Diarios Villoro

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de gran tijera, gente incapaz de rebajarse a firmar sus brillantes engendros. El tercer milenio repudia estas indefiniciones y el yo se some- te al más minucioso escrutinio. La televisión española nos pone en diario contacto con personas dispuestas a que sus secreciones tengan vida pública. La negra utopía de Orwell, el tiránico Gran Hermano que vigilaba la sociedad como un ojo omnipresente, es la feliz pesadilla de una época que quiere conocer los detalles íntimos, no sólo de gente destacada por sus goles, sus películas o sus maratones amatorios, sino de seres anónimos dispuestos al descaro. De golpe, la sociedad del espectáculo se paraliza ante las gemelas de las que no sabíamos nada pero se vuelven golosamente necesarias al descubrir que Vanessa le donó un riñón a su idénti- ca Valeria y ésta le pagó, no sólo acostándose con los dos amantes que Vanessa mantenía en parejo estado de gracia y expectación, sino quitándole la sirvienta y la niñera. Bienvenidos a la era de la fisiología rentable: un destino se acredita por la variación de los coitos, las cirugías o los derrames de bilis. La televisión dejó de ser el sitio revelador donde el invitado contempla su propia nuca en un monitor para convertirse en el sitio revelador donde practica el psicodrama. No es casual que una de las novelas más significativas de nuestro tiempo, Corazón tan blanco, de Javier Marías, comience con la frase: “No he querido saber pero he sabido”. Es demasiado lo que sabemos sin desearlo. El afán de invadir vidas ajenas no se limita a los programas desti- nados a indagar la cantidad de pañales desechables que Elvis Pres- ley usaba en sus incontinentes años finales; ya habita los edificios neogóticos de Yale y Harvard. La academia afila sus lápices para desnudar héroes que se veían mejor vestidos; profesores cum laude escriben biografías guiadas por el axioma de que odiar al objeto de estudio es asunto de salud pública. Andrew Motion afirma con esquiva elegancia que la vida de Philip Larkin “no estuvo muy diver- sificada por los sucesos”. Acto seguido, le dedica 570 páginas. Lo más animado que Larkin hizo en vida fue engordar; sin embargo, el biógrafo vindicativo necesita medio millar de páginas para de- mostrar la clase de pésima persona que puede ser un gran poeta. En su novela Mao II, Don DeLillo retrata a un escritor que rehúye toda forma de publicidad, un recluso en la estirpe de Salinger o Pynchon, al que nadie puede ver y mucho menos foto- grafiar. La trama se ocupa de la destrucción de esa intimidad. Una fotógrafa logra acceder al búnker creativo. El escritor le revela que su vida consiste, básicamente, en perder pelo sobre el teclado. Lo interesante está en sus libros. La fotógrafa lo escucha, lo admira, toma un curso de inteligencia un tanto pomposa, y quiere algo más. No le bastan los pelos muertos en el teclado. Desea el rostro, las manos, los gestos, los impulsos que no llegan al papel. Se diría que es imposible escribir una obra sin crear un misterio acerca de su procedencia. 24 : Letras Libres Marzo 2002 Juan Villoro EL PASADO QUE SERÁ EL DIARIO COMO FORMA NARRATIVA Difícil de clasificar genéricamente, el diario literario le ofrece al escritor la oportunidad de traicionarse: idealmente, no hay lectores ni posteridad que señalen el camino de su solitaria prosa. Así lo afirma Juan Villoro, cuyo libro más reciente es Efectos personales (Era, 2001). El arte de despreciar el arte. El arte de estar solo. – Pavese, El oficio de vivir Fama y privacía H ubo un tiempo en que los autores morían sin biografía, o sin más vida aparente que algunos rumores, muchas veces des- tinados a negar su identidad o a sugerir que el verdadero res- ponsable de las obras era un obispo con ambiciones púrpuras, un duque deseoso de cambiar la pluma por la espada, algún barbero y cirujano

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  • de gran tijera, gente incapaz de rebajarse a firmar sus brillantesengendros.

