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LOS PELIGROS DEL PRESIDENCIALISMO* JUAN J. LWZ Prrifwr de Ciencia Polftica y kial en la Universidad de Yale Mientras más naciones en e2 mundo van m clireccibn a la derno- ctada, el interés en fúms y arreglos constit-ucionales alterna tivos se ha extendido más allá de los círculos académicos. En pnim tan disimiles como mle, Corea del Sur, Brasil, Turquía y &gentina, los gectorec de poIíticas y expertos constitucion~stas han debatido vigorosamente Ioc m&ribs relativos de los diferentes tipos de regime~rs dernwráticos. Algwas paím han cambiado de Constituciones parIamentaristas a presidenciabstas, como e el caso de Sri Panka. De otro lado, los la ti- noarnericanos en particular se han rnostmdo gmtaniente impresionados por la exitoca transicidn del au tontansmo a Ia democracia en Espaiia wuirida m la dhda de 1970, y a la cuai contribuyo grandemente la forma parlamentaria de gobierno elegida por ese pais. Tampoco es el caso ecpañol el único en que e1 parlamentarismo ha dado pruebas de su valor. En realidad, la vasta mayoría de democracias estables en el mundo actual la constituyen regímenes parlamentarios, en los cuales el Poder Ejecutivo es designado por una mayoría l~giclativa y depende de ella para su supervivencia. Por contraste, la única democracia presidencial con una larga historia de continuidad censtitucional cc la de los Estados Unidos. Las Constituciones finlandesa y francesa son hiridos antes que verdaderos sistemas parlamentarias, y aún no podemos pronunciat- nos en relacibn A caso de la Quinta República Frmcesa. Aparte de Ios Estados Unidos, 5610 Chile ha logrado un gobierno presidencial de contuiuidad constitucional imperhrrbada por un siglo y medio, pero la democracia chilena se quebró en la dkada de 1970. ' Este @mayo he publirado ofiginalrnente m inglk en el *lourna! of demmacv- Yol. 1, No l. pdg. 5149. Ca traüucabn ha sido efectuada por la Comisibn Andina de J Wtas

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LOS PELIGROS DEL PRESIDENCIALISMO*

JUAN J. LWZ Prrifwr de Ciencia Polftica y k i a l

en la Universidad de Yale

Mientras más naciones en e2 mundo van m clireccibn a la derno- ctada, el interés en f ú m s y arreglos constit-ucionales alterna tivos se ha extendido más allá de los círculos académicos. En pnim tan disimiles como m l e , Corea del Sur, Brasil, Turquía y &gentina, los gectorec de poIíticas y expertos constitucion~stas han debatido vigorosamente Ioc m&ribs relativos de los diferentes tipos de regime~rs dernwráticos. Algwas paím han cambiado de Constituciones parIamentaristas a presidenciabstas, como e el caso de Sri Panka. De otro lado, los la ti- noarnericanos en particular se han rnostmdo gmtaniente impresionados por la exitoca transicidn del au tontansmo a Ia democracia en Espaiia wuirida m la d h d a de 1970, y a la cuai contribuyo grandemente la forma parlamentaria de gobierno elegida por ese pais.

Tampoco es el caso ecpañol el único en que e1 parlamentarismo ha dado pruebas de su valor. En realidad, la vasta mayoría de democracias estables en el mundo actual la constituyen regímenes parlamentarios, en los cuales el Poder Ejecutivo es designado por una mayoría l~giclativa y depende de ella para su supervivencia.

Por contraste, la única democracia presidencial con una larga historia de continuidad censtitucional cc la de los Estados Unidos. Las Constituciones finlandesa y francesa son h i r idos antes que verdaderos sistemas parlamentarias, y aún no podemos pronunciat- nos en relacibn A caso de la Quinta República Frmcesa. Aparte de Ios Estados Unidos, 5610 Chile ha logrado un gobierno presidencial de contuiuidad constitucional imperhrrbada por un siglo y medio, pero la democracia chilena se quebró en la dkada de 1970.

' Este @mayo h e publirado ofiginalrnente m inglk en el *lourna! of demmacv- Yol. 1, No l. pdg. 5149. Ca traüucabn ha sido efectuada por la Comisibn Andina de J W t a s

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Desde luego, los regímenes parlamentarios pueden tambiPn ser inestables, especialmente bajo condiciones de agudos conflictos Phiicos, como atestigua la reciente historia africana. Sin embargo, las experiencias de la hdia y de algunos países angloparlantes del Canbe muestran que aun en wiedádes basbnte divididas, las crisis parlamen- tanas perii>dicas no necesitan llegar a con ver ti^ en crisis del régimen en su conjunto, y que la expdsión de un Pirner Ministro y su gabinete no necesariamente significan el fin de la democracia en si misma.

El postulado de este ensayo es que el desempefia histbnco superior de las democracias parlamentarias no es accidental. Una comparación cuidadosa enhe parlamentarismo y presidencialismo en cuanto tales lleva a Ia conclusi6n que, en balance, e1 primero es más conducente hacia democracias estables que el último. La concIusión se aplica especialmentea naciones con profundas divisiones políticas y numerosos partidos políticos; para tales pafses, el parlamentarismo generalmente ofrece una mejor esperanza de precenTar la democracia.

SISTEMAS PRESIDENCIALES VERSUS SISTEMAS PARLAMENTARIOS

En el sentido estricto, un rPgirnen parIamentalio es aquel en el cual la tinica instituci6n legítima democráticamente es el Parlamento; en tal regirnen, la autoridad del gobierno depende completamente de la confianza parlamentaria. Aunque en algunos regímenes parlarnen- tarios la creciente personalización del liderazgo partidario ha hecho que los primeros ministros se parezcan mas y más a los presidentes, sigue siendo cierto que gracias a la prohibición de disolver el Parla- mento v de convocar a nuevas elecciones, los premieres no pueden - apelar hirectarnen te al pueblo prescindiendo de sus representantes. Los sistemas parlamentarios pueden incluir presidentes elegidos por el voto popular directo, pero que usualmente carecen de la capacidad de competir seriamente con el Primer Ministro por el poder.

En sistemas presidencialistas. un Ejecutivo con considerables poderes instihicionales q u e generalmente incluyen el total conbol en la composición del gabinete y la administraci6n- es elegido directamente por el pueblo por un penodo determinado y no depen- de del voto de confianza del Parlamento. No es sólo quien detenta el Poder Ejecutivo, sino también la cabeza simbólica del Estado y, en el lapso entredos elecciones regulares, únicamente puede ser removido por el drástico rrcurso del impenchmmt. En la práctica, como lo de-

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hs peIip5 de7 presidencial ismo 13

rnuesva la historia de los Estados Unidos, los sistemas presidencia- les pueden ser más o menos dependientes de la colaboración de la legislatura; de esta manera, el balance entre Ios poderes Ejecutivo y Legislativo en tale$ sistemas puede variar considerablemente.

