DEL BELLO BOLLO HABANERO Y OTRAS COÑOTA- CIONESAMBROSIO DE MORALES, Viaje a los reinos de León y...

10
Historia de Asturias Atlas de Asturias Romancero Asturiano Colección Popular Asturiana Ediciones facsímiles Diccionario Ilustrado de la Lengua Asturiana Colección «País Astur»: Flora y Vegetación de Asturias Fauna Salvaje de Asturias Geografía de Asturias Colección «El Cuélebre» a a ¡ edicione) SALINAS/ASTURIAS Uría, 5 OVIEDO TITULOS PUBLICADOS JUAN URIA RIU, Obras Completas: Tomos I y IV. AURELIO DE LLANO, Esfoyaza de cantares asturianos. AMBROSIO DE MORALES, Viaje a los reinos de León y Galicia, y Princi- pado de Asturias. LUIS ARRONES PEON, Historia Co- ral de Asturias. CONDE DE TORENO, Descripción de varios mármoles minerales y otras diversas producciones del Principado de Asturias y sus inmediaciones. JOSE CAVEDA Y NAVA, Esvilla de poesíes na llingua asturiana. RAMIRO SUAREZ, Vida, obra y re- cuerdos de Manuel Llaneza. COLECCION EL TRASGU DIEGO TERRERO Y TEODORO CUESTA, Andalucía y Asturias. DOCTRINA ASTURIANISTA. ANTONIO GARCIA OLIVEROS, Más cuentiquinos del escañu. TEODORO CUESTA, Poesíes Astu- rianes. Los Cuadernos de la Actualidad DEL BELLO BOLLO HABANERO Y OTRAS COÑOTA- CIONES G. Cabrera Iante, La Habana Para un ante Dunto, Ed. Se Barral, Bar- celona, 1979. T ranscurrido algo más de un semestre desde su apari- ción, esta insólita crónica de amores merece el elo- gio más entusiasta de quie- nes piden a la literatura peección de estilo y emoción a un tiempo. Sin duda, con la perspectiva que pro- porcionan ya estos meses, la retahíla de recuerdos golfos trenzada por G. Cabrera Iante debe ser conside- rada como uno de los ejercicios na- ativos más brillantes y divertidos escritos en castellano durante los úl- timos años. No puede ser más afortunada, ante todo, la recuperación de los amores tromperos (cuantas veo, tan- tas quiero: Cabrera, trapero obs- ceno), de los penúltimos acasos (Guillermo, perseverante pendejo), del arte de la mirada (mirón miope), de las técnicas explotatorias (en el cine, en el ómnibus, en la biblio- teca), de la gaya ciencia de singar (Infante, simpar singante), del ver- dadero amor propio (pajillero pa- ciente), en fin, del arte de la caza en el safari del sexo. El alarde de recur- sos de que hace gala en sus trabajos de amor el innombrado protagonista -primero adolescente amoroso, luego casi sansón del sexo, más tarde Casanova casad sólo se co- rresponde con la espléndida demos- tración de ingenio y de pericia téc- nica que exhibe el autor. La galería de personajes femeninos expuesta -las presas disecadas- es una prueba elocuente: desde la indeleble Delia hasta Etelvina, la fletera sifilítica; desde Dulce (por siempre Rosa) Es- pina, tetona esencial, hasta la reca- · tada Catia; desde Violeta del Valle (con v de vagina, de veterana y de Venezuela) hasta la casi indefinible por peifecta (como para empezar por una pata de la cama) Julieta Es- tévez. El libro supone a la vez el rescate de una ciudad irrepetible: La Ha- bana de los años cuarenta y prime- 75 ros cincuenta. La Habana como coto de caza del coito, reconstruida calle a calle, cuadra a cuadra, pasaje a pasaje, con mercados y cuarterías. La descripción consigue trasmitir de nuevo la vida y la promiscuidad de Zulueta 408 (el lansterio fecal, la colonia sexual iniciática), de Monte 822, de las posadas del polvo diez- minutero, de El Vedado, el Male- cón, El Recodo, de Paseo, Miramar, la Plaza Alvear, el Parque Maceo, el Barrio de Colón, de las sinuosas ca- lles de La Habana Vieja: de todo un recinto urbano bien singularizado, no pasivo soporte sino activo y en- volvente escenario (del teatro del corazón). Un teatro que se cobija las más de las veces en los memorables cines de barrio, lugares apropiados para afi- nar las técnicas del rascabucheo, propios para los amores de un solo lado. He aquí la tercera gran recupe- ración que oecen estas páginas re- cientes y de nuevo inimitablemente aliterantes del autor de es istes gres: más que el cine -aún el de Hollywood, tan presente en muchos momentos-, los cines, esos locales polivalentes, donde se practica la busca sexual, donde se intentan las más audaces manipulaciones, los to- camientos más torpes, espacios de misterio, escuelas de la ntasía, universidades del beso, ámbitos donde anida la sorpresa, segunda re- sidencia inolvidable para tantos ado- lescentes solitarios como imos. Cines felizmente recobrados de La Habana: el Lira, el Esmeralda, el Rialto, el Actualidades, el Alkázar, el Majestic, el Reina, el Encanto, el Rex Cinema, el Lara (donde el caza- dor es cazado), o los peligrosos Montecarlo, Niza y Bélgica, cuyas

Transcript of DEL BELLO BOLLO HABANERO Y OTRAS COÑOTA- CIONESAMBROSIO DE MORALES, Viaje a los reinos de León y...

Historia de Asturias

Atlas de Asturias

Romancero Asturiano

Colección Popular Asturiana

Ediciones facsímiles

Diccionario Ilustrado de la

Lengua Asturiana

Colección «País Astur»:

Flora y Vegetación de Asturias

Fauna Salvaje de Asturias

Geografía de Asturias

Colección «El Cuélebre»

�a\ga¡edicione)SALINAS/ASTURIAS

Uría, 5 OVIEDO

TITULOS PUBLICADOS

JUAN URIA RIU, Obras Completas: Tomos I y IV.

AURELIO DE LLANO, Esfoyaza de cantares asturianos.

AMBROSIO DE MORALES, Viaje a los reinos de León y Galicia, y Princi­pado de Asturias.

LUIS ARRONES PEON, Historia Co­ral de Asturias.

CONDE DE TORENO, Descripción de varios mármoles minerales y otras diversas producciones del Principado de Asturias y sus inmediaciones.

JOSE CAVEDA Y NAVA, Esvilla de poesíes na llingua asturiana.

RAMIRO SUAREZ, Vida, obra y re­cuerdos de Manuel Llaneza.

COLECCION EL TRASGU

DIEGO TERRERO Y TEODORO CUESTA, Andalucía y Asturias.

DOCTRINA ASTURIANISTA. ANTONIO GARCIA OLIVEROS, Más

cuentiquinos del escañu. TEODORO CUESTA, Poesíes Astu­

rianes.

Los Cuadernos de la Actualidad

DEL BELLO BOLLO HABANERO Y OTRAS COÑOTA-CIONES

G. Cabrera Infante, La Habana Paraun Infante Difunto, Ed. Seix Barral, Bar­celona, 1979.

Transcurrido algo más de un semestre desde su apari­ción, esta insólita crónica de amores merece el elo­gio más entusiasta de quie­

nes piden a la literatura petlección de estilo y emoción a un tiempo. Sin duda, con la perspectiva que pro­porcionan ya estos meses, la retahíla de recuerdos golfos trenzada por G. Cabrera Infante debe ser conside­rada como uno de los ejercicios na­rrativos más brillantes y divertidos escritos en castellano durante los úl­timos años.

