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DOS ESPAÑOLESEN

ALASKA

Reportajes de Jesús DelgadoRedactor-Jefe de

«La Gaceta del Norte» en Santander 

Introducción delP. Segundo Llorente, S. J.

1963

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Imprimi potest

Angelus Tejerina, S. J.

Praep. Prov. Leg.

Nihil obstat

Lic. Eduardo Izquierdo

Censor 

Imprimatur

† JOSE, Obispo

 Palentiae, 14 Junii 1963

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ÍNDICE

¿Por qué? (P. Castro S. J.)

Introducción (P. Segundo Llorente)

1. Alakanuk —la misión regentada por el Padre Llorente enAlaska— no figura en los Atlas.

2. En Anchorage me ofrecen una «ganga» contra el frío: un abrigode eskimal por 15.600 pesetas.

3. El primer eskimal con quien hablo es el taxista que me lleva a la pensión de Bethel.

4. Al borde del río helado abrazo, al fin, al Padre Llorente.5. «Veintisiete años no pasan en balde. Me he formado en este

tiempo una mentalidad de hijo de Dios en el destierro».

6. Las mujeres eskimales votaron contra el Padre Llorente en lasúltimas elecciones para diputados.

7. El eskimal, un hombre primitivo del siglo veinte.

8. El Padre Llorente ha recibido en estos años 30.000 cartas.

9. Curiosa versión eskimal de España: «Una gran isla con las casasde paja».

10. Para asistir a una sesión de cine, sentados sobre cajas de leche.

11. «He ahorrado todas mis dietas de diputado. Con 10.000 dólaresvoy a construir una iglesia.»

12. Primeras sorpresas al regreso: La luz, el color del cielo y elamor inmenso de los españoles.

13. El Padre Llorente en Bilbao.14. El Padre Llorente en Santander.

15. Homenaje fervoroso de su pueblo natal a un insigne misioneroleonés.

16. Ayer estuvo en Valladolid el Padre Segundo Llorente,Misionero en Alaska.

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¿POR QUÉ?

 Interrumpimos la serie de Cartas del Padre Llorente, para

introducir en este IV volumen un serial —reportajes— de Jesús Delgado,

redactor jefe de "La Gaceta del Norte" en Santander, a quien su periódico

envió por vía aérea hasta la misión de Alakanuk, al borde del mar de Beh-

ring ( 1 ).

¿Por qué los reportajes? Porque:

 —En ellos escribe y habla el propio Padre Llorente.

 —Constituyen el mejor marco a sus cartas. —Son un pedazo de su alma y una revelación de su rica

 psicología.

 —Su venida a España, a sólo tres meses de la aparición

de estos reportajes sensacionales, los ha hecho saltar al primer 

 plano de la actualidad.

 — Así reanudaremos después con mayor avidez la lectura

de las cartas del P. Llorente, el misionero de habla españolamás leído en el mundo de hoy; un hombre excepcionalmente

dotado para el ejercicio del periodismo.

 —Jesús Delgado, "el cicerone" que necesitábamos, nos

lleva de la mano hasta Alakanuk y nos susurra al oído lo que el 

 Padre Llorente le confió en sus largos coloquios, en el interior 

de la casa parroquial, en plena tundra helada; lo que el 

 famoso misionero Leonés no se hubiera atrevido a decirnos.

Que el fruto que produzcan sus cartas y estos reportajes corra parejas con el interés que han despertado.

PADRE CASTRO, S. J.

1  Este serial de reportajes apareció en La Gaceta del Norte, del 27 de enero al 9 de febrero de 1963.

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INTRODUCCIÓN

ESCRIBE EL PADRE LLORENTE

NO GANA UNO PARA SUSTOS

Está visto que no gana uno para sustos. Estaba yo tan tranquilo en micasica de Alakanuk examinando la correspondencia recién llegada, cuandome encontré de golpe y porrazo con una carta de Santander, en la que el periodista Jesús Delgado, de "La Gaceta del Norte", me espetaba así, sinmás, que dentro de unos días pensaba aterrizar en Alakanuk para convivir 

conmigo unos días. Su plan era vivir conmigo, comer conmigo,acompañarme en mis quehaceres, verme y escucharme, preguntarme yresponderme, y cuando los días se acabasen, volvería por avión aSantander a contar a sus lectores lo que oyó, vio y palpó.

Decir que me quede estupefacto no es decir cómo me quede. Endiciembre. A 30 grados bajo cero. Desde Santander. Con lo cortísimos queson ahora los días y lo largas que son las noches. Y echándosenos encimalas Navidades. Imposible. Esperando cogerle aún a tiempo, le despaché

 por avión una carta escrita de tal manera, que todo hombre racional, alleerla, tenía que desanimarse sin falta y cambiar de planes. En el mes de junio, sí; encantados. ¿Pero en diciembre? En seguida recibí dostelegramas. El segundo me decía que el miércoles Jesús Delgadoaterrizaría en Alakanuk. Y aterrizó.

Fui a esperarle al avión. Y entonces ocurrió lo gordo e inesperado: élestaba emocionado y yo no lo estaba. Yo me extrañé que él lo estuviera yél se extrañó que no lo estuviera yo. El se estaba portando como españolde pura cepa, mientras que yo, al cabo de 32 años largos fuera de España,ya no obraba según el modulo español relativo a las emociones yexpansiones del corazón. El largo trato y convivencia con los eskimaleshan hecho de mí un nórdico impávido, enemigo de gritos y exaltaciones.

Todo ese cúmulo de preguntas sobre España que se ha venidoremansando a través de los años cayó inmisericorde sobre Jesús Delgado,quien probablemente no acertó a descubrir con certeza quién era el que seentrevistaba con quién. Y así fue desfilando ante mi el mapa de España ensus diversos estratos, social, religioso, político, familiar, escolar, financie-ro, toda la piel del toro hispano en todas sus modalidades.

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Y nadie mejor que un periodista, claro, para ponerme al tanto de todoesto, aunque es evidente que me lo contó todo tal y como lo ve el mismo, pues él y no otro era el que me lo contaba. Fueron ratos muy largos decharla expansiva como no me había sido dada tener nunca con ningún otro

visitante. Luego me llegó el turno a mí y le fui dando mis apreciacionessobre la raza eskimal.

Le llevé a ver las casas y saludar a las familias una por una sin dejar apenas media docena de casas algo más apartadas. Delgado olió todas esascasas y afirmó que todas olían a lo mismo. No pudo saber a que olían, perole olían. Y todas lo mismo. Asimismo notó que en todas las casas habíaexactamente el mismo ajuar. Pero esto habrá que dejar que lo cuente él.

Las caras de los eskimales le dejaron boquiabierto. Afirmó varias

veces que la castidad tiene que ser muy fácil en Alaska. El daría dinero por que no se le acercase una eskimal a en diez metros, aunque poco a pocofue viendo la luz y creyó como cierto que al cabo de los años se borran loslinderos que circunscriben la línea clásica de la belleza como tal y se tiene por belleza otra cosa. Se me olvidó decirle —y se lo digo ahora— que a uncocodrilo le tiene que parecer muy hermosa una cocodrila. Y una hipo- pótama a un hipopótamo, etc.

 Nos reíamos mucho cuando yo, por hacerle rabiar, le ponderaba la

hermosura fascinadora de éste y ésta y el de más allá de los grupos deniños que venían al catecismo. Como hablábamos él en santanderino y yoen leonés, la masa eskimal pasaba del pasmo inicial a la risa incontenibleal oírnos dispararnos como ametralladoras. Un circo de balde que noshacía la vida un paraíso.

Otra cosa. Aunque afirmo sin cortapisas que mi español sigue tanvirgen como cuando salí por El Musel en el verano de 1930, las erressencillas y las jotas le hacían no poca gracia y me hizo repetir frases como

ésta o parecidas: "En el purgatorio vi a tres mujeres con tres tigres". Yo para vengarme le hacía pronunciar sonidos eskimales. ¡Algo horrendo!

¿Y el clima? Aunque creyó que venía bien abrigado, tuvimos quevestirle en regla. Treinta grados centígrados bajo cero no son una broma.Al respirar por la nariz se le helaba la mucosidad interior y le dolía.Después de una marcha de tres kilómetros por la nieve, volvió con hielo enel pelo de la orla del abrigo que circunda la cara y cabeza. Se trataba delaliento condensado y helado.

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En la iglesia le impresionó mucho la devoción y unción eskimal yafirmo que un porcentaje de comuniones como el de esta parroquia no seda en España. Algo es algo.

Al volver el a España, ¿me pasara algo a mí en el campo de la

emoción? El tiempo dirá. Entretanto, Jesús Delgado se vuelve a España acontar a sus lectores lo que palpó en el país de los eternos hielos.Créanselo, porque ciertamente lo palpó.

SEGUNDO LLORENTE, S. J,

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Alakanuk —la misión regentada por el Padre Llorente enAlaska— no figura en los Atlas

Antes de partir en su búsqueda, recibí, en Nueva York, unacarta en la que me pide que suspenda el viaje.

«Venir aquí —escribe— no es ir a África y ponerse acomer higos tejo un árbol.

Son las siete menos cuarto de la tarde del 2 de diciembre de 1962.Las sombras nocturnas han caído hace casi dos horas sobre los rascacielosde Manhattan, cuando me dirijo hacia el gigantesco "jet" que volará, estamisma noche, a Alaska desde el fabuloso aeropuerto de Idelwild, en NuevaYork, el mayor del mundo: mil aviones entran o salen diariamente por sus

enormes pistas; sólo la estación terminal tiene algo así como un kilómetrode longitud, radiante de luz, de estilo futurista...

Hago cola entre los pasajeros que, uno tras otro, va a tragarse elenorme y metálico vientre del "DC-8". Me preceden dos japoneses que ha- blan en su lengua; siguen mis pasos otros cuatro súbditos del Mikado. Elreactor cubre la ruta de Extremo Oriente después de repostar en An-chorage, una de las tres grandes capitales de Alaska, con Junneau yFairbanks. Tengo la impresión de que, rodeado de asiáticos, el viaje

nocturno sobre el Canadá, que vamos a emprender dentro de unosmomentos, no resultará muy entretenido para este pobre occidental. Me in-vade, además, una extraña sensación de soledad nunca experimentada, y nisiquiera la protocolaria y cordial sonrisa de la azafata de la Northwest — que no responde al mínimo canon de belleza exigible por las Compañíasaéreas— logra elevar un poco la moral. Estoy deprimido por las circuns-tancias especiales en que emprendo viaje: el Padre Llorente, misioneroespañol durante los últimos 27 años en la aldea más primitiva de Alaska,

me ha enviado un chorro de agua fría, del Ártico, en el interior de un sobrecomo respuesta a mi carta en la que le anunciaba mi propósito de ir en su

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 búsqueda. Desde el mismo aeropuerto de Idelwild, desoyendo sus conse- jos, acabo de expedirle un cable urgente que acaso no llegue a su remotodestino, redactado, más o menos, en los términos siguientes: "Perdóneme, pero insisto en ir a su encuentro. Espéreme en Alakanuk. No se mueva de

ahí".

Alakanuk no está en los Atlas

Alakanuk es el nombre de la aldea eskimal donde el misioneroespañol ha vivido parte de este cuarto de siglo largo. Ni en Bilbao, ni enSantander, ni en Madrid siquiera, consultando los Atlas más completos helogrado encontrar su emplazamiento en el vasto mapa geográfico de Alas-ka (tres veces la superficie de España). Y sin embargo estoy seguro queexiste.

En este punto, el Padre Llorente ha escrito algunos de sus más jugo-sos libros que reflejan su asombrosa condición para el periodismo. Alaka-nuk es un nombre, al parecer perdido en la tundra helada, que vienecortándome el sosiego desde hace dos semanas en que recibí, del director de  La Gaceta, la orden de arreglar todas las cosas para emprender,inmediatamente, el viaje vía Copenhague-Nueva York-Anchorage.

Esa misma noche escribí al misionero leonés una carta con trescopias. Para asegurarme su recepción las introduje en sendos sobres quefueron enviados por separado. Y, asimismo, otra copia a mister Egan,gobernador del Estado, con el ruego de que, por el procedimiento quefuese, la reexpidiese a su punto de destino. El Padre Llorente, en su calidadde diputado —pensé entonces— ha de ser, forzosamente, bien conocidodel gobernador, por coincidir, probablemente, en las reuniones del periodolegislativo que dura noventa días al año en la capital oficial del país,

Janneau.

El asombro del Padre Llorente

El Padre Llorente —posteriormente me enteraría— recibió las trescartas enviadas de Santander y, asimismo, la remitida por el gobernador.Leía el breviario en su casa de Alakanuk cuando el cartero, un mestizo demedia edad y cara de pocos amigos, penetró en el cuarto para desprendersede una pesada saca que contenía numerosos paquetes postales y abundantecorrespondencia. Entre las cartas, una que tenía "sello de urgencia" lellamó, inmediatamente, la atención.

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 —¿Quién puede tener en Santander prisa por algo que a mí afecte? —pensó mientras la abría. Dejó su breviario sobre la mesa y leyó la sor- prendente epístola que, además del franqueo ordinario, tenía un sello de la playa del Sardinero con la leyenda "Visite Santander".

Cambió de color en el acto. Dio un enérgico puñetazo sobre la mesay exclamó en castellano primero, luego en inglés y, finalmente, en eskimal para que el cartero se enterase de las causa, de su alteración.

 —¡Habrase visto, hombre! ¡Esto lo paro yo inmediatamente! ¡Venir de Santander al Ártico en pleno mes de diciembre! ¿Estará loco este pobreseñor?

 —¿Cuántos grados registra hoy el termómetro de la escuela? ¿Sabestú, Elías?

Elías, a quien el misionero español casó hace quince años, respondióinstantáneamente como alumno que conoce bien la lección:

 —¡Veintiocho bajo cero, centígrados!

 —Será. ¿Será insensato este repórter? —exclamó el Padre Llorente para sus adentros después de "traducir" los grados Farenheit a su equiva-lencia en centígrados. ¡Y en esta época, para que se le hielen las orejas,como dice Elías, que quiere venir a Alakanuk! ¡Esto lo paro yo...!

Y a continuación, destinada a unas señas convenidas de Nueva York y Santander, remitió sendas cartas redactadas en términos capaces dedesanimar al más entusiasta y temerario de los periodistas. Mientras, a bordo del "jet", apretaba el cinturón de seguridad momentos antes dedespegar, reflexioné que, sin duda, el contenido de esta carta era la causade tal desasosiego, el origen del curioso sentimiento de soledad nuncaanteriormente advertido.

De Idelwild a AnchoragePronto, el "borough" de Queens, en cuya llanura se asienta Idelwild,

quedó atrás. Lucía una luna llena que podía distinguir plenamente a travésde la ventanilla situada a la izquierda del pasillo. Todo el mundo celeste,observado a once mil metros de altura, parece más nítido y radiante. Los japoneses, de regreso a Tokio, recurrieron pronto a sus libros o carnets deanotaciones para sacarle provecho a la noche en el espacio. Las dos buta-

cas contiguas a la ocupada por mí se hallaban vacías. Podía, si así lo desea- ba, levantar los brazos móviles de aquéllas y echarme a dormir en estemilagroso asiento de los "jets", que constituye una nueva filosofía del

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confort aéreo. Luz, timbre, ventilador, chaleco salvavidas, máscara deoxigeno, todos estos milagros encierra esta butaca de "ciencia ficción" quelos "jets" han instalado a bordo. Pensándolo bien, no parecen caro losquince millones de pesetas empleados para el logro de esta asombrosa

unidad funcional que nos hace el viaje aéreo más cómodo, confortable yseguro.

Sentí calor y regulé el botón que arrojaba sobre la frente un chorro de brisa refrescante; quise leer, otra vez más, la angustiosa carta del PadreLlorente y encendí la luz. Busqué entre los papeles de la cartera,

"Le aconsejo encarecidamente que no venga. Se está tramitando miida a España y no sé si estaré aquí para cuando usted llegue. Al cabo detreinta y dos años fuera de España y de veintisiete en Alaska, creen mis

superiores que debo dar una vuelta por la Madre Patria para despertar vocaciones a las misiones. Diciembre es el peor mes para viajar por aquí.Hay días seguidos de niebla espesa, que imposibilita todo movimientoaéreo, y aquí, como no hay caminos ni los habrá nunca, no se viaja másque en avión. Para distancias cortas, el trineo".

 —¿Qué va usted a tomar? ¿Vino, cerveza, café o té? —acudió ainterrogarme la espigada y escurridiza azafata de la Northwest dispuesta aservir la cena de los pasajeros.

 —Cerveza y té...

En Anchorage, tiempo de primavera:18 grados bajo cero

Doblé la carta y la volví a la cartera de documentos. En realidad, mesabía el resto de memoria: "Alakanuk está en las costas del mar deBehring, donde el río Yukón desemboca; yo no tengo más que una

habitación, que es donde duermo, estudio, guiso, como, recibo a los pa-rroquianos, etc. En diciembre podríamos tener treinta grados bajo cero,con viento que hiela la sangre. Todo es nieve. Usted aterriza aquí de re- pente con esas temperaturas y estoy seguro que cae en cama inmedia-tamente. A Alaska se viene en el verano. Venir aquí no es como ir aÁfrica, donde se puede uno tender a la sombra de un árbol y comer unoshigos".

Pensé que lo de los higos era producto del excelente humor del Padre

Llorente, que conocía a través de la lectura de sus primeros libros, escritos

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ya hace veintitantos años. Pero temí que con el cable que estaría a punto derecibir todo su buen humor habría, probablemente, desaparecido.

Cené a duras penas e intenté, infructuosamente, conciliar el sueño,mientras el "Jet" cruzaba el Canadá, camino de la parte más septentrional

del continente americano, envuelto en tinieblas con una pared de nubesque nos impedía ver las luces de las ciudades que imaginábamos en tierra.

A las nueve de la noche (hora local, después de siete de vuelo) el"Douglas DC-8" se posaba en el aeropuerto de Anchorage. Media hora an-tes, por el altavoz del reactor se había comunicado a los pasajeros unanoticia no exenta de sugestiones: "Temperatura en el aeropuerto, 18 grados bajo cero". La capital, en las sombras de la noche, me pareció esplén-didamente iluminada. Una treintena de aparatos de hélice de pequeño

 porte, aparecían diseminados en el bien balizado aeropuerto. Alcé el cuellodel abrigo, calé la boina hasta las orejas y salí del avión. En seguida, decamino hacia la "terminal", sobre la superficie helada del aeropuerto, notécomo si me golpearan los senos frontales con un martillo.

En estas tierras heladas los medios de locomoción tienen un campomuy restringido. El más rápido y el más seguro es el camino aéreo. Loseskimales utilizan la avioneta para todo. También yo utilicé la avioneta para ir en busca del P. Llorente, y lo hallé —emocionante encuentro— en

la lejana misión de Enmonak. Al tratar de volver a la "civilización", traje-ron a la avioneta a una mujer eskimal enferma, para llevarla al hospital deBethel. Vecinos y familiares acuden al improvisado aeropuerto a despe-dirla y desearla un feliz viaje y una rápida curación.