    El tercer milenio repudia estas indefiniciones y el yo se some-te al ms minucioso escrutinio. La televisin espaola nos poneen diario contacto con personas dispuestas a que sus secrecionestengan vida pblica. La negra utopa de Orwell, el tirnico GranHermano que vigilaba la sociedad como un ojo omnipresente, es la feliz pesadilla de una poca que quiere conocer los detallesntimos, no slo de gente destacada por sus goles, sus pelculas osus maratones amatorios, sino de seres annimos dispuestos al descaro. De golpe, la sociedad del espectculo se paraliza ante lasgemelas de las que no sabamos nada pero se vuelven golosamentenecesarias al descubrir que Vanessa le don un rin a su idnti-ca Valeria y sta le pag, no slo acostndose con los dos amantesque Vanessa mantena en parejo estado de gracia y expectacin,sino quitndole la sirvienta y la niera. Bienvenidos a la era de lafisiologa rentable: un destino se acredita por la variacin de loscoitos, las cirugas o los derrames de bilis. La televisin dej de ser el sitio revelador donde el invitado contempla su propia nuca en un monitor para convertirse en el sitio revelador donde practica el psicodrama. No es casual que una de las novelas ms significativas de nuestro tiempo, Corazn tan blanco, de Javier Maras, comience con la frase: No he querido saber pero he sabido. Es demasiado lo que sabemos sin desearlo.

    El afn de invadir vidas ajenas no se limita a los programas desti-nados a indagar la cantidad de paales desechables que Elvis Pres-ley usaba en sus incontinentes aos finales; ya habita los edificiosneogticos de Yale y Harvard. La academia afila sus lpices paradesnudar hroes que se vean mejor vestidos; profesores cum laudeescriben biografas guiadas por el axioma de que odiar al objeto de estudio es asunto de salud pblica. Andrew Motion afirma conesquiva elegancia que la vida de Philip Larkin no estuvo muy diver-sificada por los sucesos. Acto seguido, le dedica 570 pginas. Loms animado que Larkin hizo en vida fue engordar; sin embargo,el bigrafo vindicativo necesita medio millar de pginas para de-mostrar la clase de psima persona que puede ser un gran poeta.

    En su novela Mao II, Don DeLillo retrata a un escritor que rehye toda forma de publicidad, un recluso en la estirpe de Salinger o Pynchon, al que nadie puede ver y mucho menos foto-grafiar. La trama se ocupa de la destruccin de esa intimidad. Unafotgrafa logra acceder al bnker creativo. El escritor le revela quesu vida consiste, bsicamente, en perder pelo sobre el teclado. Lointeresante est en sus libros. La fotgrafa lo escucha, lo admira,toma un curso de inteligencia un tanto pomposa, y quiere algoms. No le bastan los pelos muertos en el teclado. Desea el rostro,las manos, los gestos, los impulsos que no llegan al papel. Se dira que es imposible escribir una obra sin crear un misterio acerca de su procedencia.

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    EL PASADO QUE SEREL DIARIO COMO FORMA NARRATIVA

    Difcil de clasificar genricamente, el diario literario le ofrece al escritor laoportunidad de traicionarse: idealmente, no hay lectores ni posteridad quesealen el camino de su solitaria prosa. As lo afirma Juan Villoro, cuyolibro ms reciente es Efectos personales (Era, 2001).

    El arte de despreciar el arte. El arte de estar solo. Pavese, El oficio de vivir

    Fama y privaca

    Hubo un tiempo en que los autores moran sin biografa,o sin ms vida aparente que algunos rumores, muchas veces des-tinados a negar su identidad o a sugerir que el verdadero res-ponsable de las obras era un obispo con ambiciones prpuras,un duque deseoso de cambiar la pluma por la espada, algn barbero y cirujano

