Dios Se Fuede Viaje

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  • Beatriz Rivas Dios se fue de viaje

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  • Dios se fue de viaje 2014, Beatriz Rivas

    Primera edicin: julio de 2014

    D. R. 2014, derechos de edicin mundiales en lengua castellana: Santillana Ediciones Generales, S.A. de C.V., una empresa de Penguin Random House Grupo Editorial, S.A. de C.V. Av. Ro Mixcoac 274, col. Acacias, C.P. 03240 Mxico, D.F.

    Diseo de cubierta: Leonel Sagahn/Jazbeck Gmez

    www.alfaguara.com/mx

    Comentarios sobre la edicin y el contenido de este libro a:[email protected]

    Queda rigurosamente prohibida, sin autorizacin escrita de los titu-lares del copyright, bajo las sanciones establecidas por las leyes, la reproduccin total o parcial de esta obra por cualquier medio o pro-cedimiento, comprendidos la reprografa, el tratamiento informtico, as como la distribucin de ejemplares de la misma mediante alquiler o prstamo pblicos.

    ISBN: 978-607-11-3404-2

    Impreso en Mxico / Printed in Mexico

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  • Para Isabella, porque fue a ella, cuando tan slo tena seis aos, a quien se le ocurri el ttulo de esta novela. Y porque sera capaz de hacerlo todo por mi hija, hasta creer en Dios si ella me lo pidiera.

    Tambin, e inevitablemente, para G.T.

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  • Slo aquello que se ha ido es lo que nos pertenece.Jorge Luis Borges

    El peor de los monstruos: la barbarie humana.goya

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  • I. Castillo de Cirey, Francia, invierno de 1735

    Puedo seguir dormida mientras me hace el amor? pregunta milie con voz ronca y juguetona. Sin esperar el menor asomo de una respuesta, cierra los ojos y deja su cuerpo lacio. Arouet le sube el deshabill delicadamente hasta descubrir sus senos, blanqusimos. Los besa con avidez y ella exhala un gemido. Otro. Comienza a moverse.

    Dormez! le ordena el hombre. Se supone que est dormida, madame.

    milie vuelve a soltar su cuerpo. Cierra los ojos una vez ms para sentir, ahora, la lengua de su amante que baja y baja y baja Las piernas no pueden oponer resistencia: su duea est descansando, o no?

    Los primeros rayos del sol entran por la ventana. A Vol-taire le gusta despertarse con su luz y calor; lo sabe su lacayo y nunca cierra las cortinas de terciopelo prensado, gruesas y oscuras. El personal del castillo todava descansa, excepto Aldonce, el ma-yordomo, que ya ha abierto los ojos y se ha levantado para pre-pararse un t, vestirse y comenzar su jornada diaria en la que dirige a una orquesta de domsticos con habilidad y precisin. Hoy toca limpiar la plata y lustrar los muebles con cera de abeja.

    Madame Du Chtelet hace lo posible por esconder un grito. Repite en silencio: estoy dormida, estoy dormida, no sien-to nada. Pero su sexo se rebela y comienza a actuar con vida propia, humedecindose.

    Mon Dieu. Mon Dieu! murmura la joven dama.Deje a Dios fuera de nuestro lecho, se lo suplico,

    madame, o me desconcentro.milie no sabe si su amante tiene ms habilidad con la

    lengua o con la pluma. Lo admira por la valenta de sus

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    textos. Su punzante forma de jugar al gato y al ratn con el gobierno, siempre provocndolo hasta llegar a un milmetro del lmite. Su maestra con el sarcasmo, el arma literaria que pre-fiere. Por su aguda inteligencia, su mirada impertinente, esa conversacin siempre gil y culta que a todos fascina. Aunque tambin por la destreza de aquellas manos al tocarla, por esa lengua audaz y sabia que la eleva hacia lo Absoluto.

    De pronto oyen pasos apresurados y la voz arpada de madame Champbonin. Algo ha sucedido. A milie apenas le da tiempo de esconderse debajo de la cama. La dama, su vecina ms cercana, entra en la habitacin sin tocar la puerta. El reloj de la galera, sostenido por dos marabes, marca las nueve de la maana. El escritor est recargado sobre los almohadones, con un libro en las manos.

    Est al revs, monseigneur Voltaire dice la intrusa, con la respiracin apresurada. Sus varios kilos de ms son bas-tante estorbosos.

