((DL)Villanos)[Niles, Douglas] - Emperador de Ansalon

download ((DL)Villanos)[Niles, Douglas] - Emperador de Ansalon

If you can't read please download the document

Transcript of ((DL)Villanos)[Niles, Douglas] - Emperador de Ansalon

DragonLance

EMPERADOR DE ANSALON(Serie: "Villanos", vol. s/n) Douglas Niles2000, Emperor of Ansalon Traduccin: Gemma Gallart Para Christine, siempre.

PRLOGOEl gran bazar de Khuri-khan segua estando tal como Ariakas lo recordaba: una compacta multitud de humanos y kenders se mezclaba con algn que otro elfo, con los poco corrientes minotauros e incluso con ogros domesticados. Un torbellino de ruido lo envolvi: la persuasiva cantinela de los comerciantes; los sonoros gritos de los clientes ofendidos a los que se cobraba ms de lo debido; el teln de fondo formado por los estridentes cnticos de juglares y flautistas; e, incluso, el espordico entrechocar de las dagas contra escudos o guanteletes. Cada sonido contribua al carcter nico y enrgico de la enorme plaza del mercado. El guerrero avanz a grandes zancadas por entre las hormigueantes multitudes, y aquellos que se cruzaban en su camino se hacan a un lado instintivamente para dejarle paso. Tal vez era su estatura la que inspiraba temor pues era un palmo ms alto que la mayora de hombres, o su porte, que era erguido y en apariencia imperturbable. Unos amplios hombros sostenan un recio cuello, la cabeza se alzaba orgullosa como la de un len, y los oscuros ojos estudiaban a la multitud por debajo de una melena de largos y negros cabellos revueltos por el viento. Ariakas se detuvo un instante ante la fuente central donde el agua describa un arco hacia el cielo y luego descenda con un chapoteo sobre la taza de mosaico baada por el sol. Haca muchos

aos que no visitaba la tienda de Habbar-Akuk, pero estaba seguro de que an sabra encontrar el lugar. All, a la izquierda del surtidor, reconoci el estrecho callejn. Un puesto multicolor, adornado con telas de alegres colores tradas de todo Ansalon, indicaba la entrada de la callejuela. Innumerables variedades de incienso impregnaban el aire alrededor del dosel, despertando una memoria olfativa que no poda equivocarse. Ms all del mercader de perfumes, distingui un corral donde se compraban y vendan unos ponies monteses de patas cortas, y supo con seguridad que se encontraba en el lugar correcto. Encontr la modesta fachada de la tienda de Habbar-Akuk cerca de la pared del fondo de la calleja. Resultaba difcil de imaginar, a juzgar por las desgastadas tablas de madera y la ajada cortina de cuentas que colgaba ante la entrada, que se era el establecimiento del ms rico prestamista de todo Khur. Puede -pens Ariakas con una tirante sonrisa- que sea se el motivo por el que Habbar ha permanecido en el negocio tanto tiempo. Apartando las cuentas multicolores, el guerrero inclin la cabeza para pasar a travs del bajo dintel y record que, en el pasado, siempre haba sentido claustrofobia en estos aposentos; aunque tal vez eso tambin formaba parte del xito del prestamista. En cualquier caso, saba que esta visita no le ocupara demasiado tiempo. --Gran capitn Ariakas! Esto es realmente un placer! -HabbarAkuk en persona, efectuando una enorme reverencia, surgi de detrs de su pequeo escritorio para estrechar la mano del visitante. --Ah, viejo granuja! -respondi ste con afecto-. Todo lo que ves es mi dinero entrando por la puerta! --Mi seor, eso es una injusticia! -protest el regordete cambista, y su barba puntiaguda se estremeci indignada-. Te doy la bienvenida, una bienvenida muy calurosa... y t me hieres con tu lengua afilada! --No tan gravemente como her a los bandidos que importunaban las carretas que enviabas al sur -observ el otro, divertido ante las protestas del comerciante. --Ya lo creo que lo hiciste. Jams tuve un capitn de la guardia ms capaz, ms diligente en sus deberes! Jams deb permitir que los seores de la guerra te contrataran. --No malgastes tu tiempo lamentando lo que pudo ser y no fue -replic Ariakas-. Haba mucho dinero que ganar en las campaas

contra los ogros, incluso aunque estuvieran condenadas al fracaso desde el principio. --Ah, los ogros! -El comerciante hizo un gran alarde de escupir a un rincn de su despacho (una esquina que haba visto gran cantidad de expectoraciones en el pasado)-. Incluso aunque Bloten todava resista, tus hombres dieron a esas bestias una leccin que tardarn en olvidar! Lo cierto -continu, entrecerrando los ojos- es que he odo que los seores de la guerra piensan organizar otra expedicin. En mi opinin, t seras el primero en quien pensaran para capitanearla. -Sus ojos hicieron la pregunta que su discrecin le impeda insinuar con palabras. --Claro que me quieren; no son idiotas -manifest Ariakas sin jactancia-. Soy el nico motivo de que unos pocos, al menos, regresramos de la ltima invasin. Habbar-Akuk permaneci en silencio, pues saba que iba a recibir ms informacin. Su instinto result certero. --Se me prometi el mando total de la invasin. Me recordaron que fueron los ogros quienes mataron a mi padre, como si yo pudiera olvidarlo! Pero ese motivo slo funcion mientras Colmillo Rojo estuvo vivo, naturalmente, sa era una cuenta que no poda quedar sin saldar. Ahora esa muerte ha sido vengada: el asesino de mi padre fue eliminado por mi propia mano. --Bien dicho -murmur el cambista-. El hombre que no persigue la venganza no es un autntico hombre. --Aun as, los seores de la guerra intentaron despertar la vieja ansia de matar, convencidos de que aceptara presuroso la oportunidad de proseguir estas campaas. Y en el pasado, desde luego, as lo habra hecho. Pero debes saber, buen Habbar que no siento el menor deseo de combatir slo por el placer de la lucha. Lo he hecho demasiadas veces, y adonde me ha llevado? Tengo suerte de seguir vivo, dira yo. Y eso es lo que he dicho a los que me queran contratar. El cambista asinti con aire avisado, entrecerrando los ojos. --Entonces me ofrecieron ms dinero -continu Ariakas-. Suficiente para convertirme en un ser ms rico de lo que jams haya soado; pero yo me pregunt: de qu le sirve el dinero a un hombre que yace en el polvo, con el crneo aplastado por el garrote de un ogro? --No digas eso... Sin duda tal destino no sera el del gran Duulket Ariakas!

--sa es la suerte que, ms tarde o ms temprano, aguarda a todo hombre que invada Bloten -repuso el capitn mercenario-. Estas incesantes campaas son una locura! Hara falta, como mnimo, todo un ejrcito para doblegar a esa raza ogra, y los seores de la guerra no tienen ningn deseo de gastar todo ese dinero; ni siquiera aunque se pudiera levantar tal ejrcito. De modo que decid apartarme de semejante riesgo. --Y yo puedo ayudar de algn modo? -Habbar-Akuk permiti que sus ojos se desviaran hacia las alforjas, evidentemente pesadas, que el guerrero llevaba echadas al hombro. --He decidido probar fortuna al otro lado de las montaas, en Sanction -explic Ariakas. El prestamista asinti, pensativo, como si la ardua travesa de las montaas fuera algo que se intentase cada da. --Las Khalkist son muy peligrosas, vayas por donde vayas. Los salvajes de Zhakar cierran el paso por el este, en tanto que la fortaleza del seor de bandidos, Oberon, se encuentra al norte de Bloten. Por qu a Sanction? --Me han dicho que, all, alguien con dinero puede vivir muy cmodamente. Que una moneda de oro de Khur puede comprar su equivalente en acero a los mercaderes de esa ciudad. --Desde luego... y, adems, t debes de ser una persona adinerada no? -inquin Habbar-Akuk con una franca mirada de curiosidad. Con una tensa sonrisa, Ariakas levant los dos morrales para depositarlos sobre el pesado mostrador, y, no obstante su recia construccin, la plataforma tembl bajo el peso del tintineante metal, provocando que los ojos del comerciante se encendieran con avariciosa apreciacin. --Da la impresin de que los seores de la guerra te han pagado muy bien por tus servicios -concedi el mercader con un satisfecho cabeceo. --Cinco aos de mi vida bien lo valen -le espet el otro-. Ahora, lo que quiero es esto: convertir estas monedas en objetos de valor que pueda transportar cmodamente en la mochila, algo que pueda llevar en un largo viaje. --Desde luego -murmur Habbar; su mano se pos en las bolsas-. Piezas de acero, claro est. --En su mayora, aunque tambin hay oro y platino. Dime, tienes algo apropiado?

--Estos asuntos no pueden llevarse a cabo con precipitacin -explic el cambista, abriendo cada alforja y permitiendo que sus dedos gordezuelos acariciaran las monedas de metal-. No obstante, creo que podr complacerte. --Ya lo imaginaba. Un diamante grueso, tal vez... o una sarta de perlas? Habbar-Akuk alz las manos en fingido horror. --Por favor, mi seor. Nada tan vulgar para alguien como t! Una ocasin como sta requiere un tesoro nico, algo apropiado slo para ti! --Qu tienen de malo las piedras preciosas? -inquiri Ariakas-. No quiero que me cargues con una estatua, o un espejo supuestamente mgico que se rompa en cuanto me d de bruces contra el suelo! --No, no, nada de eso -argument el mercader-. Pero es cierto, tengo justo lo que necesitas. El gordinfln prestamista desapareci en su diminuta trastienda y permaneci en el interior durante varios minutos. Ariakas sospechaba que Habbar posea una trampilla oculta que conduca a un lugar subterrneo donde ocultaba sus riquezas, pero jams haba intentado averiguarlo. El hombre haba sido un jefe agradecido con el guerrero que haba conseguido llevar sin problemas sus carretas de mercancas hasta Flotsam, y se haba ocupado de que ste se beneficiara de entusiastas recomendaciones hechas a algunos de los seores de la guerra ms influyentes de Khur. Ariakas, por su parte, haba convertido tales recomendaciones en varias campaas afortunadas y en esta pequea fortuna. As pues, ambos hombres tenan una relacin de mutuo respeto, aunque slo fuera en el terreno de los negocios. Habbar-Akuk regres por fin, y contempl a su visitante valorativamente, como decidiendo si el guerrero era digno o no del esplndido trato que le iba a ofrecer. --Bueno, qu sucede? Tienes algo? --Tengo ms que algo -replic el cambista-. Tengo el objeto perfecto. Alarg a Ariakas un pequeo guardapelo. La diminuta caja, unida a una cadena de platino, estaba adornada con relucientes joyas: rubes, diamantes y esmeraldas. Incluso una ojeada superficial indic a Ariakas que vala mucho ms que el dinero que l ofreca a cambio.

