Diamantes y Pedernales, De José María Arguedas_ Una Relectura, Hoy

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Convergencia. Revista de Ciencias Sociales ISSN: 1405-1435 [email protected] Universidad Autónoma del Estado de México México Solé Zapatero, Francisco Xavier Diamantes y Pedernales, de José María Arguedas: Una Relectura, Hoy Convergencia. Revista de Ciencias Sociales, vol. 11, núm. 34, enero-abril, 2004, pp. 299-321 Universidad Autónoma del Estado de México Toluca, México Disponible en: http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=10503412 Cómo citar el artículo Número completo Más información del artículo Página de la revista en redalyc.org Sistema de Información Científica Red de Revistas Científicas de América Latina, el Caribe, España y Portugal Proyecto académico sin fines de lucro, desarrollado bajo la iniciativa de acceso abierto

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  • Convergencia. Revista de Ciencias SocialesISSN: [email protected] Autnoma del Estado de MxicoMxico

    Sol Zapatero, Francisco XavierDiamantes y Pedernales, de Jos Mara Arguedas: Una Relectura, Hoy

    Convergencia. Revista de Ciencias Sociales, vol. 11, nm. 34, enero-abril, 2004, pp. 299-321Universidad Autnoma del Estado de Mxico

    Toluca, Mxico

    Disponible en: http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=10503412

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  • Dia man tes y Pedernales, de Jos MaraArguedas: Una Relectura, Hoy

    Fran cisco Xa vier Sol ZapateroFacultad de Humanidades

    Universidad Autnoma del Estado de Mxico

    Resumen: El presente artculo tiene como finalidad hacer una relectura de una importantenovela de Arguedas: Dia man tes y pedernales, dado que la crtica ha tendido a menospreciarla,por considerarla una novela menor. Para lograr esto, se retomarn las nuevas apreciacioneshechas al respecto por An to nio Cornejo Po lar, para, posteriormente, tratar de hacer una nuevareconfiguracin, en funcin de mostrar que esta novela se conforma de tal manera querompe con las leyes cannicas clsicas de las novelas indigenistas tradicionales, gracias a lanueva posicin y perspectiva autocentrada del autor. sta le permite dar una solucinartstica al proceso de expresin y representacin de los movimientos de tiempos y espaciosde la heterogeneidad sociocultural del Per de principios del siglo XX.Palabras clave: novela, crtica.Ab stract: The pres ent ar ti cle has the pur pose to make a re-read ing of an im por tant novel ofArguedas: Dia man tes y pedernales, since the critic has had the ten dency to min i mize it, whencon sid er ing it like a mi nor novel. To achieve this, the new ap pre ci a tions were re cap turedmade in this re spect for An to nio Cornejo Po lar, to try later on to make a new re-con fig u ra tion,in func tion of show ing that this novel is con fig ured in such a way that breaks up with the lawsca non i cal clas sics of the tra di tional in dig e nous nov els, con se quence to the new au thorsself-cen tered po si tion and per spec tive, which al lows him to give an ar tis tic so lu tion to theex pres sion and rep re sen ta tion pro cess of the move ments of times and spaces of thesocio-cultural het er o ge ne ity of the Peru of prin ci ples of the XX cen tury.Key words: novel, critic.

    Dentro de la produccin artstica de Arguedas y, en es pe cial, en elconjunto de sus novelas, Dia man tes y pedernales, de acuerdocon la poca crtica que la ha tomado en cuenta, se le considera unlibro claramente menor, de importancia discutible. Con todo,Cornejo Po lar, en 1994, en un excurso,1 agregado a su importanteobra interpretativa: Los univer sos Narrativos de Jos Mara, en su

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    1 Apareci en Revista de Literatura Hispanoamericana, 12, Maracaibo, 1977, y luegocon variantes en Anthropos, 128, Barcelona, 1992. Se menciona en 1994 la

  • segunda edicin de 1997 (la primera era del 77), le reconoca nuevos yfundamentales valores. Dice este crtico al respecto:

    En mi libro sobre la obra narrativa de Jos Mara Arguedas dej sin estudiarDia man tes y pedernales, una breve novela que apareci en 1954. Pens entoncesque dentro del conjunto global de la obra de Arguedas [...] era un texto menor, de importancia discutible, [una novela prescindible: Prlogo]. Aunque sin dudaalguna la comparacin con las otras novelas no le es fa vor able, pienso ahora que Dia man tes y pedernales tiene mucha mayor significacin de la queoriginalmente pude captar (Cornejo Po lar, 1997:138).Tomando en cuenta la intuicin de este gran crtico arguediano,

    en par tic u lar, y latinoamericano, en gen eral, nosotros intentaremosaqu hacer una relectura a partir de su lectura, es decir, trataremos dedar una posible nueva reconfiguracin de este breve pero importanterelato, tratando de revalorarlo dentro del conjunto de su obra to tal, conbase en los elementos que aporta para comprender mejor la potica deArguedas.

    Para ello, resulta obviamente fun da men tal preguntarse, de entrada,dnde encuentra Cornejo Po lar la mayor significacin de esta novela corta. Oigamos, una vez ms, sus propias palabras:

    [...] tomando en cuenta slo el nivel de los hechos, el suceso, [el acontecimiento]de Diamantes y pedernales podra parecer no ms que una mezcla de simplicidady truculencia; no hay tal, sin em bargo, porque las acciones y susencadenamientos narrativos estn sustentados sobre un denso orden simblico ypredican una significacin que trasciende con largueza el plano del puroacontecer (ibid.:139).Y contina ms adelante:Pulsando una nota que en Los ros profundos se desarrolla esplndidamente, elnarrador de Dia man tes y pedernales sita en el centro del relato una reflexinpotica sobre la msica y su significado pro fun do, y de la misma manera que enaquella novela, aqu tambin el valor de la msica se opone a toda manifestacinmaligna, en es pe cial al encadenamiento asociativo de sexo y pecado. [...] Estacontienda moral en tre la msica y el pecado no puede entenderse, para lainterpretacin que reclama la novela, al margen de un sustrato cultural muy

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    insercin del excurso en el Prlogo (1994) a Los universos narrativos (1997). En esteprlogo menciona que: [. . .] Como apndice aparece un texto [Condicin migrante eintertextualidad multicultural: el caso de Arguedas] que escrib mientras estaba enprensa este libro. En l, y en el fragmento dedicado a Arguedas en mi libro Escribir en elaire [. . .] creo que se puede apreciar el modo como ahora me acercara a su obra. Aquretomaremos este texto de manera indirecta.

  • definido y concreto que a su vez, bastante directamente, remite a una situacinso cial asimismo definida y concreta [...] (ibid., 1997:139-140).As, vemos que una de las caractersticas propias de este relato

    radica en que su significacin no est colocada, como comnmentesucede con las novelas indigenistas-realistas, a nivel de suceso, delproceso de la accin representada, del acontecimiento representado,del objeto de la representacin, de manera directa, sino en laconstruccin simblica que ste configura dentro de un sustratocultural muy definido y concreto que a su vez [...] remite a unasituacin so cial asimismo definida y concreta. Es evidente que setrata del sustrato cul tural quech ua y de la situacin so cial que sepresenta en los An des, especialmente en la zona sur del Per. Mas,considerada de esta manera la configuracin del texto, si bien lohacemos ya desde una perspectiva simblica, cabe hacer notar queseguimos ubicados a nivel de la representacin, de la imagen quevemos configurada en el texto, o si se prefiere, de la estructura delcontenido, olvidando justamente la expresin, es decir, lo que se oye,en funcin de quin lo habla, desde dnde, y a quin va dirigido.

