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2ª edición

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2ª edición

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Título Original: “Fue un día antes”

Autor: Salvador Rodríguez Barrionuevo

SRB – Plaza de España, 11, bajo, 30201 Cartagena

E-mail: [email protected]

Diseño y maquetación: SRB

DL: MU – 523-2013

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Decía el Papa Benedicto XVI, en su primera Encí-clica “Deus Caritas est”: “La verdadera originalidad del Nuevo Testamento

no consiste en nuevas ideas, sino en la figura mis-ma de Cristo, que da carne y sangre a los con-ceptos: un realismo inaudito”

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Querido Ernesto: Ya tuve una vez el atrevimiento de intentar explicarte el desarrollo de la Santa Misa, según unas vivencias muy personales. Ahora, unos años después, quisiera ampliar un poco lo que te escribía en aquella Navidad de 2004. Como puedes imaginar, mi autoridad para comentar la

Santa Misa es nula, pero como te decía en aquella oca-sión, cuando uno se coloca cerca del altar, queriendo sa-ber, queriendo entender, finalmente algunos conceptos se clarifican. He conseguido “saber “algo más, y te lo cuento:

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LA PASCUA DE LOS ISRAELITAS: (Un cordero)

Sucedió, aproximadamente 1.250 años antes del nacimiento de Jesús. El “pueblo de Dios”, el pueblo israelita vivía esclavizado en Egipto. El Señor había decidido liberarles de tan horrenda esclavitud, pero el faraón se negaba una y otra vez a su liberación. Hubo

hasta once castigos, hasta once plagas sobre Egipto, pero el faraón no cedía a su petición

La duodécima plaga sería la definitiva. Un cordero sacrificado sería el medio utilizado por el Señor. Su sangre derramada serviría para untar las jambas y el dintel de las casas de los israelitas, y de este modo evitar la muerte de todos sus primogénitos. Aquella noche una ola de muerte invadió todo Egipto, y murieron todos los primogénitos, incluido el hijo del

faraón. Ese día, el 14 de Nisán, nuestro mes de Abril, -en primavera- sería desde entonces, y para siempre, el día del Señor para los israelitas. Sería la Pascua del Señor.

Pasaron los años, pasaron los siglos, y el 14 de Nisán, —la Pascua del Señor— seguiría siendo celebrado por los israelitas, con un gran ceremonial y con la máxima

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reverencia. Sacrificaban un cordero, como aquél día emblemático; vertían su sangre en el altar del templo, y posteriormente siguiendo el ritual lo comían asado, en una cena familiar, que se celebraba siempre después de la puesta del sol.

El 14 de Nisán era el día sagrado y los siete días pos-teriores -ácimos- también. La ceremonia del cordero, sería el signo de su Alianza con el Señor. Sería el signo de la Alianza del pueblo de Israel con su Dios.

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LA PASCUA DE LOS CRISTIANOS (El Cordero de Dios)

Pasaron los años. Pasaron los siglos. Los israelitas liderados por Moisés consiguieron huir de Egipto, y fueron escribiendo su historia. Sin embargo, unos mil doscientos cincuenta años después de aquella noche de Egipto, el tiempo se detiene. Nace Jesús. El Hijo de Dios hecho hombre, viene a éste mundo, y el tiempo queda partido en dos: “antes de Cristo” y “después de Cristo”.

Dios Padre, decide redimirnos —"rescatarnos"— y

para ello viene a este mundo la segunda persona de la Santísima Trinidad, Dios Hijo. Trae para los hombres la Redención y la Santificación. Trae una nueva y definitiva Alianza: La Alianza Nueva y Eterna.

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Esta nueva y definitiva Alianza será no solo para los israelitas, sino para “todos los hombres de la tierra". Será universal, y recurre de nuevo al cordero. Pero en ésta ocasión será el Cordero de Dios. Será el mismísimo Dios Hijo. —La fecha será la misma.

—El Cordero será igualmente sacrificado. —Su Cuerpo será ofrecido.

—Su Sangre será vertida, y ofrecida.

El Sacrificio de este Cordero será el signo de esta

Nueva Alianza Nueva y Eterna. Ese día también será Pascua para los cristianos, y también será primavera…

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EL 14 DE NISAN DEL AÑO 3790

(EL SEIS DE ABRIL DEL AÑO TREINTA)

Fue un 14 de Nisán. El 14 de Nisán del año 3790 según el calendario de los israelitas. El seis de Abril del año 30 d.C. según la era cristiana.