    Qu cosa?El libro. A menos que para entender a Locke tenga

    que leerlo de cabeza el filsofo cierra el texto y reclama, po-nindose su gorro de dormir:

    Qu pasa, qu hace aqu tan temprano? Por qu ha entrado sin anunciarse? vuelve la vista hacia la ventana, fasti-diado. El paisaje, pintado de nieve, le hace sentir un poco de fro.

    Disculpe, fui presa de la emocin y, al no encontrar a madame Du Chtelet en sus habitaciones, vine con usted a darle la noticia. No haba lacayo en la puerta y Bueno, es que he recibido carta de mi querida amiga, mademoiselle Toussaint, que pasa la vida metiendo sus narices en donde no la llaman. Al parecer, el rey lo ha perdonado y ya puede regresar a Pars. Por fin! afirma, tendindole las hojas y observando los ojos sorprendidos del filsofo. No est contento? Aunque habre-mos de extraarlo

    En ese instante, milie sale de su escondite. Para cubrir-se, jala una sbana de seda perfumada de lavanda, dejando ex-puesta la desnudez del filsofo. La seora Champbonin cubre sus ojos con ambas manos, sonre maliciosamente y sale de la

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    habitacin, apresurada, deslizndose hacia atrs y murmurando disculpen, disculpen varias veces.

    Madame Du Chtelet, dejando caer la sbana, camina hacia la mesa sobre la que se encuentra un juego de t de por-celana de Meissen. Voltaire la observa: su cuerpo todava es delicioso. La maternidad la dej intacta. En una taza en forma de tulipn, milie sirve la bebida, ya fra, y se sienta sobre el colchn para leer la carta en voz alta. Ambos estn desnudos, frente a frente. Les gusta estar as, sin ropa que los tape. Sin nada que los ate: ni a sus cuerpos ni a sus mentes.

    De hecho, milie tiene una relacin de total libertad con su cuerpo, sin un gramo de cautela. Un da, en Pars, cuan-do Longchamp llenaba la tina con agua caliente para que la marquesa tomara un bao, en contra de las costumbres impues-tas, se despoj por completo de su camisn frente al matre dhtel, que no saba hacia dnde dirigir la mirada, y as, desnuda, esper a que la tina fuese llenada para meterse en esas aguas tibias que supieron recibirla sin pudor.

    Cunto tiempo estuvo usted exiliado en Inglaterra? pregunta la mujer despus de haber ledo el texto dos veces.

    De mayo de 1726 hasta mmmhh, no recuerdo el mes, pero el rey me permiti regresar a mi querida Francia casi tres aos despus. Merde! Disculpe usted, querida; perder una ilusin tan rpido es devastador. Shit! dice, ahora en ingls.

    Tiene razn. Nuestra amiga no sabe leer, acaso? Es muy claro: Al parecer, el rey est dispuesto a que el rechazo hacia Voltaire no dure ms de lo que dur su exilio en Inglate-rra. Y apenas llevamos un ao aqu!

    Catorce meses exactos.Tanto le han pesado que lleva la cuenta con precisin

    aritmtica?No lo tome a mal, madame. Soy muy feliz compar-

    tiendo mis das con my dear Emy. Adoro escribir obras de teatro mientras usted traza crculos, tringulos y resuelve ecuaciones o mientras trata de conciliar la libertad con el determinismo de la naturaleza. Me encanta observar los astros a su lado, turnn-donos nuestro telescopio favorito, y escucharla tocar el clavecn.

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    Me siento privilegiado, pero el exilio forzado siempre es inc-modo y frustrante.

    Tanto ruido por sus cartas inglesas! dice milie, suspirando. Enseguida, deja caer su cuerpo sobre los almoha-dones y se queda as, lacia y frgil, sobre la suavidad de las plumas de ganso que reciben su espalda. Coqueta, recoge su cabello con una peineta de concha ncar y diamantes que haba puesto sobre la mesa de noche. Sigue desnuda, as que decide doblar las piernas y abrirlas un poco para provocar a su amante. Las abre todava ms, con un imperceptible movimiento de las rodillas. Pero Voltaire no lo nota. Contina plido y enojado.

    Y lo mismo pas con La Henriade! Los espritus de-votos se escandalizaron cuando no hice ms que un llamado a la tolerancia religiosa. Pensaba, y lo sigo pensando, que un alma no debe ser sacrificada por una cuestin de creencias.

