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DESDE EL ÁRBOL GORDO Nº 6 - DICIEMBRE 2010

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SUMARIO

La imagen de portada es de la antigua fachada de la puerta principal de la Iglesia Parroquial de Villarrubia de los Ojos.

DESDE EL ÁRBOL GORDO - REVISTA CULTURAL

Pág. 01 - Portada “Iglesia Parroquial de Villarrubia” Pág. 03 - Sumario.

CREACIÓN LITERARIA

Pág. 04 - “Sombra vencida”. Pág. 05 - “As time goes by”. Pág. 08 - “El invento”. Pág. 10 - “Los Palacios”. Pág. 13 - “Microrrelato”.

ENSAYO

Pág. 14 - “Sobre arte contemporáneo”. Pág. 16 - “Análisis fílmico de una novela”.

CINE

Pág. 25 - “Malos de película”. Pág. 28 - “Krzysztof Kieslowski: Azul y la sinfonía inacabada”.

HISTORIAS Y COSTUMBRES

Pág. 30 - “Guateque”. Pág. 32 - “Crónica de un viaje pactado”.

HUMOR

Pág. 34 - Caricatura.

ARQUEOLOGÍA

Pág. 35 - “Villarrubia y sus alrededores en las épocas prerromana y romana”.

HISTORIA

Pág. 48 - “Orígenes de la Biblioteca Municipal de Villarrubia de los Ojos”. Pág. 53 - “Agobios económicos del Concejo de Villarrubia en el pasado”. Pág. 56 - “Un polémico señor de Villarrubia”.

FOTOGRAFÍA

Pág. 62 - “Vista de la Plaza de la Constitución”.

Aquellas personas que deseen hacernos llegar algún tipo de colaboración o cualquier sugerencia deben remitirlo a: Bogart Cineclub, Plaza de la Constitución, 20 - Villarrubia de los Ojos CP 13670 (Ciudad Real) [email protected]

COORDINACIÓN Y MONTAJE

Luís Modesto Urda Buitrago Jesús Fernández Vallejo

Juan Carlos Zamora Muñoz

ESCRIBEN

Antonio Gutiérrez González Ángel González Puga

Paula Martín-Moreno Romero Andrés Carretero Sosa María García Campos

Leandro Gutiérrez Soto Jesús Fernández Vallejo

Daniel Martín-Moreno Romero J. Vicente Caminero Torija Francisco J. Serrano López M. Colmenero Fernández

Javier Díaz-Moreno David García Urda

C. Sepúlveda Rodríguez Víctor Manuel Luna Muñoz Luis Rafael Villegas Díaz

Juan Carlos Zamora Muñoz

EDITABogart Cineclub

IMPRIMEGráficas Villarrubia

COLABORANAyuntamiento de Villarrubia Cooperativa “El Progreso”

ISSN 1889-0318 Dep. Legal CR-460-2008

“Desde el Árbol Gordo” no se hace responsable de las opiniones emitidas libremente por sus colaboradores.

Nº 6 diciembre de 2010 Villarrubia de los Ojos

(Ciudad Real)

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CREACIÓN LITERARIA - POESÍA

SOMBRA VENCIDA Homenaje a Miguel Hernández

Antonio Gutiérrez González de Mendoza

Sombra vencida, rayo que no cesa

alma de ruiseñor, perito en lunas,

nanas de soledad con las que acunas,

ese ciego dolor que te atraviesa.

Viento del pueblo, hiel de pena espesa,

umbrío caminar, luz sin fortunas,

puño y fusil mecidos en las cunas,

donde duerme, engañada, la promesa.

Dónde lates, Miguel, tras qué victoria,

no cerraron tus ojos, cielo oscuro,

que anunciaban caminos de otra gloria.

Quién fusila tu voz con un conjuro

empapado de ausencia y desmemoria,

para cargar tus versos de futuro.

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CREACIÓN LITERARIA

AS TIME GOES BY

Ángel González Puga

Estaban de espaldas, pero podían verse perfectamente gracias a los dos grandes espejos art decó que colgaban frente a sus respectivas mesas. Es ella... Es él… ¿Lo serían? El espacio que los separaba se encogió de repente como un acordeón para que sus miradas, la de él y la de ella, se enlodaran a hurtadillas en el fango abisal de la memoria y convocaran en silencio los viejos fantasmas del pasado. El carillón de un reloj invisible dejó caer entonces la hoja afilada de una antigua melodía sobre las sombras agridulces de la noche pasmada: As time goes by. Sus miradas brillaron de repente entre la neblina del café como dos luciérnagas sorprendidas, desconcertadas, para apartarse al poco y evitar la ineludible delación no deseada en ese instante. Él, Rick, ahogó sus ojos en el fondo del vaso de whisky invocando dudosos recuerdos que se evaporaban como los cubitos de hielo cada vez que levantaba la cabeza para comprobar cómo ella, Ilse, parecía ignorarlo mientras asentía a la inimaginable perorata de un añoso acompañante disfrazado de Trotsky. Con todos los cafés que hay en París, ella ha tenido que escoger este, se dijo Rick. Yo sabía que él, de estar aquí, vendría a rumiar sus recuerdos en nuestra vieja mesa al anochecer, como cada viernes de aquel año irrepetible,murmuró para sus adentros Ilse.La música de Duke Ellington envolvía la atmósfera del viejo café, decorado al estilo de un boulevard de principios de siglo. Olía ligeramente a marihuana, si no con la intensidad de entonces, sí con la suficiente presencia como para endulzar aquel amplio antro que se poblaba por minutos a la llamada del jazz que un piano enfrentado a una escuálida y acanalada columna central de escayola prometía. Siempre tuve el presentimiento de que me lo volvería a encontrar. Y sigue como me lo imaginaba: regodeándose en su papel de duro de una película que ambos rodamos hace décadas, huérfano de sí mismo, perdido … No tiene mal aspecto a pesar del alcohol y de su inseparable cigarrillo. ¿Qué habrá sido de su vida en estos años? Sigue siendo tan bella como entonces…Y han pasado casi cuatro décadas…Se dice pronto… ¿Cómo puede continuar bebiendo a su edad? ¿Habrá sido capaz de casarse con esa bolita de algodón disfrazada de intelectual? ¿Qué habrá

sido de su inseparable amigo checo? Chi lo sá! Siempre fue una mujer impredecible… Rick había regresado a Europa lamiéndose la misma herida que cuando dejó Cape Town huyendo del agridulce recuerdo de su padre, Rick senior: la herida del remordimiento. Ella seguro que no tenía esos problemas; ya entonces, a pesar de su juventud, era una mujer práctica, dura, una mujer que parecía saber exactamente en cada momento lo que quería y lo que no. La orfandad temprana aquilata el carácter, pensó Rick. Y por un instante deseó que a él le hubiera ocurrido lo mismo entonces, cuando compartían el viejo apartamento en el Boulevard St-Michel. Rick odiaba las tabernas portuarias que su progenitor regentaba, tabernas que se habían ido convirtiendo en el sancta sanctórum de los afrikáners en los ochenta y que ahora eran pasto de turistas europeos y una buena fuente de ingresos para él. ¿Qué se le habría perdido en el fin del mundo a su maldito padre para ir a morir tan lejos? Ilse había sido más afortunada a pesar de la desgracia familiar; ella había nacido en Roma, aunque tuviera siempre un pie en París, había viajado por toda Europa, tenía amigos relativamente cercanos... ¡París…! Sí, fue en la Sorbonne donde coincidieron a finales de los sesenta (más exactamente en Deux-Magots, en aquella tertulia a la que fueron invitados por el amigo español de Ilse, el guionista de La guerre est finie). Ambos estudiaban Derecho entonces. Los padres de Ilse habían muerto hacía poco en un accidente. A Rick lo habían mandado a Europa para que no acabara atrapado en el viciado aire del apartheid (¿quién entendía a su padre?). Rick recordaba ahora con nostalgia a su madre, una hermosa yanqui más enamorada de los animales que de su marido. Tal vez por eso Rick, su padre, adquirió aquella inmensa reserva próxima a Johanesburgo: ella estaba ocupada todo el día en el cuidado de los animales y la organización de los safaris mientras él atendía sus negocios hosteleros en Cape Town. Dos horas de avión no era demasiado, pero sí lo suficiente como para evitar lo que de otra manera hubiera resultado inevitable. Fueron tiempos de vino y rosas para Ilse y Rick los pocos pero intensos meses que vivieron en el bulevar Saint Michel. Pero ella siempre fue una desconocida para mí, ahora me doy cuenta.

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Nunca se permitió ninguna confidencia que fuera más allá de su persona, de sus ideas, de sus gustos. Nunca me habló de su vida en Roma, de sus padres, de sus hermanos, de sus amigos…Rick era un ingenuo, un hombre transparente como la mirada de sus verdes ojos, un idealista sin más idea ni causa que sus propios sueños. Tal vez por eso me enamoré de él. Pero entonces yo necesitaba a alguien más maduro, más hecho, alguien con quien poder caminar segura, alguien como Federico (mi viejo amigo español, el escritor, el que aseguraba que yo sufría el complejo de Edipo con él y simulaba rechazarme cortés y divertido cada vez que trataba de seducirlo…). Ilse se levantó y se encaminó hacia los servicios. Era el momento. Rick salió tras ella inmediatamente sin pensar en lo que sucedería. No se atrevió a entrar en los lavabos de señoras, pero la esperó en el pasillo, apoyado en la pared, fumando, frente a la puerta. No sabía lo que le diría cuando saliera, únicamente esperaba enfrentarse a sus grandes ojos negros y miopes, el resto-como entonces- vendría solo: les bastaba mirarse para comprender lo que cada uno pensaba y deseaba… ¿O ya no sería así? Ilse no se sorprendió lo más mínimo al abrir la puerta y encontrar frente a ella a Rick con el cigarrillo en la mano y la mirada escrutadora y expectante de antaño, tal vez despojada de la inocencia antigua que tanto la atrajo y la alejó de él. Ya no era el de entonces, evidentemente, había engordado más de lo debido, pero seguía manteniendo el porte de aquel hombre bello e interesante que la había cautivado. Bueno, en realidad fueron sus anchas espaldas y sus ojos verdes de soñador lo que primero le había atraído. Tempus fugit. Sin dirigirle la palabra, con una mirada fulminante que lo dejó clavado contra la pared, Ilse le entregó una tarjeta y siguió camino hacia su mesa. Rick, sorprendido, corrió al lavabo de caballeros para leer la misteriosa tarjeta. Cuando Rick volvió a ocupar su asiento miró al espejo que tenía enfrente: Ilse y el trotskista habían desaparecido. Pidió otro whisky y depositó sobre la mesa la tarjeta: Lenox Saint Germain, 9, rue de l´Université. Ilse continuaba siendo una romántica, en el fondo. Le citaba en un hotel de la Rive Gauche, en el París de sus años jóvenes. “Te espero mañana en el Lenox Club, a las 5 p.m.”. Ella sabía que no faltaría. Ella sabía que él perdería el culo por verla. Ella sabía que Rick la había tenido en sus pensamientos todos aquellos años, que no la había olvidado nunca…Y él sabía que ella lo amaba también a su manera… Cuando Rick entró en el Lenox Club, ella no había llegado todavía. Así que pidió un té y se

entretuvo observando la decoración (otra vez art decó) y los cuadros de jazzmen famosos que adornaban las paredes. Tengo el alma negra, le había dicho ella en alguna ocasión. Y él no supo interpretar en un primer momento lo que pretendía decirle. ¿Qué sabría ella de los negros y de su alma? Él sí lo llegó a saber, por culpa de su padre. Él sí había comprobado (primero en Pretoria, después en Ciudad del Cabo) lo que era tener un alma blanca y un alma negra. Su padre tenía también un alma negra, a pesar de las apariencias. Pero él nunca comprendió a su padre (tal vez tampoco a ella). Él tenía un alma blanca de blanco, un alma que veía el dolor, que palpaba la injusticia, que se rebelaba hacia fuera contra la iniquidad...Pero ellos (Ilse, su padre) administraban su rebeldía desde el silencio interior, desde la claridad de unas ideas impenetrables que eran más fuertes que cualquier grito, que cualquier pancarta, que cualquier sentimiento de solidaridad evanescente. Sí, tal vez eso les había separado también: el color del alma.

-Hola. Él no supo qué decir; se levantó para estamparle un beso…en las mejillas. Ella sonrió y se sentó frente a él. Se miraron en silencio. Ella sonreía risueña. Él no paraba de dar vueltas al llavero que había depositado sobre la mesa de mármol mientras permanecía embobado prendido de aquellos ojos oscuros, oscuros como aquel absurdo amor que había tenido encerrado en la bodega del tiempo tantos años.

-Tranquilízate y pídeme algo, anda. Él lo hizo y siguió mirándola, o mirándose en ella, sin saber qué decir, perdiéndose en el misterio de aquella mirada para él inexplicablemente única, paralizado por los vaivenes de la memoria, torpe.

-Sigues fumando mucho, ¿no?- trató de romper ella el hielo, invocando un recuerdo que lo hiciera sentir confiado. -Sí, ya ves…Sigo siendo un abúlico, lo contrario que tú. -No empecemos. Ha transcurrido mucho tiempo. Paso de la dialéctica de entonces. -Siempre has pasado de todo, principalmente de mí. -¿Intentas sondearme? Ya no tenemos edad para ese tipo de juegos, Rick. Podemos hablar a las claras. De cualquier forma, por si te sirve de algo, te diré que te equivocas. ¿Recuerdas aquel último poema de Salinas que te envié? En él te lo decía todo.

¡Cómo no lo había de recordar! Tan cierto como que había quemado toda su correspondencia en un día de arrebato (intentando olvidarla para siempre) era que recordaba hasta el más mínimo detalle de su relación con Ilse, incluido aquel y otros poemas que de cuando en vez ella le

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enviaba por aquella época y que él leía y releía con avidez. En los momentos de melancolía, tan frecuentes, Rick se refugiaba siempre en el whisky y en la evocación de aquella historia desgraciada, en el recuerdo de aquella maldita mujer, y también en sus cartas...

-Claro que lo recuerdo…Y me quiere por detrás de la risa, terminaba. Pero yo deseaba entonces quererte también con la careta de la risa, por delante de la risa, y tú no me dejaste. -¿Subimos a mi habitación?-invitó Ilse secamente.-Claro- aceptó él, desconcertado.

En el ascensor Rick se acercó a ella, la miró largamente a los ojos, pero no se atrevió a tocarla. Le seguía desconcertando aquella mujer impredecible. Ilse, sin embargo, lo abrazó tiernamente y lo besó justo en el momento en que el ascensor se detenía.

-¿Ves cómo aún me sigues gustando?- dijo ella.

Salieron hacia la habitación. Rick se sentía dominado, conducido por ella, como antaño; y esa sensación le disgustaba. Tampoco acababa de creerse lo que ella le había dicho, como de costumbre. Su inseguridad frente al aplomo de Ilse le producía un desasosiego insoportable. Y más insoportable, amén de inesperado, fue encontrarse sentado tranquilamente junto a la ventana (leyendo, cómo no) al trotskista. Ilse los presentó. Inmediatamente, Lazslo- el presunto compañero de Ilse- salió de la habitación pretextando tener algo que hacer en la calle.

-¿Vives con él? -Hemos hecho este viaje juntos, eso es todo.

Ilse le condujo al dormitorio con la mirada y Rick no supo resistirse. Sin más preámbulos, tras entornar levemente las jambas de la ventana, ella se fue despojando con toda naturalidad de su ropa. Rick comenzó a hacer lo mismo, aunque no era eso exactamente lo que él esperaba. ¿No es esto lo que andas buscando? Pues ya lo tienes, parecía decirle Ilse desde su irónica sonrisa. La fuerza y la avidez de Ilse en la cama descolocaron de nuevo a Rick. Andaba desnortado. Parecía como si ella no hubiera hecho el amor desde hacía demasiado tiempo, tal era el empuje que mostraba. Rick consiguió contener brevemente los impulsos de la mujer

soñada para recrearse en la visión de aquel cuerpo aún sólido, rotundo, hermoso, como siempre lo había imaginado. Ella se dejó hacer unos instantes para permitir que Rick tomara aliento mientras la acariciaba tiernamente, mientras le besaba con delicadeza la aureola de sus pechos, mientras deslizaba su mano por aquellas piernas interminables e increíbles por lo añoradas, mientras olisqueaba con disimulo su sexo humedecido bajo un pubis parcialmente rasurado, mientras se entretenía en contar y en besar los diminutos lunares que hermoseaban su espalda, por la que él deslizaba suavemente la lengua como antaño tratando de despertar innecesariamente sus dormidos instintos…Hasta que Ilse volvió a la lucha cuerpo a cuerpo, al beso apasionado, al abrazo fuerte, a la entrega sin freno….buscando inútilmente la dureza de un sexo batido en retirada…

-Necesito una ducha para relajarme-dijo él de repente. -Yo te espero…no sufras.

Ilse encendió un cigarrillo para entretener la espera. Rick retornó fresco, dispuesto nuevamente a la batalla. Pero ni su empeño ni toda la sabiduría amatoria de Ilse consiguieron que culminara el torneo como ambos pretendían.

-Esto demuestra que aún me quieres- susurró Ilse al oído de un ensimismado Rick refugiado en la autoconmiseración del macho que cree no haber estado a la altura de lo que presumiblemente se esperaba de él. -Nunca podrás hacerte idea de cuánto…

Y a partir de ese momento se enfrascaron en la rememoración de sus días felices, en la exitosa carrera de ella como actriz y en el fracaso de él como letrado (aunque como empresario no le había ido peor que a su padre). ¿Y el futuro?

-Tienes que irte-dijo ella mirando a su reloj. Rick comprendió. Ya en la puerta, Ilse le deslizó nuevamente una tarjeta en su bolsillo mientras le daba un beso de despedida. En el ascensor, Rick leyó la nueva tarjeta. Eran los números de teléfono de Ilse en Francia e Italia y una frase sarcástica que le amargó la tarde más que la visión de Lazslo esperando el ascensor que él abandonaba:

Siempre te quedará París Ilse.

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CREACIÓN LITERARIA

EL INVENTO

Paula Martín-Moreno Romero

Ésta es la historia de mi amigo. Probablemente habéis oído hablar de él, ya que salió en la tele y en los periódicos hace unos años. Aún así, en un alarde inútil de preservar su intimidad no mencionaré su verdadero nombre. Mi amigo, llamémosle Newton, en honor al científico e inventor, trató de ser precisamente esas dos cosas, y luchó por ello durante toda su vida. No se puede decir que Newton fuera una persona corriente, con la que uno se topa todos los días. Más bien se trataba de alguien demasiado fuera de lo normal, tanto que a veces me asustaba, aunque nunca antes he llegado a confesarlo tan abiertamente. Como habréis notado, hablo de Newton en pasado, como se habla de quien ya no está entre nosotros. Durante un tiempo debo admitir que me costó referirme a él en este tiempo, pero ahora voy logrando dominar mis sentimientos respecto a este tema y he conseguido hablar de él con naturalidad, también he sido capaz de escribir sobre él, aunque sólo sea como terapia. Quién diría que a un escritor encumbrado como yo le costaría alguna vez escribir sobre algún tema, pues, ya veis, a veces hay asuntos que guardamos celosamente en algún lugar interior, asuntos que atañen a personas tan queridas para nosotros que el mero hecho de nombrarlas puede producirnos fragilidad mental. Ahora ya estoy mejor, por eso hago esto: una especie de exorcismo literario. Pero, sin más dilaciones volvamos a la historia. Newton era especial, y lo más importante, se creía especial, ya que siempre pensó que podría descubrir algo de vital relevancia para la humanidad, algo que sirviera para hacernos mejores personas, decía él. La gente lo tildaba de soñador y le daba la espalda. A pesar de todo no cesó en su empeño, y a lo largo de su época universitaria inventó varios artefactos que patentó, pero de los que no se sentía especialmente orgulloso, pues no eran muy útiles, y mucho menos podrían salvar vidas, que era lo que él pretendía, en último término. Cuando finalizó sus estudios, se recluyó en su laboratorio, y rehusó ver a alguien durante cinco años. ¡Cinco años! encerrado entre cuatro paredes sin más compañía que sus libros, sus ordenadores y sus “maquinitas”. Su único contacto con el mundo exterior era a través de su madre que le proveía de comida y le suministraba los materiales que él iba

necesitando para sus experimentos. Ni siquiera tenía un momento para verme a mí, su único amigo durante tanto tiempo. Cuando nos conocimos ambos contábamos siete años. Yo llegué a su pueblo desde León y no conocía a nadie en el colegio. Me fijé en un niño menudo y con el pelo particularmente erizado que se sentaba delante de mí y que a primera vista me pareció gracioso. En el recreo ese niño no se relacionaba con nadie, al igual que yo. Un día a la salida de la escuela, unos chicos mayores intentaron pegarme, pero aquel niño extraño apareció con una barra de hierro en la mano y los amenazó. Todavía hoy dudo que hubiera podido blandirla el suficiente tiempo para causarles algún daño, pero los matones escolares se esfumaron asustados, con una expresión en sus ojos que me hizo pensar que tal vez yo me hubiera equivocado en mi apreciación. -Me había fijado en que andabas siempre solo- Me dijo. -Parece que ellos también. Hace tiempo que no me molestan, no creo que vuelvan a molestarte a ti. Saben que no tengo nada que perder en un duelo a vida o muerte-. Sus palabras me parecieron de una madurez estremecedora o de una locura preocupante, pero preferí pensar lo primero. A partir de ahí nos hicimos inseparables. A mí, que soy una persona bastante inclinada a la fantasía heroica, me gustaba pensar que me había salvado la vida, y que debido a eso, yo estaba en deuda con él, y le prometí eterna amistad en una especie de ceremonia infantil en la que sacrificamos a una rana, ¡pobre animal!, sus fluidos corporales en nuestro apretón de manos sirvieron para sellar la alianza. De repente, un día salió de su despacho como emerge el ave fénix de sus cenizas, renovado y con más vitalidad que nunca, anunciando a los cuatro vientos que había creado un dispositivo capaz de medir y compartir las emociones de las personas. Él defendía la importancia de su invención diciendo que así todo sería más transparente, podríamos saber verdaderamente en qué grado estamos afligidos, o felices, o enfadados…. Para ello construyó un nanorrobot que se implanta debajo de la piel y estableció un sistema de medidas para cada una de las emociones reconocidas: amor, dolor, angustia, miedo, odio, etc. Lo llamó “empatímetro”, pues además hacía posible que una persona compartiera lo que estaba sintiendo con otra.

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El barrio se llenó de periodistas y gente que quería saber en qué consistía esta maravilla de la técnica. Él explicó que todavía se encontraba en una fase experimental, y no se había probado aún con humanos, así que no podía hablar de resultados enteramente fiables. Por culpa de la presión de los medios y de distintas compañías que decían necesitar urgentemente de los servicios de “este chisme” por el bien de sus empleados, Newton pasó a la fase de prueba en humanos antes de concluir con la animal. Era seguro, dijo. Y por supuesto, se ofreció él mismo para implantarse el nanorrobot en su brazo. Así tomaré notas, me dijo, conoceré los datos de primera mano. Traté de disuadirle, pero en vano, hacía tiempo que había dejado de escucharme, al igual que a su madre y las pocas personas que todavía se preocupaban por él. Durante un año los resultados fueron inmejorables, espectaculares. Gracias a la ayuda de Newton una madre podía saber cuánto amaba su nuera a su hijo; un doctor sabía qué grado de dolor estaba padeciendo cada paciente. Ya no se trataba de meras percepciones, eran cifras exactas, era ciencia, no había lugar para el error. Yo leía sobre ello en las revistas de ciencia, a las que me suscribí para seguir detalladamente la evolución del invento de Newton, pues él ya hacía tiempo que rehusaba hablar conmigo. Todo parecía ir sobre ruedas para él, aparentemente. Pero en el fondo no era así, en este primer año, aunque en sus palabras fue el mejor de su vida, llegó a envejecer lo equivalente a diez. Su organismo se deterioró a pasos agigantados. Y es que todavía no he explicado cómo trabaja el “empatímetro”. Como he indicado antes, este nanorrobot se introduce debajo de la piel del sujeto y es este sujeto en sí el que experimenta las emociones de los demás, de manera que es capaz de elaborar una escala real para cada emoción. El nanorrobot capta en el campo electromagnético de la persona con la emoción a medir lo relativo a esta emoción y lo traslada al sistema nervioso de la persona que lo porta, pudiendo ésta experimentar lo mismo que la otra y así establecer la medida exacta. Lo más

fascinante de todo esto es que el portador del chisme es capaz de empatizar LITERALMENTE con la persona que experimenta el sentimiento, es decir comparte su carga, aligerando la de éste último. Imaginaos la repercusión humana del invento: compartir el dolor, la alegría, el amor… de otro. Recientemente, he comprendido las razones del acelerado empeoramiento físico y anímico de mi amigo, las mismas que probablemente propiciaron su muerte. Su madre vino a hablar conmigo hace unas semanas y me lo contó todo. Es importante indicar que Newton sólo había construido un empatímetro con éxito, y era él quien lo llevaba implantado en su propio organismo, y como las personas llamaban continuamente a su puerta día y noche no tenía tiempo para terminar la fase de experimentación y crear copias de su invento. La gente acudía a pedirle que les ayudara, le decían que sin él estaban perdidas. Y Newton, que pensaba que se debía a su causa, siempre estaba dispuesto a experimentar y compartir distintas emociones sin descanso: pasando del dolor de la parturienta al éxtasis del que gana la lotería. Continuamente, gente de aquí y de allí le acosaba con sus demandas, y a él no parecía importarle. Pero ya no dormía, no comía apenas, se desplazaba allá donde le reclamaban sin importarle su estado físico, sus propias emociones, las de los suyos… Todo esto es por el bien de la humanidad, decía. Su madre también me explicó el porqué de su distanciamiento hacia mí. –Estaba convencido de que si hablaba contigo le obligarías a parar, dirías que por su bien, y a ti tendría que creerte, por eso no aceptaba tus visitas ni tus llamadas, aunque sufría por el daño que podía estar haciéndote. -Una vida bien puede valer la de miles-, repetía una y otra vez. Nunca supe a quién se refería con una vida, si a la suya, a la tuya o a la mía propia- Me confesó la madre. Al cabo de un tiempo, como algunos temíamos, Newton se quitó la vida, a su lado había una nota que decía: “No puedo aguantarlo más”. Desgraciadamente para la humanidad, o tal vez no, quemó los bocetos del invento.

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CREACIÓN LITERARIA

LOS PALACIOS (Primer relato del volumen del autor “Leyendas”)

Andrés Carretero Sosa

Hablan las viejas lenguas y leyendas, los viejos escritos ya perdidos y algunas veces el viento frío de las noches invernales sobre la era de los grandes palacios. Una época poco conocida de la que no hay más reseñas en el tiempo que los recuerdos de los más viejos, recuerdos de segunda mano obtenidos a partir de otros aún más viejos, los cuales no recordaban si eran suyos propios o se los habían transmitido sus abuelos. El romance de la fuente fría afirmaba la existencia de uno de estos palacios en los huertos de palacio, en mitad del bosque de los huertos de palacio, pero se desconocía si perteneció a esta era, si fue el último de los grandes palacios, o si era mera coincidencia. Solo se conocía aquello que contaban. No grandes; enormes e inmensos en la lejanía, hiperbólicos en la cercanía. Circundaban el pueblo protegiéndolo, función que se especula era la original aunque en la época de máximo esplendor los castillos surgían por doquier sin tino, sin sentido, ni orden ni método; aquel que era fuerte plantaba su palacio allí donde podía. Mientras se pudo solo se respetó una cosa, salvo una inicial excepción, no se permitía construir en el núcleo urbano. Pero como toda la cosa cambió cuando ya apenas había espacio alrededor y el poco que quedaba era de desorbitado precio. Entonces alguien construyó desafiando a las leyes y las autoridades desbordadas y sin rumbo no supieron parar un sistema de pequeñas concesiones en el cual ese era el último paso restante. Si echaban el nuevo castillo interior al suelo debían de igual forma derruir aquellos cercanos al río, los que superaban en diez metros la altura máxima, aquellos cuyas almenas se decoraban con telas exportadas, y así un largo etcétera. Se abrió la veda y el desorden y el caos finalmente triunfaron. El pueblo nació al refugio del río, buenas aguas de orígenes lejanos e inciertos, y al amor de la fuente. El río proveía al pueblo de innumerables ventajas; algo de huerta, algo de pesca, y algo de monocultivo de regadío, pero de vez en cuando sufría de los vaivenes de los ciclos climáticos y o bien se secaba o se anegaba totalmente provocando grandes encharcamientos de aguas que se estancaban

ocasionando la llegada de alguna que otra enfermedad.

