Dios actua en la historia (ii) florencio abajo

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Participante LCTUA EN LA HISTORIA (II) Guía para una lectura comunitaria ele la historia de la salvación : JESUCRISTO La Casa de la Biblia verbo divino

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Participante

LCTUA EN LA HISTORIA (II) Guía para una lectura comunitaria ele la historia de la salvación

: JESUCRISTO

La Casa de la Biblia

verbo divino

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riLaCasadela Biblia

DIOS ACTÚA EN LA HISTORIA (II)

Guía para una lectura comunitaria de la historia de la salvación

NUEVO TESTAMENTO: JESUCRISTO

Participante

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En la preparación de estos materiales han participado: Florencio Abajo, Emilio de la Fuente, Luis Rubio, Emilio Velasco y Miguel Salvador

Diseño de cubierta: Francesc Sala Dibujos: Mabel Piérola

Editorial Verbo Divino Avenida de Pamplona, 41 31200 Estella (Navarra), E s p a ñ a Teléfono: 948 5 5 6 5 11 Fax: 948 55 4 5 06 www.verbodivino.es [email protected]

© La Casa de la Biblia, 2011

© Editorial Verbo Divino, 2011

ISBN 978-84-9945-221-0 (Libro del participante) ISBN 978-84-9945-220-3 (Libro del animador) ISBN 978-84-9945-129-9 (Obra completa)

Impresión: Gráficas Lizarra, Villatuerta (Navarra)

Depósito legal: NA. 2621-2011 Impreso en E s p a ñ a

Cualquier forma de reproducción, distr ibución, comunicación públ ica o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de s u s titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos -www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear a lgún fragmento de es ta obra.

PRESENTACIÓN

El presente volumen es el segundo de la serie "Dios actúa en la historia", con la que queremos ofrecer unos materiales que nos lleven a obtener una visión global, sistemática y unitaria de toda la Biblia. De este modo estamos proponien­do un camino que intenta proporcionarnos una compren­sión más plena de todo el conjunto de los misterios de la fe cristiana tal como se nos presentan en el Credo que profe­samos. Estos misterios constituyen el centro de nuestras celebraciones en la liturgia -especialmente en la eucaristía-, estimulan y alimentan nuestra oración, y orientan nuestra vida cristiana y nuestra espiritualidad.

Este camino lo estamos recorriendo desde la perspectiva de la historia de la salvación y comprende tres etapas: la obra de Dios Padre Todopoderoso llevada a cabo en el seno del pueblo de Israel; la actuación redentora de Jesucristo en su encarnación, vida, muerte y resurrección; la memoria, prolongación y actualización de la acción salvadora de Dios en Jesucristo a través del Espíritu en el seno de la Iglesia y por medio de la Iglesia. De esta manera, el programa se estructura en tres años. El primero corresponde a la revela­ción salvadora de Dios en la historia del pueblo en el Anti­guo Testamento. El segundo nos acerca a la obra redentora de Jesús, centro y cumplimiento del proyecto salvador de Dios en orden a toda la humanidad. El tercero contemplará la presencia de la salvación de Dios en la acción y en la his­toria del Cuerpo de Cristo que es la Iglesia por medio del Espíritu Santo.

Estamos seguros de que este programa seguirá estimulan­do el interés de todos los animadores y de los miembros de los grupos de lectura creyente de la Biblia, les fortalecerá en su fe y les ayudará a dar mayor y mejor razón de su esperan­za (1 Pe 3,15). Es nuestra intención que todos encuentren

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en estos materiales un estímulo para el anuncio de la bue­na nueva del amor de Dios, el Señor, que "quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la ver­dad" (1 Tim 2,4).

1. La salvación de Dios en Jesucristo

En este segundo año queremos seguir ahondando en la historia de la salvación que Dios inició con el pueblo de Israel y que encuentra en Jesús de Nazaret su momento culminante. Para ello leeremos una selección de textos que narran lo acontecido en Jesucristo y nos ayudan a profun­dizar en el sentido de su vida entregada, de su muerte en cruz y su resurrección.

El Nuevo Testamento se nos presenta como un conjunto de narraciones que desvelan el modo en el que todas las promesas y esperanzas de Israel encuentran su cumpli­miento en Jesús de Nazaret. En esas narraciones se recogen las confesiones de fe de quienes, habiendo conocido a Jesús, descubrieron en su vida, muerte y resurrección la mano amorosa de Dios. Así comprendieron que a veces Dios conduce la historia por caminos inesperados.

Para las sesiones de lectura creyente hemos elegido algu­nos pasajes de los evangelios que narran acontecimientos de la vida de Jesús, con los que dio a conocer su identidad y su misión. Otros textos pertenecen a las cartas de san Pablo -los escritos más antiguos del Nuevo Testamento-: a través de ellos podremos acercarnos a la primera reflexión cristiana sobre Jesús de Nazaret y sobre el significado de sus palabras y sus gestos. También ofrecemos en cada caso diversos tex­tos del Antiguo y del Nuevo Testamento que sirven de marco de referencia para la mejor comprensión del pasaje previsto para esa lectura creyente. Esta lectio divina iluminará nues­tra fe y constituirá, sin duda, una nueva interpelación para nuestra vida como discípulos de Jesucristo.

2. Un proyecto de evangelización

Esta guía de lectura, como las precedentes, se inscribe en un proyecto evangelizador. El camino que proponemos se

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apoya en tres pilares, en tres claves de lectura, que es importante tener en cuenta antes de comenzar a caminar.

En primer lugar, sugerimos hacer este camino no en soli­tario, sino con otros creyentes, en comunidad. Esta primera clave exige una actitud de apertura y sencillez, de acepta­ción de los demás y de entrega generosa de uno mismo.

En segundo lugar, deseamos que la lectura se haga con actitud de fe y en clima de oración. Queremos hacer una lectura creyente. Esta segunda clave requiere de los partici­pantes una actitud de apertura a Dios, de fe en su capaci­dad de hablarnos hoy a través de su Palabra y de los acontecimientos de la vida.

Y en tercer lugar, al hacer esta lectura debemos estar abiertos a la conversión. Si la experiencia que los autores sagrados dejaron reflejada en la Escritura no va cambian­do nuestras vidas, si no nos dejamos interpelar y transfor­mar por ella, entonces nuestro acercamiento a la Palabra de Dios habrá sido inútil.

Así pues, lo que proponemos es acercarnos comunitaria­mente al misterio de la salvación que Dios realiza en la his­toria del pueblo de Israel mediante la lectura de algunos textos en clave de oración y orientada a la conversión.

3. Desarrollo de cada encuentro

Cada reunión irá precedida de una preparación personal y seguida de una reflexión para interiorizar lo descubierto en cada encuentro.

Antes de cada encuentro

Cada participante leerá los textos que se indican al final de la ficha de la sesión anterior con ayuda de unas pregun­tas sencillas que aparecen en el apartado "Para preparar el próximo encuentro". Es muy importante que todos los miembros del grupo hagan esta lectura reposadamente y que lleven luego sus aportaciones al grupo. Si hay personas que tienen dificultades para hacerlo solas, se pueden orga­nizar en pequeños grupos de dos o tres para hacer esta lec-

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tura. Esta forma de preparar la reunión suele ser muy enri-quecedora.

En el encuentro con el resto del grupo La reunión tendrá dos momentos: primero pondremos en

común lo que hemos descubierto en la lectura personal y después nos centraremos en la lectura de un pasaje concre­to. La guía de cada sesión ofrece sugerencias para estos dos momentos del encuentro.

La puesta en común ha de ser necesariamente breve. Su objetivo es ambientar la lectura del pasaje concreto, que será lo más importante.

La lectura del pasaje elegido seguirá siempre el mismo itinerario, que responde a las claves de lectura descritas más arriba. Este itinerario se inspira en la lectio divina, que es la forma más antigua de lectura creyente de la Biblia en la Iglesia. Tiene cuatro pasos que van precedidos de una sencilla ambientación:

- Miramos nuestra vida. Partimos siempre de una expe­riencia de vida para que todos los componentes del grupo puedan participar. Cuando se empieza a hablar de teorías, muchos quedan excluidos de la conversación. Cuando se habla de experiencias de vida, todos tienen algo que apor­tar. Puede que al principio haya gente a la que le cueste hablar. Una forma de hacer participar a todos es que el animador plantee a un miembro del grupo la pregunta que viene en este apartado y que luego él, después de respon­derla, le haga esta misma pregunta a otro, y así sucesiva­mente hasta que todos hayan contestado.

- Escuchamos la Palabra de Dios. Debe hacerse con esmero y dedicación. En cada ficha ofrecemos unas pre­guntas, la indicación de que se consulten las notas y de que cada uno vuelva a leer personalmente el pasaje elegi­do. El objetivo fundamental de este segundo paso es des­cubrir la experiencia de fe que se encuentra reflejada en cada pasaje. En este momento el animador podrá iluminar al grupo sirviéndose de la explicación del pasaje que le ofrecemos en los materiales complementarios. Sin embar­go, ha de tener mucho cuidado para no anular las aporta-

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ciones del grupo. Sólo debe hablar al final, para subrayar, valorar y completar lo que el grupo ha descubierto.

- Volvemos sobre nuestra vida. En este tercer momento se trata de poner en diálogo la experiencia de la que hemos hablado al principio con lo que hemos descubierto en la Palabra de Dios. Ha de ser un diálogo sincero y des­de la fe. Para que todos participen, puede seguirse la téc­nica descrita en el apartado "Miramos nuestra vida" u otra. El animador, si está atento, irá captando qué es lo que facilita más la participación.

- Oramos. Todos los encuentros terminarán con una bre­ve oración relacionada con lo que hemos descubierto en el pasaje para nuestra vida. Las indicaciones de la ficha de trabajo son orientativas. El animador, que conoce al grupo, deberá completarlas.

La reunión puede durar entre una hora y cuarto y una hora y media, dependiendo del número de personas que integren el grupo. A la primera parte (puesta en común) se le puede dedicar entre veinte minutos y media hora; a la segunda (lectura del pasaje elegido), aproximadamente una hora.

Después del encuentro Es conveniente que el encuentro conduzca a la reflexión

personal, en la que cada uno interiorice lo que ha descu­bierto en la reunión. También debe concretarse en el com­promiso que cada miembro del grupo va adquiriendo.

El equipo de La Casa de la Biblia

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NOTAS NOS DISPONEMOS A VER CÓMO DIOS ACTÚA EN LA HISTORIA

DESARROLLO DEL ENCUENTRO En este primer encuentro intentaremos ponernos de

acuerdo sobre lo que vamos a hacer en el grupo y sobre cómo lo vamos a hacer. Es importante que manifestemos al resto de los miembros del grupo y al animador lo que esperamos de estos encuentros, pues nos disponemos a emprender un camino juntos y será más fácil llegar a la meta si desde el comienzo hemos marcado claramente nuestros objetivos.

Seguiremos los siguientes pasos: • Saludo de bienvenida -por parte del animador- y pre­

sentación de los participantes. • Decidimos juntos lo que vamos a hacer. Para ello es

necesario, por una parte, que cada uno diga lo que espera

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encontrar en este grupo y, por otra, que todos intentemos comprender el objetivo que el animador nos propone de parte de la diócesis, la parroquia o el grupo que convoca.

• Nos ponemos de acuerdo en cómo lo vamos a hacer, escuchando atentamente la explicación del animador.

• Acordamos el lugar, la hora y la frecuencia de nuestros encuentros.

PARA PREPARAR EL PRÓXIMO ENCUENTRO Este año nos vamos a centrar en las actuaciones de Dios en Jesús de Nazaret. Para preparar el próximo encuentro leeremos algunos textos en los que se expresa la fe de los primeros cristianos en Jesús resucitado como Mesías y Señor: Mt 16,13-20; Le 13,22-30; Hch 2,22-36; Rom 1,1-6; Flp 2,5-11. Intentaremos responder a la siguiente pregunta:

¿Qué se afirma en estos textos sobre la identidad y la misión de Jesús?

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1 LAS CONFESIONES DE FE EN EL NUEVO TESTAMENTO

LECTURAS BÍBLICAS

Puesta en común sobre los textos de referencia La muerte en cruz de Jesús produjo un tremendo descon­

cierto entre sus primeros discípulos. Pero el encuentro con Jesús resucitado les llevó a descubrir el verdadero sentido de su muerte y el misterio de su identidad y de su misión. Y este descubrimiento es lo que plasman y celebran en las fórmu­las de sus "credos" o confesiones de fe. Nos preguntábamos al leer los textos:

¿Qué se afirma en estos textos sobre la identidad y la misión de Jesús?

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GUIA DE LECTURA

"Esto es lo que anunciamos y esto e s lo que habéis creído"

Antes de comenzar, b u s c a m o s 1 Cor 15 ,1 -11 .

>• Ambientación A las preguntas de los cristianos de Corinto sobre la resu­

rrección de la carne, Pablo responde recordando el contenido del evangelio que él les había proclamado en su predicación. Evangelio que él, a su vez, había recibido de otros testigos y que los mismos corintios habían acogido. Ese evangelio con­siste en el anuncio de la muerte y resurrección de J e s ú s .

>- Miramos nuestra vida El nombre y la figura de J e s ú s cont inúan presentes en

nuestro tiempo y, consciente o inconscientemente, siguen inquietando y suscitando interrogantes también a nues t ra generación. Se habla y se escribe de ellos abundantemente , u n a s veces a favor y otras en contra. Son muchas las opinio­nes que sobre su identidad, su vida y su muerte se presentan. Por ello nos preguntamos:

- ¿Qué se opina sobre Jesús, sobre su vida y su obra en nuestros ambientes? ¿Qué se subraya de él?

- Entre los que se confiesan cristianos, ¿qué aspectos del misterio de Jesús son acogidos o proclamados con mayor satisfacción?

> Escuchamos la Palabra de Dios San Pablo recuerda a los corintios lo esencial de la fe cris­

t iana que él h a recibido y les h a t ransmit ido: la muer te de J e s ú s por los pecados de los hombres y su resurrección de entre los muer tos . Apela a su responsabi l idad pa ra man te ­ner fielmente este mensaje que ellos acogieron y h a n experi­mentado como causa de su salvación.

• Nos preparamos para acoger también nosotros esta pala­bra de Dios.

• Alguien del grupo lee en voz alta 1 Cor 15,1-11.

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• Cada u n o lo relee en silencio y t r a t a de entenderlo mejor con ayuda de las no tas de la Biblia o a lgún otro comentario.

• Respondemos a es tas p reguntas : - ¿Qué es para Pablo lo más importante de la fe cristiana? - ¿Qué actitudes señala y alaba Pablo en los cristianos? - ¿Quiénes son presentados como testigos de la resu­

rrección de Jesús y en qué se apoyan para afirmarla?

> Volvemos sobre nuestra vida La fe que profesamos no es creación nuest ra . La hemos

recibido de u n a cadena de testigos de la que nosotros también formamos parte. Esta fe que confesamos solemnemente cada domingo no puede quedarse en meras palabras. La confesión de la muerte y resurrección de J e s ú s debe manifestarse en nues t ra propia vida. Por eso nos preguntamos.

- ¿Qué aspectos del misterio de Jesús afirmas con mayor énfasis en tufe?

- ¿Dónde notas la fuerza salvífica de la resurrección de Jesús en tu vida?

- ¿Cómo das testimonio con tu vida y tu palabra de tufe en la muerte y resurrección de Jesús?

> Oramos Terrninamos nuestro encuentro con u n momento de oración.

En ella damos gracias a Dios por la fe que hemos recibido.

Podemos pensa r u n a breve fórmula que exprese n u e s t r a confesión de fe en J e s ú s y ponerla por escrito.

• Escuchamos de nuevo la lectura de 1 Cor 15,1-11. A continuación oramos brevemente en silencio.

• Podemos compartir con los demás miembros del grupo n u e s t r a confesión personal de fe.

• Proclamamos jun tos el "Credo" breve de la misa.

PARA PROFUNDIZAR "¡Ha resucitado!"

Las confesiones de fe de los primeros cristianos se encuen­t ran dispersas por todos los escritos del Nuevo Testamento.

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El núcleo básico y común es la afirmación de que Jesús, cuya vida -enseñanzas y obras- y cuya muerte eran bien conocidas, está vivo: ha resucitado de entre los muertos.

Una fe manifestada primariamente en veneración y culto: "Ven, Señor Jesús"

Los primeros cristianos manifiestan su fe en Jesús a tra­vés del culto que le profesan. Esas prácticas de culto se expresan en oraciones e invocaciones ("Ven, Señor Jesús"); en aclamaciones ("Jesús es Señor"); en las repetidas cele­braciones de la cena en memoria de él; en salmos, cánticos e himnos de alabanza dirigidos a él como Cristo y Señor o, como confiesan incluso escritores paganos, "como Dios".

Una fe que confiesa acontecimientos antes que doctrinas: "Pasó haciendo el bien"

Las convicciones de fe así expresadas se convierten en "confesiones", en fórmulas breves, fijas, fácilmente memori-zables. En ellas no se afirman doctrinas, "dogmas", sino acontecimientos de la vida de Jesús, hechos cargados de sentido, sus "misterios", es decir, realidades en las que Dios actúa y que tienen que ver con la suerte de la humanidad.

Los hechos fundamentales de la actuación de Dios en Jesús son su muerte en la cruz y su resurrección de entre los muertos al tercer día. Estos "misterios" se formulan a veces con expresiones que enriquecen su contenido. Así, cuando se habla de su muerte, se dice que "padeció", "sufrió", "derramó su sangre". Y para la resurrección se afir­ma que "rompió las ataduras de la muerte", "fue elevado" o "ascendió al cielo", "fue exaltado", "sentado a la derecha del Padre", "coronado de gloria y esplendor", "constituido Mesías, Señor, Príncipe y Salvador, Hijo poderoso de Dios".

Una fe avalada por testigos: "Se apareció a Pedro y luego a los Doce"

La muerte de Jesús fue para sus discípulos un choque dra­mático. Sintieron la frustración de sus expectativas de triun­fo. Experimentaron la humillación de su propio engaño por haber seguido a alguien despreciado, condenado; en cierta manera, incluso "maldito" de Dios. Por eso le abandonan, le

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niegan, huyen, se dispersan. Pero a partir de aquel increíble "tercer día" esos mismos discípulos cambian totalmente de perspectiva. Sin esperarlo, sin imaginarlo siquiera ni com­prenderlo, se les impone la certeza de que ese mismo Jesús "ha resucitado". Lo perciben no como un cadáver que ha vuel­to a la vida, ni como un "fantasma", sino como alguien que vive en otra dimensión, en otro tipo de existencia, una exis­tencia gloriosa, propia del ámbito del Dios por él anunciado.

Su convicción de que es verdad que Jesús vive en esa nueva dimensión se percibe en el cambio que experimentan: pasan de la negación y la huida a la confesión de que Jesús es Mesías y Señor. Sustituyen la celebración del sábado, fundamentada en la creación y en el Decálogo, esencial para todo judío, por la de "el día después del sábado", el "día del Señor". Su celebración cultual fundamental es la de la "fracción del pan", en memoria de la cena de Jesús, en la que reconocen su presencia viva.

En un estadio posterior, en las comunidades cristianas se construyen narraciones, relatos, sobre el encuentro con el Resucitado. Así lo vemos en los evangelios. Se acentúa lo imprevisto del encuentro, las dudas e incredulidades, la necesidad de constatar la identidad de Jesús y su realidad actual. Si en los "credos" los testigos eran solo varones, por­que eran los únicos a los que se les reconocía autoridad en los testimonios oficiales, en esas narraciones los primeros testigos son mujeres.

Una fe conforme a la revelación de Dios: "Según las Escrituras"

Sin el fundamento bíblico, un judío creyente no hubiera podido llegar a entender el sentido de la cruz ni el de la resurrección de Jesús. La experiencia de la presencia del Resucitado proporciona a los discípulos un nuevo modo de leer las Escrituras. La muerte en cruz se entiende ahora como formando parte de la lógica del plan de Dios. Así se sitúa a Jesús en la línea del Ungido que en el proyecto de Dios no puede conocer la corrupción, y en la del Siervo de Yahvé que ofrece su vida por amor y recibe como recompen­sa un puesto de honor.

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La resurrección y la muer te e n c u e n t r a n justificación en el conjunto de la Escr i tura , t an to en los textos de los Profe­t a s como en los de la Ley y en los Salmos. Y no solo en textos literarios, sino también en las figuras personales (Abrahán, Isaac, Moisés, Elias, J o n á s , David, etc.) y en acontecimien­tos de la historia salvífica (éxodo, pascua, alianza, templo, culto).

Una fe desde la memoria de la vida de Jesús: "Acuérdate de Jesucristo"

Desde el encuentro con el Resucitado y con la iluminación del Espíritu, los testigos recuerdan y repiensan la vida de J e s ú s , todo lo que hizo y dijo. M u c h a s de s u s acciones y de sus palabras tienen ahora u n sentido nuevo y más pleno. El significado de los panes multiplicados, la cena, la entrada en Je rusa lén , la purificación del templo, el costado t raspa­sado con la lanza.. . quedaba finalmente desvelado.

Y así proclaman ya en el Hijo del hombre la gloria del Hijo de Dios, en el hijo de José al Hijo de David. Y has ta en su con­cepción y su infancia se revela la presencia de Cristo, el Señor.

PARA PREPARAR EL PRÓXIMO ENCUENTRO En el próximo encuentro nos acercaremos al misterio de la resurrección de Jesús . Si la muerte del Señor llenó de desencanto y frustración al grupo de discípulos que le habían seguido atentos a sus enseñanzas y a las obras prodigiosas que realizaba, la resurrección significó un giro radical en sus vidas, al comprender u n poco mejor la ver­dad de lo que habían visto y oído.

Para preparar la sesión, leeremos algunos textos: Le 24,50-53; Hch 1,9-11; Hch 5,29-32; Rom 14,1-12; 1 Pe 3,18-22. Intentaremos responder a las siguientes preguntas:

¿Qué se dice en cada texto sobre lo que Dios hizo en Jesús al resucitarlo de entre los muertos?

¿Qué nombres o títulos se dan a Jesús como consecuencia de la resurrección?

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2 DIOS HA EXALTADO A JESÚS A SU DERECHA

LECTURAS BÍBLICAS

Puesta en común sobre los t ex tos de referencia

Las confesiones de fe de los primeros crist ianos afirman que Dios h a resuci tado a J e s ú s de entre los muer tos . Para comprender mejor ese hecho, hemos leído a lgunos textos, sobre los que nos preguntábamos:

¿Qué se dice en cada texto sobre lo que Dios hizo en Jesús al resucitarlo de entre los muertos? ¿Qué nombres o títulos se dan a Jesús como consecuencia de la resurrección?

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GUIA DE LECTURA

"La muerte no t iene ya dominio sobre él"

Antes de comenzar, buscamos Rom 6 ,1 -11 .

>• Ambientación

Pablo escribe a u n a comunidad que él rio h a fundado y a la que piensa ir a visitar próximamente. Con extraordinaria valentía y claridad, les a n u n c i a el evangelio de Je suc r i s to como fuerza de salvación p a r a todo el que cree. Es te evan­gelio lo h a aceptado ya la comunidad de Roma por la fe y el bau t i smo . El bau t i smo es el rito que abre a la fuerza salva­dora de la resurrección de J e s ú s y s i túa al creyente en u n a condición nueva de vida, que se manif iesta en u n a muer t e real al pecado. De esa vida nueva hab l a nues t ro texto.

>• Miramos nuestra vida

La sociedad en la que vivimos ha convertido la muerte en u n tema tabú. No quiere hablar de ella. Pretende ignorarla, alejarla de los espacios donde se desenvuelve la vida ordinaria. En este contexto, el mensaje de la resurrección de los muertos se oye con indiferencia o provoca sonrisas irónicas. Al mismo tiempo, no es raro escuchar doctrinas extrañas sobre la reen­carnación en vidas sucesivas. Ante esto nos preguntamos:

- ¿Qué se piensa en tu ambiente sobre la muerte?

- ¿Qué idea se tiene sobre la resurrección? ¿Cómo se reacciona ante ese anuncio cristiano?