    De aqu que Cornejo Po lar pueda decir que se trata de:[...] la decisin de [Arguedas de] sumergirse en la pasin y la sexualidad delhom bre, en las vertientes ms oscuras de la personalidad, all donde la razn seentraba e inutiliza, perdida en la densa dinmica de las fuerzas primarias delamor y la muerte [...] En este sentido, la novela es un cam po de tensin dondebatallan, con vigor sim i lar, los atributos de la existencia con los poderesaniquilantes de la muerte. [...] Estas interrelaciones textuales sealan laimportancia de Dia man tes y pedernales dentro de la produccin, en el cam ponarrativo, de Arguedas (ibid.:139).Razn por la cual la historia que vemos representada en Dia man tes

    y pedernales como acontecimiento representado, como objeto de larepresentacin sea excepcionalmente sim ple. Dice al respectoCornejo Po lar:

    Relata la incorporacin a la vida de un pueblo serrano, como arpista al servicioexclusivo del seor ms poderoso de la regin, del upa Mariano: los indiosllaman upa (el que no oye) a los idiotas o semi-idiotas (p. 14); los amores deaqul, don Aparicio, con una mestiza que haba raptado aos an tes (Irma) y suplatnico devocin por una joven costea recin llegada al villorio (Adelaida); y, por ltimo, la muerte de Mariano en manos del gran seor como castigo porhaber tocado el arpa en casa de Irma con la intencin de que don Aparicio olvidea la forastera.

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  • [...] [As, s] a la larga, [...] don Aparicio mata al arpista es porque al tocar elarpa en casa de su amante contamina la pureza que expresan sus melodas y sehace as reo de una suerte de imperdonable sacrilegio. [Es, pues, una] contiendamoral en tre la msica y el pecado [...] (ibid.:139).

    Con todo, paginas despus Cornejo Po lar rectifica un tanto estapostura, al decirnos que:

    En un artculo publicado en 1950, y parcialmente reeditado como prlogo aDiamantes y pedernales, Arguedas protestaba con tra el encasillamiento de suobra dentro del indigenismo: Se trata de novelas [deca] en las cuales el Perandino aparece con todos sus elementos, en su inquietante y confusa realidadhumana, de la cual el indio es tan slo uno de los muchos distintos personajes,idea que ms adelante, en el mismo artculo, desarrollaba con una imagen: el [.. .] mundo peruano de los An des [es como un] no ble torbellino en que espritusdiferentes, forjados en estrellas antpodas, luchan, se atraen, se rechazan y semezclan, en tre las ms altas montaas, los ros ms hondos, en tre nieves y lagossilenciosos, la helada y el fuego [...] formando estrechas zonas de confluencia,mientras en lo hondo y extenso las venas principales fluyen sin ceder,increblemente".Aunque la nota predominante en la cita es la que alude a los enfrentamientos ycontradicciones del mundo andino, lo cierto es que tambin se insiste, en unsegundo plano de complementariedad dialctica, en los vnculos y confluenciasque entrecruzan el espacio serrano. Esta doble visin (rechazo y mezcla)pre side la composicin de Dia man tes y pedernales y explica los distintosaspectos de su significacin [. . .] (ibid.:140-141).Es decir, ya no se trata tan slo de la imagen del hom bre pasional,

    solo, dentro de un acontecimiento extremadamente limitado, perfiladapor el narrador, sino del enfrentamiento bsicamente, digamos,dialgico-simblico en tre varios personajes ambiguos ycontradictorios uno de ellos, el indio representados desde unaperspectiva per sonal y sociocultural compleja; la cual tiene comodominante de la representacin el enfrentamiento en tre don Aparicio y don Mariano, dada la doble visin que pre side la composicin deDiamantes y pedernales: la de rechazo y la de mezcla, es decir, lade la heterogeneidad sociocul tural y la de la transculturacin.

    De aqu que Cornejo pueda mencionar que:En la novela se hace obvio, por lo pronto, el enfrentamiento so cial de los seorescon los indios, aunque en este texto, al contrario de lo que sucede en Agua yYawar Fi esta, el pueblo quech ua no proyecta, frente a la explotacin y maltratodel gran seor, ninguna respuesta que no sea la solemne dignidad con quepreserva sus usos culturales. Sometidos a la tirana del seor de Lambra, dedon Aparicio, mil indios le obedecen y temen sin medida como por lo dems

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  • tambin le temen y obedecen los mes ti zos y los seores de segunda fila sin queen el horizonte que representa la novela haya un solo indicio de rebelin osimplemente de rechazo o descontento (que se constituyen en categoras de latica del narrador pero no del mundo representado). En este orden de cosas,Dia man tes y pedernales ofrece una imagen de un universo feu dal, slido,compacto y estable, inamovible, que no parece situarse en la historia: semeja ser, casi, un orden nat u ral.En contraste con su pasividad so cial, con la sumisin que los encadena, losindios de Diamantes y pedernales demuestran una vigorosa identidad cul tural:silenciosamente pero con firmeza reiteran los valores de su cultura y losmuestran con seguro orgullo. Es tan firme su posicin en este orden especfico,que dentro de l pueden imponer condiciones al mismo gran seor. don Aparicioexplota e injuria ferozmente a sus indios, pero no puede sobrevivir sin elauxilio de su msica; ms todava, sin asumir las melodas quech uas comocomponentes imprescindibles de sus experiencias ms ntimas y ms hondas: por esto, si en un sentido es amo y seor del arpista Mariano, en otro sentido, tal vezmenos objetivo pero igualmente real, depende servilmente de l, de su capacidadpara taer el arpa y de elevarlo, con las canciones indias que interpreta, a laplenitud de sus vivencias: tu arpa me ahonda ms!, le dice al upa Mariano.Sucede que, segn advierte el narrador, con esa meloda [...] el comunero indioalcanza el pro fun do corazn de la tierra, la regin de donde los seres vivosbrotan. Naturalmente, la dependencia de don Aparicio con respecto al msicoindio es ambigua, pues finalmente Mariano es su siervo, pero no deja de serprofundamente significativa. Tal vez por eso, en gesto propio de quien vive de ypor la propiedad privada, el gran seor pretende apropiarse con exclusividaddel arte del arpista: Para m no ms vas a tocar!, le dice, como previniendoque a la larga, como efectivamente sucede, el humilde Mariano emplear lamsica en fa vor de una mestiza y en con tra de los deseos y rdenes del patrn(ibid.:141-142).Como se observa, el principio de la representacin consiste, segn

    esto, en el enfrentamiento en tre varios personajes dentro de ununiverso feu dal, slido, compacto y estable, inamovible, que pareceubicarse fuera de la historia; y la dominante, la configuracin de lapersonalidad de cada uno, todo ello percibido desde una perspectivapropiamente quech ua por parte del narrador. Es decir, una vez ms senos seala que no hay casi ningn enfrentamiento directo que permitaque la novela avance y se muestre como un proceso, caractersticabsica de todas las novelas indigenistas (realistas) anteriores a esterelato, y que se con fig ure desde una posicin y una perspectiva mscul tural que propiamente social. Como dice Cornejo Po lar:

    Esta perspectiva, que subraya el vigor de la cultura quech ua y su imposicinsobre los blancos [...], viene a representar la culminacin del enfrentamientoen tre patrones e indios en el nivel cul tural dentro de una dinmica inversa a laque do mina el mismo enfrentamiento en el plano so cial. En el mbito de la

