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DIARIO POLIFÓNICO SEGUNDA ENTREGA 2020

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Las habitaciones de la casa ya se sienten enrarecidas: adoptamos costumbres que jamás habíamos imaginado, estamos listos para decir cosas que callamos desde hace años. Queremos salir, pero no queremos salir. Probamos una excursión al supermercado. Volvemos y nos sumergimos en lavandina. Imaginamos lo peor. Corremos en el lugar. Diario polifónico es un montaje de textos que registran distintos modos de vivir la cuarentena obligatoria, un experimento poético y un documento de época.

Diario polifónico,entrega N°2.

Editado por Atletas.

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Diario polifónico,entrega N°2.

0302

veinticuatro de marzo,dos mil veinte.

24 de marzoTreinta mil vocesEscritas en banderasPara Nunca Más

24 de marzo

Durante varios años pensé en escribir una distopía. Pensaba en un mundo sin Internet. Cada dos horas pasan helicópteros, dan vueltas por el cielo.El tema es que ahora parece que nos vamos a quedar sin Internet por una saturación del servicio. Muchas personas haciendo vivos en Instagram, muchas personas haciendo videollamadas con sus amigos, muchas personas escapándole a la ansiedad como pueden. Para inspirarme había vuelto a ver Blade Runner, me puse a leer El cuento de la criada, busqué algunas referencias a las que �nalmente nunca les presté mucha atención. Me gustaba que los personajes usaran cupones para comprar comida, esos cupones se los daba el Estado y tenían dibujitos según lo que correspondiese, tipo: pan, un dibujo de pan, y así.

8 AM en mi living. Ayer dimos vuelta la parte de los sillones. Trajimos la tele grande de mi cuarto para ver una película todos juntos. El living es, o era, mío. Si pasa a ser el sector cine de la casa me mudaré a mi cuarto, que tampoco está nada mal: puedo leer acostada y escribir en el escritorio chiquito que me mandé a hacer hace un par de años. Es solo una tabla de madera clara con patas de caño hueco pintadas de blanco. Es móvil. A veces va al lado de la ventana, a veces debajo de mis bibliotecas tsundoku, a veces al lado de la mesa de la tele de mi cuarto. Ahora está al lado de la ventana contra la pared.

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Diario polifónico,entrega N°2.

0504

Si me concentro en la respiración siento cómo me penetra por las fosas nasales un hilo de aire más frío. Estoy seguro de que esa enfermedad es un hálito frío entrando por mi nariz.Primero dejé de buscar el diario en la puerta. Luego le puse �lm a la cerradura y cerré cuidadosamente las ventanas. Decidí que iba a leer solo dos noticias por día y de un solo portal. Me juré poner el televisor de ocho a ocho y media. Cuando leo una nota, enseguida pienso que es el �nal, después pienso que es todo mentira, y por último trato de no pensar y me encierro a llorar en el baño, a escondidas de mi familia.

Me doy cuenta de que el vecino de enfrente trabaja en una estación de servicio porque en la soga cuelgan varias camisetas de Shell. Escucho los gritos de unos nenes que juegan, nenes que nunca había visto en esa terraza, nenes que no sabía que eran parte del ecosistema de este barrio. A lo lejos, un bebé llora y unas llaves, que no sé si están llegando o se van, también forman parte de la banda de sonido de este barrio. Entonces pienso: si hay algo nuevo que me devuelve estos días, si hay algo que está cambiando en este momento es mi manera de mirar; y una certeza construida en estas líneas: las cosas se convirtieron en un espectáculo que pasa en otro lado, y los propios ojos no sirven de nada, no llegan, no alcanzan.

1. La casa de mis viejxsEl lugar que no falla, lo seguro, el nido, lo intenso, la compañía, el consejo, el amor, lo intenso, el “yo te dije”, la comida casera, la vista al río, lo intenso.

2. La casa de CamiEl departamento de un pianista y una socióloga en Villa Urquiza. Techos altos, pisos de madera y aberturas francesas. Comida sana de la feria de Agronomía, libros piolas, un cartel de Botero en el baño y tres gatos: Aduki, Susanita y Tapioca.

