DEVOCIÓN AL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS

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DEVOCIÓN AL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS La devoción al Corazón de Jesús ha existido desde los primeros tiempos de la Iglesia, desde que se meditaba en el costado y el Corazón abierto de Jesús, de donde salió sangre y agua. De ese Corazón nació la Iglesia y por ese Corazón se abrieron las puertas del Cielo. Origen de la devoción al Corazón de Jesús Santa Margarita de Alacoque propaga devoción al Sagrado Corazón Promesas del Sagrado Corazón La gran promesa: La Eucaristía Galería de Imágenes Inmaculado Corazón de la Virgen María Teología del Sagrado Corazón Amor al Sagrado Corazón de Jesús Juan Pablo II y el Sagrado Corazón de Jesús El Corazón Eucarístico de Jesús La misericordia del Sagrado Corazón (Padre Juan Eudes) El corazón humano bajo la luz del corazón de Dios El Corazón eucarístico del Señor El corazón de Jesús cura nuestras conciencias El Corazón de Jesús purifica, ilumina y unifica Curación del corazón humano El Corazón de Jesús, principio y término de nuestra reconciliación Práctica Sacramental La Hora Santa y la comunión del Primer Viernes Meditación sobre la agonía de Jesús en el Huerto de los Olivos Escritos espirituales Diversos elementos del culto al corazón de Jesús El Corazón de Cristo La Devoción al Corazón de Jesús y sus raíces en el dogma cristiano Ventajas de la devoción al Sagrado Corazón Cristo revela la actitud del hombre hacia Dios Oraciones Consagración joven al Corazón de Jesús Ofrecimiento al Sagrado Corazón Consagración de la Familia a los Sagrados Corazones de Jesús y María Oración para ofrecer al Corazón de Jesús la comunión del primer viernes Quince minutos ante el Sagrado Corazón Breve mes de Junio Acto de consagración y desagravio al Sagrado Corazón de Jesús Invocaciones al Sagrado Corazón de Jesús Letanías del Sagrado Corazón de Jesús Ejercicio Piadoso en Honor del Sagrado Corazón de Jesús Unión con el Sagrado Corazón de Jesús Letanía del Corazón agonizante de Jesús

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DEVOCIÓN AL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS

La devoción al Corazón de Jesús ha existido desde los primeros tiempos de la Iglesia, desde que se meditaba en el costado y el Corazón abierto de Jesús, de donde salió sangre y agua. De ese Corazón nació la Iglesia y por ese Corazón se abrieron las puertas del Cielo.

Origen de la devoción al Corazón de Jesús Santa Margarita de Alacoque propaga devoción al Sagrado Corazón Promesas del Sagrado Corazón La gran promesa: La Eucaristía Galería de Imágenes Inmaculado Corazón de la Virgen María

Teología del Sagrado Corazón Amor al Sagrado Corazón de Jesús Juan Pablo II y el Sagrado Corazón de Jesús El Corazón Eucarístico de Jesús La misericordia del Sagrado Corazón (Padre Juan Eudes) El corazón humano bajo la luz del corazón de Dios El Corazón eucarístico del Señor El corazón de Jesús cura nuestras conciencias El Corazón de Jesús purifica, ilumina y unifica Curación del corazón humano El Corazón de Jesús, principio y término de nuestra reconciliación

Práctica Sacramental La Hora Santa y la comunión del Primer Viernes Meditación sobre la agonía de Jesús en el Huerto de los Olivos

Escritos espirituales Diversos elementos del culto al corazón de Jesús El Corazón de Cristo La Devoción al Corazón de Jesús y sus raíces en el dogma cristiano Ventajas de la devoción al Sagrado Corazón Cristo revela la actitud del hombre hacia Dios

Oraciones Consagración joven al Corazón de Jesús Ofrecimiento al Sagrado Corazón Consagración de la Familia a los Sagrados Corazones de Jesús y María Oración para ofrecer al Corazón de Jesús la comunión del primer viernes Quince minutos ante el Sagrado Corazón Breve mes de Junio Acto de consagración y desagravio al Sagrado Corazón de Jesús Invocaciones al Sagrado Corazón de Jesús Letanías del Sagrado Corazón de Jesús Ejercicio Piadoso en Honor del Sagrado Corazón de Jesús Unión con el Sagrado Corazón de Jesús Letanía del Corazón agonizante de Jesús La devoción a las imágenes al Corazón de Jesús Práctica de la Hora Santa Los siete dolores del Corazón de Jesús

Documentos Pontificios Encíclica Haurietis Aquas Encíclica Miserentissimus Redemptor

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Contenido [ocultar]

1   Explicaciones doctrinales o 1.1   El objeto especial de la devoción al Sagrado Corazón o 1.2   Fundamentos de la devoción o 1.3   El acto propio de la devoción

2   Ideas históricas sobre el desarrollo de la devoción

Explicaciones doctrinalesLa devoción al Sagrado Corazón no es sino una forma especial de devoción a Jesús. Al

esclarecer su objeto, sus fundamentos y sus actos propios conoceremos qué es exactamente y qué hace distinta a esta devoción.El objeto especial de la devoción al Sagrado Corazón

Corazón de Jesús niñoLa naturaleza de esta cuestión es ya de por sí compleja y las dificultades que nacen a causa de la terminología la hacen aún más compleja. Sin profundizar en términos que son extremadamente técnicos, estudiaremos las ideas en sí mismas y, con el fin de saber pronto dónde estamos, nos detendremos en el significado y en el uso que se da a la palabra corazón en el lenguaje normal. (a) La palabra corazón despierta en nosotros, antes que nada, la idea del órgano vital que palpita en nuestro pecho y del que sabemos, aunque quizás vagamente, que está íntimamente conectado no sólo con nuestra vida física, sino también con nuestra vida moral y emocional. Tal relación explica, también, que el corazón de carne sea universalmente aceptado como emblema de nuestra vida moral y emocional, y que por asociación, la palabra corazón ocupe el sitio que tiene en el lenguaje simbólico y que esa palabra se aplique igualmente a las cosas mismas que son simbolizadas por el corazón. (Cfr. Jer. 31,33; Dt. 6,5; 29,3; Is. 29,13; Ez. 36,26; Mt.6,21; 15,19; Lc. 8,15; Rm. 5,5; Catecismo de la Iglesia Católica, nos. 368, 2517, N.T.). Pensemos, por ejemplo, en expresiones como "abrir nuestro corazón", "entregar el corazón", etc. Llega a pasar que el símbolo es despojado de su significado material y en vez del signo se percibe sólo lo que es significado. De igual manera, en el lenguaje corriente la

palabra alma ya no despierta la idea de aliento, y la palabra corazón sólo nos trae a la mentelas ideas de valor o amor. Claro que aquí hablamos de figuras del lenguaje o de metáforas, más que de símbolos. El símbolo es un signo real, mientras que la metáfora es sólo un signo verbal. 

El símbolo es algo que significa algo distinto de si mismo, mientras que la metáfora es una palabra utilizada para dar a entender algo distinto de su significado propio. Por último, en el lenguaje normal, nosotros pasamos continuamente de la parte al todo y, gracias a una forma muy natural de

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hablar, usamos la palabra corazón para referirnos a la persona. Todas estas ideas nos ayudarán a determinar el objeto de la devoción al Sagrado Corazón. 

El problema comienza cuando se debe distinguir entre los significados material, metafórico y simbólico de la palabra corazón. Se trata de saber si el objeto de la devoción es el corazón de carne, como tal, o el amor de Jesucristo significado metafóricamente por la palabra corazón, o el corazón de carne en cuanto símbolo de la vida emocional y moral de Jesús, especialmente de su amor hacia nosotros. Afirmamos que se da debido culto al corazón de carne en cuanto éste simboliza y recuerda el amor de Jesús y su vida emocional y moral (Cfr. Pío XII, encíclica "Haurietis Aquas", 18,21,24, N.T.). De tal forma, aunque la devoción se dirige al corazón material, no se detiene ahí: incluye el amor, ese amor que constituye su objeto principal pero que únicamente se alcanza a través del corazón de carne, símbolo y signo de ese amor. La devoción al solo Corazón de Jesús, tomado éste como una parte noble de su divino cuerpo, no sería equivalente a la devoción al Sagrado Corazón tal y como la entiende y apruebala Iglesia. 

Y lo mismo se puede decir de la devoción al amor de Jesús, como si se tratara de una parte separada de su corazón de carne, o sin más relación con este último que la sugerida por una palabra tomada en su sentido metafórico. (Cfr. Gaudium et Spes, 22,2, N.T.) Pues hay que considerar que en esta devoción existen dos elementos: uno sensible, el corazón de carne, y uno espiritual, el que es representado y traído a la mente por el corazón de carne. Estos dos elementos no son dos objetos distintos, simplemente coordinados, sino que realmente constituyen un objeto solo, del mismo modo como lo hacen el alma y el cuerpo, y el signo y la cosa significada. De esos dos elementos el principal es el amor, que es la causa y la razón de la existencia de la devoción, tal como el alma es el elemento principal en el [[hombre. Consecuentemente, la devoción al Sagrado Corazón puede ser

definida como una devoción al Corazón Adorable de Jesucristo en cuanto él representa y recuerda su amor. O, lo que equivale a lo mismo, se trata de la devoción al amor de Jesucristo en cuanto que ese amor es recordado y simbólicamente representado por su corazón de carne (Cfr. Encíclica de S.S. León XIII, Annum Sacrum; Catecismo de la Iglesia Católica nos. 479, 609. N.T.). 

Es este simbolismo lo que de da su significado y su unidad, y su fuerza simbólica queda admirablemente completada al ser representado el corazón como herido. Como el

Corazón de Jesús se nos presenta como el signo sensible de su amor, la herida visible en el Corazón nos recuerda la invisible herida de su amor ("Sólo el corazón de Cristo, que conoce las profundidades del amor de su Padre, pudo revelarnos el abismo de su misericordia de una manera tan llena de simplicidad y de belleza", Catecismo de la Iglesia Católica, 1439, N.T.). 

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Ese simbolismo también nos deja en claro que la devoción, si bien concede al corazón un lugar especial, poco está interesada en los detalles anatómicos. Dado que en las imágenes

del Sagrado Corazón la expresión simbólica debe predominar sobre todo lo demás, no se busca nunca la congruencia anatómica; ésta afectaría negativamente la devoción al debilitar la evidencia del simbolismo. Es de primera importancia que el corazón como emblema se pueda distinguir del corazón anatómico; lo apropiado de la imagen debe ser favorable a la expresión de la idea. En una imagen del Sagrado Corazón es necesario un corazón visible, pero

éste debe ser, además de visible, simbólico. Y se puede afirmar algo semejante en el ámbito de la fisiología, porque el corazón de carne que constituye el objeto de la devoción, y que debe dejar ver el amor de Jesús, es el Corazón de Jesús, el Corazón real, viviente, que en verdad amó y sufrió; el que, como lo experimentamos en nuestros corazones, tuvo relación con las emociones y la vida moral de Cristo; el que, por el conocimiento, así sea rudimentario, que tenemos a partir de las operaciones de nuestra propia vida humana,

jugó igual papel en las operaciones de la vida del Maestro. Sin embargo, la relación entre el Corazón y el Amor de Cristo no tiene un carácter puramente convencional, como es el caso entre la palabra y la cosa, o entre la bandera y el país que ésta representa. 

Ese Corazón ha estado y está inseparablemente vinculado con la vida de Cristo, vida de bondad y amor. Basta, empero, que en nuestra devoción simplemente conozcamos y sintamos esta relación tan íntima. No tenemos por qué preocuparnos por la anatomía del Sagrado Corazón, ni con determinar cuáles son sus funciones en la vida diaria. Sabemos que el simbolismo del corazón se funda en la realidad y que constituye el

objeto de nuestra devoción al Sagrado Corazón, la cual no está en peligro de caer en el error. Es precisamente esa característica la que define naturalmente a la devoción al Sagrado Corazón. Es más, ya que la devoción se dirige al amante Corazón de Jesús, ella debe abarcar todo aquello que es abrazado por ese amor. Y, en ese contexto, ¿no fue ese amor la causa de toda acción y sufrimiento de Cristo?. ¿No fue su vida interior, más que la exterior, dominada por ese amor? Por otro lado, teniendo la devoción al Sagrado Corazón como objeto al Corazón viviente de Jesús, eso mismo familiariza al devoto con toda la vida interna del Maestro, con sus virtudes y sentimientos y, finalmente, con Jesús mismo, infinitamente amante y amable. Consecuentemente, de la devoción al Corazón amante se procede, primero, al conocimiento íntimo de Jesús, de sus sentimientos y virtudes, de toda su vida emocional y moral; del Corazón amante se extiende a las manifestaciones de su amor. Hay otra forma de extensión que, teniendo la misma significación, se realiza, sin embargo, de diverso modo, pasando del Corazón a la Persona. Transición que, por otra parte, es algo que se realiza naturalmente. Cuando hablamos de un "gran corazón" siempre hacemos alusión a una persona, del mismo modo que cuando mencionamos el Sagrado Corazón nos referimos a Jesús. Esto no sucede porque ambas cosas sean sinónimas sino porque la

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palabra corazón se utiliza para indicar una persona, y esto es posible porque expresamos que tal persona está relacionada con su propia vida moral y emocional. 

Del mismo modo, cuando nos referimos a Jesús como el Sagrado Corazón, lo que en realidad queremos expresar es al Jesús que manifiesta su Corazón, el Jesús amante y

amable. Jesús entero queda recapitulado en su Corazón Sagrado, al igual que todas las cosas son recapituladas en Jesús. Dios continuamente se lamenta de ello en las Sagradas Escrituras; los santos siempre han escuchado en sus corazones la queja de ese amor no correspondido. Una de las fases esenciales de la devoción es la percepción de que el amor de Jesús por nosotros es ignorado y despreciado. El mismo Jesús reveló esa verdad a Santa Margarita María Alacoque, ante la que se quejó de ello amargamente.

Únicamente ese amor puede explicar a Jesús, así como sus palabras y obras. Empero, su amor brilla más resplandeciente en ciertos misterios a través de los que nos llegan grandes bienes, y en los cuales Jesús se manifiesta más generoso en la entrega de si mismo. Podemos pensar, por ejemplo, en la Encarnación, la Pasión y laEucaristía. Estos misterios, además, tienen un lugar especial en la devoción que, buscando a Jesús y los signos de su amor y sugracia, los encuentra aquí con una intensidad mayor que en cualquier evento particular.Ya se dijo arriba que la devoción al Sagrado Corazón, dirigida al Corazón de Jesús como emblema de su amor, pone especial atención a su amor por la humanidad. Lógicamente, esto no excluye su amor a Dios, pues está incluido en su amor por los hombres. Se trata, entonces, de la devoción al "Corazón que tanto ha amado a los hombres", según las palabras citadas por Santa Margarita María.

Por último, surge la pregunta de si el amor al que honramos con esta devoción es el mismo con el que Jesús nos ama en cuanto hombre o se trata de aquel con el que nos ama en cuanto Dios. O sea, si se trata de un amor creado o de uno increado; de su amor humano o de su amor divino. Sin lugar a dudas se trata del amor de Dios hecho hombre, el amor del Verbo Encarnado. Ningún devoto separa estos dos amores, como tampoco separa las dos naturalezas de Cristo (Cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, No. 470, N.T.). Y aunque quisiésemos debatir este punto y solucionarlo a toda costa, sólo encontraremos que hay diferentes opiniones entre los autores. Algunos, por considerar que el corazón de carne sólo puede vincularse con el amor humano, concluyen que no puede

simbolizar el amor divino que, a su vez, no es propio de la persona de Jesús y que, por tanto, el amor divino no puede ser objeto de la devoción. Otros afirman que el amor divino no puede ser objeto de la devoción si se le separa del Verbo Encarnado, o sea que sólo es tal cuando se le considera como el amor del Verbo Encarnado y no ven porqué no pueda ser simbolizado por el corazón de carne ni porqué la devoción debiera circunscribirse solamente al amor creado.Fundamentos de la devoción

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Corazón de Jesús bendiciendoEsta cuestión puede ser estudiada bajo tres aspectos: el histórico, el teológico y el científico.

a. Fundamentos históricos

Claude de la Colombière, confesor de Santa Margarita MaríaAl aprobar la devoción al Sagrado Corazón, la Iglesia no simplemente confió en las visiones de Santa Margarita María, sino que, haciendo abstracción de ellas, examinó el culto en si mismo. Las visiones de Santa Margarita María podían ser falsas, pero ello no debía repercutir en la devoción, haciéndola menos digna o firme. Sin embargo, el hecho es que la devoción se propagó principalmente bajo la influencia del movimiento que se inició en Paray-le-Monial. Antes de su beatificación, las visionesde Santa Margarita María fueron críticamente examinadas por la Iglesia, cuyo juicio, en tales casos, aunque no es infalible, sí implica una certeza humana suficiente para garantizar las palabras y acciones que

se sigan de él.b. Fundamentos teológicos:

Juan Pablo II venerando los restos incorruptos de Santa Margarita MaríaEl Corazón de Jesús merece adoración, como lo hace todo lo que pertenece a su persona. Pero no la merecería si se le considerase como algo aislado o desvinculado de ésta. Definitivamente, al Corazón de Jesús no se le considera de ese modo, y Pío VI, en su bula de 1794, "Auctorem fidei", defendió con su autoridad este

aspecto de la devoción contra lascalumnias jansenistas. Si bien el culto se rinde al Corazón de Jesús, va más allá del corazón de carne, para dirigirse al amorcuyo símbolo expresivo y vivo es el corazón. No se requiere justificar la devoción acerca de esto. Es la Persona de Jesús a quien se dirige, y esta Persona es inseparable de su divinidad. Jesús, la manifestación viviente de la bondad de Dios y de su amor paternal; Jesús, infinitamente amable y amante, visto desde la principal manifestación de su amor, es el objeto de la devoción al Sagrado Corazón, del mismo modo que lo es de toda la religión cristiana. La dificultad reside en la unión del corazón y el amor, y en la relación que la devoción supone que existe entre ambos. Pero, ¿no es esto un error que ya ha sido superado hace mucho?. Sólo queda por ver si la devoción, bajo este aspecto, está bien fundamentada.

c. Fundamentos filosóficos y científicos:

San Juan Evangelista escuchó los latidos del Corazón de JesúsEn este aspecto ha habido cierta falta de certeza entre los teólogos. No obviamente en lo tocante a la base del asunto, sino en lo que respecta a las explicaciones. En ocasiones ellos han hablado como si el corazón fuera el órgano del amor, aunque este punto no tiene relación con la devoción, para la cual basta que el corazón sea el símbolo del amor y sobre ello no cabe duda: sí hay una vinculación real entre el corazón y

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las emociones. Nadie niega el hecho de que el corazón es símbolo del amor y todos experimentamos que el corazón se convierte en una especie de eco de nuestros sentimientos. Un estudio de esta especie de resonancia sería muy interesante, pero no le hace falta a la devoción, ya que es un hecho atestiguado por la experiencia diaria; un hecho del cual la medicina puede dar razones y explicar las condiciones, pero que no es parte del presente estudio, ni su objeto requiere ser conocido por nosotros.El acto propio de la devoción

Alegoría del Corazón de JesúsEl objeto mismo de la devoción exige un acto apropiado, si se considera que la devoción al amor de Jesús por nosotros debe ser, antes que nada, una devoción al amor a Jesús. Su característica debe ser la reciprocidad del amor; su objeto es amar a Jesús que nos ama tanto; pagar amor con amor. Más

aún, habida cuenta que el amor de Jesús se manifiesta al alma devota como despreciado y airado, sobre todo en la Eucaristía, el amor propio de la devoción deberá manifestarse como un amor de reparación. De ahí la importancia de los actos de desagravio, como la comunión de reparación, y la compasión por Jesús sufriente. Mas ningún acto, ninguna práctica, puede agotar las riquezas de la devoción al Sagrado Corazón. El amor que constituye su núcleo lo abraza todo y, entre más se le entiende, más firmemente se convence uno de que nada puede competir con él para hacer que Jesús viva en nosotros y para llevar a quien lo vive a amar a Dios, en unión con Jesús, con todo su corazón, su alma y sus fuerzas.Ideas históricas sobre el desarrollo de la devoción

Cristo mostrando la llaga del costado por donde entró la lanza que traspasó el Corazón, de donde nace su Iglesia. Escultura en piedra del siglo XV. Francia. Fotografía de Juan Dejo Bendezú S.J,1. Desde el tiempo de San Juan y San Pablo siempre ha existido en la Iglesia algo semejante a una devoción al amor de Dios, quien tanto amó al mundo que le dio a su Hijo unigénito, y al amor de Jesús, quien tanto nos ama que se entregó a si mismo por nosotros. Claro que, hablando adecuadamente, eso no era equivalente a la devoción al Sagrado Corazón, ni le rendía culto al Corazón de Jesús como símbolo de su amor. 

Una lanza similar a esta hizo brotar sangre y agua del Corazón de CristoDesde los primeros siglos, también, siguiendo el ejemplo del evangelista, ha sido costumbre meditar sobre el costado abierto de Cristo y el misterio de la sangre y agua, y se ha visto a la Iglesia como naciendo de esa herida, del mismo modo como Eva nació del costado de Adán (Cfr. San

Ambrosio, Expositio Evangelii secundum Lucam, 2, 85-89; 

La devoción al Sagrado Corazón de Jesús conduce a la adoración eucarística

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, Lumen Gentium, 3; Sacrosanctum Concilium, 5, N.T.) Sin embargo, no existe constancia alguna de que durante los primeros diez siglos se haya rendido culto al Corazón herido. 2. No es sino hasta los siglos XI y XII que encontramos señales inconfundibles de alguna devoción al Sagrado Corazón. 

El corazón de Jesús es principio y término de nuestra reconciliación penitente, afirma rotundamente el teólogo francés Bertrand de Margerie S.J.Se trataba de acercarse al Corazón Herido a través de la herida del costado, y la herida del Corazón simbolizaba la herida del Amor. Fue en el ambiente de fervor de los monasterios benedictinos o cistercienses, gracias al pensamiento de Anselmo o Bernardo, donde la devoción nació, aunque es imposible determinar con certidumbre

cuáles hayan sido sus primeros textos o quiénes sus primeros devotos. Según Santa Gertrudis y Santa Matilde, y para el autor de la "Vitis mystica", la devoción ya era muy conocida en sustiempos. No sabemos, sin embargo, exactamente a quién se debe la "Vitis mystica". 

"Sagrado Corazón de Jesús, Salvad a España.Hasta principios del siglo XX se le había venido atribuyendo su autoría a San Bernardo, pero algunas publicaciones de la hermosa y académicamente completa edición Quaracchi la atribuyen, y no sin razones de peso, a San Buenaventura ("S. Bonaventurae opera omnia", 1898,VIII, LIII). Sea como sea, ese documento contiene uno de los más hermosos pasajes que se hayan inspirado en la devoción al Sagrado Corazón y que la Iglesia utiliza para las lecciones de laLiturgia de las Horas en su fiesta. Para Santa Matilde (+1298) y Santa Gertrudis (+1302), se trata de una devoción muy conocida que había sido base de muchas bellas oraciones y prácticas devocionales. Y merece especial atención la visión de Santa Gertrudis en la fiesta de San Juan Evangelista, ya que constituye un hito en la historia de la devoción. Habiéndosele permitido recostar su cabeza cerca del costado herido del Salvador, pudo escuchar los latidos del Divino Corazón. 

La victoria final será del Sagrado Corazón, tal como lo prometió CristoLe preguntó a Juan si en la noche de la Última Cena él también había podido escuchar tan deliciosas pulsaciones y, si así había sido, porqué no había hablado de ello. Juan le respondió que esa revelación había sido reservada para tiempos posteriores, cuando el mundo, habiéndose enfriado, necesitara que su amor se le recalentara ("Legatus divinae pietatis", IV, 305; "Revelationes Gertrudianae", ed. Poitiers y Paris, 1877). 3. A partir del siglo XIII y hasta el XVI, la devoción se propagó, pero sin desarrollarse

internamente. 

Corazón bordado

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Era practicada en todas partes por almas escogidas, de lo que dan abundante testimonio las vidas de los santos y los anales de las diferentes congregaciones religiosas como franciscanos, dominicos,jesuitas, cartujos, etc. Empero, siempre fue una devociónindividual de carácter místico. No había comenzado aún ningún movimiento generalizado, a menos que uno concibiera como tal la devoción a las Cinco Llagas entre las que la herida del Corazón figuraba prominentemente y a cuya propagación los franciscanos habían dedicado gran esfuerzo.4. Parece ser que fue en el siglo XVI que la devoción avanzó y pasó del dominio místico al de la ascesis cristiana. Se convirtió en una devoción objetiva, con oraciones previamente formuladas y ejercicios especiales cuya práctica era muy recomendada a la par que su valor era apreciado. Esto lo sabemos gracias a los escritos de esos dos maestros de la vida espiritual, el piadoso Lanspergius (+1539), de los Cartujos de Colonia, y el devoto Lois de Blois (Blosius, 1566), un monje benedictino y abad de Liessies, en Hainaut. A ellos se pueden añadir San Juan de Ávila (+ 1569) y San Francisco de Sales, éste último del siglo XVII.5. Desde entonces todo pareció ayudar al temprano nacimiento de la devoción. Los autores ascéticos hablan de ella, especialmente los de la Compañía de Jesús, Álvarez de Paz, Luis de la Puente, Saint-Jure y Nouet. Y no faltan tratados especializados, como la pequeña obra del Padre Druzbicki, "Meta Cordium, Cor Jesu". Entre los místicos y almas piadosas que practicaron la devoción podemos contar a San Francisco de Borja, San Pedro Canisio, San Luis Gonzaga y San Alfonso Rodríguez, de la Compañía de Jesús. Igualmente, a la Beata Marina de Escobar (+1633) en España; a las Venerables Magdalena de San José y Margarita del Santísimo Sacramento, ambas carmelitas, en Francia; Jeanne de San Mateo Deleloe (+1660), una benedictina, en Bélgica; la incomparable Armelle de Vannes (+1671). E incluso en ambientes jansenistas o mundanos, Marie de Valernod (+1654) y Angélique Arnauld; M. Boudon, archidiácono de Evreux, el Padre Huby, el apóstol de los retiros, en Bretaña y, sobre todos ellos, la Beata Marie de la Encarnación, quien falleció en Quebec en 1672. La Visitación parecía estar esperando a Santa Margarita María. Su espiritualidad, algunas intuiciones de San Francisco de Sales, las meditaciones de Mère l'Huillier (+1692), todo ello preparó el camino. La imagen del Corazón de Jesús estaba evidente en todas partes gracias, en gran manera, a la devoción franciscana a las Cinco Llagas y a la costumbre jesuita de colocar la imagen en la página de títulos de sus libros y en los muros de sustemplos.6. A pesar de eso la devoción seguía siendo algo individual o, a lo mucho, privado. El hacerla pública, honrarla en el Oficio Divinoy establecerle una fiesta estaba reservado a San Juan Eudes(1602-1680). El Padre Eudes fue, más que nada, el apóstol del Corazón de María, pero en su devoción por el Corazón Inmaculado había siempre una parte para el Corazón de Jesús. Poco a poco se fue separando la devoción por el Sagrado Corazón y el 31 de agosto de 1670 se celebró con gransolemnidad la primera fiesta del Sagrado Corazón en el Gran Seminario de Rennes. El 20 de octubre le siguió Coutances y desde entonces quedó unida a esa fecha la fiesta de los eudistas. De ahí pronto cundió la fiesta a otras diócesis e igualmente la devoción fue adoptada por varias comunidades religiosas. Y así llegó a estar en contacto con la devoción que ya existía en Paray, en donde las dos se fundieron naturalmente.7. Cristo escogió a Santa Margarita María de Alacoque (1647-1690), una humilde monja visitandina del monasterio de Paray-le-Monial, para revelarle los deseos de su Corazón y para confiarle la tarea de impartir nueva vida a la devoción. Nada indica que esta piadosa religiosa haya conocido la devoción antes de las revelaciones, o que, al menos, haya prestado alguna atención a ella. Estas revelaciones fueron muy numerosas y son notables las siguientes apariciones: la que ocurrió en la fiesta de San Juan, en la que Jesús permitió a Margarita María, como antes lo había hecho con Santa Gertrudis, recargar su cabeza sobre su Corazón, y luego le descubrió las maravillas de su Amor, diciéndole que deseaba que fueran conocidas por toda la humanidad y que los tesoros de su bondad fueran difundidos. Añadió que Él la había escogido a ella para esta obra (27 de diciembre,

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probablemente del 1673). En otra, probablemente distinta de la anterior, Él pidió ser honrado bajo la figura de su corazón de carne. En otra ocasión, apareció radiante de amor y pidió que se practicara una devoción de amor expiatorio: la comunión frecuente, la comunión cada primer viernes de mes, y la observancia de la Hora Santa (probablemente en junio o julio de 1674). En otra, conocida como la "gran aparición", que tuvo lugar en la octava de Corpus Christi, 1675, probablemente el 16 de junio, fue cuando Jesús dijo: "Mira el Corazón que tanto ha amado a los hombres... en vez de gratitud, de gran parte de ellos yo no recibo sino ingratitud". Y le pidió que se celebrase una fiesta de desagravio el viernes después de la octava de Corpus Christi, advirtiéndole que debía consultar con el Padre de la Colombière, por entonces superior de la pequeña casa jesuita en Paray. Finalmente, aquellas en las que el Rey solicitó solemne homenaje y determinó que fuera la Visitación y los jesuitas quienes se encargasen de propagar la nueva devoción. Pocos días después de la "gran aparición", en junio de 1675, Margarita María informó de todo al Padre de la Colombière y este último, reconociendo la acción del [[Espíritu Santo]], se consagró él mismo al Sagrado Corazón, dio instrucciones a la visitandina para que pusiera por escrito los detalles de la aparición y utilizó cuanta oportunidad tuvo para discretamente circular ese relato en Francia eInglaterra. A su muerte, el 15 de febrero de 1682, se encontró en su diario de retiros espirituales una copia manuscrita suya del relato que él había solicitado de Margarita María, con unas breves reflexiones acerca de la utilidad de la devoción. Ese diario, junto con el relato y un precioso "ofrecimiento" al Sagrado Corazón en el que se explica claramente la devoción, fue publicado en Lyón en 1684. El librito fue muy leído, aún en Paray, aunque no dejó de causar una "horrible confusión" a Margarita María, quien, a pesar de todo, decidió aprovecharlo para extender su preciada devoción. Se unieron al movimiento Moulins, con la Madre de Soudeilles, Dijon, con la Madre de Saumaise y la hermana Joly, Semur, con la Madre Greyfié y hasta Paray, que al principio se había resistido. Fuera de las Visitandinas, sacerdotes, religiosos y laicos abrazaron la causa. En especial un capuchino, los dos hermanos de Margarita María y algunos jesuitas, entre los que estaban los padres Croiset y Gallifet, quienes estaban destinados a desempeñar un papel importante en pro de la devoción.8. La muerte de Margarita María, el 17 de octubre de 1690, no asfixió el entusiasmo de quienes estaban interesados en la devoción. Todo lo contrario. La pequeña narración que hizo el Padre Croiset en 1691 de la vida de la santa, como un apéndice de su libro "De la devotion au Sacre Coeur", sólo sirvió para aumentarlo. A pesar de todo tipo de obstáculos y de la lentitud de la Santa Sede, que en 1693 concedió indulgencias a las cofradías del Sagrado Corazón y que en 1697 otorgó a la Visitandinas licencia para celebrar la fiesta junto con la de las Cinco Llagas, pero que se negó a otorgar una fiesta común para toda la Iglesia, con Misa especial y oficio, la devoción se extendió, en particular entre las comunidades religiosas.

