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DEMOCRACIA Y TOTALITARISMO

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PÁGINA INDÓMITA

DEMOCRACIA Y TOTALITARISMO

RAYMOND ARON

Traducción deLuis González Castro

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© Éditions Gallimard, 1965© de la traducción, Luis González Castro

© de la presente edición, página indómita, s.l.u.Providencia 114 bis, 4º 4ª. 08024 Barcelona

www.paginaindomita.com

Diseño de cubierta y composición: Ángel UzkianoImagen de cubierta: Congreso de Núremberg de 1936

Impresión y encuadernación: Romanyà VallsPrimera edición: septiembre de 2017

Todos los derechos reservados

isbn: 978-84-946557-4-6Depósito legal: C-1128-2017

Título original: Démocratie et totalitarisme

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ÍNDICE

Introducción 9

Primera parte. conceptos y variables 21

1. De la política 232. De la filosofía a la sociología política 393. Dimensiones del orden político 554. Partidos múltiples y partido

monopolista 755. La variable principal 93

Segunda parte. Los regímenes constitucional-pluralistas 111

6. Análisis de las principales variables 1137. Del carácter oligárquico de los regímenes

constitucional-pluralistas 1338. En busca de la estabilidad y la eficacia 1539. La corrupción de los regímenes

constitucional-pluralistas 171

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10. ¿Es inevitable la corrupción? 18911. La corrupción del régimen francés 209

Tercera parte. El régimen de partido monopolista 227

12. El hilo de seda y el hilo de la espada 22913. Ficciones constitucionales y realidad

soviética 24714. Ideología y terror 26915. Del totalitarismo 28916. Las teorías del régimen soviético 30717. El devenir del régimen soviético 325

Conclusión 343

18. De la imperfección de los regímenes 34519. Los patrones históricos 365

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INTRODUCCIÓN

El presente volumen, publicado originalmente en el Centrede Documentation Universitaire bajo el título, más exactopero demasiado extenso, de Sociología de las sociedades in-dustriales. Esbozo de una teoría de los regímenes políticos,es el tercero de una serie cuyos dos primeros títulos sonDieciocho lecciones sobre la sociedad industrial y La luchade clases (publicados en el CDU bajo el título de El des-arrollo de la sociedad industrial y la estratificación social).Si bien solo el examen de la serie completa permite hallarel verdadero sentido que anima la totalidad del estudio,cada uno de estos volúmenes constituye un todo en sí ypuede leerse con independencia de los demás.

Las diecinueve lecciones de la obra que ahora nosocupa fueron desarrolladas en La Sorbona durante el cursouniversitario 1957-1958. Así pues, debo recordar en pri-mer lugar la advertencia realizada en el prólogo de las Die-ciocho lecciones sobre la sociedad industrial.

«Mero momento de un estudio, instrumento de tra-bajo para los estudiantes, el curso sugiere un método, es-boza concepciones, aporta hechos e ideas y, de manera in-evitable, lleva consigo las huellas de la docencia y de laimprovisación. Las lecciones no han sido redactadas de an-

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temano: el estilo es, por lo tanto, el del lenguaje hablado,con los inevitables defectos que las correcciones ulteriorespermiten atenuar, pero no suprimir.»

El lector no debe olvidar la fecha en que se ofreció elcurso (1957-1958) si quiere interpretar correctamente al-gunas lecciones, en particular la undécima, «La corrupcióndel régimen francés», y sobre todo la decimonovena y úl-tima, desarrollada en la segunda mitad del mes de mayo,tras los acontecimientos del día 13 de dicho mes y antesdel ascenso al poder del general de Gaulle. Por lo tanto,no es necesario hacer hincapié en que las consideracionessobre el régimen francés, es decir, el de la IV República,carecen ya de interés actual y simplemente tienen un ca-rácter retrospectivo comparable al de las consideracionessobre el régimen de Weimar. Ello, sin embargo, no quieredecir que carezcan de sentido. Muy al contrario, quizáshayan ganado en alcance histórico lo que les ha tocadoperder en el plano de la política o del periodismo. El pasode la IV a la V República representa ya un modelo del finde una democracia corrupta, uno tan clásico en su génerocomo el paso de la República de Weimar al Tercer Reich,y que en cierta forma tiene de tranquilizador lo que de te-rrorífico tuvo el otro.

