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De los bandidos y políticos caucanos: el general Manuel María Victoria, «El Negro» Alonso Valencia Llano Departamento de Historia Centro de Estudios Regionales, Región. Universidad del Valle Resumen En este artículo se hace una presentación de las condiciones que llevaron al surgimiento de bandidos en el Valle del Cauca, Colom- bia, durante el Siglo XIX. También se exponen algunos elementos teóricos acerca del bandidaje y su relación con la sociedad en que surgen. La intención es mostrar el papel que el bandidaje cumple en la sociedad y su participación política en la construcción del Estado republicano y en la transformación de las formas sociales heredadas del período colonial. También se hace un seguimiento biográfico de uno de los princi- pales «bandidos» caucanos quien, gracias a una destacada activi- dad política y militar, llegó a ser uno de los más importantes gene- rales de la República y, quizás, el primer «negro» que en Colombia alcanzó tal distinción. Se mira no sólo su actividad política, sino también la percepción que sus contemporáneos tenían acerca de una persona que, a pesar de su desempeño político público, llegó a ser considerado un bandido famoso. Abstract In this article the emergence of bandits is studied in the Valley of the Cauca, Colombia, during the XIX Century. Some theoretical elements are also exposed about the banditry and their relationship with the society in that they arise. The intention is to show the function dell banditry in the society and its political participation in the construction of the republican State and in the transformation of the inherited society of the colonial period. A biographical pursuit is also made of one of the main « bandits « caucanos who, thanks to an outstanding political and military activity, it ended up being one of the most important generals in the Republic and, maybe, the first black man that reached such a distinction in Colombia. At their political activity is looked and

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De los bandidos y políticoscaucanos: el general Manuel MaríaVictoria, «El Negro»

Alonso Valencia LlanoDepartamento de HistoriaCentro de Estudios Regionales, Región.Universidad del Valle

ResumenEn este artículo se hace una presentación de las condiciones quellevaron al surgimiento de bandidos en el Valle del Cauca, Colom-bia, durante el Siglo XIX. También se exponen algunos elementosteóricos acerca del bandidaje y su relación con la sociedad en quesurgen. La intención es mostrar el papel que el bandidaje cumpleen la sociedad y su participación política en la construcción delEstado republicano y en la transformación de las formas socialesheredadas del período colonial.

También se hace un seguimiento biográfico de uno de los princi-pales «bandidos» caucanos quien, gracias a una destacada activi-dad política y militar, llegó a ser uno de los más importantes gene-rales de la República y, quizás, el primer «negro» que en Colombiaalcanzó tal distinción. Se mira no sólo su actividad política, sinotambién la percepción que sus contemporáneos tenían acerca deuna persona que, a pesar de su desempeño político público, llegóa ser considerado un bandido famoso.

AbstractIn this article the emergence of bandits is studied in the Valley ofthe Cauca, Colombia, during the XIX Century. Some theoreticalelements are also exposed about the banditry and their relationshipwith the society in that they arise. The intention is to show thefunction dell banditry in the society and its political participationin the construction of the republican State and in thetransformation of the inherited society of the colonial period.

A biographical pursuit is also made of one of the main « bandits «caucanos who, thanks to an outstanding political and militaryactivity, it ended up being one of the most important generals inthe Republic and, maybe, the first black man that reached such adistinction in Colombia. At their political activity is looked and

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also the perception that its contemporaries had about a personthat, in spite of its public political acting, it arrived to be considereda famous bandit.

Palabras clavesBandidos, políticos, protesta social, insurgencia campesina, alteridad,

biografía, Cauca, Valle del Cauca, Colombia.

