Discipulado uno
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discipulado
un corazón en el Padre un pueblo en Cristo
una misión en el Espíritu
discipulado – un corazón en el Padre
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“un corazón en el Padre, un pueblo en Cristo,
una misión en el Espíritu” Este lema es la visión, misión y estrategia de iglesia UNO. Estas tres frases son la composición del ADN que todos queremos llevar y contagiar en Santiago Centro, sus al rededores y adónde el Señor nos llame. Como una amenaza biológica que contagia todo a su paso con la vida nueva de Cristo, queremos ser un racimo de comunidades cuyos individuos y familias vivan este lema como un mapa de ruta de sus vidas, no por causa de un mero compromiso institucional con iglesia UNO, sino por causa de una pasión por la gloria de Dios revelada en Cristo mediante el Evangelio. Ya que, además, este lema es la manera cómo hemos intentado resumir la voluntad de Dios para nuestra vida en las Escrituras. En este primer material de discipulado de iglesia UNO (nivel 1)1, nos dedicaremos a conocer y profundizar especialmente qué significa tener UN CORAZÓN EN EL PADRE. El pecado desintegró nuestro corazón y los fragmentos se repartieron en un montón de deseos, pensamientos y afectos contradictorios, que caracterizan la vida del hombre y de la mujer pecadores. ¡La buena noticia es que Dios vino para restaurar nuestro corazón! Y esto es una tremenda realidad en el evangelio de Jesucristo. Ya no necesitamos tener un corazón dividido contra sí mismo, cargado de contradicciones, intentando agradar las voluntades irreconciliables de ídolos que fragmentan nuestra lealtad. Ahora nuestro corazón tiene un solo Señor, un solo Dios, el verdadero Creador, el Padre eterno que nos amó, nos adoptó y nos reconcilió consigo mismo, mediante la muerte y resurrección de Su Hijo. Ahora nuestra lealtad puede ser sólo hacia nuestro Padre celestial que nos amó con amor eterno, antes que nosotros lo amáramos a Él. Nuestro anhelo y oración es que este material de discipulado de 6 lecciones (idealmente 6 semanas) te entregue los elementos fundamentales para tu crecimiento en Cristo, para que veas la amorosa mano del Padre remendando lo que estaba roto y reconstruyendo paso a paso tu corazón que el pecado fragmentó. Ya vendrán los próximos 2 niveles (“un pueblo en Cristo” y “una misión en el Espíritu”), pero la raíz y base de lo que vendrá ya se encuentra aquí. Sabemos que, de una u otra manera, sabrás aplicar desde ya estas profundas verdades a tus relaciones interpersonales y a tu llamado a extender el Reino de Dios en la ciudad. Que el buen Padre te bendiga y use este discipulado para continuar haciendo cada día en ti la maravillosa obra de restaurar y reintegrar tu corazón en Su amor y en adoración a Él, el único digno de TODA la gloria. En Cristo, Equipo Pastoral iglesia UNO Noviembre 2012.
1 Este material es una traducción y adaptación de: Bob Thune & Will Walker, “The Gospel-‐Centered Life” (Greensboro, NC: World Harvest Mission, 2009).
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LECCIÓN 1: El Diagrama de la Cruz
Básicamente vamos a hablar acerca de 2 conceptos: cómo vemos a Dios y cómo nos vemos a nosotros mismos. Cuando se trata de la manera cómo vemos a Dios, suele haber un amplio abanico de opiniones. En un extremo, algunos tienen un concepto muy alto de Dios, al punto de que Él es tan totalmente lejano y alto que no se involucra con nuestra vida diaria. Al otro extremo algunos tienen una visión tan personal de Dios al punto que Él es un tan buen amigo que Su santidad es dejada de lado. Lo mismo ocurre cuando se trata de vernos a nosotros mismos: el abanico va desde aquellos que piensan que somos esencialmente buenos hasta aquellos que piensan que somos esencialmente malos. Veamos cómo podemos tratar cada uno de estos asuntos. Cuando se trata de tu visión acerca de Dios: ¿cuál es tu principal tendencia?:
a) ¿Ves a Dios tan majestuoso que está lejos de ti? o b) ¿Ves a Dios tan personal que ni siquiera piensas acerca de Su santidad?
¿Y qué piensas acerca de las personas? ¿Que son esencialmente buenas o malas? Veamos la Biblia:
1. Isaías 55.6-‐9 a) ¿Cuál es tu primera reacción a este pasaje? ¿Qué te llama más la
atención? b) ¿Qué dice este pasaje acerca de Dios? ¿Y qué dice acerca de nosotros, los
seres humanos?
2. Jeremías 17.9-‐10 a) ¿Cuál es tu primera reacción a este pasaje? ¿Qué te llama más la
atención? b) ¿Qué dice este pasaje acerca de Dios? ¿Y qué dice acerca de nosotros, los
seres humanos? “El Evangelio” es un concepto que los cristianos usan con frecuencia sin entender plenamente su significado. Nosotros hablamos el lenguaje del evangelio, pero raramente aplicamos el evangelio a todos los aspectos de nuestra vida. Sin embargo, esto es exactamente lo que Dios quiere para nosotros. El evangelio no es nada menos que “el poder de Dios” (Romanos 1.16). En Colosenses 1.6, el apóstol Pablo felicita a la iglesia de Colosas porque el evangelio “ha estado llevando fruto constantemente y creciendo entre ellos desde el día que lo oyeron”. El apóstol Pablo enseña que la falta de transformación constante en nuestra vida tiene su origen en que olvidamos lo que Dios ha hecho por nosotros en el evangelio (2ª Pedro 1.3-‐9). Si vamos a crecer hacia la madurez en Cristo, debemos profundizar y ensanchar nuestro conocimiento del evangelio como el medio dado por Dios para la transformación personal y comunitaria. Muchos cristianos viven con una visión coja del evangelio. Vemos el evangelio sólo como la puerta de entrada o el “punto de inicio” del reino de Dios. ¡Pero el
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evangelio es mucho más! No solamente es la puerta, sino el camino por el cual debemos caminar cada día de nuestra vida cristiana. No es solamente el medio para salvación, sino también el medio para nuestra transformación. No es simplemente libertad del castigo por el pecado, sino también libertad del poder del pecado en nuestra vida. El evangelio es lo que nos hace justos ante Dios (justificación) y también lo que nos libera para deleitarnos más en Dios (santificación). ¡El evangelio lo cambia todo!
El siguiente modelo ha sido de gran ayuda a muchas personas al pensar en el evangelio y sus implicaciones. Este diagrama no dice todo lo que podría ser dicho acerca del evangelio, pero al menos sirve como una ayuda visual para entender cómo trabaja el evangelio en nuestras vidas.
El punto de inicio de la vida cristiana (conversión) ocurre cuando me vuelvo consciente por primera vez del abismo que hay entre la santidad de Dios y mi pecaminosidad. Cuando soy convertido, confío y espero en Jesús, quién ha hecho lo que yo nunca podría haber hecho: Él hizo un puente entre mi pecaminosidad y la santidad de Dios. Él cargó la ira santa de Dios sobre sí mismo.
Al momento de la conversión, sin embargo, todavía tengo una visión muy
limitada de la santidad de Dios y de mi pecado. Mientras más crezco en mi vida cristiana, más crece mi conciencia de la santidad de Dios y de mi naturaleza caída y pecado. A medida que leo la Biblia, experimento la convicción del Espíritu Santo, vivo en comunidad con otros y busco servir al mundo, la distancia entre la extensión de la grandeza de Dios y la extensión de mi pecado se vuelve crecientemente clara y vívida. No es que Dios se haya vuelto más santo o que yo me vuelva más pecador. Pero mi conciencia de ambas cosas va creciendo. Voy viendo de manera más creciente a Dios como él realmente es (Isaías 55.8-‐9) y a mí mismo como verdaderamente soy (Jeremías 17.9-‐10).
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A medida que mi entendimiento de mi pecado y de la santidad de Dios crece, algo más también crece: el cuánto valoro y amo a Jesús. Su mediación, su sacrificio, su justicia y su obra de gracia a mi favor, se vuelven crecientemente dulces y poderosos para mí. La cruz crece ante mis ojos y se vuelve más central en mi vida a medida que me regocijo en mi Salvador que murió en ella.
Desafortunadamente, la santificación (crecer en santidad) no funciona tan llanamente como nos gustaría. Debido al pecado que aún permanece en mí, tengo una constante tendencia a minimizare el evangelio o a “encoger la cruz”. Esto ocurre cuando yo (a) minimizo la santidad perfecta de Dios, pensando que Él es algo menos que lo que Su Palabra afirma que Él es, o (b) cuando elevo mi propia justicia, pensando de mí mismo como algo mejor de lo que realmente soy. La cruz se vuelve más pequeña y la importancia de Cristo en mi vida se ve disminuida.
Hablaremos más, en las próximas lecciones, acerca de las formas específicas en las cuales minimizamos el evangelio. Para contrarrestar nuestra tendencia pecaminosa a encoger el evangelio, debemos constantemente nutrir nuestra mente de la verdad bíblica. Necesitamos conocer, ver y degustar cada vez más el carácter santo y justo de Dios. Y necesitamos identificar, admitir y sentir la profundidad de nuestra quiebra espiritual y de nuestra pecaminosidad. Nuestra motivación jamás debe ser “hacer estas cosas porque se supone que es lo que los cristianos hacen”. En cambio, hacemos de este nuestro objetivo porque es la vida que Dios para nosotros – una vida marcada por el gozo, la esperanza y el amor transformadores.