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  • cultura, el conflicto en tre ambos bandos, sin ceder en beligerancia, se resuelveparcialmente al menos, como se desprende de lo an te rior, en la aculturacin [omejor, transculturacin (FXSZ)] indgena de los seores: se trata de lasestrechas zonas de confluencia a las que aluda Arguedas en el artculo citadoanteriormente (ibid.:142).Pero, cmo se articula esta representacin, relativamente esttica,

    con la rep re sentacin simblica, colocada en un segundo plano? Deacuerdo con este crtico:

    En otro plano, ya no representativo sino abiertamente simblico, Diamantes ypedernales ensaya una predicacin mtica mediante la concentracin de ciertosobjetos de una densa carga semntica de ndole globalizante: tal puedeinterpretarse, en efecto, con relacin a la escena en la que el cerncalo deMariano devora el cuello del caballo de don Aparicio, donde el killincho[cerncalo, en quech ua] parece asumir la representacin global del mundo indioy el caballo la del mundo hispanizante de los seores. Los distintos niveles queemplea Dia man tes y pedernales para marcar la oposicin (y en algn caso laconfluencia) en tre el universo de los indios y el de los patrones, tanto en laversin socio-cul tural propia de la representacin, cuanto en la construccinsimblica del mito, estn fundamentalmente ligados al tema cen tral de la novela,a la oposicin en tre msica y pecado que es la manera como este relatoprocesa la contradiccin esencial en tre vida y muerte [. . .] (ibid.:142).De aqu que pueda concluir su lectura diciendo que:Lo dicho hasta aqu seala los alcances y lmites de Dia man tes y pedernales.Obviamente esta novela privilegia el orden simblico y la perspectiva tica, endesmedro de la problemtica so cial, que es ms bien un supuesto, y prefiereenfrentar la tarea de revelacin de la vida andina desde un punto de vista msontolgico y antropolgico que histrico y so cial. [...] En este sentido, Dia man tes y pedernales [es] una obra ger mi nal con respecto a aspectos mltiples de susobras posteriores [...] (ibid.:147).Se podr observar que los comentarios realizados por Cornejo Po lar

    en relacin con esta novela se encuentran en diferentes planos, endistintas instancias bsicas del proceso narrativo, a sa ber:autor-narrador, personajes, acontecimiento, referentes y tradicionessocioculturales..., y todos ellas en funcin de la posicin y perspectivaautocentrada de expresin-representacin directa y simblica que enellos se presenta y manifiesta, y de acuerdo con la bsqueda de unaposible articulacin de los mismos en funcin de la configuracin queel autor les proporciona. Recurso utilizado por Cornejo Po lar para darcuenta de la solucin artstica configurada por el autor en el texto, yreconfigurada por nosotros en la lectura, es decir, tomando en cuenta lapropia interpretacin que reclama la novela; la cual, como vimos,segn Cornejo Po lar, se centra en la confrontacin vida o muerte que

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  • queda conformada en la relacin msica pecado, teniendo como base adon Aparicio.

    As, y dicho desde nuestra posicin y perspectiva autocentrada,tenemos que la novela trasciende con holgura el plano delacontecimiento (del suceso, de los hechos). Lo que pro duce que laatencin del lector, es decir, el principio y la dominante de laexpresin-representacin que, a travs de las instancias bsicas delproceso narrativo, nos sirven de gua para encontrar la solucinartstica del texto, deba colocarse en un plano simblico, o mejordicho, en uno lrico-animista mgico-mtico. ste se manifiestamediante esa doble visin de rechazo y mezcla: de heterogeneidady transculturacin, que se presenta en cada uno los diversos yencontrados personajes que lo forman y conforman. Dichos personajes entran, adems, en complejos procesos de interaccin discursiva,como producto de los referentes y las tradiciones concretas quevehicula el narrador con su relato, como parte de su espacio deexperiencias y su horizonte de expectativas sociocultural, de supresente histrico, y con los cuales se adentra en una compleja relacinbivocal, dialgico-cronotpica, heterogneo-transculturada. De aquque se pueda decir, que el centro de la atencin del relato debe sercolocado ms en la condicin migrante y la intertextualidadmulticultural (ibid.:267) de los diversos hablantes de la novela(puesto que todos, o casi todos, son forasteros), que en el plano de laaccin-representacin, o sea, de la estructura del contenidopropiamente dicha; de manera que le permite enfrentar la tarea derevelacin (lase de configuracin, de expresin-representacin) de la vida andina, como dice Cornejo Po lar, desde un punto de vista msontolgico y antropolgico que histrico y so cial. Cuestin que, seadicho de paso, desde su propia perspectiva, no slo no es privativa deesta obra, sino que se convierte adems en uno de los rasgosdominantes de la totalidad de sus textos, de la potica del autor, de lapotica de Arguedas.

    Ms sea de ello lo que fuese, con esta brevsima revisin de unapropuesta crtica de lectura del texto y de la explicacin de lasherramientas terico-conceptuales por utilizar para la interpretacin oencuentro, a partir del trabajo de comparacin correspondiente, de susolucin artstica, pasemos directamente y de forma totalmenteprctica a la reconfiguracin del relato, a la bsqueda de la solucinartstico-histrico-interpretativa propuesta por nosotros.

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  • Dado el poco espacio que tenemos para realizar una la bor tancompleja, aqu nos enfocaremos de manera breve en los mismosdos planos en que se ubica Cornejo Po lar en su lectura: el de larepresentacin sociocultural directa y el de la representacinsimblica indirecta, tomando en cuenta, sin em bargo, a los personajesque configuran, es decir, que expresan y representan dichas imgenesque vemos en el acontecimiento representado, as como al narradorque los perfila a ellos a travs de su relato, al tiempo que loscomplementa. Para tal propsito se considerar slo el primercaptulo, dado que ah se encuentra, como veremos, parte de laconfiguracin de la personalidad del indio. Esto nos servir paraconfirmar lo dicho por Arguedas respecto a que sus novelas no sonpropiamente indigenistas, aunque s revaloran la cultura indgena, yconfirmaremos, y trataremos de amplificar, la propuesta de que lanovela privilegia el orden simblico y la perspectiva tica, endesmedro de la problemtica so cial, y enfrenta la tarea de revelacin de la vida andina desde un punto de vista ms ontolgico yantropolgico que histrico y so cial; puesto que esto acerca sustextos a las novelas vanguardistas de su poca, y los aleja de lasnovelas realistas anteriores, con la consecuencias evidentes para lareinterpretacin de sus obras narrativas.

    A diferencia de la lectura de Cornejo Po lar, quien se coloca en unaposicin y una perspectiva un tanto alejada del texto, trataremos dehacer una lectura lo ms cercana posible a la imagen configurada, sibien tan slo en el captulo mencionado, y tratando de tomar en cuentala misma estructura for mal del texto, la cual, como veremos, no esfinalmente for mal, en su sentido lgico, sino justamente la que nosayuda a explicar en buena medida lo que el autor-narrador nos expresay representa, lo que da pie para comenzar a tratar de entender, cuandomenos en principio, la solucin artstica de la novela, es decir, lasolucin artstica a la expresin y representacin de laheterogeneidad sociocultural y la transculturacin de la si erra andina.

    As tenemos de entrada que la novela est compuesta por seiscaptulos, con diferentes apartados o escenas en cada uno de ellos, queen su conjunto conforman un to tal de 23 escenas. Dadas lasdimensiones de la novela, pareciera ser una divisin desmedida y untanto arbitraria. Pero, realmente lo es, o est directamente relacionado con lo que vemos y omos por cuanto lectores del texto, en funcin de loque se nos expresa y representa en el relato por parte del narrador? O

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  • dicho de otra manera: qu quiere Arguedas comunicarnos con estaestructura for mal aparentemente tan disparatada?

    Para poder dar cuenta mnimamente de esta problemtica, hay quetratar primero de entender qu acontece en cada uno de los captulos dela novela, puesto que ello quiz nos d una primera pista.