En ambos casos se produjo un golpe de Estado legalo semilegal.Hitler fue llamado a la cancillería por el presi-dente Hindenburg, y el general de Gaulle, designado porRené Coty, fue investido legalmente por la Asamblea Na-cional francesa. Pero en el segundo caso el voto solo fuelibre en apariencia. La sedición había precedido a la seduc-ción. Los historiadores todavía discuten sobre el papel ju-gado por el propio general de Gaulle en los acontecimien-tos de Argelia. Él no fue el único que deseó u organizó larebelión de los franceses y de los militares, pero a partir

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de la declaración a la prensa el 15 de mayo, a la hora enque los semiinsurrectos de Argel parecían dudar si cruzaro no el Rubicón, fue el general quien, de forma directa o através de intermediarios, llevó todo el peso del juego, man-teniendo la suficiente distancia con respecto a los hombresde Argel para aparecer como árbitro, cuando no como sal-vador, ante los ojos de los políticos de la IV República.Estos no ignoraban que perdían el poder desde el mo-mento en que lo recuperaba el solitario de Colombey,1

pero de haberse llevado a cabo la operación denominadaResurrección no habrían perdido únicamente dicho poder.Francia se mostró una vez más experta en el «arte de losgolpes de Estado legales», por emplear la expresión que fi-gura en la lección decimonovena. El voto de la AsambleaNacional en junio de 1958 obedecía a la presión y, en estesentido, era comparable al de la Asamblea de Vichy enjulio de 1940. La sombra de los pretorianos se dibujabasobre la «casa sin ventanas» del Palacio Borbón, del mismomodo que dieciocho años antes se había cernido sobre elcasino de Vichy. La República de los diputados no ha te-nido en el siglo xxmártires que, como Baudin, víctima delindisimulado golpe de Estado de Luis Napoleón, puedanser recordados por los historiadores.

Sea cual fuere el juicio aplicado a la transición de unarepública a otra en mayo y junio de 1958 y el papel atri-buido al general de Gaulle, es indudable —y el presentecurso da prueba de ello— que tanto los actores como losobservadores de la IV República tenían, en 1957-1958, lasensación de que el régimen estaba en crisis. Esta nacía dela conjunción de un difícil problema —el destino de Ar-gelia, la Argelia de la época francesa— y unas instituciones

1. De Gaulle nació en Colombey-les-Deux-Églises. (N. del T.)

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débiles y desacreditadas. A ojos del historiador, y con laobjetividad que permite el tiempo, el balance de la IV Re-pública no parece tan desastroso hoy como hace ochoaños. A pesar de la inflación, la modernización de la eco-nomía iba por buen camino. La adaptación a la coyunturamundial, la reconciliación con la Alemania de la RepúblicaFederal y el acuerdo del carbón y del acero eran hechosconsumados, y el tratado de Roma estaba ya firmado. Parair a tono con el siglo, la IV República solo tenía quefranquear dos obstáculos: debía poner fin a la danza inin-terrumpida de ministerios que, aun cuando no tuviese con-secuencias tan trágicas como pretendía el eterno antipar-lamentarismo francés, hacía que el país resultase ridículoen el extranjero, y debía poner fin también al conflicto ar-gelino, permitiendo una descolonización impuesta tantopor el espíritu de la época como por el anticolonialismo delos dos grandes y el debilitamiento de Francia a causa dela Segunda Guerra Mundial.

Estos dos obstáculos eran probablemente insupera-bles. El general de Gaulle nunca habría consentido la des-colonización si la responsabilidad y el mérito no eransuyos. Él no era, por así decirlo, un elder statesman preo-cupado por instruir a la nación, sino un político impacientepor ocupar el único puesto que juzgaba digno de sí mismo,el de guía supremo, «encarnación de la legitimidad». Encualquier caso, a la República de los diputados le habríacostado trabajo reformarse. Las circunstancias históricas ysociales con las que es factible comparar la praxis de la IVRepública son múltiples. Desde 1789, Francia no ha tenidoun régimen que no haya sido discutido, ni ha contado conpartidos poco numerosos y bien organizados, ni con unaética del parlamentarismo no escrita y respetada, ni con unaestabilidad ministerial en el régimen parlamentario. Tam-

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poco existe en los dos últimos siglos un ejemplo de un ré-gimen francés que haya sabido reformarse a sí mismo.

