Doctrinas totalitarias 601 4 1
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Doctrinas totalitarias.
El fascismo.
La gran depresión y el fracaso de los gobiernos democráticos, al abordar las consecuentes dificultades
económicas y el desempleo masivo, alimentaron la aparición de movimientos fascistas en todo el mundo.
La manifiesta actuación secundaria de Italia en la Guerra Mundial se hizo evidente cuando no fue
favorecida en los Tratados de Versalles, como su población lo hubiera deseado, pues consideraba que los
654,000 muertos, 400,000 incapacitados, la devastación de regiones del norte, la pérdida de casi toda su
flota mercante y una deuda de 100,000 millones de liras eran demasiado pago por unos cuantos
kilómetros cuadrados de dominio que se les adjudicó.
Los primeros años de la década de los veinte del siglo XX fueron de anarquía gubernamental en Italia y de
ascenso del Fascio. Ya desde el inicio de la Gran Guerra surgió en Italia un movimiento que empujaba a la
participación italiana a la misma y desde diciembre de 1914 Mussolini pertenecía al Fascio Rivoluzionario.
El nombre del Fascio, según Rodolfo Rosas, derivaba de un símbolo referido al poder político que los
magistrados romanos exhibían como un haz de flechas -«fasces»- y, según su jerarquía, tenían más o
menos «fasces». Para inicios de 1915, el Fascio tomó el nombre de Fascid’Azione Revoluzionaria y
representaba, primordialmente, a una extrema derecha conservadora. Estos grupos se oponían al
movimiento revolucionario izquierdista, que proliferó en Italia y que para 1919 logró, mediante
elecciones, una mayoría en la Cámara de Diputados, aunque el gobierno lo mantenían los liberales; con la
mayoría de diputados socialistas se llegó a una adscripción a la Tercera Internacional de Trabajadores –
liderada por Lenin- y organizaron, según Rosas, 1,663 huelgas industriales y 208 agrarias sólo en 1919,
aumentando para el siguiente año, lo que dio paso al llamado «Bienio Rojo» (1919-1920), por lo que se
podía considerar que el «comunismo» iba en ascenso dentro de Italia.
La respuesta de los fascistas fue crear los Fasci Italiani di Combattimento, con Mussolini como figura
principal, recordando sus años de «socialista», quien impulsó un programa que retomaba varias de las
demandas de los trabajadores, pero con significativas modificaciones: sufragio universal a partir de los 21
años, abolición del Senado, Asamblea Nacional Constituyente, jornada de ocho horas diarias de trabajo,
participación obrera en la dirección de la empresa, elección de consejos técnicos en todas las ramas de la
economía, confiscación del capital improductivo y entrega de tierras a los campesinos. La gran virtud de
Mussolini fue ubicar de manera clara el descontento y canalizarlo como apoyo a su movimiento. A lo
anterior, debe agregarse su carisma basado en una retórica incendiaria, llena de promesas y una apelación
a lo emotivo como vía de reconquista del espíritu nacional, elementos que no requieren mayor
sustentación racional. La nación estaba cansada de disturbios y temía a los bolcheviques; el gobierno armó
a los fascistas y su presencia trascendió de forma mayúscula. Los poderosos aliados de Mussolini preferían
un gobierno autoritario de derecha –manteniendo el sistema capitalista- que permitir asomos a una
revolución como la soviética; tal certeza llevó a los fascistas a proclamar su «lucha civil contra el
bolchevismo» -que fue además, violenta- y poco a poco incorporaron a más jóvenes de clase media
empobrecida hacia sus filas, aunque siempre buscaban sumar a los campesinos. Esos grupos comenzaron
a operar principalmente en el norte de Italia, y el gobierno lo permitía; pues la policía no actuaba
drásticamente contra ellos. Después de la ostentación de fuerza que fue la llamada «marcha a Roma» y
que el rey Víctor Manuel III nombrara a Mussolini Primer Ministro, el poder de los fascistas se adentró en
las esferas de gobierno y creció aún más.