Crecer en el evangelio significa ver más claramente la santidad de Dios y ver más claramente mi pecado. Y por causa de lo que Jesús ha hecho por nosotros en la cruz, no necesitamos tenerle miedo a ver a Dios como Él realmente es ni tampoco a admitir cuán quebrados nosotros realmente estamos. Nuestra esperanza no está puesta en nuestra propia bondad ni en la vana expectativa de que Dios comprometa sus estándares y “baje la vara”. En vez de esto, descansamos en Jesús
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como nuestros perfecto Redentor – Aquel que es “nuestra justicia, santidad y redención” (1ª Corintios 1.30) Repasemos el artículo, conversando lo siguiente:
1. ¿Cuáles son las implicaciones de ver el evangelio sólo como el "punto de inicio" de la vida cristiana?
2. ¿Cuáles son las 2 cosas que deben crecer a medida que maduramos en nuestra vida cristiana?
3. ¿Cuáles son las 2 maneras de “encoger la cruz”? Personalicemos estos conceptos un poco:
1. ¿Cómo has visto que tu visión de Dios ha crecido y cambiado en los últimos meses (la línea superior del Diagrama de la Cruz)? ¿Cómo esto ha ocurrido?
2. A veces es difícil identificar las maneras cómo minimizamos y justificamos nuestro pecado (la línea inferior del Diagrama de la Cruz). Leamos juntos el siguiente suplemento y hablemos sobre estas descripciones.
Seis maneras de minimizar el pecado. Defenderse Encuentro especialmente difícil cuando otros me hacen ver mis debilidades o pecado. Cuando soy confrontado, mi tendencia es explicar las cosas, hablar sobre mis éxitos, o justificar mis decisiones. Como resultado, a las personas les cuesta aproximarse a mí y raramente sostengo conversaciones sobre cosas difíciles en mi vida. Aparentar Me esfuerzo por mantener apariencias y una imagen respetable. Mi comportamiento es guiado, en menor o mayor medida, por lo que otros piensan de mí. Además, no me gusta pensar reflexivamente acerca de mi propia vida. Como resultado muy pocos conocen quién realmente soy (es probable que ni yo sepa muy bien quién soy). Ocultar Intento que se noten lo menos posible las contradicciones en mi vida, especialmente las “cosas malas”. Esto es distinto a aparentar, ya que aparentar tiene que ver con impresionar, pero ocultar tiene que ver con sentir vergüenza. Pienso que las personas no me van a aceptar si llegan a conocer mi “verdadero yo”. Exagerar Tiendo a pensar (y a hablar) de manera más alta acerca de mí mismo de lo que debería. Hago que las cosas (buenas o malas) que vivo parezcan más grandes de lo que realmente son (generalmente para obtener la atención de los demás). Como resultado, lo que me pasa tiende a obtener más atención de lo que merece y me hacen sentir constantemente estresado o ansioso. Culpar Soy rápido en encontrar culpables y en culpar a otros por mi pecado o por las circunstancias adversas. Me cuesta mucho reconocer mi cuota de responsabilidad en los conflictos o pecados cometidos. Hay un elemento de orgullo en mí que
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tiende a asumir que “no es mi culpa” o (a veces mezclado con) un elemento de miedo a que me rechacen si reconozco que “fue mi culpa”. Quitar importancia Tiendo a darle poco peso al pecado o a las circunstancias difíciles en mi vida, como si fueran “normales” o “no tan malas”. Como resultado, las cosas generalmente no obtienen la atención que merecen. Las cosas en mi vida tienen la tendencia a acumularse hasta el punto que, de repente, se vuelven insoportables.
1. ¿Cuál de estas 6 formas de minimizar de tu pecado, tiendes a hacer más seguido? Compartan como grupo.
2. Pidan a alguien en el grupo que sienta suficiente confianza para compartir algún ejemplo reciente de cuando minimizó su pecado, que lo comparta.
Ahora, como grupo, hagan el siguiente ejercicio juntos: EJERCICIO: Juzgar a los demás. Una manera de poder apreciar el valor de del Diagrama de la Cruz es aplicarlo a un área específica en la cual es común que las personas luchen. Juzgar a otros es algo que todos hacemos en mayor o menor medida. Como grupo, hagan una “lluvia de ideas” acerca de algunas formas mediante las cuales juzgamos personas. Las preguntas aquí abajo les ayudarán a ver la conexión entre juzgar a otros y tu visión del Evangelio.
1. ¿Cuáles son formas específicas mediante las cuales juzgamos a otros? 2. ¿Por qué juzgamos a otros? ¿Qué razones damos para hacerlo? 3. ¿De qué manera estas razones reflejan una visión pequeña de la santidad de
Dios? 4. ¿Cómo estas razones reflejan una visión pequeña de nuestro pecado? 5. Piensa en alguien en tu vida a quién tú tiendes juzgar con frecuencia
a) ¿Cómo una visión más clara de la santidad de Dios afectaría positivamente esta relación?
b) ¿Cómo una visión más clara de tu propio pecado afectaría positivamente esta relación?
Tómense un tiempo para orar: Pide a Dios que te muestre una visión más clara de Él y Su santidad y de ti mismo y tu pecaminosidad, pero sobre todo: pide a Dios una visión más clara de la Cruz de Cristo y de Su gracia.
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LECCIÓN 2: Apariencia y buen desempeño.
Esta lección trabaja con el “encoger la cruz”, lo que significa que algo está faltando en nuestro entendimiento, aprecio o aplicación del sacrificio de Jesús por nuestro pecado. Esto se manifiesta de dos maneras principales: “aparentando” o buscando un “buen desempeño”. “Aparentar” es la manera cómo minimizamos el pecado, haciendo que somos algo que en realidad no somos. Buscar un “buen desempeño” es la manera cómo minimizamos la santidad de Dios, reduciendo sus estándares perfectos a algo menos-‐que-‐perfecto, algo que nosotros podemos lograr si nos desempeñamos bien en nuestro comportamiento, de esta manera creemos que podemos merecer el favor de Dios. Ambas actitudes están arraigadas en una visión inadecuada de la santidad de Dios y de quién somos nosotros. Leeremos dos historias en Lucas 18 (una parábola y una historia, en realidad). Leamos la parábola primero. Es bastante directa, así que leámosla y después respondamos un par de preguntas. Lucas 18.9-‐14
1. Mientras leían, ¿con cuál personaje te identificaste más? ¿Cuál es el punto de vista que se parece más al tuyo? ¿Por qué?
2. ¿Qué te agrada ó desagrada acerca de la idea de ser como el fariseo? 3. ¿Qué te agrada ó desagrada acerca de la idea de ser como el cobrador de
impuestos? 4. ¿Por qué el fariseo es el “chico malo” de la parábola? ¡Lo que está haciendo
(orar) no es algo malo! Lucas 18.18-‐23
1. ¿Cómo describirías la visión que este hombre tenía de Dios? 2. ¿Cómo describirías la visión que este hombre tenía de sí mismo?
En la lección pasada vimos un modelo que nos sirve para entender qué significa vivir a la luz del evangelio. En esta lección queremos ver con más detalle las maneras cómo minimizamos el evangelio y reducimos su impacto en nuestra vida. Fíjate que la línea superior del diagrama dice “creciente conciencia de la santidad de Dios”. Como dijimos la última vez, esto no significa que la santidad de Dios en sí misma crezca, ya que Dios es inmutable en su carácter. Él siempre ha sido infinitamente santo. En realidad, esta línea muestra que cuando el evangelio está desarrollándose normalmente en nuestra vida, nuestra “conciencia” del carácter santo de Dios está creciendo constantemente. Percibimos de manera más profunda y plena el peso de la perfección gloriosa de Dios. De la misma manera, la línea inferior muestra que cuando el evangelio está desarrollándose normalmente en nuestra vida, nuestra conciencia de nuestra propia pecaminosidad crece constantemente. Esto no significa que nos hagamos más pecadores (de hecho, a medida que crecemos en Cristo comenzamos a obtener victoria sobre el pecado). Pero nos empezamos a dar cuenta más y más cuán
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profundo es el problema de nuestro carácter y comportamiento. Así empezamos a ver que somos más profundamente pecadores de lo que primeramente imaginábamos.
A medida que estas dos líneas se bifurcan, la cruz se hace más grande en nuestra experiencia, produciendo un amor más profundo por Jesús y un entendimiento más completo de Su bondad. Al menos, eso es lo ideal. Pero en la realidad, debido al pecado que habita en nosotros, somos propensos a olvidar el evangelio – a deslizarnos y apartarnos de él como un barco que se suelta del lugar donde debiera estar anclado. Es por eso que la Biblia nos insta a no “movernos de la esperanza del evangelio que hemos oído” (Colosenses 1.23) y buscar que la “la palabra de Cristo habite en nosotros abundantemente” (Colosenses 3.16). Cuando no estamos anclados en la verdad del evangelio, nuestro amor por Jesús y nuestra experiencia de su bondad se vuelven muy pequeñas. Terminamos “encogiendo la cruz”, ya sea aparentando o esforzándonos por un buen desempeño. Mira nuevamente la línea inferior del diagrama. ¡Crecer en la conciencia de nuestra propia pecaminosidad no es entretenido! Significa admitir – a nosotros mismos y a los demás – que no somos todo lo buenos que pensamos que somos. Significa enfrentar, aquello que Richard Lovelace llamó de “la compleja mezcla de actitudes compulsivas, creencias y comportamiento” que el pecado ha producido en nosotros2. Si no estamos descansando nuestro corazón en la justicia de Jesús, esta creciente conciencia de nuestro pecado se vuelve un peso destructivo. Somos aplastados bajo su carga e intentamos compensar aparentando que somos mejores de lo que realmente somos. Aparentar puede tomar distintas formas: deshonestidad (“No soy tan malo”), comparación (“No soy tan malo como aquellas personas”) y justicia falsa (“Aquí están todas las cosas buenas que he hecho”). 2 Richard Lovelace, Dynamics of Spiritual Life (Downers Grove, Ill.: InterVarsity Press, 1979), p. 88.
