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Descubrimiento de las siete ciudades,por el padre fray larcos de iza

INSTRUCC IÓN D E D O N A:-:TON IO DE M E:-: D O ZA ,

VISO RRE Y D E NUEVA ESPAXA

Primeramente: luego como llcg áredcs a la provincia de Culiac án,

exhortaréis)' animaréis a los espa ñoles que residen en la Villa de

an Miguel que traten bien los ind ios que están de paz)' no sesirvan de ellos en cosas excesivas, cer tificándoles que haciéndolo

así, que les serán hechas mercedes)' remunerados por Su Ma­

jes tad los trabajos que allá han padecido, )' en mí tendrán buen

ayudador para ello; )' si hicieren al contrario, que serán castigados

)' desfavorecidos.

Daréis a en tender a los indios que yo os envío, en nombre de

Su Majestad, para que digáis que los traten bien y que sepan que

le ha pesado de los agravios)' males que han recibido; )' que de

aquí adelante serán bien tratados , y los que mal les hicieren serán

castigados.

Asimismo les ce rtificaréis que no se ha rán más esclavos de

ellos, ni los sacarán de sus tierras, sino que los deja rán libresen ellas, sin hace rles mal ni daño: que pierdan el temor y conoz­

can a Dios uestro Seño r, que está en el cielo, y al Emp erador,

que está puesto de su mano en la tierra para regir la y gobernarla.

y porque Francisco Vázqucz de Coronado, a quien Su Majes­

tad tiene prove ído por gobernador de esa provincia, irá con vos

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hasta la Villa de San Migue! de Culíac án, avisarme cómo provee

las cosas de aquella villa, en lo que toca al servicio de Dios Iues­

tro Señor y conversión y buen tratarn icnto de los naturales de

aquella provincia.

y si con e! ayuda de Dios Nuestro Señor y gracia del Espíri­

tu Santo, hall árcdcs camino para pasar ad elante y entrar por la

tierra adentro, llevar éis con vos a Esteban de Dorantes por guía,

al cual mando que os obedezca en todo y por todo lo que vos le

mand árcdes, como a m i misma persona; y no haciéndolo así, que

inc urra en mal caso yen las penas que caen los que no obedecen

a las personas que tienen poder de Su Majestad para poderles

mandar.

Asimismo lleva e! dicho gobernador, Francisco Vázqucz, los

indios que vinieron co n Dorantcs, y otros que se han podido re­

coger de aquellas partes, para que, si a él ya vos os pareciere que

llev éis en vues tra compa ñía algunos, lo hagáis y us éis de ellos,

como vi ércdcs que conviene al servicio de uestro Señor,

Siempre procuraréis de ir lo más seguramente que fuere posi­

ble, e informándoos primero si están de paz o de guerra los unos

ind ios con los otros, porque no d éís ocasión a que hagan algún

desconcierto contra vuestra persona, e! cual será causa para que

contra ellos se haya de proceder y hacer castigo; porque de esta

manera en lugar de ir a hacerles bien y darles lumbre, seda al

contrario.

Llevaréis mucho aviso de mirar la gente que hay. si es mucha o

poca, y si están derramados o viven juntos.

La calidad y ferti lidad de ella, la templanza de la tierra, lo ár ­

boles y plantas y ani ma les domésticos y salvajes que hu biere. la

manera de la tierra, si es áspera o llana, los ríos, si son grandes o

pequeños, y las piedras y me tales que hay en ella; y de las cosas

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que se pudieren env iar o traer muestra, traerlas o enviarlas, para

que de todo pueda Su Majestad ser avisado.

Saber siempre si hay noticia de la costa de la mar, así de la

parte del Norte como de la del Sur, porque podría ser estrecharsela tierra y ent rar algún brazo de mar la tierra adentro. Y si lleg á­

redes a la costa de la mar del Sur, en las puntas que entran, al pie

de algún árbol señalado de grande, dejar enterradas cartas de lo

que os parecie re que conv iene aviar, y al tal árbo l do nde queda ­

re la carta hacerle algu na cruz porque sea conocido; asim i mo

en la bocas de los ríos y en las disposiciones de puertos, en losárbo les más seña lados, junto al agua, hace la misma se ñal de la

cruz y dejar las cartas, porque, si enviare navíos, irán advertidos

de buscar esta seña l.

Siempre procuraréis de enviar aviso con indios de cómo os va y

sois recibido y lo que hallárcdcs, muy par ticularmente.

y si Dios Nuestro Señor fuese crvido que hallé is alguna po­

blación gra nde donde os pareciese que habrá buen aparejo para

hacer monestcrio y enviar religiosos que entendiesen en la con­

versión, avisaréis con indios o volveréis vos a Culiacán. Con todo

secreto da réis aviso para que se provea lo que convenga sin alte­

ració n, porque, en la pacificación de lo que se hallare, se mire el

ervicio de Nuc tro Señor y bien de la gente de la tierra.y aunque toda la tierra es del Emperador ucstro Señor, vos en

mi nombre tomaréis posesión de ella por Su Majestad, y haré is las

cñales y autos que os pareciesen que se requieren para tal caso;

y daréis a entender a los naturales de la tierra que hay un Dios

en el ciclo y el Emperador en la Tierra. que está para mandarla y

gobernarla, a quien todos han de ser sujetos y serv ir.

Don Anton io de Mcndoza,

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Digo yo, fray Marco s de Niza, de los Observantes de San Francis­

co. que recibí un tras lado de esta instrucción firmada del Ilustrí si­mo señor don Anto nio de Mendoza, vlsorrcy y gobe rnador de la

Nueva España.Ia cual me entregó por mandado de Su Santidad y

en su nombre. Francisco Vázquez de Coronado, gobernador des ­

ta nueva Galleta: el cual traslado es sacado de esta instrucción

de verbo ad verbum, y con ella cor regida y concertada, la cual

dicha inst rucción prometo cumplir fielme nte y de no ir ni pasarcontra ella ni contra cosa de lo en ella contenido, ahora ni en

ningún tiempo. Y porque así lo guardaré y cumpliré, firm éaquí

mi nombre, en Tonal á, a veinte d ías del mes de noviembre de mil

y quinie ntos treinta y ocho años, ado nde me dio y entregó en el

dicho nombre la dicha inst rucción, que es en la provincia de esta

Nueva Galicia.- Fray Marcos de Niza.