¿Sabías que… La figura del caudillo ha sido un elemento constante en la historia de México. La mayoría de
estos hombres son personajes que resumen en su historia personal las aspiraciones de los sectores populares,
que ven en ellos a un líder que puede llevarlos al triunfo de alguna causa o guiarlos a la solución de la
problemática que los aqueja. El pueblo los caracteriza como hombres valientes, carismá-ticos, inteligentes y, en
un alto porcentaje, también manipulado-res. Su aspiración máxima es ejercer el poder político y, una vez
logrado, muchos olvidan cumplir las expectativas de los más necesitados, aunque otros han muerto por sus
ideales.
El año de 1925 fue decisivo para el ascenso del fascismo pues ya había anulado a cualquier otro partido
político y, en 1926 la Dictadura es absoluta al declarar fuera de la ley cualquier oposición al Partido
Fascista, convirtiéndose así Mussolini en el Duce (el líder del partido). Pronto surgió un pensador que
permitió una «explicación» del proceso que se registraba en Italia y que fue adoptada por la ciudadanía,
principalmente joven: Giovanni Gentile, quien llegó a ser ministro de educación de Mussolini y a la vez
miembro del Consejo General Fascista. Este filósofo del fascismo sentó como propuesta ideológica la
necesidad de unir pensamiento y acción en pos de una realidad única, que era la de Estado, ya que
representaba una voluntad moral superior con una sola religión: la de la patria. Por lo tanto, los derechos
del individuo sólo podían emanar del Estado y para el Estado, pues el hombre debía ser beneficiado en su
individualidad para beneficio de todos. De allí se pasó a la liquidación de conceptos como libertad,
igualdad, jerarquía y legitimidad. El sustento de la dictadura se había establecido.
Durante la segunda mitad de los «fabulosos veinte» del siglo pasado, Mussolini suprimió la libertad de
expresión y el derecho de huelga; desintegró viejos sindicatos y creó nuevos bajo la dirección de que el
cooperativismo era una mejor forma de establecer relaciones de trabajo (opuso la idea de armonía a la de
enfrentamiento, que predicaban los socialistas y los comunistas). Asimismo, controló la prensa, la radio, el
cine, la literatura y el arte en busca de exacerbar el nacionalismo y el fascismo.
Esta arma se encaminó principalmente hacia los niños y los jóvenes,
obligando a los maestros a abstenerse de hablar mal del gobierno y a jurar
fidelidad al Estado; la educación se militarizó.
Con frecuencia se organizaron desfiles militares para que la gente se
permeara del fascismo, y hasta la Iglesia Católica con el pacto de Letrán, se
comprometió a no intervenir en política porque el gobierno le reconoció
soberanía al Estado Vaticano.
Poco a poco el fascismo se adentró en la población italiana y Mussolini fue aceptado como «el caudillo».
Ya en la década de los treinta del pasado siglo, los jóvenes italianos necesitaban empleo y la cobertura de
sus expectativas de grandeza. El Duce contaba con un ejército anhelante de expansión económica y
decidió invadir los territorios de los que se sintieron desposeídos por los Tratados de Versalles: Etiopía y
Albania. En Italia volvían a evidenciarse tendencias de expansión que no podían limitarse.
Nazismo.
En Alemania, después de las ventajas que el Plan Dawes le proporcionara, la situación económico-
industrial mejoró notablemente y la república de Weimar (se llamó así al régimen político e histórico
desde la reunión de la Asamblea constituyente en 1919 hasta la derogación de la Constitución y el ascenso
de Hitler mediante el Partido Nacional Socialista), parecía aceptar las condiciones impuestas en el Tratado
de Versalles. Además, Francia, por medio del Tratado de Lorcano, entabló un acuerdo bilateral con
Alemania garantizándole la conservación de Renania estado de Alemania cercano al Rin, de alta
producción de acero y carbón. Asimismo, la zona de Colonia fue evacuada por las tropas aliadas sin
esperar a que Alemania pagara sus compromisos, y otro gesto mundial que la favoreció fue su admisión en
la Liga de las Naciones. Unos meses más tarde, el premio Nobel de la Paz era adjudicado a Briand ministro
de exterior francés- y a Stresemann -ministro de relaciones exteriores alemán-, ambos gestores de los
Tratados de Lorcano.