Pío XII promulgó "Haurietis Aquas", del 15 de mayo de 1956 Quizás la primera ocasión para realizar una consagración solemne al Sagrado Corazón y un acto público de culto fuera de las comunidades religiosas la proporcionó la plaga de Marsella, en 1720. Otras ciudades del sur siguieron el ejemplo de Marsella y a partir de ahí la devoción se popularizó. 

Benedicto XVI dice que hay que experimentar el amor de Dios dirigiendo la mirada al Corazón de JesucristoEn 1726 se consideró oportuno acudir de nuevo a Roma para solicitar una fiesta propia, pero en 1729, de nuevo, Roma se negó. Mas por fin, en 1765, finalmente cedió y ese mismo año, a petición de la Reina, la fiesta fue aceptada semioficialmente por el episcopado

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francés. De todos los rincones del planeta llovieron las solicitudes a Roma, y a todas se dio respuesta afirmativa. Finalmente, gracias a las presiones de los obispos de Francia, el Papa Pío IX extendió la fiesta a la Iglesia Universal bajo la modalidad derito doble mayor. En 1889 la Iglesia la elevó a rito doble de primera clase. En todos lados se realizaban actos de consagración y reparación junto con la devoción. En ocasiones, en especial después de 1850, grupos, congregaciones y hasta naciones enteras se han consagrado al Sagrado Corazón. En 1875 todo el mundo católico se consagró de esa manera. Aún así, el Papa aún no había decidido tomar la iniciativa o intervenir directamente. Eventualmente, el 11 de junio de 1899, por orden de León XIII, y con una fórmula prescrita por él, toda la humanidad fue solemnemente consagrada al Sagrado Corazón. La idea de llevar a cabo esa acción, que León XIII calificó como "el gran acontecimiento" de su pontificado, le había sido sugerida por una religiosa del Buen Pastor, de Oporto (Portugal), quien afirmó que ella lo había recibido directamente de Cristo. Ella, quien era miembro de la familia Drost-zu-Vischering, y cuyo nombre de religión era María del Divino Corazón, murió en la fiesta del Sagrado Corazón, dos días antes de la consagración, que había sido pospuesta hasta el siguientedomingo.(Nota del traductor: S.S. León XIII promulgó, el 25 de mayo de 1899, la encíclica "Annum Sacrum", en la que recomienda la práctica de la devoción al Sagrado Corazón, y algunos de sussucesores hicieron lo propio, en especial Pío XI, en su encíclica "Miserentissimus Redemptor", del 8 mayo de 1928, y Pío XII, en sus encíclicas "Summi Pontificatus", del 20 de octubre de 1939, "Mystici Corporis", del 29 de junio de 1943 y "Haurietis Aquas", del 15 de mayo de 1956. Esta última contiene una exposición integral del culto y la devoción al Sagrado Corazón y debe convertirse en lectura indispensable para quien desee conocer a fondo la posición pontificia al respecto. El Concilio Vaticano II, 1962-1965, hace referencia al Corazón de Cristo en varios documentos. Finalmente, el Papa Juan Pablo II incluyó el tema como parte del Catecismo de la Iglesia Católica, en 1992).Al hacer mención de esas grandes manifestaciones públicas no debemos olvidar hacer también alusión a la vida íntima de la devoción en las almas, a las prácticas que la acompañan, a las obras y asociaciones de las que es el alma. Tampoco debemos pasar por alto el carácter social que ha asumido en años recientes. Los católicos franceses, en forma especial, se aferran a esa devoción como a una de sus mayores esperanzas de ennoblecimiento y salvación.

Santa Margarita de AlacoqueSanta Margarita María nació el 25 de julio de 1647, en Janots, Borgoña. Fue la quinta de 7 hijos de un notario acomodado. A los cuatro años Margarita hizo una promesa al Señor. Sintiéndose inspirada rezó: "O Dios Mío, os consagro mi pureza y hago voto de perpetua castidad." Aunque ella misma confesó mas tarde que no entendía lo que significaba las palabras "voto" o "castidad."Cuando tenia 8 años, murió su padre. Ingresaron a la niña en la escuela de las Clarisas Pobres de Charolles. Desde el primer momento, se sintió atraída por la vida de las religiosas en quienes la piedad de Margarita produjo tan buena impresión, que le permitieron hacer la Primera Comunión a los 9 años, lo cual no se acostumbraba en aquella época. Dos años después, Margarita contrajo una dolorosa enfermedad reumática que la obligó a guardar cama hasta los 15 años. Por este motivo tuvo que regresar a su casa.

Promesas principales hechas por el Sagrado Corazón de Jesús a Santa Margarita de Alacoque:

A las almas consagradas a mi Corazón, les daré las gracias necesarias para su estado.

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Daré la paz a las familias.

Las consolaré en todas sus aflicciones.

Seré su amparo y refugio seguro durante la vida, y principalmente en la hora de la muerte

Derramaré bendiciones abundantes sobre sus empresas

Los pecadores hallarán en mi Corazón la fuente y el océano infinito de la misericordia

Las almas tibias se harán fervorosas

Las almas fervorosas se elevarán rápidamente a gran perfección

Bendeciré las casas en que la imagen de mi Sagrado Corazón esté expuesta y sea honrada.

Daré a los sacerdotes la gracia de mover los corazones empedernidos

Las personas que propaguen esta devoción, tendrán escrito su nombre en mi Corazón y jamás será borrado de él.

A todos los que comulguen nueve primeros viernes de mes continuos, el amor omnipotente de mi Corazón les concederá la gracia de la perseverancia final.

La gran promesa: La EucaristíaEntre las muchas y ricas promesas que Jesucristo hizo a los que fuesen devotos de su Sagrado Corazón, siempre ha llamado la atención la que hizo a los que comulgasen en honra suya nueve primeros viernes de mes seguidos. Es tal, que todos la conocen con el nombre de la Gran Promesa.

La Devoción al Corazón divino de Jesucristo se empezó a practicar, en su esencia, ya en los principios de la iglesia, pues los Santos tuvieron muy presente, al honrar a Jesucristo, que había manifestado su Corazón, símbolo de su amor en momentos augustos. Con todo, esta devoción, en su forma actual, se debe a las revelaciones que el mismo Jesucristo hizo a Santa Margarita María (1649-1690), sobre todo cuando el 16 de junio de 1657, descubriéndole su Corazón, le dijo:

«He aquí este Corazón que ha amado tanto a los hombres, que no ha omitido nada hasta agotarse y consumirse para manifestarles su amor, y por todo reconocimiento, no recibe de la mayor parte más que ingratitudes, desprecios, irreverencias y tibiezas que tienen para mí en este sacramento de amor. »

Entonces fue cuando Jesús dió a su servidora el encargo de que se tributase culto a su Corazón y la misión de enriquecer al mundo entero con los tesoros de esta devoción santificadora. El objeto y el fin de esta devoción es honrar al Corazón adorable de Jesucristo, como símbolo del amor de un Dios para nosotros; y la vista de este Sagrado Corazón, abrasado de amor por los hombres, y al mismo tiempo despreciado de estos, nos ha de mover a amarle nosotros y a reparar la ingratitud de que es objeto.

Entre las prácticas que comprende esta devoción, conformes con el fin de la misma, sobresale la de la Comunión de los nueve primeros viernes de mes seguidos, para

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conseguir además la gracia de la penitencia final, según promesa hecha por el mismo Sagrado Corazón a Santa Margarita María, para todos los fieles.

He aquí la promesa:

Un viernes, durante la Sagrada Comunión, dijo estas palabras a su devota esclava:

«Yo te prometo, en la excesiva misericordia de mi Corazón, que mi amor todopoderoso concederá a todos los que comulguen nueve primeros viernes de mes seguidos la gracia final de la penitencia; no morirán en pecado ni sin recibir los sacramentos, y mi divino Corazón les será asilo seguro en aquel último momento. »

Lo que es necesario hacer para obtener esta gracia :

Comulgar nueve primeros viernes de mes seguidos en gracia de Dios, con intención de honrar al Sagrado Corazón de Jesús.

Cómo puede hacerse :

Por la mañana se puede tener Comunión general a buena hora, y a la tarde una función más o menos breve y solemne al Corazón de Jesús exponiendo al Santísimo, explicando o leyendo la intención del mes, o algo acerca de ella, rezando las letanías o algún acto de desagravios o de consagración. Caso de no poderse hacer esto a la tarde, se puede hacer todo a la mañana en la Misa de Comunión o en la Misa vespertina si la hay.

Cuando no hay función o culto público o no puede uno asistir a él, hágase en particular lo que se hace por otros en público. Para lo cual se puede rezar la oración que se expone más adelante, y además las letanías del Corazón de Jesús o alguna consagración al Corazón de Jesús.

Amor al Sagrado Corazón de JesúsSalvación del mundo, gloria de Cristo, Hijo único y gloria del Padre: otras tantas expresiones que señalan la irradiación triunfante de la caridad divina. El verbo de la bondad divina se ha hecho corazón humano para salvar a los hombres inhumanos (por ser pecadores), revelándoles el corazón del Padre. El corazón del redentor simboliza y expresa su amor misericordioso hacia nosotros, porque significa la caridad sobrenatural y recíproca, que difunde, por medio de su Espíritu, en nuestros corazones. Dándonos el amarnos los unos a los otros es como nos salva. Pero esta caridad recíproca está polarizada por el ejercicio del primer mandamiento. Amamos a los hombres por amor del hombre Jesús, Hijo de Dios. El segundo mandamiento está finalizado totalmente por el primero, que es mayor (cf. Mt 22, 38). Y este primer mandamiento se refiere inseparablemente al amor debido al Hijo y al Padre, que son uno (Jn 10, 30) en el Espíritu. El que me ama, ama al Padre (cf. Jn 14, 9).

De este modo la caridad salvífica del hombre sigue el orden paralelamente inverso al de Dios: sube hasta el Padre por medio del Hijo y los miembros del Hijo. Lo primero que el amor redentor descendió del Padre por medio del Hijo hacia los hombres.

Es en la encrucijada de esta ascensión y de este descenso donde está el corazón traspasado del Señor. Quiere Él que amemos a los hombres por amor suyo y del Padre (cf. Jn 8, 42; 14, 21). Se presenta a sí mismo como el modelo de este triple amor. ¿No es acaso el primero que nos ha amado como Él se amó a sí mismo por amor del Padre? Si nos

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ordena: Amarás a tu prójimo como a ti mismo (Mt 22, 39), ¿no se trata de una forma de pedirnos que le imitemos? Nadie nunca amó a su prójimo como Jesús lo ha hecho. Y ¿no le ha amado Él como Él se amaba a Sí mismo, como Él amaba a su humanidad santa por amor del Padre?

El amor del corazón de jesús a los demás está polarizado por su amor totalmente desintereso de sí mismo, orientado hacia el Padre. Él es el Hijo único, que está a la vez hacia y en seno del Padre, del que Él nace eternamente.

Y este triple amor que “estructura” el corazón del Hombre-Dios corresponde a la triple finalidad de su ser teándrico. El vino para que los hombres se salven amándole; para su propia gloria que no es más que la irradiación de su amor; alabanza de la gloria del Padre, que es Amor (Jn 14, 21; Ef I, 6. 12; I Jn 4,8).

El mundo se ordena al corazón herido de Cristo redentor, Hijo bienamado que se insertó en la humanidad para gloria del Amor paterno. De este modo se presenta la primacía ontológica absoluta del Verbo divina hecho corazón humano.

Existiendo para amar a sus hermanos, y sobre todo para ser amado por ellos, el corazón del Cordero ofrece al Padre este doble amor, y ama de este modo a su Padre con un amor creado de valor infinito, puesto que lo asume su amor increado de Hijo único y eterno.

Fue intuición genial de Duns Escoto el haber comprendido nítidamente (aunque torpemente, con tal vez inconscientes connotaciones nestorianas) el valor supremo glorificador de un amor finito y creado, hipostáticamente asumido por un amor infinito. El Hijo único ama a su Padre no solamente con un amor eterno e increado recibido de Él e insuflando con Él el Amor personal que es el Espíritu, sino también con un amor creado; una caridad infusa y volitiva que nunca ha cesado desde el primer instante de su inhumación y que no cesara jamás; e incluso una caridad infusa y sensible, interrumpida entre el viernes santo y la resurrección para abrazar sin fin, a partir de este momento, su corazón humano y glorificado.

Este doble amor infuso, sensible y volitivo, creado, y asumido por el Amor increado del Hijo único, ofrece sin cesar al Padre, fuente última de todo amor, la dilección divinizada de sus hermanos en humanidad, a la que confiere de este modo un valor, en cierto sentido infinito. Todas las caridades creadas, todo el amor vertido por el Espíritu del Hijo en los corazones de los hombres en el curso de toda la historia humana, son asumidos con esta historia universal por el Hijo único y bienamado, y ofrecidas por Él al Padre en unión de su triple amor teándrico, lo que explica su inefable e incomparable valor.

El corazón traspasado y glorificado del Redentor aparece, pues, ineluctablemente como la llave de la historia universal, que es, ante todo y sobre todo, la historia de la caridad. El corazón del Mediador es el alfa y la omega del universo. ¿No era esto lo presentaba, con cierta oscura claridad el gran teólogo de la Encarnación, San Máximo Confesor, en sus admirables consideraciones sobre el adán cósmico, hombre total?

“Cristo es el gran misterio escondido, la finalidad bienaventurada y la meta por la que todo fue creado… La mirada fija sobre este fin Dios llama a todas las cosas a la existencia. Este fin es el límite en el que las creaturas realizan su vuelta a Dios… Todos los eones han recibido en Cristo su principio y su fin. Esta síntesis estaba ya premeditada con todos los eones: síntesis del límite con el infinito, del Creador con la criatura, del reposo con el movimiento. En la plenitud de los tiempos, esta fue síntesis visible en Cristo, aportando la realización de los proyectos de Dios Cristo unió la naturaleza creada a la naturaleza increada en el amor. ¡Oh maravilla de la amistad y ternura divina hacia nosotros!”

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A la luz del corazón del Cordero inmolado y triunfante, y del Cordero Pantocrátor, entrevemos la posibilidad, ya en parte realizada, de una síntesis fecunda de los puntos de vista correctos mantenidos hasta ahora por las diferentes escuelas teológicas. Síntesis eminentemente conforme a los puntos de vista metodológicos de los Doctores Angélico y Sutil: “debemos amar las dos vertientes, a aquellos cuyas ideas seguimos, puesto que ambos nos ayudan a descubrir la verdad. Por lo mismo, es justo dar las gracias a todos”.

Esta síntesis cree poder afirmar, por medio de una profundización del dato bíblico y patrístico, la primacía absoluta y universal del corazón del Cordero redentor. Ella subraya tanto más el carácter último de Jesucristo, alfa que se hace omega, siendo el Mediador por excelencia y ejerciendo incesantemente su trascendente mediación.

Digamos más: la Iglesia, conociendo y reconociendo siempre la primacía absoluta del corazón del Cordero, coopera a su misión invisible y visible recibida del Padre; por su esposa, el alfa se hace omega, el primera se hace último, y el que era eternamente en el seno del Padre, se hace siempre más Aquel que está en el corazón de la tierra y aquel que viene sobre las nubes del cielo; aquel que es el Pantocrátor, el Todopoderoso (Cf. Ap, 22, 12; 1, 8. 17).

Progresando en la proclamación, cada vez más intensa de la primacía del Cordero, la Iglesia se hace cada vez más su Esposa fiel y fecunda. De este modo, bajo la acción y el soplo del Espíritu, dice constantemente a Aquel que es su templo y su antorcha: ¡Ven! (Cf. Ap 21, 22-23; 22, 17).

Bertrand de Margerie S.J.Transcrito por José Gálvez Krüger para Aci Prensa

Juan Pablo II y el Sagrado Corazón de JesúsEn su carta del 5 de octubre de 1986 al M. R. P. Kolvenbach, prepósito general de la Compañía de Jesús, el Papa definía así “la verdera definición pedida por el Corazón del Salvador”: “Sobre las ruinas acumuladas por el odio y la violencia, edificar la civilización del amor tan deseada, el reino del Corazón de Cristo”

Para Juan Pablo II, el Corazón de Cristo reinará, pues, cuando se establezca la civilización del amor”, es decir cuando el amor reemplace el odio, cuando elamor al prójimo por amor a Cristo amante venza en cada persona las pasiones y las pulsiones de violencia. Cuando, en otros términos, el prójimo sea respetado en sus derechos por amor al más próximo de todos los prójimos, Cristo. De esta manerá será reparada la persona odiosa, preocupada por reemplazar el odio por el amor.

Como lo observa L. M. Mendizabal, esta interpretación de la reparación algunas veces ha sido mal comprendida, en un sentido puramente “horizontalista” como si el papa hubiese dicho: “La verdadera reparación no consiste en una expiación dolorosa de los pecados del mundo, sino en establecer la paz y el bienestar en el mundo. Se olvida la declaración hecha quince días antes de esta carta, con ocasión de un simposium internacional: “La consagración al Corazón de Nuestra Señora se realiza, en la práctica, esencialmente viviendo en estado de gracia, con una vida de pureza, d eoración, penitencia unida al cumplimiento de todos los deberes de un cristiano y d ereparación por nuestros pecados y los pecados del mundo.

En realidad, la declaración del Papa a la Compañía de Jesús quiere decir que a los ojos del señor, el orden violado por la violencia y por el odio no podrá ser restaurado en el mundo

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más que por el amor sobrenatural por el prójimo y es esta restauración, este retomar de la justicia amante que constituye la esencia de la reparación. Oración, penitencia, cumplimiento de los deberes de estado deben ser vividos en el horizonte del establecimiento de una civilización del amor para constituir la completa reparación social que desea el Corazón de Jesús.

Durante el Angelus del 1º de junio de l984 Juan Pablo II esbozaba “la síntesis de todos los misterios ocultos en el Corazón del Hijo de Dios: amor solícito, amor satisfactorio, amor vivificante”.

La civilización del amor no se podrá establecer sino la base de un reconocimiento del amor creador, redentor y remunerador de Cristo, Alpha y Omega.

Entonces, la civilización del amor supone la penetración dinámica de la caridad sobrenatural en la pasión natural del amor y en la voluntad libre de la criatura racional, que orienta esas fuerzas del psiquismo inferior de la persona humana hacia su vida eterna, individual y social, bajo el soplo del Espíritu Santo.

El Corazón Eucarístico de JesúsSignificación del culto del culto rendido al corazón eucarístico

Pío XI y Pío XII han visto en el culto tributado al corazón de Jesús el “compendio de toda religión” cristiana y, por e hecho mismo, la “regla de la perfección cristiana”. Pío XII ha precisado claramente cómo este culto sintetiza todo el dogma y toda la moral: “Se trata del culto del amor con el que Dios nos ha amado por medio de Jesús, a la vez, a la vez que es el ejercicio del amor que nosotros tenemos a Dios y a los demás hombres”.

Paralelamente, el Vaticano II nos presenta – y con maravillosa insistencia – “la celebración del sacrificio eucarístico” como “la raíz, el centro y la cumbre de toda la vida de la comunidad cristiana. La eucaristía, añade el concilio, “contiene todo el tesoro espiritual de la Iglesia” y es la fuente y la cima de toda la evangelización”.De esta comparación se sigue una constante: el magisterio de la Iglesia nos insinúa (es lo menos que podía decirse) que el sacrificio eucarístico, por una parte, y el culto rendido al corazón de Jesús, por otra, son ambos el centro de la vida del cristiano y de la propia Iglesia ¿Cómo no iban a ser entonces también los centros de irradiación de sus pensamientos? Si el mundo y la Iglesia tienen como razón de ser al señor presente de una forma gloriosa, aunque escondida, y soberanamente amante en la eucaristía, si la acción amante de Cristo eucarístico es la razón de ser suprema del obrar de la Iglesia, ¿cómo no concluir que este obrar inmanente que es la reflexión teológica debe tomar como punto de partida al Cristo actualmente amante y actuante en la eucaristía y elaborar así una síntesis en torno a este misterio de los misterios, resumiendo ante todo los dos polos de atracción aquí evocados, el corazón de Cristo y su eucaristía?

De nuevo el magisterio nos sirve de guía en este intento de síntesis de dos síntesis cuando nos propone tributar un “culto particular al corazón eucarístico de Jesús” y nos especifica simultáneamente su objeto:

“No percibimos bien la fuerza del amor que impulsó a Cristo a entregarse a nosotros en alimento espiritual si no es honrando con un culto particular al corazón eucarístico de Jesús, que tiene como finalidad recordarnos, según las palabras de nuestro predecesor de feliz memoria León XIII, el “acto de amor supremo con el que nuestro Redentor, derramando todas las riquezas de su corazón instituyó el adorable sacramento de la

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eucaristía a fin de permanecer con nosotros hasta el fin de los siglos. Y Ciertamente que no es una mínima parte de su corazón”.

La Iglesia honrando al corazón eucarístico de Jesús, quiere adorar, amar y alabar el doble acto de amor, increado y creado, eterno y temporal, divino y humano, teándrico en una palabra, con el que el Verbo encarnado y humanizado decidió aplicar para siempre los frutos de su sacrificio redentor renovándolo en el curso de la historia, e incorporarse así la humanidad en una unión mucho más íntima que la de la Esposa y la del Esposo con el poder se su Espíritu para gloria de su padre. ¿No es en la institución de la eucaristía donde alcanzan su punto culminante los tres fines jerarquizados de la encarnación redentora: la salvación del mundo, la exaltación del Hijo del hombre, que atrae todo a sí; la gloria delk Padre, que todo lo recapitula en su Bienamado?

Veamos, en efecto, la finalidad de la institución de la eucaristía que nos presenta el papa Pío XII: “A fin de permanecer con nosotros hasta el fin de los siglos”; dicho de otra manera, hasta el fin de la historia universal. ¿Por qué? Precisamente Cristo quiere permanecer con nosotros para salvarnos aplicándonos los méritos de su pasión, y de este modo ser amado por nosotros y poder luego ofrecernos a su padre en Él y con ÉL. Es nuestro amor al Hijo único e que nos salva glorificándole; manifestándonos las riquezas de su amor en la eucaristía nos da el que le amemos a Él y glorifiquemos al Padre, fuente y termino supremo de este amor.

Si las palabras de Pío XII subrayan sobre todo la presencia real, la misa y la comunión connotan también la eucaristía como sacrificio y como sacramento ¿No leemos también en la misma encíclica Haurietis aquas estas frases?

“La divina eucaristía – sacramento que Él da a los hombres y sacrificio que e hace inmolarse perpetuamente desde que el sol se levanta hasta que se pone- y, por lo mismo, el sacerdocio, son dones del Sagrado Corazón de Jesús”.

Podemos, pues, mantener legítimamente que ya la encíclica Haurietis aquas contiene los gérmenes de una definición del objeto del culto rendido al corazón eucarístico de Jesús que la que nos ofrece. Este objeto incluye el amor sacrificial con el que Cristo, Cordero dse Dios, se inmola perpetuamente por la humanidad pecadora en todas la smisas de la historia; amor actual que actualiza, renovándola, la oblación del Calvario. Este mismo amor es el que adoramos en el corazón eucarístico del Cordero triunfante y constantemente inmolado.

¿No vienen ahora a coincidir una corriente de la mística medieval, siempre válida, y a través de ella, una corriente agustiniana?

“En otro tiempo, la devoción insistía, ante todo y casi exclusivamente, en las relaciones de la eucaristía con el corazón de Jesús enfocado en el acto mismo de su sacrificio en el Calvario… La eucaristía no era, por asi decirlo, más que la sangre del corazón de Jesús derramada en la cruz, con la que las almas s epurifican y alimentan. No se desconocía, desde luego, el misterio de Jesús considerado simplemente en la eucaristía, pero se prefería adorarlo allí en su función precisa de víctima que continúa su sacrificio y que lo aplica a la salmas”.

En el siglo XIII ya el escritor místico Ubertino de Casale precisaba admirablemente las relaciones de la eucaristía con el sagrado corazón en el marco d ela tradición agustiniana:

“Todo sacrificio visible es sacramento, es decir, signo sagrado de un sacrificio invisible. Por eso, el sacrificio inefable que Cristo hace de sí mismo tanto en el augusto misterio de

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nuestros altares como en el altar de la cruz es el signo invisible que hace constantemente de sí mismo en el inmenso templo de su corazón”.

El sacrificio visible de la misa, signo que nos representa y nos aplica el sacrificio de la cruz desde ahora invisible, pero hecho visible en el altar, es también, a la luz de la misma tradición agustiniana, el signo visible y eficaz del sacrificio invisible y actual de la humanidad, que consiste en lo que Cristo ha ofrecido en su nombre y se asocia a ello. Cristo se ofrece al Padre durante la celebración de los sagrados misterios como cabeza de la Iglesia y de la humanidad para integrar a todas las personas humanas en su gesto oblativo. El corazón, donador de la eucaristía, quiere encerrar en él todos los corazones que se consagran a Él para ofrecerles con Él al Padre.

Nos parece pues, que el objeto, íntegramente considerado, del culto rendido por la Iglesia al corazón eucarístico de Jesús puede expresarse así:

“La Iglesia, honrando y adorando el corazón eucarístico de Jesús, ama el doble acto de amor, eterno e históricamente pasado, con el que nuestro Redentor instituyó el sacrificio y el sacramento de la eucaristía, y el doble acto de amor eterno y actual, increado y divino, pero también creado, voluntario y sensible, que le incita a inmolarse ahora y perpetuamente, en las manos de sus sacerdotes, al Padre por nuestra salvación; a permanecer incesantemente entre nosotros, en nuestros tabernáculos, y a unirse físicamente a cada persona humana en la comunicación a fin de amar hoy en nosotros y con nosotros a todos los hombres con amor sacrificial.”

Esta perspectiva presenta un gran número de ventajas. Subraya el valor existencial y actual del culto ofrecido al corazón eucarístico del Redentor. El aspecto histórico (sin historicismo), acentuado en la definición de León XIII y recogido por Pío XII, se mantiene y amplifica; no es solamente el acto de amante institución de la eucaristía y la permanencia de la presencia real del triple amor de cristo lo que adoramos en ese corazón eucarístico, sino también su oblación actual victimal y su holocausto de amor constantemente renovado. Podemos de este modo destacar mejor el realismo sacramental eclesial de este culto; todas las dimensiones de la eucaristía se contemplan en un culto inseparable del acto cultual, con el que el propio Cristo construye, edifica y culmina sin cesar su Iglesia haciéndola crecer. De esta forma, la Iglesia adora el acto vital y vivificante de amor que le mantiene sin cesar en la existencia y la despliega en el espacio y en el tiempo.

A esta dimensión “vertical” se añaden las ventajas “horizontales” de esta exposición. Si el corazón eucarístico de Jesús connota su unión de amor con cada comulgante, el culto que se le tributa favorece una irradiación incesantemente creciente de la gracia sacramental propia de la eucaristía, la gracia del crecimiento dinámico d ela caridad fraterna sobrenatural y sacrificial que derrama en el mundo para la salvación eterna de la almas y también de los cuerpos. Adorando a Cristo como víctima sacramental, el comulgante bebe, con la sangre preciosa, el amor extático que mana de su corazón siempre abierto. El corazón eucarístico es el corazón del Cordero que hace de cada comulgante un corredentor, dándole a amar a su prójimo más alejado no sólo como él se ama a sí mismo, sino también hasta llegar al sacrificio de uno mismo, que caracteriza el auténtico amor de sí mismo. Esta caridad realiza perfectamente la gradiosa conclusión de la epístola de Santiago: El que saca a un pecador de su perdición, salva a su alma de la muerte y cubre una multitud de pecados (5, 20).

Así entendido, el corazón eucarístico del Cordero constantemente inmlado es verdaderamente el corazón de Cristo total; el corazón en el que todos los hombres de buena voluntad, ofreciéndose a sí mismos con Él como víctimas, se consuman en el amor unificador, en la unión con el Padre y entre ellos por su mediación.

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¿hay que desarrollar largamente el mérito bíblico de esta exposición? Se aproxima muchísimo la versión joánica del Apocalipsis. “San Juan vio al Cordero en el cielo, en la gloria, ante el trono, igual a Dios; de pie, como inmolado; no degollado, sino vivo y ostentando las nobles cicatrices de las heridas que le causaron la muerte (cf. Ap 5, 6-14). El Cordero del que nos habla el Apocalipsis veintinueve veces es una víctima, pero una víctima, pero una víctima de nuevo viva”. El Cordero pascual inmolado aparece en el poema joánico como vencedor, y la expresión tan cara a San Juan, significa “la soberanía de Cristo, que domina la historia y el mundo, asociado a Dios en la glorificación de los elegidos. El autor del Apocalipsis ha visto al Cordero redentor adorado en el cielo a causa de su sacrificio, de su inmolación, y haciendo participar de su gloria a todos aquellas que han sabido aprovecharse de su sangre para expiación de sus culpas.

El objeto integral del culto rendido al corazón eucarístico del Cordero (tal como lo enfocamos en lo que nos parece ser un desarrollo legítimo de los principios establecidos por el magisterio) corresponde tanto al doble aspecto, doloroso y glorioso, del Cordero del Apocalipsis joánico como a las dos vertientes (muerte y resurrección) del misterio pascual.

Este objeto integral nos parece también estar insinuado en parte en la iconografía cristiana primitiva del Sagrado Corazón: una lámpara en forma de cordero, d ecuyo seno brota una fuente eterna de aceite para comunicar a los hombres luz y santidad. Y para significar que, por los méritos de su pasión, el Cordero derrama sus bondades, hay una cruz en el pecho y en la cabeza, y ésta última coronada de una paloma, símbolo del Espíritu Santo. El Cordero está reposando sobre un altar o presenta su costado abierto y sangrando, o también de pie en su trono; su sangre, que sale de cinco llagas, se reúne en una sola corriente y va a caer en un cáliz.

Si queremos comparar el objeto de este culto eclesial al culto eucarístico de Jesús con el culto tributado al Sagrado Corazón de Jesús o a la Eucaristía (y tal comparación es tan necesaria como inevitable para comprender mejor el sentido de las actitudes de la Iglesia), hay que decir lo que sigue: por una parte, “el culto tributado al corazón eucarístico de Jesús no difiere esencialmente del culto tributado al sagrado Corazón de Jesús…; solamente la devoción al corazón eucarístico aísla uno de sus actos”, a saber el acto de amor por el cual Cristo instituye la eucaristía, y – añadiríamos nosotros – la celebra como ministro principal, inmolándose de nuevo y entregándose en la comunión. Por otra parte, y paralelamente, podríamos decir que el culto rendido al corazón eucarístico tiene el mismo objeto material que el culto de la eucaristía, pero asilando su objeto formal: el amor, el acto de amor al que acabamos de aludir. Hay pues, en el seno de una cierta convergencia de estos tres cultos, diferencias de acentos que la propia Iglesia ha tardado algún tiempo en ver claramente.

