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1 DIEZ BUENAS RAZONES PARA PAGAR DIEZMOS. Por David Jon Hill. esde la niñez, todos desarrollamos un fuerte sentido de la posesión. Mis juguetes se distinguen claramente de los juguetes de los demás niños. Yo también distinguía mi ropa, mi cama, mi alcoba, mi casa, mi padre y mi madre. Todos empezamos teniendo conciencia de lo propio, y después aprendemos a distinguir lo ajeno. Pero a medida que vamos madurando, comenzamos a comprender que aunque decimos mi colegio, mi ciudad y mi país, no tenemos el mismo derecho de posesión sobre estas cosas del que tenemos cuando hablamos de "mi cama, mis juguetes o mi ropa". Yo comprendí que mis juguetes eran míos porque mi padre, mi madre, mi tía, hermana o algún amigo me los regaló. Después experimenté un sentimiento de posesión más directo cuando empecé a trabajar para ganar dinero y adquirir mis propias cosas. Entonces había madurado mi sentido de posesión. Mis posesiones eran mías, porque yo así lo quise o porque las recibí en pago y no porque alguien pensó que me gustaría tenerlas. Empecé a hacer planes conscientemente para el día cuando podría comprar un radio, un televisor o una casa como mi padre lo había hecho. Pero lo que al principio parecía sencillo se fue tornando más complejo. Comprendí que era necesario capacitarse a fin de poder trabajar y ganar el dinero que me permitiera obtener las cosas que necesitaba y deseaba. Así que tuve que prepararme para estudiar mucho más, para lograr ser competente como mi padre y poder poseer más cosas. Reconozco que me sentí desilusionado cuando supe que mis padres no eran realmente dueños de nuestra casa y propiedad. Después aprendí acerca de los préstamos bancarios y de las hipotecas. Inmediatamente después comprendí que aunque no hubiera de por medio bancos ni préstamos, de todas maneras teníamos que pagar por el privilegio de llamar "propia" nuestra casa, ¡y estos pagos eran los impuestos! Tanto el gobierno estatal como el local tenían prioridad sobre nuestro derecho de afirmar, "esta es nuestra casa". Entonces recibí también la gran sorpresa de saber que los ingresos que me permitían adquirir los derechos y todas estas cosas también estaban sujetas a impuestos. ¡La ciudad, el municipio, el estado y especialmente el gobierno federal, ¡todos tenían prioridad de derecho legal sobre mi dinero! Muchas fueron las pequeñas desilusiones en medio de estas grandes expectaciones. Todos estamos conscientes de las demandas sin fin que acosan nuestro ingreso: impuesto sobre las ventas, impuesto de consumo, impuestos de importación y ocultos, derechos para licencias y avalúos, peajes y recargos, seguridad social, seguros, pensiones, deducciones por salud y gastos médicos, cuotas sindicales, etc., hasta que la totalidad de las deducciones casi igualan lo que nos queda. Cuando el dinero no nos alcanza, pedimos dinero prestado. Entonces, a la carga casi inaguantable que implica el tener posesiones, debemos sumar los intereses por concepto de préstamos. Existen además, algunos costos adicionales de los cuales no me di cuenta sino hasta más tarde. Uno de ellos es el simple robo de nuestras posesiones. Otro es el raterismo entre empleados que añade un 15% al costo total de los artículos que adquirimos; la corrupción gubernamental y la ignorancia en el manejo de nuestro dinero son también cómplices que corroen nuestro ingreso real. Después de que todas estas realidades deterioraran mi concepto de la posesión hasta el punto de convertirla en una sombra de lo que fue, ¡debí enfrentarme a la mayor sacudida de todas! Descubrí que Dios reclamaba una parte de mi ingreso, por encima de cualquier derecho del gobierno y de mis deseos personales. ¡Él exigía la décima parte, el diezmo! ¡Dios, aparentemente, cree que su derecho está por encima de todos los demás! No se trata de un chiste tonto. ¿Ha pensado usted alguna vez que debemos pagar por el derecho de vivir? ¿Que puede existir un impuesto por la Luna, el Sol y las estrellas Χ sin mencionar la Tierra misma, cuya existencia es poco apreciada por los gobiernos y los individuos? ¿Ha pensado usted que el Creador y dueño de todas las cosas puede esperar alguna retribución por su inversión? D