3. La casa de mis primasDepartamento de estudiantes cancherísimas en el corazón de Plaza Italia. Pocos libros en la biblioteca e in�nitos objetos decorativos. Piso alfombrado, un escape de gas y un cuarto con dos camas de una plaza con acolchados haciendo juego.

4. Mi trabajo en relación de dependenciaEl espacio donde paso la mayor parte de mis horas productivas (o las que deberían serlo).

5. La casa del chico que me gustaVengo acá hace tres meses. Es lejos del área por la que me muevo frecuentemente y sin embargo se siente como un espacio conocido. Quizás eso esté dado por lo fácil que es estar acá: hay patio, parrilla, pileta, un gato que se llama Morrissey y un perro, Churro.

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0706

Maya me envía un video por Instagram: “Te mando un segundo de mi vida”. Se ve la cocina de piso blanco y negro brillante de su departamento nuevo de Nuñez casi Belgrano. Pablo, de dos meses, está en el huevito, que está apoyado en el suelo. Está todo rojo, parece que los ojos se le van a salir para afuera, los labios carnosos de los que ya nos reíamos en las ecografías están duros y estirados. Llora a los gritos. Maya enfoca la puerta y desde el living aparece Martín, de tres años, rubio, divino, con la misma boca de monito, roja brillante. Tiene la cara toda mojada de lágrimas: “MAMITA QUIERO SALIR”. “¿Vos qué hacés?”, me pregunta Maya.Yo le mando fotos en bolas a mi profesor de italiano.Son las tres de la tarde de un lunes.

Tengo sueños recurrentes con hombres que me cuidan.En el sueño de anoche un tío al que casi nunca veo me dejaba recostarme en su cama, me sorprendía que su habitación no tuviera techo y que nos encontráramos, de pronto, en una esquina en algún lugar céntrico de la ciudad. Cuando lo mencionaba, él le restaba importancia. Me recostaba sobre su pecho y sentía calma absoluta, no había que explicar nada, no había que mencionar que no se trataba para nada de algo sexual, solo de un refugio que contenía y que no necesitaba de ningún techo porque ahí, en esa cama en una esquina de la ciudad y en ese abrazo, estaba toda la habitación materializada y cálida.

Pienso ofrecerte un café de la máquinaque nadie se gastó en limpiar porque saben que lo haré cuando me harte de tomar mates sola. Odio tomar mate sola.Arreglaste la máquina. No esperaste a que lo hiciera yo. Y me miras con una sonrisade lado a lado diciendo: “Ya está”.Yo no sé nada de nada, Mara. Pero sé que algún día te voy a decir lo mucho que te quiero. Y, también, que te voy a dar esta carta sin romperla.

El primer día del aislamiento social me negué rotundamente. Nunca iba a contentar mi fuerte deseo de moverme haciendo workouts estúpidos en Internet. Más o menos a las 20 hs, cuando el sol de un otoño prematuro empieza a ponerse detrás del rascacielos en obra del otro lado de mi calle, me preparo. Las zapatillas son imprescindibles. ¿Está cargada la compu? Nos saludamos, casi como amigas, y empezamos a correr en el lugar.

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0908

Hace veinte días estamos juntos y es la primera vez que en la cena ya no tenemos nada nuevo para decirnos. Te miro y escribo sobre los restos de Salsati en mi servilleta:

Me gusta el hoyueloque se te hacejusto abajo del ojo izquierdocuando te reísde algo que digo.

Me di cuenta hace un otoño cuandote tapaste la cara con el buzo hasta la nariz y dejaste solo al hoyuelo de ojos chinos.

Ese hoyuelo que condensa lo que no decís, ese hoyuelo, tu Aleph.

La enunciación parcial deun conjunto in�nito.

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El otoño es la estación más triste que existe en el hospital. Los árboles, lo único vivo que tenemos acá, de a poco se ponen oscuros, quedan sin gracia y es como si nunca hubieran dado frutos. A partir de hoy el tiempo es muy lento.

veinticinco de marzo,dos mil veinte.