Dndole vueltas en las manos, el mercenario oprimi un botn y el relicario se abri de golpe. El guerrero contuvo la respiracin al contemplar la imagen perfectamente reproducida, del rostro y los hombros de una mujer, y, no obstante las reducidas dimensiones del dibujo, se dio cuenta de inmediato de que se trataba de una persona de excepcional -asombrosa incluso- belleza. Lo saba, este guardapelo le proporcionara dinero suficiente para comprar un pequeo palacio, una gran mansin, un prado lleno de caballos... o lo que quisiera. Mientras sostena el objeto observ la suave curvatura del marco, que se estrechaba en el centro como la cintura de un voluptuoso cuerpo femenino. La imagen le resultaba seductora y, a medida que transcurran los segundos, una imagen ms vivida de la dama empez a materializarse en su mente. Sin duda sera alta; eso al menos le pareca por la figura. Se dijo -estaba seguro de ello- que tendra unos resplandecientes ojos negros capaces de mantener hechizado a un hombre con su fro examen; la cintura sera diminuta, el cuerpo de una hermosura sin par, ms all de todo lo imaginable. El corazn le lati con fuerza en el pecho al evocar mentalmente la imagen de aquella perfeccin. --Quin... quin es? -consigui preguntar por fin. --Una dama de Sanction, en realidad -respondi Habbar-Akuk, encogindose de hombros-. Rica como una reina, segn me dijeron. Su amado hizo forjar este relicario antes de morir. Curiosamente, la idea de que la mujer all representada tuviera un amante provoc una oleada de celos en Ariakas, y fue con no poca satisfaccin que asimil la noticia del fallecimiento de ste. --Sanction, dices? -La informacin no le resultaba nada desagradable-. Deseas contar el dinero? -Seal las alforjas, conteniendo el aliento, pues sin duda Habbar-Akuk querra ms por tan raro tesoro. --Es lo justo y correcto, lo s -fue todo lo que respondi el mercader con gesto displicente, para gran sorpresa del mercenario. Ariakas contempl con fijeza la imagen del relicario. Aquel largo cuello atraa a sus ojos con un poder hipntico, y la perfecta curva de los hombros llenaba su imaginacin de atractivas imgenes del cuerpo sobre el que se alzaban. --Es lo justo -repiti Habbar-Akuk, y arrastr las alforjas hasta arrojarlas al suelo de la tienda. Ariakas asinti, distante, volvindose en direccin a la puerta y su cortina de cuentas. Sostena an el guardapelo y contemplaba el

retrato con fijeza, el enjoyado tesoro bien sujeto en la mano. --Adis, lord Ariakas -murmur el prestamista, aadiendo una vez ms-: Es tal como debe ser. El guerrero cruz el umbral para salir a la plaza del mercado iluminada por los juegos de luces y sombras que proyectaban los rayos del sol. Sin que supiera cmo, la frentica algaraba de la muchedumbre pareca haber perdido gran parte de su intensidad. Las palabras del mercader resonaron en su memoria, y sinti sin el menor asomo de duda que Habbar-Akuk haba estado en lo cierto. Era justo que Ariakas poseyera este relicario, y correcto que partiera con l en direccin a Sanction.

PRIMERA PARTE SEDUCCIN

_____ 1 _____ Un ladrn en las Khalkist Ariakas despert en plena noche, alertado por una perturbacin desconocida, una sutil alteracin en la cadencia de la oscuridad. Pelados riscos se elevaban hacia el cielo a su alrededor, perfilados tan slo por la luz de las estrellas, y el silencio le permita escuchar el lejano retumbo de las olas al romper en la playa. A su lado, unas cenizas grisceas ocultaban los agonizantes rescoldos de su fogata, un pequeo montn de ascuas que relucan en rojo contraste con la oscura noche. Sentndose, se desprendi de su petate. La certeza cristaliz:

algo o alguien haba cruzado su campamento, y se sinti igualmente seguro de que el invasor se haba ido. El guerrero interpret su propio despertar sin incidentes como seal de que el intruso no haba querido hacerle ningn mal. De todos modos, persista una sensacin de transgresin, que se fue transformando en un fro agravio mientras acercaba la mano a la empuadura de la espada, para asegurarse de que estaba a su alcance. El arma era vieja, pero robusta y afilada; sinti un gran alivio al percibir la cazoleta y el mango desgastados. En silencio, se coloc en posicin acuclillada, permitiendo que la manta de pieles cayera al suelo. El aire helado le provoc un escalofro en la desnuda espalda mientras se aproximaba a su alforja. Una rpida comprobacin mostr que las raciones de carne seca y galleta seguan intactas, y, en cierto modo, el descubrimiento le caus una decepcin, pues indicaba que su visitante no haba sido simplemente un animal hambriento. A continuacin rebusc en el interior de la bolsa en busca de su botella de ron de fuego, que encontr al instante. Apart el frasco mientras prosegua su bsqueda con una sola mano y, al momento, se detuvo en seco. Con sumo cuidado alz el recipiente, sopesndolo con suavidad para calcular su peso, y sus labios se fruncieron en una mueca involuntaria: casi un tercio del precioso lquido haba desaparecido! Depositando el recipiente de plata a un lado, hundi la mano en las profundidades de la mochila. Palp su daga larga, bien guardada en su funda de ante, la apart e introdujo ms la mano; una nauseabunda sensacin de inquietud se fue adueando de l. Hurgando por todas partes con desesperacin, no encontr otra cosa que el duro suelo a travs del fondo de cuero. El relicario! Haba desaparecido..., robado de su mochila mientras dorma! Su ansiedad y su rabia se encendieron de repente bajo la forma de firme determinacin, como un fuego aletargado que da la bienvenida al primer soplido del fuelle. No obstante, se oblig a permanecer calmado mientras contemplaba las estrellas; faltaba todava una hora para el amanecer, y saba que no habra modo de encontrar el rastro del ladrn sin luz. Al mismo tiempo, cuando iniciara la persecucin deseaba disponer de toda su energa, toda su velocidad y agilidad para la caza. Una cuestin resultaba de mucha mayor trascendencia que el valor de un pequeo, si bien que precioso, objeto; mucho ms

importante era el hecho de que ese ladrn hubiera penetrado en el campamento en plena noche, se hubiera detenido ante su figura dormida! y, a continuacin, hubiera procedido a robarle y desaparecer. Para Ariakas, el insulto resultaba tan terrible como la prdida de sus bienes. Recuperara el guardapelo, y al mismo tiempo se ocupara de dar al intruso justo lo que se mereca. Con este propsito, se ech la manta sobre el cuerpo aterido de fro y volvi a apoyar la cabeza en la almohada que le proporcionaban las botas envueltas en la capa. Se durmi en menos tiempo del que necesit la primera estrella en desaparecer tras la borrosa cresta de la montaa.

En un lado del campamento, las montaas Khalkist se hundan, en direccin a la costa, en el encrespado oleaje del Nuevo Mar. Una serie de repisas de granito, que asemejaban escalones, ascendan alejndose de la furiosa resaca, con cada montaoso rellano cubierto con una capa hecha de retazos de crecidos pastos, roca cincelada y sueltos guijarros de cantos afilados. Ariakas despert bajo la plida luz azulada, que se filtraba por entre un manto de nubes, con un claro objetivo. El fragor de la marea era un adusto acompaante para su soledad, y atravesaba las brumas costeras incluso a pesar de que el Nuevo Mar mismo quedaba oculto en parte tras la neblina que se disipaba poco a poco. Jirones de esa misma niebla envolvan las escarpadas cumbres, amortajando las cimas al tiempo que se deslizaban, furtivos, por valles y caadas como el ladrn por su campamento. Dej la fogata como estaba, y eligi un trozo de galleta seca como desayuno, impelido a apresurarse por una sensacin de urgencia. Lo cierto era que su rabia se haba transformado en terrible resolucin, y la venganza era una determinacin que exiga una accin inmediata y contundente. Tal y como Habbar-Akuk haba manifestado, un hombre que no persigue la venganza no es un hombre en absoluto. Al echarse el morral al hombro, pens en el guardapelo, en el retrato de la mujer, y fue consciente de una aguda sensacin de prdida: se sinti asombrado al darse cuenta de que echaba en falta a la dama! Durante las semanas transcurridas desde que abandon Khuri-khan, haba atravesado los territorios ms accidentados e

inhspitos de Krynn, y ella haba sido siempre su compaera. La mujer del retrato lo haba ayudado a superar su acusado vrtigo cuando franqueaba desfiladeros situados entre montaas, o empinados y traicioneros glaciares; ella haba compartido su helado campamento en rocosos bajos, donde la lea ms prxima se encontraba a trescientos metros de distancia, en pronunciada pendiente. La dama lo haba ayudado siempre a vadear ros y a evitar aludes. Ariakas se preguntaba incluso si no habra sido la mujer quien le haba advertido sobre la patrulla de ogros, haca dos das. En el pasado, l siempre haba dado por sentada su habilidad innata para percibir el peligro, que haba sido vital para tener suerte en sus campaas y haba permitido que tanto l como sus hombres escaparan a emboscadas letales. Sin embargo, cuando top con los ogros, la presencia de la dama activ la alarma con peculiar apremio, tino... y solicitud. Eso haba sucedido haca dos das. Una persistente llovizna oscureca la visin, y el guerrero se senta helado e incmodo mientras avanzaba penosamente por terreno bajo. Una fuerte premonicin, que le pareci como si fuera la voz de la dama, le advirti del peligro, as que, refugindose en un bosquecillo de sauces situado junto al sendero, observ en silencio cmo media docena de ogros apareca ante sus ojos y pasaba a poca distancia de l. Todas las bestias eran bashers, vestidos con el tosco taparrabos de los centinelas de Bloten; y los bashers odiaban ardientemente a humanos, enanos y elfos. De dos metros diez de altura y con un peso que era casi el doble del de Ariakas, cada uno de los monstruos de largos brazos empuaba todo un surtido de garrotes, hachas y espadas. Uno solo era una amenaza para el guerrero ms capaz, por lo que una banda como sa, si descubra su presencia, lo perseguira inevitablemente hasta alcanzarlo y acabar con l. Mientras contemplaba cmo las criaturas desaparecan de su vista, al guerrero le cost reprimir sus ansias de atacar, pues al recordar sus aos de campaas, a los amigos muertos y los poblados saqueados, todos sus viejos odios amenazaron con retornar a la vida. Pero entonces, y con gran sorpresa por su parte, encontr un fro consuelo en el hecho de que ahora ya no tuviera tales obligaciones, ni ms responsabilidades que consigo mismo. Los ogros desaparecieron bajo la lluvia y, sin ms interrupciones e

inquietudes, Ariakas haba reanudado su viaje hacia Sanction. Su atencin regres a la cuestin actual, y sus ojos escudriaron la seca y quebradiza hierba que rodeaba su campamento, en tanto meditaba sobre la evidencia de que el ladrn era alguien muy hbil. Una primera ojeada no le descubri ninguna seal del intruso. Sus propias pisadas, hechas el da anterior, se destacaban con nitidez, mostrando su ruta a travs del estrecho valle situado ms abajo, describiendo una senda en zigzag hasta llegar a este elevado saliente. Tal vez sea as como me sigui, se dijo. La senda era poco transitada, y la lluvia de la semana anterior haba asegurado que sus huellas fueran las nicas visibles en el barro. Pero por qu se haba molestado el ladrn en trepar hasta tales alturas para luego robar tan slo el guardapelo? Sin duda era el objeto de ms valor que posea; pero su bolsa de monedas contena varias valiosas piezas de acero, y ningn ratero que se respetara a s mismo las habra dejado atrs; aunque era posible que el tipo fuera muy astuto y slo quisiera cosas de gran valor y fcil transporte. Adems, el intruso deba de ser una persona dotada de un sigilo extraordinario, pues haba pasado a pocos centmetros del guerrero, y el capitn mercenario tena el sueo muy, pero que muy ligero. El ladrn haba abierto la bolsa, echado un trago del frasco de ron de fuego, y sacado el guardapelo; todo ello sin atraer la atencin del durmiente. Luego estaba un ltimo interrogante: por qu el ladronzuelo lo haba dejado con vida y armado? Por encima de todo, Ariakas era una persona prctica. Despreciaba el robo, pues crea firmemente que era la accin desesperada de una criatura dbil, aparte de resultar muy poco prctico. Un ladrn no poda evitar crearse enemigos y, sin duda alguna, ms tarde o ms temprano uno de aquellos enemigos lo atrapara y se vengara. As pues, durante toda su vida, Ariakas slo haba cogido aquellas cosas que se haba ganado, o cuyos propietarios no tenan la menor posibilidad de tenderle una emboscada en el futuro. No obstante, al robar el relicario y dejar al guerrero con vida, ese bandido pareca estar buscando problemas! Puede que el malhechor hubiera pensado que el hurto no se descubrira hasta al cabo de uno o dos das, pero aquello pareca una explicacin muy rebuscada, y, desde luego, Ariakas jams habra corrido tal riesgo. Mientras prosegua su bsqueda de un rastro, empez a