De la fuente todo eran ventajas. Situada justo en mitad del pueblo, de ella surgía un agua tan buena y en tanta abundancia que nadie bebía otra que no fuera de esta. Nacía en la Sierra, en alguno de los muchos incógnitos lugares del bosque de los huertos de Palacio, y se repartía a través de los intestinos del subsuelo en esta y otras muchas fuentes. Pero se decía que esta, que sus aguas, atravesaban un lecho de piedra levemente ferruginosa el cual matizaba su sabor e incrementaba sus propiedades. Por esto era un deber patrio protegerla. Por esto y porque nunca, no como el río, se había secado. Después del fin de la época oscura, cuando el río se secó durante años, cuando no llovía y el pueblo subsistía únicamente con el agua de la fuente, cuando se llegó a un punto en el cual era imposible compartir este agua con el resto de pueblos vecinos y se abatió sobre la zona la última guerra; la guerra del agua donde murió tanta gente. Después del desastre, se llegó a la conclusión de que había que protegerla para así protegerse, porque de no haber sido por el abrupto fin de aquella sequía todos habrían muerto sino de sed pasados por las armas. Cuando las aguas volvieron a su cauce, nunca mejor dicho, volvió la abundancia y con ella la paz y el perdón que no el olvido. Las

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autoridades y el pueblo de forma unánime, como nunca antes se había visto, decidieron salvaguardar y honrar aquello que había supuesto su salvación. Se volcaron, antes de comenzar a reconstruir nada, con la protección de la fuente. Designaron un grupo con representación de todos los estamentos sociales del pueblo al cual se le encomendó la tarea de diseñar la estrategia de salvaguarda. Tras intensas reuniones llegaron a una serie de medidas. Se creó un cuerpo de protección de la fuente y de sus aguas el cual tenía estructura jerarquizada y que recibió el nombre de Santa Hermandad de las aguas. Se promulgaron leyes que regían esta Hermandad y sus funciones así como el consumo, con el ánimo de restringirlo. Solo aquellos con demostrado enraizamiento en la localidad podrían disfrutar sus beneficios. Construyeron a su alrededor un monumento con la mejor de las piedras de las canteras cercanas y crearon un monolito ensalzando la virtudes de sus aguas las cuales fueron las que salvaron al pueblo de la destrucción. En este mismo monolito apareció por primera vez su nuevo nombre, la Fuente de la Sanación. La última de las grandes medidas fueron los castillos. Cuatro castillos, cuatro fortalezas, en los cuatro puntos cardinales, a idéntica distancia de la fuente de la Sanación, velarían por la protección de la fuente, del pueblo frente a posibles amenazas e invasiones. La primera gran reforma de los palacios ocurrió transcurridas unas generaciones, casi olvidados los terribles días y ya en época de bonanza. Los palacios estaban allí, inmensamente altos y mal conservados, sin función aparente pues desde su construcción no habían sido utilizados apenas para su original destino. La hermandad de las aguas decidió en junta extraordinaria remozar su aspecto y dotarlos de alguna utilidad y para ello adoptaron la polémica idea de vender los palacios y sus derechos, de los que se construyeran en un futuro, y así de paso sanear sus arcas. La venta se hizo en pública subasta, los dueños obtuvieron absoluta propiedad sobre el palacio y sus terrenos. La única obligación vitalicia con respecto a la hermandad era que una de las torres, la más alta, fuera de uso obligatorio para vigilancia. Allí habría siempre un miembro de la hermandad oteando el horizonte en busca de posibles peligros. Frente a la primera opinión popular sobre el seguro y rotundo fracaso de la venta de los palacios, mucho dinero era necesario para restaurar esas moles de piedra inútiles, el saldo fue bastante positivo. Las cuatro mayores fortunas del pueblo pujaron en dura liza por las cuatro construcciones y al final y para envidia y sorpresa del resto del pueblo las obtuvieron. El siguiente palacio lo construyó la

propia hermandad con parte del dinero obtenido en la subasta y con ánimo de resaltar su importancia creando así la excepción que cumple toda regla, lo levantaron justo en la mitad del pueblo, al lado de la fuente. Este puede decirse que fue el punto de inflexión, el inicio de la locura. Con la venta de los palacios la hermandad adquirió notoria presencia en la élite del pueblo y sus miembros pudieron desde entonces mirar de igual a igual a las hasta entonces autoridades. El alcalde y algunos de sus acólitos, los descendientes de los antiguos dueños del pueblo, la nobleza que conquistó aquellos terrenos en épocas perdidas en la oscuridad de la historia, algunos mercaderes y algún que otro terrateniente y el cura, habían sido la única ley hasta entonces. Ellos copaban las altas instancias gubernamentales en un círculo cerrado y difícilmente permeable y decidían cuasi caciquilmente los designios y destinos del pueblo. Entrar dentro de este selecto grupo había sido cosa imposible. La única brecha se abrió cuando el pueblo estuvo a punto de desaparecer en las guerras del agua. La desesperación frente a la segura muerte aunó los ánimos y la decisión popular y tras finalizar estos terribles acontecimientos la resaca del espíritu que unió al pueblo bajo una única voluntad, permitió resquebrajar levemente el cascarón tácito que envolvía y separaba a unos de otros; a los que dirigían y mandaban frente a los que no. Por allí se coló la hermandad de las aguas dando acceso con ellos a todos sus miembros. El poder de la hermandad se mantenía mediante la fe de sus miembros y la del resto del pueblo, pero sobre todo con dinero. El de la venta de los palacios se agotaba y las donaciones no eran muchas, así pues la consolidación de este poder vino de una idea genial; la venta del agua de la fuente de la Sanación. Este evento marcó el inicio de la prosperidad de la era de los palacios y determinó de la misma forma su fin. El privilegio inicial de acceso a las aguas únicamente si se demostraba suficiente enraizamiento en el pueblo se tuvo que cambiar porque de otra forma no habría sido posible su venta. El agua continuó siendo gratuita para el pueblo y de esta forma se pudo vender agua a los foráneos. Fue otro rotundo éxito. La hermandad ya tenía un palacio, el único situado en el centro del pueblo, pero con los grandes ingresos de la venta de las aguas de la Fuente de la Sanación obtuvo una riqueza inusitada y comenzó nuevas obras de cuatro nuevos palacios al lado de los que originariamente poseyó. Estos nuevos eran más grandes, más altos, más ostentosos y llenos de habitaciones. Había ya pues nueve palacios.

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El onceavo surgió de la nada. Nadie supo dar explicación a su origen pues para hacerlo era requisito imprescindible ser rico y su dueño, aparentemente, no lo era. Era una altura superior a los demás y para su construcción en lugar del clásico adobe se utilizó ladrillo revestido de mármol. Sus torres señalaban al cielo empenachadas con blasones de ricas telas dibujando simbólicos escudos de armas que indicaban un señorío y nobleza alumbrado al amor del dinero que nadie osaba discutir y todos alababan, aunque en secreto criticaban y envidiaban. Su dueño empezó a ser mirado con un respeto surgido del miedo y el misterio y él comenzó a tratar a todo aquel que sucumbía a su recién estrenada riqueza con el desdén del que antes de señor ha sido siervo. El doceavo y treceavo fueron igualmente inmensos y espontáneos así como inexplicables. Otros dos nuevos señores de dos nuevos palacios circundaban y limitaban el pueblo. Tras la construcción de los dos siguientes el secreto no se pudo mantener. Después de comenzar la venta del agua solamente a los foráneos, el gobierno del pueblo comenzó a observar temerosamente el crecimiento sin fin del poder de la Hermandad del Agua. De haber seguido así su influencia y poder acabarían minando definitivamente sus funciones y pasarían a ser meras figuras decorativas. Decidieron pues sacar tajada y para ello aprobaron una ley gravando el consumo local del agua. Con la excusa de infraestructuras diversas para acondicionar el flujo y tránsito adecuado y saludable del agua en los límites del pueblo, competencia de las autoridades y no de la Hermandad, se creó un nuevo impuesto individual sobre el consumo del agua. Inicialmente era muy bajo pero era un hecho conocido y aceptado que cada año se incrementaba levemente. Con los beneficios se construyó el décimo palacio, en los terrenos del antiguo palacio; este era ya el segundo dentro del pueblo. Después de esto el primero que, indignado y después de muchas protestas caídas en saco roto, cayó en la cuenta decidió vender en el mercado negro el agua que a él, injustamente, le gravaban. El único enemigo contra el que luchar era el tiempo y al final fue él más rápido, no solo se enriqueció sino que aún hubo otros dos o tres que igualmente medraron. El vacío legal en torno a la venta del agua provocó la rápida creación de leyes locales para evitarlo pero los palacios ya creados y sus dueños y pese a las protestas del resto del pueblo, salieron indemnes. Había trece palacios y trece señores de los palacios. La nueva ley prohibía expresamente, solamente a los particulares, y bajo penas de cárcel la venta del agua de la Fuente de la

Sanación. Nada decía de otras fuentes y pozos sobre los que no existía regulación alguna y que de igual manera se surtían de las mismas aguas que esta. El palacio número catorce marcó la última de las grandes etapas de construcciones desaforadas de palacios. La última porque tras esta ya no se construyeron más y porque casi significa el fin del pueblo. Todo el mundo tenía una fuente o un pozo de aguas milagrosas de donde sacar agua para ser vendida, ya no era necesario pagar impuestos por consumo sobre la Fuente de la Sanación puesto que nadie bebía ya de allí, los organismos creados para la gestión de la misma ya no tenían sentido, todo el mundo tenía mucho dinero y con mucho dinero se construían palacios. Una vez que se consiguió rodear el pueblo de palacios se comenzó a construir en el interior, antes habían sido construidos dos palacios, cuando no hubo espacio en las afueras. Poco importaba nada ya, que lentamente las aguas, briosas antaño, se fueran secando, poco importaba incluso la maldición sobre ellos. La maldición no escrita que decía que una vez construido un palacio este crecería y crecería sin fin ni medida pues en todos y cada uno de ellos una vez acabados se realizaban ampliaciones con el objetivo de superar en tamaño al surgido en último lugar. De igual manera legiones de personas eran necesarias para mantenerlos en buen estado y limpieza. La maldición afirmaba que independientemente de la gente que los limpiara y mantuviera justo en el momento de dejarlo impoluto era necesario comenzar de nuevo. Pero nada de eso importaba, nadie se daba cuenta. Despertó. Y como otras veces antes desconocía donde se encontraba. Era un bosque, rayos de sol se filtraban entre el ramaje de las encinas y los robles, y en el aire se respiraban miedo y destrucción. Como otras veces no recordaba nada y no tenía forma definida, pero como sabía que se podía mover anduvo hasta las lindes del bosque para observar lo que ocurría y al verlo se espantó. Una construcción enorme, un palacio semiderruido en los límites del bosque. Alrededor viejos huecos de árboles derrengados que se encontraban apilados y muertos cercanos a un arroyo por donde discurría un hilo de agua. Más allá todo era desolación, soledad y cientos de construcciones en ruinas en un lienzo de torres hundidas sobre muros caídos y rotos. En el aire reinaba solamente el polvo seco del adobe y del ladrillo abandonado a su suerte hacía como millones de años. Ningún signo de vida, solo el débil fluir de un hilo de agua en mitad de la nada. Tenía sed, podían haber pasado cientos de años desde la última vez que

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fue algo, así pues se acercó a beber y tras saciarse pudo contemplar en un pequeño charco su imagen, su nueva apariencia. Era una mujer vieja, pequeña y arrugada, con pinta vivaracha y muy agradable. Se levantó y miró en lontananza más allá del palacio semiderruido a través del bosque, hacia la sierra, buscando el origen del agua. Era fría, muy fría. El agua de la fuente fría, así la llamó, que venía de los confines de la tierra más allá y más profundamente de esos montes allí dispuestos. Sabía bien, era muy rica y con un leve sabor a hierro, pero también podía paladear su lamento, su sufrimiento, el origen y

el fin de toda esa destrucción que se veía, el odio y la avaricia que aún la impregnaban. Anduvo un poco hacia el bosque siguiendo el curso del arroyo mientras iniciaba una conversación con el agua, seguramente esa era su nueva misión, para lo que había aparecido allí, para curar el agua de ese lugar. Empezó a mimarla con canciones mientras desaparecía en el bosque y cuando empezaba a preguntarse donde habrían huido los hombres oyó un ruido y al volverse contempló a uno señalándole y diciendo, “una gurruñaña”.

CREACIÓN LITERARIA - MICRORRELATO

María García Campos

Después de hacer el amor, me invitas a un Bourbon. Observo la botella: es de los caros. Te pregunto que cómo puedes permitirte tal lujo, tú respondes que es el regalo de un amigo. Hay algo que quiero tratar contigo y creo que es un buen momento. Te recuestas a mi lado y me lees un poema tuyo. Es precioso: no hace falta que te lo diga porque ya lo sabes, ya sabes que tienes un talento extraordinario y que todo lo que sale de tus maravillosas manos me encanta; sin embargo, yo sigo preocupada por esa cuestión del puesto de dependienta que te ofrecieron en la ferretería y lo menciono; el tema te incomoda y desvías la conversación hacía la literatura de poetas malditos. Vuelvo a insistir: tu buen humor desaparece, te cabreas, me gritas que tú has nacido para ser la mejor de los poetas y que

sería un desprestigio aceptar un trabajo tan vulgar en una tiendecilla de barrio. Suspiro, doy un trago a mi vaso de alcohol. No hay reproches de mi parte: me limito a levantarme de la cama y vestirme. Tú sigues con tus argumentos de principios, pero yo ignoro tu orgullo estúpido. Me despido de ti: mis ojos se clavan en los tuyos, llorosos, llenos de rabia. Al cerrar la puerta de tu casa me juro a mí misma no regresar a tus brazos… pero mi corazón desea que bajes de tu torre de marfil, que tus pies caminen sobre el terreno de una realidad a la que no le importa el hermoso pero inútil arte de los versos. A nadie le interesa lo que tú sientas. A nadie. Ni a mí tampoco.

Cuenca, 1993.

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ENSAYO

SOBRE ARTE CONTEMPORÁNEO

Leandro Gutiérrez Soto

Dicotomía, polaridad subyacente en el negro. Disparidad de colores que se complementan, sin ser complementarios. La barbarie del acrílico que, sin duda, complace definitivamente la línea, el trazo de lo no hecho y, sin embargo, por hacer. Lo que algunos creen saber cuando la ignorancia es abyecta, parece en muchos casos ser lo único real y lo único verdadero. Todo parece injusto, sobre todo, cuando el top se refuerza con lo inesperado. Magenta que palidece en contraste con la dualidad que todos esperan, pero que pocos están capacitados para recibir. Recibir lo que se merecen, lo sembrado, lo cosechado en campos de tela, de soportes atemporales. Cubículos esclarecedores de ideas vagas, de pseudoideas, de ideas vacías, que engañan a quienes sólo el metal les interesa sin importarles lo verdadero, lo innato. Ni perdono, ni olvido por el daño que hacen, por no hacer, ni dejar hacer. Oligarquía barata, analfabeta, construida sin base, sin raíces. Multitudes que ensucian, por sucios. Centenares de voces que se inician sin llegar, separados por distancias que no se ven. Ni me dejan, ni puedo, ni quiero, aunque creo que sería fácil “caer”. Es muy goloso y no engorda, sólo llena, y cómo. Y una vez lleno, a “monear”. Hasta yo creo que podría, eso sí, con ayuda, porque hay muchos que llevan mucho tiempo y, por eso, no sólo se nace, sino que se hace. Se hace de todo, menos lo que se tiene que hacer.Soy el “lobo feroz”, o las ovejitas? Diáspora de lo inconcebible, de lo inaccesible, que sólo, a veces, aparece de forma inesperada, de tal forma que parece eterno. Quiero recuperar las noches que pasé sin ti, en el olvido del blanco y negro. En el plano de las tres dimensiones. Escorzos que me “amantegnarán”, neutros, y limpios. Compañeros de batalla, que buscan lo mismo que yo y, que con la misma suerte, mueren en el intento de plasmar la Idea, lo que quieren, lo que llevan buscando mucho tiempo, y se les niega. Antes, hace tiempo, otros pasaron por lo mismo, y después de muertos se les baremó con la suerte que merecían. Deberíamos ser Clementes, vivir, de nuevo, transvanguardias que no palidecieran nunca, que se dilataran en el tiempo. Disfrutar de la mezcla

de esas gamas, pensando en las cosas que te hacen sentir, desde el principio al fin. Conseguir que nuevas Chiaras, tuvieran la oportunidad de experimentar con sus propias huellas, con esas curvas concéntricas, que miradas con detenimiento nos hacen emocionarnos por su pureza y sensibilidad. Mariposas de colores que rodean a su madre, mientras que Francesco lo plasma de manera impecable. Humildad llena de impecable maestría, hermosa coacción que reparte su grandeza en lo más profundo de las miradas. Miradas representadas por esos ojos desproporcionados académicamente, pero, alguien se acuerda ahora del academicismo? yo, continuamente, como él. No lo podemos olvidar, porque hablamos de formalismo, hablamos de grafías que bailan con un cian, recordando siluetas imposibles. Esculturas y arquitecturas de papel, efímeras, pero sobrias como aforismos dedicados por dos amantes. Soportes animados con texturas descaradas, esperando que alguien le ponga título, que alguien le ponga nombre, para que pueda tener una vida, que no necesite un equipaje lleno de eufemismos que termine en el andén de algunos de los ojos que lo observan. Si fuera por mí, el sol de la tranquilidad me acompañaría continuamente. Estaría todo el tiempo mirando, observando y percibiendo todo lo que hay a mi alrededor. Navegando por todos los cristalinos que pudiera, para llevarme lo que no veo. Cada vez estamos más cerca de Hegel, por desgracia. Sientes por dentro que todo se va, sin perder la esperanza de que algún día vuelva. Grandes Esperanzas es lo que necesitamos, mejor dicho, lo que algunos necesitan, pero bueno, en el fondo ya lo saben, por eso están a gusto donde están, removiendo el tierra con el ocre, teniendo cuidado de que la mezcla nunca se pegue en el fondo. Rompiendo las nubes con láminas de linóleo, para luego grabar con tinta, la silueta de tu cuerpo. Una vez más, pasaremos el rato. Y no digo que no me guste, porque me gusta, pero si no vas a venir, avísame pronto porque yo quiero bailar, quiero olvidar toda esta situación. Sin duda, apología del engaño, apología de lo no verdadero, de lo fácil. Estamos acostumbrados a este engaño y, en ocasiones, éste, se hace verdadero. Se hace creíble, porque todo lo que nos rodea termina siendo un engaño,

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un engaño global, como en la global show de los años ochenta, con la diferencia, que en aquella década hubo de todo, menos engaño. A partir de ahí, reinventarse, y cómo, como sea, y ahí está el problema. Algunos han trabajado, han hecho sus deberes, pero hemos esperado que el verde beba clorofila. La vida en broma, pero sin saber que las raíces deben obtener toda la humedad que puedan, antes de que las flores perezcan. Sobre el arte contemporáneo, tschüs, como se despide Adriana cuando Morfeo llama a su puerta. Tschüs, pero como un “hasta luego”, porque después de los –geos y –neos, que siempre resurgen cuando no se sabe muy bien qué hacer, aparecen los pos-, que viene a ser lo mismo, pero al revés. Antes dijimos que Hegel estaba cada vez más cerca, quizá nos equivoquemos, y Hegel se equivoque. Seguimos sin saber dónde está el final. No sabemos si vendrán más estructuralismos, más funcionalismos, pero, en cualquier caso, las construcciones formales siempre son bien recibidas. Telarañas de metal, que sólo abren por las noches. Ahí te encontrarás algunas de las mejores sonrisas como iconos de terracota. Esperemos, por tanto, no volver a situaciones manzzónicas. A situaciones, que lo único que hacen es alimentar la podredumbre que existe en el arte contemporáneo. Debemos, sin duda alguna, alimentar todo lo relacionado con la creatividad, limpiar territorios donde la arena no deja de jugar y, sin embargo, cada vez que lo hace, deja un rastro más bonito que el anterior. Veladuras opacas con texturas ausentes, que aparecen y desaparecen. Conseguir territorios

ocupados para no terminar viviendo de rodillas, y poder prepararse para una marcha de color, donde la única violencia sea la gestual, la que muchos han utilizado durante tanto tiempo. Este es el aspecto a día de hoy. Arzobispos del arte siguen esperando para donar toda su espera. Esta cadena, con el tiempo, podría ser un mercado de memorias, que evitaría dolorosos momentos. Captar trilogías de corta espera, con la esperanza de llegar algún día a poder disfrutar de todo lo prohibido, por bueno, y de lo todo lo esperado, por bello. Anhelos áureos, que sin pretenderlo, nos evocan paralelismos entre lo real, y lo irreal. Volvamos, pues, a encontrar el gusto, del que tantas veces Hume se molestó en tratar. Gusto diverso, no hipócrita ni demagogo. Gusto, que guste gustar. Espiral de notas, que llegan al laberinto, inundando todo lo que se encuentran a su paso. Sin duda, gran ayuda para el desarrollo final de todo lo estudiado. Algo más para definir la materia, que el artista lleva tiempo explorando y tiene la ventaja de la inmortalidad. Descargando todas sus virtudes, para comenzar ese juego amoroso, que finalmente, le llevará a encontrarse con el resultado final. Y para finalizar, la gran pregunta…, qué es arte. Y en este caso no hablamos sólo de arte contemporáneo, sino de arte en general. Para definiciones, ya están los diccionarios generales, los específicos, los estudiosos, los ilustrados, todos los culturetas que continuamente tratan de definir el concepto. A estas alturas, el concepto se define por sí mismo. Y paseando por las calles de grafito, seguiremos disfrutando.

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ENSAYO

ANÁLISIS FÍLMICO DE UNA NOVELA: EL AMOR VERDADERO (JOSÉ MARÍA GUELBENZU, SIRUELA, 2010)

Jesús Fernández Vallejo

Para Marta Fernández Álvarez, por no estar en Babia. Para Ángel González Puga y Leandro Molina Villaseñor, amigos de “farra” y “pizarra”. Para Colitas, Juan Carlos, Dani, Pochi y El Sastre: sois auténticos.

1. Elogio del escritor.

Me pregunto muy a menudo –y se lo pregunto a mis alumnos y a mis amigos- cuál es el secreto de la literatura, qué elementos articulan la emoción y el encanto de una novela, o simplemente en qué radica el embrujo de la lectura para que uno deje de hacer lo que está haciendo y mire de soslayo la mesa donde está depositado el libro, y lo tome, y lo acaricie, y lo devore apasionadamente. El amor verdadero me ha emocionado entre otros motivos porque me he reconocido en algunos personajes, en ciertos espacios y sobre todo en ciertos momentos de la vida por los que siento especial predilección –la vida nocturna, sin duda. Guelbenzu ha escrito una novela mágica, subyugante, a la que no dudo en calificar como una de las cinco mejores novelas de la última narrativa española. Desde luego, a partir de este momento, lo incluyo entre los autores más selectos, y le dedico un lugar especial en mi canon particular de grandes narradores (junto a Paul Auster, Philip Roth, Patrick Modiano, Javier Marías, Esther Tusquets, Raymond Carver, Pilar Adón). En una época de novelas ramplonas, de ideas literarias algo caducas y excesivamente conservadoras, el texto de Guelbenzu se erige en un monumento hermosísimo a la literatura en lengua castellana.

2. Un escritor madrileño, una “generación del desencanto”.

José María Guelbenzu [Madrid, 1944] está integrado en la llamada “Generación de los setenta”, formada por novelistas nacidos entre 1935 y 1950, aproximadamente, quienes, salvo algunas excepciones, se dan a conocer a finales de los sesenta y primeros años de los setenta. Los nuevos novelistas –Eduardo Mendoza, J. Leyva, Germán Sánchez Espeso, José María Vaz de Soto, José Mª Guelbenzu- enlazan con la renovación narrativa desarrollada en los sesenta –iniciada por Luis Martín-Santos, y continuada por Juan Benet- que cifra su interés prioritario en la búsqueda de nuevos caminos, de nuevas

formas, si bien los experimentos narrativos se moderan y se observa un retorno a la historia, a la anécdota. Tal vez –apuntan Tusón y Lázaro [1984]- “la impresión que con más frecuencia se desprende de la últimas novelas sea el desencanto. Tras los pasados intentos de cambiar el mundo, se desemboca a menudo en cierto escepticismo”. Darío Villanueva ha definido en términos muy precisos la naturaleza de este grupo literario: “una generación desengañada que ya empieza a dejar de ser joven, la de los universitarios nacidos después de la guerra civil, protagonistas de un inconformismo que no ha germinado sino en un crispado nihilismo existencial” [citado por Rodríguez Fischer, 1997]. A este grupo, por supuesto, pertenecen también los llamados “novísimos”, un grupo de poetas –Gimferrer, Azúa, Molina Foix…- con los que Guelbenzu va a compartir, entre otros aspectos, el afán por el intelectualismo, la metaliteratura y la pasión por el cine.

José María Guelbenzu

Guelbenzu es considerado por buena parte de la crítica literaria como el principal representante de esta generación del “desencanto” de los años

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setenta. Y ello se debe en gran medida a la publicación de sus dos primeras novelas, Elmercurio [1968] y Antifaz [1970], en las que el escritor madrileño desarrolla una temática prioritariamente existencial: el desarraigo y el desencanto de una generación intelectual, la crisis de las ideologías, pero, además, la intimidad, las relaciones personales, el amor, la amistad y la muerte. Aquí están sintetizadas las coordinadas principales del mundo literario de Guelbenzu, quien, en efecto, ha afirmado que las relaciones interpersonales son más importantes que las económicas, “lo único que, al cambiar, podría cambiarlo todo”.

3. El viaje de la vida.

El amor verdadero narra la historia de amor, de lealtad –sólo interrumpida en una ocasión por la mujer- y de respeto de una pareja, Andrés Delcampo y Clara Zubia, a lo largo de más de cincuenta años de vida, desde la primavera de 1945 hasta el final del verano de 2005. Pero es, además, un muy interesante fresco de la historia actual de España -sin ningún tipo de partidismos, sin ideologías ni discursos panfletarios-, y una profunda reflexión sobre los valores que sustentan las relaciones entre los amigos, y desde luego entre la propia pareja. Son varios los momentos en los que el autor, a través de diferentes perspectivas narrativas, recapacita sobre temas como el respeto y la comprensión, la confianza y la sinceridad, las palabras y los silencios. No es, desde luego, una novela psicológica, ni tampoco una novela histórica. No espere tampoco el lector una novela romántica en el más puro sentido decimonónico. A mí, en fin, me parece que Guelbenzu con este libro no hace sino desarrollar aún más esa línea narrativa del argumento y de la forma que inaugura Eduardo Mendoza en 1975 con La verdad sobre el caso Savolta, que la crítica ha calificado como novelística sobre el placer de contar, en la que el tratamiento narrativo importa tanto como el argumento. De manera especial, en la pobladísima galería humana de la novela destaca un personaje cuya vida se irá entrelazando progresivamente con el devenir de la pareja protagonista. Se trata de Cadavia, un tipo sumamente atractivo –“un teósofo modesto y de precarios recursos”-, y desde luego muy peculiar –es uno de los grandes logros de Guelbenzu-, algo entendido en ciencias ocultas, que vaticinará desde el nacimiento de Andrés que éste conocerá a una niña –Clara-, que poco a poco se convertirá en su amiga y, por último, en la mujer de su vida. Un día del mes de abril de 1950, el enigmático Cadavia, en compañía de Clara Zubia, lleva a

cabo una especie de “conjuro”; los dos llegan hasta la cama donde el joven Andrés duerme la siesta, y le colocan un pequeño anillo bajo la lengua. “Y de ese modo te cautivó para siempre”.

Portada del libro “El amor verdadero” (Extraída de la página Web del autor).

4. Cine y literatura.

En este apartado me gustaría dar cuenta de un aspecto crucial en la construcción de esta novela: observo –y me sorprende gratamente- una notabilísima influencia de técnicas cinematográficas en la articulación del discurso narrativo. Además, me parece muy palpable la importancia del cine como vivero temático en la construcción de elementos narrativos como la historia, los personajes y el espacio. Desglosaré mi análisis fílmico en varios apartados.

a) Perspectivas narrativas.