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En Anchorage me ofrecen una «ganga» contra el frío: unabrigo de eskimal por 15.600 pesetas

Primeros indicios de la increíble carestía de ALASKA:780 pesetas por dormir una noche.

Sobre el hielo (sin cadenas) los automóvilesse mueven «como si tal cosa»

Dejé en el suelo la bolsa de viaje e interrogué a un joven rubio yconsiderablemente fuerte que, en mangas de camisa, trabajaba en la oficinade la Alaska Airlines, en el edificio terminal del aeropuerto de Anchorage.

 —¿Puede usted proporcionarme un pasaje para Alakanuk? A ser  posible, desearía salir mañana mismo, si es que esta noche no hay enlace.

 —Perdone. No le entendí el nombre que dijo.

 —Alakanuk; a, ele, a, ka... —Alakanuk, sí. Pero no tengo ni la más remota idea de dónde puede

hallarse ese punto.

Se volvió de espaldas ante un gran mapa clavado en la pared y con el brazo extendido comenzó a husmear por la parte más septentrional de lasuperficie del país, que tiene, como si dijéramos, vista en el mapa, la formade una sartén de dos mangos.

 —No, por ahí, no. Point Barrow está demasiado al norte. Busque enla desembocadura del Yukón. Por ahí, por ahí.

 —Sí, aquí está Alakanuk. Pero lo siento, la  Alaska Airlines no viaja por esa zona. Es la Northern Consolidated la que cubre esa línea sobre latundra helada. Y ahora tiene cerrada la oficina. Hoy es domingo; lo mejor es que se acueste y mañana arregle el viaje.

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El prodigioso hotel de los eskimales

Me pareció sabio el consejo y requerí los servicios de un taxímetrocuya tarifa confirmó al viajero algo ya temido: Alaska es el país más carodel mundo. Trescientas y pico pesetas por un servicio inferior a diez

kilómetros de recorrido es demasiado para lo que se acostumbra a pagar enMadrid, Londres o, incluso, en Nueva York.

 —Aquí, en el Westward Hotel, se hallará usted "fine" —me dijo eltaxista al despedirse mientras observaba de arriba abajo al viajero, como sile extrañase su boina calada hasta las patillas...

El "Westward" está situado entre la tercera y cuarta avenidas deAnchorage, y visto de lejos es un soberbio prisma alumínico de veinticinco

 pisos de altura con lógicas pretensiones de rascacielo enclavado en unaciudad donde no abundan las edificaciones de tal porte. Acaso sea untrébol de cuatro hojas en esta exótica ciudad de Alaska que no desmientesu condición de estadounidense, plena de pintorescos contrastes. Al llenar la ficha en "recepción" y recibir la llave me han entregado también unanota con la tarifa de cada día: 13 dólares sólo por dormir, es decir, 780 pesetas. Por un momento cargo todas las culpas de ciertos escrúpulos detipo moral a la cuenta del taxista, que debió confundirme con un "snob"millonario de la Europa occidental.

El "Chart Room Bar", situado en los bajos del hotel, es el lugar demoda en Anchorage y ahora mismo está el famoso trío "The Sun Valley"actuando una temporada, "excepto los domingos", en los que nadie trabajaen los Estados Unidos. La habitación que me ha tocado en suerte responde, por su confort, a las tarifas del hotel. Quiere decir que posee un baño bellamente decorado, aire acondicionado, calefacción, receptor de TV,excelente ropa y dos o tres clases de jabón de olor. ¡Se cuidan los eski-

males!La "tele", antes de quedar dormido, me trae el recuerdo de la patriacon un programa de la odisea de Ponce de León en Florida y que, llevadacon simpatía a la pequeña pantalla, no deja en mal lugar a uno de nuestrosmás intrépidos conquistadores.

La asombrosa popularidaddel misionero español

Al día siguiente, lunes, 3 de diciembre, tengo a temprana horaresuelto el problema del viaje aéreo a la misión de Alakanuk. No he

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hija Estela, que es ya muy curiosa a los doce años, habla visto tal prendaen la maleta y llena de asombro exclamó:

 —Dices que vas a pasar unos días en Bilbao, ¿verdad, papá? Des-cuida, yo no diré a nadie que usas calzoncillos largos, pero, la verdad, no

comprendo qué diferencia de clima puede haber con Santander...En la calle crucé, andando con precauciones sobre el suelo helado, la

Tercera Avenida. Sentía mis piernas tan confortables que consideré loscalzoncillos una cosa tan necesaria como el pasaporte para entrar enAnchorage. Por una estrecha calle me dirigí hasta la IV Avenida, con el finde comprar algunas prendas del "más riguroso invierno ártico" en unalmacén recomendado por el hotel al figurar entre los "menos caros" de laciudad: el Army Navy Surplus. Nevaba mansamente sobre Anchorage y

tuve una impresión de estupor al ver cómo los automóviles, sin cadenas enlas ruedas, iban de un lado para otro sobre el hielo, ciertamente con lenti-tud, pero con una seguridad asombrosa. En unas circunstancias comoéstas, en cualquier ciudad española la vida quedaría paralizada.

Efectivamente, en el comercio que buscaba había todo lo que podíaquitar al viajero mediterráneo el fría polar, metido en los huesos. Sinambages y bromeando, hablé al dependiente:

 —Soy un español "condenado" a pasar en Alakanuk unos seis días.

 —"Condenado", dice usted bien. Allí hace un frío irresistible.

 —Eso es lo que quiero evitar. (Y me acordé, otra vez, del PadreLlorente, quien tenía por seguro que la sangre se me helaría como si él se beneficiara de otro plasma más resistente.)

15.600 pesetas un abrigo de eskimal

La tienda hubiera hecho por su enorme surtido las delicias de cual-quier aficionado español a los deportes alpinos. Un centenar de botas desegunda mano para esquiar se amontonaban en un rincón al precio de tresdólares; anoraks de todos los colores; esquís de las mejores maderas de los bosques del Canadá y Alaska, batas de piel de foca guarnecidas de lana para andar por la nieve y prendas de abrigo de todos los precios, calidadesy gustos. Aquí es donde tuve el primer contacto con el llamado “traditionaleskimo style”: a muchos blancos de Anchorage cautiva el famoso "parda",abrigo de los eskimales, confeccionado con pieles combinadas de lobo,foca, rata de agua e, incluso, vaca. Me sentí atraído por el exotismo y

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vistosidad de una de estas prendas dotada con un capuchón orlado de pielde vulverina.

 —¿Cuánto vale éste?

 —No es del estilo puro de Alaska, pero a usted no creo que ello le

importe mucho. Ha elegido bien. Déjeme ver el número. 815, seis libras de peso... Este vale doscientos sesenta dólares.

Mentalmente eché las cuentas: 15.600 pesetas. Advertí, al instante, ladesaparición de todos los deseos de acudir al encuentro del Padre Llorente,vestido como uno cualquiera de sus parroquianos eskimales. Y cambié desección para inspeccionar la colección de "anoraks" y botas contra lanieve.

Diez minutos más tarde toda estaba decidido: por cincuenta dólares,una prenda de nylon guarnecida de lana, de carácter reversible, una especiede pasamontañas de piel, guantes de cuero y unas enormes botas de goma,hasta la pantorrilla, provistas de cremallera y forradas de lana en las que podía meter el pie calzado. Sentí un agradable calor en ellos andando sobrela nieve camino del "Daily News", uno de los dos periódicos deAnchorage, donde me esperaba Gordon Evans, "managing editor", que ibaa hacer una amplia entrevista al periodista de  La Gaceta del Norte, que"desde la balsámica Santander ha venido a la desapacible Alakanuk para

entrevistar al Padre Llorente", según titularía al día siguiente la simpáticainformación.

En los poblados, a orillas de los ríos, veo embarcaciones "varadas",en espera de que llegue junio y el deshielo permita su utilización. El in-vierno, en Alaska, dura algo así remo nueve meses. Todo este tiempo losríos permanecen helados.

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El primer eskimal con quien hablo es el taxista que me lleva ala pensión de Bethel

En su comedor un infeliz de plumas amarillasme de la bienvenida: un periquito trasplantado

a orillas del mar de BEHRING

Gordon Evans, mi colega del "Anchorage Daily News", habíamedicho la noche anterior en la Redacción de su periódico:

 —En Alaska todo el mundo ha volado alguna vez. Se utiliza el avión para cualquier cosa. En más de doscientos lugares de este extraño paísaterrizan o amarizan, diariamente, cientos de aviones de todo porte, pertenecientes a una docena de Compañías. Ningún Estado de los EstadosUnidos puede decir otro tanto. En Alaska se vuela con el más leve

 pretexto. Realmente, es que no hay otro procedimiento mientras no existancarreteras. Los presos van a la cárcel en avión y otro tanto puede decirsede las señoras que acuden a los grandes mercados, o de los enfermos quenecesitan ser hospitalizados...

Recordaba ahora sus palabras, viendo los pasajeros sentados a bordodel "pro-jet" que iba a llevarnos hasta Bethel, a 200 millas, aproxima-damente, de Alakanuk, la misión del Padre Llorente. Desde Anchorage alaeropuerto (unos diez kilómetros, aproximadamente) hay una gran llanura

cortada por abundantes carreteras que se introducen entre espesos bosquesde abetos. En el interior de éstos, desde el coche que me llevaba alaeropuerto, pude ver unos cuantos "parkings" de avionetas monoplazas y biplazas, con ruedas o flotadores, aparentemente abandonadas en el hielo.

Barco o avión

Los pasajeros del "pro-jet" de la Consolidated eran hombres y

mujeres que habían venido a la capital con cualquier motivo y regresabansin equipaje alguno. En un país tan vasto como Alaska (600.000 millascuadradas, aproximadamente), los habitantes de la costa sólo tienen el

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 barco o el avión para importar las cosas más necesarias a fin de subsistir ycombatir un clima que convierte en inhabitables amplias zonas del país. AAlakanuk, en pleno invierno, los periódicos, los botes de leche conden-sada, la fruta y los huevos llegan siempre... en avión. Y la aviación es,

realmente, la creadora de la nueva Alaska.Las nuevas bases militares instaladas por los Estados Unidos (noolvidemos que en los días claros el territorio de la Siberia rusa puede versedesde el punto más septentrional del país) lo han sido promoviendo verda-deros "puentes aéreos" sobre el país de los hielos eternos. Solamente en losúltimos diez años el Pentágono ha invertido aquí, en un gran complejodefensivo, más de mil ochocientos millones de dólares que, indi-rectamente, elevaron el nivel de vida del país y "mudaron de piel" a mu-

chos eskimales que, en esta década, pasaron de la edad de piedra alapasionante mundo de la electrónica de nuestros días, según veremos en eltranscurso de este serial.

Los pasajeros del "pro-jet" de la Consolidated acaso pertenecen alelevado porcentaje de empleados que trabajan para el Gobierno y queconstituyen casi el 20 por 100 de la población o al catorce que se atribuyea los que desarrollan sus actividades en empresas de construcción. Uno por uno me fijo en ellos, veinte en total, que ocupan todas las plazas del bimo-

tor a punto de despegar. Son blancos de anchos hombros, algunos de ellosvestidos con ropas del más puro estilo eskimal, incluyendo a la gentil"azafata", rubia y considerablemente alta, que nos ofrece "chicle".

Un soberbio e inefable panorama

En seguida, antes de penetrar en el techo de nubes que cortará todavisibilidad a los pasajeros, aparece el soberbio e inefable panorama de los

fiordos cercanos a Anchorage, de la lejana cumbre del monte Mc Kinley,el pico más alto de los Estados Unidos, de los eternos e impresionantesglaciares. Esta es Alaska, hermoso y maravilloso país que conoció en el 98el "rush" del oro y ahora se encuentra ante el "boom" del salmón.

Una tosca mampara de madera separa a los viajeros de la mercancía,situada entre la cabina de los pilotos y el espacio reservado a los pasajeros.Puedo leer el contenido de algunas cajas: frutas, leche condensada, patatas,algunos trineos metálicos para entretenimiento de los niños.

 –¿Todas esas cosas son para los eskimales? —pregunto a la azafata,que me sirve un delicioso jugo de tomate.

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 —Entre blancos y eskimales se reparten la mercancía.

Comienza ahora el desconcierto del periodista español que, no muy bien informado, pensaba que los eskimales permanecían todavía encaradosen sus "igloos" construidos de adoquines de hielo y comiendo pescadocongelado lo mismo que en los tiempos de la epopeya del oro.

 —Esa misma impresión comparten muchos ciudadanos de los Esta-dos Unidos, de manera que tiene su ignorancia cierta justificación. ¿Lesirvo otro vaso?

Hielo en la nariz

El viaje por una ruta nubosa carecía de aliciente y decidí intentar dar una cabezada en tanto el paisaje se aclaraba; acaso al descender en laescala de King Salmon, la pequeña aldea de pescadores situada a mediocamino de Bethel, como así fue. Un deslumbrante panorama de ríos ylagos helados surgió de repente a nuestra vista. Incluso hacía sol yengañado por sus rayos, quise pasear un poco por el primitivo aeropuerto

en tanto el avión repostaba. Todo ocurrió en unos segundos: instantá-neamente advertí que la cavidad nasal se me había quedado congelada,sentí la impresión de que unos pequeños vidrios se alojaban en su interior y se rompían al oprimir la nariz con los dedos. He aquí una extraña ycuriosa impresión para un viajero procedente de la Europa mediterránea,que en Nueva York había gozado en días precedentes de una temperaturaabsolutamente otoñal.

Volví apresuradamente al confortable refugio del avión, que en

seguida despegaba hacia Dillingham y Bethel. Sobre este punto, tres horasy media después de partir de Anchorage, el avión sobrevoló durante unos

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minutos para perder altura. Pude ver alineadas en la orilla derecha del ríoKuskowin, completamente helado, un centenar de casas de madera con elhumo de sus chimeneas apuntando mansamente al cielo y el magnificoedificio del hospital, un poco apartado hacia el interior, que sirve a 40 al-

deas de la región. Bethel estaba, evidentemente, en la ruta de los eskimalesy ello me incitó a salir apresuradamente entre los primeros pasajeros, unavez apagada la señal "No fumen y átense el cinturón".

El primer eskimal con quien hablo:un taxista

Un hombre de "anorak" azul y pantalones grises, de facciones mon-gólicas (pómulos abultados, ojos oblicuos) viene a nuestro encuentro. Esevidentemente, el primer eskimal de carne y hueso que ven mis ojos ávi-dos de novedades y exóticas costumbres indígenas. Y viene, precisamente,hacia el periodista español. —¿Va usted al pueblo o está de paso? —me pregunta en un inglés de aúpa, que he entendido por los pelos, casi intui-tivamente.

 —Voy al pueblo.

 —Sígame entonces...

El aeropuerto de Bethel carece de edificaciones. La Consolidated hainstalado aquí un pequeño pabellón de madera, bien dotado de calefacción,en el que los viajeros realizan todos los trámites. La torre de control parecesumamente modesta, pero es evidente que debe cumplir los fines para losque fue creada.

El frío es tan denso que puede cortarse con un cuchillo. Y caigoahora en la cuenta de que los guantes de cuero, el "anorak" forrado de lanay el gorro que cubre cabeza y orejas, adquiridos en Anchorage, serían

 prendas confortables para el verano en el Ártico. Sólo los pies disfrutan deun hermoso calor que quiera Dios conservar mucho tiempo.

Sigo al eskimal, cuidando no resbalar en el hielo, hasta un cocheverde y de aspecto desvencijado situado a espaldas del único pabellón delaeropuerto. Sin duda, este hombre es quien realiza el servicio de enlaceentre el pueblo y las pistas heladas del campo de aterrizaje. Otros dos pasajeros ocupan ya el vehículo. Monto, y nuestro eskimal lo pone enmarcha tras varios golpes de manivela.

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Todavía cumpliendo sus funciones

Durante tres kilómetros, por una "carretera" que tiene en el centro lashuellas de la rodada, conduciendo con la mano izquierda, este hombre me pone los pelos de punta camino de "Marh's", la única fonda de Bethel

donde con un poco de suerte podré pasar la noche. —Aquí es. El servicio vale un dólar y medio.

Por el camino he visto, andando sobre el hielo, eskimales niños yadultos, con sus tradicionales "parkas" de pieles combinada. "Marh's" esun edificio de dos plantas enteramente de madera regentado por una mujer divorciada de un militar norteamericano, blanca por supuesto, claro, yvuelta a casar con un civil.

Antes de abrir la puerta, dentro del porche de madera descubro uncartel, todavía cumpliendo sus funciones, en el que se lee: "Sensational.Big twist party. Hot dogs. Cold drinks, From 9 p. m. Sep. 1962." Loseskimales, ¿conocen el último baile de moda y consumen salchichas?

En la fonda de "Marh's" tienen un periquito

Abro la puerta y me encuentro ante un comedor con una gran mesacentral donde toman el "lunch" dieciséis hombres blancos.

La presencia del recién llegado no despierta en ellos la menor curio-sidad. Una camarera eskimal, encinta, grotescamente vestida, fea como uncólico, de indefinible edad, atiende al servicio.

Entre el comedor y la puerta que comunica con el porche, un peri-quito en su jaula. ¿Quién es el bárbaro que ha trasplantado a Alaska a esteinfeliz de plumas amarillas? Pienso en el pulpo del garaje. Lo mismo tieneaquí, aparentemente, que hacer un periquito en la fonda de "Marh's", al borde del mar de Behring.

La miro con simpatía; se me antoja que esta allí para darme la bien-venida.

DESOLACION. Con esta palabra podríamos describir el caótico paisaje de la aldea eskimal. En cada habitación un tremendo hacinamiento,la más increíble promiscuidad. Sin embargo, estos habitantes primitivosdel siglo XX conocen los más modernos adelantos de la técnica: lalavadora automática, el transistor, el rifle más potente y exacto, el motor de "fuera bordo", etc. El mundo de los eskimales es un fabuloso contraste.

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Al borde del río helado abrazo,al fin, al Padre Llorente

A 30 grados bajo cero en su misión de Enmonak 

Dos horas de vuelo sobre la tundra helada y desértica

Mi habitación en la fonda de "Marh's", en Bethel, era la únicaindividual de todo el establecimiento, lo que produjo al viajero una gransensación de alivio, porque hubiera sido embarazoso compartir el cuartocon cualquiera de aquellos dieciséis blancos desconocidos, que lo mismo podían ser cazadores de focas que buscadores de pepitas de oro en el caucedel río Kuskowin. Por toda decoración sólo había en la habitación uncuadro de la bahía de Río de Janeiro, luminosa, exuberante.