Digo yo, fray Antonio de Cibdad-Rodrigo, fraile de la Orden

de los Menores y ministro provincial que a la sazó n soy de la pro­

vincia del Santo Evangelio de e ta Nueva Espa ña, que es verdad

que yo envié a fray Marcos de Niza, sacerdot e, fraile, presbítero y

religioso yen toda virtud y religión tal, que de mí y de mis herma­

nos los definidores diputados para de dios tomaro n consejo enlas cosas arduas y dificultosas. fue aprobado y habido por idóneo

y suficiente para hacer esta jornada y descubrimiento, así por la

suficiencia arriba dicha de su persona, como por ser doc to. no

solamente en la teología, pero aun en la cosmografía. en el arte

de la mar; y así consultado y definido que fuese él, fue con otro

compañero, fraile lego. que se llama fray Onorato, por mandato

del señor don Anton io de Mcndoza, visorrcy de esta dicha ucvaEspaña: y Su Santidad le dio todo el aparejo y recabo que fue me­

nester para el dicho camino y jornada; yesta inst rucción que aquí

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CERTIFICAC IONES

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RELAC IÓN

está escrita. la cual yo vi y • u Santidad lo comunicó conm igo.

pregun tándome lo que de ella me parecía, y pareciéndo me bien.

e dio al dicho fray Marcos, por mano de Francisco Vázqucz de

Co ronado, la cual él recibió sin falta y ejecu tó fielmente, como en

efeto ha parecido. Y porque lo sobredicho es así verdad yen ello

no ha falencia ninguna , he escri to esta fe y testimon io ). lo flrrnéde mi nombre.- Fecha en México, a veinte y seis días de agosto.

año de mil quinientos treinta y nueve.- Fray Antonio de Cibdad­

Rodrigo, ministro provincial.

Co n ayuda y favor de la Sacratísima Virgen María , Nuestra Seño­

ra, y del seráfico nuestro padre San Francisco. yo. fray Marcos de

Niza, fraile profeso de la Orden de San Francisco, en cumplimien­

to de la instrucción arriba contenid a. del Ilustrísimo señor don

Antonio de Mcndoza, vlsorrc y y gobernador por Su Majestad de

la Nueva E palia, part í de la villa de San Miguel, de la provincia

de Cul íac án, viern es siete días del mes de marzo de mil qu inien­

tos treinta y nueve años, llevando por compañero al padre fray

Onorato y llevando conmigo a Esteban de Dorantes, negro. y acier tos indios, de los que el dicho señor Visorrey libertó y compró

para este efecto, los cuales me entregó Francisco Vázqucz de Co­

ronado, gobernador de la Nueva Galleta, y con otra mucha canti­

dad de indios de Petate án, y del pueblo que llaman del Cuch illo.

que serán cincuenta leguas de la dicha villa. Los cuales vinieron al

valle de Culíac án, signil1cando gran alegría. por haberles cert ifi­

cado los indios libertados que el dicho Gobernador envió delante

a hacerles saber su libertad y que no e habían de hacer esclavos

de ellos ni hacerl es guerra ni mal tratamiento. d iciéndoles que así

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lo quiere y manda Su Majestad . Y con esta compañ ía que digo,

tomé mi camino hasta llegar al pueblo de Pctatcán, hallando en el

camino muchos recibimientos y presentes de comida. rosas y

otras cosas de esta calidad. y casas que me hacían de petates y ra­

mas, en tod as las partes donde no había poblado. En este pueblo

de Pctateán ho lgué tres d ías, porque mi compa ñero fray Onorato

adoleció de enfermedad, que me convino dejarlo allí; y conforme a

la dicha instrucción, seguí mi viaje po r donde me guió el Espí ritu

Santo, sin me recerlo yo. Yendo con migo el dic ho Esteba n de

Dorantes, negro, y alg unos de los libertados y mucha gente de la

tierra, haciéndome en todas partes que llevaba muchos recibi­

mientos y regocijos y arcos triunfales y dándome de la comida

que tenían, aunq ue poca, porque dicen haber tres a ños que no

llovía, y porque los ind ios de aq uella comarca más entendían en

esconderse que en sembrar, po r temor de los cr istianos de la villa

de San Miguel, que hasta allí solían llegarles a hacer guerra yes­

clavos. En todo este camino, que seria n 25 o 30 leguas de aquel la

parte de Pctatean, no vi cosa digna de poner aquí, excepto que

vinieron a mí indios de la isla en que estuvo el Marqués del Valle,

de los cua les me certifiqué cr isla. y no como algunos quieren de ­

cir, tierra firme: y vi que de ella pasaban a la tierra firm e en balsas ,

y de la tierra fir me a ella. y el espacio que hay de la isla a la tierra

firme puede ser med ia legua de mar. poco más o menos. Asimis­

mo me vinieron a ver ind ios de otra isla mayor que ella, q ue está

más adelante, de los cuales tuve razón haber otras tre inta islas

peque ñas, po bladas de gente y pobres de comida, excepto dos.

que dicen que tienen maíz. Estos indios traían colgadas de la gar­

ganta muchas conchas, en las cuales suele haber perlas; yo les

mostré una pe rla que llevaba para muestra, y me dijeron que de

aquellas había en las islas, pero yo no les vi n inguna. Seguí mi

camino por un despoblado de cuatro días, yendo conmigo indios,

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así de las islas que digo como de lo. pueblos que dejaba atrás; y al

cabo del despoblado, hallé otros indios, que se admiraron de ver­

me, porque ninguna not icia tienen de cris tianos, a causa de no

contratarse con los de atrás por el despoblado. Estos me hicieronmuchos recib im ientos, y me d ieron mucha comida , y procura­

ban de tocarme en la ropa, y me llamaban Sayota, que quiere de­

cir en su lengua «hombre del cielo», a los cuales, lo mejor que yopude, hice entender por las lenguas lo contenido en la instruc­

ción, que es el conocimiento de Nuestro Se ñor en el cielo y de Su

Majestad en la tier ra. Y siempre, por todas las vías que pod ía.

procuraba de aber tierra de muchas poblaciones y de gente de

más policía }' razón que con los que topaba; y no tuve nueva más

de que me dije ron que la tierra adent ro, cuatro o cinco jornadas

donde se rematan las cordilleras de las sier ras, se hace un a abra

llana y de mucha tierra, en la cual me dijeron haber mu chas ymuy grandes poblaciones en que hay gente vestida de algodón.y mostrándo les yo algunos metales que llevaba para tomar razón

de los metales de la tierra. tomaron el metal de oro y me dijeron

que de aquel hay vasijas ent re aquella gente de la abra , yque traen

colgadas de las narices y orejas ciertas cosas redondas de aquel

oro, y que tienen unas paletilla de él, con que raen y se quitan el

udor. Y com o esta abra se desvía de la costa, v mi intención era•

no apar tarme de ella, determ iné dejarla para la vuelta, porque en -

tonces se podría ver mejor. Y así anduve tres d ías. poblados de

aquella misma gente, de los cuales fui recibido como de los de atrás.