Dos cosas resaltan sobre el gobierno presidencial. La primera de ellas es el fuerte titulo presidencial a la legitimidad democrática, incluso plebi scitaria; la segunda es su periodo fijo en el cargo. Ambas declaradones requieren una expIicación. Algunos Presidentes llegan al cargo con una proporci6ndel voto popular menor que la dernuchos Premieres que encabezan gabinetes minoritarios, aunque los votan- tes pueden considerar al segundo m& debilmente legitimado. Para mencionar s620 un ejemplo, la elección de Salvador Allende como Presidente de Chile en 1970 -Allende tenia una pluralidad del 36.2 % obtenida a t-~aves de una coaIicibn heterogénea-cierbmente lo coPoc6 .en una posición muy diferente a la de Adolfo Suárez cuando éste se convirtib en Jefe del Gobierno español en 1979, tras recibir el 35.1 */O

de la votacibn. Allende recibió un mandato de gobierno por seis años, 1

incluso con mucho menos de la mayoría del voto popular, mientras que Suárez, con una pluralidad casi del mismo orden, se vio necesi- tado de trabajar con otros parhdos para sostener un gobierno de minona. Siguiendo al analista político británico Walter Bagehot, podríamos decir que un sistema presidencial dota al titular tanto de las funciones <~cerernoniales>~ de ser cabeza del Estado, como de las funciones ~<efectivas~~ como jefe del Ejecutivo, creando asi un aura, una au to-imagen v un conjunto deexpectativas populares que son del todo diferen te5 de las asociadas a un Primer Ministro, no importa cuán popular pueda ser éste.

Pero lo que es mds notable es que en un sistema presidencial, los legisladores-especialmente cuando representan a partidos disci- plinados y cohesionados que ofrecen claras alterna tivas ideológicas y políticas- pueden t amb ih reclamar legitimidad democrática. Este derecho resulta mas obvio cuando una mavoría del legislativo repre- senta una opción política opuesta a la del Presidente. Bajo tales circunstancias, ¿quién tiene más derecho para hablar en nombre del pueblo: el presidente o la mavoria parlamentaria qüe se opone a sus

~ a d o que el p d e r he ambos se deriva del voto popular, en competencia libre entre políticas bien definidas, siempre es posible que se produzca un conflicto, ya veces éste puede empcionar dramá- ticamente. No existe principio democrático sobre la base del cual pueda resolverse el conflicto, y es posible que 105 mecanismos que la

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Constitución pod na proporcionar resulten demasiado compljcados y áridamente legalistas para tener gran valor a la vista del electorado. por ello, no es accidental que a menudo las Fuerzas Armadas havan estado tentadas de intervenir en tales situaciones como un pode; de mediación en el pasado. Se podría argumentar que los Estados Unidos han superado exitosamente tales conflictos nomal les lb, y así restarles importancia. Excede e1 campo de este ensayo el explicar cómo las instituciones y prácticas politicas estadounidenses han logrado es te cometido, peroes digno de señalar que algo tieneque ver con ello PI carácter originalmente difuso de los partidos políticos estadounidenses (el mismo que, idnicamente, exaspera a muchos politólogos de ese pais y los Ileva a reclamar partidos políticos responsablese ideol~gicamente disciplinados). Desafortunadamen- te, el caso estadounidense parece ser una excepcibn; el desarrollo de partidos políticos modernos, particularmente en países socia1 e ideo- Págicamen te polarizados, generalmente exacerba los confiic tos entre el Legislativo y el Ejecuti~lo, en lugar de moderarlos.

i . ~ segunda figura destacada de los sistemas presidencialistas - e l per ído relativamente fijo de1 Presidente en el cargo- tampoco está exenta de desventajas. Secciona el proceso político en períodos cliccontinuos y rígidamente demarcados, que no dejan espacio para los continuos reajustes que los sucesos pueden demandar. La dura- ci6n de1 mandato presidencial se convierte m un factor determinante en los c63culos de t d o s los actores políticos, hecho que, como vere- mos, está cargado de importantes consecuencias. Consideremos, por ejemplo, las estipuIacionec. pasa la sucesj0n en caco de muerte o incapñcidad del Presidente: en algunos casos, el sucesor automático puede haber sido elegido por separado y representar una orientación política distinta a la del Presidente; en otros casos, puede haber sido impuesto por el Presidente cemo su compañero de campaña sin considerar su capacidad de ejercer el Poder Ejecutivo o de mantener el apovo popular. La historia brasilefia nos brinda ejemplos de la

situación mientras que, en Argentina, la sucesión de María Estela Martinezde?erbn a s u esposoilustra la segunda. Una paradoja del gobierno presidencial es que a la vezque lleva a la personalización del poder, sus mecanismos legales pueden también conducir e n caso

* de una repentina sucesión durante el período de gobierno- al ascenso de alguien a quien el proceso electoral ordinario nunca hubiera convertidci en jefe de Esrada.

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LIS pe! i r o s del jlresi&ncia!ismr 15

PARADOJAS DEL PRESIDENCIALICMO

Paraddjicamente, las constituciones pre~*idencialictac incorpo- ran principios v supuestos contradictorios. De un lado, tales sistemas se proponen irpar un Eiecuti\!o fuerte v estable, con legitimidad plebisci titia suficiente para no cejar contra el arsenal de intereses particulares representados por la legislatura. En Iñ concepción de democracia de Rou.r;seau implicada por la idea de <(el pueblo)), por quien se supone habla el Presidente, tales intereses carecen de legiti- midad; lo mismo hace la nocidn angloamericana deque Ea democracia involucra naturalmente un empujón -o incluso a veces un tumulto- de intereses. Los conflictos de grupos de interés se manifiestan en areas distintas a las estrictamente políticas. De oha parte, lar coni- tituciones presldenciaIistas reflejan también profundas sospechas de la personaliuci6n del poder: los r ~ u e r d o s v temores inspirados por reves v caudillos no se disipan con facilidad. El primero de 10s bálua ries constitucionales contra el poder potencialrnen te arbitrario lo constituve la prohibición que pesa sobre la reeleccidn. Otras diz;posicjones como 105 poderes legislativoc; de aconsejar v aprobar las nombramien tos presidenciales, mecanismos de enjuiciamiento, autonomía judicial, e in5 ti tuciones taIes como la Contraloría de Chile, reflejan asimismo esta sospecha. En realidad, la intenlencibn política de Iac. Fuerzas Armadas actuando como un poder moderador puede incluso ser vista como un control sobre ejecutivos arrogantes en ciertas culturas políticas. Se podrja explorar en profundidad entre los textos constitucionales y las prácticii5i política^ de los regímenes presidenciales latinoamesicanocl; cualquier estudiante de historia de la regi6n podría citar muchos ejemplos.

Sería útil explorar en los sistemas presidencialistas la manera en que la contradiccihn fundamental entre el deseo de un Ejecutivo fuerte v estable, )7 la sospecha latente de los propios poderes presidénciñles, afectan la toma de decisiones politicas, el estilo de lidesazgo, las prñcticacl politicas, v la retórica tanto del Presidente como de sus oponentes. Dicha co~tradicción introduce una dimen- sión de conflicto que no puede explicarse cabalmente por las cir- cunstancias socio~onórnicas, politicas o ideológicas. Inclusive, si ce aceptara la debatible nwibn de que las sociedades hispánicas están predispuestas inheren temente al personalismo, habsia poca duda en q u e en algunos caros tal tendencia es reforzada por acuer- dos inrtitucionales.

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Quiz6 la mejor manera de resumir las diferencias básicas entre 30s sistemas presidencialista y parlamentarista, consista en decir que mientras el parlmentarismo imparte flexibilidad al proceso político, el presidencialim lo vuelve más bien rlgido. Los defensores del presidencialismo podrian replicar que tal rigidezes una ventala, pues salvaguarda al proceso pulitico de la incertidumbre e inestabilidad tan característica a las politicas parlamentaristac. Después de todo, bajo los gobiernos parlamentarios, miríadas de actores politicos -Ioc partidos, sus dirigentes, e inclusu legisladores incondicionales- gue- den en cualquier momento entre dos elecciones adoptar cambios importantes, producir rea líneamientos y, sobre todo. crear v traer abajo a primeros ministros. Pero aunque la necesidad de autoiidad y predicción paraceria favorecer al presidencialicrno, hav sucesos in- esperados q u e van desde la muerte del titular hasta ser& errores de juicio cometidos bajo la presibn de circunstancias inmmejables-que convierten al gobierno presidencial en menos predgcible y a menudo mAs d4bil que el de un Primer Ministro. E1 último puede siempre buscar apuntalar su legitimidad y autoridad, bien a travPc de un voto de confianza o por la disolucibn del Parlamento y la resultante de nuevas elecciones. Ad~más, un Primer Ministro p u d e ser cambiado sin crear necesariamente una crisis del régimen total.