No puede ser más afortunada, ante todo, la recuperación de los amores tromperos (cuantas veo, tan­tas quiero: Cabrera, trapero obs­ceno), de los penúltimos fracasos (Guillermo, perseverante pendejo), del arte de la mirada (mirón miope), de las técnicas explotatorias (en el cine, en el ómnibus, en la biblio­teca), de la gaya ciencia de singar (Infante, simpar singante), del ver­dadero amor propio (pajillero pa­ciente), en fin, del arte de la caza en el safari del sexo. El alarde de recur­sos de que hace gala en sus trabajos de amor el innombrado protagonista -primero adolescente amoroso,luego casi sansón del sexo, mástarde Casanova casad0- sólo se co­rresponde con la espléndida demos­tración de ingenio y de pericia téc­nica que exhibe el autor. La galeríade personajes femeninos expuesta-las presas disecadas- es una pruebaelocuente: desde la indeleble Deliahasta Etelvina, la fletera sifilítica;desde Dulce (por siempre Rosa) Es­pina, tetona esencial, hasta la reca- ·tada Catia; desde Violeta del Valle( con v de vagina, de veterana y deVenezuela) hasta la casi indefiniblepor peifecta (como para empezarpor una pata de la cama) Julieta Es­tévez.

El libro supone a la vez el rescate de una ciudad irrepetible: La Ha­bana de los años cuarenta y prime-

75

ros cincuenta. La Habana como coto de caza del coito, reconstruida calle a calle, cuadra a cuadra, pasaje a pasaje, con mercados y cuarterías. La descripción consigue trasmitir de nuevo la vida y la promiscuidad de Zulueta 408 (el falansterio fecal, la colonia sexual iniciática), de Monte 822, de las posadas del polvo diez­minutero, de El Vedado, el Male­cón, El Recodo, de Paseo, Miramar, la Plaza Alvear, el Parque Maceo, el Barrio de Colón, de las sinuosas ca­lles de La Habana Vieja: de todo un recinto urbano bien singularizado, no pasivo soporte sino activo y en­volvente escenario (del teatro del corazón).

Un teatro que se cobija las más de las veces en los memorables cines de barrio, lugares apropiados para afi­nar las técnicas del rascabucheo,

propios para los amores de un solo lado. He aquí la tercera gran recupe­ración que ofrecen estas páginas re­cientes y de nuevo inimitablemente aliterantes del autor de Tres Tristes

Tigres: más que el cine -aún el de Hollywood, tan presente en muchos momentos-, los cines, esos locales polivalentes, donde se practica la busca sexual, donde se intentan las más audaces manipulaciones, los to­camientos más torpes, espacios de misterio, escuelas de la fantasía, universidades del beso, ámbitos donde anida la sorpresa, segunda re­sidencia inolvidable para tantos ado­lescentes solitarios como fuimos. Cines felizmente recobrados de La Habana: el Lira, el Esmeralda, el Rialto, el Actualidades, el Alkázar, el Majestic, el Reina, el Encanto, el Rex Cinema, el Lara (donde el caza­dor es cazado), o los peligrosos Montecarlo, Niza y Bélgica, cuyas

BIBLIOFILOS

ASTURIANOS

PROXIMOS TITULOS

El Fénix Católico Don Pe­

layo el Restaurador Reena­

cido de las Cenizas del Rey

Witiza, del doctor don Joseph

Micheli y Márquez. Madrid,

1548.

Missale Antiqum de la Ca-

tedral de Oviedo.

Apuntes históricos, Genea-

lógicos y Biográficos de Lla­

nes y sus hombres, de don

Manuel García Mijares. Torre­

lavega, 1893.

Pedidos a:

BIBLIOFILOS ASTURIANOS

Cimadevilla, 10·3.º

OVIEDO

TIEMPO DE SILENCIO

--

«La dictadura franquista». David Ruiz

«La oposición al franquismo». Pierre C. Malerbe

* * *

Para una mejor comprensión de cuarenta años de la Historia

de España. * * *

C/. Asturias, 27 - OVIEDO

Los Cuadernos de la Actualidad

pantallas pueden albergar una des­lumbrante acción bélica de los mari­nes en un atolón del Pacífico a la vez que un villano japonés anónimo deja caer su mano kamikaze en la entre­pierna de su compañero de luneta, cómplice la penumbra.

El cine, La Habana y el amor: tres componentes de este magistral ho­menaje de un irrespetuoso nieto ca­ribeño de Ovidio al lujo de la lujuria, a la cama camera, a la cacería y no al casorio, a la vulva ajena y no a la crica propia.

José Luis García Delgado

MEMORABLE

MEMORIA Alfredo Deaño: Las concepciones de

la Lógica. Edición al cuidado de Javier Muguerza y Carlos Solís. Madrid, Tau­ros, 1980.

Alfredo, dos años después de su muerte, ha publicado su memoria de oposicio­nes. Las oposiciones son pú­blicas (¿su única virtud?);

las «memorias» que para ellas se es­criben suelen pensarse sin embargo, al menos en ciertas disciplinas, como si fueran ad usum privatum. Entre tribunal y opositor hay un tortuoso sobreentendido de estrategias con­ceptuales, de prudentes eclecticis­mos -tediosamente previsibles-: en la guerra todo vale, y aquí ser insin­cero es ser potente. Por ello se sus­cita siempre la muy política sospe­cha, ante escritos de este género, de si el autor será sincero -psicológi­camente hablando- y -científica­mente hablando- de si esas reflexio­nes acerca del concepto y el método de un saber tendrán algún valor, dada la función retórica suasoria que se les atribuye. No es infrecuente, por tanto, que el autor procure la cuidadosa ocultación de su escrito, una vez pasado el mal trago burocrá­tico. Sorprende entonces que un li­bro como el de Alfredo sea tan pu-

76

blicable, a pesar de su sospechosa génesis.

Bien disculpable sería que no lo hubiera hecho, pero Alfredo llevó su escrúpulo de honestidad intelectual hasta el extremo de escribir una memoria que es un verdadero libro. El panorama de posibilidades teóri­cas acerca de la naturaleza de la ló­gica que en él nos ofrece será, sin duda, de gran utilidad académico­burocrática (uno ya ve a los futuros hacedores de memorias entrar a saco en ésta, y en el fondo no harán mal); más raro resultará que ese panorama esté, como lo está, animado por una auténtica preocupación filosófica. Filo� ófica, digo, y ello sorprenderá a quien, sin conocerlo bien, pudiera ver en Alfredo un aséptico y purí­simo lógico «moderno». Hacia el fi­nal del libro, Alfredo distingue tres planos en el estudio de la lógica: el técnico, el conceptual y el trascen­dental; hablando del último, dice: «ese tercer plano es aquel en que explotamos la posibilidad -la tenta­ción diríamos mejor- que la lógica formal despierta: la tentación de so­breponerse a ella, de asomarse por encima de ella ( ... ), de ver en ella el depósito de las categorías cuyo en­tramado constituye nuestra forma de ser sujetos de conocimientos ( ... ). Llegar a plantearse la naturaleza de la lógica formal en cuanto tal signi­fica ( ... ) preguntarse qué quiere de­cir la palabra «logos», lo cual, una vez que se ha respondido que «lo­gos» significa racionalidad, obliga a preguntarse si toda racionaldad es racionalidad formal ( ... ) ¿Es la ra­cionalidad formal la única racionali­dad? No, a nuestro juicio». Por su­puesto, ello no quita que la lógica formal sea un paso previo en el trato de la racionalidad en general ; sí pa­rece eliminar todo optimismo pedan­temente «formalista» ante el tema de «lógica y razón».