    As, nos encontramos que en el captulo uno el narrador nos hablasobre el indio Mariano, as como de sus relaciones con don Aparicio ycon la gente del lugar, despus de tres aos de residencia en ese pueblo,que es la cap i tal del distrito.

    En el segundo, por su parte, se dirige al pasado para narrarnos lascausas por las que Mariano lleg a ese pueblo; de cmo conoce a donAparicio y se convierte en el guardin de su casa; as como la manera en que llega a ser un indio privilegiado. En tre parntesis cabe aclararque de los acontecimientos que se registran du rante estos tres aos, casi no tendremos ms que algunas breves generalidades, y todas ellas enfuncin de los acontecimientos presentes.

    En el tercer captulo, cambiamos de escenario, y se nos expresa yrepresenta (vemos y omos) la llegada de Adelaida: rubia, de ojosazules, y de su mam de la costa, y las relaciones que de inmediato seentablan en tre ella y don Aparicio: alto, grueso, cejijunto, de expresincandente e intranquila. Del pasado de ellas, del por qu van a la si erra,nunca sabremos nada. La gente del pueblo, los vecinos principales,especulan si no sern tsicas.

    Es importante mencionar aqu, que si bien no se nos diceexactamente la poca en la que suceden los acontecimientos, podemossuponer que estn referidos aproximadamente a los aos veinte delsiglo pasado, hecho importante por cuanto la costa y la si erra andinaeran y representaban dos mundos totalmente opuestos y ajenos en tres. Sin olvidar, por ello, que las contradicciones que se manifestabanen tre los hom bres en la propia si erra eran igual, o peor, de complejas.Recurdese, al respecto, lo dicho por el propio Arguedas. Me permitorecordar brevemente dos de sus comentarios: se trata de novelas en las cuales el Per andino aparece con todos sus elementos, en suinquietante y confusa realidad humana, de la cual el indio es tan slouno de los muchos distintos personajes; y segundo: el [...] mundoperuano de los An des [es como un] no ble torbellino en que espritusdiferentes, forjados en estrellas antpodas luchan, se atraen, serechazan y se mezclan [...].

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  • Termina este captulo, pues, con la imagen de Mariano tocndolemelodas a don Aparicio, si bien stas ya no lo apaciguan, noresuelven la contradiccin dada en tre msica y pecado.

    Por su parte, en el breve captulo cuatro, vemos y omos la entregade flores que le manda don Aparicio a doa Adelaida, por mediacindel varayok al calde de la comunidad de Alkamare, en compaa de un grupo de mujeres de la misma comunidad. Cabe resaltar que, al iniciarel captulo, donde se ve la procesin de los indios de la comunidad acasa de Adelaida, una mujer llora: es Irma, la mestiza.

    En el captulo cinco, volvemos una vez ms al pasado, y el narradornos expresa y representa la conquista amorosa y el rapto de Irma porparte de don Aparicio, y contemplamos cmo se convierte finalmenteen una ms, si bien la prin ci pal, de sus queridas: igual de sumisa comol las criaba (Arguedas, 1954:29). Una vez de nuevo en el presente,observamos cmo don Aparicio la va a ver a su casa para que le cante, yposteriormente cmo ella va a visitar a Mariano para pedirle que laayude, tocando el arpa en su casa, a que aqul se quede con ella yreniegue de Adelaida. La escena fi nal es la conversacin dancsticade Mariano con su Kilincho, que estaba tranquilo (ibid.:31).

    Finalmente, en el captulo seis, el ms largo y complejo, y en el quedesembocan y confluyen todas las complejas corrientes, todos loscaudalosos ros anteriormente configurados, se ve, de entrada, elimpresionante cortejo de don Aparicio en casa de Adelaida, con sucaballo, el Halcn, en compaa de un grupo importante de susmayordomos, despus de haber permanecido diez das en su ha ci endade Lambras. Posteriormente, la conflictiva conversacin de Flix, elmayordomo mayor, con don Aparicio, en relacin con Adelaida e Irma. Ms tarde, la escena en tre la se ora de Lambra, mam de don Aparicio,con Mariano, donde sta lo humilla. La invitacin de Flix a Marianopara ir a comer juntos en la picantera, con el fin de motivarlo paraque ayude a Irma. La escena donde Flix se lleva el arpa a casa de sta ya donde posteriormente llega Mariano. La llegada de don Aparicio.Cmo cantan ellos dos juntos primero, y cmo ms tarde los acompaacon el arpa Mariano, quien est oculto en la recmara de ella. La furiade don Aparicio al sa ber que all se encuentra el upa. El regreso deambos, por separado, a su casa. El asesinato del Mariano por donAparicio: lo lanza desde el balcn del segundo piso. La peticin alvarayok al calde de Alkamare para que pre pare un entierro al estilo

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  • indio. Los ritos del entierro de Mariano, ya como comunero deAlkamare. El enfrentamiento de Flix con don Abelardo a causa delcaballo: l fue el cul pa ble de la muerte de Mariano. El velorio y elentierro de ste, con la presencia de todos (obviamente, menosAdelaida), en es pe cial de don Aparicio. La solemne despedida de stede Adelaida y el desmayo a causa de ello de su sirvienta in dia. Losdeseos expresos en un monlogo interno de don Adalberto,expresado por el narrador, de hacer sufrir para siempre a Irma. Laimpactante escena donde le corta un pedazo de carne del cuello delcaballo, del Halcn, para darle de comer al cerncalo (al Kilincho), deMariano, al inteligente Jovn, como ste lo nombraba. La escenadonde se va don Aparicio en el caballo herido y con el cerncalo en elhombro. Finalmente, la integracin de Irma a la comunidad deAlkamare, por invitacin del varayok alcalde.

    Si uno es atento a la expresin y representacin, a lo que oye y a loque se ve, en esta serie de escenas, se pueden descubrir unas cuestionesmuy importantes. Es constatable, en una primera instancia, que, comodeca Cornejo Po lar, el suceso es una mezcla de simplicidad ytruculencia. Aunque ello no deja justamente de permitir observarotras cosas muy interesantes.

    Es claro, de entrada, que a Arguedas no le importa tanto el proceso y enfrentamiento sociocultural de los diversos personajes, como elencuentro y la relacin en tre ellos, ahora, tomando del pasado tanslo aquello que sirve para explicar el presente puntual. Pero esamisma relacin que se ha venido dando, la cual no se expresa ni serepresenta en el acontecimiento representado, permite entender quedicha relacin es la que los va definiendo y determinandoindividual y socioculturalmente, es decir, a uno en funcin del otro, deacuerdo con sus respectivos espacios de experiencias y horizontes deexpectativas propios de sus presentes histricos: son en funcin de larelaciones del acontecimiento del ser. Dicho de otro modo, nadie tieneuna identidad definida en s y por s mismo, sino que va siendo conbase en la relacin que establece con su heterogneo y transculturadopresente histrico sociocultural en el cual se vive y de acuerdo con lasrelaciones heterogneas y transculturadas que cada uno guarda yestablece con los otros, con los dems: estrellas antpodas que luchan,se atraen, se rechazan y se mezclan en el presente del acontecimientovivido y del acontecimiento del ser dado.