En El amor verdadero importa mucho el tratamiento formal, pero no menos el asunto narrado. La anécdota es sometida a un tratamiento múltiple, variado. Hay, sobre todo, dos puntos de vista, dos narradores en primera persona (la “mirada” de los protagonistas), que se irán alternando a modo de contrapunto a lo largo de la novela: unas veces es Andrés quien toma la palabra, otras veces lo hace Clara, su mujer. Uno de los grandes aciertos de la novela

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–comenta Pozuelo Yvancos [2010]- “es haber dado a Clara otra voz narrativa, puesto que ella también analiza, desde la primera persona, su vida con Andrés, sus anhelos, desengaños, crisis y resurrecciones”. Los recuerdos de los protagonistas respetan el orden cronológico, surgen de forma coherente –no de forma inconexa, como ocurre en otras novelas de los años setenta-, a través de sucesivos “flashes”. Con todo, Andrés duda a veces de su memoria, o mejor dicho, se pregunta por qué ciertos recuerdos se retienen de manera más nítida en la memoria, por qué otros, en cambio, desaparecen. (No he encontrado este tipo de disquisiciones en el discurso de Clara.) Pero, además, junto a esas dos voces existe una tercera voz narrativa, un narrador ominiscienteque, con mucho sentido del humor y con cierta socarronería, se dirige al lector en numerosas ocasiones a lo largo de la novela, e incluso al final con ciertos titubeos se presenta, y dice llamarse “Asmodeo”. José-Carlos Mainer [2010] califica a este narrador de “dominante”, de “arcaico, caprichoso y divertido”; Pozuelo Yvancos [2010], por su parte, lo ha comparado con el narrador del Diablo Cojuelo, “quien fue capaz de levantar los tejados y mostrarnos ese Madrid de nuestros pecados”. Esta forma de contar una historia –que desde Ciudadano Kane [Orson Welles, 1941], tantas veces hemos visto en el cine-, basada en la alternancia de perspectivas y en el tratamiento variado del punto de vista, le permite al escritor modelar la personalidad de sendos personajes. No nos presenta a Clara y a Andrés de un plumazo, sin más, sino más bien lo hace a través de sus respectivos relatos y de sus profundísimas reflexiones. (Lo cierto es que Guelbenzu al escribir esta obra piensa en un lector cómplice, participativo. Y esta es quizás una de las razones que hace que la lectura de la novela sea una experiencia sumamente placentera.)

b) Tiempo del discurso / tiempo de la historia.

La novela recoge los recuerdos de Andrés Delcampo, que está pasando unos días en la playa con su mujer, Clara Zubia: en realidad, todo sucede en un corto espacio de tiempo, mientras la observa pasear por la playa, y, luego, mientras la contempla en la intimidad del apartamento, Andrés repasa –y ordena lineal y cronológicamente los hechos- cómo ha sido su vida entre los de su familia, con sus amigos del pueblo y de la ciudad, cómo se gestó el romance con Clara, en qué valores se forjó la relación entre ellos que terminó en matrimonio, y en

definitiva cómo se han hecho viejos e inseparables. Los hechos narrados se desarrollan principalmente en el Madrid de posguerra, aunque son muchas las alusiones a las dos Españas de la Guerra Civil sobre todo a través del recuerdo de las familias: es, sin duda, una gran novela sobre el franquismo, una época de tensiones sociales, vista desde la óptica de los vencedores. Aunque de manera muy diferente, los padres de Clara y de Andrés “lucharon” en el bando de los sublevados, y por eso mismo la suya no ha sido en absoluto una vida difícil basada en las carencias y en los silencios. De las víctimas de la Guerra Civil tratará también la novela de Guelbenzu. Y del desecanto y del exilio interior, por supuesto.

c) La estructura del relato.

El amor verdadero se divide en un “prólogo”, cinco “partes” –y cada parte, además, presenta varios capítulos-, y un “epílogo”. A su vez, los capítulos se componen de varias secuencias en las que alternan las diferentes voces narrativas. Así pues, Guelbenzu combina tradición y modernidad en la configuración de la estructura interna de la obra. Las piezas claves en la estructura interna son la elipsis y el flash back (o “salto atrás”). En realidad, la historia de la novela no presenta excesiva complejidad. Antes al contrario, el texto se presenta como un ejercicio de “memoria”; hay un solo hilo argumental, contado linealmente. Para rememorar y para avanzar en la presentación de los hechos el autor se sirve de ambas técnicas narrativas. Así, por ejemplo, la novela –en su “Prólogo”- arranca con la narración del nacimiento de Andrés: su padre pasea inquieto, espera preocupado –en una España, se nos dice, “despierta entre el miedo y el hambre”- a que la comadrona le anuncie la “llegada” del varón. En una secuencia posterior, el narrador omnisciente evoca el nacimiento de Clara Zubia. A partir de este momento, el relato se centra en evocar cómo se gestó y cómo evolucionó la relación entre Andrés y Clara: la primera vez que Andrés –con quince años- ve a Clara –con diez-, quizás el mayor impacto emocional que ha sentido en la vida (“Prólogo”); el día en que Clara llega a la casa de Andrés en Madrid, ciudad a la que se había trasladado su familia en busca de una mejor situación laboral y de una vida más agradable; una ciudad, Madrid, en la que, por otra parte, Andrés y Clara completarán sus estudios universitarios y –cómo no- su educación sentimental, y se casarán y serán padres (“Primera parte”); el segundo embarazo de Clara en plena Transición, así como las

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primeras brechas en la pareja y en el grupo de amigos –o la mezcla entre entusiasmo y desencanto tras los primeros años de la muerte de Franco-, y el triunfo del PSOE y la entrada de España en la Comunidad Europea (en realidad, en la “Segunda parte” de la novela es donde quizás cobra más importancia el contexto histórico); ya en la primera parte de la década de los noventa, la paulatina desaparición de algunos amigos y familiares, y los síntomas de cansancio y de pesimismo (en la “Tercera parte” se aúpa el discurso reflexivo de carácter muy existencial: a mí quizás es la “parte” del libro que más me ha emocionado); ya en la segunda mitad de los noventa, la victoria del Partido Popular, y la contemplación del crecimiento de las dos hijas (“Parte cuarta”); por fin, en pleno siglo XXI, los miedos y los fantasmas del presente, la afirmación plena en el amor “verdadero” de estos dos seres entrañables (“Parte final”). En el “Epílogo” se alude al atentado terrorista del 11 de marzo de 2004 en los trenes de Atocha: aquella mañana Andrés emprendía su paseo diario por el parque del Retiro. Me parece muy acertada la apreciación de José-Carlos Mainer [2010] a propósito del planteamiento estructural de la novela: “La imagen que engendra El amor verdadero y que se repite a lo largo de su curso tiene el sello de un buen plano cinematográfico: una esbelta sexagenaria, todavía hermosa, pasea descalza por una playa del norte. A Clara Zubia la observa su marido, Andrés Delcampo, y por allí andan también su hija, su yerno y sus nietas. Y, por supuesto, está también presente todo lo que la pareja originaria ha ido dejando atrás y que la narración va desarrollando”. Pudiera haber añadido el prestigioso crítico que esa “imagen” de la evocación está muy presente en títulos emblemáticos del cine de autor europeo de los años sesenta, sobre todo en la filmografía de un director clave de la nouvelle vague, Alain Resnais: Hiroshima, mon amour, o El año pasado en Marienbad… Y este tipo de cine –no me cabe ninguna duda- ha dejado una marca estilística en la prosa de Guelbenzu.

d) Fundidos.

Una escena de la novela donde se percibe la influencia del montaje cinematográfico, a través de suaves elipsis, es aquella en la que un día, de mañana, aparece un muchacho extraño sentado en el suelo junto a la casa de los Zubia. No hace nada: sólo espera alguna ayuda, algún gesto de solidaridad. Pasa el día, hecho subrayado en el texto a través de llamadas como “a media mañana”, “tras el almuerzo”, “a la noche”; el desfallecido chaval, un muerto de hambre, sólo

obtiene silencio, o, en el mejor de los casos, frases lapidarias como “Pues que se vaya al carajo, que se vaya”. (Más adelante veremos que se trata de un personaje muy singular, y de gran calado en la vida de Clara.) Pues bien, estos deícticos temporales actúan a la manera de fundidos en el cine: puntúan la historia, la delimitan. Esta misma técnica la vuelve a emplear en varias ocasiones el autor.

e) Montaje alterno.

La influencia del cine se pone de manifiesto en las primeras páginas de la novela a través de lo que podríamos denominar el uso del montaje alterno y simultáneo de escenas. Así, por ejemplo, en el “Capítulo I” el autor utiliza dos subsecuencias casi exclusivamente dialogadas: Cadavia conversa con Baldomero Delcampo –el padre del protagonista- en el despacho de éste sobre la astrología como forma de conocimiento; de inmediato, el narrador “corta” la escena –para retomarla luego una y otra vez- y muestra un diálogo en una galería, en el extremo opuesto de la misma casa, entre la esposa de Baldomero, Asunta, y doña Carmela, su madre, más preocupadas por cosas mundanas como la educación de Andresín, las enfermedades de doña Carmela, o sobre temas más profundos, como son los sucesos de la guerra civil y la supervivencia durante la posguerra. Se trata, por otra parte, de un ejemplo de técnica conductiva o behaviorista -muy presente, por ejemplo, en El Jarama de Sánchez Ferlosio-, una forma de presentar o caracterizar a los personajes no a partir del discurso del narrador, sino a través del parlamento de éstos. Ana Rodríguez Fischer [1997], al analizar la novela El mercurio, ha definido este recurso narrativo como “simultaneísmo”: en sentido narrativo, consiste en la presentación de dos acciones independientes que transcurren a lo largo de idéntico período de tiempo; en sentido técnico, se basa en la “alternancia de secuencias o momentos y la homogeneización de las acciones a través de leit motives o referencias culturales”. Una técnica clave de la novela contemporánea es el llamado monólogo interior. No está muy lejos el empleo de la voz en off en el cine. Así, por ejemplo, en un momento de la novela (“Primera parte”), se reproducen en primera persona los pensamientos de Clara, principalmente sus primeros momentos con Andrés, así como sus gustos culturales y literarios, tal como brotan de su conciencia. Y a ello corresponde un lenguaje coloquial, hecho de elipsis y de titubeos, de citas culturalistas, etc.

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f) Cinefilia.

Es, sin duda, Andrés un personaje cinéfilo, muy entendido en cine de autor, muy atento al cine de su época. Y esta condición le permite interpretar ciertos hechos contemporáneos, no sólo evadirse de la realidad. Así, por ejemplo, cuando pasea por el Madrid de posguerra, en su etapa universitaria, observa cómo el sistema represor instaurado por Franco es cruel y lo compara con la representación de la brutalidad presentada en las películas carcelarias del cine negro. Cuando era estudiante –recuerda Andrés ya en plena madurez, observando atentamente a la mujer de su vida- paseaba a menudo por la Gran Vía, “que era lo más parecido de nuestra existencia a recorrer Sunset Boulevard o la calle 42 de las películas de entonces”.

Varias veces Andrés duda de la memoria (“la memoria es fiel en lo esencial y olvidadiza en lo accesorio, interesada, selectiva”). Ya he mencionado cómo el suyo es un relato retrospectivo: junto a la orilla del mar, mientras contempla el cuerpo de Clara, repasa lo que ha sido su vida; sin embargo, evidencia fallos en el recuento de ciertos momentos, en la verdad de ciertas experiencias y de sus protagonistas. ¿Por qué la memoria es tan caprichosa? ¿Por qué se registran algunas imágenes con absoluta nitidez y otras, en cambio, se olvidan o no se recuerdan con detalle? La novela tiene un grado importante de metaliteratura: las digresiones de Andrés sobre la memoria tienen su punto álgido en la primera secuencia de la “Parte final”, muy del gusto, por cierto, de los escritores (y lectores) cinéfilos de los años sesenta. Andrés Delcampo se sirve de dos secuencias de una enorme carga dramática pertenecientes a El

hombre del Oeste / Man of the West [1958, Anthony Mann] para ilustrar sus ideas sobre la memoria. Brevemente me gustaría exponer algo del contenido de la película para situar al lector. Link Jones (Gary Cooper), un exforajido regenerado a quien ya nadie recuerda, acude con una bolsa de dinero a un pueblo para contratar a una maestra. Sin comerlo ni beberlo se ve envuelto en el asalto al tren perpetrado por el jefe de su antigua banda, Dock Tobin (Lee J.

Cobb). Por azar, Link, en compañía del fullero, oportunista y pícaro Sam Beasley (Arthur O’Connell) y de la cantante de cabaret Billie Ellis (Julie London), llega a una casa abandonada donde está alojada la banda. El jefe, un impresionante Lee J. Cobb, manifiesta por él un enorme afecto: resulta ser, en realidad, su tío, o más bien su “padre adoptivo”, el que hace años se hizo cargo de él y que, además, le enseñó a delinquir en el salvaje oeste. Pues bien, a partir de ese momento de reencuentro se suceden las situaciones de acoso y de violencia. Link (Cooper) finge haber vuelto para unirse de nuevo a la banda. Sólo así –es fácil deducirlo- podrá salvar su vida y la de sus acompañantes. Ahora volvamos a la novela. Andrés Delcampo se pregunta, en primer lugar, por qué a veces se le olvidan “asuntos” que antes recordaba con facilidad. Por ejemplo, casi había olvidado la escena en la que un secundario de lujo, Arthur O’Connell, que interpreta a un viejo cobarde, le salva la vida a Gary Cooper y, de esta manera, salva su propia dignidad. A continuación, Andrés recuerda con mayor emoción la escena en la que un miembro de la banda obliga a Julie London a desnudarse, y a Cooper a contemplarla. El siguiente comentario, ya más valorativo, no hubiera defraudado a un crítico tan impulsivo y contundente como François Truffaut: “Una de las [escenas] más tensas, violentas y dramáticas que ha dado el cine, una violencia que procede de la esencia misma de la escena, no de ningún abuso efectista”. El narrador protagonista concluye con una reflexión sobre la dificultad de acotar el alcance de la memoria, sin alcanzar una idea clara de por qué recuerda esas y no otras escenas.Es difícil discrepar de la importancia en el desarrollo del argumento de ambas secuencias, especialmente la segunda en la que destaca una puesta en escena basada en primeros planos, con un ritmo narrativo muy moroso, en la que cobran protagonismo los gestos y las miradas. Sin embargo, en mi memoria, desde que vi por primera vez el filme de Anthony Mann, han quedado grabados con mayor nitidez dos momentos que completan este segmento narrativo de la humillación de Julie. Primero, al finalizar la comentada escena del desnudo –por cierto, no completado: Julie sólo quedará en paños menores (“Quítate las enaguas”)- Cooper y Julie salen de la casa y se encaminan a un granero donde pasarán íntimamente esa noche amarga, sin saber si llegarán con vida al amanecer. Para lograr mayor patetismo y emoción en la escena, Mann aguanta un tiempo el plano fijo –sí, en un solo plano- con un reencuadre de la puerta del granero absolutamente prodigioso y con una profundidad de campo que, a mi juicio,

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mantiene el suspense (“aquí” están las víctimas; “allí”, al fondo, en la casa, los violadores, los asesinos).

-¿Está bien? –pregunta Billie. -¿Y usted? –le responde Link.-No sé cómo ha podido ocurrir. Cuando….Cuando sacó el cuchillo. No recuerdo qué hice. Ya no les veía las caras. Pero sentía al viejo. ¿Cómo ha podido asociarse con él? Usted no es como ellos.-Lo era. No había ninguna diferencia. Intente dormir un poco.-Link, aquí hay unas mantas.

“El hombre del Oeste”

Pero Link (Cooper) está esperando el momento de vengar el incidente anterior: aprovecha un reto del miembro más impulsivo de la banda, Coaley (Jack Lord), para darle una paliza y –esto es lo más emocionante-, en presencia del jefe y de sus compañeros, arrancarle la ropa mientras llora amargamente. Ahora es él el objeto de la humillación y la víctima. Ángel Comas [2004] considera que El hombre del

Oeste es “el último western importante de Anthony Mann […] se trata del más desesperado de todos ellos”. Pero a mí me parece sobre todo un filme tremendamente romántico presidido por la fuerza del azar: Link entierra por segunda vez su pasado, conoce a una mujer seductora, que recuerda en parte a la femme fatale del cine negro, vive intensos momentos a su lado, la salva de una humillación, aunque no puede salvarla de una violación. Pero, cuando puede, la abraza con ternura. Link es, ante todo, un tipo increíble, íntegro, sincero. La película concluye con otra secuencia elocuente, con otro diálogo encantador:

-Probablemente te darán una medalla –dice Billie. -¿Qué vas a hacer ahora? –pregunta Link. -Lo de siempre: cantar.

-Billie… (Ésta le interrumpe.)-No había querido a nadie ni a nada en toda la vida. Me preguntaba qué se siente. Ahora lo sé. Sé que lo nuestro es imposible. Pero no cambiaría este sentimiento por nada del mundo. [THE END]

(Sin duda alguna la interpretación de este final abierto daría para todo un artículo. Yo tengo muy claro qué le dice Gary Cooper a Julie London y adónde se dirige ese carro en el que van subidos.) Estoy muy de acuerdo con la opinión de Ana Rodríguez Fisher [1997], quien ha comentado, a propósito de las continuas referencias cinematográficas en El mercurio, que éstas no son casuales, sino que van mucho más allá de la ambientación histórica. Dichas referencias cinéfilas señalan la formación cultural de José María Guelbenzu, su admiración por el cine clásico norteamericano. Además, la cinefilia influye en el estilo del autor, algo que he podido comprobar tanto en el modelo organizativo y estructural de la novela, como en el propiamente lingüístico, a través de ciertos diálogos y del discurso del narrador omnisciente. (Es muy frecuente encontrar símiles e imágenes fílmicas.) Por último, cómo no acordarse de Annie Hall,de aquel encuentro de Woody Allen y Diane Keaton, al leer esa escena en la que Andrés y Clara aguardan en la cola de un cine para ver –¡qué curioso!- Toma el dinero y corre del director neoyorquino, y mientras tanto hacen planes para las próximas Navidades. El encuentro rezuma ternura, quizás algo de timidez: los chicos han empezado a salir, pero aún no se deciden a dar el paso definitivo. Más bien, están inmersos en reproches de amantes adolescentes. Clara toma la iniciativa al ver que el pánfilo de Andrés no se decide a tirarle los tejos:

Un instante queda suspendido en el tiempo.

-Es lo que más deseo en el mundo –contesta Andrés impetuosamente.

Clara ilumina sus ojos y ladea la cabeza ligeramente, como si se sorprendiera a sí misma observándolo a él. Es un gesto encantador, lleno de coquetería y de una maliciosa inocencia que subraya extendiendo su sonrisa por todo el rostro, que contiene también un toque de sorprendida gratitud. Andrés reconoce ese gesto extraordinario porque es el mismo que ella mostró aquel día desde el agua del remanso en un lugar secreto. Y como entonces, ahora está a punto de estallar.

-¿Y a qué estás esperando? –dice ella.

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Con el paso de los años Clara y Andrés van asiduamente al cine, asisten con cierta resignación a la crisis de las salas de cine y al nacimiento de la cultura del vídeo. ¡Qué difícil era encontrar lo que para ellos era el cine!Aquellas películas de Nicholas Ray, Billy Wilder, Ingmar Bergman, Howard Hawks, John Ford, Douglas Sirk, Robert Bresson, Eric Rohmer, Stanley Donen, Fritz Lang, Jean Renoir. (La nómina no es mía: es del narrador omnisciente. Del Guelbenzu cinéfilo, por supuesto. Pero qué cerca estamos el uno del otro.)

g) Ingmar Bergman / Carlos Saura

Me ha sorprendido gratamente encontrar en una secuencia de la “Tercera parte” de la novela una técnica cinematográfica que he visto por primera vez en el cine de Ingmar Bergman –Fresas salvajes (1957)- y luego de nuevo en el de Carlos Saura –La prima Angélica (1973). Más o menos dicho procedimiento narrativo se podría resumir en estos términos: un personaje, en plena madurez, aparece con su aspecto actual en los espacios del pasado y contempla con nostalgia a los suyos tal como los recuerda ahora, con sus mismos rostros, con sus mismas ropas. En fin, un peculiar viaje en busca del tiempo perdido. Andrés, en la habitación del hotel, ante el espejo del cuarto de baño, observa con atención su expresión de ansiedad y decepción, que no es otra cosa que la imagen de un hombre abatido e indeciso. Pero, de pronto, reconoce en ese mismo espejo el reflejo de un espacio del pasado, una habitación en donde están su madre y su abuela sentadas en unas butacas, y entre ambas de pie mirándolas una niña, Clara Zubia. La muchacha ha venido a jugar con él, le anuncia su madre. Las imágenes del pasado y del presente se entremezclan en la superficie del espejo. Un rato después –también en el espejo- aparece la figura del padre en el salón de la vieja casa del pueblo. Luego es la imagen de Clara surgiendo del agua en el remanso del río -aquel espacio mítico en donde realmente se enamoraron- que le reclama. Ahí concluye este viaje al pasado, a su infancia, a sus seres queridos, al tiempo de la inocencia y del amor.

5. La noche no tiene paredes.

Me encantan los libros “nocturnos”. Y, sobre todo, los personajes que pululan bajo la luz de la luna con ánimos de farra y de charla. De arreglar el mundo al alimón sin un plan fijo y con las ideas poco claras. Miro hacia atrás con placer y recuerdo las horas de emoción vividas

primero en la lectura de Luces de bohemia,pieza teatral del gran farandulero de la literatura española, Ramón María de Valle-Inclán; y luego reparo en el análisis repetido cada año en el aula con los alumnos de Bachillerato, y veo cómo siempre descubro cosas nuevas, cómo me gustaría ser Max Estrella y “morir” una madrugada en el poyete de mi casa tras una noche de jarana al lado, eso sí, de tus “latinos” del alma. Otra pieza teatral sobre nocturnidades y alevosías es Tres sobreros de copa [1932, 1952, Miguel Mihura]. En una habitación de hotel provinciano Dionisio pasa una noche de ensueño, justo el día anterior a su boda, junto a unas bellas muchachas de music-hall. El tipo descubre que otro mundo es posible, muy distinto de la vida de convencionalismos burgueses que le espera si definitivamente se casa.La noche es propicia a toda clase de experiencias. De este libro destacaría, a modo de selección particular, el momento en el que Andrés y sus amigos viven intensamente la noche: es su territorio, “fue donde aprendimos a vivir por nuestra cuenta”. Es larga la nómina de estos personajes secundarios, fugaces incluso, que pululan por la novela, y de manera especial por esta larguísima secuencia en la que los personajes salen de parranda, como auténticos crápulas y faranduleros, quizás en retroceso, por la noche madrileña. Y el paseo se convierte en una especie de estado de la cuestión sobre los sueños y las ilusiones, con una evidente dosis de desencanto. De una parte, animales nocturnos como Cadavia y Juan de Septiembre, que recuerdan sobremanera a los antihéroes valleinclanescos, que actúan como maestros de ceremonias; de otra, Andrés Delcampo, que esa noche ha dejado en casa a su mujer y a su hija, para calmar sus penas y aclarar sus dudas en las barras de la bohemia madrileña. Muchos más personajes irán desfilando por esos espacios míticos, mostrando sus miserias y sus encantos: John Palacius –se llama en realidad Juan de Dios Álvarez Palacios-, poeta feérico, o el padre Jesús Peor, entre otros. De poético canto, o elegía singular de la noche se puede calificar la perorata que lanza Juan cuando salen los amigos del barrio de Argüelles para instalarse en una cervecería muy bulliciosa. Es algo larga la cita, pero desde ahora permanece muy cerca de mi mesa de trabajo donde a veces la miro y me recreo con mucho placer.

-La noche, amigos míos –perora Juan- es el reino de la fantasía y de lo inesperado. La noche nos iguala, nos oscurece, nos confunde; es la que da alivio al triste, cobijo al solitario, refugio al fugitivo, protección al criminal, excusa a los amantes, cobertura al inseguro, alegría a

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los juerguistas, ocasión a los tramposos, promesa al jugador. La noche concierta citas a veces desesperadas, a veces traicioneras y a veces triunfantes. La noche hace y deshace relaciones a media luz, atrae al público a la puerta de las tabernas y lo atrae como si fueran polillas ante las farolas de las calles que lo conducen a ellas. La noche es escondite y libertad, es luminosa en la oscuridad para quien tiene ojos como los gatos, es la mentira más verdadera, la que expande nuestros corazones, la dama de nuestros sueños.

La respuesta del joven Andrés, quien pasa por un momento de incertidumbre y desasosiego en su vida familiar y profesional, es sobre todo un aserto generacional, y la voz del desencanto.

-La noche es el olvido –sentencia Andrés-, por eso bebemos en la noche, para olvidar el día.

Esta ronda nocturna de los amigos de Andrés se parece mucho a una película de Federico Fellini, un autor que se prodiga en montar escenas de farra muy surrealistas, en las que abundan las copas y los bailes, protagonizadas por noctámbulos y faranduleros, crápulas y oportunistas, que viven prodigiosamente la noche. Nos referimos, claro está, a obras maestras como La dolce vita y Ocho y medio /

Otto e mezzo. Además, estas tiernas páginas –todo un canto a la amistad, como no había leído en mucho tiempo- nos recuerdan la literatura de los escritores del Medio Siglo (Caballero Bonald, Ángel González, Alfonso Sastre, Gil de Biedma, entre otros), que hicieron de las cutres tabernas su auténtico Ateneo, de las barras de bar objetos poéticos por excelencia, y del alcohol –y por ende de la amistad- una de sus señas de identidad.

6. Análisis fílmico de un fragmento,

Me gustaría concluir este artículo mostrando al lector un fragmento de la novela muy ilustrativo de lo que no dudo en llamar estilo visual o cinematográfico. Su configuración –en términos de sintaxis, pero también de coherencia y cohesión textuales- no anda muy lejos del territorio del guión técnico. Más que mostrarlo, sin más, lo iré analizando, y segmentando plano a plano, a partir de una terminología más propia del comentario de textos fílmicos. (Lo encontrará el lector en la página 130 de la novela.)

La puerta del bar se abre de pronto y dos tipos, uno de ellos con gabardina y el otro a

cuerpo, entran en el local. Una corriente de aire frío e intimidante acompaña su entrada [PLANO GENERAL]. Uno de ellos, el de la gabardina, permanece en pie junto a la puerta abierta [PLANO GENERAL], sujetándola con la mano [PRIMER PLANO], y el otro se adentra unos pasos para observar a la escasa concurrencia [TRAVELLING / CÁMARA SUBJETIVA]. El local se ha achicado repentinamente. El hombre que lee el periódico en la mesa del rincón ante una taza de café vacía levanta la vista, los mira y sigue leyendo; los dos corrillos de la barra detienen por unos instantes sus conversaciones; el camarero observa a los dos aparecidos con gesto de indiferencia y Andrés y Luis sienten que se les seca la garganta. Es un minuto en el que el corazón bombea con fuerza y ambos creen que esa tensión se traduce en sus caras, que sus cuerpos les traicionan, no saben adónde es conveniente mirar y eso les turba aún más [PANORÁMICA de presentación; leve barrido / corte a PLANO MEDIO del camarero]. Luis se agarra al vaso para beber, pero siente que no podrá controlar el temblor de la mano y permanece en esa postura [PLANO GENERAL / PRIMER PLANO de la mano]. Andrés prueba a fijar la vista en la cristalera, tratando de ignorar al escrutador, pero a continuación hace un esfuerzo supremo y enfrenta los ojos del otro con un fingido gesto de indiferencia. Sabe que tiene que mirarlo para evitar que se acerque, pero teme que el miedo asome porque el otro puede olerlo como lo hacen los perros [PLANO GENERAL/ leve PANORÁMICA]. El escrutador termina de barrer el local con la mirada, se vuelve a su compañero, le hace una seña con la cabeza y los dos salen del bar hacia la calle [PLANO GENERAL / TRAVELLING de acompañamiento]. Andrés expira el aire que se le había solidificado en la garganta [PRIMER PLANO]. El hombre sentado en la mesa de la esquina le mira fugazmente sobre el periódico abierto y luego vuelve a su lectura con una media sonrisa en los labios [PRIMER PLANO].

Vemos, pues, cómo Guelbenzu, sirviéndose de una puesta en escena claramente cinematográfica, consigue unos efectos harto elocuentes para mostrar una escena silente, de suspense, en la que los dos amigos temen ser detenidos en unos momentos de convulsión social, en los que ellos en cierta medida están inmersos, aunque tampoco participen activamente en la resistencia: con todo, no ven con buenos ojos el Régimen, y se sienten frustrados profesionalmente. Y de esto precisamente trata la novela.

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7. El silencio del lector.

He leído con mucho gusto El amor verdadero.He disfrutado como nunca, como un niño con su juguete preferido, he vuelto a la novela una y otra vez, a mis subrayados, a mis glosas de lector cómplice. En este análisis he intentado mostrar cómo Guelbenzu es un escritor muy sensible a las técnicas cinematográficas. La novela es sencilla –por su historia, por sus personajes- y, al mismo tiempo, extraordinariamente compleja –por sus artificios estructurales, por la alternancia de voces narrativas-. Me han emocionado muchas de sus páginas, me he reconocido en algunos personajes y temas. Un placer similar al de ver por primera vez, sin saber aún nada de sus directores, Ciudadano Kane, La diligencia o Río Bravo. Guelbenzu ha dirigido –perdón, ha escrito- una obra maestra. No es un relato de la nostalgia, sino de ese misterio llamado memoria.

No me voy a entregar a la nostalgia del mismo modo que nunca volveré a sentarme –los ojos ardiendo como faros- en mi butaca arropado por la oscuridad compartida de una sala de cine de sesión continua.

BIBLIOGRAFÍA

BASANTA, Ángel [2010]: “El amor verdadero”, EL CULTURAL / EL MUNDO, 4-6-2010, págs. 16-17.

COMAS, Ángel [2004]: Anthony Mann,Madrid, T&B.

GUELBENZU, José María [1997]: El mercurio[1968], edición de Ana Rodríguez Fischer, Madrid, Cátedra (“Letras Hispánicas”; 433).