Después del "lunch" salí a la calle. Un fino aire de Siberia levantaba

la nieve como polvo de carretera. Hacía sol, pero un sol tímido y estático,clavado en el horizonte, engañador y sin fuerza. Descubrí que, contiguo a"Marh's", tenía un chamizo, el "First Bank of Alaska". Nunca imaginé queen estas latitudes pudiera haber gentes con capacidad para el ahorro. Peroestaba plenamente equivocado: los hombres con los que había compartidoel "lunch" eran profesores de las escuelas y trabajadores de Empresasdedicadas a la construcción, cada uno de los cuales no movían un dedo sino era por un salario mensual de cien mil pesetas. Y, por supuesto, el

"First Bank" se había situado cerca de ellos con algún objetivo.

El vuelo hacia la misión

 —Estos hombres —me dijo la patrona— pasan en Alaska siete uocho meses al año. Después vuelan a California o Texas a gastarse losahorros. Es muy curiosa la vida en estas latitudes. ¡Ya irá ustedaprendiendo cosas!

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Frente a la fonda está la estación de radiotelegrafía, que funciona alservicio de la Consolidated como nexo de comunicación entre las cuencasdel Yukón y del Kuskowin.

 —¿Sería usted tan amable que me proporcionara una conferencia con

Alakanuk? Quiero hablar con el P. Llorente...La señorita encargada del servicio me miró de arriba abajo, como

quien se encuentra ante un bicho raro. Pero de que estaba bien dispuesta aayudarme, no me cupo duda en los minutos siguientes. Alakanuk respon-dió en seguida: "El Padre Llorente hace tres días que marchó a Enmonak."

Una casa en cada aldea

 No era la primera vez que escuchaba el nombre de esta pequeñaaldehuela de pescadores, situada a cinco millas de la parroquia del misio-nero español, en uno de los cuatro grandes brazos del río Yukón, a muy poca distancia del mar. Por su carta llegada a Nueva York sabía que elPadre Llorente no circunscribía su tarea apostólica a una sola aldea, sinoque, en trineo, se movía entre tres o cuatro pequeños núcleos de pesca-dores, contorneando la temible tundra helada del norte de Alaska. En cadauno de ellos tenía una humilde casaca con una cama, un par de estufas y

una cocina para guisar.Al día siguiente, en el aeropuerto de Bethel, momentos antes de partir para Alakanuk, Raymond Christiansen, arriesgado piloto de"busnes", mestizo y diputado del contorno a quien me había presentado,allanó felizmente muchas de las dificultades de la última etapa de mi viajeaéreo hasta la misión.

Cabriola aérea

 —En el camino hacia Alakanuk, el piloto comunicará por radio parasaber dónde ha de tomar usted tierra, a fin de que el encuentro con el PadreLlorente no se demore ni un solo día. ¡Buen viaje y mucha suerte!

Eran las diez de la mañana y la noche aún estaba en el ambiente. Elquinto avión, que habría de dejarme en una de las más primitivas aldeas deeskimales, era un pequeño aparato de un solo motor y dos plazas, unareservada, naturalmente, al piloto. A fuerza de volar en reactores a once

mil metros de altura y casi mil kilómetros de velocidad, el "retorno" a unaépoca más remota, deportiva y audaz de la aviación me divertía. Pero

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cambié pronto de criterio cuando al despegar, en una cabriola inesperada y poco prudente, el hospital de Bethel pareció ponerse arriba y el cielo abajo.

Volando sobre la tundra helada

En el horizonte había una franja por la que el sol pugnaba por abrirse paso. Súbitamente, al otro lado de una cordillera, apareció el angustioso paraje de la tundra helada, de millares de pequeños lagos y riachuelos que,curva tras curva, tenían el aspecto de carreteras que se dirigieran alespléndido y ancho cauce del Yukón, el gran río de casi cuatro milkilómetros que, nacido en el Canadá, desemboca en el mar de Behring.Comprendí el horror de la estepa siberiana que, al otro lado del Estrecho,debe ser continuación del caótico paisaje, carente de vida, que descu- brieron mis ojos atónitos en un vuelo de dos horas a bordo del diminuto"bush".

La primera noticia

 Ni un vestigio de la presencia del hombre durante una hora larga devuelo hasta que, dejando a la izquierda la colina de Ingichnak, deseiscientos metros de altitud, volamos para situarnos sobre el cauce del río

y seguir su trayectoria hasta atravesar Mount Village. Quitándose loscascos de los auriculares para poder escuchar si es que el viajero lehablaba, el piloto me hizo sellas con el índice apuntando al horizonte.

 —Allá, pronto veremos Enmonak. Acaban de decirme que el PadreLlorente le espera a usted en el cauce del río.

Recuerdos de la Patria

 Nunca habla sentido tanta ansiedad por conocer una noticia como laque ahora, con un lenguaje casi telegráfico, el desconocido piloto de unacasi doméstica avioneta me proporcionaba. Y sentí partir del corazón entodas las direcciones de las venas una especie de inmenso amor hacia mi país, y que pretendía volcar sobre el único compatriota que podía hallar eneste último rincón del hemisferio occidental. Abrí la bolsa de viaje paracerciorarme de que estaban en su interior algunos trozos de la Patria concuya ofrenda esperaba provocar una conmoción en el Padre Llorente, el

disco de canciones de Castilla, mantecadas elaboradas con leche y man-tequilla de su tierra leonesa, una botella de coñac, una libra de turrón, los

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carteles turísticos de Santander, el último ejemplar de  La Gaceta del 

 Norte, pequeñas cosas materiales que tenían, en aquellas latitudes delÁrtico, una simbólica caliente y amorosa significación. ¿Cuál sería laactitud del misionero leonés, a quien Jesucristo entregó hace veintisiete

años sus credenciales de embajador en este infernal territorio del Ártico, alencontrarse ante un compatriota? ¡Y el piloto acababa de saber que meaguardaba, Dios sólo conocía si transido por la impaciencia y la emoción!

Dos alces, único vestigio de vida

 Nos encontrábamos probablemente en la parte del horizonte soleadoque habíamos percibido al salir de Bethel. Al fondo, entre la bruma, podíadistinguir la oscura línea del mar de Behring; a la izquierda, siempreasomando tímidamente en el horizonte, el sol inundaba de luz el tremendo paisaje de la tundra, la superficie marmórea de cientos y cientos de lagos yriachuelos helados, las manchas ásperas y montaraces de los bosques y delos arbustos. Ignoraba la altitud en que volábamos, toda vez que el paisajedesconcertaba por su monotonía y, especialmente, por la ausencia de puntos que hubieran podido proporcionar una idea de las dimensiones delas cosas. Hasta que, súbitamente, dos animales marrones y en movimientoaparecieron en una de las infinitas curvas de uno de los infinitos riachuelos

de la estepa. —Mire ahí abajo: ¿son osos?

 —No —contestó casi gritando el piloto—. Son dos alces...

La primera impresión

... Luego vimos, atravesando el cauce del Yukón, un trineo, posi- blemente algún cazador de visones, inspeccionando trampas. Fue el últimoindicio de que no tardaríamos en llegar a Enmonak, justamente almediodía, tras haber cruzado la tundra durante dos horas. Enmonak no era,desde el aire, ni mucho menos, la aldea primitiva que había imaginado acausa de una defectuosa información. Creía a los eskimales habitandotodavía bajo los "igloos" construidos con paredes de hielo. Y la perspec-tiva era muy distinta: casas de madera que se parecían una a otra comogotas de agua, levantadas con un claro desprecio por el urbanismo. Más alinterior, junto a la gran mancha de ocre de los arbustos casi cubiertos denieve y hielo, algunos pabellones de mayores dimensiones. Las chimeneaslanzaban a la atmósfera el hálito caliente de los hogares eskimales.

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Algunos individuos parecían andar por el pueblo. Esta es la primera impre-sión que tuve desde la avioneta mientras perdíamos altura y llegaba elansiado, inefable, momento del encuentro con el Padre Llorente, que acasoformara parte de un pequeño grupo de personas situado al borde del río

helado, justamente frente adonde el "bush" rendía viaje.

Al fin, con el Padre Llorenteal borde del río helado

Las aspas de la hélice no se habían detenido todavía cuando dos indí-genas avanzaron hacia el aparato seguidos por dos hombres blancos, másvigorosos, vestidos con sendas canadienses y capuchas orladas de pieles.Entregué a los eskimales la diminuta bolsa de viaje y me dirigí, casi sinaliento, a punto de resbalar sobre el hielo, al encuentro con los dos blan-cos.

 —¡Es usted lo que se dice un temerario español! —exclamó el que parecía de mayor edad. Sin pronunciar palabra, suponiéndole el misioneroque buscaba, me arrodillé en el hielo, besé su mano con respeto y luego leabrace con tal fuerza que me pareció hasta oír crujir el esternón, mientrasadvertía que aquel compatriota, salido de España hacía treinta y dos años,no respondía con la misma efusión. El viento siberiano procedente de latundra no me pareció tan frío como el Padre. Y quedé anonadado.

 —Le presento a mister James Henriksen, de Oregón, el principal dela escuela de Enmonak. Cuando supe que usted había desoído mis consejosy tenía decidido venir, acudí al sagrario para suplicar a Jesús: "Ya que estestarudo y aventurero, tráemele sano y salvo hasta aquí."

Las últimas palabras elevaron notoriamente mi espíritu. Seguidos por los eskimales, que portaban la bolsa de viaje, emprendimos el camino de la

escuela...

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«Veintisiete años no pasan en balde. Me heformado en este tiempo una mentalidad de

hijo de Dios en el destierro»

«Dios ha esperado siempre de mí cierto peso y medida deamor. Quiero vivir un poco más para continuar la ofrenda»

«En estos años de vida en Alaska —me dice el PadreLlorente— no he sentido jamás un momento de soledad»

La escuela de Enmonak fue levantada por el Gobierno de los EstadosUnidos hace cuatro años. Se compone de tres pabellones, dos de ellos re-servados a los niños menores de diez años; el otro, más amplio, se dedica alos jóvenes que siguen los ocho grados que preceden a los estudios supe-riores. Le escuela de Enmonak, destinada a los eskimales, tiene la misma

riqueza de material docente de todos los centros de su género que radicanen los Estados Unidos. Los últimos medios audiovisuales utilizados por lamoderna pedagogía se ponen también al servicio de la enseñanza en la máslejana punta del hemisferio occidental.

Precedido del Padre Llorente, y sobre un pasadizo instalado en lanieve, penetré en el grupo escolar, construido enteramente de madera, ilu-minado a mediodía con luz indirecta. Antes de que el profesor Henriksentuviese tiempo de abrir la habitación, ya el misionero español se había

adelantado a mostrarme el cuarto cercano a la puerta y frente al aula de los jóvenes, que sería mi residencia durante la estancia en Enmonak, una dis-creta habitación dotada de calefacción, que es lo principal en la estepa, yde servicio higiénico, que en una aldea de semejantes comodidades meconvertía en una especie de "nabab".

 —Usted, de acuerdo con los maestros, se quedará aquí los días quenecesite. Y las comidas las efectuará conmigo en la casa-capilla. Esta tardeestá convenido que cenemos en casa de Axel Johnson, el eskimal queacaba de ganarme las elecciones para diputado.

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 Nos dejaron solos en la habitación. El Padre se desprendió de suabultada canadiense y me hallé frente a un hombre vigoroso, de unos cin-cuenta y siete años (2), con gafas, de mirada inteligente y vestido con ropasseglares, camisa de color caqui y pantalón oscuro con botas de piel de

vaca. —Padre, aquí le traigo unos "trozos" de la Patria —exclamé muyufano de los regalos que iba a ofrendarle en aquel instante.

Tan sólo poner en su mano la botella de coñac español, el Padre Llo-rente abrió la puerta de la habitación y llamó al joven profesor Henriksen.

 —Esta botella de "spanish brandy" que trae el señor Delgado, quiereque usted se la beba.

El norteamericano se quedó viendo visiones, pero mucho menos sor- prendido que el periodista. Temí que hiciese lo mismo con las mantecadasde Astorga "hechas con la leche y la mantequilla de su tierra", con el tu-rrón de Alicante y el "microsurco" de las viejas canciones de Castilla.

Una carcajada

 No pude contenerme y exclamé:

 —Padre: permítame esta sincera manifestación que acaso puedaherirle. Estoy un poco defraudado. He tomado cinco aviones distintos parallegar hasta Enmorak; he cruzado el Atlántico de este a oeste, los EstadosUnidos hasta su punta más septentrional por venir a verle y usted parececomo si estuviese acostumbrado a este género de visitas.

El Padre Llorente se sentó sobre el borde de la cama y estalló en unaruidosa carcajada que parecía no tener fin. Cerré la puerta para que nadie perturbase la intimidad de aquel instante después de que el maestro noshabía dejado solos.

Mentalidad de hijo de Diosen el destierro

 —¡Ustedes los "españoles" son tremendos! ¡Qué emotividad!¡Habrase visto, hombre! He recordado cuando usted me abrazaba de esemodo. ¡Yo ya soy un eskimal! Veintisiete años no pasan en balde. En estecuarto de siglo largo yo me he formado lo que pudiéramos llamar una

mentalidad de hijo de Dios en el destierro. Para mí el destierro es la tierra.2 Tiene 56 cumplidos.

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Por piedad patria, llamémoslo así, España "me dice" muchas cosas y estoydeseando, con toda mi alma, que usted me hable de ella. Pero en con-ciencia, le digo que lo que importa es ser súbdito de Dios. Ver la mano deDios en todo, su "tejemaneje" que premia la virtud y castiga el vicio. Dios

ha esperado siempre de mí cierto peso y medida de amor.Quiero vivir un poco más para continuar ofrendándoselo aquí mismo,donde El desea tenerme, entre los eskimales que, por lo visto, me hancontagiado su temperamento sumamente linfático. Entre ellos las expan-siones están abolidas...

Como el despertar de un sueño

El profesor entró nuevamente para dejar dos bandejas de plásticoconteniendo el "lunch" que, en aquellos momentos, se servía a los jóveneseskimales: carne con guisantes, mantequilla de cacahuete mezclada conazúcar y un vaso de leche en polvo, toda vez que las vacas son desco-nocidas en estas latitudes.

El Padre parecía tener un excelente apetito y era visible que crecía por instantes su interés en charlar con su desconcertado compatriota. Eracomo si súbitamente hubiese despertado de un sueño de veintitantos años

que le había arrancado de la memoria todos los elementos precisos parahacerse una idea de la Patria lejana.

 —¿No recibe usted aquí periódicos españoles, Padre?

 —Dos: Ya y  Arriba desde hace unos años. Espero que de ahora enadelante La Gaceta se acuerde de mí. Los periódicos me han ayudado a no perder contacto con el idioma. Sinceramente, al oírme hablar, ¿le parezcoun extranjero?

 —Se le ha pegado, Padre, la indiferencia que los sajones tienen por la

"erre". Las arrastra usted... —¿Ve usted, hombre? ¡Usted ya me lo ha notado!

Allí permanecimos durante dos horas, que transcurrieron todo lorápidamente que pasan siempre los momentos felices. Estábamos, con todaevidencia, comenzando a entendernos. Quiso que le acompañara a ver elaula de los jóvenes.

Medio centenar de chicos y chicas eskimales, vestidos como occi-

dentales, salvo contadas excepciones, tenía a su cargo el profesor Henrik-sen. Oímos hablar en español divertía enormemente a la asombrada población escolar. Ellas, poniendo la mano en la boca, emitían como hilos

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de regocijo; los muchachos no ocultaban su curiosidad al ver expresarse al párroco en un lenguaje jamás escuchado. Me extrañó el absoluto silencio,la colectiva disciplina que reinaban en el aula y se lo comuniqué al pro-fesor:

 —Sería difícil mantener callados a un grupo de estudiantes espa-ñoles, cualquiera que fuese su edad...

 —Los eskimales hablan poco y muy bajito. Ya les irá usted cono-ciendo...

Salimos al exterior. Eran las tres de la tarde y el crepúsculo estaba yallegando. Sobre el hielo, entre las humildes casas del pueblo, nos dirigimosa la capilla, un edificio con las paredes revestidas de aluminio, acoplado ala vivienda ocupada por el misionero español.

Vi en el pequeño porche de madera un montón de troncos destinadosa la calefacción, dos o tres serruchos y algunas otras herramientas, asícomo un gran montón de latas vacías.

"Jamás me he sentido solo"

La puerta de la casa del Padre Llorente, como la de la parroquia, permanecen abiertas todo el año, se encuentre o no el misionero en la

aldea. El aspecto de la vivienda era el mismo que tantas veces habíadescrito en sus libros: una pequeña pieza de unos veinte metros cuadradoscon un somier en el rincón, una especie de cómoda con los objetos propiosdel culto, un pequeño armario conteniendo botes de conserva, el barril deagua extraída del río y un par de estanterías con libros sobre religión,astronomía y política administrativa a la que, en su calidad de diputado delEstado de Alaska, el Padre Llorente tuvo, en estos dos últimos años, queconceder cierto tiempo libre. Casi en el centro de la habitación, una estufa

con chimenea al exterior, rodeada de leña que cortan los monaguillos. Yun ingente montón de periódicos españoles que, después de leídos, sirven para que el misionero encienda la lumbre...

Humildad impresionante

Más que el viento cortante de Siberia me dejó helado la humildadimpresionante de aquella morada. Sentados ante una mesa medio desven-

cijada, a la luz de una lámpara de petróleo, el Padre Llorente acaba dedecirme:

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 —Nunca me he sentido solo. No he tenido jamás, en veintisiete añosen Alaska, un momento de soledad, aunque si de desaliento. Tengo por norma vivir la presencia de Dios considerando siempre que los ojos deDios me miran día y noche y penetran en lo más intimo de mi ser, sin

dejarme nunca. Por consiguiente, mi empeño es no defraudarle, impedir que El vea algo reprobable en mí, y como eso es imposible, viene lo quellamo el oleaje, cierto convencimiento íntimo de dos cosas, una, que Diosesta muy defraudado de mí por el cúmulo de sutilísimos pensamientos deegoísmo, vanidad, pereza, ira, odios, pequeñas cosas que constituyen lamarea de faltas y flaquezas de un pobre misionero. Y, al propio tiempo, elconvencimiento intimo del gran amor que Dios me tiene en todo momento.Ese choque del amor que El me profesa y la poca correspondencia queencuentra en mí, forman un muro de contención que me impide "salir por Peteneras...".

Lección de catecismo

De repente, llamaron a la puerta. Jamás un eskimal se atreverá a penetrar en casa de un convecino sin hacerse anunciar. Mucho menos en lavivienda del "Father Llorente".

 —¡Come in!...

Un denso grupo de niñas eskimales, de cabezas abultadas por arriba ode rostros como peras invertidas, acudían a la diaria lección de catecismo.Durante media hora asistí, mudo de emoción, a su desarrollo.

Los niños eskimales son encantadoramente dóciles, prudentes y si-lenciosos. Asombran por su obediencia y disciplina, que sobrepasa los ló-gicos límites de su corta edad.