Dado que el corazón eucarístico es “la fuente y la cima de toda evangelización”, resulta normal que sea también el punto de partida y la meta de una teología sistemática. Su punto de partida: una teología que quiere arrancar de la realidad para reflexionar sobre ella, ¿podría hallar una realidad superior y más inmediatamente contigua a su fe que la del corazón eucarístico del Cordero? La teología que comunica, ¿no está en contacto inmediato con su redentor? Su meta: si toda reflexión vuelve en su conclusión a sus principios iniciales y a su intuición de base, el teólogo, tras haber recorrido las riquezas del dato revelado a la luz de la caridad eucarística ¿no estará capacitado para comprender mejor su plenitud y su riqueza? No hará converger todos los rayos del dogma cristiano hacia el sol de la eucaristía? Y la gracia sacramental de sus comuniones diarias desde la primera, polarizadas por la última, susceptible de desembocar en una visión prebeatífica de Aquel que se oculta en las especies sacramentales, ¿no le inclinará a ello?

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La misericordia del Sagrado CorazónEl lector de los escritos del santo no puede sino maravillarse ante la facilidad y la simplicidad con las cuales asocia a las sublimidades de la metafísica cristiana las de la humildad. Sus categorías se esclarecen y fortalecen recíprocamente. Por ejemplo ¿cómo no emocionarse con el pasaje siguiente:

“¿Oh Dios mío, que es el hombre para los ames tanto? ¿No sabes que la mayor parte de los hombres no hace caso de ti y que no tienen sino desprecio por gracias y que sólo te tributan ingratitudes y ultrajes? ¿Has olvidado, Señor mío, quién eres y cuál es la gloria infinita de tu divina Majestad que abates hasta el punto de dar tu corazón adorable a gusanos de tierra y a miserables pecadores que no son dignos ni del menor de tus pensamientos?

En la medida en que le cristiano cultive en sí mismo la conciencia de su indignidad respecto del amor con el que es gratuitamente amado, los mandamientos divinos le se le mostrarán como otras amorosas atenciones de su Creador respecto de sí. El peso de su obligación abre el paso a la dulzura de su ejecución:

“Dios ha querido mandarnos que lo amemos. ¡Oh cuánta bondad! ¡Oh cuánta gracia! Para comprenderla bien, habría que conocer la distancia infinita que hay entre Dios y el hombre, entre aquel que es el soberano bien y la fuente de todo bien, y aquel que es un abismo de males y de miseria.

Ciertamente si conocemos bien lo que es Dios y lo que somos, estaríamos extraordinariamente sorprendidos del mandamiento de amarlo que su divina Majestad nos hace, porque veríamos que nos haría uyn gran favor si nos permitiera pensar en él (…) Esto no es basta a la bondad infinita que tiene para nosotros; nos ordena que lo amemos como padre”.

Sobre el fondo del cuadro de la diferencia infinita entre creatura y Creador, la ética cesa de aparecer como una imposición extrínseca y e mandamiento divino, sin dejar de ser tal, se vuelve manifestación de misericordia. El Ser divino deja transparentar su misericordia no sólo cuando perdona, sino también cuando ordena ya la brinda. El lector del santo es conducido a entrever que su anterior insumisión a la orden divina tenía su raíz en una inconsciente y orgullosa voluntad de equiparar su pequeñez al infinito y al absoluto de la divinidad. Ciego, cerraba los ojos delante de las innumerables manifestaciones de la misericordia.

El mérito de Juan Eudes al mismo tiempo que su originalidad consiste a no aislar del conjunto del dogma, de la ética y del culto privado o público y sacramental la fe amante en la misericordia infinita del Corazón de Jesús. Manifiesta su presencia en todas las realidades, morales y espirituales. El universo eudista es un universo pan-misericordioso.

El discípulo de san Juan Eudes es invitado por él a reconocer la misericordia infinita del Corazón de jesús en todas las partes de este universo: no sólo en el cielo sino también sobre la tierra e incluso en el infierno. De ahí la impresión optimista que se desprende de sus escritos y que sin embargo en nada impide su alcance reparador.

El corazón humano bajo la luz del corazón de DiosEl 20 de junio de 1979, pocos medes después de su elección, Juan Pablo II inauguraba su enseñanza sobre el Corazón de Jesús mediante una presentación de conjunto que indica,

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anticipadamente, muchos puntos detallados en los años sucesivos, desfe la Transfixión del costado hasta las letanías al Corazón abierto para la salvación de los corazones humanos.

En el Corazón de Jesús, “habla a la Iglesia, comunidad de los corazones humanos”. “El Corazón no sólo es un órgano que condiciona la vitalidad biológica del hombre. El Corazón es un símbolo que habla de todo el hombre interior. Habla del interior espiritual del hombre”

En el Traspasado, prosigue Juan Pablo II, todas las generaciones de cristianos han aprendido y aprenden a leer el misterio del corazón del Hombre crucificado que era y es el Hijo de Dios. […] Fue para este conocimiento hecho por cada corazón humano que fue abierto, al final de su vida terrestre, el Corazón divino del condenado y del crucificado sobre el Calvario. El corazón llama. El corazón invita. Por eso fue abierto por la lanza del soldado. El Corazón del Hombre-Dios no juzga los corazones humanos.

Juan Pablo II nos invita a mirar con los ojos de la fe al Corazón traspasado por nuestros pecados para buscar y encontrar nuestra salvación eterna y desde ya nuestra felicidad aquí abajo, construyendo la civilización del amor fraterno.

En el curso de los últimos años, ¿la Providencia del Corazón de Cristo, no sin servirse del Papa Juan Pablo II, no ha puesto ante nuestro ojos una magnífica imagen de la victoria del amor fraternal de Jesús sobre el odio ateo, victoria simbolizada por el colapso, casi sin efusión de sangre de los regímenes marxistas de la Europa del Este? ¿Los creyentes negarán que ahí hay un signo manifiesto de la eficacia del Apostolado de la Oración unida al sacrificio del Corazón de Jesús?

El Corazón eucarístico del SeñorLa necesidad espiritual y religiosa por excelencia de nuestro tiempo es la de una amplia visión sintética del misterio cristiano elaborada en un contexto existencial, a la irremplazable luz que emana del amor y a partir de un foco central promotor de la inteligibilidad de todos los rayos que irradia coordinados

A diferencia de muchos teólogos cristianos no-católicos, entre los teólogos más conocidos de la Iglesia universal y romana no existe ninguno en nuestro siglo que haya intentado realizar dicha síntesis. La hipersensibilización explica en parte, sin justificarla, la marcha atrás que se da ante todo se parezca a una suma de Teología. El esbozo, parcialmente contestable y contestado, intentando por este teólogo no profesional que fue Theillard de Chardin, obtuvo el éxito que sabemos por su poder de síntesis.

Consideramos urgente la indicación de unos senderos que otros sabrán recorrer y hacer que se recorran mejor que nosotros; contribuir, aunque sea de lejos, a satisfacer ese anhelo fundamental de toda la inteligencia bautizada en la sangre del Cordero; acoger, abrazar, reconstruir, unificar, recapitular, tanto las realidades como todas las verdades reveladas en el corazón traspasado de Cristo crucificado a fin culminar el misterio de la redención universal. Porque el espíritu creado no quiere interpretar el universo más que para transformarlo y consumarlo, y no aspira a interiorizar en sí mismo el ser por medio de la intelección más para exteriorizarse después en un mundo pasivo de su acción, y llegar así a la contemplación facial del ser absoluto, del amor absoluto, del obrar absoluto, que se transparenta en su propia translucidez al igual que en toda la realidad creada.

Por eso querríamos demostrar aquí sucesivamente cómo el corazón eucarístico del Cordero de Dios ofrece a la teología católica el mejor punto de partida y culminación de su sistematización, bien en lo que se refiere al sacramento de la encarnación y los

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sacramentos de la salvación y de la gracia, bien en relación con la consumación de la redención y del universo, bien, finalmente, con respecto al Verbo hijo e inspirador, predestinador y creador, creado y predestinado.

El Corazón de Jesús cura nuestras concienciasEl corazón de Jesús cura nuestras conciencias

Bertrand de Margerie S.J.

Hemos tratado de captar el alcance del simbolismo del Corazón de Jesús. Podemos, pues, percibir mejor la función terapéutica del culto privado y público que se le rinde. En un tiempo de secularización y aún de secularismo(1), los bautizados, que se preocupan de adorar al Corazón de Jesús en armonía con la Iglesia, experimentan una curación intelectual y afectiva, despojándose de errores y desviaciones que constituyen muchos de los factores de perturbación psíquica. Curación tanto más acentuada cuanto perciben mejor la identidad entre el Corazón de Jesús, por un lado, y su conciencia psicológica y moral por le otro. Estamos, aquí, en la confluencia de muchas ramas (dogmática, sacramental, moral, ascética y mística) de la doctrina teológica.

El Corazón de Jesús cura nuestras conciencias

Cristo es el médico corporal y espiritual(2) que ilumina sin cesar las inteligencias atacadas por el Mentiroso, padre de la mentira (Jn 8, 44), príncipe de este mundo de tinieblas. La enfermedad intelectual más radical de nuestro tiempo es el ateísmo. El hombre “masificado” tentado de considerarse como un simple número en la sociedad industrial, desconoce fácilmente su origen y su finalidad divinas: el Amor creador de la Trinidad. Se hiere a sí mismo volviéndose indiferente, luego ateo, no sin terminar, algunas veces, en el ateísmo.

El orgullo ingrato favorecido por las deformaciones filosóficas desemboca en un “odio a Dios y a aquellos que lo representan legítimamente, la mayor de las faltas que pueden cometer los hombres creados a imagen y semejanza de Dios y destinados a gozar perpetuamente de su perfecta amistad en el cielo: separando en grado sumo al hombre del Bien supremo, ella lo conduce a apartar de él y de sus prójimos todo lo que viene de Dios, todo lo que une a Dios, todo lo que conduce a disfrutar del gozo de Dios, como lo recordaba Pío XII(3).

Una religión demasiado abstracta, demasiado separada del ejercicio de la sensibilidad y de la imaginación, favorece indirectamente el enrumbamiento hacia el ateísmo, frente al cual esta menos preparado para resistir con las fuerzas vivas de la persona. Por el contrario, el culto al Corazón de Jesús, favoreciendo la integración de la personalidad humana, ayuda a perseverar en el nexo que constituye la religión: actúa mediante imágenes sobre la imaginación y sobre la inteligencia incapaz de de pensar sin acompañamiento de imágenes. La imagen del Corazón de Jesús ayuda al espíritu a creer, resumiéndole el objeto de su fe (a saber: el amor salvífico del Creador por el ser humano), orientándolo hacia una deseable y bienaventurada eternidad de amor.

Se podría objetar: la fe en Dios ha existido, existe todavía sin ningún culto explícito al corazón atravesado ni a sus imágenes. Ciertamente, esto es verdad; pero es verdad, también, en los protestantes de buena fe, la perseverancia en la fe al Verbo encarnado e incluso a Dios Creador no es facilitada por el ejercicio de una religión cuya humanidad sensible se muestra ausente, y sobre todo, en los católicos, la ausencia de culto privado al Corazón del Redentor los priva, a menudo de una superabundancia de gracias actuales

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que inclinan a enraizar activamente en el misterio de Cristo y en la fidelidad a la Iglesia. El hombre es una unidad. Si se rehúsa a conceder a Dios el homenaje de su sensibilidad y de su imaginación, pone en peligro su crecimiento en la fe, la esperanza y la caridad; y aquel que no crece en esas virtudes está a punto de perderlas.

Lo que acabamos de decir muestre suficientemente el peligro que entraña, para la fe en la divinidad de Cristo, la ausencia de interés por el culto de su amor divino y trascendente, respecto del género humano. El culto bien entendido al Corazón de Jesús y que apunta, sobre todo (lo hemos largamente explicado) a su amor divino, preserva de las simplezas de una cristología horizontalista, de estilo “protestante liberal”. Poniendo el acento sobre la infalibilidad y la eternidad de la Persona de Cristo amante, ese culto nos libra del mito de un Cristo ignorante y errante favorecido por algunos modernistas; la Iglesia, en las Encíclicas Misserentissimus Redemptor y Haurietis Aquas(4) nos muestra, en Jesús, su corazón agonizante y sufriente consciente de nuestras faltas y susceptible de ser consolado por nosotros, siempre deseoso de consolarnos gracias a los méritos de sus propias desolaciones. Este consolador desolado nos manifiesta que tomó sobre él nuestros sufrimientos (Mt 8, 17; Is 53, 4).

Con el mismo golpe, favoreciendo la fe viva en la divinidad de Cristo, el culto a su Corazón estimula, igualmente, una fe penetrante en el rol extraordinario de su Humanidad trascendiendo cualquier otra. Este corazón no es el de un Liberador revolucionario, violento, sino el Corazón dulcísimo del Liberador espiritual, preocupado antes que nada, por arrancarnos a la esclavitud del pecado y del demonio. Frente al corazón de Jesús, nuestros pecados contra la fe a su amor divino y humano retoman gravedad a nuestros ojos y se muestran más detestables aun que nuestras faltas contra las virtudes cardinales y morales.Incluso, el culto al corazón de Jesús, nos hace buscar contra todos los cismas, contra todas las divisiones, pero también contra todos los falsos irenismos(5), la verdadera unidad de los cristianos en su Preciosa Sangre de Profeta, Sacerdote y Rey, instituyendo para ello el Orden y el Papado unificador(6).

Igualmente, la contemplación del Corazón de Cristo Sacerdote, institutor y celebrante principal del Sacrificio eucarístico, nos ayuda a unirnos a Él a través de la comunión eucarística, a evitar y rechazar los errores negadores de su Presencia substancial y real bajo la apariencia del pan y del vino, Nos es más fácil, poniendo el acento sobre el amor creador y redentor en tanto que origen permanente de la permanente Presencia, de reconocer en esto un signo de su omnipotencia siempre activa, en medio de las variaciones históricas. Este amor actuante vive en una incesante oblación de sí mismo; y una de las consecuencias históricas más destacables del culto privado y público del Corazón herido del Señor ha sido y sigue siendo la ofrenda cotidiana del Apostolado de la Oración: concentrando toda la vida de cada persona humana, toda su actividad profesional, familiar y social en torno del altar, permite a cada uno desplegar y actualizar su vocación corredentora a favor del mundo.

De esta manera, podemos entrever mejor, como el culto del Corazón de Jesús facilita su reconocimiento íntimo y concreto como Profeta, Sacerdote y Rey, en tanto que Hijo del Hombre, como Creador, Mediador y Juez Remunerador en tanto que Hijo de Dios. ¡Ventaja preciosa en un tiempo de de “reducción cristológica”! Bajo la influencia de cierta literatura espiritual de nuestro tiempo, Cristo aparece hoy, a menudo, primeramente, como Amigo, Compañero, Benefactor y Taumaturgo: ¿cuán pocos, incluso entre los creyentes piensan en presentarlo primeramente como su Origen creador, su Sostén y Apoyo, a Aquél que deberán rendir cuenta exacta y exhaustiva de todas sus acciones y decisiones? Tal es la imagen del Cristo resultante del culto eclesial de su Corazón.

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Estos últimos comentarios nos invitan a considerar la transfiguración ética producida por el culto, en Espíritu y en Verdad, del Corazón de Jesús: la victoria sobre l nihilismo moral, sobre la permisividad inmoral y sobre la desesperanza ética.

El nihilismo moral se extiende a una concepción exclusivamente sentimental del amor identificado con el placer y escindido de toda obligación como de toda finalidad o sanción. Frente a este vacío, el Corazón de Jesús nos presenta su ley de amor, enraizada en el ejercicio de la humildad: “Aprendan de mi que soy mano y humilde de corazón, ustedes que penan y que se curvan bajo el fardo (de sus pecados) y yo los aliviaré: mi yugo es suave y mi fardo ligero” (Mt 11, 28-30). El sentido de esas palabras, observaba Suárez(7), es hacernos ver a Cristo como el único Redentor, capaz de liberar al ser humano del peso y de las penas que merece, el único autor de la gracia y de la ley evangélica que nos libera del peso de la ley antigua (o solamente exterior), el único médico y autor de la salvación

Lo que Jesús nos enseña, pidiéndonos aprender de Él la humildad de su Corazón, es que sólo lo humilde puede amarse verdaderamente, querer su propio bien corporal y espiritual, temporal y eterno(8). Solo el humilde puede cumplir el mandamiento divino de amarse a sí mismo, inseparable del mandamiento de amar a Dios y al prójimo. El orgulloso, queriendo su propio mal al mismo tiempo que el del prójimo no se ama más y no puede comenzar a amarse sino aceptando de Jesús humilde de corazón el don de la humildad. La acogida del humilde amor para sí y para otro que ofrece a la persona humana el Corazón humilde del Verbo encarnado condiciona la eficacia de la lucha contra el vacío del orgulloso nihilismo moral.

De esta manera se hace posible la victoria sobre la permisividad inmoral de la desesperanza ética. El culto al Corazón de Jesús restaura, enraiza y profundiza la fe en los mandamientos de Dios, es decir el humilde reconocimiento de su origen divino y la esperanza del auxilio divino para guardarlos. Dios revelador nos invita a creer en las interdicciones de su Amor, preocupado de obtener así la reciprocidad del nuestro, y a esperar de Él el don de una caridad capaz de no violar sus prohibiciones y de guardar sus mandamientos con perseverancia.

Conviene evocar aquí la solemne declaración del concilio de Trento: “Dios no te manda lo imposible, pero mandando te invita a hacer lo que esté a tu alcance y a pedir lo que no puedes y te ayuda a poder: esos mandamientos no son pesados, su yugo es suave y su fardo ligero”(9).

Sí, paradójicamente, dándonos mediante y con su Espíritu la gracia de obdecer por puro amor a sus mandamientos, el Corazón agonizante y traspasado de Jesús nos libera, del moralismo de las normas idolatradas, pero cuyo fin y origen divinos nos son percibidos, y del amoralismo que rechaza toda norma ética de carácter trascendente. El Corazón amante de Cristo nos preserva así de la incrédula negación de las normas absolutas(10) y del escepticismo en materia moral.

Especialmente, cultivando la redamatio respecto del Legislador amante de la ley de amor, el adorador del Corazón del Hijo encarnado se dispone a poner al servicio de la fe, de la esperanza y de la caridad el ejercicio racional y divinizado de sus pasiones en la imitación de las virtudes morales que Jesús practicó por puro amor por su Padre y que quiso continuar practicando en nosotros y por nosotros. Se comprende así que, para Kart Rahner(11) y Joseph Ratzinger(12), como para los papas(13), el culto rendido al Corazón de Jesús se sitúa al centro del cristianismo y aun del mundo.Porque la devoción al Corazón de Jesús opera una recapitulación de toda la vida virtuosa moral en la llamas de la caridad (Col. 3, 14). Unifica los múltiples aspectos éticos de la

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existencia humana. Orienta toda la vida social, todas las dimensiones horizontales hacia la vida eterna ya que la caridad nos une inmediatamente al Creador(14).

En un período de la historia eclesial que manifiesta una falta de afecto frente a la comunión cotidiana y a la confesión frecuente o personal(15), una renovación de la Hora Santa del jueves y de la comunión del primer viernes de mes facilitan el acceso a los sacramentos, a la vez que preparan su digna recepción(16).

De igual manera, la insistencia acerca de la reparación ayuda a percibir mejor el carácter propiciatorio de la Misa, perdido de vista por aquellos que exaltan unilateralmente el aspecto de comida que acarrea(17).

El culto privado y público al Corazón corresponde a la necesidad permanente y profunda de simplificación y de unificación de toda la vida espiritual que se manifiesta en nuestro tiempo. Favorece, igualmente, una jerarquización de las finalidades éticas paralela a la jerarquía de la verdades que ha exaltado el concilio Vaticano II(18), sin sacrificar al “falso irenismo” denunciado por el mismo concilio(19), siguiendo a Pío XI(20).

Todo lo que acabamos de recordar fue ya anticipado por Charles Foucauld:

“La religión católica nos ilumina haciendo brillar frente a nuestros ojos la más luminosa, la más cálida, la más benefactora de todas las verdades: la “verdad” del Corazón de Jesús… no estamos olvidados, solos, sobre el camino que sigue Jesús: antes de que fuésemos, un Corazón nos amó con amor eterno y todo el curso de nuestra vida ese Corazón nos abraza con el más cálido de los amores. Ese corazón es puro como la Luz: todas las bellezas y las perfecciones increadas resplandecen en Él; Dios nos ama, nos amó ayer, nos ama hoy y nos amará mañana. Dios nos ama en todo instante de nuestra vida terrestre y nos amará durante la eternidad si nos rechazamos su amor. Ésta es loa verdad del Corazón de Jesús, revelada para iluminar y abrazar los corazones de los hombres(21).

A pesar de los silencios (sobre la Iglesia y los sacramentos) que le confieren una tonalidad un poco “intimista”, ese texto de 1903 expresa admirablemente lo que en la actualidad siguen percibiendo y experimentando los adoradores del Corazón de Jesús.

Después de haber recordado los efectos positivos y terapéuticos operados por el ejercicio del culto privado y público hacia el Corazón de Jesús, podemos, ahora recordar las indispensables condiciones teológicas que hacen posible ese culto(22):

no hay culto al Corazón de Cristo sin fe en la Resurrección de su cuerpo crucificado; ese corazón sigue latiendo;no hay culto al corazón de Jesús si el pecado no es reconocido como ofensa personal frente a la Persona divina;no hay reparación posible frente a la Humanidad de su Persona divina si no se reconoce su ciencia humana y sobrenatural de los pecados del mundo (durante su Agonía).no hay culto al corazón de Jesús sin reconocimiento de su Sacrificio sobre la Cruz, perpetuado por la Misa, y de nuestra asociación eucarística a su vocación de Redentor.Ahora bien, esas condiciones – esto es bien sabido – tienen de manera desigual carencia en muchos sectores de reflexión teológica contemporánea.

El conjunto de esas condiciones equivale a una inteligencia correcta y ortodoxa del Misterio Pascual, como de la conciencia mesiánica de Jesús. Las confusiones y dudas debatidas sobre el carácter consciente, voluntario y libre, sobre el carácter humano y no solamente divino del Acto Redentor ponen en peligro la esencia misma del culto al Corazón de Cristo Salvador.

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De rebote, esas dudas nos ayudan, indirectamente a percibir mejor la identidad entre su Corazón, por un lado, y su conciencia psicológica y sobre todo moral, por el otro, clave de su misión Redentora.

El Verbo, convertido en Corazón humano, es decir conciencia psicológica y moral, santa y amante, cura nuestras conciencias maculadas por el pecado.

En la antropología concreta y global de la Biblia, nos recuerdan en los exegetas, “el corazón del hombre es la fuente misma de su personalidad consciente, inteligente y libre, el lugar de sus elecciones decisivas, el de la Ley no escrita, el de de la acción misteriosa de Dios. En el Antiguo Testamento, como en el Nuevo, el corazón es el lugar donde el hombre encuentra a Dios, encuentro que se vuelve plenamente efectivo en el Corazón humano del Hijo de Dios(23)”.

La Biblia “no conoce término específico para designar la conciencia sino a partir del contacto con el medio griego: Syneidésis no aparece sino en Q10, 20 y Sab 17, 10(24)”.

Ausente de los evangelios, el término es, sobre todo, empleado por Pablo, que identifica claramente el corazón y la conciencia: “Los paganos privados de la Ley… muestran la realidad de esta Ley inscrita en su corazón, por cuanto les da testimonio de su conciencia” (Rm 2, 14-15).

Una vez reconocida la identidad entre corazón y conciencia en el Antiguo Testamento, una vez admitido que el Corazón humano del Hijo de Dios es el lugar del encuentro salvífico entre el hombre y Dios, lugar inseparablemente metafórico y físico(25); nuevas e importantes perspectivas se desprenden del conocimiento del Corazón de Jesús y de su misión redentora.

Se debe a que es el Hijo único y a que lo sabe, que Jesús puede realizar su misión de Redentor. Conviene subrayar, con P.I. de la Potterie, “la importancia absolutamente central de esta conciencia humana que tenía Jesús de su Yo divino o más bien de su conciencia de ser Hijo de Dios esta conciencia, es el “corazón” de la santa humanidad de Jesús”: el “misterio de la conciencia de Jesús” e idénticamente el “misterio del corazón de Cristo”(26).

Asumiendo una conciencia humana, el hijo único podía conducir a ésta conciencia, a ese corazón, el peso terrible del pecad del mundo, de todos los pecados de todos los hombres de todos los tiempos, conocidos todos en el horror de su culpabilidad, para expiarlos, detestándolos, por amor a sus autores.

Más qué el de Pablo y el de los griegos, el “Corazón-conciencia” de Jesús es el testigo interior – antecedente, concomitante y consecuente – de las acciones buenas y malas de los hombres, sus hermanos. Mucho más que en ellos, la Ley moral de amor por el Padre y por los hermanos está íntimamente presente en su conciencia psicológica y moral, en su Corazón. Conociendo lo que hay en el hombre(27), en los hombres de todos los lugares y de todos los tiempos, en las conciencias y en los corazones de todos los primitivos y todos los civilizados, el Corazón humano de Jesús conoce y reconoce la presencia, en ellos como en sí mismo, de esta Ley moral que los finaliza como lo finaliza a él mismo.

La conciencia moral de Jesús tiene por objeto los valores morales, los bienes morales, las virtudes, los deberes que debe realizar y la manera de realizarlos. Se enraíza en la conciencia psicológica de su identidad teándrica y de su misión. En Jesús, la conciencia

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moral estuvo siempre conciente de haber actuado bien, nunca de haber actuado mal. Jesús siempre tuvo conciencia moral del valor de sus actos(28).

Esta conciencia inseparablemente psicológica y moral, es ejercida por Jesús en su nombre pero también nombre de la humanidad entera: es la “conciencia capital” del Jefe de la humanidad y de la Iglesia, que acompaña a la “gracia capital” que Él recibe para beneficio de la humanidad. En y por su conciencia moral, Jesús es el Corazón de la humanidad.

En el acto de su conciencia moral, el Corazón de Jesús se sabe unido y obligado por los mandamientos amantes del Padre, de los que recibe el poder de dar la vida por sus hermanos y recuperarla (Jn 15, 10; 10, 18). Se sabe obligado a obedecer la ley de amor sacrificial dictada por el Padre (Jn 10, 13).

La pureza de conciencia de Cristo trae consigo la ausencia, en él, de toda falta consentida su corazón es irreprochable (1 Tm 3, 9). Su buena conciencia purifica las conciencias deformadas por el pecado(29).

El corazón de Jesús es el Salvador de las malas conciencias, maculadas:las hace buenas mediante su expiación y su perdón (Cf Ti 1, 15). A través de sus sacramentos, la conciencia moral de Cristo Sacerdote y Rey rectifica los apetitos, confiere, con la caridad, las virtudes morales informadas por ella. Por medio de la eucaristía, la conciencia de Jesús ayuda a la conciencia que estaba voluntariamente y culpablemente deformada a reformarse desterrando sus juicios erróneos y a la conciencia deformada a perseverar en la rectitud.(30) Recibiendo a Cristo eucarístico, recibimos a aquél que, en la conciencia humana de su Corazón, nos conoció y amó siempre, del Pesebre a la Cruz, pasando por el Jardín de su Agonía, como Dios y como Hombre. Viene a transformar en las llamas de su caridad nuestras conciencias y nuestros corazones vacilantes, a manudo divididos(31).

Entonces, la conciencia moral de Cristo eucarístico viene a nuestras conciencias deformadas por el pecado a reformarlas haciéndolas conforme a la suya y aun a transformarlas por el don de su Espíritu. Comulgar, es recibir y adorar la conciencia moral del Corazón de Jesús, perfecto Adorador, divino Adorador, Adorador infinito, único Adorador(32).

El corazón eucarístico de Jesús se manifiesta, así, como el terapeuta sacramental de esta humanidad cuyo pecado la hizo espiritualmente enferma.

1 Aunque estos dos términos sean diversamente entendidos, recordemos aquí dos definiciones a menudo admitidas: la secularización quiere sustraer de su orientación hacia el siglo futuro para reducirlos al servicio del siglo presente (cf. Mc 10,30; Mt 12, 32) a las personas o a los lugares o a las cosas consagradas ; el secularismo significa la tendencia a ignorar a Dios y a las cuestiones religiosas para darse enteramente a las actividades seculares (cf. Bertrand de Margerie, Le Christ pour le Monde, París, 1971, cap. 8, pp. 156-160.

2 San Ignacio de Antioquia, Ad Ephesios, VII, 1-2; SC 10, 64; cf. G. Dumeige, Médecin (le Christ) DSAM 10, 891, sq.

3 DC 67, col. 737; AAS, P. 349 Pío XII se refiere a santo Tomás de Aquino, Suma Teológica, II, II, 34, 2.

4 Cf. Nuestro cap 4 y, en HA, la alusión del § 27 a la ciencia infusa de Jesús (DC, 722; AAS, 328); Cristo nunca tuvo necesidad de auxilio de oro humano para descubrir el secreto de su propia identidad.

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5 Cf. Vaticano II. Decreto sobre el Ecumenismo, § 11: “Nada más ajeno al ecumenismo que ese falso irenismo por el cual la pureza de la doctrina católica es puesta en peligro y su sentido auténtico y cierto oscurecido”.

6 Vaticano II (LG 28 fin sobre la misión del sacerdote) y Vaticano I (DS 305 1) sobre la misión del Papa.

7 Suárez, defensio fidei, II. 9,15 (Opera omnia, 24, 164).

8 Santo Tomás de Aquino de Aquino, Suma Teológica, II, II, 23 a 26.

9 Trento, DS 1536.

10 Como esta: no está permitido matar a un inocente.

11 K.Rahner, Le Dieu plus grand, París, 1971, p. 165.

12 J. ratzinger, Fe cristiana ayer y hoy, París. 1969:pp. 163-164.

13 HA, 69 a 71: DC, /37.738; AAS, 350-351.

14 Así, la opción por los pobres, en la medida en la que sobrepase un sentimiento natural de solidaridad y sea ejercida en virtud de una caridad sobrenatural, alcanza a Dios inmediatamente, aunque no sea conocido abajo sino mediatamente: santo Tomás, Suma Teológica, II, II, 27, 4.

15 Cf. B. de Margerie, Communion quotidienne et Confesión fréquente, Résiac, 1988.

16 Cf. Juan Pablo II, Discurso al Apostolado de la Oración, 13 d abril de 1985 § 4: el papa alienta vivamente la difusión renovada de la práctica del primer viernes del mes, Ésta puede y debe ser comprendida como un primer paso hacia comunión dominical e incluso la cotidiana, alentada por san Pío X, más que, históricamente, que el consejo de la comunión del primer viernes que abrió el camino al llamado de este papa a la comunión cotidiana. (Cf. C. Bernard Le Coeur du Christ et ses symboles, París, 1981, p. 75.