> Escuchamos la Palabra

San Pablo explica a los romanos la b u e n a noticia de que el cristiano, por el baut i smo, part icipa de la victoria de J e s ú s resuci tado sobre la muer te y sobre el pecado. Y los enfrenta con la responsabil idad y el desafío de orientar su vida en conformidad con esa realidad salvadora.

• En silencio, nos disponemos a e scuchar y acoger este "evangelio".

• Escuchamos la lectura de Rom 6 ,1-11 ,

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• Releemos personalmente el texto ayudados por las no tas de n u e s t r a Biblia.

• Procuramos responder a es tas cuest iones:

- ¿Qué dice san Pablo sobre lo acontecido en la muerte de Jesús?

- ¿Mediante qué expresiones se describe la relación del bautizado con Cristo?

- ¿Cuáles son los efectos y las exigencias del bautismo en el creyente?

> Volvemos sobre nuestra vida La muer te es u n a realidad incuestionable, pero no es u n

pun to final. Pablo anunc ia que hay vida m á s allá de la muer te . Por el baut ismo, el creyente es incorporado a Cristo muer to y resuci tado, es sumergido en su muer te y emerge a u n a vida nueva. La muer te ya no tiene poder sobre él. Este es el núcleo de la esperanza crist iana.

- ¿Qué sentimientos o reacciones provoca en ti el mensaje de Pablo sobre la resurrección?

- ¿Cómo afecta a tu vida ordinaria la fe en la resurrección de Jesús? ¿En qué medida te lleva a mirar con esperan­za a la muerte?

>• Oramos Terminamos con u n momento de oración interiorizando lo

que la lectura y meditación del texto de s a n Pablo nos hayan sugerido. Podemos ambientar n u e s t r a oración con a lgún símbolo de J e s ú s resuci tado. Puede ser el cirio pa s ­cual encendido o u n icono del Pantocrátor, y alguna música de resurrección; por ejemplo, el Aleluya de Hándel.

• Un miembro del grupo lee de nuevo Rom 6,1-11.

• En silencio, cada uno hace su oración personalmente, dan­do gracias por el bautismo recibido o glorificando al Señor por su resurrección. Después de u n tiempo breve, todos pueden compart ir lo que est imen opor tuno de su oración personal .

• Terminamos con el canto "Resucitó, resucitó" u otro semejante.

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PARA PROFUNDIZAR

Nueva vida en Cristo

La resurrección de J e sús , confesada por los discípulos, fue explicada por ellos mediante diferentes expresiones que ponen de relieve su contenido salvíñco para el propio J e s ú s y para quienes se adhieren a él por la fe y consagran su adhesión por el bautismo. Las expresiones utilizadas recogen el lenguaje de las Escrituras judías, nuestro Antiguo Testamento.

"La muerte no tiene ya dominio sobre él"

La resurrección se comprende como la victoria de J e s ú s sobre la muerte. La resurrección no es u n a revivificación de u n cadáver, u n a recuperación de la vida terrena, sujeta de nuevo a la muerte. J e s ú s ha muerto de u n a vez para siempre, h a sido liberado del dominio de la muerte, de la esclavitud a la que la muerte tiene sometidos a todos los hombres de por vida.

La muer te de u n a persona es la manifestación máxima de la rup tu ra de la relación con Dios, es quedar instalado defini­tivamente en esa ruptura . En este sentido, la muer te tiene su raíz y origen en la desobediencia, en el deseo de ser como Dios, de construirse frente a Dios. J e s ú s no sigue ese cami­no. Asume la muer te por solidaridad con la suerte de los h u m a n o s y por amor a ellos. Pero él no cayó en la tentación de hacerse igual a Dios (Flp 2,6). La resurrección lo consagra en la obediencia, en la comunión con Dios, consumando así su victoria sobre el pecado.

Por otra parte, la muer te es considerada en la Escri tura como u n a consecuencia de la instigación del diablo. Por eso, la resurrección es también la derrota del que tenía el dominio sobre la muer te y mantenía esclavizada a toda la humanidad a lo largo de la historia. Ni muerte , ni pecado, ni demonio pueden ya romper n u n c a la comunión de J e s ú s con el Padre ni impedirle estar cerca y ayudar a cuantos luchan todavía en la tierra contra la tentación de la r up tu r a con él.

Constituido Mesías

Por la resurrección, J e s ú s es constituido como el Mesías de Dios (Cristo). Ya durante su vida terrena, J e s ú s fue considera-

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do por muchos como el Mesías (Me 8,29). Pero algunos enten­dieron su mesianismo en sentido político, como si se tratase del rey que liberaría al pueblo judío de la opresión romana. Y sin duda, esto influyó en que fuera condenado a muerte.

Esta idea es corregida por su muerte y resurrección. El Resucitado es proclamado como el Cristo de Dios, liberador no ya solo del pueblo de Israel, sino de toda la humanidad. Y no ya solo de opresiones materiales y externas, sino de las que afectan a los hombres en su dimensión espiritual e ínti­ma, las que destruyen la relación con Dios. Él aporta la ben­dición plena a la humanidad entera, el acceso y la comunión con el Dios autor de todo bien. Él establece la reconciliación, la paz y la unidad entre todos los humanos .

Elevado y sentado a la derecha de Dios

La resurrección es explicada también mediante la imagen de la "ascensión", la elevación o subida al cielo. No se t r a ta de u n a realidad espacial, sino de u n a imagen que expresa la incorporación a la vida propia de Dios. Se reúnen en esta imagen varias perspectivas:

- La del profeta Elias "arrebatado al cielo" y liberado de las limitaciones te r renas y capaz, por tanto, de ac tua r en cualquier momento y lugar.

- La de la "elevación" en la cruz (Jn 3,13), que sugiere el ámbito hacia donde va y de donde h a venido: su origen de arriba, de Dios, al que retorna.

- La de haber sido sentado a la derecha de Dios, por lo cual el Resucitado h a sido introducido en la condición divina. Así, incorporado en igualdad de dignidad y poder con el "Señor-Dios", el Padre, ejerce con él el gobierno del cosmos. Y también, en su función de juez, establece la justicia salvífica de Dios en la historia.

Exaltado y glorificado como Señor

La resurrección se explica asimismo con los términos de "exaltación" y "glorificación" de J e s ú s como "Señor". Dios le entrega ese "nombre sobre todo nombre" ante el que se debe doblar toda rodilla en el cielo, en la t ierra, en los ab i smos (Flp 2,9-11). El "nombre" expresa la identidad y la gloria.

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La "gloria" no es la fama o la simple honra recibida. En la Escritura designa el "peso" de alguien, su categoría, su dig­nidad. En el Antiguo Testamento se aplica fundamental­mente a Dios para señalar su soberanía y poder, que se han manifestado en sus actuaciones a favor de su pueblo en misericordia y fidelidad. En la resurrección, Dios entrega a Jesús su gloria, su propio nombre y categoría de "el Señor". Así, el Padre reconoce la obra que Jesús realiza en su nom­bre entregando su vida por amor y lo proclama igual al mis­mo Dios. El poder salvífico de Dios sobre la humanidad y el mundo reposa en Jesucristo.

"Constituido Hijo poderoso de Dios según el Espíritu" La expresión más solemne y profunda del contenido de la

resurrección es la que afirma que ha sido "constituido" por el Espíritu Santo "Hijo poderoso de Dios". Indica el recono­cimiento de su relación con Dios como hijo. Se trata del hecho de que Jesús, en su naturaleza humana, ha sido asumido en el seno mismo de Dios, donde el Hijo había sido engendrado. En él participa de la vida de Dios y de la condi­ción divina poderosa que le corresponde como a tal Hijo único. Así, la corporalidad de Jesús queda liberada de la imperfección, de la fragilidad de la materia, y se hace "espi­ritual", llena del Espíritu divino.

A la luz de la resurrección será comprendida toda la vida de Jesús, toda su acción y enseñanza, su misma pasión y muerte, e incluso su concepción, nacimiento e infancia. Y así aparecerá reflejado en las narraciones de los evangelios.

PARA PREPARAR EL PRÓXIMO ENCUENTRO

Para preparar el próximo encuentro leeremos algunos textos bíblicos en los que se reflexiona acerca del misterio de la muerte y resurrección de Jesús. Los textos que vamos a leer son estos: Jn 3,13-17; Rom 5,6-11; Gal 1,3-5; Ef 2,4-7 y 5,1-2; 1 Jn 4,7-11. Una vez leídos, respondemos a esta pregunta:

¿Cuál es la razón última de la muerte de Jesús?

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3 DIOS ENTREGÓ A SU HIJO POR NOSOTROS

LECTURAS BÍBLICAS

Puesta en común sobre los textos de referencia La trágica muerte de Jesús provocó un enorme descon­

cierto entre sus seguidores, solo superado por la experien­cia del encuentro con el Resucitado. Ese encuentro, iluminado por el Espíritu Santo y bajo la guía de las Sagra­das Escrituras, condujo a los discípulos a comprender mejor el verdadero sentido de la vida y la muerte de Jesús. Al leer los textos indicados para preparar este encuentro nos preguntábamos:

¿Cuál es la razón última de la muerte de Jesús?

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GUÍA DE LECTURA "Dios no perdonó a su propio Hijo;

lo entregó por nosotros"

Antes de comenzar, buscamos Rom 8,31-39.

>• Ambientación Pablo describe a los cristianos de Roma los efectos de la

fe en Cristo muerto y resucitado: la liberación de la muerte; la nueva vida sin pecado; la libertad con relación a la Ley como fuente de salvación... Toda esa grandiosa obra de sal­vación suscita en Pablo un elogio del amor de Dios manifes­tado en Cristo, y de la paz y seguridad que ese amor produce en los creyentes.

>• Miramos nuestra vida La palabra "amor" es una de las más usadas en nuestra

sociedad, pero a la vez es una de las más confusas. Lo mis­mo sirve para designar el enamoramiento entre dos perso­nas que para señalar la entrega de una madre a sus hijos. Se usa lo mismo para describir la dedicación al dinero, al placer, a una tarea cualquiera, que para indicar el desvivir­se por quienes viven sumidos en la miseria o en el dolor. Ante esta realidad, nos preguntamos:

- ¿A qué se alude en nuestros ambientes cuando se habla de "amor"?

- ¿Qué características y consecuencias tienen los diferen­tes tipos de amor que se viven en nuestra sociedad?

> Escuchamos la Palabra de Dios En este pasaje de su carta a los Romanos, Pablo culmina

la exposición sobre la acción del Espíritu Santo en la vida de los cristianos. Con una serie de preguntas retóricas, que sugieren claramente las respuestas adecuadas, positivas o negativas, presenta la seguridad y alegría derivadas de la actuación de Dios a favor de los hombres mediante la vida, la muerte y la resurrección de Cristo.

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• Antes de escuchar la Palabra de Dios, nos preparamos en silencio para acogerla en nuestro corazón. Pedimos la iluminación del Espíritu para comprenderla y saborearla.

• Un miembro del grupo proclama en voz alta el texto de Rom 8,31-39.

• Cada uno, personalmente, relee el texto y lo estudia con ayuda de las notas de su Biblia.

• Respondemos a estas preguntas: - ¿Qué actuaciones de Dios se enumeran en el texto?

¿Cuál es la mayor de todas ellas? ¿En favor de quién se realizan?

- ¿Qué se dice en el texto sobre el motivo de esas actua­ciones?

- El texto contiene una lista de "fuerzas" que pueden amenazar con alejar del ser humano el amor de Dios. ¿De qué fuerzas se trata?

- ¿Cuál crees que es el tema central del pasaje?

>• Volvemos sobre nuestra vida El amor de Dios se ha abierto camino en nuestras vidas,

y nada nos puede apartar de él. Las palabras de san Pablo sobre el amor de Dios manifestado en Cristo nos llevan a profundizar en nuestra relación con él desde la búsqueda del amor auténtico. Pero, además, nos facilitan el sentido más genuino del amor cristiano, dándonos la clave para relacionarnos con los demás. A la luz de esas palabras del apóstol, nos preguntamos:

- Si tuvieras que hablar a alguien del amor de Dios, ¿qué le dirías? ¿Cómo le enseñarías a vivir una auténtica relación de amor con él?

- La manera que Dios tiene de relacionarse con nosotros es muy particular. ¿Qué consecuencias tiene este amor de Dios en nuestras relaciones con los demás?

>• Oramos Terminamos con un tiempo de oración inspirado en estas

palabras de san Pablo y en los textos bíblicos que hemos

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leído al preparar este encuentro. Para ambientar la oración podemos colocar algún póster con un gran corazón o una imagen del Crucificado con una de las frases de estos pasa­jes que hablan del amor de Dios.

• Después de un momento de silencio, leemos de nuevo personalmente Rom 8,31-39.

• Exponemos brevemente en voz alta nuestra oración personal.

• Terminamos cantando ¿Quién nos separará del amor de Dios? u otro cántico apropiado.

PARA PROFUNDIZAR

El amor de Dios, manifestado en Cristo, Señor nuestro

El misterio de la Pascua de Jesús, de su muerte y resu­rrección, objeto fundamental de la fe de los cristianos, es presentado en el Nuevo Testamento como el culmen del amor de Dios a la humanidad.

"Judas, ¿con un beso entregas al Hijo del hombre?" La muerte-resurrección de Jesús es presentada repetida­

mente en el Nuevo Testamento como consecuencia de una "entrega". En esa "entrega" se van encadenando las accio­nes de diversos personajes.

El primero es Judas, que se las ingenia para "entregar" a Jesús a las autoridades religiosas del pueblo judío. Estas, por su parte, "entregan" a Jesús al poder romano, al gober­nador Poncio Pilato. Y este, a su vez, aunque no encuentra en él nada digno de muerte, condena a Jesús y lo "entrega" a los soldados para que lo azoten y lo crucifiquen.

"Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros" Los discípulos de Jesús, después de su resurrección,

descubren la presencia de otra "entrega" más profunda y trascendental: la del propio Jesús . Él, en efecto, no igno­raba los manejos que se urdían contra él. Así lo expresan los evangelios en los textos conocidos como "anuncios o predicciones de la pasión".

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Podía haberse escondido eficazmente, como lo hizo en alguna ocasión. Podía haber huido. Cuando llega el momento -o, como él dice, "su hora"-, acoge y hace suya la entrega que se trama contra él. En un gesto de lucidez y de coraje, en la última cena, cuando en el ambiente de la fiesta de Pascua se respira el olor de la ofrenda de los corderos para el sacrificio, da a sus discípulos un pedazo de pan como señal anticipatoria de la entrega de su vida: "Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros".

Algo más tarde, en Getsemaní, sale al encuentro de los que vienen a prenderlo. No rechaza el beso, que era la señal dada por el que lo entregó, ni permite que los suyos lo defien­dan, sino que se deja conducir sin resistencia, de proceso en proceso. Se abraza amorosamente a la cruz. Todo esto lo encontramos maravillosamente relatado en el evangelio de Juan: "Yo doy mi vida [...]. Nadie tiene poder para quitármela; soy yo quien la doy por mi propia voluntad. Yo tengo poder para darla y para recuperarla de nuevo" (Jn 10,17-18).

"Dios no se reservó a su Hijo, sino que lo entregó por nosotros"

Pero estas "entregas" de Jesús expresan una realidad todavía más profunda. La entrega que realizan los enemigos ("con un beso entregas...") y la entrega voluntaria de Jesús ("mi cuerpo, que se entrega...") se funden con la entrega realizada por el mismo Dios, el Padre.

Jesús entiende que en la entrega de la que es protagonis­ta está en juego la voluntad del Padre, su proyecto de salva­ción para los hombres. Se había ofrecido desde el principio para realizar ese proyecto: "Aquí estoy para hacer tu volun­tad". Durante su vida confiesa que "su alimento es cumplir la voluntad del que me envió". Está convencido de que esa es "la misión que el Padre me ha encomendado". En el huerto de los olivos, en la lucha de la oración, aunque con gritos y lágrimas por la debilidad de la carne, opta por la voluntad del Padre, por lo que quería Dios.

Así se puede afirmar que "por disposición divina gustó la muerte en beneficio de todos" (Heb 2,9). Esta convicción será formulada por Pablo con toda solemnidad en el texto

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de la carta a los Romanos: Dios "no perdonó a su propio Hijo; antes bien, lo entregó a la muerte por todos nosotros" (Rom 8,32). O en la fórmula que comprende también la resu­rrección: "Entregado a la muerte por nuestros pecados y resucitado para nuestra salvación" (Rom 4,25).

"Me amó y se entregó por mí"

Mediante esta fórmula, san Pablo expresa la relación entre la entrega y el amor. La entrega de Jesús es el fruto y el culmen de su amor. Su amor es el motivo por el que Jesús se entrega.

Su entrega, en efecto, ha sido "por nosotros", "por nues­tros pecados", "por la Iglesia", "por los hombres". Su deci­sión de entregarse es una decisión en interés y a favor de los seres humanos, para conducirlos a la gloria, para res­taurar la "imagen y semejanza de Dios" que estaban llama­dos a ser desde el momento mismo de la creación.

Esa causa, la causa del hombre, que él sabe que es la cau­sa misma del Padre, le apasiona. "¡Cuánto he deseado cele­brar esta Pascua con vosotros antes de morir!". 'Tengo que pasar por la prueba de un bautismo, y estoy angustiado hasta que se cumpla". O como dirá san Juan: "Habiendo amado a los suyos, los amó hasta el extremo", hasta la expresión máxi­ma del amor, que es "dar la vida por los amigos".

Por una parte, el suyo es un amor apasionado, pero, por otra, es un amor que no busca su propio interés, ni benefi­ciarse de las cualidades o capacidades del amado, ni apo­derarse o dominarlo. Es el amor que busca el bien del amado, su crecimiento, su liberación de las opresiones que le impiden crecer, su realización en plenitud, su llegada a la meta planeada por Dios. Ha descubierto que para ello es preciso renunciar a sí mismo, aceptar incluso la muerte, como paso necesario para dar vida: morir como la semilla que cae en tierra para transformarse en fruto de vida.

"Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo"

Del mismo modo que Jesús asume la entrega que el Padre hace de él, así también en ella su amor a toda perso­na manifiesta el amor del Padre. Ese amor de Dios se dirige,

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en primer lugar, a su propio Hijo, el amado ya antes de la creación del mundo. Porque Dios -Padre, Hijo y Espíritu- es una comunidad de vida y amor.

Y, en segundo lugar, el amor de Dios sale fuera de sí manifestándose en la creación del universo. Todo el cos­mos -particularmente el género humano- habla de la bon­dad y del amor de Dios. El Padre, no conforme con eso, envía al Hijo al mundo para mostrar a todos la grandeza de un amor sin reservas. En la cruz, Jesús certifica la generosidad e incondicionalidad del amor divino entregán­donos el Espíritu, con el que Dios "ha derramado su amor en nuestros corazones" (Rom 5,5).

Este amor está llamado a suscitar, en quien cree en él y se sabe amado, respuestas de agradecimiento y de alaban­za a Dios. Y a proyectarse en el amor a los hermanos. Si él nos ha amado así, de la misma manera nosotros debemos amarnos unos a otros.

PARA PREPARAR EL PRÓXIMO ENCUENTRO

Para preparar la próxima reunión vamos a leer algunos textos que hablan del acontecimiento del bautismo de Jesús en el río Jordán y que aportan muchos datos acerca de la figura y la misión de Juan el Bautista. Los textos de lectura son Mt 3,1-17; Le 3,1-22; Jn 1,19-34; Hch 19,1-7. Después de leerlos, intentamos responder a estas preguntas:

¿Qué dicen estos textos sobre Juan el Bautista y sobre el bautismo administrado por él? ¿Qué sucede cuando Jesús es bautizado?

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NOTAS 4 BAUTIZADO POR JUAN EN EL JORDÁN

LECTURAS BÍBLICAS

Puesta en común sobre los textos de referencia Para preparar este encuentro hemos leído varios textos en

los que se habla de la personalidad de Juan el Bautista, de los bautizos que realizaba y del propio bautismo de Jesús, que constituye el comienzo de su vida pública. Ponemos en común lo que hemos descubierto en los textos e intentamos responder a las preguntas propuestas:

¿Qué dicen estos textos sobre Juan el Bautista y sobre el bautismo administrado por éi? ¿Qué sucede cuando Jesús es bautizado?

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GUIA DE LECTURA

"En ti m e complazco"

Antes de comenzar, buscamos Me 1,1-11.

>- Ambientación

J e s ú s de Nazaret hace su primera aparición en público en u n momento muy concreto de la historia. La conquista romana hab ía susci tado m u c h a s inquietudes tanto en el orden político como en el religioso. En este contexto, varias figuras y movimientos urgían a la conversión, an imando al cambio de orientación en la vida mediante ritos especiales. Una de las figuras m á s llamativas e influyentes fue la de J u a n el Baut is ta . A él se acerca J e s ú s pa ra ser baut izado.

>- Miramos nuestra vida

Vivimos como en u n escaparate . No importa lo que real­mente alguien o algo es , sino lo que parece. Nos moles ta que otros vean n u e s t r a s faltas, nos cues ta reconocer que cometemos errores. Ante nues t ros defectos caben dos reac­ciones. La primera, el maquillaje: c remas an t ia r rugas , per­fumes exóticos que tapen el fallo y engañen al ojo ajeno. La segunda, echar a otro la culpa: Adán delató a Eva, y Eva a la serpiente; cuando algo se rompe en casa, s iempre hay u n pequeño al que echar las culpas .

- ¿Te reconoces en esta descripción? Comparte con los miembros del grupo ejemplos de este tipo que te hayan sucedido.

- ¿Por qué crees que nos molesta tanto el juicio de los demás?

> Escuchamos la Palabra de Dios La aven tu ra de J e s ú s aparece desde el pr imer momento

ligada a la de J u a n el Baut is ta . Este fue visto y reconocido como u n profeta carismático que llamó la atención por su a tuendo, su tipo de vida ascética y s u predicación de la necesidad de u n cambio de vida an te la inminencia de la llegada del Reino de Dios.

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E n los evangelios, J u a n el Bau t i s t a es p resen tado como u n simple p repa rador de la llegada de J e s ú s , u n humi lde servidor suyo. J e s ú s , sin embargo, se hace bau t i za r por J u a n con ese bau t i smo de agua p a r a el perdón de los pecados .

• Nos disponemos a escuchar la Palabra de Dios invocando en silencio al Espíri tu Santo.

• Uno del grupo lee en voz alta Me 1,1-11.

• Lo es tudiamos personalmente con ayuda de las no t a s de nues t r a Biblia y de los textos paralelos ya leídos.

• Respondemos a es tas p reguntas :

- ¿Dónde aparece Juan y con qué aspecto se presenta?

- ¿Qué exige el bautismo que Juan administra?

- ¿Con qué términos se expresa la opinión que él tiene de sí mismo?

- ¿Qué se resalta sobre la identidad y la acción de Jesús?

- ¿Qué dice la voz del cielo?

>• Volvemos sobre nuestra vida

Pendientes, como estamos, del juicio de los demás, perde­mos de vista el juicio que verdaderamente importa. Hemos visto que J e s ú s , el que no tenía pecado, no hizo valer su con­dición y se puso en la fila de los humanos , pobres pecadores, pa ra recibir el baut ismo de conversión de J u a n . Lo hizo pa ra cumplir la voluntad de Dios, y por eso el Padre le reconoció como Hijo y manifestó su complacencia.

- ¿Qué actitudes nos sugiere el comportamiento de Jesús?

- ¿Qué podemos hacer para relatiuizar los juicios huma­nos y acoger el juicio y la complacencia de nuestro Padre Dios?

>• Oramos

Al terminar la sesión de hoy, expresamos nues t ro agrade­cimiento a Dios por mirarnos como hijos suyos y le pedimos que nos ayude a ser sinceros con nosotros mismos, recono-

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ciendo nuestros errores. Esperamos su juicio misericordioso y que lleguemos a escuchar su complacencia.

Podemos ambientar esta oración con algún cuadro en el que se representa el bautismo de Jesús o la paloma que sugiere la presencia del Espíritu Santo, o con un cartel con esta frase: 'Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco".

• Leemos de nuevo Me 1,1-11. • Expresamos en voz alta nuestra oración personal. • Terminamos repitiendo todos juntos esta frase: 'Tú eres

mi Hijo amado, en ti me complazco".