Otra sorpresa posible (para algu­nos): ante la cuestión de la natura­leza de las entidades lógicas, Alfredo se declara «realista» (nada escépti­camente nominalista, convenciona­lista, como algunos podrían creer en España que ha de ser un «mo­derno»). Pero esta suerte de plato­nismo (cuyos matices, claro está, no podemos elucidar aquí) nunca fue del desagrado de Alfredo. Recuerdo una expresión de Borges que gus­taba de citar: «existen algunos poe­mas que me gustaría escribir». Podrá parecer esto más mágico que lógico, quién sabe. Alfredo lo aclararía, pero ya no está ahí.

Vidal Peña

MONOLOGO TRIGESIMO SEGUNDO

Fernando Savater, Criaturas del aire Barcelona. Planeta, 1980. e uentan los que saben -aun­

que Alá tiene mejores con­tactos- que un adolescente preocupadillo por las co­sas literarias comentaba

a Savater que sí, que lo de La infan­cia recuperada había quedado far­dón, pero que las cosas no se hacían así, que no había por qué andar por el mundo destripando historias y de­jando para el arrastre los mitos nues­tros de cada día. Femando Savater, que está a todas y oportunidad que tiene de escribir la aprovecha, cam­bió el así inquietante e hizo un otro con lo mismo.

Claro, la cosa ya tenía sus antece­dentes. Un dublinés asentado en In­glaterra, de apellido Wilde, comen­taba a algún bas-bleu que por allí pasaba que «The death of Lucien de Rubempré is the great drama of my life». Wilde, pues, no levantaba ca­beza por culpa de un personaje de Balzac. El mismo Vargas Llosa se apartaba de la insensata idea del sui­cidio leyendo los últimos momentos de Emma Bovary, mujer que no dejó de conturbarle y a la que amó más que el idiota y cobardica de León. Mu­chos desayunan riñones fritos -algo quemados, incluso- a mediados de junio, por aquello de Leopold Bloom.

Lo que faltaba, entonces, era amar tanto a los personajes como para plagiarles. No sólo comer lo que ellos, vestir a su modo -como cuentan que hace Gilbert Lely por los rincones del París de Sade-, de­jarse las uñas de tal o cual tamaño: no sólo imitar: pasar a ser ellos mismos, atraparles su lenguaje, su estilo y su escritura. Savater dixit: «No salgo de mí mismo, sino que recupero la pluralidad de mismos di­ferentes que hay en mí». O, si se prefiere, San Marcos 5, 9: «¿Cómo te llamas? 'Y él respondió:' Mi

Los Cuadernos de la Actualidad

nombre es Legión, porque soy mu­chos». Pues, de algún modo, el ado­lescente tenía razón: contar lo bien que se lo pasa uno con Stevenson, Tolkien o Veme puede ser de un frustrante ilimitado, sobre todo si se padece de mala salud o de pocos fondos. Además, quien lee suele vi­vir de personajes, personajes a quie­nes detesta o adora, pues ocurre que el autor es en ocasiones un sujeto fofo y desabrido que no interesa lo más mínimo. No amamos a un Flau­bert irritable, atentando solitaria­mente contra el sexto mandamiento, escrutando el horizonte con sabe Dios qué cachivache. Amamos a Emma, a la pareja de chiflados in­ventores: amamos a las palabras más que a su autor.

Pero Savater debía estar lanzado o haber recibido excelentes críticas por las notas explicativas que cerra­ban La infancia ... Y así, nos regala con un explicable «Who's who» fi­nal, demasiado cercano a la chismo­grafía de portal o a aquellos persona­jillos de Racine que saltaban nervio­sos por el escenario susurrando lo de «Quoi done? qu'est-ce que s'est passé?». Quizá, como uno es de provincias y su posibilidad de publi­car muy limitada, ande confundido creyendo que hay que aprovechar papel y salir de la crisis. Por otra parte, ¿no fue Voltaire quien señaló que el secreto de ser aburrido residía en decirlo todo?

Francisco García

LOS CUATRO HERMANOS MARX QUE ERAN TRES, CARLOS Y GROUCHO

M. Vázquez Montalbán, Cuestionesmarxistas, Barcelona, Anagrama, l.ª ed. 1974, 2.ª ed. 1979.

Q uizá el interés de algunos textos radique, bondad o maldad aparte, en su posi­ble adscripción a aquella rama de la semiología so­

ñada por Barthes, y en cuanto tal preferida, la signalética o concita­dora de signos. Porque esta obra, cuya reedición debiera apuntarse a

77

la tozudez, o a la manirrotía, con­voca un doble juego. Respecto al re­ceptáculo cultural, uno, respecto a la producción del autor, otro; si bien ambos invertidos. Pocas obras reu­nirían apariencias más buscadas por progresía que se precie: experimen­talismo, sentido lúdico, irreverencia, un como aire de terrorismo cultural.

Ninguna obra de M. Vázquez Mon­talbán como ésta para articular in

nuce lo polifürme de su producción. Valga decir que el silencio, o esa forma de fortuna que es la. desgracia crítica, la envolvió el escaso tiempo que anduvo en escaparates. A lo que se prevé, igual destino surcará la nueva arboladura.

Claro que la progresía de entonces (cuantificable: 3.000, tantos como lectores fervientes de novela social, y cifra elocuente como para empezar a hablar de la tan cacareada -y no es anaglifo- función social de la misma), la progresía de entonces, íbamos maldiciendo, era gente muy grave, severa de costumbres, ignara en lo tocante a placeres de mesa y bodega, expectante, siempre expec­tante, muy lectora de diarios matuti­nos, diarios vespertinos, revistas semanales, revistas bimensuales, mucho libro de bolsillo, esto es, y más en concreto, solapas y contra­portadas. Nada obsta, vengan due­ñas, para que de aquellos polvos nos surja toda esta floración de gastró­nomos, de adictos al tebeo, de tona­dilleros de salón, de inhóspitos amantes de novelas de aventura o série naire. Sólo que siempre, y an­tes, allí estaba él. De forma que ahí viene el soñador; matémosle y diga­mos a padre que el Planeta. Bien que en comedia, se agradece el recuerdo de que la sociedad reposa sobre un crimen cometido en común.

Lo que para esa miseria del histo­ricismo que es la progresía vuelve intratable esta obra es que pudiera ser su retrato en negativo. Como ellos, el Groucho intelectualizado, o el intelectual grouchizado, sobre todo habla, cita, contracita, juega con el sentido, al sinsentido, levanta un festival de palabras/frases­títulos-espejo/percha/bate de béis­bol. Mas la diferencia es, exacta­mente la que va del mito a la novela.

La Ilustración Gallega y Asturiana.

Crónica General de España.

Gran Enciclopedia Asturiana.

Gran Enciclopedia Gallega.

Quixote de la Cantabria ...

Son tan sólo algunos de nuestros tt'tulos.

Silverio

Cañada Editor.