Siguiendo a San Juan en su Evangelio, ese día, día de la celebración de la Pascua Judía, cuando por la tarde se sacrificaban los corderos a cientos en el gran altar del Templo de Jerusalén, a muy corta distancia, en el Templo del Calvario, era sacrificado el Cordero de Dios.

Aquella noche mientras los israelitas celebraban con

sus corderos sacrificados, la Pascua de La Antigua Alianza, a muy poca distancia de allí, con el sacrificio del Cordero de Dios se consumaba la Redención, y nacía para todos los hombres la Alianza Nueva y Eterna.

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Pero leyendo detenidamente el Evangelio de San Juan, antes sucedió algo muy importante:

Un día antes —la noche previa a la Pascua de los israelitas— Jesús cenaba con sus discípulos. Jesús cele-braba la Pascua de los israelitas, como un israelita más junto con sus discípulos; pero curiosamente ellos cele-braban la Pascua un día antes que los israelitas.

¿Pero, por qué? ¿Por qué celebraban la Pascua un

día antes?

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EL ESPÍRITU ES EL QUE DA VIDA...

En el Evangelio de San Juan, Jesús, habla la mayoría de las veces como Dios Hijo. Usa el lenguaje de Dios, que nosotros intentamos “entender”; realmente no enten-demos mucho, pero lo poco que entendemos, no lo olvidamos jamás.

El “Discurso del Pan de Vida" de Jesús se produce después del milagro de la multiplicación de los panes.

Entre otras cosas nos dice Jesús:

—«Yo soy el pan vivo que ha bajado del Cielo» «El que come de este pan vivirá eternamente, y el pan que yo le daré es mi Carne para la vida del mundo» «El que come mi Carne y bebe mi Sangre permanece en mí y Yo en él» «El que me come vivirá por Mí.»

Al oír esto muchos de sus discípulos dijeron: Es dura

esta enseñanza. ¿Quién puede escucharlo? Pero Jesús

terminó diciendo:

“El espíritu es el que da la vida; la carne no sirve de nada."

Desde éste momento muchos discípulos se echaron atrás y ya no andaban con Él. ¿También vosotros queréis marcharos? Les dijo Jesús a los doce. Habla el Hijo de Dios y no le entienden. Lo que dice además parece imposible bajo la perspectiva de la mente humana.

Meditemos: El Espíritu es el que da la vida; la carne no sirve de nada. Según esto lo que Jesús les estaba diciendo era que debían comer su Carne y su Sangre, con su Espíritu, debían comerle a Él mismo. No se refería Jesús a que comiesen su carne muerta o que bebiesen su sangre derramada por un sacrificio.

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Lo que les decía Jesús es todavía más difícil de entender: —Deberían comerle vivo, con su carne llena de vida, y su sangre circulando por su cuerpo también llena de vida. —Deberían comerlo a Él, lleno de vida y con su Espíritu dentro de Él. —Deberían comerlo a Él, Persona divina con naturaleza humana.

Sería una íntima “comunión” entre Él y la persona

que lo comiese. Él debería convertirse en un alimento que pudiera ser comida y bebida, ya que Él ofrecía su Cuerpo y Sangre. Él se ofrecía como un “abrazo”. Él se ofrecía como un “abrazo” de amigo, de Hermano; como un “abrazo” de Dios con la criatura humana. ¡Un abrazo de Jesús! ¡Un abrazo de Dios! ¡Una unión íntima con Dios! —"El que come mi sangre y bebe mi sangre permanece en mí y Yo en él”—:

—La Carne se une a la carne. —La Sangre se une a la sangre. —Él permanece en Mí y Yo en él.

¿Pero, cómo? ¿Cómo es ello posible? Los discípulos, desde aquél día pensaban y pensaban porque Jesús hizo alguna referencia más sobre lo mismo. La respuesta vendría un día antes de la Pascua.

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SIMPLEMENTE "LO DICE..."

Jesús nos promete con sus palabras una “fusión” de su Cuerpo Vivo, y de su Sangre Viva, con nosotros. De su Espíritu con nuestro espíritu, pero, ¿cómo?

Por Ley Natural, lo único que se “funde" en el cuer-po humano viniendo del exterior, es la comida y la be-bida. Por eso Jesús les dice a los hombres que deben comerle y beberle. Pero, ¿cómo Dios mío?; ¿de qué ma-nera?