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Debido a que no queremos admitir cuán pecaminosos realmente somos, torcemos la verdad a nuestro favor. Crecer en nuestra conciencia de la santidad de Dios también es desafiante. Significa enfrentarnos cara a cara con los mandamientos justos de Dios y la gloriosa perfección de Su carácter. Significa darnos cuenta cuán terriblemente caemos en no cumplir sus estándares. Significa sentirnos reflejados en la santa repulsión que Él siente hacia el pecado. Si no estamos arraigados en el hecho de que Dios nos acepta a través de Jesús, entonces tratamos de compensar esforzándonos por ganar la aprobación de Dios mediante nuestro buen desempeño. Vivimos nuestra vida en un ciclo sin fin, intentando ganar el favor de Dios, viviendo según Sus expectativas (o, más bien, nuestro entendimiento equivocado de Sus expectativas). Es fácil hablar de aparentar o buscar un buen desempeño en el abstracto. Pero consideremos cómo estas tendencias encuentran una expresión práctica en nuestra vida. Para discernir tus tendencias sutiles a aparentar, pregúntate a ti mismo: ¿en qué confío para darme la sensación de “credibilidad personal” (validez, aceptación, “quedar bien parado”)? Tu respuesta a esta pregunta a menudo revela algo (que no es Jesús) en lo cual buscas justicia. Cuando no estamos firmemente arraigados en el evangelio, nos apoyamos en estos falsos recursos de justicia para construir nuestra reputación y darnos a nosotros mismos la sensación de que somos dignos y tenemos valor. Aquí hay algunos ejemplos: JUSTICIA DEL TRABAJO: Soy alguien que trabaja duro, así Dios me recompensa. JUSTICIA DE LA FAMILIA: Porque hago las cosas bien como papá o mamá, soy más consagrado que los papás que no pueden controlar a sus hijos. JUSTICIA TEOLÓGICA: Tengo buena teología. Dios me prefiere a mí antes que a aquellos que tienen mala teología. JUSTICIA INTELECTUAL: He leído más, sé articular mejor mis ideas y soy más sofisticado culturalmente que otros, lo cual obviamente me hace mejor persona. JUSTICIA DE LA AGENDA: Soy alguien auto-‐disciplinado y riguroso con mi administración del tiempo, lo que me hace más maduro que otros. JUSTICIA DE LA FLEXIBILIDAD: En un mundo trabajólico y estresado, yo soy flexible y relajado. Siempre tengo tiempo para los demás. ¡Qué lata por aquellos que no son como yo! JUSTICIA DE LA MISERICORDIA: Me preocupo de los pobres y de los necesitados. Todos debieran hacerlo igual que yo. JUSTICIA LEGALISTA: No bebo, no fumo, no digo palabra feas ni me junto con quienes lo hacen. Demasiados cristianos no están preocupados con la santidad en estos días. JUSTICIA FINANCIERA: Sé administrar mi dinero sabiamente y mantenerme sin deudas. No soy como esos cristianos materialistas que no saben controlar lo que gastan. JUSTICIA POLÍTICA: Quien realmente ama a Dios, vota por mi candidato o apoya mi opción o coalición política. JUSTICIA DE LA TOLERANCIA: Soy alguien de mente abierta y que sabe ser caritativo con aquellos que no concuerdan conmigo. De hecho, ¡soy como Jesús en esto!
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JUSTICIA DE LA CONVICCIÓN: Soy alguien que no cede en sus convicciones, sé mantener mis posturas contra todo viento extraño de doctrina. Los que piensan correctamente, piensan como yo y no nos dejamos tambalear. Estos son sólo algunos ejemplos. Probablemente puedas pensar en muchos más (piensa en cualquier cosa que te da la sensación de ser lo “suficientemente bueno” o mejor que otros). Estos recursos de justicia funcional nos desconectan del poder del evangelio. Ellos nos permiten encontrar justicia en las cosas que hacemos en vez de, honestamente, enfrentar la profundidad de nuestro pecado y quiebra espiritual. Incluso, cada uno de estos recursos de justicia funcional son también una manera de juzgar a otros y excluirlos. Usamos estos recursos para elevarnos a nosotros mismos y condenar a quienes no son tan “justos” como nosotros. En otras palabras, buscar justicia en estas cosas sólo nos lleva a pecar más, no a pecar menos. Ahora, para revelar tu tendencia a hacer un buen desempeño, haz una pausa y responde a la siguiente pregunta: “mientras Dios te mira, en este preciso momento ¿cuál es la expresión de Su rostro?” ¿Ves a Dios desilusionado? ¿Enojado? ¿Indiferente? Ves que en su rostro Él te dice “¡Actúa mejor!” o “¡Si tan sólo pudieras esforzarte un poco más por mí!”. El punto es que si tú imaginas que Dios no siente deleite en ti, entonces has caído en una actitud de buen desempeño. Ya que la verdad del evangelio es una realidad en Cristo, Dios está profundamente feliz contigo. ¡De hecho, basado en la obra de Cristo, Dios te ha adoptado como su propio hijo o hija (Galátas 4.7)! Pero cuando dejamos de arraigar nuestra identidad en lo que Jesús hizo por nosotros, nos deslizamos en un cristianismo guiado por el buen desempeño. Empezamos a imaginar que si fuéramos “mejores cristianos”, Dios nos aprobaría más plenamente. Vivir de esta manera nos arranca la alegría y el deleite de seguir a Jesús, ahogándonos en una obediencia por puro deber y sin alegría. Nuestro evangelio se hace muy pequeño. El cristianismo movido por el buen desempeño es, de hecho, la manera cómo minimizamos la santidad de Dios. Pensar que podemos impresionar a Dios con nuestra “vida correcta”, muestra que hemos bajado Sus estándares muy debajo de donde realmente están. En vez de asombrarnos con la medida infinita de Su santidad perfecta, nos hemos convencido a nosotros mismos de que si hacemos duramente nuestro mejor esfuerzo podemos merecer el amor y la aprobación de Dios. Nuestras tendencias sutiles a aparentar y a un buen desempeño muestran que el no creer suficientemente en el evangelio es la raíz de todos nuestros pecados más evidentes. A medida que aprendemos a aplicar el evangelio a nuestra incredulidad – “predicar el evangelio a nosotros mismos” – seremos libertados de la falsa seguridad de aparentar y de buscar un buen desempeño. En vez de eso, viviremos en la verdadera alegría y libertad que nos ha sido prometida en Jesús. Hablaremos un poco más sobre esto en la próxima lección. Hablemos primero sobre la línea superior del diagrama:
1. ¿Has tenido alguna vez el sentimiento de que no quieres conocer los mandamientos de Dios por causa de sus posibles implicaciones para tu vida?
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2. Pensar acerca de la santidad de Dios, ¿tiende a moverte a adorar o a sentir miedo?
3. Cómo respondes a la pregunta que el artículo hace: “mientras Dios te mira, en este preciso momento ¿cuál es la expresión de Su rostro?” ¿Por qué es esa tu respuesta? ¿Cómo ve a Dios alguien que responde que lo ve desilusionado, enojado o indiferente?
Hablemos ahora acerca de la línea inferior del diagrama:
1. ¿Cómo te sientes al ver las profundidades de tu quiebra espiritual o al ser visto por otros de esa manera? ¿Te cuesta verte así? ¿Por qué?
2. ¿Te agrada se convencido de tu pecado o lo sientes como un “peso destructivo”?
3. Cómo respondes a la pregunta del artículo: ¿en qué confío para darme la sensación de “credibilidad personal” (validez, aceptación, “quedar bien parado”)?
4. De todos los tipos de justicia funcional descritos en el artículo, ¿cuál te identifica más? ¿Por qué?
Ahora hagan el siguiente ejercicio práctico con el grupo para intentar ver cómo estas dinámicas ocurren en nuestro corazón. Contesten las preguntas del ejercicio individualmente y en silencio primero, después compartan sus respuestas.
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EJERCICIO: Correcto y Equivocado Todos hemos construido ciertas reglas o leyes según las cuales vivimos, creyendo que si las guardamos, entonces tenemos una vida más “correcta” delante de Dios. Hay, por lo tanto, solamente un pequeño paso antes de que empecemos a juzgar a otros basados en su desempeño de estas reglas o leyes. Las reglas que hacemos para nosotros mismos son, generalmente, cosas buenas. Sin embargo, a menudo abusamos de ellas. Por ejemplo, a medida que luchamos con el deseo de estar en control de nuestras vidas, levantamos leyes que nos ayudan a mantener el control. Estas leyes pueden ser tan simples como “No te cruces delante mío en la carretera” o “la casa debe mantenerse impecable”. Cuando las personas rompen estas leyes, sentimos que estamos perdiendo el control y que no nos respetan. Incluso, sentimos que nosotros estamos correctos y ellos equivocados. El resultado más común es enojo, a medida que intentamos recobrar el control de la situación y mostrar cuán correctos estamos. Por tanto, en lugar de usar la ley para mostrar amor y respeto hacia los demás, terminamos usándola contra los demás, enjuiciando y condenando.
1. Da un ejemplo de una regla que has establecido para ti mismo y para otros, que te hace sentir bien cuando la cumples, pero que te irrita o deprime cuando es quebrada.
2. ¿De qué manera el guardar esta regla te ha dado un sentido de auto-‐justicia?
3. ¿De qué manera el ser dominado por esta regla te ha mantenido distante de amar genuinamente a los demás? Sé específico.
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LECCIÓN 3: Creyendo en el Evangelio.
