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Doctorado en Historia
Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia
Proyecto de investigación
“REVOLUCIÓN, DEMOCRACIA Y NACIÓN”
Presentado por
Isidro Vanegas Useche
correo electrónico: [email protected]
Agosto 18 de 2016
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I. PRESENTACIÓN
La notable renovación experimentada por la historiografía política latinoamericana en
años recientes1 no ha sido suficiente para impedir que continúen predominando,
tanto en Europa y Estados Unidos como en la propia región, poderosos tópicos sobre
la democracia, alentados en buena parte por la pluma de novelistas y poetas. El
estereotipo supone que simplemente estamos ante una “democracia oligárquica”, en
la que los sectores no pertenecientes a las élites han sido infaltablemente expulsados
de la escena política y condenados a una mera desposesión material y simbólica. La
democracia llega a ser considerada un producto exótico, e incluso se pone en duda que
podamos hablar de democracia en la medida que ciertos ideales de equidad o libertad
no han sido alcanzados completamente. Prolongando esos tópicos, se plantea con
cierta condescendencia que el fin de las dictaduras de la década de 1980 —
particularmente del Cono Sur y Centroamérica— es el momento en que comienza el
régimen democrático en América Latina. Antes de ese momento, la región parece
hundirse en las tinieblas de unos regímenes políticos autoritarios y sin consistencia.
Ofrece la imagen de unas sociedades abandonadas a la desgracia.
El caso colombiano, pese a todo, sigue siendo visto de manera frecuente a la luz de
esos equívocos y de la condescendencia que ellos generan. Pese a todo, porque la
experiencia histórica colombiana ha poseído todos los elementos que permiten
definirla como de naturaleza democrática. Desde los inicios de la experimento
republicano encontramos elecciones frecuentes y una prensa libre. Además, se
produjo una eficaz división de los poderes y se desarrollaron espacios diversos de
sociabilidad y una opinión pública pujante. Los partidos políticos surgieron
tempranamente, pero no menos característico ha sido el hecho de que durante dos
siglos el orden político ha sido sometido a constante escrutinio por los mismos
1 Sobre esta renovación podemos encontrar una interesante reflexión, desde perspectivas diversas, en Guillermo Palacios, coord., Ensayos sobre la nueva historia política de América Latina, siglo XIX, El Colegio de México, México D.F., 2007.
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ciudadanos, y muy diversos actores han reclamado de manera constante no sólo la
vigencia de los derechos y libertades sino su ampliación.2 Esa democracia colombiana
llena de promesas y frustraciones —como lo ha sido en todas las latitudes y todas las
épocas— aparece sin embargo como un proyecto carente de anclaje en la historia
nacional, y ello en razón de ciertos olvidos o distorsiones sustanciales.
Uno de los factores que más contribuye a dificultar que la historia colombiana sea
enmarcada intelectualmente en el marco democrático, es el reduccionismo y el desdén
con que en décadas recientes había sido vista la revolución de la década de 1810, la
cual engendró la comunidad política al interior de la cual coexistimos los colombianos.
La Revolución Neogranadina sigue resultando en la actualidad algo muy impreciso y
más bien pintoresco, aunque hayamos pasado por las celebraciones bicentenarias. Un
momento que se supone importante sin que se sepa muy bien por qué. En años
recientes, ciertamente, se han producido algunas valiosas investigaciones,3 pero ellas
en general consideran aquel acontecimiento fundacional únicamente como el inicio de
la formación del Estado-‐nación —esto es la independencia—, dejando escapar el
hecho esencial de que la Revolución también dio origen a una nueva forma de
organización de la sociedad. Un tipo de sociedad democrática a imagen del nuevo
soberano, el pueblo.4
Se podría pensar que la Revolución Neogranadina ha sido ampliamente estudiada,
pues contamos con numerosos escritos sobre sus “causas”, sus personajes y sus
2 Algunos trabajos recientes han venido a poner en cuestión el catastrofismo con que ha sido vista la democracia colombiana. Entre ellos, James Sanders, Contentious republicans. Popular Politics, Race, and Class in Nineteenth-‐Century Colombia, Duke University Press, Durham and London, 2004; Eduardo Posada, La nación soñada. Violencia, liberalismo y democracia en Colombia, Norma, Bogotá, 2006; Isidro Vanegas, Todas son iguales. Estudios sobre la democracia en Colombia, Universidad Externado, Bogotá, 2011. 3 Las investigaciones más sobresalientes son: Daniel Gutiérrez, Un nuevo reino. Geografía política, pactismo y diplomacia durante el interregno en Nueva Granada, 1808-‐1816, Universidad Externado, Bogotá, 2010; Clément Thibaud, Repúblicas en armas. Los ejércitos bolivarianos en la guerra de independencia en Colombia y Venezuela, IFEA / Planeta, Bogotá, 2003; Steinar Sæther, Identidades e independencia en Santa Marta y Riohacha, 1750-‐1850, ICANH, Bogotá, 2005; Jairo Gutiérrez, Los indios de Pasto contra la República (1809-‐1824), ICANH, Bogotá, 2007; Guillermo Sosa, Representación e independencia. 1810-‐1816, ICANH, Bogotá, 2006. 4 Un amplio desarrollo de esta idea en Isidro Vanegas, La Revolución Neogranadina, Ediciones Plural, Bogotá, 2013.
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escaramuzas militares. La realidad es otra si no nos contentamos con los escritos
laudatorios propios de la historiografía patriótica ni con las impugnaciones sin
fundamento características de la historiografía izquierdista. Porque no sabemos
mayor cosa de la intervención de los diversos grupos sociales en la Revolución aunque
en la actualidad abundan las exaltaciones de los grupos subalternos. Ignoramos casi
todo de la vida privada y de la vida material de comienzos del siglo XIX. No hay una
sola historia sistemática y académicamente rigurosa de la Revolución en alguna de las
provincias neogranadinas, en un país donde los reclamos regionales son tan
recurrentes y tan apasionados. Pero además carecemos de al menos una biografía de
un líder de las primeras repúblicas hecha con criterios intelectuales de actualidad,
después de tanto tiempo de invocar y ensalzar a esos líderes.