GUELBENZU, José María [2010]: El amor verdadero, Siruela (“Nuevos Tiempos”; 167).

MAINER, José Carlos [2010]: “Amor, historia y un poco de magia”, www.elpais.com/articulo/portada/Amor/historia/poco/magia/elpepuculbab/2010.

POZUELO YVANCOS, José María [2010]: “Llegada a Ítaca”, www.abc.es/ABCD/noticia.asp?id=14525&num=947&sec=32

TUSÓN, Vicente y LÁZARO, Fernando [1984]: Literatura española, Anaya.

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CINE

MALOS DE PELÍCULA

Daniel Martín-Moreno Romero

“Cuando soy buena, soy buena; cuando soy mala, soy mucho mejor.” Mae West, primera “femme fatale” de la historia del cine.

Aunque estoy seguro de que la pizpireta actriz Mae West no quería darle a su famosa frase exactamente el mismo sentido del que quiero dotar a este artículo, déjenme que me sirva de ella para agitar su memoria cinematográfica y hacer emerger de ella algún pérfido personaje de película que les haya marcado hasta tal punto de tenerlo entre sus personajes cinematográficos favoritos. Ah, ¿que sólo les vienen a la mente chicos buenos? Jejeje… ¿a quién pretenden engañar? A mí no, desde luego. A mi entender, dos son las razones por las que el papel del malo nos puede dejar marcados después de ver una película: o bien porque nos cayó tan bien que al final de la misma preferimos que hubiera ganado, que se hubiera llevado a la chica o, simplemente (hay que ver qué malos son también algunos directores de cine) que hubiera sobrevivido. O bien porque, y es lo más normal, le complicó tanto la vida al protagonista de la película que tuvimos al final que reconocer ciertas virtudes a su Némesis. Y es quizás porque hace ya algunas ediciones de la revista publiqué un artículo sobre su contrario, esto es, el bueno, el héroe de la pelí, que ahora pretendo hacer justicia cinematográfica reservando este espacio para presentar, si no los conocen ya, a muchos, de los que podríamos llamar malos de la película, que han desfilado por las pantallas de cine a lo largo de la historia del séptimo arte. Bien, pues me gustaría empezar mi relación citando a uno de los malvados más carismáticos que se han paseado por estas pantallas ante nuestros ojos, personaje de una de las sagas cinematográficas más populares de todos los tiempos, y no es otro que Lex Luthor, el archienemigo de Superman. Interpretado por el genial actor Gene Hackman, se trata de un personaje que aparecía para deleite de los

espectadores en la primera, la segunda y la cuarta entrega de la saga (Richard Donner, 1978; Richard Lester, 1980 y Sidney J. Furie, 1987). De verborrea fácil y siempre con una sonrisa en la boca mientras describe y pone en práctica los más maquiavélicos (y fallidos) planes para acabar con Superman, este villano consigue que desarrollemos por él una especie de simpatía que hace que casi queramos que se salga con la suya. ¿He dicho casi, no? Ah, vale, ya creía que me estaba pasando al lado oscuro, que diría un Jedi. Otros malos simpáticos, como Luthor, en el cine los ha habido a cientos, pero yo me voy a quedar con dos de ellos, diferentes entre sí además: Uno, Gordon Gekko, el paternal y “cool” tiburón de las finanzas de “Wall Street” (Oliver Stone, 1987) rescatado hace poco por su creador Stone para una segunda parte ambientada en estos tumultuosos tiempos en cuanto a lo económico (Wall Street: el dinero nunca duerme, 2010); y el otro, discúlpenme si no les suena mucho la película, el Dr. Frank-N-Furter, un travestido y bisexual remedo de Doctor Frankenstein y Drácula a la vez, interpretado por Tim Curry en la hilarante comedia musical “The Rocky Horror Picture Show” (Jim Sharman, 1975), donde después de secuestrar y seducir a la pareja protagonista e incluso matar a uno de sus propios secuaces, vemos como se revela su verdadera personalidad como extraterrestre venido a la Tierra a conquistarla pero que, seducido por los placeres que la humanidad le ofrece, se vuelve “bueno” y, tras ser traicionado por sus otros compañeros extraterrestres, es asesinado por éstos en una enternecedora escena final que consigue transformar en entrañable al personaje. Vaya, ¿malos que se convierten en buenos al final de la película? Pues es que no han escaseado precisamente que digamos, y están entre mis favoritos, tengo que confesarlo. Los hay desde los que cometen fechorías al principio del film desde su condición de delincuentes, como Kevin Costner, el convicto "Butch"

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Haynes, en “Un mundo perfecto” (Clint Eastwood, 1993); Rutger Hauer, el androide fugado Roy Batty, en “Blade Runner” (Ridley Scott, 1983) o Russel Crowe, el atracador Ben Wade, en “El tren de las 3:10” (James Mangold, 2007) personajes que al final se redimen y hasta llegan incluso a colaborar con la justicia (caso de Crowe); y la vertiente opuesta, los que comienzan la película desde el lado de la ley y contra los protagonistas de la historia, pero que a lo largo del metraje van cambiando su postura hasta posicionarse algunas veces claramente del lado de estos y contra el poder establecido. Ejemplos de este arquetipo cinematográfico lo encontramos en la figura del caza recompensas que interpreta Jack Ryan en la preciosista y violenta película “Grupo Salvaje” (Sam Peckinpah, 1969), o en el oscuro oficial de la Stasi, la policía secreta de la antigua Alemania Oriental, al que da vida Ulrich Mühe, que está encargado de espiar a unos intelectuales desafectos al régimen en la reciente película alemana “La vida de los otros” (Florian Henckel-Donnersmarck, 2006). Malos también tenemos los del tipo atormentado, que saben que no están del lado de los buenos, pero que aunque sufran por ello lo asumen: bien por interés personal, para medrar, caso del reconvertido sheriff Pat Garret interpretado por James Coburn en “Pat Garret y Billy el niño” (Peckinpah, 1973), o del traumatizado sargento Burns de “Platoon” (Oliver Stone, 1986), antítesis del bondadoso sargento Elías – Willem Dafoe: un Tom Berenger cuyas profundas cicatrices en la cara son un reflejo exterior del carácter tortuoso de un alma que ha de ahogar en alcohol después de las atrocidades que comete en el campo de batalla. Y bueno, por seguir clasificando en diversas categorías los tipos de villanos que nos podemos encontrar en una película, los hay del tipo psicópata: el asesino Scorpio, de “Harry el sucio” (Don Siegel, 1975); el preso recién salido de la cárcel y con ganas de venganza Max Cady, al que daba vida Robert de Niro, en “El Cabo del miedo” (Martin Scorsese, 1991); o el extraño asesino sociópata de “No es país para viejos” (Los hermanos Cohen, 2007), encarnado por un Javier Bardem que se hizo merecedor del Oscar al mejor actor secundario del año; los hay también del tipo diabólico: Robert de Niro otra vez, como el abogado Lu Cipher de “El corazón del ángel” (Alan Parker, 1987); Robert Mitchum, como el predicador buscavidas al que daba vida en “La noche del cazador” (Charles Laughton, 1955), donde destaca la inolvidable secuencia en la que se nos muestran sus nudillos tatuados con las palabras “HATE” (odio) y“LOVE” (amor); el veterano abogado al que da

vida un mefistofélico Al Pacino en “Pactar con el diablo” (Taylor Hackford, 1997), que es capaz de corromper el espíritu puro de su recién licenciado colega de profesión (encarnado por Keanu Reeves), etc., etc. Malvados hay también que nos engañan con su carácter bonachón y que al final de la película dan la cara y revelan su verdadera identidad, como, por citar sólo algunos casos, el misterioso asesino de “El nombre de la rosa” (Jean-Jacques Annaud, 1986), que no desvelaré aquí por si alguno de ustedes aún no ha visto la película o leído el libro; o hablando de libros, el infame delator ante los nazis de miembros de la Resistencia holandesa de “El libro negro” (Paul Verhoeven, 2006), al que tampoco delataré. Simpáticos psicópatas, encantadores ladrones, sorprendentes asesinos,…. A lo largo de toda su historia el cine ha ido dejando muestras del más variado elenco de villanos que imaginarse pueda en películas de acción y sobre todo de misterio, pero es en la comedia donde la figura del malo alcanza su máximo nivel de caracterización, y sirve para su parodia. Ejemplos van desde la panda, y nunca mejor dicho, de patosos motoristas que, persiguiendo a los personajes caracterizados por Clint Eastwood y Sondra Locke, se las dan de malvados sin poder llegar a serlo en la comedia de acción “Duro de pelar” (James Fargo, 1978), a los esbirros del Dr. Maligno de las películas de Austin Powers (la primera: “Austin Powers: Misterioso agente internacional”, Jay Roach 1987) en las que protagonista y antagonista están interpretados por el mismo actor, Mike Myers, y que presenta a unos secuaces (o esbirros, como ellos se llaman) del Dr. Maligno que tienen más que asumido su rol de carne de cañón que muere a la primera de cambio. Más villanos de este tipo encontramos en el grupo de neonazis de encefalograma plano que persiguen a los Blues Brothers en “Granujas a todo ritmo” (John Landis, 1980), etc., etc. No obstante todas estas películas mencionadas, uno de los puntos culminantes de la representación del papel del malo en el cine lo encontramos en una divertida película de acción de Arnold Schwarzenegger: “El último gran héroe” (John Mctiernan, 1993), la cual es en realidad una parodia de las películas de acción del actor austriaco, y es que en ella aparecen un sinfín de villanos interpretados por actores que en otras películas han hecho de malos y a los que el personaje de Arnold, el detective Jack Slater, se enfrenta y va ajustando las cuentas casi uno a uno. Tenemos a Anthony Quinn, que ha hecho de gangster en reiteradas ocasiones (una de las más famosas: “Revenge”, de Tony Scott, 1990), F. Murray Abraham: Salieri, el malo de “Amadeus”, (Milos Forman, 1984),

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Charles Dance, el psicópata de “Desvío al paraíso” (Gerardo Herrero, 1984), etc. Bien, llegados a este punto hemos presentado a un sinfín de malos arquetípicos, que han sido interpretados por diferentes actores, pero fijándonos en el ejemplo de la película que mencionábamos antes podríamos haber hecho una relación algo diferente: haber presentado a actores que han dado vida a un sinfín de malos de diferentes tipos. Y es que a nadie se le escapa que hay actores que, en la mayoría de las ocasiones debido a su físico, han centrado su carrera en personajes malvados, como por ejemplo en los primeros años del cine negro Richard Widmark y el mismísimo Humphrey Bogart, aunque pronto ambos, por sus dotes interpretativas y, en su momento, arriesgadas apuestas por parte de directores que desafiaban a la opinión general de que sólo podían encarnar personajes de gángsteres, pudieron cambiar de registro para así convertirse en grandes actores de todo tipo de roles. Así, Humphrey Bogart participó de secundario en decenas de películas (en las que además solía morir tiroteado) antes de hacer “El tesoro de Sierra Madre” (John Huston, 1941), la película que lo lanzó definitivamente a la fama (a él y a Huston también). Y Richard Widmark se dio a conocer al gran público haciendo del perverso gangster Tommy Udo en “El beso de la muerte” (Henry Hathaway, 1955). De esta época es así mismo el actor encasillado en interpretar personajes de malvados gángsteres Richard Conte, con una filmografía que abarca desde la década de los cincuenta, con títulos como “Agente especial” (Joseph H. Lewis, 1955) a los 70, donde destaca “El Padrino” (Francis F. Coppola, 1973), en la que encarnaba a Don Barzini, uno de los capos de las cinco familias mafiosas de Nueva York. Y también por estos años hacía Orson Welles su irrupción en el cine. Y es que dejando a un lado su brillante faceta de director, su cada vez más oronda figura encarnó en películas propias y ajenas a algunos de los villanos más famosos de la historia del cine: el nazi huido a America Franz Kindler de “El extraño” (O. Welles, 1946), el contrabandista Harry Lime en la Viena post Segunda Guerra Mundial de “El tercer hombre” (Carol Reed, 1949), o el mafioso y corrupto jefe de policía Quinlan de “Sed de mal” (O. Welles, 1958). Más recientemente, ejemplos de actores especializados en este tipo de personajes podemos encontrarlos en los actores ingleses Alan Rickman: genial como siempre en sus papeles de sádico terrorista enfrentando a Bruce Willis-John McClane (“La jungla de cristal” - John Mctiernan, 1988), sheriff de Nothingham

enfrentado a un Robin Hood-Kevin Costner (“Robin Hood, principe de los ladrones” – Kevin Reynolds 1991) o ambiguo profesor de escuela de magia (“Harry Potter y la piedra filosofal” – Chris Columbus, 2001); y Mark Strong, que ha hecho de malo en 3 de las más taquilleras películas del 2010: Robin Hood (Ridley Scott), Jack-Ass: listo para machacar (Matthew Vaughn) y Sherlock Holmes (Guy Ritchie). Y qué decir de un actor especialista en malvados de todos los tiempos: Christopher Lee, con interpretaciones que van desde las de Drácula en un sinfín de películas de la Hammer (allá por los años 50) a las del traicionero Conde Dooku de Star Wars: episodio II - El ataque de los clones (George Lucas, 2002) y el pérfido Saruman de la trilogía del “Señor de los anillos” (Peter Jackson, 2001-2003). Ahí es nada. Y no podemos finalizar este artículo sin hacer referencia a algunas malas de película, de esas que hacen honor a la cita con la que comenzaba él mismo: que cuando son malas, son mejores. Y entonces, imposible dejar de mencionar a Barbara Stancyck, soberbia en su papel de femme fatale, o mujer fatal que diríamos en castellano, en “Perdición” (de Billy Wilder, 1944), donde se comenzaba a dar forma a esta figura, la de femme fatale, que ha evolucionado hasta interpretaciones como la de Lena Olin en “Romeo is bleeding (Doble juego)”, de Peter Medak (1993). Tampoco podemos obviar otros personajes femeninos odiosos como el de la enfermera de “Alguien voló sobre el nido del cuco” (Milos Forman, 1975), interpretación que le valió un oscar a la actriz Louise Fletcher, ni el de la también enfermera interpretada por Kathy Bates en “Misery” (Rob Reiner, 1990, basado en la novela de Stephen King) ni a Glenn Close en su papel de obsesionada amante despechada de “Atracción fatal” (Adrian Lyne, 1997). Malas, malos… Bien, queridos lectores ¿me dejo alguno? Seguro que ya se les ha ocurrido algún villano de película que no he mencionado en todo el artículo, ¿que no? Me he dejado al menos uno, inclasificable, que se ha convertido en uno de los últimos iconos del cine reciente, encumbrando al actor que le ha dado vida…. ¿no les suena aún? ¿Y si les digo: sigues oyendo los corderos en la oscuridad, Clarisse? Aunque lo de Hannibal Lecter mejor lo dejamos para otro número, o mejor no decimos nada, no vaya a ser que se mosquee, con el mal humor que se gasta. Sólo hay que recordar lo que le decía a la agente del FBI Clarisse Starling, o como a él le gustaba llamarla, simplemente Clarisse: “Uno del censo intentó hacerme una encuesta. Me comí su hígado acompañado de habas y un buen Chianti”.

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CINE

KRZYSZTOF KIESLOWSKI: Azul y la sinfonía inacabada¹

José Vicente Caminero Torija

“Si hablo la lengua de los hombres y de los ángeles…. Y no tengo amor, no soy nada” (Corintios 13,1-13).

El tema de las creencias religiosas y cristianas de los artistas y, en el caso de esta reflexión, de los cineastas, presenta un aspecto de considerable interés en el siempre crucial diálogo entre religión y cultura. Esta cuestión plantea varias preguntas con respecto al cine. ¿Cómo puede una opción creyente, o dudosamente creyente, o no creyente ser percibida y expresada en el trabajo de un director? ¿Es necesario que sea creyente un director que se propone realizar una película sobre Jesús, o bien relativa a temas cristianos? En ocasiones, la identidad creyente es manifestada abiertamente por los directores, como una estrategia comercial para explotación de la película. Podemos poner como ejemplo el caso del italoamericano Martin Scorsese en la Última tentación de Cristo, inquieto por la reacción del público por su escandalosa película, proclamó con insistencia que era católico y que había ido a un seminario católico. Por otro lado, un buen número de películas de temas y contenidos religiosos, cristianos, católicos concretamente, muy bien aceptadas y respetadas en círculos de iglesias, han sido realizadas por directores que abiertamente admiten su posicionamiento de no creyentes: Alain Cavalier y su Thérèse (1986), John Duigan y su Romero (1989); La séptima morada(1995) de Marta Meszaros y más recientemente, El gran silencio (2005) de Philip Gröning. Sin duda el mejor ejemplo de esta aparente paradoja es El Evangelio según San Mateo (1964) de Pier Paolo Pasolini, que siendo muy criticada por el Vaticano en su momento, treinta años más tarde, cuando el Vaticano publicó una lista de las mejores películas de todos los tiempos, ElEvangelio de Pasolini fue la única película sobre Jesús que se incluyó: evidentemente, lo de director creyente o no creyente, y su comportamiento, no fueron tenidos en cuenta como factor de valoración. Un nuevo y fascinante aspecto de este tema es el caso de los directores de cine que habiendo sido católicos o cristianos, después han perdido o renunciado a su fe, y a pesar de todo, sus trabajos continúan estando marcados con detalles, temas, o, lo que es más importante, con el espíritu de aquella fe. Ingmar Bergman es

obviamente el ejemplo más llamativo, pues continúa debatiéndose con la cuestión de Dios en sus películas. El director canadiense Denys Arcand, en su Jesús de Montreal (1989) y otras películas, parece incapaz de desprenderse de sus raíces católicas. También es el caso de Francis Ford Coppola, más evidente en la trilogía de ElPadrino y especialmente en el Padrino II(1972). Uno de los más destacados del cine reciente es Abel Ferrara, en Mary (2005), estudia con sensibilidad y profundidad la experiencia de la lucha interior de la fe cristiana y la llamada a la conversión radical.

Krzysztof Kieslowski

Tal vez, el cineasta que nos proponemos presentar sea un caso fascinante, el polaco Krzysztof Kieslowski, y más concretamente en su trilogía Tres Colores² (1993- 1994), que quizás represente el trabajo más conocido de este cineasta. El poder salvífico del amor según el modelo cristiano del Nuevo Testamento es un tema que se hace constante en la película Blanco, el amor trascendente a las traiciones e infidelidades de los dos protagonistas para llevar la esperanza a su matrimonio roto, y en la

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película Rojo aparece una delicada relación de amor entre un viejo solitario y una joven, que aporta renovación, esperanza y vida para ambos. Pero nos centraremos especialmente en la película Azul en la que Kieslowski expresa una visión moral cristiana con consumada belleza y fuerza. Azul es una nueva indagación que el cineasta hace en el sentido de la vida y de la muerte. Profundamente subjetiva trata de no perder pie de universalidad. El proceso de Julie (protagonista de la película) parte de la vulnerabilidad de lo seguro, de la inmensidad del dolor y de las fuentes de un débil renacer, que se revisan en la misma trilogía, como si los códigos anteriores se hubieran caído. Julie es alcanzada por la muerte en medio de un chiste. Paradoja de la vulnerabilidad, todo seguro y todo se viene abajo. Todo en lo que se puede confiar, hasta el propio coche, está sometido a la fatalidad. No se trata de su propia muerte sino de la muerte del otro, en su radicalidad de esposo (reciprocidad) e hija (alteridad de generación). Antes que una reflexión sobre el dolor es una reflexión sobre la vulnerabilidad, el itinerario de Julie puede ser el de cualquiera. Y es allí donde se instala el dolor. Irresistible en la tentativa de suicidio. Es más difícil vivir con el dolor que morir y a pesar de todo elige vivir. Especialmente sugerente es cuando pide perdón a la enfermera por haber roto el cristal. Es la cuestión radical del sentido de la vida. Una experiencia que en primera instancia muestra que el que ama sufre y el sufrimiento es destructor, ya que todo su dolor procede del amor. La muerte como crisis de amor. Julie necesita romper con su vida anterior, no se puede renacer en el recuerdo, hacia atrás. Vive un proceso lento de recuperación de algo que se pueda parecer al amor. Aquí contribuyen los otros: su vecina Lucille, Olivier; ella vive su recuperación en los otros. Al final, hay una recuperación, más allá de ella misma, el sufrimiento le ha enseñado la renuncia sin dejar de amar. A amar sin tener, cuando el otro no está queda la amargura. Se podría decir que hay una “espiritualización” del amor. El tema de Corintios 13 recuerda la centralidad de la cuestión del amor. Dice Kieslowski que cogió este texto porque no se citaba a Dios. La música como el azul viene en las oleadas del dolor y el recuerdo. Dolor y amor vienen con la música. Las inmersiones, la piscina, colocan a Julie ante la música inacabada. La música es un símbolo fuerte de la trascendencia del amor, de su persistencia, de cómo en la interioridad renace graciosamente. En alguna forma,

simbólicamente la música dice lo que la letra no dice, algo del amor, algo del nombre de Dios silenciado. El azul es un símbolo ambiguo. En la película es el color del dolor frío y de la inmensidad del amor. En Azul esta duplicidad actúa simbólicamente. El color y la música dicen más que las palabras. Así, en esta película el dolor es azul y el amor trascendido también es azul. Para concluir, la última secuencia es clave en la interpretación de la película. Los finales abiertos de Kieslowski tienen la característica de ser indefinidos y a la vez significativos. La escena del joven despertándose y tomando la medalla que lleva, hace una referencia a un presentimiento del amor de Julie y a la imagen de la cruz que tiene en su pecho. El plano de la madre hace referencia a la muerte (cierra los ojos y viene la enfermera). El plano de Lucille entre sombras pronunciadas hace referencia al dramatismo de su situación. El plano de la ecografía de Sandrine al triunfo de la vida. Y por fin el plano de Olivier al amor capaz de ser uno con Julie (ella está en su pupila).

______________

¹Basado en los artículos de Pedro Sánchez Rodríguez: “Tres colores: azul. El duelo como acto de fe en el amor y El decálogo de Krzysztof Kieslowski: la mirada cristiana de un ateo”. ²Rodríguez, J.: “Azul, Blanco y Rojo. Kieslowski en busca de la libertad humana”, Madrid 2004, pg. 214ss.

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HISTORIAS Y COSTUMBRES

GUATEQUE

Francisco J. Serrano López

Aquellos guateques de antes, que marcaron social y musicalmente, las décadas de los años 60 y 70, eran fiestas de rotación en casa de Pepe, Rafa, Antonio, Fernando, etc., todos en torno al tocadiscos de maleta portátil con asidero y sonido a veces de lata, era el medio para escuchar y disfrutar la música, sobre todo de los años 60, fiestas de amigables pandas, alegres y divertidas, aunque con una gran carga de ingenuidad. Para la organización de dichos eventos, había que contar con la aprobación de los comprensibles y vanguardistas padres de la época, en la que demasiadas cosas estaban prohibidas, o diferentes comportamientos mal vistos; en ciertos domicilios se ocupaba parte de la propia habitabilidad de la familia, patio, pasillo, corredor, etc. A veces se intentaba sobrepasar la frontera de lo moral, o lo que se entiende por tabú, aquello que no se puede ni tocar ni decir, pero que hacía que determinados comportamientos tuvieran determinado encanto. El guateque era sobre todo una reunión dominguera de amigos, donde se bailaba, se bebía y merendaba; la juventud actual lo entenderían como actitud de carcas o carrozas, ellos han pasado de las fiestas bullangueras celebradas en corrales durante unos décadas, a los multitudinarios botellones. La finalidad de las distintas generaciones, cada una con su libre carga juvenil, es la de divertirse a su manera, pero respetando al prójimo, sin embargo es poco comprensible y sin agravio comparativo, donde priva más que música y comodidad, ritmos, percusión y ruidos infernales y desagradables al oído, con finales al rayar el alba, cochambrosos. Guateque era sinónimo de encanto, moderación, ingenuidad, saber estar y sobre todo buena música, aquellas canciones como Un sorbito de champán de Los Brincos, Frente a palacio de Los Pequenikes, Black is Black de Los Bravos, Ponte de rodillas de Los Canarios, Perdóname, de Dúo Dinámico, o solistas como Raphael, Adamo, Tom Jones, Engelberts Humperdic. Nicola di Bari, Iva Zaníchi, Rita Pavone, etc., hacían las delicias del oído. La música internacional era la que más prevalecía sobre la abundancía de grupos anglosajones y estadounidenses, decenas de sus canciones versionadas por cientos de grupos y solistas, en la actualidad, son ya clásicos de la música, como excepción Los Beatles con todo su repertorio, siendo, Yerterday, la más versionada

de la historia. Cientos de veces se pinchaban hasta rayarse en su integridad, aquellos discos de vinilo, reproduciendo canciones como La casa del sol naciente, de The Animals, Con su blanca palidez, de Procol Harum, Noches de blanco satén, de Moody Blues, Extiende tus brazos de Four Tops, Satisfaction de Rollins Stones, Jinetes en el cielo de The Shadows, Tan felices de The Turtles, Massachusetts de Bee Gees, Buenas vibraciones de The Beach Boys, Monday Monday de Mama’s & Papa’s , o solistas como Frank Sinatra y su Extraños en la noche, Tom Jones y Verde es la hierba de mi casa, Roy Etzel y El silencio, The Platters y Solo tú, The Righteous Brothers, o lo que es lo mismo, la banda sonora de la película Ghost, además de toda la música negra y sus particulares estilos, blues, gospel, soul, etc. Una promoción emblemática de la época fue la del brandy (entonces coñac) Fundador, llenó los hogares de discos sorpresa con canciones nacionales, también la marca de refrescos Mirinda sacó discos imitando a Fundador, pero tuvo menos repercusión y no era disco sorpresa, puesto que llevaba en la carátula el nombre del grupo o solista. Los discos de Fundador empezaban con su coletilla publicitaria, antes del disco correspondiente, tenía tres diferentes, la primera decía: Está como nunca el coñac que mejor sabe, está como nunca porque es seco y es suave, está como nunca, Fundador. Segunda: Por tus años de vejez, porque eres de Domecq porque tienes la solera de tus inmensas bodegas Fundador con tu sabor estás como nunca. Tercera: Redondo es el disco sorpresa de Fundador, redondo es el placer del que bebe Fundador, redondo es su sabor, que está como nunca, Fundador. Bueno después de esta chorrada publicitaria, había que ver la cara de algunas parejas, esperando la lenta balada, hasta terminar dicha estupidez, hay que decir que todo estaba bien organizado, la ubicación del guateque con su consabido refrigerio y merienda, las bebidas similares a lo actual, diferenciando las marcas, los refrescos, Mirinda en lugar de Fanta y Pepsi en lugar de Coca Cola de vez en cuando se hacía la típica limonada o sangría de diferentes mezclas, en un lebrillo de barro. Referente a la música bastión principal del guateque, siempre se fiaba al amigo con la mejor colección de discos, los singles o

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sencillos de dos o cuatro canciones, a 45 revoluciones por minuto, metidos en un álbum de práctico y hojas transparentes, este personaje era por antonomasia, el pinchadiscos o dick jockey que aún quedaba lejos en el tiempo, aunque esa función la practicaban algunos más, excepto los más ligones, guaperas y con buen léxico. Eran tiempos estivales o de verano, que era la época lógica de una práctica amigable y de grupo, algunas veces expuestos al cuchicheo escandaloso de la vecindad, puesto que era costumbre habitual sentarse al fresco con mas asiduidad que en los tiempos actuales hace 40 o mas años, también se oía la frase, ¡dónde va a llegar esta juventud¡, la noche y el día no tienen comparación con los tiempos actuales, que más hubiese uno querido, que comerse alguna rosca, aunque con algunos diálogos y pequeños roces, uno se sentía como iluminado, recordando la hazaña durante toda la semana. El guateque se empezaba con canciones movidas, por lo tanto todos los componentes del mismo se lanzaban a mover el esqueleto, a veces con ritmos un poco amanerados, como el twist, el madison, la yenka etc., pero siempre prevaleciendo el rock and roll.

