DESARROLLO, SUBDESARROLLO, MALDESARROLLO Y...

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CONTRIBUCIONES EN DESARROLLO Y SOCIEDAD EN AMÉRICA LATINA DESARROLLO, SUBDESARROLLO, MALDESARROLLO Y POSTDESARROLLO UNA MIRADA TRANSDISCIPLINAR SOBRE EL DEBATE Y SUS IMPLICACIONES Koldo Unceta Satrústegui Universidad del País Vasco, España Abril de 2009, Nº 7 D3e Desarrollo, Economía, Ecología, Equidad - América Latina Centro Latino Americano de Ecología Social Claes

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  • CONTRIBUCIONES EN DESARROLLO Y SOCIEDADEN AMÉRICA LATINA

    DESARROLLO, SUBDESARROLLO,MALDESARROLLO Y POSTDESARROLLO

    UNA MIRADA TRANSDISCIPLINARSOBRE EL DEBATE Y SUS IMPLICACIONES

    Koldo Unceta Satrústegui

    Universidad del País Vasco, España

    Abril de 2009, Nº 7

    D3eDesarrollo, Economía, Ecología, Equidad - América Latina

    Centro Latino Americano de Ecología Social

    Claes

    D3 – CLAES

    D3 CLAES

    CLAES / D3

    e

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    es una iniciativa para promover y apoyar

    estudios y acciones en los temas del desarrollo

    en América Latina, atendiendo especialmente

    sus aspectos económicos, sociales y ambientales,

    el contexto global que enfrenta la región

    y el papel de la sociedad civil.

    es una iniciativa que parte de

    (Centro Latino Americano de Ecología Social),

    una organización ciudadana dedicada

    a tareas de investigación, información y capacitación.

    – Magallanes 1334, Montevideo.

    Casilla de Correo 13125 Montevideo 11700, Uruguay.

    [email protected] – www.globalizacion.org

  • CONTRIBUCIONES EN DESARROLLO Y SOCIEDAD EN AMÉRICA LATINA

    Abril de 2009, Nº 7, pp. 1-34ISSN 1688-5899

    DESARROLLO, SUBDESARROLLO,MALDESARROLLO Y POSTDESARROLLO

    UNA MIRADA TRANSDISCIPLINARSOBRE EL DEBATE Y SUS IMPLICACIONES

    Koldo Unceta Satrústegui

    Catedrático de Economía del Desarrollo en la Universidad del País Vasco ((UPV/EHU) e investigador del Instituto Hegoa de Estudios sobre el Desarrollo y laCooperación Internacional. Contacto: [email protected]

    AbstractThis paper analyzes some of the theoretical and methodological issues related withthe concept of development, taking in account the experience of the last decadesand its influence towards the concept itself. This approach begins from the originsand basis of the idea of progress in the classical thought, and describes the progressivereductionism of the concept of development and the limits of other categories of theanalysis –as underdevelopment– to describe human well being. Lastly, this essayexposes some of the main methodological problems that have to be faced to proposean alternative notion of development.

    Key wordsDevelopment, underdevelopment, postdevelopment, economic growth,globalization, sustainability, human rights

    Resumen en castellano en la pág. 2

    Manuscrito recibido 10 octubre 2008; versión revisada recibido 2 enero 2009;aceptado 2 febrero 2009.

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    ResumenSe analizan en este trabajo algunos de los problemas teóricos y metodológicosasociados al debate sobre la noción de desarrollo, a la luz de la experiencia delas últimas décadas y de la influencia que ello ha tenido sobre su conceptuali-zación. Partiendo de los orígenes y los fundamentos de la noción de progresoen el pensamiento clásico, este ensayo describe el paulatino reduccionismoque ha ido sufriendo el concepto de desarrollo, así como las insuficiencias deotras categorías de análisis –como el subdesarrollo- para explicar los proble-mas que afectan en la actualidad al bienestar de las sociedades humanas. Trasrepasar las limitaciones que presentan tanto las actuales corrientes dominan-tes como los llamados enfoques postdesarrollistas, se plantean algunos de losprincipales problemas metodológicos a los que se enfrentan los intentos deproponer una noción alternativa de desarrollo.

    Palabras claveDesarrollo, subdesarrollo, postdesarrollo, crecimiento económico, globalización,sostenibilidad, derechos humanos

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    Introducción

    A lo largo de las últimas décadas, la eco-nomía del desarrollo y, más en general, losestudios sobre desarrollo –entendidos demanera amplia como el análisis de las con-diciones capaces de favorecer el progreso yel bienestar humanos- atraviesan por unacierta crisis. Frente al vigor y la relevanciade los debates habidos durante la segundamitad del siglo XX, pareciera que en la ac-tualidad los estudios sobre desarrollo hanido perdiendo importancia en el ámbito delas ciencias sociales, en favor de enfoquescentrados en el corto plazo y/o en el análi-sis coyuntural de realidades particulares.Ello no es ajeno a la complejidad del marcoen el que se inscriben actualmente los pro-cesos de desarrollo, caracterizado por lainteracción de fenómenos económicos ysociales que operan en diferentes ámbitosy escalas, que van de lo local a lo global, yque abarcan un creciente número de temas.

    Tampoco debe pasarse por alto la situa-ción por la que atraviesan las ciencias so-ciales –y muy especialmente la economía-cuyas corrientes dominantes han demostra-do una notable incapacidad para enfrentarel estudio de no pocos problemas del mun-do actual, y para integrar en el debate al-gunos enfoques que han ido surgiendo másrecientemente. Es preciso resaltar a este res-pecto el devastador efecto producido porel reduccionismo conceptual y metodoló-gico que ha ido imponiéndose en ciertosámbitos académicos, el cual ha dejado a losestudios sobre desarrollo huérfanos de al-gunas perspectivas de épocas anteriores ydotados de menos instrumentos para, pa-radójicamente, tener que afrontar el análi-sis de fenómenos mucho más complejos (unproblema que ya fue apuntado hace casi

    tres décadas por Hirschman, 1980, al refe-rirse a la “vuelta a la monoeconomía” ensu famoso ensayo Auge y ocaso de la teoríaeconómica del desarrollo).

    En este contexto, el llamado pensamien-to oficial sobre el desarrollo ha dado mues-tras de algunas limitaciones teóricas y me-todológicas para interiorizar algunos de losretos más importantes que en la actualidadcondicionan el bienestar de los seres huma-nos y la proyección del mismo hacia las fu-turas generaciones, sin que la incorporaciónde algunas variables haya alterado la raízdel discurso. Sin embargo, y pese a ello, enlos últimos tiempos se han ido abriendopaso distintos enfoques que cuestionanideas y conceptos apenas discutidos conanterioridad. Algunos lo hacen subrayan-do la necesidad de revisar la relación entrefines y medios para el logro de un objetivo–el bienestar humano- que sigue conside-rándose como una meta universal, y plan-teando la necesidad de que el crecimientoeconómico ceda su supremacía a la consi-deración de otros asuntos, como el incre-mento de capacidades o la sostenibilidad.Otras corrientes, sin embargo, defienden lanegación del desarrollo como objetivo uni-versal, al tiempo que reclaman la necesidadde analizar la realidad social al margen, omás allá, de las referencias propias de lamodernidad. Así las cosas, la que ha veni-do a llamarse Agenda del Desarrollo, seencuentra abiertamente mediatizada por laslimitaciones que en la actualidad caracteri-zan a la propia concepción del mismo.

    El propósito de este trabajo es precisa-mente el de examinar la situación actual deldebate, para plantear la conveniencia de unesfuerzo teórico orientado a la redefinicióndel concepto de desarrollo, y para tratar deidentificar algunos de los problemas aso-

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    ciados a una empresa de estas característi-cas. Ello obliga, necesariamente, a realizarun cierto –aunque breve- recorrido retros-pectivo, que nos permita situar mejor laencrucijada en la que se encuentran los de-bates actuales.

    El punto de partida:los clásicos y el progreso

    La preocupación planteada a finales delsiglo XVIII y principios del XIX por cono-cer los factores capaces de propiciar el pro-greso humano, por estudiar las claves quepudieran favorecer mayores cotas de bien-estar en unos y otros lugares, se encuentravinculada a dos fenómenos complementa-rios: de un lado, el universo filosófico aso-ciado a la modernidad y, de otro, los cam-bios en el sistema productivo derivados dela revolución industrial. Si el triunfo de larazón y del conocimiento científico sobreotros procesos de aproximación a la reali-dad supuso la consolidación de una formaespecífica de entender la sociedad y sus re-laciones con la naturaleza, las enormes ca-pacidades de transformación surgidas dela industrialización vinieron a corroborarlas posibilidades de pensar en términos deprogreso universal, desterrando el pesimis-mo y el conformismo de épocas anteriores,caracterizadas por la escasez y por el do-minio de las explicaciones del mundo ba-sadas en la intuición o la religión. La Ilus-tración vino a romper los límites del pen-samiento existentes con anterioridad, rei-vindicando la emancipación del mismo através de la razón científica y, por su parte,la Revolución Industrial terminó con mu-chas de las limitaciones derivadas de unastécnicas escasamente productivas, abrien-do las puertas a la posibilidad de producir

    todo lo necesario para el logro del bienes-tar humano.

    Cuando Adam Smith escribió La Rique-za de las Naciones, quedó de alguna forma“inaugurado” el debate sobre el desarrolloque ha llegado hasta nuestros días. Con an-terioridad, otros pensadores –desde Kauti-lya en la antigua India, hasta Aristóteles enla Grecia clásica, o San Agustín en la Euro-pa medieval-, habían teorizado sobre laoportunidad o no de determinadas accio-nes o decisiones a la hora de lograr unamayor prosperidad para ciudades, países,y reinos, y para sus habitantes. Sin embar-go, no sería hasta el siglo XVIII cuando, dela mano del pensamiento ilustrado, comen-zaría abrirse camino una perspectiva racio-nal y universalista sobre estas cuestiones.Con él, no sólo se impondría un desarrollodel conocimiento crecientemente emancipa-do de la religión, sino también una concep-ción global del mundo capaz de superar lasvisiones particularistas mediatizadas porcreencias locales.