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    De acuerdo con Foucault, los libros comenzaron a firmarse poruna mocin de censura, para facilitar la tarea de detectar al culpable de las ideas. Hoy en da resulta difcil concebir a un per-sonaje de gran guiol que responda ante los medios con la in-tempestiva y artificiosa genialidad de Valle-Incln. La figura delfantoche elocuente ha sido banalizada por la televisin y an noes resucitada por el performance. El escritor suele ser llamado a cuen-ta por su forma de circular en la medisfera. Conviene recordarque Salman Rushdie fue vctima simultnea del integrismo y losmedios masivos. Los talibanes de Pakistn lo acusaron de apos-tasa, el ayatollah Jomeini vio la protesta en televisin y orden lafatwa sin leer el libro. En Tumba de la ficcin, Christian Salmon haestudiado los cercos que se tienden a la imaginacin contempo-rnea y la dificultad social de aceptar las invenciones (entre otrascosas porque representan un modo alterno de decir verdades).

    Con diversos grados de peligrosidad, el novelista debe respon-der por sus criaturas ante los periodistas, el ayatollah o el jefe deuna junta militar. Profesionales del yo, los escritores estn obliga-dos a explicarse a s mismos no a partir de sus libros, sino de lasrecnditas intenciones que los llevaron a escribirlos. Esto facilitala irresistible tarea de las hormigas clasificadoras.

    Las ondas expansivas del yo son tan extensas que informan deasuntos rarsimos. De golpe, estamos al tanto de las inyeccionesde colgeno en la boca de una actriz. Lo peculiar es que la fuentede esta sabidura se disuelve: mensajes sin origen, estmulos quecambian como el clima y contra los que resulta imposible luchar.Con qu retrico taxista nos enteramos de eso? La sociedad dela informacin determina el inconsciente como la basura genti-ca determina el genoma humano. Morir el da en que deje de interesarme por alguien que habla de s mismo, anot EliasCanetti en una poca en que la confesin era un atrevimiento, una singularidad del carcter, no una moda financiada por la televisin, internet y otros acaudalados vertederos.

    Para protegerse de la exposicin meditica, los escritores suelen promover de manera progresivamente enftica los valoresde la soledad. El apartamiento ha ganado enorme prestigio cultural. Detesto ver gente, declara el poeta con malencaradoorgullo. Los reporteros describen la forma en que el len se niega a contestar el telfono, evita el trato con extraos, deja detener amigos. El arquetipo del eremita letrado es la respuesta delmundo culto a una sociedad invasora. Se trata, a no dudarlo, de una figura honesta pero tediosa. El mrtir de la soledad tieneprohibido ir a fiestas, perder su angst ante un escote, servirse dosveces del rag. La imaginacin alegre se considera superficial; a tal grado que entre las provechosas provocaciones que Csar Aira incluye en su memoria Cumpleaos pocas rivalizan con la deasegurar que su estadio anmico normal es la euforia.

    De cualquier forma, nadie puede estar seguro de la sinceridaddel escritor; los vidos bigrafos del futuro tal vez descubran que el misntropo profesional era gregario y viva en pecado de buen humor.

    Un gesto ms radical que escribir de espaldas a los otros consiste en renunciar al oficio como culminacin de una esttica.

    Bartleby y compaa, de Enrique Vila-Matas, se ocupa de esta elocuente cancelacin de la palabra. Vila-Matas despliega una galera de retricos de alta escuela que se volvieron cartujos repentinos. Aunque aquilata la rara diversidad de las razones que llevan a prescindir de una voz propia, Bartleby y compaatambin ofrece el retrato de una poca donde los singulares sonaquellos que se omiten, borran sus huellas, logran que el silenciosea la estruendosa caja de resonancia de sus palabras. En la merienda de los papagayos, los mudos son reyes misteriosos.

    Con todo, el silencio no siempre potencia una obra. Hace falta cierto acuerdo entre la imposibilidad de decir y la necesidadde callar. Pavese pag con su vida el precio de sus ltimas senten-cias: Basta de palabras. Un gesto. No escribir ms. Al terminarla frase se ocup de su suicidio ejemplar.