... pues Jesús, Dios Hijo, lo explica a sus discípulos

un día antes de morir, no antes. Un día antes de morir. Queriendo demostrar que Él se daba vivo, que Él se daba vivo como Hijo de Dios Vivo. Y sucede de la manera más fácil y más simple. ¡Como todas las cosas de Dios!

Estaban celebrando la Pascua. Estaban cenando. En un momento determinado Jesús se incorpora, y entre

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todos los alimentos elige el pan y el vino. El pan para identificar su Cuerpo; el vino para identificar su Sangre, y simplemente “lo dice". —“Tomad y comed todos de él porque esto es mi cuerpo" (refiriéndose al pan).

—“Tomad y bebed todos de él, porque esto es mi sangre” (refiriéndose al cáliz del vino).

¡La Palabra de Dios hace el milagro! Simplemente lo dice: Estos trozos de pan, porque lo digo Yo, Jesús, que soy Dios, y bajo la Palabra de Dios, pasan a ser “el Cuerpo de Cristo". Este cáliz de vino, porque lo digo Yo, Jesús, Hijo de Dios pasa a ser mi Sangre, "la Sangre de Cristo". Las palabras de Jesús en la Santa Cena, obran el milagro:

El pan pasa a ser su Cuerpo. El vino pasa a ser su Sangre.

Doce personas cenaban con Jesús. Los doce quedaron estupefactos, pero...

¡No dudaron ni un segundo! Durante tres años seguidos habían visto, incluso habían participado en todos los milagros de Jesús: Cuando multiplicaba los panes y los peces con su Palabra. Cuando calmaba las tempestades con su Palabra. Cuando curaba todo tipo de enfermedades con su Palabra. Cuando resucitó a Lázaro después de estar muerto durante cuatro días con su Palabra.

Ahora con su Palabra, convertía unos trozos de pan en su Cuerpo. Ahora con su Palabra, convertía un cáliz de vino en su Sangre. ¡¡Con su Palabra!

¡No dudaron ni un segundo! Tampoco Judas.

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—y comieron los doce. —y bebieron los doce. —y por primera vez en este mundo, doce personas

sintieron en su cuerpo el Cuerpo de Cristo. —y por primera vez en este mundo doce personas se sintieron “fundidos” en la divinidad de Cristo.

Uno de ellos, no lo pudo resistir y abandonó la sala. Llevaba el Demonio en su interior. Los otros once, no lo

cuenta el evangelio, pero durante un largo rato, fueron incapaces de decir nada. Habían quedado “fundidos” en la Divinidad de Cristo.

Aquello fue un milagro. Sin embargo, este gran milagro de Jesús, seguramente uno de los últimos, fue un milagro sin fin. Un milagro que no termina. Un milagro que se repite todos los días una y mil veces. Un milagro que se repite una y cada vez que los hombres queremos que se celebre.

Aquella noche Jesús decide obsequiarnos con su

abrazo divino, cada vez que se lo pidamos, porque des-pués de repartir el pan y el vino entre sus discípulos, Jesús levantó su mirada, miró a través de los muros del cenáculo, miró a través de los tiempos...

—y vio millones y millones de criaturas, de todas las generaciones, que también querían participar de su "abra-zo divino”, de ese pan que era su Cuerpo, y de ese vino que era su Sangre; de ese alimento divino que sólo Él

podía dar. Y Jesús, recurrió de nuevo a su Palabra: "Haced esto en conmemoración mía", dijo. Y los doce volvieron a quedar estupefactos. Se miraron unos a otros, y como en sueños, se vieron imitando a Jesús, presidiendo una mesa, con dos únicos alimentos,

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bendiciéndolos como Jesús y usando las mismas palabras de Jesús, y repitiendo el milagro de Jesús, pero repre-sentando a Jesús.

Jesús sería el sacerdote de cada ceremonia. Ellos serían el sacerdote visible, pero sería la persona de Cristo, la que haría otra vez el milagro. "Haced esto en conmemoración mía".