Los estudios que vengo desarrollando tanto de la revolución como de la democracia y
la nación se inscriben en la renovación teórica y metodológica que vive la disciplina
histórica y los estudios sobre lo político. Debemos conocer y aprovechar la historia
filosófica de lo político, el estudio renovado de las ideas y sociabilidades, y toda una
serie de perspectivas novedosas sobre el republicanismo, las elecciones, la ciudadanía,
las revoluciones, etc.5 Pero para que ese impulso renovador dé sus mejores frutos será
preciso emprender esos estudios, no como quien a priori va al encuentro de un fracaso
que debe ser explicado. De lo que se trata es de entender lo que ocurrió, en lugar de
lamentar los supuestos extravíos o déficits. Una condición esencial de la revaluación
que pueda producirse es que la revolución y la democracia sean puestas en relación,
en todo su sentido intelectual y político, al lado de las demás formas de revolución y
democracia antiguas y modernas. No con la intención de liberarlas, en un ejercicio de
propagandismo ingenuo, de sus limitaciones, sino de comprenderlas mejor. El
comparatismo que anima este esfuerzo investigativo está arraigado en la convicción
de pertenecer a un común universo político, cultural, jurídico, con Iberoamérica, con
5 Una visión muy sucinta de la renovación de la historiografía política, y particularmente en Francia, en Christophe Prochasson, “La politique comme culture”, Le Mouvement social, n° 200, julio-‐septiembre de 2002, París, pp. 123-‐128. Un rápido aunque útil balance de las nuevas perspectivas y problemas de la historia de la democracia, en el ensayo de Carlos Malamud, “¿Cuán nueva es la nueva historia política latinoamericana”, en Guillermo Palacios, Ensayos sobre la nueva historia política de América Latina, siglo XIX, ob. cit., pp. 19-‐30.
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occidente, con el mundo atlántico. Pero busca simultáneamente interrogarse por el
carácter de esa común pertenencia y por el malestar que no cesa de emerger de uno y
otro lado.
II. OBJETIVOS
Avanzar en una mejor comprensión de la revolución de la década de 1810, como
acontecimiento fundacional de la historia de la nación colombiana.
Contribuir a la comprensión de los rasgos fundamentales de la democracia en el
mundo contemporáneo, y particularmente aquellos de la experiencia
colombiana. Me interesa desarrollar tanto una perspectiva comparativa que
destaque las especificidades colombianas, como una inscripción de su
democracia en nociones y desafíos universales.
Aportar a una revalorización de la democracia en Colombia a partir de una
intervención académica aglutinadora de esfuerzos de diversos estudiosos de
las ciencias sociales.
III. LÍNEAS DE TRABAJO
A continuación hago una breve exposición de las distintas líneas de trabajo que es
posible desarrollar en el conjunto del proyecto, las cuales se ordenan a partir de los
tres grandes ejes o líneas que lo articulan: la revolución, la democracia y la nación.
1ª La Revolución Neogranadina y el fenómeno revolucionario 1.1. Historia de la Revolución Neogranadina
Hasta hace poco, la Revolución Neogranadina había sido estudiada de preferencia
desde una perspectiva anecdótica y laudatoria, que había buscado desenterrar y hacer
brillar los héroes y las acciones de los líderes de la ruptura con la metrópoli española.
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Esa perspectiva ya agotó sus potencialidades, de manera que lo importante es
contribuir a la búsqueda de otras sendas interpretativas.
Algunos campos temáticos que me interesa particularmente explorar, son los
siguientes.
Un primer campo lo constituye la relación entre revolución y democracia. La
revolución de la década 1810 no sólo buscó la independencia respecto a la metrópoli
sino que también fue el momento de una mutación radical en la manera como se
ordenaba la sociedad. En este sentido, aquel acontecimiento constituyó una profunda
transformación que inaugura el régimen democrático, no porque hubiera instaurado
unas instituciones políticas representativas perfectamente acabadas sino porque
instituyó una manera específica de orden político fundado en la soberanía popular.
Orden esencialmente frágil abocado al frenesí de los cambios y a la insaciable
búsqueda de la libertad.6 A partir de esta constatación podemos hacernos preguntas
como las siguientes: Qué tipo de representación política se construyó? De qué manera
se puso en práctica el principio de la soberanía popular? Qué rol jugó el
constitucionalismo? Cómo se teorizó y se construyó la división de los poderes? Cómo
fue experimentado el pluralismo y la división política?
Un segundo campo lo constituye el lugar de la revolución fundacional en la conciencia
nacional. Aquí, un examen del rol de los intelectuales y en general de los hombres
públicos resulta fundamental, así como un análisis de la producción historiográfica
sobre la Revolución, la cual siempre está integrada a un contexto político específico y
es alimentada por proyectos de orden social en tensión. Los “héroes”, dejados de lado
en tiempos recientes, pueden ser retomados por investigaciones que los estudien, no
para ensalzarlos, sino de forma que ayuden a comprender los relatos de la historia
nacional que han sido elaborados en estos dos siglos.
Un tercer campo lo constituye el estudio de la sociedad del periodo revolucionario.
Esto puede hacerse buscando comprender la manera como se construyeron las
categorías de pertenencia y exclusión, es decir las coordenadas que tejieron la trama
del orden social. Igualmente, puede hacerse desde la perspectiva sociológica, 6 Véase Claude Lefort, La incertidumbre democrática: ensayos sobre lo político, edición de Esteban Molina, Anthropos, Barcelona, 2004.
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buscando comprender la situación de diversas categorías sociales durante el periodo,
así como la participación de esos grupos en los acontecimientos revolucionarios.
Indígenas, esclavos, mujeres, criollos, peninsulares, extranjeros, etc., han sido muy
exaltados en los estudios sobre el periodo revolucionario, pero con frecuencia los
estudios carecen de buena fundamentación y sus alcances teóricos son muy limitados.
Un cuarto campo de investigaciones es el de las historias regionales o locales del
acontecimiento revolucionario. En este campo se ha escrito abundantemente pero los
resultados son académicamente pobres.