cuestionarse muy seriamente sus posibilidades de xito. Durante interminables minutos escudri el suelo, dando vueltas alrededor de su campamento en una espiral cada vez ms amplia, sin obtener nada. Sin duda el culpable no habra huido volando de la escena del crimen! De nuevo, una mueca de furia crisp sus labios, sin que el guerrero se diera cuenta mientras rezongaba y farfullaba su frustracin. l no era ningn leador, pero tampoco un novato en lo referente a los territorios salvajes, y desde luego, el suelo hmedo acabara por revelarle alguna pista sobre el camino que haba tomado el ladrn! Consider la posibilidad de una persecucin a ciegas: limitarse a elegir una probable ruta por la que hubiera huido el intruso. Las posibilidades de acertar eran muy remotas, pero sin un rastro pareca la mejor alternativa. Una pequea piedra, vuelta de modo que el lado embarrado quedaba de cara al cielo, capt su atencin. Detenindose en seco, Ariakas estudi la ladera que se elevaba alejndose del guijarro, y la mueca de disgusto le desapareci de la boca, reemplazada por una fina y tirante sonrisa. La pisada era tan dbil que casi resultaba invisible; apenas una marca donde los dedos haban presionado la montaa en un esfuerzo por encontrar un buen punto de apoyo. nicamente la piedra, desplazada, manchada de barro cuando todas las otras relucan limpias por la constante llovizna, le indicaba que ste era el lugar. Mir hacia lo alto, entrecerrando los ojos, y descubri otra oscura huella, una docena de pasos ms arriba. La pista! Sin una vacilacin, afianz el morral en sus hombros y se asegur de que la espada descansaba en la funda. Sus botas abrieron profundas y fangosas heridas en la tierra al ir en pos del tenue rastro, ascendiendo, veloz, por la ladera merced a sus largas zancadas. Durante todo el da sigui el rastro por el accidentado paisaje de las Khalkist. El pedregoso suelo le facilit pocas seales de valor; pero cada vez que la pista amenazaba con desaparecer, surga otra sutil indicacin. Poco a poco se dio cuenta de que su presa no pona empeo alguno en disimular su ruta. Ariakas sigui una sinuosa serie de valles que lo alejaban de la costa, pero en ninguna ocasin intent el ladrn volver sobre sus pasos o escoger un giro imprevisto en su camino; muy al contrario, sigui el curso de los valles, tomando un

rumbo que lo conduca a un paso elevado que el guerrero poda distinguir en lo alto y frente a l. Entrada la tarde, el mercenario se encontraba ya en el valle llano que se extenda ante aquel desfiladero, sintindose cada vez ms seguro de que esa abertura en las montaas deba de ser el punto de destino de su presa. En primer lugar, la hondonada que ahora cruzaba era una garganta de laderas empinadas, con paredes casi verticales que se alzaban a derecha e izquierda, cuyos nicos puntos de acceso parecan ser la ladera que acababa de escalar, que conduca desde la costa del Nuevo Mar hasta la estrecha hendidura en la abrupta cordillera que tena delante. All, en ese valle angosto, Ariakas encontr la confirmacin de que segua el rastro correcto, y de que el ratero no tomaba la menor precaucin para evitar que lo siguieran. La pared izquierda de la garganta, que la senda haba seguido por abajo, torci de improviso hacia dentro, para proyectarse en la orilla misma del estrecho arroyo que discurra por el suelo del valle. Unas riberas hundidas y fangosas retenan el exiguo caudal, y el muro rocoso que tena delante oblig a Ariakas a cruzar. All, en el barro, encontr su prueba: un par de huellas de pies, donde el ladrn haba andado de puntillas por el lodo y, luego, o bien vadeado el arroyo o saltado sobre la resbaladiza superficie de varias piedras que sobresalan de las plcidas aguas. El guerrero vade la corriente con rapidez -el agua ni siquiera alcanz la parte superior de sus botas- y, una vez en el otro lado, mientras buscaba de nuevo una pista, recibi una sorpresa: dos pares de huellas se alejaban del riachuelo, encaminndose, como ya haba imaginado, hacia el elevado paso de la alta cordillera. El descubrimiento lo dej momentneamente perplejo, al poner en duda toda una serie de suposiciones. Sera posible que hubieran sido un par de intrusos los que se haban introducido en su campamento sin despertarlo? Lo improbable de tal idea llevaba su credulidad a lmites insostenibles. Y, adems, por qu lo haban dejado con vida, sin siquiera intentar llevarse su espada? Las marcas del lodo eran pequeas y poco claras, ya que el blando suelo haba vuelto a su posicin anterior y borrado gran parte de los detalles. En cualquier caso, Ariakas prest menos atencin al tamao de las pisadas que a la cantidad; de modo que se apart del arroyo vigilando con mayor atencin, para desviarse hacia lo alto de una extensa ladera cubierta de hierba en direccin al estrecho

desfiladero situado sobre su cabeza. Mientras trepaba, tuvo otra idea. Llevaba todo el da sospechando que segua a un ladrn poseedor de un extraordinario e innato sentido del sigilo; y, a juzgar por la falta de seales en el suelo, aquel personaje se mova con una habilidad casi misteriosa que consegua dejar el terreno intacto. Al saber que el escaso rastro lo haban dejado dos ladrones, Ariakas reconsider su opinin sobre la cautela que mostraba su presa. Sin embargo, los dos ladrones haban pasado por el barro de la orilla del arroyo y dejado un rastro claro, cuando un corto trayecto por el agua, riachuelo arriba, les habra permitido salir sobre un montn de rocas, sin dejar una sola seal! Estaba claro que no les importaba si los seguan o no. Esta ltima sospecha acrecent la sensacin del guerrero de que deba mantenerse alerta. Se estaba metiendo en una emboscada? Pareca algo ms que una vaga posibilidad. Todas estas preocupaciones se agolparon en su cerebro cuando se aproxim a la estrecha abertura. Un exiguo sendero recorra de un extremo a otro la empinada ladera y, de vez en cuando, descubra reveladoras huellas de pisadas en la tierra suelta. Como careca de la habilidad rastreadora necesaria para adivinar cunto tiempo haca que sus presas haban pasado por all, decidi apostar sobre seguro y suponer que se encontraban a poca distancia por delante de l. Era posible incluso que hubieran observado su larga travesa por la desnuda ladera. Por fin el camino fue a dar en el desfiladero, y una rpida ojeada al acceso mostr a Ariakas que no haba ningn lugar en el que cobijarse, en tanto que se abran innumerables hendiduras en el desfiladero que ofrecan escondites ms que suficientes para cualquiera que aguardase su llegada. En vista de todo eso, desenvain la espada y trep veloz por los ltimos cinco metros de senda, hasta encontrarse entre dos enormes masas de roca erosionada por el tiempo. Sinti cmo cada uno de sus sentidos hormigueaba, alerta, y escrut a derecha e izquierda, intentando penetrar las sombras con la mirada. Nada se mova all. Ningn sonido se dej or a excepcin del creciente aullido del viento, pues la ligera brisa se haba convertido en una constante corriente racheada a medida que ascenda por la montaa, y le echaba los cabellos hacia atrs con fuerza, congelndole las mejillas y la barbilla. Cuando intent mirar a

lo lejos, la terrible fuerza del vendaval hizo que sus ojos se llenaran de lgrimas. No obstante, acab por convencerse de que no le aguardaba ninguna trampa en el interior de la estrecha abertura. Mientras clavaba la mirada en la lejana, intent desprenderse de la curiosa sensacin de que no exista ms vida en estas escarpadas montaas; ninguna otra vida aparte del clido latido de su propia sangre, de su respiracin jadeante y su enfurruada determinacin. Dio la espalda al viento, para dar un respiro a sus ojos, y el sendero por el que haba llegado se mostr ante sus ojos. A lo lejos, entre las ridas jorobas de unos cerros, las aguas grises del Nuevo Mar se estrellaban implacables contra la pedregosa orilla, y ms a la derecha, a lo largo de la costa oculta entre brumas, distingui un banco de oscuras nubes bajas: Sanction. All los volcnicos Seores de la Muerte lanzaban humo y cenizas al aire, y saba que aquel manto de oscuridad flotaba constantemente sobre la atormentada ciudad. Aunque jams haba estado en Sanction, muchos de sus mercenarios haban visto aquella plaza abandonada de los dioses, y la haban descrito con aterrador detalle. De un modo inconsciente calcul la distancia y direccin de su futura marcha; pero, a continuacin, gir otra vez cara al viento, de vuelta al sendero y a la presa que aguardaba ms all; no viajara a la ciudad sin el relicario, y no recuperara el objeto si no se enfrentaba a sus ladrones. Fue en ese instante cuando empez a notar el cansancio. La tensin de la caza, la determinacin del largo ascenso, haban agotado sus energas ms de lo que haba credo, y la senda que tena delante mostraba una extensin igual de empinada de guijarros entremezclados con maleza. Antes de proseguir, se dej caer al suelo, apret la espalda contra la plana roca, e intent recuperar el aliento. Pase la mirada por el panorama que tena ante l, en tanto que su mente examinaba con atencin cada desafo y dificultad que lo aguardaba. En primer lugar, la geogrfica: se enfrentaba al terreno ms tortuoso que haba visto jams. Verticales cimas rocosas se elevaban hacia el cielo en una docena de lugares y cada una culminaba en una vertiginosa cumbre que, sin duda, nunca haba sido hollada por una criatura que no tuviese alas. Desfiladeros de paredes de roca caan en picado perdindose de su vista entre aquellas elevaciones,