    Sin embargo, el surgimiento de una pre-ocupación y un debate con vocación uni-versalista -más allá de inquietudes vincu-ladas a realidades ámbitos sociales o geo-gráficos específicos-, no puede desligarsede las expectativas abiertas por los logrosde la Revolución Industrial. Sólo teniendoen cuenta el crecimiento exponencial de laproducción de carbón, de acero, de texti-les; sólo constatando la multiplicación cons-tante de kilómetros de vías férreas, o recor-dando los masivos desplazamientos de po-blación desde Europa hacia América, fenó-menos todos ellos característicos del sigloXIX, puede llegar a comprenderse el opti-mismo de la época, y la fe, casi ciega, en lasposibilidades de las nuevas técnicas pro-ductivas. Se habían roto muchos de los es-

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    trechos límites que durante siglos habíancondicionado la capacidad de satisfacer lasnecesidades de sociedades densamentepobladas, y quedaba inaugurado un nue-vo tiempo en el que la humanidad, si se or-ganizaba correctamente –cuestión que da-ría lugar a otro debate- podría beneficiarsede “una opulencia generalizada” que seextendería “hasta los estamentos más infe-riores del pueblo” según Adam Smith, o de“unas fuerzas productivas más masivas ycolosales que las de todas las generacionesanteriores juntas” en palabras de Karl Marx.Quedaba abierta en definitiva una épocadistinta en el debate sobre el progreso y eldesarrollo, caracterizada por la emergenciade nuevas referencias filosóficas y teóricas,y por unas expectativas nunca antes con-templadas. Pero el advenimiento de la Mo-dernidad1 y de la era industrialista vendríaa transformar también la consideración dealgunas de las relaciones fundamentales delos procesos económicos, incidiendo deci-sivamente en la manera de entender el pro-greso humano y de enfocar los debates so-bre el mismo.

    La primera de las relaciones radicalmen-te alterada fue la de los seres humanos conla naturaleza, que pasarían a estar gober-nadas de manera creciente por la confian-za en el dominio científico-técnico del uni-verso y una menor consideración de partede los conocimientos empíricos acumula-dos durante milenios. Como consecuencia,

    1 El término modernidad ha estado y continúa estando sujeto a numerosas interpretaciones, por lo que su

    utilización aquí tiene un significado fundamentalmente histórico y se refiere -de acuerdo con Giddens- a “losmodos de vida u organización social que surgieron en Europa desde alrededor del siglo XVII en adelante y

    cuya influencia, posteriormente, los han convertido en más o menos mundiales” (Giddens, 1990).2 La posición a este respecto de Adam Smith es bien conocida, habiéndose citado profusamente el párrafo de

    La Riqueza de las Naciones en el que dice “Sin intervención alguna de la Ley, los intereses y pasiones

    privadas de los hombres les conducen naturalmente a dividir y distribuir las reservas de toda la sociedadentre todos los diversos empleos que se llevan a cabo en ella, de manera tan acorde como sea posible conla proporción que más se acerca al interés de la sociedad en conjunto”.

    la investigación sobre la naturaleza del pro-greso y el desarrollo acabaría cortando elcordón umbilical que unía originariamen-te la noción de producción al mundo físico,elevando el carrusel del sistema económi-co por encima de las contingencias deriva-das de la naturaleza (Naredo, 1987).

    Otra relación, la que conecta a los sereshumanos entre sí, pasaría a ser objeto defuertes debates, si bien desde el reconoci-miento casi unánime de algunas ideas dela Ilustración - la libertad de las personas yla igualdad de derechos entre ellas- comoinspiradoras de los nuevos tiempos. En estesentido, y aun reconociendo que no es po-sible caracterizar el pensamiento ilustradodel siglo XVIII como algo homogéneo, esoportuno destacar en el contexto del deba-te sobre el progreso y el desarrollo, la im-portancia de algunas ideas presentes en lagran mayoría de sus representantes, entrelas que se encontrarían el predominio de larazón, el derecho y la libertad de critica, lanoción de igualdad entre las personas, laoposición al poder absoluto, o el conoci-miento como fuente de progreso frente alconformismo y la resignación.

    En cuanto a la libertad y la igualdad dederechos, la discusión no estuvo tanto enlos principios defendidos, sino en los me-dios más adecuados para garantizarlos:para unos, mediante la defensa del interésindividual como fundamento del nuevoorden social2 ; para otros, a través de meca-

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    nismos capaces de armonizar las necesida-des individuales y el interés general, sobrela base de la intervención –en mayor o me-nor medida- de los poderes públicos en laactividad económica3 .

    Finalmente, las preguntas formuladaspor los pensadores clásicos4 en torno al pro-greso –entendido como capacidad de satis-facer las necesidades humanas mediante lainnovación y el incremento de la producción-tuvieron que incluir, ineludiblemente, un in-terrogante que, por otra parte, continuaríaacompañando a todos los debates sobre eldesarrollo hasta nuestros días: ¿Podrían to-dos los países y todas las sociedades benefi-ciarse por igual del potencial generado porel capitalismo industrial o, por el contrario,estaríamos ante un juego de suma cero en elque lo que unos ganaran sería, necesaria-mente, a costa de de lo que otros perdieran,como habían sugerido anteriormente losmercantilistas? Frente a este interrogante -ymás allá de considerar los negativos efectosque, en el corto plazo, pudo generar la ex-pansión capitalista entre las poblaciones delos países colonizados-, tanto Smith, comoMarx y otros representantes del pensamien-to clásico, apostaron por una crecienteaproximación de las pautas de desarrollo enunos y otros lugares, bien a través del co-

    3 Obsérvese que Marx y Engels, en el Manifiesto Comunista, se refieren a la sociedad comunista como “unaasociación en la que el libre desarrollo de cada uno, condicione el libre desarrollo de todos”.

    4 Al hablar del pensamiento clásico sobre el progreso, nos referimos aquí a la literatura, de naturaleza básica-mente económica, producida a finales del siglo XVIII y durante el siglo XIX, y dedicada al análisis de las

    potencialidades y limitaciones del incipiente capitalismo industrial. Dicha literatura está representada, entreotros, en la obra de Smith, Ricardo, Malthus, Marx, Engels, o Stuart Mill.

    5 Adam Smith escribiría al respecto en La Riqueza de las Naciones: “Nada parece más propicio para estable-

    cer una igualdad de fuerzas que la comunicación de los conocimientos y de todo tipo de mejoras que uncomercio extenso entre todos los países ocasiona natural y necesariamente”.

    6 En Futuros resultados de la dominación británica en la India, Marx se referiría a este asunto en los siguientestérminos: “El período burgués de la historia está llamado a sentar las bases materiales e un nuevo mundo. Adesarrollar, por un lado, el intercambio universal, basado en la dependencia mutua del género humano; y, de

    otro lado, a desarrollar las fuerzas productivas del hombre y transformar la producción material en undominio científico sobre las fuerzas de la naturaleza”.

    mercio y la expansión del mercado5 , bien porla acción de las leyes orgánicas del capital6 .Todo ello, además, en un contexto en el que,como ya se ha dicho, tanto unos como otrosconfiaban en la posibilidad de una expan-sión casi ilimitada de la capacidad produc-tiva del sistema.

    Como consecuencia de lo señalado, ellegado principal dejado por el pensamien-to clásico fue la deriva productivista de suconsideración del progreso –avalada sinduda por los logros materiales alcanzadosdurante el siglo XIX-, lo que acabaría cons-triñendo gran parte de los debates sobre elmismo al seno de una ciencia económicaque, a su vez, iba a ir paulatinamente redu-ciendo el alcance de su mirada sobre la rea-lidad social.

    Entrado ya el siglo XX, el estudio de lascondiciones del progreso comenzó a vin-cularse –de la mano de Pigou- con la ideadel bienestar, y éste con la posibilidad deser medido o evaluado. Y aunque el propioPigou admitió la diferencia entre bienestartotal y bienestar económico, circunscribiéndo-se éste último al ámbito de lo consideradocomo “objetivo” -que a su vez quedaba re-ferido a lo monetizable-, lo cierto es que, pocoa poco, dicho bienestar económico –mani-festado a través de la contabilidad nacio-

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    nal- acabaría representando por sí mismola idea de progreso. El propio Pigou (1920)sostendría que “En términos generales lascausas económicas actúan sobre el bienes-tar económico de cualquier país, no de unmodo directo, sino mediante la creación yutilización de esa contrapartida objetiva delbienestar económico que los economistasdenominan dividendo nacional o renta na-cional. Así como el bienestar económico esaquella parte del bienestar total que puederelacionarse directa o indirectamente conuna medida monetaria, el dividendo nacio-nal es aquella parte de la renta objetiva dela comunidad, incluida, naturalmente, larenta procedente del exterior, que puedemedirse en dinero. Ambos conceptos, bien-estar económico y dividendo nacional, es-tán interconectados, de manera que cual-quier descripción del contenido de uno deellos implica una correspondiente descrip-ción del contenido del otro”.

    Se consolidaría así una tendencia segúnla cual muchos economistas reconoceríanlas limitaciones de su disciplina –obligada,al parecer, a no traspasar el ámbito de locuantitativo- a la hora de abordar el estu-dio de las condiciones del progreso y elbienestar humanos, a la vez que incremen-taban sus esfuerzos por evaluar y medir lacorriente de bienes y servicios producidosen cada país como expresión de su poten-cial de desarrollo, acabando por demarcar-desde dicha visión de la economía- el de-bate sobre estas cuestiones.

    El crecimiento en el centro deldebate y el surgimiento delsubdesarrollo

    En línea con la tendencia más arriba se-ñalada, la denominada Economía del desa-

    rrollo surgió a mediados del siglo XX, unavez superada la crisis del período de entre-guerras y recuperada la preocupación porlos asuntos del medio y largo plazo. Estallegó ser considerada como una subdisci-plina dentro de la Economía, siendo su ob-jeto de estudio principal los obstáculos quese observaban en determinados contextos(fundamentalmente en los países que, trasla Segunda Guerra Mundial, fueron alcan-zando la independencia) para el logro deun crecimiento económico sostenido, y lamanera de superar los mismos. Esta sub-disciplina –y la mayoría de los autores queformaron parte de la misma- entroncabacon las ideas keynesianas dominantes en laépoca, y con la consiguiente preocupaciónpor el desequilibrio y la desocupación osubocupación de recursos, presentes en lasmencionadas economías. La novedad dedichos análisis haría que, con el tiempo, al-gunos de sus representantes más conocidos–Nurske, Rosenstein-Rodan, Rostow,Lewis, Myrdal, etc. – llegaran a ser men-cionados como los pioneros del desarrollo(Meier y Seers, 1984; Bustelo, 1998).

    Esta nueva perspectiva vino a plantearel debate en términos algo más precisos quelo esbozado hasta entonces. Por un ladoestableciendo sin discusión la magnitudque serviría de referencia para examinar elincremento de la capacidad productiva: elcrecimiento económico, expresado como lavariación del PIB/hab. a lo largo del tiem-po, hasta el punto de que algún autor, casode Galbraith (1984), llegaría agudamente aseñalar que “No hay ninguna otra estadís-tica con una autoridad más convincente.Para los economistas y para otras muchaspersonas, la tasa de crecimiento es la diná-mica del capitalismo moderno”. Y, por otraparte, tratando de arrojar luz sobre la rela-

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    ción existente entre las tasas de ahorro einversión y los niveles de crecimiento es-perables, a partir de un estadio tecnológicoy un nivel de productividad determinados.A este propósito se dedicaron los modelosde crecimiento, que como el de Harrod-Domar, alcanzarían tanta notoriedad.