PARA PROFUNDIZAR

El misterio del bautismo de Jesús

El evangelio de san Lucas anota que Jesús fue bautizado cuando tenía "alrededor de treinta años" (Le 3,23). Es la edad del reconocimiento y la responsabilidad social como adulto. El bautismo constituye, por tanto, la inauguración de su vida pública, la primera proclamación de su misterio, de la obra salvífica de Dios en él y por él.

"¿Eres tú él que vienes a mí?" El hecho del bautismo de Jesús por Juan no encajaba en

la comprensión que los discípulos tenían del misterio de Jesús una vez que habían vivido la experiencia de su muer­te y resurrección. Tal hecho constituía una seria dificultad para su fe y para su proclamación de Jesús como Cristo y Señor. Tenían que enfrentarse a la acusación, formulada por los discípulos de Juan el Bautista, de que su maestro era superior a Jesús, puesto que lo había bautizado.

Los discípulos de Jesús no podían negar ese hecho, pero tampoco podían admitir que el Bautista fuera superior a Jesús. Por eso responden a la interpretación de los discí­pulos de J u a n con numerosos y sucesivos argumentos, que son recogidos en las narraciones del bautismo de Jesús. J u a n se confiesa solo como alguien cuya misión es preparar el camino a uno que viene después, pero que es mayor, más fuerte y poderoso. Se reconoce como el último

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de los esclavos, indigno de arrodillarse a sus pies para desatarle las sandalias. Su bautismo es de inferior calidad, al ser solo de agua y no otorgar el don del Espíritu. Este será el argumento de Pablo en Éfeso cuando se encuentra con los discípulos del Bautista (Hch 19,1-7).

Asimismo, se acentuará el hecho de que J u a n se niega a bautizar a Jesús reconociéndolo superior a él: "Soy yo el que necesito que tú me bautices, y ¿eres tú el que vienes a mí?" (Mt 3,14). Lucas llegará incluso a omitir el nombre del que bautiza - J u a n - usando una fórmula reflexiva, como si fuera Jesús mismo el que "se bautiza". Este proceso de afirmación de la superioridad de Jesús culminará en el evangelio de san Juan, donde ni siquiera se narra el bau­tismo de Jesús, aunque se mantiene el testimonio solemne de lo que en él aconteció: el Espíritu baja desde el cielo y el Bautista confiesa que su bautismo tiene la misión de manifestar a Jesús ante el pueblo de Israel.

"Deja eso ahora. Conviene que cumplamos lo que Dios ha dispuesto"

Pero había otra dificultad más grave aún. El bautismo de Juan era un bautismo para el perdón de los pecados: exi­gía la confesión pública del pecado y la conversión para escapar del juicio de Dios. Nada de todo esto se podía apli­car en el caso de Jesús. La fe de sus discípulos en él como el Cristo, el Señor, el Hijo de Dios, excluía absolutamente cualquier atisbo de pecado, cualquier necesidad de reorien­tar la vida hacia Dios. ¿Cómo comprender entonces -y justi­ficar- el bautismo de Jesús?

Mateo ofrece varias perspectivas. Ciertamente, Jesús no necesitaba ese bautismo. Por una parte, el evangelista indi­ca que se trata de una decisión personal y libre: "se dirigió" a Juan para que lo bautizara. Por otra, como este se niega, Jesús le obliga a hacerlo, explicándole que se trata de una situación puntual: "Ahora". Pero finalmente, y sobre todo, es el cumplimiento de "lo que Dios ha dispuesto", la res­puesta libre a una disposición divina.

Lo que Dios ha dispuesto -literalmente, su "justicia"- es la liberación del pecado de la humanidad. Jesús se hace

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solidario, se identifica con esa humanidad necesitada y deseosa de salvación. Se mete en la fila de los pecadores y se confunde con ellos, se pone en su lugar. Él carga con la condición pecadora de la humanidad y entra con ella en el Jordán. Así manifiesta, desde el primer momento de su vida pública, su disposición a llegar a la muerte por los pecados de los hombres. Su sumergirse en las aguas del Jordán es ya de alguna manera anticipar su "descenso a los infiernos" y su resurgir liberado del pecado. Y podrá ser proclamado por el propio Bautista, en el evangelio de san Juan, como "el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo".

"Como lo he visto, doy testimonio de que él es el Hijo de Dios"

El bautismo de Jesús por Juan no es propiamente el ori­gen del bautismo de los cristianos ni tiene el mismo sentido. Este se presenta en todo el Nuevo Testamento como un bautismo "en el nombre de Jesús", un sumergirse "en su muerte y resurrección". El de Jesús es una revelación, mediante la visión y la audición -los dos modos de manifes­tación de Dios en todo el Antiguo Testamento- de la identi­dad de Jesús y de su relación con Dios y con la humanidad. Según el evangelio que leamos, el "vio" y el "se oyó" se refie­ren al propio Jesús (y a él solo) o sugieren un fenómeno público, visible y audible por todos los presentes.

En cualquier caso, en el relato del bautismo de Jesús se expresa la fe de las primeras comunidades cristianas que proclaman a Jesús como Hijo de Dios. Esto es avalado por múltiples testimonios -los que han visto y han oído-, entre los que destaca el del propio Juan Bautista: "Como lo he visto, doy testimonio de que él es el Hijo de Dios" (Jn 1,34).

"En ti me complazco" Para el propio Jesús, el bautismo significó sin duda la

decisión de dedicar su vida a la realización de la disposi­ción divina. Fue el pasar de una vida corriente y privada a una vida pública y a una misión destinada a proclamar el reinado de Dios sobre Israel. Todo giraba en torno al cum­plimiento de la voluntad del Padre. Así, el Hijo de Dios se manifiesta como el Siervo obediente. Esta condición del

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Hijo-Siervo obediente es la revelación fundamental aconte­cida en el bautismo. El Espíritu lo coloca en una tensión permanente de dejarse gobernar por esa voluntad.

En este mismo sentido, el bautismo de Jesús por Juan ilumina también el camino de los discípulos. Jesús inicia el evangelio como el obediente. El camino de los discípulos es un camino de obediencia filial. También el discípulo -el bautizado- podrá escuchar en lo íntimo de su corazón las palabras consoladoras: 'Tú eres mi hijo amado, en ti me complazco".

PARA PREPARAR EL PRÓXIMO ENCUENTRO

Para preparar la próxima reunión leeremos cinco textos del Antiguo y del Nuevo Testamento que nos acercarán al rostro misericordioso de Dios proclamado en el pasa­do y actualizado en la vida y misión de Jesucristo. Los pasajes son: Is 58,1-12; Is 61,1-3; Heb 1,1-2; Jn 1,14-18; Le 15,1-32. Intentemos responder a estas preguntas:

¿Qué dicen estos textos acerca de la forma de actuar de Dios y de sus enviados?

¿Cómo se expresa que Dios habla a través de su Hijo, Jesucristo?

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NOTAS 5 JESUCRISTO NOS LO HA DADO A CONOCER

LECTURAS BÍBLICAS

Puesta en común sobre los textos de referencia

Nuestro Dios es un Dios elocuente. No guarda silencio, sino que habló maravillosamente en la creación del mundo, dando el ser a todo lo que existe. Habló en el pasado a tra­vés de infinidad de enviados, de forma particular mediante los profetas. Siempre se ha manifestado como el Dios de la misericordia, de la paciencia, del amor y del perdón. En el centro de la historia, se ha expresado de manera perfecta a través de su Hijo, Jesucristo: él es la Palabra de Dios, el Verbo encarnado, la transparencia más genuina del auténtico rostro de Dios.

Para preparar este encuentro hemos leído Is 58,1-12; Is 61,1-3; Heb 1,1-2; J n 1,14-18 y Le 15,1-32, intentando res­ponder a estas preguntas:

¿Qué dicen estos textos acerca de la forma de actuar de Dios y de sus enviados? ¿Cómo se expresa que Dios habla a través de su Hijo, Jesucristo?

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GUIA DE LECTURA

"Para anunciar la Buena Noticia"

Antes de comenzar, buscamos Le 4 ,14-30 .

> Ambientación

Los evangelios nos p resen tan a J e s ú s como el Hijo que vive a tento a la voluntad de su Padre. El relato que leemos hoy es u n a mues t r a de ello: en la sinagoga de Nazaret, su pueblo, J e s ú s lee la Palabra de Dios e, inspirado por ella, dibuja el p rograma de toda su vida. Como discípulos de Cristo, t ambién nosotros abrimos nues t ro corazón, toda nues t r a vida, a la voluntad de Dios.

>• Miramos nuestra vida

Todos h a c e m o s p lanes de futuro e i n t e n t a m o s organi­zar nues t r a existencia. Tener clara cuál es n u e s t r a misión en la vida e in ten tar ser coherentes con ella parece gua rda r relación con el grado de felicidad de las personas . Pensemos sobre el sentido de n u e s t r a s vidas ayudados por es tas pre­guntas :

- ¿Conoces a algunas personas que piensan que sus vidas no tienen sentido? ¿Por qué crees que piensan eso?

- ¿Cuál crees que es tu misión en la vida? ¿Qué proyectos personales tienes dibujados en tu horizonte?

> Escuchamos la Palabra de Dios En el relato de la sinagoga de Nazaret, el evangelista des­

vela el p rograma que da sentido a toda la vida de J e s ú s . A través de u n pasaje del profeta Isaías, J e s ú s descubre el camino que Dios pone delante de él.

• Nos p reparamos con u n momento de silencio pa ra escu­char la Palabra de Dios.

• Proclamamos Le 4,14-30.

• Reflexionamos en silencio: releemos el pasaje y consul­tamos las no tas de nues t r a Biblia.

• Entre todos t ra tamos de responder a es tas preguntas :

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- ¿Quién impulsa la acción de Jesús?

- ¿En qué consiste la misión de Jesús? ¿A quiénes va dirigida?

- ¿Por qué se hace referencia a Elias y a Elíseo?

- ¿A qué se debe que quienes le escuchan pasen de la admiración inicial al rechazo más absoluto?

>• Volvemos sobre nuestra vida

Al pensar sobre nues t ro futuro nos dejamos orientar por los valores que a lgunas personas nos t ransmiten o por los que nos inculca la sociedad. Como hemos visto en el texto del evangelio, J e s ú s tuvo en cuenta los planes de Dios, planes que fue descubriendo en la lectura y meditación as idua de la Escritura. En nues t ros días, muchos piensan, por ejemplo, que el dinero, la salud, u n b u e n trabajo o la juventud son los elementos m á s importantes pa ra alcanzar la felicidad.

- Como creyente, ¿qué te dice el programa de Jesús acer­ca de tu proyecto de vida? ¿En qué valores tiene que sustentarse?

- ¿Estás atento a la Palabra de Dios para descubrir lo que él quiere de ti en cada momento de tu vida? Coméntalo en el grupo.

> Oramos

"El Espír i tu del Señor es tá sobre mí..." El Señor, que nos creó, no nos deja solos en el camino de la vida. Cada día nos dirige su pa labra y a cada paso s u Espíri tu nos sostie­ne, para que no desfallezcamos ni abandonemos el proyecto que car iñosamente nos propone .

Como símbolo, c ada miembro del grupo p u e d e comen­zar la oración repitiendo en voz alta: "El Espíritu del Señor está sobre mí".

• Volvemos a leer Le 4,14-30.

• Oramos personalmente sobre el pasaje proclamado.

• Oramos comunitar iamente. Recitamos jun tos el padre­nuestro, la oración que diar iamente nos acompaña en el camino de n u e s t r a vida.

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PARA PROFUNDIZAR

El Reino de Dios

La palabra "reino" aparece m á s de 150 veces en el Nuevo Testamento, casi s iempre en los evangelios sinópticos. Este uso t an frecuente del término sugiere que era m u y común en el lenguaje utilizado por J e s ú s y por las pr imeras comu­nidades cr is t ianas . Normalmente encont ramos la palabra formando par te de las expresiones "Reino de Dios", "Reino de los Cielos" o "Reino del Padre".

Realeza, reinado, reino

Basüeia es la pa labra griega que t raducimos al español por "reino". Es ta expresión se utiliza al menos en t res senti­dos. Por u n a par te , basüeia es s inónimo de "realeza" o "soberanía", designando la dignidad o el poder del rey. Un segundo significado tiene que ver con el ejercicio de ese poder, es decir, con el "reinado". Y, finalmente, también tie­ne u n sentido geográfico, o sea, el "reino", el territorio en el que el rey ejerce su poder.

En el Nuevo Testamento encont ramos estos tres significa­dos de basüeia, lo que en ocasiones dificulta u n poco la ta rea de los t raductores .

Oriente Próximo y judaismo

En a lgunas religiones ant iguas , Dios es considerado el rey del m u n d o porque lo h a creado y lo gobierna.

En el Antiguo Testamento encont ramos referencias a la realeza de Dios apelando generalmente a s u s victorias. Dios sale victorioso, en primer lugar, frente al caos original y a los otros dioses (Sal 29; 74), pero también frente a las potencias de la tierra, como Egipto (Éx 15,1-18). El Dios vic­torioso reina otorgando felicidad y paz a s u pueblo.

Los jud íos cercanos a la corriente apocalíptica - q u e sur­gió como respues ta a de terminadas s i tuaciones históricas en las que la identidad de Israel se vio amenazada por potencias ext ranjeras- miraron al futuro y postularon la lle­gada de u n nuevo Reino, el de Dios, que pondría fin a los reinos del m u n d o (Dn 2,31-45). El Reino de Dios sería en

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adelante el t iempo de salvación hacia el que camina la h is­toria de la h u m a n i d a d .

Desde el siglo I d . C , se hizo común entre los rabinos el uso de la expresión "Reino del Cielo" para referirse al Reino de Dios, cuyo nombre no se puede pronunciar . El Reino del Cielo era s inónimo de la autor idad de Dios a la que el israe­lita fiel somete su voluntad. Los infieles -por lo m i s m o -es taban al margen del Reino del Cielo. Es ta idea individua­lista y moral iría mat izándose h a s t a tener u n sentido m á s social: llegará el día en el que todos los hab i tan tes de la tie­r ra reconocerán a Dios como su rey.

La predicación de Jesús

El Reino de Dios es la idea central de la predicación de J e s ú s , y así h a llegado h a s t a nosotros en los evangelios. La expresión aparece con frecuencia en los sinópticos y b a s ­tan te menos en J u a n o en las car tas de Pablo. Como pecu­liaridad, cabe señalar que Mateo prefiere utilizar "Reino de los Cielos", que recuerda la expresión rabínica. Aunque a simple vista hay continuidad con los sentidos que hemos visto en el Antiguo Testamento, el mensaje sobre el Reino en el Nuevo Tes tamento es mucho m á s rico y complejo.

Ya sea de forma expresa o u n poco velada, m u c h a s de las enseñanzas de J e s ú s t ienen como tema principal el Reino de Dios. Si nos fijamos, por ejemplo, en las parábolas vere­mos que en a lgunas -como cuando utiliza los ejemplos del grano de mostaza, la levadura, la perla, el tesoro escondido, e tc . - J e s ú s hab la del Reino sin rodeos; en otras, la expre­sión como tal no aparece, pero el contexto lleva a compren­der que las pa labras del Maestro se refieren al Reino.

En este sentido, tiene importancia el hecho de que no encontremos en los evangelios u n a elaboración sistemática, completa y cerrada con toda la instrucción de J e s ú s sobre el Reino. Su enseñanza más genuina sobre el Reino de Dios la encontramos en las parábolas, en los diálogos con distintos personajes o en las propias obras que el Maestro realiza. En las palabras y en la forma de vivir de J e sús , el mensaje del Reino llega has ta sus paisanos no como u n discurso cargado de ideas, sino como la experiencia del amor ilimitado de Dios.

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Esto significa también que las comparaciones, signos, parábolas... que Jesús propone son como pinceladas con las que va perfilando el dibujo del Reino de Dios. Es necesa­rio contemplar el cuadro en su conjunto, porque si nos fija­mos de forma aislada en esas pinceladas puede darnos la impresión de que en ocasiones expresan ideas contradicto­rias. Veamos esto en dos ejemplos que se refieren al momen­to en el que se va a manifestar el Reino de Dios y a su comprensión como don divino o conquista humana.

Ya, pero todavía no

Por una parte, Jesús habla frecuentemente del Reino como de un acontecimiento futuro, como algo que va a suceder en un tiempo más o menos lejano. En este sentido, la idea de Reino de Dios sugiere el momento final de la his­toria y es equivalente a la vida eterna (Mt 25,31-46). En algunas ocasiones se describe como un banquete; en otras, se insiste en la "novedad" apuntando a las diferencias con la realidad terrena.

Otro grupo numeroso de textos propone la idea de un Reino que está llegando, que se acerca, que se abre camino... (Me 1,15; Le 10,9). Este planteamiento del Reino tiene que ver con la expectación mesiánica propia de la religión judía.

Finalmente, también encontramos muchas expresiones en presente, indicando que el Reino de Dios aparece en el ministerio de Jesucristo y que el dominio de Satanás ha lle­gado a su fin (Le 17,20-21).

Por una parte, en Jesús, en sus milagros, el Reino de Dios existe ya como un acontecimiento presente en un momento determinado. Por otra, el discurso sobre la reali­zación plena del Reino apunta al futuro.

Para resumir la enseñanza sobre el momento en el que se va a manifestar el Reino de Dios bastaría con releer alguna de las parábolas llamadas "de crecimiento", considerando que el Reino es algo que "ya" está presente en la persona de Jesucristo, pero que "todavía no" se ha manifestado con toda su gloria y poder. El Reino ya está presente de una forma humilde y misteriosa, a la espera de su manifestación per­fecta.

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¿Don o conquista? Otro aspecto controvertido tiene que ver con la percep­

ción del Reino como don de Dios o como conquista del ser humano. Por una parte, es clara la enseñanza de Jesús acerca del Reino como don gratuito de Dios. Su advenimien­to no responde a los méritos del ser humano. Sin embargo, esta afirmación también aparece muy matizada.

Jesús llama a los judíos los hijos del Reino porque fueron los primeros en ser invitados. Pero este hecho no es garan­tía de nada. Ni siquiera reconocer a Jesús, hablar o hacer milagros en su nombre, asegura la posesión del Reino, Hay que cumplir la voluntad de Dios (Mt 7,21-23).

El Reino de Dios no es, pues, un privilegio de los judíos. Los publícanos y prostitutas que creyeron la predicación de Juan Bautista precederán a los fariseos hipócritas en el Reino de los Cielos. Es necesaria la conversión, abandonar los inte­reses terrenos, para recibir la Buena Noticia con la disponibi­lidad de un niño. Por eso, los pobres, que no viven atados a los bienes materiales, lo tienen más fácil que los ricos.

El anuncio de la llegada del Reino contiene una invitación a vivir en el amor de Dios. El Reino es una propuesta de futuro que debe ser vivida aquí y ahora.

PARA PREPARAR EL PRÓXIMO ENCUENTRO

En el próximo encuentro vamos a fijarnos en algunos pro­digios que Jesús realiza para liberar al ser humano de las fuerzas que le oprimen. Estos prodigios son una señal ine­quívoca de que el Reino de Dios se está acercando. Para preparar el encuentro vamos a leer tres pasajes de los evangelios: Me 5,1-20; Me 9,14-29 y Le 11,14-26. Intenta­remos responder a las siguientes preguntas:

¿COR qué expresiones se subraya en el pasaje el poder de Jesús?

¿Cómo reacciona la gente ante los prodigios que realiza?

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NOTAS 6 EXPULSA A LOS DEMONIOS CON EL PODER DE DIOS

LECTURAS BÍBLICAS

Puesta en común sobre los textos de referencia Los exorcismos -expulsiones de demonios o espíritus

inmundos- son frecuentes en los relatos evangélicos. Con ellos se expresa el poder de Jesús sobre las fuerzas que son contra­rias a Dios y oprimen a los hombres. El Reino de Dios se va abriendo camino y, a su paso, los espíritus inmundos desa­parecen. Para preparar el encuentro nos hemos propuesto leer tres pasajes de los evangelios intentando responder a estas preguntas:

¿Con qué expresiones se subraya en el pasaje el poder de Jesús? ¿Cómo reacciona la gente ante los prodigios que rea­liza?

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GUIA DE LECTURA

"Sal de e se hombre"

Antes de comenzar, buscamos Me 1,21-28.

>- Ambientación

El poder de Dios se manifiesta p lenamente en las obras que s u Hijo realiza: cu ra enfermos, ca lma tempestades , ali­men ta a mul t i tudes , etc. Hoy vamos a leer el relato de u n exorcismo que encont ramos al comienzo del evangelio de Marcos. Mediante es ta lectura contemplaremos cómo el Rei­no de Dios t rae al ser h u m a n o la liberación de todas las fuerzas que le oprimen.

>• Miramos nuestra vida

Decimos que somos libres. Libres pa ra ir a u n sitio o a otro, libres pa ra elegir el canal de televisión que queremos ver, l ibres a la h o r a de comprar en un supermercado... Si la libertad consis te en esto, podr íamos decir con mat ices que cier tamente somos libres. Pero la realidad nos hab la de cómo los seres h u m a n o s es tamos sometidos a esclavitudes de todo tipo.

- ¿Cuáles son las esclavitudes que mantienen encadena­dos a los hombres y mujeres de nuestro tiempo? ¿En qué medida son conscientes de ello?

- ¿Cómo reaccionas ante esas esclavitudes?

>• Escuchamos la Palabra de Dios El pr imer prodigio que J e s ú s realiza en el evangelio de

Marcos es u n exorcismo. No es casual idad. La acción de J e s ú s responde a u n plan bien pensado: solo venciendo a los príncipes que h a n u su rpado el poder y h a n esclavizado al género h u m a n o puede comenzar la ins tauración del rei­nado de Dios.

• Nos p reparamos con u n momento de silencio pa ra escu­char la Palabra de Dios.

• Proclamamos Me 1,21-28.

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• Reflexionamos en silencio: volvemos a leer el pasaje y consul tamos las no tas de n u e s t r a Biblia.

• Entre todos t ra tamos de responder a es tas p reguntas :

- ¿Qué tres partes puedes distinguir en el relato?

- ¿Qué personajes intervienen en el exorcismo? ¿Qué papel desempeña cada uno?

- ¿Qué dice el hombre poseído con el espíritu inmundo acerca de Jesús y de su misión?

- ¿Cuáles son las reacciones de la gente a las palabras y acciones de Jesús?

- ¿Qué dicen todos de su enseñanza?

> Volvemos sobre nuestra vida

El evangelio nos h a presentado la historia de u n hombre poseído por u n demonio a quien J e s ú s h a devuelto su liber­tad. Hoy suena u n poco raro hablar de espíri tus inmundos; sin embargo, al comienzo de es ta sesión hemos enumerado u n a serie de fuerzas que nos impiden llevar u n a vida au tén ­t icamente h u m a n a . La tarea de J e s ú s sigue siendo actual . Él h a de ser el único Señor de n u e s t r a s vidas.

- ¿Cómo puede Jesús seguir liberando hoy a los hombres de esos espíritus que les esclavizan? ¿De qué instru­mentos se puede servir?

- Como discípulo de Jesús, ¿qué estás dispuesto a hacer para colaborar con el Señor en esta tarea?

>• Oramos La Palabra poderosa de J e s ú s sigue resonando en nuestros

días: "Sal de ese hombre". En la oración al final del encuentro, damos gracias a Dios porque continúa liberándonos de las fuerzas que nos esclavizan y nos abre las puer tas de su Reino. Le pedimos que, siendo discípulos de Jesucristo, nos ayude a comprometernos en la tarea de la liberación de cuantas perso­n a s nos rodean.

Como símbolo que facilite nues t ra oración podemos colocar en el centro del grupo u n a cadena sobre u n a Biblia o algunas

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fotografías que representen diversas esclavitudes de los hom­bres de hoy.

• Volvemos a leer Me 1,21-28. • Oramos personalmente en silencio con lo que nos ha

sugerido la lectura y meditación del pasaje del evangelio. • Terminamos orando juntos. Recitamos el salmo 27 (26):

"El Señor es mi luz y mi salvación".