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  • Pero hay ms, nos damos cuenta, como complemento de lo an te rior,que el narrador los configura como seres excntricos, forasteros,desubicados de su propio mundo: Mariano viene de un pueblofrutero del in te rior; don Aparicio y su mam de su ha ci enda deLambras; Irma y su madre de la costa, Irma de Ocobamba,. . . como siArguedas quisiera conformar y resaltar sus heterogneas ytransculturadas personalidades y sus explotadas identidadesjustamente al colocarlos fuera de su entorno nat u ral, al ubicarlos encircunstancias especiales, en un acontecimiento fuera de la historia y al hacerlos enfrentarse con seres totalmente diversos y distintos a smismos. O dicho con las palabras del propio Arguedas: formandoestrechas zonas de confluencia, en las cuales, en lo hondo y extenso[de] las venas principales, fluyen sin ceder, de manera increblementecompleja.

    De aqu que podamos decir que Cornejo Po lar tiene razn sloparcialmente al decir que se trata de la imagen de un universo feu dal,slido, compacto y estable, inamovible, que no parece situarse en lahistoria, puesto que si bien casi no se mueve a nivel deacontecimiento, se mueve en el in te rior de cada uno de ellos, y demanera extremadamente explosiva, al enfrentarse y chocarentre s, teniendo como figura prin ci pal, por supuesto, a don Aparicio,si bien ste no es realmente el hroe de la novela, ya que el verdaderohroe es el indio, es Mariano, es don Mariano, del que Arguedas quierejustamente rectificar su imagen, del que quiere, indirectamente porsupuesto, mostrar lo distorsionado de las imgenes anteriores, yagregara presentes (nuestro Presente) que se han creado y se siguencreando, por no decir inventando, de l.

    De aqu que sean seres en los que su personalidad y su identidad han estallado, y se ha pulverizado en una serie de mundos ajenos ycontradictorios que forman parte de su conciencia, de su manera de verla realidad, de entenderla y comprenderla, al hablar de ella, y que lohacen de manera ms notoria al estar separados, aislados de la gentecon quien pueden relativamente compartirla.

    Cierto, en esta novela la expresin y representacin de todos estosconflictos resulta ser un tanto, o quiz, muy limitados, cuestin que sehace ms que evidente si se la compara con la excelsa magnitud comoson expresados y representados, por cuanto movimientos detiempos y espacios socioculturales heterogneos-transculturados,

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  • dialgico-cronotpicos, bi-pluri-culturales, en Todas las sangres y enEl zorro de arriba y el zorro de abajo, por ejemplo. Si bien, parecieranre sponder, en principio, y dicho de manera extremadamente el e men tal, a la misma bsqueda de solucin artstica de cuando menos unproblema preciso: el del narrador, el de ese ser que expresa yrepresenta lo que acontece, pero que tambin se expresa y serepresenta, es decir, se autoconstruye, como ser ubicado en unpresente histrico y el cual recuerda, configura y reconfigura, supropio pasado. Pareciera como si aqu hubiese intentado acercarse aese problema y hubiera tenido que resolverlo primero a nivel per sonal,para, posteriormente poderlos solucionar a nivel coral, como semanifiesta de manera tan maravillosa e importante, desde todos lospuntos de vista, como decamos, especialmente en Todas las sangres,novela, me parece, muy mal entendida y, por lo mismo, en gen eral,psimamente interpretada.

    Hasta ahora hemos hablado del nivel representacional directo.Pero, qu sucede entonces en el nivel simblico o lrico-animistamgico-mtico, y cual es la manera de relacionarse con el presente?Para hacer un pequeo acercamiento a este complejsimo problema,nos ubicaremos en todo aquello que acontece en el primer captulo,cuestin que nos permitir, adems, rescatar la imagen del indio, delruna, del nat u ral, como ellos se nombran. Es decir, obtener una imagencompleja del mismo, o de hacerla, cuando menos, ms evidente.

    Y de entrada nos encontramos con problemas, puesto que la primera escena del primer captulo pareciera estar de ms, como si la novelaempezase en el segundo y pudiese prescindirse de la primera. Masgracias justamente a este extrao hecho es que comienza amanifestarse, y de manera evidente, aunque sea indirecta, lasimbolizacin de la que Cornejo Po lar habla, puesto que, para esteindio, este runa, resulta ser una figura sumamente es pe cial, ya que noslo pareciera tener un estatus relativamente igual al de los demshabitantes de ese pueblo, sino que pareciera romper con las tpicasrelaciones andinas en tre los indios comuneros y colonos de ha ci enda;los mes ti zos ubicados dentro o fuera del poder; los vecinosprincipales del pueblo; los mistis o terratenientes de grandes ha ci en -das; y los habitantes de la costa: Adelaida y su mam, ya que, aexcepcin de estas ltimas, que nunca entran en contacto con l, todoslos dems le tienen una relativa consideracin y un es pe cial respeto alupa Mariano. Pero no slo eso, sino que se trata de un indio, que en tre

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  • los runas, tambin es es pe cial, ya que es upa, un ser que no oye, unidiota o un semi-idiota, y por tanto, supuestamente, sen sual y taimado(recordemos, de pasada, a la opa Marcelina de Los ros profundos o a la opa Ger tru dis de Todas las sangres), y, por lo mismo, es un illa, un serencantado, un ser que contiene virtudes mgicas, un ser tocado porun rayo benfico, el cual, al tocarlo, igual puede producir todo el bien,como puede producir todo el mal. De aqu que en su comunidad lsiempre ande solo y apartado de los dems comuneros, incluida supropia fa milia. Ms an, esta es la razn por la que su propio hermanomayor, Antoln, lo corre del pueblo para que se vaya a la cap i tal deldistrito: aqul est a punto de casarse, y no vaya a ser la de malas. . .Como dice su hermano: en su adentro es vivo; quiz hay can dela,infierno, en su alma. Fuera! Desde la puna lo soltar (ibid.:17).

    Dicho de otro modo, se trata de un indio que rompe con cualquierimagen que podamos tener o estemos acostumbrados a pensar del runa, sea literaria o no literaria, imagen, adems, que est, como vimos,colocada en condiciones sumamente especiales, en un acontecimientosumamente es pe cial, en condiciones, si se quiere, un tanto fuera de lahistoria. Por tanto, es un ser es pe cial visto desde ambos ladosculturales. Justamente este hecho tan es pe cial le va a permitir aArguedas mostrar ciertas caractersticas del indio. Tratar de mostrarcmo yo concibo esta imagen es pe cial.

    Veamos, entonces, para poder (de)mostrarlo, lo que sucede en esteprimer captulo. Para ello nos acercaremos a la imagen tanto comopodamos, para ver y or lo que all es expresado y representado por losdiferentes hablantes de la novela, ubicados, por supuesto, en nivelesdiferentes, especialmente los personajes y el narrador.

    As pues, este captulo est conformado de cuatro escenas.En la primera se ve a un indio: Mariano, quien posee un chumpi (un

    cinturn, una faja para ajustarse el pantaln), con figuras de animales:En el fondo rojo o azul del tejido, las figuras reciamente compuestas,de toros o caballos, resaltaban, como si estuvieran vivos, el cual, detiempo es tiempo, es intercambiado por uno nuevo que le envan sushermanas, como recuerdo desde su pueblo na tal, un pueblo frutero delin te rior, y que es contemplado por los habitantes de un pueblo andino fro, en el cual re side desde hace casi tres aos.

    Los indios y los mes ti zos se detenan para ver la faja de Mariano; la examinabanminuciosamente; y las mujeres parecan encantadas con la belleza del tejido.