    Sin embargo, lo anterior fue posible gra-cias a la adaptación de otro supuesto, here-dado en parte de la tradición clásica: la con-sideración de que el bienestar de las perso-nas dependía, de manera directa, de la ri-queza global de los países en los que vi-vían7 . Si los países prosperaban, sus habi-tantes también lo harían, lo que permitíaevaluar los avances en términos de desa-rrollo a partir de agregados y promediosnacionales, dejando en segundo plano lascuestiones relativas a la distribución. Deesta manera, la atención quedaba centradaen el Estado-nación, no sólo como ámbitoprincipal en el que tomaban cuerpo los pro-cesos económicos y sociales, sino tambiéncomo sujeto mismo del desarrollo. El desa-rrollo humano, el bienestar de las personas,pasaba a ser considerado así como unsubproducto del desarrollo nacional (Sut-cliffe, 1995).

    Pero la expresión del debate en térmi-nos agregados fue, a su vez, la antesala desu reducción a un planteamiento meramen-te cuantitativo. En ese nuevo contexto, eldesarrollo comenzó a ser algo medible,cuantificable, a través del crecimiento eco-nómico y de las variables determinantes delmismo, continuando con los estudios sobrela contabilidad nacional iniciados con an-

    7 En el prólogo de La Riqueza de las Naciones, puede leerse: “en las naciones prósperas y civilizadas (…) elproducto de la totalidad del trabajo de la sociedad es tan grande que a menudo todos se hallan abundante-

    mente provistos y un trabajador, aun de la clase más baja y pobre, si es laborioso y frugal, puede disfrutar demás cosas necesarias y convenientes que cualquier salvaje de otro país”.

    8 Después de los trabajos de Pigou, una obra clave en este sentido es la de Colin Clark (1939).

    terioridad8 . Los economistas pasaron a con-tar con un marco conceptual -y unos ins-trumentos- que, pese a algunas críticas sus-citadas, la mayoría de ellos consideraronsuficientes para encarar el análisis de la rea-lidad, y poder evaluar problemas, avancesy retos en los procesos de desarrollo. Todoello les permitió, además, enfrentarse alestudio del nuevo escenario creado tras elfin de la Segunda Guerra Mundial, en el queun buen número de países que accedían ala independencia y se enfrentaban al retodel desarrollo en el marco de un nuevomodelo de relaciones norte-sur. Así, estospaíses pasarían a ser el centro de atenciónde la emergente economía del desarrollo,lo que se vio favorecido por el éxito alcan-zado en el mundo industrializado por laspolíticas keynesianas: superado el pesimis-mo del período de entreguerras, la preocu-pación del desarrollo se trasladaba a lospaíses y las sociedades que, hasta entonces,habían dado muestras de un escaso dina-mismo o de una menor modernización. Deesta manera, nacían dos categorías distin-tas de países: desarrollados y subdesarrollados.

    En efecto, de la mano de la economía deldesarrollo, y de la metodología adoptadapor la misma, surgió un nuevo conceptohasta entonces desconocido en la jerga deldebate económico: el subdesarrollo. El térmi-no vendría a expresar la existencia de paí-ses ya desarrollados (cuyo modelo repre-sentaba en sí mismo la idea de desarrollo)y otros que se encontraban por debajo deaquellos, en una imaginaria escala por laque todos deberían transitar. Pero, si bien

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    algunos de los más representativos estudio-sos del asunto señalaron la variedad de ele-mentos característicos de cada uno de lospeldaños de la escalera –la tecnología, lacultura, las instituciones, etc.,9 -, las limita-ciones inherentes a la metodología y al ins-trumental adoptados acabaron por centrarla comparación entre unos y otros paísesen la observación del crecimiento, o de al-gunas variables asociadas a mismo comolas tasas de ahorro o de inversión. De estamanera, el subdesarrollo vendría a ser, másque cualquier otra cosa, la expresión de unaescasa capacidad productiva y de un débilcrecimiento económico. Como subrayaranSampedro y Berzosa (1986), refiriéndose crí-ticamente a la estrechez de las visiones con-vencionales sobre el tema, para éstas “elsubdesarrollo es la carencia de bienes; eldesarrollo su multiplicación”. Podía haber-se aplicado aquella noción a diversos aspec-tos del bienestar humano, elaborándose,por ejemplo, rankings de países en funciónde su mayor o menor nivel educativo, de lasalud de su población, o de la eficiencia desus sistemas productivos en términosmedioambientales. Sin embargo, la nociónde subdesarrollo aparecería vinculada des-de el principio al análisis comparativo delas tasas de crecimiento existentes en unosy otros países.

    Paradójicamente, este enfoque cuantita-tivo no se extendió a la propia definicióndel desarrollo. Podrían tal vez haberse plan-teado intentos por calcular el valor de los

    9 Es significativa a este respecto la descripción realizada por Rostow (1961) de los obstáculos presentes en

    cada una de sus famosas etapas y de los recursos que sería necesario poner en juego para superarlos.10 Baste señalar a este respecto que P. Baran, considerado por muchos como el padre del enfoque de la

    dependencia, señalaba: “Permítaseme definir el crecimiento, o desarrollo, económico como el incrementode la producción per capita de bienes materiales en el transcurso del tiempo” (Baran, 1959).

    11 Ambas corrientes, estructuralistas y dependentistas, conformaron algunos de los ejes de oposición más

    sólidos al pensamiento oficial sobre el desarrollo a lo largo de casi dos décadas. La línea divisoria entre

    bienes y servicios per cápita que, en un ni-vel de precios dado, serían necesarios paraconsiderar que un país había llegado a lameta del desarrollo. Sin embargo, no fue así.Se concluía que un país era subdesarrolla-do, o gozaba de un menor desarrollo queotro, en función de su PIB/hab. pero, para-lelamente, no se establecía un criterio quepermitiera explicar el desarrollo en esosmismos términos, quedando esta noción enun estado de notable imprecisión. Comoseñalara Sutcliffe (1995), entre los especia-listas en el tema apenas existía una ideagenérica a la hora de caracterizar el desa-rrollo como algo que sería “aproximada-mente similar a la situación que existía enlos países desarrollados, razón por la queprecisamente se les llamaba así”. En conse-cuencia, y dado que no existía una meta cla-ra, un punto de llegada a partir del cual yano fueran necesarios sucesivos incremen-tos del PIB/hab. para alcanzar el desarro-llo, se iba consolidando la apuesta por uncrecimiento ilimitado.

    Las primeras críticas a esta visión deldesarrollo no vinieron a cuestionar la ideadel crecimiento como fundamento del mis-mo. De hecho, es difícil observar diferen-cias sobre este particular entre las posicio-nes dominantes de la época y las de los au-tores que más cuestionaron la corriente ofi-cial10 . Lo que hicieron los autores estructu-ralistas y dependentistas11 fue, sobre todo,señalar algunas limitaciones de dicho plan-teamiento, subrayando la existencia de di-

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    ferencias no sólo cuantitativas sino tambiéncualitativas –de carácter estructural- entrepaíses desarrollados y subdesarrollados, di-ferencias generadoras de relaciones de de-pendencia, capaces de dificultar, impedir,o estrangular el crecimiento económico,pudiendo llegar a bloquear el proceso dedesarrollo. La propia noción de subdesarro-llo fue paradójicamente adoptada sin ma-yor objeción por las corrientes críticas, sibien negando que fuera la expresión de unretraso propio de sociedades tradicionales,sino principalmente la consecuencia mismadel éxito de los países desarrollados. El sub-desarrollo, pese a su inicial connotacióncuantitativa, fue adoptado como términopara subrayar aspectos cualitativos -las di-ferentes característica estructurales, existen-tes entre unos y oros países-, hasta el puntode ser considerado por algunos como “laotra cara del desarrollo” (Frank, 1971).

    En definitiva, la impugnación de la or-todoxia no vino a cuestionar la cada vezmayor identificación del desarrollo con elcrecimiento económico. Como señalaraHirschman (1980), la principal aportaciónde las corrientes críticas fue la negación dela tesis del beneficio mutuo, aquella segúnla cual, el incremento del bienestar en lospaíses pobres no sólo no perjudicaría sinoque fortalecería el de los países ricos. Fren-te a dicha tesis, estructuralistas y dependen-tistas vendrían a poner el acento en la ne-cesidad de reformas capaces de modificarel carácter de las relaciones centro-perife-

    ria -o bien de una ruptura con el sistema odesconexión del mismo-, como condiciónpara hacer posible el desarrollo. Todos ellossubrayaron las dificultades o la imposibili-dad para avanzar por el camino recorridopor los países llamados desarrollados, perono cuestionaron que el crecimiento econó-mico –acompañado, eso si, de ciertos cam-bios estructurales- fuese la principal y casiúnica herramienta para salir del llamadosubdesarrollo.

    De la evidencia de los primerosfracasos a la consideración delmaldesarrollo

    Habrían de pasar algunos años para que,coincidiendo con el fin de la segunda déca-da para el desarrollo auspiciada por las Na-ciones Unidas, comenzaran a salir a la luzun conjunto de posicionamientos críticoscuestionando abiertamente la capacidad delcrecimiento económico para superar el sub-desarrollo y generar desarrollo, entendidoéste como un incremento en el bienestar delas personas.

    En efecto, a finales de los años sesenta yprincipios de los setenta, coincidieron di-versos planteamientos que, yendo algo másallá de las controversias habidas hasta en-tonces entre los sectores oficiales y las co-rrientes críticas (asunto al que nos hemosreferido en el apartado anterior), vinierona poner sobre la mesa el debate sobre lanaturaleza misma de los procesos de desa-

    ambas ha sido objeto de numerosas interpretaciones, especialmente en lo que se refiere a América Latina,

    en donde la misma no siempre estuvo clara, debido en parte a la eclosión que el pensamiento crítico sobreel desarrollo tuvo en el subcontinente, de la mano de autores tan diversos como Furtado, Sunkel, Pinto, Dos

    Santos, Faleto, Cardoso, Marini, y tantos otros. Un buen análisis de las relaciones e influencias mutuas entrela evolución del estructuralismo latinoamericano del desarrollo -surgido inicialmente en torno a la CEPAL y lafigura de Raul Prebisch-, y el enfoque de la dependencia –más entroncado con la relectura marxista del

    desarrollo capitalista propiciada por Baran- pueden verse en Palma (1987).

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    rrollo, y su capacidad para dar satisfaccióna diversos imperativos relacionados con elbienestar humano.