Sólo una frase. Sólo unas palabras. De nuevo su Palabra. Y con estas palabras:

—Jesús convierte a sus apóstoles, y sus sucesores, en sus ministros. En personas que actúan por Él y con Él. —Y con ellos, y para todos los presentes y no presen-tes, efectúa de nuevo el milagro de la Santa Cena. Jesús ordena a sus discípulos, que hagan partícipes de su Cuerpo y de su Sangre a todos aquellos que debi-

damente preparados quieran recibirle. ¡Esa noche nace el Sacramento del Orden Sacerdotal! ¡Esa noche nace el Sacramento de la Eucaristía!

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LA SANTA MISA COMO CELEBRACIÓN EUCARÍSTICA

Los israelitas celebraban la Pascua comiendo la car-ne de un cordero sacrificado en ofrenda a su Dios. La carne de un cordero muerto. En la Nueva Pascua, en la Pascua celebrada con el sacrificio del Cordero de Dios, los participantes, los celebrantes comen la Carne de un Cordero Vivo.

Ya lo dijo Jesús: "El Espíritu es el que da vida, la carne no sirve de nada". El Cordero de Dios debería ser comido vivo, con su carne llena de vida, y su Sangre circulando también llena de Vida.

En la Santa Cena, es Jesús lleno de Vida el que ofrece su Cuerpo y su Sangre, bajo la milagrosa tran-sustanciación, para ser comido y bebido por sus discí-pulos, y así poder “fundirse” con ellos. En la Santa Misa, será Jesús Resucitado, igualmente lleno de Vida, con

mayúscula, el que nos ofrece su Cuerpo y su Sangre.

Ciertamente, Jesús sacrificado en la Cruz, verda-deramente muerto en la Cruz, no podía ofrecerse para ser comido o bebido por sus discípulos y seguramente por eso Jesús cenaba con sus discípulos un día antes.

En el San Misa se celebra la conmemoración del Sacrificio del Calvario. Allí, aquella noche, en Jerusalén, en la Santa Cena, celebra Jesús, antes de morir. Aquí, en la Santa Misa, ahora, hoy, celebra Jesús Resucitado.

Allí, la Santa Cena se celebra antes del Sacrificio.

Aquí, en la Santa Misa, el Banquete Sagrado de la Comu-nión, se celebra después del Sacrificio. Primero ofrecemos a Dios Padre el Sacrificio de su Hijo.

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Después, Dios Padre acepta el sacrificio de su Hijo, y nos lo devuelve en la Sagrada Comunión...

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LA SANTA MISA COMO SACRIFICIO.

Los discípulos y los sucesores de los discípulos, quedan consagrados como sacerdotes, y encargados de celebrar las primeras misas. Algunos documentos antiguos refieren la intensa emoción y la desmesurada devoción con la cual se celebraban las primeras misas.

El celebrante en ocasiones, al repetir las palabras de Jesús, temblaba ostensiblemente, especialmente cuando llegaba el momento sublime en que puestos de pie, delante de una mesa repetían:

"Esto es mi Cuerpo" "Esta es mi Sangre"

Temblaban porque sabían que Jesús, valiéndose de ellos, estaba obrando el milagro de la transubstanciación.

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—y los presentes, los participantes asistían con la intensísima reverencia del que se sabe en presencia de Jesús, en presencia de Dios, porque el celebrante de la ceremonia era, siempre era, Jesús.

Hoy, veinte siglos después es exactamente igual

En la consagración el sacerdote, actual ministro de Jesús, descendiente de aquellos apóstoles, en la mesa del altar, y con el pan y el vino sobre la mesa imploran la

presencia del Espíritu Santo, para que esos alimentos cambien su sustancia de pan y de vino, en el Cuerpo y la Sangre de Cristo.

El Espíritu Santo produce la transustanciación, y se produce el milagro, el gran milagro: Cristo Resucitado, sentado a derecha del Padre en los Cielos, viene a ocupar la presidencia de la mesa. El Sacerdote en su nombre dice las mismas palabras que Él dijo.

—y sobre la mesa queda el Cuerpo y la Sangre de Cristo.

Queda el Cordero de Dios sacrificado, y dispuesto para que el sacerdote, después de una sentida plegaria, termine alzando, tanto el Cuerpo con la Sangre del Corde-ro, y ofreciéndoselo a Dios Padre.

"Por Cristo, con Él y en Él, a Ti Dios Padre Omnipotente”, dirá el sacerdote.

_ Siglos antes los hombres habían ofrecido millones de sacrificios a su Dios. Se trataba por lo general de ani-males. Estos eran sacrificados para expiación de sus pecados.