17 Jesús no quiso dar al pan y al vino el valor de signo de una comida fraternal, al menos no en primer lugar; pero el pan partido es directamente signo de su cuerpo entregado, el vino de su s

18 Vaticano II, decreto sobre el ecumenismo, §11.

19 Ibid, cf. Nota 5, pag. 185.

20 Pío XI, Mortalium Animos, 6 de enero de 1928, AAS, 20 (1928), 12 citando 2 Jn 10: visiblemente el concilio Vaticano II consideró que esta monición del apóstol de la caridad se aplicaba, no a los herejes materiales, sino a los herejes formales.

21 C. de Foucauld, Oevres spirituelles, senil, París, 1958, p. 603.

22 C. Pozo., “La teología del Corazón de Jesús en la actual crisis del pensamiento teológico”, estudio aparecido en el volumen colectivo Semana de Teología y Pastoral, Valladolid, 1975, 44.

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23 J. de Fraile y A. Vanhoye, art. Coeu, VTB, París, 1971, 2 p. 176.

24 X. Léon-Dufour, art. Coscience, ibid., pp. 204-205.

25 Los artículos sobre el corazón o sobre el hombre en los diferentes diccionarios bíblicos manifiestan claramente el nexo entre el sentido físico y metafórico del término corazón en la lectura bíblica. El emplazamiento del corazón, invisible, al interior del pecho, explica el uso metafórico del término para designar la interioridad. Cf. A. Guillaumont, en Le Coeur, París, 1950, pp. 42, 45, 49-51, 65-66.

26 I. de la Potterie S.J., “Fundamento bíblico de la teología del Corazón… Su conciencia filial” en el volumen colectivo El Corazón de Jesús, Corazón del mundo, FAC París, 1982, p. 136.

27 Jn 2, 25.28

28 Cf. H. Brouillard, art. Consciencie Morale, Catholicisme, III (1952), 58 sq.

29 Cf. C. Spiq, “La conciencia en el Nuevo Testamento“, Revue bíblica, 1938

30 Santo Tomás de Aquino, de veritate, 17, 3.

31 J.M. Mc dermott S.J.., Revue biblique

32 El cardenal de Bérulle describía así a Cristo.

El Corazón de Jesús purifica, ilumina y unificaEl Corazón de Jesús purifica ilumina y unifica

Bertrand de Margerie S.J.

Ricoeur mostró que ciertos símbolos ponen nuestros pasados, nuestra infancia misma, como nuestro presente al servicio de nuestra búsqueda de beatitud(1). Para el teólogo Charles Bernard,(2) las oportunidades del simbolismo en espiritualidad residen, ante todo, en sus potencialidades de expresión y de intregración. Ya en el siglo IV, un autor neo platónico, Jamblico decía: “El poder inexplicable de los símbolos nos permite acceder a las cosas divinas”. Hemos visto en el capítulo precedente la importancia del simbolismo en el culto al Corazón de Jesús, lo que nos prepara a precisar su rol terapéutico.

En el conjunto, moralmente unánime, de las culturas humanas, el corazón no connota y no simboliza la interioridad de la persona humana si no connota a la vez al pecado(3), el sufrimiento y la compasión. El Corazón traspasado de Jesús, manifestando su amor herido, evoca al pecado del mundo expiado por Él en su compasión por los pecadores. Simboliza inseparablemente la acción –voluntaria – de su oblación espiritual, como la Pasión amante que ofreció al Padre en expiación por nuestros pecados, lo mismo que su plenitud de compasión hacia nosotros pecadores. Jesús hace suyas las heridas sufridas por los hombres pecadores. Las resumió conociendo y amando a sus hermanos.

Esta universal encarnación psicológica(4) esta, de hecho, ligada con la inhumación ontológica y física. En las profundidades de su Corazón amante, Jesús, durante su Agonía y su Pasión, transfiguró y transformó las heridas infligidas a los corazones humanos por el odio, en el curso de la historia, en una oblación sacrificial.

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Mediante la Encarnación, Dios se revela. El Concilio Vaticano II, profundizó magníficamente nuestro comprensión de la Revelación precisando que Dios se comunicó, no solamente en palabras, sino también en actos(5). Prolonguemos este pensamiento, reconociendo que de hecho las palabras y las acciones de Cristo pre-pascual habrían sido inútiles para su obra de Revelador sin sus sufrimientos físicos y sobre todo morales. La pasión de Jesús es la modalidad suprema de su revelación. Crux Christi, suprema cátedra Revelatoris.

La Cruz de Cristo reveló a los seres humanos, a menudo odiosos y desventurados, que el eterno, bienaventurado e impasible Hijo de Dios pudo, quiso sufrir efectivamente en su interioridad humana para manifestar su amor. Especialmente en su Corazón traspasado y como Señor crucificado, Jesucristo es, siguiendo la expresión de Vaticano II, la plenitud de la Revelación(6).

La conciencia moral del Corazón de Jesús suscita la adhesión a su Mensaje, iluminando y unificando las libertades humanas en la elaboración de sus “proyectos de vida”.

A través de su amor sensible, especialmente, el Corazón de Jesús transfigura la vía purgativa. Porque el culto ofrecido a s Corazón sitúa la lucha contra las tentaciones, los vicios y los pecados en el horizonte de una reparación amante, de un amor desinteresado y lleno de gratitud respecto del salvador. Ayuda a percibir los valores contenidos en la mortificación y la abnegación. Jesús es visto como inseparablemente Creador, Modelo, Mediador, Intercesor, Abogado, Juez, Remunerador y Salvador. La contemplación de su Justicia y de sus exigencias de Legislador jamás ha estado separada de su divina ternura, misericordia y Bondad: “Considera pues la bondad y la severidad de Dios; severidad hacia aquellos que han caído, y hacia ti bondad, en tanto permanezcas en esa bondad” (Rm 11, 2).

En esta vía purgativa, un rol especial es reservado a las imágenes del Corazón de Cristo, que es la Imagen por excelencia de la Bondad del Padre invisible (Col 1, 15). Las imágenes prolongan y manifiestan, de acuerdo a la doctrina católica, la Encarnación del Verbo-Hijo-Imagen con miras a la Redención de las imágenes humanas convertidas en desemejantes(7). Las imágenes del Corazón coronado par las espinas de nuestros pecados, llevando en sí mismo, desde su concepción, la cruz de nuestra salvación, plantada en su profundidad humana y divina, nos recuerdan constantemente el pensamiento de Pablo: “Me amó y se entregó por mí” (Ga 2, 20), es decir, me amó de un modo sensible y sufriente.

Espinas, cruz, Corazón traspasado: símbolos que ayudan al bautizado a ser siempre más plenamente imagen semejante de la única Imagen. Facilitan al psiquismo superior el señorío sobre la angustia causada por la perspectiva de las consecuencias futuras de los pecados pasados. Esa imágenes recuerdan a nuestras imaginaciones, pero también a nuestras inteligencias que nuestro Dios es un Dios “de ternura y de gracias, que castiga la falta hasta la tercera y cuarta generación” (Ex 34, 6 sq). Si sus castigos sugieren lo serio del pecado, su misericordia indefinida manifiesta, especialmente, su paciencia infinita.

Mostrándonos el Corazón traspasado y sufriente de Cristo, esas imágenes abren a nuestros corazones a una lucha amante y eficaz contra nuestros vicios y nos preparan a recibir el beneficio de su Perdón y de su acción a través del Sacramento de la Reconciliación penitente, especialmente por medio de la Hora Santa de Compasión a su Agonía (Cf. Mt 26, 4: “No han podido velar una hora conmigo”). Mediante ese Sacramento y esas imágenes, el Corazón del Sanador de la humanidad cura los recuerdos heridos e hirientes de nuestras infancias y aun del conjunto de nuestras vidas.

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De manera semejante, el culto privado y público del Corazón de Dios hecho hombre transfigura nuestro ejercicio de las virtudes morales, iluminadas por su actuar y por sus ejemplos. Él mismo es la vía que ilumina nuestro caminar virtuoso hacia el Padre y hacia la imitación de sus perfecciones: la Vía luminosa e iluminadora.

El culto tributado al amor humano y divino de Jesús por el mundo fortifica sin cesar el coraje necesario para mantener y cumplir el “proyecto espiritual”(8) en el contexto de las heridas infligidas al hombre moderno por una civilización industrial y post industrial que tiende a despersonalizarlo y a alienarlo, reduciéndolo al nivel de un objeto de mercancía.

El culto del Corazón de Cristo viene aquí en auxilio de la persona, ayudándolo a cultivar su propia identidad: el “Yo” humano es un sujeto que ha sido amado en su pasado, es actualmente amado y sabe que lo será por Aquél cuyo amor domina y unifica el pasado, el presente y el futuro. La permanente y creciente consciencia de estar envuelto por este Amor trascendente facilita la imitación de las virtudes que Él mismo ejerció durante su vida terrestre, inclusive que hasta el pasado tiende a sumergir el pasado. Porque el sujeto humano encuentra en su relación con el Corazón de Cristo la fuerza y el dinamismo queridos para preparar y desafiar el porvenir. Ve en Él un maestro de confianza y de amor audaz.

En esta vía iluminativa, la imitación de Cristo es inseparablemente testimonio rendido a Cristo, bajo la influencia del Espíritu de Verdad y de las gracias sacramentales de la confirmación. Por medio de ellas, el Espíritu del Corazón de Jesús habla de Él, actúa por Él, suscita el deseo de ofrecerle los sufrimientos y las alegrías de la vida cotidiana.

1 Cf. P. Ricoeur, De l’interpretation, París 1965, p. 478: “los mismos símbolos son portadores de dos vectores; representan nuestra infancia, exploran nuestra vida adulta. Sumergiéndose en nuestra infancia y haciéndola revivir sobre el modo onírico es que representan el proyecto de nuestras posibilidades propias sobre el registro de lo imaginario. Esos símbolos auténticos son regresivos-progresivos.”

2 Ver C. Bernard, “La fonction symbolique en espiritualité”, Nouvelle Revue Théologique., 95 (1973), 1119-1136, especialmente 1131-1135; del mismo autor, Théologie affective, París, 1984, Ch. VII.

3 Cf. Mc. 7,6 y 21 -22; VTB, art. coeur

4 J.M. Le Blond, “Influence de la Réparation… sur la vie psychique de l ‘homme”, Cor Jesús, Roma, 1959, t. II, P. 369. “La atención cristiana pasó de la admiración delante de la encarnación ontológica a la encarnación psicológica”, del cuerpo físico a las emociones de Cristo

5 Vaticano II, constitución, dei verbum §2.

6 Ibid; cf Hc XXXX1, 1-2.

7 Cf. Santo Tomás de Aquino, Suma de Teología I, 34 y 35.

8 C. Bernard, Le projet spirituel, Université Grégorienne, Roma, 1970.

Curación del Corazón humanoPsicosíntesis terapéutica

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Bertrand de Margerie S.J.

Se podría objetar a las consideraciones precedentes algunos pensamientos queridos a muchos liturgistas ante de Vaticano II: una piedad objetiva que pone en relieve la divina acción sacramental bastaría para la santificación, e indirectamente para la curación espiritual. Esta piedad objetiva haría largamente inútil la piedad subjetiva de las devociones, entre ellas el culto privado hacia el Corazón de Jesús.

Pío XII respondió con firmeza: sí, “Cristo nos salva cada día en los sacramentos, a través de ellos purifica sin cesar y consagra a Dios a toda la humanidad; es cierto que los sacramentos y el sacrificio de la Misa son actos de Cristo mismo que comunica la gracia divina a los miembros de su Cuerpo, pero éstos son cuerpos vivos, dotados de razón y de voluntad personal; aproximando sus labios a la fuente, deben apoderarse vitalmente del alimento, asimilarlo y apartar todo aquello que pudiera impedir su eficacia.(1)

Si alguien tiene sed, que venga a mí y que beba, decía Jesús prometiendo ríos de agua viva brotando de su Costado traspasado, al pedido de los Apóstoles y de sus sucesores, en el cáliz presentado por la Iglesia, siempre al final de la Cruz. Para beber, hay que tener sed e ir activamente, personalmente a Jesús. Nadie beberá si no comprende por qué debe beber y acercarse a Cristo crucificado, en la fe. Los actos de la piedad subjetiva, la mediación de las realidades sobrenaturales, el ejercicio de la inteligencia iluminada por la fe, se imponen con una “absoluta necesidad”(2) a aquel que quiere crecer en las virtudes recibidas (inconscientemente) luego de su Bautismo(3). No hay curación rápida sobrenatural sin participación personal del enfermo en la terapia sacramental y “objetiva” llevada a cabo por Cristo.

Todo esto ya era cierto en el pasado, pero los es más todavía en el contexto de una civilización urbana, post-industrial. Cuando se presentan los momentos inevitables de crisis y de fuertes tentaciones, el cristiano, que busca oración litúrgica bella, no siempre la encuentra a su disposición en el momento de su elección.

Pero, siempre y en todas partes puede elevar una oración personal, reconocer , con la ayuda del Via Crucis o de los misterios del Rosario, el amor personal, divino y humano, espiritual y sensible, del Corazón de Jesús por él. Puede, de esta manera ejercer la indispensable perseverancia en la oración para volver a pasar de la “desolación” y de las tinieblas a las consoladoras luces de la fe, de la esperanza y de la caridad. En el misterio del Corazón de Cristo, su discípulo y adorador redescubre sin cesar que no es sólo objeto del amor del Salvador, sino también sujeto con Él, bajo Él de su acción salvífica. El culto al Corazón del Salvador ayuda, pues, a la persona humana a participar en la Providencia de ese Salvador sobre ella misma. Precisemos, una vez más, de qué manera.

Más que ningún otro símbolo, pero también en conjunto con muchos otros, que consolida y fortifica en su significación, el Corazón de Jesús, reconocido, amado, adorado, libera, canaliza, y domestica la energía psíquica, la energía de las pulsiones inferiores ofreciendo a la zona conciente de la persona y a la inconciente, un objeto digno de su atención, revelado supraconciente, que lo colma y lo eleva por encima de ella misma.

A través del culto a su Corazón, Jesús nos pone en contacto con una serie de símbolos secundarios y elementales que algunos aspectos de una civilización industria y post industrial, tienden, por momentos a hacernos olvidar en su contexto original y rural: viento, agua, fuego, soplo y sangre(4). Los unifica y les da, así, un sentido más rico, más completo y más complejo. Porque ese culto enraíza toda la vida afectiva y espiritual en la unidad suprema del Ser absoluto.

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El símbolo del Corazón de Jesús carga y libera una forma de explosión más formidable que todas las otras; la explosión del amor, que pone a su servicio los sentimientos y las pasiones que colman a l corazón de todo hombre, la caridad sobrenatural que viene a curar y divinizar la pasión natural del amor, la primera de todas las pasiones, la pasión que gobierna a las otras.(5)

Este símbolo “cristocordial” estimula, provoca, canaliza y concentra la energía afectiva, tan difícil de controlar. A la inversa de esta desintegración de la personalidad tan frecuente en nuestro mundo, en una época en que, a menudo, no alcanza a incluir en su pedagogía una formación afectiva e interpersonal, el culto hacia el Corazón real, corporal y simbólico de Jesús, manifiesta y actualiza la voluntad personal de integración, restaura el equilibrio psicológico unificando la personalidad en la adoración del Uno que es Único.

Por qué no decir, entonces, con Charles Bernard que la simbolización mística puede operar el mismo efecto que un psicoanálisis(6). Jung hablaba ya de un avasallamiento del ego y de su libración por medio de la actividad simbólica. Incluso se podría agregar que en nuestros “últimos tiempos” para los que el Señor previó, según Margarita María, como un supremo remedio, la devoción a su Corazón podría tener por fin y por efectos apartarnos de los males agravados resultantes de un psicoanálisis aislado de psicosíntesis. La primera, en ausencia de la segunda, puede ser la ocasión, si no la causa de una desintegración renovada de la personalidad.

Acabamos de pronunciar la palabra pronunciar la palabra decisiva “psicosíntesis”. En el culto al Corazón de Jesús se ejerce la más perfecta y la más completa psicosíntesis. Unifica las tendencias horizontales y verticales de la persona humana, su psiquismo superior (inteligencia y voluntad) e inferior (imaginación, sensibilidad, pasiones), sus dimensiones sociales y aun (a través de los símbolos secundarios asociados al símbolo primordial de corazón) cósmico. Los unifica en el impulso hacia el Uno que es Comunión trinitaria, principio y fin último de todo ser humano.

Mientras que el peligro de ciertos psicoanálisis sería reducir los superior a lo interior, la tendencia hacia Dios, por medio de las condiciones materiales de su ejercicio concreto, y terminar así en un verdadero retroceso de lo que hay de más noble en el ser humano, destruyendo la conciencia de su unidad, la psicosíntesis siempre progresiva que se opera por medio del culto doctrinal y sensible del Corazón de Jesús constituye una maravillosa terapia particularmente adaptada a la situación religiosa de la mayoría de los hombres de hoy, especialmente en el seno de la Iglesia católica.

En las sociedades desarrolladas, es decir, en el hemisferio norte, asistimos desde la Revolución francesa, a un proceso siempre creciente de secularización. Se ha vuelto menos fácil afirmar los valores cristianos en la vida social. A menudo, son rechazados en la esfera personal. De ahí una división profunda entre las tendencias personales del ser humano y su expresión social, deficiente. ¡Situación patológica!

El culto al corazón de Jesús “pone el acento sobre la vida interior, sobre la fe en el amor de Dios, presente a pesar de su aparente ausencia(7)” y sobre la reparación sacramental, socialmente visible y eficaz.

En las sociedades en vía de desarrollo, grosso modo en el hemisferio sur, el culto del Corazón de Jesús corresponde a las tendencias religiosas espontáneas de muchos, preservándolas siempre de desviaciones sectarias muy amenazantes para ellas. Ayuda a luchar contra los peligros de la irracionalidad en materia religiosa. Contribuye a poner el

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psiquismo inferior al servicio del psiquismo superior y su conjunto al servicio del prójimo y Dios.

Por todos lados, el culto al Corazón de Jesús satisface a la vez las necesidades afectivas y racionales de la persona humana. Por una parte, ejerce las pasiones y las afecciones orientándolas hacia el fin último y sobrenatural en la caridad. Por otro lado, si la pastoral consiente a tener en cuenta la doctrina propuesta por Haurietis Aguas, da el más alto objeto posible al ejercicio de la razón, de la inteligencia y de la libertad: el Amor divino, el Amor creador, redentor y glorificador de las Tres Personas divinas para el género humano.

Inversamente, conviene destacar los dos peligros, inseparablemente pastorales y doctrinales, a los que está expuesta la presentación del misterio del Corazón de Jesús.

el de seel de señalar y subrayar exclusivamente el simbolismo del Corazón relativo al amor sensible de Cristo, arriesgándose, así, a favorecer un culto superficial y sin profundidad con relación a él, y dejando olvidar que este amor sensible, y ese Corazón son los de una persona divina y, por tanto, son mables, pero también adorables; y tambiéel peligro (ciertamente menos frecuente) de poner en tal relieve al amor divino increado, puramente espiritual que se calle el amor sensible, orientando hacia una religión que finalmente haría la abstracción de la Encarnación: delante de las masas inclinadas a pensar espontáneamente que “las abstracciones no tienen necesidad de corazón” siguiendo la célebre expresión de Rahner, se transformaría esta devoción en un culto elitistaEn ambos casos, desaparecería el valor terapéutico de nuestro culto porque habría desparecido la psicosíntesis que le es esencial. En el segundo caso, se habría obligado que es irracional para el ser humano no ejercer su afectividad, y en el primer caso, que es todavía más irracional, pretender ejercerlo solo y sin asociarlo a un ejercicio de la inteligencia y la libertad.

Por el contrario, insistiendo en la naturaleza y en los efectos de la psicosíntesis inherente al culto implicadas en su ejercicio, se prepara mejor el terreno al despliegue de las gracias sacramentales de la Eucaristía, sacramento de la vía unitiva, en la que se recibe a Cristo indivisible y único, Persona divina, alma humana inmortal y beatificada, Sangre derramada y glorificada, Cuerpo resucitado para no morir jamás: “el remedio de la inmortalidad(8)”, cuya gracia eleva cura y diviniza la naturaleza humana. ¿La Eucaristía no es síntesis objetiva operante – y de manera suprema en el contexto del culto al Corazón de Jesús – la psicosíntesis subjetiva, la psicoterapia directamente espiritual e indirectamente psicológica y corporal(9) del comulgante?

Finalmente, la persona humana, herida por el demonio en el pecado original originante y originado, herido por ella misma por medio de sus propios pecados actuales, herida por los pecados ajenos, encuentra en las Llagas – por siempre glorificadas – de nuestro dios encarnado, y particularmente en la llaga de su Corazón traspasado y amante, la posibilidad de hacer la experiencia eucarística(10) de la herida unificante e incurable del amor divino y de comenzar el camino hacia la curación definitiva de su Resurrección.

1 Pío XII, encíclica Mediator Dei, Doc, Cath.

2 Ibid., 205.

3 Tratándose del bautismo conferido a un niño que no haya alcanzado la edad de la razón.

4 Cf. Eloi Leclerc, Le Manrique des créatures ou les symboles de l’union: analyse de Saint François d’Assise, París, 1970.

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5 Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica, I, II, 28, 6 y 29, 2,

6 C. Bernard, op. Cit n. 34, p. 1130.

7 Citado por el T.R.P.H.Kolvenbach S.J., en su conferencia del 2 de julio de 1988 en Paray-le-Monial respecto de “una misión agradable” (edición de Prior et Servir, Apostolado de la Oración, Roma), p. 28.

8 San Ignacio de Antioquia, A los Efesios 20, 2; Rj 43.

9 Citemos aquí a Juan XXIII (AAS 52, 1960, 402): “La Eucaristía es misterio de vida física: directamente, de vida física eterna, porque, como Jesús nos asegura, aquellos que lo reciben con las disposiciones debidas tienen la certeza de la Resurrección gloriosa en el último día; indirectamente, de vida física temporal, porque, desarrollando la vida cristiana y las buenas maneras, preserva de múltiples enfermedades que vician el organismo atormentando la existencia pecadora”. Juan XXIII retomaba un texto de Pío XII. Prolonguemos su pensamiento: al igual que la Eucaristía, estimulando el ejercicio de las virtudes, preserva de muchas enfermedades que entrañan los vicios. Igualmente, cura las depresiones preservando de las tristezas irracionales y favoreciendo la alegría, fruto de la caridad, cuyo crecimiento es el efecto propio de la Eucaristía

10 Para san Buenaventura, la Eucaristía es el sacramento de la experiencia mística: cf. E. Longpré, Eucaristie et expérience mystique, DSAM, IV, 2 (1961), 1568-1621; B. de Margerie, Christ pour le Monde, París, 1971, pp. 384-385.

El Corazón de Jesús, principio y término de nuestra reconciliaciónPropongo aquí una reflexión acerca de la importancia de la “Reconciliación y de la Penitencia en la Misión de la Iglesia”. La contemplación del Misterio del Corazón de Cristo Jesús, centro del misterio de la Iglesia, arroja una luz radiante sobre este misterio. El Corazón de Jesús se manifiesta como un símbolo eficaz de la reconciliación vertical y horizontal, a la vez que un principio dinámico de penitencia sacramentalizada, en sus diferentes aspectos: contrición, confesión, absolución y satisfacción. Sin olvidar que “en el Bautismo es donde el cristiano recibe el don fundamental de la metanoia o conversión” (Paulo VI), que es la base de los actos del penitente.

I. El Corazón traspasado de Jesús, símbolo supremo de reconciliación

En las profundidades del corazón humano, por muy dividido interiormente y por muy corrompido que esté se origina, bajo la acción de su Creador y fortalecido por sus gracias actuales, el proyecto de una triple reconciliación: consigo mismo, con los demás y con Dios. Este es el proyecto mayor de cada uno de nosotros: unificarse íntimamente, en unión con nuestros compañeros de peregrinación y, sobre todo, con Aquel que es principio y término de nuestra existencia; por consiguiente, reconciliarse consigo mismo, con nuestros hermanos y con el Padre. Proyecto que, por cierto, supera nuestras fuerzas.

La Revelación nos manifiesta que el Hijo único de Dios quiso asumir un corazón de carne, un corazón dividido, un corazón amante y misericordioso, precisamente para convertirse en el Mediador deseoso de la realización de nuestro triple proyecto de reconciliación. Este Corazón quiso conocer y experimentar la desintegración de la muerte, el odio de sus hermanos y un misterioso abandono de su Padre a fin de cumplir en nosotros y en el

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universo su voluntad reconciliadora, reconciliándonos con nosotros mismos, con nuestros hermanos y con Él mismo y con su Padre. Aceptó, pues, detener, en la muerte, sus latidos amorosos para darnos, con la Sangre y el Agua de sus sacramentos, el Espíritu, que es la reconciliación en forma de remisión de los pecados (Jn 19, 30, 34; 20, 22-23), el Espíritu de Amor, que es el Soplo vivificante del Corazón del Resucitado.

Los hombres estaban incapacitados para expiar sus crímenes y satisfacer a la justicia misericordiosa del Padre; el Hijo unigénito, impulsado por el ardiente amor de su Corazón hacia nosotros, reconcilió totalmente los deberes y obligaciones de la humanidad con los derechos del Padre, poniendo en nuestras manos su satisfacción sobreabundante e infinita. De esta manera, Cristo Redentor es, por su Corazón humano, el autor de “esta admirable conciliación (miranda conciliatio) entre la justicia divina y la misericordia divina, donde tiene sus cimientos la trascendencia del misterio de nuestra salvación”, de acuerdo con la hermosa expresión de Pío XII en la encíclica Haurietis Aquas.

Dicho con otras palabras, al conciliar entre ellas las exigencias de la Justicia y d la Misericordia divinas, gracias a la ofrenda de su sacrificio expiatorio, Cristo reconcilió a su Padre celestial con sus hermanos humanos. En la Sangre derramada de su Corazón traspasado de Mediador teándrico, unificó el proyecto trascendente y divino de reconciliar a los hombres con su Creador, y el proyecto humano y dependiente de reconciliarse con Dios y con los hermanos humanos. En la no-violencia amorosa de su pasión, Jesús hizo humildemente violencia a su Padre a favor de los hombres: “el reino de Dios sufre violencia y los violentos lo conquistan” (Mt 11, 12). Su Corazón “manso y humilde” (Mt 11, 29) es el símbolo de su amor no violento que a los violentos convirtió siempre a la mansedumbre. El Corazón de Jesús es nuestra paz y nuestra reconciliación.

Esto no obstante, al expiación reconciliadora de Cristo está muy lejos de dispensarnos de ofrecer al Padre nuestra propia satisfacción reparadora; por el contrario, nos la hace posible y fácil, al suscitar su integración en el único sacrificio aceptable por parte del Padre. Cristo no murió para dispensarnos de sufrir y morir, sino para pudiésemos con Él, amar a su Padre, incluso en nuestro sufrimientos y en nuestras muertes, a pesar de nuestra debilidades y de nuestros pecados. De aquí, la institución del sacramento de la Penitencia reparadora, signo eficaz de la integración de nuestra satisfacción en la suya. Precisamente gracias a este sacramento, Cristo sigue reparando por nosotros a su Padre. Su reparación objetiva se completa en la reparación subjetiva.

II. El Sacramento de la Penitencia, en sus diferentes aspectos, diviniza la Reparación

Se trata, ahora, de mostrar brevemente cómo el culto al Corazón de Jesús facilita el acceso a los Sacramentos de la Penitencia y de la Eucaristía. Entendemos aquí por reparación una participación libremente aceptada y llena de amor en el destino de Jesús, Nuestro Señor, por la aceptación de las consecuencias del pecado en el mundo: el dolor, el abandono, la persecución, cierta ausencia del Dios siempre presente y la muerte. Informada esta reparación por la caridad, se la puede considerar como la forma de todas las virtudes en el mundo del pecado y de la cruz.

La reparación es el ejercicio activo de una justicia amorosa para con un Dios misericordioso, incluso en su misma justicia: incluye la voluntad de compadecer en la Pasión de ese Dios por nosotros y de consolarlo en su agonía como hombre, con miras a completar lo que faltaba a sus sufrimientos, por su Cuerpo, que es la Iglesia.

En resumidas cuentas, la reparación asume todas las obligaciones de la justicia para con dios en una atmósfera de amor, tanto más y tanto mejor, por cuanto, lejos de aislar en

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Dios su justicia, la ve penetrada totalmente por la misericordia, ontológicamente idéntica a aquélla, en la infinita simplicidad del Ser divino.

Esta reparación suscitada por Él, Cristo la hace suya en el sacramento de la Penitencia. Sacramentaliza y diviniza nuestras reparaciones subjetivas integrándolas en su Reparación objetiva. “En Él – dice el Concilio de Trento - nosotros satisfacemos, al producir dignos frutos de penitencia, que sacan de Él su fuerza, por Él se ofrecen al Padre y, gracias a Él, son aceptadas por el Padre”.

Esta declaración se aplica a la contrición, a la confesión y a la satisfacción, mediante las cuales el penitente “concelebra” con el sacerdote, el Sacramento de la penitencia. Los “frutos de la penitencia” serán tanto más dignos de ser ofrecidos al Padre por el Hijo y aceptados por ambos, cuanto más penetrados estén de amor, gracias a la práctica del culto al Corazón.

La Hora Santa asocia al cristiano al Corazón de Jesús, destrozado durante su agonía a la vista del pecado del mundo: “Mi alma está triste hasta la muerte… ¿No has podido velar una hora conmigo? Vigilad y orad” (Mc 14, 34-38). El bautizado que ha caído en pecado se esfuerza por quebrantar voluntariamente su corazón de dolor ante el sufrimiento que su ingratitud causó al Hijo del Hombre. Al contemplar la agonía de Jesús en el Jardín de los Olivos, toma parte en la lucha que Él sostiene contra el pecado. Lucha junto a Jesús inocente, contra sus propios pecados. Los detesta. Se aparta de ellos. ¿Podrá haber una preparación mejor para recibir fructíferamente la absolución? ¿No se facilitaría de manera especial la vuelta de muchos a la confesión mensual, si se restableciera, en el contexto de una celebración penitencial, la Hora Santa los primeros Jueves de mes?

Cuando se cultiva por estos medios una contrición profunda, cuando la contemplación del Corazón agonizante de Jesús nos ha hecho reconocer que moriríamos de dolor si fuéramos conscientes de la gravedad inmensa del menor pecado venial, por cuanto ofende a la bondad infinita, la confesión ya no se experimenta tan sólo ni principalmente como una carga vergonzosa, sino también y mucho más como una necesidad que satisface la sed de reparación, suscitada por el Espíritu de Jesús con la contrición.

Juntamente con esto, la absolución se aprecia mejor como una palabra que nos libera de la más tiránica de las esclavitudes: el encadenamiento al capricho de las pasiones desordenadas. El penitente que carga sobre sí el yugo de Cristo, experimenta su suavidad, lo liviano del peso que su mandamiento del amor pone sobre nuestros hombros, desde el momento en que su misericordia nos libra de la pesadísima carga de nuestra propias fallas, gracias a la humildad de su pasión: “Mi yugo es suave y mi carga ligera” (Mt 11, 29-30). Sobre todo por las palabras de la absolución, el penitente experimenta en sí en la fe, el Corazón manso y humilde de Jesús, al compartir su humildad por la humillación voluntaria de la confesión. Gracias a que, en la contrición, ha llegado a reconocer que antes había sido “un mal hombre, que del tesoro malo de su corazón malo, saca cosas malas”, y gracias a que ha reconocido, en las palabras buenas de una confesión, sus pecados, puede ahora comprender al Hombre bueno, a Jesús, y sacar del buen tesoro de la abundancia de su Corazón, la cosa buena por excelencia, el perdón (cf. Mt 12, 34-35): “Tus pecados te son perdonados…vete y en adelante no peques más” (Mc 2, 5; Jn 8, 11).