Mientras la economía industrial y financiera generaba empleos, sobre todo en el sector minero-
siderúrgico, y el Estado intervenía cada vez más en la política económica, la oficialidad del ejército alemán
percibía cómo su industria de guerra no había sido totalmente destruida durante la Gran Guerra y rehacía,
clandestinamente, su ejército y su flota, desconociendo los Tratados de Versalles, que habían establecido
a la potencia un límite de los buques de guerra a 10,000 toneladas. Para superar tal obstáculo el almirante
Erich Reader hizo que se construyeran los famosos «acorazados de bolsillo» barcos de guerra que
redujeron su tamaño, -eran más veloces que los «antiguos» acorazados-; además, promovió la creación de
una flota de cruceros y submarinos y, por su lado, el general Von Seeckt sentó las bases del Ejército de
Aire al capacitar a180 oficiales de aviación.
En cuanto a la vida política que se registraba en Alemania, para 1928, las principales fuerzas se centraban
en torno de líderes nacionalistas y comunistas aunque con posiciones diferentes, pues mientras los
primeros proponían la consolidación de Alemania como potencia predominante en Europa Central, los
segundos volvían sus propósitos hacia lo que sucedía en Moscú. Esta lucha parecía conducir de nuevo a
Alemania a la guerra civil. En el centro, los católicos permitían mantener cierto equilibrio en el
parlamento.
En política exterior, Alemania se decía incapaz de cubrir los altos pagos por el Tratado de Versalles; en
París, se discutió la demanda alemana y mediante el Plan Young se estableció que la deuda total era de
40,000 millones de marcos-oro, pero se especificaba que Francia no podría destinar al pago de su deuda
con Estados Unidos cantidades superiores a las que recibiera de Alemania. El crack de Wall Street precipitó
el fracaso del Plan Young.
¿Sabías que… Cuando Hitler inició su vertiginoso ascenso dentro de Alemania, dispuso que cientos de agentes se
dispersaran por el mundo y una buena parte de ellos llegó hasta Latinoamérica; México no fue la excepción. Un
filósofo -político como José Revueltas declaró la admiración que muchos mexicanos pudientes tenían hacia los
alemanes y que por eso sus hijos estudiaban en escuelas dirigidas por maestros- muy brillantes y rigurosos- de
procedencia alemana. En México esta situación orilló a algunos de esos maestros -y ciertos alumnos- a
demostrar admiración por los nazis dentro de nuestro territorio, aunque algunos lo hicieron bajo presión.
Para enero de 1931 la crisis económica desatada en Norteamérica alcanzó a Alemania, y no tan sólo no
fluía capital hacia su territorio, sino que además, los norteamericanos intentaban repatriar sus capitales.
Las fábricas, ante la falta de recursos económicos, cerraron en número significativo y los despedidos
aumentaron de 3 a 5 millones de personas.
Esta gravedad económica llevó a norteamericanos y a ingleses a ayudar al gobierno alemán para tratar de
salvar parte de sus inversiones, y caso extraordinario, Alemania no caía en bancarrota, sino sólo en una
parálisis de su sistema financiero, que sirvió para declarar que le era imposible seguir efectuando pagos en
concepto de reparaciones. Tal actitud afectaba poderosamente a Francia y a Inglaterra y en menor grado a
los Estados Unidos-. Es en esa atmósfera de crisis política y
económica cuando tuvieron lugar en marzo de 1932 las elecciones
presidenciales. El gran acontecimiento era la candidatura de
Adolfo Hitler a la presidencia: Paul von Hindemburg obtuvo
18,660,000 votos; Hitler, 11,338,000 y el comunista Thaelman
4,982 000.