1.2. La historiografía de las revoluciones del orbe español
François-‐Xavier Guerra, inspirándose en François Furet, realizó una indagación por las
revoluciones en Hispanoamérica que renovó considerablemente la historiografía
política en la medida que cuestionó varias de las ideas fundamentales con las cuales se
había venido pensando no sólo el periodo independentista sino toda la historia
latinoamericana. Guerra dejó sin fundamento la idea según la cual la independencia
estaba inscrita de antemano en el destino de los territorios de la Corona española, en
el sentido que, se decía, las naciones latinoamericanas estaban constituidas con
anterioridad a la misma revolución independentista, la cual sólo habría servido para
revelar definitivamente esa comunidad política nacional. Guerra mostró cómo antes
de la crisis monárquica abierta por la intervención napoleónica en 1808 no era para
nada evidente ni inevitable la separación entre la España peninsular y la España
americana, y cómo, a pesar de la diversidad de marcos políticos de referencia —
reinos, virreinatos, ciudades—, subsistía un conjunto coherente reunido en torno a la
monarquía, la cual no tenía necesariamente que deshacerse. Esas revoluciones, y las
sociedades que las habían precedido, debían por lo tanto ser estudiadas, no en el
marco nacional, sino en el marco de la monarquía, con lo cual se les podría restituir su
inteligibilidad, en la medida que las ideas, las instituciones y los hombres de ambos
lados formaban parte de una misma experiencia. Además de resaltar la necesidad de
ver las revoluciones en el mundo hispánico como un acontecimiento contingente,
9
Guerra subrayó que ellas debían interpretarse como un evento político que había
introducido los referentes de la política moderna.7
El enfoque y los problemas sugeridos por Guerra han sido el principal aliciente para
las investigaciones más innovadoras en el campo de la historia política
latinoamericana. Pero en una propuesta tan ambiciosa como la suya hay algunos
aspectos problemáticos que invitan a una reflexión, mucho más teniendo en cuenta
que hoy él es el historiador de mayor influencia en el campo de los estudios del
periodo revolucionario. François-‐Xavier Guerra homogenizó e hispanizó con bases
infundadas el relato de las revoluciones, supeditándolas enteramente a los eventos y
las ideas de la metrópoli. De la misma forma, le asignó al pactismo una centralidad que
no aparece por ninguna parte cuando se estudian los documentos, sin que tampoco
hubiera aprehendido conceptualmente el pactismo de manera adecuada. A partir de
una limitada definición del vacío de poder, además, trazó de las revoluciones un
itinerario improbable, centrado en el particular caso mexicano. Y, por otro lado, sus
conclusiones respecto a la naturaleza del acontecimiento revolucionario son
incongruentes, porque, de un lado, captó muy bien cómo los hombres del periodo
revolucionario habían tenido conciencia del acaecimiento de un cambio nítido y
profundo en los ejes del orden político debido a la revolución, pero él saca unas
conclusiones inapropiadas respecto al carácter del “nuevo régimen”, el cual denomina
con el extraño e inadecuado concepto de “modernidad política”. De ahí se desprende
su exitosa cuan frágil caracterización de América Latina a partir del tópico de la
hibridez: modernidad política y tradicionalismo social.
El caso de François-‐Xavier Guerra es importante porque de sus trabajos se han
desprendido la mayor parte de las investigaciones novedosas acerca del periodo
revolucionario. Al igual que sus trabajos, los de otros historiadores —Elías Palti, Jaime
Rodríguez, Manuel Chust, Antonio Annino, entre otros— invitan a reflexionar acerca
del tipo de historiografía que se hace, de sus fundamentos epistemológicos, de sus
consecuencias políticas.
7 El trabajo fundamental de Guerra en torno a las revoluciones en la América hispánica es Modernidad e independencias, Mapfre, Madrid, 1992.
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1.3. La Revolución Neogranadina y sus intersecciones
La cuestión del vínculo eventual de la Revolución Neogranadina con las grandes
revoluciones del mundo occidental nace con el acontecimiento neogranadino mismo,
siendo una cuestión que se plantearon tanto los impulsores como los críticos de
aquellas novedades. Las revoluciones del mundo hispánico, efectivamente, se
desplegaron dentro de una densa trama de intersecciones con las mutaciones
revolucionarias de otras regiones y otros tiempos. No es que la Nueva Granada
hubiera estado hasta entonces desconectada del mundo europeo, 8 pero con la
Revolución de la década de 1810 se produjo un agolpamiento de referencias
intelectuales, políticas, culturales, caracterizado por su potencialidad para inducir o
justificar modificaciones del orden hasta entonces predominante. Los actores de la
Revolución Neogranadina frecuentaron libros y pensamientos en buena parte salidos
de la Antigüedad o de Estados Unidos y Francia; adoptaron instituciones de esas
proveniencias y de otras muy diversas; y, en fin, encontraron en los hombres célebres
de la Antigüedad y de las revoluciones modernas un motivo de inspiración para sus
propios designios.9 Pero los actores de la revolución de esta parte de la Costa Firme
pueden ser considerados como tales no porque se hubiera consagrado a trasplantar
unas ideas, instituciones o prácticas, sino porque estuvieron consagrados a una
construcción propia, enfrentados a unos dilemas y unas circunstancias específicas. En
fin, porque estuvieron confrontados a una experiencia particular cuya naturaleza no
puede en absoluto ser pensada como una simple imitación o una emulación.
Es preciso tratar de dilucidar la ligazón de la Revolución Neogranadina con las
revoluciones angloamericana y francesa, pero sin complejos. Esto es, bajo el entendido
de que se trata de fenómenos fundamentalmente comparables, aunque sus alcances
hayan sido tan enormemente diversos. Se trata, por lo tanto, no de la elaboración de
un inventario de las supuestas “influencias” o de las semejanzas y diferencias, sino
8 Renán Silva ha mostrado la intensa vinculación de los ilustrados neogranadinos a las corrientes intelectuales europeas de vanguardia, sobre todo en el campo de las ciencias naturales: Los ilustrados de Nueva Granada 1760-‐1808, Banco de la República / EAFIT, Medellín, 2002. 9 Estas afirmaciones tienen un pormenorizado desarrollo en Isidro Vanegas, La Revolución Neogranadina, Ediciones Plural, Bogotá, 2013.
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más bien de una indagación acerca de la naturaleza de los tres acontecimientos
revolucionarios, la cual puede ser seguida de un esfuerzo por precisar el carácter de
las confluencias que tienen lugar en el acontecimiento neogranadino. Valdría la pena
preguntarse, por ejemplo, acerca de la importancia y el rol de los referentes políticos
de la antigüedad clásica y del republicanismo estadounidense para los líderes
revolucionarios. Uno de los supuestos fuertes de la historiografía patriótica era que
junto a la adopción de los principios de la ilustración y la revolución francesa, el otro
referente “ideológico” de la revolución de independencia habría sido el ejemplo de la
revolución norteamericana. Ninguno de los dos ámbitos se puede descartar como
inspiradores de los revolucionarios neogranadinos, pero ahora tal vez podamos
reconstruir ese vínculo de manera más fértil, superando el esquema difusionista que
erige, por un lado, una Europa activa, productora de discursos y referentes,
auténticamente innovadora, y por el otro, una periferia, pasiva, que apenas reproduce
las novedades provenientes de otras latitudes.