Las escasas posibilidades que podía haber tenido laIV República de superar esos dos obstáculos desaparecíandebido a la composición de su última Asamblea y a las ac-ciones de los gaullistas. Incluso el general de Gaulle se en-cerraba en un mutismo misterioso: todos aquellos que lovisitaban en Colombey volvían con la impresión de quecompartía los sentimientos que ellos albergaban. Es ciertoque los liberales estaban más convencidos de ello que losextremistas, pero estos últimos confiaban en que el antiguojefe de la Francia combatiente, al hacerse con el poder, re-cuperaría el que había sido su lema durante la guerra: sal-vaguardar a toda costa cada palmo de terreno en el que hu-biera ondeado la bandera tricolor. Mientras tanto, losextremistas de filiación gaullista se desataban y denuncia-ban ante la indignación pública a aquellos franceses culpa-bles de recomendar una línea política de la que ellos mis-mos se enorgullecerían años más tarde.

Así pues, aquel a quien yo denominaba hace ochoaños el «salvador legal» se ha transformado en el herederode la «República corrupta» (y él ha contribuido a la co-rrupción con sus mejores artes), asumiendo alternativa-mente, tal y como lo preveía yo en la lección decimono-vena, la función de dictador (en el sentido romano delvocablo) y la de legislador. La solución que ofreció al pro-blema argelino tiende a confirmar la tesis sugerida en estaslecciones: los franceses achacaban falsamente a su régimen«la pérdida del Imperio» o «la descolonización», impuestade forma irresistible por las fuerzas mundiales. En elfondo, lo justo habría sido decir que la IV República eraincapaz no de guardar sino de perder Argelia. Francia ne-cesitaba un gobierno fuerte para elevarse hasta el «heroís-

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mo del abandono». El espectro y los fanáticos seguidoresdel general de Gaulle prohibían a todos los gobernantesde la IV República hacer lo que la mayoría de ellos sabíanque era inevitable y deseable. Solo algunas personalidadestrágicas, como Georges Bidault, fueron fieles a sí mismashasta el final, fuese este final el exilio o la prisión, o quizásfueron fieles a la figura del general de Gaulle «que nuncaabandona nada». Por lo que a mí respecta, no puedo evitarsentir cierta simpatía hacia todos aquellos que, siendo di-ferentes a los gaullistas de estricta observancia, colocaronla fidelidad a sus propias ideas por encima de la lealtad aun hombre.

Si la obra del dictador tiende a confirmar los análisisde estas lecciones, ¿ocurre lo mismo con la obra del legis-lador? Las consideraciones de la lección undécima teníancomo hipótesis básica la coyuntura política de la IV Re-pública, y no abordaban la eventualidad de una revolución,aun cuando esta fuese pacífica y semilegal. El régimen dela V República no pertenece a ninguno de los tipos clásicosdistinguidos por los politólogos: no es una modalidad nidel régimen parlamentario (cuyo modelo puro se halla enla práctica británica) ni del gobierno presidencial (cuyamanifestación estadounidense se cita siempre), sino querepresenta el retorno a un imperio parlamentario, dondeel emperador, elegido por siete años mediante sufragio uni-versal, ostenta los poderes de jefe del Ejecutivo y usa conextrema libertad el referéndum-plebiscito.

Tal y como funciona desde 1958, el régimen es esen-cialmente gaullista, es decir, está más determinado por lapersona del jefe de Estado que por el texto de la Constitu-ción. Nadie alberga dudas con respecto a la distribuciónde la autoridad entre el presidente de la República y el pri-mer ministro mientras el general de Gaulle resida en el Elí-

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seo. También se le debe al general que en 1962 fuese elegidauna mayoría parlamentaria compuesta por diputados de laUNR2 y por independientes atraídos por la coalición. Enotras circunstancias, es posible la rivalidad entre las doscabezas del Ejecutivo, la oposición entre la mayoría par-lamentaria y el presidente de la República. Así pues, seríaimprudente afirmar que la Constitución de 1958, despre-ciada incluso por su propio creador, está destinada a ponerpunto final a las tribulaciones político-constitucionalesfrancesas.