En cada uno de ellos había una chica que gustaba absolutamente a todos, por belleza, simpatía, personalidad y sobre todo por saber estar y ser comprensiva, con los menos afortunados a la hora de bailar. También las había que eran la antítesis a lo anteriormente expuesto, en general y de antemano, las parejas estaban marcadas, como si de una tramposa partida de cartas se tratara, cada uno tenía su amor platónico, y a veces te tocaba bailar con la pareja impensada, en otras ocasiones hacerte un solitario con el cubata en la mano. Después de los prolegómenos rítmicos y el correspondiente refrigerio, estaba por llegar el deseado gran momento, con el que durante toda la semana uno había estado soñando y anhelando la tarde del domingo, ¡la música lenta¡ La realidad es que no pasaba nada, ni había atrevimiento ni dejadez, pero no importaba, mientras se desarrollaba ese baile “agarrao”, uno alucinaba con sus pensamientos, la sensación era que

tocabas el cielo, durante tres o cuatro minutos y deseando que el pinchadiscos de turno hiciera rápido su trabajo, para que las chicas no tuvieran tiempo de reaccionar y sentarse. En el baile lento no se hacían alardes, solo se giraba un poco para no parecer que estabas parado, aunque poco importaba si estabas abrazado, siendo la actitud de los más afortunados, puesto que en otros casos, las chicas empleaban los codos y rodilla para neutralizar cualquier acercamiento. En momentos determinados y para rabia sobre todo de los chicos, cuando la cosa estaba en su momento más emocionante, la música lenta daba paso a unos odiosos, por ejemplo Palito Ortega o Luis Aguilé, y otra vez a los bailes amanerados, esto hacía que las parejas se despegaran; a veces era una estrategia del pinchadiscos, para él también poder bailar. De, manera ingeniosa se practicaba el baile de la escoba, que consistía, ir pasando este utilitario doméstico de chico a chico para así poder bailar con tu amor platónico, o como cantaba en uno de los temas más bailados en los guateques, Silvie Vartan, La chica mas bella del baile, la constante descomposición de las parejas, hasta terminar la canción, para la mayoría resultaba divertido, sin embargo algunas chicas frunciendo el ceño, demostraban no gustarles los cambios, al terminar la canción, el que se quedaba con la escoba, era el siguiente pinchadiscos y servicio de repostería. El atractivo de los guateques no era solamente lo ya relatado, sino el disfrute de la buena música de infinidad de grupos y solistas, sobre todo internacionales, siendo la inspiración de prácticamente la música española. Versionando las canciones de todo lo que afloraba en España en la década prodigiosa, por ejemplo el Dúo Dinámico lo hacían con canciones de Neil Sedaka y Paúl Anka, Raphael a Adamo o grupos como los Mustans a los Beatles, y Lone Star a los Rollings Stones. Había canciones que se escuchaban varias veces en el mismo guateque, y a lo largo de los mismos se convirtieron en clásicos, después de una estupenda y corta velada recoger el hato, las chicas deberían estar en casa al anochecer en pleno verano, parecido a lo que ocurre en la actualidad. Para terminar quiero recordar el último guateque, que en las sombras se me pierde, y sus notas no dejan de sonar, como volver a cantar aquellas viejas melodías, si volvieran aquellos días, cuando se empezaba a amar. Quisiera detener el tiempo en un instante, y volver a imaginarme los momentos del ayer, no podría olvidar las tardes del domingo, escuchando aquellos discos que no dejan de sonar, se me llenan de nostalgia los oídos, pretendiendo devolverme juventud, sintiendo aquellos besos atrevidos, que robábamos bailando a media luz.

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HISTORIAS Y COSTUMBRES

CRÓNICA DE UN VIAJE PACTADO

Marcos Colmenero Fernández

…Y digo pactado porque un domingo cualquiera, uno de tantos y con tres o cuatro… o siete cañas entre los dientes, viene el Señor Colitas (a partir de ahora el presidente) y nos propone a mí y a mi señora acompañar a los intelectuales del Cine Club Bogart a la semana internacional de cine de Valladolid (de aquí en adelante SEMINCI).Valladoliiiiddddd… suena fino eh? Pues el caso es que aceptamos, y algo de interesante debía tener el asunto cuando el presi se las apañó para convencer a Caminero (de aquí en adelante José Andrés) y a Sergio (al que vamos a llamar Pato). José Andrés y el Pato son colegas de mi vecino, también conocido como Pochi; Pochi es asistente de pleno derecho al Cine Club y además se “arrejunta” con Daniel (a partir de ahora mi cuñado). Mi cuñado es vicepresidente de la entidad, le gusta muncho el cine y fue uno de los ideólogos del viaje (esto me lo estoy inventando pero puede ser perfectamente cierto). El tinglao lo monta un tal Jesús Vallejo (no le voy a poner mote porque no sé si a estas alturas de la historia se me permite) y como anda casado y con hijos; pues digamos que viene acompañado al viaje. Ana es la señora de Jesús y… Si no me fallan las cuentas, con el presidente ya vamos nueve a Valladolid. Luego me entero de que el Sastre, socio honorable, nos acompañará junto a Javier Díaz, viñetero oficial de la revista y Emi, el cuñao de Palote. La expedición la completan: Aurora, una directora de banco a la que mi vecino y mi cuñado engañaron con falsas promesas; Joselillo Cabezas, al que engañó el Sastre prometiéndole un fin de semana inolvidable al aire libre y una serie de paseos por el campo castellano; y para finalizar, Augusto e Isabel, a los que imagino engañó el presidente cuando los vio con siete cañas. A partir de ahora iremos por partes. Ficha técnica del viaje: Destino: Valladolid. Fechas: del 29 al 31 de Octubre de 2010. Transporte: Nave espacial hiperventilada. Misión principal: Aumentar la cultura cinematográfica del grupo. Misión especial: Comer y beber en Valladolid. Misión secreta: Ir al casino, ver a Emma Suárez y… lo que cada uno pueda y entienda como secreto. Entidades colaboradoras: El presidente es el único que sabe si esto tiene subvención de algún tipo. Creo que Aurora llevaba una pegatina del Banesto en la solapa.

Apuntes del cronista:

Viernes, 29 de octubre de 2010 Siendo las 15:00 horas del día 29 de Octubre de 2010, sin saber de qué hablar y con la cultura cinematográfica justa, un servidor se acuerda del sarcástico alcalde de Valladolid y su rifirrafe con las ministras sexis. La verdad, no sé si es más grave insultar a la ministra o sentirse atraído sexualmente por ella. Bueno, al tema. Con la comida en la boca y la imagen del alcalde y la ministra acariciándose llegamos a la plaza de la Constitución. Son las 15:30 horas y todo el mundo está en el autobús. Por indongo y por llegar tarde nos tocan los asientos de la tabla. Augusto y un servidor nos acoplamos haciendo la bisagra en la parte central mientras nuestras respectivas se apretujan contra el cristal. Los demás se sientan como pueden y el listo de José Andrés pilla el asiento de delante. A los cinco minutos está organizado el viaje: Unos jugando al póker on-line, otros con el DVD portátil del sobrino de mi vecino, un par de ellos durmiendo, tres jugando a las cartas, dos insultándose y los cuatro de la tabla haciendo callo y pidiendo analgésicos pal dolor. Llegamos a Madrid y Domingo hace un extraño, aparta la nave de la autovía y recoge a uno que estaba haciendo dedo. Pero… coooño si es Emi. Ya estamos todos, podemos seguir. Atasco de por medio, dolores, olores y humores incluidos, llegamos a Valladolid (donde hasta los perros dicen guado) a eso de las 22:30 horas del 29. Aquí hacemos dos grupos, uno para cumplir la misión principal y otro para la especial. Los de la misión principal se van a los cines Roxy y visualizan “El Mural”, un filme Argentino dirigido por Héctor Olivera del que no tengo más reseña. Los de la misión especial se duchan y, después de fijar los puntos de referencia que permitan encontrar el hotel cinco horas más tarde y con otras tantas copas en el cuerpo, emprenden marcha. El Hotel está situado junto a la catedral de Valladolid y lleva su nombre. Es pequeño y acogedor. Está limpio y… hace un calor de tres pares de narices. Las referencias son: La catedral, una condonería con la fachada rosa y un ángel en una cornisa que sólo Jose consiguió ver. Empezamos a andar y al llegar a la plaza Mayor de Valladolid nos dimos cuenta de lo evidente: Emilio Botín está forrado y media España es suya. El caso es que

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después de pasar por una cervecería subterránea y una cafetería clasicona, hicimos posta en las gradas del teatro Calderón, nos fotografiamos con unas lobas zombis a las que mi parienta mandó a tomar por saco (muy educadamente, eso sí!) y finalmente dimos con el camino a Zihuatanejo. Zihuatanejo es el pueblo en el que el bueno de “Cadena perpetua” espera a Morgan cuando sale de la cárcel y es también un bar pequeño, cercano a la plaza mayor, en el que te venden un litro de mojito por 10 Euros. Nos zumbamos cada uno su litro y un servidor decidió que era hora de recogerse. El resto del grupo de misión especial continuó la búsqueda y algo encontraron, creo. Por lo menos dos dragones y un nazgul que formaban parte de la misión secreta y que ocuparon media habitación.

Sábado, 30 de octubre de 2010Nos levantamos temprano, y aprovechando el desayuno buffet del hotel llenamos la panza. Justo después de nosotros aparecen José Andrés, el Pato y Javi. Entre los tres se jalan el buffet entero y 15 huevos fritos con beicon. La cara de la camarera es un poema. Creo que se ha enamorado de José Andrés. El pato no ha dormido y parece que mi vecino tampoco. ¡Va a ser que alguien ronca! Damos una vuelta semiturística por el centro y corremos a ver la primera (y última) de las pelis del programa que un servidor vio. Los del grupo de la misión principal han madrugado más que nosotros y se han tragado una peli en chino. “The Fourth Portrait” creo que se titula. El director es un tal Chung Mong-hong y por lo que dicen no ha estado mal. ¡La mejor hasta ahora!!Nos juntamos los de la misión especial y la principal en los cines Roxy y pasamos a ver “Vidas Pequeñas”, una película española en la que nadie muere ni le pone los cuernos a otro. No hay asesinatos ni nada de eso; sólo unos cuantos personajes que las pasan canutas como todo español en estos tiempos. Ambientada en una especie de poblao chabolista anejo a una urbanización de lujo, la peli tiene como protagonista a una diseñadora pija a la que momentáneamente las cosas no le salen. Se enrolla con un tío que se gana la vida haciendo que caga y lee en un centro comercial y pasa una temporada viendo cómo les van de jodías las cosas a los vecinos de su nuevo novio. Al final el tío no quiere hacerse pijo como ella y la historia se acaba. ¡Como lo del príncipe azul pero al revés, vamos! La peli se termina y todos juntos nos vamos a comer a la Comandancia Militar, que pa eso estamos en Valladolidd. La invitación tenemos

que agradecérsela a Domingo, tío de mi señora y gentilhombre que nos hizo de anfitrión esa mañana. Al terminar el refrigerio volvemos a hacer dos grupos. Los de la misión principal vuelven a la carga y se van a ver una peli sobre la vida del fundador del Playboy y los de la especial nos vamos a echar la siesta. La siesta se termina y los de la especial corremos a ver a Emma Suárez desfilar por la alfombra roja. Llegamos tarde y los de la misión principal nos restriegan por la cara lo mona que era. Luego nos enteramos de que han tenido que ver a Gonzalito Miró llegar acompañado de dos jamelgas y se nos pasa la envidia. Nos vamos por ahí a dar una vuelta y por un momento, unos cuantos dudamos si acoplarnos a la misión principal. Al final pillamos un taxi y nos vamos a unos multicines a ver “Los ojos de Julia”. ¡Buena película, por cierto! Salimos del cine y volvemos a Zihuatanejo. Allí nos juntamos con los cuatro que se habían ido de misión secreta. Está hasta la bola y nos damos una vuelta por la zona que reconocieron los últimos de la misión especial la noche anterior. Más mojito, más cerveza… y a la cama.

Domingo, 31 de octubre de 2010 Los del buffet se han preparado hoy con tiempo. No hay comida, las mesas están sucias y pa echarte un café tienes que perseguir a la camarera por el recinto. Cuando han visto aparecer a mi vecino le han dado con la puerta en las narices y lo han echado en ayunas. ¡Menos mal que venden churros en la esquina! Abortamos la posibilidad de hacer turismo por Valladolid y nos vamos cagando leches camino de Villarrubia. A estas alturas la tecnología ha caído; ya no podemos jugar al póker ni ver películas. En mitad del recorrido está Segovia, y ya puestos… pues paramos a echarnos unas cañas y comer un poquito cochinillo. Aquí no nos dividimos por misiones y nos estamos junticos. Cuatro fotos, un paseo y un café después quedamos con Domingo y reemprendemos la vuelta a casa. Más o menos a la altura de Getafe abrimos la puerta y tiramos en marcha a Emi; uno al que ya no le duele la espalda. A las 22:00 horas del 31 llegamos al punto de partida, distribuimos los petates y cada mochuelo se va a su olivo. Creo que de todo esto hay fotos y hasta un vídeo grabado por el presidente. Los ávidos de información pueden dirigirse al registro del Cine club y presentar una solicitud de información adicional. Seguro que si el presidente está pa bromas la admite a trámite.

Redacción definitiva:… pues va a ser que no!!

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HUMOR

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ARQUEOLOGÍA

VILLARRUBIA Y SUS ALREDEDORES EN LAS ÉPOCAS PRERROMANA Y ROMANA

David García Urda y Concepción Sepúlveda Rodríguez “Conce”

Presentación.

En distintos artículos publicados en los números precedentes de la revista en la que se encuadra esta intervención ha ido quedando más que patente el extenso, variado y rico pasado histórico y cultural que a lo largo de milenios y siglos se ha ido desarrollando tanto en lo que es actualmente Villarrubia como en lo que son sus más inmediatos alrededores. Consecuencia de ello, en estos mismos artículos se nos ha ido desvelando parte del riquísimo patrimonio arqueológico que encierra nuestro más cercano ámbito, en el que podemos encontrar vestigios y huellas de actividad y asentamientos humanos de lo más remoto –Paleolítico Inferior, hace más de un millón de años- hasta la época medieval y moderna, a la que se asocian no sólo núcleos de poblamiento ya desaparecidos como El Lote o Xétar, sino también vestigios encontrados en el mismo casco urbano de la actual Villarrubia. Si en las anteriores publicaciones se habló, entre otros, de la Edad del Bronce, las épocas visigoda y musulmana u otros aspectos y acontecimientos de época moderna y contemporánea, hoy toca hablar de qué asentamientos había por aquí y quiénes los poblaron y alrededor actuaron en un período muy concreto de nuestro pasado local que duró alrededor de 1000 años, concretamente desde los siglos VI-V a.C., hasta el siglo V d.C. Es decir, qué hubo en torno a lo que es la actual Villarrubia en las épocas prerromana, primero, y romana, después. Pero antes de nada, dejar claro que el presente, dentro del máximo rigor posible, no es un exhaustivo, minucioso y meticuloso trabajo de investigación y análisis acerca de dichas épocas. Esa tarea la dejamos para especialistas o estudiosos más afanados. De hecho, un magnífico análisis sobre el tema que nos ocupa ya lo pudimos escuchar en voz del profesor Francisco Javier Morales Hervás durante las Jornadas de Historia Localcelebradas en 2001, cuyas actas las podemos ver resumidas en el apartado de Historia Local de la web oficial del Ayuntamiento de nuestro municipio. Lo que trataremos de hacer en el presente artículo simplemente será, por un lado, localizar y situar las áreas y los focos de ocupación o actividad en ambas épocas, y, por otro, describir lo que queda de ellos,

deteniéndonos de forma algo más pormenorizada en los asentamientos y vestigios más relevantes. Para ello -repudiando y denunciando enérgicamente de antemano, como no puede ser de otra manera, cualquier tipo de expolio y hurto a lo que es el patrimonio arqueológico- nos hemos ayudado del valiosísimo testimonio y experiencia, a nivel local, de aficionados y simpatizantes a la arqueología, así como de expoliadores reciclados, información sin la cual buena parte de nuestro patrimonio arqueológico local sería totalmente desconocido e ignorado, durmiendo todavía el sueño de los tiempos. Por otro lado, también se hace oportuno puntualizar que en el presente artículo se engloba de forma conjunta las épocas prerromanas y romanas por una sencilla razón. Ambas se encuentran estrechamente entrelazadas entre sí, pues el devenir de la primera de ellas terminó por ser afectado por la irrupción de la segunda, que lejos de instalarse en nuestro ámbito borrando cualquier huella de lo anterior, proliferó en el mismo impregnado con parte del sustrato emanado de aquella. Dicho esto, comencemos…

La época prerromana: la cultura íbera.

Justo antes de que los romanos llegasen a la Península Ibérica en la última parte del siglo III a.C. empujados por su proyecto expansionista por el Mediterráneo Occidental y el consecuente conflicto que fue la Segunda Guerra Púnica(218-201 a.C.) que le enfrentaría con la otra gran potencia del Mediterráneo, Cartago, el territorio peninsular estaba habitado por multitud de pueblos indígenas ya inmersos en plena Edad del Hierro. A su vez, ese mosaico de pueblos nativos se englobaba en dos grandes ámbitos culturales que, más o menos, tendría la siguiente distribución: transportemos a nuestra mente la imagen de la Península Ibérica, que como todos sabemos, tiene, grosso modo, forma casi cuadrangular –o de piel de toro extendida, como decían los romanos-; seguidamente tracemos una diagonal que vaya desde el vértice superior derecho al vértice inferior izquierdo; en otras palabras, una diagonal que vaya desde la actual provincia de Girona a la también actual de Huelva. Pues bien, cada una de las dos

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franjas resultantes sería el marco en el que se encuadraría esos dos grandes espacios o áreas culturales a las que nos hemos referido. En la superior, que sería la bañada por el Océano Atlántico y el Mar Cantábrico, se situarían los pueblos denominados como de influencia indoeuropea, también llamados tradicionalmente, aunque de forma incorrecta, “celtas” o “celtíberos”. En la otra franja, en esta ocasión bañada fundamentalmente por el Mediterráneo en sus zonas más litorales, se englobarían los pueblos de influencia orientalizante, también conocidos en su conjunto como Cultura Íbera. Villarrubia y sus alrededores quedarían situados por aquel entonces en esta segunda área, aunque casi a caballo entre una zona y otra.De modo que a la llegada de los romanos nos encontramos el territorio peninsular partido por dos ámbitos culturales. Estos se fueron definiendo a partir del I milenio a.C., es decir, cerca del año 1000 a.C., cuando, por un lado, las poblaciones peninsulares de la etapa final de la Edad del Bronce comenzaron a verse afectadas por la penetración a través de los Pirineos de contingentes de población y, sobre todo, ideas, formas culturales y cultos procedentes de Centroeuropa y otros ámbitos de Europa Occidental. Casi al mismo tiempo, por toda la fachada mediterránea llegarían mercaderes de procedencia fenicia y griega, y con ellos también ideas, cultos y otros elementos muy avanzados ya existentes en el Mediterráneo Oriental, como importantes novedades tecnológicas, el urbanismo, la moneda o la escritura. Se gestan así, por un lado, los pueblos peninsulares de influencia indoeuropea, enmarcados en el ámbito territorial ya reflejado, y, por otro, los pueblos peninsulares de influencia mediterránea u orientalizante, insertados en el resto del marco peninsular. Los primeros serían pueblos como los lusitanos, los vetones, los carpetanos, los vacceos, los lusoneso los pueblos de la cornisa cantábrica, pueblos todos ellos distintos entre sí pero que compartirían una serie de rasgos culturales, lingüísticos y religiosos comunes. Los segundos estarían compuestos otro gran abanico de pueblos distintos –turdetanos, bastetanos, oretanos, contestanos, edetanos, layetanos,…- en este caso con una identidad cultural, lingüística y religiosa igualmente comunes. Hacia los siglos siglo VI-V a.C. ambos entes culturales ya estarían plenamente definidos. Como ya se ha adelantado, lo que es actualmente Villarrubia y su ámbito más próximo estaría casi a caballo entre esas dos grandes franjas culturales. Realmente, y según las fuentes escritas y, sobre todo, materiales o arqueológicas, nos ubicaríamos dentro de la

zona orientalizante o íbera. Más exactamente, estaríamos dentro del área de acción de uno de esos pueblos que conformaron la gran cultura íbera peninsular: los oretanos. Estos se extenderían coincidiendo más o menos con lo que son las actuales provincias de Jaén y Ciudad Real, orbitando todo este territorio cultural alrededor del importante accidente geográfico de Sierra Morena. Así, diferenciaríamos una Oretania meridional –la jiennense- de una Oretania septentrional –la ciudarrealeña-, que es en la que nos encuadramos nosotros, cuyo poblamiento se vertebraría siguiendo el Río Guadiana y sus principales afluentes, fundamentalmente el Gigüela y el Jabalón.

Pueblos prerromanos en los siglos IV-V a.C.

Por tanto, estaríamos hablando de uno de los pueblos íberos situados más al interior del espacio peninsular y que se toparía espacialmente con pueblos ya de índole indoeuropea. Al respecto, los investigadores coinciden en situar el límite entre el área íbera y el área indoeuropea en esta zona de la submeseta sur en los Montes de Toledo. Al sur de estos estaríamos en la zona íbera, y, más concretamente, en la oretana, y al norte en el área indoeuropea, siendo el pueblo de los carpetanos el más próximo. Los pueblos íberos se organizaban en torno a incipientes reinados o principados, liderados por aristócratas y castas de nobles que harían un control efectivo de territorios más o menos extensos y, que, en alianza con otros jerarcas semejantes, podían extender sus dominios más allá de sus reinados originales. Estas élites residían en unos grandes núcleos de población altamente fortificados y ubicados normalmente, como estrategia defensiva, sobre un promontorio en el terreno, los “oppida”, que a su vez actuarían como centros de captación, control, gestión, redistribución y comercialización de la diversificada producción económica generada en su ámbito de actuación –artesanal, minero-metalífera, comercial, ganadera y, sobre todo, agraria-. A su vez, dependientes de esos oppida, se articularía un entramado de núcleos de población secundarios y otros de todavía menor entidad dependientes

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de estos, actuando unos y otros como centros de producción que abastecerían a la dinámica económica generada en torno a los oppida.

Excavaciones arqueológicas del oppidum íbero del Cerro las Cabezas

En el ámbito oreteano, y, concretamente, en la Oretania septentrional –o ciudarreleña-, esos grandes oppida y el resto de núcleos de población dependientes de éstos se distribuirían fundamentalmente a lo largo de las fértiles márgenes de los ríos que aquí nos encontramos: Guadiana, Záncara, Gigüela, Amarguillo, Azuer y Jabalón. Recordemos que se trataba de una sociedad marcadamente agraria, siendo la agricultura su principal fuente de riqueza, de manera que no es una casualidad que los asentamientos se localizaran junto o cerca de los focos de producción agraria, es decir, las vegas de los ríos ya mencionados. No obstante, la ubicación de muchos de estos asentamientos, especialmente el de los oppida, también respondía a otros motivos estratégicos, como el control de vías de comunicación y rutas comerciales importantes, control de recursos minero metalíferos, etc… Los grandes oppida de la Oretania septentrional serían lo que ahora conocemos como: Mentesa (Villanueva de la Fuente), el Cerro de las Cabezas (Valdepeñas), Oreto (Granátula de Calatrava), lo que luego sería Calatrava la Vieja (Carrión), Alarcos(Ciudad Real), La Bienvenida y… Los Toriles,sito este último dentro del término municipal de Villarrubia de los Ojos. Efectivamente, el profesor Francisco Javier Morales Hervás identifica los extensos restos íberos de este emplazamiento, ubicado muy cerca de los Ojos del Guadiana, como un auténtico oppida, es decir, como un foco de poder al más alto nivel en época íbera de la Oretania septentrional, a la misma altura -en cuanto a jerarquía y poder geoestratégico en el territorio en cuestión- de los otros grandes oppida ya mencionados. Más adelante volveremos a hablar de este yacimiento…

La época romana.

El expansionismo del incipiente Imperio Romano por el Mediterráneo occidental y el enfrentamiento con Cartago explican la llegada de los romanos a la Península Ibérica en la etapa final del siglo III a.C. Precisamente, a partir de estos momentos, el territorio peninsular se erige como uno de los principales escenarios de la Segunda Guerra Púnica, afectando de forma inevitable a las poblaciones nativas ya descritas y marcando profundamente su devenir. Así pues, tanto cartagineses como romanos arribarían en la Península Ibérica, actuando fundamentalmente por su franja más mediterránea, que la recorrerían sin cesar buscando alianzas con las distintas poblaciones nativas, reclutando mercenarios indígenas para sus ejércitos, estableciendo campamentos y puntos para el control de este territorio y sus principales fuentes de riqueza –agricultura, metalurgia…- y vías de comunicación, encontrando igualmente aquí el escenario para algunas de las batallas que conformarían este gran enfrentamiento a escala mediterránea.

Fases de la conquista romana de la Península Ibérica.

Finalmente, como todos sabemos, Roma, desde el año 201 a.C. es la gran vencedora del segundo enfrentamiento romano-púnico. ¿Qué significó esto para la Península Ibérica y los pueblos nativos que en ella habitaban? Pues que un territorio cuyo valor estratégico y, especialmente, enormes y suculentas riquezas económicas, habían sido ignorados por los romanos antes del enfrentamiento con Cartago ahora se convierte en un área de interés prioritario para los intereses de la que ya se había convertido, sin discusión, como preponderante potencia del Mediterráneo occidental. A partir de entonces, Roma diseña un ambicioso proyecto para la conquista, el sometimiento y la explotación de todo el territorio peninsular a favor de sus intereses, naciendo así lo que sería la provincia romana de

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“Hispania”, una de las más ricas y productivas de todo el Imperio romano. Sin embargo, el sometimiento de los pueblos prerromanos –indoeuropeos y orientalizantes o íberos- no fue tarea fácil, pues como ya sabemos, la casi total conquista de la Península se prolongó casi dos siglos, culminando en el año 19 a.C. Al respecto, los historiadores han diferenciado básicamente tres grandes etapas en la conquista romana de la Península Ibérica. La primera se extendería desde el final de la Segunda Guerra Púnica hasta el año 154 a.C., en la que quedaría controlado bajo el poder romano prácticamente toda esa franja mediterránea a la que se asociaban el conjunto de los pueblos íberos, incluidos los oretanos, o sea, nuestro territorio. A pesar de que los íberos eran los pueblos nativos más avanzados y desarrollados a escala peninsular, estos fueron rápidamente sometidos debido al desgaste que habían sufrido durante el desarrollo de la Segunda Guerra Púnica, en la que, como hemos visto, tomaron un protagonismo muy importante. A continuación se iniciaría una segunda fase de conquista que se centraría en todo lo que serían las poblaciones indoeuropeas –es decir, las del interior peninsular y la fachada atlántica-, que, en esta ocasión, mostraron mucha más resistencia y belicosidad, de ahí el que ésta se prolongara más en el tiempo. Y finalmente, el dominio prácticamente total por parte de los romanos en la Península Ibérica sería una realidad con la consecución de una tercera fase que tendría como escenario los territorios más norteños. Serían los pueblos de la cornisa cantábrica –galaicos, astures, cántabros, vascones…-, que nos han llegado a día de hoy con la fama de pueblos muy indómitos, pero también parece verdad que los romanos no mostraron mucho interés por dichos territorios, de escaso valor económico. Un hecho inherente a este proceso de conquista y domino sería el fenómeno conocido como “romanización”: es decir, la asimilación intencionada, e indirecta a la vez, de la cultura romana en las poblaciones autóctonas, hasta el punto de borrar casi por completo las formas culturales indígenas y hacer de todos los pueblos peninsulares un conjunto de población altamente homogéneo. Así, la lengua, multitud de costumbres, la religión u otros aspectos de la cultura y la civilización romana -como el urbanismo, las infraestructuras y las obras civiles, el derecho…- fueron poco a poco calando en el seno de las poblaciones indígenas hasta perder éstas en buena medida, aunque no por completo, sus raíces y su esencia cultural. Para la más óptima administración, gestión y explotación de la provincia de Hispania, los romanos subdividieron a su vez ésta en

subprovincias, que fueron sufriendo constantemente una redefinición. Así, esa subdivisión provincial empezó, al comienzo de la conquista, con una Hispania Citerior y una Hispania Ulterior para, en la última etapa del Imperio romano, presentar siete subprovincias: Bética, Lusitania, Galaecia, Tarraconense, Cartaginense, Balearica y Nova Hispania Ulterior o Mauritania. Lo que había sido el área oretana quedaría encuadrada en primer lugar en la Hispania Citerior para después, pasar a formar parte en primer lugar de la subprovincia Tarraconense y, después, finalmente, de la Cartaginense. Pero, ¿qué ocurrió con el ámbito la Oretania septentrional y habitantes nativos durante los períodos de conquista y domino romanos? Ya se ha señalado que este territorio quedó incluido en la primera fase de conquista romana a la que aludíamos líneas arriba y que supuso el casi absoluto dominio sobre la práctica totalidad de los pueblos íberos, oretanos incluidos. Previamente, durante la Segunda Guerra Púnica, nuestro territorio fue transitado por los ejércitos romanos y cartagineses. Testigo de ello es el conocido como “Camino de Aníbal”, que pasaba por el oppidum íbero de Mentesa -en Villanueva de la Fuente actual- y el “Tesoro de Villarrubia”, un conjunto de monedas que se achaca al establecimiento de un campamento cartaginés en las inmediaciones del oppidum íbero de Los Toriles.Así pues, tras la Segunda Guerra Púnica, rápidamente los romanos inician la conquista de todo el ámbito íbero, no siendo una excepción la Oretania septentrional. Salpicada por los fértiles valles y vegas del Guadiana, el Gigüela o el Jabalón, entre otros, ésta se erigía como un espacio muy apetitoso en lo económico. Si a ello se une la existencia de algunos focos metalíferos, como en determinados puntos de Sierra Morena y los Montes de Toledo y, sobre todo, el Valle de Alcudia, además de ofrecer importantes pasos naturales que facilitaban las vías de comunicación en el tránsito de la submeseta norte a la submeseta sur, el interés de los romanos por lo que es la actual provincia de Ciudad Real no ofrece duda alguna. Así pues, se inicia la conquista y el control de la Oretania septentrional para continuar, de una manera mucho más intensificada –y en aras del interés y beneficio de Roma y su Imperio-, la explotación económica que ya habían venido realizando los oretanos. De manera que se siguen explotando los fértiles valles y los focos minero-metalúrgicos, para lo cual el patrón de asentamiento de la población no se altera salvo el encontrado en los oppida. De esta manera, para un verdadero control de la zona y de sus pobladores nativos, ahora sometidos, y evitar a

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la vez revueltas, los romanos obligan al desalojo de los oppida, redistribuyendo a sus habitantes por las zonas llanas para la explotación agropecuaria del territorio. De esta manera, la conquista romana y el proceso de romanización supone el final de esos grandes núcleos poblacionales y de poder político y socioeconómico íberos que eran los oppida. Con el tiempo, los fértiles valles y vegas de la antigua Oretania van siendo acaparados por grandes terratenientes romanos que los comienzan a explotar de forma privada, naciendo así las grandes “villae”, muy habituales en este ámbito. A su vez, en el mismo ámbito van surgiendo núcleos urbanos y ciudades plenamente romanas que ayudan a administrar en lo político, gestionar económicamente y articular y anexionar mucho mejor el territorio, como serían Mentesaromana, Alces, Laminium, Oreto romana, Mariana, Carcuvium, Lacurris, Turres, Alarcurris, Sísapo, Diógenes… y de nuevo LosToriles, ahora romano. Como vemos, algunos antiguos oppida íberos, fuera de lo que fue la norma general, no fueron desalojados y fueron convertidos en núcleos de población romanos, caso de Los Toriles. En otros casos, sí que fueron abandonados, pero se creó un nuevo núcleo de población a los pies del cerro o montículo sobre el que se elevaba el antiguo oppidum, por ello se les ha dado el mismo nombre que a la ciudad íbera, como ocurriría en Oreto.

