tiempo Ordinario, ciclo A . El texto:...

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Domingo 17 o del tiempo Ordinario, ciclo A

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Domingo 17o del tiempo Ordinario, ciclo A

El texto: Mateo 13, 44-51. 44"Es semejante el Reino de los Cielos a un tesoro oculto en el campo, el hombre que lo encuentra, lo oculta, y a causa de su alegría, va y vende todo cuanto posee y compra aquel campo. 45Nuevamente, es semejante el Reino de los Cielos al hombre mercader que busca perlas preciosas; 46encontrando pues una perla de gran valor, va y habiendo vendido cuanto posee, la compra. 47Nuevamente, es semejante el Reino de los Cielos a una red echada al mar y que recoge [peces] de toda especie, 48y cuando ha sido llenada la arrastran sobre la barca y sentándose, conservan los buenos en una cesta, y echan fuera los malos. 49Así será en el cumplimiento de las eras, vendrán los ángeles y separarán a los malos de en medio de los justos 50y los lanzarán al horno de fuego, allí será el llanto amargo y el rechinar de dientes. 51¿Comprenden todas estas cosas?" Le respondieron: "Sí." 52Él les dijo: "Por esto, todo escriba que sea hecho discípulo del Reino de los Cielos es semejante al hombre patrón de casa el cual tira de su tesoro cosas nuevas y antiguas.".”

(“Busca leyendo...” Lo que dice el texto en si mismo para entenderlo mejor)

Nos encontramos al final del discurso parabólico (c. 13), el tercer gran discurso del evangelio de Mateo. El tema central es el Reino de los cielos, un eufemismo para no pronunciar, como hacían los judíos devotos, a Dios ni su Santo Nombre. Estas últimas tres parábolas son una comparación, iniciada con la fórmula: “es semejante el Reino de los cielos a...” Las dos primeras parábolas tienen una matriz similar, alguien encuentra algo muy preciado y para poder comprarlo, vende cuanto posee. El primer ejemplo maneja el verbo “ocultar” (cripto); una acción que se repite con el tesoro. Implica una riqueza reservada, que no puede ser expuesta a la luz de todos sin el riesgo de que otro la tome para sí. La segunda menciona el encuentro como parte del trabajo normal de un mercader. Ambas cosas suponen un propietario inicial que será desposeído o recompensado con la acción de aquel que encuentra. Nos conviene detenernos un poco en el verbo “encontrar”, presente para ejemplificar la acción de Dios para su pueblo (Dt 32, 10); expresa en estos casos no una búsqueda previa, sino una circunstancia, muy ligada al amor esponsal (Gn 2, 20). No se trata de un simple toparse con algo, sino de una profunda conexión entre el que encuentra y lo encontrado (Ex 33, 12), al punto de producir una gran alegría y la capacidad de desposeerse de todo por poseer el objeto encontrado. La tercer parábola cambia la tónica, la semejanza ya no es a algo que se encuentra y posee, sino de algo que se toma en masa y luego se elige o descarta. Esta última, con más cantidad de detalles, presenta una breve explicación a la acción de los ángeles en la consumación del tiempo. La red que no excluye en el tiempo da paso a un estricto proceso – manifestado en el juicio de quien se sienta – de condena o salvación. Cierra el discurso la evocación a un maestro de la ley que se hace discípulo del Reino, mostrando que entre la Escritura y la novedad del Reino no hay oposición, sino la participación a un tesoro común. Reaparece pues el tema del tesoro, ¿será acaso el mismo tesoro escondido del que habla la primer parábola?

(“... y encontrarás meditando.” Reflexión personal y profundización sobre la Palabra, lo que a mí me dice ahora)

Si guardan mi alianza serán mi especial tesoro entre todos los pueblos de la tierra (Ex 19, 5) Las parábolas del tesoro y la perla son leídas con frecuencia como una exigencia para poseer el Reino, en consonancia con las exigencias del Maestro: “Va, vende cuanto tienes, y sígueme” (Mt 19, 21;

Mc 10, 21; Lc 18, 22). Siguiendo esta lógica, podemos pensar que los destinatarios del mensaje de Mateo – judíos conversos al cristianismo – serían como ese patrón de casa que toman del tesoro confiado al Pueblo de Israel para el Pueblo Nuevo de la Iglesia. El desposeerse de cualquier cosa que no sea la Gracia de Cristo propone un nuevo orden de valores que tiene a Dios por centro, pero no es una renuncia de empobrecimiento, sino de un enriquecimiento que supera la situación inicial de la persona. Sin embargo, podemos leer desde otra perspectiva y ver que es el mismo Hijo de Dios quien se desposee de sus prerrogativas (Flp 2, 6) para comprarnos al precio de su sangre (1 Cor 6, 19b-20; 7, 23). Esto seguiría en consonancia de la promesa hecha por Dios a Israel (Ex 19, 5) en la que él se compromete a considerar a su pueblo como un tesoro de especial predilección, lo que designa la posesión del Rey, las joyas de la corona. Israel – y ahora la Iglesia – se vuelve la corona del Señor. Desde esta óptica, la tercera parábola de la red cobra un sentido continuado, Dios se elige a su Pueblo: no escatima nada por los que ama, a todos invita, pero atesora sólo a quienes se manifiestan como buenos. Descubrirse como “tesoro” de Dios nos recuerda la total gratuidad de su amor y la invitación de volverse cada día preciado a sus ojos, dejándose poseer. Nos encontramos ante una relación de mutua pertenencia, el Reino sería poseer a Dios como única riqueza, y dejar que él nos posea. La posesión implica también una mutua entrega y una experiencia de gozo que llena el corazón.

(“Llama orando...” Lo que le digo, desde mi vida, al Dios que me habla en su Evangelio. Le respondo)

Señor Jesús, has venido a anunciar el Reino de Dios, tu Padre; tú mismo eres el cumplimiento de este Reino. Dame la fuerza de tu Espíritu para decir como san Pablo: “todo lo que hasta ahora consideraba una ganancia, lo tengo por pérdida, a causa tuya. Más aún, todo me parece una desventaja comparado con el inapreciable conocimiento de ti, mi Señor. Por ti, he sacrificado todas las cosas, a las que considero como desperdicio, con tal de ganarte y estar unido a ti. Quiero conocerte, conocer el poder de tu resurrección y participar de tus sufrimientos, hasta hacerme semejante a ti en la muerte, a fin de llegar, si es posible, a la resurrección de entre los muertos. Sabes que no he alcanzado la meta ni logrado la perfección, pero sigo mi carrera con la esperanza de alcanzarte, sabiendo que tú mismo me has alcanzado.” (Flp 3, 7-12)

(“... y se te abrirá por la contemplación.” Hago silencio, me lleno de gozo, me dejo iluminar y tomo decisiones para actuar de

acuerdo a la Palabra de Dios) ¿Cuál es mi sentimiento al descubrirme valioso como una perla ante los ojos de Dios?, ¿también le descubro como un tesoro en mi vida? ¿Me siento lleno de gozo como para vender todo por él? ¿Cómo podría ser más valioso en el tesoro de Dios?, ¿qué cosas nuevas y cuáles antiguas me ayudan a valer ante los ojos de Dios?