2ª La democracia en Colombia, la democracia en la historia 2.1. La representación política
Definida la democracia como el régimen de la soberanía del pueblo, surge de
inmediato el problema de cómo reconocer a este nuevo sujeto político. A través de la
historia, definir al pueblo ha sido una tarea llena de dificultades, las cuales se
acrecentaron con el advenimiento de regímenes democrático-‐representativos, a
finales del siglo XVIII. Cuando se declara soberano al pueblo, se le imponen a este dos
roles simultáneos y contradictorios: ser el principio político que unifica y legitima la
nueva forma de sociedad, al tiempo que debe ser el sujeto múltiple que ejerza el
gobierno, o al menos en cuyo nombre deberá ser ejercida la autoridad. Esto engendra
una tensión entre el principio político que abstractiza lo social y el principio
sociológico que atomiza la sociedad en multitud de partes teóricamente iguales. Cada
comunidad política intenta resolver esta tensión construyendo de una manera
determinada al pueblo sociológico. Construcción que se efectúa precisamente a través
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de los representantes, ya que representar no sólo significa actuar por otro que ha
otorgado su autorización para hacerlo, sino también, en un movimiento de retorno,
implica darle unidad e identidad a quien ha dado esa autorización.
El estudio de la representación política, pilar fundamental de la sociedad democrática,
no implica pues, solamente, conocer quiénes deben ser los representantes y cuáles
son los mecanismos para ejercer la representación (las elecciones, en primer lugar).
La representación pasa también por saber a quién se representa y por ende cómo se
figura a ese representado: el pueblo. En el momento que la institución monárquica
deja de ser el fundamento de la sociedad, los hombres se enfrentan a la necesidad de
construir un nuevo orden político, lo cual no se resuelve solamente con la puesta en
marcha de unos determinados mecanismos electorales. A medida que la nueva
legitimidad va triunfando se van creando las condiciones y las dificultades
consiguientes a la tarea de darle cuerpo al nuevo sujeto político que debe ejercer este
entramado de autoridad, pero este es un proceso siempre inacabado y siempre
polémico.10 Tenemos, en síntesis, dos dimensiones de la representación política —
como figuración y como mandato—, de las cuales apenas la segunda ha recibido
alguna atención académica en Colombia.11
Dentro del campo de la representación política como mandato se encuentra la
cuestión de la historia electoral colombiana, una de las más largas y ricas si la
comparamos no sólo con América Latina sino incluso con la de los países europeos.
Iniciada en la revolución de la década de 1810, tal historia ofrece una gran variedad de
actores, discursos, instituciones y problemas, que no han recibido toda la atención que
deberían tener en la labor de los historiadores, pues salvo lo investigado acerca de
épocas recientes y que se ocupa de un conjunto de cuestiones bastante restringido, los
problemas siguen a la espera de estudios que los develen. Valdría la pena ocuparse de
10 La representación en su doble dimensión (figuración y mandato) ha sido estudiada particularmente por Pierre Rosanvallon. Ver al respecto La consagración del ciudadano, Instituto Mora, México, 1999. 11 Existen muy pocos trabajos historiográficos sobre las elecciones en Colombia. Aquí se destacan los trabajos de David Bushnell y Eduardo Posada Carbó. Al respecto véase, Eduardo Posada, La nación soñada, Fundación Ideas para la paz / Norma, Bogotá, 2006, pp. 149-‐208. En los últimos años se han publicado algunos trabajos acerca de las elecciones en algunas regiones, pero el campo todavía está bastante inatendido.
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indagar por el itinerario completo de la historia electoral colombiana, desde su
nacimiento con la Revolución Neogranadina hasta nuestros días, y abordar problemas
que desborden las clásicas investigaciones cuantitativas.
Algunas áreas de investigación en este campo de las elecciones podrían ser las
siguientes. Primer área, quiénes votan. Aquí, cabría estudiar qué parte de la población
en términos numéricos vota, cuáles son sus orígenes socio-‐económicos o
profesionales, por quiénes votan; en qué tipo de redes se inscribe el voto y bajo qué
principios funcionan esas redes; cuál ha sido la participación en la actividad electoral
de quienes no están autorizados a ejercer el derecho al voto. Segunda área, el espacio
y el tiempo del voto. Esto es, cómo se escenifica el acto de votar, cuáles son los
instrumentos, los símbolos y las lógicas que se despliegan allí; cuáles han sido las
formas de ejercicio del voto (secreto, público, plebiscitario, etc.) y cómo han ido
cambiando a lo largo de estos dos siglos; cómo se prepara una elección y cómo se vive
la etapa de seguimiento al escrutinio. Tercer área, los marcos normativos del voto. En
este sentido se podría indagar acerca de cuáles han sido los instrumentos legales
creados para regular el debate electoral; sobre los procedimientos y debates en que
han sido elaborados tales instrumentos; acerca de los agentes y las instituciones
encargadas de la gestión electoral; y, en torno a las formas de corrupción del voto,
cómo son practicadas y concebidas por sus agentes y por los votantes. Y, cuarta área,
cómo se concibe el voto. En este terreno cabe el carácter del voto y su relación con el
ideal del individuo elector; los partidos políticos y su concepción del voto; quiénes
están autorizados a votar y cuáles son los criterios de la exclusión e inclusión; los
campos de la decisión electoral, o quiénes votan qué.
2.2. Los partidos políticos
Suele admitirse que en Colombia los partidos políticos son tan viejos como centrales
en su historia. A pesar de este reconocimiento, los partidos siguen siendo, incluso en
la actualidad, algo incómodo, algo que no se aviene con una potente ilusión de
armonía; conglomerados que son vistos simplemente como un factor de discordia.
Con frecuencia, por lo tanto, se ha pensado como fecunda una situación en la que los
partidos sean superados, esto es, una política sin partidos. Esta es una de las más
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notorias muestras de la dificultad —ciertamente no sólo colombiana— que ha tenido
el pluralismo para abrirse paso. Muchas de las críticas a los partidos no reparan casi
en que ellos tienen un rol insustituible: permitir la expresión de las divisiones
insuperables que son propias de la sociedad democrática, y servir de canal para la
conquista de derechos y libertades. Los partidos políticos no son simplemente
instrumentos de las élites para dominar: pueden eventualmente ser eso, pero también
son espacios para la renovación de las élites, para el ascenso social, para dar vida a la
democracia.