Llegué a una razonable población que e llam a Vacapa, donde me

hicieron gran recibimiento y me dieron mu cha com ida, de la cual

tenían en abundancia, por ser toda tierra que se riega. Hay de esta

población a la mar cuarenta leguas; y por hallarm e tan apar tado

de la mar y por ser dos días antes de la Domínica de Pasión . de­

terminé estar allí hasta la Pascua, por certificarme de las islas que

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arriba digo que tuve noticia. Y así envi é mensajeros indio. a la

mar por tres vías, a los cuales encarg u éque me trajesen gente de

la costa y de algunas de aquellas islas para informarme de ellos; y

por ot ra pa rte enviéa Esteban de Dorantcs, negro, al cual dije que

fuese por la derrota del Norte, cincuenta o sesenta leguas. para

ver si por aquella vía se podría tener razón de alguna co. a grande

de las que buscábamos; y concert é con ~I que si tuviese alguna

not icia de tierra poblada y rica que fuese cosa grande, que no

pasase adelante, sino que volviese en persona o me enviase indios

con esta señal que concertamos: qu e si la cosa fuese razonable,

me enviase una cruz blanca de un palmo; y si fuese cosa grande,

la enviase de dos palmos; y si fuese cosa mayor y mejor que la

Nueva España, me enviase una gran cruz. Y así se partió el dicho

Esteban, negro, de mi, Dominica de Pasión despu és de comer,

quedando yo en esta población, que digo que se dice Vacapa. y de

ahí a cuatro días, vinieron sus mensajeros de Esteban con una

cruz muy grande, de la estatura de un hom bre; y me dijeron, de

parte de Esteban, que a la hora me partiese en su seguimiento por­

que había topado gente que le daba razón de la mayor cosa del

mundo; y que tenía indios que habían estado en ella, de los cuales

me envió uno. Y este me dijo tanta grandezas de la tierra, que

dej é de creerlas para después de haberlas visto o de tene r más

certificación de la cosa; y me dijo que había treinta jornadas, des ­

de do nde quedaba Esteban hasta la primera ciudad de la tierra,

que se dice Cíbola. y porque me pa reció dig no de poner en este

papel lo que este indio, que Esteban me envió, dice de la tierra, lo

quiero hacer, el cual afirma y dice: que en esta primer provincia

hay siete ciudades muy grandes. todas debajo de un señor, y de

casas de piedra yde cal, grandes; las más pequeñas de un sobrado

y una azotea encima, y otras de dos y de tres sobrados, y la del se­

ñor de cuatro, juntas todas por su orden; y en las portadas de las

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casas principales muchas labores de piedras turquesas, de las cua ­

les, dijo. hay en gran abundancia. Y que las gentes de estas ciuda­

des anda muy bien vestida. Y otras muchas particularidades me

dijo. así de estas siete ciudades como de otras provincias más ade­lante, cada una de las cua les dice ser mucho más cosa que estas

siete ciudades; y para saber de él cómo lo sabía, tuv imos m u­

chas demandas y respuestas; y hallclc de muy buena razón. Di

gracias a Iuestro c ñor, d iferí mi par tida en seguimi ento de Es­

teban de Dorantcs, creyendo que me aguardaría como concerté

con él. y también porque prometí a los mensajeros que envié a la

mar qu e los aguardaría; porque siempre propuse de tratar, con

la gente que tratase. muc ha vedad. Los mensajeros vinieron día

de Pascua Florida, y con ellos gente de la costa y de dos islas, de

los cuales supe ser las islas. que arr iba digo. pobres de com ida.

como lo había sabido antes, y que son pobladas de gente; tra ían

conchas en la frente y dicen que tienen perlas. Cert iflc áronme de

treint a y cuatro islas, cerca las unas de las otras, cuyos nombres

pongo en otro papel, donde asiento el nombre de las islas y pobla­

clone . La gente de la costa dicen que tiene poca com ida, a í ellos

como los de las islas, y que se contratan los unos con los otros por

balsas; aquí la costa se va al Norte cua nto más puede. Estos indios

de la costa me trajeron rodelas de cuero de vacas, muy bien labra­das, grandes, que les cubren de pies a cabeza, con unos agujeros

encima de la empu ñadura para poder ver detrás de ellas; son tan

recias que creo que no las pasará una ballesta. Este día me vinie­

ron tres indios, de los que llaman pintados, labrados los rostros y

pechos y brazos; estos están en cerco a la parte del este y llegan a

confinar gente de ellos cerca de las siete ciudades. Los cuales dije­

ron: que me venían a ver porque tuvieron noticia de mí. y entre

otras cosas. me dieron mucha noticia de las siete ciudades y pro ­

vincias que el indio de Esteban me dijo, casi por la misma manera

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que Esteban me le envió a decir; y así desped í la gente de la costa;

y dos indios de las islas dijeron que se querían andar comigo siete

o ocho días. Y con ellos y con los tres pintados que digo. me par tí

de Vacapa, segundo día de Pascua Florida, por el camino y de rro­ta que llevaba Esteban, del cual había recibido otros mensajeros.

con otra cruz del tama ño de la pr imera que envió. dándome pri sa

y afirmando ser la tierra. en cuya demanda iba, la mejor y mayor

cosa que jamas se oyó. Los cuales men sajeros. par ticularmente.

