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Desfondamiento del lenguaje Lenguaje sin fondo. El conflicto generacional como trasfondo de la crisis educacional. Braulio Rojas Castro1 Ser joven Ser viejoExiste una velada lucha social entrelos jvenesylos viejos. Divisin que se rige por una serie de codificaciones, de estratificaciones que se resuelven en una suerte de divisin social de los derechos y obligaciones a los que los individuos involucrados estn sujetos. Sersujetojoven, es estar sujeto a inciertas definiciones, ya sea desde una perspectiva biolgica, psquica o social, que intentan delimitar esta compleja forma de ser de lo humano, siendo, tal vez una definicin mnima la que seala que son jvenes aquellos que ya no pueden seguir siendo considerado nios, pero que todava no son adultos. (Lozano, 2003), definicin que remite y somete a la juventud a un estado de transicin, carente de validez por s mismo. algo anlogo, pero inverso, ocurre con la categoraviejo, oadulto. Para Alleberck y Rosenmayr, la edad se constituye en un factor clasificador que tiene un valor referencial demogrfico, pero que determina su representacin:La juventud se encuentra delimitada por dos procesos: uno biolgico y otro social. El biolgico sirve para establecer su diferenciacin con el nio, y el social, su diferenciacin con el adulto (Citado en Dvila, Ghiardo y Medrano, 2005: 35)Si ponemos atencin a este fenmeno, no se sabe bien a que edad comienza la vejez, ni cuando se acaba la juventud[1].La frontera entre juventud y vejez es objeto de luchas en todas las sociedades, y estas luchas han cambiado en el tiempo y en la historia. Los lmites de la juventud son objeto de una manipulacin poltico-social por parte de quienes detentan el poder. Desde la filosofa de Platn, se le han adjudicado ciertas caractersticas alser joveny alser adulto; el adolescente, posee elamorcomo su carcter predominante, lamadurez, posee la gracia dela ambicin.Pero no nos engaemos, la representacin ideolgica de la divisin entre jvenes y viejos les otorga a los ms jvenes cosas que provocan que, en contrapartida, les dejen muchas cosas a los ms viejos. (Bourdieu, 2000, 143). De esta manera, lo que se hace patente es que de lo que se trata, en la divisin lgica entre jvenes y viejos, es depoder, de ladivisin(en el sentido de reparto) de los poderes. (Bourdieu, 143). Una imposicin de lmites, una re-produccin de rdenes, una suerte de estratificacin en el plano de inmanencia de lo social.Hay que estar alerta a los peligros que implican unanaturalizacinde esta divisin, se es viejo, o se es joven, siempre con respecto a algo otro, y los criterios que sustentan esta divisin, pueden ser de ndole econmico-productiva, mano de obra barata; meditica, por la industria de la moda; poltica, por la captacin de voto poltico, etc. El culto alo jovencae en la lgica de lo neo, estrategia que implanta el neo-liberalismo y la lgica hedonista del consumo como un valor a apreciar en el mercado. No en vano ha sido propio de los regmenes totalitarios de todo signo el establecer un culto ala juventud. Andr Glusckmann ha llamado a esto lapedocracia: movilizacin forzada de la juventud lanzada al asalto del viejo mundo liquidando sin respeto a los veteranos, rompiendo jerarquas fundadas en la antigedad a travs de un viraje peridico y violento de la gigantesca mquina administrativa en su totalidad (Gluscksmann, 1985, 57). La edad, en tanto dato biolgico, se transforma en un arma poltica, que anula las diferencias sociales que rasgan la sociedad y que sirve como manipulacin de incautos Y cuanto han aprendido lasdemocracias liberalesy las sociedades de mercados abiertos de los sistemas totalitarios.De esta manera es como nos encontramos, hoy en da, ante una suerte de racismo anti-juvenil, una guerra que el mundo adulto le ha declarado al mundo joven, como un modo de establecer un enemigo social (el joven violento, delincuente, drogadicto problemtico y rebelde), y una perversa manera de mantener estas energas bajo el control de la lgica del mercado neo-liberal (el buen chico, exitoso, obediente, sano, creyente y servil).Pero, cabe preguntarse, cuntas juventudes conviven en nuestro tejido social? Qu