Entre las palabras buenas que Jesús, mediante su Iglesia, saca de su Corazón – el único bueno – para ayudar al pecador perdonado a no volver a pecar, están las que le señalan la satisfacción que deberá cumplir para completar en sí la Pasión de Cristo, en el amor.

Por una parte, esa reparación amorosa al Amor justo y misericordioso al que ofendió, le permite restablecer el orden que había violado con sus pecados, ese orden que él

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transformó en desorden, y así “compensar a ese Amor increado, por la indiferencia, el olvido, las ofensas, los ultrajes y las injurias” que ese Amor ha sufrido por su vida de pecador ahora reconciliado.

Por otra parte, consciente de su deber de caridad para sus prójimos todos y solícito de acudir de acudir en ayuda de los demás a llevar la carga de sus propias deudas de las penas temporales para con la misma Justicia amorosa del Padre y del Hijo, el penitente, inspirado por el Espíritu, desea transformar su vida entera en una satisfacción reparadora de las faltas de los demás, en especial de los miembros de la misma iglesia doliente en el Purgatorio. Se preocupa por lo tanto, bajo la influencia de la gracia sacramental de la Penitencia, de acrecentar el tesoro de las satisfacciones de toda la Iglesia, comunión de caridad.

Por esta razón, quiere convertirse en un “compañero de expiación” de Cristo, de acuerdo con la magnífica expresión de Pío XI en la encíclica Miserentissimus Redemptor. “Cristo quiere tenernos como compañeros suyos de su expiación (socii expiationis)”.

Vemos, por consiguiente, que la expiación perfecciona la unión con Cristo, al asociarnos a los sufrimientos de Cristo; la completa, ofreciendo víctimas por el prójimo (expiatio uniones cum Christo, víctimas pro fratribus offerendo, consummat)”.

Ahora bien, Pío XI agrega de inmediato: “Eso fue con toda certeza la intención misericordiosa de Jesús cuando nos mostró su Corazón cargado con los símbolos de su Pasión y abrasado por las llamas del amor… El espíritu de expiación y de reparación ha ocupado siempre el papel primero y principal en el culto al Sagrado Corazón de Jesús” hasta tal punto, que la reparación no es en sí misma, sino la traducción – una de las traducciones posibles – del concepto evangélico de “metanoia”.

En otros términos, por la conversión que acompaña necesariamente a la reparación, Cristo lleva a cabo su propósito de hacernos sus compañeros de expiación y de asociarnos a su obra redentora. Por ella, y particularmente cuando se sacramentaliza, nos concede el realizar nuestra vocación fundamental de personas humanas: actuar y padecer como co-redentores.

Esta reparación sacramentalizada que promueve el culto al Corazón del Reparador divino viene a convertirse en la palanca de una reparación social y horizontal: la gracia sacramental de la Penitencia nos impele e invita a “reparar nuestras faltas contra la justicia y contra la caridad para con el prójimo; reparación que manifiesta nuestra reconciliación con Dios”.

Conclusión: La misión de la Iglesia es la de fomentar el ‘corazón a corazón’ entre el Reconciliador y los reconciliados

A la luz de nuestras reflexiones, el Corazón de Jesús se nos presenta como el principio y el término de la Reconciliación que nos ofrece.

Se halla en su principio, por cuanto fue su Amor increado el que le inspiró la decisión de asumir un amor humano, un corazón de carne a fin de poder expiar nuestras faltas en el sufrimiento y en la muerte.

Se halla también en su término, ya que, también con Él, en el sacramento de la Penitencia, nos reconciliamos, practicando para con Él la reparación y la compasión consoladora, que llega siempre hasta Él a través de la gente que sufre, en la cual esconde y manifiesta su presencia.

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Todo viene de Dios, que nos ha reconciliado consigo por el Corazón de Cristo… Dios Padre, en efecto, es quien, en el Corazón de Cristo, se reconciliaba con el mundo, no tomando en cuenta nuestros pecados. Es por esto que la Iglesia nos suplica, por las entrañas de Cristo: Dejémonos reconciliar con Dios por su Corazón; reconciliémonos con su Padre en una reparación sacramentalizada de justicia y de amor.

Para participar mejor en la misión de la Iglesia a favor de la Reconciliación y de la Penitencia, renovemos nuestra contrición, nuestra conversión y nuestra consagración total al Corazón del Reparador divino, único e infinito.

Por la reparación, participemos en su muerte por amor; en tanto que la absolución reconciliadora hace brillar en nosotros el poder de su resurrección (cf. Flp. 3, 10).

Cf. Gaudium et spes, 10 y 11: “Los desequilibrios que fatigan al mundo moderno están conectados con ese otro desequilibrio fundamental que hunde sus raíces en el corazón humano… La corrupción del corazón humano sufre con frecuencia desviaciones contrarias a su debida ordenación”. De manera más acuciante, Juan Pablo II escribe: “El misterio interior del hombre, en el lenguaje bíblico, y no bíblico también, se expresa con la palabra ‘corazón’. Cristo, Redentor del mundo, es Aquel que ha penetrado de modo único e irrepetible, en el misterio del hombre y ha entrado en su ‘corazón’ ” Redemptor Hominis, 8, 2).Además, el creyente – sea cristiano, judío o musulmán – que ha recibido del Dios revelador la fe en la existencia de los santos Ángeles, desea también reconciliarse con ellos.

Gaudium et spes, 22.

Cf. Haurietis Aquas: “Haec divina caritas est CORDES Christi ejusque Spiritus petriosissimum donum Eique (scilicet Patri) Cor suum ostendit vivum » AAS, núm 48 de 1956), PP. 335 y 337) : « Esta divina caridad, [es] don preciosísimo del Corazón de Cristo y de su Espíritu y a Aquel [es decir al Padre] muestra su Corazón vivo” (Ed. Tipográfica Poliglota Vaticana, versión castellana, 1956, pp. 27 y 29).

Cf. San Anselmo: “Cur Deus homo?” (¿Por qué Dios hombre?), II, 20: “¿Podrá concebirse proceder más misericordioso que el de dios Padre, que dice al pecador condenado a los tormentos eternos y desprovisto de lo que podría rescatarlo: “Toma a mi Hijo Unigénito y ofréceselo en tu lugar”, y que el propio Hijo, diciéndole: “Tómame y rescátate” – tolle me et redime te?” De aquí la expresión del Doctor Angélico: “Dado que el hombre no podía satisfacer, por sí mismo, por el pecado de toda la humana naturaleza, Dios le dio a su Hijo para satisfacer por él” (Summa Theológica, III, 46, 1.3.). Pío XII concluye de allí: “El divino redentor… habiendo conciliado, bajo el estímulo de la caridad ardentísima para con nocoytros, las obligaciones y compromisos del género humano con los derechos de Dios, ha sido sin duda el autor de aquella maravillosa reconciliación entre la divina justicia y la divina misericordia, que justamente constituye la absoluta y trascendencia del misterio de nuestra salvación” (Haurietis Aquas, verio cit., p. 16). Los subrayados son del autor del artículo.

Juan Pablo II: Redemptor Hominis 9: “La redención del mundo – ese misterio tremendo del amor, en el que la creación es renovada – es, en su raíz más profunda, ‘la plenitud de la justicia en un corazón humano… para que pueda hacerse justicia de los corazones de muchos hombres’ ”.

Es decir: entre las diversas exigencias, a primera vista opuestas, de estas dos perfecciones divinas, idénticas en la simplicidad del Ser divino.

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Cf. Supra nota 5.

Cf. Letanías del Corazón de Jesús: “Cor Jesu, Pax et Reconciliatio nostra, miserere nobis”.

Acerca del paso histórico de la noción patrística de reparación (sobre todo objetiva) a la noción moderna (que acentúa los aspectos subjetivos), ver Alonso, Joaquín María, c.m.f: “Teología de la Reparación” en Efemérides Mariol., núm. 27, 1877, pp. 305 ss. También Solano, Jesús, S.I. Desarrollo histórico de la Reparación, Roma, Cuore di Cristo, 1980. Partiendo de los datos históricos que nos proporcionan estos dos autores, podríamos resumir la evolución de esta manera: Para los primeros siglos, la reparación significa la restauración por Dios de su obra dañada por el pecado; para nosostros, su significado es, sobre todo, el de la compensación ofrecida a Dios. Esta segunda acepción se hallaba implícita en la primera y en la manera de celebrar el sacramento de la penitencia durante los primeros siglos. A partir de san Anselmo, lo implícito se torna explícito; a este santo le correspondió sobre todo destacar la noción de satisfacción, ya presente en Tertuliano, subrayando su orientación vertical de reparación teocéntrica. Simultáneamente, la reparación de justicia, polarizada por un orden subjetivo por restaurar, pasó a ser reparación de amor informando la precedente de la cual hace una restitución de amor.

Rahner, Kart, S.I., en Stierli, Joseph, S.I.: Le Coeur du Sauver, Mulhouse, 1956, pp. 179-180. Hemos modificado ligeramente el texto.

Nos inspiramos aquí en Pío XI: Miserentissimus Redemptor AAS, 20, 128, p. 169: “Increato Amori… illatae injuriae compensari debent… ob justitiae et amoris titulum” (Las injurias inferidas al Amor increado deben compensarse a título de la justicia y del amor). Obsérvese el paralelismo entre las dos virtudes humanas de justicia y caridad, por una parte, y las dos virtudes divinas de justicia y amor, por otra (cf. Supra notas 5 a 8), todas ellas en juego en el culto rendido al Corazón divino y humano de Jesús, el Mediador. La reparación es justicia amorosa para con el Amor justo y misericordioso. Luego, Pío XI subraya que el amor nos impulsa a la compasión consoladora.

Col 1, 24.

Concilio de Trento, DB 904, DS 1691.

Retengamos la admirable exégesis que hace Francisco Suárez de Mt 11, 28-30 (cf 9, 2 ss) en Defensio Fidei, II, 9, 15 (Opera Omnia, Vives, T. 24p. 164): 2El sentido de las palabras de Cristo es de que Él mismo es el único Redentor que puede quitar la carga y trabajos de los pecadores, así como de las penas contraídas por los pecados, y también, que es Él, e autor de la gracia y de la ley evangélica, quien nos liberó de la carga de la Ley antigua. Así pues, Cristo llama a todos a que acudan a Él, como al médico y autor de la salvación”.

No olvidemos relacionar el texto de Mt 12, 34 con Mt 19, 17: “Uno solo es el Bueno”.

Pío XI: Miserentissimus Redemptor, loc. cit. p. 169. “A fin de que por la penitenciase reconstituya el orden violado”.

Ibídem.

Cf. Gal 6,2, aclarado por Mt 11, 30.

Por el ofrecimiento del valor satisfactorio de sus buenas obras.

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Pio XI Miserentissimus Redemptor, loc cit., p. 174. ese asociarse los cristianos a Cristo que expía, anima a Pío XI, poco después, a esperar de Dios el perdón de los pecados actuales del género humano: “Nuestra más firme esperanza es de que la justicia de Dios que, en su misericordia, habría perdonado a Sodoma en atención a diez justos, perdone con mayor razón aún al género humano, porque la comunidad cristiana toda, de todo lugar y de toda raza, habrá ofrecido sus insistentes súplicas y sus reparaciones eficaces, unidas a Cristo, su Mediador y Cabeza” (ibid., p. 178) Palabras son éstas, que hoy día, ante la amenaza del holocausto atómico, adquieren particular valor. Sólo del ejercicio reparador del sacerdocio de los bautizados puede esperarse del Corazón de Jesús la paz no obstante las amenazas atómicas

Notemos de paso la identificación constante que se hace, en la redacción de la Encíclica Miserentissimus Redemptor, entre los vocablos reparación, expiación y satisfacción, especialmente en la p. 169 del citado documento.

Ibídem, p. 172.

En otra parte (ver Osservatore Romano, ed francesa, de 24 de noviembre de 1981, p. 8), hemos hecho resaltar la identificación que se hace en la encíclica Haurietis Aquas (loc. cit, pp 33 y 39) entre la reparación y la ley divina de la “metanoia” mencionada bajo el término expiación. El ejercicio de la reparación al Corazón de Jesús es una forma privilegiada de cumplir con el mandamiento divino de la metanoia

Paulo VI: Ancora una volta, AAS. 66, 1974, p. 448. Texto comentado en el mismo artículo mencionado en la nota precedente.

Cf. Flp. 1,8 y 2 Co , 20. La alternación entre “dejémonos reconciliar” y “reconciliémonos” hace alusión – a través de las dos traducciones, la una activa, del padre Allo (Segunda Epístola a los Corintios, París, 1937, p. 171) y la otra pasiva de la Biblia de Jerusalén – al complejo sentidodel original griego y de su imperativo aoristo pasivo, que invita a la aceptación de una acción recibida de lo alto.

La hora santa y la comunión del primer viernesBertrand de Margerie S.J.

En el contexto de la doceava gran manifestación, Jesús pidió a Santa Margarita María la comunión de los primeros viernes del mes y la hora santa:

“Todas las noches del jueves, te haré participar en la tristeza mortal que quise sentir en el jardín de los Olivos, especie de agonía más difícil de soportar que la muerte. Y para acompañarme en esta oración humilde que presenté entonces a mi Padre entre todas mis angustias, te levantarás entre las once y medianoche para prosternarte durante una hora conmigo, la cara contra la tierra, tanto para apaciguar la divina cólera como para suavizar, de alguna manera, la amargura que sentía por el abandono de mis apóstoles, que me obligó a reprocharles que no habían podido velar una hora conmigo”.

Aquí, Jesús pidió claramente una participación en su agonía redentora. Estamos frente al programa pastoral elaborado por el Señor mismo: sufrir con él. Comulgar con su pasión para poder - con un mayor amor – comulgar con su cuerpo Resucitado, sacramentalmente, después de la hora santa. La visión, que tuvo lugar delante del Santísimo Sacramento, está orientada hacia una participación digna en la Eucaristía, por excelencia, sacramento de la santificación y de la salvación (Jn 6, 54-57).

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De esta manera se preparaba la gran aparición de junio de 1675.

“Este es el corazón que tanto ha amado a los hombres, que no escatimó nada, hasta agotarse y consumirse para testimoniarle su amor. Y como agradecimiento no recibo, de la mayoría, sino ingratitudes por sus irreverencias y sus sacrilegios y por las frialdades que tienen por mí en este sacramento de amor (…). Te pido que el primer viernes después de la octava del Santísimo Sacramento sea dedicada a una fiesta particular para honrar mi Corazón, comulgando ese día haciendo reparación de honor por medio de una ofrenda honorable, para reparar las indignidades que recibió durante el tiempo que ha sido expuesto en los altares. Te prometo, igualmente, que mi corazón se dilatará para derramar abundantemente las influencias de su divino corazón sobre aquellos que le rindan este honor y que procuren que le sea rendido”.

El pedido de una fiesta significaba que cristo quería ver a su Iglesia celebrar cada año el sacrificio eucarístico en honor del amor divino y humano, infinito y finito que está en el origen de su institución. En el contexto de la legislación ritual en vigor en aquella época, los obispos podían establecer fiestas en sus diócesis respectivas, y la Santa Sede sólo en el conjunto del rito latino. El pedido de Jesús apuntaba, entonces, a la sede apostólica.

Pedido eucarístico, columbrando un horizonte reparador. El vocabulario utilizado por Margarita María refleja ciertamente no sólo su psicología personal, sino también la cultura de su tiempo y su país.

¿Qué significa esta “reparación de honor” en el contexto cultural de 1675 en Francia? Opuesta a la ofrenda “aprovechable”, de naturaleza pecuniaria, la ofrenda honorable es un castigo criminal, entre látigo y exilio. Desconocida por el derecho romano, era corrientemente infligida entre los siglos XV y XVII tanto a los clérigos como a los laicos. Según el arbitrio del juez, sanciona todo delito grave, contra Dios, la Iglesia y el Estado. El delincuente, cirio amarillo en mano, cabeza descubierta y pies descalzos, abierta la camisa, conducido por el verdugo, a menudo soga al cuello, y llevando visible para todos el libelo de acusación, grita con alta e inteligible voz su crimen, y arrodillado clama misericordia, es decir perdón.

La ofrenda honorable deriva en línea recta de los ritos de la penitencia o satisfacción canónica. Pena corporal regeneradora de la persona como totalidad, incluye una forma de confesión pública y un pedido de reconciliación. Se sitúa, pues, muy claramente en la historia de la evolución del sacramento de reconciliación penitente, en tres de sus elementos esenciales: contrición, confesión, satisfacción.

Estas evocaciones históricas permiten comprender mejor el plan pastoral de Cristo: subrayando el carácter expiador del sacrificio eucarístico, su finalidad propiciatoria, valorizar también el recurso al sacramento de penitencia para disponerse a una comunión fructífera.

Por tanto, está permitido pensar y aun constara que las revelaciones privadas de Paray-le-Monial, destinadas al mundo entero, tenía por fin una mejor participación en el misterio pascual, especialmente bajo su aspecto de expiación. Ellas constituyen una nueva valorización de la propiciación infinita y superabundante para todos los pecados del mundo, ofrecida sobre la cruz por el único Mediador.

El Cristo exaltado por Margarita María es constantemente mediador:

“Estas son las más ordinarias ocupaciones de mi oración (…) salgo, a menudo, sin saber que he hecho, sin tomar ninguna resolución, pedido ni ofrenda que no sea la Jesús a su

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Padre eterno: “Dios mío te ofrezco a tu hijo bien amado como mi acción de gracias por todos los bienes que me haces, por mi pedido, por mi ofrenda, por mi adoración y por todas mis resoluciones, y, finalmente por mi amor y mi todo. Recíbelo, Padre eterno por todo aquello que deseas que te vuelva, ya que nada hay que se te pueda ofrecer que sea digno de ti, sino aquel cuyo disfrute me das con tanto amor”.

Se ve: la doctrina de la santa sobre Cristo esta centrada en los cuatro fines del sacrificio eucarístico mediante el cual el Mediador prolonga y renueva su único acto de mediación; el Corazón que adora y quiere hacer conocer es el Corazón traspasado del que manan Sangre y Agua, es decir los sacramentos de la Iglesia, el Corazón que se entrega en la penitencia y la eucaristía. Hay continuidad, y no ruptura, entre la pastoral de Paray y la de los Padres de la Iglesia. Continuidad pero también progreso, porque el Corazón de Jesús revelado en Paray es aquel que se manifiesta invadido por un sufrimiento redentor desde el primer instante de su existencia terrestre (Cf. Hb 10,5):

“Este divino Corazón me fue presentado (…) rodeado con una corona de espinas, que significa las que nuestros pecados le hicieron, y una cruz por encima, que significaba que desde que su Sagrado Corazón fue formado, la Cruz estaba plantada, y fue colmado, desde esos primeros instantes, de todas las amarguras que le debían causar las humillaciones, pobreza, dolor y desprecio que sagrada humanidad debía sufrir durante el todo el curso de su vida en su santa Pasión”.

Esta perspectiva, lejos de estar aislada, resultaba de una profundización del Nuevo Testamento por la teología medieval y por la de la Contra-Reforma; explica la vida sufriente de santa Margarita María y el acento puesto en Paray sobre la Reparación, siempre iluminada por el amor.

El Cristo que se aparece a santa Margarita María es el profeta que anuncia su sacrificio de sacerdote, inaugurado en la Encarnación, para hacer reinar la ley de la Cruz plantada en su Corazón.

Ese Cristo sacerdote, profeta y rey que confió a la visitandina de Paray una misión relativa al aspecto de su propia misión, que quería subrayar (expiación amante), al culto que le es debido (fiesta de su Corazón), y a la modalidad (amante) del reino que Él quiere ejercer.

Tomado de Histoire doctrinale du culte au Coeur de JesúsMame

Meditación sobre la agonía de Jesús en el Huerto de los Olivos(Sacada de las Meditaciones de San Buenaventura)

Mira a Jesucristo atentamente como si estuvieras en el Cenáculo, míralo salir de la cena, después de haber concluido su discurso y dirigirse al huerto con sus discípulos. Entra y juzga por ti mismo, y juzga con qué afecto, con qué ternura, con qué familiaridad les habla y los exhorta a la oración; y como en seguida él mismo se adelanta un poco, como a un tiro de piedra, se arrodilla humilde y respetuosamente ruega a su Padre. Detente aquí algún tiempo y repasa piadosamente en tu memoria las grandes maravillas del Señor tu Dios.

El señor ora. Hasta ahora varias veces se le ha visto orar, pero oraba por nosotros como nuestro abogado. Ahora ora por Él mismo. Compadécete y admira su profundísima humildad. En efecto, es Dios, coeterno e igual a su Padre; y helo aquí, olvidando en cierto

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modo su divinidad, rogando como un hombre, y se presenta suplicando al Señor como el último del pueblo. Considera también su perfectísima obediencia. ¿Qué es lo que pide? Conjura a su Padre para que aleje la hora de su muerte; si quisiera pudiera, ciertamente, evitar la muerte, más no se acepta su súplica por que había en Él otra voluntad contraria a su deseo. En efecto, entonces su voluntad era múltiple, como más adelante diré. Compadécete de Él, ya que su Padre quiere absolutamente que muera para salvarnos a todos. “Pues ha amado al mundo de tal modo que le ha dado su Hijo único”. Y el Señor Jesús acepta esta ley y la ejecuta con respeto. En tercer lugar, ve el indecible amor del Padre y del Hijo hacia nosotros, este amor tan digno de nuestra admiración, veneración y piedad. Es por nosotros que se pronuncia el decreto de muerte, es por nuestro amor que se ejecuta.

El señor Jesús ruega largo tiempo a su Padre, y dice: “Padre clementísimo, yo te suplico que escuches mis ruegos y no desatiendas mis súplicas. Mírame y óyeme, porque estoy atribulado, mi espíritu inquieto y mi corazón turbado. Inclina hacia mí tu oído, y escucha mi ruego. Te plugo, Oh Padre mío, enviarme al mundo para satisfacer la injuria que el hombre te había hecho y al punto acepté para cumplir tu voluntad; sin embargo, Padre mío, si es posible, líbrame de esta amargura cruel que mis enemigos me preparan. Han seducido a mi discípulo, se han servido de él para perderme, y le han dado en pago treinta monedas de plata. ¡Oh! Padre mío, yo te ruego que apartes de mi este cáliz… Mas no se haga mi voluntad sino la tuya. Padre mío, levántate para ayudarme, apresúrate a socorrerme”. En seguida va adonde estaban sus discípulos, los recuerda y los exhorta a buscar nuevas fuerzas en la oración. Después volvió a su oración dos y tres veces, repitiendo la misma súplica, y añadió: “Padre, si has decretado que sufra el suplicio de la cruz, que tu voluntad se haga. Pero te encomiendo a mi Madre amadísima y a mis discípulos. Hasta ahora yo he velado sobre ellos: continua haciéndolo Tú, Padre mío”. Y mientras oraba, salió de su sagrado cuerpo un sudor de sangre que empapó la tierra.

Considera esta lucha de agonía y la angustia de su alma, y reflexiona, para vergüenza de nuestra impaciencia, que el Señor ha orado hasta tres veces antes de recibir una respuesta de su Padre.

Punto segundo

Mientras que el Señor oraba en la mayor ansiedad, he aquí que el ángel del Señor, el príncipe de la milicia celestial, Miguel, se acerca, lo sostiene y le dice: “Salve, Jesús mío; he ofrecido a tu Padre, en presencia de toda la corte celestial, tu oración y tu sudor de sangre, y todos, prosternándonos, hemos suplicado que este cáliz se aleje de ti”. El Padre nos has respondido “Mi amadísimo hijo sabe que la redención del género humano, que tan vivamente deseamos, no se puede efectuar sino por la efusión de sangre. Si quiere la salvación de las almas es preciso que muera por ellas”. Y Tú ¿que decides? El señor Jesús respondió al ángel: “Quiero absolutamente la salvación de todas las almas, y prefiero morir para que sean salvas estas almas que mi Padre ha formado a su imagen, que de no morir y no dejarlas sin rescate. Que se haga pues la voluntad de mi Padre”. Y el ángel entonces: “Confórtate, Señor, obra valerosamente; conviene al Altísimo el hacer grandes maravillas y al que es magnánimo por excelencia soportar crueles adversidades. Los suplicios luego pasarán, y serán seguidos de una eterna gloria. El padre ha dicho que siempre estará contigo, que cuidará de tu Madre y de tus discípulos, y que los devolverá sanos y salvos. “El Señor Jesús recibe humildemente y con respeto esta exhortación de su criatura, considerando que, durante su morada en este triste valle de tinieblas, se hallaba colocado algo más abajo que los ángeles. En seguida les dijo adiós: y así como había sido entristecido como hombre, de la misma manera fue confortado como hombre con la palabra del ángel, y le rogó le recomendase a su Padre y a toda la corte celestial.

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Finalmente, deja por tercera vez su oración. Míralo inundado de sangre, limpiándose el rostro y tal vez lavándose en el agua del torrente. Míralo abatido, y toma parte en su dolor, pues no podía soportar semejantes congojas sin sufrir cruelmente.

Jesús va donde sus discípulos y les dice: Duerman ya y descansen. Y descansaron un poco. Pero él, el Buen Pastor, vela sobre su pequeño rebaño. ¡Oh amor admirable! Es verdaderamente hasta el fin que ha amado a los suyos, pues en esta hora de extrema agonía les procura algún descanso. Ya divisaba de lejos a sus enemigos que llegaban armados y con antorchas encendidas, y sin embargo no recordó a sus discípulos, hasta que estuvieron cerca de ellos. Entonces dijo: Basta, ya han dormida, el que me va a entregar se acerca.

Aun hablaba, cuando llega el alevoso Judas y lo abraza. Pues se refiere que el Señor Jesús acostumbraba abrazarlos cuando volvían de alguna parte. Así es como el traidor traiciona a Jesús con un beso, y adelantándose a los otros, se sirve de esta señal de amistad como si hubiese querido decirle: “yo no vengo con esta gente armada sino que vuelo a ti; y según la costumbre, yo te abrazo y te saludo, Maestro”…

Pidamos por los pecadores agonizantes

Diversos elementos del culto al corazón de JesúsBeato Dom Columba Marmion (1858-1923)

Si retomamos ahora un poco los diversos elementos de este culto veremos cuánto se justifica. El objeto propio y directo es el corazón físico. Este corazón es, en efecto, digno de adoración. ¿Por qué? Porque forma parte de la naturaleza humana y porque el verbo se unió a una naturaleza perfecta: Perfectus homo(1). La misma adoración que damos a la persona divina del Verbo alcanza a todo lo que le está unido personalmente, todo lo que subsiste en ella y por ella. Esto es acierto acerca de la naturaleza humana de Jesús entera, es verdad en lo relativo a cada una de sus partes que la componen. El corazón de Jesús es el corazón de un Dios.

Pero este corazón que honramos, que adoramos en esta humanidad unida a la persona del Verbo, sirve aquí de símbolo(2). ¿Símbolo de qué? Del amor. En el lenguaje usual, el corazón es aceptado como el símbolo del amor. Cuando Dios nos dice en la Escritura: “Hijo mío, dame tu corazón”, comprendemos que el corazón significa aquí el amor. Se puede decir de alguien: le estimo le respeto, pero no puedo darle mi corazón; se destaca por esas palabras que la amistad, la intimidad y la unión son imposibles.

En la devoción al Corazón Sagrado de Jesús, honramos, pues, el amor que nos alcanza el Verbo encarnado. Primeramente amor creado. Cristo Jesús, simultáneamente, Dios y Hombre, Dios perfecto: es el misterio mismo de la encarnación. En su Calidad de “Hijo del hombre”, Cristo tiene un corazón como el nuestro, un corazón de carne, un corazón que late por nosotros con el amor más tierno, más verdadero, más noble, más fiel que pueda haber.

En su carta a los Efesios, San Pablo les dice que oraba a Dios con insistencia para hacerles conocer la extensión, la altura y la profundidad del misterio de Jesús, tanto que estaba boquiabierto por las riquezas inconmensurables que encerraba. Habría podido decir otro tanto del amor del corazón de Jesús por nosotros; por otro lado, lo dijo cuando proclamó “que este amor sobrepasaba toda ciencia”(3). Y, en efecto, no agotaríamos jamás los tesoros de ternura, de amabilidad de benevolencia, de caridad, cuyo horno ardiente es el corazón del Hombre-Dios. Basta abrir el Evangelio;

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veremos, en cada página, explotar la bondad, la misericordia, y la condescendencia de Jesús respecto de los hombres. He intentado, exponiendo algunos de la vida pública, mostrar lo que este amor tiene de profundamente humano, de infinitamente delicado.

Este amor de Cristo no es una quimera, es muy real, porque se funda sobre la realidad de la encarnación misma. La Virgen María, S. Juan, Magdalena, Lázaro, lo saben bien. No es solamente un amor de voluntad, sino también de sentimiento. Cuando Cristo Jesús decía: “Tengo piedad de la multitud”(4), sintió realmente que la compasión le removía las fibras de su corazón de hombre; cuando veía a Martha y Magdalena llorar a su hermano, lloró con ellas: lágrimas muy humanas, que brotaban de la emoción que le estremecía el corazón. Por ese motivo fue que los judíos que fueron testigos de ese espectáculo dijeron: “Cuánto le quería”.

Cristo no cambia nunca. Fue ayer, es hoy, permanece en el cielo el corazón más amante y más amable que se pueda encontrar. San Pablo nos dice en términos propios que debemos tener plena confianza en Jesús porque es un pontífice compasivo que conoce nuestros sufrimientos, nuestras miserias, nuestras enfermedades, ya que se hizo igual a nosotros excepto en el pecado. Sin duda, Cristo no puede sufrir más: Mors illi ultra non dominabitur(5), pero sigue siendo aquel que se emocionó de compasión, que sufrió, que rescató a los hombres por amor: Dilexit me et tradidit semetipsum pro me.

Este amor humano de Jesús, este amor creado, ¿de dónde sacaba su fuente? ¿De dónde se derivaba? Del amor increado y divino y del amor del Verbo eterno al que la naturaleza humana está indisolublemente unido. En Cristo, aunque haya dos naturalezas perfectas y distintas, que guardan sus energías específicas y sus operaciones propias, no hay sino una sola persona divina. El amor creado de Cristo no es sino una revelación de su amor increado. Todo lo que ese amor creado realiza lo hace en unión con el al amor increado y por causa de él: el corazón de Cristo iba a sacar su bondad humana del océano divino(6).

Sobre el calvario, vemos morir a un hombre como nosotros, que fue presa de la angustia, que sufrió, que fue aplastado por los tormentos, más que ningún hombre lo será alguna vez: comprendemos el amor que este hombre nos muestra. Pero este amor, que por sus excesos sobrepasa nuestra ciencia, es la expresión concreta y tangible del amor divino. El corazón de Jesús, traspasado sobre la cruz nos revela el amor humano de Cristo; pero detrás del velo de la humanidad de Jesús, se muestra la inefable e incomprensible amor del Verbo.