me dijeron sin faltar en cosa punto de lo que dijo el pr imero; an ­

tes dijeron mucho más y me dieron más clara razón. Y así caminé

aquel d ía, segu nd o día de Pascua, y ot ros dos d ías por las mismas

jornadas que llevó E teban, al cabo de los cuales topé con la gente

qu e le dio la not icia de las siete ciudades y de la tierra de delan ­

te. Los cuales me dijeron que. de all í, iban en treinta jo rnadas a la

ciudad de Clbola, que es la pr imera de las siete; y no me lo dijo

solo uno, sino mucho ; y muy particularmente me dije ron la

gra ndeza de las casas y la manera de ellas. como me lo d ijeron los

primeros. Y decían me que. además de estas siete ciudades, hay

otros reinos que se llaman Marata y Acus y Toto ntcac: quise tres

saber a qué iban tan lejos de sus casas. y d ij éron mc que iban por

turquesas y por cueros de vacas y otras cosa; y de lo uno y de lo

otro tienen en aq ueste pueblo cantidad; asimismo quise saber elrescate con que lo habían. y díj éronmc que con el sudor y servicio

de sus personas. que iban a la pr imera ciudad. que se d ice Cíbola,

y que sirven allí en cavar las tierras y en otros servicios. y que les

dan cueros de vacas, de aquellos que allí tien en. y tu rquesas. por

su servicio. Y estos de este pueblo traen todos turquesas colgadas

de las orejas y de las narices. finas y buenas. y dicen que de ellas

están hechas labores en las puertas prin cipales de Cíbola. Dij é­ronme que la manera del vestido de los de Cíbola es: unas camisas

de algodón . largas hasta el em peine del pie. con un botón a la

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garganta y un torzal largo que cuelga d él , y las mangas de estas

camisa, anchas tanto de arriba como de abajo; a mi parecer es

como vestido bohemio. Dicen que andan ceñ idos con cintas de

turquesas, y que enci ma de estas camisas los unos traen muy bue­

nas mantas y los otros cueros de vacas muy bien labrados. quc

tienen po r mejo r vesti do. de que en aq uella tier ra d icen que hay

mucha can tidad, y asimismo las mujeres andan ve tidas y cubier­

tas hasta los pies de la m isma manera. Rcclbi éronmc estos ind ios

muy bien y tuvieron mucho cu idado de saber el día que par tí de

Vacapa, para tenerme en el cam ino comida y aposen tos; y traían ­

me enfermos a quc los curase, y procurab an de tocarme en la

ropa, so bre los cuales yo decía el Evangelio. Di éronmc algun os

cueros de vaca, tan bie n adobados y labrados que en ellos parecía

ser hechos de ho mbres de mucha policía. }' todo s decían quc ve­

nían dc Cíbo la. Ot ro día seguí mi camino. llevando com igo los

pintados que no me querían dejar. Llegué a otra población, donde

fui muy bien recibido de la gen te de ella, los cuales asimism o pro­

curaban de tocarme la ropa, y me dieron not icia de la tierra quc

yo lleva ba, tan par ticularmente como lo de atrás, y me d ijeron

cómo de allí había ido gente con Esteban Dorantcs, cuatro o cinco

jornadas; y aqu í topé una cruz grande, q ue Esteban me había de ­

jado. en señal de que la nu eva de la bue na tierra siempre crec ía, y

dejó d icho que me dijesen que me diese mucha pri sa. que él me

aguardaría al cabo del pr imer despoblado. Aq uí pu se dos cruces y

tomé posesi ón, conforme a la instrucción . porquc me pareció ser

aqu ella mejor tierra que la que quedaba atrás, y que co nvenía des­

de all í hace r autos de posesión. Y de esta manera anduve cinco

d ías, hallando siempre poblado y gmn hospedaje y recibi m iento y

muchas tu rquesas y cue ros de vaca y la m isma razón de la tierra ;

y luego me decían todos de Cíbola y de aq uella provincia. como

gen te que sabía que iba en de manda de ella, y me decían cómo Es-

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teban iba delante, del cua l tuve allí mensajeros de los vecinos de

aquel pueblo que hab ían ido con él, y siempre cargándome la

mano en decir la grandeza de la tierra y que me diese prisa. Aquí

supe que, desde dos jornadas, topa ría con un despoblado de cua­tro jornadas, en que no hay com ida, mas que ya estaba prevenido

para hacerme casas y llevarme com ida; dime pr isa, pensando de

topar al fin con Esteban porque allí me envió a decir que me

aguardaria. Antes de llegar al despoblado topé con un pueblo

fresco, de regadío, a que me salió a recib ir har ta gente, hombres }'

mujeres, vestidos de algodón y algunos cubiertos con cueros de

vacas, que en general tienen por mejor vestido que el de algodón.

Todos los de este pueblo andan cncacon ados con turquesas que

les cuelgan de las narices y orejas, y a ésta llaman cacona: entre los

cualc venía el Señor deste pueblo y dos hermanos suyos, muy

bien vestidos de algodó n, cncaco nados, y con sendos collares de

turquesas al pescuezo; y me trajeron mucha caza de venados, co­

nejos y codorn ices, y maíz y piñal, todo en mucha abundancia; y

me ofrecieron muchas turquesas y cueros de vaca, y jícaras muy

lindas y otras cosas, de lo cual no tomé nada po rque así lo acos ­

tumbro hacer de pu és que entré en la tierra donde no tenían no ­

ticia de nosotros. Y aquí tuve la misma relación que antes, de las

siete ciudades y reinos }' provincias , que arriba digo que tuve; yollevaba vestido un hábito de paila pardo, que llaman de Zaragoza,

que me hizo traer Francisco Vázqucz de Coronado, gobernador

de la Nueva Galicia: y el Seño r de este pueblo y otros ind ios ten­

taron el háb ito con las manos, y me dijeron que de aquello había

mucho en Totontcac, y que lo traían vestido los naturales de allí,

de lo cual yo me reí, y dije que no sería sino de aquellas mantas de

algodón que ellos traían; y d íj éronme: .'¿piensas que no sabemos

que eso que tú traes y lo que nosotros traemos es diferente?Sabe que

en Cíbola todas las casas están llenas de esta ropa que nosot ros

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traem os; mas en Totontcac hay unos animales pequeños. de los

cuales quitan lo con que se hace esto que tú traes», Yo me ad miré

porq ue no había oído tal cosa hasta que llegué aquí. )' quiseme

informar mu y particularmente de ello, y dijé ronme que los an i­

males son del tamaño de dos galgos de Castilla que llevaba Este­

ban; dicen que hay muchos en Totontcac; no pude atinar qué gé­

nero de ani males fuese.