E E E

El ambiente de insurgencia social1que tuvo lugar en lasdécadas cuarenta y cincuenta del siglo XIX caucano tuvoentre otras muchas consecuencias negativas para la tradi-1 El tema de la insurgencia social durante el período mencionado lo estoyinvestigando bajo la dirección de los doctores Juan Carlos Garavaglia,director de Estudios de L’Ecole des Hautes Etudes en Sciences Sociales(EHESS) de París, y de Enrique Ayala, Rector de la Universidad AndinaSimón Bolívar, Sede Ecuador, como tesis para el programa de doctorado«El Poder y la Palabra» que desarrolla la Universidad Pablo de Olavide, deSevilla – España; hago públicos mis agradecimientos a ellos y también alMinisterio de Educación, Cultura y Deporte del Gobierno de España, queme concedió fondos para avanzar en dicha investigación y a la Universidaddel Valle que me concede el tiempo requerido para llevarla a cabo. Laimportancia de este tema para la historia de lo que hoy es Colombia llevóa que fuera estudiado tanto por los contemporáneos como por historiadoresactuales, lo que ha generado una extensa bibliografía, de la cual sólocitamos la que consideramos más pertinente: Manuel Joaquín Bosh:Reseña histórica de los principales acontecimientos políticos de la ciudad deCali, desde el año de 1848 hasta el de 1855 inclusive, Cali, Centro deEstudios Históricos y Sociales «Santiago de Cali» / Gerencia Cultural dela Gobernación del Valle, 1996. Ramón Mercado: Memorias sobre losacontecimientos del Sur especialmente en la Provincia de la Buenaventura,durante la administración del 7 de marzo de 1849, Cali, Centro de EstudiosHistóricos y Sociales Santiago de Cali / Gerencia Cultural de laGobernación del Valle, 1996. Charles Mazade: El socialismo en la Américadel Sur, Bogotá, Imprenta Espinosa, 1952. José María Samper:Apuntamientos para la historia política y social de la Nueva Granada desde1810 i especialmente de la administración del 8 de marzo, Bogotá, Imprentadel Neogranadino, 1856. Gustavo Arboleda: Historia contemporánea deColombia, tomo V, Bogotá, Banco Central Hipotecario, 1990. JorgeCastellanos: La abolición de la esclavitud en Popayán. 1832-1852, Cali,Universidad del Valle, 1980. José León Helguera: «Antecedentes socialesa la revolución de 1851 en el Sur de Colombia», en Anuario de HistoriaSocial y de la Cultura, Nº 5, Bogotá, Universidad Nacional de Colombia,1970. Frank Safford: Aspectos del Siglo XIX en Colombia, Bogotá, EdicionesHombre Nuevo, 1977. Germán Colmenares: Partidos políticos y clases

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cional élite regional, que los montes de las márgenes de losgrandes ríos que cruzan el Valle -como el Cauca, el Amaime,la quebrada de Murillo, el Palo-, así como los de las Bocasdel Toro y del curso del Risaralda, se convirtieran en zonasde refugio para esclavos huidos de las haciendas y paracaucanos que rechazaban las conscripciones forzosas quedurante las guerras civiles se hicieron para los ejércitos ymilicias, o para los que huían de la justicia o se dedicaron acultivos y a producciones clandestinas. En esos montesconstruyeron sus chozas de paja y se alimentaron median-te la caza, la pesca y la recolección de frutos silvestres.2 Deestos hombres «enmontados»3 habrían de salir en 1860 su-puestos bandidos como «Peñaloza» –considerado por lahistoriografía tradicional conservadora como uno de los másfamosos criminales bugueños4-, pero también los típicoscampesinos vallecaucanos.5

Aunque buena parte de las memorias escritas en la épocase caracteriza por calificar las acciones de estos hombrescomo delincuenciales, lo cierto es que ellas también permi-ten pensar que se trata solamente de hombres que no ha-

sociales, Bogotá, Tercer Mundo. 1997. Carmen Escobar Rodríguez: Larevolución liberal y la protesta del artesanado, Bogotá, FundaciónUniversitaria Autónoma de Colombia / Ediciones Fondo EditorialSuramérica, 1990. Francisco Gutiérrez Sanín: Curso y discurso delmovimiento plebeyo 1849/1854, Bogotá, IEPRI / El Ancora, editores, 1995.Margarita Rosa Pacheco: La fiesta liberal en Cali, Cali, Universidad delValle, 1992. Mario Aguilera y Renán Vega Cantor: Ideal democrático yrevuelta popular, Bogotá, IEPRI, Universidad Nacional, Cerec, 1998.Gustavo Vargas M.: Colombia 1854: Melo, los artesanos y el socialismo,Bogotá, editorial Oveja Negra, 1972.2 Luciano Rivera y Garrido: Impresiones y recuerdos. Cali, Editorial Carvajal& Cía., 1968, p. 187.3 «Los hombres enmontados» los he estudiado en la tesina titulada«’Sepultados en los montes’: Los inicios de la Insurgencia Social en elValle del Río Cauca. 1810 - 1830", Sevilla, Doctorado «El Poder y la Palabra»de la Universidad Pablo de Olavide, 2003, inédito.4 Confróntese Rivera, p. 169. Desde luego, hay que tener en cuenta quela visión que acerca de estos hombres tiene Rivera, está sesgada por susposiciones políticas conservadoras, su fuerte catolicismo y sus posicionesde clase, que hacen que llame «bandidos» a simples campesinos liberales,que se refugiaron en los montes para huir de la represión de losconservadores.5 Eduardo Mejía Prado: Origen del campesino vallecaucano, siglos XVIII yXIX, Cali, Universidad del Valle, 1993.