    Tolerancia, tolerancia. Lo que ms se ve en este mun-do es lo contrario. Los seres humanos no aceptamos ninguna idea distinta a las nuestras. Las mentes cerradas e intolerantes guan a las naciones. Es frustrante! En fin, mejor no se preocu-pe, pronto se les olvidar, de la misma manera en que olvidan todo: ahora La Henriade es un libro casi obligatorio. Al menos todas las damas de sociedad lo tienen sobre el tocador para que, al recibir a sus invitadas durante la toilette, lo vean. Pero regre-semos a lo nuestro, dear lover, que era ms agradable. En qu nos quedamos? Ah!, en que yo estaba dormida y usted

    Lo siento; la inspiracin me ha abandonado. Vea seala hacia su bajo vientre: ni rezndole lo levantamos.

    A partir de la aparicin indebida de sus Cartas inglesas en Pars, Voltaire es perseguido. Ese texto slo poda ser publicado en Inglaterra, pero la imprudencia del filsofo hace que le confe dos ejemplares al librero Jore. Monsieur Jore, en completo abuso de confianza, imprime el libro y comienza a hacerlo circular de manera secreta. Las Cartas inglesas tienen tanto xito entre los lectores, a quienes les gusta el escndalo, que pronto llegan ejemplares a la corte del rey Luis XV. Su

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    contenido es indignante, contrario a la religin y a la buena con-ducta! El escritor se atrevi a comparar el modelo de gobierno francs al ingls, y el primero sale perdiendo. Los lectores infirie-ron que todo lo ingls era correcto y estaba en regla. Que sus ciudadanos vivan como hombres libres. En cambio, lo francs estaba podrido por la frivolidad y los habitantes vivan esclaviza-dos por la supersticin, la tirana y las leyes disparatadas. Adems, el tono mordaz e irnico era inaceptable. Se ordena la quema pblica de los ejemplares frente al Palacio de Justicia y la deten-cin del autor para ser conducido a la prisin de Auxonne.

    Cuando Voltaire baraja la posibilidad de huir a Holan-da o a Suiza para evitar la crcel, milie du Chtelet le ofrece refugio en el castillo de Cirey, en la regin de Champagne. Llevaban menos de un ao de ser amantes. Sin decirle a nadie, el 6 de mayo Voltaire se va. Ella lo alcanza un mes despus. No saben cunto tiempo tendrn que pasar solos, aislados en un castillo ubicado en cinco mil hectreas de terreno, cuya con-dicin dista de ser perfecta. Es incmodo y est descuidado. El escritor teme que el fro y las corrientes de aire lo enfermen. Por eso, cuando la joven mujer llega, Voltaire ya ha contratado a un arquitecto de la zona para comenzar los trabajos de remo-delacin.

    Aqu, en lugar de la chimenea, deber construir una escalera. En esta fachada quiero que combinen los ladrillos, que son ms baratos, con la piedra, ordena. El piso del guardarropa debe ser adoquinado en mrmol y los muros de esta habitacin, en mosaicos de porcelana. Quiero una pequea chimenea para el cuarto de bao de madame, no debe pasar fro. Entre mis ventanas, s, en este espacio, coloquen dos pedestales para mis estatuas de Venus y de Hrcules que mandar traer de Pars. Y espejos, muchos espejos en cada habitacin! Me gusta que re-flejen luz. Mucha luz! Ms luz!

    Presiente que su estancia en ese lugar ser prolongada. Nunca el rey se haba enojado tanto. Eso cree Voltaire, aunque unos das despus de la escena que hemos visto, gracias a la presin de Richelieu y de la misma milie, apoyados por el jefe de la polica, que haba estudiado en el mismo colegio del fil-

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    sofo, ste recibe una carta en la que le permiten su regreso a Pars, con la condicin especfica de que aprenda a comportar-se como un adulto. Como un adulto, como un adulto? Soy ms adulto que aquellos que me condenan!, grita enfurecido, pero en el fondo est feliz de abandonar su exilio.

    Ya instalado en Pars, su aorada ciudad, se da cuenta de que extraa la soledad del castillo. Tambin le incomoda que Maupertuis se haya convertido en el personaje favorito de los salones, lugares en donde todos lo saben se fijan los cdi-gos sociales de pensamiento y conducta. Y s, tambin nota que su amada dedica menos tiempo al estudio, pues no logra resis-tir las tentaciones mundanas: sobre todo el juego, un vicio que la atenaza y la llena de deudas. As que Voltaire contina pasan-do grandes temporadas en Cirey, su lugar favorito para pensar, escribir, hacer largas caminatas por el bosque e inspirarse al lado de su queridsima Minerva francesa de quien es definitivo nunca podr alejarse.