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Para destruir el pecado, la ofrenda también debía ser destruida. Tanto la muerte del animal, como el ofreci-miento eran el fundamento del sacrificio. Pero el sacer-dote no era el encargado de matar al animal. Esa era ta-rea de los sirvientes del Templo.

En el Sacrificio de la Santa Misa, el Cordero de Dios, es sacrificado para conmemorar nuestra Redención. Se encuentran sobre la Mesa del Altar, separados, su Cuer-po y su Sangre. Recordemos:

"... porque esto es mi Cuerpo que será entregado por vosotros". "... porque este es el cáliz de mi Sangre, Sangre que será derramada por vosotros".

Las palabras de Jesús, no dejan lugar a dudas sobre su Sacrificio. Ofrecemos al Padre su Cuerpo sacrificado y su Sangre vertida. Ofrecemos, unidos al sacerdote, a Cristo

Sacrificado:

Como acción de gracias y alabanza al Padre. Como memorial del Sacrificio de Cristo Como recuerdo de su Alianza Nueva y Eterna.

¡Ofrecemos a Dios Padre el Sacrificio de su Hijo, y Dios

Padre nos lo devuelve, en la Sagrada Comunión!

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TE ACERCAS A COMULGAR... Jesús te está esperando en el altar, en la mesa del altar. Te invita al "Banquete Eucarístico". Te acercas, segura-mente meditando en lo que va a suceder:

"El Cuerpo de Cristo", te va a decir el sacerdote en nombre de Jesús, e introducirá en tu boca, la Hostia Con-sagrada. "Amén", dirás tú.

¿Qué está sucediendo?

Sucede que el Cuerpo y la Sangre de Cristo se

funden con tu cuerpo. Es como si la Cera caliente se fundiera con la cera caliente. Todo sería cera. Esa fusión, esa íntima unión de Jesús con tu persona, esa unión del Espíritu de Jesús con tu espíritu, es producto y conse-cuencia de un milagro que se acaba de producir minutos antes en el Altar.

Es un milagro que durante esa celebración hace

Jesús, para nosotros y para ti. Jesús se quedará unos minutos contigo, y durante esos minutos te da su Cuerpo y su Sangre. Pero...

¿Qué te da Jesús con su Cuerpo? ¿Qué te da Jesús con su Sangre?

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ESTO ES MI CUERPO... ÉSTE ES EL CÁLIZ DE MI SANGRE...

“Cuerpo", según la mentalidad judía, y en el concepto bíblico, designa al ser humano entero, vivo, en su forma de hombre o mujer, en su totalidad, es decir el conjunto de su estructura corporal, unida a su alma y a su espíritu humano.

Aquella bendita noche, en aquella bendita Cena, cuando Jesús parte el pan, Jesús se parte a Sí mismo, y ofrece a sus discípulos su Cuerpo. Jesús se parte a Sí mismo, y se ofrece a los demás.

En ese trocito de pan Jesús nos da su Cuerpo, es decir nos da: salud, energía , afecto, amor, obediencia, alegría , entusiasmo, y ayuda para la lucha de cada día.

Lo que Jesús da de comer a sus discípulos, lo que

Jesús da de comer a los asistentes a esta Eucaristía, es el pan de su obediencia, es el pan de su amor por el Padre... Es el "amor hasta el extremo" por los demás.

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El término "sangre" en la Biblia, no se refiere en absoluto a una parte del ser humano. "Sangre" era sinónimo de "la sede de la vida". Perder sangre, derra-mar sangre, era el signo plástico de la muerte

Perder sangre se identificaba con: las humillaciones, los fracasos, las limitaciones, y en resumen todas aquellas cosas que nos “mortifican".

También Jesús nos ofrece su Sangre. Con su Sangre Jesús nos da, nos transmite: sus humillaciones, que las tuvo, sus lágrimas, que las tuvo, sus sudores, que los tu-

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vo, sus fracasos, que los tuvo, sus inmensos sufrimientos, que los tuvo, su martirio atroz, que lo tuvo, y aceptar la muerte, el dar la vida por los demás,... que lo hizo.

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Queda sin embargo un matiz importante. El sacerdote pone el cáliz una gotitas de agua, que significan las ofrendas de los asistentes. El Espíritu Santo transforma el pan y el vino en el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Noso-tros, asistentes, no nos limitamos a celebrar la Eucaristía.

¡Somos Eucaristía con Jesús!