Eran las cinco y media cuando, otra vez solos, el Padre Llorente echó

sobre mi "anorak" una canadiense guarnecida de piel de lobo, y dijo: —Axel Johnson, el nuevo diputado, nos espera en su casa. Aquí se

cena entre cinco y media y seis. ¿Y en España?

 —Hasta las once de la noche hay tiempo.

 —¡Calle, por Dios! ¡Qué disparate!

La Luna, a un costado de la aldea, iluminaba el tenebroso paisaje delos hielos.

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Las mujeres eskimales votaron contra el Padre Llorente en las

últimas elecciones para diputados

Fue una curiosa operación para poderretener con ellas a su párroco

La vivienda de Axel Johnson, el mestizo recientemente elegido

diputado, nuestro anfitrión de esta noche, es un poco mayor que las otrasde Enmonak. Según vería otro día en una prolongada inspección al restode las casas, es, asimismo, la mejor cuidada. No hay en su interior el haci-namiento y el desorden que se perciben en la generalidad de los hogareseskimales. Acaso porque los dos hijos de Axel son ya mayores y su mujer  puede atender más desahogadamente al adecentamiento de su casa.

Axel salió a abrirnos y, en seguida, me pareció un hombre hospi-talario, cordial y de ademanes correctos. De cincuenta y un años de edad.

Podía leerse en el corte de su rostro que en sus generaciones precedentesha habido sangre blanca. Sus pómulos no son abultados y la forma de surostro es bien occidental.

Axel nos introdujo en la cocina, que es el cuarto de estar de los eski-males. Había una mesa arrimada a la pared con cinco servicios puestos.Cenarían con los invitados el cabeza de familia, su mujer y su hilo Jacob,de unos veinte años de edad, que pudiera pasar en cualquier punto de losEstados Unidos por el hijo de un blanco, con el cabello moreno y rizado

que le distingue perfectamente entre los de su raza.

La mujer del diputado es la cartera

El Padre Llorente ocuparía la cabeza de la mesa y el periodista elsitio inmediato a la derecha.

Pearl, la mujer de Axel, alterna las tareas domésticas con su oficio decartera en la aldea. La distribución de la correspondencia, suele hacerla en

un "esquí-du", como si dijéramos un "scooter" de la nieve, movido por un pequeño motor de gasolina. El "esqui-du", destronará en un futuro próxi-

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mo al trineo de perros y entonces habrán perdido los eskimales lo poco queaún les distingue de todos los pueblos de la Tierra. La civilización, que hahecho al hombre de nuestro tiempo dinámico y motriz, no dejará preteridosa estos apartados habitantes de las latitudes árticas.

Pearl ha preparado esta noche una cena exótica a los dos españoles:chuletas de reno con puré de patata y salsa de frambuesa.

 —Frambuesa, no, por favor, si usted me permite. Prefiero no adulte-rar el verdadero sabor de la carne.

 No he dicho todavía que el Padre Llorente, ejemplar y envidiable por su vida penitencial, es un cocinero deplorable que acostumbra a desqui-tarse siempre que unas viandas preparadas "comme il faut" le son servidas. No me extrañó, pues, que se dispusiera a devorar cuatro enormes chuletas

con el pretexto de que "aquí, en Alaska, el que no come está perdido".Cuatro chuletas como cuatro "villagodios" con su salsa de maíz yframbuesa.

Axel tiene una curiosa historia

El reno, la verdad, sólo me atrajo nostálgicas evocaciones de la blan-ca ternera del Alto Campóo. Encontré áspero su sabor, excesivamente

montaraz, tirando a carnero. Pero, por cortesía, repetí, dejando la salsa deframbuesa para postre, con unas exquisitas peras de conserva y frecuentestragos de té a lo largo de la cena.

Axel pertenece a la religión ortodoxa, pero no así su familia, que fre-cuenta con bastante regularidad la capilla del Padre Llorente, aunque, cier-tamente, no todo lo que, según el misionero español, sería de desear. Axeltiene una curiosa historia y me pareció hombre de cierta personalidad. Ensu juventud anduvo enrolado como mecánico en un barco del Gobierno de

los Estados Unidos que llevaba provisiones por todos los puertos de Alas-ka, incluido Point Barrow. Casi sin preparación técnica alguna se hizo ma-quinista; en el año treinta y cinco empezó a trabajar como dependiente alfrente de un almacén situado en Saint Michel. Posteriormente, a raíz delgran "boom" del salmón, convirtiose en pescador; mejor dicho, agente decompras de una gran Compañía que radica en Seattle. Ahora posee en sucasa un almacén que, no con demasiado éxito comercial, suministravíveres a los eskimales.

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300 salmones en una noche

En el mes de junio, cuando se produce el gran deshielo de los montesy de la tundra y el río Yukón desciende embravecido hacia el mar, se poneen marcha la gran corriente de salmones buscando las cabeceras donde

 perpetuar la especie. Axel y los suyos están preparados. Trabajan conochenta redes que pueden tener hasta cien metros de longitud. El "kingsalmón" la más sabrosa y nutritiva especie, da un promedio de doce libras, pero hay ejemplares que pesan hasta ochenta. Sube aprovechando losremansos, en una lucha pavorosa contra la corriente, a fin de cumplir unode los más misteriosos designios de la Naturaleza. Axel escoge las mejoresnoches para tender sus redes.

 —En el verano pasado, en tres semanas, logramos cuatro mil ejem- plares.

Y refiriéndose, orgulloso, a su hijo Jacob:

 —Donde usted le ve, en una sola noche, sin ayuda alguna, cogió tres-cientos.

Carcajadas

 No pude menos de recordar a Axel y su hijo las vicisitudes de los mildeportistas de Vizcaya, Burgos y Santander reunidos tradicionalmente enlas márgenes del Asón para aprovechar la primera jornada hábil del mes demarzo. Con un poco de suerte, si las condiciones de pesca son ideales, sólodiez de aquellos campeones de la obstinación sentirán no haber perdido eltiempo.

Una cascada de carcajadas estalla ahora en la cocina del nuevodiputado de Enmonak. Las de Axel y su hijo son tan discretas como cabe

esperar de la gente de su raza, pero el Padre Llorente, que se recobra de su"perdido" españolismo, parece no querer cerrar la boca. Y, contagiadas, lamadre y la hija de nuestro anfitrión se "amordazan" con su mano paraocultar al invitado el sentimiento de estupor y risa que su declaración ha provocado en ellas. ¡Diez salmones a repartir entre mil cañas resulta incon-cebible para un eskimal!

Salmón ahumado, comida para los perros

Lo cual es lógico, si consideramos que el noventa por ciento delsalmón que se captura en todo el mundo se coge en aguas de Alaska, para

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ser llevado inmediatamente a las numerosas factorías instaladas dentro delterritorio o a los mercados de otros Estados. Desde el "rush" del oro delnoventa y ocho y la aparición posterior de otros valiosos minerales, loseskimales no habían, hasta el "estallido" del salmón, conocido mejores

ingresos. El oro, el cobre, el níquel o el mercurio iban, casi siempre, a parar a manos de aventureros. La pesca, en cambio, está controlada, enorigen, sólo por ellos, y se calcula que por este concepto se mueve unnegocio anual equivalente a cincuenta millones de dólares. Es decir, seisveces la cifra del cheque expedido por los Estados Unidos en octubre de1867, cuando compraron a Rusia el vasto e inhabitable territorio.

 —El salmón, por pieza, cualquiera que sea su peso, se ha pagado esteaño a tres dólares y medio. Los pescadores se sienten satisfechos...

Por supuesto, el salmón ahumado, plato suculento para tantos gastró-nomos occidentales, es la dieta alimenticia de los perros eskimales duranteel invierno.

Renos protegidos por helicópteros

La digestión de las chuletas de reno no es penosa en el transcurso detan agradable sobremesa, en cuyo desarrollo Axel nos ha explicado que

cinco ingentes rebaños de renos existen actualmente en Alaska protegidos por helicópteros del Estado a fin de defenderles del acecho de los lobos.Cada año son sacrificados unos cuantos machos, conservando los precisos para la procreación. Una avioneta —no podía ser de otro modo— ha traídoesta tarde al almacén de Axel varios fardos de carne congelada para vender entre los eskimales al precio de dos dólares el kilo.

Las mujeres eskimales votaron a Axel

Antes de marchar, muy orgulloso, el diputado ha mostrado al viajeroespañol la recompensa con que el almirante Byrd distinguió a su hermanoal acompañarle en una de sus primeras e intrépidas incursiones por el Árti-co.

 —Parece un hombre afable y, desde luego, muy hospitalario — comento con el Padre en castellano.

 —Acaso sea una de las virtudes de la raza la generosidad, el sentido

de la hospitalidad, como usted muy bien ha observado...

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Axel ha ganado, como he dicho antes, las elecciones de diputado alPadre Llorente. Este le ha demostrado esta noche su elegancia espiritualaceptando la cena.

 —¿Qué pitos tenía yo que tocar en Junneau, quiere usted decírmelo?

 —comenta el misionero con su compatriota, aludiendo al período legis-lativo que le mantuvo ausente casi cien días de su parroquia y de sus eski-males durante los últimos dos años.

Al día siguiente, Benito Tucker, el eskimal organista del PadreLlorente, que alterna la caza de visones y la interpretación de la músicareligiosa con sus aficiones alcohólicas, el que frecuentemente entra en lahumilde vivienda del P. Llorente con una carga de leña para la estufa, meha dado la clave de la derrota electoral del Padre en un momento en que

ambos hemos quedado solos a la puerta de la capilla: —"Las mujeres no han querido votar al Padre. La mía y la de Kame-

roff se pusieron de acuerdo para movilizar a las demás. Tres meses sin párroco era demasiado.

El Padre Llorente nada sabe de esto, pero todos estamos seguros deque el resultado de las elecciones le ha quitado de encima un gran peso yasí le podremos tener siempre entre nosotros..."

Axel Johnson es tenido por uno de los más expertos pescadores de salmón ared en toda la comarca. En foto le vi sosteniendo una soberbia pieza de 80 libras.

Los eskimales, hombres primitivos del siglo XX, junto a detalles de su vidaestancada en el pasado, tienen detalles de modernización.

Para reponer su depósito de leña, echan mano, el uno de una sierra eléctrica, elotro de un modernísimo motor de "fuera bordo".

Enormes troncos, arrastrados por las aguas del Yukón desde las selvas delCanadá, son devorados cada día por las estufas de los eskimales. La leña está cara en

las lomas del Polo Norte.

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El eskimal, un hombre primitivo del siglo veinte

Vive de la caza y pesca, pero los más modernos rifles,transistores y lavadoras forman parte de su ajuar

El P. Llorente me designa padrino de bodadel cartero de Kotelik 

Hoy, después de misa, que el Padre Llorente ha oficiado a tempranahora en la capilla atestada de fieles, he ido en su compañía a visitar unadocena de casas eskimales. Viendo una se han visto todas las viviendas deestos ciudadanos de los Estados Unidos —uno de los cuales me habíaconfesado en la noche anterior no saber quién era el presidente Kennedy —, cuyos antepasados vinieron, probablemente, de Asia; se supone quecruzaron la Siberia hace varios miles de años y llegaron hasta estaslatitudes después de atravesar el estrecho de Behring. Aquí, en estas

inhóspitas regiones del último confín occidental, echaron hondas ralees.Los eskimales de Norteamérica se llaman "innuit" y, al igual que

todos los de su raza, se distinguen por su carácter nómada. Su lengua essiempre la misma, aunque con diversos dialectos, al igual que los indiosamericanos. Estos dóciles parroquianos del Padre Llorente pertenecen algrupo mongólico: su pelo es liso, sus ojos hermosamente negros y nobles,sus pómulos abultados, la talla escasa. Parece que, en total, los eskimalesson cincuenta mil en todo el mundo. De ellos, sólo quince mil habitan la

tundra de Alaska, especialmente en las costas. De aquí, de estas apartadasllanuras heladas, proceden tres palabras que Occidente ha aceptado yadaptado: "igloo", "kayak" y "parka", el famoso abrigo de los indígenas.

Contrastes increíbles

Las casas de los eskimales son de madera; hasta hace pocos años, las paredes de sus habitaciones estaban construidas de hielo, y de nieve los

cimientos y el tejado. El eskimal es, ahora, un pintoresco habitante prota-gonista de una vida riquísima en contrastes. Se gana, en cierto modo, laexistencia como un hombre primitivo: caza la ballena, la foca, el oso polar 

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o el visón; pesca el salmón en la primavera avanzada. Pero es un hombre primitivo que habla inglés, aparte del dialecto nativo, y propietario, inde-fectiblemente, de un hermoso motor "fuera borda" para recorrer el río, treso cuatro rifles de gran precisión, acaso un "scooter" de la nieve y dos o tres

"transistores" último modelo, acabados de importar. Las mujeres eskima-les, que viven sin salir de casa la mayor parte del invierno, poseen unaslavadoras automáticas que harían la felicidad de cualquier ama de casaespañola, una máquina de coser y una cocina eléctrica que funcionagracias a un grupo electrógeno que suministra energía a la aldea. Todasestas cosas, que hoy garantizan la comodidad y el confort de nuestras casasde Occidente, las ha conquistado para su vida el eskimal en el curso de losúltimos quince años, en los que su "cambio de piel" resulta impresionante.

Las casas de Enmonak, todas de madera y una sola planta, encierrandesgraciadamente el más espantoso hacinamiento, la más penosa promis-cuidad. La calefacción, a base de madera, es sumamente cara y los eskima-les cuidan de que el espacio a caldear sea lo más reducido posible. Comoademás son muy prolíficos, es fácil ver a los padres compartir con diezhijos de muy diversa edad un espacio nunca superior a tres habitaciones deuna superficie normal en nuestro país.

Habíamos terminado la visita. Desconcertado por la impresión de

aquellos hogares en los que sus moradores (a pesar del "out board", de lamáquina de coser, la cocina eléctrica y el "transistor"), viven como seres primitivos, quedé mudo, sin saber qué decir al Padre Llorente, que pisandoenérgicamente sobre el hielo abría la marcha camino de su casa, contigua ala capilla.

Covacha can ajuar modernísimo

 —No dice usted una palabra, hombre. ¿Qué le han parecido las casasde mis feligreses? Unas covachas, ¿verdad?

 —No puedo pensar de otro modo, Padre Llorente.

 —Y en realidad, lo son. Unas cobachas donde existen todos losmodernos adelantos del siglo XX y, sin embargo, carecen de aguacorriente y servicios higiénicos. Pero ¡tenía que haber visto usted lascuevas que estas gentes habitaron hace sólo diez años, en plena tundra! Laera de la electrónica ha llegado hoy para ellos. El avance material que han

experimentado en este tiempo no tiene seguramente precedentes en nuestromundo occidental...

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Este es un hecho probablemente cierto. Ningún eskimal desconocehoy los huevos, el exquisito queso de las vacas de Oregón, el rico café deCosta Rica o el té recién importado por Ciryl, el almacenero que, un par deveces por semana, hace las delicias de sus clientes con la proyección de

una rancia película cinematográfica a precios de gran estreno en cualquier ciudad española.

75 pesetas la docena de huevos

Tampoco puede afirmarse que la despensa de estas desconcertantesviviendas del mar de Behring contenga todas esas exquisiteces. Pera mu-chos de estos intrépidos cazadores y pescadores del siglo XX pueden, concierta frecuencia, hacer frente a los precios abusivos que Ciryl tiene se-ñalados para sus mercancías de importación: setenta y cinco pesetas ladocena de huevos, doscientas cuarenta el paquete de queso de cinco libras,tres duros la lata de leche condensada, cincuenta el kilo de café yochocientas pesetas el saco de cincuenta kilos de harina, que la mujer deleskimal transforma en exquisitos panecillos con cierto sabor a bollo sui-zo...

Almorzamos en casa del párroco y a la una de la tarde, con Redfox,el inteligente eskimal que ha servido en California y conoce algunas pala- bras españolas, emprendí una inolvidable excursión a pie, por el cursohelado del río, a fin de sacar de las profundidades un palangre depositadohacia una semana en una de las enormes curvas del cauce. Nunca había pescado con pala y pértiga de hierro (para abrir un agujero en el río) y elloresultó deliciosa experiencia para este modesto capturador de truchas ennuestros ríos del Norte.

Cuando regresamos, el aliento se había transformado en un pesado

 bloque de hielo que, como una pintoresca y fantástica barba, estaba pegadosobre la piel de lobo que circundaba mi cabeza cubierta.

 —¿Se ha divertido? —me preguntó el Padre con curiosidad.

 —Enormemente —dije extrayendo del saco cinco hermosos peces blancos que, deliberadamente, arrojé al suelo para verles rebotar como sifuesen de metal...

 —Pues ahora va usted a terminar bien el día. Los novios me hanenviado un recado. Están en camino...

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Padrino de boda de unos eskimales

Desde el día anterior aguardábamos la llegada de una feliz pareja en busca de matrimonio. El Padre Llorente tenía decidido empeño en que sucompatriota periodista actuase, no como redactor de sociedad, sino de

 padrino y testigo. ¡Padrino de boda de un eskimal! La idea estabahaciéndome feliz desde hacia veinticuatro horas.

Mientras el misionero preparaba una taza de té para reanimar al padrino y liquidábamos una partida de ajedrez, los novios llegaron a la parroquia. Peter Ylachik, de 27 años, y Ruth Iunnak, ocho años más joven,dejaron a la puerta su "scooter de la nieve" y penetraron en el interior.Tenían, como los novios occidentales, una hermosa y bobalicona cara defelicidad. Peter es el cartero de Kotelik, una miserable aldehuela que seasienta en otro de los brazos del Yukón, a noventa kilómetros deEnmonak. Kotelik no pertenece a la parroquia del Padre Llorente, peroYlachik y su novia decidieron no esperar por más tiempo el regreso de susacerdote ausente y pusiéronse en camino.

Una novia intrigada

Peter era dependiente de un almacén antes de convertirse en cartero

hace tres años; realmente, ha mejorado con el cambio y ahora gana tres mildólares anuales (180.000 pesetas), más un 25 por 100 que el Gobierno leconcede para gastar en luz y leña; Ruth, diminuta y discreta, me observacon insistente curiosidad desde que entró en la habitación del Padre.Socarronamente, el misionero se explica:

 —¡Claro que está intrigada! Solamente de oírnos hablar en unalengua que ignoran. Y usted, con esos brazos llenos de vello, lo que no seconoce en estas latitudes, es para esta muchacha una especie de orangu-

tán... —Padre, por Dios...

 —De orangután, hombre. Por eso le mira con tanta atención. Y nonecesito preguntárselo para saber que están pasándolo "en grande"...

El viste unos pantalones azules con botas de media caña y chaquetónde piel de foca; tiene las mandíbulas anchas y el pelo crespo; ella, un ano-rak; anudado a la cabeza, un pañuelo de colores. Durante cuatro horas el

"scooter" de los novios se ha abierto paso por un estrecho sendero entre losarbustos de la tundra helada para llegar hasta Enmonak.