El retorno a los juegos, placeres y delicias de la III yIV Repúblicas es a mi juicio totalmente improbable. LaConstitución de la V, cualesquiera que sean las modifica-ciones que sufra tras la desaparición del general de Gaulle,proporciona al Ejecutivo tales medios de acción que la re-surrección de una República de diputados parecerá incon-cebible durante mucho tiempo. Según las ideas hoy enboga, la decadencia del Parlamento y el robustecimiento ala vez del Gobierno y de la Administración responden alas necesidades de la sociedad industrial. La astucia de larazón, por utilizar la expresión de Hegel, se habrá servidode las pasiones de los defensores de la Argelia francesa paraprovocar la revolución que el «héroe histórico» utilizó asu vez para dotar a Francia de las instituciones que respon-den a las necesidades de la civilización moderna. Ahorabien, esta interpretación no excluye una segunda más ins-pirada por la historia, y que yo denominaría pendular. LaRepública de los diputados, en la que el jefe del Ejecutivo(con frecuencia apenas conocido por los ciudadanos) surge

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2. Unión para la Nueva República, partido político creado en oc-tubre de 1958 alrededor del general de Gaulle para unir a los diversosgrupos de la derecha. (N. del T.)

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de una oscura competición entre los partidos y las ambi-ciones de algunas personalidades dominantes, ha sido unavez más reemplazada por una República consular. La luzse concentra en un solo hombre que integra en su destinoel de toda una nación, que es más poderoso que los reyeslegítimos de antaño, pero que extrae su legitimidad de lavoluntad popular, tal y como esta se expresa a través de losreferendos en lugar de mediante las elecciones. Vista conperspectiva histórica, la V República es evidentemente elTercer Imperio, liberal y parlamentario desde sus comien-zos, aunque, todo sea dicho, no muy parlamentario (y qui-zás menos hoy, en 1965, que en 1959).

Estas dos interpretaciones —para simplificar, diga-mos que una es sociológica y otra histórica— ponen de re-lieve dos aspectos de la coyuntura política de Francia. Sepuede decir que el régimen actual repite las experienciasanteriores con un estilo singular, inseparable de la perso-nalidad de un hombre; se puede decir también que iniciauna fase nueva. La Constitución actual permite prácticasbastante diferentes, según las relaciones entre los dos jefesdel Ejecutivo, entre la mayoría parlamentaria y el primerministro o el presidente de la República. Es inevitable quela práctica actual cambie tras la retirada del general deGaulle, y es posible incluso que el texto de la Constituciónse modifique en el sentido de un gobierno presidencial oparlamentario, en ambos casos con el objetivo de limitarlos poderes del presidente de la República.

Personalmente, acepto las incertidumbres del porve-nir sin tomarlas en sentido trágico. Los observadores tien-den a juzgar los regímenes políticos abstrayendo las tareasque estos deben cumplir. La IV República e incluso la IIIafrontaron graves problemas. Después de 1945, Franciatenía que levantarse de entre las ruinas, incorporarse a una

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coyuntura diplomática sin precedentes, admitir una Eu-ropa unida, modernizar su economía y transformar fun-damentalmente, por no decir abandonar, su imperio, ydebía hacer todo ello al mismo tiempo. El conflicto conti-nuo entre el general de Gaulle y los partidos, durante elperiodo de 1946 a 1958, pesó enormemente sobre la IV Re-pública y fue un factor paralizante, puesto que los gaullis-tas no dejaban de criticar la obra de unificación europea yde descolonización —una obra que hoy en día los france-ses deben agradecer a la V República.

La República gaullista no dejará una herencia tan pe-sada como la que encontró. Los principales problemas queFrancia debía resolver tras 1945 han sido solucionados y,salvo que ocurra algún accidente, no parece que vayan asurgir problemas tan difíciles. Tal vez lo más complicadosea la liquidación de ciertos elementos del gaullismo: cier-tas costumbres autoritarias y arbitrarias que el estilo delpresidente de la República ha insuflado a los personajesmás diminutos, una política exterior que prefiere la bri-llantez y los éxitos teatrales en lugar de las construccionesduraderas y que ya no consigue distinguir entre táctica yestrategia, entre el juego y el objetivo, o que parece notener otra finalidad que afirmarse a sí misma en un juegoque se renueva continuamente.