Grandes consideraciones de este tipo surgen especialmente durante periodos de transición y consolidaci~n de regímenes, cuando las rigideces de una Constitución presidencial: deberían ser vistas de hecho como inconvenientes, al ser comparadas al prospecto de adap- tabilidad que ofrece el parlamentarismo.

ELECCIONES SUM A-CERO

La discusión anterior se ha enfocado principalmente sobre las dimensiones institucionales del problema; la consideración de esti- pulaciones constj hiciona les -algunas escritas, otras n e han domina- do el análisis. Sin embargo. por eñadidura. se debe prestar atención a la manera en que esti estructurada la competencia politica en sictemas de elecciones presidenciales directas; los estilos d e liderazgo en tales sistemas; las relaciones mtre el Presidente, las élites políticas y la sociedad en su conjunto; y las maneras en que se ejerce el poder y se resuelven los conflictos. Es licito suponer que los acuerdos insti hicionales forman el proceso politico global, o amodo de gober- nar., tantodirectacomo indirectamente. Una~rezquehemosdescnto

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bs peligros del presidencialisrnci 17

las diferencias entre las formas parlarnentarista y presidencialista de gobierno que resultan de sus diferentes arreglos institucionaIes, estaremos listos para preguntamos cuál de las dos formas ofrece el mejor prospecto para crear, consolidar y mantener la democracia.

El presidencialisms es ineluctablemente problemdtico porque opera s e g h Ea regla dodo al ganador,,, un arreglo que tiende a convertir las politicas democshticas en un juego de sirrna-cero, con todas las potencialidades de conflicto que tal juego conlleva. Aunque de las elecciones parlamentarias puede resul tar una mayoría absoluta para un partido único, más a menudo otorgan representacibn a un grupo de partidos. El p d e r compartido y la formación de csaliciones son bastante comunes, y en conmrrencia los titulares esrán atentos inclusive a las demandas e intereses de los partidos más pequeños. A su vez, estos partidos mantienen expectativas de compartir el poder y , por tal razdn, de tener un interes en el sistema como conjunto. Por contraste, es probable que la convicción de un Presidente de poseer au tosidad independiente y mandato popular, lo imbuyan del sentido de poder y misibn, aun si la pluralidad que lo eIigi6 es debil. Dado t a l e supuestos cobre su permanencia y su papel, encontrara las inevitables oposiciones a su política mucho más irritantes y desmora- lizadoras de lo que serian para un Primer Ministro, quien se reconoce s610 como el vwero de una coalición de gobierno temporal, antes que Ia voz de una naciiin o la tribuna de un pueblo.

A falta del apoyo de una mayoria absoluta y cohesiva, un sistema parlamentario inevi tablemm te incluye elementos que se institucionalizan en 10 que se ha venido a llamar «democracia consociacional~~. Los regímenes presidenciales pueden tarnbiPn in- corporar elementos consoc socia ti vos^, quizlsi como parte de una Cons- titución no mcrita. Por ejemplo, al restablecerse la democracia bajo circun~bncias adversas en Venezuela y Colombia, las consti hiciones escritas podian haber llamado a un gobierno presidencial, pero los líderes de los principales partidos se volvieron rápidarnen te hacia acuerdos cons socia ti vos^^, para suavizar las severas irnplicancias de atodo al ganador)) de las elecciones presidenciales.

El peligro de las elecciones presidenciales suma-cero se com- plica por la ngidez del periodo fijado del Presidente en el cargo. Los ganadores y perdedores están tajantemente definidos para todo el penodo del mandato presidencial. No hay esperanza de cambios en alianzas, expansión de la base de apoyo del gobierno a travbs de grandes coaliciones de unidad nacional o de emergencia, nuevas

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elecciones en respuesta a nuevos sucesos trascendentales, o cosas así. En lugar de eso, los perdedores deben esperar al menos cuatro o cinco años, sin acceder cn modo alguno al poder y patrocinio del Ejecutivo. En regímenes presidenciales, el juego suma-cero cria los intereses de elecciones presidenciales y exacerba inevitablemente su concurrente tensión y polarización.

De otro lado, las elecciones presidenciales s i ofrecen la ventaja indiscutible de permitir al pueblo elegir al jefe del Ejecutivo de manera abierta, directa, y por un penodo prdecible, antes que dejar tal decisibn a la manipuiación de los politicos tras barnbalinas. Pero esu ventaja sólo puede existir de producirse un claro mandato. Si no existe una mínima pluralidad y varios candidatos compiten en una iinicn vuelta, el margen entre el biunfador v su segundo puede ser muv eshedio para apoyar cualquier reclamo de que se realice un

decisivo. Para evitar esto, las disposiciones electorales colocan a veces un límite inferior sobre el tamaño de la pluralidad ganadora, o crean ciertos mecanismos para escoger entre los candida- t o ~ SI ninguno de ellos obtiene el mínimo numero de votos requerido para ganar; tales procedimientos no necesariamente confieren el cargo al candidato que recibe m á s votos. Con m5ts comunes las disposiciones de desempate que establ~en una confrontación entre los dos principales candidatos, con las posibilidades de polarizaci6n que va kan sido mencionadas. Una de las consecuencias posibles de conf~ontación entre dos candidatos en sistemas multipartidarios, es la probabilidad be que se formen coaliciones amplias (ya sea en maniobras de desempate o preelectorales), en las cuales los partidos de los extremos ganen una indebida influencia. Si un número signi- ficativo de votantes se identifica con tales partidos, uno o más deellos pueden plausiblemente reclamar la representación del bloque electo- ral decisivo en una prdxima codrontación ven consecuencia formu- lar demandas. A menos que un candidató fuerte de1 centro reúna apoyo general contra los extremos, una elección presidencial puede fragrnenbr y polarizar al elestosado.

En paísesdonde la preponderancia de los votantes es centrista, acuerda la exclusión de 10s extrernistas, y espera que tanto 10s candidatos de derecha como de izquierda difieran sólo dentro de un consenso mayor y moderado, la divisibilidad latente en competencias ~rcsidentiales deja de ser un problema serio. Con un electorado abmmadorarnente moderado, es improbable que gane quien quiera que establezca alianzas o asuma posiOones que parezcan inclinadas

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hacia los extremos, como para su desilusibn descubrieron tanto B a w Goldwater como George McGovern. Pero las sociedades acosadás por graves p~oblemas sociales y económicos, divididas aIredador de recientes regímenes autoritarios que una vez disfrutaron de significa- tivo apovo popular, v en las cuales tos partidos extremistas bien dixipli&dos tienen cónsiderable atractivo electoral, no se ajustan al modelo presentado por los Estados Unidos. En una socidad polari- zada con un electorado volátil y elecciones de una sola vuelta, nhgiin candidato serio puede darse el lujo de ignorar a partidos con los cuales de otra manera jamás hubiera colaborado.