La realidad del ascenso de Hitler no podía detenerse. Además, en
el exterior, Alemania ganaba batallas financieras extraordinarias,
pues cuando la crisis de 1929 se tornó mundial, los europeos
comenzaron a separarse en torno a las reparaciones que ésta
debía cubrir, ya que Inglaterra esperaba que la suspensión de las
reparaciones abriera el mercado alemán a sus exportaciones, lo
que le permitiría cierta recuperación; por su parte, Francia sólo
deseaba que Alemania le pagara. Meses después, los ex aliados
europeos decidieron suspender sus pagos por deuda a Estados
Unidos y el gobierno norteamericano prohibió transacciones
financieras con quienes nos estuviesen al corriente en sus pagos. Ante tal actitud, los Estados acreedores
de Alemania por reparaciones renunciaron a todo pago y los Estados Unidos vieron disminuir su
hegemonía en Europa. La situación ofrecía inmejorables condiciones para los militares y financieros
alemanes, pues desarticulaba a los antiguos aliados y les permitía capitalizarse. Esta favorable realidad
exterior fue observada por Hitler, cuya autoridad entre los jóvenes alemanes y más particularmente entre
los desempleados de la ciudad y del campo iba en ascenso, pues desde su base en el Partido Nacional
Socialista de los Trabajadores Alemanes (Partido nazi), ya en 1923 había intentado destituir a la república
de Weimar, y culpaba a este régimen de los problemas económicos internos de Alemania. Una impensada
situación se presentó para favorecer las aspiraciones nazistas: en 1933 muere Hindemburg, sólo un año
después de salir victorioso en las elecciones presidenciales. Así Hitler llega al poder
Como Hitler era gran admirador de Benito Mussolini, decidió seguir su ejemplo, y en tan solo dos meses
acabo con todos los partidos políticos, quedando solamente el nazi (su emblema fue la suástica) y
estableció un régimen de persecución a través de la policía secreta llamada Gestapo, que se encargó de
eliminar a quienes se opusieran a su caudillo, «el Führer», como lo designaban. Hitler se apoyó en una
ideología discriminatoria que destacaba la superioridad de la raza germana (a la que llamaba aria);
despreciaba a los grupos que consideraba inferiores, en especial a los judíos, pero también a los eslavos y
gitanos. Además, se oponía totalmente a los comunistas y socialistas pues sus ideas de igualdad social
eran contrarias al nazismo. Se valió de todos los medios de comunicación para difundir sus teorías y así,
controló la educación de niños y jóvenes, quienes llegaron a considerarlo como un verdadero ídolo.
¿Sabías que… Al finalizar la Primera Guerra Mundial, muchos judíos ocupaban cargos en el gobierno alemán y
eran propietarios de industrias o negocios muy rentables. Hitler, basándose en esto y dolido por la humillación
del Tratado de Versalles, encontró una excusa de origen racista para explicar la derrota de Alemania. Hizo
responsables a los judíos de apoderarse de la nación y de destruirla una vez que la tenían dominada. Se
responsabilizó a los judíos de todas las calamidades que padecía el país, y el pueblo, golpeado y deprimido por
las consecuencias de la guerra, aceptó que se los culpara de la situación que se vivía.
El siguiente paso fue generar una campaña de terror que se materializó al eliminar a los judíos, pues los
consideró culpables de todos los males de Alemania. La campaña se desató por fases, en un momento
inicial no se les permitió ocupar ningún puesto político y luego se les suprimieron sus derechos
ciudadanos. Además, se les obligó a vivir en ghetos, pequeños barrios aislados dentro de las ciudades
alemanas o en las que controlaban los nazis, de los que no podían salir. Sin embargo, Hitler no se
conformó con aislar a los judíos y
quitarles sus derechos, sino que
construyó prisiones llamadas campos de
concentración, donde se llevó a cabo el
exterminio de seis millones de judíos en
cámaras de gas y hornos crematorios,
quedándose, también, con los recursos
económicos de los judíos más
adinerados.
Llegó a pensar -y a proponerlo a todos
los alemanes que se sentían resentidos
por los costos que la Liga de las
Naciones les había impuesto- que Alemania debía convertirse en la nación más poderosa del mundo, pero
para lograrlo era necesario adquirir territorios. Con el fin de conseguir este objetivo, Hitler, violando el
Tratado de Versalles, rearmó a Alemania y formó un gran ejército (el Tratado de Versalles había ordenado
a Alemania reducir su ejército a 100, 000 hombres únicamente; no obstante, en 1936 Hitler contaba con
un ejército de 1 500 000 individuos).