La IV República me sirvió como ejemplo de la co-rrupción de un régimen constitucional-pluralista durantela primera parte del curso, mientras que en la segundaparte tomé el modelo soviético como ejemplo del régimende partido monopolista. Así pues, considero necesariodecir unas palabras acerca de la evolución de este régimenentre 1958 y 1965.

Las modificaciones, claro está, se ven limitadas aquíde forma diferente a lo que ocurre en Francia. En esencia,

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el régimen soviético no ha cambiado desde la época en quedi las clases y denuncié a Stalin y el culto a la personalidad.La evolución ha seguido el camino que entonces me pare-cía más probable, ese que se ha dado en llamar liberaliza-ción, y creo que las contradicciones del régimen de partidomonopolista que analizo en las lecciones 16, 17 y 18 aflo-ran actualmente a la superficie.

La contradicción central se resume en la fórmula si-guiente: el día en que se concede a la intelligentsia el dere-cho a debatir racionalmente la mayoría de las cuestiones,¿cómo negarle el derecho a debatir el monopolio del par-tido, es decir, la identificación del proletariado y el partido,y por consiguiente el fundamento mismo de la legitimidaddel régimen? Esta contradicción puede parecer puramenteteórica y por tanto poco temible para el Poder, pero la rea-lidad es muy diferente. Poner en tela de juicio la fórmulade la legitimidad implica cuestionar al régimen en sí.Como, simultáneamente, el terror se reduce al mínimo, ose elimina por completo, faltan al mismo tiempo los dosprincipios (en el sentido de Montesquieu). ¿Por qué tenermiedo si la legalidad socialista es respetada o, en otros tér-minos, si solo los culpables han de temer el rigor de lasleyes? ¿De dónde vendrá el entusiasmo si los problemasesenciales son los de la racionalización económica, y si estaa su vez exige con toda claridad el cálculo económico, eltipo de interés y unos precios que tengan en cuenta la es-casez relativa de los bienes, esto es, la mayoría de los con-ceptos y de los mecanismos del capitalismo o, de formamás precisa, del mercado?

Esto en absoluto quiere decir que mi conclusión seaque el régimen soviético esté auténticamente condenado,a no ser que se pretenda sugerir que todos los regímenesse encuentran abocados a la muerte desde el mismo día de

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su nacimiento. Los ciudadanos soviéticos están orgullososde su país y del poder que este ha logrado, y asocian deforma más o menos estrecha el régimen y la patria. El há-bito sustituye así al entusiasmo o al miedo. Las condicio-nes de vida mejoran. El retorno a la vida cotidiana (die Ve-ralltäglichung, según la expresión de Max Weber) disipa ala vez las ilusiones de los idealistas y las pesadillas de lossombríos profetas.

En cualquier caso, el régimen de partido monopolista,tal y como se observa hoy día en la Unión Soviética, es ala vez demasiado despótico para lo que pretende tener deliberal y demasiado liberal para lo que quiere conservar dedespótico. En el exterior, corre el riesgo de perder el mo-nopolio de la idea revolucionaria en provecho de unaChina comunista que es más pobre, más violenta en el usode las palabras y más tiránica. Y en el interior está dirigidopor hombres de la tercera generación, quienes no han par-ticipado en la conquista del poder ni en la guerra civil, yson producto del régimen en sí y no de la rebelión contrael orden anterior. Estos hombres no pueden ignorar ya lainadecuación de los modelos estalinistas de planificacióna las necesidades de una economía más compleja, y com-prueban que la agricultura, tras el progreso del periodo1953-1959, ha dejado de avanzar en los últimos cinco años.¿Pueden lograr al mismo tiempo racionalizar la economía,satisfacer a los consumidores y devolver a la Unión Sovié-tica el prestigio de la idea revolucionaria? Fue en la épocade la Gran Purga cuando se difundió la gran mentira delrégimen más humano del mundo. La historia encierra unaextraña lógica. El régimen soviético necesitaba el delirioestalinista y el terror para poder fascinar. Cuanto más re-conocen los planificadores soviéticos las exigencias delmercado, menos impresionan a los occidentales con sus

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tasas de crecimiento (que en cualquier caso disminuyen).Cuanta más libertad conceden los gobernantes soviéticosa los intelectuales, y cuanta más seguridad conceden a lossimples ciudadanos, menos pueden vanagloriarse en el ex-terior de sus logros ficticios. La normalización interna pa-raliza la propaganda externa. Aquí y allá la realidad se so-brepone a la ficción. ¿Se resignarán los constructores delporvenir a ser simplemente lo que son, gestores de una so-ciedad jerárquica y administrativa deseosos no ya de al-canzar a Occidente, sino de imitarlo?