y si exista alguna senda abierta entre aquellos farallones, no consigui ver ninguna seal desde donde estaba. Tampoco descubri el menor rastro de agua, aunque se vean sucias manchas de nieve en varios barrancos en sombras de las laderas meridionales de las cumbres. Una serie de retorcidas estribaciones se abra paso por entre las caadas rodeando las elevaciones mayores, si bien tena la impresin de que para avanzar un kilmetro de terreno se vera obligado a recorrer otro en ascensos y descensos. En comparacin, la empinada subida hasta alcanzar este paso no haba sido ms que un agradable paseo. A continuacin, la presa. Adnde haban ido los dos ladrones? Observ con creciente contrariedad que el terreno que tena delante era pedregoso y seco. Las nubes cargadas de humedad haban agotado su lluvia en el lado martimo de esta elevadsima cordillera, sin guardar ni una gota de agua para las ridas cimas que se extendan ante sus ojos. All no hallara rastros en el barro, y, por si fuera poco, la ladera era principalmente de roca desnuda, con pedazos muy reducidos de resistente hierba sobresaliendo aqu y all. Cualquiera que se moviera con el sigilo de aquellos ladrones no dejara la menor seal de su paso. Y finalmente, no vio nada en absoluto que pareciera una senda lgica. A donde fuera que los ladrones hubieran ido, ambos haban seguido una ruta improbable y peligrosa... y en aquellos momentos tena una docena de tales caminos posibles ante sus ojos. Apret los puos mientras luchaba con aquel dilema. Se atreva a elegir una de entre tantas posibilidades, cada una de las cuales ofreca peligros inherentes a su vida slo con llevar a cabo la intentona de seguir adelante? O deba malgastar unas preciosas horas de luz -calcul que tena todava un par de horas antes de que oscureciera- para buscar seales que tal vez ni existieran? Sopes ambas lneas de accin mientras recuperaba el aliento, y en unos minutos se encontr fsicamente listo para volver a moverse, aunque todava sin decidir qu hacer, y sabiendo que deba hacer algo. Ariakas se puso en pie, se aup la mochila a la espalda y, comprendiendo que necesitara las dos manos en aquella ladera vertical, volvi a guardar la espada en la vaina. Poniendo los pies en la repisa del desfiladero, empez a buscar el lugar de descenso ms favorable; pero, una vez ms, dej que los ojos vagaran por el abrupto y desnudo terreno. Se detuvo en seco, y su respiracin se aceler debido a la

tensin. Algo haba llamado su atencin, cerca de la cima de una elevacin cercana. All! No poda creer en su suerte. Dos figuras, diminutas en la distancia, aparecieron ante su vista. Muy despacio, la pareja fue recorriendo una empinada ladera, buscando con sumo cuidado puntos a los que sujetarse mientras atravesaban la escarpada repisa de roca. Automticamente corri a colocarse tras las enormes rocas que se alzaban en medio del paso. En ese momento los distingua con toda claridad, y en su mente no haba el menor asomo de duda de que sos eran los ladrones. Las figuras se movan con precisin y cautela, pero tambin con sorprendente rapidez. Calcul el recorrido que los haba conducido desde este desfiladero a aquella cresta, e imagin el mareante descenso, seguido por una agotadora escalada, que haba llevado a los dos culpables a lo alto de la montaa siguiente. Inconscientemente, Ariakas se dijo que los ladrones conocan bien estas montaas, y eran muy audaces. No consigui distinguir demasiados detalles sobre las dos figuras. Vestan ropas de color terroso -fue tan slo su movimiento lo que haba atrado su atencin- y trepaban con cuidadosa elegancia. En unos minutos desaparecieron de su vista, pero al menos saba qu camino seguir. Unas energas renovadas inundaron sus venas, e inici el descenso por la ladera con algo parecido a un temerario entusiasmo. Una pequea avalancha de guijarros sueltos descendi a su alrededor mientras sus largas zancadas buscaban un punto de apoyo en el declive y, de este modo, lleg al fondo del desfiladero entre carrerillas y resbalones. El corazn le lata con fuerza, excitado, y sinti cmo una firme entereza fortaleca sus msculos cuando chapote por el estrecho arroyo e inici el ascenso por la pared opuesta. El sitio por el que los ladrones haban desaparecido estaba grabado en su mente, y no perdi tiempo mirando hacia lo alto. En su lugar, dej que las largas zancadas lo transportaran por la elevada ladera del pedregoso macizo. Poco a poco fue ganando altura, pero slo cuando lleg al pie de la columna rocosa empez a trepar directamente hacia arriba. El sudor perlaba su frente. El pulso martilleaba en sus sienes, y aspiraba con fuerza para llenar los pulmones de bocanadas de aire. Ascenda sin pausa, buscando de modo instintivo lugares a los que

agarrarse y donde apoyar los pies, en tanto que trepaba hacia la cima a ritmo continuado. Por fin lleg al lugar donde haba visto a los dos ladrones. Durante la veloz persecucin, el sol se haba deslizado tras los picos occidentales, y un manto de oscuridad empezaba a cubrir el cielo. Ariakas interrumpi la ascensin e inici una cautelosa travesa oblicua. Las estrellas parpadeaban por el este cuando rode el desnivel, avanzando con sumo cuidado. Un solo paso en falso hara que resbalara por la pedregosa pared decenas o cientos de metros en direccin al fondo, pero perciba cmo la imagen de la mujer lo llamaba y, concentrndose en ese objetivo, el guerrero slo se dio cuenta a medias de la vertiginosa altura a la que se encontraba. No tard en llegar a una ladera ms suave, y se puso en marcha sin detenerse. No obstante, no poda usar una mano para empuar la espada, por lo que slo le restaba desear que los ladrones siguieran ignorantes de la persecucin como haban parecido estarlo durante todo el da. Finalmente not tierra bajo los pies, y, no sin cierto alivio, dej atrs el rocoso promontorio. La oscuridad caa ya sobre l, pero pudo distinguir un valle bajo al frente, e incluso una mancha ms oscura que slo podra ser un bosquecillo de resistentes cedros: los primeros rboles que vea en todo el da. Una ardiente sensacin de triunfo corri por sus venas; una prueba patente de la presencia de sus presas apareci ante l. Quin poda creer que aquellos ladrones fueran tan descuidados como para encender una hoguera?

_____ 2 _____ Una pelea sin miedo Ariakas se agazap, cubierto por un cedro de ramas bien pobladas de agujas, y estudi la disposicin del campamento. Vio a una figura delgada que cocinaba sobre las llamas, ocupada con una sartn, y el inconfundible olor del tocino frito lleg hasta su nariz, arrancando un gruido involuntario a su estmago. Hizo caso omiso del malestar, satisfecho al comprobar que al menos uno de sus adversarios no podra verlo en la oscuridad al

tener la mirada fija en los encendidos tizones. Ariakas se despoj de la mochila, mir en derredor, y escogi una ruta de aproximacin que pasaba por entre varias coniferas pequeas y achaparradas. Esmerndose por mantener al ladrn entre l y el fuego, Ariakas se asegur de que sus propios ojos siguieran siendo sensibles a las sutilezas de las sombras. El guerrero no vea al compaero del que cocinaba, pero saba por fragmentos de la conversacin que la brisa llevaba hasta l que ste permaneca cerca de la hoguera. Por el momento no consegua identificar ninguna palabra, aunque las voces le parecieron animadas y parlanchnas. Desde luego no eran los sonidos de alguien que esperara problemas. Se desliz ms cerca con suma cautela, movindose sigilosa y pacientemente, teniendo cuidado de que ninguna ramita se partiera bajo sus pesadas botas. Tard un poco en llegar al siguiente rbol, pero estaba seguro de que sus presas no planeaban moverse esta noche. Como si quisiera confirmarlo, el segundo ladrn apareci entonces y arroj varias ramas de cedro secas al fuego. Ariakas se ocult veloz, cubrindose los ojos antes de que las brillantes llamas chisporrotearan hacia el cielo y baaran todo el bosquecillo con su animada iluminacin. La llamarada centelle y chasque, proporcionndole una idea: alarg la mano y toc varias ramas quebradizas de un cedro seco, que parti mientras el ruido del fuego camuflaba el sonido de su propia actividad. A continuacin volvi a avanzar, reptando sobre manos y rodillas, al tiempo que palpaba el suelo con cuidado en busca de obstculos situados ante l. En pocos minutos lleg hasta el crculo de rboles ms cercano a la hoguera. Una vez all, se instal para espiar. El cocinero segua atizando el fuego; pero, cuando el segundo ladrn se volvi tras rebuscar en una bolsa, Ariakas consigui echarle una mirada al rostro y el cuerpo. Con un sobresalto comprendi que era un kender quien le haba robado, y el descubrimiento hizo que en su rostro apareciera una mueca de repugnancia. El sujeto llevaba las flexibles prendas de viaje de la diminuta raza, y la larga cabellera sujeta con el caracterstico copete colgando sobre el hombro izquierdo; andaba casi a saltitos, y el guerrero record la gracia intrnseca que haba contemplado mientras la pareja atravesaba la montaa aquella tarde. Una rpida mirada le indic que el cocinero era tambin un kender, con cabellos ms largos todava que el primero. Con un

irnico movimiento de cabeza Ariakas volvi a ocultarse para meditar sobre lo que iba a hacer. Como es natural, eso explicaba muchas cosas: los movimientos sigilosos y el borroso rastro unido a la infantil torpeza de dejar las huellas junto al arroyo; el robo del relicario; el trago de ron de fuego; todo mientras l dormitaba a pocos pasos; y tambin la decisin de dejarlo con vida. Aunque no haba sido una decisin en absoluto, sin duda ni siquiera se les haba ocurrido hacer otra cosa; pero, desde luego, nada de esto alteraba el hecho principal: ellos le haban robado su tesoro, y l los haba atrapado. Sus objetivos seguan siendo los mismos. nicamente el enfoque haba cambiado. Su plan original haba sido sencillo: atemorizar a los ladrones para que entregaran la joya y luego matar al cabecilla como justo castigo y como una leccin para el cmplice. No obstante, saba que los kenders eran totalmente temerarios: ninguna intimidacin ni fanfarronada conseguiran hacer que le entregaran el relicario, ni que se disculparan. De todos modos, los hombrecillos acostumbraban a ser bastante ms ingenuos que el tpico ladrn humano, y puede que consiguiera engaarlos. En el peor de los casos, poda matarlos y encontrar por s solo el guardapelo. Tomada una decisin, Ariakas sali de detrs del rbol y se acerc a la fogata como si su aparicin en aquel lugar fuera algo del todo normal. La espada permaneca en su vaina, en tanto que su mano izquierda sujetaba el montn de ramas secas detrs de la espalda. --Vaya, hola! -dijo el primer kender, que se haba unido al cocinero junto al fuego-. Llegas casi a tiempo de cenar! Su compaero se volvi con una expresin imperturbable, y el guerrero volvi a sorprenderse al comprobar que ste era del sexo femenino. Unas delicadas lneas marcaban el delgado rostro; un rostro que podra haber pertenecido a una jovencita de no ser por las arrugas de la madurez. --Trajiste el ron de fuego? -gorje-. Resultar perfecto con este estofado de tocino y patatas! No obstante su preparacin, la franqueza del comentario de la kender cogi a Ariakas por sorpresa. --S, s lo traje -farfull tras unos instantes. --Te aseguro que era muy buen licor -coincidi el otro kender, indicando con gesto amistoso un lugar junto al fuego para que el

