Despertares de La Memoria

6
Despertares de la memoria Está internado en la capital austriaca, recorriendo los jardines del Palacio Schönbrunn y no puede creer que aquella imagen sea el vivo recuerdo del patio de la casa de su infancia. Las rosas fucsias, las margaritas, las hortensias violetas y esas amarillas, que nunca supo el nombre. Todas están allí, perfectamente cuidadas con el pasto verde brillando debajo de ellas. Aún cuando cree que nunca le interesaron demasiado las flores, se queda maravillado por aquella similitud. Agustín era no sólo su vecino sino también su mejor amigo y en las vacaciones tenían por costumbre pasar todos los días juntos. Cuando tenían doce años, “El llamado de lo salvaje” de Jack London era el libro favorito de ambos. Ese verano, los dos inventaron un juego en el que pretendían ser lobos. Corrían en el jardín de atrás de su casa, persiguiéndose mientras aullaban, representando al animal tan bien como pensaban que era. A veces, hasta imaginaban que las flores del jardín eran pequeños ratones y se peleaban para ver quien era el que más conseguía. Su madre los veía por la ventana y los retaba si arrancaban las flores que tanto ella cuidaba. Ellos le echaban la culpa a las zarigüeyas. “Mamá, los lobos no son vegetarianos” le decía él y su mamá, al contrario de enojarse, se reía por lo bajo.

description

Despertares de La Memoria por Anahi

Transcript of Despertares de La Memoria

Es increble

Despertares de la memoria

Est internado en la capital austriaca, recorriendo los jardines del Palacio Schnbrunn y no puede creer que aquella imagen sea el vivo recuerdo del patio de la casa de su infancia. Las rosas fucsias, las margaritas, las hortensias violetas y esas amarillas, que nunca supo el nombre. Todas estn all, perfectamente cuidadas con el pasto verde brillando debajo de ellas. An cuando cree que nunca le interesaron demasiado las flores, se queda maravillado por aquella similitud.

Agustn era no slo su vecino sino tambin su mejor amigo y en las vacaciones tenan por costumbre pasar todos los das juntos. Cuando tenan doce aos, El llamado de lo salvaje de Jack London era el libro favorito de ambos. Ese verano, los dos inventaron un juego en el que pretendan ser lobos. Corran en el jardn de atrs de su casa, persiguindose mientras aullaban, representando al animal tan bien como pensaban que era. A veces, hasta imaginaban que las flores del jardn eran pequeos ratones y se peleaban para ver quien era el que ms consegua. Su madre los vea por la ventana y los retaba si arrancaban las flores que tanto ella cuidaba. Ellos le echaban la culpa a las zarigeyas. Mam, los lobos no son vegetarianos le deca l y su mam, al contrario de enojarse, se rea por lo bajo.

El da anterior ha llovido por lo que ahora hay una humedad inaguantable. Est nublado y la escasa luz triste que logra filtrarse a travs de las nubes le da a todo una pizca de aire ingls. Pero est en Viena y slo por eso se siente feliz. En un charco que no se ha secado todava, ve a una pareja de benteveos acalorados tomando agua. Decide descansar, as que entra a un caf que justo encuentra en su recorrido. En su mejor alemn, pide un submarino. La joven empleada, muy simptica, le pregunta hace cunto visita la ciudad a lo que l desea decirle que l es austriaco como ella pero que se mud cuando era muy chico a la Argentina, sus padres escapaban de la guerra. Su alemn est un poco oxidado, hace aos que no lo habla. Le contesta la pregunta a la seorita, obviando todo lo dems, y se queda levemente angustiado. No sabe por qu no eligi un cortado. No toma un submarino desde que tena doce aos pero, instintivamente, al entrar le vinieron unas ganas tremendas de uno.

En el patio de su casa estaba lleno de benteveos, esos pjaros de panza amarilla que tienen una lnea blanca en la cara. En algunas ocasiones, jugaban con Agustn a perseguirlos para ver como volaban. Tambin se burlaban de ellos, trataban de imitar su meloda pero cantando Bicho feo. Los pjaros no se daban cuenta y les respondan, ellos dos se moran de la risa. Su mam los llamaba desde la ventana, les deca que la leche estaba lista y ellos corran rpidamente para entrar a merendar.