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DIEZ BUENAS RAZONES PARA PAGAR DIEZMOS. Por David Jon Hill. 1 2 3 8. La responsabilidad económica. El lema de este mundo es "compre ahora, pague después". El "pague después" se nos presenta como una buena noticia. La gente se deja llevar por el síndrome del 4 5 Cc. :arch.comp. I.D.D. Chile

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DIEZ BUENAS RAZONES

PARA PAGAR DIEZMOS.

Por David Jon Hill.

esde la niñez, todos desarrollamos un fuerte sentido de la posesión. Mis juguetes se distinguen claramente de los juguetes de los demás niños. Yo también distinguía mi ropa, mi cama, mi alcoba, mi casa, mi padre y mi madre. Todos empezamos teniendo conciencia de lo propio, y después aprendemos a distinguir lo ajeno. Pero a medida que vamos madurando, comenzamos a

comprender que aunque decimos mi colegio, mi ciudad y mi país, no tenemos el mismo derecho de posesión sobre estas cosas del que tenemos cuando hablamos de "mi cama, mis juguetes o mi ropa".

Yo comprendí que mis juguetes eran míos porque mi padre, mi madre, mi tía, hermana o algún amigo me los regaló. Después experimenté un sentimiento de posesión más directo cuando empecé a trabajar para ganar dinero y adquirir mis propias cosas. Entonces había madurado mi sentido de posesión. Mis posesiones eran mías, porque yo así lo quise o porque las recibí en pago y no porque alguien pensó que me gustaría tenerlas. Empecé a hacer planes conscientemente para el día cuando podría comprar un radio, un televisor o una casa como mi padre lo había hecho. Pero lo que al principio parecía sencillo se fue tornando más complejo. Comprendí que era necesario capacitarse a fin de poder trabajar y ganar el dinero que me permitiera obtener las cosas que necesitaba y deseaba. Así que tuve que prepararme para estudiar mucho más, para lograr ser competente como mi padre y poder poseer más cosas.

Reconozco que me sentí desilusionado cuando supe que mis padres no eran realmente dueños de nuestra casa y propiedad. Después aprendí acerca de los préstamos bancarios y de las hipotecas. Inmediatamente después comprendí que aunque no hubiera de por medio bancos ni préstamos, de todas maneras teníamos que pagar por el privilegio de llamar "propia" nuestra casa, ¡y estos pagos eran los impuestos! Tanto el gobierno estatal como el local tenían prioridad sobre nuestro derecho de afirmar, "esta es nuestra casa". Entonces recibí también la gran sorpresa de saber que los ingresos que me permitían adquirir los derechos y todas estas cosas también estaban sujetas a impuestos. ¡La ciudad, el municipio, el estado y especialmente el gobierno federal, ¡todos tenían prioridad de derecho legal sobre mi dinero!

Muchas fueron las pequeñas desilusiones en medio de estas grandes expectaciones. Todos estamos conscientes de las demandas sin fin que acosan nuestro ingreso: impuesto sobre las ventas, impuesto de consumo, impuestos de importación y ocultos, derechos para licencias y avalúos, peajes y recargos, seguridad social, seguros, pensiones, deducciones por salud y gastos médicos, cuotas sindicales, etc., hasta que la totalidad de las deducciones casi igualan lo que nos queda. Cuando el dinero no nos alcanza, pedimos dinero prestado. Entonces, a la carga casi inaguantable que implica el tener posesiones, debemos sumar los intereses por concepto de préstamos. Existen además, algunos costos adicionales de los cuales no me di cuenta sino hasta más tarde. Uno de ellos es el simple robo de nuestras posesiones. Otro es el raterismo entre empleados que añade un 15% al costo total de los artículos que adquirimos; la corrupción gubernamental y la ignorancia en el manejo de nuestro dinero son también cómplices que corroen nuestro ingreso real.