PARA PROFUNDIZAR

Milagros de Jesús, signos del Reino

El Diccionario de la Real Academia Española propone como primera acepción de la palabra milagro el "hecho no explicable por las leyes naturales y que se atribuye a una intervención sobrenatural de origen divino". En el camino que estamos haciendo para conocer mejor al Dios que actúa en la historia, vamos a acercarnos a los milagros realizados por Jesús, expresión y signo del Reino que anuncia. Para ello, primero estudiaremos la experiencia del milagro en el entorno cultural y religioso de Jesús; a continuación, inten­taremos clasificar los milagros que encontramos en el Nuevo Testamento y, finalmente, veremos cómo aparecen reflejados esos prodigios del Señor en los relatos evangélicos.

La tradición judía Las acciones milagrosas forman parte de diversas tradicio­

nes religiosas previas o contemporáneas al cristianismo. Tan­to en la literatura judía antigua como en el helenismo y el judaismo contemporáneos a Jesús encontramos manifesta­ciones de este tipo.

La lectura del Antiguo Testamento nos permite identificar algunos pasajes con contenido milagroso, particularmente en el libro del Éxodo y en los dos libros de los Reyes. Los relatos de las diez plagas (Éx 7,19) o el del paso del mar (Éx 14,22) son clara muestra de ello: de manera extraordinaria, el Creador actuó dominando la creación para liberar a su pueblo. También encontramos hechos portentosos en las tradiciones de los profetas Elias y Eliseo. En ocasiones, es fácil apreciar las similitudes que existen entre ciertos mila-

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gros realizados por ambos profetas y los de Jesús (por ejem­plo, la resurrección de los hijos de la viuda de Sarepta y de la viuda de Naím, en 1 Re 17,17-24 y Le 7,11-17).

La tradición judía nos habla de varios rabinos conocidos por los milagros que realizaban. Este es el caso del rabino Joni (siglo I a.C), a quien se atribuye la capacidad de pro­vocar la lluvia, o del rabino Janina ben Dosa (siglo I d.C), que curó al hijo del maestro Gamaliel, según recoge el Tal­mud de Jerusalén.

En el mundo helenístico Pero no solo en el entorno del judaismo se conoce el fenó­

meno de lo milagroso. También en el mundo helenístico hay casos relevantes. Ya en el siglo VI a .C, numerosas curacio­nes se atribuyen a Asclepio, el dios de la medicina en la mitología griega. Estas curaciones eran llevadas a cabo por mediación de sacerdotes-médicos en los templos erigidos al dios. La combinación de los tratamientos farmacológicos y quirúrgicos aplicados por los sacerdotes y la fe de los pacientes parecían obrar curaciones milagrosas. Otro caso interesante, por ser contemporáneo de Jesús y por la fama que alcanzó gracias a las curaciones que realizaba, es el de Apolonio de Tiana.

Diferentes tipos de prodigios en el Nuevo Testamento Realizar una clasificación de los numerosos milagros que

encontramos en el Nuevo Testamento no es tarea fácil. Para intentar alcanzar una visión panorámica de este fenómeno en los evangelios y en Hechos de los Apóstoles, vamos a dis­tinguir cinco grupos:

- Las curaciones constituyen el grupo más numeroso en el Nuevo Testamento (en torno a 25, entre los evange­lios y Hechos de los Apóstoles). Por lo general, siguen un proceso sencillo: presentación del enfermo, cura­ción y reacciones de los presentes. Incorporamos a este grupo las llamadas "resurrecciones" -que son pro­piamente reanimaciones que permiten la vuelta del paciente a su vida anterior-. Jesús cura tocando al enfermo o imponiéndole las manos y, en ocasiones, utilizando otro elemento (saliva o barro). Algunas cura-

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ciones tienen como finalidad legitimar o justificar un comportamiento o enseñanza.

- Se narran ocho exorcismos en el Nuevo Testamento. El relato de los exorcismos es el de un combate entre el demonio, por una parte, y Jesús (o Pablo), por otra. El individuo poseído es un mero campo de batalla sin especial protagonismo.

- En ocasiones, el poder de los gobernantes o la fuerza de la naturaleza quedan sometidos ante la autoridad de Dios: Jesús calma la tempestad, Pablo y otros após­toles son liberados de la prisión, etc.

- Dios mismo se manifiesta en persona a través de fenó­menos visuales o voces que se escuchan. El bautismo de Jesús o la transfiguración son ejemplos de este tipo.

- Algunas actuaciones prodigiosas tienen lugar ante una carencia, como el caso de las bodas de Cana o la pesca milagrosa. Llama la atención la discreción con la que Jesús realiza el prodigio y el alcance que este tiene.

En los evangelios sinópticos

Normalmente, los evangelios sinópticos utilizan la pala­bra griega dynameis -que se puede traducir por "actos de poder"- para referirse a los milagros. Como en otros casos, son muchas las similitudes entre los tres sinópticos al abor­dar esos actos de poder, pero también son notables las dife­rencias. Veamos brevemente las particularidades de cada uno de ellos.

- Marcos. Este evangelista se propone desvelar de forma progresiva a sus lectores el auténtico rostro de Jesús. Para ello, acumula la mayor parte de los milagros en la primera parte de su obra (Me 1-8), en la que quiere pre­sentar a Jesús como el Mesías esperado. De ahí la con­fesión de Pedro en Me 8,29. Sin embargo, ese desvelamiento de la persona de Jesús es matizado por las "órdenes de silencio" que aparecen también en esta primera parte del evangelio: al Jesús-Mesías de los mila-

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gros hay que llegar a reconocerle también en el camino de la pasión y de la cruz (Me 9-16).

- Mateo. El estilo literario de Mateo tiende a simplificar, eliminando detalles o personajes poco importantes en los relatos de milagros. Su intención es presentar a Jesús mediante esos milagros como el Siervo de Yahvé del que habla Isaías y, también, como el Señor ante cuyo poder todos quedan sobrecogidos. La fe del que recibe la gracia de un milagro es la fe que se espera en los cristianos de las comunidades a las que Mateo se dirige.

- Lucas. Presenta algunos de los milagros de curación como auténticos exorcismos, entendiendo que el demo­nio es el causante de la enfermedad. En el trasfondo, una vez más, aparece la misericordia del Padre actuali­zada en cada una de las obras de Jesús.

En el evangelio según san Juan Lo que para los sinópticos eran "actos de poder", en Juan

se manifiesta bajo la forma de semeia, que se traduce como "signos". Los prodigios son signos que señalan a Jesús. Este cambio de terminología es esencial para comprender el sen­tido de estos signos del cuarto evangelio. Si en los sinópti­cos la fe es una condición para la realización del milagro, en Juan la fe es más bien una consecuencia del mismo. El pro­pio evangelio lo explica: "Jesús hizo en presencia de sus dis­cípulos muchos más signos de los que han sido recogidos en este libro. Estos han sido escritos para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis en él vida eterna" (Jn 20,30-31).

El evangelista recoge solo siete signos, y los reúne en la primera parte de la obra, en el llamado "Libro de los Signos" (Jn 2-12). Estos van acompañados de diálogos y discursos. Las acciones prodigiosas de Jesús y sus enseñanzas se com­plementan para suscitar la fe en cuantos se acerquen con el corazón bien dispuesto a acoger el Evangelio.

Los prodigios que realiza Jesús expresan cómo el Espíri­tu de Dios está sobre él. La mano de Dios sigue actuando en la historia a través de estos milagros-signos que realiza

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Jesucristo. De esta manera -y a pesar del pecado egoísta de los hombres- se pone de manifiesto el poder de Dios, la compasión que le mueve, su voluntad liberadora de cuanto oprime al ser humano y su victoria real y definitiva sobre el mal.

PARA PREPARAR EL PRÓXIMO ENCUENTRO

Para preparar la próxima reunión leeremos cuatro textos del Nuevo Testamento que nos ayudarán a profundizar en el misterio de Cristo glorioso. Los pasajes son: Le 9,28-36; Jn 12,27-30; 2 Cor 3,18-4,6 y 2 Pe 1,16-18. Al leerlos, intentaremos responder a la siguiente pregunta:

¿Con qué elementos se subraya en estos pasajes la imagen de Cristo glorificado?

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7 SE TRANSFIGURÓ ANTE ELLOS

LECTURAS BÍBLICAS

Puesta en común sobre los textos de referencia La escena de la transfiguración de Jesús se sitúa en la

parte central del evangelio de Marcos. Desde el comienzo de su vida pública, Jesús ha anunciado la Buena Noticia de salvación, colmando de ilusión el corazón de los muchos seguidores que le aclaman como Mesías. Pero acaba de decir que le esperan días de sufrimiento y rechazo, que camina hacia la muerte. Es verdad que también habla de resurrección, pero con sus palabras ya ha conseguido sem­brar la inquietud entre los discípulos. Por eso aparta a los más cercanos, los lleva al monte y les revela a las claras hasta dónde llega el amor que Dios le tiene.

Para preparar este encuentro, hemos leído unos pasajes del Nuevo Testamento intentando responder a esta pregunta:

¿Con qué elementos se subraya en estos pasajes la ima­gen de Cristo glorificado?

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GUÍA DE LECTURA

"¡Qué bien e s tamos aquí!"

Antes de comenzar, buscamos Me 9,2-8.

>- Ambientación

La vida del discípulo discurre por el camino que J e s ú s va señalando, u n camino que, en ocasiones, puede parecemos u n a autént ica pesadilla. Así lo sintieron Pedro, J u a n y San­tiago. A ellos, J e s ú s les invitó a subi r a u n monte y, transfi­gurado, les ayudó a comprender s u condición de discípulos desde u n a nueva perspectiva: la cruz adquiere pleno sentido cuando es vista desde la resurrección.

>- Miramos nuestra vida

Ser "oficialmente" cristiano es fácil: es suficiente con estar baut izado, algo que en la mayor par te de los casos ni siquiera hemos tenido que decidir personalmente . Otra cosa bien dist inta es vivir como cristiano, ser "realmente" cristia­no. Eso ya es m á s complicado. En m u c h a s ocasiones, no es sencillo seguir a J e s ú s : la cruz del final del camino es la h e r m a n a mayor de ot ras m u c h a s que vamos encontrando día a día.

- ¿Qué dificultades encuentra la gente con la que vives para seguir a Jesús? Y a ti, ¿en qué momentos de tu vida se te ha hecho más difícil ser un auténtico discí­pulo?

- ¿Conoces casos de cristianos que estén siendo persegui­dos por su fe? Comenta alguno.

> Escuchamos la Palabra de Dios

El pasaje de la transfiguración es tá s i tuado a cont inua­ción del pr imer anuncio de la pasión de J e s ú s . A aquellos discípulos no les fue fácil entender que su Maestro iba camino de Je rusa lén , que moriría en la cruz. Sint iéndonos compañeros de Pedro, J u a n y Santiago, subimos al monte con el Señor.

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• Nos preparamos con u n momento de silencio para escu­char la Palabra de Dios. Pedimos la ayuda del Espíritu Santo.

• Proclamamos Me 9,2-8.

• Reflexionamos en silencio: volvemos a leer el pasaje y consul tamos las no tas de n u e s t r a Biblia.

• Entre todos, t r a tamos de responder a es tas preguntas :

- ¿Cuándo y dónde tiene lugar la escena que se relata?

- ¿Quiénes son los que acompañan a Jesús? ¿Qué dicen?

- ¿Qué hechos prodigiosos tienen lugar?

- ¿Qué se dice sobre Jesús a lo largo del pasaje?

> Volvemos sobre nuestra vida

A los discípulos les resul ta penoso seguir a J e s ú s . Por eso les hace subi r al monte y tener u n a experiencia de resurrec­ción. Una vez arriba, hub ie ran deseado llegar a la gloria sin pa sa r por la cruz. La voz de Dios les despier ta y les an ima a escuchar a su Hijo y a seguir caminando de t rás de él. Tam­bién nosotros, como aquellos discípulos, tendremos que realizar u n itinerario similar: subir al monte , contemplar, escuchar a Dios y bajar pa ra seguir a J e s ú s con u n ánimo renovado.

- En los momentos de dificultad, ¿qué experiencias positi­vas te han ayudado a seguir adelante como cristiano?

- Jesús refuerza el seguimiento de sus discípulos subién­doles al monte. ¿Con qué ayudas cuentas habitualmen-te en tu camino como discípulo? ¿Qué les pedirías a la Iglesia y a los demás cristianos en este sentido?

> Oramos

La escena sobre la que hemos medi tado hoy tiene u n marcado carác te r de fortalecimiento vocacional p a r a los discípulos. Le pedimos al Señor que nos ayude t ambién a nosot ros a ver, e scuchar y exper imentar lo que nos espera al final del camino.

Como símbolo, podemos colocar en el centro del grupo u n a imagen de Cristo crucificado y otra del Resucitado.

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• Volvemos a leer Me 9,2-8. • Oramos personalmente sobre el pasaje. • Compartimos nuestra oración de petición o acción de gra­

cias. • Terminamos cantando El Señor es mi luz y mi salvación

u otra canción apropiada que conozcamos todos.

PARA PROFUNDIZAR

Profeta poderoso en obras y palabras

En la escena de la transfiguración, Jesús habla con Moi­sés y con Elias. Este último representa el testimonio de los profetas, que fue de extraordinaria importancia para el des­cubrimiento y la formulación del misterio de Jesús por par­te de sus primeros discípulos.

Los profetas de Israel y el Nuevo Testamento Cuando los primeros cristianos reflexionaron sobre la

vida y la acción de Jesús de Nazaret, sobre su muerte en la cruz y su resurrección, tuvieron presentes las Escrituras judías. En el mundo judío de aquella época se usaban varias versiones de la Biblia: en Palestina se empleaba la Biblia escrita en hebreo; en una gran parte de la diáspora, en cambio, se usaba la Biblia traducida al griego, llamada la Biblia de los LXX. Esta última es la versión que eligieron los cristianos en su esfuerzo por comprender y profundizar en la persona y misión de Jesús.

La Biblia de los LXX contenía algunos libros más que la Biblia en hebreo -como el de la Sabiduría-. Además, algunos libros estaban dispuestos en un orden diferente. Esto influyó también en la comprensión del misterio de la vida de Jesús. La Biblia hebrea comenzaba con la Tora o Ley, continuaba con los Profetas y terminaba con los Escritos (Sapienciales). En cambio, los LXX colocaron a los Profetas al final. De esta manera, la Biblia que utilizaban los primeros cristianos ter­minaba con la última frase del profeta Malaquías: "Yo os enviaré al profeta Elias antes de que llegue el día del Señor" (Mal 3,23). Así, para los cristianos, el Antiguo Testamento estaba abierto y orientado hacia el futuro, hacia el momento

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del retorno de Elias para inaugurar el tiempo definitivo del Mesías. Por esta razón los libros más usados y citados en el Nuevo Testamento son los de los profetas.

Una breve mirada al pasado del profetismo en Israel Los profetas fueron unos personajes muy valorados en

Israel. Tal es el aprecio que se les tiene que en las Escritu­ras encontramos una corriente que relee toda la historia de Israel a la luz del profetismo: Moisés es presentado como el más grande de los profetas, y con rasgos proféticos se habla también de Josué, su sucesor; Samuel unge al rey Saúl; Natán es el portavoz de la promesa del nacimiento del Mesí­as a David y el que denuncia su pecado y provoca su con­versión.

Se puede decir que la historia de Israel está dirigida y, sobre todo, es leída e interpretada por la visión profunda que los profetas tienen de ella. Los profetas son los custo­dios de la alianza de Yahvé con su pueblo, denuncian las sucesivas idolatrías por las que Israel se deja seducir y anuncian el cumplimiento futuro de las promesas de salva­ción de Dios. Así aparece especialmente en las figuras del propio Elias y, sobre todo, en las de los grandes profetas Isaías, Jeremías y Ezequiel.

Pero a la vuelta del exilio su palabra se fue apagando hasta hacerse el silencio. Aunque, eso sí, quedó en el aire el eco de las palabras que cierran el libro de Malaquías y todo el bloque de los Profetas: "Yo os enviaré al profeta Elias...".

"¿Qué salisteis a ver? ¿Un profeta? Sí, y más que un profeta" El silencio de siglos se rompe cuando Juan el Bautista

toma la palabra en el desierto cumpliendo la profecía de Isaías (Is 40,3) y clama con fuerza para anunciar la salvación que trae consigo el Mesías. Con la aparición del Bautista vuelve a brotar la esperanza. En él se hace realidad la promesa que Dios había hecho a través del profeta Malaquías.

Por esta razón, todos los evangelistas -cada uno con sus acentos- presentan a Juan con los rasgos de Elias: en Mateo y Marcos aparece vestido a la manera de Elias (Mt 3,4; Me 1,6); en el evangelio de Lucas, el ángel que anuncia su nacimiento

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retoma la profecía de Malaquías afirmando que Juan "irá delante del Señor, con el espíritu y poder de Elias" (Le 1,17). Jesús mismo lo calificará como el mayor de los profetas: "Él es Elias, el que tenía que venir" (Mt 11,7-15).

En resumen, Juan rompe el silencio de los profetas y hace resonar de nuevo la Palabra de Dios en medio de su pueblo. Asumiendo el papel de Elias, anuncia la llegada del tiempo definitivo en el que Dios envía al Mesías para instau­rar su Reino y traer la salvación.

"Un gran profeta ha surgido entre nosotros" Todo el Nuevo Testamento trata de responder a la pre­

gunta sobre la identidad de Jesús de Nazaret. Dado que su personalidad y su misión se salían de lo común, fue presentado mediante títulos y rasgos diversos; entre ellos, los propios de un profeta. Así lo proclama el pueblo tras la revivificación del hijo de la viuda de Naím, que recuerda las realizadas por Elias (1 Re 17,17-24) y por Elíseo (2 Re 4,32-37): "Un gran profeta ha surgido entre nosotros: Dios ha visitado a su pueblo" (Le 7,16).

Jesús nace en un ambiente cargado de profetismo y está en estrecha relación con Juan el Bautista. Ciertamente, Jesús encarna plenamente las características del profeta: enseña con una autoridad inaudita; anuncia el cumplimien­to de las promesas por la llegada del Reino de Dios; denun­cia las conductas en las que no se refleja la fe en el Dios de la alianza y defensor de los marginados y oprimidos; lleva a cabo gestos que reflejan los proyectos de Dios; toda su vida, en fin, se convierte en Palabra de Dios.

Muchos lo calificaron de profeta. Algunos lo confundieron con un profeta del pasado, con Jeremías, Elias o el mismo Juan Bautista. Los discípulos conocían la opinión de la gen­te de su tiempo y, cuando tuvieron que hablar de "lo de Jesús el Nazareno", dijeron de él que era "un profeta pode­roso en obras y palabras ante Dios y ante todo el pueblo" (Le 24,19). El propio Jesús comprendió desde la conciencia profética su misión de hablar de parte de Dios y, también, el rechazo que experimentó: "Un profeta solo es despreciado en su tierra, entre sus parientes y en su casa" (Me 6,4).

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"Aquí hay uno que es más importante que Joñas" Pero los que conocieron a Jesús, escucharon su palabra y

vieron sus gestos sabían que él rompía el molde profético. No solo anuncia la llegada del Reino, sino que lo señala ya presente en su propia persona; no solo apela al cumpli­miento de la Ley, sino que se enfrenta con ella y la corrige; no se contenta con denunciar el pecado y apelar a la con­versión, sino que se atribuye a sí mismo la autoridad para perdonar el pecado. Se proclama más importante que cual­quiera de los profetas, representados en la figura y el signo de Jonás. No es solo transmisor de las palabras u oráculos de Dios, sino que es la misma Palabra de Dios, su Verbo encarnado.

La carta a los Hebreos expresará con la máxima claridad la superior dignidad de Jesús en comparación con los profe­tas: "Después de hablar Dios muchas veces y de diversos modos antiguamente a nuestros mayores por medio de los profetas, en estos días últimos nos ha hablado por medio del Hijo, a quien constituyó heredero de todas las cosas y por quien hizo también el universo" (Heb 1,1-2).

PARA PREPARAR EL PRÓXIMO ENCUENTRO

Para preparar la próxima reunión nos fijaremos en algu­nos textos bíblicos en los que se han inspirado los evan­gelistas para describir la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén. Son los siguientes: 1 Re 1,38-40; 2 Re 9,12-13; Sal 118,25-27; Zac 9,9-10 y 14,4. Leeremos cada uno de ellos con atención, los compararemos con el relato de Mt 21,1-11 y trataremos de responder a esta pregunta:

¿En qué momentos del relato utiliza Mateo cada una de las citas bíblicas señaladas?

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NOTAS

8 MIRA, VIENE TU REY

LECTURAS BÍBLICAS

Puesta en común sobre los textos de referencia La entrada de Jesús en Jerusalén a lomos de un asno y

aclamado por sus discípulos refleja de un modo bastante gráfico el tipo de mesianismo que él encarna. Para captar el alcance de esta escena, con la cual se inaugura la última etapa de la vida del Maestro, los evangelistas nos la presen­tan a la luz de algunos pasajes del Antiguo Testamento que pueden ayudarnos a entender mejor su verdadero sentido. Fijándonos de un modo particular en el evangelio de Mateo, nos planteábamos responder a esta pregunta:

¿En qué momentos del relato utiliza Mateo cada una de las citas bíblicas señaladas?

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GUIA DE LECTURA

"Hosanna al Hijo de David"

Antes de comenzar, buscamos Mt 2 1 , 1 - 1 1 .

>- Ambientación

Las expectativas mesiánicas e s t aban muy vivas en tiem­pos de J e s ú s , y e ran m u c h o s los que confiaban en la llega­da de u n nuevo David que liderase al pueblo pa ra salvarlo de la ocupación romana . J e s ú s desarrolló su ministerio en ese ambiente y no faltaron quienes quisieron ver en él a ese Mesías-Rey capaz de r e sca ta r a Israel y de devolverle la gloria del ant iguo reino.

>- Miramos nuestra vida

Todos conocemos casos en los que la victoria de u n n u e ­vo líder político h a desper tado en s u pueblo expectat ivas desmesuradas , especialmente en los países donde las situa­ciones de injusticia son m u y fuertes. Pero no es ext raño que quienes se p resen tan a sí mismos como "salvadores" y "mesías" acaben convirtiéndose en nuevos opresores y decepcionen la esperanza de liberación que muchos hab ían pues to en ellos. Pensemos en todo ello y respondamos a es tas p reguntas :

- ¿Por qué crees que a veces tendemos a confiar exagera­damente en ciertos líderes políticos? ¿Por qué seguimos buscando "mesías"?

- ¿Crees que la "salvación" que necesitamos los seres humanos se puede contener en un programa político, sea del signo que sea? ¿Por qué?

> Escuchamos la Palabra de Dios

También los judíos agua rdaban u n Mesías que los libera­se de s u s opresores. Por eso, cuando J e s ú s entró en J e r u -salén, m u c h o s lo ac lamaron como "Hijo de David", portador de la salvación de Dios anunc iada por los profetas. Pero el modo en que J e s ú s se acerca a la Ciudad San ta dejará ver

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que su mesianismo no responde a los e squemas políticos y nacional is tas que es t aban en boga.

• Antes de escuchar la Palabra, nos p reparamos p a r a acogerla. En silencio, invocamos la presencia del Espíri tu.

• Un miembro del grupo lee en voz alta Mt 21 ,1 -11 .

• Reflexionamos en silencio: leemos el pasaje personalmen­te y consultamos las notas de nues t ra Biblia pa ra entenderlo mejor.

• Respondemos j u n t o s a es tas preguntas :

- ¿Dónde y cómo se prepara la entrada de Jesús en Jerusalén?

- ¿Qué papel cumplen los discípulos en este pasaje?

- ¿Qué profecía se está cumpliendo según Mateo? ¿Cómo califica a Jesús?

- Buscad Zac 9,9-10 y comparadlo con la cita de Mateo en el v. 5. ¿Coinciden perfectamente? ¿Por qué creéis que se ha modificado el oráculo original?

- ¿Reaccionan todos del mismo modo ante esta entrada? ¿Cómo lo hace la ciudad? ¿Cómo lo hace la gente?

