Diez Ayala

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FRANCISCO  J  AVIER DÍEZ DE R EVENGA «Francisco Ayala y la tradición áurea» - 1 - FRANCISCO A  YALA Y LA TRADICIÓN Á UREA  FRANCISCO  J  AVIER DÍEZ DE R EVENGA Universidad de Murcia Pretende este acercamiento a la obra cervantina de Francisco Ayala enmarcar su actitud ante la tradición áurea en el entorno de sus coetáneos y de la recepción que éstos llevaron a cabo de la obra de Cervantes. Que Ayala es un escritor de estirpe cervantina es algo que se ha venido señalando desde hace muchos años, rasgo que el escritor ha ido incrementando con el tiempo al ir acumulando visiones y revisiones de las obras de Cervantes y fundamentalmente del  Quijote . La reciente recopilación de textos cervantinos llevada a cabo en el mismo año del centenario del  Quijote 1 , con prólogo de Víctor García de la Concha y con el expresivo título de La invención del Quijote , ha puesto de manifiesto, al recoger en un solo libro algunos de sus trabajos cervantinos, la fidelidad de Ayala a Cervantes. Allí, en tal volumen, no sólo se reúnen lo que el escritor denomina «indagaciones», entre las que se hallan trabajos muy recordados como «Un destino y un héroe», de 1940, «La invención del  Quijote », de 1947, o «Cervantes, abyecto y ejemplar», de 1948, por sólo citar los tres primeros de hasta un total de quince pequeñas monografías, escritas entre 1940 y 1995, y publicadas en periódicos (como La Nación , de Buenos Aires), revistas de divulgación o revistas académicas, como la Revista Hispánica Moderna , de la Universidad de Columbia, en Nueva York, o la revista La Torre , de la Universidad de San Juan, en Puerto Rico, Cuadernos  Americanos , de México, o Revista de Occidente , donde aparece, en 1965, «Los dos amigos», sobre un celebrado episodio del Quijote . 1  Francisco Ayala, La invención del ‘Quijote’ ¸ Punto de Lectura, Barcelona, 2005.

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FRANCISCO J AVIER DÍEZ DE R EVENGA «Francisco Ayala y la tradición áurea»

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FRANCISCO A  YALA Y LA TRADICIÓN ÁUREA  

FRANCISCO J AVIER DÍEZ DE R EVENGA Universidad de Murcia

Pretende este acercamiento a la obra cervantina de Francisco Ayala

enmarcar su actitud ante la tradición áurea en el entorno de sus coetáneos y de la

recepción que éstos llevaron a cabo de la obra de Cervantes. Que Ayala es un

escritor de estirpe cervantina es algo que se ha venido señalando desde hace

muchos años, rasgo que el escritor ha ido incrementando con el tiempo al ir

acumulando visiones y revisiones de las obras de Cervantes y fundamentalmente

del  Quijote . La reciente recopilación de textos cervantinos llevada a cabo en el

mismo año del centenario del Quijote 1, con prólogo de Víctor García de la Conchay con el expresivo título de La invención del Quijote , ha puesto de manifiesto, al

recoger en un solo libro algunos de sus trabajos cervantinos, la fidelidad de Ayala a

Cervantes. Allí, en tal volumen, no sólo se reúnen lo que el escritor denomina

«indagaciones», entre las que se hallan trabajos muy recordados como «Un destino

y un héroe», de 1940, «La invención del  Quijote », de 1947, o «Cervantes, abyecto y

ejemplar», de 1948, por sólo citar los tres primeros de hasta un total de quincepequeñas monografías, escritas entre 1940 y 1995, y publicadas en periódicos

(como La Nación , de Buenos Aires), revistas de divulgación o revistas académicas,

como la Revista Hispánica Moderna , de la Universidad de Columbia, en Nueva York,

o la revista La Torre , de la Universidad de San Juan, en Puerto Rico, Cuadernos

 Americanos , de México, o Revista de Occidente , donde aparece, en 1965, «Los dos

amigos», sobre un celebrado episodio del Quijote .

1 Francisco Ayala, La invención del ‘Quijote’ ̧ Punto de Lectura, Barcelona, 2005.

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 Además, el volumen cuenta con una segunda parte, dedicada a las«invenciones», en la que se recogen dos relatos fundamentales en la narrativa de

 Ayala: «El rapto», de 1965, recreación, como es sabido, de lo relatado por el

Cabrero en el capítulo LI de la primera parte del  Quijote , y «Un caballero

granadino», imaginativo relato en el que se pregunta por el destino de don Álvaro

 Tarfe, personaje del  Quijote de Avellaneda, que Cervantes hace comparecer

brevemente, y sin dar muchas explicaciones sobre él, en el capítulo LXXII, de la

segunda parte, muy próximo ya el final de la novela y cuando el caballero estáregresando a su pueblo.

Otros documentos cervantinos –algunos muy recientes como una entrevista

con Víctor García de la Concha, o un texto para una edición del  Quijote , ambos de

1991– completan el volumen, que va precedido de un prólogo, «Cervantes y yo»,

de 1994, y un epílogo, con dos discursos, el del Premio Cervantes, de 1992, y el del

Congreso de la Lengua española de 2004.