Última subdivisión provincial de la Hispania romana

Finalmente, a partir del siglo III d.C. el Imperio romano comienza a tambalearse, iniciándose así una lenta agonía que culminará con su desaparición oficial en el año 476. Diversas causas internas y externas, entre estas segundas fundamentalmente las invasiones germanas, hacen que vivir dentro de las fronteras del imperio sea cada vez más inseguro y peligroso. Síntoma de ello es una más que palpable crisis

del urbanismo: las ciudades y grandes núcleos de población comienzan a despoblarse y la gente comienza a acudir, buscando protección y un sustento más fiable, a las “villae”, a donde comienzan a marchar los grandes terratenientes propietarios, que anteriormente preferían vivir en las ciudades. De este modo, las últimas décadas de vida del Imperio Romano Occidental viven el apogeo de las “villae” rurales y la decadencia de la ciudad, con el creciente predomino de los poderes privados sobre los poderes públicos, origen y esencia del feudalismo.Así pues, se va conformando una nueva articulación del territorio, con el creciente predomino de lo rural sobre lo urbano, realidad que no sería ajena a nuestro territorio más cercano e inmediato, donde se podía palpar dicha dinámica. De esta manera es como el Imperio Romano occidental tocó a su fin a nivel general dentro de todo lo que en él se abarcaba y dentro de lo que previamente había sido la Oretania septentrional.

Restos íberos y romanos en Villarrubia y sus alrededores.

Como venimos comprobando, la actual provincia de Ciudad Real –la antigua Oretania septentrional íbera- es muy rica en restos prerromanos y romanos. Y el caso de Villarrubia y sus más cercanos alrededores no es una excepción. Es más, incluso se puede afirmar una presencia aún mayor y más acusada. Y la explicación no es otra sino la privilegiada situación en la que se encuadra nuestro término municipal y los ámbitos más cercanos que lo envuelven, fundamentalmente las en otro tiempo fértiles vegas del Gigüela y del Guadiana, así como destacados pasos naturales que se abrían por esta parte de los Montes de Toledo que hacían posible la comunicación entre las cuencas y los valles del Guadiana y del Tajo, que hacían que esta zona fuera muy transitada. Así pues, esos dos factores, sobre todo el primero, nos explican el patrón de asentamiento y su importante densidad, tanto en época prerromana como en época romana dentro del área objeto de estudio en el presente artículo. Patrón de asentamiento que, por otro lado, es válido para las dos etapas, pues tanto los oretanos como los romanos centraron el interés por la zona en pro de su explotación agropecuaria, siendo la agricultura su mayor fuente de riqueza. Así, en época íbera los grandes oppida –el más cercano sería el de Los Toriles- organizarían la explotación económica de la zona a través de un entramado de núcleos de población menores y de distinta jerarquía, que irían desde

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poblamientos de cierto rango, hasta casas individuales asociadas a alguna familia de campesinos, pasando entre medias por pequeñas aldeas o conjuntos de varias casas en las que también vivirían algunas familias de campesinos destinadas a explotar agrariamente las parcelas que entorno a ellas se situaban. Ya en época romana, el esquema no variaría, sólo que en vez de girar todo este régimen de explotación del territorio entorno a los oppida –ya abandonados-, ahora lo haría alrededor de las villae o grandes explotaciones agrarias privadas, así como de numerosos núcleos urbanos y ciudades romanas de rango variable –la más cercana y destacada volvería a ser la de Los Toriles, ahora romana-, actuando estas últimas como focos administrativos y gestión del mismo, manteniéndose esa presencia de aldeas y viviendas aisladas de campesinos. De hecho, en muchos casos, apreciamos que donde encontramos restos romanos, los hay también íberos, los cual nos indica que ese patrón de asentamiento al que nos venimos refiriendo no varió considerablemente, manteniéndose al contrario una tradición que en poco varió de la época íbera a la romana. Al menos, esto es lo que se vislumbra dentro de nuestro más cercano territorio. A continuación, nos disponemos a hacer una presentación de los focos con restos íberos y romanos más próximos a Villarrubia y a la vez una breve descripción de los más relevantes. Y lo haremos principalmente siguiendo esos dos ejes que articularon el poblamiento en ambos períodos, es decir, por un lado, las riberas del Gigüela, y, por otro, las del Guadiana. Pero antes de pasar a ello, se hace oportuno que el lector no experto sepa cómo identificar como íbero o como romano una zona de terreno con restos materiales arqueológicos en superficie. En ello juegan un papel esencial lo que los arqueólogos llaman “fósiles guía”, es decir, elementos u objetos materiales de una determinada cultura exclusivos de la misma que inequívocamente y de forma exclusiva se asocian a ellos. Al respecto ¿cuáles son los fósiles guía propios de la cultura íbera y cuáles los de los romanos? En primer lugar hemos de decir que hablamos de dos culturas agrarias y preindustriales y, como tales, y al igual que ocurre con las otras culturas y épocas circunscritas a ese extensísimo lapso de tiempo que va desde el Neolítico hasta la Edad Moderna y que abarcaría milenios, dentro de su cultura material tendría un protagonismo primordial la cerámica, es decir, el barro cocido como materia básica de la que estaban elaborados los recipientes y otro tipo de utensilios o artefactos. La cerámica, por su utilidad, practicidad y lo abundante que es la

materia prima con la que se elabora –barro o arcilla-, tenía tal presencia en las culturas agrarias y preindustriales, que se trataba de uno de los elementos materiales más característicos y con mayor presencia, junto a otros como los elaborados a partir de materiales de origen vegetal -con fibras vegetales se trenzaban cordeles y cuerdas o se tejían serones, con la madera se elaboraban mangos para herramientas o viguetas para construir las viviendas…- hueso –para fabricar diversos tipos de herramientas, así como armas o adornos personales-, piedra –con la que se elaboraban herramientas como hachas y azuelas, molinos, etc…- o metal.

Molino de mano íbero.

En otras palabras, la cerámica en todas esas culturas preindustriales venía a ser en su cultura material lo que para las sociedades contemporáneas supone como material preponderante el plástico y sus derivados. Si en la actualidad muchísimos de los objetos, utensilios y recipientes que utilizamos los elaboramos a partir de plástico o derivados de éste, antaño el barro cocido –es decir, la cerámica- era de lo que estaba manufacturada una buena parte de la cultura material de las sociedades preindustriales, sobre todo elementos para el almacenaje, transporte y cocción de alimentos tanto sólidos como líquidos, es decir, recipientes a modo de vasijas, cazuelas, jarras, tinajas, etc… Además, la cerámica tiene la particularidad, junto con la piedra o algunos metales, de que es imperecedera en el tiempo, de manera que si a su notable presencia dentro de la cultura material de estas sociedades le añadimos el hecho de que, a diferencia de otros materiales con los que antaño se manufacturaban también muchísimos utensilios como los ya referidos –materiales de origen vegetal, pieles, hueso, etc…- se conserva con el paso de los siglos y los milenios, no cabe duda de por qué es la razón por la que la consideramos como uno de los principales “fósiles guía” a la hora de localizar y estudiar a las culturas que van desde los orígenes de la agricultura en el Neolítico, hasta la irrupción de las sociedades industrializadas a partir de los siglos XIX y XX, en las que, como ya hemos dicho, empiezan a proliferar otro tipo de materiales, como el plástico, diversas aleaciones

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de metal y otros, que paulatinamente han ido sustituyendo a la cerámica, al hueso, a las pieles, etc…

Típica vasija decorada íbera.

Fragmentos de cerámica íbera decorada encontrados en los alrededores de Villarrubia

Por tanto, los restos de cerámica que encontremos en los distintos puntos y focos con indicios de presencia y actividad humana entorno a Villarrubia nos podrán revelar si pertenecen a una ocupación íbera o a una ocupación romana, así como a otra cultura anterior o posterior a ambas. Esto es posible porque, además, las distintas culturas que se han ido desarrollando a lo largo de la Historia han ido plasmando en su cultura material, de una manera u otra, y en función de sus posibilidades técnicas, su forma de entender la realidad, sus creencias religiosas y, sobre todo, sus gustos estéticos, lo cual nos ayuda el distinguir, por ejemplo, las realizaciones cerámicas de una cultura respecto a otra. Así, cada una de las distintas culturas que se han ido desarrollando a lo largo de la Historia ha ido reflejando sus gustos estéticos de una manera muy peculiar en los objetos materiales manufacturados por ellas, quedando esto patente de manera muy especial en las producciones cerámicas.

Al respecto, y ya centrándonos exclusivamente en las culturas íbera y romana, en primer lugar hay que señalar que las producciones cerámicas generadas por ambas culturas ya seguían la técnica del “torno”. De hecho, es con los íberos cuando en el territorio peninsular comienzan a manufacturarse y a generalizarse este tipo de realizaciones cerámicas debido a la influencia de los comerciantes y colonizadores del Mediterráneo oriental, especialmente los fenicios, que importaron, entre otros, técnicas más avanzadas, como ésta. De esta manera, la “cerámica a torno” comienza a sustituir paulatinamente a la “cerámica a mano”, que es la que venía haciéndose durante milenios, mostrándose la primera como vasijas, u otro tipo de recipientes, más perfeccionados y de formas más regulares y homogéneas, siendo fácil de distinguir por las innumerables, delgadas y muy próximas entre sí líneas o rayas paralelas que en ellas son visibles a lo largo de toda la pieza fruto del giro del torno durante su proceso de elaboración y moldeado cuando el barro o la arcilla aún no han sido cocidos. Esta novedosa técnica importada por los fenicios y los griegos y generalizada en el territorio peninsular por los íberos, comenzaría a imponerse sobre la anterior, acaparándola también las distintas culturas que con posterioridad se irían desarrollando, como la romana o las de época medieval, moderna… hasta llegar hasta nuestros días. El principal fósil guía de los asentamientos íberos lo va a constituir un tipo de cerámica muy singular, concretamente la “cerámica íbera decorada”. Se trataba de vasijas y recipientes cerámicos de formas muy variadas, muchas de ellas inspiradas en formas fenicias y griegas, todas de un color anaranjado salpicado por dibujos principalmente geométricos –sobre todo rayas horizontales o verticales paralelas y círculos y semicírculos concéntricos- de color rojizo. No obstante, y aunque menos habitual, en otras aparecían, de forma bastante esquemática y también utilizando ese color rojizo, formas zoomorfas y antropomorfas, aisladas o conjuntadas dando lugar a escenas de guerra y de caza. En otras ocasiones, la decoración de esas cerámicas era complementada aplicando en el barro o arcilla blanda, antes de la cocción, unos pequeños sellos, con formas y motivos variados, que dan nombre a lo que ahora conocemos como “cerámicas íberas estampilladas.” En todo caso, la “cerámica íbera decorada” no será el único “fósil guía” que nos encontraremos en lo que queda de esos asentamientos íberos. Así, otros muy característicos serán manufacturas y utensilios de piedra, principalmente hachas y azuelas pulimentadas y

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muelas de molino, tanto de mano como rotatorios. Estos últimos solían hacerse bien con roca arenisca, bien con roca volcánica, ambas fácil de trabajar. En cuanto a los asentamientos romanos, el “fósil guía” por antonomasia lo constituirá también en este otro caso un tipo de cerámica igualmente muy singular, la conocida como “terrasigillata”. Ésta sería la vajilla de lujo romana, tratándose de un tipo de cerámica muy refinada, con la que también se hacían una gran variedad de recipientes cerámicos, como platos, ollitas, lucernas… En este otro caso, la “sigillata” también es inconfundible, tratándose de una cerámica sobre la que se aplicaba por toda la superficie una especie de barniz color también rojizo muy característico, presentando en muchas ocasiones como elemento decorativo leves relieves en forma de líneas, rosetas, elementos de la naturaleza como plantas o animales e incluso figuras y escenas humanas. Además, solían presentar en alguna de las partes del recipiente –normalmente en la base- una señal, que era la firma del alfarero autor, el “sigillum”, de ahí el nombre de “terra sigillata” –cerámica siglada, sellada o firmada-. Aparte de este tipo de cerámica, y con mucha más frecuencia, en cualquier asentamiento romano también nos vamos a encontrar con la “cerámica común romana”, sin apenas decoración y que es fácil confundirla con la cerámica íbera también común.

Fragmento de vasija romana de "terra sigillata".

Otro fosil guía que encontramos en asentamientos con restos romanos es la “teja romana” o “tegula”. Los romanos fueron los introductores de la teja como elemento de cubrición de las viviendas y otros edificios, ya que antes, en época íbera y épocas anteriores, las techumbres se hacían a partir de ramaje y barro. La teja romana es también muy singular y fácil de identificar, pues es de forma rectangular, con nula o escasa curvatura y más bien basta. Igualmente, junto a fragmentos de terra sigillata y tegula solemos encontrarnos “pesas de telar”, unos bloques de barro cocido por lo general rectangulares y aplanados, del

tamaño de un puño y de cierto grosor, atravesados a su vez por su canto de lado a lado en la parte superior por un orificio circular. Este elemento jugaba un papel básico para la utilización de los “telares”, unos artilugios destinados a la confección de manufacturas textiles. También, los molinos rotatorios de piedra arenisca o volcánica suelen aparecer en zonas con restos romanos, al igual que fragmentos de mosaico y vidrio. Al igual que la teja, los romanos serían los que introducirían por primera vez el vidrio en el territorio peninsular. Así pues, estos que acabamos de mencionar y otros elementos asociados también a íberos y romanos, como otros de naturaleza metalúrgica, son los que, con casi total seguridad, nos encontremos al pisar por cualquier punto en el que han estado asentados o actuando ambos entes culturales. En relación a los materiales metálicos que manejaban o portaban los habitantes íberos y romanos de la zona –muy generalizados y fundamentalmente hechos a partir de cobre, bronce o hierro, como monedas, objetos para la vestimenta y el decoro personal tales como fíbulas, anillos y pulseras, aperos de labranza, armas como puntas de flecha y la espada o “falcata” íbera e incluso instrumental quirúrgico…-, hay que decir que tradicionalmente han sido y siguen siendo muy codiciados por los aficionados y expoliadores y por ello, la presencia de este tipo de objetos en estos yacimientos es cada vez más escasa.

Objetos metálicos íberas (entre ellos, fíbulas, puntas de flecha y una espada o "falcata").

Por otro lado, en el caso del área objeto de estudio que nos ocupa, salvo en algún caso que otro muy excepcional, prácticamente todos los asentamientos y yacimientos arqueológicos respectivos se encuentran superficialmente arrasados, sobre todo a causa de las labores agrícolas realizadas en los terrenos de labor bajo los que descansan la mayoría de ellos, de manera que si caminamos por cualquiera de ellos, lejos de ver restos de edificaciones y estructuras arquitectónicas todavía en pie, lo que iremos viendo serán esos elementos ya mencionados que nos permiten constatar que debajo de ellos existe un yacimiento

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arqueológico y a qué cultura histórica se circunscriben. En la superficie de algunos de esos yacimientos arqueológicos existe tal cantidad de material arqueológico, sobre todo cerámico, que quien por diversos motivos los frecuenta –tareas agrícolas, cazadores, aficionados, expoliadores…- suele utilizar la expresión “se pisa nada más que escombros” o “se pisan más cascotes que piedras y tierra” para referirse a la cantidad y densidad que de los mismos se da en ellos. Sin más, pasemos a localizar y describir brevemente las áreas y focos de ocupación y actividad tanto íbera como romana que se han dado entorno a lo que es actualmente Villarrubia de los Ojos.

Casco urbano de Villarrubia

Dentro de éste, no se han encontrado vestigios de ocupación y actividad íbera, pero sí romana, aunque bastante insignificantes. Concretamente, en lo que tradicionalmente se ha llamado los Huertos de Palacio, en varios puntos se han encontrado y localizado, entre otros, algunas cerámicas y monedas de esta época. Estos puntos se encuentran próximos a algunos de los manantiales y arroyuelos que en esta área han existido históricamente, como los del Caño Arriba o del Lavadero, lo cual pone de manifiesto un pequeño poblamiento asociado a la explotación de las huertas desarrolladas en los fértiles terrenos que aquí hemos podido encontrar hasta hace bien poco.

Riberas y vegas del Río Gigüela

En este caso sí que hablamos de un poblamiento y una actividad, tanto en época íbera como en época romana, muchísimo más acentuado y extenso que el anterior. Anteriormente subrayábamos la estrecha relación existente en ambas épocas entre el patrón de poblamiento y actividad humana y los cursos fluviales existentes en la cuenca del Guadiana dentro de lo que es actualmente la provincia de Ciudad Real. Como ya dijimos, dicho patrón de poblamiento y actividad tanto íberos como romano se distribuiría siguiendo como ejes principales las riberas y vegas de los ríos que aquí encontramos: Guadiana, Gigüela, Jabalón, Záncara, Azuer y Amarguillo, fundamentalmente. Respecto a nuestro río más próximo, el Gigüela, ya desde Alcázar de San Juan y pasando sucesivamente por Villarta y Arenas, se aprecia una densidad de restos de asentamientos muy acusada. Podemos destacar en ese primer recorrido a la actual Alcázar de San Juan, que sería la importante ciudad romana de Alces, el puente romano de Villarta o el

propio municipio de Arenas de San Juan, bajo el cual yace otro destacado poblamiento romano. Entre uno y otro de estos tres municipios, siguiendo las riberas y vegas del Gigüela se insertan multitud de restos de poblamiento tanto íberos como romanos, en muchos casos superpuestos, y de distinta envergadura, desde pequeños focos aislados hasta extensiones de verdadera notoriedad. En muchos casos, tal es la densidad de los mismos y la poca distancia que separa unos de otros, que parece todo un continuo. Desde Arenas de San Juan hasta Villarrubia encontramos más de lo mismo, pero por tratarse de un ámbito mucho más cercano y el que es nuestro objeto de estudio nos vamos a detener algo más. Pasado Arenas, siguiendo el Gigüela aguas abajo hasta la Carretera Daimiel-Villarrubia, nos encontremos yacimientos verdaderamente notorios como el de La

Cañadilla, el del Monte Máximo, el de Buenavista y el de la Fuente de las Poza”, este último al lado de la Carretera de Daimiel, concretamente en la bifurcación donde comienza el Carreterín de Manzanares. En todos ellos, así como en otros focos menores situados entremedias, encontramos entremezclados restos íberos y romanos. Los tres que acabamos de mencionar serían núcleos de población destacados y al respecto cabe destacar los restos de una necrópolis o cementerio romano salido a la luz hace pocos años en el yacimiento del Monte Máximo. Unas tareas agrícolas sacaron a la superficie un conjunto de “urnas funerarias”, en las que se encontraban depositadas las cenizas de difuntos y algunos ajuares. Hay que saber que tanto los íberos como los romanos incineraban sus difuntos y las cenizas las depositaban en unas vasijas o “urnas funerarias”, que terminaban por ser alojadas en una necrópolis o cementerio situado fuera del poblado. Al otro lado de la Carretera de Daimiel, siguiendo de nuevo del curso del Gigüela aguas abajo hasta el Carreterín de Las Tablas o del Molino de Griñón, volvemos a toparnos con una buena cantidad de restos íberos y romanos, que, en prácticamente todos los casos, se entremezclan. De entre ellos destacaremos en esta ocasión los yacimientos del Ojo Ricopelo,Las Bachilleras, Las Matillas, El Lote, El

Redondal y Los Ojuelos. En este caso cabe resaltar que, de entre los restos materiales arqueológicos en superficie hallados en ElRedondal y en Las Matillas se han encontrado fragmentos de mosaico, lo cual es bastante reseñable y nos puede hablar de la existencia, tanto en uno o como en otro, de una villa romana, es decir, una gran finca de labor privada donde el gran y opulento terrateniente

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propietario, que por lo normal vivía en la ciudad, tendría además su residencia de campo, dotada, como solía ser habitual de todo tipo de lujos, entre ellos mosaicos, que no estaban al alcance de cualquier ciudadano del Imperio romano. Curiosamente, al otro lado del Carreterín de Las Tablas o del Molino de Griñon, rompiéndose la dinámica que encontrábamos a lo largo del todo el Gigüela aguas arriba, apenas volvemos a encontrar asentamientos y restos de época íbera y romana, existiendo un vacío hasta llegar a lo que es actualmente el Parque Nacional de Las Tablas, donde volvemos a encontrar de nuevo un poblamiento muy denso. Por otro lado, cabe destacar que todo el poblamiento íbero y romano a lo largo del curso del Gigüela se sitúa preferentemente en las riberas de la izquierda aguas abajo. Este curioso hecho parece que está relacionado con la situación de los numerosos manantiales o descargaderos del Acuífero 23, los “ojos” y “ojillos” de la vega del Gigüela –como los del Ojo de la Médica, la Fuente de las Pozas, el Ojo Ricopelo, Los Ojuelos…- que también se sitúan en su margen izquierda. Muchos de los asentamientos mencionados se asocian a dichos manantiales, manantiales por los que fluía agua totalmente dulce y que contrastaba con la salobre del Gigüela, lo cual nos explica por qué los poblados y aldeas de estas épocas escogían esa ribera y no la otra, para tener acceso a la siempre vital agua dulce.

Riberas y vegas del Río Guadiana

Si el poblamiento alrededor del río Gigüela en épocas íbera y romana fue muy pronunciado, no lo sería menos a lo largo del otro río más cercano a Villarrubia, el Guadiana, donde encontraríamos la misma dinámica de ocupación y actividad íbera y romana. Y ya casi desde su mismo nacimiento, muy cerca de los célebres Ojos del Guadiana, encontraríamos un núcleo de población muy destacado, concretamente el más destacado de la zona objeto de estudio. Nos referimos al paraje Los

Toriles, dentro del término municipal de Villarrubia. En éste, que es precedido por los también notables y coetáneos restos de Casas

Altas, el profesor Francisco Javier Morales Hervás ha sugerido la existencia de una verdadera oppida íbera, que tras la romanización tuvo continuidad como una importante ciudad romana dentro de lo que sería la comarca que estamos estudiando –algunos autores sitúan aquí la ubicación de ciudades romanas de la Oretania septentrional todavía no localizadas con seguridad como Laminium, Caput Fluminus Anae o Murum.

Lo cierto es que la extensa porción de loma ribereña al río en la que se sitúa este núcleo de población presenta una densidad de material arqueológico realmente grande, encontrándose plagada, como los demás yacimientos de esta época, sobre todo de fragmentos de vasijas tanto íberas como romanas, así como tegulas, pesas de telar, fragmentos de muelas de molino, etc…

"Tegula" o teja y pesa de telar romana encontradas en los alrededores de Villarrubia.

Además, prueba de la riqueza arqueológica de este sitio la ha dado la enorme cantidad de aficionados y expoliadores que, venidos de distintos puntos de la geografía española, fundamentalmente de Andalucía, han venido barriendo literalmente el yacimiento con detectores de metales buscando tesoros y objetos de valor, sobre todo monedas. Quienes han presenciado dicho expolio afirman que de allí se han llevado cientos y cientos de monedas íberas y romanas, incluso griegas, muchas de enorme valor numismático. También se han llevado una grandísima cantidad de otros objetos metálicos como fíbulas, figurillas y estatuillas e incluso se habla de que también allí se han encontrado espadas o “falcatas” íberas, muy codiciadas por esos aficionados y expoliadores. Por otro lado, esas acciones de expolio llevadas a cabo allí no sólo han resultando dañinas por el hurto patrimonial que han supuesto, sino porque también, en otros casos, han destruido elementos arqueológicos de incalculable valor, entre ellos parte de la necrópolis –o cementerio- que se asociaba a la oppida romana, destrucción por la cual se tuvo que acometer a finales de los años noventa una excavación arqueológica de urgencia.

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Otro foco de interés aledaño a Los Toriles lo representa un punto intermedio entre éste y Casas Altas, donde, según dejan entrever algunas fuentes, los cartagineses, en sus correrías por el territorio peninsular durante la II Guerra Púnica, establecerían un campamento para terminar entablando la “Batalla de Los Toriles”, que les enfrentaría a la oppida íbera allí existente, que al parecer empleó una manada de toros para combatir a los cartagineses. Ambos hechos, la instalación del campamento cartaginés y el enfrentamiento que se sucedió a continuación explican el descubrimiento, hace algunos años, del esqueleto de un elefante del ejército cartaginés en el lecho del río Guadiana, así como el hallazgo del conocido como “Tesoro de Villarrubia”, al que, igualmente, ya hemos hecho alusión. En este último caso estaríamos hablando de un conjunto de monedas ocultadas intencionadamente con una intención temporal por algún o algunos soldados cartagineses que, finalmente, las olvidaron o no pudieron rescatarlas de su escondite. También, en plenos Ojos del Guadiana, antecediendo a Casas Altas y a Los Toriles,muy cerca, se encuentra La Isla, un promontorio de terreno que se alzaba totalmente rodeado de agua en medio del nacimiento del Guadiana. Aquí también podemos ver restos de ocupación y actividad íbera y romana, destacando unos orificios circulares de unos 20-30 centímetros de diámetro y otros tantos de profundidad que, excavados en la roca madre que aflora en este promontorio, actuarían como morteros para machacar cereal con palos u otros artilugios. Junto a ellos se descubrió hace unas décadas una cueva que, según los testigos, albergaba en su interior vasijas íberas llenas de cereal que, debido al paso del tiempo, se encontraba calcinado. La entrada a dicha cueva se encuentra actualmente cegada y buena parte de los morteros que la rodeaban excavados en la roca madre han terminado por ser destruidos, aunque, no obstante, aún pueden verse todavía intactos algunos de ellos. Además, el conjunto arqueológico de La Isla-

Casas Altas-Los Toriles destaca porque, aunque se encuentra en su totalidad superficialmente arrasado –como el resto de yacimientos coetáneos de la zona-, en su más inmediato entorno se conservan en pie unas estructuras arquitectónicas que posiblemente se asocian a la ocupación romana. Efectivamente, a escasos metros del mismo encontramos dos represas que atraviesan todo el lecho del Guadiana de orilla a orilla. De cerca de un kilómetro de longitud cada una y considerable monumentalidad, se encuentran construidas con piedras de mediano tamaño y argamasa reforzada con escombros cerámicos y una de ellas incorpora en su parte

central los restos de un molino hidráulico, el conocido como Molino de El Arquel. Con casi toda seguridad su antigüedad se remonta a la época medieval, puede que musulmana, pero no es descartable que fueran construidas por los romanos, que además las utilizarían como paso o calzada para pasar de una orilla a otra.

Una de las presas de posible origen romano en el paraje La Isla-Casas Altas-Los Toriles (Ojos del Guadiana).