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 —¿Cree usted que Dios me perdonará el que esté pensando cosas poco santas, Padre?

 —¿Qué cosas, hombre?

 —Peter y Ruth han viajado noventa kilómetros por la nieve, solos,

horas antes de convertirse en marido y mujer... —Pero, hombre, ustedes, los españoles, siempre tan maliciosos. Pon-

dría la mano en el fuego por la honestidad de estas relaciones, desde quecomenzaron. Y voy a preguntarle a Peter si por el camino se han detenidoun instante por cualquier motivo.

No existe la luna de miel

Sentí un enorme sofoco en las mejillas e intenté convencer al PadreLlorente, completamente, en vano, de que se abstuviera de formular seme- jante pregunta al novio de Ruth. Pero no hubo tiempo y me beneficié de unenorme alivio cuando oí al cartero de Kotelik la ingenua respuesta:

 —¡Bastante tarea he tenido con mantener la vista fija en la direccióndel "esqui-dú"!

Pocos minutos después se casaban, según el rito católico y la tradi-ción eskimal; ni un invitado, total ausencia de regalos.

Por mi parte, hice de padrino en la ceremonia con toda ilusión.

La luna de miel no existe en la tierra del sol de media noche. Des- pués de firmar sus papeles, Ruth y Peter han tomado asiento en el"scooter" de la nieve para ir a esperar el día al almacén del Ciryl.

Mañana el cartero estará nuevamente al frente de la estafeta como sinada importante hubiese acontecido en su vida...

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El Padre Llorente ha recibido en estos años 30.000 cartas

Recordando el día en que el misionero españolpidió a Dios la muerte en el acto

La habitación donde el Padre Llorente estudia, guisa, come y descan-sa es, al propio tiempo, la sacristía. Y, por supuesto, la casa de todos los parroquianos. Acabamos ahora de asistir a la misa; de trescientos cin-

cuenta católicos, el cien por cien de la población de Enmonak, sólo hanfaltado los niños pequeños, los viejos imposibilitados y los enfermos. ¡Quémaravillosa unción la de estos eskimales! ¡Qué impresionante aspecto elde la capilla desprovista de pórtico y campanario, atestada de fieles que, enmasa, en pequeños grupos de cinco, primero los hombres, luego lasmujeres y finalmente los chicos, se han adelantado a recibir el Pan de losÁngeles, mientras el hielo se funde en el techo plano de aluminio y lasgotas heladas caen al suelo de madera formado por tablas, cada una de ár-

 bol y color distintos!Simeón, uno de los monaguillos (la parroquia es tan pobre que no

 pueden los acólitos aspirar ni a un modesto sobrepelliz), ha entrado en lasacristía con la vieja caja de puros en que se recoge la colecta semanal. Elsacerdote se despoja de la casulla, del alba y del amito y se queda con lasropas seglares: la camisa de color caqui y el pantalón oscuro, únicas pren-das que el misionero ha guardado este año para sí después de repartir cien-tos recibidas de los Estados Unidos entre los necesitados de la parroquia.

Un cuarto de dólar cae rodando por el suelo.

El Padre Llorente hace el balance de la recaudación y dice dirigién-dose al periodista, con cierto aire victorioso:

 —¿Lo ve usted? Soy tan rico, que hasta el dinero salta de la caja.Siempre lo he dicho: "Segundo, eres el hijo mimado de la Providencia."¿Sabe para qué quiero el importe de las colectas? Para pagar a los mona-guillos, que siempre que lo necesito, vienen con un trineo de leña...

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Tendencia natural hacia la piedad

Muchos de los fieles, entre ellos Catalina Moore, de piel estiradacomo una foca desollada y puesta a secar, fiel traductora al dialecto eski-mal de la plática del misionero, forma parte del grupo de hombres y muje-

res que nos rodean. —¿Verdad que son adorables? —me pregunta el Padre Llorente—.

Donde les ve, todos ellos pecan, lo mismo que usted y yo. Pero si no fuese por la borrachera, diría que los eskimales son canonizables, hombre...

Catalina Moore, que tiene cuarenta años pero parece sexagenaria,siente por su párroco un visible amor de feligresa. En quince años de ma-trimonio ha llevado doce hijos al bautisterio del misionero español.

Hablándome de ella, el Padre Llorente exclama: —Catalina simboliza la natural tendencia que los eskimales tienen

hacia la piedad. Y Dios les concede siempre una muerte envidiable. Hablode mis parroquianos, a los que bien conozco. Tengo la seguridad plena deque, uno por uno, van todos al Cielo. No son excepcionales, sin embargo.Todas las pasiones y virtudes humanas están en ellos y muchas veces he pensado que se necesita una vocación especialísima para coexistir. Siem- pre que me ha asaltado este pensamiento, he reaccionado rápidamente con

este lema que tengo para mi solo: "Si esta iglesia, si esta aldea es buena para El y El quiere vivir con ellos, yo tengo que quererla y quererles comoEl." Y me quedo siempre sin respuesta ante esta consideración. No creotener otra virtud que la genuinidad, créame. Nada hay de postizo en mí.

Con una amable y cariñosa frase para cada uno, el Padre Llorente hainvitado a sus parroquianos eskimales a que nos dejen solos. Tenemos que preparar el desayuno, que en estas latitudes es una comida poco frugal, sise quiere combatir una temperatura clavada desde hace días en los treinta

grados bajo cero.

Un atroz desfallecimiento

Mientras el misionero reaviva la lumbre con nuevos trozos de leñaseca, pongo sobre la mesa los periódicos que han de hacer las veces demantel y corto el pan, que, naturalmente, también vino por avión hacequince días desde California.

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 —Padre —le pregunto sin abandonar la tarea—, en estos veintisieteaños en Alaska usted me dijo el otro día que nunca se había encontradosolo. Sin embargo, ¿cuántos desfallecimientos?

 —Sólo uno, pero dramático, inolvidable. Fue cuando el desbor-

damiento del Yukón, el año cincuenta y dos. En unas horas me encontré enAlakanuk sin parroquia y sin casa. Eran las tres de la madrugada y decidí plantar una pequeña tienda de campaña; al cabo de una hora comenzó allover torrencialmente. Los afluentes y riachuelos del Yukón crecierontanto, que también la tormenta arrancó la casa de lona.

Sólo me quedaba un bote azotado por la corriente y decidí buscar allírefugio. A oscuras, sentado en la bancada, le pedí a Dios, con todas lasfuerzas de mi alma, que me trajera la muerte en el acto. Es difícil llegar 

más allá en el desaliento. Y también reflexioné al llegar la luz del día;"Dios quiere tenerte aquí y tú, ¿pretendes morir?"... Salí del barco, mearrodillé en el suelo inundado y exclamé instantáneamente alzando la vistaal cielo: "No me digas más. Ya basta, ya basta, no me tirotees más...".

El Padre Llorente —bien claramente se percibe en sus libros— hahumanizado la figura de Dios, con el que dialoga en los momentos de ora-ción. "Dios, sin dejar de ser Dios, es como un gran amigo personal, intimo,de toda mi confianza. Esto no se puede predicar, ni decir a todo el mundo

 porque puede que hubiese algunos que se desmoralizaran. Dios me tomacomo soy. Si yo dejara de ser como soy, si quisiera ser otro, estaría perdido."

 —¿Se dirige a El en español o en inglés, Padre?

 —Casi siempre en castellano.

30.000 cartas en estos años

La puerta se abre para dar paso al hijo de Pearl Johnson, la cartera dela aldea. Trae sobre la espalda una voluminosa saca de paquetes postales ycorrespondencia, todo ello destinado al "Father Llorente". Cartas expedi-das en España o los Estados Unidos. Congregaciones católicas de Europa yAmérica, en vísperas de la Navidad, empiezan a derramar sobre la parro-quia del Padre Llorente no sólo sus oraciones, sino un sinfín de regalos, principalmente dulces de Navidad. Abrimos uno de los paquetes remitidosdesde un convento de monjas de Sacramento, en California: dulces en

conserva, caramelos y dos cajitas de pasas del país, diminutas e insípidas.

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 —Si hubiera conservado todas las cartas que he recibido en estosaños, juntas no cabrían en esta habitación. Calculo que han sido unas trein-ta mil desde que llegué a Alaska. Durante seis o siete años, los primeros,las contesté todas, una por una. Después, las cosas se complicaron, porque

el correo fue creciendo constantemente. Temí por mi ruina e incluso por lasalud. Hubiera necesitado un par de secretarios. Hoy tengo por norma con-testar a muy pocas. Espero, por esta causa, contar con millares de enemi-gos, lo mismo en Europa que América. Que todos me perdonen. ¡Hombre,aquí hay una de monseñor Hargreaves, el superior general de la Misión,que reside en Fairbanks...!

La casualidad ha deparado al periodista la ocasión de conocer lareacción del misionero español ante una carta que es muy distinta a las

treinta mil aludidas: monseñor Hargreaves insiste cerca del Padre Llorente para que "se dé una vuelta por España después de que se haya encontradoun sustituto". El párroco de Enmonak lee dos veces el texto. En el último párrafo se le pregunta si prefiere volver a la Patria antes o después de Navidades, "aunque convendría que lo dejara para después en tanto se lo-gra el sucesor".

A España

El Padre Llorente, sin el menor rasgo de emoción en su semblante,vuelve a introducir la carta en el sobre y me pregunta:

 —¿Debo ir a España? ¡Me da tanto miedo! Esta ha sido la razón por la cual siempre he dicho "no". He nacido para la intimidad, no para gran-des sermones. Presiento que si voy no podré cerrar la boca en los tres me-ses que ha de durar, según parece, la estancia. Pero las excusas ahora handado fin. Acostumbro a acatar las órdenes de los superiores, en los que

siempre he visto la mano de Dios. Iré a España, claro que iré... —¿Y luego?

 —Si no disponen otra cosa, aquí volveré...

 —En estos años, Padre Llorente, ¿puede decirse que el eskimal hayaevolucionado hacia una mayor perfección moral?

 —No; en todo caso una evolución material fantástica. Moralmente nocreo que sean, al menos en esta parroquia, más perfectos que cuando vi-vían diseminados en la tundra, en "igloos" construidos con adoquines dehielo. Hemos arrancado, de raíz, grandes males como el de la superchería.El hechicero, cuando yo vine a este rincón del mundo, era todo para ellos.

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Les traía los bienes materiales, simbolizados por los ánades y los pescados;echaba los exorcismos y dejaba encinta a las mujeres. Le pagaban en espe-cie y creían en él. Todo esto ha desaparecido y para siempre. Creo que noes poco, pero me ocurre como a un padre que quiere ver a sus hijos más y

más virtuosos. Tal vez lo sean, pero el contacto constante con ellos me im- pide emitir un juicio acerca de la verdadera situación en que se encuentran.De no ser por las borracheras, ya le he dicho: todos canonizables, hom- bre...

 No pude menos de recordar al miserable de Timoty Kelly que, lanoche anterior, en el curso de un ataque de alcoholismo había golpeado brutalmente a su joven esposa. El Padre y yo, en una visita al hogar de la pareja, vimos los cardenales en el rostro de la muchacha. Al párroco le

dieron ganas de descargar sobre el salvaje un par de cachavazos. Pero selimitó a reconvenirle con dureza y... al llegar a casa envió una carta aRedstone, el policía de Bethel, que mañana, con toda urgencia, vendrá aEnmonak en avión a poner las cosas en claro.

Posiblemente la casa de Dios sea la más humilde de las cincuenta edificacionesque componen el poblado eskimal de Enmonak. Contigua a la capilla, la pobrísimavivienda del jesuita leonés, que hace a la vez do sacristía.

En ella, al fondo, el camastro. Junto a la mesita de trabajar y de comer, laestufa. Después de Misa pone a calentar el agua para el desayuno y entretanto el P.Llorente, sentado en un humilde taburete se entera a través de "La Gaceta del Norte"de las últimas noticias de la patria situada a siete mil millas de distancia.

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Curiosa versión eskimal de España: «Una granisla con las casas de paja»

Con dos dólares diarios (a condición de no dejarse seducir porlas conservas) puede vivir una familia indígena

Oír hablar español constituye en la aldea un atractivo pasatiempo

Aquella mañana comprendí, al fin, a qué demonios sabía el café biencaliente que el Padre Llorente me servía como desayuno, después de latortilla francesa o las "polientas" a base de harina de maíz y leche conden-sada. Era un sabor extraño que, inocentemente, había achacado al agua delrío Yukón.

Pero mi colaboración en las tareas domésticas vino a aclarar aquelmisterio que me intrigaba tanto desde el primer almuerzo en compañía del

misionero. El Padre Llorente, con un manguito de madera que tenía atadoun trapo, una especie de brocha, lavaba los cacharros en el agua casi hir-viendo depositada en una gran palangana bien espolvoreada de detergente.De este recipiente me pasaba la vasija para que el huésped la secara conuna vieja toalla de colores desvaídos por el uso.

 —Padre, no podemos emplear otra agua para aclarar los cacharros?

 —Creo que esto no es necesario. Además, con treinta grados bajocero como ahora tenemos, ¿quién es el majo que se pone a extraer agua delrío?

Oír hablar en español, una pintorescadiversión

Callé y acepté la penitencia, seguro de que hasta el final de mi estan-cia en Enmonak seguiría mezclando los alimentos con el detergente en polvo. Si éste fuese nocivo —pensé—, el Padre se habría muerto hace

muchos años. Y sin embargo estaba frente a mi, fuerte y vigoroso, cual un

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campesino de Mansilla, la mandíbula ancha y bien dibujada, el tórax am- plio y atlético.

 —¿Sabe que cuando yo entré en quintas nadie dio un perímetro torá-cico superior al mío? Tres golpes sonaron en la puerta. Frank Kameroff y

Vincent Kaasoka, dos de sus parroquianos, entraron en la casa del misio-nero sin tener nada que preguntar ni que decir, sólo —según explicaron—  por el placer de "oírnos hablar español, que les divertía mucho". Comotodos los de su raza, Vincent Kaasoka, eskimal puro, de pelo lacio, negro ygrasiento, tenía unos pies diminutos, casi infantiles, embutidos en sucalzado de piel de foca. Lucía unas patillas prolongadas hasta el mentón,los ojos brillantes e insignificantes como pinchazos de alfiler. El PadreLlorente se empeñó en que Vincent Kaasoka me dijera en español: "Bien

venido a Eskimolandia." Inútil tarea. Kaasoka pareció pronunciar tales palabras, pero tan bajito que ni él mismo debió enterarse.

Quien no tiene hijos se los pide al vecino

Franz Kameroff, con ascendencia rusa en sus venas, me dio la impre-sión, en los días que permanecí en Enmonak, de ser uno de los habitantesmás inteligentes y, desde luego, abiertos y comunicativos de la aldea. Secasó con Teresa Hootch, una muchachita de un pueblo limítrofe, hace doceaños. En este corto tiempo ha fundado una hermosa dinastía. Con sus diezhijos, Franz, que sólo cuenta 35 años, tiene suficientes motivos de preocu- pación para no permanecer en casa más de un mes al año. En invierno cazael visón y lo que se pone delante de su "Winchester"; en verano pesca elsalmón como todo hijo de vecino. En el registro parroquial sólo VillieMoore, con catorce bocas que alimentar, le supera. Nadie puede poner enduda el carácter prolífico de los eskimales.

 —Aquí —me dice el Padre Llorente—, quien no tiene hijos se los pide al vecino. Son ocho o diez familias las que poseen alguno adoptado...

Las latas de conserva, una tentación

Petronila, la mujer de Kaasoka, de rostro apergaminado y expresiónestúpida, ha entrado un momento a preguntar al Padre Llorente si conside-ra que su marido está ya curado para ponerse a trabajar y renunciar a la pensión de ciento cuarenta dólares mensuales que el Gobierno de Junneauestá pasándole desde que hace ocho meses fue hallado en la tundra con los pies a punto de congelarse, desvanecido en el interior de su tienda de

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campaña. Estuvo perdido en la estepa seis días y seis noches, y el PadreLlorente no vaciló en expedir a la "viuda", acaso un poco precipi-tadamente, el certificado de defunción de su cónyuge. Pero está visto queno hay rayo que parta a este enjuto eskimal, a quien la mujer quiere ver 

 pronto corriendo nuevas peripecias en pos del visón.Vincent ocupa una humilde casa junto al río. Con dos dólares diarios piensa que una familia de eskimales puede sostenerse bien. Pero con unacondición:

 —Hay que olvidarse de que las conservas existen...

Imitando a las hormigas

El salmón, los patos y las fresas salvajes se encuentran en agosto conuna sorprendente abundancia.

Como la hormiga del cuento, el eskimal almacena en el verano para poseer y consumir en los ocho o nueve meses largos que dura el invierno.Los salmones, los ánades enormes y riquísimos en grasas, los conejos blancos y las abundantísimas "tarmigans" (una especie de tórtola delÁrtico, de pico colorado) son recursos que la Naturaleza ha puesto alalcance de los eskimales en una abundancia insospechada. Pero los Ka-

meroff y los Kaasoka gustan, un día, de echar una cana al aire o, lo que eslo mismo, de aplicar el abrelatas a las conservas y el presupuesto padeceentonces las consecuencias...

 —Me considero —exclama Kameroff— uno de los vecinos que me-nos tentaciones de este tipo sufren. Con una ración de pescado crudo ycongelado tengo suficiente...

 —Hágale caso, no miente. Los extremos se tocan —interviene el Pa-dre—. El pescado congelado cuando llega al estómago produce más calor 

que un café hirviendo. Todos ellos prefieren comerlo de este modo aecharlo a la sartén...

Todos le necesitamos

Franz habla un inglés excelente, aprendido en la escuela y practicado, posteriormente, en dos años de servicio militar en los Estados Unidos.Aprovechando que el misionero ha ido a poner un par de estufas a la capi-

lla contigua, acabo de preguntarle qué sentiría si el párroco español em- prendiera conmigo el regreso a la Patria.

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 —Nadie —me ha contestado después de pensar mucho la respuesta — creería tal cosa. Pero si sucediera, todos nos sentiríamos muy desdi-chados. La presencia del Padre Llorente entre los eskimales nos llena de bienestar y complacencia. Sufriríamos de un sentimiento enorme de

soledad. Todos y cada uno le necesitamos...Aquel indígena del Ártico decía estas cosas con tal aplomo yexpresión de amor en el rostro, que lamenté sinceramente la aparición delPadre, cuya presencia cohibía el diálogo llevado por el mismo tema. Habíacierta, pudiéramos llamar, dimensión poética en las palabras de Kameroff,escolar que nunca pasó del primer grado, pero hombre de gran inteligencianatural.

Para Kameroff, somos un extraño pueblo —Kameroff: el Padre Llorente —me atreví a interrogarle— es espa-

ñol, como usted muy bien sabe. Todos le quieren, usted lo ha dicho. Yo hevisto cómo los niños se le cuelgan de los brazos y acarician su barba; mehe quedado asombrado descubriendo el cariño que los adultos, hombres ymujeres, sienten por el Padre. Quiero saber si el nombre de España hasuscitado en usted algún interés...