Otro día en tré en el despoblado. y donde había de ir a comer.

hallé ranchos y comida bastante. ju nto a un arroyo, ya la noche

hallé casas y así mismo comida. y así lo tuve cuatro d ías que me

duró el despoblado. Al cabo de ellos, entré en un valle muy bien

poblado de gen te, donde en el pr imer pueb lo salieron a mí mu ­

chos hombres y mujeres con comida ; y todos traían muchas tur­

quesas que les colgaban de las nar ices y de las orejas; y algunos

traían collares de tu rquesas, de las que d igo que traían el Señor y

sus herma nos del pueblo antes del despoblado. excepto que aque­

llos traían sola una vuelta, y estos traían tres y cuatro, y mu y bue­

nas mantas y cueros de vaca; y las mujeres las mismas turquesas

en las narices y orejas; y muy buenas naguas y cam isas. Aquí ha­

bía tan ta noticia de Cíbola como en la ucva España de México yen el Perú del Cuzco; y tan par ticularme nte contaban la manera

de las casas y de la población y calles y plazas de ella. como perso­

nas que habían estado en ella muchas veces. y que traían de allá

las cosas de policía, quc ten ían habidas por su servicio, como los

de at rás. Yo les decía que no era posible quc las casas fuesen de la

mane ra quc me decían , y pa ra dármelo a entender tomaban tie­

rra y cen iza. y cch ábanle agua; y scñalábanme cóm o ponía n la

piedra y cómo subían el ed ificio ar riba . poniendo aquello y pie­

d ra hasta ponerlo en lo alto; prcgunt ábales a los hombres de

aquella tierra si tenían alas para subir aq uellos sobrados; re íanse

y señ alábanrnc a escalera, tam bién como la podría yo señalar, y

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tomaban un palo y poníanlo sobre la cabeza y decían que aquella

alt ura hay de so brado a sobrado. También tuve aquí relación del

pa ño de lana de Totontcac, donde dicen que las casas son como

las de Cíbola y mejores }' muchas más, y que es cos a muy grande

y que no tiene cabo. Aquí supe que la cas ta se vuelve al poniente;

muy de recio, porque hasta la entrada de este primer despoblado

que pasé, siempre la costa se venía metien do al orte: y como

cosa que import a mucho volver la costa. qu ísclo saber. y as í fui en

demanda de ella y vi claramente que en los treinta y cinco grados

vuelve al Oeste. de que no meno alegría tuve que de la buena

nueva de la tierra. Y así me volví a proseguir m i camino y fui por

aquel valle cinco días, el cual es tan poblado de gente lúcida, y tan

basto de comida, que bas ta para dar de comer en él a más de tres­

cientos de caballo; rí égasc todo y es co mo un vergel. están los

barrios. a media legua y a cada cuarto de legua, yen cada pueb lo

de esto. hallaba muy larga relación de C íbola, y tan particular­

mente me contaban de ella, como gen te que cada a ño van allí a

ganar su vida. Aquí ha llé un hombre, na tural de Cíbola, el cua l

d ijo haber e venido de la persona que el Se ñor tiene allí en Clbo­

la puesta . porque el Se ñor de estas siete ciudades vive y tiene su

asiento en alguna de ellas, que se llama Ahacus, y en las otras

tiene puestas pe rso nas que mandan por él. Este vecino de Cibola

es hombre de buena disposición, algo viejo y de mucha más razón

que los naturales de este valle y que los de at rás; d íjome que se

quería ir comigo para que yo le alcanzase perdón. Informeme

particularmente de él, y dijome que Cíbola es una gran ciudad. en

que hay mucha gente y calles y plazas, y que en algunas partes de

la ciudad hay unas casa muy grandes, que tienen a diez sobrados,

y que en estas se juntan los principales cie rtos d ías del año; dicen

que las ca as son de piedra y de cal. por la man era qu e lo d ijeron

los de atrás, y que las portadas y delanteras de las casas principa-

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les son de turquesas; d íjomc que de la manera de esta ciudad. son

las otras siete. y algunas mayores. y que la m á principal de ellas

es Ahacu ; dice que a la part e del sureste hay un reino que se lla­

ma Marata, en que solía haber mucha y muy grande poblacio­

nes. )' que todas tienen estas casas de piedra y sobrados, y que

estos han tenido y tienen guerra con el Señor de estas siete ciuda­

des . po r la cual guerra se ha dis minuido en gran cantidad este

reino de Mara ta, aunque todavía está sobre sí y tiene guerra con

estos otros. Y así mismo dijo que. a la par te de sureste. está el

reino que llaman de Totonteac: dice que es una cosa, la ma)'or del

mundo y de más gen te y riquezas; y que aquí visten palios de lo

que es hecho esto que yo traigo, y otros más delicados y que se

sacan de los animales que atrás me señalaron, y q ue es gente de

mucha policía. y diferente de la gente que yo he visto. Tam bién

d ijo que hay otra provincia y reino muy grande. que se dice Acus,

porque hay Ahacus: y Ahacus, con aspiración. es una de las siete

ciudades. la más principal, y in aspiración. Acus, es reino y pro­

vincia por sí; díjome que los vestidos que traen en C íbola son de

la manera q ue atrás me habían dic ho; dice que todo los de aque­

lla ciudad duermen en camas altas de l sudo con ropas y toldos

encima, que cu bre las camas; díjo rnc qu e ida con migo hasta Cí­

bola y ad elante, si lo quisiere llevar. La m isma relación me dieron

en este pueblo ot ras mu chas personas, aunque no tan particular­

mente. Por este valle caminé tr es días, haciéndome los naturales

todas las fiestas y regocijos que podían; aquí en este valle vi más

de dos mil cueros de vacas. extremadamen te bien adobados. vi

mucha más cantidad de turquesas y collares de ellas. en este valle,

que en todo lo que ha bía dejado atrás; y todo d icen que viene de

la ciudad de Cibola, de la cual tienen tanta not icia como yo de lo

que traigo entre las manos; y así m ismo la tienen del reino de

Marata, yde Acus y del de Totontcac, Aquí en este valle, me traje-

MAR COS DI'. N IZA 29

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ron un cuero, tan to y medio mayor que de una gra n vaca, y me

dijeron que es de un animal que tiene sólo un cuerno en la frente

y que este cuerno es corvo hacia los pechos, y que de allí sale una

punta derecha, en la cual dicen que tiene tanta fuerza que ningu­na cosa, por recia que sea, deja de romper si topa con ella; y dicen

que hay muchos animales de estos en aquella tierra; la color del

cuero es a manera de cabrón y el pelo tan largo como el dedo.