En 1938 Austria se unió a Alemania, y en el mismo año, argumentando que Checoslovaquia tenía
población germana, se anexó primero los Sudetes, que es la Frontera montañosa entre Alemania y
Checoslovaquia, y meses más tarde, todo el país. La Liga de las Naciones denunció estos hechos, pero en la
práctica no pudo tomar ninguna medida eficaz por carecer de ejército.
Hitler ambicionaba más territorios y consideró que los conseguiría mediante otra gran guerra, por lo que
fue preparándose para otro enfrentamiento. En 1936 Alemania firmó una alianza militar con Mussolini,
pacto que se conoció con el nombre de Eje Berlín-Roma.
Militarismo.
Durante el desarrollo de la Primera Guerra Mundial, Japón –que combatió al lado de los Aliados- pudo
canalizar grandes recursos financieros hacia los países
que vivieron la guerra sobre sus territorios. La expansión
económica ya no se detendría pues se convirtió, además,
en una potencia que dominaba los mercados asiáticos y
evidenciaba un crecimiento importante. Mas esa
prosperidad no era resultado solamente de los años de
la guerra. La sociedad japonesa vio desde finales de
1800, cómo el emperador Mutsuhito se esmeró por
introducir una vida de tipo más occidental, pero también
una política de expansión sobre China y Rusia. A partir de
esos éxitos los militares japoneses fueron impulsando
una perspectiva ultranacionalista. Sin embargo, para los
años de 1912 a 1926, el emperador Yoshihito logró
contener sus expectativas intervencionistas al fomentar
la tendencia industrializadora en sus territorios, y al
mismo tiempo, compartir con los Aliados la victoria
sobre Alemania. De esa relación, y por mandato de la Sociedad de Naciones, se adueñó de las islas
Carolinas, Marshall y Marianas, que pertenecieron anteriormente a los alemanes.
También la economía japonesa, como el resto de las economías ligadas por los resultados de la guerra
hacia finales de la década de 1920 entro en crisis y, aunque no fue tan fuerte, sí desató entre la población
la idea de que su gobierno era responsable único de tal situación. Esa apreciación es necesario tenerla
presente, derivaba de la forma particular en que los japoneses comprendían la actividad imperial.
Para la mayoría de los japoneses el emperador era, como en la Edad Media para los occidentales, una
representación directa de Dios. Sus decisiones eran inapelables y él decidía cómo debía organizarse la vida
económica y política del país. Por ello, cuando
llegó en 1918 coincidiendo con el fin de la Gran
Guerra, Hara Takashi llega a ser el primer plebeyo
en ocupar un cargo similar al de Primer Ministro,
se dieron ciertas modificaciones al gobierno
absolutista que, hasta antes de la Gran Guerra,
había tenido como única autoridad al emperador.
Datos curiosos , La vida de los países que se ubican
en el llamado Oriente, en contraposición con el
Occidente, han tenido una historia milenaria tan
rica e importante como la de todos los pueblos que
habitamos la Tierra. Sin embargo, esas realidades
las sentimos muy lejanas por falta de una mayor difusión de sus culturas de manera cotidiana y sistemática de
parte de quienes dominan los medios de comunicación.
Los éxitos económicos, al inicio de la década de 1920, mantenían una relativa tranquilidad social y un
incipiente juego democrático. Esto dio posibilidad a que, en 1925, los hombres pudieran votar para que los
partidos políticos presentaran propuestas para ocupar algunos cargos públicos. Eso, también, limitaba al
ejército en la vida política del país, pero no la eliminaba. Algunas situaciones internacionales, sin embargo,
no colaboraban en el sentido de permitir a Japón mayores triunfos a su
vertiente democratizadora, pues aun dentro de la Liga de las Naciones se
generaban prácticas discriminatorias contra los japoneses, y en general,
contra los «orientales», prácticas muy evidenciadas por los
estadounidenses y australianos. Eso permitió que los militares japoneses
volvieran a recurrir al «espíritu nacionalista», impulsando la idea de la
«misión asiática de Japón» y proclamaran la necesidad de no permitir la
«occidentalización» que atacaba sus milenarias tradiciones, postura que
las «autoridades civiles», parecía, no querían proteger por lo que era
impostergable «restaurar» el poder absoluto del Emperador. Para 1926,
Hirohito era ya el nuevo emperador y le correspondió vivir un periodo en
el cual las democracias tradicionales (Inglaterra, Francia y Estados Unidos)
atravesaban por fuertes conflictos económicos y sociales, y a esa realidad
se aunaba la experiencia en ascenso de la presencia comunista en la Unión
Soviética.