pueden tener en comn un joven obrero, con un joven burgus, una jovenmarginalde poblacin con una jovenmarginalde clase alta? Acaso elser jovenanula las diferencias y los conflictos sociales. No olvidemos que el sistema escolar, en tanto es parte de las relaciones sociales imperantes, es un promotor y reproductor de los privilegios que escinden a nuestra sociedad. Dejando esto establecido, podemos intentar delimitar tentativamente de qu manera esta relacin entre los mundos adultos y los mundos jvenes se visibiliza al interior de la institucin escolar.Cmo es representada, imaginada, la institucin escolar desde el mundo joven. Esta es una compleja cuestin, que no tienen una respuesta unvoca, teniendo en consideracin lo dicho hasta aqu con respecto a la diversidad y heterogeneidad del mundo joven. Slo como una opcin metodolgica, y en consideracin a su relevancia, tratar de definir a la institucin escolar desde la percepcin de la realidad de los jvenes urbanos populares, haciendo referencia a como se visibiliza esta desde otras realidades socio-econmicas y culturales.La escuela, desde esta perspectiva, es vista como una institucin en la que se depositan la responsabilidad y la confianza para que las nuevas generaciones adquieran o desarrollen conocimientos y habilidades necesarios para desenvolverse en la sociedad (Sapiains-Zuleta, 2001). A la base de esta percepcin est arraigado fuertemente en el imaginario social instituido, una confianza en el progreso, en el proyecto ilustrado, moderno de educacin, es decir, que mediante ella sera posible salir del llamadocrculo de la pobreza; qu a un mayor nivel educacional, habra una mayor expectativa de mejorar las condiciones de vida, tanto del individuo e individua, de su familia, y en ltimo trmino, de su clase social. Imaginario que subentiende, a su vez, la fe en la emancipacin y aseguramiento de la vida y de sus necesidades bsicas (entindase animales) que esta conlleva, en la autonoma del individuo y en los valores democrticos occidentales. Como vern, tras una simple definicin operativa, subyacen toda una serie de creencias y conocimientos de sentido comn, que densifican cualquier discurso que quiera obviar estos hechos con la simple apelacin al paradigma cuantitativo. Pero no nos desviemos de nuestro propsito.Las escuelas hay que comprenderlas, entonces, como insertadas en un contexto socioeconmico; como sitios polticos involucrados en la construccin, reproduccin y control de discursos, significados y subjetividades; como un lugar lleno de conocimiento de sentido comn y de valores construidos socialmente, basados en supuestos normativos y polticos especficos; y, adems que en ellas la socializacin que se da en ellas lleva la marca de una diferenciacin de enseanza segn clases sociales. Obviamente esta representacin va a cambiar segn se trate de un institucin escolar de la educacin pblica, de colegios subvencionados por el Estado, o de instituciones particulares pagadas, adems de la ubicacin geogrfica y urbanstica en la que se site dicha institucin (es decir, si esta en un sector densamente urbanizado, semirural, rural, suburbios, ciudades dormitorios, etc.).Pero ms ac de las diferencias, la institucin escolar siempre tipifica, reifica, a los jvenes desde categoras determinadas. Para el caso de los jvenes urbano-populares, esta reificacin se hace desde, a lo menos, una triple exclusin: primero que nada, la condicin etaria, es decir, son excluidos por ser jvenes; la condicin econmica social, excluidos por ser pobres; la condicin geopoltica, sentirse excluidos por ser ciudadanos o ciudadanas de un pas tercer-mundista. Dejo fuera otras exclusiones, por considerar que estas son las ms generales, pero no por ser las otras menos importantes, como por ejemplo: la condicin de gnero, ser hombre, ser mujer, ser homosexual o se lesbiana; la condicin tnica, ser Aymar, Mapuche o Rapa-Nui; etc. No est dems decir que todas estas tipificaciones son generadas e irradiadas a la sociedad desde el mundo adulto.2 Hablar ComunicarDe qu se trata en todo esto. Algo se ha trizado y est a punto de fracturarse, y no se trata del clich de labrecha generacional. Algo msgraveacontece. Supongamos que