25 de marzo

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Luego de la última lumbalgia, luego de haber conocido los maravillosos efectos del Valium para ablandar mis músculos, me anoté en un gimnasio low-cost de Flores. Ahí conocí el yoga de gimnasio. Mi profesora es rubia y tiene rastas. Parece relajada pero no lo es. Nunca duda en recordarle al que llega tarde que la clase comienza a las 6, y lo dice mientras pasa una pierna por detrás de la cabeza. No quisiera ponerme mística, pero conocí mi cuerpo en yoga.Ahora que estoy encerrada en un tres ambientes extraño a la nazi de la profe. Encontré unos tutoriales para poder hacer yoga en el comedor. Estrené el mat que había comprado hace mil años y estaba arrumbado detrás de un monitor en el placard. Todo iba bien: vaca, gato, niño, montaña, tabla. El tema fue cuando llegué a savasana, la relajación. En ese momento te piden que pienses en un lugar que te guste, puede ser una montaña, la playa. Fui, entonces, a un bosque en la Patagonia. Ahí sentí que las ramas me pinchaban las plantas de los pies y no me gustaba.

Todas las cosas tienen un corazón que se detiene.

Mini infarto porque no anda bien Internet.

Mi cabeza funciona mejor en las tragedias.

Hoy salgo y rompo la cuarentena.

Matamos caracoles hoy con mi mamá. Estaban atacando el limonero. Sus cuerpos crujían como papas fritas en el fondo de la bolsa.

Hoy le dije a mi hermana que algún día voy a ser millonaria. Dejó de mirar su celular un segundo y me dijo: “Bueno”. Creo que estaba mirando un video de Wos. Ella es joven, yo soy vieja y poeta.

Qué me importa que esté todo dicho yo quiero decirlo igual.

Qué me importa que esté todo dicho yo quiero decirlo igual.

Me pregunto por qué nos incomoda tanto todo esto. No sé si te deseo pero en cuarentena ya no sé qué deseo y qué no. El cuerpo sin contacto se vuelve frío y rendido a sí mismo. Yo me rindo a mí misma, tapándome hasta las orejas con el ventilador si hacen más de 27 grados, y pensando en las pieles frotándose y en las respiraciones y en el olor de las respiraciones, cada una con su tono y con su temperatura. Si a tu novia, a quien no conozco, no le molestara que nosotros hablemos, la invitaría a mis pensamientos, tapada y respetuosa, para que afrontemos imaginariamente el letargo incierto de los días sin contacto. Pero a tu novia no la conozco y solo sé, por el único amigo en común, que mucho no me quiere, aunque tal vez estoy exagerando las cosas. Se me nota que deseo el deseo y eso no lo puedo ocultar. Se me nota que el encierro me pone monotemática, un poco como a todo el mundo.Cada día que pasa es un día ganado y no un día perdido, es curioso porque son los días más improductivos que vengo teniendo en mucho tiempo, pero la parte ganada es haber superado, otra vez más, el encierro ante este mal que acecha, y haber hurgado más en vos y vos en mí, en los recovecos accidentales que surgen y en todo lo que, cuando dejamos de controlar, a�ora con la voracidad de un felino salvaje listo para atacar a su presa.

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Diario polifónico,entrega N°2.

1514

16.30 en el escritorio de mi cuarto.Perdí el living, como lo supuse. Empecé a perderlo anoche, cuando Hernán decidió ver una película allá. Es raro que yo escriba a esta hora pero es el primer momento libre que tuve en el día. Sería raro que no hubiera nada raro en estos días. Me levanté por primera vez a eso de las cuatro con un mareo como de la panza; no era resaca, ayer tomé solo una copa de vino. Vomité. Me sentí un poco mejor. Me puse a ver tuiter, instagram, alguna noticia de infobae sobre cómo limpiar las cosas que vienen de afuera. Volví a dormir hasta las 9.15.Después empezó el día en serio:Desayuné mirando mails y chateando por temas laborales. Hablé con tres de mis empleados usando los airpods. Discutí con mi marido/socio por cómo organizarnos con las �nanzas y los tiempos, sumé algunos gramos a la receta de la angustia de esta noche, puse un lavado, saqué la ropa de la secadora que quedó de anoche, ayudé a ordenar las prioridades del colegio de Felipe, hice el pedido a la verdulería por whatsapp.Endosé cheques.Bajé a mi perro pero no quiso hacer nada.Hablé con una amiga, mi distracción del día, digamos, y me puse a escribir.Mi vecina se fue esta mañana a la chacra en Zárate para juntarse con sus hijos y cuidar a su ex que tiene mil enfermedades de base. Ya la extraño. Me dejó su casa, tengo su llave-mi llave, como le decimos, así que será mi refugio para escribir o trabajar. Quién sabe, si me separo antes de que termine la cuarentena, ya tengo donde dormir.