Hace ya algunos años, en 1974, reunió Ayala en otro volumen algunos de

sus trabajos áureos, con el título de Cervantes y Quevedo2, donde recopilaba diez de

los quince trabajos incluidos en el libro de 2005, además de algunos estudios sobre

el Barroco («Sueño y realidad en el barroco», y tres trabajos quevedianos:

«Observaciones sobre el Buscón », «Hacia una semblanza de Quevedo» y «La batalla

nabal»). Vienen a cuento estas consideraciones para mostrar que Ayala es ante todo

un buen conocedor de nuestra literatura clásica, nuestra poesía y nuestro

pensamiento, y sus reflexiones sobre Quevedo nos muestran con claridad el valor

de su recepción de la literatura áurea.Un buen ejemplo de esta fidelidad de Ayala hacia la literatura áurea lo

tenemos en otro volumen suyo, hasta hace muy poco olvidado, especialmente

dilecto para mí. Me refiero a su libro sobre Saavedra Fajardo. En 1941, en Buenos

 Aires, el entonces joven catedrático español de Derecho Político Francisco Ayala

publicó un volumen, titulado  El pensamiento vivo de Saavedra Fajardo3,  sobre el

político y escritor murciano del Siglo de Oro. Hace unos años, la editorial

2 Francisco Ayala, Cervantes y Quevedo, Seix Barral, Barcelona, 1974. Reeditado por Ariel, Barcelona, 1984. 3 Francisco Ayala, El pensamiento vivo de Saavedra Fajardo, Losada, Buenos Aires, 1941.

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Península, de Barcelona4

, reeditó el volumen con oportunidad e indudable mérito,porque el más universal de los escritores murcianos no es precisamente un best-seller  

ni un escritor de consumo. Por ello, hay que valorar esta iniciativa que reúne la

pluma de dos tratadistas políticos de épocas distintas, que además son

considerados escritores de creación de categoría: Saavedra Fajardo por su ficción

lucianesca La república literaria , y Ayala, por sus excelentes e inolvidables novelas:

 Muertes de perro, El fondo del vaso, Los usurpadores… 

El volumen, en realidad, es una antología de las  Empresas políticas deSaavedra. Ayala hace la selección y el estudio preliminar, además de titular cada

uno de los diecinueve textos de don Diego que componen estas ‘páginas

escogidas’. Para que se advierta hasta qué punto el pensamiento de don Diego es

un pensamiento «vivo», he aquí algunos de los títulos de los textos seleccionados:

«De los efectos de la educación», «Ciencia y gobierno», «La ira y la envidia»,

«Monarquía, república», «Religión y política», «La naturaleza humana», «La buena

política», etc.

Interesa siempre la figura de Saavedra Fajardo, no sólo por su condición de

diplomático y de testigo de las más importantes horas de la Europa de su tiempo

(asistió en Roma a los cónclaves que eligieron a Gregorio XV y Urbano VIII y fue

plenipotenciario elector en Ratisbona y en la paz general de Munster: justamente

los salones de Munster, en los que Saavedra realizó su trabajo diplomático,

aparecen al comienzo del relato antes recordado de Ayala, «El rapto», que ha

 visitado el narrador, asistente a un congreso, poco antes de tomar el tren, en el que

convivirá hasta la estación de Colonia con unos emigrantes españoles en la Alemania de la década de los sesenta), sino porque, a la hora de escribir su tratado

de educación de príncipes, se basó no sólo en las fuentes librescas más adecuadas,

sino en su propia experiencia de negociador, que le otorgaba una autoridad especial

a la hora de emitir sus juicios políticos y filosóficos. Por ello, Saavedra siempre

suscitó la atención de pensadores y estudiosos de relieve: desde Antonio Machado

a Enrique Tierno Galván o Manuel Fraga Iribarne, desde ‘Azorín’ (que escribió

4 Francisco Ayala, El pensamiento vivo de Saavedra Fajardo, Península, Barcelona, 2001.

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numerosos artículos sobre él a lo largo de su vida) a Adolfo Muñoz Alonso, Vicente Palacio Atard, José María Jover o Mariano Baquero Goyanes, y,

remontándonos a siglos anteriores, pensadores como Gregorio Mayans, el Marqués

de Molins, el Conde de Roche y tantos otros5.

 Ayala pertenece al grupo de intelectuales que en los años cuarenta se

interesó por el pensamiento de Saavedra como reflejo de su época, pero también

como filosofía que algo podía significar en aquellos años convulsos (que a Ayala le

tocó vivir en el exilio). Por eso sus palabras sobre don Diego pueden leerse enclave de actualidad muy expresiva: «No es Saavedra Fajardo uno de estos grandes

rebeldes que han alcanzado a fijar con rasgos geniales el drama que comporta la

situación del disidente. Pero quizá por eso, porque no echó el peso de su vida y de

su obra del lado del nuevo pensamiento europeo, sino más bien al contrario, y

también por ser un español ausente que vive en contacto con Europa, se puede

rastrear bien en sus escritos la colisión y el íntimo contraste entre su ser de español

y su condición de europeo», nos dice, utilizando la expresión «español ausente»,

que podría ser aplicada al propio Ayala, que también analiza, desde la distancia

obligada, el pensamiento político de un español y de una España concretos, que

pueden actualizarse con facilidad.