Aquí tuve mensajeros de Esteban, los cuales de su parte me dije­

ron que iba ya en el pos trer despoblado, y mu y alegre, por ir más

cer tificado de las gra ndezas de la tierra; }' me envió a decir que,

desde que se apartó de mí, nunca había tomado a los indios en

ninguna mentira, y que hasta allí todo lo había hallado por la

manera que le habían dicho y que así pensaba halla r lo demás. Y

así lo tengo por cierto po rque es verdad que desde el primer día

que yo tuve not icia de la ciudad de Cíbola. los indios me dijeron

todo lo que has ta hoy he visto; diciéndome icmprc los pueblos

que había de hallar en el cam ino y los nombres de ellos; y en las

partes do nde no había poblado. me señalaban dónde habla de co­

mer y dormir, sin haber errado en un punto, con haber andado

desde la pri mera nueva que tuve de la tierra hasta hoy, cie nto

y doce leguas. que no parece poco digna de escri bir la mucha

verdad de esta gente. Aquí en este valle, como en los demás

pueblos de atrás, puse cruces e hice los autos y diligencias que

convenían, conforme a la instrucción. Los naturales de esta villa

me rogaron que descansase aquí tres o cuatro días porque estaba

el despoblado cuatro leguas de aq uí; y desde el principio de él

hasta llegar a la ciudad de Cíbola, hay largos qu ince días de cami­

no; y que me querían hace r comida y aderezar lo necesario para

él. y me dijeron que con Esteban, negro, hab ían ido de aquí más

de trescientos hom bres acompañ ándole y llevándole comida. y

que conmigo también querían ir muc hos, por servirme y porque

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pensaban volver ricos; yo se lo agradecí y les d ije que aderezasen

presto. porque cada día se me hacía un año con deseo de ver a

C íbola. y así me de tuve tres días sin pasar adelante, en los cuales

ícmprc me informé de Cíbola y de todo lo dcm á , y no hacía sino

tomar indios y preguntarles aparte a cada uno por sí. y todos se

conformaban en una misma cosa. y me decían la muchedumbre

de gente y la orden de las calles y grandeza de las casas y la mane­

ra de las portadas, todo como me lo dijeron los de atrás. Par ados

los tres días , se juntó mucha gente para ir comígo, de los cuales tomé

hasta treinta principale , m uy bien vestidos co n aquellos collares

de turquesas. que algunos de ellos tenían a cinco y a seis vueltas;

y con estos tomé la gente necesaria que llevase comida para ellos y

para m í, y me puse en camino. Por mis jornadas, entré en el des­

poblado. a nueve días de mayo, y así fuimos: el primer día. por un

camino muy ancho y muy u. ado, llega mos a comer a una agua.

donde los indios me habían señalado, y a dorm ir a otra agua, don ­

de ha llé casa que habían acabado de hacer para mí y otra que es­

taba hecha donde d urmió Esteban cuando pasó, y ranchos viejos

y muchas señales de fuego de la gente que pasaba a C íbola por

este camino. Y por esta orden caminé doce días, siempre muy

abastado de comidas de venados. liebres y perdices del mi mo

co lor y sabor de las de España. au nque no tan grandes, pero poco

menores. Aquí llegó un indio. hijo de un principal de los que ve­

nían comigo, el cual había ido en compañía de Esteban. negro. y

venía aquejado el ros tro y cuerpo. cubierto de sudor, el cual mos­

traba harta tri steza en su persona, y me d ijo que, una jornada

antes de allegar a C íbola, Esteban envió su calabazo. con mensa­

jeros. como siempre acostu mbraba enviarlo delante, para que su ­

piesen cómo iba; el calabazo llevaba unas hileras de cascabeles y

dos plumas, una blanca y otra colorada; y como llegaron a Cíbola,

ante la persona que el Señor tiene allí puesta, y le dieron el cala-

MAR C OS D I'. N IZA 31

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bazo; como lo tomó en las manos y viendo los casca beles, con

mucha ira y enojo, arrojó el calabazo en el sudo y dijo a los men­

sajeros que luego se fuesen , que él conoc ía qué gente era aquélla,

que les d ijesen que no entrasen en la ciudad , si no que a todos losmatarían; los mensajeros se volviero n y dijeron a Esteba n lo que

pasaba, el c ual les dijo que aquello no era nada, que los que se

mos traban enojados les recibían mejor; y así prosiguió su viaje

hasta llegar a la dudad de C íbola, donde halló gente que no le

consintió entrar dent ro, y le metieron en una casa grande que está

fuera de la ciudad, y le quitaron luego todo lo que llevaba, de res­

cates y turquesas y otras cosas que había habido en el camino de

los ind ios; y qu e allí est uvo aquella no che sin dar le de comer ni

de beber, a él ni a los que con él iban . Y otro día de ma ñana, este

indio hubo sed y salió de la casa a beber en un río que estaba cer­

ca, y de ahí a poco rato , viendo ir huye ndo a Esteban y que iban

tras él gente de la ciudad, y que mataban algu nos de los que iban

con él; y que como esto vio, este indio se fue, esco ndido, río ar riba

y después atravesó a salir al camino del des pobla do.