    Un primer campo de críticas fue el rela-tivo a la pobreza y la desigualdad, dentrode lo que algunos denominaron el giro so-cial de los años 70 (Bustelo, 1998). Comoseñalara Seers (1969) resultaba difícil asu-mir que el grado de desarrollo hubiera au-mentado cuando la pobreza, el desempleoy el subempleo, o la desigualdad, no ha-bían disminuído, pese a los resultados ob-tenidos en términos de incremento del PIB/hab. Diversos estudios llevados a cabo en-tre finales de los años 60 y principios de los70 pusieron en evidencia que las elevadastasas de crecimiento registradas durantemás de dos décadas en prácticamente to-das las regiones del mundo no habían ser-vido en muchos casos para absorber la po-breza o generar una mayor equidad, por loque dichas cuestiones comenzaron a consi-derarse referencias importantes a la hora deevaluar los éxitos o fracasos del desarrollo.Éste, tal como había sido concebido, pre-sentaba claras anomalías, lo que planteó lanecesidad de nuevas estrategias capaces decorregirlas. En se marco se inscribieron losplanteamientos del Banco Mundial sobreRedistribución con Crecimiento (Chenery etal., 1976), o los trabajos agrupados en tornoal conocido como enfoque de las Necesida-des Básicas (Streeten 1981)

    La constatación de estos problemas pusode manifiesto otro aspecto de la cuestión:las grandes limitaciones del PIB/hab. -comoindicador asociado a un agregado nacional-para evaluar algunos aspectos clave deldesarrollo, ya que su impacto específicovendría a depender, en gran medida, de lossectores en los que se hubiera producido.En términos de desarrollo, no podía tener

    el mismo significado un incremento del in-greso que afectara a unos percentiles u otrosde la población. Por otra parte, algunos es-tudios evidenciaron que no sólo no habíandisminuido las grandes diferencias internasen muchos países, sino que estas habíanaumentado notablemente a escala interna-cional. Si el subdesarrollo se expresaba y semedía fundamentalmente en términos deun menor ingreso per cápita respecto a lospaíses considerados desarrollados, y si elobjetivo de las políticas de desarrollo era elcierre de la “brecha Norte-Sur” a través delcrecimiento, entonces el fracaso había sidoclamoroso. No sólo no se había reducido labrecha, sino que la misma había aumenta-do, tanto en términos absolutos –diferen-cias entre el PIB/hab. de unos y otros paí-ses-, como relativos –PIB/hab. de unos paí-ses como proporción del de otros- (Morawe-tz, 1977).

    A la persistencia de los problemas aso-ciados a la pobreza y la desigualdad, ven-dría pronto a sumarse un segundo campode anomalías en el proceso de desarrolloseguido, cuya constatación comenzó a to-mar fuerza a finales de los años sesenta delsiglo XX: el de un todavía incipiente peroprogresivo deterioro del ambiente y de losrecursos naturales. Algunos científicos yahabían llamado la atención sobre dichosproblemas, y debatido abiertamente sobresus causas principales. Es el caso del fuertedebate sostenido por Barry Commoner -centrando la crítica en la tecnología emplea-da y el modelo de crecimiento-, frente a PaulErlich y otros -quienes sostenían que el pro-blema principal residía en la superpobla-ción del planeta y, muy especialmente, enel fuerte crecimiento demográfico de los lla-mados países en desarrollo-. Pero fue sinduda la publicación de Los límites del Creci-

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    miento (Meadows et al, 1972) la que generóun mayor impacto, y una nueva y signifi-cativa toma de conciencia sobre esta cues-tión.

    Los asuntos planteados ponían de ma-nifiesto las importantes afecciones negati-vas del modelo, tanto en el corto, como enel medio y largo plazo. A corto plazo, losproblemas se manifestaban en forma denuevas enfermedades y riesgos para la sa-lud humana, como consecuencia de la con-taminación del aire, de la mala calidad delas aguas, o de la congestión y el ruido12 ,así como en la creciente preocupación porla destrucción de espacios naturales, todolo cual dio origen al surgimiento de fuer-tes movimientos de protesta en algunospaíses. Por otra parte, la influencia de es-tas cuestiones se dejó sentir también en elámbito teórico, en forma de algunas apor-taciones orientadas a lograr una mayor ar-monización entre las necesidades del bien-estar humano y las derivadas de la con-servación de los recursos naturales. En estecontexto cabe enmarcar el surgimiento delconcepto de ecodesarrollo (ver Sachs, 1981),presentado por quien fuera Director delPNUMA (Programa de las Naciones Uni-das para el Medio Ambiente), MauriceStrong, quien se refirió a él ya en 1973. Bajoeste concepto las necesidades de las per-sonas y la utilización racional de los recur-sos debían y podían compaginarse en di-ferentes escalas geográficas, entre las quelos ámbitos locales y regionales –las eco-rregiones- cobraban una especial relevan-cia. Una de las particularidades del enfo-que, sería el énfasis puesto en la participa-

    12 Algunos pretendieron restar importancia a estos fenómenos, comparándolos con otros de similares caracte-rísticas que afectaron a la población trabajadora en los inicios de la industrialización y que habían sido

    descritos, entre otros, por F. Engels en La clase obrera en Inglaterra.

    ción de la gente como garantía de una ra-cionalidad más próxima a los objetivosplanteados.

    A medio y largo plazo, los problemasadvertidos eran aún de mayor calado: ago-tamiento paulatino de recursos, pérdida debiodiversidad, desequilibrios ecológicos lo-cales y globales, y alteraciones graves en elclima. El paso del tiempo vino a corroboraraquellos temores. Así, en 1992, un históri-co manifiesto firmado por más de 1500 cien-tíficos – incluyendo cien premios Nobel –alertaba sobre las consecuencias irreversi-bles del modelo actual de desarrollo, y algodespués la Declaración del Milenio de lasNaciones Unidas (2000), acabaría señalan-do que “no debemos escatimar esfuerzospara liberar a toda la humanidad, y sobretodo a nuestra descendencia, de la amena-za de vivir en un planeta irremediablemen-te echado a perder por las actividades hu-manas, y cuyos recursos ya no serán sufi-cientes para sus necesidades.” De tal ma-nera, si en lo inmediato algunos aspectosdel modelo de desarrollo generaban proble-mas para el bienestar de la población, ex-presados en enfermedades asociadas a lacontaminación o al ruido, y en nuevas pa-tologías derivadas del modo de vida pro-pio de las grandes urbes, en el medio y lar-go plazo dicho modelo ponía en riesgo lapropia supervivencia de la humanidad. Setrataba, además, de un conjunto de elemen-tos que planteaban dificultades práctica-mente insuperables para una economía deldesarrollo cuyo enfoque productivista ycuya metodología resultaban claramente li-mitados.

  • Debate sobre el Desarrollo, Unceta 13

    La incapacidad del desarrollo realmen-te habido durante la expansión de la post-guerra para incorporar a las mujeres al idealemancipatorio del mismo, y para avanzaren una mayor equidad de género, fue eltercer gran problema planteado a princi-pios de los años 70. Esther Boserup (1970)señaló que las brechas registradas en la pro-ductividad laboral entre hombres y muje-res habían aumentado en los años sesenta,relacionándolo con las estrategias de desa-rrollo llevadas a cabo, que habían margi-nado a las mujeres respecto de las activida-des productivas. El sesgo masculino de di-chas estrategias podía observarse tambiénen otros ámbitos, como el de la educaciónprimaria, comprobándose que los niñoshabían sido escolarizados antes que las ni-ñas, aumentando así el diferencial técnicoy cultural entre uno y otro sexo (Zabala,2006). Otros asuntos, como la consideracióndel trabajo en el hogar, y la asignación deroles en las distintas actividades económi-cas y sociales, fueron objeto de atención pordistintas autoras, evidenciando el fracasodel desarrollo a la hora de procurar unmayor bienestar para las mujeres, pero tam-bién en lo referente a su marginación delproceso. Todo ello estaría en la base delsurgimiento del movimiento Mujeres en elDesarrollo (MED) que constituiría la prime-ra expresión de la incorporación de la pers-pectiva de género a los estudios sobre de-sarrollo (veáse Zabala, 1999, para una vi-sión más amplia de la evolución de la pers-pectiva de género en los estudios sobre de-sarrollo).

    Finalmente, una cuarta disfunción pre-sente en los procesos seguidos en muchospaíses fue la no correspondencia entre elcrecimiento económico de un lado y el res-peto de la libertad y los derechos huma-

    nos de otro. Las denuncias relativas a laausencia de libertades o a la violación dederechos fueron aumentando paralela-mente al incremento del PIB/hab. en nopocos lugares. Ello afectaba, por una par-te, a aquellos países en los que el desarro-llo económico se había planteado bajo lafórmula del socialismo real, y en los que –en bastantes casos– se habían registradoavances significativos en el plano de laequidad. Pero también tenía que ver conregímenes dictatoriales que habían logra-do fuertes tasas de crecimiento en sus res-pectivos países en base a la explotaciónabusiva de la mano de obra y la restric-ción de derechos laborales, e incluso conla aparición de otro tipo de regimenes au-toritarios y corruptos –normalmente conun fuerte componente militarista– en nu-merosos países de Africa, Asia, y AméricaLatina. Se evidenciaba así que la expan-sión productiva podía caminar de espal-das al incremento de libertades y oportu-nidades de las personas. Pero no sólo eso:en algunos casos, la restricción de las li-bertades se había justificado, precisamen-te, en nombre del desarrollo.

    El conjunto de estos fracasos menciona-dos vino a poner de manifiesto que el desa-rrollo, tal como había sido concebido porsus estrategas al finalizar la segunda gue-rra mundial, había derivado en un fenóme-no capaz de empobrecer a personas y so-ciedades, de generarles pérdidas (de capa-cidades, de identidad, de recursos natura-les…), de restringir derechos y libertades,y de provocar nuevos desequilibrios y des-igualdades. En definitiva, el modelo de de-sarrollo había, en buena medida, fracasa-do. Pero, además, dicho modelo había con-tribuido a consolidar un sistema mundialbasado en profundas asimetrías entre unas

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    y otras zonas del planeta, y en un balancede poder claramente favorable a los paísesllamados desarrollados. Algunos autores(Amín, 1990; Slim, 1998; Tortosa, 2001), hanutilizado el término maldesarrollo para darcuenta de algunos o de todos estos fraca-sos, que han acabado por afectar, aunquede distinta manera, tanto a países conside-rados desarrollados, como a otros llamadossubdesarrollados, así como a la configura-ción del sistema mundial. La idea de mal-desarrollo vendría así a expresar un fracasoglobal, sistémico (Danecki, 1993), que afec-ta a unos y otros países y a la relación entreellos (Fig. 1). Se trata pues de un conceptoque va más allá de la noción de subdesa-rrollo, a la que englobaría, para referir pro-blemas que afectan al sistema en su con-junto y que representan una merma en lasatisfacción de las necesidades humanas y/o en las oportunidades de la gente. En elmomento presente, la consideración delmaldesarrollo cobraría todo su sentido vin-culando su análisis al de algunas de lasprincipales fuerzas que operan en la globa-

    lización. El mismo afectaría al conjunto dela humanidad, aunque sus expresiones nosiempre sean las mismas en unos y otroslugares.