    Escribir sin morir en el intentoDe qu estrategias puede servirse un escritor para ahondar en smismo sin caer en la promocional exaltacin del yo ni renunciara su voz como mrtir del oficio? El gnero ms prximo al tonoprivado es el diario. Las cartas se escriben en funcin de un corresponsal; cuando se conoce bien al destinatario, la escrituradepende de valores entendidos: el chisme que el otro espera conintenso morbo, la exageracin que le da risa, el golpe bajo que loagravia. Las autobiografas tampoco permiten que el escritor sedescubra de repente y se atisbe, como buscaba Musil en sus diarios, con el opaco resplandor de quien pasa con una vela anteun espejo y ve sus facciones renovadas, enrarecidas. Las memoriasconstruyen un personaje ms o menos lgico. Nadie narra su vida entera desde la sorpresa, el malentendido, la confusin o laperplejidad. En ocasiones, incluso se requiere de una atmsferaficticia para que las confesiones resulten ms sinceras. Oscar Wilde volvi a tener razn al afirmar que una mscara sirve paradecir verdades. Marcel Proust, Philip Roth o Fernando Vallejohan aprovechado la novela como una rica variante de la autobio-grafa; la eficacia de sus alegatos ntimos deriva de la aparente fa-bulacin. Por el contrario, William S. Burroughs y Henry Millerescriben con una intencin de franqueza no siempre compartidapor el lector. En un arte donde la palabra realidad slo puedeescribirse entre comillas, segn sugiri Nabokov, poco importa el criterio de autenticidad.

    Los diarios conducen al horizonte privado de un autor, peroslo en un sentido formal. Desde el punto de vista literario, pocoimporta su valor documental; lo decisivo es que el narrador se co-loque en una orilla apartada del entorno, la tradicin, las formasdadas. Por eso, para Pavese, la soledad representa una forma dedespreciar el arte. No se trata, necesariamente, de suspender eltrato con los otros, sino de encontrar un aislamiento por escrito,del todo opuesto al que promueve la cultura del yo. El egonautaviaja hacia s mismo y se mira el ombligo con curiosidad infinita;el diarista busca las ideas que slo llegan al margen de la costumbre.Qu decir, entonces, de diarios maravillosamente mundanos, como los de Andr Gide? Su complejo tapiz de la comedia huma-na tuvo que ser cierto para ser narrado; sin embargo, apenas se

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    aparta de los placeres de la crnica o la microhistoria. El diariocomo forma de conocimiento nica pone en juego otros resortes.

    Narrar conforme al calendario puede organizar lo real en unahistoria, rescatar la novela sumergida en el exceso de las cosas. Laescritura continua de Josep Pla pasaba sin prdida ni sobresaltosde la crnica de un breve viaje en autobs al registro de varias dcadas de viento en el Mediterrneo. Testigo ntimo de la exterioridad, Pla recoge el relato certero, oculto en las minuciascotidianas. El cuaderno gris entrega la novela maestra que un mi-nero de los das extrae de la realidad.

    Los diarios ms radicales ponen en juego un desconcertantesentido de la soledad. En esa zona residual, la literatura se resistea asumir la condicin de gnero. No parece una crnica ni una novela. Su nico canon: escribir a lo largo de los das. El asuntotratado puede ser real o imaginario, personal o ajeno. Una bit-cora de sueos, una parca lista de actividades o un desahogo dedelirios son formas vlidas del diario. Ni siquiera se necesita unanocin de la lectura. En los libros de saldos en que anotaba lassumas y las restas de su conciencia, Lichtenberg sola escribir prrafos enredados y agregar entre corchetes: Yo me entiendo.La escritura privada existe para ser comprendida por quien la emite. Nada ms.

    Esto en modo alguno invalida que una vez que metemos la nariz en los diarios tambin metamos el juicio. Ms all del morbo de abrir cuadernos con tentadoras cerraduras, podemosvalorar la riqueza y el vigor de la escritura. Cmo hacerlo en elcaso de un gnero sin referencias ni asideros definidos? Cmocomprender su especificidad y evitar ese elogio de segunda divisin: parece una novela? La indeleble fascinacin que sus-cita El cuaderno gris depende poco de que sea un diario. Cundos importa esta forma sin forma?