Co n las cuales nuevas, algunos de los indios que iban comigo

comenzaron a llorar, yo con las rui nes nuevas tem í perderme, yno temí tanto perd er la vida , como no poder volver a dar aviso de

la grandeza de la tie rra, donde Dios Nuestro Señor puede ser tan

servido y su santa fe ensalzada y acrecentado el patrimo nio Real

de Su Majestad. Y con todo esto, lo mejor que pude los consolé yles d ije que no se debía de dar entero crédito a aq uel ind io; Yellos,

con muchas lágrimas, me dijero n que el ind io no diría sino lo que

había visto; y así me aparté de los indios, a encomend arme a

Nuestro Señor y a suplicarle gu iase esta cosa como más fuese ser­

vido y alumbrase mi corazón; y esto hecho, me volví a los ind ios

y con un cuch illo corté los cordeles de las petacas , que llevaba de

ropa y rescates, qu e has ta entonces no había llegado a ello ni dado

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nada a nadie, y repartí de lo que llevaba por todos aquellos pr in­

cipa les, y les dije que no temiesen y que se fuesen comigo; y así lo

hicieron. Yendo por nuestro camino. una jornada de Clbola, to­

pamos otros dos indios de los que habían ido con Esteban. loscuales venían ensangrentados y con muc has heridas; y como lle­

garon, ellos y los que ven ían comigo comenzaron tanto llanto,

que de lástima y temor también a mí me hicieron llorar; y eran

tantas las voces que no me dejaban preg untar/es por Esteban, ni

lo que les había suced ido, y rogu éles que callasen y supiésemos lo

que pasaba y dijeron: que ,,¿cómo callarían, pues sabían que de

sus padres, hijos y hermanos, eran muertos más de trescien tos

hombres, de los que fueron con Estebant, y que ya no osarían ir a

C íbola como so lían ». Todavía, lo mejor que pude, procuré de

amansar/os y quitar/es el temor, aunque no estaba yo sin necesi ­

dad de quien a mí me lo quitase; pregunté a los ind ios. que venían

heridos por Esteban y lo que había pa ado, y estuvieron un rato

sin hablar, llora ndo con los de us pueblos, y al cabo me dijeron

que como Esteban llegó una jornada de la ciudad de Clbola, envió

sus mensajeros con su calabazo a Cíbola al Señor, haciéndole sa­

ber su ida, y cómo venía a hacer paces y a curar/os; y como le

dieron el calabazo y viendo lo cascab eles, muy enojado arrojó en

el suelo el calabazo y dijo: "yo conozco esta gente, porque estoscascabeles no son de la hechu ra de los nuestros, decidles que lue­

go se vuelvan, si no que no quedará hombre de ellos»; }' así se

quedó muy enojado. Y los mensajeros volvieron tr istes, y no osa ­

ban deci r a Esteban lo que les acaeció, aunque todavía se lo dije­

ron, y él les dijo: que no tem iesen, que él quería ir allá, porque,

aunque le respondían mal, le recibía n bien. Y así se fue y llegó a la

ciudad de Cibola, ya que se quería poner el sol, con toda la gente

que llevaba, que serían más de trescien tos hombres, sin otras mu ­

chas mujeres; y no les consin tieron en trar en la ciudad, sino en

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una casa grande y de bu en aposento que estaba fue ra de la ciudad.

y luego tomaro n a Esteban todo lo que llevaba, diciendo que el

Señor lo mandó así; y en toda esa noche [dij eron J no nos dieron

de co mer ni de beber. Y otro d ía, el sol de una lanza fuera, sa lió

Esteban de la casa, y algunos de los principales con él, y luego

vino mucha gente de la ciudad, y co mo él los vio echó a huir ynosot ros también: yluego nos die ron estos flechazos y heridas y caí ­

mos: y cayeron sobre no. otros otros muerto . y así estuvimos

ha sta la noche, sin osarnos menear, y oímos grandes voces en la

ciudad y vimos sobre las azoteas mucho hombres y mujerc que

m iraban, y no vimos más a Esteban, sino que creemos que le fle­

charon como a los demás que iba n co n él, que no escaparon más

de nosotros. Yo, visto lo q ue los indios decían , y el mal aparejo

que había para proseguir mi jorn ada como deseaba, no dejé de

sentir su pérdida y la m ía, y Dios es testigo de cuánto quis iera

tener a qu ién pedir co nsejo y parecer, porque confic o que a m í

me faltaba. D íjelcs que ues tro Se ñor cas tigaría a Cíbola y que

como el Emperador supiese lo que pasaba, enviaría muchos crís­

t ianos a qu e los castigasen; no me creyeron porqu e dicen que na­

d ie basta co ntra el pod er de C íbola. ped ilcs que se consolasen y

no llorasen, y consolclos con las mejores palab ras q ue pude, las

cuales sería largo de poner aquí. Y con esto los dejé y me aparté,

un tiro o dos de piedra, a enco mendarme a Dios, en lo cua l tarda­

ría hora v media: v cuando volví a ellos, hallé llorando un indio, .m ío que traje de M éxico, que e llama Marcos y d íjomc, «pad re,

estos tienen concertado matarte, po rque dicen que por ti y por

Esteban han muerto a sus par ientes, y qu e no ha de quedar de

todos ellos hombre ni mujer que no muera. Yo torn é a reparti r

entre ellos lo que me quedaba, de ropa y rescates, por aplacarlos.

y d íjclcs qu e mirasen qu e si me mataban, q ue a m í no me hacían

ningún mal porque moría cr istiano y me iría al cielo, y que los

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que me matasen penarían por ello porque los crist ianos venían en

mi busca, y contra mi voluntad los matarían a todos. Con estas y

otras muchas palabras que les dije se aplacaron algo, aunque to­

davía hacían gran sentimie nto por la gente que les mataron. Ro­guelcs que algunos de ellos quisiesen ir a Cíbola, para ver si había

escapado alguno otro indio, y para que supiesen algu na nueva de

Esteban, lo cual no pude acabar con ellos. Visto esto, yo les dije

que. en todo caso, yo había de ver la ciudad de C íbola. y me dije­

ron que ninguno iría comigo; y al cabo, viéndome determinado,

dos principales dijeron que irían comigo, con los cuales y con misindios y lenguas, seguí mi camino has ta la vista de C íbola, la cual

está asentada en un llano, a la falda de un cerro redond o. Tiene

muy herm oso parecer de pueblo, el mejor que en estas partes yo

he visto; son las casas por la manera que los ind ios me dijeron,

todas de piedra con . us sobrados y azoteas, a lo que me pareció

desde un cerro do nde me puse a verla. La pob lación es mayor que

la ciudad de M éxico: algunas veces fui tentado de irme a ella por­

que sabía que no aventuraba sino la vida, y ésta ofrecí a Dios el

d ía que comencé la jorn ada; al cabo temí, considerando mi peli ­

gro }' que si yo moría no se podría hab er razó n de esta tierra, que

a mi ver es la mayor y mejor de todas las descubiertas. Dicie ndo

yo a los principales que tenía conm igo cuán bien me parecía Cí­bola , me dijeron que era la menor de las siete ciudades, y que