La década de 1930 fue el escenario del encumbramiento de los militares nacionalistas, aunque en su
interior hubiera distintas corrientes unas más, otras menos agresivas pero ligadas a intereses acereros que
promovían el crecimiento de la industria bélica y la idea de la construcción de un Imperio japonés. El
mensaje fue retomado primordialmente por los jóvenes que se enrolaban en el ejército y apoyaban las
ideas expansionistas, lo que posibilitó que, hacia 1931, los japoneses ocuparan militarmente Manchuria,
territorio chino. Entonces, el ascenso de los militares en el interior de la vida política creció
significativamente, al grado de lograr la creación del estado Manchukuo, bajo la protección japonesa, allí
en Manchuria, que era la parte más industrializada de China; sólo unos meses después se dirigieron sobre
Jehol, que se incorporó al Manchukuo, con una población total de 33 millones de habitantes.
Después de 1932, los militares controlaron la política interna y externa de Japón y, al igual que en Italia y
Alemania, se instituyó un gobierno totalitario, basándose en un nacionalismo extremo que llegó a
convencer a sus ciudadanos de que el sacrificio de sus vidas era un honor, pues se moriría por la grandeza
de un imperio.
El expansionismo japonés requería de un nuevo reparto del mundo. Así, en octubre de 1936, bajo el
llamado Pacto Antikomintern, los japoneses se unieron a Hitler y, para 1940, la alianza firmada con
Mussolini dio paso al Eje Berlín-Roma-Tokio.
Falangismo.
Uno de los países europeos con menor crecimiento
industrial en los inicios del siglo XX era España. Volcada
principalmente a la producción agraria, y con fuertes
medidas proteccionistas, su economía resistió con más o
menos éxito la presión social hasta el desarrollo de la
Gran Guerra.
La situación se torna complicada al terminar la guerra
mundial pues se exigió mayor y mejor rendimiento tanto
a los campesinos como a un incipiente sector de obreros.
Entonces, aparecieron perspectivas para enfrentar esa
realidad, pero muy contradictorias.
El campo español, principalmente, seguía generando con solvencia productos básicos y la tenencia de la
tierra fue, entonces, central. Si bien la crisis de finales de la década de 1920 había afectado a casi toda la
economía mundial, España mantenía una exportación de alimentos que le permitía a ciertos grupos
ingresos y relaciones comerciales con otros países. Por ello, cuando surgió la República como forma de
gobierno a inicios de 1930, parecía que las contradicciones sociales más fuertes se estaban superando. La
república era legítima, se asentaba en las zonas tanto industriales como agrarias, era reconocida por otros
países, controlaba los recursos del Estado, pero el contexto europeo de la democracia no estaba en su
mejor momento. En efecto, 1931 fue el año en que los españoles decidieron, mediante plebiscito
ciudadano, ser regidos por un gobierno republicano. Alfonso XIII aceptó la determinación y abdicó a la
corona.
La nueva república democrática aún no había definido qué grupo encauzaría el destino económico político
de su país, y las contradicciones internas no se resolvían satisfactoriamente; por el contrario, se abrió un
periodo pendular respecto de la presidencia de la república entre derecha e izquierda.