toda expresin de la vida espiritual del hombre puede concebirse como una especie de lenguaje (Benjamin, 199, 59), de que ocurriese algo as como que el lenguaje fuese comunicacin de contenidos espirituales, de que la palabra slo fuese un caso particular de comunicacin. Lo que quedara, en ltima instancia, en evidencia es el hecho duro y radical de que el lenguaje es la posibilidad de la comunicacin de lo comunicable, a la vez que smbolo de lo incomunicable, un conflicto inmanente entre lo pronunciado y pronunciable con lo no pronunciado e impronunciable.La crisis del habla y del lenguaje en nuestra sociedad tiene que ver con la hiper-modernizacin neo-liberal, con sus prcticas de desmantelamiento de las micro-estructuras sociales y la desarticulacin de los micro-poderes ciudadanos. Esto dice tiene relacin con una consecuencia de otro acontecimiento ms radical: la condicinpost-dictatorial.Esta trizadura social acontece en una situacin histrica precisa. La catstrofe poltica de aquello que Patricio Marchant llama lanicagran experienciatico-polticade la historia nacional (Marchant, 2000, 213), catstrofe, que lo es tal, en tanto constituye una brutal aniquilacin de mundo, delmundoque se haba ido gestando, generando, con sus contradicciones, miserias y encantos propios, asumidos, compartidos y enfrentados por todos los que, de alguna manera, constituan una parte de ese mundo, hasta ese momento. Fin de los meta-rrelatos, irrupcin de relatos dbiles, fracasados, cuya eficiencia consiste en ser relatos destinados a fracasar. Cultura de lacrisis, exaltacin ante la catstrofe, celebracin de la derrota por los vencedores, con los vencidos avivndoles la cueca.Prdida de lenguaje, prdida de mundo, prdida de sentido y de coherencia social, fragmentacin de la cultura, aniquilacin de la autonoma del individuo: contemplamos, lejanos, una historia, la de ahora, que, si bien continuamos a soportar, no nos pertenece, pertenece, ella, a los vencedores del 73 y del 89, adems soportamos a los administradores de la catstrofe, .los mismos y los otros (ingenuos, demasiado realistas o cnicos), apoyados, es cierto, todos ellos, por un pueblo, ante todo,agotado (Marchant, 213). Trauma, as es como se ha venido llamando a esta experiencia.El trauma conlleva silencio,silenciamiento, cerradura del habla, bloqueo de la memoria, incomunicabilidad radical, no poder contar con el lenguaje, esto es, con la posibilidad de comunicacin sin sospecha, constituira una clave de las experiencias catastrficas en el siglo veinte. (Villalobos-Ruminott, 2001, 76); imposibilidad del habla, vaciamiento del lenguaje de su sentido gregario, de constitucin de unacomunidadpor medio de la cual reconocerse e interpelarse.3 Educar DisciplinarDe qu van a hablar losviejoscon los jvenes? Ms bien, desde una perspectiva pedaggica, qu le pueden ensear losadultos, los ambiciosos, a losjvenes, los apasionados y enamorados, platnicamente hablando?Ala juventudse le acusa de ser la fuente potencial de los males sociales. De descreer de los valores tradicionales, de ser irresponsables en sus actos, de un hedonismo desenfrenado, de una violencia irracional. Reguillo ha sealado el momento de emergencia delo juvenilen la cultura occidental:La juventud como hoy la conocemos es propiamente una invencin de la posguerra, en el sentido del seguimiento de un nuevo orden internacional que conformaba una geografa poltica en la que los vencedores accedan a inditos estndares de vida e imponan sus estilos y valores. La sociedad reivindic la existencia de los nios y los jvenes como sujetos de derecho y, especialmente en el caso de los jvenes, como sujetos de consumo. (Citado por Dvila, Ghiardo y Medrano, op. cit.: 32)En este contexto al mundo juvenil se lo tipifica en dos polos. Se hace calzar a los juvenil con la cultura del xito y delself made man: la figura del joven deportista, bello y sexualizado, de pensamientolighty de convicciones dbiles. Como se le ha enseado a no creer en nada de lo acontecido, le est permitido desearlo todo, pero siempre que se mantenga dentro de las segmentaciones establecidas y formalizadas; como no tienen criterio para decidir, no se les puede dejar ejercer su autonoma como