Domingo 10 junio
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Como respuesta a la crisis del mundo, Jesús hace algo más que quejarse y
denunciar –lo que hacemos nosotros-. Para vencer las fuerzas diabólicas del
odio, Jesús ofrece el acto de amor más grande: el sacrificio de sí mismo por
amor. Pero el sacrificio no será de holocausto, sino de comunión, para que
sirva de alimento y medicina a la humanidad deprimida.
Este gesto está en la línea de la Encarnación. Si por amor el Hijo se hizo
carne, ahora por amor se hace pan; carne para curar la carne, pan para
alimentarla y divinizarla. Si por amor se hizo pobre, ahora por amor se hace
víctima. Si por amor se quedó con nosotros, ahora por amor entra dentro
de nosotros. Cristo es pura generosidad, nos lo dio todo y se dio del todo. El
pan era su propia realidad, el vino era su propia vida; y terminaría dándonos
su propio Espíritu.
Este amor eucarístico es el principio de la victoria sobre el mal; pone en
gracia la miseria, perdón en el odio, gratuidad en el mercantilismo, amor en
todo desamor. La Eucaristía es el principio de la transformación del
universo. Ya todo puede ser renovado. (Cáritas,2010)
Ex 24,8 Tomó Moisés la sangre y roció al pueblo, diciendo: “Esta es la sangre de la alianza que hace el Señor con vosotros, sobre todos estos mandatos.”
Heb 9, 14 …cuánto más la sangre de Cristo, que, en virtud del Espíritu eterno, se ha ofrecido a Dios como sacrificio sin mancha, podrá purificar nuestra conciencia de las obras muertas, llevándonos al culto del Dios vivo. …
Mc 14, 22-24
Mientras comían, Jesús tomó un pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio, diciendo: “Tomad, esto es mi cuerpo.” Cogiendo una copa, pronunció la acción de gracias, se la dio y todos bebieron. Y les dijo: “Esta es mi sangre, sangre de la alianza, derramada por todos”.
Pan partido, importa el gesto: / partir el pan para ser comido,
todos alegres de poder saciarse, / `pan solidario, pan amigo,
en cada bocado, la común-unión / es viva, en crecimiento.
Cristo-Pan también se parte; / Importa el gesto, se fue gastando,
se hizo alimento para el camino; / Cristo reuniendo a todos sus hijos;
Cristo venciendo todas las muertes; / pan de la vida, pascua florida;
come con fe, serás salvado.
Para nosotros el pan pedimos; / partamos el pan también nosotros.
cuando recemos, digamos todos: / el pan nuestro démosle hoy,
porque nosotros ya lo tenemos.
Y hacernos PAN para los otros, / y que nos coman.
un pan partido en rebanadas, / tantos hermanos que están hambrientos,
ser alimento de los más pobres, / y ser fermento de un mundo nuevo,
mundo fraterno, más solidario.
En nuestro pan todos unidos; / y si morimos, vencer la muerte,
Pascua de vida celebraremos, un día y otro eternamente.
Pagó la última ronda de unas cervezas que se habían tomado mientras
despotricaban contra el viaje del Papa a España, de la hipocresía de la
Iglesia, de todo lo que les pedía el anticlericalismo que los unía por estar
colocados en la misma empresa pública de la Junta. Iba camino de casa
cuando se encontró con un olor que le recordó a las comidas de su madre
cuando volvía del colegio. Entró en el local que le pareció un restaurante modesto. Pero en realidad
no era un restaurante; sino un autoservicio frecuentado por gente de toda
condición. Se sentó y fue observando a la gente. … De pronto abrió los
ojos y se quedó pasmado. Quien le servía la comida de la bandeja ¡¡era
una monja!! Cayó en la cuenta. Era un comedor social. Se vio rodeado de
eso que nunca se nombra en los informes ni en los dosieres que
preparaba: pobres.
Quiso retirarse; pero la monja no lo dejó. Le sonrió y le dijo que no
se preocupara, que la primera vez es la más complicada, que no
debía avergonzarse de nada, que el cocido estaba buenísimo y que, de
segundo, había filete empanado; que no se perdiera las vitaminas de la
ensalada ni de la fruta. Se vio sentado a una mesa donde un matrimonio
mayor y bien vestido, comía sin decir palabra. Enfrente, un tipo con barba
descuidada sonreía mientras devoraba el filete empanado y le contaba su
vida; había perdido el trabajo, el banco se había quedado con su casa,
después del divorcio no sabía a dónde ir; menos mal que las monjas le
daban comida y ropa, y podía dormir bajo techo. «Al final, he
tenido suerte en la vida, compañero; así que no te agobies, que de todo
se sale»
No podía creer lo que estaba sucediendo. Nadie le había pedido nada por
darle de comer, ni le habían preguntado por sus creencias. Se limitaban a
darle de comer al hambriento, sin adjetivos. Al salir, no le dio las gracias
a la monja que le había dado de comer. No fue por mala educación, sino
porque no podía articular palabra. La monja le dijo al verle salir: «Vuelve
cuando lo necesites y, si no estoy, di que vienes de parte mía. Me llamo
Esperanza».