Hemos focalizado las manera cómo minimizamos el evangelio – o sea, lo negativo. Esta lección vuelca nuestra atención a lo positivo: ¿qué remedios Dios ha dado en el evangelio para guardarnos de encoger la cruz y de depender de nuestro propio esfuerzo?
Cuando te imaginas el tipo de persona que anhelas ser espiritualmente ¿qué características ves? ó ¿en qué aspectos te gustaría crecer espiritualmente? Compartan como grupo sus ideas.
Si pudiéramos resumir, podríamos decir que lo que anhelamos es “ser productivos y útiles en nuestra fe”. Estas son las palabras que el apóstol Pedro usa en el pasaje que vamos a leer. Pedro entrega una serie de instrucciones para la vida cristiana. Es como una progresión hacia la madurez espiritual. 2ª de Pedro 1.3-‐8
1. Pedro afirma en el versículo 8 que si hacemos las cosas mencionadas en los versículos 5 al 7, seremos productivos y útiles en nuestra fe (que, en realidad, es lo que más queremos). ¿Cómo piensas que lo estás haciendo de acuerdo con esta lista? Si te comparas a ti mismo con las cualidades nombras por Pedro ¿qué nota le pondrías a tu propio progreso?
2. ¿Por qué a veces es difícil crecer espiritualmente? ¿Qué desafíos tú enfrentas cuando se trata de vivir las cosas que Pedro menciona?
3. Según el versículo 9 (que alguien lo lea en voz alta y clara) ¿cuál es la verdadera razón por la cual no crecemos espiritualmente?
Esto nos lleva de regreso a lo que hablamos en la primera lección: que el evangelio no es sólo el punto de entrada, sino el camino entero de la vida espiritual. Lo que leeremos a continuación nos dará más explicaciones acerca de cómo el evangelio nos cambia: En las últimas dos lecciones usamos una ilustración visual para entender mejor el evangelio y la manera cómo se desarrolla en nuestra vida. La última vez consideramos nuestra tendencia a “encoger la cruz”, ya sea aparentando o buscando un buen desempeño. En esta lección queremos ver cómo una fe fuerte y vibrante en el evangelio nos libera de nosotros mismos y produce verdadera y permanente transformación espiritual. A la raíz de la condición humana hay un esfuerzo por buscar justicia e identidad. Anhelamos un sentido de aceptación, aprobación, seguridad y significado –porque fuimos diseñados por Dios para encontrar estas cosas en Él. Pero el pecado nos ha separado de Dios y ha generado en nosotros un profundo sentido de alienación. Hablándole acerca del pueblo judío de sus días, el apóstol Pablo escribe “No conocieron la justicia que viene de Dios y procuraron establecer la suya propia” (Romanos 10.3). Nosotros hacemos lo mismo. Hablando en términos teológicos,
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aparentar y buscar un buen desempeño sólo son dos formas sofisticadas de establecer nuestra propia justicia. Cuando aparentamos nos hacemos a nosotros mismos mejores de lo que realmente somos. Cuando buscamos un buen desempeño estamos intentando agradar a Dios mediante las cosas que hacemos. Aparentar y buscar un buen desempeño refleja nuestros intentos pecaminosos de
asegurar nuestra propia justicia e identidad fuera de Jesús. Para experimentar verdaderamente la transformación profunda que Dios nos promete en el evangelio, debemos arrepentirnos continuamente de estos patrones pecaminosos. Nuestras almas deben estar profundamente arraigadas en la verdad del evangelio de tal manera que anclemos nuestra justicia e identidad en Jesús y no en nosotros mismos. Específicamente las promesas del evangelio de una justicia y adopción pasivas deben ser centrales en nuestra forma de pensar y vivir. La justicia pasiva es la verdad bíblica de que Dios no solamente ha perdonado nuestro pecado sino también ha adjudicado a nosotros la justicia real de Jesús. Romanos 3 habla de una justicia de Dios que se hace nuestra mediante la fe: “Pero ahora aparte de la ley la justicia de Dios ha sido manifestada, atestiguada por la ley y los profetas; es decir, la justicia de Dios por medio de la fe en Jesucristo para todos los que creen” (Romanos 3.21 y 22). Sobre esta justicia pasiva Martín Lutero escribió:
Es llamada “justicia pasiva” porque no tenemos que trabajar para obtenerla… no es una justicia por la cual trabajamos, sino una justicia que recibimos por fe. Esta justicia pasiva es un misterio que algunos que no conocen a Jesús no pueden entender. De hecho los cristianos no logran entenderla
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completamente y raramente sacan ventaja de ella en su vida diaria… cuando hay algún miedo o nuestra conciencia está acongojada esto es un indicador de que hemos perdido de vista nuestra justicia pasiva y que Cristo está oculto a nuestros ojos. La persona que se aleja de la justicia pasiva no tiene otra opción sino vivir por justicia “por obras”. Si no depende de la obra de Cristo, ella debe depender en su propia obra. Así que debemos enseñar y continuamente repetir la verdad de esta justicia “pasiva” o “cristiana” para que así los creyentes sigan aferrándose a ella y nunca la confundan con justicia “por obras”3
Lutero nos recuerda que si nos “alejamos de la justicia pasiva”, nuestros corazones naturalmente tienden hacia la auto-‐justicia o justicia por obras. Para luchar contra nuestra tendencia a encoger el evangelio, debemos arrepentirnos consistentemente de falsas fuentes de justicia y predicar el evangelio a nosotros mismos, especialmente la verdad de la justicia pasiva. Debemos aferrarnos a la promesa del evangelio de que Dios se deleita en nosotros porque se deleita en Jesús. Cuando abrazamos el evangelio de esta manera, no nos da vergüenza ni miedo mirar nuestro pecado. En realidad esto nos lleva a adorarle porque Jesús murió por todos nuestros pecados y es liberador porque ya no somos definidos por nuestra pecaminosidad. Nuestra justicia está en Cristo. La buena noticia del evangelio no es que Dios nos exalte, sino que Dios nos hace libres para exaltar a Jesús. La adopción es la verdad bíblica de que Dios nos ha dado la bienvenida a su familia como sus hijos e hijas gracias a nuestra unión con Cristo. Parte de la obra del Espíritu Santo consiste en confirmar esta adopción en nosotros: “Porque ustedes no han recibido un espíritu de esclavitud para volver al temor, sino que han recibido un espíritu de adopción como hijos, por el cuál clamamos ¡Abba Padre! El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios” (Romanos 8.15 y 16). Gálatas 4.7 dice lo mismo con palabras diferentes: “Así que ustedes ya no son esclavos sino hijos y ya que son hijos Dios también los ha hecho herederos”. Pero de la misma manera que nos alejamos de la justicia pasiva también somos propensos a olvidar nuestra identidad como hijos de Dios. Vivimos como huérfanos en vez de vivir como hijos e hijas. En lugar de descansar en el amor paternal de Dios, intentamos ganar su favor viviendo según sus expectativas (o nuestra visión equivocada de sus expectativas). Vivimos la vida en un ciclo sin fin intentando ser “buenos cristianos” para que Dios nos apruebe. Para luchar contra nuestra tendencia a encoger el evangelio en esta manera, debemos arrepentirnos continuamente de nuestra mentalidad de huérfanos y habitar en nuestra verdadera identidad como hijos e hijas de Dios. Por fe debemos aferrarnos a la promesa del evangelio de que somos adoptados como hijos de Dios. La justicia de Jesús ha sido adjudicada a nosotros sin necesidad de obras (Romanos 4.4-‐8). No necesitamos hacer nada para asegurar el amor y la aceptación de Dios; Jesús los ha asegurado por nosotros. Cuando abrazamos el evangelio de esta manera los estándares infinitos de la santidad de Dios ya no nos causan miedo ni intimidan. Nos llevan a adorar porque Jesús cumplió esos estándares por nosotros. Nuestra identidad está en Él. Las buenas noticias del evangelio no son que Dios nos 3 Martín Lutero, Prefacio a su Comentario a los Gálatas.
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favorece por causa de quienes somos, sino que nos favorece a pesar de quienes somos. A la raíz de nuestros pecados visibles se encuentra el esfuerzo invisible por buscar justicia e identidad. En otras palabras nunca superamos el evangelio. Como escribió Martín Lutero “Se hace más necesario que conozcamos bien el evangelio, que lo enseñemos a otros y que lo golpeemos dentro de sus cabezas continuamente”. A medida que nos damos cuenta de nuestras tendencias a aparentar y a buscar un buen desempeño –que son nuestros intentos de construir nuestra propia justicia e identidad-‐ debemos arrepentirnos del pecado y volver a creer en las promesas del evangelio. Este es el patrón consistente de la vida cristiana: arrepentimiento y fe, arrepentimiento y fe, arrepentimiento y fe. Mientras caminemos de esta manera el evangelio profundizará sus raíces en nuestra alma y Jesús y la cruz se harán “más grandes” en la realidad diaria de nuestra vida.
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EJERCICIO: Huérfanos vs. Hijos Este es un ejercicio práctico que nos ayuda a revelar nuestras tendencias pecaminosas a manipular la vida y nuestra necesidad diaria de volver a Cristo. Este ejercicio te humillará, lo cual es uno de los primeros pasos para empezar a servir a Cristo y a otros. En el próximo cuadro, lee cada descripción de izquierda a derecha. Bajo “el huérfano” marca la casilla si ves esa tendencia en ti. Subraya las palabras que se aplican más a tu caso. Bajo “el hijo/la hija”, marca las casillas que describen aquella área donde más quieres crecer, subrayando las palabras clave. Haz este ejercicio individualmente, en oración, y de forma sincera.