¡Qué extensas perspectivas nos abre esta devoción! ¡Cómo está en su naturaleza atraer al alma fiel! Porque ella suministra el medio de honrar lo que hay de más grande y más elevado, de más eficaz en Cristo Jesús, Verbo encarnado: el amor que entrega al mundo y cuyo horno es su corazón.

1 Símbolo atribuido a S. Atanasio.

2 Prov. XXIII, 26.

3 Mat XV.

4 Mat XV

5 Rom Vi, 9

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6 “En el Sagrado Corazón encontrarán el símbolo y la imagen sensible de la caridad infinita de Jesucristo, de esta caridad que nos leva a amarlo en reciprocidad”. León XIII, Bula Nahum sacrum, 25 de mayo de 1899

El Beato Columba Marmion fue monje, sacerdote y tercer abad de la Abadía de Maredsous (Bélgica). Nació en Dublín (Irlanda) en 1858 y falleció en 1923. Fue beatificado en el 2000 por el Papa Juan Pablo II.

Traducido del francés por José Gálvez Krüger para ACI Prensa

El Corazón de CristoBeato Dom Columba Marmion (1858-1923)

El amor explica todos los misterios de Jesús

Todo lo que poseemos en el ámbito de la gracia nos viene de Cristo Jesús; “debido a su plenitud podemos todo”: De plenitude ejus nos omnes accepimus(1). Destruyó el muro de separación que nos impedía ir hacia Dios; mereció para nosotros, con una abundancia infinita, todas la gracias; jefe divino del cuerpo místico, posee el poder de comunicarnos el espíritu de sus estados y la virtud de sus misterios, con el fin de transformaros en Él.

Cuando consideramos los misterios de Jesús, ¿Cuál de sus perfecciones es la que vemos estallar particularmente? Si duda, el amor. El amor realizó la encarnación: Propter nos… descendit de caelis, et incarnatus est(2); el amor hace nacer a Cristo en una carne pasible y enferma, inspira la oscuridad de la vida oculta, alimenta el celo de la vida pública. Si Jesús entrega, por nosotros, a la muerte, es porque cede al “exceso de un amor sin medida”(3); si resucita, es “para nuestra justificación”(4); si sube al cielo, es como precursor que va prepararnos un lugar”(5) en esa estancia de beatitud; envía al “Espíritu consolador”(6) para no “dejarnos huérfanos”(7); instituye el sacramento de la Eucaristía como memorial de su amor.(8) Todos esos misterios tienen su fuerza en el amor.

Es necesario que nuestra fe en este amor de Cristo Jesús sea viva y constante. ¿Y Por qué? Por que es uno de los principales soportes de la fidelidad.

Veamos a San Pablo: nunca hombre alguno trabó ni se prodigó como él por Cristo. Un día, en que sus enemigos atacaban la legitimidad de su misión, fue movido, para defenderse, a esbozar él mismo el cuadro de sus obras, sus laboras y sufrimientos. Este cuadro, tan vivo, lo conocemos, sin duda, pero siempre es un gozo para el alma releer este pasaje, único en los anales del apostolado. “A menudo, dice el gran apóstol, vi la muerte de cerca; cinco veces sufrí el suplicio de la flagelación; tres veces fui tundido con las varas; una vez fui lapidado; naufragué tres veces, pasé un día y una noche mar adentro. Y mis viajes, incontables, llenos de peligros; peligros en los ríos, peligros por parte de los bandidos, peligros por parte de los de mi linaje, peligros por parte de los infieles; peligros en las ciudades, peligros en los desiertos, peligros en el mar; mis trabajos y mis sufrimientos, mis numerosas vigilias, las torturas del hambre y de la sed, los ayunos múltiples, el frío de la desnudez; y dejando de hablar de otras cosas, todavía recordaría mis preocupaciones diarias, la solicitud por todas las iglesias que fundé(9). Aquí se aplica la palabra del Salmista: “Por causa de ti, Señor, todo el día estamos entregados a la muerte, se nos mira como ovejas destinadas a la carnicería…” Y, sin embargo, ¿que agrega inmediatamente? Pero “en todos estos encuentros, somos más que vencedores: Sed in his ómnibus superamus(10). Y ¿dónde encuentra el secreto de esta victoria? Preguntémosle por qué soporta todo, incluso el “fastidio de vivir”(11), ¿por qué, en todas sus pruebas permanece unido a Cristo con tan inquebrantable firmeza que “ni la tribulación ni la angustia, ni la persecución, ni el hambre, ni la espada pueden separarlo de Jesús(12)? Les responderá:

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Propter eum, qui dilexit nos(13): “por aquél que nos amó. Lo que lo sostiene, lo fortifica, lo ama, lo estimula es su convicción profunda de que “el amor de Cristo lo mueve”: Dilexit me et tradidit semetipsum pro me(14).

Y, en efecto, el sentimiento que hace nacer el él esta ardiente convicción es que “él no quiere vivir más para sí mismo”, - él que blasfemó el nombre de Dios y persiguió a los cristianos(15) - “sino por quien que lo amó al punto de dar la vida por él”. Caritas Christi urget me…(16) “El amor de Cristo nos urge”, exclama. “Por eso me entregaré por él, me prodigaré gustosamente, sin reservas, sin medida”; ¡me agotaré por las almas que son su conquista: Libentissime impendam et superimpendar(17)!

Esta convicción de que Cristo lo ama da, verdaderamente, la clave de toda la obra del gran apóstol.

Nada empuja al amor como el saber y sentirse amado. “Todas las veces que pensamos en Jesucristo, dice santa Teresa, recordemos el amor con el que nos colmó con sus favores… el amor llama al amor”(18).

Pero, ¿cómo conocer este amor que está en el fondo de todos los estados de Jesús, que los explica, y cuyos motivos resume? ¿De dónde sacar esta ciencia, tan fecunda, que San Pablo convertía en el objeto de sus oraciones para sus cristianos? En la contemplación de los misterios de Jesús. Si los estudiamos con fe, el Espíritu Santo, que es el amor infinito, nos descubre sus profundidades y nos conduce al amor, que es la fuente.

Esta es una fiesta que por su objeto nos recuerda, de una mera general, el amor que el Verbo encarnado nos ha mostrado: es la fiesta del Sagrado Corazón. La Iglesia, a partir de las revelaciones de Nuestro Señor a santa Margarita María, cierra, por así decirlo, el ciclo anual de las solemnidades del Salvador; como si la llegada, al término de la contemplación de los misterios de su Esposo, no quedara sino celebrar el amor mismo que los inspiró.

1 Joan. I, 16.

2 Credo de la misa.

3 Joan XIII.

4 Rom. IV, 25.

5 Joan. XIV, 18.

6 Hebr. Vi, 20.

7 Jan XIV, 18.

8 Luc XXII, 19.

9 II Cor. XI, 23-28.

10 Rom. VIII, 36-37.

11 II Cor I, 8.

12 Rpm. VIII, 35.

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13 Ibid. 37.

14 .Gal II, 20.

15 Cf. Act. XXVI.

16 II Cor. V, 14.

17 II Cor. XII, 15.

18 Vida escrita por ella misma, cap. XXII, Obras.

El Beato Columba Marmion fue monje, sacerdote y tercer abad de la Abadía de Maredsous (Bélgica). Nació en Dublín (Irlanda) en 1858 y falleció en 1923. Fue beatificado en el 2000 por el Papa Juan Pablo II.

La Devoción al Corazón de Jesús y sus raíces en el dogma cristiano“Devoción” viene de la palabra latina devovere: dedicarse, consagrarse así mismo a una persona amada. La devoción hacia Dios es la más alta expresión de nuestro amor. “Amarás a Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu espíritu, con todas tus fuerzas”: Diliges Dominum Deum tuum ex TOTO corde tuo, et ex TOTA anima tua, et ex TOTA mente tua(1). Ese totus marca la devoción: amar a Dios con toda la persona, si reservarse nada, sin cesar, amarla hasta el punto de consagrarse a su servicio con prontitud y facilidad, tal es la devoción en general; y así entendida, la devoción constituye la perfección: porque ella es la flor misma de la caridad(2).

La devoción a Jesucristo es la consagración de todo nuestro ser y de toda nuestra actividad a la persona del Verbo encarnado, abstracción hecha de tal estado particular de la persona de Jesús o de tal misterio especial de su vida. Por esta devoción a Jesucristo, nos daremos a la tarea de conocer, honrar y servir al Hijo de Dios que se manifiesta en nosotros por su santa humanidad.

Una devoción particular, sea la “consagración” a Dios considerado especialmente en uno de sus atributos o una de sus perfecciones, como la santidad o la misericordia, o aun una de las tres personas divinas, sea de Cristo contemplado en sus misterios, bajo uno u otro de sus estados: es siempre el mismo Cristo Jesús que honramos, a cuya persona adorable se dirigen todos nuestros homenajes; pero consideramos su persona bajo tal aspecto particular donde se manifiestan a nosotros en tal misterio especial. Así, la devoción a la santa Infancia es la devoción a la persona misma de Cristo contemplado especialmente en los misterios de su natividad y de su vida de adolescente en Nazareth; la devoción a las cinco llagas es la devoción a la persona del Verbo encarnado considerado en sus sufrimientos, sufrimientos simbolizados por las cinco llagas cuyas gloriosas cicatrices Cristo quiso conservar después de su resurrección. La devoción puede tener un objeto especial, propio, inmediato, pero termina siempre en la persona misma(3).

A partir de aquí, comprendemos lo que hay que entender por devoción al Sagrado Corazón de Jesús. De una manera general, la consagración a la persona Jesús mismo, que manifiesta su amor por nosotros y que nos muestra su amor por nosotros y que nos muestra su corazón como símbolo de este amor. ¿Qué honramos pues en esta devoción? A Cristo mismo, en persona. Pero cuál es el objeto inmediato, especial, propio de esta devoción? El corazón de carne de Jesús, el corazón que latía por nosotros en su pecho de

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Hombre-Dios; pero no le honramos separado de la naturaleza humana de Jesús ni de la persona del Verbo eterno a quien esta naturaleza humana está unido en la encarnación. ¿Y eso es todo? No; falta todavía agregar esto: honramos este corazón como símbolo del amor de Jesús respecto de nosotros.

La devoción al Sagrado Corazón se remite, pues, al culto del Verbo encarnado que nos manifiesta su amor y nos muestra su corazón como símbolo de este amor.

Es sabido que, según ciertos protestantes, la Iglesia es como un cuerpo sin vida; habría recibido toda su perfección desde los comienzos y tendría que permanecer petrificada; todo lo que surgiese en adelante, sea en materia dogmática, sea en el ámbito de la piedad no es, a sus ojos superfetación y corrupción.

Para nosotros, la Iglesia es un organismo vivo, que como todo organismo vivo, debe desarrollarse y perfeccionarse. El depósito de la revelación fue sellado con la muerte del último apóstol; después, ningún escrito es admitido como inspirado, y las revelaciones particulares de los santos no entran en lo absoluto de las verdades contenidas en la revelación oficial de las verdades de la fe. Pero muchas de las verdades contenidas en la revelaciones contenidas en la revelación oficial no se encuentran sino en germen; la ocasión no se da sino poco a poco, bajo la presión de los acontecimientos y la guía del Espíritu Santo, para alcanzar definiciones más explícitas que fijen las fórmulas precisas y determinadas de lo que antes era conocido sólo de manera implícita.

Desde el primer instante de su encarnación, Cristo Jesús poseyó en su santa alma todos los tesoros de la ciencia y de la sabiduría divinas. Pero no fue sino poco a poco que fueron revelándose. A medida que Cristo crecía en edad, esta ciencia y sabiduría se declararon, se veía aparecer y florecer las virtudes qué Él contenía en germen.

Algo análogo sucede en la Iglesia, cuerpo místico de Cristo. Por ejemplo, encontramos en el depósito de la fe esta magnífica revelación: “El verbo era Dios, y el Verbo se hizo carne(4)”. Esta revelación contiene tesoros que no has sido puestos al día sino poco a poco; es como una semilla que de desarrolla en frutos de verdad para aumentar nuestro conocimiento de Cristo Jesús. Con ocasión de las herejías que se levantaron, la Iglesia, guiada por el Espíritu Santo, definió que no hay Cristo sino una persona divina, pero dos naturalezas distintas y perfectas, dos voluntades, dos fuentes de actividad; que la Virgen María es la Madre de Dios; que todas las partes de la santa humanidad de Jesús son adorables en razón de su unión con la divina persona de la Verbo. ¿Son éstos dogmas nuevos? No. Es el depósito de la fe que se explica, se desarrolla.

Lo que decimos de los dogmas de aplica perfectamente a las devociones. En el curso de los siglos, surgieron devociones que la Iglesia bajo la guía del Espíritu Santo, admitió e hizo suyas. No son, en lo absoluto, innovaciones propiamente dichas, son efectos de manan de los dogmas establecidos y de la actividad orgánica de la Iglesia.

Una vez que la Iglesia enseñante aprueba una devoción, que la confirma con su autoridad soberana, debemos aceptarla dichosamente; actuar de otra manera no sería “compartir los sentimientos de la Iglesia”, sentire cum Ecclesia, sería dejar de entrar en los pensamientos de Cristo Jesús; porque Él dijo a sus apóstoles y a sus sucesores: “Quien los escucha me escucha, quien los desprecia, me desprecia”(5). Ahora bien, ¿cómo ir al Padre si no escuchamos a Cristo?

Relativamente moderna, bajo la forma que reviste actualmente, la devoción al Sagrado Corazón encuentra sus raíces dogmáticas en el depósito de la fe. Estaba contenida en germen en la palabra de San Juan: “El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros… llevó

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hasta el límite el amor que tenía por los suyos”(6). ¿Qué es, en efecto, la Encarnación? Es la manifestación de Dios, es Dios que se revela a nosotros mediante la humanidad de Jesús”: Nova mentis nostrae oculis lux tuae claritatis infulsit(7); es la revelación del amor divino al mundo: “Dios amó tanto al mundo que le dio a su hijo para que se entregara por ellos: “No hay amor más grande que dar la vida por sus amigos”: Majorem hac dilectionem nemo habet(8). Toda la devoción al Sagrado Corazón está en germen en esas palabras de Jesús. Y para Mostar que este amor había alcanzado el grado supremo, Cristo Jesús quiso que ni bien exhalase su último suspiro sobre la cruz, su corazón fuese traspasado por la lanza de un soldado.

Como se verá, el amor que está simbolizado por el corazón en esta devoción es ante todo el amor creado de Jesús, pero como Cristo es el Verbo encarnado, los tesoros de este amor creado nos manifiestan las maravillas del amor divino, del Verbo eterno.

Se comprende que la profundidad de esta devoción se sumerge en el depósito de la fe. Lejos de ser una alteración o una corrupción, es una adaptación, a la vez simple y magnífica, de las palabras de San Juan sobre el Verbo, que se hizo carne y se inmoló por amor por nosotros.

1 Marc. XII, 30

2 Cf. Santo Tomás II-II, q.82, a. I.

3 Cf. Santo Tomás. III, q. 25, a. I.

4 Joan. I, I y 14.

5 Lc X, 16.

6 Joan I, 14; XIII, I.

7 Prefacio de navidad

8 Joan. VV, 13.

El Beato Columba Marmion fue monje, sacerdote y tercer abad de la Abadía de Maredsous (Bélgica). Nació en Dublín (Irlanda) en 1858 y falleció en 1923. Fue beatificado en el 2000 por el Papa Juan Pablo II.

Ventajas de la devoción al Sagrado Corazóniversidad de aspectos con los cuales las almas pueden considerar a Dios

Tal como el Espíritu Santo no llama a todas las almas a brillar de igual manera por las mismas virtudes, igualmente, en materia de devoción particular, les deja una santa libertad, que nosotros mismos debemos respetar cuidadosamente. Hay almas que se sienten empujadas a honrar especialmente los misterios de la infancia de Jesús; otros, son atraídos por los encantos interiores de su vida oculta; otros no pueden desprenderse de la meditación de la Pasión.

Sin embargo, la devoción al corazón sagrado de Jesús es una de las que debieran sernos más queridas. ¿Por qué? Porque honra al Cristo Jesús no tanto en uno de sus estados o de sus misterios particulares, sino en la generalidad y en la totalidad de su amor, de ese amor en el que todos los misterios encuentran su explicación más profunda. Aunque esté

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especial y netamente caracterizada, esta devoción reviste, pues algo de universal: honrando al corazón de Cristo, no es al Jesús Niño, adolescente o víctima que se dirigen nuestros homenajes, sino a la persona de Jesús en la plenitud de su amor.

Además, la practica general de esta devoción, tiende, en último análisis, a volver al Señor amor por amor: Movet nos ad amandum mutuo(1); a coger toda nuestra actividad para penetrarla de amor con el fin de complacer a Cristo Jesús; los ejercicios particulares no son sino proyectos para expresar a nuestro divino maestro esta reciprocidad de amor.

Éste es un efecto preciosísimo de esta devoción. Porque toda la religión cristiana se orienta para nosotros hacia ese punto: entregarnos por amor al servicio de Cristo y, por él al Padre y su común Espíritu. Este punto es de una importancia capital, y quiero, para terminar esta meditación hacer algunos comentarios.

Es una verdad, confirmada por la experiencia de las almas, que nuestra vida espiritual depende, en gran parte, de la idea que nos hacemos habitualmente de Dios.

Hay entre nosotros y Dios relaciones fundamentales, basadas en nuestra naturaleza de criatura; existen relaciones morales que resultan de nuestra actitud hacia él y ésta actitud es, la mayor parte del tiempo, condicionada por la idea que tenemos de Dios.

Si nos hacemos de Dios una idea falsa, nuestros esfuerzos para avanzar serán a menudo vanos y estériles, porque se producirán fuera del camino; si tenemos una idea incompleta, nuestra vida espiritual estará llena de lagunas y de imperfecciones; si nuestra idea de Dios es verdadera –tan verdadera como sea posible aquí abajo a una pretura que vive de la fe, nuestra alma se abrirá, con toda certeza a la luz.

Esta idea habitual que nos hacemos de Dios es, pues, la llave de nuestra vida interior, no sólo porque regula nuestra conducta hacia Él, sino también porque, a menudo, determina la actitud de Dios mismo respecto de nosotros; en muchos casos, Dios nos trata como lo tratamos.

Pero, me dirán, la gracia santificante no hace de nosotros hijos de Dios? Ciertamente, sin embargo, en la práctica, hay almas que no actúan como hijos adoptivos del Padre eterno. Se diría que esta condición de hijos de Dios no tiene para ellos sino u valor nominal; no comprenden que ese es un estado fundamental que requiere manifestarse sin cesar mediante actos que correspondan, y que toda la vida espiritual debe ser el desarrollo del espíritu de adopción divina, espíritu que hemos recibido en el bautismo por la virtud de Cristo Jesús.

1 León XIII

El Beato Columba Marmion fue monje, sacerdote y tercer abad de la Abadía de Maredsous (Bélgica). Nació en Dublín (Irlanda) en 1858 y falleció en 1923. Fue beatificado en el 2000 por el Papa Juan Pablo II.

Cristo revela la actitud del hombre hacia DiosBeato Dom Columba Marmion (1858-1923)

Cristo, en efecto sabe mejor que nadie cuáles deben ser nuestras relaciones con Dios, porque conoce.

Al escucharlo no corremos ningún riesgo de separarnos: es la Verdad misma. Ahora bien, ¿qué actitud

quiere que tengamos con Dios? Bajo qué aspecto quiere que lo contemplemos y lo honremos? Sin

duda, nos enseña que Dios es el maestro soberano que debemos adorar. “Esta escrito: tu adorarás al

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Señor al Señor y no servirás sino a E.l(1)”. “Pero ese Dios que hay que adorar es un Padre”: Veri

adoradores adorabunt Patrem in spiritu veritate, nam et Pater tales quaerit qui adorent eum(2).

¿La adoración es el único sentimiento que debe hacer  latir nuestros corazones? ¿Constituye la única

actitud que debemos tener respecto de ese Padre que es Dios? No; Cristo agrega el amor, y un amor

pleno, perfecto, sin reserva ni restricción. Cuando se preguntó a Jesús cuál era el más grande de los

mandamientos, ¿qué respondió? “Amarás al Señor tu Dios, con todo tu corazón, con todo tu espíritu,

con toda tu alma, con todas tus fuerzas”(3). Amarás: amor de complacencia hacia ese Señor de tan

grande Majestad, hacia ese  Dios de una perfección tan elevada; amor de beneficencia que busca

procurar su gloria; amor de reciprocidad hacia un Dios “que nos amo primero”(4).

Dios quiere, pues, que nuestras relaciones con él estén impregnadas a la vez por una reverencia filial y

de un profundo amor. Sin la reverencia, el amor corre el riesgo de degenerar y dejar escapar algo de

mal gusto, soberanamente peligroso; sin el amor que nos conduce totalmente con su impulso hacia

nuestro Padre, el alma vive en el error y hace injuria al don divino.

Y para salvaguardar en nosotros esos dos sentimientos que parecen contradictorios, Dios nos

comunica el Espíritu de su Hijo Jesús, que, a través de sus dones de temor y de piedad armoniza en

nosotros, en la justa proporción que reclaman, la adoración más íntima y el amor más tierno:Quonian

estis filii, misit Deus spiritum Filii sui in corda vestra(5).

Este es el espíritu que, a partir de la enseñanza de Jesús mismo, debe regir y gobernar toda nuestra

vida: es el “espíritu de adopción de la Alianza Nueva” que San pablo oponía al “espíritu de toda

servidumbre 

” de la Ley Antigua.

¿Me preguntarán, tal vez, la razón de esta diferencia? Es que después de la Encarnación, Dios mira a

la humanidad en su hijo; por causa suya envuelve a la humanidad entera con la misma mirada de

complacencia, cuyo objeto es su Hijo, nuestro hermano mayor; por eso quiere que, como él, con él y

en Él, vivamos “como hijos bien amados”(6).

Me dirán también: Y cómo amar a Dios que no vemos: Deum nemo vidit unquam?(7) – la luz divina es,

aquí abajo, inaccesible”(8); es cierto, pero Dios se reveló a nosotros en su Hijo Jesús: Ipse illuxit

cordibus nostris… in facie Christi Jesu(9). El Verbo encarnado es la revelación auténtica de Dios y de

sus perfecciones; y el amor que Cristo nos muestra no es sino la manifestación del amor que Dios nos

alcanza.

El amor de Dios, en efecto, es, en sí inabarcable, nos sobrepasa completamente; no puede el espíritu

del hombre concebir lo que es Dios; en Él las perfecciones no son distintas de s naturaleza: el amor de

Dios es Dios mismo: Deus caritas est(10). ¿Cómo, pues, tendremos una idea auténtica del amor de

Dios? Mirando a Dios que se manifiesta a nosotros bajo una forma tangible. Y cuál es ésta forma? Es

la humanidad de Jesús. Cristo es Dios, pero Dios que se revela a todos. La contemplación de la santa

humanidad de e sla vía más segura para llegar a la verdadero conocimiento de Dios. “ Quien lo ve, ve

al Padre”(11); el amor que nos muestra el verbo encarnado revela el amor del Padre respecto de

nosotros, porque “el Verbo y el Padre no son sino uno: Ego et Pater unum sumus(12).

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Este orden, una vez establecido no cambia nunca. El cristianismo, es el amor de Dios que se

manifiesta al mundo por medio de Cristo; y toda nuestra religión debe orientarse a contemplar este

amor en Cristo y a responder al amor de Cristo para alcanzar a Dios,.

Tal es el plan divino, tal es el pensamiento de Dios sobre nosotros. Si no nos adaptamos a él, no habrá

para nosotros ni luz ni verdad; no habrá seguridad.

Ahora bien, la actitud esencial que reclama de nosotros ese plan divino es el de hijos adoptivos.

Seguimos siendo seres sacados de la nada, y delante de “ese Padre de inmensa majestad”(13),

debemos prosternarnos con el sentimiento de la más humilde reverencia; pero a esas relaciones

fundamentales, que nacen de nuestra condición de criaturas, se superponen, no para destruirlas, sino

para coronarlas, relaciones más altas, más extendidas y más íntimas que resultan de nuestra adopción

divina, y que apuntan todas a servir a Dios por amor.

Esta actitud  personal que debe responder a la realidad de nuestra adopción celeste está

particularmente favorecida por la devoción al corazón de Jesús. Haciéndonos contemplar el amor

humano de Cristo por nosotros, esta devoción nos introduce en el secreto del amor divino; inclinando a

nuestra alma para que lo reconozca mediante una vida movida por el amor, conserva en nosotros esos

sentimientos de piedad filial que debemos tener hacia el Padre.

Cuando recibimos a Nuestro Señor en su santa comunión, poseemos en nosotros ese corazón divino

que es un horno de amor. Pidámosle intensamente que Él mismo nos haga comprender este amor,

porque, en esto, un rayo de lo alto es más eficaz que todos los razonamientos humanos; pidámosle

que alumbre en nosotros el amor a su persona. “Si por una gracia del Señor, dice Santa Teresa, su

amor se imprime un día en nuestro corazón, todo se nos hará fácil; rápidamente y sin la menor

dificultad pasaríamos a las obras”(14).

Si este amor por la persona de Jesús está en nuestro corazón, nuestra actividad lo hará brotar.

Podremos reencontrar dificultades, estar sometidos a grandes pruebas, sufrir violentas tentaciones; si

amamos a Cristo Jesús, esas dificultades, esas pruebas, esas tentaciones nos encontrarán firmes.

Aquae mulate non potuerunt exstinguere caritatem(15). Porque cuando “el amor de Cristo nos urje, no

queremos más para nosotros mismos, sino para Aquél que nos amó y se entregó por nosoros”: Ut et

qui vivunt, jam non sibi vivant, sed qui pro ipsis mortuus est(16).

Consagración joven al Corazón de CristoCorazón divino de Jesús,por el Corazón de María,la mujer nueva de Nazaret,nos consagramos a tu Corazónpara ser en nuestro mundoantorcha de esperanza para los decaídos,alegría para tantos jóvenesque se encuentran solos y desesperados.

No nos dejes caer en la tentaciónde no hacer nada.Ayúdanos a sembrar los caminosde amor a los que sufreny ser entre los jóvenes

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constructores de la Civilización del Amor. Amén.

Ofrecimiento al Sagrado CorazónJesús mío dulcísimo, que en vuestra infinita y dulcísima misericordia prometisteis la gracia de la perseverancia final a los que comulgaren en honra de vuestro Sagrado Corazón nueve primeros viernes de mes seguidos: acordaos de esta promesa, y a mí, indigno siervo vuestro, que acabo de recibiros sacramentado con este fin e intención, concededme que muera detestando todos mis pecados, esperando en vuestra inefable misericordia y amando la bondad de vuestro amantísimo y amabilísimo Corazón. Amén.

Corazón de Jesús, casa de Dios y puerta del cielo, tened piedad de nosotros.Padrenuestro...

Corazón de Jesús, rico en todos los que os invocan, tened piedad de nosotros. Padrenuestro...

Corazón de Jesús, esperanza de los que mueren en Vos, tened piedad de nosotros. Padrenuestro...

Consagración de la Familia a los Sagrados Corazones de Jesús y MaríaSantísimos corazones de Jesús y María,unidos en el amor perfecto,como nos miráis con misericordia y cariño,consagramos nuestros corazones,nuestras vidas, y nuestras familias a Vosotros.

Conocemos que el ejemplo bellode Vuestro hogar en Nazaret fue un modelopara cada una de nuestras familias. Esperamos obtener, con Vuestra ayuda,la unión y el amor fuerte y perdurableque Os disteis.

Qué nuestro hogar sea lleno de gozo.Qué el afecto sincero, la paciencia, la tolerancia,y el respeto mutuo sean dados libremente a todos.

Qué nuestras oracionesincluyan las necesidades de los otros,no solamente las nuestras.

Y qué siempre estemos cerca de los sacramentos.

Bendecid a todos los presentesy también a los ausentes,tantos los difuntos como los vivientes;qué la paz esté con nosotros,y cuando seamos probados,conceded la resignación cristianaa la voluntad de Dios.

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Mantened nuestras familias cercade Vuestros Corazones;qué Vuestra protecciónespecial esté siempre con nosotros.

Sagrados Corazones de Jesús y María,escuchad nuestra oración.Amen

Oración para ofrecer al Corazón de Jesús la comunión del primer viernes

Oh Corazón de Jesús, te ofrezco la Comunión de este (*) Viernes de mes, a gloria y honor tuyo, a fin

de que cumplas en mí la Gran Promesa de la perseverancia final. Concédeme, por los méritos de tu

Corazón, una buena y santa muerte y la gloria del Cielo que has prometido a tus devotos. Amén.

(*) Puede decirse primer, segundo, tercero, etc.

Quince minutos ante el Sagrado Corazón

CONFORMIDAD DE NUESTRO CORAZÓN CON SU CORAZÓN

DESCENDÍ DEL CIELO NO PARA HACER MI VOLUNTAD, SINO LA DE MI PADRE

Hijo mío, Yo vine a la tierra para hacer la voluntad de Aquél que me envió. Sabía cuántos insultos,

dolores, desprecios y tormentos me estaban reservados, y sin embargo, no vacilé en abrazar la

voluntad de mi Padre. Todo esto era bien poco en comparación de la amargura que experimentaba mi

Corazón al pensar en la ingratitud de los hombres que, ciegos y deslumbrados los unos con el amor de

los placeres y el brillo de las riquezas, y dormidos los otros sobre los papeles de sus negocios, los

primeros no han querido verme, y los otros apenas se despiertan, o se despiertan   tan tarde que

hacen inútiles mis enseñanzas y la vida que di por ellos. ¡ Oh ingratitud incomprensible! Tu también hijo

mío te apartas de mi. ¿Por qué corres tras de lo que no has de conseguir? ¿Por qué te precipitas en

las fuentes cenagosas que no apagan la sed? Por qué no escuchas mi voz, cuando te llamo como el

padre más cariñoso, como el amigo más fiel? En mi Corazón y en el de mi Purísima Madre, que

también lo es tuya, encontrarás el manantial que nunca se agota. Te ofrezco dulzuras incomparables y

tú prefieres el acíbar que produce el remordimiento, a cambio de un  momento de placer. Buscas una

dicha ficticia y engañosa, y a pesar del afán con que la buscas, tienes que confesar que no la

encuentras. ¿Sabes por qué? Porque has despreciado la Ley que yo te di, y te has desviado de la

senda que yo te tracé. Si alguna vez me sigues, tu paso es tan inseguro que el menor obstáculo te

hace retroceder.

¡Oh dulcísimo Corazón! Ya que dijistes: Qui fecerit voluntatem Patris mei, ipse meus frater est, yo

quiero ser tu hermano.

Y para que yo pueda llevar con propiedad este título deliciosísimo que me da tu amor, ayúdame Madre

mía, y Tú, Jesús mío, modelos de humildad y obediencia. Yo propongo en adelante conformarme con

tu voluntad, Corazón adorable de Jesús.

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Y si te dignas darme tribulaciones, te amaré siempre, Corazón pacientísimo.