    El pensamiento oficial en su laberinto

    Paradójicamente, y pese a las numero-sas señales ya existentes en aquellos añossobre las carencias y limitaciones del mo-delo impulsado hasta entonces, los secto-res más influyentes en la elaboración deestrategias de desarrollo -especialmente enel campo de la economía- optaron por ob-viar dichas señales y por concentrar suatención en los problemas relativos al cre-cimiento económico derivados de la crisissurgida en la década de 1970. Y en eseempeño, la corrección de los desequilibriosmacroeconómicos constituyó el principaly casi único tema de atención, dando porsupuesto que la superación de los mismosrestauraría el crecimiento que, a fin decuentas, representaba el único objetivo aperseguir.

    Figura 1: Desarrollo, subdesarrollo y maldesarrollo

    Desarrollo

    Progreso Crecimiento Maldesarrollohumano económico

    Subdesarrollo

  • Debate sobre el Desarrollo, Unceta 15

    El fin de la expansión económica quehabía acompañado –y fundamentado- losprocesos de desarrollo –o maldesarrollo-habidos en unas y otras partes del mundoentre 1945 y 1970, vino a modificar algu-nos de los supuestos básicos sobre los quehabía descansado el debate y la elaboraciónde estrategias. Y en ese contexto, la enérgi-ca reafirmación de los postulados más or-todoxos -de la mano de la ofensiva conser-vadora iniciada a principios de los añosochenta-, se traduciría en una encarnizadadefensa del mercado y en una contundentecrítica de la intervención pública en la pro-moción del desarrollo, que según esa pers-pectiva sería la culpable de buena parte delos fracasos cosechados, hasta el punto deque la propia economía del desarrollo lle-garía a ser blanco de fuertes ataques (veáseentre otros Lal, 1985).

    La adhesión, con más o menos mati-ces, a estos postulados por parte de lamayor parte de los gobiernos del mundo13

    favoreció un nuevo escenario caracteriza-do en general por un crecimiento débil (siexceptuamos casos aislados como el chi-no, por otra parte con una economía fuer-temente dirigida), pero además incierto,con numerosos episodios de inestabilidad(en esta cuestión es ilustrativa la perspec-tiva ofrecida en United Nations, 2006).Mientras tanto, se iban agravando algu-nos de los problemas planteados en elapartado anterior como síntomas del mal-desarrollo (incremento de las desigualda-des, agravamiento de las crisis medioam-

    13 La crisis de la deuda externa en América Latina y la del socialismo real en los países del Este de Europapropiciaron una rápida expansión de la nueva doctrina –expresada en el denominado Consenso de Was-hington-, a través de las condicionalidades impuestas para el financiamiento externo. Por lo que respecta a

    los resultados de las políticas seguidas se ha venido insistiendo en que el control de la hiperinflación, lamayor disciplina fiscal, o el equilibrio de las cuentas externas no impidieron que el crecimiento continuara

    siendo durante mucho tiempo un objetivo escurridizo (Acuña y Smith, 1996).

    bientales, o merma efectiva de los dere-chos humanos).

    Ello no obstante, la defensa sin apenasmatices del mercado, y el énfasis en el equi-librio macroeconómico como factor deter-minante del desarrollo, continuaría inspi-rando la evaluación de los logros y fraca-sos cosechados por unos u otros países porparte de algunos organismos como el FMI,evaluaciones que, a su vez, condicionaríanel apoyo financiero externo otorgado a losprocesos de desarrollo.

    Sin embargo, las claras limitaciones dela nueva ortodoxia, puestas de manifiestoya a finales de los ochenta por UNICEF(Ajuste con rostro humano) ó la CEPAL(Transformación productiva con equidad), vi-nieron a plantear la necesidad de un enfo-que más amplio, capaz de tener en cuentala multidimensionalidad de los problemasasociados al desarrollo y el bienestar hu-mano. Desde entonces, la evolución delpensamiento oficial sobre el desarrollo, ymás concretamente el representado por laspropuestas emanadas del Banco Mundial,ha estado condicionada por una doble ten-sión: por un lado, la generada por la nece-sidad de incorporar al análisis muchos delos problemas que iban surgiendo y que noencontraban respuesta en los planteamien-tos más ortodoxos. Y, por otro, la derivadade las exigencias de cimentar cualquier es-trategia de desarrollo sobre el control de de-terminadas variables macroeconómicas.Como consecuencia de ello se produciría unpaulatino regreso a la agenda del desarrollo

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    de algunos temas excluidos de la mismadurante la década de 1980, caso de la pre-ocupación por la pobreza y la desigualdado del papel de las instituciones en el desa-rrollo.

    En este nuevo contexto, tanto en el Ban-co Mundial como en otras instituciones co-menzó a plantearse la necesidad de consi-derar otros requisitos del desarrollo talescomo la conservación de los recursos natu-rales, la calidad de las instituciones, la equi-dad de género, la importancia del conoci-miento, o la participación de la población.Ello facilitó el reconocimiento de otros de-terminantes del crecimiento y el desarrollomás allá de la inversión en capital físico,retomándose el debate sobre el capital hu-mano, y ampliándose el mismo a la consi-deración del capital social e institucional,el capital natural, etc., lo que se expresaríaentre otros, en el Marco Integral del Desarro-llo, propuesto por el Banco Mundial en 1998,o en la idea de una Gestión más general deActivos planteada por esta misma institu-ción en 2003.

    Pero, por otra parte, la inclusión de es-tos temas en el debate se produciría sincuestionar algunos de los principales fun-damentos teóricos y metodológicos de laortodoxia: la identificación del bienestarhumano con el crecimiento económico, laevaluación de éste en términos agregados,la sola consideración las actividades mo-netizables, o la prioridad casi absoluta delajuste macroeconómico sobre otras consi-deraciones. De esta manera, la evaluaciónde otros aspectos determinantes del desa-rrollo (la sostenibilidad del proceso, la par-ticipación y la calidad de las instituciones,

    la equidad de género, etcétera) quedaba re-legada a un segundo plano, bien por la di-ficultad de ser medida en términos mone-tarios, bien por la presión ejercida desdelos círculos más ortodoxos y/o desde al-gunas instituciones financieras internacio-nales en favor de considerar otras priori-dades.

    La resultante de todo ello ha sido unafluctuante y conflictiva evolución del pen-samiento oficial del desarrollo14 , atrapadoentre la reconocida necesidad de abrir laspuertas a otras perspectivas, y la dificultadde sacudirse el dominio de una ortodoxiaincompatible con una ampliación del deba-te planteada con un mínimo de rigor. En elfondo, la historia de los últimos años havenido a poner de manifiesto las limitacio-nes de intentar enfrentar los retos del desa-rrollo planteados en el siglo XXI con lasmismas herramientas metodológicas conlas que se contaba en el siglo XIX. La pers-pectiva convencional –lo que algunos hanvenido a llamar el paradigma dominante-pretende lograr la cuadratura del círculo,al subordinar las necesidades teóricas ymetodológicas derivadas de los retos delpresente a los procedimientos y recursos deuna disciplina –la economía-, sometida, asu vez, a un fuerte proceso reduccionistapor parte de los sectores más influyentes.Sin embargo, parece difícil que la incorpo-ración de nuevas perspectivas al diagnós-tico y al análisis de los problemas asocia-dos al desarrollo pueda llevarse a cabo conéxito desde dicha subordinación, sin abrirlas puertas a un provechoso dialogo inter-disciplinar.

    14 Un buen exponente de ello fue la salida de Stiglitz del Banco Mundial, y las críticas y reflexiones planteadas

    por él mismo entre otras en El malestar en la Globalización (2002).

  • Debate sobre el Desarrollo, Unceta 17

    Buscando un culpable: crítica de lamodernidad y reivindicación delpostdesarrollo

    Más allá de los vaivenes operados en elllamado pensamiento oficial, la percepciónde los fracasos cosechados por el tipo dedesarrollo que había venido impulsándose-así como la constatación de la existenciade numerosas “victimas” del mismo-, vinoa plantear un nuevo debate que ya no afec-taba sólo a la vía más apropiada para al-canzar el desarrollo, o a los instrumentosmás adecuados para promoverlo en cadalugar, sino que entraba de lleno en el cues-tionamiento del propio concepto. En estepunto, cabría distinguir dos grandes tiposde aproximaciones al asunto. Por una par-te, estarían aquellas dirigidas a reorientarel análisis, a replantear la noción de desa-rrollo, invirtiendo la tradicional relaciónentre fines y medios que había condiciona-do el debate a lo largo de décadas. Desdeesta perspectiva, el error estribaría princi-palmente en haber asumido una relaciónautomática entre crecimiento y bienestar,hasta el punto de hacer del primero la refe-rencia central de la estrategia, dejando enun segundo plano las necesidades e intere-ses vitales de la gente, así como las exigen-cias derivadas de la base de recursos exis-tente. Estos enfoques serán comentados enel siguiente apartado.

    Pero, por otro lado, se han ido haciendocada vez más presentes las ideas que con-sideran dicha relación entre fines y medioscomo algo consustancial a la propia nocióndel desarrollo, la cual derivaría de unamanera de analizar la realidad en la que elparadigma técnico-científico ha desplaza-do cualquiera otra forma de conocimiento,impidiéndose así una comprensión más

    ajustada de los deseos y aspiraciones de laspersonas. Así las cosas, no habría espaciopara redefinir y/o reconducir el desarro-llo, ya que éste representaría, intrínseca-mente, una forma de entender la existenciahumana basada en el productivismo, eldominio sobre la naturaleza, y la defensade la modernización occidental, con su irre-mediable secuela de víctimas y de fracasos.En esta línea se sitúan autores diversos (W.Sachs, A. Escobar, G. Rist, S. Latouche) que,aunque con matices distintos, comparten elrechazo de la modernidad y la existenciade valores universales, a la vez que defien-den la necesidad de un análisis postdesa-rrollista.