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bían logrado asimilarse a la sociedad republicana, hechoque muchos de ellos sólo lograrían después de la guerracivil de 1860, y en particular durante la consolidación delEstado Soberano del Cauca, cuando los caucanos del co-mún -gracias al triunfo liberal- lograron que no se les clasi-ficara más con categorías raciales –»los negros» y «libres devarios colores» como ocurría desde el período colonial– sinocon la de «ciudadanos». Esta conquista social y política -que había comenzado a desarrollarse desde que el generalFrancisco de Paula Santander ordenó el censo de 18256 no

6 Véase, David Bushnell: El régimen de Santander en la Gran Colombia,Bogotá, Ed. Tercer Mundo/ Universidad Nacional, 1966.En una evaluación de un proyecto de investigación que presenté aConciencias, un evaluador anónimo refutó que los «padres de la República»se plantearan la formación de una sociedad republicana, entendida éstacomo una que no se rigiera por los patrones socio-raciales de la sociedadcolonial. Con el argumento de una supuesta «invención» y tergiversaciónhistóricas por mi parte, negó la existencia de los campesinos vallecaucanospara la primera mitad del Siglo XIX, su participación en procesos políticos,sociales y económicos «insurgentes», su lucha por la igualdad democráticaque predicaban los políticos republicanos y la conversión –a veces forzosa-de muchos campesinos en funcionarios del nuevo Estado republicano y,lo que es más inverosímil: negó su enfrentamiento con el sector mástradicional de la élite caucana. Se trata evidentemente de undesconocimiento de la historiografía regional –antigua y reciente, algunade la cual se cita en el presente artículo- que llevó a que el evaluadorcayera en errores tales como afirmar que «en el Cauca la hacienda no solofue una estructura económica sino también política [...]», o que «De hecho enel territorio del Cauca y del territorio geográfico del Valle del Cauca se dieronun gran número de clientelas desde el período colonial». Que la hacienda esuna «estructura económica» es irrefutable, y en mi propuesta yo no decíalo contrario, pero que sea una «estructura política» es una estulticia y unadefesio teórico que no vale la pena discutir.Salta a la vista que el evaluador es ignorante de la realidad históricavallecaucana y de sus especificidades que muestran que desde el SigloXVIII las haciendas de la región entraron en crisis económica y social;crisis que se agravaron por las guerras de independencia y por las civilesque le siguieron, en las cuales participaron los campesinos vallecaucanos,como los de tantos sitios del país, en defensa –aunque él no lo crea- desus propios intereses y no sólo de los de los políticos republicanos, que élreduce únicamente a los terratenientes y la élite tradicional; negar laexistencia de los campesinos durante la primera mitad del Siglo XIX esnegar una tradición de lucha. Evidentemente el evaluador cae en lugarestradicionales comunes al poner todo el peso de la historia en las élites. Nosabe que la historiografía vallecaucana destaca la insurgencia social debuena parte del Siglo XIX y la consiguiente pérdida –por la élite- del controlsocial sobre las sociedades pueblerinas que, aunque iniciadas a fines dela colonia, se catapultaron como fenómeno realmente importante durante