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PRIMERA PARTECONCEPTOS Y VARIABLES

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1DE LA POLÍTICA

El término política se emplea en varios sentidos. Se hablade política interior y de política exterior, de la política deRichelieu y de la política con respecto al alcohol o la re-molacha, y a veces resulta desesperante tratar de encontraralguna unidad entre tal diversidad de usos. Bertrand deJouvenel, en una obra de reciente publicación, opina quelas acepciones del término varían hasta tal punto que espreferible dejar a la libre iniciativa de cada cual la elecciónde uno de los múltiples sentidos. Quizás tenga razón, peroa Auguste Comte le gustaba comparar las diversas acep-ciones de una misma palabra y extraer su esencia concep-tual a partir de dicha diversidad, y a mi juicio es posibleencontrar cierto orden en este caos llamando la atenciónsobre tres equívocos fundamentales, que se revelan comotales en cuanto se les somete a análisis.

El primer equívoco se debe a que con la palabra polí-tica se traducen dos vocablos ingleses, cada uno de los cua-les tiene una significación muy precisa. Política indica enfrancés lo que los anglosajones denominan policy y lo quedenominan politics.

Se entiende por policy una concepción, un programade acción o la acción misma de un individuo, grupo o go-

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bierno. Cuando se habla de la política con respecto a laproducción de alcohol, se considera el programa de acciónaplicado a un problema dado, el de los excedentes y el dé-ficit. Cuando se evoca la política de Richelieu, se piensa enla idea que este tenía de los intereses del país, en los finesque perseguía y en los métodos que para ello empleaba.Así pues, en su primer sentido el término política designael programa, el plan de acción o la acción misma de un in-dividuo o de un grupo respecto a un problema o a la tota-lidad de los problemas de una colectividad.

Un segundo significado de política, politics en inglés,se aplica al campo en que rivalizan o se oponen las diversaspolíticas (en el sentido de policy). La política, en esta acep-ción, es el ámbito donde compiten individuos o grupos,cada cual con su policy, es decir, con sus objetivos, sus in-tereses e incluso su filosofía.

Estos dos sentidos, a pesar de ser distintos, están co-nectados: las políticas, definidas como programas de acción,corren siempre el riesgo de chocar unas con otras; tales pro-gramas no siempre están de acuerdo entre sí. El ámbito dela política conlleva un elemento de conflicto, pero tambiénun elemento de acuerdo. Si las diversas políticas, es decir,los fines perseguidos por los individuos o grupos en el senode una colectividad, fuesen rigurosamente contradictorias,se entablaría una lucha sin cooperación posible y la colec-tividad dejaría de existir. La colectividad política se definemediante la composición de programas de acción en partecontradictorios y en parte compatibles.

Los gobernantes tienen sus programas de acción, peroestos no pueden realizarse sin la cooperación de los gober-nados. Lo que ocurre es que los gobernados rara vez aprue-ban unánimemente a aquellos a los que deben obedecer.

Mucha gente sin malicia piensa que la política como

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programa de acción es noble, mientras que la política comoconflicto de programas de acción de los individuos y losgrupos es ruin. Pero, como veremos más adelante, la ideade que podría haber política, es decir un programa de ac-ción de los gobernantes, sin conflicto es falsa.