Una eleccibn de dos vueltac p u d e evitar algunos de PSOS

problemas, pues la ronda preliminar muestra a los partidos extrernic- tas los limites de sus fuerzas y petmitea los dos principales candidatos considerar qué alianzas hacer para obtener el triunfo. Ello reduce el grado de incertidumbre y promueve decisiones más racionales de parte tanto de 10s votantes como de los candidatos. En efecto, el sistema presidencia 1 p u d e de esta manera reproducir Ias negociacio- nes que ((dorman un gobiemo~~ en los regímenes parlamentarios. Pero persiste el potencial de polarización, la mismo que la dificultad de aislar a las facciones extremistas que desagradan intensarnen te a una porci0n significativa de los votantes y las Iélites.

EL EJEMPLO E S F ~ O L

Para ilustrar el an6lisis anterior, consideremos el caco de España en 1977, año de la primera elecci6n libre tras la muerte de Francisco Franco. Las elecciones parlamentarias realizadas ese año permitieron a Adolfo Suárez, Primer Ministro de transición, pema- necer en el cargo. Su moderada Uni6n del Centro DemocrAtico (UCD) ernetgió como el partido mavotitario, con el 34.9 58 de los votos v con 167 escaños, en una legislátura compuesta por 350 rniembrós. El Partido Socialista W E ) . liderado por Felipe González, obtuvo e1 29.4 %de los votos y 118escaños,seguido porel Partido Comunista (PCE) con el 9.3 % de los votos y 20 escaños, y la derechista ALianza Popular (M) , liderada por Manuel Fraga, con el 8.4 % de los votos y 16 exaños.

Tales resultados muestran que si en lugar de elecciones parla- mentarias, se hubiera realizado una elección presidencial, ninguno de los partidos hubiera tenido mas de una pluralidad. Los candidatos hubieran sido forzados a formar coaliciones para tener la oportuni- dad de gmar en una primera o segunda ronda. Sin embargo, antes de

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la elección no había registro real de la distribucibn de las preferencias del electorado. En una atm6sfera incierta corno esta, hubiera resulta - do dificil formar ~oaliciones. Ciertamente, los competidores de pri- mera línea se hubieran visto forzados a construir coaliciones vence- doras innecesarlamn te grandes.

Suponiendo que la oposicibn dernocrhtica a Franco se hubiera unido tras un candidato -único como Felipe González, (algo que en esos momentos estaba Iejos de ser cierto), y dadas tanto las expecta- tivas como la fuerza de 10s cornunictac v del diez por ciento del electorado que realmente representaban,'hnz&lez, nunca hubiera sido capaz de competir como independiente tal como 1s hizo por un escaño en el Parlamento. Una mentalidad de frente popular hubiera dominado la campaña y probablemente sumergido las distintas identidades que 30s diferentes partidos d e s d e los extremistas de izquierda hasta los dernocristianos, y 30s partidos regionales modera - dos en e1 centro- habían podido mantener en la mayoría de los distritos. El problema hubiera sido aun m á s agudo para los centro- derechistas que habfan apoyado reformas, especialmente 1a reforma pactada que de hecho puso fin al regimen autoritario. De ningiin modo es cierto que Adolfo Sudsez, a pesar de Ea gran popularidad que obtuvo durante et proceso de transicibn, pudiera o hubiera unido a t d o s los que se ubicaban a la derecha del Partido Socialista. A esas alturas, muchos dernocristianos, incluidos los que Iuego competirían por la lista del UCD en 1979, no hubieran estado dispuestos a abandonar a las alianzas politicas que habián establecido durante los anos de oposicibn a Franco; de otro lado, hubiera sido dificil para CuArez aparecer con el apoyo de la derechista AP, dadoque pareceria representar ia alternativa «coneinuista}) (es decir, el franquisrno). Por su parte, AP probablemente no hubiera apoyado a un candidato como Suárez, quien había favorecido b legalhcibn del Partido Comunista.

Excluyendo la posibilidad de que el candidato derechista hubiera sido Fraga (quien despues devino en el lider aceptado de la oposición), Cuárez aun habría recibido fuertes presiones para mante- ner a lo largo de sb campaña la posición distintiva de una alternativa a cualquier pensamiento de continuismo con el regimen de Franco. En realidad, la UCD dirigió su carnpñña de 1977 tanto contra AP en la derecha como contra los socialistas en la izquierda. Adeds, dada la incertidumbre acera de la fuerza de m, y el temor y aversión que provocaba en la izquierda, gran parte de la campaña izquierdista también iba dirigida contra Fraga. Ello tenia el efecto de reducir la

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los p e l i p s del preci&na'nlisrne 21

polarizacibn, especialmente entre demócratas de larga data, de un lado, y recien llegados a la política demócrata (que incluyeron seg- mentos importantes tanto de? liderazgo como de los militantes de la UCD), del otro lado. Inevitablemente, el candidato de Ea derecha y centro-desecha enfocó sus ataques sobre los 4(peligrososn partidarios de1 candidato de izquierda democrática, especialmente los comunis- tas v los partidos que representaban a los nacionalistas vascos y catálnnes. En replica a esos ataques, el candidato de izquierda y centro-izquierda señaló la continuidad entre las políticas de su oponente v las de Franco, la presencia putativa del franquismo desconstniido en el campo derechista, y la insuficiencia de los demó- cratas de centro en la coaiicibn derechista.

No hav duda que en la España de 1977, una eleccibn greciden- cid hubiera sido mucho mhs divisoria que las elecciones parlamenta- rias queefectivamente tuvieron lugar. Ya sea que SuArez rechazara un entendimiento con Fraga v AP, o que Fraga engañado por sus propias expectativas inila&s acerca de las posibilidades de AP de convertirse en el partido mavoritario en un sistema bipartidista- rechazara cualquier alianza con los partidarios de Suhrez, el resultado más probable hubiera sido una pluralidad tanto pasa un candidato a Ia Izquierda tanto de Suarez como de Fraga, Un Presidente con respaldo popular, aunque sin contar con una mayorfa legislativa, se hubiera sentido justificado tanto de querer bosquejar una Constitu- ción como de presionar por cambios politicos y sociales mucho más radicales que los perseguidos por el Primer Ministro Felipe Gonzilez, tras su victoria en 1982. Es importante recordar queGonzález,asumió SUS iniciativas cuando España Va había experimentado cinco años de un exitoso dernocrá ti&, y s61o despues que un Congresodel partido presenciara tanto la derrota de la utopía izquierdista del PSOE como de una campaña que se proponia conquistar la mayoría centrista de los votantes españoles. Desde Franco, los polític& es- pañoles han sentido claramente la influencia moderadora del par- lamentarismo; sin ella, la transición al gobierno popular y la consoli- dacián de la noma democrática hubieran tomado un curso muy distinto, v mucho más duro.

~&mitaserne ahora añadir una nota moderadora a mi propio análisis. No estoy sugiriendo que la polarización que a menudo surge de las elecciones preidenciales es una inevitable concomitante del gobierno presidencial. Si el consenso público se cierne confiadamen- te alrededor del centro del espectro politico, v si está en evidencia el

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limitado pex, de los partidos marginales, ningún candidato tendrA incentivo alguno para integrarse con los de los extranos. Pueden competir por el cargo. pero lo harán aisladamente y en buena medida como un ejercicio retbrico. Bajo estas condiciones de moderaci6n y consenso preexistente, es improbable que las campañas presidencia- les resulten ser peligrosimente divisorias. El problema es que en paises atrapados en la ardorosa experiencia de establecer y consolidar la democracia, rara vez se presentan circunstancias tan feIices. Estas ciertamente no existen cuando hay un sistema multipartidario poIa- rizado que incluye partidos situados m los extremos.