Dejando La Isla, Casas Altas y Los Toriles y siguiendo el Guadiana aguas abajo hasta llegar al Parque Nacional de Las Tablas, casi continuamente nos volvemos a encontrar una y otra vez con nuevos puntos de ocupación y actividad íbera y romana, de menor entidad que Los Toriles, pero en muchos casos nada despreciables, de entre los que sólo destacaremos dos puntos muy concretos. Situados ambos también en la margen izquierda del río sobre una amplia loma cada uno, uno de ellos lo encontraremos en el paraje conocido como La Parrilla o Charca de la Casa del

Cura, entre los molinos de Zuacorta y La Máquina, y el otro, en esta ocasión, muy próximo al Molino Nuevo, en lo que se conoce como Curenga. Por su tamaño y extensión y la riqueza de los materiales hallados en ellos, íberos y romanos, sí que merece la pena resaltarlos, pues debieron de ser poblados de gran envergadura. Además, en el primero, en el de La Parrilla o la Charca de la Casa del Cura,también existe una represa semejante a las que encontramos en el paraje La Isla-Casas Altas-Los Toriles y que igualmente, relacionado en esta ocasión el Batán de La Parrilla, comunica ambas orillas del río a lo largo un kilómetro –hubiese podido actuar igualmente como calzada-, remontándose posiblemente también a la época romana, por lo que estaría en relación con el poblado en cuestión. Poblado que, por otra parte, hay quien ve en él la ciudad romana de Murum, pues algunas formas de la orografía del terreno en el que se asienta el yacimiento dejan intuir la existencia de una potente muralla, que se encontraría actualmente soterrada bajo una capa de sedimento y que es la que le daría nombre a este destacado núcleo de población.

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Otros asentamientos y restos de ocupación y

actividad íberos y romanos próximos a

Villarrubia

Fuera de lo que son las vegas y las riberas del Gigüela y del Guadiana, donde se concentraría, con diferencia, el grueso del poblamiento oretano y romano de la zona estudiada, existen otros focos muy próximos a nuestro municipio, y en este caso muy localizados, donde igualmente se ha detectado presencia y actividad por parte de ambos entes culturales, en algunos casos de forma muy destacada. Es el caso de los poblados de El Allozar, Paulilla,Xétar y, sobre todo, Renales. Se trata de asentamientos que, al igual que ocurriría con los que de menor entidad se han detectado dentro de lo que es el casco urbano de Villarrubia y a los que ya nos hemos referido, se relacionarían con los numerosos manantiales y arroyos que nacen y discurren a lo largo de la vertiente sur de nuestra sierra. En torno a ellos se han generado históricamente tierras muy fértiles que han posibilitado el desarrollo de huertas muy ricas y productivas, lo cual explica la existencia de estos asentamientos ya desde época tan remota y que algunos de ellos se hayan seguido explotando y habitando casi sin ininterrupción en el tiempo alcanzando también las épocas medieval, moderna… hasta hace tan sólo unas décadas, caso, especialmente, de Xétar y RenalesEn la Cabezuela de Renales también encontramos restos de ocupación posiblemente íbera o romana o de ambas. En este caso, lo que en lo alto de este promontorio podemos encontrar actualmente es un importante amontonamiento de piedras y todo parece indicar que es fruto del proceso de derrumbe de una pequeña fortaleza o punto de vigía que, a modo de atalaya, existiría allí. Por sus características y ubicación, no parece responder a un “castellón” anterior de la Edad del Bronce y, aunque sí que podría ser medieval, la técnica constructiva empleada, el hecho de situarse muy cerca del asentamiento romano de “Renales” y el que se hayan encontrado allí algunos fragmentos cerámicos y alguna moneda atribuibles a los íberos y a los romanos, lo sitúa más en relación con las culturas que estamos estudiando. De modo que, originariamente bien podría ser una fortificación íbera que, como sucedería en otros muchos casos, posteriormente sería aprovechada y reutilizada por los romanos. Fuera ya de lo que son poblados o focos de asentamiento u ocupación, merece la pena también destacar algunas posibles vías de comunicación que, utilizadas por los íberos,

posteriormente serían también reutilizadas y transitadas por los romanos. Entre ellas se encontrarían las vías pecuarias que surcan nuestro más próximo entorno, que se remontan a etapas anteriores como la Edad del Bronce. Especial importancia tendrían nuestras vías pecuarias serranas, que permitirían el paso por esta zona de los Montes de Toledo y pasar de la llanura toledana a La Mancha, sobre todo la que conocemos ya desde época reciente como Colada de Los Santos o Camino de Consuegra.Efectivamente, este sería uno de los caminos principales que comunicarían la importante ciudad romana de Consaburum –la actual Consuegra”- con las ciudades romanas de la Oretania septentrional y las ricas tierras de la red hidrográfica del Guadiana, camino que, como todos sabemos, se ha estado utilizando hasta hace relativamente poco.

Yacimientos y restos íberos y romanos en el

Parque Nacional de Las Tablas

Como es lógico, la dinámica de poblamiento y actividad en las ricas vegas y riberas del Gigüela y del Guadiana tampoco iba a ser algo ajeno entorno a lo que actualmente es el Parque Nacional de Las Tablas, punto en el que convergen ambos cursos fluviales. Y como es de esperar, la exuberancia de aquella zona, rodeada de tierras muy fértiles y una gran riqueza piscícola y cinegética, entre otros, propiciaría un poblamiento en ambas épocas muy marcado. Hablar de la enorme riqueza arqueológica asociada a las épocas íbera y romana tanto dentro como en lo que son los más inmediatos alrededores de nuestro Parque Nacional bien podría valer un artículo aparte, por ello sólo nos limitaremos a mencionar los yacimientos y restos más relevantes aquí encontrados. Es el caso de numerosas islas como la Isla del Pan o la Isla de las Cañas,tratándose esta última de una motilla de la Edad del Bronce que, tras su abandono -y con el paso de algunos siglos-, sería ocupada tanto por íberos como romanos. Igualmente nos encontramos con asentamientos ribereños de gran magnitud, entre los que destaca, por encima de todos, los de Cañada Mendoza, Las

Higuerillas y el Quinto de las Torres, en el que recientemente han aparecido fortuitamente restos de frescos decorados, otro elemento que vislumbra que sus moradores gozaban de una gran opulencia. Además, junto a este último volvemos a encontrarnos unas represas similares a las ya mencionadas, siendo bastante peculiar una de ellas, pues tiene forma de herradura, interconectando la orilla derecha del humedal con un rosario de islas internas.

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Otros yacimientos algo más alejados de

Villarrubia

Finalmente, si nos alejamos algo más de la zona nuclear que estamos analizando, existen otros puntos con restos de ocupación y actividad íbero-romano que, todavía relativamente cercanos, son dignos de mencionar. Por ejemplo, otros asentamientos de la zona de Daimiel como el de la Motilla de los Palacios y sus inmediaciones, de nuevo una motilla de la Edad del Bronce otra vez ocupada sucesivamente por íberos y romanos. Otro caso sería el de La Tejera, en esta ocasión muy cerca de Malagón. También es de destacar lo que encontramos en la vecina localidad de Consuegra, municipio que en época romana fue la notable ciudad de Consaburum, que, en gran parte, basaba su prosperidad a las fértiles vegas del río Amarguillo, de manera que, tal como ocurre aquí a lo largo del Gigüela y del Guadiana, todas ellas están repletas de restos arqueológicos asociadas a núcleos de explotación agraria. Testigo de la prosperidad de los habitantes de Consaburum son los restos de unos baños romanos que aún son visibles en las cercanías del municipio y que pertenecerían a la villae o residencia de lujo rural de alguno de los opulentos habitantes de la ciudad romana. Además, Consaburum, principal núcleo productor de terra sigillata de todo el área que estamos analizando, estaba dotada de infraestructuras muy notables tales como un acueducto y una presa que, enclavada esta última en el cauce del río Amarguillo, todavía sigue en pie y es considerada como la presa más larga de lo que fue el Imperio Romano. La rotura de esta presa en 1891 fue la causa de la catastrófica inundación de arrasó buena parte de este municipio y en la que Villarrubia tomó gran protagonismo en las tareas de socorro gracias a la buena comunicación serrana entre ambas localidades por medio de la Colada de Los Santos o Camino de Consuegra, como ya hemos mencionado, vía de comunicación destacada ya utilizada por íberos y romanos. No obstante, hubo otras vías de comunicación más importantes también muy cercanas que atravesaban los Montes de Toledo y permitían el paso a uno y otro lado de sus lados, discurriendo estos por los pasos naturales de Fuente el Fresno y Puerto Lápice que, especialmente en época romana, permitían, entre otros, la comunicación de las importantes ciudades de Toletum y Consaburum con las ciudades y núcleos de población importantes del valle del Guadiana –Alces, Laminium, Oreto, Los Toriles…-. Por último, en algunos focos de esta parte de los Montes de Toledo existen también yacimientos

metalíferos, fundamentalmente de cobre, que fueron explotados por los íberos y, sobre todo, los romanos. Estas explotaciones metalíferas se localizan preferentemente en las vecinas zonas serranas de Fuente el Fresno, Los Cortijos y Malagón, destacando de entre todas ellas las Minas de La Serrana, localizadas a los pies del cerro de La Calderina, muy cerca de la Carretera de Toledo a pocos kilómetros de Fuente el Fresno.

Conclusión.

Con esta exposición queda más que claro el riquísimo patrimonio arqueológico –y en esta ocasión sólo hemos hablado de las épocas íbera y romana- que yace bajo el término municipal de Villarrubia de los Ojos y sus más inmediatos alrededores. Como hemos venido viendo, no sólo contamos con una enorme abundancia de yacimientos arqueológicos de estas y otras épocas, sino también con algunos de gran magnitud e importancia –caso, por ejemplo, del de Los Toriles-. Pero, lamentablemente, la inmensa mayoría se encuentran superficialmente arrasados y, sobre todo y lo más grave, altamente saqueados y expoliados. Por ello, es de vital importancia despertar entre nuestros vecinos y en la sociedad en general, así como en las instituciones que nos representan, la concienciación por el respeto y la puesta en valor del patrimonio histórico, que es de todos, pues todos compartimos el mismo pasado y nadie puede adueñarse y disfrutar de él de forma privada y, ni mucho menos, alterarlo o destruirlo, afirmación que, por otra parte, es corroborada por la legislación vigente, que contempla como delito cualquier actuación que atente contra ello. Pasado que, por otro lado, sólo es posible conocer a través de trabajos de investigación -fundamentalmente arqueológica en el caso que nos ocupa- y, por desgracia, hasta día de hoy, quitando actuaciones muy puntuales como la realización de la necesaria Carta Arqueológica Municipal, en el término de Villarrubia prácticamente han sido inexistentes, cuando realmente tenemos algunos yacimientos arqueológicos dignos de ello, cuyo estudio nos ayudaría a comprender mucho mejor ese pasado que nos explica y ayuda a entender quiénes somos hoy en día y el contexto que nos envuelve. Y parte de lo que somos se lo debemos en buena parte a los oretanos y los romanos que vivieron y actuaron por aquí hace ya muchos siglos, cuyo sustrato cultural aún pervive de una u otra manera en la actualidad entre nosotros.

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HISTORIA

ORÍGENES DE LA BIBLIOTECA MUNICIPAL DE VILLARRUBIA DE LOS OJOS

Víctor Manuel Luna Muñoz

Con este trabajo queremos dar a conocer algunos datos sobre los orígenes de la Biblioteca Municipal de Villarrubia de los Ojos. Nos remontaremos a sus orígenes y llegaremos, aproximadamente, hasta los años 70. La principal fuente documental que se ha usado han sido los libros de Actas del Pleno, en los cuales se recogen diversos acuerdos sobre la Biblioteca, aunque también se han usado otras fuentes.

En los libros de Actas del Pleno Municipal, encontramos que la Biblioteca Pública Municipal de Villarrubia de los Ojos, fue inaugurada el 18 de julio de 1957, por el Director General de Archivos y Bibliotecas, José Antonio García Noblejas, con la asistencia del Gobernador Civil y el Consejo Coordinador. Pero en las actas del Pleno encontramos referencias anteriores relativas a la Biblioteca.Ya en 1945, en la sesión celebrada el 1 de febrero, fue aprobado el contrato suscrito por la Alcaldía-Presidencia en 26 de enero de 1945 con la Editora Nacional, para la compra de una biblioteca compuesta por 150 volúmenes, al pecio de 2000 pesetas a pagar en dos plazos. En 1947 y 1948 vemos acuerdos similares para la compra de nuevos libros, igualmente con Editora Nacional, dependiente del Ministerio de Información y Turismo. En 1951 encontramos un dato mucho más interesante. En el acta de la sesión celebrada el día 21 de febrero, uno de los puntos del orden del día es el acuerdo por unanimidad de crear en Villarrubia la Biblioteca Municipal. En este mismo punto se da cuenta de las dependencias que ocupará la Biblioteca, que será el local en el cual se hallaba “antiguamente” Secretaría. También se nombra bibliotecario a D. Luis Villalobos Villalobos, el cual se haría cargo, bajo inventario, de todos los libros adquiridos y los que se continuaran adquiriendo con destino a la Biblioteca. Termina el acuerdo con la expresión de gratitud al señor Villalobos por el generoso y desinteresado ofrecimiento hecho de su persona por el desempeño de estas actividades que gustosamente acepta la Corporación. Durante estos años, e incluso antes, encontramos referencias similares, sobre contratos para la compra de libros, entre ellos los sucesivos tomos de la Enciclopedia Espasa. A tenor de la información que encontramos posteriormente, podemos deducir que, tanto la compra de libros, como el acuerdo de creación de una biblioteca en 1951, fueron decisiones tomadas exclusivamente con carácter local, sin

contar con medios procedentes de otras administraciones. Decimos esto porque en el acta del 27 de abril de 1955 hay un punto que trata nuevamente sobre la “Creación de una Biblioteca Municipal”. En este punto, Secretaría informa detalladamente de todo lo legislado hasta la fecha sobre la materia, de los beneficios que pueden obtenerse y de las modalidades que existen para la creación de la Biblioteca. Vistos los informes de Secretaría y tras una breve deliberación, la Corporación “acuerda por unanimidad acogerse a las disposiciones contenidas en el Decreto de 13 de junio de 1932 del Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes (publicado en la Gaceta de Madrid, nº 166 de 14 de junio de 1932), la Orden de 9 de marzo de 1939, la Orden de 7 de Diciembre de 1946 y las disposiciones concordantes relativas a Bibliotecas Municipales a fin de establecer en esta localidad la correspondiente a la primera categoría de las establecidas en el artículo 6” , del Decreto de 13 de junio de 1932, cuyo funcionamiento será confiado a una Junta que se titulará “Junta de la Biblioteca Municipal de Villarrubia de los Ojos”, como establece el artículo 2 del citado decreto. En este mismo punto del acta, se acuerda ofrecer para local de la Biblioteca el que hay en la planta baja del Ayuntamiento, en el ala izquierda, entrando por la puerta principal, situado junto a las oficinas de telégrafos. Por mobiliario “se destinará el procedente de las antiguas escuelas municipales, que fue renovado al construirse las nuevas edificaciones escolares, y si fuera necesario completarlo, el Ayuntamiento se compromete a su adquisición, sujetándose a los diseños establecidos por la Junta correspondiente”. Al frente de la Biblioteca habría un bibliotecario encargado y responsable del servicio de modo permanente, nombrado por el Alcalde-Presidente. Según el Decreto de 13 de junio de 1932, en la fachada debería situarse el rótulo “Biblioteca Pública Municipal”. También había que indicar el horario de servicio y que el acceso a la Biblioteca es libre y gratuito para todos los

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habitantes del término municipal. Este Decreto también indica que el horario de apertura al público debería ser de un mínimo de cuatro

horas diarias, celebrando por los menos una sesión semanal de préstamo.

Cubierta de la antigua tarjeta de lector de la Biblioteca Municipal

La Junta de Intercambio y Adquisición de Libros para Bibliotecas públicas haría un donativo de fundación, consistente en 500 volúmenes, encuadernados y con las cédulas redactadas por los catálogos de autores, de materias y topográfico. Además la Junta seguiría incrementando los fondos con un reparto cada semestre de forma preferente para las Bibliotecas de los Municipios que destinen cantidades para la compra de libros. En el acta del 21 de mayo de 1957 volvemos a encontrar otra referencia sobre la creación de la Biblioteca Pública Municipal. Esta referencia nos lleva a la creación oficial de la Biblioteca de Villarrubia. En el decimoquinto punto del orden del día por Secretaría se dio lectura a una comunicación de la Dirección General de Archivos y Bibliotecas que decía: “Con esta fecha el Excelentísimo Sr. Ministro me dice lo siguiente: “Ilm. Sr. Visto el expediente instruido en virtud de petición formulada por el Ayuntamiento de Villarrubia de los Ojos (Ciudad Real), para la creación de una Biblioteca Pública Municipal de dicha localidad y visto, igualmente, el favorable informe emitido por el Servicio Nacional de Lectura, con fecha 28 del pasado mes de Noviembre, Este Ministerio ha tenido a bien

crear la Biblioteca Pública Municipal de Villarrubia de los Ojos, dependiente del Centro Coordinador de Bibliotecas de Ciudad Real, de conformidad con lo dispuesto en el apartado c) del artículo … del Decreto de 4 de julio de 1952 (por el que se aprueba el Reglamento del Servicio Nacional de Lectura), publicado en el B.O. del Estado de 11 de agosto del mismo año”.- Lo que traslado a V.S. para su conocimiento y demás efectos. – Dios guarde a V.S. muchos años. Madrid 5 de Diciembre de 1956. – El Director General.- Firmado.- José Antonio García Noblejas. Rubricado.- Hay un sello de tinta violeta que dice.- Ministerio de Educación Nacional.- Dirección General de Archivos y Bibliotecas.” Tras esta lectura la Corporación queda enterada y acuerda por unanimidad que se haga constar al Director General de Archivos y Bibliotecas el reconocimiento por tal distinción. En el acta del pleno de 20 de julio de 1957, en el séptimo punto del orden del día, se recoge la comunicación que dirige al Ayuntamiento, el Director General de Archivos y Bibliotecas, en la que felicita al Ayuntamiento “por la inauguración de la Biblioteca Pública Municipal y se ofrece para cuanto pueda redundar en beneficio del servicio.” Y en el

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punto número 10 de la misma sesión se trata el tema de la gratificación que debe concederse al encargado de la Biblioteca. Es en este punto, donde se da la información de la inauguración de la Biblioteca. El Alcalde informa a la Corporación que la Biblioteca viene funcionando desde el 18 de julio último, en que fue inaugurada por el Director General de Archivos y Bibliotecas, con la asistencia del Gobernador Civil y el Consejo Coordinador. También informa de que al frente de la misma, se encuentra el vecino, Pedro del Pozo Redondo, “constándole que su función la viene desempeñando con bastante celo y competencia, sin que hasta el momento se haya fijado la gratificación que debe percibir el mismo”. Indica que Pedro del Pozo estaba trabajando desde el primero de junio, con trabajos de catalogación, colocación, etc. Visto este informe la Corporación acuerda por unanimidad fijar la suma de 12.000 pesetas en concepto de gratificación por los servicios para el año 1958 y faculta al Alcalde-Presidente para que conceda una gratificación por los meses trabajados de 1957 y los que restan hasta final de año, sin exceder proporcionalmente de la gratificación establecida para 1958. De la inauguración de la Biblioteca también tenemos la noticia aparecida en el periódico “La vanguardia española”, en su edición del viernes, 19 de julio de 1957. Aquí nos dice que el día anterior fue inaugurada la biblioteca con la “asistencia del director general de Archivos y Bibliotecas, señor García Noblejas; el inspector de la misma Dirección, señor Tolsada; gobernador civil y jefe provincial del Movimiento, señor Utrera Molina y otras autoridades y jerarquías”. Dice que la biblioteca se halla instalada con todo género de detalles en el edificio del Ayuntamiento. También cuenta la noticia que el número de libros se ha incrementado con 1.000 volúmenes, donados por la Dirección General de Archivos y Bibliotecas, la Diputación Provincial y el propio Ayuntamiento. Es curioso el dato de que las Cooperativas de la localidad subvencionarán la biblioteca con 1.000 pesetas anuales. En un breve artículo de Isabel Pérez Varela, directora de la Biblioteca Pública del Estado de Ciudad Real, aparecido en el número 9 de la revista “Cuadernos de Estudios Manchegos”, de 1958, en el que hace un repaso al movimiento bibliotecario de la provincia de Ciudad Real, obtenemos otros datos relativos a nuestra biblioteca. Dice que la biblioteca fue inaugurada el día 17 de julio (debe ser un error) y que está situada en la planta baja del edificio del Ayuntamiento, ocupando dos salas decoradas con sumo gusto y dotada de mobiliario cómodo

y alegre. 856 volúmenes fueron enviados como lote inicial por el Servicio Nacional de Lectura. Tras la “bendición” de los locales y aprovechando la presencia del director general se reunió en la biblioteca, en sesión extraordinaria, el Patronato del Centro Coordinador de Bibliotecas. Durante la década de los años sesenta el presupuesto destinado a Biblioteca rondó las cincuenta mil pesetas. Para el año 1970 conocemos que 40.000 pesetas las aportaba el ayuntamiento y 10.000 el Centro Coordinador Provincial. Por lo que sabemos, la Biblioteca se situó en sus orígenes, en el edificio del Ayuntamiento. Según la obra Memoria de una Gestión Municipal: 1973-1979, que es un texto en el que se recoge la actuación de la Corporación presidida por Lucio Villegas Juárez, en el año 1976 se inauguró la Biblioteca en el edificio que ocupa actualmente. En el año 1991, debido a su mal estado, se deja este edificio y hasta que nuevamente en el año 2000, se vuelve a instalar en su sede actual, la Biblioteca estuvo situada en la Casa de Cultura. Pero incluso hubo un proyecto para situarla en otro edificio. Eso sí, todos ellos situados en la Plaza de la Constitución. En la sesión extraordinaria del Pleno celebrada el 26 de noviembre de 1968, se lee la circular nº 77, del Gobierno Civil, publicada en el boletín de la Provincia nº 104. En ella se expone que de acuerdo a las previsiones del II Plan de Desarrollo se tiene previsto construir en la Provincia de Ciudad Real y en aquellos pueblos de más de 5.000 habitantes, un total de 19 bibliotecas, siendo el requisito que los ayuntamiento interesados pongan a disposición de la Dirección General de Archivos y Bibliotecas, un solar adecuado de unos 500 metros cuadrados. La Corporación acuerda por unanimidad ceder dicho solar. Y en el acta del 27 de junio de 1969 se acuerda poner a disposición de la Diputación Provincial, Centro Coordinador de Bibliotecas u Organismo competente (parece ser que no tienen muy claro a quien corresponde) la casa situada en la Plaza del Caudillo, número 11 denominada Casa de Falange, transformándola en solar, para destinarla a Casa de Cultura. Este acuerdo se amplía en la sesión del tres de octubre de 1969, consignando la superficie y linderos del edificio destinado a la construcción de la Biblioteca: “Carmen Flores Santos, derecha entrando; izquierda, Teresa y Francisca Calcerrada Serrano y herederos de Alfonso Vallejo Rodríguez; espalda o fondo calle José Antonio (hoy Jijones) y por su frente o entrada con la Plaza del Caudillo, con una superficie de 540,10 metros cuadrados”.

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A pesar de estos acuerdos, a primeros del año 1970, según la sesión del 12 de enero, acuerdan desplazarse el mayor número posible de concejales a Ciudad Real para informarse ampliamente sobre el particular. Ya en 1971, desde el Ministerio de Educación y Ciencia se pide al Ayuntamiento unos documentos para la construcción en la localidad de un edificio con destino a Casa de Cultura. Estos documentos son, la certificación del Registro de la Propiedad acreditando su inscripción y la libertad de cargas y gravámenes y la autorización del Ministerio de la gobernación para enajenar dichos bienes. La Corporación ordena se obtengan y remitan dichos documentos. De este proyecto de construcción de una nueva

biblioteca se dio cuenta en el Boletín de la Dirección General de Archivos y Bibliotecas. En el número 127-128 de 1972 en la página 258 se habla del proyecto de Biblioteca Pública de Villarrubia de los Ojos. El proyecto es de planta alargada, con dos alturas en la fachada anterior y una, El Salón de Actos, en la posterior, con jardín interior en el que se sitúa el acceso principal. Se dice que el edificio está ambientado en las construcciones locales de paredes en blanco con tejados de teja curva y ventanales amplios en las Salas de Lectura. Pero como hemos dicho, en 1976 la Biblioteca se traslada a sus dependencias actuales y ese proyecto no llegó a realizarse. Imágenes de este proyecto:

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HISTORIA

AGOBIOS ECONÓMICOS DEL CONCEJO DE VILLARRUBIA EN EL PASADO

Luis Rafael Villegas Díaz

No se trata de volver sobre la pertinaz y tan comentada crisis económica de nuestros días. No intento incidir sobre ella, sino plantear que las dificultades económicas del municipio no son una novedad histórica. En el pasado también se presentaron a nuestras autoridades municipales otros momentos delicados a los cuales tuvo que hacer frente con los mecanismos que estimó oportunos. Así ocurrió en 1639, fruto de demandas que se arrastrarían del año precedente. En efecto, el 9 de marzo de dicho año se reunieron en concejo las autoridades locales para dar solución al problema financiero planteado. La reunión se llevó a cabo siguiendo el ritual que era habitual en aquella época y que veía desde tiempos pasados. La convocatoria se hizo “a toque de campana tañida”, es decir, con un toque especial, el correspondiente a ese evento, procedente, posiblemente, de la campana propia del concejo. Esta estaría ubicada en las casas del ayuntamiento, que no eran las actuales, sino que se hallaban en la plaza, en el lugar que hoy ocupa el actual Casino. La campana, probablemente, se situaba en una torre precedente que habría donde se halla a la actual, elevada y reconstruida ya en el siglo XIX. La reunión fue presidida por el gobernador del duque de Híjar en la localidad, que en esos momentos era don Diego de Guevara. Junto a él se hallaban los dos alcaldes ordinarios, el licenciado Francisco de Vargas Machuca (que a la hora de la firma del acta aparece como bachiller, no como licenciado) y Cristóbal Sánchez de Rodrigo Sánchez; estando también presentes los cuatro regidores de la localidad: Jerónimo de Herrera, don Alvaro Salgado, Miguel Ramírez Arellano y Diego López de la Mayorazga. No consta en el acta que asistiesen otros representantes populares, como eran los jurados, pero posiblemente lo hicieron, pues el acta dice que se reunieron “a boz de conçexo”.También estuvo presente el escribano, Esteban Hernández, que se encargó de levantar acta de lo tratado en la sesión y de incorporarla en el libro de acuerdos del concejo. El texto aquí comentado es una copia de la referida acta, escrita y rubricada por el mencionado escribano. Aunque trataron otra cuestión, el asunto principal fue hacer frente a esas cuestiones

financieras a las que tenía que hacer frente la localidad. Al parecer, la hacienda regia había impuesto un “servicio”, un tributo, al que habría añadido cierta cantidad del año anterior para sufragar los gastos de guerra. De qué guerra se tratase no se explicita, aunque probablemente se trataba de la que mantenía la nación con Holanda, que llevó al conde-duque de Olivares, en el reinado de Felipe IV, a una serie de decisiones de expansión militar en Flandes y de aumentar la flota del Atlántico, lo que provocó enormes gastos. En aquella ocasión, también, los gastos proyectados fueron el doble del ingreso presupuestado. El caso es que a la localidad le habían asignado, además del servicio ordinario, la cantidad de 1.000 ducados. La cifra no parece que fuese muy elevada, pero, en cualquier caso, era un añadido extraordinario a las tributaciones ordinarias que tendría el municipio con el señor de la localidad, el duque de Híjar, y afectaban considerablemente las menguadas arcas municipales. Para solventar los puros financieros, el concejo había desplazado a Madrid a Pedro de Yébenes, persona que consideraba competente, para negociar estos asuntos. Las pretensiones del concejo villarrubiero eran, como dice el texto, “que saque la baxa del serviçio real y la espera de los mill ducados que le están repartidos para la guerra de treinta y ocho”. En la reunión se determinó que se enviasen a dicho representante 100 reales, unos 3.100 mrs., sin duda para hacer frente a sus gastos. La gestión, al parecer, no era tanto obtener la dispensa del pago de dichas tributaciones, sino gestionar una operación financiera. Posiblemente se le encomendó la liquidación del importe correspondiente al servicio real,cuya cuantía se desconoce; de ahí que obtuviese la baja, la cancelación de ese concepto. Pero el problema residía en que el concejo no podía hacer frente a ese impuesto extra de los 1.000 ducados para sufragar los gastos de guerra. Por ello llevaría el encargo de hallar un financiero que adelantase dicha cantidad, con el que debería negociar los intereses del préstamo. Tenía instrucciones precisas, pues el texto dice que tendría que negociarlo con un límite: “araçón de ocho por ciento o menos, si los

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pudiere aver”. El interés no podría ser superior al 8%, siendo preferible que el mismo fuese menor. Las autoridades eran conscientes de que habría inconvenientes, pues añaden eso de si lo pudiese encontrar. Era un intento en cierto modo a la desesperada, pues las gestiones en la localidad y, posiblemente, en el entorno no habían sido positivas. Así lo dicen: “por no averse hallado esta cantidad, así de los medios de los adbitrios para ellos elixidos ni quien los dé prestados ni a çenso sobre los propios del concexo”. Las gestiones no habían sido pocas, pues señalan que “se an fecho munchas e notables y estrahordinarias diligencias”. Sin embargo habían fracasado, dado que los propios de la localidad no eran respaldo suficiente (“diçen no ser de ynportancia”). En cualquier caso, había que sacar dicha cantidad de alguna parte, pues se tendría que hacer frente al préstamo que se lograse fuera, a lo que habría que añadir los correspondientes intereses. Para lograrlo recurren a un mecanismo, que probablemente debería contar con el respaldo del señorío, de ahí la presencia del gobernador. El plan, que no parece que fuese novedoso, pues dicen que es "de nuevo”, es decir, que lo habrían utilizado en otros momentos, era repartir el conjunto del término en quintos para el “aprovechamiento de la yerva y pasto dellos”.Se arrendarían, pues, cada uno de estos lotes para el aprovechamiento ganadero, tanto de propios como de extraños. Esto lo mantendrían hasta que se sacase la cantidad a recaudar para hacer frente al préstamo e intereses. El mecanismo adoptado era posible dado que la localidad no tenía “en el término e jurisdiçión desta villa comunidad en el pasto ni en otra cossa con ninguno lugar ni unibersidad ni comunidad ni otra persona, sino que es término redondo suyo propio”.Quien estuviese interesado, propio o foráneo, tendría que arrendar el lote, comprometiéndose el concejo a vigilar que se respetase dicho arrendamiento, prohibiendo la entrada a quienes no lo tuviesen arrendado. Para lo cual se arroga la posibilidad de imponer las correspondientes penas a los posibles infractores. Las penas adoptadas a quienes usufructuasen indebidamente tales pastos, eran:

- “los ganados lanares de çien caveças arriba tres ducados de día y seis de noche, y dende avaxo un quartillo por cada caveça”- “el vacuno medio real cada caveça de día y un real de noche”- “las yeguas y mulas las mismas penas”que el vacuno

- “el ganado de çerda estas mismas penas”que el vacuno.