El segundo equívoco reside en que designamos conel mismo término la realidad y la conciencia que de lamisma tenemos: con la palabra política hacemos referenciaal conflicto entre partidos y al conocimiento de ello. Setrata de un equívoco que también encontramos en el casodel término historia: la misma palabra alude a la sucesiónde sociedades o épocas y a la conciencia que de ello tene-mos. Lo político designa a la vez un dominio y su conoci-miento, y me parece que en ambos casos el origen del equí-voco es el mismo. La conciencia de la realidad es parte dela realidad misma. Existe historia, en el sentido radical dela palabra, en la medida en que los hombres tienen con-ciencia de su pasado, de la diferencia entre este y el pre-sente, y en la medida en que reconocen la diversidad detiempos históricos. De igual modo, la política como campode acción supone la conciencia de dicho dominio. En todacolectividad, los hombres han de saber más o menos quié-nes mandan, cómo han sido elegidos y de qué manera seejerce la autoridad. Todo régimen político implica su co-nocimiento por parte de los individuos que lo integran.No podríamos vivir democráticamente, tal y como prac-ticamos la democracia en Francia, si los ciudadanos no tu-viesen cierto grado de conocimiento de las reglas por lasque se rige el régimen. La política como conocimientoconsiste en el desarrollo de esta conciencia espontánea. Porello, en toda conciencia política se da la posible oposiciónentre la política vivida y las demás políticas factibles; encuanto la política va más allá de la defensa e ilustración del

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régimen establecido, tiende bien a suprimir toda referenciaa los valores (nosotros hacemos las cosas de esta forma, losdemás las hacen de otra, y nos abstenemos de juzgar elvalor relativo de nuestros métodos y los suyos) o bien abuscar un criterio para determinar cuál es el mejor régi-men. La integración de la conciencia política en la realidadpolítica plantea el problema de la relación existente entreel juicio fáctico y el juicio de valor, algo que no ocurrecuando se trata de realidades naturales en las que la con-ciencia no forma parte de la realidad misma.

El tercer equívoco, el más importante, se debe a quetambién denominamos política, por una parte, al conjuntosocial observado desde cierto punto de vista y, por otra, aun sector particular de dicho conjunto.

La sociología política estudia determinadas institu-ciones, como los partidos, el Parlamento y la Administra-ción en las sociedades modernas. Tal vez dichas institucio-nes constituyan un sistema, pero si lo comparamos con lafamilia, la religión o el trabajo, se trata de un sistema par-cial. Este sector del conjunto social tiene la particularidadde determinar la elección de quienes gobiernan la colecti-vidad y del modo de ejercer la autoridad. En otros térmi-nos, se trata de un sector cuyas repercusiones sobre el con-junto social son inmediatamente perceptibles. Se podríaobjetar que el sector económico también influye en losdemás sectores de la realidad social, lo cual es cierto, perolos gobernantes de una sociedad no gobiernan sobre lospartidos o los parlamentos, gobiernan la vida económicay tienen derecho a tomar decisiones con respecto a todoslos sectores del conjunto social.

También se podría presentar la relación existenteentre el sector parcial y el conjunto social de otra manera:toda cooperación entre los hombres implica una autoridad;

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o, dicho de otro modo, la forma en que se ejerce esta y laelección de los gobernantes representan la esencia de la po-lítica. Esta es la característica más destacada de la colecti-vidad, puesto que es la condición para toda cooperaciónentre los hombres.

Los tres equívocos son comprensibles y están bienfundamentados. La política como programa de acción y lapolítica como campo de acción están ligadas, puesto queen el campo de acción es donde rivalizan los programas;la política-realidad y la política-conocimiento están inte-rrelacionadas, puesto que el conocimiento es parte de larealidad misma, y, finalmente, la política como sistema par-cial conduce a la política como aspecto que abarca a todala colectividad, puesto que dicho sistema parcial ejercesobre el conjunto social una influencia dominante.

Profundicemos un poco. La política es fundamental-mente la traducción del término griego politeia y, en esen-cia, es lo que los griegos denominaban el régimen de laciudad, es decir, la forma de organización del mando con-siderada como característica de la forma de organizaciónde toda la colectividad.

Si la política es esencialmente el régimen de la colec-tividad o su forma de organización, comprenderemos fá-cilmente el equívoco entre el sentido limitativo y el sentidoglobalizador del término. En efecto, el sentido limitativose aplica al sistema particular que determina quienes sonlos gobernantes y la forma de ejercer la autoridad, pero eltérmino puede aplicarse también al modo de cooperaciónde los individuos en el seno de la colectividad.

El segundo equívoco se deriva del anterior. Cada so-ciedad tiene un régimen y no puede tomar conciencia desí misma sin descubrir la diversidad de regímenes y el pro-blema planteado por dicha diversidad.

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