EL HUÉRFANO EL HIJO/LA HIJA Le falta una intimidad vital diaria con Dios Se siente libre de la preocupación porque Dios lo
ama Ansioso por amigos, dinero, grados académicos, etc.
Está aprendiendo a vivir en un compañerismo diario con Dios
Se siente como si nadie se preocupara de su vida
No le tiene miedo a Dios
Vive en una lógica de éxito/fracaso Se siente perdonado y totalmente aceptado Siente la necesidad vital de verse bien Confía cada día en el plan soberano de Dios para su
vida Se siente culpable y condenado La oración es su principal descanso Le cuesta confiarle las cosas a Dios Satisfecho y contento en sus relaciones personales
porque ha sido aceptado por Dios Tiene que resolver sus propios problemas Se siente libre de “hacerse un nombre”. O sea: no
siente necesidad de hacerse famoso o reconocido No es muy enseñable Es enseñable por otros Se pone a la defensiva si le acusan de algún error o debilidad
Está abierto a las críticas porque descansa en la perfección de Cristo
Necesita siempre estar en lo correcto o tener la razón.
Es capaz de examinar sus motivaciones más profundas
Le falta confianza Es capaz de asumir riesgos e, incluso, de fallar Se siente desanimado y derrotado Se siente animado por el Espíritu que trabaja dentro
suyo Fuertemente apegado a ideas, causas y opiniones
Es capaz de ver la bondad de Dios en los tiempos oscuros
Cuando falla, la única solución es esforzarse más
Se siente satisfecho con lo que Dios le ha dado
Tiene un espíritu crítico (siempre quejándose y con amargura)
Confía cada vez menos en sí mismo y más en el Espíritu Santo
Derriba a los demás Está consciente de su incapacidad de arreglar la vida, las personas y los problemas
Es un “analista agudo” de las debilidades de otros
Es libre para confesar sus faltas a otros
Se tiende a comparar a sí mismo con otros No necesita estar siempre en lo correcto o tener la razón
Se siente incapaz de derrotar su propia carne No obtiene más valor por causa de propuestas o reconocimientos humanos
Necesita sentirse en el control de las situaciones y de los demás
Va experimentando más y más victoria sobre la carne
Busca su propia satisfacción es “posiciones” o “cargos”
La oración es una parte importante y vital de su día
Busca satisfacción en “posesiones” u “obtener bienes”
Jesús es cada vez más su asunto favorito para conversar
Tiende a sentirse motivado por la obligación y el deber, no el amor
Dios realmente satisface su alma
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1. Ahora comparte con tu grupo aquellas características (2 ó 3) del lado
izquierdo que sientes que más te identificaron y conversen las siguientes preguntas:
2. ¿Cómo estas cosas afectan tu relación con Dios y con los demás? 3. ¿Cómo estas cosas revelan una incredulidad fundamental en las verdades
del evangelio (específicamente adopción y justicia pasiva)? 4. Ahora comparte con tu grupo en qué cosas (2 ó 3) del lado derecho te
gustaría crecer en vivir tu identidad en el evangelio y conversen las siguientes preguntas:
5. ¿Cómo esto cambiaría positivamente tu relación con Dios y con los demás? 6. ¿Cómo el evangelio (específicamente las buenas noticias de la adopción y la
justicia pasiva) te habilitan para crecer en esto?
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LECCIÓN 4 Ley y Evangelio
Seguimos pensando acerca de cómo el evangelio interactúa con nuestra vida, pero ahora lo haremos considerando la relación del evangelio con la ley de Dios. ¿Qué es la ley? ¿Espera Dios que la obedezca? ¿Cuál es el propósito de la ley? ¿Cómo la ley me ayuda a creer el evangelio? ¿Cómo el evangelio me ayuda a obedecer la ley? Estas preguntas trataremos durante la presente lección. Lean Romanos 10.1-‐4 en su grupo.
1. ¿Cuáles son los dos tipos de justicia que parecen ser contrastados en este texto bíblico?
2. ¿Qué dice este texto acerca de Jesús y su relación la ley? Este texto bíblico que acabamos de leer dice que Cristo es el “fin de la ley”. Pero Jesús mismo dijo que él no vino para eliminar la ley (Mateo 5.17-‐19). ¿Qué es lo correcto? ¿Qué se supone que debemos hacer con la ley? Esperamos que el siguiente artículo responda estas preguntas. Léanlo juntos y hablen acerca de esto. Incluso alguien que lee superficialmente la Biblia, puede darse cuenta que ella está llena de mandatos, prohibiciones y expectativas. La Biblia nos dice qué debemos hacer y qué no debemos hacer. Estas reglas o leyes presentan frecuentemente un obstáculo para la fe. Los no-‐cristianos generalmente rechazan el cristianismo porque les parece que es “sólo un montón de reglas”. E incluso cristianos fieles se esfuerzan por entender cómo la ley de Dios y el evangelio se relacionan entre sí. Después de todo, si somos reconciliados con Dios por gracia y no por obras, ¿realmente importa si obedecemos o no? Cuando no entendemos bien la relación entre la ley y el evangelio, esto nos lleva a dos errores opuestos, pero igualmente destructivos: legalismo y libertinaje. Los legalistas siguen viviendo bajo la ley, creyendo que la aprobación de Dios depende, de alguna manera, de su conducta correcta. Los libertinos, desprecian la ley, creyendo que ya que están “bajo la gracia”, las reglas de Dios no son tan importantes. Estos dos errores han estado presentes desde los días de los apóstoles. El libro de Gálatas fue escrito para combatir el error del legalismo: “¿Tan torpes son? Después de haber comenzado con el Espíritu, ¿pretenden ahora perfeccionarse con esfuerzos humanos?” (Gálatas 3.3). El libro de Romanos trata con el error del libertinaje cuando dice: “Entonces ¿qué? ¿Vamos a pecar porque no estamos ya bajo la ley sino bajo la gracia?” (Romanos 6.15). Ambos, el legalismo y el libertinaje son destructivos para el evangelio. Para evitar estos peligros potenciales, debemos entender la relación bíblica entre ley y evangelio. Resumidamente, así es cómo Dios diseñó que esto funcione: la ley nos lleva al evangelio y el evangelio nos libera para obedecer la ley. Nos damos cuenta de que todo lo que Dios espera de nosotros (ley), debería conducirnos desesperadamente a Cristo. Y una vez que estamos unidos a Cristo, el Espíritu Santo que habita en nosotros nos mueve a sentir deleite en la ley de Dios y nos da poder para obedecerla. En su comentario a Romanos, Martín Lutero lo resumió así:
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“La ley, correctamente entendida y asimilada, no hace nada más que recordarnos nuestro pecado y torturarnos, haciéndonos merecedores de la ira eterna… la ley no es guardada por el poder humano, sino solamente mediante Cristo, quien derrama el Espíritu Santo en nuestro corazón. Cumplir la ley… es obedecer sus mandatos con placer y amor… [y estos son] puestos en nuestro corazón por el Espíritu Santo”. Fíjate nuevamente cuando dice “Cumplir la ley… es obedecer sus mandatos con placer y amor”. Sólo conocer lo que Dios exige no es suficiente. Obedecerle “porque se supone que es lo que debemos hacer” no es suficiente. Cumplir de verdad la ley significa obedecer a Dios por placer y amor: “Me agrada, Dios mío, hacer tu voluntad; tu ley la llevo dentro de mí” (Salmo 40.8). ¿Cómo nos tornamos personas que aman a Dios y se deleitan en su ley? Respuesta: mediante el evangelio. Primero, es mediante el evangelio que nos volvemos concientes de nuestra desobediencia a la ley de Dios. El primer paso en el camino del evangelio es volvernos concientes de que “todos hemos pecado y estamos destituidos de la gloria de Dios” (Romanos 3.23) y que nuestra desobediencia a la ley de Dios nos coloca bajo su maldición: “Porque está escrito ‘maldito sea quien no practique fielmente todo lo que está escrito en el libro de la ley’” (Gálatas 3.10). Segundo, es mediante e evangelio que somos liberados de la maldición de la ley. El evangelio es la buena noticia de que Dios perdona a todos los que se vuelven a Jesús y son justificados – declarados “no-‐culpables” ante el tribunal de Dios – por la fe en Él. “Cristo nos rescató de la maldición de la ley al hacerse maldición por nosotros, pues está escrito: ‘Maldito todo el que es colgado de un madero’. Así sucedió para que por medio de Cristo Jesús... por la fe recibiéramos el Espíritu según la promesa" (Gálatas 3.13-‐14). Jesús, al mismo tiempo, fue sacrificado por nuestra imperfección y conquistó nuestra perfección mediante su obra en la cruz. La ley ya no se posiciona en condenación contra nosotros. En lenguaje bíblico, ya no estamos “bajo la ley” (Romanos 6.14). En tercer lugar, es mediante el evangelio que Dios nos envía su Espíritu Santo a morar en nosotros, transformando nuestro corazón y capacitándonos para verdaderamente amar a Dios y a los demás. Como resultado de nuestra justificación por fe, “Dios ha derramado su amor en nuestro corazón por el Santo Espíritu que nos ha sido dado” (Romanos 5.5). Comúnmente leemos la frase “amor de Dios” en este versículo como sin fuera el amor de Dios por nosotros. Pero observando el contexto y analizando lingüísticamente, esta frase también tiene el sentido de “amor que viene de Dios” o “amor para Dios”. Porque Dios nos ama, él ha derramado en nuestros corazones su propia capacidad de amar y sentir deleite en sí mismo. Jesús oró porque el amor que Dios el Padre tiene por Su Hijo, estuviera en nosotros: “Yo te he dado a conocer a ellos… para que el amor que tienes por mí esté en ellos y que yo mismo esté en ellos” (Juan 17.26). Un cristiano de verdad obedece la ley de Dios, entonces, no por obligación o deber, sino por amor, porque “el amor es el cumplimiento de la ley” (Romanos 13.10). Tanto legalismo como libertinaje son fundamentalmente auto-‐centrados. No están preocupados con deleitarse en Dios o en su ley, sino consigo mismos: “Sigo las reglas” o “Rompo las reglas”. Pero el evangelio nos libera de la auto-‐preocupación y nos vuelca hacia afuera. Vemos que la ley de Dios no es opresiva sino liberadora: es la “ley de la libertad” (Santiago 1.25). Es una ley que nos apunta a Jesús.