> Volvemos sobre nuestra vida

J e s ú s también decepcionó a quienes lo e speraban como u n Mesías poderoso y guerrero. La salvación que él ofrece debe ser entendida y vivida desde ot ras claves. Aclamar a Cristo como "rey" no implica confundir s u reinado con nin­gún régimen político de este m u n d o . Pero la liberación que él nos trae tampoco puede ser entendida como u n a realidad pu ramen te espiritual, pues debe reflejarse en la realidad en la que vivimos. Reflexionemos sobre ello y r e spondamos a es tas p reguntas :

- ¿Qué tipo de salvación esperas de Jesús como "líder" o "rey" de tu vida?

- ¿Qué implicaciones concretas tiene para tu compromiso como cristiano el seguir a un Mesías humilde y pacífico como él?

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> Oramos Concluimos el encuentro con un momento de oración.

Nos inspiramos recogiendo lo que nos ha sugerido la lectura del relato de la entrada de Jesús en Jerusalén. Para ambientar este momento podemos colocar un cartel con la palabra "¡Hosanna!" junto a una cruz adornada con ramos de olivo o palmas.

• Tras prepararnos con un breve silencio, leemos de nue­vo Mt21,1-11.

• Rezamos personalmente a partir del pasaje que hemos escuchado.

• Oramos comunitariamente, expresando en forma de peti­ción o de alabanza lo que hemos compartido en este encuentro.

• Acabamos alabando a Jesús, el verdadero "líder" de nuestra vida, recitando el Sal 118 (117) o entonando algún canto de alabanza.

PARA PROFUNDIZAR

Jesús, el Mesías

Es sabido que el Nuevo Testamento confiesa a Jesús como "Cristo", título que se le aplicó hasta el punto de con­vertirse para él en un nombre propio. En efecto, la palabra "mesías" es de origen hebreo y significa "ungido". Con ella, la Escritura se refiere a los que han sido instituidos en su cargo -sacerdotes, profetas y, sobre todo, reyes- mediante la efusión del aceite. Pero en griego dicho término se traduce como christós, de donde se deriva el apelativo "Jesús-Cris­to". Con todo, esta atribución necesita ser adecuadamente entendida.

Mesianismo en Israel

El mesianismo bíblico va íntimamente ligado a la mane­ra en que Israel aguardaba la salvación de Dios. Aunque los orígenes de esta idea se remontan de algún modo a la época de David, los estudiosos advierten que una esperan­za mesiánica propiamente dicha no surgió hasta después

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del exilio en Babilonia. Se trata, en definitiva, de un con­cepto que evolucionó de manera compleja, dando lugar a concepciones muy diferentes y hasta contrapuestas, dependiendo del momento histórico y las circunstancias políticas, sociales y religiosas por las que el pueblo atrave­saba.

Sin entrar en detalles, baste decir que muchos imaginaban al Mesías como una figura individual que podía revestir las características de aquellos que en el Antiguo Testamento aparecen como "ungidos". Pero la llegada del reinado de Dios no siempre se consideró vinculada a este personaje. El fraca­so de la monarquía hizo que algunos pensaran en una inter­vención directa de Yahvé, que, como verdadero rey de Israel, salvaría a su pueblo sin necesidad de intermediarios. Por otro lado, mientras unos aguardaban la liberación para un futuro próximo, otros la concebían como aplazada para el final de los tiempos.

Mesianismo en tiempos de Jesús Los escritos contemporáneos -especialmente los manus­

critos de Qumrán y las obras del historiador judío Flavio Josefo- corroboran que las expectativas mesiánicas esta­ban vivas en tiempos de Jesús, aunque no del mismo modo en todos los grupos políticos y religiosos. De hecho, no faltaron quienes se sublevaron contra el poder de Roma presentándose a sí mismos como "salvadores", inspirándo­se, al parecer, en alguna de las grandes figuras reales o proféticas del Antiguo Testamento, como Moisés, Josué, Saúl, Elias, Elíseo...

Dentro de esta pluralidad de concepciones, la más popular imaginaba al Mesías como un nuevo David, un rey modélico que vendría en un futuro más o menos pró­ximo a restaurar el reino y a rescatar la tierra de Israel de la opresión de sus enemigos. La salvación religiosa reves­tía, en gran parte, las características de una esperanza política.

Dicha concepción se basa en una determinada lectura del "oráculo de Natán" (2 Sm 7,1-17), en el que se prome­tía que la dinastía de David se mantendría para siempre

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en el trono. Esta lectura se elaboró poco a poco, enrique­ciéndose con otros pasajes proféticos a medida que estos fueron reinterpretados en diversos momentos históricos. Así fue apareciendo una "ideología mesiánica" que ideali­zaba a la monarquía davídica hasta convertirla en símbo­lo y modelo de una nueva situación en la que reinarían para siempre la paz, la justicia y el derecho (leed, por ejemplo, Is 11,1-9).

Este "mesianismo regio" es el que se refleja también en los llamados Salmos de Salomón, un libro escrito en el siglo I a.C. y que, sin pertenecer a la Biblia, gozaba de gran popularidad en tiempos de Jesús.

¿Se vio Jesús a sí mismo como Mesías?

La pregunta es totalmente pertinente, pero la respuesta no es sencilla. Por un lado, parece indudable que Jesús despertó entre sus contemporáneos ciertas expectativas en la línea de un mesianismo davídico (Jn 6,15). Precisamente en eso se basa la acusación que le llevó a la muerte y que se plasma en el letrero que colgaba de la cruz: "Jesús de Naza-ret, el rey de los judíos" (Jn 19,19).

Por otro, hay indicios de que Jesús rechazó ese título durante su existencia histórica (puede leerse, por ejemplo, Me 8,29-33, donde esta posibilidad es considerada una tenta­ción satánica). Ni sus enseñanzas ni el estilo de actuación que acompañó su ministerio público responden en absoluto a las expectativas judías en boga. El Reino de Dios que Jesús anuncia no tiene nada que ver con la llegada de un rey victo­rioso que lucha violentamente contra los enemigos para libe­rar al pueblo.

Así lo entendieron perfectamente los evangelistas, y especialmente Marcos. De ahí que en su obra utilice una técnica literaria conocida precisamente como el "secreto mesiánico". Eso explica que Jesús mande callar sistemáti­camente a todos aquellos que reconocen su verdadera identidad (Me 3,12). De este modo se pretende evitar falsas concepciones de un título que ciertamente corresponde a Jesús (Me 1,1 y también Mt 1,1; 2,6), pero que puede ser mal entendido.

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El Mesías sufriente En efecto, la imagen política y nacionalista del "Ungido",

tan popular entre los judíos del siglo I, no puede explicar por sí misma la insistencia de los evangelistas en presentar a Jesús como el Mesías anunciado por los profetas. Y eso por el simple hecho de que resulta una concepción muy dis­cordante con la tónica de su vida y el estilo de su misión.

Recordar su crucifixión como "rey de los judíos" podría justiflcar en parte la gran importancia que dicho título adquirió entre los primeros cristianos. Pero es precisamente esa muerte ignominiosa y humillante la que impide identifi­car a Jesús con un Mesías poderoso.

Para salir de esta aparente contradicción, hemos de recordar de nuevo que el mesianismo bíblico no evolucionó en un único sentido, sino que dio lugar a corrientes diver­sas. Una de ellas, ciertamente minoritaria pero fundamental para entender a Jesús, nos presenta la imagen de un "mesí-as sufriente" cuya muerte es fecunda de cara a la salvación del pueblo y que se inspira en personajes como el Siervo de Yahvé de Is 53 o el Traspasado de Zac 12,9-13,1.

Dicha corriente fue abriéndose paso cuando las circuns­tancias históricas -especialmente la destrucción de Jerusa-lén y el destierro en Babilonia- frustraron la permanencia de la dinastía davídica en el trono e hicieron entrar en crisis una manera de concebir la esperanza centrada en la reconstrucción nacional de Israel.

La necesidad de dar sentido a tanto dolor se materializó así en la figura de un Mesías justo y humilde que encarna la suerte del pueblo. Por eso su victoria pasa por el sufri­miento y la derrota aparente hasta el punto de llegar a morir por los pecadores. El establecimiento del derecho y de la paz, que son las tareas principales del rey, se concretan para él en la defensa del pobre. La versión nacionalista de la salvación da paso a otra de corte más universalista. Y todo ello sostenido por la fidelidad de un Dios que nunca se arre­piente de sus promesas.

Desde este punto de vista, no es imposible que, en cierto momento de su vida, Jesús se identificase con esta línea de

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pensamiento. Así lo daría a entender su entrada en Jerusa-lén. Sería un Mesías en la línea de Zac 9,9-10. Un Mesías-Siervo que modifica radicalmente el sentido que este título tenía entre la mayoría de sus contemporáneos.

PARA PREPARAR EL PRÓXIMO ENCUENTRO

Al día siguiente de entrar en Jerusalén como Mesías, Jesús se encamina al templo, donde realiza un gesto lla­mativo. Como los profetas, él también denuncia un culto que se ha alejado de su verdadera razón de ser. Algunos oráculos del Antiguo Testamento que recogen este sentir son: Is 1,10-17; Os 8,11-13; Am 5,21-24 y Miq 6,6-8. Para preparar la próxima reunión nos fijaremos en ellos y trataremos de responder a esta pregunta:

¿Por qué es criticado en estos pasajes proféticos el culto que Israel ofrece a Dios?

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9 DESTRUID ESTE TEMPLO

LECTURAS BÍBLICAS

Puesta en común sobre los textos de referencia La verdadera meta del camino que ha llevado a Jesús

hasta Jerusalén no es la ciudad en sí, sino el templo. En él, Jesús enseña y cura, pero también realiza una acción cho­cante que parece suponer un rechazo radical al sistema reli­gioso que representa. Para aclarar el sentido de este gesto aparentemente tan desmesurado, nos habíamos propuesto leer una serie de oráculos donde los profetas del Antiguo Testamento también critican severamente el culto que Israel ofrecía a Yahvé. Con ello queríamos responder a esta pre­gunta:

¿Por qué es criticado en estos pasajes proféticos el culto que Israel ofrece a Dios?

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GUIA DE LECTURA

"Mi casa será casa de oración"

Antes de comenzar, buscamos Me 11 ,15-19 .

>- Ambientación

Todas las religiones - y el j u d a i s m o entre e l l a s - h a n const ru ido templos y h a n dado en ellos culto a Dios pen­sando en agradar le y reconocer su soberanía . Los profetas de Israel, en cambio, no d u d a r o n en denunc ia r los a b u s o s de u n a religiosidad cuyas manifestaciones apa ra to sa s y solemnes no desembocaban en u n a au tén t i ca b ú s q u e d a de la voluntad de Yahvé. Un espíri tu crítico del que también se h a r á portavoz J e s ú s de Nazaret.

>- Miramos nuestra vida

Los cristianos edificamos iglesias y celebramos liturgias y ceremonias religiosas como expresión de nues t ra fe y como forma de relacionarnos con Dios. Pero no pocas veces escu­chamos las críticas de los que nos acusan de ir mucho a misa pero no vivir de acuerdo a lo que creemos. Más allá de los tópicos, hemos de reconocer que nues t ra religiosidad debe ser revisada para no perder de vista su verdadero sentido. Pensa­mos en ello y respondemos a estas preguntas:

- ¿Por qué participas en las celebraciones religiosas? ¿Qué buscas en ellas? ¿En qué medida te ayudan a vivir según lo que celebras?

- ¿Qué modos de enfocar la religión pueden ser fuente de abusos o de una relación desviada con Dios y con los demás?

>• Escuchamos la Palabra de Dios

La expulsión de los mercaderes del templo por J e s ú s supo­ne u n a fuerte denuncia a u n sistema religioso que se había olvidado de su auténtica finalidad y era incapaz de dar los frutos de jus t ic ia y misericordia que Dios esperaba de él.

• Antes de e scucha r la Palabra, nos p r e p a r a m o s p a r a acogerla. En silencio, invocamos la p resenc ia del Espír i tu .

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• Un miembro del grupo lee en voz al ta Me 11,15-19.

• Reflexionamos en silencio: leemos el pasaje personal­mente y consul tamos las no tas de n u e s t r a Biblia p a r a entenderlo mejor.

• Respondemos j u n t o s a es tas p reguntas :

- ¿Qué gesto realiza Jesús en este episodio?

- ¿Con qué palabras lo justifica? ¿De dónde están tomadas?

- ¿Cuál es, según esas palabras, la función que debería desempeñar el templo? ¿En qué se ha convertido?

- ¿Cómo reaccionan ante él los que lo observan?

>• Volvemos sobre nuestra vida

El fracaso del templo de Jerusa lén pone en evidencia u n modo de dar culto que se queda en lo aparente y no es capaz de transformar los corazones y orientarlos hacia el amor a Dios y al prójimo. Frente a ello, el evangelio de J u a n propone "destruir" ese sistema religioso y presenta a J e s ú s como el "templo" nuevo y definitivo donde podremos relacionarnos con Dios "en espíritu y verdad" y aprender a ser hijos y hermanos. Reflexionemos sobre ello y respondamos a estas p regun tas :

- ¿De qué manera nos ayuda este gesto profético de Jesús a revisar nuestras expresiones religiosas para que el culto no se separe de la vida?

- ¿A qué nos compromete una relación con Dios que ya no se centra en ritos externos ni en templos materiales, sino en la persona viva de Jesucristo?

>• Oramos

Acabamos con u n momento de oración inspirado en la lectura que hemos escuchado. Para ambien ta r este momen­to podemos colocar u n póster de J e s ú s con u n cartel que diga: "Casa de Dios, casa de todos".

• Tras prepararnos con u n breve silencio, leemos de nuevo Me 11,15-19.

• Rezamos personalmente a part ir del pasaje que hemos escuchado.

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• Oramos comunitariamente expresando en forma de petición, acción de gracias o alabanza lo que hemos com­partido en este encuentro.

• Acabamos la reunión cantando Qué alegría cuando me dijeron o recitando el Sal 15 (14): "Señor, ¿quién será el hués­ped de tu tienda?".

PARA PROFUNDIZAR

Jesús, el nuevo Templo

Son muchas las categorías simbólicas con las que el Nue­vo Testamento trata de profundizar en el misterio de la per­sona de Jesús. Una de ellas -quizá no tan conocida como otras- nos lo presenta como el nuevo y definitivo Templo de Dios. Para entender mejor esta atribución, vamos a recordar algunos datos históricos que pueden ayudarnos a enmar­carla convenientemente.

El templo de Jerusalén en el judaismo

El templo de Jerusalén fue construido durante el reinado de Salomón, hacia el año 950 a.C. Más tarde fue destruido por las tropas babilonias en el 587 a.C. y reedificado des­pués del Exilio de un modo más bien modesto. A lo largo de esta accidentada historia fue deshancando a otros santua­rios locales hasta convertirse -siglos antes de que existiesen las sinagogas- en el único lugar de culto para Israel y en uno de los principales signos de su identidad nacional.

El templo que Jesús conoció fue el resultado de una nota­ble ampliación y embellecimiento llevados a cabo por Herodes el Grande, quien comenzó las obras hacia el año 20 a.C. Esta hermosa edificación desapareció definitivamente cuando Jerusalén fue arrasada por los romanos en el año 70 d.C.

Religiosamente hablando, el templo constituía el centro simbólico y real de todo el judaismo. Considerado como la "morada de Dios", era el signo visible de la presencia glorio­sa de Yahvé en medio de su pueblo, lugar donde se le daba culto mediante los sacrificios y meta de grandes peregrina­ciones, especialmente durante las fiestas importantes.

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Jesús y el templo de Jerusalén La predicación de Jesús se desarrolló principalmente en

Galilea, y no resulta fácil precisar, desde el punto de vista histórico, con qué frecuencia tuvo contacto con el templo durante su vida pública. Si dejamos aparte los relatos de la infancia (Le 2,22-38.41-52), los tres evangelios sinópticos solo registran una subida de Jesús a la Ciudad Santa, ya en vísperas de su muerte, mientras que el evangelio de J u a n contabiliza tres estancias en Jerusalén a lo largo de su ministerio.

Más allá de la dificultad para armonizar estos datos, lo que aquí interesa es resaltar la actitud crítica que Jesús mantuvo frente al templo. Todo ello queda patente, por ejemplo, en la expulsión de los mercaderes (Me 11,15-19), gesto que supone un rechazo radical al sistema religioso vigente, cuyo control estaba bajo la autoridad de la clase sacerdotal de Jerusalén. Esta acción recuerda, además, a los antiguos profetas, cuya posición frente a la vaciedad de un culto que no implica la justicia y la misericordia queda igualmente reflejada en otras enseñanzas del Maestro de Nazaret (Mt 5,23-24; 12,2-7; 23,16-22).

No en vano, los evangelios jamás presentan a Jesús adulto participando en la liturgia del templo, aunque sí enseñando (Jn 7,14) y curando (Mt 21,14) en su recinto. Precisamente en una de esas ocasiones, Jesús anuncia la futura destrucción del templo (Me 13,1-2). Otros pasajes, como el diálogo con la samaritana, llegan a relativizar la necesidad de un templo material como espacio adecuado para un culto que ha de ser interior y debe realizarse "en espíritu y en verdad" (Jn 4,21.23).

Esta posición de Jesús, tan amenazadora para los intere­ses de los grandes sacerdotes, fue una de las causas que le llevó a la muerte. Así, Marcos y Mateo nos recuerdan que, durante el juicio que le condenó a la cruz, Jesús fue acu­sado mediante falsos testigos de querer destruir el templo (Mt 26,61; Me 14,57-58). En el momento de la crucifixión, los que pasan a su lado se burlan y le insultan por este mismo motivo (Mt 27,40; Me 15,29). Pero, cuando finalmente expira, la cortina que separaba el santo de los santos se desgarra,

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expresando simbólicamente que la función mediadora del santuario ha terminado (Mt 27,51).

Jesús, el nuevo Templo

Después de la destrucción del templo en el año 70 d.C, el judaismo fariseo proclamó que la "presencia" de Yahvé -llamada en hebreo shekinná- se había establecido en la Ley como lugar privilegiado de la manifestación de Dios. El cristianismo, en cambio, llegó a una conclusión muy dife­rente al afirmar que el nuevo y definitivo templo era el cuer­po glorioso de Jesús resucitado.

Así lo expresa el cuarto evangelio al narrar el episodio de la expulsión de los vendedores del templo (Jn 2,13-22), escena que, a diferencia de los sinópticos, está situada con toda intención al principio del ministerio público de Jesús y es interpretada desde claves diversas. En efecto, más que como un gesto profético, el hecho es aquí considerado como un "signo". Con ello se pretende no tanto explicar el significado de la acción en sí misma, sino mostrar de qué manera nos revela la auténtica identidad de quien la realiza. Y todo ello en el marco de una sección del evangelio en la que se pone de relieve la absoluta novedad que llega con Jesús, frente a la cual las viejas instituciones religiosas del judaismo -incluido el templo- resultan totalmente obsoletas (Jn 2,1-4,42).

Sin poder entrar en un análisis detallado del pasaje, baste con fijarnos ahora en la respuesta de Jesús a los dirigentes judíos que le piden un "signo" que avale la autoridad con la que ha actuado. En vez de citar a los profetas, como ocurre en el resto de los evangelios, Jesús afirma solemnemente: "Des­truid este templo y en tres días yo lo levantaré de nuevo".

El "malentendido" del que es objeto esta declaración nos ayuda a penetrar en su verdadero sentido. Los judíos, inter­pretando literalmente sus palabras, piensan en el edificio \ material y se burlan de Jesús, que parece no recordar los 47 años que han sido necesarios para edificarlo. El evangelista, en cambio, afirma que el templo del que Jesús habla "era su propio cuerpo", una revelación a la que, evidentemente, solo se puede llegar desde la fe pascual. A ello se refiere el pasaje cuando se habla del "recuerdo" de los discípulos que, a la luz

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del Espíritu (Jn 14,26), pudieron comprenderlo así solo "cuando Jesús resucitó de entre los muertos".

El Cuerpo de Jesús, destruido por la muerte pero reedifi­cado por la resurrección, es, en definitiva, el verdadero Tem­plo donde se ofrece el único culto agradable. Su humanidad glorificada es la morada de Dios entre los hombres, el "lugar" privilegiado donde experimentar su presencia y relacionarse con él. Sólo a través de su persona es posible acceder confia­damente al Padre que lo ha consagrado y se ha revelado en él de un modo nuevo y definitivo. A pesar de lo anunciado por el profeta Ezequiel (Ez 47,1-12), es del Cuerpo de Jesús y no del santuario de donde brota aquel río de agua vivificante que es el Espíritu (Jn 7,37-39 y 19,34). Así lo contempla igualmente el libro del Apocalipsis (Ap 22,1-2), según el cual la Nueva Jerusalén será, curiosamente, una ciudad sin templo, porque "el Señor todopoderoso y el Cordero son su templo" (Ap 21,22).

Aprendamos a buscar la "gloria" de Dios que se transparen-ta en la humanidad de Jesús: en sus palabras, en sus gestos, en sus actitudes y en sus opciones. Y que nuestro culto no sea exterior, sino "en espíritu y en verdad". Si no, nuestras iglesias y templos dejarán de ser "la casa del Padre", el lugar donde debemos aprender a ser hijos y hermanos, para convertirse en espacios de una religión pervertida que adora a esos ídolos que cada cual se construye "a su imagen y semejan za", pero que en realidad nos destruyen y deshumanizan.

PARA PREPARAR EL PRÓXIMO ENCUENTRO

Para preparar la próxima reunión nos fijaremos en los cuatro relatos del Nuevo Testamento que se refieren a la institución de la eucaristía durante la última cena. Los pasajes son los siguientes: Mt 26,26-30; Me 14,22-25; Le 22,14-21 y 1 Cor 11,23-26. Fijándonos en sus semejan­zas y diferencias, tratamos de responder a esta pregunta:

¿Podrías encontrar en cada uno de estos pasajes un elemento o detalle que no aparezca en los demás?

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10 ESTA ES LA COPA DE LA NUEVA ALIANZA

LECTURAS BÍBLICAS

Puesta en común sobre los textos de referencia Nuestra reunión de hoy estará centrada en los relatos de la

última cena. Nos fijaremos, sobre todo, en las palabras que Jesús pronuncia al tomar el pan y el vino de la mesa, cam­biando así el sentido que estos gestos tenían en la liturgia pascual de los judíos. Los pasajes a los que nos referimos son: Mt 26,26-30; Me 14,22-25; Le 22,14-21 y 1 Cor 11,23-26. Comparando unos con otros, queríamos responder a esta pregunta:

¿Podrías encontrar en cada uno de estos pasajes un ele­mento o detalle que no aparezca en los demcis?

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GUÍA DE LECTURA

"Esto es mi cuerpo"

Antes de comenzar, buscamos Le 22,14-21.

> Ambientación Ante la inminencia de su muerte, Jesús quiso despedirse

de los suyos en el marco de una cena de Pascua. En torno a aquella mesa realizó unos gestos y pronunció unas palabras que, en plena sintonía con el conjunto de toda su vida, que­rían explicar también el sentido de su muerte.

>• Miramos nuestra vida Comer juntos es siempre mucho más que ingerir alimen­

tos. La mesa compartida nos sirve para expresar sentimien­tos, celebrar acontecimientos y alimentar relaciones que para nosotros son importantes. Y aunque vivimos en la sociedad de las prisas y nuestras costumbres han cambiado, seguimos teniendo necesidad de celebrar "comidas especiales". Pense­mos en ello y respondamos a estas preguntas:

- ¿Por qué crees que seguimos dando tanta importancia al hecho de comer juntos? ¿Qué queremos expresar con ello?

- ¿Recuerdas alguna "comida especial"? ¿Podrías contar una experiencia en la que el hecho de compartir la mesa con otros esté ligado a algún acontecimiento significativo de tu vida?

> Escuchamos la Palabra de Dios El hecho de que Jesús quisiera despedirse de sus discí­

pulos en torno a una mesa no es una casualidad, pues tam­bién a él la comida compartida le ayudó a comunicar vivencias y expresar actitudes. Al profundo significado que Israel daba a la cena de la Pascua, Jesús le añadió nuevos gestos y palabras con los que quiso dar sentido a un momento crucial de su vida.

