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Distribución gratuita Octubre 2013 - Año 1 Número 2 - ISSN: 2346-9153 ESTE MES Por Lito Palese ▶ Una mujer, dos países La mujer que fue “flor del Alto Perú” –según la canción de Félix Luna y Ariel Ramírez, que interpretara magistralmente Mercedes Sosa–, se hizo acreedora a numerosos reconoci- mientos oficiales y populares. Fue hija de padre adinerado y siendo bonita no pue- de sorprender que se casara con “un buen partido”, como lo era Manuel Ascencio Padilla, hombre de fortuna y de atractivo aspecto. Los dos miembros de la pareja no tardarían demasiado en comprometerse en la lucha por la independencia. En esa lucha caería el valeroso esposo, cuya cabeza sería exhibida en una pica. Luego de esa muerte, probablemente no hayan sido pocos los que consideraron que el apellido Padilla debió inspirar el nombre del país que sería Bolivia. Pese a esa pérdida, la flor del Alto Perú” continuó en- rolada en la causa de la independencia y su destacada ac- tuación motivó que Manuel Belgrano le obsequiara una espada y pidiera al Director Supremo que le concediera el grado de teniente coronela. Esa distinción –llamativa para la época–, justificó que ese grado fuera incluido en los títulos de libros dedicados a la heroína a la que me refiero –“Juana Azurduy. La Teniente Coronela” (de Pacho O´Donnell); “Juana Azurduy teniente coronel de las américas” (de Estela Bringuer)–, sin perjuicio que otros autores se ocuparon de ella (por ejemplo, Felipe Pigna, en “Mujeres tenían que ser”). Los méritos del matrimonio indicado fueron causa para que, en octubre de 2003, la Ley 2.517 del Estado Plurina- cional de Bolivia declarara “Monumento Nacional, la Casa que en otrora fue Cuartel General de Dn. Manuel Ascencio Padilla y Dña. Juana Azurduy de Padilla”. Asimismo, en la Argentina, mediante el Decreto 892/09, se dispuso promover al grado de Generala post mortem a la Teniente Coronela Dña. Juana Azurduy de Padilla, habién- dose señalado en sus considerandos que ese ascenso “entra- ña un llamado a tener presente la hermandad” entre la Ar- gentina y el Estado Plurinacional de Bolivia, que la figura de Dña. Juana Azurduy “interpreta, en el marco de la celebración del bicentenario de la independencia boliviana”.

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Distribución gratuita Octubre 2013 - Año 1 Número 2 - ISSN: 2346-9153

ESTE MES Por Lito Palese

▶ Una mujer, dos países

La mujer que fue “flor del Alto Perú” –según la canción de Félix Luna y Ariel Ramírez, que interpretara magistralmente Mercedes Sosa–, se hizo acreedora a numerosos reconoci-mientos oficiales y populares.

Fue hija de padre adinerado y siendo bonita no pue-de sorprender que se casara con “un buen partido”, como lo era Manuel Ascencio Padilla, hombre de fortuna y de atractivo aspecto.

Los dos miembros de la pareja no tardarían demasiado en comprometerse en la lucha por la independencia.

En esa lucha caería el valeroso esposo, cuya cabeza sería exhibida en una pica. Luego de esa muerte, probablemente no hayan sido pocos los que consideraron que el apellido Padilla debió inspirar el nombre del país que sería Bolivia.

Pese a esa pérdida, la “flor del Alto Perú” continuó en-rolada en la causa de la independencia y su destacada ac-tuación motivó que Manuel Belgrano le obsequiara una espada y pidiera al Director Supremo que le concediera el grado de teniente coronela.

Esa distinción –llamativa para la época–, justificó que ese grado fuera incluido en los títulos de libros dedicados a la heroína a la que me refiero –“Juana Azurduy. La Teniente Coronela” (de Pacho O´Donnell); “Juana Azurduy teniente coronel de las américas” (de Estela Bringuer)–, sin perjuicio que otros autores se ocuparon de ella (por ejemplo, Felipe Pigna, en “Mujeres tenían que ser”).

Los méritos del matrimonio indicado fueron causa para que, en octubre de 2003, la Ley 2.517 del Estado Plurina-cional de Bolivia declarara “Monumento Nacional, la Casa que en otrora fue Cuartel General de Dn. Manuel Ascencio Padilla y Dña. Juana Azurduy de Padilla”.

Asimismo, en la Argentina, mediante el Decreto 892/09, se dispuso promover al grado de Generala post mortem a la Teniente Coronela Dña. Juana Azurduy de Padilla, habién-dose señalado en sus considerandos que ese ascenso “entra-ña un llamado a tener presente la hermandad” entre la Ar-gentina y el Estado Plurinacional de Bolivia, que la figura de Dña. Juana Azurduy “interpreta, en el marco de la celebración del bicentenario de la independencia boliviana”.