«Subrayar resonancias actuales de escritos pretéritos» eso es para Ayala el

 valor que se puede obtener con el «pensamiento vivo» de un escritor. Un escritor

está vivo en su pensamiento en tanto que aporta algo al presente y nos ayuda a

comprender mejor lo que ante nosotros ocurre. Saavedra muestra tonos de

moderación y de prudencia que aún hoy están vigentes. Este libro de Ayala así lodemuestra.

La relación de Ayala con la tradición áurea va mucho más allá. Incluso como

creador, como novelista y autor de cuentos y novelas cortas, es patente la devoción

cervantina del escritor. Hace muchos años, y lo quiero recordar de forma expresa

en este momento como homenaje a él, mi maestro, el profesor Mariano Baquero

Goyanes, publicó un trabajo hoy quizá muy olvidado: «Cervantes y Ayala: el arte

5 Ver bibliografía en Francisco Javier Díez de Revenga, Saavedra Fajardo, Academia Alfonso X el Sabio, CuadernosBibliográficos , Murcia, 1977.

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del relato breve»6

, en el que puso en relación no ya aspectos temáticos entre ambosescritores, sino sus actitudes referentes al punto de vista o la perspectiva del

narrador, a pesar de diferencias notables como el poco gusto de Cervantes por la

primera persona narrativa, frente a la insistente predilección del escritor

contemporáneo por este procedimiento estructural. Admira además Ayala los

juegos cervantinos en torno a la voz del narrador, el distanciamiento de la realidad

(obtenido magistralmente por Ayala con la utilización de la primera persona), la

relativización de la realidad narrada y la propia actitud de los personajes ante estarealidad.

Por eso no nos puede extrañar que a Ayala le sedujera especialmente ese

capítulo LXXII de la segunda parte del Quijote , en el que la presencia de don Álvaro

 Tarfe, personaje inventado por Avellaneda, hace que nuestros don Quijote y

Sancho, los de Cervantes, los verdaderos, planteen al personaje granadino, que los

otros don Quijote y Sancho, los de Avellaneda, son falsos. Que hay, como el

propio Cervantes indica, un don Quijote bueno y otro malo, es decir, uno

 verdadero y otro falso; que hay un Sancho bueno y otro malo: el verdadero y el

falso. Y lo más sorprendente, es que Cervantes rescata a un personaje falso, don

 Álvaro Tarfe, para convertirlo en personaje verdadero, aunque no nos diga nada

más de el. De ahí el entusiasmo de Ayala por esta criatura en el relato antes

recordado, sobre la que se pregunta su destino final, de forma singularmente

emotiva. En relación con la realidad y la ficción de tales personajes, no hay que

olvidar que todos ellos, los dos malos, los dos buenos, y el rescatado por

Cervantes, no dejan de ser, en realidad de verdad, ficticios de cabo a rabo.Hay que enmarcar, como hemos anunciado, el interés de Ayala por

Cervantes en el mismo interés de sus contemporáneos, los poetas y escritores del

27, por la figura de Cervantes. No ha sido escasa la dedicación de los componentes

de la generación de Ayala a Cervantes y al  Quijote 7. Cualquier lector medianamente

culto recordará algunos textos que son inolvidables en el cervantismo activo y que

6 Mariano Baquero Goyanes, «Cervantes y Ayala: el arte del relato breve», Cuadernos Hispanoamericanos , 329-330, 1977.7 Ver Ana Rodríguez Fischer, (ed.), Miguel de Cervantes y los escritores del 27 , Anthropos, Barcelona, 1989. Y bibliografíaaportada por esta edición.

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llevan la firma de los grandes poetas del momento, como «Lo que debemos a donQuijote» y «La mejor carta de amores de la literatura española», Pedro Salinas; o

«Vida y muerte de Alonso Quijano», de Jorge Guillén, publicado en Alemania, en

1952; o, por sólo citar algunos ejemplos, «Sancho-Quijote, Sancho-Sancho», de

Dámaso Alonso. A Salinas, en concreto, debemos otros ensayos, además de los

dos citados, de gran interés, como «don Quijote en presente», «don Quijote y la

novela» y «El polvo y los nombres», todos ellos escritos en los años cuarenta y

dados a conocer en diferentes revistas, pero recogidos en sus  Ensayos de literaturahispánica ;  mientras que Dámaso Alonso publicó otros trabajos cervantinos, como

«El hidalgo camilote y el hidalgo don Quijote» o «Maraña de hilos», recogidos,

también, como los anteriores, en su libro Del Siglo de Oro a este siglo de siglas , en 1968.