• Antes de escuchar la Palabra, nos preparamos para acogerla. En silencio, invocamos la presencia del Espíritu.

• Un miembro del grupo lee en voz alta Le 22,14-21.

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• Reflexionamos en silencio: leemos el pasaje personalmen­te y consultamos las notas de nuestra Biblia para entenderlo mejor.

• Respondemos juntos a estas preguntas: - ¿Con qué actitud se dispone Jesús a comer su última

Pascua con los discípulos? - ¿Qué sentido da a la primera copa que les reparte? - ¿Qué palabras pronuncia al partir el pan? ¿Cómo ayu­

dan a entender el sentido de su vida y de su muerte? - ¿Y las palabras sobre el vino? Consulta Jr 31,31-34 y

encontrarás ayuda para responder.

> Volvemos sobre nuestra vida Algunas de nuestras "comidas especiales" lo son, entre

otras cosas, porque las podemos repetir periódicamente. Tampoco la última cena fue un hecho aislado, pues Jesús mandó a sus discípulos: "Haced esto en memoria mía". Con ello no solo les invitaba a repetir mecánicamente sus gestos y palabras cada vez que celebrasen la eucaristía, sino sobre todo a saber imitar su estilo de vida entregada por amor. Sin eso, la "cena del Señor" se vaciaría de contenido y ya no sería esa "comida especial" que nos alimenta como cristianos. Reflexionemos sobre ello y respondamos a estas preguntas:

- ¿Vives la eucaristía como una "comida especial" en tu vida? ¿Cómo te ayuda a expresar tu relación con Jesús, a celebrar su memoria, a vivir como él vivió?

- ¿Cómo deberías traducir en tu día a día eso de ser para los demás un "pan que se parte" y un "vino que se derrama"?

>• Oramos Concluimos nuestro encuentro con un momento de oración

partiendo de lo que la Palabra de Dios nos ha ayudado a com­partir y profundizar. Para ambientar este momento colocamos en el centro de la sala un pan partido y una copa de vino.

• Tras prepararnos con un breve silencio, leemos de nuevo 1x22,14-21.

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• Rezamos personalmente a partir del pasaje que hemos escuchado.

• Oramos comunitariamente a la luz del relato de la última cena.

• Acabamos entonando algún canto eucarístico.

PARA PROFUNDIZAR

La última cena de Jesús

La última cena de Jesús con sus discípulos es un aconte­cimiento bien conocido no solo por los evangelios, sino tam­bién por las cartas de Pablo. Todos estos escritos -excepto el relato de Juan, que presenta los hechos de un modo muy diferente- recogen las palabras que Jesús pronunció sobre el pan y el vino, dando así un nuevo significado a los gestos rituales propios de la Pascua judía (Mt 26,26-30; Me 14,22-25; Le 22,14-21 y 1 Cor 11,23-26).

Como no podemos exponer la visión particular de cada pasaje, los tomaremos en su conjunto aun a riesgo de sim­plificar, sabiendo que no todo lo que diremos se refleja del mismo modo en cada uno de ellos. Pero para concretar su sentido debemos aclarar una cuestión previa.

¿Fue la última cena de Jesús una cena pascual?

La última cena fue una comida solemne, especial, de des­pedida, realizada en la cercanía de la Pascua, pero ¿fue real­mente una cena pascual? Los evangelios sinópticos dan una respuesta positiva a esta pregunta (por ejemplo, Me 14,12). En cambio, el relato de la pasión contenido en el cuarto evan­gelio contradice este dato porque afirma que Jesús fue arres­tado antes de que dicha celebración tuviera lugar (Jn 18,28).

Esta discrepancia cronológica ha llevado a los estudiosos a presentar diversas hipótesis para tratar de armonizar los datos, pero ninguna explicación convence a todos y son muchos los que piensan que, desde un punto de vista estric­tamente histórico, hay que dar la razón a Juan.

No obstante, hemos de recordar que el cuarto evangelio silencia lo que Jesús hizo con el pan y el vino durante la

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última cena. Por tanto, queda claro que siempre que el Nue­vo Testamento se refiere a la institución de la eucaristía cristiana lo hace en el marco de la Pascua judía. Todo ello nos ofrece una clave decisiva para entender lo que sucedió aquella noche.

A la luz de la Pascuajudía Son muchas las ocasiones en las que, según los evange­

lios, Jesús aparece sentado a la mesa común, tanto con sus amigos como con sus adversarios. Una costumbre que, por otra parte, está cargada de significado y se vincula estre­chamente al mensaje que quiso comunicar con su palabra y con su vida. Sus comidas con los pecadores, por ejemplo, eran un modo de visualizar la llegada del Reino que él anunciaba. Un Reino en el que Dios Padre desea reunir a todos sus hijos e hijas en torno a un banquete abierto del que no quiere excluir a nadie.

Y es que, en la cultura bíblica, el hecho de "comer juntos" implicaba mucho más que la simple necesidad de alimen­tarse para reponer fuerzas. En torno a la mesa compartida se expresaban valores humanos y religiosos fundamentales.

Un buen ejemplo de ello era la cena de Pascua, en la que se celebraba la liberación de Egipto con una comida sagrada que tenía lugar en el ámbito familiar. A lo largo de la misma se utilizaban diversos elementos -pan ácimo, varias copas de vino, hierbas amargas...- cuyo simbolismo estaba ligado a los diferentes aspectos de la fiesta. Entre ellos destacaba el cordero previamente sacrificado en el templo. El relato de los acontecimientos del Éxodo ayudaba a recordar el sentido de la celebración. Las oraciones que acompañaban este ritual lo envolvían en un clima de bendición, alabanza y acción de gracias por la salvación obtenida y ratificada en la alianza del Sinaí. Su carácter comunitario servía para fortalecer los vínculos de solidaridad y la pertenencia al pueblo elegido y rescatado por Yahvé.

En otras palabras, la Pascua era vivida como "memorial" del Éxodo. Con este término nos referimos a una "conme­moración" que abarca las tres dimensiones del tiempo. En primer lugar se dirige hacia el pasado, para recordar unos

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acontecimientos en los que Israel veía cifrada su propia sal­vación. En segundo lugar lo celebra en el presente, para actualizar y experimentar de nuevo el paso liberador de Yahvé en la historia del pueblo. En tercer lugar, y como consecuencia de todo ello, el "memorial" se proyecta hacia el futuro. La Pascua se vivía así con un fuerte sentido de espe­ranza en la llegada de la salvación definitiva. Tomar parte en ella era tanto como prepararse para sentarse un día con el Mesías en el banquete del Reino de Dios.

La Pascua reinterpretada Estas consideraciones iluminan los relatos de la última

cena tal y como nos los presentan los evangelios. Comer en común, partir el pan, beber una copa de vino, pronunciar oraciones de bendición y acción de gracias, vincular estos gestos a la alianza e invitar a repetirlos como "memorial"... son elementos relacionados con el carácter pascual de dicha celebración. Pero la referencia a la Pascua judía no puede explicar del todo lo que ocurrió en aquella ocasión. Más que la continuidad con el ritual establecido, lo que destaca aquí es la originalidad radical que Jesús confirió a unos gestos bien conocidos al pronunciar sobre ellos unas palabras totalmente inesperadas.

En efecto, una mirada más cuidadosa nos revela que el interés de los evangelistas no parece centrarse en describir el desarrollo de la última cena desde las categorías y símbo­los del judaismo. La prueba de ello es que ni siquiera se mencionan en su desarrollo elementos tan importantes como el cordero. Lo que ocupa el primer plano no es, por tanto, lo tradicional, sino lo novedoso que Jesús realiza en esa circunstancia y que apunta no tanto a la Pascua judía cuanto a la Pascua de Jesús.

Por tanto, ¿qué quiso significar Jesús cuando reunió a sus discípulos en vísperas de su muerte y les dio de comer pan y de beber una copa de vino, afirmando que eran su "cuerpo" y su "sangre" entregados por ellos y por todos?

Por una parte, son gestos que, mirando al pasado, resultan coherentes con toda su vida entendida como ser­vicio solidario (Me 10,45). Al hacer donación voluntaria de

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toda su persona -"cuerpo" y "sangre"-, Jesús sella el testa­mento de una existencia libre y liberadora, totalmente entregada por los demás. Con ello, y mirando también al futuro, se anticipa el sentido de una muerte que ratificará la autenticidad de toda su trayectoria vital en obediencia al Padre y será fuente de perdón y salvación. De este modo inaugura una alianza nueva y definitiva, gratuita y univer­sal entre Dios y la humanidad.

Además, Jesús quiere que los suyos entren en profunda comunión con él, se alimenten de sus mismas actitudes y participen en su destino. Por eso les invita a compartir un único pan y a beber de su misma copa, añadiendo ade­más un encargo: "Haced esto en memoria mía" (Le 22,19; 1 Cor 11,24-25). Pero no basta con que sus discípulos repi­tan ritualmente estos gestos y palabras como recuerdo de su muerte. A través de ellos han de hacer presente la fuerza salvadora de su entrega mediante una vida de servicio y fraternidad, proclamando así su esperanza "hasta que él vuelva" (1 Cor 11,26) e instaure plenamente su Reino. Un mandato que las comunidades cristianas se tomaron muy en serio desde el principio. Por eso se reunían el domingo para celebrar lo que ellos llamaban la "cena del Señor" o "fracción del pan" -es decir, la eucaristía- (Hch 2,42.46) como signo de la presencia viva de Jesús resucitado en medio de ellos (Le 24,30-31).

PARA PREPARAR EL PRÓXIMO ENCUENTRO

Para preparar la próxima reunión leeremos una selección de textos paulinos que tratan de iluminar el misterio de la muerte de Cristo, tan cruel e incomprensible desde el punto de vista humano. Los pasajes en cuestión son los siguientes: Rom 4,25; 5,8; 8,32; 1 Cor 15,3; Gal 1,4 y Ef 5,2. Queremos responder a estas preguntas:

¿Por qué motivos se entregó Jesús a la muerte? ¿Qué efectos tuvo este acontecimiento para nosotros?

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NOTAS 11 HABIENDO AMADO A LOS SUYOS,

LOS AMÓ HASTA EL EXTREMO

LECTURAS BÍBLICAS

Puesta en común sobre los textos de referencia La muerte de Cristo en la cruz puede ser considerada

desde muchos puntos de vista. Históricamente hablando, fue el resultado de un conflicto creciente entre Jesús y las auto­ridades de Jerusalén, que acabaron condenándolo como blasfemo, enemigo del templo y transgresor de la Ley e ins­tigaron al gobernador romano para que lo ejecutara como rebelde político. Pero los escritos del Nuevo Testamento no se conforman con un análisis de este tipo, sino que tratan de integrar este acontecimiento en la lógica de toda la his­toria de la salvación. Un buen ejemplo de ello son los pasa­jes paulinos que hemos leído para preparar esta reunión: Rom 4,25; 5,8; 8,32; 1 Cor 15,3; Gal 1,4 y Ef 5,2. Con ellos queríamos responder a estas preguntas:

¿Por qué motivos se entregó Jesús a la muerte? ¿Qué efectos tuvo este acontecimiento para nosotros?

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GUIA DE LECTURA

"Seréis d ichosos si ponéis e s t o en práctica"

Antes de comenzar, b u s c a m o s J n 13 ,1-17 .

>• Ambientación

En n u e s t r a reunión de hoy volvemos a sen ta rnos con J e s ú s en la úl t ima cena. Pero lo hacemos siguiendo el evan­gelio de J u a n . Por eso, en vez de contemplar a J e s ú s par­tiendo el pan , lo veremos lavando los pies a s u s discípulos, u n gesto de servicio que nos ayuda a comprender a ú n m á s en profundidad el sentido de su muer te en la cruz.

>- Miramos nuestra vida

Todos hemos experimentado a lguna vez la satisfacción de hacer algo "por otros" y reconocemos lo muy felices que parecen las pe r sonas que se dan a los demás . Pero también sabemos lo mucho que nos cues ta ponernos al servicio de nues t ros semejantes. Más todavía, cuando echamos u n a mano, calculamos las consecuencias y has t a nos da miedo que nos tomen por tontos si nos pa samos de serviciales. Reflexionamos sobre ello y respondemos a es tas preguntas :

- ¿Qué dificultades y resistencias experimentamos cuan­do tenemos que hacer algo "por ¡os demás"?

- ¿Podríamos contar alguna experiencia en la que nos hayamos sentido felices de ayudar a otras personas?

V Escuchamos la Palabra de Dios

La vida de J e s ú s fue u n a entrega constante y sin reservas; su muerte, la consecuencia de u n amor sin límites "por noso­tros". De él podemos decir de verdad que murió "en acto de servicio". Desde es ta perspectiva, entenderemos mucho mejor su gesto de lavar los pies a los discípulos du ran te la úl t ima cena.

• Antes de escuchar la Palabra, nos p reparamos pa ra acogerla. E n silencio, invocamos la presencia del Espíri tu.

• Un miembro del grupo lee en voz alta J n 13,1-17.

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• Reflexionamos en silencio: leemos el pasaje personal­mente y consul tamos las no t a s de n u e s t r a Biblia p a r a entenderlo mejor.

• Respondemos j u n t o s a es tas p reguntas : - ¿Qué gesto realiza Jesús en este episodio? ¿En qué

ocasión tiene lugar esta escena? - ¿Cómo reaccionan los discípulos ante esta iniciativa de

Jesús? ¿Por qué? - ¿Cómo reacciona Jesús ante la negativa de Pedro? ¿Qué

le dice? ¿Por qué? - ¿Qué sentido da Jesús a este gesto? ¿Qué quiere mostrar

con él? - ¿Crees que el lavatoño de los pies tiene algo que ver

con la celebración de la eucaristía que los demás evan­gelistas sitúan en la última cena?

> Volvemos sobre nuestra vida Contemplar a J e s ú s lavando los pies de s u s discípulos

es t an to como a h o n d a r en el sent ido de su m u e r t e "por nosotros": el misterio de u n amor sin límites que nos invita a s i tuarnos en s u misma lógica de servicio. Ahí nos j ugamos el sentido y la coherencia de n u e s t r a vida cristiana; ahí radica la posibilidad de encontrar u n a felicidad que no depende solo de "saber" es tas cosas, sino sobre todo de "ponerlas en práctica". Reflexionemos sobre ello y responda­mos a es tas preguntas :

- ¿Cómo te ayuda esta escena del evangelio a pasar de lo que "sabes" sobre Jesús a ponerlo realmente en práctica en tu vida de cada día?

- ¿Qué gestos concretos de servicio "por otros" te está pidiendo el Señor en este momento?

> Oramos Nuestro encuent ro acaba, como siempre, con u n momen­

to de oración. Ambientamos n u e s t r a plegaria colocando en medio de la sala u n a pa langana con agua y u n a toalla. J u n ­to a ella colocamos es ta frase: "Nos amó h a s t a el extremo".

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• Tras prepararnos con un breve silencio, leemos de nuevo J n 13,1-17.

• Rezamos personalmente a partir del pasaje que hemos escuchado.

• Oramos comunitariamente en forma de petición, alabanza o acción de gracias.

• Concluimos este momento cantando juntos Al atardecer de la vida u otro canto apropiado.

PARA PROFUNDIZAR

"Por nosotros y nuestros pecados"

La crucifixión era un tormento cruel y humillante que la misma Escritura califica como "maldición de Dios" (Dt 21,23). Sorprende, pues, que los escritos del Nuevo Testamento afir­men que la muerte de Jesús en la cruz está estrechamente vinculada a nuestra redención. Más todavía, que es un acontecimiento "necesario" para que el plan de salvación de Dios se pueda cumplir plenamente (Le 24,26). De ahí que ya los primeros "credos" e "himnos" cristianos insistan en que el Señor murió "por nosotros" o "por nuestros pecados" (1 Cor 15,3; 1 Pe 2,22-24). Así, lo que humanamente solo podía ser visto como fracaso y "escándalo" (1 Cor 1,23) es considerado desde la fe como causa de salvación. La para­doja es tan fuerte que necesita ser aclarada.

La muerte de Cristo como sacrificio expiatorio Aunque no hay un único modo de explicar el valor reden­

tor de la cruz, sí existe una manera de hacerlo que aparece en diversos escritos del Nuevo Testamento y que requiere ser considerada con cierta detención. Nos referimos a la categoría del "sacrificio expiatorio" como modelo para enten­der el misterio pascual de Cristo.

Llamamos "expiatorios" a aquellos sacrificios cuyo objeti­vo era obtener el perdón de los pecados (Lv 4-5.16). Así podemos entender mejor lo que los autores bíblicos preten­den afirmar cuando enfocan la muerte de Jesús desde esta perspectiva. A saber, que en la cruz de Cristo se ha realiza­do de una vez para siempre aquello que los sacrificios de la

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antigua alianza nunca pudieron conseguir: la reconciliación perfecta entre Dios y la humanidad (Heb 10,11-18).

Así se entiende lo que Jesús hizo y dijo durante la última cena, queriendo dar un sentido a su muerte ya próxima. Por un lado, sus gestos y sus palabras le identifican con el Sier­vo que sufre por el pueblo y da su vida como rescate "por todos" (Is 53,7-12; Me 10,45). Por otro, se pone en lugar de la víctima expiatoria cuya sangre se derrama "para el per­dón de los pecados" (Mt 26,28).

¿Un Dios sádico? Reconozcamos, no obstante, que todo ello plantea proble­

mas a nuestra sensibilidad moderna. De entrada no resulta fácil comprender que la ejecución de Jesús en la cruz pueda ser coherente con la voluntad de Dios ni con su designio salvador. ¿Qué clase de padre puede entregar a su hijo para que sea ejecutado de una forma tan espantosa? ¿No podía habernos reconciliado consigo de un modo menos cruento? ¿Es Dios un ser justiciero que solo aplaca su ira cuando la ofensa que le ha causado el pecado es reparada castigando al inocente en lugar de los culpables?

Aunque ciertas interpretaciones teológicas medievales pudieran dar lugar a esta visión, lo cierto es que esta choca frontalmente con la imagen del Dios del evangelio, que ofre­ce su perdón de modo incondicional. Incluso los pasajes que afirman que fue el Padre quien "entregó" a su Hijo a la muerte lo hacen dejando muy claro que no lo hizo porque necesitase ajustar cuentas con la humanidad pecadora, sino por amor a ella y por deseo de salvarla (Rom 5,6-8; 1 J n 4,10). Un proyecto al que Jesús se suma con todas las consecuencias (Jn 13,1; 15,13; Gal 2,20; Ef 5,2; Heb 10,5-10).

Dios nos ha mostrado su amor cuando aún éramos pecadores

Quede claro, por tanto, que lo que lleva a Jesús a la muerte no es el designio de un Dios vengativo. La cruz no es fruto de la voluntad del Padre -que jamás puede complacer­se en la sangre de un justo-, sino de la voluntad del pecado. En ella se pone de manifiesto hasta dónde puede llegar el

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mal de este mundo y se experimenta la necesidad de verse liberados de él.

Por tanto, no es Dios el que se ha distanciado del ser humano a causa del pecado, sino al revés. Y la prueba de ello es que no ha esperado a que nos convirtamos de nues­tro mal para amarnos. Al contrario, adelantándose tomó la iniciativa de enviarnos a su propio Hijo cuando todavía éra­mos pecadores. Y no lo hizo para que lo matasen, de modo que su sangre saldase la deuda de la humanidad, sino para mostrarnos un camino de reconciliación definitiva en el que el ser humano, liberado de todo lo que le daña, pueda reencontrarse con su vocación originaria de ser "hijo" y "hermano". Este es el ideal que se ha encarnado en Jesús, hecho hombre por nosotros. Un ideal que se nos propone como modelo desde una vida entregada en obediencia a Dios y servicio a los demás.

No hay mayor amor que dar la vida

La fidelidad a ese proyecto de amor promovido por el Padre fue la que movió a Jesús a anunciar la paz, la justi­cia, la reconciliación y la misericordia. Pero su oferta fue rechazada por un mundo marcado por la injusticia, la men­tira, la violencia y el egoísmo. No podía ser de otra manera. Lo mismo les había sucedido a los profetas. La cruz es la consecuencia "necesaria" del anuncio del Reino y de sus valores alternativos en una realidad sumergida en el pecado.

Y Jesús, cuando vio aproximarse su "hora", aceptó libre­mente una muerte que humanamente le repugnaba. Pero no como quien se resigna a una fatalidad, sino interpretándola en continuidad con su servicio incondicional a una causa animada por un amor sin límites. Podía haberse echado atrás, pactando una solución con sus adversarios, pero optó por comprometerse hasta el final con su misión a favor de los seres humanos y asumió las consecuencias. Su donación total hasta la cruz no hizo sino confirmar la autenticidad y coherencia de toda su trayectoria vital. Sólo en ese sentido es posible decir que Jesús murió "según la voluntad de Dios".

Por eso podemos afirmar que lo decisivo en el "sacrificio" de Cristo no fue su carácter cruento. La sangre vale no

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como expresión de sufrimiento, sino como signo de una vida "derramada" por la causa de la reconciliación que el Padre le había encargado. La cruz nos salva no por lo mucho que Jesús padeció en ella, sino por el amor "hasta el extremo" que manifiesta. Ahí radica la oferta de redención que Cristo nos ha hecho al mostrarnos que vale la pena vivir -y hasta morir- de un modo nuevo ante Dios y ante los demás. Y el Padre, que lo "entregó" a esa tarea, le da la razón al resuci­tarlo de entre los muertos, acontecimiento que finalmente revela la "lógica" de lo que humanamente presenta tantos aspectos oscuros.

Admiramos así la "belleza" de la cruz como signo privile­giado de una redención que no se da solo en la muerte de Cristo, pero que descubre en ella "la extrema radicalización del amor incondicional de Dios" (Benedicto XVI). Contem­plarla desde la fe "salva" del pecado porque ella denuncia el mal que nos deshumaniza, nos mueve a la conversión y nos invita a entrar en el mismo dinamismo de esa vida entregada por amor. Así podremos ofrecer también nosotros el sacrificio incruento y cotidiano de una existencia identifi­cada con la de Jesús y animada por sus mismas motivacio­nes (Rom 12,1-2).

PARA PREPARAR EL PRÓXIMO ENCUENTRO

Para preparar la próxima reunión leeremos varios pasajes del Nuevo Testamento en los que intentaremos descubrir cómo se comprendía el misterio de la salvación en las primeras comunidades cristianas. Los textos en cuestión son los siguientes: Me 2,1-12; Rom 8,18-23; Ef 2,11-22; Heb 2,10-18. Después de leerlos con atención tratemos de responder a estas preguntas:

¿Con qué palabras se describe la salvación de Dios obrada por Cristo?

En estos textos, ¿a quiénes alcanza la salvación?

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NOTAS 12 EL PADRE NOS HA RECONCILIADO EN CRISTO

LECTURAS BÍBLICAS

Puesta en común sobre los textos de referencia A lo largo de todo el Nuevo Testamento nos encontra­

mos con el acontecimiento central de la salvación de Dios obrada en Jesucristo, pero visto desde diversas perspecti­vas y descrito con diferentes lenguajes. Como ejemplo de esta reflexión de los primeros cristianos hemos leído estos pasajes: Me 2,1-12; Rom 8,18-23; Ef 2,11-22; Heb 2,10-18. Al reflexionar sobre ellos queríamos responder a estas preguntas:

¿Con qué palabras se describe la salvación de Dios obrada por Cristo? En estos textos, ¿a quiénes alcanza la salvación?

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GUIA DE LECTURA

"Dejaos reconciliar c o n Dios"

Antes de comenzar, buscamos 2 Cor 5 ,18 -21 .

>• Ambientación

Pablo quiere re tomar las relaciones con los crist ianos de Corinto. Forman u n a comunidad joven que, fundada t r as u n a pr imera acogida en tu s i a s t a del apóstol y s u evangelio, ahora se h a dividido y se h a d is tanc iado de él a c a u s a de la labor posterior de otros misioneros. Por este motivo, Pablo recuerda que Dios les h a devuelto la amis tad perdida a través de Cristo muer to y resuci tado pa ra que ellos sean testigos de la reconciliación con su propia vida.