Todo el día estoy hablando del coronavirus. Hace días que no puedo escribir sobre otra cosa. Empecé a hacer yoga a la mañana cuando me despierto. Desayuno fruta y, media hora después, panqueques de avena y café. Ahora tengo tiempo a la mañana. Aislamiento obligatorio. Coronavirus. Sobredosis digital. Coronavirus. Ahora no podemos acompañar a los pacientes con risas y alegrías en los hospitales. Solo podemos hacerlo virtualmente. 60 payasos y payasas de hospital generando contenido. Antes subía un video por semana. Ahora uno por día. Coronavirus.Mamá reenvía todos los días a los tres grupos familiares que compartimos un audio de entre 5 y 27 minutos. Ya le expliqué sobre las fake news. También sobre el uso racional de Internet. Sigue reenviando audios. Coronavirus. Hoy salí por primera vez en cinco días a la calle. Fui a la verdulería. Me crucé con tres o cuatro personas. Una chica tenía puesto el pañuelo verde cubriendo su nariz y su boca. ¿Sabrá la chica que ese pañuelo no la protege del coronavirus? Llegué a la verdulería. Nada de hojas verdes. Coronavirus.

El universo se tornó caótico, vacío, feroz y oscuro. La pequeña luz al �nal del túnel desapareció y el túnel se cerró.

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Si hubiera un reloj de agujas acá cerca, uno parecido al que tengo en la cocinade mi casa, no esta casa sino la de Capital, que es más mi casa que la de París, si tuviera un reloj de agujas acá…Son las cinco de la tarde pero podría ser cualquier hora. Abro el freezer, que es más chico que el freezer de Capital, mientras saco alguna que otra cosa que tengo congelada. Me di cuenta acá de que debe ser una costumbre argentina freezar todo, a algunos de mis amigos franceses les parece raro. Pienso en la cantidad de franceses que creyeron que el mate era una droga o que las mujeres latinas nos veíamos todas iguales y que por poco caminábamos descalzas. Pienso en lo chiquitos que somos para el resto del mundo y de cuánto me hubiera perdido de haber nacido en otro lugar mientras empieza a salir humo del hornito eléctrico, que es mucho más chico que el horno de Capital. Y ahí me doy cuenta de que estoy fumando con la ventana cerrada y de que el frío que siento es de mi frente contra el vidrio, no como la vecina que asoma la mitad de su cuerpo a punto de levantar vuelo. Pero ella sigue buscando lo que sabe que no va a encontrar nunca en el cielo parisino y yo estoy a punto de abrir la ventana a ver si consigo sentir o al menos escuchar algo, como la noche anterior cuando entraron a mi cuarto los acordes de una canción que retrataba mi nostalgia porteña. Y es ahí nomás cuando el cigarrillo ya está en cualquiera que la vecina sigue estirándose por la ventana y yo estoy a un segundo de abrirla y hasta pienso que podría gritarle y decirle que no va a venir, que deje de buscarlo, que es inútil, pero me freno porque no sé cómo decírselo en francés y empiezo a pensar verbos y conjugaciones y me pierdo en una nube de humo porque hace seis meses que estoy acá y todavía no puedo hablar y maldigo la hora en que no tomé clases y tengo miedo que la vecina se quede esperando todo el día y el humo me siga invadiendo y me acuerdo de que otra vez me olvidé de apagar el horno.Y entre el humo y los días y la memoria y algún lejano sonido de agujas que creo escuchar, tiro del hilo que abre la ventana del techo de la cocina, para ver si �nalmente puedo respirar.

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Lo que vestimos por arriba: esto hace la diferencia.Alrededor del mediodía –en una pausa o�ine había freído alguna cosa de la heladera–, por �n la relajación: la segunda clase de alemán virtual con mis estudiantes de 5to año. “¿Monika, te molesta si almuerzo? Mi papá me está preparando spaghetti”. Generosamente doy el permiso y me preparo el cuarto café del día. Entretanto, me había puesto mi remera favorita, ya usada varias veces. Llevo pantalones de jogging. En mi cocina se apilan los platos sucios, lo veo en la pantalla.