La derecha incluía a sectores principales de la alta jerarquía católica, terratenientes, grupos
económicamente pudientes, pero que rechazaban las «conquistas de los obreros» y, muy especialmente,
la Falange Española, fundada el 29 de octubre de 1933 por José Antonio Primo de Rivera y Saenz (una
organización paramilitar inspirada en los grupos fascistas de Mussolini), que se declaraba anticomunista y
seguidora de un régimen totalitario. La izquierda agrupaba a los socialistas, comunistas y anarquistas que
se sumaban a los republicanos, aunque no lograban establecer las bases de acuerdos para marchar juntos.
Para la década de 1930, Italia, Alemania y Japón se habían militarizado y, en Francia e Inglaterra, también
aparecían brotes ultranacionalistas que no desestabilizaron sus instituciones democráticas. Situación
distinta se vivía en España, donde Francisco Franco proponía discursos muy atractivos para los habitantes
de un país con fuertes tendencias autonomistas en su propio interior.
Así, en las elecciones presidenciales de 1933, la derecha obtuvo el triunfo, e impusó a través del gabinete
de gobierno a los integrantes de la antigua nobleza y sus mantenedores, que se autodenominaban
nacionalistas.
La izquierda, antes dividida, se unió en un Frente Popular que en 1936 alcanzó el triunfo electoral y llevó a
la presidencia a Manuel Azaña. Esta realidad originó una abierta confrontación entre republicanos y
nacionalistas.
En julio de 1936, una parte del ejército que con anterioridad constituyó una Junta de Defensa Nacional
bajo el mando del militar Francisco Franco Bahamonde como expresión de la sublevación de un sector del
mismo contra el gobierno, permitió instaurar un régimen dictatorial al sistema parlamentario republicano.
La guerra civil, cruenta y devastadora, se vivió tanto en el campo como en las ciudades.
La Europa ancestral se estremeció y creó un Comité de No Intervención, obligándose a permitir que fueran
sólo los españoles quienes determinaran su futuro. Sin embargo, Alemania no disimuló el apoyo que, a
finales de julio, era trascendental a favor de los «nacionalistas»: transportó de África a España al ejército
sublevado; proporcionó a Franco tanques de guerra y grupos de marinos e instructores especializados.
Sólo cuatro meses después participaron alemanes directamente en el conflicto a través de la «Legión
Cóndor» -con apoyo logístico, transporte de tropas y acciones de ataque con aviones de caza y
bombarderos- que permitió la supremacía aérea de las fuerzas franquistas. En menor escala, pero también
decididamente, soldados italianos se sumaron a las fuerzas nacionalistas.
¿Sabías que… Uno de los presidentes mexicanos más queridos por los españoles republicanos ha sido Lázaro
Cárdenas del Rio. Debido a su política exterior, siendo presidente, mandó auxilio para algunos de los miles de
niños que sufrían por la Guerra Civil en España y, al triunfo de Franco, abrió las puertas a los españoles que
pudieron salir de exilio. México los recibió sin exigirles mayor documentación, repudiando a Hitler y a su
política antijudía, lo cual publicó por prensa y con movilización en las calles de la capital del país.
Para fines de 1936, la Unión Soviética decidió hacer evidente su determinación de no pertenecer más al
Comité de No Intervención y, disimuladamente, ofreció auxilio a los republicanos, tanto con hombres
como con enseres de guerra. A esta decisión le siguió la integración de una fuerza militar para adherirse a
los republicanos, formada por voluntarios de varias nacionalidades: las Brigadas Internacionales.
En 1937 la guerra asoló poblaciones enteras pues la lucha posibilitó excesos por parte de los dos bandos,
mas los contingentes nacionalistas se organizaron bajo un solo partido, la Falange Española
Tradicionalista, y una sola dirección, la de Francisco Franco.
El 28 de marzo do 1939 los republicanos se rindieron y Franco se adueñó de la situación. Inglaterra,
Francia y Estados Unidos reconocieron al gobierno militar. México ofreció asilo político y auxilió, en la
travesía atlántica, a los republicanos que se atrevieron a dejar España.
INTEGRANTES DEL EQUIPO:
ARCOS MIRANDA DANIA ALHELI
CAMPOS GODINEZ MARIA DEL ROSARIO
GALINDO LEYVA GUADALUPE
GUADARRAMA OCAMPO BRENDA MELANIE
OLIVARES YAMILET