—Celebramos con Jesús —Nos “partimos” con Jesús. —Nos ofrecemos con Jesús.

Por eso, al final de la plegaria, “elevamos” nuestros

brazos al Cielo con el sacerdote y decimos: "Con Cristo, por Él, y en Él, a Ti, Dios Padre omnipotente todo honor y toda gloria, por los siglos de los siglos, Amen”.

Por Cristo, con Él y en Él.

¡Qué bien se entiende en éste momento, ese hasta

ahora “enigmático” final de la plegaria eucarística!

Celebramos la Misa con y por Jesús, y nos ofrecemos en Jesús a Dios Padre.

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¿Estamos preparados para ser ofrenda a Dios Padre?

Nosotros, ¿asistimos a la Santa Misa, con la idea de que vamos a ser transformados por el Espíritu Santo en ofrenda a Dios Padre? ¿Hemos pensado que formando parte del Cuerpo Místico de Jesús, vamos a ser ofrecidos con Él? Debemos meditar seriamente éstos conceptos.

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Cuando asistimos a la Santa Misa, nuestro "aspecto" externo y también interno, deben estar en consonancia con el acto en sí. Vamos a visitar al Rey de Reyes.

Nos vamos encontrar con nuestro Dios, vamos a ser

actores, vamos a participar, y en un momento deter-minado cuando seamos ofrecidos a Dios Padre, debemos ir revestidos de una "túnica especial", la túnica de la gracia santificante, que Él graciosamente nos facilita tan-tas veces como sea necesario en el Sacramento del Per-

dón.

Recibimos el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Comul-gamos con Jesús. Jesús se une a nosotros, se “funde” con nosotros. Termina la celebración. Espera un poco…

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DIEZ MINUTOS Durante unos minutos, posiblemente unos diez minutos, el tiempo que tardan los accidentes del pan en desa-parecer, vas a estar en contacto directo con Jesús.

¡Ningún temor! Él es tu Hermano Mayor. Te conoce bien, te quiere hasta el extremo, y tú casi no necesitas decirle nada. Empieza por decirle que no eres digno de entrar en contacto con Él...

—pero después, cuando eso se produzca, intenta

vivir ese contacto, esa proximidad, esa intimidad, esa unión con todo el realismo que tu mente sea capaz de conseguir. Has asistido, estás asistiendo, a una "cena" muy especial. El anfitrión es el mismísimo Jesús. La cena está terminando. Él entra en contacto directo contigo, y tú con Él.

Se establece un dialogo. ¡Se tiene que establecer un

dialogo! En todas las cenas se dialoga, se habla, se cuentan las alegrías y las tristezas, lo bueno y lo malo, los logros y los fracasos, los problemas, y siempre queda implícita la pregunta:

¿"puedes ayudarme"?

Te veo, y yo también me veo, en esa cena y en esa escena, haciendo esa pregunta. Lo que ya no puedo ver, ni tampoco imaginar es el rostro de Jesús, cuando le decimos: ¿"puedes ayudarme"?.

En todas las ocasiones en que pedimos ayuda,

nuestro rostro es un rostro humilde. Ahora nuestro rostro debe reflejar la humildad máxima. Lo que le pedimos a Jesús, puede ser tan importante, y muchas veces lo es, que en nuestro rostro junto a la humildad, se reflejara la angustia, el sufrimiento...

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Este es el camino. Si Jesús ve en tu rostro fe, humil-dad, angustia, sufrimiento, y sobretodo esperanza no te fallará. Te lo ha demostrado en todos los pasajes del Evangelio.

¿"puedes ayudarme"?

Se lo puedes pedir otra vez. No necesitas explicarte mucho. Él sabe lo que necesitas. Finalmente, ofrécete. Ofrécete incondicionalmente. Hágase tu voluntad. Me

abandono en tu voluntad. Dame la paz que resulta de abandonarme en tu voluntad.

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Las misas de la mañana, sobre todo si son a primera hora, no suelen ser muy concurridas. Son más “intimas" Un día, después de comulgar, una señora de mediana edad, de rodillas, con gran recogimiento, lloraba intensa-mente. La situación llegó a tal extremo, que la señora

hubo de ser atendida en la sacristía.

¿"puedes ayudarme"? —Le había pedido a Je-sús— en esos minutos de “contacto” con Él el día ante-rior. La respuesta de Jesús a aquella bendita mujer fue tan generosa, que al “encontrase” de nuevo con Él, al día siguiente, no pudo evitar las lágrimas.