guerrero se acomodara-. Soy Mijosedoso Ronzalero, y sta es mi amiga Keppli. -La mujer mene la cabeza con una sonrisa de bienvenida en el rostro. De improviso, lo ridculo de la situacin enfureci a Ariakas. La repugnancia se elev como una oleada de bilis por su garganta, y arroj lejos las frgiles ramas, al no ver la necesidad de deslumbrar a los kenders. --Mirad -proclam, y su voz descendi hasta convertirse en un gruido amenazador-, he venido a recuperar mi guardapelo... cul de vosotros me lo dar? -Se llev la mano a la empuadura de la espada para recalcar sus palabras de un modo nada sutil. --Tu guardapelo? -chirri sorprendido Mijosedoso Ronzalero-. Qu te hace pensar que nosotros lo tenemos? --S que lo tenis -respondi el humano, sombro-. Ahora, uno de vosotros me lo traer! --Empiezo a pensar que ser mejor que nos guardemos esta cena para nosotros -le desafi Keppli, malhumorada-. Encindete tu propia hoguera, si es as como te vas a comportar! El guerrero se neg al alterar su lnea de accin. Sin dejar de vigilar con atencin a la pareja, se desvi hacia donde estaban sus bolsas y ech hacia atrs la solapa de la primera. --Eh!, no puedes hacer eso... Eso es mo! -grit con voz aguda la kender, incorporndose de un salto. Sin hacer caso de sus protestas, l rebusc en el interior del morral de cuero, del que sac una herradura de caballo, un martillo de herrero, un broche tachonado de joyas que mostraba la recargada imagen en platino de un guila, y varias botellas y frascos que aparentemente contenan comida y bebida. --Para! -protest Mijosedoso, avanzando hacia l. Ariakas desenvain la espada con la mano libre y alz la hoja. El hombrecillo se detuvo, con una mueca de concentracin contrayendo su rostro. Introduciendo la mano en la segunda mochila, el guerrero extrajo un surtido de botas -la mayora demasiado grandes para un pie kender, y ninguna con una pareja evidente- as como una lujosa tnica de piel marrn. Por fin sus dedos tocaron un familiar paquete envuelto en cuero. --Esto! -anunci, tirando de la cadena. Dej que el reluciente guardapelo se balanceara a la luz de la fogata, oscilando ante los sobresaltados kenders. Reflejos naranja

danzaron sobre el platino, y los rubes de las esquinas del relicario centellearon bajo la luz como siniestros ojos acusadores. --Eso no es tuyo! -declar Mijosedoso Ronzalero con un enrgico cabeceo. --Recuerdas de dnde lo sacaste? -desafi Ariakas. --Claro! Lo encontr! --En qu lugar? --En las montaas; anoche -explic el otro, paciente, como si creyera que poda hacer cambiar de idea al humano. --Lo robaste de mis alforjas mientras dorma! -rugi Ariakas. Los ojos del kender se abrieron de par en par con estupor e indignacin. --No hice tal cosa! Adems, si hubiera estado en tu mochila, entonces habras sido t quien lo rob... y yo quien lo encontr all! Rugiendo, irritado, el guerrero hizo a un lado toda la andanada de objeciones y, con la espada alzada, avanz hacia el kender. Tena que administrar justicia, y le importaba muy poco si el ladrn era humano o kender; sin embargo, las siguientes palabras de su interlocutor lo dejaron paralizado. --Ese guardapelo pertenece a la dama de la torre -protest el hombrecillo, molesto por la falta de comprensin del otro-. Incluso lleva su retrato! Vaya, pero si puede que hubiera recordado devolvrselo y todo -concluy con ofendida dignidad. --Qu dama? -inquiri el humano, intrigado muy a pesar suyo. --Cul va a ser, la seora que los ogros de Oberon capturaron -explic l, exasperado-. La tienen encerrada en la torre que hay all. -Seal vagamente hacia el este. --Quin es ella? -exigi Ariakas. Recordaba el nombre Oberon, un jefe bandido conocido por mandar una banda de ogros al norte de Bloten-. Y cmo sabes que el guardapelo es de ella? --Ya te dije quin es ella: la dama que est prisionera de los ogros! Y s que es su relicario porque ella me habl de l. Lo perdi antes de... o puede que se lo robaran. Ella me cont lo de los cuatro rubes en las esquinas, y el pequeo cierre. Incluso lo del cuervo grabado en el dorso. Adems, contiene su retrato; justo ah! No pueden existir dos piezas como sa, verdad? --Cuntame ms cosas sobre la dama -indic Ariakas, resistiendo a la tentacin de responder a su comentario. --Es una princesa, o una reina, o algo as -intervino Keppli-. S que es rica, o que lo fue antes de que los ogros la cogieran y la

metieran en esa torre! --De dnde procede? -insisti el guerrero. Los dos kenders intercambiaron una mirada y se encogieron de hombros. --Ve y pregntaselo -dijo Mijosedoso Ronzalero con un deje de impaciencia-. Ahora, si eres tan amable de seguir tu camino... --Una pregunta ms -interrumpi Ariakas, con la empuadura del arma descansando cmodamente en la palma de la mano-. Dnde est esta torre, este lugar donde tienen prisionera a la dama? --Por ah -declar el kender-. A unos tres das de viaje, dira yo. Est en la frontera con Bloten, pero me parece que los ogros que viven all son una especie de banda de renegados. Tienen su propio jefe militar: ese al que llaman Oberon. --Cmo es que sabis tantas cosas sobre ellos? -inquiri el guerrero. El nombre de Oberon le resultaba cada vez ms interesante puesto que Habbar-Akuk haba mencionado al mismo monstruo brutal. --Bueno, pasamos all una semana el invierno pasado. Nos dieron una agradable habitacin, arriba, cerca de la de la seora, desde la que podamos ver a kilmetros de distancia; hasta los Seores de la Muerte, en un da despejado. --Pero entonces -interpuso Keppli-, los omos hablar sobre nosotros y, bueno, lo cierto es que no era muy agradable... --Y jams llegamos a conocer a Oberon! -interrumpi su compaero. --... nada agradable -prosigui Keppli, asintiendo con firmeza. --De modo que nos fuimos -concluy Mijosedoso-. Como si esas cerraduras pudieran mantener encerrado a nadie! --Tienen a la dama? -insisti Ariakas. --Bueno, pues s -admiti el kender, aunque pareca dispuesto a discutir aquel punto. Luego mene la cabeza-. As que, como podrs ver, no puedes quedarte su relicario. Si eres tan amable de dejarlo... --Me lo llevo. Nada de lo que me has dicho altera el hecho de que eres un ladrn; la peor especie de ladronzuelo, que se escabulle en la oscuridad y amenaza a un hombre mientras duerme! --Vamos, si yo... --Silencio! -La voz del humano se convirti en un rugido, y el kender cerr con fuerza la boca, sorprendido. Los ojos oscuros y sorprendentemente maduros de Mijosedoso estudiaron con atencin y con una ausencia total de temor al guerrero; y, por algn motivo, la

negativa del kender a sentirse asustado enfureci al mercenario-. Aqu tienes tu justicia, ladrn! -bram, lanzando una estocada. El hombrecillo estaba preparado para aquel movimiento, pero no haba esperado que su adversario fuera tan rpido. El kender se dej caer al suelo y rod a un lado, pero no antes de que la punta de la espada desgarrara la zona de su garganta que qued al descubierto. --Eh! -chill Mijosedoso, llevndose una mano a la herida y contemplando aturdido la brillante sangre arterial que chorreaba por entre los dedos. Casi al instante, sus ojos se cerraron y cay al suelo. --Te dejar con vida -dijo Ariakas a Keppli, sujetando el guardapelo en la mano izquierda mientras sostena la espada lista para atacar. Contempl cauteloso a la kender-. Pero mejor que recuerdes esta leccin cuando se te ocurra volver a robar. La furia que apareci en los ojos de la kender lo dej estupefacto; una andanada de rayos de fuego por su parte no podran haberle causado ms efecto. En un tono firme e inflexible, la mujer dijo burlona: --Aclamemos al guerrero humano, tan valiente que es capaz de asesinar! El macho cabro que fue su padre debera sentirse orgulloso! La puerca que lo trajo al mundo lanzara agudos chillidos satisfechos! --Quieres tener el mismo fin que tu compaero? -inquiri l, enrojeciendo, furioso. --No es nada comparado con el destino que te aguarda! -grit ella, la voz teida de un deje de risa-. Antes de que los dioses acaben contigo, las alas de los cuervos batirn sobre tus huesos; los lagartos se arrastrarn entre tus piernas! --Ests loca! -mascull l, asestando mandobles con la espada, enfurecido al ver que ella se apartaba fuera de su alcance. --La locura es algo que deberas conocer! -canturre, un triunfo feroz resonaba en cada palabra y se clavaba en el guerrero como el aguijn de un estilete envenenado-. La locura corre por tus venas; slo la sombra de un corazn late en tu interior. Oh, s... la locura es algo que conoces muy bien! Ariakas perdi todo vestigio de control y arremeti por encima de la agonizante fogata, lanzando cuchilladas contra la gil figura. En algn punto de su cerebro la voz de la razn, de la cautela, le deca que eso era peligroso. No obstante, se lanz tras Keppli, descargando la punta de la

espada sobre el taln de la kender, que profiri un chillido de dolor al tiempo que daba una voltereta sobre el suelo. Cay sobre ella; pero la mujer rod lejos y, mientras l resbalaba sobre una rodilla, ella se incorpor de un salto. Un cuchillo centelle en la mano de la kender. El puro instinto se adue del brazo del guerrero, haciendo que la hoja describiera un arco desesperado en tanto que l se desplomaba hacia atrs, en un intento de esquivar la hoja que resbalaba sobre su garganta. Sin saber cmo levant la espada. Con una violenta estocada, hundi la hoja en el cuerpo de la kender, maldiciendo al sentir cmo la daga abra un surco en su mentn y su labio. Keppli no emiti un solo sonido; se limit a caer y morir. Ariakas dej que el arma cayera junto con su vctima, intentando detener con ambas manos la sangre que brotaba a chorros de la larga herida del rostro.

_____ 3 _____ La fortaleza de Oberon Tard casi una semana en encontrar la torre; pero cuando lo hizo se disiparon todas sus dudas: ante l se alzaba el austero alczar en el que estaba prisionera la dama que apareca en el relicario. La alta construccin se ergua hacia el cielo como un enorme tronco de rbol azotado por el viento. Elevndose en lo alto de una cumbre escarpada de oscura roca, el imponente edificio cilndrico pareca desafiar a la gravedad y a toda ley fsica, mientras se levantaba por encima de los picos de las Khalkist. Las nubes pasaban rozando los parapetos de las murallas superiores en tanto que las brumas cubran los valles -gargantas en realidad- que se extendan, tras una larga cada en picado, a cada uno de sus lados. La fortaleza en s era ms alta que ancha, y pareca estar posada como una serena ave de presa sobre el elevado pico. Las negras paredes de piedra se alzaban al mismo borde de los farallones, ascendiendo vertiginosas hasta convertirse en estrechos parapetos; y, cerca de la parte superior, seis agujas laterales surgan desde la torre central y rodeaban las murallas superiores. Un tejado