Después de que todas estas realidades deterioraran mi concepto de la posesión hasta el punto de convertirla en una sombra de lo que fue, ¡debí enfrentarme a la mayor sacudida de todas! Descubrí que Dios reclamaba una parte de mi ingreso, por encima de cualquier derecho del gobierno y de mis deseos personales. ¡Él exigía la décima parte, el diezmo! ¡Dios, aparentemente, cree que su derecho está por encima de todos los demás!

No se trata de un chiste tonto. ¿Ha pensado usted alguna vez que debemos pagar por el derecho de vivir? ¿Que puede existir un impuesto por la Luna, el Sol y las estrellas Χ sin mencionar la Tierra misma, cuya existencia es poco apreciada por los gobiernos y los individuos? ¿Ha pensado usted que el Creador y dueño de todas las cosas puede esperar alguna retribución por su inversión?

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No interpretemos mal. Llueve sobre justos y pecadores por igual, pues Dios no nos cobra por lo que nos da. Comenzando por la vida misma, Él nos da todo gratuitamente. Pero es un pensamiento interesante, ya que al fin y al cabo Él es Dios, y si así lo desea puede cobrarnos por sus muchos servicios. A los que a esto no le dan la importancia debida, pregunto: ¿Cuál sería la tarifa? Bueno, gracias a Dios, ¡son dones gratuitos para nosotros!

Cuando yo estaba muy pequeño, comprendí que en cualquier momento mis padres podían quitarme los juguetes que me habían regalado, porque tenían derecho sobre ellos. A medida que iba creciendo, comprendí que debía obedecer a mis padres y que era preciso cumplir con algunos deberes por el privilegio de recibir de ellos comida, ropa, y techo. Lo que ellos reclamaban era justo. Después pude entender la razón por la cual los gobiernos que nos dan algunos servicios y ven por nuestra seguridad reclaman una parte de nuestras posesiones e ingresos. En virtud de sus graves responsabilidades, estos son derechos perfectamente lícitos. ¿Podemos, pues, reconocer como legítimos los derechos de nuestros padres y de nuestros gobiernos, y al mismo tiempo considerar sin fundamento los derechos de Dios?

Existe un dicho que ciertamente debe ser universal: "¡No hay nada tan seguro como la muerte y los impuestos!" He sabido de personas que han logrado evadir los impuestos, pero, ¿alguna vez ha oído hablar de alguien que logró evadir la muerte? Salomón lo explica sabia y brevemente: "No hay hombre que tenga potestad sobre el espíritu para retener el espíritu, ni potestad sobre el día de la muerte; y no valen armas en tal guerra, ni la impiedad librará al que la posee" (Eclesiastés. 8:8).

No lo interpretemos mal. No quiero decir que podemos comprarle la vida a Dios con el dinero del diezmo. ¡Dios no puede ser sobornado, y la vida es un don de Dios que no se puede comprar!

Tampoco ninguna persona razonable diría que al pagar impuestos al gobierno estamos comprándole nuestra casa.

En resumidas cuentas, ¿qué es lo que obtenemos a cambio de pagar impuestos? ¡Recibimos la prolongación del permiso de vivir libremente bajo la forma de gobierno al cual le pagamos nuestro tributo!

Afortunadamente para usted y para mí, Dios no es tan intransigente como lo son los gobiernos humanos, en cuanto se refiere a deudores morosos. No obstante, Él sabe que le estamos debiendo. Quizá usted no se había dado cuenta del derecho de Dios, pero es su responsabilidad actuar de acuerdo al conocimiento de ello una vez enterado.

He leído acerca de los gobiernos y he visto los edificios donde están sus sedes. He leído las leyes promulgadas por el gobierno, especialmente en lo referente a mi dinero. He hablado con personas que dicen ser representantes del gobierno. También he leído acerca de personas encarceladas, multadas o perjudicadas por el gobierno. Todos aparentemente creen en la existencia del gobierno. ¡Pero yo no creo que existe el gobierno!