No pienso en la falta de movimiento físico, tampoco en el lavarropas estropeado que nadie va a arreglar, ni en la reserva de bebidas alcohólicas que está mermando con una velocidad preocupante. La cosa se vuelve verdaderamente seria cuando nos toca elegir la ropa adecuada para la próxima reunión virtual.

A Gabi y a Guille salir los angustia. Aprovecho que tengo descuento con Comunidad Coto para convencerlos de quebrar los turnos e ir yo. El viento contra la cara me hace bien, el cuerpo se resetea.Delante de mí, en la �la para entrar al Coto, hay una mujer con un vestido negro de empleada doméstica. El de seguridad del supermercado frena la entrada, va indicando cuántos pueden entrar como si se tratara de un boliche. Hasta acá. Quedamos la señora de negro y yo, a unos metros de ingresar. “¿Todo bien?”, pregunta Gabi por whatsapp. “Sí, estoy esperando. Salgan al balcón”. Nos saludamos como niños. Desde el handy del de seguridad llegan ecos del interior: hay aglomeración en la verdulería, frenen la entrada de Cabildo, que la gente circule.

En el ascensor repaso el protocolo. Alcohol en gel antes de abrir la puerta, las bolsas al piso, nunca sobre la mesada, las llaves colgadas, tampoco en la mesada, directo al baño, 30 segundos de lavado de manos, ordenar las compras y ¿volver a lavarme las manos? La puerta de casa se abre: “¿Todo bien? ¿Cómo te fue?”, me dice Guille. Mis zapatillas están pisando la cocina. ¡Mis zapatillas están en la cocina! Las bolsas, sobre la mesada. Perdón, Guille, perdón. Me encorvo como mi perro cuando lo reto, esperando que me manden a la cucha. Quebré todo el protocolo. “Tranquila, andá a lavarte las manos”, me dice Guille. “Yo ordeno”.

Con ese aliento entramos a la cancha la señora de negro, yo, y unas ocho personas más. Como insectos, todos se dispersan rápidamente hacia sus objetivos. Yo quedo girando en falso, como si nunca hubiera entrado a un supermercado.

Rebota en mi cabeza la palabra aglomeración, aglomeración, aglomeración. El chocolate, ese amargo, rosa. ¿El Águila? Está donde están las cosas de repostería, la Exquisita.

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Diario polifónico,entrega N°2.

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Desde que empezó todo ya se dieron de baja cuatro clientes. Tuve que dejar registro de esto en una hoja de cálculo compartida con el jefe de administración, la encargada de cobranzas y mi marido/socio, aunque acá tendría que poner mi socio/marido.Una de las últimas salidas que hice el jueves a la tarde fue ir a la o�cina para sacar lo último que había quedado de fruta. También limpié algunos mates que quedaban con yerba, tiré la basura, me traje la cajita con algo de pesos y cheques, la silla de mi escritorio, papel higiénico, que había un montón, dos paquetes de yerba Playadito, y dos alcoholes comunes que quedaban. Bajé las blackout y me las arreglé para no llorar.

Dos veces por día pasa por la puerta una camioneta de la municipalidad con altoparlante. La voz que habla es siempre femenina (intuyo, ahí, una decisión política). Pide a los ciudadanos que sean solidarios, que permanezcan en las casas, que respeten la cuarentena. “Al virus lo paramos entre todos, gracias por la colaboración”.La camioneta viene siempre a horarios distintos, anárquicos. Si pasara todos los días a la misma hora, ayudaría a construir una rutina nueva. Pero no. Estamos librados un poco al azar y otro poco a las creencias de algún político exitoso. Digamos, por ejemplo, un intendente.Hay una teoría antropológica que dice que la percepción de la belleza tiene que ver con la regularidad, porque el cerebro del hombre prehistórico evolucionó para detectar patrones, y todo lo que se ajusta a un patrón, todo lo que llena una expectativa, produce sensaciones agradables.

veintiseis de marzo,dos mil veinte.