 También a Dámaso Alonso debemos un estudio de erudición, «Entremeses

atribuidos a Cervantes», que recoge el volumen III de sus Obras completas. 

No podemos olvidar, por haberlo tratado en otra ocasión, y recogido en mi

libro La tradición áurea 8, el interés que suscitó entre los poetas del 27,

sorprendentemente, la poesía de Cervantes, con las más variadas opiniones, y en

general muy positivas, sobre el tan controvertido asunto de la calidad poética

cervantina, cuya gracia no quiso darle el cielo. Luis Cernuda recogería en su Poesía y

literatura II un estudio de 1962 titulado «Cervantes poeta», pero ya en 1941 había

escrito otro expresivo ensayo sobre «Cervantes», recogido en Poesía y literatura I . De

reconocida solvencia y singular prestigio es el artículo de Gerardo Diego

«Cervantes y la poesía», de 1948 y más olvidado es el de Manuel Altolaguirre «La

poesía de Miguel de Cervantes» del año 1947. Altolaguirre había publicado conanterioridad, en 1946, un breve artículo titulado «don Miguel de Cervantes». Y, por

último, con interesantes referencias «al grande poeta, al mayor poeta», merece

recordarse un prólogo de Vicente Aleixandre, titulado «Una corona en honor de

Cervantes».

Recordemos que uno de los trabajos cervantinos más singulares de Ayala, y

que se aparta un tanto de su constante aproximación al  Quijote  es «El túmulo», de

8 Francisco Javier Díez de Revenga, La tradición áurea. Sobre la recepción del Siglo de Oro en poetas contemporáneos , EstudiosCríticos de Literatura, Biblioteca Nueva, Madrid, 2003. 

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1963, publicado en México en Cuadernos Americanos , sobre el famoso soneto conestrambote cervantino, sobre el que hemos de volver. De hecho, este trabajo

constituye una de las más sólidas y más valiosas aportaciones, entre todos los

escritos sobre la poesía cervantina, en la que se parte de la consideración sobre si

Cervantes fue poeta o no, uno de los argumentos más reiterados en la crítica

especializada.

Del personaje al mito, también la poesía de los escritores de la generación de

 Ayala llevaron al Quijote  y otras páginas cervantinas a sus versos, espacio en el quedestaca sobre los demás Jorge Guillén, con dos extensos y espléndidos poemas,

muy comentados por la crítica especializada: «Noche del caballero», de Cántico, y

«Dimisión de Sancho», de Clamor . Pero otros poemas de Gerardo Diego, Dámaso

 Alonso, José Bergamín, y referencias en Luis Cernuda, Pedro Salinas, etc.

alimentan la tradición cervantina en la poesía de estos años, sin olvidar el poema

cervantino más celebrado, el romance «Preciosa y el aire», que Federico García

Lorca incluyó en su Romancero gitano, no recogido, sin embargo, en una espléndida y

reciente antología de Luis García Montero, titulada La poesía, señor hidalgo, que ha

recopilado numerosos poemas de asunto cervantino9.

 Y no sólo los poetas de esta generación. También los ensayistas, desde José

Bergamín a María Zambrano, desde Max Aub a Rosa Chacel. Lecturas cervantinas

muy numerosas que contienen interesantes aproximaciones. Así de Bergamín

pueden citarse, entre otros, «La edad de don Quijote», «Los maravillosos silencios»,

«Cervantes» o «Sancho Panza en el Purgatorio» recogidos en diversos libros suyos.

De María Zambrano también son muy numerosas las páginas sobre el autor del Quijote , comenzando por «La ambigüedad de Cervantes», del año 1947, para seguir

con «La ambigüedad de don Quijote» o «Lo que sucedió a Cervantes», del año

1955, además de su libro El sueño creador . Max Aub, en plena Guerra Civil, publicará

en Hora de España un dramático texto titulado «Actualidad de Cervantes», poniendo

en relación la tragedia cervantina La Numancia   con la situación de España en

aquellos momentos dramáticos. Sobre tal obra teatral escribiría un ensayo,

9 Luis García Montero (ed.), La poesía, señor hidalgo. Antología de poemas cervantinos, FNAC, Madrid-Barcelona, 2004. 

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publicado muchos años después, en 1956 en La Torre  de Puerto Rico, además deprologar una edición de 1965. Y por último, Rosa Chacel dedicará unas páginas de

La confesión  a Cervantes.

En mi libro La tradición áurea  dediqué un capítulo a la recepción de la poesía

de Cervantes por los poetas del 27, contemporáneos de Ayala. Altolaguirre,

 Aleixandre, Gerardo Diego, Cernuda (ya lo hemos adelantado), cada uno desde un

punto de vista, se aproximaron a la creación cervantina, y no es de extrañar que

fuera la poesía la preferida por estos poetas. Rafael Alberti, en el discurso derecepción del Premio Cervantes, también se recreará en poemas cervantinos para

recordar su destierro, y la lejanía por él sentida de la patria: «¿Cuán cara eres de

haber, oh dulce España», verso de Los baños de Argel   tan lleno de vida y

representativo de los poetas españoles en el exilio.