    En realidad, el rechazo del concepto dedesarrollo se ha formulado desde posicio-nes no siempre coincidentes, ni en los fun-damentos, ni en la expresión del plantea-miento. Ello ha dado lugar a la utilizaciónde formulaciones y términos distintos comopostdesarrollo, o más allá del desarrollo, llegán-dose también a utilizar en ocasiones el tér-mino antidesarrollo, como expresión de unanegación radical de la noción de desarro-llo. Sin embargo, poco a poco se ha ido ex-tendiendo la noción de postdesarrollocomo término más utilizado, asociándoloal rechazo de la modernidad como referen-cia.

    Los defensores del postdesarrollo par-ten de constatar no sólo los fracasos cose-chados a la hora de promover el bienestara escala universal, sino también la maneraen que la idea del desarrollo se ha ido ex-tendiendo como promesa de emancipacióna lo largo y ancho del mundo, hasta el pun-to de convertirse en algo obligatorio e in-discutible. De esta manera el desarrollo se-ría a la vez un producto de la historia, comoconjunción en occidente de las ideas de la

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    modernidad y las fuerzas de la industriali-zación, y también una idea capaz de produ-cir historia, condicionando decisivamente laevolución de las sociedades en unas y otraspartes del mundo (Rist, 2002).

    Uno de los temas recurrentes en la lite-ratura postdesarrollista es el de la destruc-ción y la marginación generadas por lospaíses occidentales en nombre del desarro-llo, insistiéndose principalmente en los as-pectos culturales y en los valores de las so-ciedades sometidas a la expansión forzosade la modernización. En realidad, algunasde estas cuestiones ya habían sido repeti-damente señaladas y denunciadas con an-terioridad, como propias de sociedades so-metidas a los intereses de potencias exte-riores o del capital transnacional. Por ejem-plo, muchos autores estructuralistas y de-pendentistas habían apuntado dichos pro-blemas como característicos del subdesarro-llo, asociándolos a un modelo centro-peri-feria excluyente y generador de desigual-dades. Pero, desde dichos puntos de vista,el empobrecimiento o la marginación noeran el resultado del desarrollo como tal,sino más bien de su negación en el seno deun sistema mundial regido por relacionesde explotación y /o dependencia.

    Sin embargo, los defensores del postde-sarrollo se apartan de esta visión de las co-sas para denunciar que tanto el desarrollocomo el subdesarrollo son nociones quetienen su origen en un mismo tipo de

    aproximación a la realidad, condicionadapor una mirada occidental -y occidentali-zadora-, incapaz de comprender los valo-res de las distintas culturas y civilizacio-nes, y su aportación al bienestar de los se-res humanos. Desde esta perspectiva, ladestrucción causada por la expansión delcapitalismo formaría parte intrínseca de lapropia noción de desarrollo, y no sólo dela forma que éste pudiera haber adoptadoen términos de explotación o dependen-cia. De hecho, autores postdesarrollistas,como Latouche (2007), se refieren a esteasunto de modo contundente: “El desarro-llo es un concepto perverso”, o “Lo quera-mos o no, no podemos hacer que el desa-rrollo sea diferente de lo que ha sido”. Enconsecuencia, no tendría sentido hablar desubdesarrollo, pues la aceptación de estetérmino implicaría necesariamente la de sucontrario –desarrollo–. El subdesarrollo esconsiderado así como un concepto inven-tado por los defensores del desarrollo, paradefinir –en una clave abusivamente gene-ralizadora- las características propias y di-ferentes de un amplio abanico de socieda-des. De esa manera, países y regiones delmundo que habían sido anteriormente exa-minados y descritos desde distintas pers-pectivas y preocupaciones, pasaron depronto a ser conceptualizados como sub-desarrollados15 .

    Las corrientes teóricas postmodernasconsideran que lo que se conoce como eco-

    15 Refiriéndose al discurso de toma de posesión del presidente de los EE.UU. Harry Truman, en el que éste

    planteó la necesidad de un amplio programa de ayuda al desarrollo, G. Esteva señala: “El subdesarrollo

    comenzó el 20 de enero de 1949. Ese día, dos mil millones de personas se volvieron subdesarrolladas. Enrealidad, desde entonces dejaron de ser lo que eran, en toda su diversidad, y se convirtieron en un espejo

    invertido de la realidad de otros” (Esteva, 1992). Insistiendo en esa idea, Rist plantea que “a partir de 1949,más de dos mil millones de habitantes del planeta van –las más de las veces sin saberlo- a cambiar denombre (…): ya no serán africanos, latinoamericanos o asiáticos (por no decir bambaras, shona, bereberes,

    quechuas, aymaras, balineses o mongoles), sino simplemente subdesarrollados” (Rist, 2002).

  • Debate sobre el Desarrollo, Unceta 19

    nomía del desarrollo no es otra cosa que unaconstrucción intelectual destinada a justifi-car y promover la expansión de un modeloy unos valores –los occidentales- como ne-cesario revulsivo para superar el supuestoatraso de sociedades caracterizadas porotras referencias culturales y otras formasde organización social y de relación con lanaturaleza. Pero la reivindicación delpostdesarrollo va más allá de la simple crí-tica de la economía del desarrollo comoexpresión de una propuesta teórica basadaen la defensa de la modernización y en laexpansión de la misma al conjunto del mun-do, pues niega también la propia posibili-dad de una teoría capaz de explicar los di-ferentes aspectos que caracterizan el deve-nir de las sociedades humanas. Frente a ello,surge el rechazo de cualquier idea de pro-greso que indique una dirección común (W.Sachs, 1992), y la defensa de diferentes dis-cursos y representaciones que no esténmediatizados por la construcción del desa-rrollo (Escobar, 2005).

    La vuelta a los orígenes: crítica delmaldesarrollo replanteando lanoción de progreso

    Sin embargo, como se he planteado másarriba, la crítica de la modernidad y la ne-gación del desarrollo no han sido la únicarespuesta a la crisis planteada desde losaños setenta. Por el contrario, dicho enfo-que ha convivido, a lo largo de los últimosaños, con un renacer del debate sobre elpropio significado del concepto, y sobre laposibilidad de elaborar una propuesta só-

    16 Los aspectos principales del punto de vista de Sen sobre el tema, que resumen buena parte de las reflexio-nes realizadas en otros trabajos anteriores, pueden verse en Development as capability expansion, en Griffin

    y Knight (1990).

    lida, no sólo en el plano teórico, sino tam-bién desde una perspectiva práctica. En labúsqueda de nuevas orientaciones más fér-tiles que las anteriores para la elaboraciónde estrategias de desarrollo han tenido unaespecial incidencia la nueva consideracióndel bienestar humano basada en el enfoquede las capacidades, así como las exigenciasderivadas de la base de recursos y el bien-estar de las futuras generaciones.

    En las últimas décadas, la controversiaen torno a las necesidades humanas y sucontradictoria relación con el crecimientoeconómico y con los procesos de desarrolloconvencionales, venía estando en la base deuna amplia y variada literatura sobre di-chos temas. Algunas aportaciones se cen-traron en el cuestionamiento de la priori-dad otorgada al crecimiento sobre la satis-facción de las necesidades básicas (Streeten,1981); otras criticaron la imposición de unapauta de “necesidades” basada en la supre-macía de la producción más que en objeti-vo del bienestar (Scitovsky, 1976); otras, enfin, se concentraron en la definición de unmarco conceptual para la identificación delas necesidades humanas y la satisfacciónde las mismas ( Doyal y Gough, 1991; Max-Neef, 1993).

    Pero sin duda fue la crítica de AmartyaSen al utilitarismo convencional la que abrióla puerta para una reformulación concep-tual de la noción de bienestar que permiti-ría –y requeriría– otra caracterización delprogreso humano16 . Así, el descontento conlos resultados del desarrollo y la reivindi-cación de un replanteamiento teórico quepermitiera relacionar mejor los fines y los

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    medios17 , acercando las estrategias al obje-tivo del logro del bienestar humano, encon-trarían en los postulados defendidos porSen el cauce y la metodología adecuadospara dicho propósito.

    Las consecuencias de esta evolución dela noción de bienestar han repercutido enla propia caracterización del progreso hu-mano, con implicaciones fundamentalespara la economía del desarrollo. La prime-ra de ellas es la necesidad de revisar los fi-nes y los medios del desarrollo, cuestiónque afecta directamente al tratamiento deuno de los pilares de la estrategia seguida -la cuestión del crecimiento-, poniendo demanifiesto la conveniencia de juzgar el mis-mo en función de su contribución al bien-estar, entendido como incremento de capa-cidades. La segunda repercusión es la cons-tatación de que el bienestar humano nopuede considerarse como mero corolario deun desarrollo “nacional” estimado en tér-minos agregados. La tercera consecuenciaes la inadaptación de los indicadores utili-zados convencionalmente para evaluar elbienestar, a la hora de plantear estrategiaso de analizar avances y retrocesos.

    En cuarto lugar, destaca la escasa utili-

    17 En realidad, la preocupación por la deriva que estaba tomando la idea de progreso, y por la confusión entrefines y medios, venía siendo señalada y formando ya parte del debate desde hace décadas. Por ejemplo,

    Galbraith (1967) alertaba ya sobre la evolución adoptada por el capitalismo señalando que “si seguimoscreyendo que los objetivos del sistema industrial –la expansión del producto, el aumento concomitante del

    consumo, el progreso tecnológico, las imágenes públicas que lo sostienen- coinciden con la vida misma,entonces todas nuestras vidas seguirán al servicio de esos objetivos (...) Nuestros deseos y nuestras nece-

    sidades se manipularán de acuerdo con las necesidades del sistema industrial (…). Al final se tendráelresultado global de una benigna esclavitud… no será la esclavitud del siervo de la gleba, pero no será la

    libertad”.

    18 Si se tuvieran en cuenta otros factores asociados al incremento de las capacidades humanas (nivel de7conocimientos, salud, desarrollo cultural, respeto a los derechos humanos, sociabilidad, etc,…) el hipotéti-

    co ranking de países desarrollados y subdesarrollados sufriría notables cambios. Otro tanto ocurriría si setuviera en cuenta p. ej. el consumo de recursos, o las emisiones de residuos, per cápita, pues en ese casoalgunos de los países considerados actualmente más desarrollados, figurarían en los últimos puestos de la

    tabla. Algunos de estas paradojas se enmarcarían en lo que Sampedro y Berzosa han denominado el“subdesarrollo de los desarrollados” (Sampedro y Berzosa, 1996).

    dad de establecer categorías como desarro-llo o subdesarrollo en base al análisis delingreso, dado que éste es únicamente uncomponente –aunque importante sin duda–del desarrollo18 , y que desde el enfoque delas capacidades el desarrollo se convierteen una asignatura pendiente tanto parapaíses ricos como para países pobres.