>• Miramos nuestra vida

Vivimos en u n mundo t remendamente dividido a todos los niveles: personal, familiar, social, internacional. Los conflictos están a la orden del día: rupturas , desigualdades, injusticias sociales, divisiones, violencias, guerras. . . Nos toca desenvol­vernos en medio de este mundo tan amenazado y roto. Refle­xionamos sobre ello y respondemos a estas preguntas:

- ¿Qué rupturas o divisiones son las que más te preocu­pan? ¿Por qué?

- ¿A qué se debe este ambiente? ¿Qué soluciones ofrece la propia sociedad?

> Escuchamos la Palabra de Dios Las relaciones entre los miembros de la comunidad de

Corinto se h a n deteriorado, dando lugar a diversas faccio­nes . Por otro lado, Pablo h a sent ido u n d is tanc iamiento hac ia él y u n profundo cues t ionamien to de s u propio minister io. Por eso reacciona escribiendo es ta carta. En su texto propone el ejemplo de lo que Dios h a hecho con ellos por medio de Cristo, que es fuente de la reconciliación y base de la concordia entre todos.

• Invocamos al Espíri tu an tes de escuchar la Palabra pa ra poder acogerla en nosotros.

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• Un miembro del grupo lee en voz al ta 2 Cor 5 ,18-21 .

• Reflexionamos en silencio: leemos el pasaje personalmen­te y consul tamos las notas de nues t ra Biblia para entenderlo mejor.

• Respondemos j u n t o s a es tas p reguntas :

- ¿Quién toma la iniciativa en todo lo que ha acontecido de novedoso en Pablo y en los corintios?

- ¿Con qué palabras se describe la acción de Dios respec­to a los cristianos de Corinto? ¿Cuántas veces se repiten en estos pocos versículos?

- ¿Cuál es el papel de Cristo en la obra de reconciliación de Dios?

- ¿Cuál es la tarea que Dios ha encomendado a Pablo y a todos los cristianos? ¿Con qué términos describe el após­tol el encargo recibido de parte de Dios?

> Volvemos sobre nuestra v ida También nosotros nos sentimos apremiados por la exhor­

tación de Pablo: debemos dejarnos reconciliar con Dios. Sólo si volvemos a Dios, que amándonos tanto en Cristo nos renueva y nos introduce en la dinámica de la gratuidad, podremos realizar el servicio de la reconciliación t an necesa­rio en nues t ro mundo . Pensemos en ello y t r a t emos de res ­ponde r a las s iguientes p regun tas :

- ¿En qué notas tu necesidad de reconciliarte con Dios? ¿De qué modos puedes experimentar hoy la reconcilia­ción con Dios?

- ¿De qué manera concreta puedes colaborar a la reconci­liación en el ambiente en el que vives?

>• Oramos Le pedimos al Señor que su Espír i tu traiga su perdón a

nues t ros corazones y nos convierta en signos de concordia e ins t rumentos de s u paz en medio de nues t ro mundo .

Terminamos orando a partir de lo que el texto de Pablo h a suscitado en nosotros. Para ambientar este momento, cada participante escribe en u n papel u n sinónimo de la palabra

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"reconciliación" o una intención que exprese su empeño en ser­vir a la reconciliación; luego lo coloca a los pies de una cruz.

• Tras un breve silencio, leemos de nuevo 2 Cor 5,18-21. • Rezamos personal y comunitariamente a partir del

pasaje que hemos escuchado. • Acabamos cantando o recitando el texto "Hazme instru­

mento de tu paz", de san Francisco de Asís.

PARA PROFUNDIZAR

Jesús y el perdón que sana y salva

El proyecto originario del Dios Creador A través de un sinfín de vicisitudes y pruebas, el pueblo

de Israel fue madurando su manera de comprender a Dios, al ser humano y al universo. Y desde la experiencia de crisis que supuso el exilio en Babilonia, pensó sobre todos estos temas tan trascendentales y los plasmó en el relato que encontramos en Gn 1-3.

El autor sagrado retrata cómo pudo ser todo en el princi­pio para encontrar respuesta a los interrogantes que rondan su pensamiento. Y vislumbra lo siguiente. En el proyecto ori­ginario de Dios estaba previsto un mundo en el que el mismo Dios, el ser humano y la naturaleza vivieran una relación perfecta. El ser humano, hecho a imagen y semejanza de Dios, había sido invitado a vivir en medio del jardín del Señor, pudiendo dialogar con él, compartiendo su capacidad de hablar, poner nombre y dominar la creación. Rodeados por una naturaleza amable que proporcionaba todo lo nece­sario para vivir, el hombre y la mujer podían relacionarse entre sí en total armonía (Gn 1-2).

Pero casi de inmediato aparece misteriosamente la reali­dad del mal o pecado: el ser humano pretende ser como Dios, queriéndolo echar de este modo fuera de su propio jardín, y rompe la relación de comunión-dependencia con respecto al Señor. Rota esta relación primera, se introduce un factor de desestabilización en toda la realidad creada: Adán culpa a Eva (relaciones sociales), y Eva a su vez culpa a la serpiente (relaciones con la naturaleza).

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Así pues, desde los primeros capítulos de la Biblia el pecado se presenta como una realidad que afecta, en pri­mer lugar, a la dimensión teologal (se rompe la amistad con Dios) y que trastoca, en consecuencia, la dimensión social (se enturbia la relación entre los seres humanos) y la dimensión cósmica (la tierra se vuelve maldita y la relación del hombre con ella se torna áspera).

El plan histórico del Dios salvador

Israel, desde la experiencia de la liberación de Egipto, tomó conciencia de que Dios lo había elegido para mantener con él una relación especial. Yahvé había escogido este pequeño pueblo para ofrecerle su compañía y protección. Por su parte, este pueblo tenía que vivir en obediencia y fidelidad a Dios como una comunidad de hermanos en igualdad ante el Señor.

Para que no se olvidaran de su vocación de ser pueblo de Dios y de su tarea de vivir como un pueblo de herma­nos en igualdad, Yahvé les entregó un plan de viaje en su aventura de libertad: los mandamientos. En la tradición bíblica, los preceptos que salvaguardan la relación con Dios (Éx 20,3-11) son inseparables de aquellos que regu­lan el trato entre los miembros de Israel. La fidelidad a Yahvé, el Dios liberador que ha creado un pueblo de her­manos a partir de un grupo de esclavos, es lo único que puede garantizar su supervivencia como nación.

Pero Israel fue constantemente infiel a Dios. En la tierra de Canaán adoró a otros dioses y, consiguientemente, la fraternidad se vio afectada: las injusticias sociales, los abusos, la explotación del pobre, la esclavitud entre herma­nos de raza... afloraron en medio de este pueblo (Am 2,6-8; Miq 2,1-2). Los profetas, en nombre de Dios, denunciaron esta idolatría y las injusticias sociales que de ella se seguían, poniendo de nuevo al descubierto que la reconci­liación con Dios a través del culto no puede separarse de la reconciliación con los hermanos por medio de la justicia (Is 1,10-20).

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El proyecto definitivo de Dios Padre: el envío de su Hijo para salvar a los pecadores

Cuando J e s ú s comienza a anunc ia r en Galilea que el tiempo se h a cumplido y que el Reino de Dios está llegando (Me 1,15), retoma y lleva a cumplimiento el proyecto que Dios planeó desde la eternidad. La acogida de este anuncio, en palabras de J e s ú s , requiere fe y u n cambio de mentalidad. Dios viene a reinar como Padre, y J e s ú s quiere que todos lo descubran como tal y entren en relación con él. Esta es la novedad de la experiencia que J e s ú s tiene de Dios y que com­parte con todos: Dios viene como Padre y lo es para todos.

Con J e s ú s , pues , se res taura la relación fundamental con Dios, que es taba dañada a causa del pecado. Por eso, la pri­mera lucha de J e s ú s es contra el pecado, es decir, contra aquello que separa al ser h u m a n o de este Dios que es Padre. Un ejemplo evidente de esta lucha nos la ofrece Me 2. Un grupo lleva ante J e s ú s a u n paralítico. Su enfermedad, según la concepción de aquel tiempo, es u n a manifestación de su condición de pecador . Sin relación con Dios, el paralí t ico se encuent ra también marginado socialmente. Nadie quiere cuentas con él, excepto los amigos que lo portan y que creen en lo que J e s ú s dice: el Dios de la misericordia quiere sanar y salvar a los pecadores. Por eso J e s ú s se va a la raíz del pro­blema y, en primer lugar, res taura la relación de este hombre con Dios: "Hijo, t u s pecados te son perdonados" (Me 2,5). Y, para que quede constancia de que esta relación h a quedado sanada, a continuación cura su enfermedad: "Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa" (Me 2,11). El paralítico no solo h a sido sanado, recuperando su integridad y bienestar personal, sino que h a sido salvado, retomando la relación con Dios y la posibilidad de integrarse de nuevo en la sociedad.

Pero J e s ú s no se queda ahí, y ejemplifica con u n nuevo gesto la novedad del Reino, gesto que en gran parte le costó la vida. Algún estudioso h a llegado a afirmar que a J e s ú s lo mataron por el escándalo y el cuestionamiento de las normas que provocaron s u s comidas. Un caso típico es el banquete que le ofrece Leví. Después de curar a aquel paralítico de la camilla, J e s ú s l lama como discípulo a Leví, u n r ecaudado r de impues tos cons iderado por los j u d í o s como u n pecador

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(Me 2,13-14), y se sienta a comer con otros publícanos y peca­dores (Me 2,15-17). Con este gesto de compartir con ellos la mesa, J e s ú s manifiesta clara y provocativamente que el Reino de Dios está abierto a todos. Así hace presente a u n Dios que se acerca a todos y les ofrece s u amor, es decir, su perdón.

La Iglesia, depositaría del servicio y el anuncio de la reconciliación

El modo de ac tua r de J e s ú s siempre h a sido el modelo a imitar por cada u n o de los crist ianos y por el conjunto de la Iglesia como nuevo pueblo de Dios. Es ta h a acogido el Evangelio de Jesucr is to , que es la Buena Noticia del Reino de Dios, y por eso tiene la enorme responsabil idad de hacer visible que allí donde se acepta el Reino de Dios se genera u n a comunidad de he rmanos p lenamente h u m a n a .

La Iglesia entera h a de cuidar esta dimensión social de la reconciliación y manifestarse realmente al mundo como u n a verdadera fraternidad en la que todos experimentan con gozo que son hijos amados de Dios. Los cristianos seremos signo de unidad e instrumento de la paz de Dios solo cuando sea­mos capaces de transformar la realidad social en la que vivi­mos, denunciando la injusticia, mediando en los conflictos y promoviendo los derechos h u m a n o s fundamentales. De este modo nues t ra vivencia de la fe será auténtica y creíble.

PARA PREPARAR EL PRÓXIMO ENCUENTRO

En la próxima reunión nos acercaremos a una cuestión que generaba cierta inquietud en el seno de las primeras comunidades cristianas: lo relativo al juicio final y al papel de J e sús en él. Para preparar adecuadamente el encuentro leeremos algunos textos del Nuevo Testamento en los que se aborda este tema: Me 10,42-45; Me 14,53-62; Mt 25,31-46; J n 3,12-21; 2 Tim 4,1-5. Después de leerlos con atención, tratemos de responder a estas preguntas:

¿Qué se dice deljuicio en estos textos?

¿Qué papel desempeña Jesús en él y con qué títulos es caracterizado?

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NOTAS 13 JUEZ DE VIVOS Y MUERTOS

LECTURAS BÍBLICAS

Puesta en común sobre los textos de referencia Jesús, que se presentó a sí mismo como Hijo del hom­

bre, se sabía enviado por Dios con la tarea de juzgar, es decir, de poner a la luz la verdad y proponer el proyecto de Dios para que todos tengan vida. Esta tarea que inició en su vida terrena tenía que llevarla a término al final de los tiempos, desvelando el sentido de la historia y de las vidas de todos.

Los pasajes que hemos leído son los siguientes: Me 10,42-45; 14,53 62; Mt 25,31-46; J n 3,12-21; 2 Tim 4,1-5, tratando de responder a estas preguntas:

¿Qué se dice del juicio en estos textos? ¿Qué papel desem­peña Jesús en él y con qué títulos es caracterizado?

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GUÍA DE LECTURA

"El Padre ha dado al Hijo todo el poder de juzgar"

Antes de comenzar, buscamos Jn 5,17-30.

>• Ambientación El estanque de Betesda donde Jesús curó al paralítico era

un lugar frecuentado por cojos, ciegos y lisiados. Es decir, gente que, según la Ley judía, era considerada pecadora y quedaba marginada socialmente. Como veremos, el juicio de Jesús sobre ellos es totalmente diferente.

> Miramos nuestra vida Es una costumbre social muy arraigada el emitir juicios

sobre lo que le sucede a la gente que se mueve a nuestro alrededor. Y en nuestros juicios solemos ser duros, inflexi­bles e intolerantes, hasta el punto de condenar con suma frecuencia los comportamientos que nos resultan chocan­tes. Piensa en todo ello y responde a estas preguntas:

- En nuestra sociedad y en nuestro entorno, ¿cuáles son los juicios que con más frecuencia se hacen?

- Ante las miserias o deslices de los demás, ¿cómo sueles actuar? ¿Por qué gusta tanto condenar?

> Escuchamos la Palabra de Dios En el evangelio de Juan, Jesús se presenta como el que

ha recibido del Padre el encargo de juzgar. Pero el juicio que Dios hace es muy distinto del que solemos llevar a cabo los hombres: no busca la condena, sino la vida y la salvación de todos. Sólo quien se cierra al don de Dios se autoconde-na por no aceptar la vida.

• Antes de escuchar la Palabra, nos preparamos para acogerla invocando la presencia del Espíritu.

• Un miembro del grupo lee en voz alta J n 5,17-30.

• Reflexionamos en silencio: leemos el pasaje personal­mente y consultamos las notas de nuestra Biblia para entenderlo mejor.

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• Respondemos juntos a estas preguntas: - ¿Qué día se desarrollan los sucesos que desencadenan

este diálogo?

- ¿Cuál es la razón por la que Jesús actúa de este modo?

- ¿Quién envía a Jesús? ¿Qué encargos y poderes ha reci­bido de su parte?

- ¿Cuáles son las tres palabras que más se repiten en el texto?

- ¿Qué relación tiene Jesús con el Padre?

- ¿Cuál es la finalidad que persigue el juicio que Jesús lleva a cabo?

> Volvemos sobre nuestra vida Jesús tiende la mano al paralítico que la Ley consideraba

pecador y condenaba a permanecer marginado para siem­pre. De este modo le muestra que el juicio que Dios trae por medio suyo es de salvación. Lo que Dios quiere es que todos tengan vida, y que la tengan en abundancia. Reflexionemos sobre ello y respondamos a estas preguntas:

- ¿En qué aspectos te parece que la Iglesia es fiel al modo de juzgar de Dios? ¿Por qué?

- ¿Qué acciones concretas puedes realizar para que tus juicios sean como los de Dios? ¿Qué actitudes tendrías que cultivar en tu vida para ello?

>• Oramos Terminamos presentando nuestra oración al Juez miseri­

cordioso, para que nos haga capaces de juzgar con la mis­ma medida con la que él realiza su juicio, con una medida rebosante de misericordia y compasión.

Concluimos rezando desde lo que la lectura del evangelio ha suscitado en nosotros.

Para ambientar este momento podemos poner en medio del grupo una balanza (símbolo de la justicia) y un corazón grande (símbolo de la misericordia).

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• Tras prepararnos con un breve silencio, leemos de nuevo J n 5,17-30.

• Rezamos personal y comunitariamente a partir del pasaje que hemos escuchado.

• Acabamos cantando o rezando el salmo 72 (71), titulado "Que defienda a los humildes".

PARA PROFUNDIZAR

Jesús, el Hijo del hombre

Cuando cada domingo confesamos la fe en Jesucristo con el credo de los apóstoles, profesamos que, tras la resurrec­ción y exaltación a la derecha de Dios Padre, se espera que vuelva un día desde allí "a juzgar a vivos y a muertos". Si proclamamos el credo niceno-constantinopolitano, entonces añadimos que el Señor vendrá con gloria a realizar un juicio que dará origen al Reino de Dios, que "no tendrá fin".

En el judaismo existía una figura que iba a llevar a cabo este juicio final y al que se le entregaría el Reino de Dios como representante de los fieles del Altísimo: el Hijo del hombre. Jesús se identificó con él durante su vida. Si hay un título que se aplicó Jesús a sí mismo, ese es el de "Hijo del hombre". Siempre que aparece en el Nuevo Testamento está en su boca, cosa que contrasta con el escaso uso que del mismo se hace entre los primeros cristianos. Tras la resurrección, la Iglesia primitiva aplicó a Jesús los títulos de Señor, Mesías e Hijo de Dios, pero no el de "Hijo del hombre". Si los evangelistas lo mantuvieron es porque Jesús se lo aplicó a sí mismo.

El Hijo del hombre en el libro de Daniel Al rastrear este título en el Antiguo Testamento, nos

encontramos con el libro de Daniel, una obra que se escribe en el siglo II a .C, hacia el año 165. Muchos estudiosos lla­man a este libro el "Apocalipsis" del Antiguo Testamento, como correlativo del Apocalipsis de san Juan.

En el capítulo 7 de Daniel hallamos por primera vez la expresión "hijo del hombre". El joven Daniel tiene una visión en la que aparecen cuatro bestias que representan a

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cuatro grandes imperios. Estos comparecen ante unos tro­nos donde la corte celestial, con Dios a la cabeza, va a juz­gar. El Señor quitará el poder a las tres primeras bestias y eliminará a la cuarta. Es en este momento cuando aparece un personaje misterioso con aspecto de hijo del hombre, es decir, humano. Como viene sobre las nubes del cielo, es un ser trascendente (Dn 7,13). A él Dios le entrega el poder y el Reino, que está destinado a todos los pueblos. Por tan­to, le da un reino universal (Dn 7,14).

Pero, a pesar de lo que pueda parecer a primera vista, este "hijo del hombre" no es un simple personaje indivi­dual, sino que es símbolo de los fieles del Altísimo, es decir, el pueblo de Dios en Israel. Ciertamente, resulta curioso que a continuación Dios diga que este Reino lo recibirán "los fieles del Altísimo". De este modo, el "Hijo del hombre", más que una figura individual, sería una colectividad en la que están representados los fieles del Altísimo (Dn 7,18.27), que son los destinatarios de este Reino de Dios.

El Hijo del hombre, una figura misteriosa en el judaismo A partir del libro de Daniel, la figura del Hijo del hombre

comenzará a desarrollarse hasta adquirir rasgos mesiánicos. Desde el siglo III a.C. encontramos en la literatura judía un gran interés por los misterios divinos que son revelados por medio de personajes como Henoc y Esdras. A esta corriente literaria pertenece la apocalíptica, que busca dar fuerzas a los creyentes para mantenerse fieles en medio de un ambien­te hostil, como era el de los reyes seléucidas y su proyecto de helenización de Palestina.

En los libros apócrifos atribuidos a Henoc y a Esdras -igual que ocurre en el de Daniel- aparece el Hijo del hom­bre. Se trata de un ser que está en el cielo, una especie de hombre celestial que existe desde siempre. Este Hijo del hombre vendrá al final de los tiempos sobre las nubes para juzgar al mundo y dar origen al pueblo de los santos.

Esta corriente apocalíptica fue delineando poco a poco el perfil de este personaje hasta llegar a identificarlo con el Mesías de Israel. Así se abría paso una nueva corriente de expectación mesiánica que no ponía su esperanza en un

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soberano descendiente de David con poder militar para ven­cer primero a los griegos y después a los romanos. En este proceso fueron dibujándose los rasgos del Hijo del hombre:

- Es un personaje que está fuera de la historia y que vendrá al final de los tiempos.

- Tiene rasgos humanos, pero pertenece a la esfera celeste.

- Existe desde antes de la creación del mundo y del inicio de la historia.

- Es el "Elegido", que en el Antiguo Testamento mantiene una estrecha relación con Dios, porque lo ama y lo protege y porque le tiene reservada una misión espe­cial. Esta figura se identifica, por ejemplo, con el Siervo de Yahvé del profeta Isaías.

- Dios le ha dado poder para llevar a cabo el juicio final y realizar su salvación definitiva.

Jesús como Hijo del hombre Toda esta corriente llega a los tiempos de Jesús. La influen­

cia de Daniel y de toda la literatura apocalíptica judía en el Nuevo Testamento no se reduce al libro del Apocalipsis, pues también ha dejado una huella enorme en los evangelios. El anuncio de la implantación del Reino de Dios y la venida del Hijo del hombre han encontrado eco en la Buena Noticia de Jesús: "Se ha cumplido el plazo y está llegando el Reino de Dios" (Me 1,14-15).

Jesús vivirá e interpretará su mesianismo a la luz de las figuras del Hijo del hombre y del Siervo de Yahvé. Su encar­nación significaría la irrupción del Reino de Dios en la histo­ria. Desde ambas imágenes, Jesús describió su identidad como Hijo de Dios:

- Por un lado, al identificarse con estas figuras desvela­ba la conciencia de saberse en una relación especial con Dios. No era un profeta más.

- Por otro lado, esto le permitió descubrir que su misión consistía en anunciar la llegada del Reino de Dios, que había sido puesto en sus manos y que debía ser ofreci­do a todos sin excepción. Por eso Jesús realizó una

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serie de acciones para significar que con él había irrumpido el tiempo definitivo de Dios.

- Pero su misión no terminará hasta el final de los tiem­pos. Como Hijo del hombre aparecerá para instaurar el Reino de Dios y llevar a plenitud la historia de este mundo. Y como Siervo de Yahvé, solidario con la huma­nidad doliente, dictará sentencia según la actitud de cada ser humano hacia sus semejantes: "Os aseguro que cuando lo hicisteis con uno de estos mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis" (Mt 25,40).

PARA PREPARAR EL PRÓXIMO ENCUENTRO Para preparar la próxima reunión leeremos tres textos del Antiguo Testamento que con el paso del tiempo ayudarían a los primeros cristianos a comprender quién era verdade­ramente Jesús de Nazaret. Los pasajes en cuestión son los siguientes: Gn 1,1-5; Bar 3,32-4,4; Sab 9,1-18. Vamos a leer también Jn 1,1-14, un pequeño tratado sobre Cristo que nos ofrece el cuarto evangelio en sus primeros versícu­los. Después de leerlos con atención, tratemos de respon­der a estas preguntas:

¿Qué elementos de estos textos del Antiguo Testamento encontramos en el pasaje del evangelio

que hemos leído referidos a Jesús? ¿En qué sentido se le aplican?

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NOTAS — 14 EN ÉL FUERON CREADAS TODAS

LAS COSAS

LECTURAS BÍBLICAS

Puesta en común sobre los textos de referencia Cuando los primeros cristianos confiesan y celebran su fe

en Cristo muerto y resucitado lo hacen a partir de textos de las "Escrituras" que hasta entonces conocían, es decir, nues­tro Antiguo Testamento (Gn 1,1-5; Bar 3,32-4,4; Sab 9,1-18). En ellas encuentran una serie de elementos que les permiten profundizar en la persona de Jesús y en las repercusiones de su misión salvadora para el mundo (Jn 1,1-14). Al refle­xionar sobre algunos de esos textos, queríamos responder a estas preguntas:

¿Qué elementos de estos textos del Antiguo Testamento encontramos en el pasaje del evangelio que hemos leído referi­dos a Jesús? ¿En qué sentido se le aplican?

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GUÍA DE LECTURA

"Cristo es el principio de todo"

Antes de comenzar, buscamos Col 1,3-20.

>- Ambientación La comunidad cristiana de Colosas vive su fe en un

ambiente muy plural. Las propuestas de salvación son variadas y provienen de distintos ámbitos: religiones paga­nas, escuelas filosóficas, astrología, judaismo... En medio del interés que estas propuestas muestran sobre el lugar del ser humano en el gran engranaje del universo del que forma parte, la carta a los Colosenses propone a Cristo como la piedra angular de toda la creación y el único salvador del mundo.

>- Miramos nuestra vida Hoy en día existe también una preocupación creciente

con las cuestiones relacionadas con el universo. Tanto la ciencia como la filosofía tratan de descubrir cuál es su ori­gen, cómo ha evolucionado, cómo tenemos que cuidarlo para que el mundo tenga futuro.