A despecho de sus recurrentes crisis, de sus dificultades para representar porciones
significativas de la población, los partidos han sido un actor central de la política
colombiana, que como tales deben ser estudiados. Pueden ser temas de investigación
sus dificultades para representar las distintas aspiraciones y las distintas maneras
como la sociedad se ha dividido, su lugar en las fracturas sociales y las guerras civiles.
Pueden ser estudiadas su composición social, sus anclajes o particularidades
regionales, sus doctrinas, sus dispositivos simbólicos, su estructuración. Pero habría
que estar atentos, porque los estudios de los partidos políticos no pueden reducirse a
sus aspectos doctrinarios, suponiendo que dichas organizaciones son ante todo “un
grupo ideológico”, pues así se dejan de lado elementos que tienen también una
influencia decisiva en la vida de un partido, como la estructura organizativa, que en
gran medida define la forma de ejercer el poder hacia el interior. A la estructura
organizativa y los elementos discursivos de un partido podríamos añadir su universo
simbólico: sus slogans, sus celebraciones, sus mártires, etc. La forma como esos
elementos discursivos son adoptados y difundidos ayuda a entender las relaciones
con los diversos grupos sociales, con los demás partidos y con el sistema político en su
conjunto, así como su eficacia para adelantar sus propios objetivos, su capacidad de
representación social.
También se pueden pensar en la perspectiva de las nuevas formas de la
representación en la sociedad post-‐industrial en la que se acentúa el contraste entre
las demandas y el tiempo lento de las instituciones, en que se ahonda la
responsabilidad personal de los políticos antes que la responsabilidad de los partidos.
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2.3. Violencia y democracia
La atroz e incesante violencia de las últimas décadas terminó imponiendo la
percepción de que la historia colombiana es legible ante todo como una sucesión de
crímenes, despojos y actos de agresión de la más variada especie. Daniel Pécaut
sugiere que esa abrumadora violencia devino un fenómeno inasible intelectualmente,
que justamente por ello dificulta la construcción de memoria y de vías para
superarla.12 Pero dado que esa inasibilidad no es intrínseca al fenómeno sino un rasgo
de la mirada que intenta aprehenderlo, se impone la necesidad de seguir indagando
acerca de la naturaleza, características e implicaciones de la violencia.
Uno de los campos abiertos al estudio es el de la violencia cuya generación aparece
ligada a actores que se reclaman portadores de un proyecto político, bien sean
partidos estructurados o grupos legales o ilegales de variable nivel de formalización.
Ese tipo de violencia cuenta con una dilatada historia cuyas primeras expresiones
aparecen con la Revolución Neogranadina de la década de 1810, puesto que es
durante este acontecimiento que emerge el régimen democrático y con él la política,
en el sentido de lucha por la representación del pueblo. Embebidos en una concepción
monista del mundo, los líderes revolucionarios no pudieron dejar de ver el pluralismo
como una anomalía que sería superada con la Revolución, cuya culminación
concibieron como la unificación del pueblo, liberado de sus enemigos internos y
externos. De ahí que durante este periodo asistamos no sólo a una enconada lucha de
facciones que se califican mutuamente de enemigas del orden y la libertad, sino
también a la consolidación de un repudio radical del “español”, término con el que
vino a ser cobijado todo aquel considerado enemigo del proyecto de separación
respecto a la antigua metrópoli e incluso de la república. Consecuencias de esa
concepción fueron no sólo las prolongadas disensiones entre provincias y ciudades
12 Daniel Pécaut hace una lúcida reflexión al respecto en “Memoria imposible, historia imposible, olvido imposible”, en Violencia y política en Colombia: elementos de una reflexión, Hombre Nuevo Editores / Universidad del Valle, Medellín, 2003, pp. 113-‐133. Ese carácter “innombrable” que ha adquirido la guerra lo subrayan Francisco Gutiérrez y Gonzalo Sánchez en la presentación de un libro que coordinan: Nuestra guerra sin nombre, IEPRI / Norma, Bogotá, 2006.
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sino también múltiples formas de represión contra los disidentes y contra aquellos
que simplemente habían nacido fuera de América.
Después de la Revolución, cuando los partidos políticos se organizaron formalmente, a
mediados del siglo XIX, la enemistad entre ellos fue construida en torno a dos ideales
específicos de república. Una comunidad política donde la libertad estuviera
enfrenada por la noción católica del bien era la meta de los conservadores, mientras
que los liberales profesaban un utopismo en el que la libertad no tendría otro límite
que la ley positiva. Concomitante a estas visiones antitéticas fueron las guerras civiles,
el acoso a la oposición, los fraudes electorales, las constituciones partidistas, etc.
La violencia política, por lo tanto, no puede ser pensada simplemente como la
respuesta a la marginación social o a la exclusión política: ella no nace de una división
social o política previa al choque armado, sino que tiende a crear divisiones sociales y
a establecer los límites partidistas. De ahí que la violencia política no pueda ser
desligada de la dificultad para comprender el pluralismo propio de la democracia
como un rasgo positivo. En Colombia, la renuencia a reconocer no sólo la legitimidad
sino la fecundidad de las opciones políticas distintas a la propia se prolongó en el
tiempo hasta la época actual. Pero no hay que perder de vista que esas dificultades
confrontadas por el pluralismo estuvieron presentes, en un momento determinado del
régimen democrático, incluso en países tenidos por paradigmáticos de él, como
Francia o Estados Unidos.13 Si allí tales reticencias fueron abandonadas en cierto
momento, por lo menos hasta el punto de no generar un grado importante de
violencia, surge entonces la pregunta acerca de cuáles son los factores que han
permitido que en Colombia la resistencia al pluralismo se haya prolongado y con ella
ciertas formas de violencia. Esta es sólo una de las muchas cuestiones que deben ser
investigadas en este campo.
13 Sobre las dificultades para que el pluralismo se asentara en Francia puede consultarse la obra de Pierre Rosanvallon, especialmente La démocratie inachevée. Histoire de la souveraineté du peuple en France, Gallimard, Paris, 2000. Sobre Estados Unidos puede verse Richard Hofstadter, La idea de un sistema de partidos. El origen de la oposición legítima en los Estados Unidos, 1780-‐1840, Guernika, México, 1987.