No es casual que los acercamientos de estos poetas, cuando a Cervantes se

aproximen, sean más a la poesía que a otras actividades del autor. Incluso, aunque

no se refieran directamente a la poesía, como es los casos de Pedro Salinas, Jorge

Guillén o Dámaso Alonso, glosarán en todos los casos aspectos poéticos de

actitudes cervantinas, sobre todo en el  Quijote . La sensibilidad de Cervantes, la

belleza de algunas situaciones, son los aspectos que más recuerdan estos poetas. Así

lo hará Salinas con la que él denomina «la mejor carta de amor de la literatura

española», Jorge Guillén sobre la intensidad del episodio de la muerte de don

Quijote, de Alonso Quijano; y Dámaso Alonso, sobre el mundo de la fantasía y de

los engaños. Se revela una fidelidad notable en esta colectiva aproximación a

Cervantes que, si bien es el gran creador de la novela moderna el objeto de todasestas reflexiones, son los aspectos más poéticos del  Quijote  y, sobre todo, la poesía

de Cervantes lo que más interesa a los poetas del 27.

 Y justamente, en este mismo orden de cosas, corresponde a Francisco Ayala

la autoría de uno de los más interesantes textos que sobre la poesía de Cervantes se

han escrito nunca, y por supuesto, entre los escritores de la generación de Ayala.

Me refiero al artículo «El túmulo», donde no sólo hay comentarios sobre el

conocido soneto cervantino, y muy certeros y ajustados, sino también sobre otros

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dos poemas: el dedicado al duque de Medina Sidonia y el otro soneto del valentón(«A un valentón metido a pordiosero»).

Uno de los aspectos que surgen en el artículo de Ayala es la relación del

Cervantes con las empresas militares de su tiempo, ante cuyo esplendor irá

Cervantes transitando desde el entusiasmo inicial al desengaño final, que cristaliza

en el soneto «Al túmulo». Hay dos sonetos de Cervantes para advertir esta

transición que son de un gran interés. Uno de ellos está dedicado en alabanza del

Marqués de Santa Cruz y el otro se refiere a la entrada del Duque de MedinaSidonia en Cádiz. Si el primero de estos sonetos es sumamente elogioso, dado que

está escrito para un libro en el que se cantan las hazañas del marqués, el Comentario

a las jornadas de las islas de las Azores , publicado por el Licenciado Mosquera de

Figueroa en 1596, el segundo es una de esas composiciones en que Cervantes

consiguió redondear con acierto la sátira y la crítica irónica. El soneto iba

precedido de un epígrafe en el que se explicaba que estaba dedicado «A la entrada

del Duque de Medina en Cádiz en julio de 1596, con socorro de tropas enseñadas

en Sevilla por el capitán Becerra, después de haber evacuado aquella ciudad las

tropas inglesas y saqueándola por espacio de veinticuatro días al mando del duque

de Essex» y canta la ‘victoria’ entre comillas conseguida por una expedición que

llega tarde a cumplir su cometido. Cervantes recoge en sus versos los aires

marciales y la vistosidad de ese ejército que se preparaba para expulsar al inglés y

que impresionaba a la gente, pero no a los británicos, que no llegaron a tenerlo

ante su vista. Las palabras de Cervantes se convierten en irónicas cuando describe

los disfraces y plumas de los solados y en directamente satíricas cuando juega conel apellido del capitán instructor:

 Vimos en julio otra Semana Santa

atestada de ciertas cofradías,

que los soldados llaman compañías,

de quien el vulgo, no el inglés, se espanta.

Hubo de plumas muchedumbre tanta,que en menos de catorce o quince días

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 volaron sus pigmeos y Golías,y cayó su edificio por la planta.

Bramó el becerro, y púsoles en sarta;

tronó la tierra, oscurecióse el cielo,

amenazando una total ruina;

y al cabo, en Cádiz, con mesura harta,

ido ya el conde sin ningún recelo,

triunfando entró el gran duque de Medina.

Nos hallamos ante un precedente del espíritu que se imprimirá en el soneto

«Al túmulo de Felipe II», y Cervantes no hace sino trazar ya las líneas de lo que se

convertirá en su impresión sobre la España de su tiempo y su rey. Como resume

Rivers, «si en 1588 la derrota católica, como una especie de ‘felix culpa’, prometía

una victoria eventual, ahora en 1596 la vanidad del aparatoso ‘triunfo’ no lleva

dentro ninguna sustancia moral. Todo son apariencias, truenos y amenazas; la bienmesurada braveza es en efecto ineficacia, si no cobardía. Dios ya no promete

ninguna victoria española; pero Cervantes ni llora ni se enfurece como un

Quevedo, sino que ve con una sonrisa irreverente lo ridículo de los ademanes

andaluces de su patria»10.