 —Desconozco si nos separan muchas horas de agua, si España estáen América o más allá. Pero he pensado muchas veces en el país donde us-tedes nacieron.

 —Esto es lo que quiero saber. Y, ¿cómo se imagina que es?

 —Siempre la he considerado una isla, una gran isla con las casas de paja...

El Padre Llorente, que termina en estos instantes de barrer la habi-tación, siente que se le cae de las manos el ala reseca del ánade que utiliza

 para recoger el polvo menudo y exclama lleno de júbilo, en castellano,dirigiéndose al periodista:

 —Este Franz Kameroff pertenece a los de la "leyenda negra", pero,usted lo ha dicho, es el poeta de Enmonak. ¡Habrase visto, hombre! ¡Unahermosa isla con las casas de paja!

Como si hubiese cometido alguna imperdonable indiscreción, Franzinterroga con los ojos a Vincent Kaasoka, el rescatado de la tundra helada,

quien, posiblemente, jamás ha oído hablar de España ni siquiera de losespañoles.

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Toros y fútbol

 —Nunca, ahora caigo en ello, he dicho yo a Vincent que fuese espa-ñol. ¿Sabe por qué? He intentado en todo momento, rodeado de los eski-males en estos veintisiete años, hacerles creer en la supranacionalidad del

catolicismo, que es divina y no humana... Y ahora continuemos, en cas-tellano, divirtiendo a estos dos parroquianos. Hábleme otra vez de España,hombre. En el curso de esta noche última he pensado en formularle nuevas preguntas... ¿Qué piensa usted del Plan de Desarrollo? Los toros, ¿es ciertoque han perdido la partida frente al fútbol?

Durante un par de horas, sentados frente a Kameroff y Kaasoka, losespañoles hablan de su "dorada isla poblada de casas de paja", sin que losindígenas muestren fatiga de escuchar una lengua desconocida.

El viento acumula una nueva capa de hielo ante la ventana y trae elrumor del aullido de los perros.

Los perros eskimales contienen horas y horas su impaciencia. Vivendía y noche a la intemperie y están deseando ser enganchados al trineo, porque, posiblemente, les resulte más divertido viajar por sus medios que permanecer enroscados como culebras sobre el suelo helado.

No faltan en Enmonak, la primitiva aldea eskimal, lugares parael esparcimiento; una cabaña convertida nada menos que en "boite",donde los jóvenes suelen danzar al son de sus instrumentos.

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Para asistir a una sesión de cine, sentadossobre cajas de leche,

Los eskimales de Enmonak cruzan el río helado y caminan denoche seis kilómetros, a treinta grados bajo cero

3.000 pesetas por una piel de visón

Esta tarde ha llegado una diminuta avioneta, procedente de Bethel, para descargar en la orilla helada del río un regalo destinado a los habi-tantes eskimales de Enmonak, el fardo de lona que contiene el rollo para la película que esta noche proyectará Ciryl en su almacén situado a tres kiló-metros de la aldea, en la orilla opuesta del río. Guillermo Manunik, uno delos adolescentes acólitos del Padre Llorente, ha difundido la noticia por toda la aldea:

 —Esta noche, cine en el almacén de Ciryl.El pregonero, a sueldo del empresario, ha ido de casa en casa dando

la grata nueva. Y ahora, diez de la noche del sábado, el pueblo se ha que-dado medio vacío. Sólo los viejos enfermos permanecen en casa, porquehasta los niños de meses, a la espalda de sus madres, han sido sacados dela cuna en dos direcciones: o hacia el almacén de Ciryl o camino de laescuela, donde esta noche se ventila una apasionante y colectiva sesión dequina o lotería.

El Padre y yo optamos por quedarnos en casa, en la seguridad de queno estaremos solos durante mucho tiempo. Desde ayer, en que propiné almisionero tres mates consecutivos, el Padre Llorente busca ansiosamentela revancha ante el tablero ajedrezado.

Fieles devotos del cine

 —Los eskimales serían capaces de andar de rodillas sobre el hielo

durante toda la noche, con tal de asistir a una proyección cinematográfica.Yo, en cambio, no recuerdo haber ido nunca...

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El almacén de Ciryl (ayer estuve visitándolo) está, como he dichoantes, a unos tres kilómetros de Enmonak, al otro lado del río. Desde laaldea, por una senda helada, entre los arbustos, se puede ir en menos deuna hora... con el riesgo de ver congeladas las orejas. A treinta y tantos

grados bajo cero los eskimales, andando durante dos horas entre ir yvolver, rendirán, otra vez esta noche, y así numerosas en el invierno, elmejor homenaje de fidelidad y devoción hacia los inolvidables hermanosLamière. La proyección se hace aprovechando la máxima longitud dellocal, sobre una tela blanca clavada que tapa la puerta de entrada. Loseskimales, silenciosos, casi mudos espectadores, se sientan sobre cajas deleche condensada; pese a sus mejores deseos de situar la imagen en el sitioadecuado, Ciryl no consigue evitar que, a menudo, el primer actor se"escape" y quede a medio camino de la pantalla, en una columna situadaen el centro del almacén. Sin embargo, todas estas anormalidades no harán jamás fruncir el ceño a los devotos de la cinematografía más fieles yestoicos que imaginarse pueda, capaces de andar media noche sobre lanieve, a cuarenta grados bajo cero, para pagar el asiento de "leche con-densada" al precio único de treinta pesetas.

Jaque a la reina

 —¿Por qué no ha ido usted con ellos? ¿No le gusta el cine? —Prefiero, Padre, darle la oportunidad de desquitarse. ¿Ha visto que

estoy dándole jaque a la reina y que no es obligación decírselo?

 —¡Calle, por Dios! ¡No me había dado cuenta! Ustedes, los espa-ñoles, son terribles. ¡Siempre atacando, siempre atacando! ¡En cambio,nosotros, los "gringos"! Vamos a ver, ¿qué le había hecho a usted la reina,hombre?

Benito Tucker, organista y borrachín

La partida estaba en su desenlace y llamaron a la puerta. Cuando eldesconocido hubo escuchado la autorización del misionero para entrar,Benito Tucker, el organista, casado en segundas nupcias y padre de unaniña sordomuda, entró en la habitación cubierto con un hermoso "parka"de piel de lobo y foca. Tucker tiene unos diminutos y nobles ojos negros y,ya lo he dicho, cierta afición a las expansiones etílicas. Pero esta noche parece, a juzgar por el timbre de su voz, absolutamente sereno y viene a pasar el rato... oyendo hablar español, de lo que no entiende una sola

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 palabra. Al organista, olvidé decirlo, no le gustan ni el cine ni la quina.Aparte de los brebajes que prepara a solas, siguiendo la fórmula usualentre los eskimales de hervir patatas azucaradas con un fermento especial,Tucker no es como el bárbaro de Timoty que la emprende a golpes con su

mujer. Sus papalinas son, ciertamente, pacíficas y, al día siguiente, ya sesabe: el Padre Llorente no tiene quien pueda sustituirle en la interpretaciónal armonio de la música sagrada.

 —Donde usted le ve —me dice el párroco—, Tucker es un extraor-dinario cazador de visones.

 —¡Pero, hombre! Y yo sin saberlo. Me gustaría entrevistarle...

"Cantazos" a la voluntad

Sobre la despensa donde el Padre Llorente guarda sus latas de con-serva había una cajetilla de cigarrillos a medio consumo.

 —¿No fuma usted, Padre?

 —No, pero hágalo usted, si quiere.

 —Y usted, ¿por qué no?

 —No podría. Llámeme usted anticuado, si quiere. Pero he procurado

evitar el tabaco. He impedido siempre cualquier atentado, por pequeño quefuese, a mi fuerza de voluntad. Yo le llamo "cantazo" a la voluntad. La palabra es típicamente leonesa. Un día, estando de vacaciones en mi pueblo, fui con otros hombres a cazar liebres con los galgos. Uno de los perros levantó pronto una hermosa pieza. Durante largo rato, aquellaliebre, entre fintas y guiñadas, pamela tomarle el pelo al galgo. Por bajinesestaba yo rezando para que el perro no la diese alcance, pero el pobreroedor tuvo la desdichada ocurrencia de pasar muy cerca de nuestro grupo.Uno de los muchachos cogió un canto en sus manos y le dio en el lomo. Laliebre no pudo defenderse y se rindió al galgo. Si yo a mi fuerza de volun-tad le diese el "cantazo" de los cigarrillos, ¿qué nuevas posiciones tendríaque rendir después? Pero usted fume, "dese una pedrada", hombre.

Expedición de caza

Alaska es tierra de salmones, focas y visones. Los visones viven enlos arroyuelos, lagos y charcas de todos los Estados Unidos, pero abundan

(cada vez menos) en esta hermosa e inhabitable tierra de los hielos eternos.Una vez a la semana, Benito Tucker engancha los siete perros de su trineo

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(cuidando bien de situar en cabeza al más despierto y una hembra junto almás pendenciero) y se dirige hacia el interior de la tundra para pasar revis-ta a sus trampas. Tucker no teme que se le hiele su nariz, del tamaño de ungarbanzo y de la que parten grandes arrugas que le caen hasta la barbilla.

Una vez que el trineo adquiere el "dog trot", el vehículo conservará siem- pre la misma diligente velocidad. Tucker ha metido en una especie dezurrón las reservas alimenticias para los tres días completos que ha de du-rar la ausencia de casa: pescado ahumado o blanco que suele mojar enaceite de foca, unos sobrecitos conteniendo té y un bloque de pan.

En busca del visón

Los visones son ágiles e inteligentes; viven en camadas que oscilanentre cuatro y ocho ejemplares, nacen en primavera y suelen permanecer  juntos hasta finales de verano, época en que se disgregan para comenzar lalucha por la existencia. El visón es enormemente pendenciero y por eso sesepara pronto de los de su especie; sus enemigos principales son el lince yel gato salvaje, las lechuzas gigantes y, por supuesto, Benito Tucker y lostipos que, como él, saben situar inteligentemente las trampas o los ceposdonde han de quedar prendidos.

Parece increíble, pero es absolutamente cierto. Oigamos al organistadel Padre Llorente:

 —Durante los tres días que estamos fuera de casa nos cubrimos conuna lona para dormir en la noche.

 —Pero, ¿es posible conciliar el sueño a la intemperie en la tundrahelada, Padre Llorente?

 —Ellos, si. Usted, sin duda alguna, no vería amanecer...

De cien trampas, noventa visones

Ir a la tundra sin rifle o escopeta es como decir misa sin misal. Aligual que todos los convecinos, Tucker tiene rifles y una escopeta decalibre doce. Pero estas armas no se emplean nunca contra el visón, porquela piel se depreciaría por la erosión de los perdigones.

 —Yo he conocido un individuo, de esto hace ya bastantes años, quede cien trampas, noventa visones no le fallaban casi nunca.

 —La situación, ¿ha cambiado ahora, Tucker?

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 —Todo el mundo caza el visón y llegará un día en que desaparezcan.Los transportes modernos, la aviación, hacen que las pieles se paguen máscada día.

 No ha habido en Enmonak un cazador más experto que Jimmy Chao-

kak, pero era un borracho empedernido y murió prematuramente. Podíahaberse hecho millonario si los visones, las nutrias y los linces que vendióno hubiesen pasado a manos de intermediarios.

La temporada dura un par de meses al año y es noviembre la épocamejor para cazar el visón, porque su piel pierde calidad al llegar el añonuevo.

Tres mil pesetas por una piel

En casa de Moore, otro de los más intrépidos cazadores de la comar-ca, me pidieron la noche anterior tres mil pesetas por la piel de una hembrade regular tamaño. Me pareció excesivo para mi "poder adquisitivo" y,desde luego, muy poco como recompensa para el capturador, que la ofre-cía "a un precio razonable" después de haber pasado tres noches alimen-tándose con pescado frío, en el interior de una lona, a 40 grados bajo cero, para poder inspeccionar las trampas tendidas a lo largo de un cuadrado de

veinte kilómetros de lado, sobre los infinitos riachuelos de cristal.

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«He ahorrado todas mis dietas de diputado. Con 10.000

dólares voy a construir una iglesia.»

Emocionante despedida en el río helado

Hace días que el Padre Llorente me recibió con una "cortesía pu-ramente eskimal" al borde del río. Mientras, a las seis de la mañana, dirijo

los pasos desde la escuela hasta su habitación contigua a la capilla, pongomentalmente en orden todas las impresiones recogidas en estos días.Dentro de unas horas, hacia el mediodía, una avioneta especial (en vista deque el correo ha suspendido el viaje por causa del mal tiempo) vendrá arecogerme desde Bethel. Más tarde volveré a la escuela para despedirmede los maestros, pero ahora, por última vez acaso, quiero estar a solas conel Padre Llorente y transmitirle mi enorme pesar al dejarle. ¡Siento que hahecho, en estos días, tanto bien a mi espíritu!

Al ver luz en las ventanas, deduzco que el misionero está ya levan-tado. Llamo a la puerta y escucho el invariable permiso para entrar, siem- pre en inglés:

 — ¡Come in!

"Ande, llore, desahóguese"

En ropas seglares, el misionero pone en orden las mantas del camas-

tro. Hace tanto frío en el interior como fuera de la casa. La vida penitencialque el misionero ha aceptado desde que se "alistó con los eskimales", leimpide mantener la estufa encendida durante toda la noche. Calculo queesta madrugada cuando ha saltado de la cama habría en la habitación ochoo diez grados bajo cero.

 — ¡Come in, Padre! Me llena de tristeza pensar que, a partir de maña-na, nadie estará aquí para darle en español los "buenos días". ¡Siento una pena enorme dejarle! Estoy a punto de llorar...

El misionero se vuelve, después de dejar caer las mantas sobre ellecho revuelto.

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 —¿Y por qué no lo hace? Desahóguese, hombre. ¡Habrase visto!¡Qué clase de tipos son ustedes, los españoles! Ande, llore cuanto pueda.Por mí no se preocupe. Ya le he dicho que nunca me he sentido solo nidesgraciado. No estoy dispuesto a rendir la fortaleza; haré lo que mis su-

 periores quieran. Si desean que regrese a España, lo haré, pero pensandoen volver aquí otra vez, si ellos lo consienten. He visto siempre en missuperiores la voluntad de Dios. ¿Qué? ¿No llora usted, hombre?

Las últimas partidas

Disimulo las flaquezas de mi espíritu de espaldas al Padre, con la na-riz casi pegada a la ventana cubierta de hielo. Súbitamente noto sobre elhombro la mano del misionero y me vuelvo para abrazarle. Estas palabrasvienen a confortar mí espíritu como un bálsamo aplicado a la piel irritada:

 —Cuando usted se vaya luego, le acompañaré al avión. Pero le voy ahacer una súplica: ni un gesto, ni un ademán, nada me diga. Seis días no pasan en balde junto a un español tan auténtico y emotivo como usted meha parecido. También yo estoy traspasado, pero los “eskimales” somosgentes de pelo en pecho, hombre... Siéntese ahora mientras enciendo laestufa y preparo el café. Luego, si le parece, jugaremos las últimas partidasde ajedrez y así transcurrirán más rápidamente estas horas que preceden asu marcha, que tanto he temido, hombre, sin que usted lo notara...

Pensando en España

Utilizando su diminuta hacha, el párroco va convirtiendo en astillaslos gruesos troncos que los monaguillos han cortado con sierras mecánicasy han traído hasta la misión en el trineo tirado por los perros.

 —Acérqueme la caja de cerillas... Hoy, último día, ¿qué quiere paradesayunar? ¿Sabe qué he pensado esta noche?

 —No puedo figurármelo, Padre.

 —Se lo voy a decir. He permanecido largas horas pensando en Espa-ña y los españoles. Y he llegado a la conclusión de que muchos compatrio-tas han podido, en estos años, a través de mis libros y artículos, formarseuna imagen errónea de mí. Cuando vaya, la realidad de lo que vean y pal- pen acaso les defraude. Tengo mis debilidades; la vanidad es, posiblemen-

te, uno de mis pecados peor controlados. ¿No sería mejor dejar a losespañoles con la ilusión en que se encuentran...?

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 —En ese caso, Padre, usted quiere engañarles. Además, usted acabade declarar que hará lo que sus superiores ordenen o deseen.

 —¡Es verdad! ¡Calle, por Dios, qué cosas se me ocurren! Todomenos abandonar la fortaleza, ¿eh?... Estoy seguro de que Dios me quiere

aquí mismo, en esta habitación donde nos encontramos, pero acasomañana a El se le antoje enviarme a España. Y aquí viene lo de siempre:"Señor, cuida Tú de mí y de mis cosas. Yo cuidaré de Ti y de las tuyas."¿No es hermoso esto, hombre?

Ahorros para una nueva capilla

Desayunamos posteriormente: café con leche y huevos duros, a elec-ción del huésped, porque, hablando castellano de Cervantes, la tortillafrancesa del Padre Llorente no me convence nada ni le hace favor alguno ami estómago. El tablero ajedrezado estaba ya listo para el último encuen-tro. Mientras ponía en orden las figuras, el Padre me dijo:

 —Todavía no le he dado cuenta de ello y quisiera hacerlo antes deque venga el avión y usted se marche; tengo diez mil dólares en el Bancode Alaska. Son las dietas diarias de diputado cobradas en los dos últimosaños, a razón de treinta y cinco dólares por sesión. No me he gastado un

solo centavo de esa cifra. Cuando reúno algún ahorro le mando el dinero al procurador. A mí todo me sobra y me ha sobrado siempre...

 —¿Y esos diez mil dólares?

 —Le voy a explicar: quiero construir una nueva capilla en Enmonak.Aquí la tierra es de todos; no hay dificultades en elegir el solar. Seintroducen los cimientos en la tierra y ya está. Quiero sólo cuatro paredes yun tejado. Eso me basta, porque pretendo que la casa de Dios en Enmonak continúe siendo tan pobre como las covachas que usted ha visto estos días.

He pensado que si la hiciese ostentosa acaso los eskimales no acudirían aella como hasta ahora...

Una pregunta

Los niños llegaron entonces por oleadas, procedentes de la escuela.El profesor Henriksen les ha concedido un permiso de media hora para que puedan acudir a despedir, a la orilla del río helado, al "compatriota cató-

lico" del Padre Llorente. Hace un minuto que, bajo el cielo plomizo, se haescuchado el ruido aún lejano de la avioneta que viene en mi búsqueda. ElPadre se levanta de la silla para atender a sus pequeños parroquianos de

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Enmonak. Parece que Lorenzo Kameroff, de siete años, cuyo abuelo eraruso, tiene algo que preguntar al jesuita. Veo cómo se cuelga de su cuello yle habla al oído.

 —¿Sabe qué me dice Lorenza? Está interesada en conocer qué va

usted a decir en su país acerca de los niños eskimales... —Respóndale que me han parecido, colectivamente, encantadores

 por su docilidad y buenas formas.