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2.4. La democracia en perspectiva teórica
La democracia puede ser estudiada desde una perspectiva institucional, racional y
normativa, como lo hace la ciencia política. También puede ser abordada, entre
muchas otras perspectivas, a partir de la filosofía política, desde donde se ha
producido una de las más fértiles renovaciones en el estudio de lo político. Así, Claude
Lefort piensa la democracia como una forma de instituir y representar las relaciones
entre los hombres, como un régimen donde el poder último es detentado por un
pueblo siempre en trance de ser construido y donde por lo tanto el poder, la ley y el
saber no pueden ser encarnados por nadie. Prosiguiendo la indagación de Alexis de
Tocqueville, Lefort subraya que la democracia instaura la igualdad como principio que
rige todas las relaciones sociales y que tiende a ordenar en ese sentido todas las
prácticas y las instituciones, abriendo el campo una búsqueda a la vez incesante y
perturbadora de la nivelación.14
La democracia puede ser estudiada desde muchos puntos de vista, como lo hemos
indicado ya. Lo verdaderamente importante es hacer algún tipo de aproximación
teórica a la democracia, de conocer con cierta precisión algunos conceptos y
problemas relativos a ella. Esto no sólo es fundamental en la medida que provee al
investigador con herramientas básicas para su trabajo sino también porque le permite
discernir ciertos presupuestos que han terminado por adherirse a la democracia y
cuyo carácter subyacente los hace más problemáticos. Efectivamente, en los países
latinoamericanos la democracia usualmente es abordada de una forma que denota un
déficit sustancial y una singularidad respecto a las experiencias consideradas como
paradigmáticas. El acentuado escepticismo que entraña esa perspectiva supone que la
democracia en esta región ha sido una copia defectuosa de ideas que por ser extrañas
a ella no pueden sino fracasar cuando se las intenta aplicar.
Un acercamiento menos provinciano a la democracia colombiana permitiría ver que
no se trata en absoluto de una democracia singular. Que sus especificidades no
impiden que se la pueda pensar en los mismos términos y con instrumentos
14 Claude Lefort, Ensayos sobre lo político, Universidad de Guadalajara, Guadalajara, 1991. Si se desea una visión más amplia de su obra, ver Claude Lefort, Le temps présent, Belin, París, 2007.
18
conceptuales similares a los utilizados para pensar las democracias “arquetípicas”.
Como la democracia francesa, que según lo ha mostrado el historiador Pierre
Rosanvallon, más que un modelo de una democracia realizada es el modelo de algunas
sinsalidas inherentes a la política moderna.15
3ª La nación en la historia colombiana 3.1. Nación y ciudadanía
La nación es un fenómeno de orden político que tiene algo de artificio y en tanto tal
debe ser recreada permanentemente (es “un plebiscito de todos los días”, escribió
Ernest Renan). Pero esa voluntad de ser nación requiere formas institucionales que le
den vida, y en este sentido implica diversas formas de constricción, de ahí que sea
inseparable del Estado, como potencia que preserva los vínculos y que organiza la
solidaridad. Y de ahí que resulten contradictorios los reclamos de quienes desean el
fortalecimiento de los vínculos intranacionales sin un poder que los desarrolle y los
haga visibles. La nación, como toda comunidad política, implica algún tipo de
discriminación, algún principio de exclusión, no forzosamente ilegítimo. Es al menos
unilateral, en consecuencia, impugnar la nación porque intente encuadrar las
particularidades, sin que se le reconozcan al mismo tiempo las posibilidades
emancipadoras que tiene la igualdad política implícita en ella. Pues la nación extrae su
legitimidad de la posibilidad que le abre a sus miembros de hacerse iguales en tanto
que ciudadanos, aunque esta vocación característica de la ciudadanía no sea de
aplicación evidente, dado que en el régimen democrático la política está amenazada
por una incertidumbre insuperable. La nación, pues, está atravesada por la
contradicción entre el universalismo de la ciudadanía que la funda y la necesidad de
que ella se afirme como singularidad ante las demás naciones; entre la libertad que
propone y la coerción necesaria para garantizar su propia existencia.16
15 Véase, Pierre Rosanvallon, La démocratie inachevée. Histoire de la souveraineté du peuple en France, Gallimard, París, 2000. 16 Se retoman aquí las ideas de Dominique Schnapper en La communauté des citoyens, Gallimard, París, 1994, espec. pp. 63, 78-‐82.
19
Nación y democracia moderna guardan, por lo demás, una estrecha relación, no sólo
en el sentido crucial de que los ciudadanos iguales pueden existir únicamente en un
régimen democrático, sino también en la medida que la segunda nació históricamente
en el marco de las naciones. Los dos términos fueron asociados a la reivindicación de
la independencia y la soberanía nacionales en numerosos países. De hecho, tras las
revoluciones angloamericana y francesa la nación vino a aparecer como el tipo de
organización política legítima y universal. En ese proceso tomaron parte decisiva los
intelectuales, y particularmente los historiadores, quienes en Europa formularon y
luego celebraron los valores que invocaron los nacionalistas en su movilización por
“reivindicar el reconocimiento de su etnia como nación”.17
En el caso colombiano, la Revolución Neogranadina abrió la posibilidad de que la
comunidad política en vía de construcción fuera la nación, pero no se trató de algo
inevitable puesto que otras figuras de comunidad política aparecieron ante los ojos de
los líderes revolucionarios como posibilidades incluso más legítimas. Este no era sino
uno de los grandes problemas que iría a planteársele a la construcción de la nación,
que desde su mismo origen se vio enfrentada a los reparos de quienes consideraban
que el pleno goce de la ciudadanía estaba amenazado por algún tipo de fuerza que
abusivamente se apropiaba de la voz de los ciudadanos. O bien a las críticas de
quienes veían difícil su materialización en un territorio tan amplio y diferenciado.
En cuanto al campo específico de la ciudadanía, su estudio en años recientes se ha
renovado enormemente en la América española, no sólo tomando nota de la rapidez
con que aquí emergió sino también dando cuenta de la riqueza de las formas de
participación política, que ya no se piensa reducida al voto y los partidos, sino que es
observada y estudiada en los clubes políticos, en las organizaciones gremiales y
religiosas, en la guerra, etc.18 En Colombia se han dado algunos pasos promisorios en
el estudio de la nación y la ciudadanía, pero este sigue siendo un campo en el que hay
17 Dominique Schnapper, La communauté des citoyens, ob. cit., espec. pp. 24, 35. 18 Dos libros emblemáticos de esa renovación son: Hilda Sábato, coord., Ciudadanía política y formación de las naciones: perspectivas históricas de América Latina, FCE / El Colegio de México / Fideicomiso Historia de las Américas, México, 1999; Antonio Annino y François-‐Xavier Guerra, coords., Inventando la nación: Iberoamérica siglo XIX, Fondo de Cultura Económica, México, 2003.