VALERIANO BOZAL

LA ILUSTRACION GRAFICA

DEL SIGLO XIX EN ESPAÑA

ALBERTO CORAZON

EDITOR

ROBLE, 22 · MADRID, 20

Los Cuadernos de la Actualidad

Lo que para la progresía es esencia, aquí es fenómeno; lo que allí a fuerza de presente histerizado de­viene ahistórico, aquí asume su con­dición contractual; lo que allí rito, aquí carnaval; lo que allí imitación de gestos, y en el fondo mueca, aquí funcionamiento homólogo, y en el fondo irrisión del modelo; lo que allí escena, aquí atrezzo; lo que allí pre­tensión de significado, aquí primacía del significante. Bricollage de pie­zas restantes, descontextualizadas, afuncionales, con las que se levanta otra maquinaria como copia cruel, junta de residuos sin fin cuyo inaca­bamiento dibuja la construcción misma de la ruina, el descrédito de la realidad, toda la tristeza de ma­ñana. Si la cultura siempre será un residuo, aquí esos re�duos de resi­duo se toman en su condición de tales, se asume la subnormalidad cultural e histórica que nos corres­ponde. Como en el pensamiento silvestre/salvaje, se anudan hilos sin fin, sólo que no únicamente de forma endógena (la circulación del sentido en la obra, el dibujo de ésta como irrisión de una realidad histó­rica concreta), sino exógena: anuda al autor con el resto de su produc­ción ( de la que esta obra podría ser la clave secreta) y con el mercado cultural (que la rechaza por razones de propia defensa. O quizá de vam­piria: su propio retrato en el espejo inversor, vacío).

José Doval

LA VENGANZA

DEL FUTBOL Vicente Verdú. Elfútbol. Mitos, ritos y

símbolos. Alianza Editorial. Madrid, 1980.

Vicente Verdú se ha tomado con este libro el trabajo de defendemos a los aficio­nados al fútbol de las graves acusaciones que pa­

decemos de antiguo y nos ha pro­porcionado, además, el placer de leer un ensayo que irradia el mejor ingenio. Nuestro agradecimiento es, por tanto, doble.

El ejercicio dialéctico de su de­fensa parece, en principio, dema­siado apabullante, como si la desme­sura de los ataques sufridos por el fútbol en nombre de la cultura exi­giera, por simetría, una respuesta

78

tan espesamente éulta que remitiese de continuo a los tratados de psico­logía, sociología, antropología, polí­tica y economía, o más simplemente, al diccionario. Pero la complacencia en esta aparente desmesura es tan evidente que pronto advertimos el fondo de sus motivaciones: se trata, en realidad, de una venganza. O, para decirlo con términos más ade­cuados al tema, de una apabullante revancha.

En cualquier caso, el libro no tiene pretensiones de convencer. Ni falta que hace. Su mayor atractivo está en la redundancia. Es un libro para cómplices. Verdú se coloca a nuestro lado en la grada y, en lugar de distraernos con digresiones mora­les, nos estimula a que reforcemos atención en lo que sucede sobre el

terreno. Las revelaciones resplande­cientes que pueblan las páginas de este libro (el portero como madre, el presidente como gran falo, el hincha como penitente) lo son en cuanto que iluminan lo que vemos para que podamos verlo mejor, no para que veamos algo distinto y mucho me­nos, para que apartemos la vista y miremos hacia otro lado. No es un juego para advenedizos, sino para iniciados. Sólo quien haya visto tan­tos centenares de partidos como se adivina que ha visto el autor está en condiciones de participar plena­mente en el placer de sus descubri­mientos. Hasta aquí alcanza la ven­ganza, a pesar de que en la última línea Vicente Verdú proclame que «todos somos aficionados al fútbol», con una exageración que, bien por exceso de generosidad o por conce­sión a la estética literaria, no deja de resultar discordante en un libro tan riguroso. Porque no es cierto que todos seamos aficionados al fútbol. Hay algunos que no lo son. Ellos se lo pierden.

Melchor Fernández Díaz

INCOMPLETA

PROSA Jorge Luis Borges, Prosa completa,

Editorial Bruguera, Barcelona, 1980. H ace tan sólo una docena de años bastaba en este país el retrato de un apos­tolado para evocar los lec­tores de Jorge Luis Bor­

ges Acevedo Haslam Suárez Lafinur Laprida Arnett Haedo. Hoy, a juz­gar por las ediciones y la clamorosa publicidad, es insuficiente la legión. Hasta para adornar una recensión de un libro sobre púlpitos se cita Discu­sión, la página once y en Alianza, claro.

No se agobie el comprador con el peso de la moda, que si faltara el placer el propio Borges -y antes Montaigne- excusaría al poseedor de sus libros de convertirse en su lec­tor:

«Soy un lector hedónico: jamás consentí que mi sentimiento del deber interviniera en afición tan personal como la adquisición de libros, ni probé fortuna dos ve­ces con autor intratable, elu­diendo un libro anterior con un libro nuevo, ni compré libros -crasamente- en montón».

También indulgente, pero consigo misma, se revela Bruguera -y antes Emecé, imagino- al juzgar completa la prosa borgesiana de estos dos vo­lúmenes; pues, s0specho, no pre­tende lo obvio, calificarla de per­fecta, más bien postular que no hay más.

Sé que hay prosa que por repu­diada -Inquisiciones, El tamaño de mi esperanza-, era inútil esperar. Y no es cuestión de recordar ahora la mucha escrita en colaboración. Pero sé de treinta y ocho prólogos más un prólogo de prólogos que no son verso, por los que preguntaréis en vano al índice de este libro; tampoco hallareis los dos hermosos relatos de Rosa y Azul, ni las escasas pero be­llísimas prosas de La moneda de

Los Cuadernos de la Actualidad

hierro o Historia de la noche, ni el breve cuento Las hojas del ciprés o el ensayo El idioma de los argenti­nos o La sepultura. Y del Evaristo Carriego, ¿qué se hizo?

Convengo, eso sí, con esta edito­rial en que las conversaciones no deben incluirse en Prosa completa. En esto, con humildad, discrepamos de la Academia Sueca, la que no ig­nora, como ignoraba Monsieur Jour­dain, que decir «Nicolasa, traedme mis pantuflas y dadme mi gorro de dormir» es prosa, y nos lo recuerda todos los otoños. Mejor que valorar declaraciones efímeras, tan poco ge­neroso concilio debiera releer esta confidencia: «He sido un vacilante conversador. Me sé del todo indigno de opinar en materia política, pero tal vez me sea perdonado añadir que descreo de la democracia, ese cu­rioso abuso de la estadística». O esta otra: «Me he afiliado al partido con­servador, lo cual es una forma de escepticismo». O ésta, concluyente y que suscribiría un demócrata radi­cal: «Creo que con el tiempo mere­ceremos que no haya gobiernos». Alguna acaso se encuentre en Prosa completa.

No, definitivamente no agotan es­tos dos volúmenes de la editorial Bruguera la prosa de Jorge Luis Borges. Y si no lo hubiera insinuado ya Juan Benet hace tiempo, al prolo­gar una novela de Faulkner, escribi­ría yo ahora que faltan también las traducciones. Ah, y El Quijote en­tero.

Bernardo Fernández Pérez

DUELO

ANTIFASCISTA

John Le Carré. La gente de Smiley. Editorial Argos-Vergara. Barcelona, 1980.