Adiós en eskimal

Son las once y media de la mañana cuando la avioneta en que voy a partir sobrevuela la aldea y, finalmente, desciende para tomar tierra en el

río. Precedidos de la rapacería, salimos de la capilla hacia el aparato.Camino de la avioneta, el grupo de los acompañantes se nutre con indí-genas adultos que salen de sus casas. Como alfileres, los copos se clavanen mi rostro al descubierto. Axel Johnson, el diputado eskimal, me hace laofrenda de un pintoresco cuchillo con asta de cuerno de reno, que su mujer le ha entregado para "Mistress Delgado".

Jimmy, el piloto del "bush", tiene prisa por capear la tormenta denieve, a fin de que alcance el enlace de Bethel y pueda esta misma noche

dormir en Anchorage. Un centenar de eskimales se quitan los guantes y, almismo tiempo, me ofrecen sus manos desnudas. Los niños, en eskimal, prorrumpen en afectivos adioses:

 —¡Pioja, pioja!

Despedida

Abrazo fuertemente al misionero antes de introducirme en la carlin-

ga, junto al piloto, y advierto que es ahora mi esternón el que parece resen-tirse de la española efusión de este titán de la fe y la caridad que es el Pa-dre Llorente. En seguida veo que me imparte su bendición, ya con la héliceen funciones. Desde la altura, el grupo parece más denso y compacto entorno al párroco, que se ha quedado ya sin el compatriota que, en caste-llano, le diga sencillamente "buenos días" cada mañana. Pero no solo.Cada uno de los habitantes de Enmonak es un hijo cuyas virtudes exalta,cuyos pecados sabe siempre perdonar.

El "hijo de Dios en el destierro", ha quedado allí abajo, en la másavanzada trinchera de la Cristiandad. Tendré que contar los días que faltan

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antes de que vuelva a ver, en la Patria lejana, a este fiel y grandiosoembajador de Jesucristo en las misiones del Ártico. Durante muchas horassentiré el dolor de haber perdido la compañía de un santo.

FIN

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Primeras sorpresas al regreso: La luz, el color delcielo y el amor inmenso de los españoles3

En Villafalé, asombro general:

El misionero reconoce uno por uno, a los convecinos...después de treinta uy tantos años de ausencia

Atrás ha quedado Tierra de Campos, que es como un mar ocre y mo-nótono. Súbitamente, en los primeros momentos del alba, aparecen pren-didos del horizonte los montes azulados de la sierra semienvuelta por laniebla. El norte de León es un paisaje de transición maravilloso, mitadcastellano, mitad septentrional. Se puede, a lo lejos, distinguir el curso delEsla porque es, asimismo, curso de esbeltos y veraneantes chopos.

En una de las múltiples curvas del río se alza la pequeña aldehuela.

Villafalé, a 18 kilómetros de la capital, separada de León por las colinascercanas, es pueblo rústico y entrañable. Aquí ha descansado anoche, encasa de su hermano José Luis, labrador y ganadero, el Padre Llorente.

Son las seis de la mañana, una hora inadecuada e imprudente para lasvisitas. La llegada, por carretera, ha sido demasiado prematura. El puebloy sus habitantes duermen todavía. Pero ya hay en el ambiente cálidosvestigios de existencia: los cánticos del ruiseñor y del malvis, el rumor delEsla y sus múltiples venas líquidas que inundan de oro las tierras de

labrantío.

Con sus hermanos

Liborio, el quinto hermano del famoso misionero de Alaska, me haservido en su casa un desayuno confortador a base de buena leche y dulcesdel país. Liborio, cuyo nombre oí, por vez primera, pronunciar al PadreLlorente, a siete mil millas de España, en la Misión eskimal de Enmonak,

3 Otro reportaje de Jesús Delgado, publicado en  La Gaceta del Norte el 19 demayo de 1963.

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me recuerda ahora enormemente al jesuita: aparte de su cara, sus adema-nes, acaso toscos pero entrañables como el propio pueblo. Incluso el mis-mo timbre de su voz.

 —¡Quién podía imaginarse que usted iba a coincidir con Segundo!

Liborio me ha abrazado entrañable, momentos antes, en la puerta desu casa, a la que he llamado equivocadamente. Es un hombre de cuarenta ytantos años, de amplio tórax y manos rudas, de guiar la pareja de bueyes detrabajo por la heredad. El es quien me ha dicho que su hermano, elmisionero, descansa en la casa de José Luis, a la entrada del pueblo, laúltima que en Villafalé se ha construido. Me tutea ya con una naturalidadque agradezco profundamente.

 —¡No se te ocurra ir allá a despertar a Segundo! Mientras estuvo en

Mansilla la Mayor, su pueblo y el de nuestros padres, hubo que hacer casiuna guardia nocturna para evitar que los ruidos le despertaran. ¡Y es tandifícil hacer callar a los perros!

Contraste

Recordé entonces la abrumadora, increíble, casi hiriente serenidad dela Misión eskimal de Enmonak, donde conviví con el misionero durante

una semana en el pasado mes de diciembre. La ausencia de ruidos producesosiego en el espíritu. Sin duda, al Padre Llorente el regreso a la civiliza-ción (?) ha tenido que perturbarle. Me lo dijo por teléfono el pasado día 12cuando hablé con él a las veinticuatro horas de haber aterrizada en Barajas.

 —Es imposible dormir en Madrid. Me mandan esta noche a la casaque la Compañía tiene en Chamartín. De otro modo, moriría aquí...

Creo que no hablan dado las siete y media de la mañana cuandoLiborio se decidió a acompañarme hasta la casa de José Luis. Las primeras

mujerucas comenzaban a salir de sus casas en este día que sugería unagran claridad en la atmósfera.

La casa de José Luis no responde al tipo clásico de la vivienda de unganadero. Si acaso, pertenece al tipo de campesino en posesión de uncierto bienestar. Es un edificio de dos plantas, con una gran corralada en laque se guardan los aperos de labranza. El dueño ha abierto hace rato lasventanas de su habitación y está en pie, con su mujer, que prepara los desa-yunos. Hay que estar pronto arreglados, porque es San Isidro, fiesta de loscampesinos; a las diez está anunciada la misa rezada, que oficiará el Padre

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Llorente y, a continuación, la procesión en torno a la iglesiuca, pintadacomo un caserío andaluz, en la que se venera a San Andrés.

José Luis se emociona vivamente al ver al periodista que hace unosmeses le trajo las más amplias noticias de la existencia del hermano que

marchó de la casa paterna para "alinearse con los eskimales" cuando élcontaba cinco años. Esperamos en el corral a que el dueño del inmueblehaga un "comando" sobre la habitación del entrañable huésped.

 —Nos hemos acostado anoche a las dos. Segundo me dijo: "Bajoningún concepto me despiertes antes de las nueve". Pero esta visita esdemasiado agradable como para imponerle espera...

El Padre quiere recordar...

 No puedo contener la emoción que está contagiando a Liborio. Peroel encuentro se produce rápidamente. El Padre Llorente, en camiseta, precediendo a su hermano José Luis, aparece en la puerta. Me abre sus brazos y oigo que dice,

 —Ven acá, hombre. Ven acá...

La efusión de su acogida hace que recuerde la frialdad de su reci- bimiento en la orilla helada del estuario del Yukón, junto a la avioneta que

me había transportado desde Bethel. Advierto en sus ojos una sincera emo-ción. Me lleva consigo hasta el cuarto donde había permanecido durmien-do hasta hacia unos momentos.

Durante media hora a solas hablamos de sus cosas y las mías. ElPadre quiere recordar conmigo cosas que han formado durante veintitantosaños, parte absoluta de su vida. Nadie, realmente, vive en España que pueda hablarle de Benito Tucker, el organista mestizo y borrachín; deManumik y Simeón, sus fieles acólitos en la humilde capilla de Enmonak.

 Ni evocar el perfil caótico de la tundra helada, con los perros enroscadoscomo culebras a la puerta de las viviendas de los eskimales.

Sí, el Padre quiere recordar conmigo...

Sus mayores sorpresas

Poco después nos hallamos dando un largo y solitario paseo por el pueblo. No dispongo más que de tres horas y hay que aprovecharlas bien

antes de que, con Tino Lobera al volante, emprenda el regreso a Santander  para estar de vuelta a media tarde.

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Los ruiseñores y los malvises ya no están solos. Entre los chopos ylos olmos se ocultan ahora nutridos orfeones de otras especies. El PadreLlorente levanta la cara hacia el cielo y exclama en un tono casi poético:

 —¿Sabes qué me ha sorprendido más en España? La luz, la intensi-

dad de la luz. Y luego, el color de este cielo de mi pueblo.Estamos sentados bajo un frondoso castaño de la finca de Liborio.

Frente a nosotros, una cola de caballo cae sobre el cauce que lleva el aguahasta el molino próximo. La naturaleza ha sido pródiga con Villafalé y elmisionero se siente trémulo de emoción al contacto con tantas y tantascosas nunca olvidadas. Con el nuevo descubrimiento del solar paterno.Durante varios meses viajará por España. Sólo ha permanecido unos díasen Madrid, pero ya puede afirmar:

 —Estoy sorprendido del inmenso amor que los españoles están mos-trándome...

"Desafío" al misionero

Poco a poco, como una película bellísima, se nos ha ido la mañana.El Padre se encamina hacia la iglesiuca para prepararse en la sacristía. Lafestividad es doble en la aldea: honrando a San Isidro podrán escuchar la

 palabra del preclaro hijo de la comarca, ausente durante un cuarto de siglolargo en las más inhóspitas lomas del Polo Norte, en el pliegue más lejanodel hemisferio occidental. Las gentes, endomingadas y sencillas, vanllegando al templo.

La ceremonia es breve y termina con unas palabras del misionero.Panegírico sencillo y por eso más impresionante. "Los ojos de Dios os es-tán mirando siempre. Cosas tan aparentemente intrascendentes y frívolas —les dice— como peinarse o arreglarse las uñas se pueden hacer por amor 

de Dios y, al alabarle, os santificarán".La festividad continúa ahora a las puertas del templo, después de la

 breve procesión por los campos verdeantes de la aldea. Todo el vecindarioestá reunido ante el misionero.

En Mansilla Mayor estallaron también de regocijo. El Padre fue"desafiado" por sus hermanos a que, uno por uno, identificara a los veci-nos. La privilegiada memoria del misionero salió triunfante. En Villafalé leesperaba una prueba semejante. Uno por uno, el Padre Llorente, ante elasombro del periodista, fue reconociendo a los vecinos. Niños todavía

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cuando él partió para Estados Unidos, hace treinta y tantos años, son hoyhombres que rozan el medio siglo.

 —Tú eres Máximo.

 —Y tú, Petronila...

 —Y tú, querido Heliodoro, tienes todo el aire de tu inolvidable pa-dre...

Súbitamente el Padre pareció dudar ante un viejo apergaminado yenjuto, que se adelantó del grupo y a quien el misionero había puesto lasmanos sobre los hombros.

 —Creo que estoy vencido. No sé, estoy dudando. No te recuerdo...

Iba a claudicar cuando el viejo abrió la boca. Se escuchó entonces la

voz del misionero: —Al hablar, Máximo, te has delatado. Recuerdo bien el timbre de tu

voz... Tenías diez años cuando dejé el pueblo, ¿verdad?

La carcajada llegó rebotando entre las casas de adobes, con la velo-cidad del eco, hasta el río.

El Padre Llorente había salido airoso de la prueba increíble.

Después de la Salve, recitada en eskimal, como una cascada de gar-

garismos, sus convecinos prorrumpieron en cordiales aplausos. En el cen-tro del grupo el misionero reía y reía entre los habitantes de Villafalé, aquienes acababa de identificar como si nunca hubiese salido del pueblo.

Los recordaba con la misma fidelidad con que tiene metidas en sucorazón y en su cerebro las fichas de sus 800 parroquianos del Yukón, al borde del mar de Behring.

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El Padre Llorente, en Bilbao 4

El Padre Llorente, el apóstol de España en Alaska, se encuen-tra en Bilbao. Le conocí ayer tarde. Nuestro compañero JesúsDelgado le retrató psicológicamente a la perfección. El jesuitade los treinta y tres años entre hielos perpetuos es una sonrisacon la sequedad más cariñosa. Pero de los de al grano. Tiene

prisas de misionero en tierras donde las visitas se miden porhoras de avión.

 —Esta es la primera vez que visito Bilbao. Me ha llamado el señor obispo de Bilbao para asistir al Congreso Diocesano de la Unión Misional.Y aquí estoy.

Llegó a España el día 4 de mayo. Jesús Delgado nos describió pro-

fundamente los matices más emotivos de su reencuentro con su pueblonatal, Mansilla Mayor, de la provincia de León.

 —Mi mayor emoción en mi regreso fue el cielo azul.

 —¿Con cuántas mantas ha dormido usted en las noches frías deLeón?

 —Con una manta para abrigarme al amanecer. Porque desde quellegué a España duermo con la ventana abierta.

Probablemente será sugestión, pero hasta la fisonomía del sacerdoteofrece rasgos eskimales. Dicen que todo se pega. Su carácter responde auna cordialidad escueta, precisa, sin palabra ni gesto de sobra. Así respon-de a nuestras preguntas:

 —No conozco Paris, ni Roma, ni Londres... No me interesan las ave-nidas de muchos kilómetros ni los parques con millones de árboles. Meapasionan las almas, los hondos problemas de los hombres.

4 Este reportaje de un redactor de  La Gaceta del Norte, apareció el 6 de juniode 1963.

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Y cuando le preguntamos sobre lo que opina del carácter españoldespués de sus treinta años "alaskeños", dispara su opinión:

 —Me había olvidado ya de que los españoles hablan a voces y todosa la vez. Cuando llegué de Alaska, quedé sorprendido, pero dentro de una

semana gritaré tan en voz alta como los demás españoles y cuando todoshablen a la vez.

 —¿Cuál es el objetivo primordial de su regreso a España?

 —Suscitar nuevas vocaciones misioneras en España. Nunca soñé quefuese tanto y tan cariñoso el interés de los españoles por aquel mundo deAlaska. Yo vengo a sembrar y a plantar un poco. Y dejemos a Dios que seencargue de la cuestión del crecimiento.

 —¿Estará mucho tiempo en España?

 —Cerca de un año, si no me mata un coche por esas carreteras.

Y el Padre Llorente, con su estilo cortado de eskimal apostólico nosrelata las emociones entrañables que vivió en Mansilla Mayor, abrazando asus hermanos, más pequeños que él, al cabo de sus treinta y tres años demundo lejano y helado. Y también aquello de conocer a sus veinte sobri-nos. Y de todo esto no decimos nada, porque la pluma certera de nuestrocompañero Delgado también nos ofreció toda la ternura del misionero

cuando recobraba la luz del terruño y los abrazos del origen. —La visita de Jesús Delgado —nos dice el jesuita— supuso para míuna emoción inolvidable. Y sus reportajes en La Gaceta del Norte me hanabierto muchas facilidades para esta labor misionera que realizo ahora enEspaña.

El día está pasando entre lluvias, soles y nublados. Hace calor. Por lafrente del misionero de los eskimales se deslizan pequeños arroyos desudor.

 —Cuando regrese a Alakanuk tendré muchas cosas que contar a los parroquianos. Ellos no me preguntarán, porque su carácter es así. Pero es-cucharán encantados muchas de las cosas que yo les cuente de mi España.

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El Padre Llorente en Santander 5

El Padre Llorente ha pasado unas horas en nuestra capital. Suinesperada “escala” en Santander fue promovida por un viajeapresurado de Bilbao a Comillas. En la Universidad Pontificia

 pronunciará mañana la número 66 de sus charlas. Si tenemos encuenta que hace poco más de un mes que llegó a España, se

comprenderá bien la ímproba tarea que sobre el más famoso delos misioneros de la Cristiandad pesa en estos instantes. Anteayer,con nuestro jefe de Redacción, Jesús Delgado, presenció una

deslumbrante puesta de sol desde el Sardinero. Desde la segunda playa y, posteriormente, desde el faro, el misionero de Alaska pudo darse uno de sus goces preferidos: la contemplación de la

 Naturaleza.

 —La Naturaleza —dijo— ha sido creada por Dios, y como se ve, noson precisos los ruidos para que nos muestre toda su belleza espléndida.¡Nunca pude pensar que la Montaña fuese tan bella!

Ayer, antes de emprender viaje a Comillas, hizo una breve visita a laInstitución Teresiana. La directora, con sus profesoras, le aguardaba a la puerta del edificio.

La debilidad del extraordinario jesuita son los niños. Ante ocho-

cientas jóvenes estudiantes del Internado, el Padre Llorente se encontró ensu ambiente. Durante media hora improvisó una deliciosa charla. Las estu-diantes pudieron asistir, en ese tiempo, a una jugosísima lección prácticade geografía. Y, de paso, a una hermosa alocución de amor, llena de chis- peantes giros. Apareció en muchos momentos, ante las teresianas, lamímica indescriptible del misionero, que Jesús Delgado describió ya ensus crónicas después de su viaje a Alaska.

Reproducimos, seguidamente, el texto taquigráfico de uno de los

 pasajes más celebrados de su charla:5 Esta reseña apareció en La Gaceta del Norte el 9 de junio de 1961.

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"Me da gusto haber ido desde España hasta Alaska sólo por el hechode administrar la comunión a los niños eskimales. He estado muy contentoallí durante estos veintisiete años. Y por estar contento, nunca he estado

enfermo. Cuando se está contento, vamos, creo yo, no se puede estar enfermo".

"Desayuno a las nueve, con café con leche y miel. Revuelvo y re-vuelvo la miel hasta que desaparece, pero yo se que está allí. A veces,mientras tomo el café con la mano derecha, con la izquierda me llevo a la boca unas avellanas, pasas, cacahuetes o nueces. Y ante mi tengo siempreuna revista o un periódico. No vuelvo a comer hasta las seis de la tarde, enque abro una lata de salmón o de carne congelada. Lo mezclo todo con

verdura o maíz que extraigo de otra lata. Lo revuelvo todo mientras leo"."De repente, cuando menos lo espero, un muchacho eskimal de

veintitantos años llama a la puerta y entra. Nos quedamos frente a frente, pensativos. Pasados unos minutos, voy y le digo:

 —¡Hola!

El contesta:

 —¡Hola!

Al cabo de un rato, le interrogo: —¿Has venido a verme?

Y él dice:

 —Sí.

Pasados unos minutos, voy y le pregunto:

 —¿Querías hablarme?

Y él dice:

 —Sí.Al cabo de otro ratito, le animo:

 —Dime algo

Y no me dice nada. Vuelvo entonces a la carga:

 —¿Venías a darme algún mensaje?

 —No.

 —¿Vienes a pedirme algo? —No.

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 —¿Vienes a casarte?

 —Sí.

 —Perfectamente. Tienes ya trineo, rifle, perros y redes. ¿Con quiénvas a casarte?