Permítame tomar prestada una frase del apóstol Pablo, y decir, "Hablo como necio". Hablaré un poco más de necedades: ¿Hasta dónde podría yo llegar con mi incredulidad en la

existencia del gobierno? Si no pagara mi impuesto predial, me dirían, quizás apoyado en la fuerza, que mi propiedad ya no es mía. Si no pagara mis impuestos sobre la renta y me negara a hacerlo basado en mi desconocimiento del gobierno, las personas que sí creen en él y lo representan, me despojarían de todas mis libertades y privilegios encerrándome en la cárcel hasta que yo cancelara mi deuda con "la sociedad".

El único consuelo que podría tener antes de ser aprehendido, sería gastar el dinero evadido de impuestos en cosas por mí deseadas.

La lógica de Salomón difícilmente podrá ser superada. Él dice: "Por cuanto no se ejecuta luego sentencia sobre la mala obra, el corazón de los hijos de los hombres está en ellos dispuesto para hacer el mal. Aunque el pecador haga mal cien veces, y prolongue sus días, con todo yo también sé que les irá bien a los que a Dios temen, los que temen ante su presencia" (Eclesiastés 8:11-12).

La verdad es que el que yo crea o no en la existencia del gobierno no tiene nada que ver con los hechos. ¡Con el tiempo, el gobierno demostrará de manera muy persuasiva, que sí existe! Del mismo modo podemos razonar acerca de Dios. No pretendo probar la existencia de Dios en este artículo (podemos enviarle literatura gratuita sobre este tema si usted le solicita), pues doy por hecho que cualquiera que lea un artículo semejante a éste, cree o tiene una firme convicción de que Dios sí existe. 1. Dios existe. Yo pago diezmos porque ¡Dios existe! Aceptémoslo, es la razón por la cual se explica todo. ¡Dios vive!

Si no existiera el gobierno, sabemos que no pagaríamos impuestos. Usted y yo pagamos impuestos por dos razones básicas cuyo fundamento es nuestra creencia en la existencia del gobierno: (1) Si pagamos, el gobierno realiza obras para nuestro bien; y (2) si no pagamos, el gobierno nos castiga. Recibimos ciertos beneficios por el hecho de pagar impuestos y somos castigados por no hacerlo.

La verdad es que yo creo que Dios existe del mismo modo que sé que existe el gobierno. Pago mis

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diezmos, y pago mis impuestos. Vivo en paz con Dios y con el gobierno, pues sigo los consejos de Jesucristo: "Dad, pues, a Cesar lo que es de Cesar, y a Dios lo que es de Dios" (Mt. 22:21).

Usted y yo sólo podemos tener "pertenencias" de manera parcial y por corto período de tiempo. También los gobiernos suben y caen, y su sello de propiedad en la Tierra es algo pasajero. Yo pago diezmos por la misma razón por la que lo hizo Abraham, padre de los creyentes. Él le dio su diezmo a Melquisedec quien era el representante terrestre, el sumo sacerdote del Dios Altísimo, a quien Abraham reconoció como dueño del cielo y de la Tierra. Yo pago diezmos porque Dios es dueño de todo el universo. Léalo en Génesis 14, comenzando por el versículo 18. Lea también Salmos 24:1-2: "Del Eterno es la tierra y su plenitud... Porque él la fundó sobre los mares, y la afirmó sobre los ríos".

Por eso Dios tiene derecho sobre nuestras posesiones e ingresos. Debemos dar preferencia a las reglas o impuestos que Él quiera imponer. Él explicó este principio de derecho de propiedad a los antiguos israelitas a quienes dio posesión de la Tierra Santa: "la tierra no se venderá a perpetuidad, porque la tierra mía es; pues vosotros forasteros y extranjeros sois para conmigo" (Lv. 25:23). ¡Todo le pertenece a Dios, para siempre! ¡Conviene estar en paz con este terrateniente tan poderoso! Pero también debo reconocer que después de pagar diezmos durante tantos años, ¡he aprendido a hacerlo con alegría! 2. El diezmo, una enseñanza bíblica. La Biblia habla claramente del principio del diezmo. Génesis 14 habla de ello, mucho antes que fuera dado como ley a los israelitas. Antes que existiera Israel, nuestro padre Abraham (por la fe, Rom. 4:16 y Gál. 3:29) Pagaba diezmos. También lo hizo Jacob (ver Gen. 28:22). Ciertamente no hay duda de que fue ley en Israel. "Y he aquí yo he dado a los hijos de Leví todos los diezmos en Israel por heredad, por su ministerio, por cuanto ellos sirven en el ministerio del tabernáculo de la reunión" (Núm. 18:21). Esta ley en sí cambió la forma de diezmar en el sentido de a quién debía ser entregado. Abraham pagó su diezmo a Melquisedec, el representante de Dios en la Tierra en aquel entonces. No se especifica a quién le pagó sus diezmos Jacob, pero sí los pagó. El diezmo pertenece a Dios y es Él quien dispone a quién debe ser pagado.