En su artículo «El túmulo», también Francisco Ayala tiene ocasión de

referirse con detenimiento a este soneto, que además documenta con detalle en

unas muy eruditas anotaciones a pie de página, en las que nos indica que el Duque

de Medina Sidonia, «de quien, con sarcasmo tan cruel –apunta el propio Ayala– se

burla ahí Cervantes», no es otro que don Alonso de Guzmán el Bueno, justo el que

mandó la desastrosa expedición de la Armada Invencible a Inglaterra. Ayala, muy

comprensivo, señala que este séptimo Duque de Medina Sidonia es el chivo

expiatorio, sobre quien recayeron todas las rechiflas y burlas que mereció la

empresa, cuando en realidad el máximo responsable, que salió indemne de la

10 Elias L. Rivers, «Viaje del Parnaso y Poesías sueltas», Suma cervantina , ed. de J. B. Avalle Arce y E. C. Riley, Támesis, Londres, 1973, p. 131.

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empresa, era el propio rey Felipe II, y Cervantes esto lo sabía. Este mismo duque,hombre discreto, modesto, apocado, inútil para las empresas que le adjudicaron,

como él mismo se encargó de avisar al rey y no con especial falsa modestia, es el

que, también designado por Felipe II, hubo de acudir al socorro de Cádiz, en la

ocasión que el soneto recuerda.

 Ayala, refiriéndose al soneto, no deja dudas respecto al significado de este

poema en su opinión. «Es claro –escribe– que el soldado de Lepanto desaprobaba

 –y en ocasiones muy desembozadamente– el curso de la gestión político-militarposterior en la España que encuentra al volver del cautiverio», mientras considera

que el soneto está lleno de «crueles sarcasmos». «La pieza –añade– trasunta

indignación; pero lo que nos interesa retener aquí de ella es, sobre todo, la unidad

de motivo que en este soneto se advierte con el dedicado al túmulo y, por otro

lado, con aquel otro, también conocidísimo «A un valentón metido a pordiosero».

En el caso del soneto antes reproducido, su comentario deja pocas dudas: «El  gran

duque  de Medina ( miles gloriosus  ) entró ‘triunfando’ en Cádiz, ‘con mesura harta’, ido

ya el conde sin ningún recelo, es decir, cuando no hay enemigo a quien combatir, al

frente de sus soldados de cofradía cubiertos de plumas». Lo mismo que el valentón

del túmulo, como enseguida podremos advertir.

No está de más observar, a la hora de juzgar este soneto como precedente

del dedicado «Al túmulo», su similitud estructural, ya que la composición de la

escena, aun siendo distinta físicamente, responde a unos mismos parámetros

lógicos. Hay en ambos sonetos una aspiración a que ocurra algo grandioso, hecho

que se explica en la primera parte del poema, pero también se descubre finalmenteque no hay otra cosa que ridículo y nulidad. «Nada», en el soneto «Al túmulo», ya

que estamos, como hemos de comprobar, en un estadio de desengaño más

avanzado. En este sentido tenemos que observar también, cómo, dentro de la

serenidad y el equilibrio que caracterizan las creaciones cervantinas, se ha

producido un cambio de actitud ante la grandeza de la patria, a la que Cervantes,

desde luego, fue siempre leal y fiel. Pero ahora las empresas militares no son ya las

de los años jóvenes y el recuerdo de Lepanto se convierte en un pasado glorioso. Ahora, con Medina Sidonia, son los gestos los que cuentan, pero no la realidad de

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la victoria. En el centro quedan las dos canciones cervantinas a la Invencible, en lasque la figura del monarca pasa de ser una figura temida, como puede comprobarse

en la «Epístola a Mateo Vázquez», a ser una voz en la que se espera una orden para

ser obedecida por los militares. Como continuación, después del soneto dedicado a

Medina Sidonia, el dedicado «Al túmulo» culminará esta visión irónica, aunque

serena, de la realidad española de su tiempo. A ello aludió Dolores Franco en un

libro hoy muy olvidado, de 1960, España como preocupación 11.

En relación con la presencia de Felipe II, llegamos a 1598, el año de sumuerte. Ayala ofrece en su trabajo los detalles histórico-documentales de la

participación de Cervantes en los actos de homenaje de la catedral de Sevilla,

justamente la que erigió el famoso túmulo, joya de la arquitectura efímera, aunque

en el caso del túmulo sevillano no fue tan efímera, ya que estuvo levantado hasta

los últimos días del año, cuando los funerales habían de celebrarse el 24 y el 25 de

noviembre de aquel año. Cincuenta y dos días tardó en construirse el túmulo. No

se celebró el funeral hasta el 30 y el 31 de diciembre a causa de una disputa entre el

Cabildo y la Inquisición. El rey había muerto muchos días antes, el 13 de

septiembre.