20
mucho trabajo por realizar. Como también en lo relativo a la manera de concebir la
igualdad y las formas que esta ha revestido, los obstáculos que se oponen a que esa
igualdad gane terreno, las instituciones creadas para enmarcar y forjar la ciudadanía,
etc.
3.2. Formas de la autoridad y la excepcionalidad política
La historia de América Latina usualmente es asociada —sin que parezca necesario
hacer mayores precisiones—, a un ejercicio de la autoridad en el que habrían
predominado formas antiliberales o anticonstitucionales, como el caudillismo y las
dictaduras, las cuales serían expresión del fracaso de las instituciones republicanas. Es
indudable la importancia que con variaciones nacionales significativas han tenido esas
prácticas en la historia de la región, pero en las últimas décadas ha surgido la
necesidad de comprender no sólo su verdadera extensión sino también su propia
naturaleza.
Masas rurales disponibles para la manipulación por parte del hacendado-‐político,
liderazgos asentados casi exclusivamente en las armas, relación clientelar que revela
la preponderancia del tradicionalismo de las sociedades latinoamericanas, todos ellos
son rasgos del vínculo político que han comenzado a ser vistos en la lógica de los
propios actores y de la propia época. Pensado con frecuencia a partir de los rasgos de
las dictaduras militares del siglo XX, el caudillismo del primer siglo de vida
republicana ha venido a ser reinterpretado no como un poder originado simplemente
en las armas y carente de cualquier legitimidad, sino como un tipo de autoridad que
procede muchas veces de transacciones y luchas con poderes locales, que revelan
dimensiones fundamentales del ordenamiento político y administrativo, y de la
cultura política de diversos grupos. Una mirada desprejuiciada ha mostrado en
muchas ocasiones que donde la historiografía había visto caudillos militares
ascendidos al poder sólo por las bayonetas, lo que había era líderes que lograban
21
movilizar importantes grupos de adherentes, y que además no despreciaban las vías
legales para ascender y mantenerse en el poder.19
El caudillismo está lejos de ser comprendido en toda su complejidad, al igual que las
distintas formas de dictadura que ha visto la región. Con frecuencia se han
extrapolado las dictaduras militares propias del siglo XX —sostenidas por ejércitos
profesionales y con vocación para anular la vida política—, a las magistraturas
temporales ajustadas a la ley, propias del periodo de las revoluciones
independentistas. Unas y otras están a la espera de investigaciones que saquen a la luz
las nociones filosóficas que las hacen posibles, los imaginarios que las sostienen o las
impugnan, los eventuales apoyos sociales que las hacen viables, las prácticas y los
discursos que despliegan.
La comprensión del tipo específico de autoridad política que se desarrolló en la
América española, y el fantasma de inestabilidad que la ha asediado, tiene ante sí
muchos campos y problemas. No menos relevante que el conocimiento de los
caudillos y las dictaduras resulta el estudio de las respuestas constitucionales y
legales a las situaciones extraordinarias de crisis, así como su eficacia para conjurar la
inestabilidad política o para acrecentarla.20 El estado de excepción es un tema que
debe ser investigado, como también las condiciones que posibilitan la emergencia de
soluciones extraconstitucionales a ciertos problemas considerados en un momento
determinado como vitales por una parte de la sociedad. Se pueden estudiar también
los proyectos monarquistas o imperiales.
Pero la historia latinoamericana no puede ser comprendida si se analizan
exclusivamente las formas de autoridad “anormales” o “extraordinarias”. Desde las
19 Algunos trabajos innovadores: Pilar González, Civilidad y política en los orígenes de la nación Argentina: las sociabilidades en Buenos Aires, 1829-‐1862, Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2008; Raúl Fradkin, La historia de una montonera. Bandolerismo y caudillismo en Buenos Aires, 1826, Siglo XXI Editores, Buenos Aires, 2006; y Ariel de la Fuente, Los hijos de Facundo. Caudillos y montoneras en la provincia de la Rioja durante el proceso de formación del Estado Nacional argentino (1853-‐1870), Prometeo Libros, Buenos Aires, 2007. Un aspecto importante de esta renovación es el cuestionamiento que se hace al esquema interpretativo de John Lynch. 20 En este terreno, un intento interesante aunque fallido es el de José Antonio Aguilar en En pos de la quimera. Reflexiones sobre el experimento constitucional atlántico, Fondo de Cultura Económica, México, 2000.
22
revoluciones de la década de 1810, los distintos conglomerados humanos se vieron
confrontados a la necesidad de instituir autoridades que dieran forma nueva al
vínculo social. Ese desafío de erigir autoridades obviamente estaba, y continúa
estando, lleno de interrogantes y vaivenes. Si hoy la figura del presidente de la
república aparece de manera casi obvia como el eje articulador de la autoridad en
estas democracias, eso no vino a suceder sino después de un largo decantamiento de
la separación de poderes. Los líderes de las revoluciones independentistas creían que
concentrar el poder en un ejecutivo unipersonal entrañaba grandes riesgos,
particularmente el de recaer en el despotismo, al cual habían terminado por asociar el
gobierno de la monarquía española. Desde entonces no ha cesado de discutirse acerca
de las atribuciones, la duración y los peligros de ese tipo de poder ejecutivo,
cuestiones sobre las cuales vale la pena interrogarse.21
Podemos interrogarnos igualmente acerca de la historia del poder legislativo, y
particularmente del congreso, cuyos orígenes son simultáneos a las revoluciones del
mundo hispánico. Entre las diversas perspectivas posibles para el estudio del
congreso, destacamos dos eventuales vertientes. En primer lugar, puede ser estudiado
como materialización de la representación en tanto que mandato de los electores, de
manera que aquí cabe el análisis de la forma como son elegidos sus miembros, las
demandas que tramita o descuida, la composición regional, partidista o socio-‐
profesional de las cámaras, etc. Pero el congreso también puede ser estudiado —en su
conjunto y a través de sus individuos— para conocer la manera como participa en la
institución de los vínculos sociales y en la construcción de una imagen de la nación,
qué tipo de ascendiente o de repulsa los vincula a los diversos grupos sociales, etc.
21 En América Latina ningún historiador se ha interesado en seguir las huellas de la división de poderes y el ejecutivo. Un aporte fundamental a este campo es el libro de Harvey Mansfield, jr., Taming the Prince. The Ambivalence of Modern Executive Power, Free Press, Nueva York, 1989.