N ovela de espionaje de alta calidad y pésima traduc­ción, con 356 páginas de texto que salen a 1, 10 pe­setas página, salvo des-

cuento.Los viejos centuriones coloniales

de Kipling han caído en el polvo. Los rusos, ex zaristas y ahora sovié­ticos, han llegado a Kabul sin que nadie imponga multas a sus blinda­dos por exceso de velocidad. En el desfiladero del Khyber ya no están

79

los lanceros bengalíes. Gary Cooper se ha desvanecido en el recuerdo y para defender Occidente sólo que­dan los tipos como Smiley-James Mason, que, envejecido, solitario y jubilado, sale de entre las sombras para recuperar el tiempo perdido: cuando los agentes secretos ya no eran unos caballeros, pero conser­vaban una ética maquiavélica, antes de ser desechados por antieconómi­cos en esta realidad mediocrática, tecnocrática y abrilmartorelliana.

Ha pasado el tiempo de Inglaterra. No hay colonias que conservar ni prestigios que mantener. Quedan personas como Smiley que guardan su lealtad para su propia gente, sin disfraces ideológicos ni coberturas económicas. «Contra la estupidez hasta los propios dioses luchan en vano pero Schiller no había tenido en cuenta a la burocracia»: Smiley sí y aun así se lanza a la lucha que parece definitiva y final.

En el ciclo del «Circus» -ocho novelas de las que cinco son prota­gonizadas por Smiley y en las otras es una presencia determinante- se ha ido derivando en las últimas obras hacia un duelo personal entre el agente inglés y Karla, su equiva­lente ruso. Duelo que es un enfren­tamiento entre Smiley y su otro yo, reflejado en un cristal más oscuro. Karla, empezando en la guerra civil española y Smiley en la Alemania nazi, tienen un pasado común anti­fascista que ha ido evolucionando hacia un total antagonismo. Pero el destino es una op¿íón personal y los dos agentes semejantes se converti­rán en opuestos. El fanatismo arro­pado por la fe en el Partido y la Historia, para Karla, la lealtad in­conmovible hacia su gente, del in­glés, han ido a converger en este encuentro final que tiene mucho de western sicológico.

Smiley ha cargado durante años ,con la autocalificación de derrotado ·por el ruso, que ha utilizado a su

SOCIEDAD FONOGRAFICA ASTURIANA, S. A.

Cervantes, 7-7.0 - OVIEDO

Títulos editados:

Canciones asturianas, Suite lla­nisca, La Xana, etc.

Vaqueiras y otras canciones as­turianas.

¡Ay rapacina!

Próxima publicación: Esparabanes; intérprete: Julio Ramos.

PROXIMAMENTE:

Juan Taboada Buceta

Tel. 291306 - OVIEDO

MONUMENTA HISTORICA ASTURIENSIA Apartado 425

GIJON-ESPAÑA

ULTIMAS PUBLICACIONES:

VI. ELVIRO MARTINEZ,Los documentos asturianos del

Archivo Histórico Nacional.

Gijón 1979.

VII. JULIO SOMOZA,El carácter asturiano. Edic. de

J. L. PEREZ DE CASTRO, Gijón 1979.

DE INMEDIATA APARICION:

VIII. CARLOS GONZALEZPOSADA, Asturianos ilustres.

Edic. de J. M. FERNANDEZ PAJARES.

Los Cuadernos de la Actualidad

mujer y a su mejor amigo para aplas­tarle. Sin embargo la «bestia» rusa es también un ser humano y una vez encontrada la fisura, Smiley le de­volverá la derrota. Al término del duelo, el inglés ha vencido aunque el pasaje después de la batalla resulta desolador. Con el pasado impidiendo la paz de un futuro conyugal, con su retiro aislado por la ley de secretos oficiales, con Karla derrotado, Smi­ley no tiene ya ni el recurso del odio para seguir viviendo y encima ha de cargar con su propio desprecio, pues para vencer al ruso ha tenido que usar los mismos métodos deshuma­nizados que su enemigo.

Quizás no volvamos a encontrarle. El tiempo es definitivo y por lo tanto hay que prepararse para el adiós fi­nal, que puede expresarse con la frase de los tribunos romanos al despedirse: «Ave atqua vale, Smi­ley».

Juan Antonio de Bias

SOBRE LA

F ABRICACION

DE UNA

NOVELA

Jon Cleary. El Torbellino. Barcelona. Planeta, 1979. e ómo escribir una novela

que se programa para ser comprada ávidamente en Norteamérica? En primer lugar, mil y una veces de­

be elogiarse a los Estados Unidos: su continuidad histórica desde hace dos siglos; la asunción total de su historia en la actualidad, incluidos los dos bandos de la Guerra de Se­cesión, o los héroes indios, o las es-

80

tirpes negras; el colosal proceso de integración de pueblos y gentes in­migrantes; la tolerancia religiosa en­tre numerosísimas creencias; la fuerte movilidad social -lo de que un vendedor de periódicos puede ser Presidente, o que un gran empresa­rio puede acabar vendiendo periódi­cos-; la tranquilidad que reina en las ciudades medias o, en fin, la necesi­dad de continuar con el esfuerzo, porque aún quedan, aunque pocas, bolsas de pobreza casi siempre de negros.

La autocomplacencia americana sirve de mucho, pero aún es necesa­rio algo más para conseguir un pro­ducto clasificable como un «super­venta». Jon Cleary, en Vortex -que naturalmente no se traduce por El torbellino- introduce varias cosas más. En primer lugar una historia policiaca. Lo malo es que el relato es trivial, sin interés alguno. En se­gundo término, un recuerdo de Truman Capote con la conducta de los ladrones y asesinos. El recuerdo, lamentable. En tercer punto un me­lodrama con varios alicientes: un amor incestuoso; un amor de divor­ciado; un cáncer oportuno. El melo­drama resulta abominable. En cuarto término, una historia de polí­tica-ficción, con el Presidente de los Estados Unidos en la Cámara Ova­lada, y un Vicepresidente que re­cuerda a Rockefeller. Dan risa sus problemas, incluidos los de faldas. En quinto lugar, una mujer perio­dista, a ver si la novela se lleva al cine y la puede representar Jane Fonda. El personaje es tan delezna­ble como el de la protagonista de la novela El síndrome de China.

¿Qué se añade al mejunje? Una historia de cataclismo, con su co­rrespondiente aditamento científico. En este caso es un tornado, que el autor presenta en la página 9, y que el paciente lector espera, cada vez más irritado, que se lleve por delante al asesino, a la directora del perió­dico local, a los maleantes, al inces­tuoso, a la moribunda enamorada, y al mismísimo Vicepresidente de los Estados Unidos. Ha de esperarse nada menos que a la página 252 -la obra tiene 281- para que comparezca el ciclón. Bien es cierto que genero­samente se nos concede, en la pág. 254, una segunda tromba, pero aún así, el bostezo no hay quien lo aguante. Además, y por si fuera poco, la traducción es mala, con abundancia de indigesta jerga span­glish. Lo que faltaba a este bálsamo de Fierabrás.

Juan Velarde Fuertes

ESPERANDO

A GRIMOD B. A. Grimod de la Reyniere, Manual

de Anfitriones y guía de Golosos. Pró­logo de Xavier Domingo. Editorial Tus­quets. Colección «Los 5 sentidos», n.0 3. Barcelona, 1980.