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  • Los vecinos principales, los ca bal le ros, se rean.Mariano no demostraba ninguna emocin ante las burlas o los elogios;permaneca callado y tranquilo, mientras contemplaban o examinaban la vistosa prenda (ibid.:11).Resultar claro que a nivel de acontecimiento directo no tiene

    ninguna funcin este episodio, pero a nivel de acontecimientosimblico, a nivel de caracterizar al personaje y sus relaciones, esms que evidente que s. Pareciera no resultar muy difcil percibir queMariano es como el chumpi: vistoso y extrao, dada sus capacidades ysus extraordinarias dotes como artista del arpa, las cuales no slo le sonreconocidas aqu, sino que tambin ya lo eran en su pueblo na tal. Msan, ambos: indio y chumpi, curiosamente, siguen llamando laatencin despus de tres aos de residencia como forastero. Dice aliniciarse la novela: Iba a cumplir tres aos de residencia en el pueblo.Todos saban que era forastero; y quien deseaba humillarlo, loproclamaba. A pesar de ello, todos lo tratan de manera es pe cial.

    En la segunda escena vemos a Mariano como guardin de la casa deuna se ora muy prin ci pal de la regin, y trabajando como ayudante desastre, en la nica tienda de la mansin deshabitada. Vemos tambinque, cuando llega la se ora, con su hijo y tres o cuatro indios, a la queella llama lacayos, a la cap i tal de la provincia, y Mariano escucha eltropel de caballos, tira la obra que est realizando, y an tes de quelleguen a la esquina, se dirige de la sastrera al zagun de la casa, a abrirel portn. Omos decir que mientras la se ora est en el pueblo,Mariano no va al taller, y que cuando el hijo viene con su mam, sededica a excitar al vecindario: los invita a beber champaa hastaemborracharlos; y se re de ellos en forma escandalosa. Vemos queMariano, mientras esto sucede, espera en la calle a su patrn y loacompaa en las noches hasta la gran casona. Es entonces queobservamos a Mariano llevar su arpa al saln de la casa, sentarse en lapuerta, sobre un banquito, y tocar los huaynos que su patrn le vaindicando.

    Al respecto, omos decir al narrador:Mariano tena voz grave y baja. Porque en tre las yerbas de los cam pos hmedosy baldos que haba en ese pueblo, los sapos cantaban larga y dulcemente,estremeciendo el pro fun do cielo estrellado o las lbregas noches de verano(ibid.:12).Esta vez, Mariano es comparado, o mejor, es asimilado a un sapo

    can tor, el cual canta y recrea las melodas como aqul lo hace,

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  • haciendo que se estremezca el pro fun do cielo estrellado, tal y como lohacen los sapos du rante la noche de verano. Ms an, si se esobservador, se percibe que el narrador considera que si Mariano tienela voz grave, es porque all, en ese pueblo, los sapos cantan larga ydulcemente. Mariano es capaz de imitar, mejor, de participar yasimilarse como un habitante ms de ese mundo nat u ral de la si erraandina, claramente diferente al de su pueblo; el cual evidentemente, deacuerdo con la posicin y perspectiva autocentrada del narrador, esdecir, desde aquella en la que nos relata la historia, posicin yperspectiva claramente lrico-animista, no est separada del mundosociocultural humano: ambas son un nico y maravilloso mundo.

    Ya para la tercera escena se ve que Mariano va a una fi esta de bar rio;las mestizas le llevan platos de comida, pero ste no los acepta; sequeda parado en una esquina viendo bailar a los indios y tocar a losarpistas llevando levemente el comps con el cuerpo; al empezar lanoche se regresa a su casa. Entra por el pequeo zagun, atraviesa elgran pa tio de la vieja casona y se dirige a su cuarto; prende el mechero,templa su arpa, y se pone a tocar danzas y can tos de su pueblo; seagacha, apoya la frente en el arco del instrumento y toca. Algunostransentes que pasan por la calle se detienen a orlo; los indios y losmes ti zos borrachos se sientan en la vereda a escucharlo, apoyando lacabeza en las rodillas. No toca las melodas que acaba de or (las cualesobviamente ya aprendi, he aqu parte de su don), sino de las de supueblo. Y nos dice una vez ms el narrador: y la msica de los pueb losfruteros del in te rior naca de ese cuarto oscuro. La msica es, pues,fiel reflejo de la naturaleza. Contina, entonces, el narrador:

    La msica de los pueb los fruteros del in te rior" era distinta que la de ese pueblogrande y fro, de horizonte abierto, donde las montaas altas se vean lejanas, enbrumosa cadena. Mariano haba crecido bajo la proteccin de un ro pequeo, al pie de una tibia montaa, con rboles bajos, y yerbas que florecan desde enero ymoran con el calor y la sequa de junio. Los rboles tambin daban florespequeas. Slo el sanki (cac tus gigante) y los bajos sokonpuros amanecan, derepente, con una inmensa flor, blanca el sanki y roja el soko; ambas atraan laluz, y refulgan. Para tener una flor de sanki en las manos haba que bajarla ahondazos o derribar el tallo espinoso, que lloraba. El soko, en cambio, secolgaba de los precipicios y su flor llameaba en el aire de las zanjasinalcanzables. Ay sokos, aypaykuykiman! (Si pudiera alcanzarte!)clamaban los nios. Mariano tocaba recordando su valle, su pueblo nativo, adonde el sol se hunda,caldeando las piedras, mezclndose con el polvo, haciendo brillar las flores, las

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  • plumas de los pequeos patos del ro, el vientre de los pejerreyes que cruzabancomo agujas los remansos. Quin pues va a bailar con el arpa del Mariano? decan sus oyentes. ElUpa toca diferente (ibid.:14).Se percibe que ahora se compara, se asimila, a Mariano con la

    flor del soko, la cual se [cuelga] de los precipicios y su flor [llamea]en el aire de las zanjas inalcanzables? Eso es Mariano: un ser solo,aislado, pero maravilloso y extrao, inalcanzable, al cual niha-cindolo llorar se le puede alcanzar, como s sucede con la flor delsanki, pero no con la del soko, flores ambas, una blanca y otra roja queatraen la luz y refulgen, tal y como lo hace Mariano. Es por eso que:

    Los pocos transentes que pasaban por la calle a esa hora se detenan, para oral arpista. Y no le remecan la puerta, no le molestaban ni le gritaban desde fuera. Quizs San Ga briel, quizs cual ngel toca! El Upa no ser! El Mariano esinocente! comentaban los indios, en quech ua. Can tos de pueblo extrao afirmaban los vecinos no ta bles.

    Obsrvese, especialmente, el comentario de los indios, y no sloporque lo comparen con San Ga briel, sino por el hecho de que el Upano ser, aquel que tiene el demonio adentro no puede ser, el Marianoes inocente, es distinto, es todo un illa, todo un ser que contienerealmente virtudes mgicas, tal y como lo observa ms adelante elnarrador:

    Si algn indio o mes tizo borracho le oa, se acercaba hasta la puerta; se sentabaen la vereda, apoyando la cabeza sobre las rodillas, y escuchaba.Mariano senta a veces que a su puerta se detenan algunos transentes. Su espritu no ms est tocando dijo cierta noche un mes tizo de mala vida,guitarrista, y dedicado a corromper mujeres casadas. Su espritu no ms! Aver si me limpia mi alma; pura mujer no ms quiero. Mucho hey maldecido. . .!Y se tendi junto a la puerta de Mariano, en la oscuridad.

    Es claro, pues, que sin decirlo directamente, el narrador, gracias aesta puesta en abismo, nos muestra el alma de don Aparicio, al granSeor de Lambras, al gran potentado. Dice ste:

    Don Mariano, a ti no ms te dejo tranquilo, por tu canto; por tu arpa tambinle deca el corpulento seor de Lambra, pasendose lenta mente en la sala, a laluz temblorosa de la nica vela que prenda en el candelabro. Por qu ser, don Mariano? Mis mujeres no me dan tranquilidad; el trago, ya sea caazo o champn, es para peor. Anda ya a dormir! Pero en medio del pa tiotcame por ltimo cualquier huayno de tu pueblo. [. . .]