26 de marzo

Es una carrera contra el tiempo. Toda pandemia lo es. La meta en este caso no es llegar, sino permanecer. Pero los que escribimos lo olvidamos. Porque nos toma la pasión, el juego de contar y no decir del todo, de darte un poquito y dejarte con las ganas, de acompañar sin que me veas, de estar así de esta manera sutil, ocultos detrás de unas teclas, unas líneas, un papel, una pantalla, en verdad lo que tengamos a mano según el momento. Es que los que escribimos, lo olvidamos.

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Hay algo que mi madre no sabe.Las personas comenzaron a tomar formas geométricas.Algunxs son triángulos isósceles, otrxs cuadrados, otrxs círculos y, lxs más osados, rombos. Lo pude ver todo en la cola para entrar al supermercado. Y para contrarrestar y oponerse a estos cuerpos con tantas aristas, las caras son largas y rectangulares. No están medidxs con reglas, ni compases, tampoco transportadores. Es el fenómeno del tiempo, el orden y el progreso que ha hecho estas maravillas cubistas y contemporáneas de sus cuerpos.

¿Qué forma tiene mi cuerpo si se ve caminando por la calle? ¿Y bailando una noche suave de verano? Verán que estos cuerpos están reprimidos, o algo tímidos. No importa, suba el volumen del parlante y desempéñese solx en la pista como nunca antes lo ha hecho. Hay algo curioso y hermoso del baile, y es que es contagioso.

El jazmín del país que crece desmedidamente en el patio, Lila que se estaba por mudar, mi ex que ahora –justo ahora– me contacta por Skype (¿qué quiere?), los paraísos �scales, la tesis, la tesis, la tesis que no arranca, Luli que no menstrúa, marido que engorda y sonríe, siempre sonríe, el ruidito de la heladera, los poemas de Mariano Blatt, las historias que escribe Mariano Blatt (historias en las que no pasa nada, o sea, solo pasa el tiempo, o sea, pasa de todo), mi tía que tiene ochenta años y sale a comprar dentífrico, mi primo que se pelea con mi tía y después me llama y lo tengo que escuchar, la sordera familiar, mi sordera que crece cada día, el recuerdo de mi abuela sorda, el recuerdo de la otra abuela, la que era medio bruja, la visita al dentista que postergo y postergo, las pocas ganas de comer, las pocas ganas de casi todo, el zumbido de la computadora, los mosquitos, el dengue que pueden traer los mosquitos, que se acabe la lavandina, que se acabe el agua potable, que se enfríe el café siempre, que no tenga más ganas de nada.

Escribo antes de irme a dormir en un intento en vano de apabullar la mente. Tal vez si me vacío lo su�ciente en esta hoja, la noche me regale un descanso despojado de sueños. Los afortunados que no sueñan, o al menos no lo recuerdan, entran y salen del adormecimiento con más facilidad. No hay transición, no hay limbo, no hay engaño. No conocen la desesperada sensación de intentar prolongar un sueño hermoso mientras la conciencia se asoma para arrebatárselo. Son los dueños indiscutidos de su mente o, mejor dicho, de sus deseos. Irse a dormir no debería ser una vía de escape, ni un recreo que nos tomamos del presente. Pasar los días esperando ese momento de vacío que nos permite olvidar consume. Y aun así, a riesgo de revelarme como una total hipócrita, admito estar redactando estas palabras conteniendo los bostezos y tratando de suprimir la expectativa que me genera no saber con qué me voy a encontrar en unos minutos cuando me acueste, cierre los ojos y me desvanezca en un sueño profundo.

Cosas que me preocupan en esta tarde de cuarentena:

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Diario polifónico,entrega N°2.

2524

Todo lo que vivo en estos días me da una sensación que hace malabares entre el aburrimiento y una fascinación extraña por ver a estos dos seres humanos que son mi papá y mi mamá. Me cuesta concebirlos como una pareja; los veo como dos entes separados. Vine a pasar la cuarentena con ellos para ayudarlos con las compras, pero también por miedo a no verlos por mucho tiempo.Lo primero que �lmo es la clase virtual de mi mamá con el coro Kennedy. Es todo un espectáculo verla cantar con su tono de soprano desa�nado frente a una pantalla compartida con cuarenta caras diminutas, todas cantando a destiempo, y con el pobre director tratando de solucionar un problema de delay que hace de “We Are the World” una experiencia casi psicodélica. Filmo a mi papá cortando zucchinis en tiras �nas y largas porque como dice Julieta del Gourmet, me explica, el sellado preciso del zapallo italiano depende del grosor del corte. Mientras �lmo pienso en editar estos videos y hacer un diario �lmado de la cuarentena. Me imagino viéndolo en diez años y pensando lo importante que es a cierta edad no vivir nunca más con los padres.