de forma cnica coronaba la estructura principal, aunque las agujas circundantes estaban cubiertas con los bordes almenados de parapetos de piedra. En su mayor parte, el alczar y su inexpugnable cumbre quedaban apartados de otras montaas, separados de ellas por enormes simas y caadas. No obstante, otra elevacin, igualmente alta, ascenda a poca distancia de la fortaleza. Un empinado y traicionero camino conduca hasta lo alto de esa cumbre contigua, y un puente levadizo alzado casi a la altura de la pared de la torre poda descender para salvar el espacio entre los pinculos, facilitando as el acceso desde el sinuoso sendero a la nica puerta de la fortaleza. Sin embargo, con el puente levantado, al guerrero le dio la impresin de que la torre estaba tan bien protegida como un castillo que flotara en una nube. Gimiendo de cansancio, Ariakas se dej caer contra una gran roca. La piedra era dura, llena de ngulos, y tan fra que absorbi todo el calor de su cuerpo a pesar de la capa de piel que se haba hecho con el petate del kender. De todos modos, incluso en ese momento, frente a un obstculo que pareca ms invulnerable que cualquiera que se hubiera encontrado antes, no pens siquiera en dar media vuelta. La temperatura sigui descendiendo, y un viento helado hizo saltar trocitos de nieve, que parecan agujas afiladas, y se incrustaron en la piel del rostro que le quedaba al descubierto. Pero no le pas por la cabeza la idea de buscar otra cima menos elevada. En cambio, escudri la mirada en derredor en busca de un lugar donde acampar, aunque saba que el atributo principal de ese campamento no sera ofrecer cobijo, si bien eso resultaba deseable. Lo ms importante era encontrar un lugar desde el que pudiera observar la torre al tiempo que l permaneca oculto. Tras una corta bsqueda, localiz una estrecha cavidad en una ladera casi vertical, a unos cuatro metros por encima del sinuoso sendero que llevaba hasta el puente levadizo. All quedaba protegido del viento, y dos enormes rocas ocultaban el exiguo campamento de la torre; adems poda tumbarse boca abajo y sacar slo la parte superior de la cabeza entre las dos piedras, para, de este modo, obtener una buena vista de la fortaleza, desde la puerta en la base hasta los elevados pinculos de las seis agujas. Instalndose todo lo cmodamente que le fue posible, Ariakas se acurruc sobre el suelo para estudiar su objetivo. Durante las

horas transcurridas desde que localiz la fortificacin, no haba detectado signos de movimiento ni de vida en su interior o en la parte superior del edificio. Su mirada permaneci fija durante un rato en las grandes puertas, visibles tras el puente levadizo. Daban la impresin de ser dos puertas estrechas, que se elevaban juntas hasta terminar en pico; ante ellas se encontraba la larga plancha del tablero del puente, alzado casi en vertical por las cadenas que surgan de las rendijas en la muralla del alczar, a unos doce metros por encima de la entrada. Mientras estudiaba el lugar, su mano fue a posarse en la barbilla y se toc la profunda cicatriz que haba quedado tras la cuchillada de la kender. No tena espejo con el que inspeccionar el corte; pero sus dedos le haban indicado muchas veces durante la pasada semana que el tajo era ancho, y que llegaba desde el mentn al labio inferior. Poda presionar la lengua entre las dos mitades del corte y, aunque la lesin haba cicatrizado sin infecciones, le causaba problemas para comer y beber. Su imaginacin le dijo que la carne viva de la herida deba de tener un aspecto horrible y enrojecido. Desde el enfrentamiento con la kender, Ariakas haba pasado muchas horas reflexionando sobre su falta de cuidado. Se senta muy avergonzado por haber perdido el control, pues saba que -de haber mantenido la serenidad- habra podido evitar aquel afilado cuchillo. Por qu se haba mostrado aquella hembra tan estpidamente autodestructiva? Medit aquella pregunta por milsima vez. Sin duda, ella saba que no tena ninguna posibilidad contra su espada; o haba credo realmente que l perdera por completo el control y que eso le permitira asestarle una cuchillada mortal? Una desacostumbrada sensacin de intranquilidad impregn los pensamientos del guerrero; senta la confianza en s mismo gravemente menguada por el recuerdo de su ltimo desafo: la simple recuperacin del guardapelo, operacin que lo haba dejado malherido. Era ese fracaso el factor que lo haba llevado hasta esa torre formidable, y a pensar en acometer tan demencial tarea? O eran, tal vez, los ogros? No senta el menor cario por aquellas bestias, y el asesinato de su padre, ms un millar de otros agravios, haban alimentado un profundo deseo de venganza. Era un odio puro el que lo impulsaba a aquella accin suicida? Saba que lo impela algo ms que eso. De un modo inconsciente, introdujo la mano en la bolsa colgada a su costado y la

cerr alrededor del slido receptculo del guardapelo. Luego, como siempre, su imaginacin complet para l la idea de una mujer: de la mujer en que ella se haba convertido. Y, como siempre, se sinti estupefacto ante la claridad y la consistencia de su imagen mental. Desde luego, posea la representacin que apareca en el pequeo retrato como punto de partida, pero su mente haba aadido toda una serie de detalles adicionales. Tan slo las ropas de la mujer cambiaban: en aquel instante, en sus pensamientos, llevaba un amplio vestido, en tanto que por la maana su imaginacin la haba mostrado con un difano y sedoso traje blanco. Tena los hombros al descubierto, ya que el vestido era muy escotado, y la larga melena, negra como la noche, apareca recogida sobre la cabeza con regia majestuosidad. El rostro era alargado y de una belleza demasiado serena para expresarla en palabras; los oscuros ojos centelleaban, y el esbelto cuello estaba adornado con relucientes joyas. Unos dedos elegantes se alzaron hacia su rostro, como si percibiera su intrusin; pero, al mismo tiempo, era una intrusin que le pareci que ella deseaba, pues los pechos de la mujer subieron y bajaron con el acrecentado ritmo de su respiracin, y los labios se entreabrieron, hmedos, en un silencio que l tom como una invitacin. Por qu se senta obligado a llegar hasta ella? Para los kenders haba sido la dama de la torre... Era rica, una princesa, tal vez. A Ariakas le gustaba el dinero, haba sentido la atraccin de la riqueza toda su vida; incluso haba disfrutado de los placeres ms extravagantes, cuando las monedas haban corrido por entre sus dedos como el agua por encima de una presa. Era una sensacin magnfica -la riqueza- y un imn poderoso. Pero no era eso lo que lo atraa ahora. La noche oscureci el cielo, y la torre desapareci de la vista; excepto por una ventana alta, donde una luz amarilla quebraba las estigias tinieblas como una estrella solitaria. Las nubes descendieron, y unos copos de nieve se arremolinaron alrededor de Ariakas; pero la luz sigui brillando como un faro, instndolo a seguir adelante y subir hasta all. Descans durante toda la noche, aunque sin dormir demasiado, pues cada vez que cerraba los ojos, la imagen de la dama creca y arda en su cerebro, de modo que tras unos instantes de aquello, despertaba y contemplaba con fijeza la solitaria luz que sigui ardiendo en el cielo, incluso despus de que el amanecer empezara

a teir de color el horizonte. No obstante la agitada velada, se despert con una sensacin de energa y determinacin. La neblina se haba desvanecido, y la torre se recortaba ntidamente contra el despejado cielo. El sol envi sus primeros rayos desde detrs de la lnea del horizonte, y stos iluminaron los picos ms altos... y, poco despus, tambin la torre. Sin embargo, cuando la luz del sol cay sobre los oscuros muros, pareci como si el resplandor se desvaneciera al penetrar en las negras superficies ptreas. Su observacin se vio interrumpida entonces por un sonido extrao; el primer sonido que haba escuchado en muchos das aparte del gemir del viento o el chapoteo de un riachuelo en las montaas. Era el inconfundible tintineo del metal contra el metal y, en unos instantes, Ariakas distingui el acompasado golpeteo de unas pisadas. Agachndose tras la seguridad de los dos peascos, el guerrero examin el sendero que discurra ms abajo. Al instante, una voluminosa figura cubierta con una armadura apareci ante sus ojos, ascendiendo por el camino con andares pavoneantes. Ariakas no tard ni un segundo en darse cuenta de que aquella bestia era un ogro. La enorme y dentuda boca permaneca entreabierta bajo el chato hocico, y los colmillos, amarillentos por el tiempo, sobresalan como los de un jabal desde los bordes de las fauces. La criatura meda por lo menos dos metros y medio de estatura, tena un pecho amplio y protuberante, y dos piernas gruesas y achaparradas. Mientras marchaba, el monstruo diriga los maliciosos ojos a derecha e izquierda, escudriando diligentemente la ladera por encima del sendero. Ariakas se acurruc contra el suelo y permaneci totalmente inmvil, escuchando cmo la criatura se alejaba con paso bamboleante. Para entonces ya se oan los ruidos producidos por otros caminantes que gruan, gimoteaban y maldecan bajo alguna clase de esfuerzo, de modo que se arriesg a echar otra mirada, y vio que el ogro que iba en cabeza haba desaparecido en el siguiente recodo del camino. Justo debajo, otra pareja avanzaba penosamente bajo el peso de un tronco enorme que sostenan en precario equilibrio sobre las anchas espaldas. Unos cuantos ms aparecieron luego, cada uno arrastrando un leo destinado, supuso el guerrero, a las chimeneas de la fortaleza. La banda de ogros desapareci por fin tras el recodo, pero

Ariakas se mantuvo en su puesto, aguardando y observando el camino. Pasaron los minutos. Los sonidos de los resoplantes seres se apagaron sendero adelante. Aun as, el guerrero sigui sin moverse. Un hombre hizo su aparicin, andando despacio y con cautela, sendero arriba. Al igual que el ogro que haba encabezado la columna, escudriaba las laderas por encima de la senda con diligencia y atencin. Su mano descansaba sobre la empuadura de una larga espada, que se balanceaba en la cadera del desconocido guerrero con una elegancia que daba a entender una larga familiaridad. Ms significativa era la armadura del hombre. Ariakas dej que su rostro se crispara en una sonrisa, partida por la cicatriz, al ver el yelmo de metal que inclua una visera, bajada de modo que cubra el rostro del otro. Era un tipo de gran tamao, fornido y de piernas largas y, al igual que el yelmo con mscara, tales detalles tambin recibieron la aprobacin de la figura oculta por encima del sendero. Ariakas ech una veloz mirada para comprobar que los ogros seguan lejos de all. A continuacin levant una pequea piedra, y sostuvo el ovalado objeto en la palma de la mano sin perder de vista al solitario guardia que cubra la retaguardia mientras ste pasaba junto a su escondite. La lisa mscara del yelmo gir hacia arriba, y el guerrero contuvo la respiracin mientras la mirada del otro barra la zona y pasaba junto a la cavidad donde se esconda. Por suerte, tal y como haba esperado, el estrecho punto de observacin y las sombras circundantes ocultaron su presencia. Entonces, en cuanto el guardia mir ms arriba del sendero, Ariakas lanz la piedra por los aires y contempl cmo caa, perfectamente, a unos tres metros de distancia y al otro lado del hombre, ladera abajo. El desconocido no habra sido humano de haber hecho caso omiso del repentino sonido de piedras que rodaban. La espada del hombre apareci en su mano al instante, y ste acuchill el aire instintivamente a su alrededor. Slo entonces escuch los ruidos de lo alto. Girando en redondo, el guerrero levant la larga hoja para enfrentarse a Ariakas, que arremeti con su espadn, sujetndolo con ambas manos. El guardia se tambale hacia atrs. Luego solt su arma y, por un aterrador instante, Ariakas temi que fuera a precipitarse por el borde del empinado sendero; pero el hombre