    Esta no es la primera vez, ni ser la ltima, que el fil-sofo sufra la censura de Luis XV y tenga que salir huyendo, a veces al extranjero, para no ser apresado. El Parlamento conde-na varias de sus obras, clausura sus representaciones teatrales, ordena la quema de sus libros, encarcela a los editores. El escri-tor acabar acostumbrndose. Adems, su bella Urania lo pro-cura. Es musa e impulsora. No slo le otorga la tranquilidad esperada para poder concentrarse en sus escritos, sino, cuando es necesario, invita a su castillo a personajes ilustrados para entretenerlo con dilogos inteligentes.

    Por ejemplo, en otoo de este ao, Algarotti, el joven fsico y gemetra italiano, acepta la invitacin de la marquesa y viaja, junto con Richelieu, al castillo de Cirey. El veneciano, que tiene fama por su aficin a la gastronoma y a los jovencitos, es muy amable y con una gran educacin: ha viajado por toda Europa gracias a que su padre, un rico comerciante, puede fi-nanciarlo. Los cuatro intelectuales comparten discusiones, co-nocimientos, doctos libros de fsica un Jacquier, el Rohault comentado por Clark, y la fsica de Musembrok, entre otros, y el laboratorio cada da mejor equipado. Incluso, llevan a cabo

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    experimentos de ptica, hablan sobre la densidad de los astros y observan los anillos de Saturno.

    El afortunado encuentro ve sus frutos tres aos despus, en un libro que el cientfico italiano ilustra con un retrato de madame Du Chtelet en su portada, aunque, faltando a su promesa, no se lo dedica: Newtonianismo per le dame. Un texto de divulgacin cientfica, al alcance de cualquier mujer.

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  • 1. Pars, noviembre de 1935

    Te gusta cmo te hago el amor? pregunta Andr, despus de haberla besado profundamente, como si la propia supervivencia emocional dependiera de ese momento.

    No mucho contesta ella, indiferente, mirando ha-cia la pared, de la que comienza a desprenderse una seccin del tapiz de flores.

    Mi az? Qu? grita, alejndose de Gerta de mane-ra automtica. Mientras ella re, con carcajadas frescas, festivas, l le da una leve nalgada en esa parte de su cuerpo, pequea, bien formada. Antojable. Mordible. Acariciable.

    Todava no eres capaz de adivinar cuando estoy bro-meando, mi tzigane? No conocen los chistes en Hungra? Adoro tus besos. Al disfrutarlos, siento que nada malo puede pasarme.

    Cmo adivinar las bromas? Todo lo afirmas con una seriedad impresionante. Parece que ests en una asamblea del Partido Comunista, luchando contra el nacional socialismo.

    Pues de eso se trata: del brevsimo placer al saber que puedo confundirte, engaarte. Y siempre soy de izquierdas, que te quede claro. Hasta en la cama dice con una sonrisa seduc-tora y traviesa.

    Desde joven, Gerta Pohorylle tena dos caractersticas: ser una arriesgada luchadora contra el totalitarismo y una gran actriz. Un don natural que utilizaba de forma sabia. Cuando fue encarcelada en Leipzig, por repartir propaganda anti nazi al menos esa fue la excusa, lloraba si se lo propona, sobre todo en los interrogatorios, para suavizar a los guardias. Y eso, a pesar de que en su niez sus padres le prohiban llorar.

    Diecisiete aos cumplidos y diecisiete das en una celda en donde, para aprovechar el tiempo, invent un alfabeto de gol-

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    pes en la pared para comunicarse con las otras presas. Tambin utiliz el breve encierro dando clases de ingls y francs, y para mantener entretenidas a las compaeras, cantaba canciones ame-ricanas. La voz no era muy potente, aunque se escuchaba dulce, afinada. Y alegre; alegre a pesar de estar tras las rejas. Si sus padres lograron liberarla fue gracias a que tena pasaporte polaco (debido al origen de su familia) y a las negociaciones del cnsul de ese pas. En realidad, la Gestapo buscaba a sus hermanos menores, que pertenecan al Revolutionre Gewerkschaftsopposition y que s representaban un serio peligro. Pero ellos haban huido a tiempo.