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  • Mariano tocaba fuertemente los huaynos alegres de esas regiones [de lospueb los del in te rior]. En las cuerdas de alambre, de las notas altas, seregocijaba repitiendo la meloda; con la otra mano arrancaba los bajos en loalto del arpa. Don Mariano, t no ms para m, para mi alma. . .! iba diciendo el patrndesde la escalera, mientras suba paso a paso hacia su dormitorio.

    Finalmente, en la cuarta escena, se oye que quieren llevarlo a tocaren fi es tas de indios o mes ti zos, y l no quiere.

    No, papacito! gema, cuando intentaban llevarlo a tocar en una fi esta, deindios o mes ti zos. Al primero que arrastre a don Mariano a tocar en cualquier casa ajena, lomato a puntapis haba dicho don Aparicio en muchos sitios y en formaro tunda. Lo mato a puntapis! Aqu hay ms de veinte arpistas; nadie necesita de don Mariano.

    Se le ve que camina en las calles como intentando desaparecer, conuna enorme humildad. Dice el narrador: Nadie caminaba con mshumildad y menos frecuencia en las calles principales del pueblo queMariano. Pasaba como si en realidad no fuera nadie. Tanto as, quecuando espera a su don Aparicio, se queda quieto detrs de la sombrade un poste, y cuando sigue a su patrn, lo hace caminando por la mitadde la calle. Cuando ste se va con sus queridas, Mariano se regresa a sucuarto, a tocar el arpa o a jugar con su killincho, mensajero este de losApus, Aukis o Wamanis, las montaas sagradas de los quech uas.

    Cabra preguntarse, entonces, por qu razn, si tanto su chumpicomo l son verdaderamente reconocidos en el pueblo, incluso por elmisti (el terrateniente) ms grande de la regin, por qu Mariano pasacomo si en realidad no fuera nadie.

    Cuando don Aparicio sala para dirigirse a otra tienda o a su casa, el Upa losegua, andando por en medio de la calle. Si el joven se iba a dormir dondealguna de sus queridas, don Aparicio se despeda de l luego de una o doscuadras de compaa. Hasta maana, don Mariano, le deca en quech ua, yMariano se iba a la casa del patrn. Y ningn mes tizo o seor prin ci pal se atrevijams a abofetearlo o a insultarlo a gritos en la calle, como a los indios de losbar rios.

    Obviamente se podra pensar que sto se debe a que es un indio, yque as son los indios. Pero no es evidentemente el caso, primero,porque se trata de un indio es pe cial, y segundo porque ni Arguedaspoda llegar tan lejos, si quera recuperar la imagen del runa como serhumano, ciertamente, con un cultura propia, pero al fin y al cabo deseres humanos, con cualidades y defectos. Ms bien pareciera que este

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  • hecho est relacionado con otros problemas ms simblicos yculturales que con evidencias re ales. Cuando menos es la lectura queme permito hacer de este extrao hecho, a reserva de que algn dapueda ser leda desde una posicin y perspectiva realmente runa quenos d ms pista del por qu se lo hace de esta manera.

    Cabe mencionar, para iniciar, que esta novela no es evidentementeun reflejo de la realidad ni de la esencia de la realidad ni siquiera un homlogo de ella. Es una construccin muy bien pensada, de alguien el narrador, por supuesto que pareciera estar relatando oralmente(y transcribindolo por escrito) esta historia medio mgica, mediomtica, medio legendaria, ms que frente a un documento que tratade dar cuenta, de la mejor manera posible, medio realista, medioficticia, de ciertos hechos pasados relativamente concretos.

    Si se acepta de entrada esta primera premisa, cabra sealarentonces que los personajes no son ms que una especie de smbolosde una cultura dada, que est contemplada desde dos miradores: unooc ci den tal y otro runa (tomando en cuenta la obvia y tremendasimplificacin de todo lo dicho).

    Esto ltimo se puede observar con relativa facilidad, si se mira condetenimiento el objeto de la representacin de las cuatro escenasanteriormente presentadas, en el entendido que slo tomamos encuenta como base a un solo personaje. Resummoslas, entonces, unavez ms y observemos su configuracincomposicional-representativa, entendida como parte de la solucinartstica de la novela.

    Escena 1.1: Mariano est parado con su faja, con su chumpi, con sucinturn, el cual es observado por indios, mes ti zos y blancos,quienes lo ensalzan o critican. l permanece in al ter able.

    Escena 1.2: Mariano est en la sastrera, escucha que los caballos delos dueos de la casa donde habita llegan, corre al zagun a abrirles lapuerta; don Aparicio se va a las parrandas con los ami gos, l lo esperafuera, y cuando aqul regresa a su casa por las noches, ste lo sigue;Mariano lleva su arpa al saln de la casa para tocar las melodas que lepide don Aparicio.

    Escena 1.3: Mariano va a una fi esta de bar rio; las mestizas le llevanplatos de comida y ste no los acepta; se queda parado en una esquinaviendo bailar a los indios y tocar a los arpistas llevando levemente elcomps con el cuerpo; al empezar la noche se regresa a la casa, que

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  • entra por el pequeo zagun, atraviesa el gran pa tio de la vieja casona yque se dirige a su cuarto; prende el mechero, templa su arpa, y se pone atocar danzas y can tos de su pueblo; se agacha, apoya la frente en el arcodel instrumento y toca. Algunos transentes que pasan por la calle sedetienen a orlo; los indios y los mes ti zos borrachos se sientan en lavereda a escucharlo, apoyando la cabeza en las rodillas.

    Escena 1.4: Quieren llevarlo a tocar en fi es tas de indios o mes ti zos,y l no quiere. Camina en las calles como intentando desaparecer, conuna enorme humildad. Cuando espera a su don Aparicio, se quedaquieto detrs de la sombra de un poste. Cuando sigue a su patrn, lohace caminando por la mitad de la calle. Cuando ste se va con susqueridas, se regresa a su cuarto.

    Es claro que las imgenes que dominan la representacin no seconfiguran en forma de proceso, tal y como sucede (relativamente,como no poda ser de otro modo), por ejemplo, con la novelaHuasipungo, de Jorge Icaza, sino por acumulacin asociativa,yuxtapuesta, de complementariedad, de similitud, de oposicin, decontradiccin, etctera.

    Curiosamente, esta forma de configurar los textos se da tambin enun una serie de cuentos recopilados por Manuel Robles Alarcn, ypublicados en edicin per sonal en 1974. Esta recopilacin se llama:Las fantsticas aventuras del Atoj y el Diguillo, donde el Atoj es unratn y el Diguillo un zorro. All el ratn siempre le juega malaspasadas al zorro, de aqu que se pueda decir que aquel es muy zorro.Mas lo importante, por ahora, no es esto, sino el hecho de que en suconjunto parecieran configurar una especie de novela, y que sta seda justamente por acumulacin de imgenes. Al fi nal de los cuentos,uno tiene bastante claro las personalidades y las idiosincrasias de cadauno de los personajes. Por tanto, y dicho de manera el e men tal,pareciera ser una forma en que se configuran los relatos orales de lazona del Apurmac, de donde es oriundo Arguedas.

    Pero ste no es el nico caso. Si se observa Hom bres y dioses deHuarochiri, texto que tradujo Arguedas de un manuscrito quech ua delsiglo XVII, se nota una configu-racin sim i lar. A reserva de serestudiado con la profundidad y la dedicacin que requiere un tema tancomplejo, digamos por ahora que la novela de Arguedas parecieraconfigurarse como los relatos orales, pero no uno slo, sino en suconjunto, por cuanto gnero.