    Antes de arriesgar hiptesis conviene aclarar que el diario como literatura atae a quienes podran haber escrito en otro gnero. El herosmo de Ana Frank o del submarinista en la oscu-ridad glacial del Kursk es el de quien rinde un ltimo y temera-rio testimonio. Otros diaristas llenan sus pginas en beneficio dequienes no han visto cosas tan raras; el caso de los antroplogos,los misioneros y los astronautas del porvenir, que harn viajes suficientemente largos para tomar apuntes. Las Radiacionesde ErnstJnger se inscriben en este peculiar esfuerzo. Cazador de insectosen la Segunda Guerra Mundial, el creador de Helipolis y otras utopas describe el espanto con fra objetividad. El 29 de mayo de1941 comanda un batalln de fusilamiento y apunta: Quisiera desviar los ojos, pero me obligo a mirar a aquel sitio y capto el instante en que, con la descarga, aparecen cinco agujeros en el cartn como si sobre l cayesen gotas de roco. El hombre alcan-zado por las balas sigue en pie contra el rbol; en sus facciones serefleja una sorpresa inmensa. El testigo obligado mantiene unamirada impasible. La muerte son cinco balas en un cartn. No slo por compartir la noche de los asesinos Jnger procede de ese modo; cree en la potencia reveladora del texto ms all de lavoluntad de su autor; pule una lente de aumento, un cristal de laboratorio, empaado por la niebla y la plvora. Sus esplndidas

    dotes de observacin reflejan la costumbre de la guerra como unantroplogo refleja ritos que desconoce. Coleccionista de fsilesy cometas, Jnger suprime su subjetividad para practicar una entomologa del hombre, la ciencia ficticia que lo acredita comoun observador desapasionado e impar.

    En cambio, los hombres que buscan la ocasin propicia en lamarejada de la historia suelen ser parcos relatores de los porten-tos que atestiguan. El diario del Che en Bolivia es el de un expe-dicionario sin brjula, tan detallado y consciente de los objetos ylos enseres de su tropa como el del Capitn Cook en los Mares del Sur. A diferencia del novelista que de pronto opta por la escritura secundaria, el redactor de un diario histrico est anteuna nocin total de la experiencia: transmite lo nico que puededecir. Curiosamente, la escritura absoluta es para l una forma dela reticencia. Lo que dice est sobredeterminado por lo que calla,evade, mitiga o distorsiona. De acuerdo con Isaiah Berlin, la lec-cin literaria de los hechos histricos estriba en que sus protago-nistas no slo hacen cosas histricas. Las novelas de Waterloo, Oki-nawa o Sarajevo dependen de los chismes, el humo de las cocinas,las risas, las monedas sueltas, las seas de la vida que prosigue, tumultuosa, durante la contienda. En cambio, la razn poltica evade los destinos contradictorios y privilegia los datos crudos,incontrovertibles por escuetos; sus palabras descarnadas pruebanque eso existi, la arenisca de la que surgen los monumentos.

    Cuando viva en Berln Oriental, conoc al legendario polticomexicano Antonio Carrillo Flores, entonces embajador en Mosc.Corra el rumor de que don Antonio haba perdido la oportunidadde ser presidente por la prudencia, la vasta cultura y la honestidadque lo presentaban como un hombre demasiado dbil para el PRI,partido al que de cualquier forma sirvi con lealtad. Don Antoniofue secretario de Hacienda y de Relaciones Exteriores, director deNacional Financiera, diputado, embajador en Washington y enMosc, todo lo que se puede ser sin llegar a presidente. Trabamosuna amistad que se fundaba en su pasin por invertir el modo socrtico y aprender de los jvenes, condicin en la que agrupabaa casi toda la humanidad. Yo tena entonces 24 aos y l deba andar por los ochenta. Me preguntaba por gente de sesenta aoscomo si fuera de mi generacin. En nuestros recorridos por el Museo de Prgamo o ante interminables guisos de ciervo, me cont que llevaba un apretado diario de su vida como poltico.