De ese momento histórico surge el famoso soneto, que Cervantes tenía «por

honra principal de mis escritos», junto a unas coplas funerales, de mucho menos

 valor, que recuerda Ayala, y que fueron escritas por Cervantes para ser incluidas en

el monumento funerario. En ellas, Ayala ha visto también un cierto sentido

irónico. Nos referimos a las décimas que se inician con el verso «Ya que se ha

llegado el día», que para nuestro novelista no encierran duda alguna en lo que a suintención se refiere: «esas mismas décimas circunstanciales envuelven críticas a

 veces cargadas de ironía bajo la capa convencional del elogio, como advertirá quien

las lea con atención». Recordemos, en todo caso, su texto «Ya que se ha llegado el

día, / gran rey, de tus alabanzas», donde empezará a elogiarlo:

11 Dolores Franco, España como preocupación , Guadarrama, Madrid, 1960, p. 4.

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FRANCISCO J AVIER DÍEZ DE R EVENGA «Francisco Ayala y la tradición áurea»

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Sin duda habré de llamarte

nuevo y pacífico Marte,

[...] Y lo que más tu valor

sube el extremo mayor

es que fuiste, cual se advierte,

bueno en vida, bueno en muerte,

y bueno en tu sucesor.

 Aunque también contiene «una crítica apenas velada»:

Quedar las arcas vacías

donde se encerraba el oro

que dicen que recogías,

nos muestra que tu tesoro

en el cielo escondías.

Pero regresemos al soneto «Al túmulo», del que Ayala aseguró que «tras su

lectura uno se siente invadido de la melancolía. Podemos fijar el matiz de esa

melancolía atribuyéndole las notas de profunda y solemne. Pero no bastan […] en

el soneto de Cervantes se encuentra algo más: hay sarcasmo. El desengaño está ahí

presente, sí; pero está también el sentimiento de amargura que ese desengaño

produce, mezclado con desesperación y tácita protesta». Seguramente, en toda la

bibliografía producida por este soneto no exista una interpretación más certera,más profunda y que nos descubra mejor los sentimientos de su autor en el

momento en que escribe estos conocidos versos:

«¡Voto a Dios que me espanta esta grandeza

y que diera un doblón por describirla!;

porque, ¿a quién no suspende y maravilla

esta máquina insigne, esta braveza?

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FRANCISCO J AVIER DÍEZ DE R EVENGA «Francisco Ayala y la tradición áurea»

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¡Por Jesucristo vivo, cada pieza vale más que un millón, y que es mancilla

que esto no dure un siglo, ¡oh gran Sevilla,

Roma triunfante en ánimo y riqueza!

¡Apostaré que la ánima del muerto,

por gozar este sitio, hoy ha dejado

el cielo, de que goza eternamente!»

Esto oyó un valentón y dijo: «¡Es cierto

lo que dice voacé, seor soldado,

y quien dijere lo contrario miente!»

 Y luego incontinente

caló el chapeo, requirió la espada,

miró al soslayo, fuese, y no hubo nada.

Rodríguez Marín12, que denominaba a este poema «una joyita de Cervantes;

escribió un recordado artículo, lleno de erudición e ingenuidad, en el que nos

detalla las circunstancias históricas en que el soneto se produce, sin cuyo

conocimiento difícilmente puede entenderse su alcance. Al morir Felipe II, como

ya sabemos, el 13 de septiembre de 1598, la ciudad de Sevilla organizó unos

funerales solemnes que habían de celebrarse inmediatamente. Para ello, hacen

levantar en plena nave central de la catedral un monumento de cartón-piedraimpresionante, cuya descripción, conservada en la bibliografía de la época, alude a

hermosas pinturas de Pacheco, numerosas esculturas de Martínez Montañés, etc.

El destino del efímero túmulo era desaparecer al terminar los funerales, pero he

aquí que por una serie de cuestiones protocolarias, según cuenta Rodríguez Marín,

entre Audiencia, Ciudad e Inquisición, los funerales se fueron retrasando hasta el

final del año, de manera que el monumento permaneció para admiración de

propios y extraños en la catedral sevillana, mostrando su ‘grandeza’.

12 Francisco Rodríguez Marín, «Una joyita de Cervantes», Estudios cervantinos , Atlas, Madrid, 1947, p. 350 y ss.

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Rodríguez Marín interpreta el soneto, en contra de lo que ya habían hechoalgunos, otorgando a la intervención del soldado un sentido real y viendo en ella,

no una burla, sino la auténtica voz cervantina que se admiraba ante el túmulo. Sólo

consideró jocoso el final y la sátira del segundo personaje: «De lo que se burló

Cervantes –concluye Rodríguez Marín– muy donosamente fue de los valentones y

escupejumos   sevillanos, retratados a las mil maravillas en el último terceto y en el

estrambote de la famosa composición».

Pero lo cierto es que, como han señalado muchos, tan burlescas son laspalabras del soldado como las del fanfarrón. Se trata de un muy cervantino

desdoblamiento de la personalidad en dos figuras, que le sirven para ironizar sobre

el túmulo y sobre los propios personajes. Andaluzada  consideraba Rodríguez Marín

tanto la polémica protocolaria de las instituciones como la figura del fanfarrón,

pero no es menos cierto que tan andaluzadas son las dos cuestiones señaladas por

Rodríguez Marín como la actitud del soldado y aun del propio túmulo.