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Romanos 10.4 dice, “Cristo es el fin de la ley, para que todo el que cree reciba la justicia”. En otras palabras, el fin, el objetivo, el punto de la ley es conducirnos a Jesús. Cuando nosotros realmente “captamos” lo que este versículo está diciendo, comenzamos a ver que cada mandato en las Escrituras nos señala de alguna manera a Jesús, quien cumple ese mandato por nosotros y en nosotros. Él es nuestra justicia. No necesitamos construirla por nosotros mismos. No somos capaces de hacer lo que la ley nos manda a hacer, pero Jesús lo hizo por nosotros. Y porque Él vive en nosotros por medio de su Espíritu, estamos capacitados para hacerlo, no como una obligación, sino por deleite. Porque cada mandamiento en las Escrituras nos señala nuestra incapacidad (la línea inferior de nuestra ilustración de la cruz), y nos hace mirar a Jesús como el único que perdona nuestra desobediencia y permite nuestra obediencia. En otras palabras, la ley nos conduce hacia Jesús y Jesús nos libra de obedecer la ley.
1. ¿En base a lo recién leído, cómo resumirías la manera en la cual la ley y el evangelio trabajan juntos?
2. El artículo recién leído habla acerca de sentir que “debes ser un mejor cristiano”. ¿En qué área sientes que deberías estar haciéndolo mejor, en este momento?
3. ¿Cómo se siente vivir bajo un constante sentido de “deberías” o “tienes que”?
La Biblia usa la frase “bajo la ley” para describir la experiencia de vivir nuestra vida espiritual en el ciclo sin fin de lo que “tenemos que” ser o hacer. Aquí está la tensión: si intentamos vivir por la ley, no estamos viviendo a la luz del evangelio. Pero si despreciamos la ley, entonces no estamos experimentando el poder del evangelio que nos lleva a obedecer la ley. Esta tensión afecta la manera cómo leemos la Biblia, así que a continuación haremos un ejercicio que nos ayudará a mantener estas cosas en su lugar apropiado mientras leemos la Biblia y seguimos a Cristo. EJERCICIO: El colador del evangelio y la ley El “colador” es un patrón de pensamiento, un filtro para que las cosas funcionen, una manera particular de ver algo. Comprender la Biblia y articular el evangelio de formas creativas y relevantes, implica usar varios coladores para que la verdad nos haga sentido. En la lección 1 entregamos el “colador del evangelio” mediante aquel cuadro que llamamos el “Diagrama de la Cruz”. En esta lección vamos a aprender cómo entender la ley de Dios a través de ese colador. Cada pasaje de la Escritura afirma un imperativo moral explícita o implícitamente. Por ejemplo, un verso puede decirte que no mientas. Puedes responder a esta orden de tres maneras diferentes:
LEGALISMO: Puedes hacer tu mejor intento por no mentir. Esto es lo que se llama “vivir bajo la ley”. Pero, inevitablemente descubres que no puedes
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evitar mentir, incluso cuando “bajas la vara” con respecto a qué significa mentir. LIBERTINAJE: Puedes admitir desde el principio que no puedes obedecer esta orden y simplemente la desechas como un ideal bíblico que no estás obligado a obedecer. Esto es lo que significa abusar de la gracia de Dios y rendirse al pecado. EVANGELIO: Este es el colador que queremos aprender. Es así:
1. Dios dice, “No mientas” (Línea superior del Diagrama de la Cruz: la santidad de Dios)
2. No puedo obedecer este mandato porque soy pecador. (Línea inferior del Diagrama: mi pecaminosidad)
3. Jesús obedeció esto perfectamente. (Puedo señalar innumerables ejemplos en su vida terrenal según consta en el evangelio.) Jesús hizo lo que yo debía hacer (pero no puedo) como mi sustituto para que Dios me acepte (2 Corintios 5.17).
4. Porque Jesús obedeció la ley perfectamente y ahora vive en mí, y porque soy aceptado por Dios, ahora soy libre de obedecer este mandato por su gracia y poder que opera en mí.
La aplicación de esta red para el estudio de la Biblia te ayudará a creer en el evangelio y obedecer la ley, sin caer en el legalismo o el libertinaje. Esto te da el poder para experimentar la realidad de que el evangelio lo cambia todo. PRÁCTICA: Lee junto a tu grupo un pasaje y aplica este colador del evangelio. (Escojan entre Filipenses 4.4-‐7, Santiago 2.1-‐7 ó 1ª Pedro 3.9 y lean en voz alta) ¿Cuál es el mandato? ¿Por qué no puedes hacerlo? (Sé específico acerca de tus luchas particulares para obedecer este mandato) ¿Cómo Jesús lo hizo perfectamente? (Señala ejemplos concretos de los Evangelios) ¿Cómo el Espíritu de Dios te da el poder para obedecer este mandato (en situaciones específicas)?
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LECCIÓN 5 Arrepentimiento
En nuestra cultura actual, arrepentirse suena como algo malo – algo así como ser llamado a una conversación personal en la oficina del jefe un viernes en la tarde. Lejos de ser algo malo o poco común, el arrepentimiento bíblico es lo normal en una vida centrada en el evangelio. Volverse más conciente de la santidad de Dios y de nuestra pecaminosidad nos lleva a arrepentirnos y a creer en el evangelio de Jesús. Cuando vivimos centrados en el evangelio, constantemente estamos volviéndonos de nuestras actitudes de aparentar o buscar un buen desempeño a fin de vivir como hijos e hijas. El arrepentimiento bíblico nos libera de nuestros propios mecanismos y abre camino para que el poder del evangelio dé fruto en nuestra vida. Pero el pecado deteriora nuestro arrepentimiento y nos arrebata su fruto. Así que nuestra meta en esta lección es (1) exponer las maneras mediante las cuales practicamos falso arrepentimiento y (2) motivarnos al arrepentimiento genuino. Conversen como grupo:
Cuando el pecado de otras personas te afecta o te incomoda ¿qué cosas (actitudes, acciones, etc.) sientes que necesitas ver en esas personas antes de sentirte mejor al respecto de ellos o perdonarlos?
Generalmente somos una bolsa de deseos mezclados se trata de los pecados de la gente. A veces realmente queremos lo mejor para ellos. A veces solamente queremos sentirnos bien con nosotros mismos. Leermos un pasaje que muestra el deseo del apóstol Pablo para los cristianos de la ciudad de Corinto sobre este asunto. 2ª Corintios 7.5-‐13
1. ¿Qué quería Pablo de los Corintios? 2. ¿Por qué quería esto? 3. ¿Cuál fue el fruto del arrepentimiento en sus vidas? (vv. 7 y 11) 4. ¿Cómo el arrepentimiento de ellos afectó a Pablo?
Lean juntos el siguiente artículo: Hemos estado pensando juntos acerca de cómo vivir consistentemente la vida entera bajo la influencia del evangelio. En las últimas lecciones el Diagrama de la Cruz ha servido como un modelo visual para ayudarnos a entender cómo funciona el evangelio. Como hemos visto, el patrón consistente de la vida cristiana es: arrepentimiento y fe. Nunca dejamos de necesitar arrepentirnos y creer. Las primera palabras de Jesús en el Evangelio de Marcos son: “Arrepiéntanse y crean en el evangelio” (Marcos 1.15). En la primera de sus 95 Tesis, Martín Lutero observó que “cuando nuestro Señor y Maestro Jesucristo dijo ‘Arrepiéntanse’, él quiso decir que toda la vida de los creyentes fuera una vida de arrepentimiento”. En el arrepentimiento confesamos nuestra tendencia a “encoger la cruz” mediante la apariencia y el buen
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desempeño. Arrancamos nuestros afectos de manos de falsos salvadores y de recursos fraudulentos de justicia y nos volvemos a Jesús, reconociendo que sólo Él es nuestra esperanza. En la superficie, el arrepentimiento parece simple y obvio, pero no lo es. Debido a que nuestro corazón es una fábrica de ídolos (como dijo Juan Calvino), incluso nuestro arrepentimiento se puede transformar en un vehículo para el pecado y el egoísmo. Somos hábiles practicantes del falso arrepentimiento. Una de nuestras principales necesidades en la vida centrada en el evangelio es entender el arrepentimiento de una manera precisa y bíblica.
Para la mayoría de nosotros, la palabra arrepentimiento tiene una connotación negativa. Uno sólo se arrepiente si hizo algo realmente malo. La idea católica-‐romana de la penitencia generalmente empapa nuestra idea de arrepentimiento: cuando pecamos, nos debemos sentir verdaderamente mal por ello, auto-‐flagelarnos y hacer algo para arreglar lo que echamos a perder. En otras palabras, el arrepentimiento frecuentemente se trata más acerca de nosotros mismos que acerca de Dios o las personas contra las cuales hemos pecado. Queremos sentirnos mejor. Queremos que las cosas “vuelvan a lo normal”. Queremos saber que hemos hecho nuestra parte, para que así nuestra culpa se mitigue y podamos seguir adelante con nuestra vida. Piensa, por ejemplo, en una relación en la cual hablaste palabras hirientes a alguien. Probablemente tu esfuerzo de arrepentirte sonó más o menos así: “Siento mucho que te herí. No debí haber dicho eso. ¿Me perdonarías?”. ¿Pero es esto realmente verdadero arrepentimiento? ¿Nuestro pecado consistió solamente en las palabra que dijimos? ¿No es verdad, acaso, que Jesús dijo “de la abundancia del corazón habla la boca” (Lucas 6.45)?