individuos, se les somete a una infantilizacin de sus capacidades (al igual que a los viejos) violentando su derecho a decisin. Por otra parte, el discurso deljoven peligroso, el que es una amenaza para la sociedad, el delincuente en potencia, el infractor de la normatividad. Aquel que se resiste a entrar en el juego maquinal del libre-mercado, el que no cree en los valores institucionalizados Aquel, que por su condicin, se le niega la posibilidad de, siquiera, desear algo distinto a lo que la estructura econmico-cultural le entrega como oferta. Otra figuracin del enemigo interno.Recordemos, no est dems hacerlo, que el disciplinamiento, objetivo oculto y oscuro de todo sistema y poltica educacional, deseo inconfesado, no es slo una pura negatividad represora. Hay intrnseco al poder una potencialidad productiva, en tanto produccin de deseo. Una relacin entre la produccin del deseo, la produccin de la verdad y la coercin del individuo. La educacin, en tanto relacin social, es decir, como relacin de fuerzas, participa de las prcticas que ponen en movimiento estas relaciones, en ella se desarrollan las ms finas e intrincadas asociaciones y alianzas entre los saberespsi, las tcnicas disciplinarias y las estrategias pedaggicas. Es en la familia (espacio cada vez ms psicologizado y pedagogizado), y luego, en la escuela en donde comienza la supuestacomunicacindel mundo adulto con el mundo joven, comunicacin que empieza siendo desfasada, dispar, violenta y vaca.Pues, repito la pregunta, qu le pueden ensear los adultos a los jvenes.Si educar, signific en algn momento, simplificando y yendo a lo que considero medular, entregar contenidos, ya sea tcnicos, cientficos, sociales, cultunrales y morales, ahora estaramos en unagravesituacin los que estamos encargados de educar.Qu contenidos culturales vamos a entregar, si la llamadaculturase ha depreciado en la avalanchamass meditica, si ya no hay una tradicin a la que se pueda apelar como vertebradora de una nocin denacionalidad, ms an, la tradicin ha sido segmentada, cooptada y manipulada. De qu valores ticos y morales se les puede hablar, si la indeterminacin y la conveniencia guan los actos de las figuras patticamente visibles del sistema, si la mentira, la elisin y la hipocresa son la tnica de las discursividades en circulacin. Que cultura cvica y social se les va a inculcar, si lo que se ve es una sociabilidad mal construida, remendada a retazos, suerte depatchworkque se sostienen apenas. Si lo que precisamente se ha desmantelado sistemticamente es lasociedad civil, si lo que ha quedado en cuestin es el valor de ejercer ciudadana. De queverdadle podramos hablar, si es de lo que menos se ha hablado, si desde hace ya ms treinta aos, la verdad es lo que se ha ocultado, lo que se ha distorsionado, aquello que se ha transformado en tema tab, conversacin problemtica, discurso polticamente vetado.Y si la situacin fuese otra, si la funcin de la educacin es potenciar capacidades y competencias, esto se torna an msgrave. De que potencialidades se trata, sino de aquellas que sean afines a la estructura poltico-social dominante, aquellas potencialidades afirmativas del sistema. Una mantencin de cierto analfabetismo de segundo grado, tendiente a reproducir los privilegios y las escisiones socio-culturales derivadas y heredadas.El desfondamiento denuestrolenguaje tiene que ver con esa ntima ruptura que an sacude a nuestro tejido social, tiene que ver, con el desfondamiento de la memoria, con las polticas de la verdad, y, por supuesto, de la mentira y del encubrimiento en el que estamos sumidos. Sabido es, en los crculos dirigentes y sus idelogos, que la victoria neoliberal no se acompaa ni con mayor libertad ni con mayor educacin y cultura, ni con una mayor y ms equitativa distribucin de la riqueza.Los residuos autoritarios se enquistan en los rincones ms nfimos y ms ntimos del tejido social. Las totalidades negativas que paralizan los meta-rrelatos en occidente tienen su respectiva manifestacin, en el Chile actual, con el acontecimiento dela dictadura. Y su manifestacin ms notoria se hace patente en la incapacidad de compartir laexperienciade est ruptura, ante el ocultamiento constante