Francisco Ayala, en la mejor interpretación del soneto, va más allá y ve con

acierto el sarcasmo que encierra presentarnos a los dos personajes empequeñecidos

ante la ‘grandeza’ entre comillas del monumento, cada uno diciendo sus bravatas

para las que el lenguaje hiperbólico resulta sumamente expresivo: los juramentos, la

alusión en tono de apuesta al dinero, la valoración excesiva del monumento, el

elogio triunfalista de Sevilla, gritos todos que se ven secundados por las no menos

altisonantes, vacías y preñadas de retórica palabras del fanfarrón. Ya Ricardo Rojas

advirtió en 1916 que «el lugar, el ambiente, la ocasión, los tipos, los gestos, parecen

 vivamente pintados en breves trazos, las palabras son precisas y expresivas, laacción que comienza con énfasis dramático termina en una mueca bufona, con una

frase que ha pasado a ser proverbial».

De acuerdo con los planteamientos innovadores de Francisco Ayala, la

escena, tan bien compuesta, encierra una amarga crítica de la situación política y

social de la España de ese momento. El recuerdo de Felipe II se torna reticente e

irónico, hasta el punto de tener que soportar la humorada de hacerlo bajar del cielo

para ver la grandeza del cartón-piedra del efímero monumento. Se advierteentonces una clara desmitificación encubierta del monarca por quien Cervantes

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FRANCISCO J AVIER DÍEZ DE R EVENGA «Francisco Ayala y la tradición áurea»

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había luchado en su juventud, y cuya grandeza había ido decayendo al paso de losaños, por lo menos en la estimación cervantina. Francisco Ayala ve en todo ello

una anticipación del sentido del desengaño que ya está presente, aunque intuido, en

el soneto y en su estrambote. Por ello, el escritor granadino destaca que este

poema, como otros tantos sonetos del Siglo de Oro, termina con la palabra nada , y

ese podríamos decir que es el espíritu que rige y da fuerza a todo el poema: la nada

y la muerte, en relación con el monumento y con lo que éste significa.

Igual que cuando nos enfrentamos con el  Quijote , hay que preguntarse quépensaba realmente Cervantes. Y así lo resume, con todo acierto, Francisco Ayala

en la conclusión de esta espléndida aproximación a la poesía y a un poema

concreto de Cervantes: «fiel al humanismo heroico de que su juventud se había

nutrido, contempla con dolorosa ironía el espectáculo desde el mirador

invulnerable de su conciencia, y nos comunica, no su juicio –el juicio va acaso

envuelto– , no su opinión condenatoria, como en la sátira contra el Duque de

Medina Sidonia; nos comunica su visión misma, haciéndonos ingresar en el ámbito

del poema, donde –como aquel que cuenta: «estando yo en la Santa Iglesia entró

un poeta fanfarrón…»– sintamos la futilidad del grandioso monumento, y el

corazón se nos apriete al sentirla».

El soneto «Al túmulo» cierra –igual que la muerte de Felipe II una etapa de

la historia de España– en la poesía de Cervantes también una época. El escritor ha

alcanzado ya su plena madurez y en los dieciocho años que le quedan de vida

publicará sus mejores y más representativas obras. El espíritu desmitificador del

 Quijote  ya está presente en este poema excepcional, que muy justamente Cervantestenía como la honra principal de sus escritos. Y entonces no ironizaba, porque él

sabía muy bien que era un gran poeta, a pesar del «Yo que siempre trabajo y me

desvelo por parecer que tengo del poeta la gracia que no quiso darme el cielo», que

tal como muy bien indica Ayala al principio de su trabajo es tan sólo una verdad a

medias. Bien sabía Cervantes cuáles eran sus capacidades, y bien supo escoger

entre sus poemas, uno, el dedicado «Al túmulo» para considerarlo la honra

principal de sus escritos, sin duda también exagerando algo. Pero como aseguranuestro novelista, «es en efecto una obra maestra, pieza única de poesía en

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FRANCISCO J AVIER DÍEZ DE R EVENGA «Francisco Ayala y la tradición áurea»

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cualquier repertorio del Barroco. Por sí solo reclama para su autor el título de granpoeta». Sean estas palabras del maestro las que sirvan de conclusión a nuestro

trabajo.

El copyright de este artículo pertenece a su autor. Puede citarse libremente con fines académicos siempre

que se identifique adecuadamente su fuente, consignando la referencia bibliográfica completa:

DÍEZ DE REVENGA,  FRANCISCO JAVIER (2008):  «Francisco Ayala y la tradición áurea»,  Rapsoda.

Revista de Literatura, núm. 0, junio, en <http://www.ucm.es/info/rapsoda/lectio/diez_ayala.pdf>, consultada

el (día) de (mes) de (año).

Pueden incluirse enlaces a este artículo en otras páginas. Quienes estén interesados en

reproducir este artículo íntegramente en otra publicación, electrónica o no, deben contactar con la

dirección de la revista, por correo electrónico ([email protected]) o postal:

Milagros Arizmendi Martínez

Revista Rapsoda (Dpto. de Filología Española III)

Facultad de Ciencias de la Información

Universidad Complutense de MadridAvda. Complutense s/n

28040 MADRID