recuper el equilibrio, y su yelmo sin rostro se inclin al frente durante una fraccin de segundo mientras buscaba su espada. Aquel instante fue suficiente: Ariakas lanz una violenta estocada dirigida a la abertura existente entre el yelmo y el peto de su oponente, la hoja se desliz por el hueco, y el hombre lanz un gemido, una exhalacin de sobresalto y sorpresa, para desplomarse a continuacin sobre el suelo, sin vida. Ariakas tena que actuar con rapidez. Tras echar una rpida mirada a la elevada torre, no detect ningn movimiento ni seal de reaccin alguna, de modo que esper seguir pasando inadvertido. A toda velocidad, se despoj de su propia armadura de cuero, que reemplaz por la coraza y el yelmo del hombre muerto. Luego desech su mochila, aunque cogi el guardapelo, la daga y, tras unos instantes de indecisin, el frasco de ron de fuego y los introdujo en la pequea bolsa que penda de su cinturn. Tras colocarse el yelmo en la cabeza, dej caer el visor para ocultar sus facciones. Una vez que hubo limpiado y envainado la espada, inici la marcha camino adelante. Mientras avanzaba a paso ligero se coloc las hombreras e introdujo las manos en los guanteletes. Con el visor bajado, saba que presentaba un parecido razonable con el hombre que haba matado, aunque no se atreva a decir cunto tiempo podra mantener el engao. As pues, se concentr en acortar la distancia que lo separaba de los ogros y su pesada carga de lea. La senda serpenteaba en su ascenso por el risco adyacente a la fortaleza de los ogros, y los pulmones del guerrero se esforzaban por llenarse de aire mientras avanzaba penosamente, hundido por el peso, nuevo para l, de la armadura de metal. Por fin dobl un recodo y vislumbr la empinada ascensin por la ladera que lo aguardaba. Al parecer aquellas bestias lo haban estado esperando, ya que algunas estaban repantigadas en el suelo alrededor de los enormes troncos en tanto que otras pateaban el suelo impacientes y miraban enojadas sendero abajo. En cuanto Ariakas apareci, los ogros sentados se incorporaron bruscamente, aunque con visible desgana, para reanudar sus tareas. Uno de ellos le dedic un despreocupado saludo con la mano, que el guerrero devolvi, mientras los otros se echaban los leos al hombro y se iniciaba la marcha. Ariakas asumi entonces su nuevo papel, y se dedic a

inspeccionar las alturas y el sendero a su espalda tal y como haba visto hacer al hombre que haba eliminado, asegurndose de que nadie segua al grupo hasta su guarida. El camino penetr en una serie de inclinados y estrechos zigzags, y Ariakas se encontr con que los ogros marchaban por la ladera justo por encima de su cabeza. Decidi no prestarles una atencin demasiado obvia, dicindose que la persona que iba en la retaguardia habra estado ms preocupada por cualquier amenaza desconocida que acechara a ambos lados del camino. Finalmente, la senda desemboc en la estrecha cumbre del risco, y el grupo avanz hacia la cima. Ariakas imagin que se aproximaban al puente levadizo, ya bajado, y apresur el paso por la ladera inferior. Su plan dependa de poder llegar al portal antes de que la plancha se hubiera vuelto a levantar, pues no quera arriesgarse a pedir a los guardias que la bajaran. Despus de todo, ni siquiera saba en qu lengua hablaban en el interior de la imponente torre. Coron la elevacin y se encontr con el puente levadizo posado sobre el abismo y las puertas dobles de la fortaleza abrindose hacia el exterior justo mientras l se acercaba. El alczar se ergua hacia el cielo, ante l, elevndose como una prolongacin del macizo y escarpado pico, en tanto que varias de las torres exteriores se extendan hacia el guerrero, lo que confera la impresin de que toda la fortificacin se inclinaba al frente, lista para desplomarse sobre su persona. Enormes piezas cuadradas de granito encajaban entre s a la perfeccin para formar la avasalladora muralla y, a excepcin de las seis torres exteriores, ningn atributo externo interrumpa la curva pared. Unas empalizadas lisas se elevaban al encuentro del borde sobresaliente del tejado de forma cnica situado all en lo alto. Los ogros avanzaron penosamente, cruzando con su carga el largo puente levadizo hasta desaparecer, por entre las puertas, en el interior de la torre. Ariakas los sigui a toda prisa, aunque arriesg una mirada a lo alto para estudiar la fortaleza al llegar al inicio del puente. Ventanas estrechas hendan las paredes en muchos puntos, e imagin innumerables ojos fijos en l. Sin embargo, no detect movimientos en la oscuridad del interior, y muy pronto incluso los ogros que tena justo delante se haban desvanecido en las negras fauces de la entrada. Al poner el pie en el puente, el guerrero se dio cuenta con un

violento sobresalto del enorme precipicio que se abra debajo. El desfiladero se encontraba a ms de trescientos metros bajo la plancha, y una sensacin de vrtigo se apoder de l. Apretando los dientes, cruz con paso decidido. Mientras atravesaba la entrada, distingui los oscuros perfiles del torno y los engranajes que hacan funcionar las puertas. Dos ogros, que gruan impacientes, hicieron girar la manivela de un cabrestante y cerraron los portales con sorprendente rapidez. Al mismo tiempo, el repiqueteo de la cadena en lo alto indic a Ariakas que tambin se haba puesto en marcha el mecanismo del puente. Las puertas se cerraron con un fuerte golpe a su espalda, y comprendi que ya no poda volver atrs. --Toma, Erastmut... te he guardado un trago! -gru uno de los ogros, alargando una botella manchada de limo. Ariakas tom el frasco, sintindose aliviado en un principio porque la criatura hablara en Comn, si bien saba que no poda permitirse alzar el visor en presencia de alguien que conoca a Erastmut. Con un silencioso cabeceo de agradecimiento, el guerrero sostuvo la botella y se llev la otra mano a la placa que cubra su rostro; un hedor cido, mezcla de licor barato y babas de ogro, estuvo a punto de hacerle vomitar mientras alzaba el frasco. Entonces, como si recordara un gran secreto, alz la palma y seal la bolsa que colgaba de su cinturn. Luego, introdujo la mano y sac su preciada botella de ron de fuego. Tras dejar la botella del ogro en el suelo, le entreg la suya a la criatura. --Estupendo! -buf sta, olfateando el gollete apreciativa. La levant y tom un largo trago. Ariakas hizo una mueca al contemplar cmo el valioso lquido resbalaba por la barbilla del monstruo, pero sigui sin atreverse a hablar. Para entonces el otro ogro que guardaba la puerta se haba acercado ya a ellos, y Ariakas le hizo un gesto para que tomara tambin un trago. La primera criatura frunci el entrecejo y sacudi la cabeza. --No... no pude probarlo bien la otra vez. -De nuevo volvi a alzar el frasco y bebi con avidez. --Vamos... guarda un poco! -refunfu el otro, alargando una enorme zarpa. Como era de esperar, el primer ogro apart la botella, dirigiendo una sonrisa burlona a su camarada, con la suprema superioridad del

que tiene una mano vencedora en una partida de cartas y no le importa quin lo sepa. --Dame! -insisti el segundo, desatada su clera ante la actitud de su compaero. El que beba apart la mano extendida del otro de un manotazo, alejndose despacio unos pasos para mantener el frasco fuera de su alcance. El ogro sediento profiri un bufido y sali en su persecucin. Ariakas aprovech la ocasin para escabullirse por el pasillo de entrada. El corredor de alto techo estaba formado por paredes de roca, con un suelo desnudo de piedra triturada. A ambos lados se abran muchas puertas y pasillos, la mayora oscuros y silenciosos, aunque de vez en cuando la luz trmula de antorchas o velas se filtraba bajo algn portal. Lleg hasta un pasadizo lateral por el que haba visto desaparecer algunos ogros girando a la izquierda y, una vez all, l torci a la derecha. El pasillo sigui adelante un trecho y luego se bifurc. El revelador tufo a amonaco que surga del lado izquierdo le indic que conduca a una letrina, de modo que continu por el de la derecha. Por fin se encontraba lo bastante lejos de la puerta para que no pudieran verlo ni orlo y, aunque echaba desesperadamente en falta la posibilidad de percibir con claridad, sigui sin atreverse a quitarse el incmodo yelmo. Aparte de no tener ni idea de cuntos humanos estaban acuartelados en esa fortaleza, era consciente de que la cicatriz de su rostro lo converta en una persona difcil de olvidar y tema que, incluso entre los obtusos ogros, su apariencia llamara la atencin. El corredor por el que avanzaba dobl una esquina y fue a dar a una amplia y recta escalera. El corazn se le inflam, esperanzado; los kenders haban dicho que la dama estaba prisionera en lo alto de la torre. De improviso, escuch el fuerte ruido de unas pisadas que avanzaban por el pasillo y, sin pensrselo, corri a la escalera, subiendo los peldaos de cuatro en cuatro. Con el corazn latiendo con violencia, se esfum entre las sombras de la parte alta justo antes de que un grupo de ogros apareciera en el corredor que acababa de abandonar.

_____ 4 _____ La luz en lo alto de la torre Oculto a la amenaza situada all abajo, Ariakas aminor la marcha por la escalera y escuch en busca de sonidos de actividad. Las pisadas del pasillo se apagaron, aunque oy el tronar de carcajadas y breves estallidos de rias procedentes de diferentes lugares de la planta baja. Por encima de donde l se encontraba, todo segua silencioso. Unas antorchas llameaban desde unos hacheros de pared en lo alto de la escalera, que ascenda sin interrupcin al menos un total de doce metros. Ariakas maldijo el limitado campo visual que le permitan las rendijas del yelmo, pero segua sin osar desprenderse de su disfraz. Mientras suba los peldaos que le quedaban, empez a meditar por vez primera sobre la grandiosidad de esa aislada fortaleza. Las escaleras eran de dura madera oscura, aunque las paredes del interior del alczar parecan del mismo granito que las exteriores. Innumerables tapices cubran los muros, las antorchas ardan y chisporroteaban en el interior de trabajadas jaulas de hierro y, a ambos lados de la escalera, haba unos pasamanos lisos y elegantemente tallados. Resultaba evidente que ese lugar no haba sido construido por toscos humanoides, y Ariakas sinti curiosidad por el misterioso jefe militar ogro llamado Oberon, preguntndose por primera vez si ste sera realmente un ogro. La conservacin, hasta cierto punto razonable, del lugar indicaba lo contrario. Al fin y al cabo, haba saqueado suficientes guaridas de ogros para recordar con claridad el penetrante hedor a orines y a desperdicios amontonados que las haba caracterizado a todas. Sin embargo, all, alguien se haba dedicado a limpiar lo que dejaban, o los haba obligado a ellos a limpiar lo que ensuciaban. Estas criaturas incluso utilizaban letrinas, como ya haba observado en el piso inferior. El segundo piso constaba de un amplio vestbulo en el centro del alczar. La escalera terminaba en un extremo de este vestbulo en tanto que una serie de amplios peldaos conducan hacia arriba en el lado opuesto. Una docena de antorchas arda en las paredes, lo que permiti a Ariakas comprobar que no haba ningn ogro en la estancia, y que varios pasadizos oscuros se abran en su periferia; tambin all las paredes estaban cubiertas de floridos tapices. Sin perder tiempo en mayores investigaciones, el guerrero