EL ESTILO DE LAS POL~TICAS PRESIDENCIALISTAS

Dadoquenos hemoscentrado mayomente en las impI icancias del presidencialismo para el procew electoral, podría observarse razonablemente que mientras una cosa es la e'leccibn, otra distinta es el periodo que el triunfador permanece en el cargo: una vez que ha ganado, jno puede dedicarse a sanar las heridas inflingidas durante la campaña y restaurar la unidad de la nación? ¿No puede ofreces a sus vencidos oponentes -y no a los elementos extremistac de su propia coalición- un ppei en su administración y de esta manera convertirse en el Presiden te de todo el pueblo? Desde luego que tales plfticas son posibles, pera tienen que depender de la personalidad y estilo político del nuevo Presidente v, en menor medida, de sus principales opositores. Antes de la elección nadie puede asegurar que el nuevo titular tomará medidas conciliatorias; ciertamente, el proce- so de la movilización política en una c a r n p m plebiscitaria no es conducente a tal giro de los acontecimientos. EI nuevo Presidente debe considerar si los gestos disefiados para conciliar con sus recientes oponentes pueden debilitarlo excesivamente, especialmente si se arriesga a provocar que sus aliados más extremos lo abandonen por completo. Tambih existe la posibilidad de que la oposicidn rehuse corresponder a su magnanimidad, causando así que toda la estrategia resulte contraproducente. EI rediazo de una rama de olivo pública- mente proferido podría endurecer las posiciones de ambas partes y c o d u a r a un mayor antagonismo y polarización, antes que a reducirlo.

Algunos de 10s más notables efectos del presidencialismo so- bre el estilo de las políticas resulta de las caracteristicas del cargo pr-idendal en si mismo. Entre estas características no 5610 están los sandes poderes asociados con la Presidencia, sino también los

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Los peligros del prestdE~tcialkmn 23

Iímites impuestos sobre ella, particularmente los que requieren co- operación del Poder Legislativo, un requisito que deviene de la mavor importancia cuandodicho poder está dominado por oponen- tesdel partido presidencial. Sin embargo, por sobre todas las cosas están las restricciones de tiempo que un período determinado o niirnero posible de periodos impone sobre el titular. El cargo preci- dgncial es por naturaleza bidimensional y, en cierto sentido, ambi- guo: de un lado, el Presidente es la cabeza del Estado y el representan- te de toda la nacibn; de otro lado, sostiene una opci6n política claramente partidaria. Si se mantiene a la cabeza de una coalición multjpartidaria, incluso p u d e representar una opción dentro de una o p c i ~ n al lidiar con otsoc miembros de la alianza electoral ganadora.

El Presidente puede encontrar difícil combinar su papel como cabeza de Io que Bagehot llama aspecto 4~def~renciaI)k o simbólico del gobierno (un papel que Bagehot pensaba la monarquía brltdnica jugaba a la perfección v que, en Constituciones parlamentarias tepw- blicanas, ha sido llena& exitosarnente por Presidentes como Sandro Pertini de Italia y T h d o r Heuss de Alemania Occidental), con el aspgcto ck jefe efectivo del Ejecutivo y lider partidario luchando por promover su partido v su programa. No es siempre fácil ser simulta- npaameente el residente, digamos, de todos los chilenos y de los trabajadores; es difícil ser a la vez el elegante y costPs señor de La Moneda (residencia oficial de1 Presidente chileno) y el orador I demagógtco de los mítines masivos en el estadio de fútbol. Es proba- ble que muchos votantes 4li tes claves piensen que jugar el segundo papel signifique traicio&r al primero, jno debería el Presidentee. como cabeza del Estado, ubicarse al menos de cierta manera por encima de1 partido de modo que pueda ser el sinibolo de la nación v lit estabil idad de SU gobierno? Un sistema presidencialista, como opuesto a una monarquía constitucional o a una replSiblica con un Preniler y un jefe de Estado, no permite una diferenciación tan nítida de papeles.

Quizá las consecuencias mds importantes de la relación directa existente entre un Presidente y el electorado esthn en e1 sentimiento que el primero pueda tener de haber sido el único representante elegido por todo e1 pueblo,v el riesgo correspondiente de que tenderd a fusionar a sus partidarios con uel pueblan como conjunto. Es pmbable que el componente plebixitario implícito en la autoridad prrsidencial haga 10s obstáculos. v la oposición que encuentre le parezca particularmente incómoda: E* su frustración, puede sentirse tenbdo a definir sus políticas como reflejo de 1s voluntad popular, y

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a considerar las de sus oponentes como los designios egoístas de estrechos intereses. Esta identificaci6n del líder con el pueblo pro- mueve un cierto popuIisrno que puede constihir una fuente de fuerza. Sin embargo, también puede llevar a desconocer los limites del mandato que incluso una mayoría -para no decir nada de una mesa pluralidad- puede reclamar como justificacidn para la promul- gacián de sus propuestas. No es de desdefiar la oscura posibilidad de que luzca directamente hacia la oposición su fria indiferencia, falta de respeto, o incluso hostilidad.

A diferencia del Presidente cuasi+limpico, el Primer Ministro ec nomialmente un miembro de1 Parlamento quien, incluso cuando está m b d n en la banca del gobierno, continúa siendo parte de un cuerpo mavor. Encierto momentodebeencontrar~con losotros legisladoresen griecos términos de igualdad, como lo hace regularmente el Primer Mulisbo britfinico durante el tradicional pende de iriterpelacibn m la Cámara de los Comunes. SI encabeza la coalicibn, o gobierno de minoda o si su partido comanda s61o yna d&iP mayona deescanos, entonces no puede prmitimdiferirrnuchode laoiphih garlamentaria.Por contraste, un Presidente encabeza un brazo independiente del gobierno y se encumea con miembros de la legishtura en sus propios términos. En re@meines presidencidistas, es gspecialmente incierto el lugar de los lideres de opsicibn, quienes incluso puden carecer de cargo público y que en cualqwer caso 5610 timen el status cuasi+ficial del que gozan los Ijderes de opsición en Gran, Bretaña, por ejemplo,

En regímenes presidencialistas, la faIta de un monarca o un <(Presidente de la Republica » que pueda actuar sirnból icamente como un poder moderador, priva al sistema de flexibilidad v de mecanis- mos para limitar el poder. Una figura generalmente neutral puede proporcionar un ancla moral en una crisis o actuar como moderador enbe el Premier y sus oponentes, que pueden no ser sólo sus contendores parlamentarios, sino también líderes militares. Un r@i- men parlamentario tiene un vocero o miembro que preside el Par- lamento que puede ejercer cierta iduencia de contención sobre los mugonistas del Parlmento, incluido el propio Primer Ministro, quim d e p u b de todo es un miembro de la Cámara qw preside el vocero.

EL PROBLEMA DE LA LEGITIMIDAD DUAL l Dada su si tuación inevitablemente hstihicional, un Presiden te

tiende a convertirse en el foco de cualquier expectativa exagerada que

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Los pelipros de1 presidencial km0 25

sus partidarios puedan albergar. Están predispuestos a creer que tienen mas poder del qug en realidad poseen o deberían poseer, v en ocasiones pueden estar políticamente movilizados contra cualquier adversario que b l q u e e su camino. La hteraccibn entre un Presidente popular v la multitud aclamante puede generar temor entre sus oponentes v un clima político tenso. Algo similar puede decirse sobre un presidente con un respaldo militar o vínculos cercanos a los militares, facilitados por la ausencia del prominente Ministro de Defensa que generalmente se encuentra bajo el gabinete de gobierno.