    En el pequeo apartamento de la pareja de exiliados apenas caben una cama, la mesa para cuatro personas (que usan como escritorio), una cocineta, un bao convertido en cuarto de revelado, libros apilados en una esquina y un silln caf, viejo pero cmodo, para leer mientras entre buena luz por la ventana. La vista es muy parisina: techos y ms techos verdes grisceos, de dos aguas, con sus muchas y pequeas chimeneas naranjas. Nubes bajas que comienzan a despedirse del da.

    Voy por un poco de agua. A mi regreso, quiero que ests dormido dice ella, amenazndolo con una sonrisa co-queta, que deja ver sus dientes muy blancos.

    No puedo dormirme tan rpido. Y, adems, no tengo sueo todava.

    Anda, Bondi, hazte el dormido. Vers que no encon-trars de qu arrepentirte lo reta con ese tono sensual, ronco, que adquiere cuando tiene ganas de sentir, muy adentro, la piel de su amante. Se levanta y camina desnuda, dndole la espalda. Gerta tiene una relacin de total libertad con su cuerpo. Apenas ayer, frente a Bob, Ruth y dos amigos que la acompaaban, se deshizo de su suter de la manera ms natural, para ponerse una blusa ligera. Mientras buscaba la de olanes en el cuello, con sus senos al aire segua opinando sobre la pelcula de Fritz Lang que haban visto el da anterior. Sentir pudor no es lo suyo. Alegra s, una contagiosa alegra de disfrutar cada una de las pequeas actividades cotidianas.

    Gerta bebe varios tragos de agua colocando su boca bajo el grifo; los cuatro vasos que encontr estn sucios. Con lo que

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    Andr gana de sus fotografas y ella, como secretaria y adminis-tradora de la agencia Alliance, les alcanza mejor que antes, pero viven sin ningn lujo. Aunque ambos provienen de hogares pequeo burgueses, acostumbrados a no sufrir carencias, tienen ms de lo que necesitan y son, en ese momento, felices. Ser jvenes, estar enamorados y compartir su manera de ver el mun-do es bastante.

    Andr est recostado, boca abajo, sobre las sbanas. Tambin desvestido. As que, calmada la sed, su novia se acerca, sigilosa. Comienza a ronronear y se pone en cuatro patas. Ga-teando, se aproxima a la cama. Intenta imitar la sensualidad de los movimientos de un felino, pero el resultado es cmico. An-dr, que ha abierto un ojo curioso, re ante la escena y tambin ronronea. Gerta arquea la espalda y, de un salto, se sube al colchn con una agilidad que impresiona. Vuelve a ronronear mientras acaricia la espalda, nalgas y piernas del hngaro con suavidad. Al llegar a los tobillos, comienza a darle unas sutiles mordidas, de los pies hacia arriba. Ahora, Andr es el que gru-e. Bueno, ms bien es un bramido lastimero que divierte a su novia. Cuando los dedos femeninos se acercan al torso, tocan la lnea que insina la columna. Ah las uas, que ayer fueron limadas para lucir redondas, apenas lo rozan, como si su duea se hubiera vuelto tmida de pronto. Finaliza en la nuca, en donde se detiene durante un buen rato. Ser, acaso, que hay nucas infinitas? El hombre se estremece y se vuelve, mostrando su verga dispuesta.

    Cierra los ojos. Hazte el dormido. Est prohibido to-carme: aqu la nica con derecho a acariciar soy yo le ordena ella. Enseguida, sin otro prembulo, su lengua se desliza por el miembro endurecido, palpitante de ganas. La lengua hmeda y juguetona pronto lo obliga a creer que slo ellos existen, slo en ese lugar, slo en ese instante tan corto, y tan eterno.

    Dios, dios. Dios mo! murmura Andr, desde el fondo de su garganta.

    No invoques a un dios en el que no creemos. Menos ahora responde ella con una voz aterciopelada por el deseo y, enseguida, regresa su lengua al escenario de la batalla.

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    Dios gime con la voz ahogada. Este es el ni-co momento para invocarlo. Ah, ah. Dios! No pares. No dis-cutas. Sigue, por dios. Slo aqu, en la cama, cuando estamos juntos, creo en l. Ay, dios mo! brama Andr en el instante en que la boca de Gerta lo lleva directamente, al mismo tiempo, al paraso y al infierno.

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