Al establecerse Israel como una nación, Melquisedec ya no era quien recibía directamente los diezmos. Dios hizo un cambio en la ley acerca del diezmo. No modificó la cantidad, sino que cambió el perceptor, la persona o personas a quienes debía ser entregado. Por eso dice: "Porque a los levitas he dado por heredad los diezmos de los hijos de Israel...". El diezmo pertenece a Dios, y Él quiso que fuera entregado entonces a Leví.

Pero Cristo estableció un ministerio del Espíritu que no procedía de Leví. Por su propio sacrificio, Cristo eliminó la necesidad de los sacrificios que el sacerdocio levita hacía a favor del pueblo. Los sacrificios en el Templo dejaron de ser necesarios. Él mandó a sus ministros de todos los tiempos, representados por sus discípulos: "Id por todo el mundo y, predicad el evangelio a toda criatura (Mr. 16:15). En el período del Nuevo Testamento, los servicios que Dios mandó fueron cambiados, y con ese cambio quedó establecido que el diezmo debería darse a sus ministros, que cumplen con su servicio a toda la humanidad. Para el lector que desee una exposición más técnica y detallada sobre el sistema del diezmo, solicite nuestro folleto titulado: Poniendo fin a sus problemas de finanzas.

3. Me agradan las bendiciones de Dios. "Traed todos los diezmos al alfolí y haya alimento en mi casa; y probadme ahora en esto, dice el Eterno de los ejércitos, si no os abriré las ventanas de los cielos, y derramaré sobre vosotros bendición hasta que sobreabunde" (Mal. 3:10). Al final de Deuteronomio 14, donde se habla del diezmo, uno de los principales motivos bíblicos es: "Para que el Eterno tu Dios te bendiga en toda obra que tus manos hicieren" (vers. 29).

No es malo desear las bendiciones de Dios. A veces la bendición no viene como un aumento inmediato de nuestros ingresos. Tengo la seguridad, apoyado en algunos ejemplos amargos, que si alguien paga diezmos con actitud negativa Χ únicamente para "probar" que ello no produce ningún efecto positivo Χ ciertamente para esa persona el resultado será como esperaba hasta que cambie de actitud. Pablo explica el principio de la actitud correcta de dar, "no con tristeza, ni por necesidad, porque Dios ama al dador alegre" (2 Cor. 9:7). Dios, dador de todo lo bueno, quiere que aprendamos a dar con amor y generosidad -alegremente como Él nos da.

No daré disculpas por las bendiciones recibidas de Dios. Nadie puede dar más que Él. Miles de personas en nuestra familia de colaboradores que ayudan a sostener la Obra mundial de Dios, comparten conmigo esta experiencia.

Eso no significa que todo el que empiece a diezmar heredará repentinamente una enorme suma de dinero, o que Dios inmediatamente hará un gran milagro. Pero a la larga, Dios bendice a quienes pagan fielmente sus diezmos de manera que el 90% del ingreso que les queda, rendirá tanto como hubiera rendido el 100%. Dios promete que el dador alegre prosperará, ¡y Él es fiel a su promesa!

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4. No le robemos a Dios. No sé cuánto tiempo se puede evadir el pago de impuestos sin ser acusado, juzgado, multado y/o encarcelado; ni voy a averiguarlo, pues yo pago mis impuestos a su debido tiempo. No sé durante cuánto tiempo podemos ser culpables de evadir el pago de diezmos sin sufrir las consecuencias y sin darnos ni siquiera cuenta de ello; y tampoco quiero experimentar los resultados.