Estas lágrimas de agradecimiento seguramente son las mismas lágrimas que brotaban de los ojos de todos aquellos seguidores/ as de Jesús, y que tan detallada-

mente leemos en los Santos Evangelios.

Salimos de la iglesia, y...

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OTRO MODO DE ENCONTRASE CON JESÚS

Evidentemente el encuentro más importante con Jesús, lo acabamos de tener en la celebración de la Santa Misa. Nos hemos ofrecido como ofrenda a Dios Padre, con, por y en Jesús...

Todo eso exige sin embargo, que cada uno de nosotros, nada más salir a la calle al término de la misa, nos pongamos manos a la obra, para realizar lo que hemos dicho: que a pesar de nuestras limitaciones, imi-

tando a Jesús, nos esforcemos realmente en ofrecer a nuestros hermanos nuestro “cuerpo” y nuestra “sangre”.

Con nuestro “cuerpo" debemos ofrecer a nuestros hermanos lo mismo que ofrece Jesús, es decir toda nuestra vida, nuestra energía, nuestra capacidad, nuestro trabajo, nuestro amor, nuestra obediencia.

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También hemos ofrecido nuestra "sangre". Debemos, imitando a Jesús, saber sufrir, saber humillarnos, saber llorar, saber comprender, saber padecer y soportar to-das aquellas situaciones desagradables, por muy negati-vas que nos parezcan. Enfermedades y situaciones peores que las enfermedades. Tomemos el ejemplo de Jesús, que lo sufrió todo y lo pa-deció todo...

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Hay un segundo modo de encontrarse con Jesús.

Este otro encuentro será probablemente, en la calle, en el trabajo, o en cualquier otro lugar. Leemos en San Mateo:

—“pero, Señor”:

—“¿Cuándo te vimos hambriento y te dimos de co-mer, o sediento y te dimos de beber?

— ¿Cuándo te vimos peregrino y te acogimos o des-nudo y te vestimos?

— ¿Cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y vini-mos a verte?". —"En verdad os digo que cuanto hicisteis a uno de éstos, mis hermanos más pequeños, a mí me lo hicisteis", será la respuesta de Jesús. Jesús se identifica con este "hermano más pequeño", que además tiene hambre, sed, es peregrino, está desnudo o enfermo, o en prisión.

—"Esto es mi Cuerpo", dirá Jesús, en la Santa Cena.

—"Este es mi Cuerpo", podría decir Jesús, de éste,

su “hermano más pequeño"

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Cada vez que veamos a una persona que sufre, o que está enferma, o que tiene grandes problemas, debe-mos contemplarla como ese "hermano más pequeño" de Jesús.

—"Esto también es mi cuerpo" nos diría la voz de Jesús, que probablemente esté observando nuestra res-puesta , del mismo modo que observaba a aquella pobre viuda, que echaba con su limosna, todo lo que tenía, en el óvulo del Templo.

“Veremos” mejor el Cuerpo de Cristo en la Eucaristía

si antes procuramos “verlo” en ese "hermano más pequeño” que llama a nuestra misericordia.

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CONCLUSIÓN "...sino en la figura misma de Cristo, que da carne y sangre a los conceptos".

Esa figura de Cristo es la que los cristianos tratamos desesperadamente de asimilar. La realidad de Jesucristo, presente hoy entre nosotros. Nosotros, somos el Nuevo Testamento, somos los descendientes de aquellos "genti-

les", que aceptaron a Jesús, que creyeron la realidad de Jesús Resucitado. Somos el "nuevo pueblo de Dios", so-mos la Iglesia de Jesús.

Jesús vive con nosotros, y ahora, como entonces Jesús está presente entre nosotros, y nosotros no lo sabe-mos ver. La Santa Misa, "la figura misma de Cristo que da carne y sangre a los conceptos" la tenemos a nuestro alcance todos los días, no uno de cada siete.

Hay otras frases de la Encíclica, que nos recuerdan esos otros conceptos que comentábamos antes:

“La afirmación de amar a Dios es una mentira si el hombre se cierra al prójimo”

“Si en mi vida omito la atención al otro para ser sólo "piadoso” y cumplir con mis “deberes religiosos" se mar-chita la relación con Dios".