atraves, raudo, la habitacin y subi por la siguiente escalera. El recuerdo del faro de luz en la noche arda en su memoria, atrayndolo hacia lo alto de la elevada fortificacin. La planta siguiente result tener un vestbulo central mucho ms pequeo, con muchos ms pasillos que partan de l. De algunos corredores laterales surga la luz amortiguada de las antorchas, en tanto que de otros surgan los profundos retumbos de ronquidos ogros. Adems, en este piso, la escalera se estrechaba hasta tener apenas tres metros de anchura; al parecer la zona ceremonial de la fortaleza se encontraba abajo. A hurtadillas, el guerrero atraves la corta distancia hasta el siguiente tramo de escalones, para ascender a otro piso similar al que acababa de abandonar. No obstante, el cuarto piso mostraba indicios de estar totalmente abandonado: ni antorchas ni ronquidos alteraban el aire viciado y mohoso. Ariakas apresur el paso y subi a toda velocidad. No tard en encontrarse en el quinto piso, donde la inmensidad misma de la sala provoc que se detuviera, receloso. La agonizante luz diurna se filtraba por las alargadas ventanas de tres de los lados, de modo que comprendi que la estancia era tan ancha como el mismo alczar. En el cuarto lado, de cara a la montaa contigua, una puerta pequea cerraba una porcin de la muralla exterior. Su objetivo, situado ms arriba, segua instndolo a seguir, pero al guerrero le resultaba sospechosa esta planta. Tan silenciosamente como pudo, se aproxim a la lisa pared de la diminuta habitacin. Una puerta gruesa, reforzada con bandas de hierro y equipada con unos soportes para sostener una barra resistente, apareca ligeramente entreabierta. Atisbo por el borde de la puerta con cautela, y con un satisfecho sentimiento de confirmacin reconoci los enormes cabrestantes y los metros de cadena arrollada que no podan ser otra cosa que la maquinaria que accionaba el puente levadizo. A juzgar por el peso de las cadenas y del puente, supuso que se necesitaran docenas de ogros para alzar la plataforma; bajarla, se dijo con una sonrisa que tir del labio partido, sera otra cuestin. A toda prisa, regres a la escalera. Los siguientes pisos a los que lleg eran todos iguales: enormes salas circulares que ocupaban toda la amplitud del edificio. Anillos concntricos de columnas de piedra rodeaban un gran poste central, lo que daba a las enormes estancias el aspecto de un oscuro bosque petrificado. Los ltimos

haces de luz solar, que se filtraban por las ventanas occidentales, contribuan al fantasmal efecto como el sol de la tarde cayendo sobre el umbro suelo de un bosque. Estos niveles los cruz veloz, sin dedicarles ms que una mirada superficial por si haba ogros; y, por fin, la escalera emprendi un largo ascenso, ininterrumpido por otras plantas. Los peldaos se elevaban en direccin a un rellano, luego zigzagueaban hasta el siguiente. Haba antorchas en cada descansillo, aunque gran parte del espacio entre ellos quedaba en sombras. Tras cuatro de tales descansillos, y a pesar de estar rodeado por las paredes de la escalera y la masa del castillo, Ariakas empez a darse cuenta de que se encontraba no obstante muy por encima del resto de Krynn, pues sus pulmones se esforzaban por respirar el enrarecido aire de la montaa. El oscuro yelmo de metal pareca oprimirle, y la cicatriz de la barbilla y el labio le escoca terriblemente, all encerrada. La cautela desterr todas estas preocupaciones cuando -a medio camino del cuarto piso- escuch unas pisadas sonoras y lentas. Aplastndose contra un barandilla, procur desvanecerse entre las sombras. Una enorme figura ocup su campo visual, cruzando el piso superior, perfilada por la luz de la antorcha de lo alto de la escalera y, a continuacin, sigui adelante hasta desaparecer de la vista. Ariakas oy cmo los pasos se detenan y luego, tras un leve arrastrar de pies, volvan hacia la escalera. Sin moverse, el guerrero observ cmo el centinela ogro volva a cruzar pesadamente ante su lnea de visin, y luego cmo se detena y daba la vuelta. El rtmico paseo continu, con menos de medio minuto entre cada uno de los pases de la criatura. Maldiciendo en voz baja, analiz al formidable adversario. ste era el primer ogro aplicado que haba encontrado en el castillo, y estaba claro que la bestia custodiaba algo de gran valor. La esperanza se reaviv en el guerrero; una esperanza tan fuerte que actu como su propia confirmacin. All, justo ms all del guardia, saba que encontrara a la dama! Con sumo cuidado, se desliz escalera arriba, subiendo un peldao cada vez que el ogro pasaba. Dio gracias de que las sombras fueran tan densas junto al pasamanos, y tambin de que el ogro no mostrara inclinacin a mirar hacia abajo; en lugar de ello, el ser mantena la mirada fija al frente mientras paseaba de un lado a

otro, el repetitivo trayecto formaba el trazo superior de una imaginaria letra T configurada junto a la escalera. Por fin, el guerrero alcanz el extremo de la zona en sombra, a unos cinco peldaos de la parte superior. El ogro volvi a pasar, marchando a la derecha del mercenario, y Ariakas desenvain la espada y junt los pies bajo el cuerpo. Su mente reprodujo con toda nitidez el ataque: saldra agachado y corriendo de la oscuridad, y lanzara la espada hacia arriba contra la fofa garganta. Una estocada certera en el cerebro producira la muerte instantnea... Rebanar la yugular la hara algo ms lenta, pero no menos segura. Todava en tensin, Ariakas se dio cuenta de que el ogro estara a punto de volver, pero entonces escuch que las pisadas del guardia sonaban algo ms all. De repente, los pasos se detuvieron y el guerrero oy un elocuente chorrear. Subiendo a toda velocidad, alcanz rpidamente el pasillo situado en lo alto de la escalera, dando las gracias en silencio a quienquiera que haba obligado a estas criaturas a usar letrinas. Ariakas busc en primer lugar otra escalera que condujera arriba, pero no haba ninguna, y, puesto que el ogro se haba ido por la derecha, l corri hacia la izquierda. Un destello de luz de antorcha se filtraba desde un pasillo lateral y, en lugar de un humo fuliginoso, un aroma de incienso perfumado surga al exterior junto con la luz: la dama. El corazn le lati con fuerza por culpa de algo ms que la falta de aire mientras giraba por el iluminado pasillo. Atraves como una exhalacin un umbral, sin aliento y parpadeando bajo la fuerte luz. En un principio crey que toda la habitacin refulga, pero no tard en concentrar la mirada en los tres faroles colgados del techo. Vapores neblinosos se arremolinaban alrededor de las luces y, al otro lado de la solitaria ventana de la estancia, se distingua el negro manto de la noche. Comprendi que sta era la abertura que haba estudiado desde la montaa barrida por el viento; el faro de luz que haba brillado, seductor, durante la larga noche. Entonces, todos los dems detalles se tornaron insignificantes cuando ella se movi. La dama yaca sobre un enorme lecho junto a una pared, y entonces gir la cabeza para mirarlo. Las rodillas de Ariakas flaquearon, y el guerrero se tambale bajo el impacto de tanta belleza. La mujer era el reflejo exacto de la figura de cabellos negros que haba atormentado sus sueos..., la imagen dibujada en el platino del precioso guardapelo.

Sin pensar -puede que fuera la debilidad que de improviso se haba apoderado de sus piernas-, hinc una rodilla en el suelo ante ella y se quit el yelmo. Inclin la cabeza, intentando ocultar la profunda cicatriz, que ahora le resultaba terriblemente grotesca, y se arrodill con veneracin, consumido por un xtasis teido de una especie de terror. Quin era la mujer? No importaba. --Levntate, guerrero, y acrcate a m. Se estremeci. La voz de la dama lo llen de exquisita alegra, y se incorpor, despacio. Las piernas todava parecan a punto de doblarse bajo su peso, pero le satisfizo comprobar que poda andar con normalidad, y dio tres pasos decididos. Atrevindose a mirarla, permiti por fin que sus ojos absorbieran la belleza que ya haba colmado su espritu y dej de importarle la profunda y desfiguradora cicatriz de su rostro. Fue entonces cuando descubri el brbaro aro de hierro que rodeaba el cuello de la mujer y se sinti invadido por una terrible sensacin de ultraje al ver la pesada y negra cadena, con la gruesa argolla sujeta a la pared junto a la cama. La angustia estrangul su voz de tal modo que no pudo expresar en palabras su dolor ante tal afrenta. Observ que el cuerpo tendido de la prisionera era esbelto; sin duda, de pie, era tan alta como l. El rostro formaba un valo perfecto de singular atractivo, con pmulos prominentes que enmarcaban unos negros ojos que parecan arder llenos de promesas... o peligros; las mejillas se estrechaban hasta finalizar en una enrgica barbilla; los labios, de un profundo carmes de tnica real, estaban ligeramente entreabiertos y brillaban por la humedad -imagin- dejada por la lengua al pasar sobre ellos; el cuello era largo y flexible y describa una suave curva para convertirse en unos hombros estrechos y una espalda recta. Un finsimo vestido de seda azul apenas si ocultaba los contornos de sus pechos, las elegantes caderas y las largas piernas. nicamente los pies alteraban ligeramente la imagen de su mente. Segn ella, deberan haber sido menudos, y cubiertos con unas zapatillas inmaculadas de algn material ornamental apropiado. Sin embargo, la mujer estaba descalza, y la piel de los dedos apareca agrietada y encallecida. Sus capturadores no le haban permitido la decencia de poseer calzado! La furia form un velo ante sus ojos, y cerr con fuerza las manos inconscientemente mientras imaginaba la venganza que se

tomara en su nombre. Pero entonces ella sonri, y todo pensamiento de violencia y derramamiento de sangre desapareci de su mente. --Has venido a buscarme... te doy las gracias -dijo, y sus palabras fueron los mismos suaves tonos musicales que casi lo haban paralizado antes. No haba ni un asomo de pregunta en sus palabras: ella saba por qu estaba l all. --Cules... cules son vuestras rdenes, seora? --Scame de este lugar, guerrero! La debilidad de sus piernas desapareci, reemplazada por una inflexible determinacin que -casi- le indic que podra abrirse paso a mandobles por entre un ejrcito de ogros. --S; para eso he venido. Cuntos ogros hay en la torre, lo sabis? -pregunt. --Sospecho que varias docenas... tal vez medio centenar. --Eso creo yo, tambin -coincidi l. Fue hacia la ventana para atisbar por la abertura, y tuvo que contener una sensacin de vrtigo cuando la excepcional altura desde la que observaba apareci ante sus ojos. No habra forma de huir por ah: la pared de la torre caa en vertical ms de un centenar de metros y, a continuacin, se una a la ladera misma de la montaa, que era casi igual de empinada. Ni siquiera la oscuridad poda ocultar el alcance de la cada. --Saben que ests en la torre? -pregunt ella en voz baja. --No; eso al menos lo tenemos a nuestro favor. -Seal entristecido la cadena y el collar de hierro-. Pero cmo vamos a conseguir sacaros eso? --Oberon es un seor precavido -repuso ella con un suspiro, dejndose caer de nuevo en la cama-... no ser fcil. --Conocis a Oberon? --Ojal no fuera as. -Su sonrisa dej traslucir un deje de amargura-. Pero es Oberon quien me tiene aqu, de esta guisa. -Seal a su alrededor. Por vez primera Ariakas se dio cuenta del autntico esplendor del aposento de la mujer. Gruesas colgaduras cubran las paredes; mullidos y lujosos divanes y relucientes mesas de mrmol y teca reposaban sobre el suelo. Realmente, excepto por la argolla de hierro y la cadena, podra haber entrado en los aposentos de una condesa, incluso de una princesa o reina. La visin de aquella cadena que la inmovilizaba provoc un odio

feroz en el corazn del guerrero; dese encontrarse con Oberon, hundir su espada en el pecho del villano con una mueca triunfal. E incluso eso, se dijo Ariakas, sera insuficiente para rectificar tan cruel ofensa. --Con vuestro permiso... -Alarg una mano hacia la cadena, y la mujer asinti. Sujet el metal entre los poderosos puos y, prime