Las cuantías eran claras, diferenciándose en el ovino el que fuese un hato de más de 100 cabezas o que fuese menor, en cuyo caso se establece la pena por cada cabeza. Y puesto que se trataría de una infracción, la pena se duplica en caso de nocturnidad, de la entrada por la noche. No obstante, las penas (como era habitual en el pasado) no pasaban a engrosar en su totalidad las arcas concejiles. Se dividían en partes. En este caso se estableció un reparto en cuatro partes: concejo, juez, denunciante y la cámara de su Excelencia. Es decir, el concejo sólo percibiría una cuarta parte de las multas impuestas. Los referidos lotes los arrendaría el concejo “libremente y sin pena alguna a quien más diere y sin perxuiçio del derecho de su Excelencia que tiene a la mitad del goço de los hervaxes”.El mecanismo, pues, no era tan pingüe, pues la mitad de lo que se sacase por el mencionado arrendamiento se lo llevaba el señor de la localidad, el duque de Híjar, que por razón del señorío tenía derecho a la mitad de los pastos. En cualquier caso, no estaban las arcas municipales en disposición de acometer otras alegrías. Si lograron sus pretensiones y pudieron hacer frente holgadamente a los pagos, lo desconozco. Como también el tiempo que tuvieron que invertir en poder hacerlo. Pero el recurso a la deuda y la necesidad de aplicar nuevos impuestos para su saldo no parece que sea un hecho exclusivo de los tiempos que corren.

* * *

Como señalaba al comienzo, en la reunión del concejo se trató otro asunto, aunque éste más de la vida cotidiana de la localidad. Se determinó que se cerraran “las eras de arriba”, cuya ubicación desconozco, pero que tal vez se trate por su posición de las de Santa Ana, para que no entrase en ellas el ganado de cerda. Cabe suponer que el otro sí podría hacerlo. Y el hecho de que no pudiese el de cerda era por el destrozo que hacía, “porque las hoçan, de suerte que con ello las ensuçian y haçen tierra y quando los vecinos quieren enparbar, respecto de estar en la forma dicha, se haçe tierra y resciven notables daños”. El motivo era claro: la destrucción que ocasionaba su entrada y los inconvenientes que producía a los vecinos que allí iban a trillar el que se mezclase el cereal con la tierra, que lo ensuciaba. Las penas para quienes infringieran esta disposición serían de medio real por cada

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cabeza que allí entrare del mencionado ganado de cerda. Penas que se dividirían por tercios, quedando una para el juez, otra para el denunciante y la tercera para el pago de las costas del juicio. Este sería un asunto de gestión de la vida ordinaria de la localidad, siempre necesitada de

ordenanzas reguladoras de las actividades desplegadas. El asunto fuerte fue el de esos agobios financieros por los que pasó el concejo en aquella ocasión.

Granada, marzo de 2010

Reforma de la fachada del Casino en la que se pueden observar restos de los arcos del antiguo Ayuntamiento.

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HISTORIA

UN POLÉMICO SEÑOR DE VILLARRUBIA

Juan Carlos Zamora Muñoz

Esta es la historia de uno de los señores de Villarrubia de los Ojos, el más conocido y controvertido de todos los duques de Híjar, un emblemático representante de la nobleza del siglo XVII, que anheló siempre gozar del favor real, y por sus errores, expió la culpa de no saber acomodarse al régimen imperante de su época.

Don Rodrigo.

Don Rodrigo Sarmiento de Silva Mendoza y Villandrando de la Cerda, señor en lo terrenal y espiritual de Villarrubia de los Ojos, nació en Madrid en 1600, conde de Salinas, la Bureba y Ribadeo, marqués de Alenquer y, por matrimonio, duque y señor de Híjar, Lécera y Aliaga, príncipe de la Portella, conde de Belchite, Castellot, Guimerá y Vallfogona, vizconde de Illa, Canet, Evol, Añer y Alquerforadat, comendador de Coruche y Soure en la orden de Cristo, perteneciente a la alta nobleza castellana, entroncado en última instancia, dado su extenso árbol genealógico, con la monarquía castellana por ser descendiente del infante de la Cerda, hijo de Alfonso X el Sabio, descendiente del Gran Cardenal Mendoza, nieto de Ana, princesa de Eboli e hijo del poeta y político, don Diego de Silva y Mendoza, conde de Salinas y de Ribadeo, duque Francavilla, marqués de Alenquer, caballero de Alcántara, comendador de Herrera, del Consejo de Estado y Justicia de Portugal y virrey de este reino, quien casó en terceras nupcias (1599) con la que iba a ser madre de don Rodrigo, doña Marina Sarmiento Villandrando de la Cerda, VII condesa de Salinas y Ribadeo, la cual moriría en 1605.

Su juventud.

En 1601, el padre de don Rodrigo, pasó a ser miembro del Consejo de Portugal y en verano de 1605 fue nombrado presidente de este Consejo, lo que conllevaba una asistencia permanente a la Corte. El conde Salinas tenía palacios en Valladolid, Burgos, Ribadeo, Miranda de Ebro y en Villarrubia de los Ojos, pero al trasladarse la Corte a Madrid en junio de 1606, se encontró con un grave problema: no tenía una residencia acorde a su puesto en la Corte. Como padre viudo con un hijo pequeño (Rodrigo) que criar y educar, tuvo que vivir inicialmente de alquiler en una casa. En 1609, dada la posición que ostentaba, compró una residencia más adecuada a sus necesidades, se

trataba de la “Quinta de don Juan de Borja”, también conocida como el Palacio de Buenavista (hoy Cuartel General del Ejército de Tierra), comenzando con las obras de rehabilitación y reparación, alargándose estas hasta 1620.

El Palacio de Buenavista en la actualidad

Don Diego ostentó el cargo de Presidente del Consejo de Portugal hasta 1616 y se le nombró Virrey y Capitán General de Portugal, otorgándole Felipe III el título de marqués de Alenquer con las rentas del marquesado. En marzo de 1617, don Diego salía de Madrid con don Rodrigo, ahora con 17 años de edad, pasando por Villarrubia de camino hacia Portugal, donde el conde Salinas se instalaría, para dejar bien arreglada la situación económica de la villa, al ser esta el mayorazgo más rico del conde. Este nuevo cargo suponía un cuantioso desembolso económico al tener que costear de sus propios recursos los gastos de este puesto tan importante, por lo que tenía que controlar y aumentar las rentas que percibía de sus posesiones. El conde de Salinas no se olvidó de sus posesiones durante su estancia en Lisboa al necesitar cuantiosas cantidades de dinero para costear su puesto. Durante los cinco años que estuvo don Diego en Lisboa, don Rodrigo ayudó a su padre en muchas ocupaciones, como la superintendencia de la fábrica de las herrerías y molinos, la fábrica de hornos de bizcocho y la superintendencia de las fundiciones de artillería y el rescate de piezas perdidas en la mar. El virreinato de don Diego duró más de lo esperado, la muerte de Felipe III, el 31 de marzo

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de 1621, provocó que sus numerosos enemigos le pusieran en contra al nuevo monarca, Felipe IV. Con miras a su futuro matrimonio, en agosto de 1621, don Rodrigo saco un certificado de su aspecto físico que decía así: “es al presente de edad de veinte años poco más o menos, de buena estatura, gentilhombre de cuerpo y muy derecho sin tener en su cuerpo ni espaldas córcova ni otra cosa que cause fealdad, antes es una de los caballeros más gentiles hombres que puede haber”. En julio de 1621 es relevado del virreinato su padre, probablemente por ser partidario del duque de Lerma, valido del rey anterior, por lo que un nuevo personaje en ascenso, don Gaspar de Guzmán Pimentel y Acevedo más conocido como el conde-duque de Olivares, quiso distanciarse de él. Don Diego dejaba Portugal junto a don Rodrigo para regresar a Madrid y participar en las actividades de la Corte, aunque siguió formando parte del Consejo de Portugal. El conde de Salinas estaba bastante herido por el tratamiento recibido, después de más veinte años de servicio a la corona a los más altos niveles, se encontraba ahora sin un puesto relevante. Antes de ir a la Corte, en el viaje de regreso, pasaron por Villarrubia donde permanecieron aproximadamente dos meses. Tras la llegada a Madrid y gracias a los esfuerzos del tío de don Rodrigo, el arzobispo de Zaragoza, se logró acordar el enlace con la heredera del ducado de Híjar, el 20 de julio de 1622, Felipe IV dio su licencia para el matrimonio, comenzando así los preparativos para organizar la boda.

Felipe IV

Su matrimonio.

El 3 de octubre de 1622 contrajo matrimonio en Zaragoza con una de las mayores herederas de España, doña Isabel Margarita Fernández de Híjar, duquesa de Híjar, Lécera y Aliaga,

condesa de Belchite, Vallfogona y Guimerá, perteneciente a la más rancia nobleza aragonesa descendiente de Jaime I, gracias a la cual don Rodrigo obtendría los siguientes títulos: los ducados de Híjar, Lécera y Aliaga, en el Bajo Aragón, a los que habría que sumar Almonacid de la Cuba, Urrea, Castelnou y Puebla de Albortón; el condado de Belchite y el de Castellote; y en Cataluña los de Guimerá y Vallfogona, los cuales procedían, como los siguientes, de la madre de la duquesa, la cual ostentaba los títulos de vizcondesa de Illa, Canet, Evol, Añer, Alquerforadat, Alia, Tatzón, y San Martín de Subirats, señora de la casa de Pinós y de las baronías de Melany, Mataplana, La Portella, Zurita, Peramola, Estach, Rocafort y Olçariz. Sin embargo, pese a todos los títulos que recibiera don Rodrigo por derecho de consorte, fue poco querido en sus posesiones de Aragón, principalmente por vivir en Castilla, por lo que nunca obtuvo el de la residencia aragonesa. De sus numerosos títulos sólo el ducado de Híjar llevaba consigo la grandeza de España, razón por la que fue este el que eligió para ostentar en primer lugar al poco de contraer matrimonio, y desde aquel momento fue conocido exclusivamente como el duque de Híjar. A lo largo de su vida tendría dos hijos naturales, Rodrigo e Isabel, y cuatro de su matrimonio canónico, Jaime, Ruy, Diego y Mª Teresa Margarita Francisca.

Vida en la Corte y muerte de su padre

Don Rodrigo se estableció tras su matrimonio en la Corte; al ser el lugar donde podía defender mejor sus intereses y mantener sus privilegios o incluso poder obtener otros nuevos. Durante años participó muy activamente en todas las fiestas y ceremonias de la Corte, en las que, para figurar con el brillo propio de la calidad, consumió buena parte de su hacienda. No se guiaba por un simple afán de diversión, sino que su conducta obedecía al deseo de destacarse ante el rey, de estar siempre presente ante él con aire de cortesano fiel y celoso de su servicio y agrado. Participaría en 1623 asistiendo al príncipe de Gales durante su visita y en 1625 fue uno de los primeros en llegar al socorro de Cádiz cuando la atacaron los ingleses. El padre de don Rodrigo, don Diego, pasó los últimos años de su vida en Madrid, en su nuevo palacio de Buenavista, donde gastó cantidades ingentes de dinero para reformarlo y embellecerlo. El 30 de enero de 1625, disfrutaría de ver asegurada su descendencia con el nacimiento de su nieto, Jaime Fernández de Silva. Durante este periodo intentó volver a la política y participó en los acontecimientos sociales de la Corte, no faltando a ninguna fiesta cortesana de

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importancia, normalmente acompañado de don Rodrigo. A partir de 1629, con sesenta y cinco años cumplidos, comenzó a otorgarle a su hijo responsabilidades señoriales de su casa. Don Diego de Silva y Mendoza fallecía en el Palacio de Buenavista el 15 de junio de 1630, heredando don Rodrigo sus posesiones y títulos. El duque de Híjar acompañó al difunto que fue llevado de Madrid al Monasterio de Benevivere, panteón de los condes de Salinas cerca de Carrión de los Condes, en la provincia de Palencia, y allí fue enterrado como había dicho en su testamento entre sus dos esposas (Ana y Marina) el 23 de junio de ese mismo año.

Restos del Monasterio de Benevivere.

Primer destierro en Villarrubia.

Un año después del fallecimiento de su padre, don Rodrigo y el duque del Infantado se desafiaron por unos galanteos a la dama de la reina, doña Inés de Mendoza, cuando los reyes salían de las Descazas. Al enterarse el rey del duelo que se quería celebrar, envió un mayordomo para impedirlo, con la orden de que cada uno permaneciera preso en su casa, poniéndoles guardia y obligándoles a hacer las paces, librándolos de su cautiverio en pocos días. Aunque hicieron las paces, las cosas no terminaron allí, trascurrido casi un mes del desafío los llevaron presos con guardas a posesiones suyas, en el caso de don Rodrigo fue trasladado a Villarrubia de los Ojos el 27 de julio de ese mismo año por orden de Felipe IV. Su esposa se quedó en Madrid bastante enojada por el comportamiento de su marido. Lo que más le dolía a la duquesa es que cinco días después de los galanteos con la dama de la reina, había parido una hija. Don Rodrigo se quedaba en Villarrubia hasta nueva orden del rey, estando desterrado en esta villa hasta el 12 de septiembre de ese mismo año, tras recibir el día anterior licencia de Felipe IV para poder regresar a Madrid. Volvería a Villarrubia en junio de 1638 para dar posesión al Reverendo Padre Fray Alejandro de Valencia, Custodio y Definidor de los Frailes menores capuchinos

descalzos del Seráfico Padre San Francisco, de la Provincia de Castilla, de la ermita villarrubiera de Nuestra Señora de la Caridad y sus anejos para que fuera convento de esa orden hasta que se eligiera otro sitio más conveniente. Aprovecharía esta estancia para conocer mejor su principal mayorazgo y sacarle un mejor rendimiento económico, dada la situación económica que tenía.

Intrigas contra el conde-duque de Olivares.

La muerte de su padre no había mejorado sus perspectivas políticas, al no gozar de la simpatía del conde-duque de Olivares, pues no olvidaba éste la oposición que había presentado don Rodrigo contra él. Durante este periodo pasó gran parte de su tiempo intentando mejorar económicamente su hacienda sin ningún resultado. A la inflación vertiginosa que había supuesto la devaluación de la moneda, había que sumar las deudas que dejó su padre por los gastos que realizó cuando fue virrey en Portugal y las obras realizadas en el palacio de Buenavista. La única manera que tenía un noble de la época de mejorar su economía era mediante el otorgamiento del rey de un puesto oficial que le procurase las rentas necesarias para el sostenimiento de su rango, pero la enemistad manifiesta con el valido del rey le mantuvo apartado del aparato del estado. Por los títulos que ostentaba, se creía con derecho a algunos de los puestos más importantes del reino y sin darse por vencido, le recordó al rey los servicios prestados por su padre, su abuelo y los suyos mismos, sin obtener ningún resultado. La enemistad que tenía el duque de Híjar con el conde-duque de Olivares no se había aplacado con los años; ésta databa de cuando promovió el valido la caída en desgracia de su padre en la Corte, pero al mismo tiempo Olivares tenía tan poca simpatía por el hijo como la había tenido con el padre. A finales de la década de 1630, don Rodrigo junto a un grupo de nobles se habían convertido en una fuerte oposición aristocrática a Olivares, que hacían todo lo posible por socavar su posición de confianza con el rey. El odio del duque de Híjar y su familia hacia el privado era tan conocido por todos que alguno llegó a pensar que intentaban matarlo, aunque es dudoso que quisiese llegar a tanto. Como primer noble de Aragón e hijo de Diego de Silva y Mendoza, don Rodrigo se sentía y se creía con un derecho natural de participar en el gobierno del país, como habían hecho con tanta distinción su padre y su abuelo. Para su desgracia, en vez de heredar la sensatez y cordura de su padre y abuelo, había heredado la altanería y la ambición desenfrenada de su abuela paterna, doña Ana Mendoza y de la

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Cerda, princesa de Eboli. En 1640, don Rodrigo, que debía estar muy al corriente de lo que sucedía en Portugal, informó al gobierno español del inminente alzamiento de aquel reino. El conde-duque premió la información de don Rodrigo dándole un cargo eventual en el ejército español que se mandó contra Portugal para operar en la frontera extremeña. El año 1640 se revelaría como un año terrible para la monarquía española: estallan levantamientos en Cataluña, Aragón, Andalucía, Nápoles y Portugal; las tropas francesas penetran en Cataluña y Luis XIII es proclamado conde de Barcelona por los catalanes, al tiempo que el rey galo pacta una alianza con el duque de Braganza, que se proclama rey de Portugal como Juan IV. En noviembre de 1642 falleció su esposa, siendo trasladados sus restos en solemne procesión desde Madrid hasta el Monasterio de Benevivere, donde sería enterrada a principios de diciembre. Mientras vivió su esposa, don Rodrigo se había controlado, pero a partir de la muerte de ésta, lo dejó sin el último freno que le hacía algún efecto. A partir de entonces se lanzó a una carrera por ganar crédito en la Corte, que no le reportaría ningún éxito, implicándose en un constante túnel de intrigas.

El conde-duque de Olivares

La conjura contra don Luis Méndez de Haro.

El duque de Híjar había participado en las escaramuzas inmediatas a la caída de Olivares y luego no tardó en enfrentarse a un nuevo político en ascenso, don Luis Méndez de Haro, convirtiéndose éste en el blanco de sus críticas. La caída de Olivares 23 de enero de 1643 por sus desavenencias con el monarca y el caos que reinaba en España, abrió nuevas e interesantes expectativas para los nobles como él que llevaban tanto tiempo esperando su oportunidad,

pero la tan esperada llamada del rey no llegó, Felipe IV intentó gobernar sólo, pero al designar el rey como hombre fuerte del reino al sobrino del conde-duque, don Luis Méndez de Haro, supuso un gran enfado para muchos nobles, entre ellos don Rodrigo. No simpatizaría con el nuevo privado del rey, dado que el tenía aspiraciones de ser el nuevo valido, aunque en público se negaba a que los reyes tuvieran validos. En el año 1643 acompañó a tierras aragonesas al rey, el cual durante estos años acudió al reino con cierta frecuencia por motivos de la guerra que se estaba realizando en Cataluña y fronteras de Aragón. Siendo en este mismo viaje donde parece que comenzaron las disensiones y desavenencias entre él y el sucesor de Olivares en el cargo. La situación empeoró cuando Haro, para quitárselo de en medio, le ofreció el puesto de Virrey de Aragón, bajo el pretexto que tenía allí a su suegra, negándose rotundamente don Rodrigo a que lo alejara de la Corte. Durante los siguientes meses el duque de Híjar conspiró junto a otros nobles disgustados por la falta de favores recibidos y por la pujanza de Haro, para derrocar a este último, pero el rey estaba informado de estas intrigas, por lo que ordenó detener a todo el grupo y ponerlos bajo arresto domiciliario. El monarca quería un castigo ejemplar para todos, pero Haro lo convenció de que el cabecilla era el duque de Híjar y que sobre él solo debería recaer el castigo. Don Rodrigo, temiendo lo peor, escribió al rey intentando exculparse de todas las acusaciones en su contra, pero no sirvió de nada.

Segundo destierro en Villarrubia.

El 12 de marzo de 1644 se le ordenó abandonar la Corte e irse desterrado a Villarrubia de los Ojos, donde debía residir “hasta tanto se le enviase otra orden, porque en aquel retiro se enseñase a callar y aprendiese la cordura y buena prudencia”. Al contrario que en su destierro anterior éste no sería de corta duración, los siguientes diecisiete meses de destierro en su villa tendría tiempo de sobra para aprender esta lección. El 16 de marzo salió de Madrid acompañado de su hijo mayor don Jaime y llegó a Villarrubia el 21 de marzo. El duque de Híjar no sabía cuanto tiempo duraría su destierro, pero tenía la certeza, por el tono de las cartas y órdenes del rey, que tendría que acostumbrarse a vivir durante largo tiempo y tomar con tranquilidad la vida de gran señor en su villa. Para un noble como él, acostumbrado a intervenir en asuntos de alta política en la Corte, el destierro fue un duro trance, ya que tuvo que ocuparse de cosas de poca importancia, el duque aprovecharía su estancia para administrar su

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mejor mayorazgo, mejorarlo y participar en la vida social de la villa. No dejó de estar en contacto con los demás conspiradores, recibiendo visitas de varios de ellos y enviando cartas a otros, si se esperaba de él que aprendiese la lección de su obligado destierro, estaban muy equivocados. Don Rodrigo estaba abocado a la autodestrucción en cuanto a sus aspiraciones políticas en el país y no aprendería de lo sucedido. Mientras se encontró desterrado en Villarrubia envió varias cartas al rey reclamando su inocencia y aclarando algunos de los puntos en los que se habían centrado sus acusaciones contra él. En una de las cartas que envió el duque a Felipe IV desde su destierro en Villarrubia el 12 de marzo de 1644, en la que se defendía de las acusaciones vertidas contra él, decía así: …De don Luis no soy ni he sido enemigo, ni he hablado de Vuestra Magestad en el que haya valido o que no lo haya, a nadie importa menos a quién ni fue ni es si será pretendiente más que de servir a Vuestra Magestad como yo. Vuestra Magestad ha dicho y ha firmado que no tiene Valido y me lo ha dicho a mí y me ha mandado que lo diga y don Luis también me lo ha dicho; no será culpa haberlo dicho yo y no me acuerdo cuando…Alo sucedido había que sumar la preocupación que tenía por el efecto de su destierro sobre sus hijos, en edad de casarse y abrirse camino en la Corte. El largo destierro de don Rodrigo llegó a su fin en agosto de 1645. Tras su llegada a Madrid, se ocupó del matrimonio de su hija Mª Teresa Margarita Francisca de Silva Sarmiento de la Cerda con don Juan Zúñiga Sotomayor y Mendoza, X duque de Béjar, probablemente, el último acontecimiento familiar alegre de su vida. Su vuelta a la Corte estaba condicionada a su comportamiento en el futuro, aunque el rey tenía sus dudas, por la obstinación que tenía el duque en no querer reconocer sus errores.

La conspiración del duque de Híjar.

La falta de ocupación política, la caída de sus rentas, el odio hacia el valido del rey, la sensación de haber sido castigado injustamente, los problemas que esto acarreaba a sus hijos, llegó a colmar el vaso de su paciencia. En el verano de 1648 don Rodrigo fue acusado de crimen de lesa majestad junto a otros conspiradores, por haber intentado derrocar a Felipe IV y querer ser coronado rey de Aragón. Según la declaración de los testigos, quedaba claro que existía una conspiración que tenia como objetivo el disparatado plan de proclamar a don Rodrigo rey de Aragón con la ayuda de Francia. En ella estaban involucrados junto al duque de Híjar, el principal conspirador, Carlos Padilla, Pedro de Silva y Domingo Cabral. Pese

a que parecía que se trataba más bien de planes, sin ninguna posibilidad de ser llevados a la realidad, el mero hecho de maquinar un asunto de este género suponía la pena de muerte. Durante los siguientes tres meses don Rodrigo fue sometido a juicio sumario para que declarase su parte en la conjura, pero a pesar de que sufrió tortura en el potro, jamás reconoció culpabilidad alguna de las acusaciones vertidas contra él. Embargados sus bienes y condenado por traición fue afortunado de no haber sufrido la pena de muerte, como le pasó a los otros conspiradores que fueron ejecutados en la Plaza Mayor de Madrid el 5 de diciembre de 1648, permaneciendo en Madrid hasta julio de 1649 en que fue llevado al castillo de León donde pasaría el resto de su vida recluido por haber sido condenado a prisión perpetua. Cuando la sentencia de reclusión permanente fue conocida por su familia, tuvieron que ponerse de acuerdo en cómo administrar sus bienes en su ausencia, que amenazaba con ser permanente. A principios de 1649, lo primero que hizo el duque fue dar poderes a sus hijos Jaime y Ruy para poder administrar y gobernar sus estados en su nombre, aunque hasta el 19 de octubre de ese mismo año no fue levantado el embargo sobre estos.

Don Luis Mendéz de Haro

En 1658 sus hijos intentaron conseguir de Haro y del rey permiso para cambiar al duque de la prisión de León a su palacio de Villarrubia. Pero, al final no se realizó; el duque era el mayor enemigo del valido del rey y éste fue implacable con esta solución. La única concesión que consiguieron fue quitarles los guardas el año anterior. La familia del duque siempre tuvo la certeza de la inocencia de éste,

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víctima de las maniobras de don Luis Méndez de Haro, estando informado de que don Rodrigo estaba en contra de que el rey tuviera un valido desde la caída de Olivares, por lo cual lo destruyó políticamente y le tendió una trampa. Cuatro días antes de morir, el duque envió su última carta a Felipe IV, en la que seguía manifestando su inocencia.

Muerte de don Rodrigo.

El 2 de enero de 1664, don Rodrigo Sarmiento de Silva Mendoza y Villandrando de la Cerda moría en el castillo de León, siendo enterrado el 14 de enero en el Monasterio de Benevivere junto a su difunta esposa y sus ascendientes de la casa de Salinas y Ribadeo. Su hijo Diego Gómez de Silva Sarmiento, que acompañó el cadáver de don Rodrigo desde León, leyó en el funeral un memorial sobre su padre que decía así: “El mayor en talento, el más fiel al Rey y la patria, que descubrió las alteraciones de Portugal y Cataluña y no oyeron lo que dijo para el remedio de ellas; el que echó al conde de Olivares; valido del rey don Felipe Cuarto; el que no quiso ser valido ni que le hubiese; el que, descubriendo una de las mayores maldades cometidas contra su príncipe, los que la cometieron, con tiranía y testimonios, hicieron que el rey mandase prender y, mostrando por todos caminos su inocencia, fue tan temido que tuvieron retirado quince años en la ciudad de León, adonde murió miércoles a la una y media de la mañana a dos de enero, año M.DC.LXIV, protestando su inocencia y citando a su rey y señor ante el tribunal de Dios Nuestro Señor, verdadero juez”. En Villarrubia de los Ojos al recibir la noticia de la muerte de don Rodrigo, se celebró el 10 de enero una misa-funeral en su iglesia parroquial por el alma de su señor. Los móviles secesionistas que fueran a hacer al duque de Híjar rey de un Aragón independiente, no demostrados por completo, no parecían muy fiables, él propiamente nunca lo admitió, a pesar del tormento a que fue sometido en su interrogatorio, las graves penalidades que sufrió en prisión, las cartas que dirigió a don Luis Méndez de Haro y al mismísimo Felipe IV suplicando clemencia por su inocencia, y hasta el final de su vida siguió manifestando lo mismo culpando de que esta injusticia se debía a las intrigas realizadas por el valido del rey por el odio que tenía contra él. La exculpación del duque no llegaría hasta que en enero de 1676, por las presiones de sus familiares, la reina

Margarita de Austria informó a la duquesa de Béjar (hija de don Rodrigo) que uno de los testigos que testificó en su contra había mentido y que su padre era inocente, rehabilitando su memoria y nombrando a su hijo, Jaime de Silva, virrey de Aragón, cargo que ocuparía entre los años 1681 a 1692.

El castillo de León en la actualidad.

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FOTOGRAFÍA

VISTA DE LA PLAZA DE LA CONSTITUCIÓN

En los años 60.

En la actualidad.

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