Toto ntcac es mucho mayor y mejor que todas las siete ciudades y

que es de tantas casas y gente que no tiene cabo. Vista la disposi­

ción de la ciudad, parecióme llamar aquella tierra el nuevo reino

de San Francisco, y allí hice, con ayuda de los indios, un gran

montón de piedra y encima de él puse un a cruz delgada y peque­

tia porque no tenía aparejo para hacerla mayor, }'d ije que aquella

cruz}' mojón ponía en nombre de don Antonio de Mendoza, vi­

sorrey gobernado r de la ueva España por el Emperador. nuestro

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DE~CUB RIM IENTO [lE LA~ ~ I ETE CIUDA DE~

señor, en señal de poses ión. conforme a la inst ru cción; la cual

posesión dije que to maba allí de todas las siete ciudades y de los

reinos de Totontcac )' de Acus y de Marata, y que no pasaba a ellos

por volver a dar razón de lo hecho y visto. Y asi me volví, con

har to más temor que comida. y anduve hasta topar la gente que se

me había quedad o todo lo más aprisa que pude, los cuales alcancé

a dos días de jorn ada y con ellos vine hasta pasar el despoblado.

donde no se me hizo tan bu en acogimiento como primero. por­

que, así los hombres como las mujeres, hadan gran llanto por la

gente que les mataron en C íbola . Y con el temor. dcspcdíme luego

de aq uella gente de aquel valle, y anduve el primer día d iez leguas;

y así an duve a ocho ya diez legua. sin parar hasta pasar el segun ­

do despoblado. Volviendo, y aunque no me faltaba temor, de ter­

m iné de allegar a la abra de que arriba d igo que tenía razón. don­

de se rematan las sierras; y allí tuve razón que aquella abra va

poblada muchas jorn adas a la parte de este, y no osé entrar en ella

porque como me pareció que se había de ven ir a poblar y scño­

rcar esta otra tierra de las siete ciudades y reinos que d igo. que

entonce se podría mejor ver. sin poner en aventura mi persona ydejar por ello de dar razón de lo visto. Solame nte vi, desde la boca

de la abra. siete poblaciones razonab les, algo lejos. un valle abajo

muy fresco y de muy buena tierra, de donde salían mu chos hu ­

mos; tuve razón que hay en ella mucho oro y que lo tratan los

naturales de ella en vasijas y joyas para las orejas y palet illas con

que se raen y qu itan el sudor, y que es gente que no consiente que

los de esta otra parte de la abra cont raten con ellos: no me sup ie­

ron decir la causa por qué. Aquí puse dos cruces y tomé posesión

de toda esta abra yvalle, por la ma nera y orden de las posesiones de

arriba, confo rme a la inst rucción. De allí proseguí la vue lta de mi

viaje. con toda la pr isa que pude. hasta llegar a la Villa de San

Miguel. de la provincia de Culiacán, creyendo hallar allí a Fran-

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LEGALIZACIÓN

cisco Vázqucz de Coronado, gobernador de la ueva Galicia; y

como no lo hallé, proseguí mi jornada hasta la ciudad de Com­

postela, donde le hallé. Y de allí luego escr ibí mi venida al llustr í-

imo señor visorrcy de la Nueva Espa ña, y a nuestro padre Fray

Anto nio de Ciudad- Rodrigo, prov incial , y que me enviasen a

mandar lo que hacía. o pongo aq uí muchas particularidades

porqu e no hacen a este caso ; olamentc digo lo que vi y me dije­

ron por las tierras donde and uve y de las que tuve razó n, para

darla a nuestro padre provincial, para que él la mu estre a los pa­

d res de nuest ra orden, que le pareciese, o en el capít ulo por cuyo

mandado yo fui para que la den al Ilustrísimo señor visorrcy de la

Nueva Espa ña, a cuyo ped ime nto me enviaron a esta jornada.­

Fray Marcos de iza, vice-comissar ius.

En la gran ciudad de Tcmixtít án. México de la Nueva Espa ña, dos

d ías del mes de setiembre, a ño del nacimiento de Nues tro Señor

Jesucristo de mil y qu inie ntos treinta y nueve a ños, ante el muy

Ilustrísimo c ñor don Antonio de Mendoza, visorrcy y goberna­

dor por Su Majestad en esta ucva España, y presidente de la

Audiencia y Ca ncillería Real, que en ella reside , esta ndo presentes

los muy magníficos se ñores, licenciado Francisco de Cci ños, oi­

dor por Su Majestad en la dicha Real Audiencia, y Francisco Váz­

quez de Coronado, gobernador por Su Majestad en la provincia

de la Nueva Galicia, yen presencia de nos Juan Baeza de Herrera,

escríbano mayor de la dicha Real Audiencia y de la Go bernaciónde la dicha ueva Espa ña, yAnto nio de Turcios, escribano de Sus

Majestades y de la dicha Real Audiencia; pareció el muy rcvercn­

do padre fray Marcos de iza, vice-comisario en estas partes de

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DE~CUB RIM IENTO [lE LA~ ~ I ETE CIUDA DE~

las Indias del mar Océano, de la orden de señor San Francisco, }'

presentó ante Su Santidad}' ante nos los dichos escr ibanos y tes­

tigos escritos, esta instrucción y relación firmada de su nombre ysellada con el sello general de las Indias, la cual tiene nueve hojas,

con esta en que van nuestros signos; ydijo y afirmó ycer tificó ser

verdad lo contenido en la dicha instrucción y relación, y pasar lo

en ella contenido para que Su Majestad sea informado de la ver­

dad de lo que en ella se hace mención . YSu Santidad mandó a nos

los dichos escribanos, de como así la prese ntaba y declaraba el

dicho vive-comisario , lo asen tásemos al pie de ella y lo diésemos

por fe signado con nuestros signos. - Testigos que a ello fueron

presentes: los susodichos, Anton io de Almagner y fray Martín de

Ozocastro, fraile de la misma orden.- En fe de lo cua l, yo el dicho

Juan Baeza de Herrera, escr ibano susodicho, hice aquí este mío

signo a tal, <t > en te. timonio de verdad .- Juan Baeza de Herrc­

ra.- Yo el dicho Antonio de Turc ios, escribano susodicho, que a

lo que dicho es presente fui, hice aquí este mío signo a tal, <t > en

testimonio de verdad.- Anton io de Turcios .