 —Pues, no sé...Y entonces insisto:

 —¿Cómo vas a casarte si no tienes con quién? El exclama:

 —Vengo a ver si me puede buscar una novia".

Al final de su charla, el Padre Llorente recibió una cariñosa ovación.Otras nubes de aplausos habían estado prendidas del amplio salón durante

la alocución y descargando sobre su feliz protagonista.El misionero marchó ayer tarde hacia Comillas.

 —Quiero volver este verano a Santander "a darle una buena mano"... Nota. — Por lo chispeante del estilo, sospechamos que este reportaje ha sido

redactado por el propio Jesús Delgado, que acompañó al P. Llorente en la visita alSardinero y a la Institución Teresiana. (Nota del editor).

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Homenaje fervoroso de su pueblo natal a un

insigne misionero leonés6

Emoción en Mansilla Mayor con le presencia de su hijopredilecto, el padre Segundo Llorente

El pacífico y laborioso pueblo de Mansilla Mayor siguió el domingoviviendo horas de emociones alegres, tras de la apoteósica y cordial bien-

venida que señaló en su pequeña y tranquila historia la feliz llegada de suglorioso hijo, el insigne misionero jesuita en Alaska Rvdo. P. SegundoLlorente.

El pueblo quería testimoniarle de forma solemne y efusiva su hondasatisfacción por el honor de tenerle en tan elevado pedestal espiritual.Conseguido a fuerza de méritos de fe, de paciencia, de valor, de inteli-gencia, de humorismo...

De todos esos valores concentrados en la recia estampa del misionero

explorador de las zonas Pelares. Nombramiento de hijo predilecto del Concejo, colocación de una

lápida en la casa que le vio nacer, la de sus buenos padres, labradores desólidas virtudes cristianas y fe sencilla, etc. Todo esto, gozosamente, habíaaprobado el Ayuntamiento. Y el domingo, más gozosamente, iba a reali-zarlo.

Mansilla Mayor, ya vestida de gala, aun le echó más salsa a la jorna-da con la alegría de tener ya horas antes al P. Llorente en casa...

El sol, este sol "leonés", de esa campiña, lució esplendoroso. Para burlarse del "colega" alaskeño y de las auroras boreales, y para dar más ca-lor y animación a las gentes, a las banderitas colgadas por las calles y atodo...

¡Magnifico día primaveral, tan en su punto!...

6 Cerramos este volumen con dos reseñas-apéndices, la del homenaje que lerindió su pueblo, inserta en "PROA", el martes 14 de mayo de 1963, y la entrevistaque le hicieron en su rápida visita a Valladolid.

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La Misa Mayor

El misionero alaskeño había dado por la noche una regocijante einstructiva charla a sus paisanos.

Al filo de las once, entre estampidos de cohetes y voltear decampanas, el pueblo fue a su casa natal para acompañarle a la iglesia. Acelebrar su "primera misa" solemne en el templo donde fue bautizado.

Este templo que cuenta con artísticos detalles en su artesonado, ensus retablos y demás, tiró de ornamentos y galas como en los días mássolemnes.

Al oficiante le asistieron en el terno dos sacerdotes, sus condis-cípulos: don Eurípides Llamas y don Pedro Presa.

Otro gran misionero jesuita, el P. Francisco de Castro, el del Secre-tariado de Anking, el de la perilla típica, el infatigable trotador en toda em- presa misionera en que puede poner mano, subió al púlpito para el sermón.Que fue un original y bello tríptico misionero: el pie, las manos y el co-razón en las Misiones católicas. San Pablo, San Francisco Javier, el P.Llorente; otro tríptico... representativo de facetas y noticias de la excelsa ymilagrosa obra de la evangelización del Mundo.

El P. Castro, enamorado de las Misiones, habló como tal. El coro

 parroquial de Mansilla Mayor ha sabido conquistar respetuosa fama por ahí. Canta admirablemente. El párroco don Felipe Boixó, que le dirige, puede estar orgulloso. El domingo quisieron estar a tono con las circuns-tancias y lo consiguieron: la misa "Te Deum laudamus", de Perosi, les sa-lió "bordada". Como el "Te Deum" final del acto, a canto gregoriano. Eloficiante se emocionó oyendo cantar a sus paisanos. Pudo decir aquello de:"Paez" que "tien" jilguerines en la garganta.

Otra emoción que añadir: el administrar la Primera Comunión al gua-

 po chiquillo Jesusin Redondo Llorente, uno de los veintidós sobrinoscarnales.

Terminado el Santo Sacrificio, hubo fervoroso besalamanos al extra-ño y querido "misacantano". Muchos besos devotos. Y acaso el primero,invisible, el de aquella buena mujer, su madre, que un día le preparó laropa cuidadosamente para venir al Seminario de León.

Para esto, si, señor; para esto... que debieran comprender todas las

madres cristianas...

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Charla desde el balcón

El pueblo volvió a acompañar al P. Llorente a su regreso a casa. Y elhombre no tuvo más remedio que improvisar una charla desde el balcón para satisfacer a la gente que no se despegaba.

Charla, interesante, amena, espiritual y humorística. Como el estilode este hombre formidable en sus cartas, en sus artículos y en sus libros.

Al Rosario

Por la tarde, siguió el vecindario su línea tradicional de los domin-gos. Y que ojalá no falte nunca en este agitado mundo que va hundiéndoseentre amenazas de hecatombe, y frivolidades de "cabaret".

Y así, se tocó al Rosario. Allá fue la gente a abarrotar la iglesia. Conel P. Llorente. No faltaba más... Rosario, Mes de las Flores, acto euca-rístico. Todo muy brillante y devoto. Por si fuese poco, llegó de León elcoro femenino de San Marcos y la voz de Fuencisla Muñoz y otrashicieron competencia y dieron ayuda a los "jilguerines" de Mansilla laMayor.

Descubrimiento de la lápida

De la iglesia a casa del P. Segundo, como por la mañana. Con elvecindario en pleno, gente de otros pueblos cercanos, sacerdotes que han podido dejar cumplido su ministerio pastoral y forasteros de la capital: elProvincial de los Jesuitas de la Provincia de León, P. Ángel Tejerina; elSuperior de esta Residencia, P. Pedraz; otros representantes del Colegio,Residencia y Curia jesuíticas, el diputado provincial don Julián de León, elingeniero jefe de Obras Públicas y su esposa; la entusiasta "secretaria" en

León del Padre Llorente, María Conde, etc.A la puerta de la casa del misionero se colocan las banderas de las

Auxiliadoras de Misiones llegadas de la capital. Han ido unas treinta seño-ritas.

El Secretario del Ayuntamiento lee desde el balcón el acta en que senombra hijo predilecto del mismo al P. Llorente. Aplausos a granel.

El alcalde, don Miguel Romero, por cierto tío del homenajeado,

habla para ofrecer al P. Llorente el tributo de admiración y honor que el pueblo, satisfecho y orgulloso le rinde.

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Hay en sus palabras la elocuencia de una emoción que cala profun-damente y pone temblor en los labios y humedad en las pupilas. Siente lasatisfacción de unir a Alaska con Mansilla con este acto. Muestra el perga-mino con el nombramiento de hijo predilecto. Hay una ovación tremenda

cuando se descubre la lápida, preciosa obra, por cierto, del ilustre Víctor de los Ríos, escultor de "fotos" como le ocurrió con su famoso busto del P.Poveda.

Se dan vivas a Cristo Rey y a España. El Padre Llorente nos defraudócomo orador "académico". ¿Esperaba la gente un discurso de altos vuelosy largos latiguillos? Pues se contentó con decir que él era un misionero yque todo el honor y demás lo trasfería a la Compañía de Jesús a que perte-nece. ¡Buena virtud la modestia!

El P. Castro, que en todos los sitios es uno más de la familia, presenta en forma sencilla al Provincial de los Jesuitas en León: este activoP. Tejerina, que ha traído aquí al P. Llorente, "aplicado" a la provincia"jesuítica" Oregonense de los Estados Unidos, pero perteneciente a esta deLeón.

Agradece en breve discurso el honor que se hace a un tan preclaromiembro de la Compañía de Jesús, y, por ello, también a ésta.

El acto tuvo un atractivo carácter de sencillez y de entusiasmo. Y.

sobre todo, de emoción. Algunas manos varoniles, curtidas de soles y tra- bajos camperos, se llevaron un pañuelo a los ojos humedecidos. De muje-res que hicieron lo mismo... ¡así!...

La emoción alegre reinó en Mansilla Mayor el domingo, también. Selloró de gozo. Y se aplaudió y vitoreó como... merecía la fiesta.

La gracia del misionero

La gente no se cansa de ver y de querer oír al misionero.Rodeado del Ayuntamiento y gente a porrillo hubo de dar una charla

en el patio de la casa.

Con esa gracia, amenidad y simpatía que campea también en susescritos y en su persona.

Gracia que es de creer desplegará a todos los vientos, si se le ofreceocasión, cuando dentro de unos cinco a ocho días, según nos indicó, venga

a esta capital de su tierra, en la que debe ser... PROFETA. Estaría buenoque quien es famoso en el Mundo, y hasta "diputado a Cortes", por Alaska

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en EE. UU., pase inadvertido de León, por apatía de la gente. ¡Estaría bueno!...

C. H. M.

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Ayer estuvo en Valladolid el Padre Segundo Llorente,Misionero en Alaska

Están a su cargo en lo espiritual y material 800 eskimales7

«La soledad me permite aguantar la vida en aquellas regiones, porque me ha hacho intimar con Jesucristo»

Hemos visto al Padre Segundo Llorente, el fogoso jesuita españolque enardece a sus feligreses de Alaska, a las orillas del Yukón, dondelleva unos treinta años misionando a los eskimales.

Ayer estuvo en Valladolid. Le escuchamos mientras hablaba a ungrupo de colegiales de San José, y a continuación tuvimos con él un ratode charla, no por el espacio de tiempo que hubiéramos deseado, pero él se

debía a ciertas obligaciones y hubimos de conformarnos con lo que bue-namente pudo dar de sí el diálogo. Sostenerlo con este ejemplar de la Me-seta, con este siempre alegre leonés, es ya un don digno de perfecta recor-dación.

El Padre Llorente habla simultáneamente con palabras y con gestos.Consigue que se viva aquello que narra.

Así, cuando describe Alaska como un rostro humano, de cara al

Estrecho de Behring, cuyas robustas narizotas son la península de Seward,y su barba arranca del "mango de sartén" prolongada en el hilo de las islasAleutinas... y con la enorme cicatriz del río Yukón, que parte en dos todoel territorio...

 —¿Cómo es Alaska?

 —Una extensión como tres veces la de España. No, como se figuran por acá, una extensión de nieve donde se cobijan los indígenas en agujeros.Los doscientos cincuenta mil habitantes que ahora tiene tocan a bastantes

kilómetros cuadrados por cada uno.7 Aparecido en Libertad de Valladolid el 28 de mayo de 1963.

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 —¿Es igualmente fría en toda su amplitud?

 —No. Al sur el clima permite grandes bosques. Se producen horta-lizas enormes. He visto repollos que necesitan dos hombres para transpor-tarlos. Se debe a que en los meses sin noche crecen los vegetales como la

espuma. La yerba sube hasta esconder a un hombre de pie. Pero, en cam- bio, son muy insípidas aquellas hortalizas; están sobrecargadas de agua. Enlas latitudes superiores sólo hay musgos. El subsuelo es hielo. No puedencalar vegetales de raíces. La temperatura en los valles centrales, entremontañas, baja hasta sesenta grados.

 —¿Usted dónde vive?

 —Mi distrito está al noroeste. Allí oscilan las temperaturas entrenueve grados centígrados sobre cero y treinta bajo cero. Viven mis gentes

a orillas del Yukón. —¿Cuántos están confiados a su celo misional?

 —Algo más de ochocientos, distribuidos en tres aldeas, distantesentre sí las más extremas unos treinta kilómetros.

 —¿Todos católicos?

 —Todos.

 —¿Cómo les atiende?

 —Digo misa por la mañana en una de las aldeas. Por la tarde en otra.Alternando, por semanas, se queda una sin visitar, por imposibilidad físicade mi parte, ya que uno no es Dios omnipresente. Pero estamos muy com- penetrados. Les quiero mucho y ellos a mí. Y, como ya llevo muchos añoshaciendo la vida de párroco, he bautizado a gran número de ellos, despuéslos he casado y ahora estoy bautizando a sus hijos

 —¿Por eso le eligieron diputado?

 —Creo que por eso. Al convertirse la antigua colonia en el Estado deAlaska, con sus divisiones de distritos, por el mío figuraban dos nombres.Los electores deliberaron entre ellos y, en vista de que no les satisfacíaninguno de los dos, se dijeron: "¿A quién pondremos en ese tercer renglónen blanco de la candidatura? Al Padre Llorente. Ya se encargará él dedefender nuestros intereses". Mi sorpresa fue, al escuchar la radio, cuandooí que el diputado por mi distrito era Segundo Llorente.

Tuve que ir a Junneau. Participé en las comisiones; trabajo duro,

 puesto que se prolongaba de nueve de la mañana a siete de la tarde, y habíaque madrugar, por consiguiente, para decir misa y rezar completo el bre-

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viario de cada día. Votaba lo que buenamente comprendía que era lo me- jor. Pero, fue útil. Aprendí más cosas útiles en esos asuntos que si hubieraasistido varios años a la escuela. He podido representar a mis electores contodo derecho, pues soy al mismo tiempo ciudadano norteamericano que

ciudadano español. —¿Qué vida hace usted entre sus eskimales? ¿Cómo es su jornadadiaria?

 —La de un párroco. Los sábados es el gran día de las confesiones.Acuden en grupos, con mucho gusto. Los domingos les explico el Evan-gelio, paseando por la iglesia. Les pongo comparaciones a su alcance. Sumentalidad es diferente. Al ver la iglesia llena de feligreses, les alabomucho. Les enseño a hacer coloquios con Dios, según sus necesidades

espirituales o materiales. Y, al observar algunos vacíos, me lamento tam- bién en voz alta: "Pobres —digo—, veo también, que algunos no han podi-do venir" (a lo mejor están durmiendo la borrachera del sábado y losdemás, que lo saben, lo entienden). Y añado: "Qué pena, si les toca lamano izquierda". (Ya saben ellos bien que en el juicio final los justosestarán a la derecha y los otros a la izquierda).

Ellos repiten: "¡Pobres!"

La doctrina a los niños sigue un método parecido. ¿Quién ha hecho

sacrificios? Y levantan la mano y me cuentan en qué se han sacrificado por Dios: así, el tardar un rato en beber, teniendo mucha sed; no responder conun puñetazo al compañero que les ha dado una patada. Y los que no se hansacrificado, se ponen mustios.

Para examinarles sobre la solidez de sus conocimientos y el grado dedistinción de los conceptos, les pregunto, por ejemplo: ¿La Virgen rezabael rosario todos los días o solamente los sábados?

 No lo rezaba. Entonces no se decía y Ella era la Virgen.¿Cuántos hijos tuvo San José? Ninguno —contestan—. Jesús era hijode Dios Padre.

¿Iban la Virgen y el Niño a misa? No la había entonces.

Y luego, cuando abandonan todos el templo, me quedo solo, absolu-tamente solo. La soledad es mi compañera largas horas.

 —¿Aguanta la soledad?

 —Gracias a esta hermosa soledad, aguanto la vida en Alaska. Porquetengo por compañero a Dios. Paseo del presbiterio a la cancela, sin que elmás mínimo ruido perturbe el silencio, sin que ni siquiera lo interrumpa el

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 batir de una puerta. Vestido con las pieles, paseo dialogando con el Señor y me arrodillo en el comulgatorio, a solas con Jesucristo; estamos ínti-mamente unidos, como dos amigos que no tienen secretos entre sí.

Cuando me retiro a descansar, no tengo más que abrir la puerta que

hay al lado de la Epístola. Mi habitación está allí; pared por medio, elSagrario.

 —¿Nadie le hace la limpieza ni las labores domésticas?

Por eso, para fregar menos platos, hago dos comidas: una, a las nue-ve de la mañana; otra, a las seis de la tarde.

También tengo que emplear el tiempo en llevar nota de todos losintereses sociales que corresponden a los feligreses de las tres aldeas,aparte, claro es, de visitar enfermos, administrar Sacramentos, recorriendoel país en trineo o en un fueraborda por el ancho río.

 —¿En qué se ocupan las gentes de Alaska?

 —De los doscientos cincuenta mil habitantes, solamente son eski-males quince mil. Con el tiempo se calcula que poblarán el Estado cuatromillones de personas. Serán blancos, pues, aunque hay bastantes naci-mientos entre aquéllos, la inmigración blanca crece en mucha mayor pro- porción.

Los eskimales se dedican a cazar aves de paso, de muchas especies ysabrosa carne, que hacen escala estacional en enormes bandadas. Recogentambién grandes cantidades de huevos, para lo cual van andando gol- peando el suelo y gritando, para que, al ruido, se espanten las aves quecalientan la nidada y les descubran dónde están sus camadas.

También se dedican a la pesca del salmón, cuando llega la tem- porada. Las piezas pesan, por término medio, 22 kilos.

Son hábiles en la caza del visón mediante trampas que colocan en los

agujeros que esos animales hacen, por docenas, horadando el subsuelo he-lado para comer su alimento, que son los peces. Los visones, cuya piel estan apreciada, son una especie de gatos alargados muy voraces.

Cazan también zorros plateados y otros animales estimadísimos en laindustria del vestido.

 —En la quietud de la aldea, ¿cómo pasan el tiempo?

 —Toman baños de calor los hombres. Se meten en una a modo de

caseta, hecha de troncos. Allí se desnudan, hacen una hoguera cuyo humosale por un hueco, en forma de cúspide de cono, y sudan mientras la fogata

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dura, permaneciendo ellos en cuclillas contándose las habladurías deactualidad. Luego se echan agua de unas jofainas, por la cabeza, se visteny vuelven a sus casas.

En la plaza celebran ballets de canto y son monótonos, que a ellos les

divierten mucho. Al son las mujeres, en pie y con la vista en el suelo,mueven los brazos y dan con los pies golpes en el suelo. Los hombres,sentados sobre los abrigos convertidos en una bola, y con las rodillas almismo tiempo en el suelo, se contonean, a su vez, con enérgicos movi-mientos de brazos. Es, yo creo, una danza inventada para entrar en calor.

 —¿Cuanto tiempo seguirá en España?

 —Quería estar hasta las Navidades. Entonces, al llegar los fríos, mevolveré a Alaska, para entrar en calor.

Entretanto, seguiré recorriendo las provincias, para interesar a lagente joven por las misiones de Alaska.

A ver si alguno se anima a evangelizar a aquellos excelentes eskima-les.

Deseo que salude, en nombre de este misionero, a los lectores de Libertad . Adiós.

 —Con mucho gusto, Padre Llorente. Adiós.

Luis A.-Villalobos