Juana me cuenta cosas. Juana me cuenta cosas irrelevantes (dice esta palabra estirando las “a”). Le pregunto qué fue lo más interesante que hizo o qué le pasó en un día durante este tiempo suspendido, durante esta existencia suspendida. Flora quiere construir una mesa, aunque días antes me mandó audios largos en los que mencionaba lo mucho que le costaba la soledad, habitar sola su propia casa ahora que no está su roommate. Agus no sabe qué decirme, dice. La existencia de Agus siempre me pareció asombrosamente minimalista. Claro que en ningún momento le di a entender que su vida de siempre, puertas adentro y trabajando desde su casa, se parecía a los días que estaba(mos) atravesando. Ella está bien en todo lo que sea una cueva segura. No me es difícil extrañar la singularidad de cada una de ellas. Pienso en lo más elemental: un abrazo cuando todo esto pase, aunque me emociona más el encuentro de nuestras miradas, el entendimiento tácito de lo que cambió y nuestra manera inmediata de unirnos para afrontar el devenir de los siguientes muchos cambios que todavía faltarán.

Hacés todo bien. A diferencia de lo que le pasa a tanta gente, esta cuarentena signi�ca para mí la más hermosa oportunidad de estar siamesa tuya todo el día, mirándotelos ojos verdes que se ponen celestes cuando te enojás, tu corona de rulitos. Poder tocar todo el día tus manos enormes – que sin embargo se mueven de las formas más delicadas– y escuchar tu voz que me enamora cada vez que hablás porque viene desde adentro, profunda, sólida y con esa cadencia lenta y dulce, que se siente eterna como andar a caballo un domingo a las tres de la tarde en un campo perdido en la provincia de Buenos Aires con el sol vigilándote �rme desde arriba.

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Escucho el tic tic de la canilla, gotas suicidas que caen en la bacha. ¿Siguen abiertas las ferreterías? Ya no sé hace cuántos días que no salgo. Creo que desde el domingo que fui al chino a comprar algunas boludeces y a la verdulería de Álvarez �omas porque la del chino ya no tenía nada, ni siquiera vendedor. Después no salí más. Las asomadas a la calle para sacar al perro no las cuento, últimamente ni bien pisa la vereda se clava ahí y no se quiere mover. Es increíble cómo acata las normas afuera de mi casa, pero puertas adentro es diaria la corrida que tenemos que hacer para sacarle lo que sea que agarró: medias, biromes, corchos, una vez mordió un termómetro, ojotas, sus preferidas, servilletas que se afana de la mesa (esas se las dejo), una cajita de Ibupirac.¿Debería ir a encender mi camioneta cada tanto? ¿Hablarle como a las plantas? Explicarle que yo también la extraño y que ya todo, en algún momento, va a volver a la normalidad. Que ya vamos a volver a salir juntas, a llevar a los chicos al colegio, traerlos, ir al super, a Pilar. Que ya van a volver las tardes de los lunes en Eterna Cadencia, el garage de la calle Gurruchaga. Alguna que otra doble �la para bajar a comprar un café, un Farmacity. Un telo.

veintisiete de marzo,dos mil veinte.

27 de marzo

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A la tarde, a eso de las seis, subimos a la terraza y hacemos un programa de ejercicios que ofrece la aplicación de Adidas. Nuestro gato viene con nosotros y se sienta a mirarnos. Hay videítos de demostración de cada rutina, en los que se alternan hombres y mujeres apolíneos. A veces los hombres salen con el torso desnudo. Cuando la demostración es en exteriores, puede verse, de fondo, un puente colgante. Cada ejercicio dura treinta segundos, durante los que suena una musiquita electrónica que me hace acordar a la de los arcades de naves espaciales de principios de los 80. Cuando faltan quince para que termine, una voz en o� en español neutro, mecánica, generada por computadora, dice: “Quince segundos más”. Intenta simular entusiasmo. A punto de terminar, se enuncia la cuenta regresiva. Si nos tomamos demasiado tiempo de descanso entre dos rutinas sucesivas, la voz arenga: “¡Ve más allá!”.