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Aunque es verdad que debemos reconocer nuestras palabras hirientes, la otra persona también debe haber sentido el impacto del resentimiento, la ira, la envidia o la amargura más profunda que estaba en nuestro corazón. A menos que confesemos esos pecados también, nuestro “arrepentimiento” no será genuino arrepentimiento en absoluto. ¿Cómo empezamos a identificar nuestras tendencias al falso arrepentimiento? La solución está en buscar patrones de remordimiento y resolución en nuestra manera de lidiar con el pecado. Remordimiento: “¡No puedo creer lo que hice!”. Resolución: “Prometo hacerlo mejor la próxima vez”. Por detrás de esta forma de vivir hay dos grandes malentendidos acerca de nuestro corazón. Primero, tenemos un concepto muy alto de nosotros mismos. No creemos realmente en la profundidad de nuestro pecado y quiebra (la línea inferior del Diagrama de la Cruz). Esto nos lleva a reaccionar sorprendidos cuando el pecado se manifiesta en nosotros: “¡Oh! ¡No puedo creer que acabo de hacer esto!”. En otras palabras: “¡Yo no soy así realmente!”. En segundo lugar, pensamos que tenemos el poder de cambiarnos a nosotros mismos. Pensamos que si tomamos resoluciones, o lo intentamos con más fuerza la próxima vez, seremos capaces de arreglar el problema. Estos patrones de remordimiento y resolución deterioran nuestra actitud hacia otros también. Debido a que tenemos un concepto tan alto de nosotros mismos, reaccionamos al pecado de otros ásperamente y con desaprobación. Somos muy sufridos con nuestro propio pecado, ¡pero nos indignamos con el de los demás! Y debido a que pensamos que podemos cambiarnos a nosotros mismos, nos sentimos frustrados cuando otras personas no se están cambiando a sí mismas más rápido. Nos volvemos enjuiciadores, impacientes y críticos. El evangelio nos invita y nos da poder para el verdadero arrepentimiento. De acuerdo con la Biblia, el verdadero arrepentimiento: ESTÁ ORIENTADO HACIA DIOS, NO HACIA MÍ. Salmo 51.4: “Contra ti, contra ti sólo he pecado y he hecho lo malo delante de tus ojos…” ESTÁ MOTIVADO POR UNA GENUINA TRISTEZA SANTA Y NO POR PURO REMORDIMIENTO EGOÍSTA. 2ª Corintios 7.10: “Porque la tristeza que viene de Dios produce arrepentimiento que lleva a la salvación, de lo cual no hay que arrepentirse, mientras que la tristeza del mundo produce la muerte.” SE PREOCUPA DEL CORAZÓN, NO SÓLO DE LAS ACCIONES EXTERNAS. Salmo 51.10: “Crea en mí ¡oh Dios! un corazón limpio y renueva un espíritu recto dentro de mí”. BUSCA EN JESÚS LA LIBERTAD DE LA CONDENACIÓN Y DEL PODER DEL PECADO. Hechos 3.19-‐20: “Arrepiéntanse y vuélvanse a Dios, para que sus pecados sean limpiados, para que tiempos de refrigerio vengan del Señor y Él les envíe a Cristo, que ha sido preparado para ustedes, el cual es Jesús.” En vez de presentar excusas por el pecado o caer en patrones de remordimiento y resolución, el verdadero arrepentimiento del evangelio nos mueve a darnos cuenta y arrepentirnos. Nos damos cuenta: “¡Yo hice esto!”; “¡Esto muestra lo que realmente soy!”. Nos arrepentimos: “¡Dios, perdóname! ¡Sólo Tú eres mi esperanza!”. A medida que aprendemos a vivir a la luz del evangelio, este tipo de
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verdadero arrepentimiento debiera volverse más y más normal para nosotros. Dejaremos de sorprendernos por nuestro pecado y así seremos capaces de admitirlo de forma más honesta. Y dejaremos de creer que podemos arreglarnos nosotros mismos y nos volveremos más rápidamente a Jesús en búsqueda de perdón y transformación. El pecado es una condición del corazón, no sólo un comportamiento, así que el verdadero arrepentimiento es un estilo de vida, no sólo una práctica ocasional. Arrepentimiento no es algo que hacemos sólo una vez (cuando nos convertimos), o sólo periódicamente (cuando nos sentimos realmente culpables). El arrepentimiento es continuo y la convicción de pecado es una marca del amor paternal de Dios hacia nosotros. “Yo reprendo y disciplino a todos los que amo. Así que sé fervoroso y arrepiéntete” (Apocalipsis 3.19). Así que, ¿de qué te arrepientes hoy? Conversen como grupo las siguientes preguntas:
1. ¿Qué te llamó más la atención de este artículo? 2. ¿Cómo explicarías la diferencia entre verdadero y falso arrepentimiento en
tus propias palabras? 3. ¿Te ves a ti mismo con más tendencia al remordimiento o la resolución? 4. ¿Cuál piensas que son algunas evidencias o marcas del verdadero
arrepentimiento? Para que esto realmente se arraigue en nosotros, tenemos que hablar acerca de cómo practicar genuino arrepentimiento en nuestra vida. Haremos un ejercicio que nos ayudará a identificar el falso arrepentimiento y nos motivará hacia el verdadero arrepentimiento. EJERCICIO: Practicando el arrepentimiento. Generalmente creamos excusas para nuestro pecado para evitar el duro trabajo de arrepentirnos. Aquí abajo hay una lista de excusas comunes – y (entre paréntesis) los pensamiento internos que revelan. Tómate un minuto para revisar la lista individualmente y, luego, conversen las preguntas del final para ayudarse mutuamente como grupo a practicar genuino arrepentimiento. >> Sólo estaba siendo honesto (¿Qué acaso no eres capaz de soportar la verdad?) >> Sólo estoy diciendo lo que siento (No hay nada pecaminoso en mis sentimientos) >> ¡Sólo estaba bromeando! (¿No fuiste capaz de entender el chiste?) >> Me estás malinterpretando (No soy tan malo como piensas) >> Yo soy así y no voy a cambiar (Soy un pecador y eso excusa mi comportamiento) >> Cometí un error (Todos nos equivocamos) >> No quería hacerlo (No quería que me pillaran) >> Estoy teniendo un mal día (Merezco algo mejor)
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¿Con cuál de las excusas de la lista te identificas? ¿Cuándo ha sido un ejemplo reciente (o una situación típica) donde has usado una de estas excusas en vez de verdaderamente quebrantarte y arrepentirte por tu pecado? Como grupo describan cómo el verdadero arrepentimiento debería hacerse visible en los ejemplos mencionados. Usen los pasos aquí abajo: PASO 1: Toma conciencia de que has pecado contra Dios. PASO 2: Confiesa formas de falso arrepentimiento o resentimiento egoísta (remordimiento, resolución, etc.) PASO 3: Discierne y arrepiéntete de las motivaciones ocultas de tu corazón que te llevaron a cometer este pecado. PASO 4: Recibe el perdón de Dios por fe. PASO 5: Descansa en el poder de Dios para volverte de tu pecado. Repitan, como grupo, este proceso en su conversación a medida que surgen los ejemplos, según el tiempo les permita. Compartan ejemplos de su propia vida y pongan en práctica el verdadero arrepentimiento.
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LECCIÓN 6: Idolatrías del corazón
Hemos dicho que el caminar cristiano consiste en dos pasos que se repiten constantemente: arrepentimiento y fe. En la lección 5, trabajamos el tema del arrepentimiento. Ahora volcaremos nuestra atención al asunto de la fe. Recuerda, nosotros crecemos mediante creer en el evangelio. Este es el énfasis de la discusión y ejercicio de esta lección. Ahora nos corresponde sacar este “creer en el evangelio” del abstracto y hacerlo concreto. Lean Marcos 1.15 y conversen las siguientes preguntas: Si Jesús tuviera un autoadhesivo en su auto (¡lo cual él nunca tuvo!), diría “Arrepiéntanse y crean porque el reino de Dios está cerca”. Este era su lema y el principal asunto de su enseñanza.
1. ¿Qué piensas que Jesús quiso decir cuando dijo “arrepiéntanse y crean”? ¿A qué Él estaba llamando a la gente?
2. De acuerdo con este versículo ¿qué es exactamente lo que debemos creer? Leamos el siguiente artículo: En las últimas lecciones, hemos dicho que el arrepentimiento y la fe deberían ser continuos y consistentes patrones de vida cristiana. En la última lección examinamos la naturaleza del verdadero arrepentimiento. Esta semana queremos sumergirnos un poco más en el asunto de la fe. Piensa por un momento en la siguiente pregunta: “Nómbrame una cosa que debo hacer para crecer más como cristiano”. Si alguien te preguntara esto ¿cómo responderías? ¿Sugerirías algunas disciplinas básicas como leer la Biblia, orar, buscar compañerismo cristiano, arrepentirse de sus pecados o aprender teología? Las multitudes trajeron a Jesús exactamente este cuestionamiento en Juan 6. Su respuesta podrá sorprenderte:
Entonces le preguntaron: “¿Qué debemos hacer para hacer la obra de Dios?” Jesús respondió “Esta es la obra de Dios: que crean en aquel que Él envió” (Juan 6.28-‐29).