En sistemas parlamentarios, los Minisb.oc están situados de una manera muv diferente a aquella en la que se encuentran las autoridades del gabinete en regímenes presidenciales. Especialmen- te en casos de coñlicián o gobiernos de minoría, los Primeros Minis- tros están mucho más próximos a estar en igualdad de condiciones con los otros ministros, de lo que nunca esbrán 10s Presidentes con sus nombrados en e1 gabinete. Debe observarse, sin ernbasgo,que hay ciertas tendencias que pueden llevar a instituciones como la XnnzIerdnnokratie en Alemania, bajo la cual el Premier es libre de escoger su gabinete sin aprobación parlamentaria a los miembros que lo componen. Los sistemas paslament2iri~s. con partidos rígidamente disciplinados y un Primer Minisbo que goza de una mayoría absoluta de escaños legislativos, tenderán a desarrollarse de una manera muy similar a los regirnenes presidenciales. La tendencia a personalizar el poder en politicas modernas, especialmente gracias a la televf sibn, ha atenuado no solo la independencia de los ministros sino tarnbibn el grado de colegialidad y responsabilidad colectiva en gobiernos de gabinete.

En un gabinete presidencialista es menos probab te que encon- tremos miembros fuertes v de pensamiento independiente d e lo que cabria esperar en su contraparte parlarnentaris ta. Los miembros del gabinete sólo ce mantienen pn su puestos si cuentan con el consenti- miento del Presidente; si este es destituido, todos quedan de nuevo fuera de la vida pública. En contraste, 105 Ministros de un Premier no son normalmente criaturas suvas sino colegas: pueden volver del gabinete a sus escaños en el "~arlarnento y cuestionar al Primer Ministro en reuniones políticas del Partido o durante el curso ordina- rio de las actividades parlamentarias tan libremente como lo pueden hacer otros miembros. Además, un Presidente p u d e resguardar de las cnticasa los miembmsde su gabinetedemanera mucho más efectiva de lo que puede hacerlo un P m e r Ministro.10~ miembros de cuyo gabinete

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son regdarmai te arrastrados ante el Parlamento para contestar interro- gatonos o incluso, en casos exhemos, para encarar la censura.

No necesitamos profundizar en todas las complejidades de las relaciones entre el Ejecutivo y la legislatura en varios regirnenes presidencialistas para ver que todos esos sistemas estan basados en una legitimidad democrática dual: no existe principio democrático alguno para resolver las disputas acerca de cu61 de las dos partes representa realmente la voluntad del pueblo. En la práctica, particu- larmente en aquellos países en desarrollo donde se dan grandes desigualdades en términos de modernidad, es probable que la pers- pectiva social y política de la legislatura difiera de la mantenida por el Presidente y sus partidarios. El principio tetritorial de representa- ción,a menudo reforzado por la inadecuación de instituciones federales tales como una a m a r a de Cenadores no proporcional, tiende a otorgar mavor peso legislativo a pueblos pequeños y áreas rurales. ~ircunstaniias como 6s tas pueden dar al Presiden te argumentos para . I . cuestionar las credenciales dernocrá ticas de siis oponen tes legisla ti- vos. Incluco p u d e acusarlos de no representar sino a oligarquías 7 I

locales y clientelas estrechas y egoístas. Esto puede 5 no ser cierto, y puede ser mejor o peor colocar los votos de uno bajo el tutelaje de notables locales, caud ilIos tribales, hacendados, sacerdotes o incluso empleadores, que hacerlo bajo sindicatos, asociaciones vecinales, o aparatos partidarios. Cualquiera sea e1 caso, las éEi tes urbanas moder- nas seguirán inclinadas al escepticismo sobre la bonafides democrática de los legisladores provenientes de los distritos rurales o provincia- les. En tal contexto, un Presidente frustrado por la secaIcitrancia del Legislativo será tentado a movilizar al pueblo contra los oligarca5 putativos y los interees especiales, a reclamar para sí la verdadera legitimidad democrática como defensor del pueblo, y a urgir a sus partidarios a organizar manifestaciones masivas contra la oposicidn. TarnbjPn es concebible que en algunos países el Presidente pueda reprecaatas a los electurados m á s tradicionales o provinciales, y que pueda usar su apoyo contra los sectores más urbanos y modernos de la sociedad.

A Ú ~ m ominosamente, en ausencia de cualquier metodo e e b k i d o para distinguir a1 verdadero portador de la legitimidad democrabca. el Presidente puede usar fomulaciones ideológicas para d e s a m d i k a sus adversanos; así, la rivalidad instiiucional puede asumir el caficter de lucha swa] y política potencialmente explosiva. Ias -ion- htih cionaies que en algunas sociedades

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h peligros del presi&nciali_cmo 27

pueden ser pacificamente zanjadas a traves de la negociación o por rias legales, puede en otras tierras menos felices buscar su solución en las calles.

EL TEMA DE LA ESTABILIDAD

Entre las frecuen t~rnen te mencionadas ven tajas del presiden- cialisrno se encuenira su disposición de estabilidad al Ejecutivo. Se dice que esta figura proporciona un conhaste de entrada a las sutile- zas de muchos gobiernos parlamentarios, con sus frecuentes crisis de gabinete y cambios de Primer Ministro, especialmente en Ias demo- cracias multipartidarias de Europa Occidental, Ciertarnente,el espec- táculo de la inestabilidad política presentada por la Tercera y Cuarta Repúblicas Francesas y, más recientemente, por Italia y Portugal, han contribuido a reducir el aprecio que muchos ehid iosos +specialmente en América Latina- sentían por el parlamentarismo, y su consecuente preferencia por el gobierno presidencialisu. Peto esas maliciosas comparaciones soclavan el alto grado d e estabilidad que actualmente caracteriza a los gobkmos parlamentarios. La superficial solatilidad que a veces exhibe, oscurece la continuidad de los partidos en el poder,el carácter tolerable de las coaliciones, v el mudo que tienm los líderes de 10s partidos v los ministros claves de atemperar las crisis de gabinete sin renunóaia sus puestos. Por añadidura, la inestabilidad de los gabinetes presidenciales ha sido ignorada por losestudiososde la estabilidad gubernativa. Tampoco se ha señalado de manera sufi- ciente que los sistemas parlamentarios, precisamente en virtud de su superficial. inestabilidad, a menudo evitan crisis rnAs profundas. Un Primer Ministro que se enreda en escándalo o pierde la devocibn d e su partido o coalición de rnavoría, y cuya continuidad en el cargo podría provocar graves di shrkios, puede ser removido mucho más fácilmente que un Presidente conupto o altamente impopular. A menos que los alineamientos partidarios hagan imposible la forma- ción de un gabinetelegítimo democrá ticammte,eF Partamentodebería eventualmente ser capaz de elegir un nuevo Primer Ministro que pueda f o m r un nuevo gobierno. En algunos casos más serios, puede llamarse nuevamente a elecciones, aunque éstas a menudo no re- suelven el problema y pueden incluso complicarlo, comoen el caso de la Alemania del Weimar en la década de 1930.