(Hoy es viernes. Ayer fue jueves. Mañana comienza el �n de semana. Durante el �n de semana se puede dormir hasta más tarde. Los �nes de semana antes no iba a la escuela. Mañana y pasado mañana tengo más tiempo, por ejemplo, para hacerme un huevo pasado por agua –cuatro minutos y medio– para el desayuno).Cada vez más gente con la cual estoy en contacto íntimo virtual, está hablando –al inicio de la segunda semana de con�namiento estricto– de una situación de guerra. A mí, egresada de un bachillerato humanista, me faltan los pañuelos en la cabeza de las Trümmerfrauen recogiendo los escombros. Ellas y un texto de Borchert completarían la imagen. Un escenario para héroes: hombres decidido a todo, que rescatan con brazos musculosos a los niños que lloran bajo las ruinas. Mujeres delgadas, de ojos oscuros, muy bonitas, distribuyen volantes para convocar a protestas contra el gobierno.Pero desde ayer –así lo veo yo– también soy una heroína. Fue así: cerca de las 20, o dicho de otro modo, cuando estaba con la segunda copa de Malbec, recibo un email. Referencia: “Peces hambrientos”. Se menciona un alimentador automático. En término de pocos segundos o golpes sobre las teclas, averiguo el lugar exacto y el modo de suministrar el alimento a los peces, lo traduzco a toda velocidad, envío al éter un audio en castellano, le agrego además uno, no, dos emojis de peces y me vuelvo a dedicar a mi ocupación de la velada.Considero que esto es corona-heroísmo.

Todas las personas que no voy a ser aparecenahora que estoy encerrada. Pero hoy solo hay una no-persona: la persona que quiso ser astronauta y nunca irá a la Luna. ¿Qué pasaría si esa persona viajara muchos años para llegar a un planeta y se quedase sola? Caminando, dando vueltas. Todo lento, despacio. Inimaginablemente lento. Quedarse en el universo como en una piscina espesa.

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Extraño a Mamá. Y la extraño más cuando estoy en casa, porque cuando bajo las escaleras a la mañana sigo esperando encontrarla sentada en la mesa de la cocina, con su computa- dora, ya por el segundo o tercer café de la mañana en su taza roja de Betty Boop mientras adelanta trabajo. Extraño intentar hacer el menor ruido posible al bajar las escaleras para que no me escuche. Cuando todavía estaba acá me despertaba temprano, porque bajaba y desayunaba con ella, a solas, las dos. Pero ahora ya no importa, y estos días duermo mucho. Hasta la una o dos de la tarde quizá. Cuanto más duermo termino de alguna manera –sin importar la “trama”– soñando con ella. Yo siempre le dejaba notitas. Notitas escondidas en la cartera, notitas en la billetera, notitas en los cuadernos. Para que ella descubriera horas después cuando llegaba a su trabajo en Capital.

Los que estaban reunidos se abrazaron fuerte.

Los que estaban con su perro lo agarraron entre patas, y lo apretujaron para ver si escurrían algún resto de amor que se asemejara al humano.

Los que estaban solos abrazaron la tele, el celular, o algún almohadón.

Los besos se pixelaron y los gestos siguieron ahí, encerrados en pantallas.

La palmada se desplomó al suelo.

Los dedos se volvieron individuales.

Los amantes se mimetizaron tanto que se volvieron un solo cuerpo de cuatro brazos y cuatro piernas. Un tumulto con dos cabezas.

El asfaltó asomó la cabeza que tenía tan pisoteada.

Y mientras, el abrazo se quedó solo, enredado en sí mismo.

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Diario polifónico,entrega N°2.

Virginia Cosin Marina Do Pico Mara Beger Valentina SchajrisMalena Duchovny

Diseño grá�co:Bianca Sifredi

Brenda ErdeiBianca SifrediCatalina GuebelClara SchajrisClementina Cheb TerrabEliana MorteGal VukusichGerónimo TanoiraIsabel YumatleMaia Kusnetzo�Malena MónacoMelina GutmanMimi NaistatRocío Gil

Colaboraciones:Arte y fotografía

Equipo editorial:

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