Fíjate que ellos le preguntaron a Jesús qué debían hacer para vivir una vida que agradara a Dios. Jesús les responde que la obra de Dios es creer. En otras palabras, la vida cristiana no se trata de hacer, sino de creer. Entender bien esto es crucial para nuestra santificación. La mayoría de nosotros somos naturalmente “hacedores de cosas”. Felices abrazamos el próximo proyecto, el próximo desafío, la próxima tarea. Así que la búsqueda de madurez cristiana produce un montón de esfuerzo y ocupación, pero poco cambio permanente. ¿Por qué ocurre esto? Porque estamos haciendo demasiado y creyendo demasiado poco. Verás, nuestros pecados en la superficie, sólo con síntomas de un problema más profundo. Debajo de cada pecado externo hay un ídolo del corazón – un dios falso que ha eclipsado al Dios verdadero en nuestros pensamientos y afectos.
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Parafraseando a Martín Lutero, cada pecado es, en alguna medida, una quiebra del primer mandamiento (“No tendrás otros dioses en mi presencia”). Lutero escribió: “De la misma manera que el primer mandamiento es el primerísimo, más alto y mejor, del cual proceden todos los otros mandamientos… así también obedecer ese mandamiento, o sea, creer y confiar en el favor de Dios en todo tiempo, es la primerísima, más alta y mejor de todas las obras, de la cual todas las demás deben proceder, existir, permanecer, ser dirigidas y medidas”. En otras palabras, mantener a Dios como lo principal es el fundamento del crecimiento espiritual. La llave para la transformación guiada por el evangelio es aprender a arrepentirse de “el pecado por detrás de los pecados” – la profunda raíz de idolatría y falta de fe que nos conduce a nuestros pecados más visibles. Como caso de estudio, tomemos el pecado externo del chisme – hablar de otros a sus espaldas de maneras enjuiciadoras y destructivas. ¿Por qué chismeamos? ¿Qué estamos buscando que deberíamos encontrar en Dios? Aquí hay algunos ídolos del corazón comunes que se pueden manifestar a sí mismos en el pecado externo del chisme. >> El ídolo de la aprobación (quiero ganarme la aprobación de las personas con las que estoy hablando). >> El ídolo del control (uso el chisme como una manera de manipular/controlar a otros) >> El ídolo de la reputación (quiero sentirme importante, así que derribo a alguien con mis comentarios acerca de esa persona) >> El ídolo del éxito (alguien está teniendo éxito y no soy yo, así que chismeo sobre esa persona) >>El ídolo de la seguridad (hablar mal de otros, es una forma de ocultar mi propia inseguridad) >> El ídolo del placer (alguien está disfrutando la vida y no soy yo, así que ataco a esa persona) >> El ídolo del conocimiento (hablar mal de otros es una forma de mostrar que yo sé más) >> El ídolo del reconocimiento (hablar acerca de otros, hace que la gente me dé atención) >> El ídolo del respeto (esa persona me faltó el respeto, así que ahora yo le faltaré el respeto a ella) Todo estos ídolos son falsos salvadores promoviendo falsos evangelios. ¡Cada una de estas cosas – aprobación, control, reputación, éxito, seguridad, placer, conocimiento, reconocimiento, respeto – es algo que ya tenemos en Jesús gracias al Evangelio! Pero cuando no estamos viviendo a la luz del evangelio, nos volcamos hacia esos ídolos para que nos den aquello que sólo Jesús puede verdaderamente entregarnos. Otra forma de identificar tus ídolos del corazón particulares es preguntarte ¿qué es lo que amo? ¿en qué confío o ¿a qué le temo? Por ejemplo, si le tengo miedo a ser soltero, es probable que “estar en una relación” sea un ídolo para mí (porque esto me promete librarme del “infierno” de la soltería). Si yo confío en “tener suficiente dinero”, es probable que la seguridad sea mi ídolo (porque me promete el falso “evangelio” de que nunca me faltará bienes materiales). Si amo el orden y la
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estructura, es probable que mi ídolo sea el control (porque si yo estoy a cargo, puedo asegurarme de que las cosas están en orden). Reflexionar sobre “el pecado por detrás de los pecados” nos muestra por qué el evangelio es esencial para el verdadero cambio de corazón. Es posible arrepentirse en la superficie de pecados externos por toda una vida y, sin embargo, nunca llegar a las verdaderas motivaciones del corazón. Al momento de pecar, ya he violado el primer mandamiento. Un ídolo ha tomado el lugar de Dios en mi alma. Estoy confiando en que ese ídolo, en vez de Dios, sea mi salvador. Necesito aplicar el evangelio mediante (1) arrepentirme de mi profunda idolatría del corazón y (2) creer, o sea, redirigir mi mente hacia las promesas específicas del evangelio que rompen el poder de mis ídolos característicos. Según, el Dr. Steve Childers, la fe “involucra aprender cómo posicionar los afectos de nuestra mente y corazón en Cristo… la fe demanda una continua práctica y deleite en los privilegios que ahora son nuestros en Cristo”4. Fíjate en los dos aspectos de la fe: posicionar nuestros afectos en Cristo y deleitarnos en los privilegios que son nuestros en Cristo. Debo adorar a Jesús (no a mis ídolos) y debo recordarme a mí mismo aquello que es realmente verdad acerca de mí por causa de Jesús. Volvamos nuevamente al ejemplo del chisme. Imaginemos que identifiqué que el respeto es el ídolo dominante que me lleva al chisme. Una vez que me doy cuenta de mi pecado y me arrepiento de el, ejercito mi fe de 2 maneras. Primero, hago una pausa y adoro a Jesús porque Él dejó a un lado su derecho a ser respetado, humillándose hasta la misma muerte (Filipenses 2.5-‐11). Segundo, me recuerdo a mí mismo la verdad del evangelio que me dice que ya no necesito anhelar desesperadamente el respeto de otros porque tengo la aprobación de Dios mediante la fe en Jesús (2ª Corintios 5.17-‐21). Si las personas me van a respetar o no, ya no importa: la gracia de Dios me ha hecho libre de exigir respeto para mí mismo y ahora vivo para la fama y la honra de Jesús (1ª Corintios 10.31). El ejercicio es bastante sencillo en lo abstracto, pero se puede hacer bastante más difícil cuando se trata de pensar acerca de tus propias patrones personales de pecado. Así que toma un tiempo intencional para (1) identificar tus pecados externos más comunes y (2) en oración considera qué ídolos del corazón son los que están por detrás de esos pecados. Entonces (3) adora a Jesús por su victoria sobre ese ídolo y (4) encuentra promesas específicas del evangelio en las cuales puedes descansar para ayudarte a derrotar el poder de ese ídolo. Asegúrate de contar con el consejo y oración de otros cristianos en este proceso de reflexión y arrepentimiento. Como lo dijo un escritor: “no puedes ver tu propio rostro”. Nos necesitamos unos a otros a fin de poder ver nuestro pecado claramente y tratar con él honestamente. A medida que vives una vida centrada en el evangelio, recuerda que esta es la esencia de caminar con Jesús. El arrepentimiento y la fe no son pasos en el camino; ellos son el camino. Esta es la obra de Dios: creer.
4 Steven L. Childers, “True Spirituality: The Transforming Power of the Gospel”, disponible en www.gca.cc.
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Conversen como grupo: 1. Pregúntense unos a otros en el grupo: ¿Ha quedado claro este concepto de
los ídolos del corazón? Si no es así para todos, apóyense mutuamente, identifiquen en el artículo recién leído qué párrafos necesitan volver a leer a fin de aclarar.
2. Según la lista presentada en el artículo, cuál crees que es tu principal o tus 2 principales ídolos del corazón.
3. ¿Cómo este ídolo se manifiesta en tu vida? En otras palabras, ¿qué pecados externos en la superficie son impulsados por este ídolo?
Aplicando el evangelio en tu vida a fin de tratar con estos ídolos, conversen en el grupo:
1. ¿Cómo ves que estos ídolos del corazón te han fallado, decepcionado o causado frustración?
2. Pensando en los ídolos identificados en el grupo, ¿cómo el evangelio te puede hacer libre en esta área? (¿De qué manera efectivamente el evangelio satisface tus deseos o suple tus necesidades de manera más plena que tus ídolos?)
3. ¿Qué necesitas para recibir por fe en el evangelio para derrotar el poder de esos ídolos específicos en tu vida? O sea, ¿qué verdades bíblicas específicas necesitas “realmente creer” para combatir las idolatrías de tu corazón? ¿Te parece difícil creer estas verdades? ¿Por qué?
4. ¿Cómo ves que tus ídolos del corazón empobrecen tu capacidad de amar, alejándote de otros?
5. ¿Cómo el evangelio te libera para amar a otros?
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¿Con quién haré ahora yo este discipulado? Ora y pide al Señor que te muestre e indique posibles creyentes en Cristo de nuestra comunidad que, por su reciente conversión al evangelio o por falta de comprensión de estas verdades que has aprendido aquí, necesiten hacer este material. Recuerda: este es un material diseñado para edificar a creyentes en Cristo y motivarlos a crecer en su fe. Piensa y escribe aquí abajo una lista de al menos 4 personas: Intenta ordenar esa lista en orden de prioridad (según factores tales como necesidades de esa persona, posibilidades reales de encontrarte regularmente con ella, cercanía geográfica, intereses comunes, etc.) y busca, si no los tienes, sus números y formas de contacto:
Ahora, siguiendo el orden de la lista elaborada, ofréceles uno a uno hacer este discipulado (explícale las características) mediante encuentros semanales o quincenales. A la primera persona que te acepte la propuesta, marca el primer encuentro y la frecuencia de inmediato. Deja en “lista de espera” a los demás hasta que hayas concluido el material completo con la primera persona que te aceptó.
Nombre E-‐mail Teléfono(s) Dirección Fb 1.
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