Si quieres darme alegrías, te amaré siempre, Corazón humildísimo.

Si quieres darme enfermedades y pobreza, te amaré siempre, Corazón modestísimo.

Si quieres que me injurien y calumnien, te amaré siempre, Corazón mansísimo. Si quieres que me

ensalcen, te amaré siempre, Corazón perfectísimo.

Y si quieres que me humillen, que mis parientes me nieguen, que los amigos me falten y que la

sociedad me abandone, haz que te ame siempre, Corazón santísimo, porque todo lo que no eres Tú,

nada es, y  no quiero confiar sino en ti, para que pueda morir exclamando:

Cumplí tu voluntad, Jesús divino,

Mientras viví en el mundo cenagoso;

Y hoy, por mi dicha, al fin de este camino

Espero me recibas amoroso.

Breve mes de Junio

¡Oh Dios todopoderoso y eterno! Mira al Corazón de tu Santísimo Hijo y las alabanzas y satisfacciones

que te tributa en nombre de los pecadores, y a éstos concédeles el perdón en nombre del mismo

Jesucristo, tu Hijo y Salvador nuestro. Amén.

Para obtener las gracias que hemos pedido, saludaremos al Corazón de Jesús con las siguientes

invocaciones:

1) ¡Oh Corazón de Jesús, coronado por la Santa Cruz! Me pesa de los pecados que he cometido

contra ti con mi soberbia y desobediencia a tu Santa Ley.

Padrenuestro ....

2) ¡Oh Corazón de Jesús, ceñido de corona de punzantes espinas! Me pesa de los pecados que contra

ti he cometido con mis sensualidades, y poca mortificación. 

Padrenuestro ...

3) ¡Oh Corazón de Jesús, rasgado por el hierro de la lanza! Me pesa de los pecados que he cometido

contra ti con mi apego y afición a los bienes de la tierra. 

Padrenuestro ...

Al Divino Corazón de Jesús, venid y adorémosle.

Al bondadoso Corazón de Jesús, venid y amémosle.

Al ultrajado Corazón de Jesús, venid y desagraviémosle.

Oración final. Oh Dios omnipotente, te pedimos que mires el inmenso amor del Corazón de tu amado

Hijo Jesús, para que te dignes aceptar cuanto hacemos para tu mayor honra y gloria y en satisfacción

de nuestros pecados. Te lo pedimos por los méritos infinitos de tu Hijo, que contigo vive y reina en

unión del Espíritu Santo. Dios, por los siglos de los siglos. Amén.

Acto de consagración y desagravio al Sagrado Corazón de Jesús

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¡Oh Corazón de Jesús! Yo quiero consagrarme a ti con todo el fervor de mi espíritu. Sobre el ara del altar en que te inmolas por mi amor, deposito todo mi ser; mi cuerpo que respetaré como templo en que tú habitas; mi alma que cultivaré como jardín en que te recreas; mis sentidos, que guardaré como puertas de tentación; mis potencias, que abriré a las inspiraciones de tu gracia; mis pensamientos, que apartaré de las ilusiones del mundo; mis deseos, que pondré en la felicidad del Paraíso; mis virtudes que florecerán a la sombra de tu protección; mis pasiones, que se someterán al freno de tus mandamientos; y hasta mis pecados, que detestaré mientras haya odio en mi pecho, y que lloraré sin cesar mientras haya lágrimas en mis ojos. Mi corazón quiere desde hoy ser para siempre todo tuyo, así como tú, ¡oh Corazón divino! has querido ser siempre todo mío. Tuyo todo, tuyo siempre; no más culpas, no más tibieza. Yo te serviré por los que te ofenden; pensaré en ti por los que te olvidan; te amaré por los que te odian; y rogaré y gemiré, y me sacrificaré por los que te blasfeman sin conocerte. Tú, que penetras los corazones, y sabes la sinceridad de mi deseo, comunícame aquella gracia que hace al débil omnipotente, dame el triunfo del valor en las batallas de la tierra, y cíñeme la oliva de la paz en las mansiones de la gloria. Amén.

Invocaciones al Sagrado Corazón de JesúsAmor del Corazón de Jesús, abrásanos.Caridad del Corazón de Jesús, derrámate en nosotros.Fuerza del Corazón de Jesús, sostennos.Misericordia del Corazón de Jesús, perdónanos.Paciencia del Corazón de Jesús, no te canses de nosotros.Reino del Corazón de Jesús, establécete en nosotros.Voluntad del Corazón de Jesús, dispón de nosotros.Celo del Corazón de Jesús, inflámanos.Virgen Inmaculada, ruega por nosotros al Corazón de Jesús.

Letanías del Sagrado Corazón de JesúsSeñor, ten misericordia de nosotros.Cristo, ten misericordia de nosotros.Señor, ten misericordia de nosotrosJesucristo óyenos.Jesucristo, escúchanos.Dios Padre celestial, ten misericordia de nosotros.Dios Hijo Redentor del mundo, ten misericordia de nosotros.Dios Espíritu Santo, ten misericordia de nosotros.Trinidad Santa, que eres un solo Dios, ten misericordia de nosotros.Corazón de Jesús, Hijo del Padre Eterno,Corazón de Jesús, formado en el seno de la Virgen Madre por el Espíritu Santo,Corazón de Jesús, al Verbo de Dios substancialmente unido,Corazón de Jesús, de majestad infinita,Corazón de Jesús, Templo santo de Dios,Corazón de Jesús, Tabernáculo del Altísimo,Corazón de Jesús, Casa de Dios y puerta del cielo,Corazón de Jesús, Horno ardiente de caridad,Corazón de Jesús, Santuario de justicia y de amor,Corazón de Jesús, lleno de bondad y de amor,Corazón de Jesús, Abismo de todas las virtudes,Corazón de Jesús, digno de toda alabanza,Corazón de Jesús, Rey y centro de todos los corazones,Corazón de Jesús, en que están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia,Corazón de Jesús, en que mora toda la plenitud de la divinidad,

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Corazón de Jesús, en que el Padre se agradó,Corazón de Jesús, de cuya plenitud todos nosotros hemos recibido,Corazón de Jesús, deseo de los eternos collados,Corazón de Jesús, paciente y muy misericordioso,Corazón de Jesús, liberal con todos los que te invocan,Corazón de Jesús, fuente de vida y de santidad,Corazón de Jesús, propiciación por nuestros pecados,Corazón de Jesús, colmado de oprobios,Corazón de Jesús, desgarrado por nuestros pecados,Corazón de Jesús, hecho obediente hasta la muerte,Corazón de Jesús, con lanza traspasado,Corazón de Jesús, fuente de todo consuelo,Corazón de Jesús, vida y resurrección nuestra,Corazón de Jesús, paz y reconciliación nuestra,Corazón de Jesús, víctima por nuestros pecados,Corazón de Jesús, salvación de los que en Ti esperan,Corazón de Jesús, esperanza de los que en Ti mueren,Corazón de Jesús, delicias de todos los Santos,Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo: perdónanos, Señor. Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo: escúchanos, Señor.Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo: ten misericordia de nosotros.V.- Jesús manso y humilde de corazón.R.- Haz nuestro corazón conforme al tuyo.

Oremos: Oh Dios todopoderoso y eterno: mira el Corazón de tu amantísimo Hijo y las alabanzas y satisfacciones que en nombre de los pecadores te tributa; y concede aplacado el perdón a éstos que piden tu misericordia en el nombre de tu mismo Hijo Jesucristo. Quien contigo vive y reina en los siglos de los siglos. Amén.

A todas las invocaciones que siguen se responde: “Ten misericordia de nosotros”.

Ejercicio Piadoso en Honor del Sagrado Corazón de Jesús

Oh sacratísimo Corazón de Jesús, dígnate aceptar este obsequio que te ofrezco a mayor gloria tuya y

bien de mi alma. Amén

Y para recordar ahora el grande amor que nos has tenido, voy considerando tus Promesas

saludándote al mismo propio tiempo con la oración del Padrenuestro, salida de tu Corazón y de tus

labios.

Primera promesa: Daré a mis devotos todas las gracias necesarias para su estado.

Segunda: Pondré paz en sus familias.

Tercera: Los consolaré en sus aflicciones.

Cuarta: seré su Protector durante la vida y principalmente en la hora de su muerte.

¡Oh Jesús, oh Jesús mío! ¡Qué consoladoras son para mí estas promesas.Padrenuestro ...

Quinta promesa: Bendeciré generosamente todas las empresas de mis devotos.

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Sexta: Los pecadores encontrarán en mi Corazón la fuente inagotable de la misericordia.

Séptima: Las almas tibias se enfervorizarán.

Octava: Las almas fervorosas se elevarán a grande santidad. 

¡Oh Jesús, oh Jesús mío! Por tu Corazón te pido que cumplas en mí estas tus consoladoras

promesas. 

Padrenuestro ...

Novena promesa: Daré a los sacerdotes la gracia de conmover a los pecadores más empedernidos.

Décima: Bendeciré las casas en las cuales sea expuesta y honrada la Imagen  de mi Corazón.

Undécima: Las personas que propaguen esta devoción tendrán su nombre escrito en mi Corazón, y

jamás se borrará de Él.

Duodécima: A los que comulguen nueve primeros viernes de mes seguidos, prometo la gracia de la

perseverancia final y de que no morirán en desgracia mía y sin recibir los Santos Sacramentos.

¡Oh Jesús, Oh Jesús mío! Tu Corazón ya no puede darnos más: Concédeme el cumplimiento de estas

tus dulces y consoladoras promesas y úneme a ti para siempre en el Cielo. Amén, Padrenuestro ...

Oración: Dulcísimo Jesús, Redentor del género humano, míranos postrados humildemente ante tu

altar. Tuyos somos y tuyos queremos ser; para que podamos unirnos hoy más íntimamente contigo,

cada uno de nosotros se consagra espontáneamente a tu sacratísimo Corazón: Es verdad que muchos

jamás te conocieron, que muchos te abandonaron después de haber despreciado tus mandamientos.

Ten misericordia de unos y otros, benignísimo Jesús, y atráelos con fuerza todos juntos a tu

Sacratísimo Corazón.

Reina, Señor, no solamente sobre los fieles que jamás se apartaron de ti, sino también sobre los hijos

pródigos que te abandonaron, y haz que éstos prontamente regresen a la casa paterna, para que no

mueran de hambre y de miseria.

Reina sobre aquellos a quienes traen engañados las falsas doctrinas o se hallan divididos por la

discordia, y volvedlos al puerto de la verdad y a la unidad de la fe, para que en breve no haya sino un

solo redil y un solo Pastor.

Reina, finalmente, sobre cuantos viven en las antiguas supersticiones de la gentilidad; y, como tuyos

que son, sácalos de las tinieblas a la luz del reino de Dios.

Concede, Señor, a tu Iglesia segura y completa libertad; otorga la paz a todas las naciones y haz que

del uno al otro polo de la tierra resuene esta sola voz: Alabado sea el divino Corazón, por quien nos

vino la salud ; a él sea la gloria y honor por todos los siglos de los siglos. Amén.

Unión con el Sagrado Corazón de JesúsProfundas adoraciones del Corazón de Jesús, nos unimos a tiArdiente amor del Corazón de Jesús,Ferviente celo del corazón de Jesús,Reparaciones del Corazón de Jesús

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Acciones de gracia del Corazón de Jesús,Confianza segura del Corazón de Jesús,Inflamados ruegos del Corazón de Jesús,Silencio elocuente del Corazón de Jesús,Humildad del Corazón de Jesús,Obediencia del Corazón de Jesús,Paz y mansedumbre del Corazón de Jesús,Bondad inefable del Corazón,Caridad universal del Corazón de Jesús,Profundo recogimiento del Corazón de Jesús,Tierna solicitud del Corazón de Jesús por la conversión de los pecadores,Íntima unión del Corazón de Jesús con su Eterno Padre,Intenciones, deseos y voluntades del Corazón de Jesús.A las invocaciines que siguen se responderá diciendo “Nos unimos a ti”.

Letanía del Corazón agonizante de Jesús

Señor, ten piedad de nosotros.

Jesucristo, ten piedad de nosotros.

Señor, ten piedad de nosotros.

Jesucristo, escúchanos.

Jesucristo óyenos.

Dios Padre celestial, ten piedad de nosotros.

Dios Hijo, Redentor del mundo, ten piedad de nosotros.

Dios Espíritu Santo, ten piedad de nosotros.

Santísima Trinidad, que eres un solo Dios, ten piedad de nosotros,

Corazón agonizante de Jesús, ten misericordia de los moribundos.

Corazón agonizante de Jesús que, desde el primer instante de tu formación en el casto seno de

maría has sufrido por nuestra salvación, ten misericordia de nosotros.

Corazón agonizante de Jesús, que durante toda tu vida has sufrido tantas penas interiores,

especialmente durante tu pasión, ten misericordia de nosotros. (En adelante se repite ten

misericordia de nosotros).

Corazón de Jesús, que llevaste contigo a tus más caros discípulos para ser testigos de tu

dolorosa agonía en el huerto de los Olivos.

Corazón agonizante de Jesús que dijiste a sus apóstoles: triste está mi alma hasta la muerte.

Corazón agonizante de Jesús, que fuiste sobrecogido de una mortal tristeza al prever la

inutilidad de tus sufrimientos para un gran número de almas.

Corazón agonizante de Jesús que has sido saciado de amargura por causa de nuestros

pecados.

Corazón agonizante de Jesús que pediste tres veces a tu padre celestial alejase de ti el cáliz de

tu pasión.

Corazón agonizante de Jesús, que has repetido tres veces esta oración: Padre mío, que se

haga tu voluntad y no la mía.

Corazón agonizante de Jesús, que has hecho esta queja amorosa a tus apóstolos: ¡Cómo! ¿no

has podido velar un ahora conmigo?

Corazón agonizante de Jesús, cubierto por la violencia del dolor y por el exceso de tu amor, con

un sudor de sangre abundante, que empapó la tierra donde estaba prosternado.

Corazón agonizante de Jesús, abierto para los pobres pecadores.

Corazón agonizante de Jesús, abismo de misericordias.

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Corazón agonizante de Jesús, que nunca te cansas de nuestros ruegos.

Corazón agonizante de Jesús, en el que esperamos contra toda esperanza.

Corazón agonizante de Jesús, nuestro asilo contra tu propia cólera.

tribunal de misericordia, al que podemos apelar en los decretos de tu justicia.

Corazón agonizante de Jesús, donde la justicia y la misericordia se han abrazado.

Corazón agonizante de Jesús, obediente hasta la muerte de cruz.

Corazón agonizante de Jesús, que has pagado por nuestras iniquidades.

Corazón agonizante de Jesús, que has convertido al ladrón crucificado a tu derecha.

Corazón agonizante de Jesús, que nos has prodigado tu dulzura.

Corazón agonizante de Jesús, al que en cambio hemos vuelto hiel y vinagre.

Corazón agonizante de Jesús, que has encomendado tu alma santísima en las manos de tu

Padre.

Corazón agonizante de Jesús, víctima infinitamente agradable a tu Padre.

Corazón agonizante de Jesús, víctima a quien consumió el fuego de amor.

Corazón agonizante de Jesús, sacrificio perpetuo.

Corazón agonizante de Jesús, sacrificio que aplacas la justicia divina.

Corazón agonizante de Jesús, nuestra luz en la sombras de la muerte.

Corazón agonizante de Jesús, nuestra fuerza en el último combate.

Corazón agonizante de Jesús, sacrificio perpetuo.

Corazón agonizante de Jesús, que aplacas la justicia divina.

Corazón agonizante de Jesús, nuestra luz en las sombras de la muerte

Corazón agonizante de Jesús, nuestra fuerza en el último combate.

Corazón agonizante de Jesús, dulce refugio y consuelo de los agonizantes.

Cordero de Dios que quitas los pecados del mundo. Perdónanos Señor.

Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo. Escúchanos Señor.

Cordero de Dios que quitas los pecados del mundo. Ten misericordia de nosotros Señor.

V. Corazón agonizante de Jesús, esperanza de los que mueren en ti.

R. Ten misericordia de los moribundos

Oración

¡Oh amantísimo Señor Jesús! Que has querido nacer, sufrir y morir por salvar a todos los hombres, es

en nombre de todas las pobres almas que sufren en este instante y que sufrirán en el día de los

combates de la agonía, que te suplicamos humildemente les concedas la gracia, por los dolores de tu

Corazón agonizante, del arrepentimiento y del perdón. Dígnate, oh divino Salvador, escuchar esta

almas que has rescatado con tu preciosísima sangre y que te claman por la intervención de sus

hermanos en la fe. Es hacia Ti, Oh Corazón agonizante de Jesús, que vuelven nuestras miradas

moribundas y la esperanza de nuestras almas en este día del último combate en que por la mañana no

esperamos ver la tarde, y en la tarde no esperamos ver la mañana, en que todo es luto y abandono en

torno nuestro; nuestros cuerpos caen en la disolución, nuestras almas están sobrecogidas de espanto,

nuestros ojos ya nublados se fijan en tu imagen crucificada, Oh Jesús, y en la de tu Corazón herido por

los pecadores… Vemos esta herida abierta para ofrecernos un asilo contra los enemigos de nuestra

salvación… En ella buscamos nuestro refugio… ¡Oh Corazón lleno de compasión hacia nosotros!

Sálvanos, ocúltanos a tu propia justicia, y no nos trates según nuestras iniquidades. Sálvanos, Señor,

puesto que tu adorable nombre ha sido invocado sobre nosotros en el bautismo, por la Iglesia, tu santa

esposa; no olvides que María, tu Madre, es también la nuestra; tu corazón y nuestros labios la han

proclamado inmaculada y siempre Virgen. Danos la fe y la contrición que diste al buen ladrón; acepta

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nuestros dolores y nuestras angustias en unión a tu dolorosa agonía; dígnate oh misericordiosísimo

Redentor del mundo, dejar caer sobre nuestras almas una gota de ese sudor divino que destiló de tu

sagrado cuerpo en el huerto de los Olivos, y de la sangre preciosa que salió de tu santísimo corazón

herido con la lanza en la cruz. La fuerza y la dulzura de este celestial licor lavará todas nuestras

iniquidades, será el bálsamo divino que sanará nuestras llagas y nos reconciliará contigo. Oh Jesús; en

fin, Oh Corazón agonizante de nuestro Salvador y de nuestro juez, atiende a nuestro deseos; que

sostenidos por María, nuestra tierna madre, y por san José, nuestro poderos protector, tengamos la

dicha de unirnos a ti por toda la eternidad. Amén.

Prácticas

1º Rezar por los agonizantes tres Padre nuestro en memoria de la pasión del Señor y tres Ave María,

en memoria de los dolores de María.

2º Procura a  los agonizantes la asistencia de un sacerdote, y si no lo consigues, asístelos tú mismo

haciéndoles repetir los dulces nombres de Jesús y María.

3º Inspírales sentimientos de humildad filial confianza.

4º Ponles el escapulario de N. S. del Carmen, pues el que muera revestido con esta divisa no caerá en

el infierno, María lo ha dicho y no puede engañarnos.

5º Inspira al enfermo que se abandone completamente entre los brazos del S.S. José, este padre

protector especial de la buena muerte, que tiene gran poder para conseguir para los que le invoquen la

gracia de expiar dulcemente como él entre los brazos de Jesús y María.

5º Enseña a todos los que no la conozcan, la devoción del Corazón agonizante: introdúcela en las

familias, en las comunidades y entre tus amigos; y no dudes que aquel Sagrado Corazón te bendecirá.

Si por el fervor de tus oraciones llegas a salvar cada día un alma, serán, al cabo de un año trescientas

sesenta y cinco las que habrás salvado… en diez años serán tres mil seiscientas cincuenta. ¡Qué

cosecha! ¡Qué corona para la eternidad!

La devoción a las imágenes al Corazón de Jesús

El que ama se consuela en algún modo de la ausencia de su amigo considerando su retrato al cual

lleva consigo, lo besa con ternura, y lo mira con frecuencia. Otro tanto nos aconseja hacer el devoto

Lausperge con respecto a las imágenes del Corazón de Jesús. Tengan, dice, para conservar su

devoción, alguna imagen de este Corazón adorable; colóquenla en algún lugar donde puedan verla a

menudo, con el fin de que su vista excite en ustedes el fuego del amor divino. Bésenla con la misma

devoción con que besarían al Corazón mismo de Jesucristo; entren en espíritu hasta ese Corazón

divinizado, imprimiendo el suyo en él con una ardorosa fuerza, sepultando en él su alma entera y

esforzándose por atraer hacia ustedes el amor que reina en el Corazón de Jesús, sus gracias, sus

virtudes; en una palabra, todo lo que encierra este Corazón Sagrado, pues es el manantial inagotable

de todos los bienes.

Además, si esta práctica no fuera provechosa, ¿enseñaría la Iglesia el culto de las santas imágenes?

Santa Teresa dice en su vida con esa admirable sencillez que la caracteriza: “No siéndome muy fácil

recordar, a menudo, los objetos, me gustaban en extremo las imágenes”.

¡Ah! Desgraciados de los que pierden por su culpa los socorros que podían sacar de ellas. Tales

personas demuestran bastante que no aman a nuestro seño; porque si lo amasen, se regocijarían al

ver su imagen, así como los hombres se alegran mucho al mirar el retrato de la persona amada. Pero

nada debe excitar tanto en ustedes esta veneración hacia las imágenes del Corazón de Jesús, como el

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placer que él experimenta cuando lo honramos. He aquí lo que dice Santa Margarita María: “un día,

que era el de San Juan Evangelista, después de la sagrada comunión, se me presentó el Corazón de

Jesús como en un trono de fuego cuyas llamas más brillantes que el sol esparcían su luz por todos

lados. La llaga que recibió sobre la cruz se percibió se percibió en el visiblemente; estaba además

coronado  de espinas y ornado de una cruz. MI divino Salvador me hizo conocer que estos

instrumentos de la pasión significaban que el amor inmenso de su Corazón para con los hombres

había sido el principio de todos sus sufrimientos; que desde el primer instante de su encarnación había

tenido presentes todos aquellos tormentos y ultrajes; que desde aquel momento, la cruz fue plantada

en su Corazón, por decirlo así; que desde entonces aceptó todos los dolores y humillaciones que su

santa humanidad había de sufrir durante el curso de su vida mortal, como también todos los agravios a

que había de exponerle su amor por los hombres, permaneciendo con ellos en el Santísimo

Sacramento hasta el fin de los siglos.

“Mi Salvador, añade ella, me ha asegurado que le complacía mucho ver los sentimientos interiores de

su Corazón y de su amor honrados bajo la figura de este Corazón de carne, tal cual me había sido

manifestado, rodeado de llamas, coronado de espinas y colocado debajo de una cruz, y que era su

voluntad que una tal imagen de ese Sagrado Corazón fuese presentada al público, con el fin, añadió mi

amable Redentor, de enternecer el corazón insensible de los hombres; al mismo tiempo, me prometió

que derramaría con profusión los tesoros de gracia, que su Corazón posee en un grado inmenso,

sobre los que le tributasen este honor y que, donde quiera que esta santa imagen fuese colocada para

honrarla especialmente, atraería los favores del cielo”.

Refiérese que los habitantes de Antioquia detuvieron un terremoto escribiendo en las puertas de sus

casas: Jesucristo está con nosotros, detente.

Llevemos sobre nuestro Corazón la imagen del Corazón de Jesús, y entonces, desafiando con valor al

enemigo  de nuestra salvación, en todas nuestras tentaciones podremos decirle: El Corazón de Jesús

está conmigo, detente.

Obsequio: Llevar consigo una imagen o medalla del Corazón de Jesús; tener una en su oratorio,

procurando, en cuanto sea posible, que haya una capillita dedicada especialmente a su culto en la

parroquia del lugar en que uno vive.

Jaculatoria. Vamos con confianza al trono de la gracia, al Corazón de Jesús, a fin de experimentar los

efectos de su misericordia y hallar en él la gracia en la necesidad.

Práctica de la Hora Santa

Estando de rodillas, figúrate alma cristiana estar a la entrada del huerto de los Olivos, de aquel huerto

testigo de los inmensos dolores de un Dios Redentor… Besa la tierra como si verdaderamente fuera la

de ese misterioso jardín. Haz de todo corazón actos de fe, esperanza y caridad, y reza, penetrada de

dolor para tus pecados, reconociéndote indigna de pasar una hora con Jesús agonizante.

Primera postración de Jesús

Primera consideración

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Considera, alma compasiva, a tu dulcísimo Salvador, orando postrado y como anonadado, solitario en

aquel triste jardín, abandonado de sus apóstoles, pues se habían entregado al sueño… Olvidado de

todos… y quizá olvidado de tu mismo corazón… Dirige tus miradas hacia este Dios afligido…

Permanece de rodillas y pídele perdón por tus extravíos, rezando cinco Padre nuestros y agregando

esta aspiración: ¿Por qué, oh buen Jesús oh benigno Salvador, te he abandonado tanto tiempo? ¡Oh

hijos de los hombres, vengan y manifiesten sincero amor a su divino Redentor!

Segunda consideración

En seguida, considera cuán grande debió ser la aflicción del Corazón de Jesús al ver que los ángeles

lo habían dejado, que su Madre Santísima se hallaba lejos de él, y que su Padre Celestial lo miraba

con indignación a casa de tus pecados con los cuales se había cargado voluntariamente… Un silencio

espantoso rodea a Jesús por todas partes, y no ve más que la imagen de la muerte más cruel… ¡Ah!

Compadécete de su dolor, consuélalo, haciendo de todo corazón cinco actos de contrición, en unión de

los santos penitentes,

Tercera consideración

Figúrate que Jesús se levanta a duras penas, y se adelanta hacia sus discípulos… Piensa que te mira

con bondad y repite nueve veces con el fervor de los ángeles: ¡Oh Jesús! Yo te amo; sí te amo de todo

corazón.

Segunda postración

Primera consideración

Jesús, después de haber dejado a sus apóstoles, vuelve a orar por segunda vez. , alma fiel que oyes s

dulce voz que exclama, agobiado del dolor más profundo: triste está mi alma hasta la muerte… y que

volviéndose hacia ti añade: Tus innumerables ingratitudes son las causas de  mis tormentos…

Redoblado de fervor, dile excitándote a un verdadero arrepentimiento de tus pecados, y uniendo tus

oraciones y tus lágrimas a las de san Pedro después de su caída: ten piedad de mí, Oh Dios mío,

según tu gran misericordia, y según la multitud de tu clemencia, borra mi iniquidad.

Segunda consideración

Considera al buen Jesús afligido de más en más, sucumbiendo bajo el peso de su profunda aflicción.

Imagínate que ves su divina cabeza inclinada hacia la tierra… su sagrado rostro, en cuyo semblante se

ve estampada la imagen de su extremo dolor. Este amorosísimo Salvador se halla de más en más

afligido a la vista del endurecimiento de los hombres que no quieren volver hacia él, prefiriendo la

senda de la iniquidad a la de la justicia: lo que aumenta su pena  es tu falta de energía en vencer tus

pasiones.

Tercera consideración

Figúrate estar de rodillas cerca de Jesús agonizante, y dile tres veces: ¡Yo soy, Oh Salvador mío,

aquella ingrata oveja que buscaste, llamaste y que, por tanto tiempo, ha permanecido sorda a tu voz!

Heme aquí, ¡Oh amable Pastor mío! No llores más por tu rebelde hijo. ¿Deseas mi alma? Aquí la

tienes, cubierta de miserias y herida por sus propios pecados. Pero Tú, Oh Médico caritativo, has

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dicho: vengan a mí los que están cargados y yo los aliviaré. Animado de esta confianza, cedo gustoso

a tus amorosas solicitaciones y nuevamente te ofrezco mi alma: haz que sea tuya para siempre.

Vengan pecadores, vengan ovejas descarriadas; vengan todos los que como yo se han alejado del

Buen Pastor; consolémosle con nuestra sincera conversión y apresurémonos a tomar parte en sus

dolores.

Cuarta consideración

Mira, sobrecogida de admiración, a tu Dios en el colmo de la aflicción, y cómo entra en agonía: apenas

respira y parece sucumbir de dolor previendo que sus sufrimientos serán inútiles a un sinnúmero de

hombres ingratos, que se perderán a pesar de todo lo que hace por ellos… Tú mismo también lo

ofenderás… dile pues de todo corazón: Dios mío, prefiero morir mil veces antes que ofenderte. Añade

cinco actos de caridad y al decir, amo a mi prójimo como a mí mismo, haz intención de prometer a

Jesús, que trabajarás en ganar almas a su servicio

Quinta consideración

En seguida, dirige tus miradas con amorosa confianza hacia Jesús…óyele poseído del dolor más

profundo, pero resignado: Padre mío, si es posible, has que este cáliz se aleje de mí; sin embargo que

no se haga mi voluntad, sino la tuya. Únete a este divino Maestro, y repite con él las mismas palabras.

Jesús se levanta y va a sus apóstoles; más hallándolos dormidos, vuelve penetrado de tristeza al lugar

de su oración.

Tercera postración

Primera consideración

Contempla, alma cristiana, a tu amante Salvador nuevamente postrado, pálido y desfigurado, cubierto

de un sudor de sangre, y casi a punto de dar el último aliento… Su alma angustiada ve de antemano

con el más profundo abatiiento los sufrimientos que se le preparan.

Repasa, en compañía de Jesús los dolorosos pasos de su pasión. En primer lugar, el beso del traidor

Judas… ¡Ah! Llora amargamente por haber sido pérfida tu también, hacia Jesús por tus comuniones

tibias, tal vez sacrílegas, Erré como oveja como oveja que se perdió, ¡Oh mi Dios, mi Salvador y el más

paciente de todos los padres! Perdóname y no me castigues según el rigor de tu justicia.

Segunda consideración

Mira a Jesús cuya agonía se prolonga… piensa con él en su cruel flagelación: ya su cuerpo no es más

que una llaga y sus pies nadan en su sangre… La columna en que está atado se halla cubierta de

sangre y los pedazos de su carne están esparcidos por el suelo… ¡Ah! Es para expiar tus inmodestias,

tus vanidades, tu gula y pereza que el inocente Jesús sufre tantos tormentos… Permanece al lado de

Jesús y di siete veces, uniéndote a María, Madre de dolores la siguiente aspiración: ¡Oh amabilísimo

Jesús! ¿por qué no me es permitido recibir yo mismo los golpes que despedazan tan cruelmente en tu

carne virginal? Misericordiosísimo Salvador, por mí has recibido tantas heridas! ¿Por qué te he amado

tan poco? Divino redentor mío, sí, prometo amarte con todo mi corazón: desde ahora quiero vivir, sufrir

y morir por ti”.

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Mira aun al dolorosísimo Jesús, une tus pensamientos a los suyos… Figúrate que lleva la cruz a

cuestas… ¡Oh que cruz tan pesada! Nuestros pecados aumentan de tal modo su peso que cae tres

veces bajo esa terrible carga… repite tres veces: ¡Oh cruz santa! Esperanza mía, no agobies al

inocente Jesús; yo soy la culpable; yo soy la que debe sufrir y morir.