Malaquías exhortó a la generación del tiempo del fin a arrepentirse. Inmediatamente después del versículo donde dice que Dios no cambia (Mal. 3:6), da un ejemplo específico de una ordenanza (o estatuto), que Dios afirma no haber cambiado. Explica la forma como un individuo o una nación puede volverse a Dios: "Desde los días de vuestros padres os habéis apartado de mis leyes, y no las guardasteis. Volveos a mí, y yo me volveré a vosotros, ha dicho el Eterno de los ejércitos. Mas dijisteis: ¿En qué hemos de volvernos? ¿Robará el hombre a Dios? Pues vosotros me habéis robado. Y dijisteis: ¿En qué te hemos robado? En vuestros diezmos y ofrendas. Malditos sois con maldición, porque vosotros, la nación toda, me habéis robado" (vers. 7-9).

Definitivamente yo no quiero ser llevado delante de la corte del Juez del universo con el pecado de haberle robado a Él. Quizá para algunos esta sea una razón negativa, pero constituye un motivo poderoso para mí. 5. Imposible darnos el lujo de no diezmar. La quinta razón por la que pago diezmos, es porque no puedo darme el lujo de no hacerlo. Este motivo no es tan negativo como parece a primera vista. Tenemos tantas demandas sobre nuestro ingreso como expliqué al comienzo de este artículo que al principio cuando llegamos al conocimiento de lo que es el diezmo éste se nos presenta como otra carga imposible de sobrellevar. Pero la prueba de miles de personas que lo han practicado a través de los años nos demuestra que no es así.

Cuando Dios empieza a intervenir en nuestras vidas nos ayuda de tantas formas que nos es imposible reconocerlas todas. A pesar de las cuentas que hagamos y de todas las deducciones mencionadas anteriormente, el noventa por ciento de nuestro ingreso con el que nos quedamos después de haber pagado el diezmo, rinde mucho más de lo que nos hubiera rendido el cien por cien. No sé exactamente cómo puede ser, pero sé que es así.

De tiempo en tiempo me he detenido a pensar de cuántos accidentes me he salvado porque Dios está conmigo. No lo sé. Es fácil ver las dificultades que todos tenemos, ¡pero qué tal si pudiéramos ver todos los problemas de que hemos sido salvados! ¿Cuántas veces he sido curado de las enfermedades? (Mis cuentas por concepto de enfermedad son casi nulas para una familia de cuatro personas.) ¿Cuánta gracia me ha dado Dios delante de funcionarios, jefes y amigos, cuando más lo necesitaba? 6. Tomemos parte en la Obra de Dios. Hoy, la Obra de Dios es financiada por diezmos y ofrendas. Es la ley de Dios para la financiación de su Obra. No todos podemos tomar parte activa en ella, pero todos podemos colaborar con nuestras oraciones y nuestro dinero. Yo siento una enorme alegría al saber que mis diezmos y ofrendas son en parte responsables por esta revista que usted lector tiene en sus manos, por los folletos y artículos que se envían gratuitamente a quienes los soliciten, y por todas las facetas de esta gran Obra de Dios de alcance mundial.

¡Recibimos una sensación especial al saber que nuestros diezmos y ofrendas influyen directamente en el cumplimiento de la misión que Jesucristo encomendó a su Iglesia! 7. El principio de dar. Compartir le responsabilidad de llevar el Evangelio al mundo nos une armónicamente con la forma de dar de Dios en oposición al sentimiento existente en este mundo de querer obtener. Jesucristo dijo: "Más bienaventurado es dar que recibir" (Hch. 20:35). El diezmo enseña este principio.