Las crisis de gobierno y los cambios ministeriales de los regí- menes parlamentarios están desde luego excluidos por los períodos

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Juan J. Linz

determinados de que goza un Presidente, pero esa gran estabilidad se compra al precio de una rigidez igualmente grande. La flexibilidad frente a situaciones constantemente cambiantes no es precisamente el rnavor valor del presidencialismo. Es una proposicibn extremada- mente dificil reemplazar a un Presidente que ha perdido la confianza de su partido o del pueblo. Aun cuando la polarización se haya intensificado al punto de la violencia y la ilegalidad, wn titular intransigente puede permanecer en el cargo. Cuando estén listos los inc6modos mecanismos para desalojarlo en favor de un sucesor más confiable ~unciliador, puede ser demasiado tarde. El impeachmmt es un proceso demasiado incierto y consume mucho tiempo, especial- mente cuando se le compara cbn el simple voto parlamentñrio de no confianza. Un Presidente empeñado en la pelea puede usar sus poderes de tal manera que sus oponentes puedan no querer esperar hasta el final de su período para expulsarlo, pero no hay modos conctituciona1es -calvo impeachmmt o renuncia bajo presibn- para reernpIazarlo, Además, incluso para ecos métodos completamente legales existen otros riesgos: los partidarios del titular pueden sentir- se engariados por sus detractores y unirse al primero, exacerbando de esta m e r a la crisis. Es dificil de imaginar cdmo podría ser resuelto el asunto exclusivamente por-los lideres politicos, sin r ecu~r 0 amenamr con mursir al pueblo o a instituciones no democráticas como los juzgados, o a e1 peor de los casos- a los militases. Los intensos antagonismos que subyacen a tales crisis no pueden p m a - necer siquiera parcialmente encubiertos en los corredores y vestíbu- los de la legislatura. Lo que en un sistema parlamentario sena una crisis de gobierno, en un sistema presidencial puede convertirse en una crisis de1 rbgirnen en su conjunto.

La misma rigidez es patente cuando un titular muere o queda incapacitado mientras está en eI cargo. En el segundo caso, existe la tentación de wultar el achaque del Presidente hasta el termino de su periodo. En caco de muerte, renuncia, impeachmmt o incapacidad pmidencial, la Cons tihición presidencialista asegura muy a menudo una sucesión auturnática e inmdiata sin Ittfwregnum o vacio de po- der. Pero la institución de la sucesión vicepresidencial, que tan bien ha funcionado en los Estados Unidos, puede no hacerlo tan pacífica- mente en todas partes. En este riesgo incurren particularmente países cuyas constituciones, como la estadounidense antes de Ia dkirno segunda Enmienda (1804). permiten dividir las listas presidenciales Para ¶\ 10s candidatos ganadores por los cargos de Presidente y

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Los peligros $el presidencialismo

VicePresiden te puedan provenir de partidos diferentes. Si el Presi- dente fallecido o saliente y su sucesor legal son de diferentes partidos, quienes apoyaban al anterior titular podrían objetar que el sucesor no representa SIJ alternativa y quecarece de legitimidad democrática.

Desde luego, pocas constituciones actuales permitirían que ocurriera arge como la elección de Jefferson-Busr en los Estados Unidos en 1800. En lugar de ello, requieren que los candidatos a la presidencia y vice-presidencia sean nominados conjuntamente, y prohiben la partición de las listas en el acto electoral. Pero estas medidas formales no pueden hacer nada por controlar el criterio de norninacibn. Indudablemente hay casos .en Ios cuales el Vice-Presi- dente ha sido nombrado principalmente para balancear la lista el=- toral Y por eso representa una discontinuidad con el Presidente. No nos M n dexonocidas instancias donde un cand ida tov ice-presidencial débil es escogido deliberadamente por un titular celoso de su propio poder, o incluso donde el titular escoge a su propia esposa. Nada en el sistema presidencial garantiza que los votantes o líderes poIiticos del país hubieran elegido al Vice-Presidente para manejar los poderes que estaban deseosos a dar al anterior Presidente. De esta manera, la continuidad que parece asegurar la instihicibn de la sbcesión vice- presidencial autornitica demostraría ser más aparenteque real.Queda la obvia posibilidad de un gobiemo guardián de reemplazo hasta que tengan lugar nuevas elecciones, de preferencia lo más pronto posible. Sin embargo, parece muy improbable que la severa crisis que podría haber requerido la sucesión proporcionaría también un momento auspicioso para una nueva eIeccibn presidencial.

EL FACTOR TIEMPO

La democracia es, por definición, un gobiemo pro fonpore, un régimen en el cual el electorado puede, a intervalos regulares, tomar cuentas a sus gobernantes e imponer un cambio. El tiempo Limitado que se permite transcurrir entre las elecciones es probablemente la mayor garantia contra el poder arrogante y la U l t i m a esperanza para quienes están en minoría. Sin embargo, su desventaja es que constriñe la capacidad de un gobierno de cumplir las promesas que forrnul6 para poder ser elegido. Si tales promesas eran de largo alcance, incluyendo progrum de cambio social traccendentaIes, Ea mvoria p u d e sentirse defraudada de su realización por el limitado pe;iodo en e1 cargo impuesto sobre su líder elegido. De otro lado, el poder de

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un Presidente es a la vez tan concentrado y tñn extensivo que parece inseguro no controlarlo limitando el número de veces que cualquier Presidente p u d e ser reelegido. Tales disposiciones pueden ser fms- m i e s , especialmente si el titular es en extremo ambicioso; a menudo ha resultado atractiva la perspectiva de cambiar la regla en nombre de Ia continuidad.

Aun si un Presidente tiene moderadas ambiciones, la concien- cia del límite temporal a 61 mismo y al programa al que su nombreect6 vinculado no puede dejar de afectar su estilo político. La ansiedad sobre discontinuidades en las políticas y el caracter de sus posibles sucesores anima lo que Albert Hircchman ha Ilamado ((el decm de v~lrloir cotrclrtre~. Este exagerado centido de la urgencia por parte del Presidente puede llevar a inicia tivas politicas mal concebidas, ten- tativas abiertamente improvisadas, odios injustificados a la oposición legal, y una multitud de otros males. Es probable que un Presidente desesperado por construir su Brasilia o por irnpIementar su programa de nacionalizaci8n o reforma agraria antes de convertirseen inelegible para un nuevo periodo, gaste dinero torpemente o se arriesgue a polarizar el país por conseguir que sus planes se hagan realidad. Un Primer Ministro que puede esperar que su partido o coalición de gobierno gane Ia pr6xima rueda de elecciones, esta relativamente libre de tales presiones. Se ha dado el caso de primeros rninistroc que han permanecido en el cargo tras el curso de varias legislaturas sin crear miedo aIguno de dar lugar a dictaduras, porque siempre estuvo abierta la posibilidad de cambiar de gobierno sin recurrir a medios hconsti tucionales.

El período determinado en el cargo y el límite sobre la selec- ción son instituciones de incuestionable valor en las constituciones presidenciaiistas, pero suponen que el sistema politjco debe producir un líder capaz y popular cada cuatro anos v, a la vez, que cualquier .capital político. que el Presidente saliente peda haber acumulado no puede durar más allá del término de su período.

Todos los líderes politicos deberían preocuparse acerca de las ambiciones de los lideres de segundo rango, a veces a causa de sus maniobras por ocupar posiciones en el orden de sucesión, y otras a causa de sus hhigas. La fecha fijada y definida de sucesión que una Constitución presidencialista establece sólo puede exacerbar las pre- ocupaciones del titular sobre s t e punto. Añádase a esto el deseo de conhuidad, no se requerir6 de gran lógica para predecir que el Presidente probablemente elegirá como su lugarteniente y presunto

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1RS peligros del presidencialismo 31

sucesor a alguien que demuestre ser sumiso, antes que a un Iíder por derecho propio.