    Aos despus, trabajaba en la agencia Notimex con AlejandroRossi y le propuse publicar fragmentos de aquel diario que param tena visos de leyenda. Conocedor refinadsimo de las pequeasclaves que determinan las intrigas latinoamericanas, Alejandro seentusiasm con la idea. Visitamos al poltico retirado en su casonade la colonia Npoles. Nos recibi un hombre afable, olvidadizo,un tanto sorprendido de que su pasado pudiera interesarnos. Nosllev a su biblioteca, arquetipo de la del poltico mexicano ilustra-do: estantes de caoba, libros encuadernados en tonos vinosos,memorabilia de su selecto paso por las oficinas (alguna medalla,la carta enmarcada de un presidente, una moneda de oro de unpas lejano). En una repisa, encontramos los volmenes deseados.Le pedimos el correspondiente a la devaluacin que se vio

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    obligado a ordenar en su paso por Hacienda y que rompi una dilatada estabilidad del peso mexicano. Regresamos a nuestra precaria oficina en la agencia de noticias seguros de tener un botn periodstico. La decepcin no pudo ser mayor. El ms articulado de los polticos mexicanos tambin era uno de los ms hbiles. El peor da de su vida pblica mereca una escuetaentrada en la que mencionaba de paso su tristeza y se consolabaescuchando a Beethoven o leyendo a Goethe. Era todo. Los diariosregistraban su vida como una elocuente coleccin de silencios.

    brase en caso de urgenciaEn la orilla opuesta a quien borra huellas privadas para apuntalarsu gestin cvica se encuentra quien lleva un diario porque no concibe otra manera de expresarse. Durante ocho aos y medio elcomerciante ingls Samuel Pepys fue un inslito testigo de s mismo y del siglo XVII. Dej de escribir cuando su vista se debili-t, pues hubiera perdido la franqueza al dictarle a un secretario.De acuerdo con Stevenson, el candoroso Pepys fascina no slo de-bido a su irrefrenable apetito por la vida, sino porque confiesa suserrores y debilidades como si nadie pudiera leerlo. Pocas veces elintrincado tejido de un hombre aparece en forma tan plena. Pepyses un escritor culto que no se pretende artista; se retrata sin sabercmo quedar su semblante. Su testimonio fue publicado 160 aosdespus de su muerte y perdura como una refrescante muestra deuna prosa que, sin llegar al autoescarnio, ignora todo sentido de la respetabilidad. Pepys es el dispar cronista de su conciencia.El 31 de diciembre de 1665 termina el ao de la peste que se volvera inolvidable en la crnica de Daniel Defoe; Londres estsumido en la ruina y la miseria; mientras tanto, el jovial SamuelPepys escribe: Nunca he vivido con ms alegra (y adems, nunca he ganado tanto) como en estos tiempos de plaga. No habla un cnico; habla un testigo humanamente irresponsable.

    Cuando un escritor emprende un diario practica un gnero distinto al de Pepys. Qu lleva al adicto a otras escrituras a buscar ese yardaje adicional? Rara vez un escritor deja de intuiral otro que aguarda sus palabras. La prosa privada suele ser en sucaso una impostura. Sobran razones espurias para fingirse sinceroy convertir el presunto monlogo interior en un dilogo con la posteridad. Por tanto, el diarista literario depende de su disposi-cin a traicionarse, a aceptar el pacto de soledad en que puede ser,si no franco, al menos distinto.

    En sus diarios, Thomas Mann confirma que es el ltimo custodio de la Ilustracin y detalla los mprobos esfuerzos que lepermitieron consumar una obra descomunal; pero hay algo ms:el verdadero engrandecimiento est en sus cadas, la zona oscurade quien vivi para renovar los pactos con el diablo; el hombreque diseca su grandeza rompe de pronto la marcial disciplina quese ha impuesto, estudia su cuerpo, lastrado de males, olores, indi-gestiones, el saco enfermo que desea las inalcanzables manos deun muchacho. El dilema de Tonio Kroeger (el artista que renun-cia a la vida para recrearla a la distancia) se reproduce de maneraapasionante: Mann escribe contra su deseo, pero lo atesora en privado, permite que el secreto envenene su vida y la desvele,

    paga con una pluma desesperada, ardiente, el peaje de las novelasque, de principio a fin, representan una aventura del orden. Nodeja de verse a s mismo como una figura egregia, pero se atrevea perjudicarla con sus dolencias y sus deseos inconfesados. Mann no puede estar seguro de la forma en que sern recibidaslas debilidades del titn. Hoy sabemos que esos defectos lo dignifican. Hay algo tranquilizador en enterarse de que el ejecutorde repetidas proezas padeci tanto del estmago.