Est en Karlskirche. Es justo la tardecita, ese momento definido cuando las luces de la ciudad empiezan a brotar como estrellas, el cielo va apagndose y tie las casas de rosado. Le parece a l, sentado en un banco, que en aquel instante el tiempo se detiene y con este se van todas las preocupaciones. Cree que es aqu cuando empieza a disfrutar realmente la ciudad. Al lado se sienta una persona pero no le presta mucha atencin, esta hipnotizado por el ambiente. Observa a los jvenes sentados en la fuente, mojando sus pies y charlando, algunos incluso toman una copa de vino. Le parece una imagen maravillosa, detrs slo queda la Iglesia de San Carlos de Borromeo y aquella dualidad entre lo antiguo y lo nuevo le produce una satisfaccin desmesurada. Curioso, mira disimuladamente al que se sent antes a su costado. Se da cuenta que es un hombre y no slo eso, cree que es Agustn. Ms viejo, con ms arrugas, su pelo ahora blanco pero es l. No tiene tiempo de pensar banalidades como que chico es el mundo. Le gana la prepotencia, se levanta y, an nervioso, se va sin decir nada.

Su padre hablaba mucho de la segunda guerra, especialmente cuando su mam se iba a hacer alguna tarea del hogar y quedaban ellos dos solos. El escenario se repeta todos los aos: su pap tumbado en el silln con un vaso de whisky en la mano y balbuceando algn relato. Agarraba el vaso fuertemente y pareca aferrarse al clich de aquella imagen depresiva. Hablando al aire, iba hilando una historia con una moraleja o lo que l crea que era una. La noche de ao nuevo, al poco tiempo de haber cumplido sus doce aos, sucedi nuevamente esto pero, sin saber muy bien por qu, haba algo en lo que describi en aquella vez que lo aterrorizaba y lo intrigaba en igual medida. Le cont como un montn de personas haban muerto a causa de la ambicin del hombre y como esta llega a un punto en la que explota y el mundo se mancha no con la sangre del arschloch sino con la de los inocentes. Pareca el fin del mundo le haba dicho y cuando los hombres creen que se acaba la tierra son capaces de hacer cualquier cosa. Hay algunos que hacen aberraciones mientras que otros slo se animan a desear cosas imposibles.

Dentro del Palacio de Belvedere, recorre las obras famosas. Al parecer, se encuentra abierto a esa hora gracias a una entrada nocturna que inauguraron slo por esa semana. Admira los trabajos de Egon Schiele y entra en una nueva habitacin. Una obra enorme se encuentra iluminada con varios espectadores. Es El beso de Gustav Klimt, esa pintura mundialmente emblemtica incluso para aquellos que no conocen ni una pizca de arte. Los amantes estn all besndose, l la abraza y ella parece que se retira un poco. El fondo dorado y los pequeos detalles hacen que la pintura cobre vida y se manifieste como dos personas reales en esa habitacin.

Una vez, como tantas otras, con Agustn estaban jugando al juego de London. Pero esa vez fue diferente. A l se le ocurri que podan ser lobos enamorados y Agustn acept, desconociendo un poco las reglas de ese juego. Esa vez estaban en su pieza, no en el patio de su casa. Esa vez, su mam no estaba en la ventana cuidndolos y la puerta de la habitacin estaba cerrada. Se besaron incmodos y exploraron sus cuerpos desnudos en silencio. Algo en su mente le deca que aquello no estaba bien, no era lo correcto. Quizs eran las infinitas enseanzas de su padre alemn, que le llegaban como un eco de advertencia. De repente, Agustn lo empuj de la cama e, irritado, le dijo que tena que volver a casa.

Ha decidido no cenar porque se siente cansado y as puede aprovechar para irse a dormir temprano. Ya en el cuarto del hotel, puede escuchar afuera el zumbido de los autos, las charlas de la gente, un pjaro que canta. Cree que es un benteveo. Una vez que se lava los dientes, se acuesta y comienza a repensar su da. Se acuerda del hombre que vio y en cmo sus ojos eran del mismo color azul que los de Agustn. Se dice que, tal vez, ni siquiera sea l. Quizs el ambiente austraco, patria ms de sus padres que suya, lo haya confundido. Igualmente se arrepiente de no haberle dicho nada y de haberse marchado as. Quin dijese que, a su edad, uno pudiera seguir encontrando razones para volver atrs. Si tan slo consiguiera cambiar algunas cosas El deseo de regresar en el tiempo suena fuerte en su cabeza y no le deja dormir. Sbitamente, se acuerda de aquella noche de ao nuevo hace muchos aos y piensa que debe ser el fin del mundo.