INALTO - Director responsable: Silvio Palermo - Revista Mensual de Cultura editada por Inalto S.A. - Domicilio legal: Lavalle 1290, Piso 1, Oficina 113, Ciu-dad Autónoma de Buenos Aires. Registro DNDA 5124173. ISSN: 2346-9153 - Año 1 número 2. Octubre de 2013. Buenos Aires. República Argentina - Im-preso en Estilos Gráficos S.A., Morón 2761/63, Ciudad Autónoma de Buenos Aires, en Octubre de 2013. © Inalto S.A. Todos los derechos reservados.

En el corriente año, en Bolivia, el Decreto Supremo 1.507 de dicho país autorizó a su Embajada en la Argenti-na, a realizar una contribución no reembolsable, destinada a la edificación de un monumento conmemorativo de la “Heroína Nacional” Juana Azurduy de Padilla, a ser insta-lado en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, con motivo de la celebración del “Día de la Confraternidad Argentino-Boliviana”.

Cabe concluir destacando que la heroína Azurduy y el hombre que primero reconoció su valía de un modo for-mal, significativo y oficial –Manuel Belgrano– han coin-cidido en dos circunstancias: ambos fueron hijos de padre inmigrante y de muy buena posición económica; ambos murieron en la pobreza.

▶ El toro salvaje y los medios

El famoso boxeador argentino Luis Ángel Firpo –que naciera en octubre de 1894 y que sigue siendo conocido como “El toro salvaje de las pampas”– se encuentra entre los precursores que asociaron en buena medida el éxito económico de su actividad con los medios audiovisuales.

En 1923, su encuentro en Nueva York con el campeón mundial de peso completo Jack Dempsey (conocido como “El Martillo de Manassa”) –uno de los combates de boxeo más dramáticos y espectaculares de todos los tiempos–, además de motivar la peculiar trasmisión que mencionó el libro “Días de radio. Historia de la radio argentina” –de Carlos Ulanovsky, Marta Merkin, Juan José Panno y Ga-briela Tijman–, le dio la posibilidad al boxeador argentino de obtener importantes ganancias adicionales con la pelí-cula de la pelea, cuyos derechos había adquirido.

Carlos Piñeiro Iñiguez, en su libro “Luis Ángel Firpo, soy yo” reflejó aspectos de la apasionante vida del citado boxeador de las pampas.

▶ El africano

Mientras en la Argentina era Presidente Julio Argentino Roca (quien cumplía el período comprendido entre el 12 de octubre de 1880 al 12 de octubre de 1886, habiendo sucedido a Nicolás Avellaneda y precedido a Miguel Juá-rez Celman), en octubre de 1885 nacía Basil Henry Liddell Hart, prestigioso historiador y teórico de la guerra.

El citado historiador escribió diversas obras de su especia-lidad, entre las que se cuenta “A Greater Than Napoleon Sci-pio Africanus”, dedicada al general romano Publius Cornelius Scipio (conocido en castellano como “Escipión el Africano”).

El citado general y estadista tuvo que resolver los problemas que le generaba a la República Romana su principal rival –Car-tago– con las tropas comandadas por el famoso general Aníbal, que pusieron en riesgo a aquella en grado tal que llega a nues-

tros días la expresión romana probablemente más representati-va del peligro inminente: “Hannibal ad portas”.

Para dirimir la cuestión, en octubre del 202 a.C., los respecti-vos ejércitos conducidos por los dos generales mencionados se enfrentaron en la decisiva batalla de Zama, en territorio africano.

Con esa batalla –en la que triunfaron los romanos–, concluyó la Segunda Guerra Púnica y quedó allanado el camino que Roma continuó recorriendo hasta obtener el predominio en el Mediterráneo, que pasó a ser para sus ciudadanos el “mare nostrum”.

Sir Basil Henry Liddell Hart destacó toda la maniobra pre-via del general romano –calificándola como una magistral ejecución de los principios de la guerra–, subrayó lo realizado por éste durante la batalla –afirmando que en un aspecto se adelantó en dos mil años a Wellington, el general inglés que derrotó a Napoleón en Waterloo– y destacó el carácter de es-tadista de Scipio –recordando que Seran de la Tour, al dedicar una obra de su autoría a Luis XV, escribió que un rey debe to-mar como modelo al hombre que fue sin dudas el más ilustre de la historia romana: “Escipión el Africano”–.

Recordando al eminente romano, el himno italiano dice: “Dell´elmo di Scipio / s´è cinta la testa” (con el metafórico significado que, estando a punto de entrar en guerra con-tra quienes dificultaban la unidad de Italia, ésta cubrió su cabeza con el yelmo de Scipio).