    Ms comn es el caso opuesto. Sobran autorretratos donde eldramaturgo de hgado inseguro aparece como la altiva y resigna-da vctima de su esposa, sus muchos hijos, sus editores canbales.Otros posponen en forma estratgica la difusin de sus miserias.Si se va a hablar mal de ellos, al menos que sea dentro de muchotiempo. As, disponen que sus diarios se editen veinte o cincuen-ta aos despus de su muerte para que esas palabras que suponenobscenas, increbles, precisas (como las que Beatriz Viterbo escribe en El Aleph de Borges) aumenten su fama pstuma (as sea en los boletines que los investigadores leales dedican a losnovelistas olvidados).

    Qu necesidad esttica explica que el autor vuelva sobre smismo para explicitar lo que ya sugirieron los adverbios y los adjetivos de su obra restante? Si la ficcin permite ser en los otros,por qu pasar al camerino donde la estrella revela que la obra se hizo con poco dinero, mala calefaccin y mucha inquina? El egotismo consustancial a la escritura corre el albur de volverse redundante en las pginas del diario. La vida de Escipin el Africano es singular; no lo es tanto que el protagonista se vea a s

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    mismo como Escipin el Africano. Si esto resulta vlido para undestino impar, qu puede decirse de los inmviles que pierdenpelo ante el teclado?

    La invencin de la soledadA pesar de las muchas malas razones que pueden llevar a escribirante un espejo, hay grandes, insustituibles, diarios literarios.Cioran, profeta del nihilismo, perdurar, entre otras cosas, por lams vitalista de sus formulaciones: no se escribe porque se tengaalgo que decir sino porque se tienen deseos de escribir. Estos de-seos sin meta ni origen definidos encuentran sentido a posteriorien la lectura. No se trata de un ardid chamnico sino de algo mshumilde y sorprendente. En el contacto con su materia, el diaristadice menos y ms de lo que prevea, cambia el rumbo y la deter-minacin de sus ideas. Escribir obliga a entrar y salir continua-mente de una regin donde lo propio empieza a ser ajeno, dondeel escritor se trasciende en otro y se traduce en texto. Gombrowicz,Kafka, Musil o Herling han llevado cuadernos que slo en parterevisan la voltil sustancia de sus das, pero que informan de manera radical de lo que slo puede ser dicho por ese medio. Julio Ramn Ribeyro encontr en la expresin prosas aptridasla mejor definicin de los textos que migran de un gnero a otrosin encontrar casa en ninguno de ellos: ensayos que son memo-rias que son ficciones, o ni siquiera eso, una sustancia literaria enestado bruto, que irradia una luz difusa, incapaz de reconocer suslmites. Al comienzo de sus diarios, Robert Musil anuncia que escribir en estado de alerta, durante el sueo de los otros y de su vida habitual: un animal de presa con hbitos nocturnos. El diario slo puede ocurrir cuando se adormecen los reflejos y des-pierta una sensibilidad distinta. Atento a este contracalendario,el polaco Gustaw Herling ha pasado la mayor parte de su vida entregado a su Diario escrito de noche. Herling recupera sus pen-samientos y emociones como quien entiende un tapiz por su reverso, sin someterlos a la forma precisa del ensayo o el relato memorioso, aunque por momentos siga esos derroteros.

    El diario ofrece la libertad condicionada de la falta de exi-gencias. Por eso es tan difcil de ejercer. Como han sabido los retricos y los miembros del grupo Oulipo, las restricciones firmes estimulan la creacin de atajos y vas alternas. La rima y lamtrica conducen a resultados inslitos; la inspiracin trabaja mejor cuando las musas estn sindicalizadas y obedecen reglas.El diarista, por el contrario, enfrenta un vrtigo sin lmites.