y sistemtico, ante la institucionalizacin de un discurso del olvido y de la impunidad; todos los valores por los cuales alguna vez se lucho, se desataron pasiones, se intent un mnimo de verosimilitud, tanto en lo poltico como en lo cultural, se encuentran desfondados, y sus contenidos se hallan regados a lo largo y ancho de nuestra topografa fsica y mental. Residuos que se sostienen, en su precariedad, y que son constantemente velados por los lenguajes institucionalizados y degradados por la avalancha informtica de los medios productores deopinin pblica. Lo que, en ltima instancia, est en juego es laautonomadel individuo, la posibilidad de construir relaciones sociales ms sanas y equitativas. Si bien es cierto que los discursos generadores de sentido que tradicionalmente establecieron las posiciones de poder y dirigieron las pugnas al interior de nuestra sociedad estn fuera, o al margen de la escena que se describe, nada, ni lgicamente, ni fcticamente impide que se generen otros. Pero la resistencia a lo nuevo de parte de lo viejo, entendiendo por lo viejo, tanto las posiciones ms fundamentalista arraigadas en la tradicin y la dominacin que se ha visto desplazada por la nueva tecnocracia liberal y susaires de cambio, como los discursosneo, que apelan a ideas nuevas y renovadas para sostener viejas posiciones, sin detenerse a reflexionar y a pensar en el peso, lagravedadde aquellas discursividades, a pesar de esto, es posible generar una democratizacin de las relaciones sociales dentro de la educacin. Principalmente mediante el abandono de las prcticas autoritarias, tanto las heredadas por la dictadura, como las generadas en la transicin post-dictatorial. La gravedad del asunto amerita preocupacin , pero a la vezlo gravese hallagrvidode posibilidad, por el slo hecho de oponerse a lo real. Apostar por lo posible, quizs la nica reserva que le queda a la comunicabilidad en la enseanza. Lo que implica, necesariamente un radical cambio en el modo de entender y afrontar el tema de laeducacin. Pero ya no podemos ser ingenuos. Hemos sido testigos de demasiadas volteretas y malabarismo en el circo democrtico del Chile actual.Cuidado con los consecuentes, reza un viejo proverbio latino, esto ha sido utilizado por los poderes dominantes como arma de extorsin y de cooptacin, pero tambin puede ser el principio de formas de relacin menos dogmticas y totalitarias.Pero como dijera Enrique Lihn, mejor cayo, profetizar me da nauseas.4 Post-ludio Sin embargo algo paso. El mochilazo del 2001, momento en el que entremedio del caos y los disturbios, un periodista le pregunta a un joven que huye de la polica por qu hacen esto, este le responde gritandopa que respeten los culiaos pa que respeten. El 2006, ao en que los estudiantes se vuelven a movilizar, ya de una forma ms organizada, y organizada bajo las mismas narices de la sociedad adultocntrica, y que pone en jaque al gobierno de Bachlet, saca a un ministro de escena y logra que se discuta los que nunca estuvo en tabla: la Ley Orgnica Constitucional de Educacin LOCE. Sabemos que a los pinginos se losbypasearony que la discusin se decidi entre cuatro paredes apelando a la vieja estrategia de la mesa de dilogo y de unidad nacional, estrategia que hiede a fascismo. Hasta el ao recin pasado, en que el movimiento estudiantil nuevamente sale a las calles, movilizando fuerzas y energas sociales que se daban por acabadas. Algo paso en el mundo juvenil.Hoy asistimos a una apertura que involucra a toda la sociedad y que nos obliga a una toma de posicin en pos de la transformacin social.

[1]La definiciones de que se hacen en los pases iberoamericanos para establecer polticas pblicas enfocadas al segmento juvenil presentan diferencias: 7 y 18 aos en El Salvador; entre los 12 y 26 en Colombia; entre los 12 y 35 en Costa Rica; entre los 12 y 29 en Mxico; entre los 14 y los 30 en Argentina; entre los 15 y 25 en Guatemala y Portugal, entre los 15 y 29 en Chile, Cuba, Espaa, Panam y Paraguay; entre los 18 y los 30 en Nicaragua; y en Honduras la poblacin joven corresponde a los menores de 25 aos. En Brasil se utilizara el tramo entre los 15 y 24 aos de edad (Dvila, Ghiardo y Medrano, 2005: 33)