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fue fácil de obtener, pues diferentes gobiernos pusieronobstáculos para impedirlo; el cambio –reiteramos- solo selogró después de que los caucanos participaron como sol-dados en la guerra de 1860, lo que se hizo con la indiscipli-

la República. Esas sociedades pueblerinas eran básicamente campesinas,no sólo en sus actividades económicas sino también en la generalidad deexpresiones culturales. Estos procesos, entre otros, permiten entender ladebilidad de los hacendados vallecaucanos y que extranjeros reciénllegados al Valle compraran grandes extensiones de haciendastradicionales a bajos precios, permitiendo, ya entrado el Siglo XX,desarrollar las haciendas capitalistas, algunas de las cuales destruyeronmuchas de las sociedades campesinas y convirtieron a sus miembros enobreros de las plantaciones y los ingenios.Lo de las clientelas es tan evidente que jamás se me ocurriría negarlo.Pero a pesar de ellas, de la estructura económica de la hacienda y deldominio de algún sector de la élite tradicional, hubo insurgencia socio-racial durante la independencia, y en especial en 1819 durante los«bochinches de Runnel», cuando campesinos negros y mestizos gritaron«¡mueran los blancos y los ricos!»; la repitieron en 1830 cuando en apoyoa Bolívar y en un claro rechazo a pretensiones impositivas de la éliteregional volvieron a gritar «!Mueran los blancos y los ricos!»; el grito seescuchó durante la insurrección de los «Jefes Supremos» y cuando, apartir de 1848, le dieron con sus «perreros» a los hacendados blancos y asus clientelas y les expropiaron violentamente parte de sus tierras y bienes;a esos mismos, además, los derrotaron en la guerra de 1851 gracias aque fueron convertidos en milicianos por las Sociedades Democráticas,que se componían mayoritariamente de campesinos y en menor númerode artesanos. Desde luego, esto lo hicieron mientras muchos de ellosvivieron marginados y calificados como «bandidos» por vivir en los montesde cultivos y productos ilícitos, del robo, el abigeato y en otras formas de«malas vidas», como se calificaba a «una cultura tradicional y rebelde», segúnlas palabras que usó Thompson, cuando estudió el tema para Inglaterra.Negar la existencia de los campesinos vallecaucanos durante la primeramitad de la República, su insurgencia que fue vista como bandidaje, susintentos por vincularse a la sociedad republicana que se estaba creando,la consolidación misma de esta sociedad, y la participación política yburocrática en los niveles locales del Estado, me recuerda al mismoThompson cuando criticaba las definiciones conceptuales «a priori», por«ser rápidamente aprehendidas dentro de la práctica teórica y (por) que noconllevan la fatiga de la investigación histórica» (Véase «¿Lucha de clasessin clases?» En Tradición, Revuelta y Conciencia de Clase, Estudios sobrela crisis de la sociedad preindustrial, Barcelona, ed. Crítica, 1989, p. 45.).¡Qué lástima que algunos evaluadores de Conciencias no sean verdaderospares académicos, y que la ignorancia, la arrogancia y la envidia seescondan en el anonimato para pretender decidir en la financiación delos proyectos sin que exista el derecho a réplica! Desde luego, agradezcolas observaciones del otro par anónimo que avaló el proyecto, muchas delas cuales considero pertinentes.Solicito a los lectores, disculpen esta digresión.

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na que los caracterizó y que infundió tanto terror en laRepública.7

Como ya mencionamos, la existencia de los calificados como«bandidos» es muy anterior a la revolución liberal, pues ellosproliferaron como consecuencia de la persecución que sehizo a los liberales «democráticos» después de la derrota deJosé María Melo y de los artesanos y campesinos que apo-yaron su golpe de Estado en 1854.8 Esto es lo que puedededucirse de la obra de Luciano Rivera y Garrido, el másimportantes escritor caucano de la época, quien en un artí-culo titulado «Historias de bandidos» cuenta con lujo dedetalles el asesinato del conductor del correo Teófilo Lorzaen manos de Teófilo García, quien fue apresado y fusiladoen la plaza de Palmira.9