Tercera consideración

Considera, alma compasiva, a tu divino Salvador, que llegando al calvario, es despojado de sus

vestidos, le traspasan sus manos y pies, levantan la cruz… Míralo con amor y escucha sus últimas

palabras…Abraza la cruz y di cinco veces con el buen ladrón (por ti y tus parientes): Dulcísimo Jesús,

concédenos la gracias de una sincera conversión y la perseverancia final. En seguida, dí tres veces

uniéndote con las santas mujeres: Oh Jesús! Soberano Maestro y amorosísimo Padre, mi corazón

siente un vivo pesar al recordar los crueles dolores que has sufrido en la cruz. No, jamás me separaré

de ti: la bondad con que derramas hasta la última gota para expiar mis innumerables pecados, penetra

mi ama de gratitud, a fin de manifestarte mi reconocimiento quiero entregarme a ti para siempre.

Toma el crucifijo y besa con amor y respeto las cincos llagas del Salvador, diciendo a cada una de

ellas: Jesús, amor mío, siempre te amaré.

Cuarta consideración

Considera cómo se sobrecoge de espanto la santa humanidad de Jesús a vista del amargo cáliz que

se le presenta y del que ha de beber hasta las heces… He aquí que vuela el ángel consolador y que,

acercándose respetuosamente a su Señor y Creador, lo levanta. Piensa que te muestra a Jesús,

diciéndole: ¡Ah! ¿Quieres dejar de perecer eternamente esta pobre alma? Y que Jesús, mirándote con

ternura, le responde; “No, por ella moriré gustoso… Aquí guarda un profundo silencio; pues, ¿qué

podrías decir para corresponder a tal exceso de amor? Mas entrega tu corazón a los sentimientos de

gratitud que te inspira la generosidad de tu bondadosos Redentor.

Quinta consideración

Oye ahora los pasos del traidor Judas que, entrando en el jardín, viene a apoderarse de Jesús.. Besa

la tierra como si besaras los helados pies de tu Salvador… Ve como se levanta  y te consuela con la

mirada llena de dulzura, y como deja su oración y va morir para salvarte… síguelo, repitiendo siete

veces: ¡Oh buen Jesús! Pues que vas a morir por mí, yo también quiero morir por ti!

Puesto de rodillas, como si estuvieras en el lugar justo donde el Salvador estuvo en agonía, haz doce

actos de amor uniéndote a la Magdalena penitente. Retírate dando gracias a Dios, reflexionando en la

felicidad que has tenido de pasar una hora en compañía de Jesucristo agonizante, y en los intervalos

del sueño, recuerda el lugar sangriento de su agonía. Al otro día repasa en la memoria las reflexiones

que más conmovido tu alma durante la Hora Sanra y permanece en un piadoso recogimiento.

Oración al acostarse

Ábreme tu corazón, oh Jesús, pues él es el lugar de mi descanso; en él quiero morar toda mi vida y dar

el último suspiro. ¡Ojalá que en él pudiese ofrecerte continuamente el mío! Haz, o amable Salvador,

que mi corazón se una tan estrechamente al tuyo, que yo pueda decir, como la esposa de los

Cantares: “Yo duermo, mas mi corazón vela…” ¡Oh Jesús! Vela sobre mí mientras duermo. Uno el

reposo que voy a tomar al santo descanso que tú tomaste en este mundo; quiero tomarlo con los

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mismos fines que tú, Oh Jesús, y para mayor gloria de tu Eterno Padre, a fin de que permaneciendo

siempre unido a ti, esté siempre ocupado de Dios.

En tus manos, señor encomiendo mi espíritu.

Los siete dolores del Corazón de JesúsPrimer dolor del Corazón de Jesús

Comunión indigna y traición de Judas

Estando ellos cenando, tomó Jesús el pan y lo bendijo, lo partió, y lo dio a sus discípulos,

diciendo: Tomad y comed: este es mi cuerpo (Mat., cap 26)

1er preludio. Entra alma mía, respetuosamente en el cenáculo y contempla a Jesús sentado en la

mesa con sus discípulos, dándoles por comida su mismo cuerpo, aun al traidor Judas.

2do preludio. ¡Oh Jesús! Haz que comprenda la necesidad que hay de probarse a sí mismo para no

recibir indignamente el don eucarístico; y presérvame d ela desdicha de la mala comunión.

Consideración

Jesús sabía que Judas había formado designio de hacerle traición y de ponerlo en manos de sus más

crueles enemigos para darle muerte; sin embargo: sin embargo, este bondadoso Salvador lo admite a

su mesa y al mismo convite en que iba instituir el adorable sacramento de s cuerpo y de su sangre; por

el cual, antes de morir, había de dar a sus apóstoles la última prueba de su ardiente amor.

En efecto, habiendo instituido el sacramento de la Eucaristía, da la Sagrada Comunión a sus

apóstoles, sin exceptuar al alevoso profanador, no queriendo por su excesiva bondad escandalizarlo

con una ruidosa repulsa y a fin de darle tiempo a que se arrepintiese de su horrendo crimen a la vista

de tal miramiento.

¡Cuales serían los sentimientos y el dolor de este adorable Salvador, cuando llevándose a sí mismo, en

sus propias manos, se depositó en la boca sacrílega de aquel traidor! ¡Y qué morada tan triste no hizo

en el corazón de este pérfido, después de haber pasado por su detestable lengua, con la cual, dentro

de un momento, debía tratar su muerte y vender su sangre a un vil precio! Así es, que a pesar de su

extrema caridad, lanza al tránsfuga esta aterradora palabra: ¡Oh hombre desgraciado! Mas ¿quién es

este hombre, sino el que come el Pan de los Ángeles con el corazón aun manchado por sus pasiones,

sin humildad, sin arrepentimiento, sin amor, y en cierto modo volviendo luego a entregar a las

profanaciones del mundo a Dios, que acaba de recibir: “no sabiendo discernir el cuerpo del Señor,

come y bebe su propio juicio”.

Coloquio. ¿Quién no temblará, Señor, a vista del traidor Judas? ¡Un discípulo, un apóstol, el confidente

de tus secretos, te recibe indignamente! ¡Dios mío, yo no soy digno de que entres en mi pobre morada,

pero te diré con las hermanas de Lázaro: el que amas esta enfermo. Heme aquí, ¡oh médico divino!

Cubierto de las heridas que me han hecho mis pecados! Y yo vengo a Ti para que me sanes; Tú lo

puedes y creo que esta es tu voluntad.

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Propósito: Acercarse siempre al banquete eucarístico con el corazón purificado por la gracias de la

absolución; prepararse cuidadosamente a la comunión y examinar a menudo los frutos que sacan de

ella.

Ramillete espiritual. Que el hombre se pruebe a sí mismo.

Oración

Acuérdate, ¡Oh dulcísimo y amado Jesús ¡ que nunca se oyó decir a cuantos han recurrido a tu

benignísimo corazón, pedido sus auxilios e implorado su misericordia, que hayan sido desamparados.

Animado con esta misma confianza, ¡Oh Rey de los corazones! Corro y vengo a ti y, gimiendo bajo el

peso de mis pecados, me postro ante T; oh divino Corazón, no desoigas mis oraciones; ante bien,

dígnate acceder a ellas. Muéstranos oh amorosisimo Jesús, que tu adorable Corazón es el corazón del

Padre más tierno, y que aquel que se dignó enviarte para obrar nuestra Salvación, acepte por Ti

nuestras plegarias. Amén.

La traición de Judas

Acercándose Judas a Jesús, le dijo: Dios te guarde, Maestro, y le beso. Díjole Jesús: amigo ¿a

qué has venido?

1er preludio. Figúrate, alma mía que ves el jardín de los Olivos donde reina un silencio profundo. Es

cerca de la media noche cuando llegaron los enemigos de Jesús. Judas se acerca a él y lo abraza.

2do preludio. Haz, ¡oh Salvador mío! Que comprenda cuán culpable es el alma que te traiciona,

abusando de tus gracias, y los formidables castigos que le están reservados.

Consideración

Judas, discípulo de Jesús,  revestido de la dignidad soberana del apostolado, admitido a su mesa, y

teniendo toda su confianza, se deja dominar por una vil pasión y se hace el guía de los enemigos de su

Salvador. Vende a su divino Maestro y comete la más negra traición, sirviéndose del ósculo de paz

para entregarlo en manos de los príncipes de los sacerdotes. Este mansísimo cordero lo recibe, no

obstante que conocía la horrenda intención de aquel pérfido, y lo trata con el dulce nombre de amigo.

¿Amigo, a que has venido? ¡Que herida tan penetrante no sería esta en su amante Corazón! ¡Oh Dios

mío, si has manifestado tanta bondad  a un enemigo, a un servidor infiel; si has hecho tan grandes

cosas para desviarle de su pecado, ¿qué no deben esperar de ti los que, después de haber tenido la

desgracia de ofenderte, te buscan de todo corazón?. Judas, después de haber consumado su crimen,

lleno de desesperación se da la  muerte. Este pérfido apóstol había cerrado sus oídos a las amistosas

palabras por las cuales Jesús había querido ablandar su duro corazón, y, creyendo superado

irremisible, consuma su eterna reprobación. He aquí lo que obra la tentación en las personas que,

después de haber sido colmadas de gracias, vuelven a las infidelidades: acostumbradas a las

bondades del Señor, de las cuales han abusado, nada les conmueve, ni el lenguaje de la fe, ni las

piadosas exhortaciones, ni los caritativos avisos. La voz de Dios bondadoso que las llama y que desea

perdonarlas no es oída; de modo que estas almas infieles se persuaden de que su salvación es

imposible. ¡Cuan peligrosos son estos pensamientos de desesperación! Temamos y evitemos la

ocasión de caer en el pecado; pero, si olvidando la justicia de Dios, tuviésemos la desgracia de

cometer alguna falta, recurramos a su infinita misericordia.

Page 70: DEVOCIÓN AL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS

Coloquio, ¡Oh Salvador mío! No pernitas jamás que yo renueve, abusando de  tus gracias, la traición

que detesto en el pérfido discípulo: antes haz que recordando los beneficios con que me has colmado,

o sea siempre constante y fiel; más si yo por fragilidad, alguna vez tuviese la desdicha de ofenderte,

haz que me arroje, lleno de confianza, en los brazos de tu excesiva caridad para recibir de Ti el perdón.

Propósito. A menudo recordaré la bondad de Jesús, al recibir el ósculo del traidor Judas; me

compadeceré del acerbo dolor que sintió entonces el amante Corazón del que experimenta aun parte

de los que le traicionan de nuevo en el sacramento de la Eucaristía.

Ramillete espirtual: ¿Amigo mío a qué has venido?

Padre Nuestro y Ave María

Segundo dolor del Corazón de Jesús

Previsión

Comenzó a atemorizarse y a angustiarse, diciendo: Triste está mi alma hasta la muerte… Padre

mío, si es posible, pase de mí este cáliz… Mas no se haga mi voluntad sino la tuya… (Mateo,

cap. 26).

1er preludio. Figúrate aun, alma mía, que estás en el jardín de los Olivos, y cerca de ti a Jesús, triste,

agonizante y un ángel que le conforta.

2do preludio. ¡Oh Salvador mío! Haz que, tomando parte en el profundo dolor en que fuiste sumergido,

obtenga el favor especial de ser asociados a los tres discípulos testigos de tu agonía.

Considera, alma mía, que si las afrentas y suplicios que nuestro divino redentor iba a padecer

atormentaban y afligían su amante Corazón, no eran estas las penas que más sentía, pues siempre

había deseado apasionadamente el dar la vida por los hombres, y muchas veces lo había significado

diciendo: Con un bautismo de sangre yo he de ser bautizado. ¡Oh! ¡Y cómo traigo en prensa el

Corazón mientras que no lo veo cumplido! Mas lo que causó en su alma una tristeza mortal fue la

ingratitud y desprecio con que los hombres mirarían este beneficio, el poco fruto que sacarían de su

pasión y muerte, y que siendo esta bastante para salvar infinitos mundos, con todo, pocos serían los

que se aprovecharían de ella. Esta idea es la que lo aflige y lo acongoja y le hace entrar en agonía;

este es el amargo cáliz de que pedía ser librado, y no de la muerte ni de los acerbos tormentos. Es

posible, diría entre sí el afligido Señor, ¡Oh hombres este es el pago que me han de dar! ¿Es así como

corresponderán al amor con que por ustedes muero? ¡Ah! Si yo supiera que al ver lo mucho que

padezco, dejarían de ofenderme y empezarían a mamarme, entonces sí que me ofrecería gustoso, no

a una sino a mil muertes: mas que después de tantas penas sufridas por ustedes con tanto amor, me

correspondan con nuevos pecados, y que la sangre que voy a derramar por salvarlos sirva, por el

abuso que de ella harán, para su mayor condenación, este es un tormento que a mi corazón se hace

insufrible.

Agobiado el divino Redentor con esta terrible representación, se postró con el rostro por tierra, con

aquel rostro que es gloria de los ángeles, y rogaba a Dios, con tanto mayor fervor, cuanto era mayor su

congoja y aflicción. Tanto llego a ésta a oprimirlo, que comenzó a sudar sangre por todos los poros de

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su cuerpo con tal abundancia, que bañó con ella la tierra.¡Oh amor!, ¡O tormento!, ¡Oh Sangre de mi

divino Redentor!

Coloquio. ¡Qué es esto, adorable Jesús! Yo no veo en este huerto ni los azotes, ni espinas, ni clavos

que te hieran. ¿Cómo pues te veo todo ensangrentado? ¡Ah! Sí lo sé, Salvador mío, mis pecados han

sido el lagar que exprimió de tu Corazón toda esa sangre y los crueles verdugos que más te

atormentaron. Perdóname, Jesús mío; y ya que de otro modo no puedo consolarte, sino por un

verdadero arrepentimiento, dame por tu afligido Corazón un dolor tan grande por haberte disgustado,

que me haga llorar día y noche por mi ingratitud.

Propósito. Ir varias veces al día, por lo menos de corazón, al pie del tabernáculo a hacer actos de

desagravio para reparar la ingratitud de los hombres y corresponder en cierto modo a las excesivas

finezas del amantísimo Corazón de Jesús.

Ramillete Espiritual. Padre mío, si es posible, aleja  de mí este cáliz, sin que yo lo beba; mas no se

haga mi voluntad, sino la tuya.

Tercer dolor del Corazón de Jesús

Huída de los apóstoles

Meditación

Entonces todos los discípulos abandonándolo, huyeron (Mat. C. 26)

1er Preludio. Figúrate, alma mía, a Jesús que ha quedado solo entre las manos de los soldados,

porque todos sus discípulos huyeron sobrecogidos de temor.

2do Preludio. Señor, presérvame de mi propia debilidad y no permitas que jamás yo traicione tu causa,

ya sea por respeto humano o por amor propio.

Consideraciones

Mira, alma mía, como preso y atado este mansísimo Cordero se deja arrastrar por aquellos lobos. ¿Y

sus discípulos, dónde están? ¿Qué Hacen? Si no pueden liberarlo de las manos de sus enemigos,

¿por qué no lo siguen para atestiguar a lo menos, delante de los jueces su inocencia, y consolarlo con

su compañía? Todos huyeron y lo dejaron solo, después de tantas promesas que le habían hecho de

morir con él. ¡Ah! ¡Cuán sensible debió ser esta fuga al amante corazón de su buen Maestro! Pues no

sólo les había hecho la gracia de admitirlos en su compañía y de que lo siguiesen a todas partes, sino

que después de haberles dado las mayores pruebas de su singular amor, había puesto el colmo a sus

beneficios, instituyendo por ellos algunas horas antes el más augusto de los Sacramentos, después de

haberles hablado con toda efusión de su Corazón como lo haría un buen padre en el momento de dejar

a sus hijos; y sin embargo, ellos le abandonan a la primera apariencia del peligro.

¡Oh adorable Jesús! ¡Cuánto debió sufrir tu Corazón en esta ocasión al verse tan ingratamente

abandonado de sus escogidos! En este punto s ele presentaron, para afligirlo más todas aquellas

almas más favorecidas y privilegiadas por él, que lo habían de abandonar después. Una estas he sido

yo Jesús mío, que después de tantas gracias, luces y favores que he recibido de ti; después de tantas

promesas que en tiempo de tranquilidad te había hecho; llegado el tiempo de la tentación, te he

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abandonado por seguir un apetito, por no privarme de un gusto, por condescender con una pasión

Perdóname, Redentor divino, y recíbeme ahora que, arrepentido, a Ti me vuelvo para no abandonarte

más.

Aquel fino corazón siente vivamente la injusticia hecha a su ternura, pero siempre dulce, paciente y

constante en su caridad inmensa, se entrega a la muerte por aquellos mismos que se mostraban tan

indignos de su amor. Después de su resurrección, se dignará mostrarse a ellos, llamarlos sus

hermanos y colmarlos de nuevos favores “¡Oh caridad inagotable! ¡Oh amor infinito de un Dios!

Coloquio. Cuando veo ¡Oh Jesús mío! Conmoverse las más firmes columnas de la Iglesia a la primera

tentación, ¿cómo me fiaré en mis resoluciones? ¡Cuán grande es la debilidad del hombre y cuán poca

cosa es preciso para hacerlo caer! Yo sobre todo siento toda mi fragilidad; mas cuento con tus fuerzas

a las cuales recurriré, uniéndome íntimamente a tu santísimo Corazón; de este modo tu amor será mi

sostén en las flaquezas y me dará como a los apóstoles, no sólo valor para reparar mis negligencias

pasadas, sino también la gracia de imitar tu ejemplo cuando reciba alguna ingratitud de las personas

queme so deudoras.

Propósito: En la tentación, procurarme unirme fuertemente a Jesús para alcanzar la gracia de serle

constantemente fiel.

Ramillete espiritual. ¡Oh mi buen Maestro, primero morir que abandonarte!

Cuarto dolor del Corazón de Jesús

La negación de Pedro

Y pedro le iba siguiendo de lejos hasta llegar al palacio del Sumo Pontífice. Y Habiendo entrado,

estaba sentado con los sirvientes para ver el fin (Mat. C. 26)

1er preludio. Ve, alma mía, a San Pedro que después de haber seguido a Jesús a lo lejos se asienta

cerca del fuego con los criados del gran sacerdote.

2do preludio. ¡O Jesús, fuerza de los débiles! Haz que, desconfiando siempre de mí mismo, me una

constantemente a ti para que me preserves a la desgracia de ofenderte.

Consideración

La primera causa de la caída de San Pedro fue, sin duda su presunción. Advirtiéndole su divino

Maestro que desconfiase de su extrema debilidad, no teme el peligro, presumiendo demasiado en el

amor sensible que la tenía. ¡Feliz esta grande alma, si desconfiando de ella misma, hubiese buscado

constantemente en Jesús su sostén y su apoyo! Pero, no contando más que con sus propias fuerzas,

bien pronto se intimida al ver a los enemigos de su buen Maestro; sin embargo, como no quiere

abandonarlo, lo sigue; mas desgraciadamente, no lo hace sino a lo lejos: de este modo, a la primera

ocasión habrá una deplorable caída. ¡Ah! ¿Qué somos sin la asistencia divina? Ante la presencia de

una sirvienta que cree reconocerlo como discípulo de Jesús, el temor se apodera de él, y el ligero

soplo de una simple palabra derriba la roca que no ha mucho tiempo se prometía arrostrar las olas del

mar y sus furiosas tempestades…

Page 73: DEVOCIÓN AL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS

¡O debilidad espantosa de la naturaleza humana! ¿No desconfiaré constantemente de ti? Pedro, el

príncipe de los apóstoles, el jefe de la Iglesia, niega a su divino Maestro, asegura con juramento que

no lo conoce. ¡Ah! Cuán hondo y cuán amargamente penetró este ultraje en el Corazón de Jesús.

Pero, ¿yo no he tenido también la desgracia de renovar la dolorosa llaga que recibió del mismo de

quien debía esperar más lealtad? Sin embargo, en lugar de lanzar contra él algún terrible anatema, se

apiada de su debilidad, le dirige una mirada llena de dulzura que penetra su corazón, le convierte

sinceramente y le hace derramar un torrente de lágrimas.

Coloquio. ¡Oh mi buen Maestro! Si como Pedro, ingrato e infiel, he ultrajado mil veces tu generoso

Corazón, también como él he sido movido por la dulzura y el poder de tu gracia, y así quiero lavar mis

ingratitudes con las lágrimas de mi arrepentimiento. Haz que a ejemplo de este célebre penitente, mis

ojos se conviertan en dos fuentes de lágrimas; más, que sean lágrimas de amor y que pueda mezclarla

con la sangre preciosa que has derramado por mí.

Propósito. Rogar a menudo a Jesús, que penetre nuestras almas de la verdadera compunción, y que

las anime del espíritu de penitencia.

Ramillete espiritual. Señor, no me dejes caer en tentación.

Transcrito por José Gálvez Krüger para ACI Prensa

Quinto dolor del Corazón de Jesús

Su doloroso encuentro con su santísima madre

1er Preludio. Figúrate, alma mía, ver la calle de la Amargura donde se agolpa la multitud, y donde

María encuentra a su divino hijo.

2do Preludio: sagrados Corazones de Jesús y de María háganme la gracia de participar en su dolor y

la de ser abrasado en su divino amor.

Consideración

¿Quién podrá expresar el acerbo dolor que experimentó el amante Corazón de Jesús al volverse a ver

con su afligidísima Madre? ¿Qué sentiría aquel clementísimo Señor cuando alzando los ojos s

encontraron con los de su santísima Madre que la miraban? Oye los tristes gemidos de la

desconsolada  Señora, y el grande amor que le tiene revive. Por decirlo así, en aquel momento. Su

corazón queda tan traspasado con el dolor mortal que le ocasiona la vista lastimosa de su tierna

Madre, y su afligida imagen s ele imprime con tal viveza que detiene algo sus pasos y le hace

experimentar las angustias de la muerte. Pero lo que más agrava su tormento interior es saber que lo

que seguirá paso a paso aun hasta el lugar del suplicio. Por eso, este doloroso encuentro, dejos de

calmar el dolor de ambas víctimas, no sirvió sino para aumentarlo. María sufre al ver sufrir a Jesús;

Jesús sufría al ver a María; de este modo, por una recíproca comunicación de dolor y de amor, estos

dos corazones, unidos tan estrechamente, experimentaron de antemano los rigores de la crucifixión.

Oh sufrimientos incomprensibles, de los cuales los corazones más afligidos apenas pueden formarse

una ligera idea. Ah, y ¿seré insensible a tantos padecimientos, cuando es por mi amor que se cumplen

estos dolorosos misterios? ¿No me compadeceré de un Salvador y de una Madre que han hecho tan

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grandes sacrificios por mi salvación? Sí, a ejemplo suyo, quiero seguir los pasos de mi Redentor, es

preciso que me una a sus trabajos y reciba con paciencia y resignación las penas que se dignará

enviarme. Dios no me prohíbe que sienta cuando pesa sobre mí su paternal severidad: lo único que

desea es que mi voluntad esté siempre sometida a la suya y que permanezca constantemente fiel a su

servicio, a pesar de la repugnancia que manifestará nuestra viciada naturaleza.

Coloquio: ¡Oh amantísimo Redentor mío! Si yo debiera caminar sin vos, por el áspero camino del

Calvario, me amedrentaría mi debilidad y poco valor; sin Ti la Cruz es demasiado pesada; es un mal

sin consolación y sin fruto mas, en tu compañía, ¡Oh amor de mi alma! No sólo se vuelve ligera y

amable, sino que también encierra un tesoro infinito. Haz, Oh Dios que me sirva para unirme

íntimamente a ti; entonces, como mi Madre Santísima, te seguiré con fidelidad, y uniéndome a tus

dolores participaré ampliamente de los méritos de tu pasión.

Propósito: sufrir de buena gana todas las penas y aflicciones que sobrevengan en unión de Jesús y

de María.

Ramillete espiritual: ¡Oh Jesús! ¡Por los acerbos dolores de tu herido Corazón, ten piedad de

nosotros!

Sexto dolor del Corazón de Jesús

María al pie de la Cruz

Y la madre de Jesús estaba en pie cerca de cruz (Juan cap 19)

1er Preludio. Figúrate alma mía a Jesús crucificado sobre la montaña del Calvario y a María en pie

cerca de la cruz.

2do preludio. Oh Jesús, rey de los mártires, haz que mi corazón, conmovido por la aflicción del tuyo,

renuncie para siempre al pecado, pues sólo él es la causa de nuestros dolores

Consideración

Mira, alma mía a tu divino Redentor, como, en medio de tantos tormentos, inclina la cabeza hacia la

tierra y pone sus moribundos ojos en su santísima Madre que, llena de amargura y de dolor, estaba al

pie de la cruz. Esta vista traspasó de parte a parte su afligido Corazón y le fue más insoportable que la

misma cruz; siendo aquella Virgen purísima la más amante, la Más fiel, la más agradecida, la más

santa, y por ser la más semejante a Él, era más digna de su amor que todos los ángeles del cielo, que

todos los hombres de la tierra, y, por consecuencia la más amada. Así, es imposible el dar una justa

idea del acerbo dolor que experimentó aquel fino Corazón, viendo que sus padecimientos herían

profundamente el de su Madre santísima, viendo lo que sufría y lo que aun le quedaba por sufrir, para

cumplir los designios de su Eterno Padre. Por eso, olvidando sus propios tormentos, quiso darle algún

consuelo: cuidando de ella y dirigiéndole la palabra, hizo que adoptara por Hijo al discípulo que él

amaba, diciéndole: Ahí tienes a tu hijo; y al discípulo:Ahí tienes a tu Madre, de este modo, nos mandó

a todos en la persona de san Juan, el servirla y honrarla como a nuestra madre. ¡Mira qué mayor

muestra  e amor, pues no sólo nos perdona, sino que, antes de exhalar el último suspiro, nos deja la

rica herencia de su Santísima Madre!

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Oigamos ahora lo que esta Señora reveló a Santa Brígida, de la cruel aflicción que experimentaba el

Corazón de Jesús al verla tan angustiada: “Mi hijo, era de milagrosa complexión, y así batallaba en él

la muerte con la vida. Estando en este combate de infinitas agonías, volvió hacia mí la vista, y

conociendo la grandeza del tormento que padecía mi alma, fue tanta la amargura y tribulación de su

amantísimo Corazón, que rindió a la inefable angustia de la muerte, según la humanidad, clamó a ese

Eterno Padre diciendo: “Padre en tus manos encomiendo mi espíritu”. ¿No eres tú, pecador

abominable el que con tus crímenes te has hecho el verdugo de estos dos corazones tan puros e

inocentes?

Coloquio. Oh Jesús, amor de mi alma, Oh María esperanza y refugio mío, quítenme las dulzuras de la

vida; y ya que pasaron la suya en el dolor, no permitan que yo acabe la mía sin haber gustado la

amargura saludable de la cruz, pues soy su esclavo, Oh Dios mí, y el hijo de tu sierva, a quien Tú

mismo me diste por madre. Quisiera, amorosísimo Jesús, para darte las debidas gracias por este

singular beneficio, tener una la lengua y un corazón de serafín. Bendito seas, Dios de misericordia, que

para usarla conmigo me has dado una protectora y una abogada tan poderosa como María.

Propósito: Fijar constantemente nuestra vista en modelos de perfección; consagrar a su servicio  lo

que nos queda de vida y persuadirnos que para ser agradables a Dios, es preciso imitar a Jesús y

María.

Ramillete espiritual.  Jesús dijo a su Madre. Ahí tienes a tu hijo, y al discípulo: ahí tienes a tu Madre.

Séptimo dolor del Corazón  de Jesús

Abandono y desamparo de su Eterno Padre

Y cerca de la hora nona, exclamó Jesús en alta voz, diciendo Eloí, Eloí, Lamma sabacthani?

Esto es, Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado? (Mat 27).

1er Preludio. Figúrate aun, alma mía, la montaña del Calvario y a Jesús pendiente de cruz.

2do Preludio. ¡Oh mi adorable Salvador! Yo te suplico, por el completo abandono en que quedaste

sobre la cruz, que desprendas mi corazón de todo apego a la criatura, para que, uniéndome

estrechamente al tuyo, Tú solo me bastes.

Consideración

Contempla alma mía, a tu divino Redentor en la mayor  aflicción y abandono en que se había visto

hombre alguno en esta vid, y en aquella extremidad en que más se necesita amparo y consuelo: lo

busca en la tierra y no lo encuentra. Sus discípulos y amigos lo habían abandonado: sólo uno de entre

ellos, algunas santas mujeres y su santísima Madre le acompañaban en su padecer; pero esto no

podía darle ningún consuelo; antes bien, con sus internos dolores aumentaba s aflicción. Mira a otras

partes, y se ve cercado d enemigos que lo burlan, insultan y blasfeman; alza los ojos y clama al cielo, y

el cielo se hace de bronce. En la agonía había venido a confortarlo un mensajero celestial; más aquí

estos espíritus bienaventurados parecen insensibles a los sufrimientos de su rey… El Eterno Padre,

viéndolo cubierto de nuestros pecados, lo desconoce, por decirlo así, y lo abandona al furor de sus

enemigos; este abandono fue para su Corazón santísimo el mayor de sus tormentos. De ningún modo

se había quejado; mas este fue tan vehemente y le oprimió de tal modo el Corazón, que no pudo

menos que clamar en alta voz diciendo: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado? Como si

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dijera ¿Es posible, Señor, que hasta Tú me abandones y conjures contra mí? Que mis discípulos y mis

amigos me abandonen; que los hombres me persigan, eso no me sorprende; porque son frágiles e

ingratos, que no me conocen, ni saben lo que hacen, pero Tú, Señor, que me amas, que sabes que

soy Hijo tuyo, que padezco por tu gloria y por satisfacer tu justicia, y que muero en esta cruz para

obedecerte, ¿por qué me desamparas?

Afligidísimo y abandonado Redentor mío, ¿por qué, siendo Dios, quisiste padecer tan cruel tormento?

Y si este era tu deseo, ¿por qué te quejas tan amargamente? ¡Ah! Bien mío, ya te entiendo, quisiste

enseñarme, con tu ejemplo, que no debo desesperar de tu infinita misericordia cuando me vea privado

de las dulzuras que causa en mi alma tu amabilísima presencia; que debo sufrir con paciencia la

privación de las gracias sensibles y los rigores aparentes de Dios hacia nosotros: pues es para

enseñarnos a renunciar a nosotros mismos, que así lo haces. Señor, seas para siempre bendito

porque quisiste también sufrir este misterioso abandono a fin de reparar nuestra ingratitud; y bendito

sea tu amante Corazón a quien únicamente debo no haber sido eternamente abandonado de mi Dios.

Coloquio. Adorable Salvador, me avergüenzo de mí mismo, al verte soportar con una dulzura

admirable ese completo abandono. Con tal que por tus más crueles dolores, Dios sea glorificado y tus

hijos arrancados al infierno, esto te basta: te olvidas de ti mismo y consientes en ser abandonado del

cielo y de la tierra; y yo, ¡Oh Jesús mío! Dominado por el amor propio, no pienso sino en mí; la más

leve contradicción me abate y me hace prorrumpir en quejas. Mas desde ahora, ¡Oh Dios mío! Tú sólo

me bastarás, y mi única felicidad será hacer tu santísima voluntad.

Propósito. En las penas interiores, en el olvido y abandono de las criaturas, unirnos estrechamente a

Jesús y soportar con él sobre la cruz este abandono de Dios y de los hombres.

Ramillete espiritual. ¡Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?