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  • Curiosamente de nuevo, cuando uno observa los dems textosnarrativos de Arguedas, en es pe cial las novelas, uno se puede percatarque tienen una configuracin relativamente sim i lar. Y esto es vlidodesde Agua, sus primeros textos, hasta Todas las sangres, e incluye aEl zorro de arriba y el zorro de abajo. Ms an, si se toman todas susnovelas y sus cuentos, en su conjunto parecieran conformar una grannovela oral, donde en cada uno de ellas se cuentan parcialidades de la misma y conforman una gran imagen que se configura a travs de laacumulacin asociativa de una en relacin con las otras.2 Es como si setratara de enfrentar dos manera opuestas, (casi?) contradictorias, de ver la realidad, teniendo como base una de dichas posturas, ms quetratar de expresar y representar el proceso de dicha imagen, comoparte del acontecimiento representando. Es claro entonces, por loanterior, que esta forma de configurar la imagen tiene que ver con laposicin y perspectiva quech ua, ya que la imagen no se sostiene por smisma, sino en funcin del narrador que la est relatando yconfigurando.

    De aqu que Mariano resulte ser un ser de nfima categora, vistodesde ambas perspectivas socioculturales, si bien tiene un don quetodo mundo le reconoce. De aqu que su evidente humildad se debems bien a las condiciones que lo hicieron ser lo que es. Propios yajenos, es decir todos, lo consideran un ser distinto, diverso,extrao, forastero, fronterizo, sea que se lo considere un indio, unsirviente, o que se lo considere un upa, un illa. Si bien, suparticular historia per sonal, los acontecimientos en los que se veinvolucrado, su maravilloso don mu si cal, y la especialsima relacinque se da con el terrateniente, le otorguen un lugar muy es pe cial.Digamos de pasada que esta relacin en tre ambos dentro de la historia

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    2 Curiosamente, en las crnicas del Inca Garcilaso de la Vega, de Guaman Poma deAyala, y de Santa Cruz Pachacuti, en muchas de sus partes tienen una configuracinrelativamente similar. Ms an, en muchas de las novelas de Faulkner, que tratan sobreel sur de los Estados Unidos y sobre los negros y sus relaciones con los blancos,tambin tienen de cierta manera una configuracin similar. Evidentemente, aqu nonos referimos al hecho de que Faulkner haya sido modelo de las obras de Arguedas(cuestin por lo dems que tampoco se puede descartar), sino tan slo que al tratar deuniversos heterogneos, biculturales y transculturados (indios/blancosnegros/blancos), las soluciones artsticas podran llegar a tener ciertas similitudescomposicionales.

  • tiene un carcter muy especfico, por cuanto ambos conforman enconjunto la mitad que al otro le falta, tal y como sucede en el cuento deHijo Solo, donde el nio y el perro, nacieron al mismo tiempo y unoes reflejo (en el caso presente, invertido) del otro. Por supuesto, estovisto desde la perspectiva del narrador, y no de una supuesta posicinobjetiva, es decir, vista desde fuera de quien la cuenta.

    O dicho de otro modo, se trata de un ser diverso, distinto, que gracias a condiciones particulares, ha logrado su manera especfica derelacionarse con los otros y con la cultura propia y ajena, sin tener querenunciar a la suya, tal y como l la entiende y la vive. Y esprecisamente eso lo que el escritor pareciera queremos hacer notar. Noimporta tanto la relacin jerrquica en tre los hom bres, al parecernecesaria, quizs in ev i ta ble, mientras sea de respeto y de aceptacindel otro en cuanto tal, con sus cualidades y defectos, con su diversidad,con la aceptacin de su cultura. Si al upa Mariano le quitaran al arpa,como finalmente sucede, l estara muerto y ya no le importaramorir verdaderamente: fallece sin emitir ni siquiera una mnima queja.Al quitarle el arpa le han alienado lo que le permite ser, lo que leposibita estar siendo un ser humano que, a pesar de la diferencia deculturas, se puede comunicar con los otros, propios y ajenos. Lo quedon Aparicio le permite a Mariano, y Mariano a don Aparicio, es, pues,justamente se: el don de ser, de estar siendo, individualmente y en surelacin, y no solamente a nivel externo sino tambin, y en es pe cial,a nivel interno. Mariano se sabe ubicado en condiciones deexcepcin, y prefiere mantenerse al margen, mantenerse humilde, paraseguir conservando lo que tiene, y que lo llena de dicha y felicidad: est fuera de la que ren cia, s, pero es querido como tal.

    As, hasta el ser ms indefenso, aparentemente aislado, y aunque sea upa, porque nosotros as lo hayamos hecho, no est solo, sino enrelacin con su cultura; no ha perdido la memoria de ser quien es,individual y socioculturalmente, y es gracias a ello que es capaz decomunicarse con los otros y de aportarles cosas, incluso maravillosascomo en este caso el illa Mariano.

    Y qu mejor mensaje nos poda dejar Arguedas a travs de su novela que ste, mensaje que debe servir, como en su caso toda la literatura,para que nos refiguremos, para que cambie nuestro espacio deexperiencias y nuestro horizonte de expectativas de nuestro presentehistrico, para que cada da seamos ms concientes de nosotros

    Convergencia N 34, enero-abril 2004, ISSN 1405-1435, UAEM, MxicoUniversidad de Granada, Instituto de la Paz y los Conflictos, Espaa

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  • mismos, de nuestras caractersticas culturales heterogneas ytransculturadas, y de todos aquellos que nos rodean, que por diversos y distintos que sean, siempre tendrn algo que aportarnos, si los dejamosque se manifiesten, y nos permitimos compartir sus ideales, enprincipio, por absurdos que nos parezcan. Y ahora, en tiempos decrisis, todo esto pareciera tener una pertinencia fun da men tal.

    De aqu que podamos estar de acuerdo con Cornejo Po lar cuandodice que: Arguedas prefiere enfrentar la tarea de revelacin de la vidaandina desde un punto de vista ms ontolgico y antropolgico quehistrico y so cial, as como cuando aclara que: en este sentido,Diamantes y pedernales [es] una obra ger mi nal respecto a aspectosmltiples de sus obras posteriores, si bien, por fortuna para todos, ansea necesario trabajar mucho al respecto.

    [email protected]

    Fran cisco Xa vier Sol Zapatero. Profesor-investigador de laFacultad de Humanidades de la Universidad Autnoma del Estado deMxico (UAEM). Candidato a Doc tor en Letras Hispanoamericanaspor la Universidad Nacional Autnoma de Mxico (UNAM).

    Recepcin: 16 de enero de 2004Aprobacin: 19 de marzo de 2004

    BibliografaArguedas, Jos Mara (1983), Dia man tes y Pedernales, en Obras Completas, tomo II, Lima: Ed.

    Horizonte.Bajtn Mijal (1986), Problemas de la potica de Dostoievski, Mxico: Fondo de Cultura

    EconmicaCornejo Po lar, An to nio (1997), Excurso. Dia man tes y pedernales, elogio de la msica indgena

    (1977), en Los universos narrativos de Jos Mara Arguedas (1973), Lima: Ed. Horizonte.Rama, ngel (1975), Dioses y hom bres de Huarochir, Mxico: Siglo XXI.Ricoeur, Paul (1995-1996), Tiempo y narracin, 3 vols., Mxico: Siglo XXI.Robles Alarcn, Manuel (1974), Las fantsticas aventuras del Atoj y el Diguillo, Lima: Edicin del

    Autor.

    Fran cisco Xa vier Sol Zapatero. Dia man tes y Pedernales, deJos Mara Arguedas: Una Relectura, Hoy

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