    Por último, en quinto término, la relec-tura de la noción de bienestar propuesta porSen, y la consideración del concepto deagencia, otorga un lugar central al procesomismo, invalidando la idea del desarrollocomo mero resultado. La propuesta de con-siderar el desarrollo como incremento delas oportunidades de las personas para vi-vir la vida que deseen, adoptada por elPNUD, trata, precisamente, de reflejar esaconcepción.

    Sin embargo, la no correspondencia en-tre el desarrollo realmente habido y el in-cremento de opciones vitales para la gen-te –expresado en capacidades y liberta-des–, no ha sido la única observada y ana-lizada durante los últimos años. En efec-to, además de esta perspectiva, las necesi-dades teóricas derivadas del análisis de larelación entre el bienestar presente y el de

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    las futuras generaciones han planteadootro campo de debate y reflexión sobre elconcepto de desarrollo. Si hasta hace rela-tivamente poco tiempo, la consecución delbienestar humano había sido concebidopartiendo de unos recursos supuestamen-te ilimitados, la restricción impuesta porla finitud de los mismos y la necesidad depreservar el equilibrio ecológico han ve-nido a plantear una nueva dimensión enel debate: la que se deriva de estudiar ydefinir el desarrollo también en términosdiacrónicos, de manera que el incrementode las oportunidades en el presente nopueda fundamentarse en una merma de lasmismas en el futuro.

    Estas preocupaciones han tratado deencontrar acomodo en la noción de desa-rrollo sostenible, ampliamente utilizadadurante los últimos años. Pero dicho con-cepto es, hoy por hoy, objeto de fuertescontroversias. La versión más difundidadel mismo, la contenida en el Informe Brun-dtland (Comisión Mundial del Medio Am-biente y el Desarrollo, 1987) presenta al-gunas ambigüedades, principalmente enel tratamiento otorgado al tema del creci-miento, lo que ha facilitado su uso gene-ralizado –casi siempre vaciándolo de con-tenido– por todo tipo de instituciones. Otrotema objeto de debate es el relativo al al-cance del concepto. En este sentido, algu-nos autores han señalado que la idea dedesarrollo sostenible remite, en sentidoestricto, al “mantenimiento de la base delos recursos naturales” (Gudynas, 2002),mientras la noción expuesta en el InformeBrundtland defiende la conservación comoun imperativo no absoluto, de carácter bio-céntrico, sino referido a las necesidades dela especie humana, es decir, de carácterantropocéntrico. Sea como fuere, en la ac-

    tualidad existe un amplio acuerdo sobrela escasa operatividad del concepto –inclu-so en los términos propuestos por el In-forme Brundtland– mientras no se definancon mayor precisión criterios e indicado-res que permitan interpretar estrictamen-te la sostenibilidad de los procesos econó-micos y sociales (una interesante reflexiónsobre el término desarrollo sostenible pue-de verse en Naredo, 1997).

    En todo caso, y más allá de las contro-versias existentes, una y otra perspectiva –la del desarrollo humano y la de la sosteni-bilidad- plantean una importante rupturaconceptual con la manera convencional deentender el desarrollo, reivindicando lanecesidad de un nuevo examen de mediosy fines, la invalidez de los indicadores uti-lizados, el análisis en términos de procesosy no sólo de resultados, y la consideraciónde diferentes ámbitos espaciales a la horade estudiar los diversos aspectos que inci-den en el bienestar humano. Todo lo cualexige un replanteamiento de la idea deldesarrollo como meta a la que algunos yahabrían llegado, en tanto a otros les queda-ría aún mucho camino por recorrer.

    ¿Tiene sentido insistir en la idea deldesarrollo?

    De acuerdo con lo apuntado en los apar-tados anteriores, los estudios sobre desarro-llo se debaten actualmente entre tres opcio-nes principales: a) los esfuerzos orientadosa ampliar el concepto pero sin alterar elmarco metodológico; b) la negación deldesarrollo como noción universal y, en con-secuencia, la conveniencia de abandonar laempresa; y, c) los intentos encaminados auna reorientación profunda del concepto yde las estrategias de desarrollo (ver Fig. 2).

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    La primera opción –la defensa de unaidea de desarrollo basada principalmenteen el acceso a un número creciente de bie-nes y servicios y, por tanto, centrada en elcrecimiento económico como proveedorde los mismos y como generador de in-gresos–, es la que ha ocupado el centro deldebate durante casi dos siglos y la que haservido de fundamento a las distintas es-trategias desplegadas. Los intentos recien-tes por incorporar otras dimensiones al de-bate –más allá del mero crecimiento eco-nómico– chocan, como ya se ha dicho conlas limitaciones propias de la metodologíaempleada. Ello hace que, por el momento,el balance no sea muy halagüeño, ya quelos avances registrados en términos de cre-cimiento no pueden ocultar la persisten-cia de la pobreza y la desigualdad, el de-terioro del medio ambiente y de la base derecursos naturales, el claro sesgo masculi-

    no del proceso, y la restricción de liberta-des, derechos, y opciones vitales de la gen-te, todo ello en un contexto de crecienteviolencia e inseguridad humana en elmundo.

    La segunda opción, que consiste en lanegación de un concepto universal de de-sarrollo, descansa sobre la necesidad deprofundizar en las distintas visiones loca-les, afirmando la diferencia entre ellas y losvalores que, en cada lugar, pueden servirde fundamento para el logro de un mayorbienestar humano. Esta segunda perspec-tiva, no sólo rechaza la idea del desarrollo–a la que culpa de todas las calamidadessufridas por la humanidad en los últimasdécadas- sino también la existencia del sub-desarrollo, al que considera como una ca-tegoría inventada para justificar la expan-sión de un modelo que responde a los inte-reses, los valores y las percepciones de la

    Figura 2: Ampliación, negación, y redefinición del concepto de desarrollo.

    Ampliaciónconceptodesarrollo

    Desarrollo

    Crecimiento Negacióneconómico Maldesarrollo concepto

    desarrollo

    Subdesarrollo

    Redefiniciónconceptodesarrollo

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    realidad propias de la civilización occiden-tal, y para negar la diversidad social y cul-tural de las sociedades así caracterizadas.Desde esta visión del asunto, el problemano reside en las estrategias seguidas, sinoen la propia raíz –la defensa de la moderni-dad- de un concepto cuya aplicación nopodía tener otro resultado. De hecho, la in-transigencia frente a cualquier intento deredefinir la noción de desarrollo lleva a al-gunos autores postdesarrollistas, como La-touche, a arremeter duramente contra elpropio término de maldesarrollo: “Inclusose creó para la ocasión un monstruo anta-gonista: el mal-desarrollo. Ese monstruo noes más que una quimera aberrante. El malno puede alcanzar al desarrollo por la sim-ple razón de que el desarrollo imaginario omitológico es por definición la encarnaciónmisma del bien” (Latouche, 2007).

    Finalmente, en tercer lugar, estarían losintentos por revisar el concepto de desarro-llo, partiendo, al menos, de tres referenciasprincipales: la necesidad de superar el uti-litarismo convencional en la definición delbienestar; los imperativos que se derivande una base de recursos limitada y finita; yla inexcusable toma en consideración de losfracasos cosechados y de las innumerablesvíctimas producidas en nombre del desa-rrollo. Desde la perspectiva de los dos pri-meros asuntos mencionados, el nuevo en-foque no puede descansar en la aceptaciónde la dicotomía desarrollo/subdesarrollo comoexpresión de dos realidades, una de las cua-les sirve de modelo para la otra -que a suvez representa, casi en exclusiva, los pro-blemas y los obstáculos existentes para ellogro del bienestar humano-. Por el contra-rio, la revisión de la noción de desarrolloexige reconocer la existencia de problemasglobales e interdependientes que limitan o

    impiden el bienestar humano, pese a quesu expresión e intensidad pueda ser muydistinta en unos y otros lugares.

    Sin embargo, este reconocimiento nodebería ocultar la gran asimetría existenteen la distribución de las oportunidades enunas y otras partes del mundo, la cualabarca por otra parte a un conjunto de as-pectos que desbordan lo que hasta hacepoco había sido definido como desarrollodesigual en la literatura dependentista. Di-cho de otro modo, existe el riesgo de quela adopción de un enfoque más integralsobre el desarrollo, capaz de dar cuenta delos problemas globales y de los existentesen distintos tipos de sociedades, pudierallegar a ocultar en parte las grandes limi-taciones que se derivan de la mencionadaasimetría. En este sentido, la reivindicaciónde un nuevo concepto de desarrollo, apli-cable a unas y otras sociedades, deberíaacompañarse de cambios profundos en ladistribución mundial del poder y de losrecursos. Y, al mismo tiempo, la conside-ración del desarrollo como proceso deampliación de las opciones vitales de lagente debería contemplar, necesariamen-te también, la existencia de prioridadesdiversas, en consonancia con el hecho deque millones de personas no tienen másopción que la lucha diaria por la subsis-tencia. Esto último supone reconocer que,pese al necesario abandono del crecimien-to económico como referencia fundamen-tal y casi única del desarrollo, no puedeolvidarse que, en determinados contextosel incremento de las oportunidades de lagente pasa por la ampliación de las capa-cidades productivas y la dotación de me-dios de vida para las personas. Lo cual, porotra parte, enlaza con preocupaciones yaplanteadas en décadas anteriores por al-

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    gunos economistas del desarrollo que,como Perroux (1984), se preguntaban: “Elcrecimiento, ¿con qué finalidad, con quemiras? ¿en qué condiciones el crecimientoes provechoso? Crecimiento ¿para quién?¿para algunos miembros de la comunidadinternacional o para todos?”

    Ahora bien, la apuesta por revisar enprofundidad el concepto de desarrollo, demanera que el mismo pueda representaruna referencia sólida para el diseño de es-trategias –perspectiva en la que se sitúaquien esto suscribe– no puede ser el resul-tado de un proyecto meramente volunta-rista, planteando, por el contrario, algunasexigencias que no pueden soslayarse. Laprimera es la que se deriva de un elemen-tal principio de realidad, que obliga a con-siderar las limitaciones existentes de parti-da, propias de un contexto marcado por eldeclive de los estudios sobre desarrollo ypor las deficiencias teóricas y metodológi-cas de una subdisciplina que han dado lu-gar a lo que Berzosa (2006) ha denominadoel subdesarrollo de la economía. Y la segunda,la que tiene que ver con la necesidad de vin-cular el análisis propuesto al estudio de lascaracterísticas propias del sistema econó-mico en el que nos encontramos, como as-pecto esencial del tema que se desea enfren-tar ya que, como recuerda Martínez Peina-do “los nuevos paradigmas de desarrollono se escapan del conflicto entre teoría yresultado, entre concepto y medida, porque,en realidad, dicho conflicto es la imposibi-lidad de una teoría del desarrollo, o de unconcepto de desarrollo, sin apellidos, sincalificación del modo de producción, dis-tribución, y consumo al que encarna” (Mar-tinez Peinado, 2001).