No es que lo diga yo; lodicen cantidad de escri­bidores y empieza a ser yacasi un tópico: comer estáde moda en España (¿Por

qué, Señor, tendremos que llegar siempre tarde a todas partes?). Y en el terreno de la praxis y la teoría gastronómica hemos pasado, así, de la más absoluta miseria colectiva a la más anonadante marea de erudición a la violeta.

No sólo «mola» comer; también, entre bocado y bocado, puede «mo­lar cantidad» cualquier recurso al repertorio internacional de Autori­dades Gastronómicas. En este sen­tido, los españoles recién empeza­mos a salir del analfabetismo, de la agrafia y de la afasia, entre otras ca­rencias: ya está aquí, al fin, Mon­sieur Grimod de la Reyniere -al que estábamos esperando en español desde hacía más de siglo y medio-, de la mano diestra de Xavier Do­mingo (honor que me acaba de pisar, dicho sea entre paréntesis). Los nuevos gourmets de que habla Juan Cueto están de enhorabuena; la cita de Brillat-Savarin empezaba a resul­tar agobiante y ahora ya tienen un nuevo clásico para variar. Me los imagino, pongamos, en cualquier restaurante afrancesado de la zona de Chamartín de la Rosa, llegados de viaje de un país exótico y antes de acudir al congreso de ucedé: «¿ sa­béis las tres maneras de servir la sopa, según Grimod?» o «Nacho, decía Grimod que el goloso es, o debe ser, el hombre puntual por ex­celencia, y ya va para tres cuartos que te esperamos, hijo».

Pero, bueno, no quiero que esto parezca una destilería de hiel de cardo. Así que congratulémonos con

Los Cuadernos de la Actualidad

esta edición halagadora del tacto, de la vista, del olfato y casi del gusto (no diré que del oído, aunque, con Vida!Peña, también lamente que los libros no sonasen por sí mismos). Pensemos que no faltarán personas que sabrán usar del libro no como juego de salón, sino como instru­mento literario; y es que precisa­mente quienes lo frivolicen serán los que se lo tomen en serio, aunque suene a contrasentido.

Las meditaciones de Grimod son menos trascendentes que las de su contemporáneo Brillat; su sentido lúdico -no hay que olvidar sus res­pectivas biografías- es, por el con­trario, mayor. Grimod inaugura el periodismo gastronómico y sabe practicar una golosinería más de campo, menos filosófica que la de Savarin, que es más de gabinete. A algunos podrá resultarles, en conse­cuencia, más ameno. En cualquier caso, tanto en Francia como en Es­paña, parece que ha llegado un poco la hora de Grimod. Sea bienvenido. A lo que no le encuentro mucho sen­tido es a querer presentarlo como la contrafigura de su colega, pues, con frecuencia, no sabríamos percibir más que manifestaciones algo distin­tas de una misma filosofía alimenta­ria. Pero, ya se sabe, hay que matar al padre opresor y circunspecto para poner en su lugar al hijo lúdico y liberador. Jean-Paul Aron, en Le Mangeur du XIX siecle, llega a de­cir: «Brillat-Savarin, cual nuevo Americo Vespucio, ha arramblado con toda la gloria que le correspon­día a Grimod de la Reyniere». Y An­tonín Careme, el que fuera gran co­cinero del príncipe Talleyrand, afirma rotundo: «Ni Cambaceres ni Brillat-Savarin supieron jamás co­mer: sólo llenaron el estómago».

Pero, aunque algo de cierto pueda haber en todo ello, las cosas no son tan elementales. La Fisiología ... o el Manual ... (o los Almanaques) son aproximaciones un poco diferentes a un mismo tema: a rato igualmente ocurrentes, igualmente deliciosas, igualmente tediosas o igualmente exasperantes. Pero que en ningún modo se excluyen, como tampoco se excluyen Néstor Luján y Xavier Domingo.

Eduardo Méndez Riestra

81

HALCONES

Y RATONES (Ramón Ayerra, Los ratones colora­

dos. Madrid. Hiperión. 1979). e uenta Michel Dansel (Nues­tras hermanas las ratas) cómo Noé, cuando vio que faltaban los múridos en el Arca, consiguió que el

cerdo estornudase una rata ya fe­cundada, la cual parió los ratones. Nada sabemos ni del pelaje ni de la astucia de aquellos primeros roedores, pero, sin duda, los perso­najes de la novela de Ayerra son descendientes de los hijos del cerdo. Capo y Trinidad -que éste es el nombre de la especie ibérica- son dos bestias que se perecen por forni­car y, abandonados a este destino, despliegan su mucha sabiduría para conseguirlo. En la ansiedad del de­seo, halcones o ratones, buscan la presa como el hurón al conejo.

Hubo un poeta que comenzó por despreciar la rata en su blasón, y llegó a aborrecer a todos los anima­les excepto al cisne. Desde La Es­paña imperial y Las amables vela­das con Cecilia, el proceso de Ra­món Ayerra ha sido el inverso: ha ido despojándose de todo lo que ahora entendemos como ganga, hasta llegar a encerrarse sólo con Capo y Trinidad en esta historia de sexo y violencia.

No pasa el lector sin previo aviso a esta cacería. En versión de García Gómez, estos versos del poeta ara­bigoandaluz nos distancian: La mano del amor nos ensartó para la alegría:!nosotros éramos las perlas ylos amores, los hilos. Por si llegara el olvido, versos semejantes como despedida. Y entre estas dos luces, la noche: una ·historia que son mu­chas, fragmentos unidos por el vuelo

AEDA COLECCION DE POESIA

Apdo. de Correos 4112

GIJON

-Del lado de la ausencia.M.ª del Carmen Pallarés

-Atardecer en la fábrica. Xavier Palau

- Sinfonía Interior. Fernando Menéndez

- De volver a ella. Luis Beltrán

- Vértigo de la Infancia.Antonio Rodríguez Jiménez

- Los Caracteres del Agua.Alvaro Díaz Huici

En preparación: Tratado de So­ledad, de Jesús Aguilar Marina; Manuscrito del Mar, de Rosa Espada. Pedidos y suscripción al Apartado de co­rreos 4112 de Gijón. Número suelto, 200 pesetas; suscripción por 3 números, 450 pesetas; por seis, 900 pesetas. Pago me­diante talón bancario o giro postal.

INSTITUTO DE ESTUDIOS ASTURIANOS

«El Reino de Asturias,, (Selec­ción).-Claudio Sánchez Albornoz.

«Boletines 1 y 2 .. (reedición facsimi­lar).

«Historia de los Boticarios de Oviedo ... -Melquíades Cabal.

«La creación de la Real Audiencia en la Asturias de su tiempo ... -Fran­cisco Tuero Bertrand.

«Refranero Asturiano ... -Luciano Castañón.

«Del folklore Asturiano ... -Aurelio de Llano.

«Asturias por la independencia y la libertad de Españ ... -J. E. Casariego.

« Excavaciones en la cueva "Tito Bustillo",,_-J. A. Maure Romanillo.

1 · D·E·A PLAZA DE PORLI ER, 5

OVIEDO

Los Cuadernos de la Actualidad

de las rapaces, perlas ensartadas en el collar de los ratones.