▶ La banalidad del mal

Cuando la filósofa política Hannah Arendt –que naciera en un octubre de hace 107 años– publicó en 1951 “The Ori-gins of Totalitarianism” (“Los orígines del totalitarismo”), no imaginó que su vida se cruzaría con la de Adolf Eich-mann, ex “OberSturmbannfürher” (jerarquía equivalente a teniente coronel) de las S.S. nazis.

El citado nazi había logrado escapar de Alemania des-pués de finalizar la Segunda Guerra Mundial, y ello desen-cadenó una intensa búsqueda, a la que se refirió Neal Bas-comb en su libro “A la caza de Eichmann”.

En 1960 un comando israelí atrapó a Adolf Eichmann en la Provincia de Buenos Aires (cuando regresaba de su trabajo en una fábrica ubicada en La Matanza) y lo llevó a Israel para ser juzgado, lo que generó un serio problema diplomático entre dicho país y la Argentina, que incluyó la cancelación de una entrevista programada entre el enton-ces presidente Arturo Frondizi y Golda Meir.

El “New Yorker” le encomendó a Hannah Arendt la cobertura periodística del proceso que culminó con la condena a muerte de Eichmann, lo que está reflejado en la película dirigida por Margarethe Von Trotta –con Barbara Sukowa, interpretando a la filósofa alemana–, que contiene partes documentales del juicio, con la voz del imputado.

Los artículos publicados por Arendt en el “New Yorker” y su posterior libro “Eichmann en Jerusalén. Un estudio so-bre la banalidad del mal” (1963), tuvieron gran repercusión y le acarrearon críticas muy severas.

El tiempo fue jerarquizando los conceptos de la autora de esas publicaciones –los que han ejercido una notable in-fluencia–, y a ellos se refirió Julia Kristeva en su libro “El genio femenino: Hannah Arendt”, en el que incluso aludió a la relación de la filósofa con su maestro Heidegger (a la que también se refirió Elzbieta Ettinger en “Hannah Arendt y Martin Heidegger”).

▶ La tercera presidencia y el sombrero alpino

La literatura sobre Juan Domingo Perón y peronismo es voluminosa, y octubre es un mes propicio para que crezca aún más y, desde distintos ángulos, se escriba sobre su figu-ra y sus actos, especialmente por la mítica jornada de 1945 y por el día de asunción de su tercera presidencia (también de octubre, pero de 1973).

Esa literatura incluye los libros del propio Perón –“La co-munidad organizada”, “Conducción política”, etcétera–, los de autores argentinos con ópticas distintas –por ejemplo, “Diálogos con Perón: Lecciones actuales”, de Julián Licastro, y “Peronismo y cultura de izquierda” de Carlos Altamirano–, de destacados ensayistas extranjeros publicados en caste-llano –por ejemplo, “El ejército y la política en la Argentina, 1928-1945. De Yrigoyen a Perón”, del norteamericano Robert Potash, y “La Internacional justicialista. Auge y ocaso de los sueños imperiales de Perón” del italiano Loris Zanatta (quien estuvo en Buenos Aires a presentar su libro el último mes de septiembre)–, así como numerosas obras que reflejan una gran diversidad de matices.

Con tal panorama, no es mucho lo que se puede agre-gar, y menos aún en pocas líneas. Por ello, sólo recordaré algunos hechos que desembocaron en una anécdota exte-riorizada por quien fuera un notorio político de la escena internacional.

Antes de la Segunda Guerra Mundial, el entonces teniente coronel Perón fue enviado a Italia para analizar las tropas alpinas de ese país. Sobre tal experiencia, mucho se podría expresar, pero, por ahora, me limito a recordar los hechos y la anécdota aludidos, agregando que lo dicho por el ex pre-sidente respecto a cómo fue recibido se puede leer en el li-bro “Conversaciones con Juan D. Perón” –de Enrique Pavón Pereyra–, y que Araceli Bellota, en su libro “Las mujeres de Perón”, relató que una de las mujeres a las que alude el citado libro fue una italiana que Perón conoció en Roma.

Muchos años después –durante su exilio–, y no obstante la contrariedad que exteriorizara la embajada argentina al respecto, en 1972 Perón fue recibido en Roma por el enton-ces Presidente del Consejo de Ministros italiano, Giulio An-dreotti (quien se mantuvo en importantes niveles políticos desde fines de la Segunda Guerra Mundial hasta su muerte en mayo del corriente año, cuando era senador vitalicio).

Luego de concretado su retorno a la Argentina, Perón fue electo por abrumadora mayoría Presidente de la Nación y la ceremonia de asunción de su tercer mandato, se concretó el 12 de octubre de 1973.