    Kafka expresa el dilema con la angustia paranoica que presidesus pginas: en su lucha contra el mundo, el hombre debe ponersede parte del mundo. A primera vista la frase invita a una capi-tulacin ante la fatalidad y los mecanismo de una sociedad tota-litaria. Sin embargo, el diarista puede encontrar en ella una tica.Kafka sabe que la verdad del solitario est fuera de l; su desafoconsiste en pensarse en el mundo desde un mirador excntrico.A partir de determinado punto ya no hay regreso. Es preciso alcanzar este punto, escribe en uno de sus aforismos. Para el diarista literario, la zona sin retorno es una frontera de niebla donde el yo, aislado y libre de ataduras, se experimenta como

    algo externo, que slo en parte depende de l. Este estilo de pen-samiento no es vasallo de los sucesos. En un sentido profundo,Musil, Kafka o Gombrowicz privilegian lo que no sucede, lo quees mera posibilidad o inminencia. La razn filosfica determinasus ideas porque se trata de esquirlas de la mente, incapaces de imantarse en sistema alguno; el diario conduce a una forma especfica de conocimiento, representa, como anhelaba Paul Valry, la vida de la mente.

    En su inagotable ensayo El narrador Walter Benjamin se refi-ri a la dificultad de tener experiencias en la modernidad. Para el autor de Angelus Novus, la experiencia no atae a los grandes cataclismos que interesan una poca sino al flujo de la vida diaria. En Infancia e historia, Giorgio Agamben prolonga esta preo-cupacin: la experiencia es incompatible con la certeza, y una ex-periencia que se vuelve calculable y cierta pierde de inmediato suautoridad. La sociedad del Price Club, El Corte Ingls y el altorating ha trado una homologacin de lo cotidiano. La psicologa,las aflicciones y las formas de relacin estn tan catalogadas comoun almacn. Narrar la vida comn significa abordar conductas previsibles. Cmo encontrar la singularidad sin salir del orde-nado acervo de lo diario? La respuesta de Witold Gombrowiczconsiste en aquilatar la inexperiencia. Asesino de la hora actual,guarda sus das como si se desconociera (no soy yo lo que est pa-sando conmigo), desordena lo que crea saber, guiado por la nicaconducta que garantiza aprendizaje: la inmadurez. Quin deci-di que se debe escribir slo cuando se tiene algo que decir? Elarte consiste precisamente en no escribir lo que se tiene que es-cribir, sino algo completamente imprevisto, anota en su Diario.

    Quiz la escritura de diarios est sometida a una historicidad.Al igual que la conversacin o la correspondencia, requiere deuna valoracin social de la esfera privada. En una era de difusinmeditica de las intimidades, el yo ha dejado de ser un ncleo excntrico, y ms an: la soledad como apuesta imaginativa se complica en un mbito donde la sobreinformacin y la progresi-va mimesis del comportamiento codifican las reacciones inclusoantes de que broten en el inconsciente.

    Es posible disponer de una memoria salvaje, no domesticadapor el uso? En su ensayo Desempaco mi biblioteca, Benjaminaborda el tema del coleccionismo, actividad con resortes similaresa la escritura de diarios. Cada pasin colinda con el caos; la delcoleccionismo, colinda con la memoria. As como los nios tratan de renovar la existencia recortando cosas, pintando los objetos y las paredes, desprendiendo partes de aparatos para ensamblarlas de otro modo, as el coleccionista renueva su mundo insertando lo fugitivo en el presente. El diarista literariocolecciona instantes que slo existen en sus pginas. No se limitaa recuperar pasados; fija el decurso de los das como un pasadoque ser; renueva la experiencia con tijeretazos rpidos, en pos deuna realidad que slo puede surgir all. Su memoria no atesora, se pone a prueba.

    Tal vez el gnero siga abierto. Tal vez an sea posible asumirel desafo cultural de estar a solas. Por escrito, y de parte delmundo. ~