"Mi prójimo es cualquiera que tenga necesidad de

mí, y que yo pueda ayudar"

¡Deus caritas est! Dios —nuestro Padre— nos ama. !Dios es Amor!, y ¿cómo corresponder al cariño al

amor, de nuestro Dios?.

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Escucha el mensaje de su Hijo: —"Amarás al Señor tu Dios, con todas tus fuerzas, con todo tu corazón". —"Amarás a tu prójimo como a ti mismo"

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Tú eres mi prójimo Ernesto y por eso te escribo estas cartas. Un fuerte abrazo de tu amigo

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Bibliografía:

Arocena, Félix Maria, .Contemplar la Eucaristía, Rialp

Bernadot, M.V. De la Eucaristía a la Trinidad , Cuadernos Palabra

Cantalamessa, Raniero, La Eucaristía nuestra santificación, Edicap C

Card. F.X. Nguyen van T. Testigos de Esperanza, E. Ciudad Nueva.

Editores del Catecismo, Catecismo de la Iglesia Católica , Grafo SA

de Wohl, Louis , Fundada sobre roca , Palabra

Escrivá de Balaguer Josemaría Camino, Rialp

Escrivá de Balaguer Josemaría, Surco , Rialp

Escrivá de Balague Josemaría , Forja , Rialp

Escrivá de Balaguer, Josemaría . Es Cristo que pasa , Rialp

Facultad de Teología Navarra , Sagrada Biblia , Eunsa.

Fernández Carbajal, . Francisco, Vida de Jesús , Palabra

Philippe, Jacques , La Paz Interior - Patmos.

Martín Descalzo, Vida y Misterio de Jesús de Nazaret, Ed. Sígueme.

Navarro Valls, Joaquín, El realismo humano de la Santidad, Albayzin

Ortiz López, Jesús, Conocer a Dios, Rialp

Sheed Frank J. Teología para todos , Palabra.

Vázquez de Prada A. El Fundador del Opus Dei - Rialp.

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Este libreto se terminó de escribir en Navidad de 2006. Han pasado dos años, desde aquel "Al atardecer de la vi-da", y la meditación sobre la Santa Misa sigue... y no acaba.

Todo el contenido ha sido revisado por personas autori-zadas. Como el anterior, son unas reflexiones, que segu-ramente pueden ser útiles a otros, y con esa intención han sido escritas. Estas reflexiones ya son tuyas... Como en la otra ocasión, te animo a que las amplíes.

Todas las fotos o imágenes están obtenidas de diferentes páginas de

Internet. A sus desconocidos autores mi especial agradecimiento

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ÍNDICE

Introducción ............................................ ...... 3

La Pascua de los Israelitas (Un cordero) ............................. 5

La Pascua de los Cristianos (Un “Cordero”) ........................ 7

El seis de abril del año treinta ........................................... 9

El Espíritu es el que da vida... ........................................ 11 ... simplemente, “ lo dice": .............................................. 15

La Santa Misa como Celebración Eucarística ......................... 21

, La Santa Misa como Sacrificio............................................ 23 .

Te acercas a comulgar......................................................... 27

Este es mi Cuerpo. Este es el Cáliz de mi Sangre................... 29

Diez minutos...................................................................... 33 Dos modos de encontrarse con Jesús.................................. 37

. Conclusión ...................................................................... 41

. Bibliografía ..................................................................... 43

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Nota a la segunda edición: Han pasado tres años desde la primera edición, muy modesta —sólo 600 ejemplares— nacidos de la mano de mi amigo Emilio, verdadero artista con las fotocopiadoras. "Fue un día antes", ha conseguido que muchas personas se pongan en el centro de la celebración Eucarística. Algunos me han dicho que han conseguido entenderla.

En esta segunda edición hemos mejorado la presentación y hemos incluido algunas fotos. Esta segunda versión tendrá un soporte informático y podrás recibirla en forma-to pdf, sólo con pedirla. Un abrazo para todos.

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Estaban celebrando la Pascua. Estaban cenando...

En un momento determinado Jesús se incorpora, y entre todos los alimentos elige el pan y el vino:

. el pan para identificar su Cuerpo . el vino para identificar su Sangre.

... y simplemente lo dice

“Tomad y comed todos de él porque esto es mi Cuerpo” (refiriéndose al pan)

“Tomad y bebed todos de él porque esto es mi Sangre”

(refiriéndose al cáliz de vino)

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