Giulio Andreotti estuvo presente en esa ceremonia y, en uno de sus numerosos libros –“Visti da vicino” (“Vis-tos de cerca”)–, refirió que Perón lo invitó a concurrir esa noche a su casa, y que, al entrar al domicilio del primer mandatario –acompañado del embajador de su país–, vio el “cappello alpino” de Perón (sombrero que es el elemen-to más representativo de las tropas alpinas), quedando Andreotti en duda si ese distintivo se hallaba ubicado en el lugar en forma estable o si fue un gesto de Perón hacia sus visitantes italianos.

▶ Setenta y cinco

En octubre de hace 75 años –en el mismo mes que mu-chos oyentes de un radioteatro de Orson Welles creyeron que los marcianos habían invadido los Estados Unidos–, el océano marplatense se quedó con el último suspiro de Alfonsina Storni, aunque el oleaje bravío no pudo devo-rar su obra literaria, que mantuvo un firme amarre en las dos ciudades capitales nacionales separadas por el Río de la Plata –en las que alternó con figuras prominentes de las letras– y que se proyectó más allá de ellas.

Un fin trágico y deseado, como lo fue el de dos de sus amigos: el de Leopoldo Lugones –de esta orilla, y en cuyo homenaje se celebra el “Día del Escritor”– y el de Horacio Quiroga –el escritor de la otra orilla, con quien mantuvo una relación que fue aludida, entre otros, por Daniel Balmaceda, en su libro “Romances argentinos de escritores turbulentos”–.

En octubre de 1998 –60 años años después de su parti-da– la Ciudad de Buenos Aires le rindió un homenaje a tra-vés de la Ley 77 de dicha Ciudad, que instituyó “el “Premio Alfonsina Storni” a la Poesía Femenina”, para ser otorgado a partir de 1998 y cada diez años, “a una poeta como lauro a su trayectoria”.

Nuevas ediciones permiten tener entre las manos un libro con fantasías de Alfonsina Storni, como “Antología Poética”, con introducción de Susana Zanetti.

▶ La vista en el horizonte, hacia el oeste

Quien haya concurrido a la Exposición Universal de Se-villa de 1992 –que finalizó el 12 de octubre (V Centenario

del Descubrimiento de América)– y haya subido a la réplica del navío que comandó el Descubridor de América para su magna empresa, probablemente tenga bastante claro el cora-je que debió tener éste para emprender la expedición que lo inmortalizó, navegando en una pequeña embarcación y con una no muy convencida tripulación cuyo escepticismo cre-cía a medida que transcurrían días sin alcanzar tierra firme.

La hazaña que culminó el 12 de octubre de 1492 con el Descubrimiento de América bastó para que el recuerdo del célebre navegante estuviera presente en el mundo en nume-rosas conmemoraciones, así como en calles, plazas, etcétera, y en Argentina incluso en el que es uno de los teatros líricos más importantes del mundo y en un significativo monu-mento.

Dicho monumento, que fue inaugurado en la Ciudad de Buenos Aires en el año 1921 –con la presencia del en-tonces Presidente de la Nación, Hipólito Yrigoyen– tie-ne un nombre escrito integralmente con mayúsculas: CRISTOFORO COLOMBO; o sea, el de quien en caste-llano es conocido como Cristóbal Colón, habiendo se-ñalado Giovanni Jannuzzi, en su libro “Carissima Argen-tina” (Buenos Aires, 2004, p. 143), que es el único “que lleva en todas las letras el nombre verdadero” de aquél.

Ese monumento fue consecuencia de la Ley 5.105 (pu-blicada en el Boletín Oficial de la República Argentina el 2 de septiembre de 1907), que en su artículo 1º estableció: “Autorízase al Poder Ejecutivo para aceptar de los residen-tes italianos, la donación del monumento a Cristóbal Colón, que se colocará en la plaza que lleva su nombre”.

Por su parte, la Ley 4.663 de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires declaró “Bien Integrante del Patrimonio Cul-tural” de dicha Ciudad “al monumento a Cristóbal Colón emplazado en la Plaza homónima”.

Se lo compare o no con la llegada del primer hombre a la luna (como algunos hacen, sin animarse a decir cuál fue más importante en su respectiva época), el solo Descubrimiento de América cambió el curso de la historia y representó un apor-te científico decisivo respecto de discusiones de su tiempo.

El Descubridor –a quien el argentino Félix Luna le destacó “los laureles de gran marino, tal vez el más grande de todos los tiempos” en “Historia integral de la Argentina”– fue ampliamente abordado en la literatura, incluso por notorios expertos contemporáneos sobre Colón, como Luis Arranz Márquez –“Cristóbal Colón: Misterio y Grandeza”– y Marino Ruggero –“L´uomo che superò i confini del mondo” (“El hombre que superó los confines del mundo”)–.