La inevitable sucesión también crea una distintiva clase de tensión entre el ex-Presidente y su sucesor. El nuevo hombre puede sentirse llevado a afinnar su independencia y distinguirse de su predecesor, aun cuando ambos pertenezcan al mismo partido. Por su parte, el anterior Presiden te, habiendo conocido el singular honor y sentido de poder que viene con el cargo, encontrará siempre difícil acostumbrarse a estar fuera del poder para siempre, sin posibilidades de voIverah si el nuwo titular fracasa miserablemente. Los partidos y coaliciones pueden dividirse públicamente a causa de tales anta- gonismos y frustraciones. Estas tambien pueden conducir a intrigas, como cuando un Presidente aun prominente trabaja tras bambalinas para influenciar sobre la próxima sucesión, o para socavar las políti- cas del titular o el liderazgci del partido.

Por supuesto, problemas similares también pwden sur$ en sistemas parlamentarios cuando un líder prominente se ve a sí mismo fuera del cargo pero ansioso por volver. Pero, por un número de razones, :

los regirnenes parlamentarios pueden mitigar m á s fhcflrnente tales dificultadec. h aguda necesidad de preservar la unidad del partido, la deferencia acordada a prominentes figuras del partido, v la aguda cmciencia del nuevo ~remierde que necesita laayuda desu predecesor,

I

aun si éste último no f o m parte del gobierno y del partido, todo ello contribuve a mantener la conc~xdia. Los líderes del mismo partido I

pueden htemñrse como Premieres: cada uro de ellos sabe que el otro puede ser llamado para reempla~arla en cualquier momento y que las confrontacionec pueden ser costocas para ambos, de mudo que compar- ten el poder. Una 16gic.a similar se aplica a las ehcionec enbe líderes de partidos opuestos o de coaliaones parlamentxias.

Es probable que las restricciones de tiempo asociadas con el: presidencialismo, combinadas con el carácter sumaieto de las elec- ciones presidencial- hagan tales competencias m á s dramáticas y divisorias que las elecci mes parlamentarias. Los realinearnien tos políticos que ti>man lugar enae Ias elecciones y dentro de los salones de la legislatura en el sistema parlamentario, deben ocurrir pública- mente durante las campañas electorales en los sic temas presidencia- les, cuando son una parte n~esar ia del proceso de construcción de una coalición ganadora. Bajo el presidencialismo, el tiempo se con- vierte en una dimensión política de enorme importancia. La pauta de Iac políticas es muy importante bajo una constitucibn presidencialis-

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ta, a diferencia de lo que ocurre con una parlamentarista. Cuando los comicios presidenciales están prbximos, deben hacerse acuerdos no sólo de manera pública sino decisiva, porque renegar de ellos por parte del lado ganador antes de la prbxima campaiia sería visto como una kaicibn a la confianza depositada por los votantes. Con mucho m á s difíciles de lograr, aunque necesarios, los compromisos que podrían parecer no dictados por principios, opomuiistas o ideológi- camente debiles cuando van a ser escudriñados por los votantes en la próxima elecci6n. Un rkgiegimen presidencialista deja mucho menos espacio para la tácita construcci6n del consenso, cambios de mlicibn y establecimiento de compromisos que, aunque prudentes, son difí- ciles de defender en publico.

Bajo constituciones presidmcialistas, los rn4tdos «consocia- tivos. de compromiso, negociacibn y distribución del poder han jugado papeles principales en el retorno a la democracia de Colombia, de VenezueIa y, m á s recientemente, de Brasil. Pero tales métodos s~ presentaban como antinomias necesarias, desviaciones de las reglas del sistema asumidas para limitar las opciones de los votantes hacia lo que se h b i a IIamado, de una m e r a m4s bien relajada y peyorá- tiva, adernocradura~~. La restauracibn de la democracia requerir& sin duda estrategias conso socia ti vas^^ tales como la formaci6n de grandes coaliciones y el establecimiento de muchos pactos; la desventaja del presidencialisrnoes que los rigidiza y formaliza. Llegana ser forzados por un período determinado, durante el cual hay escasa posibilidad para la revisi6n o senegociación, Además, como lo demuestra el caso ~~Iornbianu, tala arreglos le quitanal electorado parte de su libertad de eIecci61-i; Ios sistemas parlamentarios, como el de España con su «concenso», vuelven mucho más probable que los acuerdos .conso- ciativos~~ se& hechos sbIo después queel pueblo se ha ya pronunciado.

Este andlisis de las poco prometedoras irnplicancias del presi- dencialismo para la democracia no significan que no existan demo- craaas presidencialistas que sean estables; por el contrarío, la demo- cracia m á s estable del mundo -Pos Estados Unidos de Adrica- tiene

. una Constihicibn presidencialista. Sin embargo, no puede evitarse -

concluir tentativamente que en muchas otras sociedades las probabi- lidades que el presidmcialismo ayude a presewar la democracia son

. C mucho menos favorables. &A

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bs pel i y u s del presidencial kmo 33

Aunque es cierto que el parlamentarismo proporciona un contexto institucional más flexible y adaptable para el establecimien- to y la consolidación de la democracia. no se sigue de ello que cualquier tipo de régimen parlamentarista harl lo mismo. En reali- dad, para completñr el análisis se requeriría reflexionar sobre el mejor tipo de Cons ti hición parlamen tarista y sus figuras institucionales específicas. Entre estas figuraría un cargo de Primer Ministro que combine el poder con la responsabilidad, que a su vez precisará de partidos políticos fuertes y bien disciplinados. Tales figuras -hay por cierto muchas ohas que no podemos discutir por falta de espacio- ayudarían a promover una responsable toma de decisiones y gobier- nos estables, a la vez que animaría la genuina competencia partidaria sin causar una indebida fragrnentacibn politica. Por añadidura, cada pais time aspectos singulares que deben tomarse m cuenta, &adicio- nes de federalismo, heterogeneidad &ni% o cultural, etcetera. Fi- nalmente, no hay que olvidar que nuestro andlisis s61o establece probabilidades y tendencias, no determinismos. No puede garanti- zarse que los sistemas parlarnentaristas jamás experimentarán graves crisis o hduso quiebres.

En úI timo termino, todos los regímenes, incluso los mds sabia- mentediseñados, dependerán del apoyo de la sociedad en su conjun- to -sus principales fuerzas, grupos e instituciones- para su preserva- c h . Por ew, ellas descansan en un consenso publico que S B ~ O reconoce corno autoridad legitima al poder que es adquirido a través de medios legales v democráticos. También dependen de la capaci- dad de sus líder& para gobernar, para inspirar confianza, para respetar los limites de su poder, y para lograr un adecuado nivel de consenso. Aunque estas cualidades con rn&necearias en uñ sistema presidencial, es precisamente allí donde son mác difíciles de encon-

1 I bar. Una fuerte dependencia en las cualidades personales de unlíder

político -o en las virtudes de un estadista,%ise quiere- es un cahno I

I fifig~so, porque nunca se sabe si exis tir8 el hombre que pueda uenar

1 el cargo de Presidente. Pero aunque ningma cons- tución presiden- cialista puede garantizar a un hrashington;ün Juárez o un ~ g c o h ,

I ningún regimen parlamentario puede tampoco garantiar 7 un Adenauer o un Churdiill. Ante tan i n 8 t a b l e incertidumbre, el ,

i propósito de este ensayo ha sido meramente ayudar a recupe&r un deba te cobre el papel de las instituciones demkr6 t i tas al tematiEas en

i - la conshucción de políticas democr~ticas%stabl& - . -

. - m- . . ,