Diezmar es servir a los demás. Es obrar generosamente y nos aparta del "amor al dinero" que, como advirtió Pablo en 1 Timoteo 6:10, es "raíz de todos los males". Comenzamos a pensar cómo podemos dar más, para que más personas puedan llegar al conocimiento de la verdad de Dios. Empeza-mos a interesarnos más por el Reino de Dios y su justicia y menos por nuestro vestido, comida y casa, como nos enseña Mateo 6:24-34. No se trata de hacer caso omiso de estas cosas básicas, sino de darles menos importancia. Una vez que comenzamos a dar con la actitud correcta, Dios empieza a cumplir su promesa, la cual da en este contexto: "...todas estas cosas os serán añadidas" (Mt. 6:33). 8. La responsabilidad económica. El lema de este mundo es "compre ahora, pague después". El "pague después" se nos presenta como una buena noticia. La gente se deja llevar por el síndrome del

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crédito hasta verse envuelta en un ciclo de pagos de cuentas con intereses, de los que aparentemente es imposible salir. "Codiciar" y "obtener' son las dos palabras principales. Casi nadie comprende que cada persona dispone de una cantidad limitada de dinero para gastar en su vida. Si buena parte de su cuota se le va en pagar intereses y en adquisiciones que halagan su vanidad para no dejarse ganar del vecino, ¡desperdiciará buena parte de su poder adquisitivo en naderías!

El diezmar nos enseña un principio de dominio propio. Nos enseña a gastar económicamente y con responsabilidad todo lo que Dios nos ha dado. Nos enseña a ser buenos administradores, a presupuestar y a ser fieles con lo poco que tenemos para más tarde poder gozar de mayores bendiciones. Nos enseña a planificar y a pensar en el futuro, a ser discretos Χ no descuidados Χ a ser realistas y a no vivir en un mundo lleno de codicia y fantasía. (Si usted desea ayuda en la administración de sus finanzas, solicite nues-tro artículo gratuito titulado, Cuatro principios para lograr la estabilidad financiera.) 9. Poner a Dios ante todo. El diezmo de Dios es la décima parte de nuestro ingreso. Cuando lo damos, fijamos toda nuestra atención e interés en Dios y nos alejamos de nuestros propios intereses. Dios dice: "No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompen, y donde ladrones minan y hurtan; sino haceos tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el orín corrompen, y donde ladrones no minan ni hurtan. Porque, donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón" (Mt. 6:19-21).

El hombre convierte el dinero en su dios con demasiada facilidad. El dinero está cercano al corazón del hombre, pero cuando damos libremente a Dios y a los demás, por medio de su Obra, dirigimos hacia Dios todo nuestro corazón, interés y nuestra vida.

¡Ello constituye un buen motivo para pagar diezmos!

10. Una sociedad eterna con Dios. Al principio de este artículo expliqué el concepto de posesión. Aclaré que Dios es el primer dueño de todas las cosas Χ dueño del cielo y la Tierra. Cuando Él nos hace comprender esto, cuando entendemos que Dios sí existe realmente y que tiene un mensaje para el mundo hoy, y que pronto vendrá su reino, ¡entonces hemos sido llamados a formar parte de una sociedad con Él!

Dios creó todas las cosas; nos creó a usted y a mí. Pero Él no es egoísta, nos ha invitado a compartir con Él la gloria eterna. Nos ha exhortado a participar de su naturaleza divina, a compartir su mente, su corazón y su reino. Él nos ha dado vida, al igual que esta Tierra y las cosas buenas que hay en ella. ¡Pero Él quiere darnos mucho más!

"Pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino que habéis recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre! El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios. Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con él, para que juntamente con él seamos glorificados" (Rom. 8:15-17). ¿Puede usted comprenderlo? Dios, el Padre, es dueño del cielo y la Tierra. ¡Suyas son todas las cosas! Como dueño, él puede disponer de todo a su gusto. Él ha querido darle todo a Jesucristo, y nos ha dicho que nosotros hemos nacido pera compartir estos dones con ÉL.

Nuestra participación en esa sociedad y la posesión eterna de todo comenzará en la resurrección, cuando hayamos nacido dentro de la familia de Dios, como hijos suyos. Pero podemos conocer la verdad acerca de ello desde ahora. Y desde ahora debemos comenzar a vivir de manera que podamos alcanzar aquella meta.

Yo pago diezmos porque quiero formar una sociedad con Dios, ¡ahora y para siempre! Cc. :arch.comp. I.D.D. Chile