- ¿Qué piensa la gente de tu entorno acerca de la crea­ción? ¿Es fruto del azar y de la casualidad? O por el con­trario, ¿descubren la presencia de un proyecto tras el universo?

> Escuchamos la Palabra de Dios En todo el ámbito del Mediterráneo del siglo I d .C, y en

Colosas de manera particular, se interpretaba el universo y su funcionamiento a partir de las escuelas filosóficas de moda, la astrología y las más variopintas religiones. Todas ellas perseguían profundizar en el conocimiento del mundo. En medio de este ambiente, los cristianos contemplaron el universo a la luz del misterio pascual de Cristo y reconocie­ron que él es el principio y el fin de todo lo creado.

• Antes de escuchar la Palabra, nos preparamos para acogerla. En silencio, invocamos la presencia del Espíritu.

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• Un miembro del grupo lee en voz alta Col 1,3-20. • Reflexionamos en silencio: leemos el pasaje personal­

mente y consultamos las notas de nuestra Biblia para entenderlo mejor.

• Respondemos juntos a estas preguntas: - ¿Cuáles son los frutos que ha producido el anuncio del

evangelio entre los cristianos de Colosos según Col 1,3-8? - Según Col 1,9-14, ¿qué han de conocer mejor los colo­

senses? ¿En qué se va a traducir ese conocimiento? -¿Con qué títulos se describe a Cristo en Col 1,15-18?

Según ellos, ¿cuál es el papel de Cristo en el plan de Dios para el universo?

- ¿Por qué camino, según Col 1,19-20, Dios ha traído la salvación?

> Volvemos sobre nuestra vida Nosotros estamos llamados a mirar el cosmos como los

colosenses, yendo un paso más allá de las interesantes opi­niones de la ciencia y de los pensadores de moda. De esta manera, además de comprender su funcionamiento físico, podremos descubrir que el universo refleja a Cristo, pues todo encuentra en él su origen y su fin. Pensemos sobre ello y tratemos de responder a las siguientes preguntas:

- Cuando miras el mundo de esta manera, ¿qué cambia en tu visión acerca de él?

- ¿Cómo se ve afectado entonces tu compromiso con res­pecto a un universo llamado también a la salvación?

> Oramos El Dios de nuestros antepasados, el que ha iniciado y

acompañado nuestra historia, es también el Señor del uni­verso. Él ha soñado un mundo en el que el ser humano y todo lo creado tienen vocación de plenitud. Alabemos a Dios por la grandeza del universo y del ser humano, y pidámosle que nos ayude a colaborar en su plan de llevar a la humanidad y su mundo hacia los cielos nuevos y la tierra nueva.

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Terminamos recogiendo en forma de oración lo que nos ha inspirado el inicio de la carta a los Colosenses. Para ambien­tar este momento colocamos algunas imágenes que repre­senten la belleza y la inmensidad del universo creado.

• Tras prepararnos con un breve silencio, leemos de nue­vo Col 1,3-20.

• Rezamos personal y comunitariamente a partir del pasaje que hemos escuchado.

• Acabamos cantando la canción Cristo, alegría del mundo.

PARA PROFUNDIZAR

"Todo fue creado por él y para él"

Los inicios del proyecto de Dios: "Al principio creó Dios el cielo y la tierra"

La Biblia se abre con unas páginas que presentan los ini­cios del proyecto divino: Dios crea con su palabra poderosa un escenario en el que se va a desenvolver su historia con la humanidad. Un mundo poblado de vida, fruto del amor de Dios, que refleja la gloria de su Creador. Todo el universo habla del Dios que lo ha modelado: "Los cielos proclaman la gloria de Dios, el firmamento pregona la obra de sus manos" (Sal 19,1).

Pero si existe un ser que manifiesta la bondad del Creador, ese es el ser humano, imagen y semejanza de Dios. Dios lo ha creado con la capacidad de dialogar y compartir la vida junto a su Creador (Gn 2); lo ha creado hombre y mujer, es decir, capacitado para vivir en relación con los otros, y le ha dado la posibilidad de continuar su obra creadora mediante el cui­dado del universo (Gn 1,28-30). Ante el ser humano se encuentra la responsabilidad de colaborar con el proyecto que Dios ha puesto en marcha.

Pero este proyecto de Dios está amenazado por la realidad del pecado. Cuando el ser humano desea ser como Dios y usurpar su lugar, las relaciones con los otros hombres y con el mundo entero también se deterioran (Gn 3).

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Por tanto, Dios y el ser humano están unidos en el esce­nario de una historia que es de salvación. Aunque es una historia que encuentra la oposición del pecado.

En el centro de la historia: "La Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros"

La historia de Dios con la humanidad, representada de un modo especial en la relación con Israel, estuvo llena de luces y sombras. Es una historia de fidelidades e infidelida­des, con muchas más penas que glorias.

En tiempos del emperador Augusto, "durante el mandato de Quirino, gobernador de Siria" (Le 2,ls), Jesús nació en Belén. Un episodio más de la insignificante historia de este pequeño pueblo. En compañía de un grupo de seguidores, este judío criado en Nazaret habló de Dios como su Padre con una autoridad inusitada, llevó a cabo acciones prodigio­sas como manifestación de la presencia del Reino de los Cielos en medio de la humanidad y avivó ciertas esperanzas mesiánicas. Pero su final fue en apariencia el de un profeta más, muerto de modo violento, como casi todos ellos. Un Mesías crucificado, un Hijo de Dios ajusticiado.

Sin embargo, de forma insospechada, esta historia expe­rimentó un vuelco. Una noticia increíble cambió el ánimo de sus discípulos y les permitió verlo todo con una nueva luz: ¡El Crucificado ha resucitado! Todo había acontecido de un modo inesperado, paradójico, pero había sido así. El final trágico se había convertido en el inicio de la etapa definitiva de la historia. La salvación se había hecho presente para todos a través de la resurrección de Jesús. Muchos aspectos de lo que había acontecido en la vida del Nazareno tenían finalmente sentido. Además, este lanzó una luz nueva sobre las Escrituras. Las figuras del Hijo del hombre y el Siervo de Yahvé -entre otras que aparecen en muchos salmos-ayudaron a comprender y asimilar la novedad que había supuesto Jesús. Verdaderamente, el Mesías crucificado era el Hijo de Dios. Este había justificado y reconciliado a todos los seres humanos por medio de la muerte de su Hijo en la cruz, al que había resucitado de entre los muertos.

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Y en la Palabra se cumplieron todas las palabras: "Les explicó lo que decían de él las Escrituras"

La sabiduría es otra de esas figuras del Antiguo Testa­mento que permitieron descubrir el misterio escondido des­de la creación del mundo y desvelado ahora en Jesucristo (Prov 8; Ecl 24; Sab 7-8; Bar 3-4). El Crucificado era la manifestación de la sabiduría de Dios capaz de confundir a los sabios y entendidos de este mundo. Él era la Palabra por medio de la cual había sido creado todo el universo; era la imagen del Dios invisible que había sido modelo de la crea­ción y también del ser humano. "El primogénito de los que triunfan sobre la muerte", el Resucitado, era también "el pri­mogénito de toda criatura" (Col 1,15-20). Por tanto, la sal­vación inaugurada por Jesucristo con su resurrección tenía que tener repercusiones en toda la realidad creada.

Ciertamente, la historia había vivido su momento culmi­nante. No solo el hombre había sido liberado de la esclavitud del pecado, sino que todo el universo había experimentado el gozo de la salvación. El destino del ser humano y del cosmos estaba marcado de modo definitivo: "La creación vive en la esperanza de ser también ella liberada de la servidumbre de la corrupción y participar así en la gloriosa libertad de los hijos de Dios" (Rom 8,20-21). La esperanza inaugurada por Jesús era una esperanza cósmica, porque todo el universo, desde la creación del mundo, tenía su sello y participaba de la victoria del Resucitado.

Toda la realidad creada, con el ser humano a su cabeza, ya participa de la salvación inaugurada por Jesucristo. Pero todavía no goza de ella en plenitud. Por eso san Pablo, des­pués de reflexionar durante casi ocho capítulos sobre la fuerza salvadora del Evangelio de Jesucristo, afirma: "Sabe­mos que la creación entera está gimiendo con dolores de parto hasta el presente. Pero no solo ella; también nosotros, los que poseemos las primicias del Espíritu, gemimos en nuestro interior suspirando para que Dios nos haga sus hijos y libere nuestro cuerpo. Porque ya estamos salvados, aunque solo en esperanza" (Rom 8,22-24).

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El final de la historia de la salvación: "Vi un cielo nuevo y una tierra nueva"

Cuando los rabinos comentan el inicio de la Biblia se pre­guntan por qué comienza como lo hace. "En el principio"... traduce una palabra hebrea (bereshit) cuya primera letra es la bet. Es una letra abierta solo hacia delante. De esta manera, dicen algunos rabinos, la primera página no retrata un mundo que ha quedado atrás ni invita a la año­ranza, sino el proyecto de Dios que solo puede llegar a ple­nitud yendo hacia el futuro. Y de eso nos hablan precisamente las últimas páginas de la Biblia (Ap 21-22).

La resurrección de Jesús ha obrado la salvación divina ya aquí para el ser humano y para todo el cosmos. De este modo ha dado a la historia y a todo el universo un impulso definitivo hacia su consumación, hasta que el cielo nuevo y la tierra nueva broten de las manos del Señor. En esa nueva creación, el ser humano y Dios vivirán totalmente reconcilia­dos (Ap 21,1-5). Mientras tanto hemos de seguir cuidando el universo con la esperanza firme en el Dios que puede hacer nuevas todas las cosas.

PARA PREPARAR EL PRÓXIMO ENCUENTRO

La historia de la salvación tiene como momento central la encarnación de Jesucristo. María de Nazaret es la mujer que, ñel a la voluntad de Dios, acogió en su seno el misterio del Dios hecho Niño para la salvación del mundo. Para pre­parar la próxima reunión leeremos algunos textos que nos hablan de María. En ellos se ve cómo los primeros cristia­nos fueron comprendiendo diversos aspectos de su figura. Los pasajes en cuestión son los siguientes: Mt 1,16-25; Hch 1,13-14; Gal 4,4-7. Después de leerlos con atención, tratemos de responder a esta pregunta:

¿Cómo describen estos textos la figura de María en el plan de salvación de Dios?

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NOTAS —

J

15 CONCEBIDO POR OBRA Y GRACIA DEL ESPÍRITU SANTO

LECTURAS BÍBLICAS

Puesta en común sobre los textos de referencia La gran importancia que María fue adquiriendo en el

cristianismo se entiende desde la relación especial que tuvo con su Hijo. La grandeza de esta mujer va ligada a su condición de madre de Jesús de Nazaret, el Hijo de Dios. Por eso, al igual que pasó con Jesús , la figura de María fue retratada de modo muy diferente en los diversos libros del Nuevo Testamento. Al asomarnos a Mt 1,16-25, Hch 1,13-14 y Gal 4,4-7, queríamos responder a esta pregunta:

¿Cómo describen estos textos la figura de María en el plan de salvación de Dios?

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GUIA DE LECTURA

"El Espíritu Santo vendrá sobre ti"

Antes de comenzar, buscamos Le 1,26-38.

> Ambientación En el inicio del evangelio, Lucas nos invita a viajar desde

Jerusalén, donde ha sucedido el anuncio del nacimiento del Bautista a Zacarías, hasta Nazaret. En esta pequeña aldea de Galilea, la mirada de Dios se fija en María, una joven mujer comprometida en matrimonio. Con ella cuenta para que su propio Hijo se haga hombre y traiga la salvación definitiva al mundo.

> Miramos nuestra vida Hay gente que en su vida profesional o personal se orienta

y hace planes dejándose llevar por corazonadas. Dicen que han escuchado la llamada de su corazón y se han lanzado en la dirección soñada. Hay otros que han descubierto por dónde debían orientar su futuro al cruzarse con alguien cuya personalidad o profesión les han cautivado. Piensa en todo ello y responde a estas preguntas:

- En tus proyectos, ¿qué personas o factores te han influido?

- ¿Alguna vez has cambiado de planes en alguna deci­sión importante de tu vida? ¿Por qué?

> Escuchamos la Palabra de Dios María también había hecho sus planes junto con su pro­

metido, José, pero descubrió que Dios contaba con ella para un proyecto mucho mayor. Se trataba de un plan que parecía imposible, pero ella se fió de Dios y de la fuerza de su Espíritu. Aparcó sus sueños y puso su pequenez a dis­posición de Dios.

• Escuchamos la Palabra de Dios. Como María, nos pre­paramos para acogerla en silencio y con un corazón bien dispuesto.

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• Proclamamos Le 1,26-38. • Reflexionamos en silencio: leemos el pasaje personal­

mente y consultamos las notas de nuestra Biblia.

• Respondemos juntos a estas preguntas:

- ¿Dónde y cuándo tiene lugar el anuncio del nacimiento de Jesús? ¿Quiénes son los protagonistas de esta esce­na? ¿Qué se dice de ellos?

- ¿Quién toma la iniciativa? - ¿Qué títulos se utilizan para hablar de la persona y la

misión de Jesús? - ¿Con qué palabras se describe a María? ¿Con qué acti­

tud responde a la propuesta de Dios?

>• Volvemos sobre nuestra vida Dios desea llevar adelante el proyecto de salvación para

todos. Y para ello sigue invitando, como hizo con María, a quienes están atentos a su llamada. Necesita gente que, con corazón humilde, se fíe de su Palabra, la acoja y le permita fructificar en su vida.

- ¿Cuáles piensas que son hoy los proyectos que Dios nos propone como prioritarios para nuestra vida, nuestra Iglesia y nuestra sociedad?

- ¿En qué aspectos te descubres llamado a colaborar en esos proyectos? ¿Qué dificultades experimentas? ¿Cómo las puedes superar?

>• Oramos María, una mujer sencilla, sin grandes pretensiones en

su vida, escuchó un día la llamada de Dios a algo mucho más grande de lo que jamás soñó. Se fió de Dios y, llena de fe, aceptó dar a luz su Palabra para llenar de claridad el mundo. También nosotros pedimos al Señor que nos haga asiduos oyentes de su Palabra y nos dé la disponibilidad y generosidad de María para que Jesús siga naciendo.

Como símbolo, colocamos en el centro del grupo una ima­gen de María y a sus pies ponemos una Biblia abierta.

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• Nos preparamos con un breve silencio y leemos de nue­vo Le 1,26-38.

• Rezamos personal y comunitariamente a partir del pasaje que hemos escuchado.

• Acabamos cantando el "avemaria" o una canción mariana.

PARA PROFUNDIZAR

La maternidad de María

No fue hasta el siglo V, en el Concilio de Éfeso, cuando los Padres de la Iglesia definieron solemnemente el dogma de la maternidad divina. Después de muchas discusiones, se decla­raba que la Virgen María es verdadera Madre de Dios, por haber engendrado por obra del Espíritu Santo y dado a luz a Jesucristo en cuanto hombre. Pero este dogma hunde sus raí­ces en el Nuevo Testamento, donde María aparece retratada en los distintos escritos con rasgos complementarios.

"¿No es este el carpintero, el hijo de María?" Pablo -cuyos escritos son los más antiguos del Nuevo

Testamento- hace una sola mención de María, sin ni siquiera llamarla por su nombre ("Dios envió a su propio Hijo, nacido de mujer, nacido bajo el régimen de la Ley...": Gal 4,4). Será Marcos quien recoja la tradición evangélica más antigua. En su evangelio solo aparecen dos referencias a María. Ciertamente, la gran preocupación de Marcos es explicar quién es Jesús y cuáles son las actitudes y los comportamientos que se esperan de quien desee ser su dis­cípulo. Él es el Mesías e Hijo de Dios, pero de una forma paradójica. De ahí que apenas dedique un par de versículos a la figura de María. Aparentemente, la madre de Jesús no sale bien parada, pero en el fondo se da inicio a una refle­xión sobre María de Nazaret y su papel en la historia de la salvación que el resto de la tradición evangélica irá desarro­llando poco a poco.

En Me 3,31-35 encontramos el primer texto llamativo. El mensaje de Jesús y las acciones que realiza desconciertan a todos -también a su familia-, y las reacciones no se hacen esperar: los fariseos y los herodianos deciden acabar con él;

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los escribas lo consideran un endemoniado; otros lo califican como loco, y la propia familia, con su madre a la cabeza, va en su busca, probablemente movida por estos comentarios. La reacción de Jesús es distanciarse de los de su casa y afirmar que su familia la forman aquellos que están dis­puestos a cumplir la voluntad de Dios. Tras el aparente des­precio a su madre y a sus familiares, Jesús quiere mostrar que con el anuncio del Reino se han iniciado unas nuevas relaciones, que son superiores a las de sangre y están basa­das en la obediencia a la voluntad del Padre.

La segunda referencia a María es la de Me 6,3, el único texto del Nuevo Testamento que nombra a Jesús como "el carpintero, el hijo de María". Un sábado, Jesús visita su pueblo y va a la sinagoga. Sus palabras producen un gran asombro entre sus paisanos a causa de la distancia que existe entre su enseñanza y su origen humilde. De este modo, como sin querer, Marcos nos dice que Jesús, el Mesías que va a entregar su vida en la cruz manifestándose como el Hijo de Dios, no es otro que "el carpintero, el hijo de María". Por tanto, el evangelista Marcos está diciendo de un modo sutil que Jesús, el Mesías crucificado y resucitado, es el Hijo de Dios y el Hijo de María. Y, por consiguiente, ella es la madre de Dios.

María, la madre de Jesús, hijo de David y de Abrahán, Dios con nosotros

El evangelista Mateo supone un paso más en la tradición evangélica y en la reflexión sobre Jesús y, por tanto, sobre su madre. Recoge los mismos textos de Marcos, pero les da su toque personal. Ya no habla de Jesús como el hijo de María, sino de María como la madre de Jesús. Pero es en el evangelio de la infancia (Mt 1-2) donde Mateo ofrece refle­xiones más profundas sobre la figura de María y su función en la historia de la salvación.

Mateo es el único que comienza su evangelio con la genealogía de Jesús (Mt 1,1-18). La historia de la salvación, que ha tomado un giro inesperado en la persona de Jesús, hunde sus raíces en la historia de Israel y en la de esta familia concreta. En una cadena de nombres encontramos a

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grandes personajes, como Abrahán o David, y otros menos conocidos. Nos fijamos en la presencia de cinco mujeres que, en medio de una historia dominada por reyes y varones, se convierten en protagonistas. En las cuatro primeras se sigue el mismo esquema: "Judá engendró de Tamar a...". Pero cuando le llega el turno a María y esperaríamos un "José engendró de María a...", nos encontramos con que se dice: "José, el esposo de María, de la cual nació Jesús". Así se excluye la generación por obra de José.

De este modo, Mateo subraya que Dios, el protagonista último de la historia de la salvación, ha contado siempre con personas de todo tipo y le ha asignado a María el papel especial de ser la madre de su Hijo. El Mesías, hijo de David e hijo de Abrahán, depositario de las promesas para Israel y para todos los pueblos, es el Hijo de Dios y ha escogido a María para que sea su madre. Su hijo, que es a la vez el Hijo de Dios, será el Emmanuel, el "Dios con nosotros".

María, dichosa porque escucha la Palabra de Dios y la cumple

Para comprender la descripción que Lucas hace de María tendríamos que leer también el libro de los Hechos de los Apóstoles. Aunque al igual que Mateo escribe un evangelio de la infancia, su presentación y sus subrayados son dife­rentes.

Algunos textos se sitúan en la misma línea de Marcos y parecen señalar cierta distancia entre Jesús y María (Le 8,21). Por eso, Jesús rechaza el piropo que un día una mujer diri­ge a su madre -"Dichosos el seno que te llevó y los pechos que te amamantaron"- y reafirma los nuevos vínculos fami­liares: "Más bien, dichosos los que escuchan la Palabra de Dios y la ponen en práctica" (Le 11,27-28).

Sin embargo, Lucas, en su evangelio de la infancia (Le 1-2), además de presentar a María como la elegida del Señor, la llena de gracia y la madre del Hijo de Dios por la acción del Espíritu, subraya su condición de discípula que está a la escucha de la Palabra de Dios (Le 1,28-37), cree lo que le dice (Le 1,45) y permite que en ella se cumpla (Le 1,38.45). De este modo la convierte en modelo de creyente y discípula

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que, tras la muerte y resurrección de Jesús, seguirá perse­verando en la oración y en la escucha junto a los discípulos (Hch 1,13-14).

La madre de Jesús, madre de los discípulos El evangelista Juan forma parte del último peldaño en la

reflexión del Nuevo Testamento. Y, al tiempo que se acerca a Jesús desde otras perspectivas, profundiza en la figura de María.

En el evangelio, María aparece en dos momentos clave. Al principio, en las bodas de Cana (Jn 2,1-12), es descrita como "la madre de Jesús" y él la llama insólitamente "mujer". Junto a los discípulos, asiste al inicio de la mani­festación de la gloria de su hijo. Ella es la que intercede para que la hora de Jesús acontezca. Leído a un nivel sim­bólico, María representa como mujer a todo el pueblo de Dios con el que Jesús viene a hacer alianza.

Al final del evangelio, en el Calvario (Jn 19,25-27), Juan relata la escena de Jesús en la cruz, a cuyos pies se encuen­tran su madre y el discípulo amado. De nuevo llama a su madre "mujer". Y en ese instante en el que Jesús se mani­fiesta plenamente, también revela quién es su madre y cuál es su misión: a partir de ese momento, María será la madre del discípulo amado y de todos los discípulos.

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ÍNDICE

Presentación 5

Nos disponemos a ver cómo Dios actúa en la historia 11

1 Las confesiones de fe en el Nuevo Testamento 13 • Guía de lectura: 1 Cor 15,1-11 14 • Para profundizar: "¡Ha resucitado!" 15

2 Dios ha exaltado a J e sús a su derecha 19 • Guía de lectura: Rom 6,1-11 20 • Para profundizar: Nueva vida en Cristo 22

3 Dios entregó a su Hijo por nosotros 25 • Guía de lectura: Rom 8,31-39 26 • Para profundizar: El amor de Dios, manifestado

en Cristo, Señor nuestro 28

4 Bautizado por J u a n en el Jordán 33 • Guía de lectura: Me 1,1-11 34 • Para profundizar: El misterio del bautismo de Jesús . . . 36

5 Jesucristo nos lo ha dado a conocer 41 • Guía de lectura: Le 4,14-30 42 • Para profundizar: El Reino de Dios 44

6 Expulsa a los demonios con el poder de Dios 49 • Guía de lectura: Me 1,21-28 50 • Para profundizar: Milagros de Jesús , signos

del Reino 52

7 Se transfiguró ante ellos 57 • Guía de lectura: Me 9,2-8 58 • Para profundizar: Profeta poderoso en obras

y palabras 60

8 Mira, viene tu Rey 65 • Guía de lectura: Mt 21,1-11 66 • Para profundizar: Jesús , el Mesías 68

9 Destruid este templo 73 • Guía de lectura: Me 11,15-19 74 • Para profundizar: J esús , el nuevo Templo 76

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10 Esta es la copa de la Nueva Alianza 81 • Guía de lectura: Le 22,14-21 82 • Para profundizar: La última cena de J e s ú s 84

11 Habiendo amado a los suyos, los amó hasta el extremo 89 • Guía de lectura: J n 13,1-17 90 • Para profundizar: "Por nosotros

y nuest ros pecados 92

12 El Padre nos ha reconciliado en Cristo 97 • Guíade lectura: 2 Cor 5,18-21 98 • Para profundizar: J e sús

y el perdón que s a n a y salva 100

13 Juez de vivos y muertos 105 • Guía de lectura: Jn 5,17-30 106 • Para profundizar: J esús , el Hijo del hombre 108

14 En él fueron creadas todas las cosas 113 • Guía de lectura: Col 1,3-20 114 • Para profundizar: "Todo fue creado por él

y para él" 116

15 Concebido por obra y gracia del Espíritu Santo 121 • Guía de lectura: Le 1,26-38 122 • Para profundizar: La maternidad de María 124

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