23
IV. APUNTES METODOLÓGICOS
Desde la época de la Violencia y el Frente Nacional, la historiografía sobre el conjunto
colombiano dio un giro que tendió a cubrir toda su existencia con un velo de
pesimismo, fatalismo, imprimiéndole a todos los trabajos un sentimiento de fracaso
colectivo. Si se reconoce —y no es siempre el caso— que en Colombia la democracia
ha sido la forma de gobierno estructurante muy pocas veces interrumpida, es para
matizar inmediatamente su alcance con los adjetivos “limitada” , “tutelada”, “formal”,
“imperfecta”, etc. Se plantea, igualmente, que los referentes fundamentales del orden,
como la nación, el Estado, la ciudadanía, han sido otros tantos fracasos, si es que ha
habido algo de eso.
Estos enfoques, a menudo apoyados en consideraciones de corte estructuralista que
dispensan olímpicamente de cualquier observación empírica, parten del supuesto de
que en la historia colombiana ha existido una fuerza oscura y omnipotente que habría
obstaculizado todas las iniciativas medianamente progresistas, y habría mantenido
excluida a la gran mayoría de la población de las decisiones políticas. Que se la asocie
a la oligarquía, las élites, la corrupción, la cultura de la violencia, desde allí siempre se
nos alega que las formas políticas modernas en Colombia solo pueden ser una
caricatura o un espejismo. Se trata, empero, de una perspectiva que no solo es
infundada sino también profundamente destructiva, ya que alimenta el fatalismo,
cuando no el cinismo, y justifica una constante victimización que exonera de cualquier
responsabilidad pública.
En este proyecto de investigación pretendo asumir con cierta dosis de rigor
intelectual el tema de la democracia y la nación en la historia de Colombia. No se trata
de volver a las historias patrias y sus enfoques hagiográficos, ni de defender la idea de
que Colombia es y siempre ha sido una democracia perfecta, sino, simplemente, de
considerar que vale la pena buscar argumentos más allá de los juicios fáciles y sin
fundamentos al respecto. Para lograr este objetivo, considero que el análisis tiene que
ser:
24
Comprensivo. Esto significa que hay que tomar en serio los motivos que todos los
actores encuentran para sus acciones en las distintas épocas, la recepción de las
nociones articuladoras de la experiencia, la forma en que lo político se traduce en la
realidad social y la manera como los agrupamientos y tensiones sociales
retroalimentan lo político. Para alcanzar dichos objetivos es apenas obvio que no
podemos presuponer a priori que los actores de la escena pública están movidos
apenas por intenciones maquiavélicas y que actúan por puro interés, o que sus
discursos son simples justificaciones sin importancia cuando no escuetas mentiras. Se
trata, por el contrario, de hacer un esfuerzo de objetividad, es decir, no proyectar de
antemano nuestra propia concepción de una democracia o una nación idealizadas
para señalar con desdén qué tan lejos está la realidad de ellas.
Comparativo. Esto no significa descartar la democracia y la nación empíricamente
observables en Colombia en la perspectiva de la democracia y la nación tal como se
pretende teóricamente en Estados Unidos o en Francia, sino al contrario, de contrastar
las respuestas que se aportan a unos problemas precisos, que son muy a menudo
similares, observando así las variadas trayectorias de los conceptos claves de lo
político.
Multidisciplinario. Considero que para ser eficaz, tal estudio histórico tiene que
entablar un dialogo con todas las ciencias sociales. A la inversa, esto podrá
proporcionar a estas últimas la profundidad temporal que a menudo les hace falta.
V. PRODUCCION ACADEMICA DEL INVESTIGADOR Libros La Revolución Neogranadina, Ediciones Plural, Bogotá, 2013. El constitucionalismo fundacional, Ediciones Plural, Bogotá, 2012. El constitucionalismo revolucionario, compilador, 2 volúmenes, Universidad Industrial
de Santander, Bucaramanga, 2012.
25
Todas son iguales. Estudios sobre la democracia en Colombia, Universidad Externado, Bogotá, 2011.
Dos vidas, una revolución. Epistolario de José Gregorio y Agustín Gutiérrez Moreno
(1808-‐1816), compilador, Universidad del Rosario, Bogotá, 2011. Joaquín Camacho: De lector ilustrado a publicista republicano (1807-‐1815), compilador
(junto a Daniel Gutiérrez y Armando Martínez), Universidad Externado, Bogotá, 2011.
Plenitud y disolución del poder monárquico en la Nueva Granada. Documentos 1807-‐
1819, compilador, 2 volúmenes, Universidad Industrial de Santander, Bucaramanga, 2010.
La sociedad monárquica en la América hispánica, editor (junto a Magali Carrillo),
Ediciones Plural, Bogotá, 2009. Capítulos de libro “La idea de justicia en la sociedad monárquica neogranadina”, en Evolución histórica
de los conceptos Estado, justicia, economía y globalización, Procuraduría General de la Nación, Bogotá, 2016, pp. 65-‐86.
“Vínculo, social, poder y revolución. Nueva Granada de la monarquía a la república,
1780-‐1816”, en Palabras que atan. Metáforas y conceptos del vínculo social en la historia moderna y contemporánea, François Godicheau y Pablo Sánchez, eds., Fondo de Cultura Económica, Madrid, 2015, pp. 181-‐209.
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“Democracia – Colombia / Nueva Granada”, en Diccionario político y social del mundo
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26
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l’Institut Français d’Etudes Andines (IFEA), t. 39, nº 1, 2010, Lima, pp. 85-‐104. “La revolución de la Nueva Granada: su historia y su actualidad”, Almanack Braziliense
(revista electrónica), n° 11, mayo de 2010, São Paulo, pp. 72-‐87.
28
“International Links to Early Socialism in Colombia”, Latin American Perspectives (University of California, Riverside), vol. 35, nº 2, marzo de 2008, pp. 25-‐38.
Traducciones Pierre Rosanvallon, “La historia de la palabra ‘democracia’ en la época moderna”, en
Estudios Políticos, n° 28, enero-‐junio 2006, Medellín, pp. 9-‐22. Referencia original: “L’histoire du mot démocratie à l’époque moderne”, en La Pensée Politique, nº 1, Gallimard / Le Seuil, París, abril de 1993, pp. 11-‐29.
David Sowell, Artesanos y política en Bogotá, 1832-‐1919, Ediciones Pensamiento
Crítico / CLA, Bogotá, 2006, 295 págs. Título original: The Early Colombian Labor Movement. Artisans and Politics in Bogota, 1832-‐1919, Temple University Press, Filadelfia, 1992.