Como siempre hay lectores apa­sionados, versos como los citados de Ben Al-Saqqat, si algo significan, deberían extenderse a lo largo del libro. Porque Ayerra, que está per­suadido de que el mejor autor es el pueblo, que piensa con el clásico que las figuras están en el mercado, ha escrito un arte amatoria y poética justamente a la manera contraria a los poetas que cita, esto es, nada de sugerencias, eufemismos ni palomas, sino el bulto, lo grueso, el disfe­mismo, el halcón. Adscríbase, pues, este libro a la ola de casticismo que nos invade, en torno al erotismo; eso sí, a favor de la violencia cuando venga del ratón.

No debe tentarse la suerte. Ni provocar a los dioses. Apolo castigó a Crinis, un indolente sacerdote, con una plaga de ratones. Arrepentido el ministro, cumplió religiosamente sus deberes. Pero cuando el dios levantó el castigo, los animales se negaron a abandonar las tierras de Crin is. El final no pudo ser otro: Apolo Smint­heus tomó el arco y las flechas y exterminó los ratones.

Metidos en la ficción de los dio­ses, -es difícil precisar si este suceso guarda alguna relación con el del Arca de Noé, pero también del capí­tulo del Génesis conocemos el final: quien trajo el olivo al patriarca fue la paloma.

Moisés Morí

SERIEDAD

En el acto de presenta­ción del libro de Paco Ordóñez, Justino de Azcá­rate enlazaba con la tra­dición institucionista -po­

cas más respetables, desde luego-­para propugnar la seriedad: la vida no es alegre ni triste, la vida es se­ria ...

Recordaba yo, escuchándole, que los niños. del franquismo aprendimos en las escuelas aquello de que ser español es una de las pocas cosas serias, etcétera.

U no tiene la manía bibliográfica y recurre siempre a sus clásicos. En este caso -y en alguno más- a don Ramón Pérez de Ayala, en el libro I de Las máscaras: «Bien que suene a paradoja, en el hombre la falta de seriedad suele ser casi siempre un

82

ponerse demasiado serio, un to­marse demasiado en serio lo que no es acaso bastante serio, y, señala­damente, tomarse demasiado en se­rio a sí propio y cuanto a uno le atañe».

No es sólo cuestión de palabras. Supongamos que un chico que pa­saba por la calle hubiera entrado al acto de presentación de ese libro. ¿Qué hubiera pensado de esa apela­ción a la seriedad? Imagíneselo el lector y piense si hay razón para acusar a los jóvenes de «pasar».

La cuestión -como diría alguno de nuestros ilustres maestros- no es en­teramente baladí. Este país nuestro, tan negro y sombrío, tan trágico y sufridor, ¿no necesita una buena do­sis de humor, de juerga y de diver­sión? ¿No es más serio -de veras­Woody que los «barones» de UCD?

Nota bibliográfica final: «El hu­mor, señora, is ali pervading or is not« (Julio Cortázar).

Andrés Amorós

MARZO EN

MADRID:

GRANMUSICA

NEGRA

El Art Ensemble de Chicago, Archie Shepp y Mcoy Ty­ner, uno detrás de otro, han llenado tres fines de se­mana madrileños en lo que

ha constituido, sin lugar a dudas, la mejor programación de actual mú­sica negra de las que hemos podido disfrutar en nuestro país (festivales de San Sebastián incluidos).

La actuación del Art Ensemble, el pasado 14 de marzo en el Teatro Al­calá, fue algo así como la presenta­ción en sociedad del free-jazz en Es­paña (aunque los mismos músicos no acepten este cliché). Roscoe Mit­chel, Joseph Jarman, Lester Bowie, Malachi Favors y Don Moye, inte­grantes del Ensemble desde hace 15 años (excepto Moye, el batería, que se incorporó al grupo en 1969), die­ron una lección, durante hora y me­dia de música-espectáculo ininte­rrumpido, de historia del jazz. El es­cenario, repleto de todo tipo de ins­trumentos de percusión y viento: gongs y timbales, campanas y con­gas, marimbas y bongos, caracolas y silbatos, batería y vibráfono, saxos, trompetas y flatuas, se iba transfigu­rando al son de la música; de un bazar oriental pasábamos a un circo y de éste a un club sórdido de jazz donde cinco boppers en ebullición nos asombraban con su agilidad y sentido rítmico. Su trabajo, reali­zado desde una perspectiva irónica (caras pintadas, mimo), superadora, conscientes déº su suficiencia mez-· ciando, por ello, blues, bop, reggae, percusión africana y ragas orienta­les, destrozando intencionalmente acordes y melodías, nos maravilló.

Y, el jueves siguiente, Archie Shepp. Llegó cansado, tras tres días de fallas valencianas, a un local algo pequeño pero más entrañable y con mejor ambiente que el Alcalá: el co­legio Mayor San Juan Evangelista. Notamos el «cansancio» en su pia­nista Siegfried Kessler, que no se estrenó, pero no en Shepp: éste re­citó, cantó, tocó el piano además del tenor y el soprano y tuvo ganas hasta para empujar con sus riffs al conocido espontáneo madrileño Pepe «jazz», (injustamente vitupe­rado por el crítico de «El País») que nos brindó una breve improvisación en scat sobre un fuerte y rápido blues a lo Sonny Boy Williamson, en lo que fue el punto álgido de la reu-

Los Cuadernos de la Actualidad

mon. Temas de Ellington (preciosa interpretación de «In a sentimental mood» con Shepp al piano), de Monk y del propio Shepp (de su L.P. inédito aún por aquí «Attica blues») perfectamente acompañado por la sección rítmica: el mingusiano Cameron Brown al bajo y Charlie Persip a la batería; e imágenes col­tranianas: sentado en su silla, algo cheposo, con las dos manos sobre el soprano reposando en sus piernas, totalmente enfrascado en su música, nos hacía recordar al Coltrane que nunca pudimos admirar en directo: después de ver a Shepp uno puede transportarse más fácilmente del disco a un escenario, para recrear a Coltrane.

Sin embargo Mcoy Tyner, pianista de este último durante años, me de­fraudó, quizás por la inevitable comparación con los recitales descri­tos. De los dos primeros temas del sexteto a los últimos fue decayendo, en mi opinión el nivel musical de la velada. Si es cierto que hubo buenos y desacostumbrados solos (como el de Guilherme Franco con la pande­reta o los de Charles Fambroug al contrabajo) también lo es que el so­nido era muy malo (esta vez falló el Alcalá),. que al saxo le faltaba el em­puje necesario para arrastrar los te­mas y que las últimas composiciones eran algo débiles, recordando por momentos lo que oímos en los tele­films de televisión. De este Mcoy al que se pudo ver en cuarteto en Mon­treux, el año 74, (recogido en un do­ble L. P.: «The enlightement suite») media un abismo. Otra vez será.