    Las dificultades de toda índole que plan-tea una empresa de estas características fa-

    cilitan que, desde posiciones postdesarro-llistas, se insista una y otra vez en que elintento carece de sentido y que lo más fruc-tífero es abandonarlo cuanto antes, tras dé-cadas de reorientaciones y fracasos conse-cutivos. Así, mientras para W. Sachs (1992)“la idea del desarrollo permanece todavíaen pie, como una especie de ruina, en elpaisaje intelectual... (y) … es hora de des-mantelar su estructura mental”, G. Rist(2002) sugiere que “las luces que hacíanresplandecer la esperanza se han apagado.La gran empresa que, tanto en el Nortecomo en el Sur, había comenzado tras laSegunda Guerra Mundial a fin de acelerarla consecución del desarrollo, está actual ydefinitivamente acabada”. En general, losargumentos esgrimidos desde esta perspec-tiva apuntan a dos asuntos principales: porun lado, al hecho de que gran parte de lasnuevas formulaciones sean incorporadas,sin grandes problemas, al discurso oficial,lo que demostraría la ambigüedad de unasideas que permiten jugar “en distintos ta-bleros” (Rist, 2002); y, por otra parte, a laconstatación de que el refinamiento de lateoría ha acabado por convertirse en un ejer-cicio meramente abstracto sin repercusio-nes prácticas.

    Algunos (de los muchos)problemas pendientes

    Así las cosas, el esfuerzo por redefinirel desarrollo se vuelve una tarea complejaque no puede pasar por alto, ni dar la es-palda, a algunas cuestiones fundamentales.Dada la magnitud de la tarea, que superaampliamente las posibilidades de este en-sayo, me limitaré a destacar tres de entreellas que, en mi opinión, resultan más rele-vantes, a la vez que sirven para resumir

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    otras muchas: ¿Qué referencias teóricas?¿Qué ámbito de análisis? ¿Qué perspectivametodológica? Lógicamente, tampoco pre-tendo dar aquí una respuesta acabada aestas interrogantes, sino plantear algunoselementos que contribuyan a arrojar algode luz sobre las mismas, apuntando paraello caminos de reflexión o de debate.

    En primer lugar, a la hora de plantearalgunas referencias básicas que puedanaportar luz a un nuevo impulso de la ideade desarrollo, conviene tener en cuenta lanecesidad de diferenciar entre el pensa-miento ilustrado por un lado, y la moder-nización occidental como proceso históri-co global por otro. De acuerdo con esa pers-pectiva, las ideas ilustradas sobre el progre-so, surgidas en el siglo XVIII, habrían sidoincorporadas al proceso modernizador y,al mismo tiempo, marginadas del mismo,especialmente en lo referente al abandonode las pretensiones reguladoras de la razón,de la teleología histórica, o de la filosofíadel progreso (Del Río, 1997). La manera enque, con el tiempo, ha ido conformándosela vida económica, política, social o cultu-ral no representa, necesariamente, la únicaplasmación posible de aquellas. De ahí quepueda ser conveniente volver la vista haciaatrás, y rescatar algunos aspectos del hu-manismo ilustrado, que fundamenten unanueva percepción del desarrollo, y sirvan ala vez de referencia, tanto frente a quienespretenden profundizar en el actual mode-lo, como frente a los que, rechazándolo, nie-gan cualquier tipo de universalidad.

    Partiendo de estas preocupaciones, laidea kantiana sobre el ser humano como finen sí mismo –frente a su consideracióncomo medio para el logro de otros fines máso menos precisos o abstractos– representaun sólido anclaje para una noción de desa-

    rrollo centrada en la capacidad real de op-tar de las personas y de hacerlo sin perju-dicar las opciones de otras. En los últimostiempos, la preocupación por la inversiónproducida en el tratamiento de medios yfines, y por las consecuencias de la misma,ha consituido una preocupación central enlo que se ha venido a llamar ética del desa-rrollo (ver Goulet, 1999). En esa dirección,la perspectiva del incremento de capacida-des y la de la sostenibilidad constituyen unimportante punto de partida, por más quesu concreción en conceptos como desarrollohumano y desarrollo sostenible plantee más deun interrogante, dado el uso y abuso quese ha hecho de los mismos.

    Ambas aproximaciones expresan un re-chazo hacia la orientación seguida por lamayor parte de los enfoques convenciona-les –marcada por una visión reduccionistadel bienestar, por un manifiesto producti-vismo, y por desconsideración de la natu-raleza y de la base física de recursos–, peroello no significa que puedan fusionarse demanera automática para dar lugar a unnuevo paradigma. Como ha señalado Sut-cliffe (1995), la conveniencia de combinarestos dos conceptos críticos del desarrollo,de estudiar sus relaciones, y de promoverestrategias que tengan en cuenta los reque-rimientos de ambos, no puede ocultar que,a menudo, los intentos por presentarlos deforma conjunta reflejan más las buenas in-tenciones que la coherencia analítica. Eneste contexto, el análisis de los requerimien-tos que plantea el avance hacia una nuevanoción de desarrollo constituye una opciónprometedora, en la que pueden convergertanto la perspectiva del desarrollo humanocomo la de la sostenibilidad. A este respec-to, resulta de gran interés el planteamientoUl Haq (1999) sugiriendo cuatro requisitos

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    principales para una nueva noción de de-sarrollo: generación de medios de vida,equidad, sostenibilidad, y empoderamien-to, que bien podrían interpretarse como susdimensiones económica, social, ecológica,y política.

    El ámbito de análisis del desarrolloconstituye otro de los grandes temas quees preciso dilucidar para poder dar nuevospasos hacia adelante. Si históricamente eldesarrollo fue estudiado y evaluado sobretodo en el marco de los Estados-nacióncomo principal y casi único espacio eman-cipatorio, hoy en día su examen requierecontemplar procesos que operan e interac-túan en diferentes ámbitos y escalas, dan-do lugar a dinámicas cuyo análisis se hacemás y más complejo. Desde esta perspecti-va, es preciso considerar, en primer térmi-no, los procesos globales, como reflejo dela incontestable universalidad del desarro-llo en la actualidad. Es cierto que no existeuna cultura universal, ni la misma percep-ción de algunos fenómenos en unos y otroslugares. Cierto también que los anhelos dela gente se encuentran tamizados por dis-tintas referencias locales. Pero, más allá deestas consideraciones, la vida de todas laspersonas se ve afectada por la globalización,por una universalidad fáctica (Corominas,2007) que condiciona la existencia de losseres humanos a través de una compleja ytupida red de relaciones de interdependen-cia.

    En ese contexto, la apelación al relati-vismo cultural y la negación de valores uni-versales pueden acabar constituyendo ins-

    trumentos para enmascarar los vínculosreales de explotación y marginación exis-tentes en el mundo, y que son el origen delsufrimiento de millones de seres humanosy de la ausencia de oportunidades para losmismos. Además, la reivindicación de re-ferencias básicas que permitan disponer decódigos compartidos, capaces de asegurarla ampliación de capacidades desde la li-bertad y la igualdad de derechos, no impli-ca en modo alguno negar la diversidad cul-tural, ni la potencialidad –para el desarro-llo humano y la sostenibilidad– de formaslocales de organización social compatiblescon aquellos19 . De ahí la importancia devincular la reinterpretación del concepto dedesarrollo al análisis de los mecanismos deregulación globales que permitan el impul-so del desarrollo humano y la sostenibili-dad en unos y otros lugares; que posibili-ten, en suma, que el desarrollo de la globa-lización no obstaculice la globalización deldesarrollo, entendida ésta como la univer-salización del bienestar humano .

    Sin embargo, la consideración de unasreferencias y un marco globales no puedeplantearse en oposición a la diversa reali-dad de los procesos de desarrollo en unosy otros lugares. A este respecto, son mu-chas las aproximaciones llevadas a cabo enlos últimos tiempos a la nueva realidad delterritorio no ya como ámbito, sino tambiéncomo sujeto mismo de los procesos de de-sarrollo. La revalorización de los espacioslocales y el aprovechamiento de las poten-cialidades propias de los diferentes ámbi-tos territoriales constituyen, desde esta

    19 Estas referencias, cuya pertinencia ha sido objeto de fuertes controversias en los últimos años- estarían enlínea con la preocupación planteada por Marta Nussbaum por ofrecer “las bases filosóficas para una explica-

    ción de los principios constitucionales básicos que deberían ser respetados e implementados por los gobier-nos de todas las naciones, como mínimo indispensable para cumplir la exigencia de respeto hacia la digni-

    dad humana” (Nussbaum, 2002).

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    perspectiva, pilares de una estrategia capazde operar en diferentes escalas, frente aplanteamientos meramente defensivos oparticularistas ante el fenómeno de la glo-balización. Por lo que respecta al ámbito delos Estados nación, no puede obviarse quelos mismos siguen constituyendo una rea-lidad capaz de condicionar aspectos rele-vantes de los procesos de desarrollo, pormás que hayan perdido buena parte de sucapacidad de gestión sobre los mismos. Fi-nalmente, es preciso considerar asimismola articulación entre unos y otros ámbitos,entre unos y otros procesos, lo que tiene quever con el margen de maniobra existente enlos distintos espacios económicos y socia-les (Martínez González-Tablas, 2002), ytambién con el diferente rol que las institu-ciones pueden desempeñar en unos yotros20 .

    Por último, y refiriéndonos a perspecti-va metodológica, es preciso subrayar queel empeño de redefinir el desarrollo desdeuna nueva visión acorde con los problemasy retos del momento presente, requiere laadopción de un enfoque pluridisciplinar.Frente al sesgo economicista dominante enlos estudios sobre desarrollo a lo largo devarias décadas, los defensores del postde-sarrollismo ponen el énfasis en la adopciónde un enfoque principalmente antropoló-gico. Sin embargo, tanto la multidimensio-nalidad de la idea de desarrollo, como lainteracción y articulación entre los ámbitosdel mismo, requieren del concurso de dis-tintas aproximaciones que van, desde lasya tradicionales –económica, sociológica,política, antropológica- hasta otras hoy im-

    prescindibles como son la ecológica o larelacionada con la información y la comu-nicación.

    Además, los debates teóricos sobre eldesarrollo son inseparables de las propues-tas concretas que puedan derivarse de losmismos, lo que dificulta la aceptación decualquier paradigma cuya traducción prác-tica sea difícil de plasmar. Ello obliga a unespecial esfuerzo en el terreno de la eva-luación, propiciando la búsqueda de refe-rencias precisas que permitan valorar avan-ces o retrocesos en términos de desarrollo,lo remite al complejo asunto de los indica-dores. A este respecto, es preciso conside-rar no s