Josechu Arrieta

PREMIOS SIN

SUSPENSE «OSCARS» 80

Q uienes a falta de poder abrazar a Michael Cimino tuvimos que conformarnos con mantener su película a salvo de las babosas ma­

jaderías de los eternos atorrantes andábamos últimamente algo preo­cupados, no demasiado en realidad, por una extraña dolencia cuyos pri­meros síntomas habían sido detecta­dos no a raíz del fracaso de Robert de Niro en la dichosa operación res­cate abortada por los rusos sino a raíz de las también reciente� dispo-

s1c10nes de la Academia. Al cum­plirse precisamente un año de aquel conmovedor God Bless America en­tonado a duras penas y cuando to­davía seguíamos preguntándonos con frecuencia no cómo y por qué había sido posible tanta fascinación sino qué habría sido de nuestros buenos amigos de Pensilvania, si Linda se habría casado por fin con Michael; convaleciente aún de aquel inextricable nudo en la garganta provocado por la ausencia de Nick, fue cuando notamos con asombro que, en lugar de emocionarnos como estaba mandado y nos satisface te­ner por costumbre con la triste aun­que programada suerte de los Kra­mer, preferíamos entregarnos a otras cuestiones tenidas por bastante me­nos apasionantes. Para que el goce fuese completo era preciso llevar el Jagrimero al analista con el fin de someter nuestras tiernas secreciones a los más duros y aburridos contro­les de laboratorio. Ninguno de estos trastornos nos había molestado el año anterior estando como estába­mos a nuestras anchas, más sinver­güenzas que nunca, conmocionados con el fatal disparo de la ruleta rusa ante el que nada pudo hacer De Niro en su desesperado intento de resca­tar a Nick; desenlace que ni era el mejor ni el más taquillero de los po­sibles pero que nos había dejado sin humor ni ganas para ocuparnos del tradicional y entretenido reparto d� estatuillas. En esta ocasión, en cam­bio, hasta Dustin Hoffman logró sorprendemos con lo de la dudosa virilidad de Osear como si a sus cua­renta y dos años compartidos con George Webber nunca hubiese oído hablar de las películas-probeta. De­jaron incluso de interesarnos las tres controvertidas posibilidades del crío -padre, madre o improbable reconci­liación- a fuerza de compararlas conlas de Hoffman -recoger el premiodiciendo tonterías, recogerlo nor­malmente o, caso improbable, no re­cogerlo- y por si fuera poco, Linda,de ser un personaje hundido en latrastienda del supermercado oamante del hijo hasta la estupidez,se convirtió en una actriz excelente

llamada Meryl Streep, inquietante mezcla de Lucrecia Borgia y Doña Calidad, a la que escrutábamos con científica obscenidad en busca de significativas relaciones de equiva­lencia. Estábamos mareados de darle tantas vueltas a las comercial­mente explicables derrotas de Cop-

pola, Woody o Fosse; o a las tam­bién inexplicables de Mickey Roo­ney, la Clayburgh o Mancini -¡ Qué películas tan excepcionales, Comen­zar de nuevo y 10!- y ya no sabía­mos bajo qué nuevos criterios opo­ner lo cotidiano frente a lo especta­cular, Almendros a Storaro, el musi­cal al melodrama, Nueva York a -Pensi!vania, los operadores euro­peos a los americanos, el jazz a Vi­valdi, el divorcio de los Kramer al rechazo de métodos anticonceptivos por parte de los padres de Hoffman, United Artist a Columbia, Sally Field a Jane Fonda, la estatura de unos a la de otros o la madre que cumple años al niño que se niega a cumplirlos, en vista de que las emo­ciones que proporcionaba la historia de Benton, sin ser desdeñables, no eran tan intensas como las resultan­tes de medir sus secuencias, contras­tar suspiros o analizar sus curvas de interés tratando de desvelar la ma­temática peifección del producto en función de la ya prevista respuesta de nuestras glándulas lagrimales. Así se explicaba que de entre todos los Oscars fuese el concedido al inven­tor de la moviola el más celebrado desde nuestros delirios febriles, dado que su inestimable aportación era la herramienta que mejor definía nuestro débil estado de salud. Aquel devorador antojo de video que no hacía mucho nos consumía remitió ante las inmensas posibilidades que la moviola ofrecía a nuestros afanes más recientes: para nada queríamos ya un video con el que llorar cuando

Los Cuadernos de la Actualidad

nos apeteciera con el infortunado matrimonio si con la moviola podía­mos destripar a gusto la precisa ma­quinaria de relojería de Benton.

En esto andábamos cuando Hitch­cock se fue y ahora ya nada sigue siendo como antes.

Manuel González Cuervo

RETRATO DE

GUDARIS CON

EUSKADI AL

FONDO El Proceso de Burgos, Imanol Uribe.

Ala sombra de los jelkides en flor, un vistoso paseo a través del gudarismo irredento, lastrado por una cierta torpeza fílmica

y un obvio desaliño argumental, _verbigratía la soporífera encerrona primera con - Ortzi (Letamendía), desde una tan invisible como angus­tiosa jaula de zoológico (excusan el símil, sin duda inapropiado): vueltas y más vueltas, margen derecha del Nervión y Bilbao al fondo. En la lengua sin pelos, tristes típicos tópi­cos, el mito de los Orígenes carlis­tas, tácita refutación de Espartero, expresa asunción del ius sanguinis peneuvista -jaungoika eta lege za­rra-, convenientemente reciclado.

Emergen a todo esto antediluvia­nos apologetas de la cosa ída, arre­bólanse sus mejillas, son presa del pánico, advierten la intrínseca per­versión del transgresor celuloide y tiran de teléfono. Hemos puesto una bomba. Goering aggiornado, cuando oigo hablar de Euskadi, saco la pistola. Ritos equívocos en de­fensa de mitos no recuperables.

Al margen, haciendo caso omiso, hasta donde es posible en tales ca­sos, del contexto, imbricándose en el texto, adviértese el carácter fal­samente eudemónico del discurso filmado, su cordial propensión a los ídola tribu baconianos, al chascarri­llo y el mitema. A «El Proceso de Burgos» le sobra ambigüedad y le falta rigor. Por decirlo con mayor dosis de inverecundia, Uribe buscó la fórmula del drama épico brech­tiano (un verfremdungsejfekt que servía en bandeja el transcurrido de­cenio), y le salió «Franco, ese hom­bre», pero al revés.

84

Sentado en la butaca no parece que fuera esa la pretensión primera, pero perdiéronse los estribos sor­teando el amplio trecho que va del dicho al hecho. Con inusitada fre­cuencia, el documento, vendido como tal, deja de serlo, trócase en laudatoria vindicación, con un toque de sano recochineo, como volviendo la cara hacia los años pasados y arreándole a su patrilineal hacedor una contundente pedrada cinemato­gráfica.

Pequeña historia de los años se­tenta y los primeros síntomas de de­bilidad por parte del régimen fran­quista, «El Proceso de Burgos» es, ante todo, un documento cinemato­gráfico interesante y frustrante. El menester crítico quedó en meneste­rosa sarta de lugares comunes, por más vueltas y premios festivaleros que le den al asunto. Carece de es­pontaneidad, aburre en ocasiones, interesa las más, divierte muy de cuando en cuando.

La anodina reiteración de entre­vistas, sin solución de continuidad, conduce a un vago retablo de dieci­séis apóstoles y pico. En medio, la narración en off, con apoyatura de imágenes rurales, adecuada quizás para filmes de promoción turística, huera interpolación en este caso, desdichada figura de la conciencia vasca.

El conjunto, de otro lado, no es tal sino sonsiderándolo como unión de las diversas partes, excluyentes, li-111ipares y en raras ocasiones empa­rentadas eii.ire -sí. Por decirlo según la parla dominante, cada uno tiene su rollo, aún partiendo de una raíz causal -nunca mejor dicho-, común. Demócrito de Abdera tendría mejor mano para ordenar el torbellino de abertzales partículas. «El Proceso de Burgos» quiso ser documento y se quedó en lamento. Escarceo entre el chismorreo y el rigor: tablas.

Francisco Orejas