García –un ladrón y asesino que actuaba individualmente-no era un «bandido»; cosa diferente ocurría con una cuadri-lla de más de cincuenta salteadores que se ocultaba en losbosques de «La Torre», «Monteoscuro», «Yerbarrucia» y «ElOrtigal», desde donde asaltaba a las haciendas y asesinabaa sus habitantes después de robar sus pertenencias. Estacuadrilla era dirigida por un mulato llamado Peñaloza y aella pertenecía otro bandido famoso: Joaquín Peña Arango,alias «Angelito». Peñaloza tenía una bien organizada cua-drilla, concedía grados militares y disponía de un secreta-rio que lo comunicaba con otros cabecillas de salteadores yles transmitía planes de operaciones; su cuadrilla tenía laparticularidad de que sus hombres cubrían sus rostros conmáscaras y disfrazaban su vestidura para no ser reconoci-dos. Entre sus crímenes se encuentra el del padre Granja,presbítero de Palmira, el asalto de la hacienda «La Aurora»–en El Cerrito- el 28 de junio de 1858 y el asesinato de supropietario don Cayetano Escobar. La persecución de La

7 Rivera, ob. cit., p.169.8 Véanse las obras citadas de Escobar, Vargas, Gutiérrez, Pacheco, Aguileray Vega.9 Ibíd..., p.122. Un relato sintético de este crimen, que parece tener aRivera como fuente, puede ser consultado en Tulio Raffo: Palmira Histórica,Cali, Biblioteca de Autores Vallecaucanos, Departamento del Valle delCauca, 1956, p. 137.

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cuadrilla llevó a que varios de sus miembros fueran fusila-dos en la plaza de Palmira, entre ellos Joaquín Lenis y Joa-quín Peña –»el angelito»-. Los actos criminales de Peñalozacontinuaron durante la guerra del 60 con el asesinato delgeneral Antonio Bozo, uno de los más importantes líderespopulares conservadores, ocurrido en Candelaria a fines de1861 y que obligó a que el gobernador conservador dePalmira, Darío Mazuera, (el temible Mazuera tan odiado porlos liberales caucanos) a la cabeza de una numerosa parti-da de soldados lo apresara y fusilara después de varios díasde combates en los montes de Palmira.10 Esta acciónretaliadora por parte de las autoridades conservadoras y laviolencia con que ella se hizo, que afectó a muchos campe-sinos liberales caucanos, permiten pensar -como lo denun-ció después la prensa liberal-, que Peñaloza no era un «ban-dido», sino uno más de los tantos campesinos liberales quehuyeron de la represión efectuada para someter «melistas».11

El calificativo de «bandido», utilizado ayer y hoy para desig-nar a los que individualmente o en grupo se pusieron y seponen fuera de la ley, refleja una visión del ‘otro’.12 En el

10 Rivera, ob. cit., p. 125.11 Véase mi artículo: «Darío Mazuera: un criminal colombiano que muriócomo héroe», en Credencial Historia, Nº 140, agosto 2001. No deja de serinteresante el señalar que la imagen de bandido construida por losconservadores y socializada a pesar de las limitaciones de los pocos mediosde comunicación de la época, hizo que la muerte de Pañaloza, como haocurrido con la de otros bandidos famosos, fuera revestida por laimaginación popular de hechos sobrenaturales, tal y como lo recogió TulioRaffo, un cronista palmirano de mediados del Siglo XX. En este caso, elque Peñalosa muriera impenitente, pues había rechazado los auxiliosespirituales -y excomulgado por haber dado muerte al padre Granja-,llevó a que fuera enterrado en un potrero al lado del cementerio. «Y –escribió Raffo- referían las gentes sencillas e ingenuas, que desde el díasiguiente se veía salir de la tumba de Peñalosa la mano sacrílega delasesino, cuyo dedo índice señalaba al cielo, como en demanda de perdón.»Véase Raffo, ob.cit., p. 139.12 Existen diversos estudios acerca de cómo una cultura construye a unossujetos a quienes cataloga como «Otros» de tal forma que los signa comopeligrosos para el orden social. Sin embargo, en la mayoría de los casosse centran en la época del descubrimiento y la conquista de América. Alrespecto puede consultarse a Tzvetan Todorov: La conquista de América:el problema del otro, México, Siglo XXI, 1989. Emanuele Amodio: Formasde alteridad. Construcción y difusión del indio americano en Europa durante

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caso que estudiaremos después, el término se utilizó por re-presentantes de la élite vallecaucana para designar a quie-nes eran considerados social y racialmente inferiores y -ade-más- política e ideológicamente contrarios por intentar rom-per colectivamente con los viejos patrones socioeconómicosde la colonia que los primeros intentaron conservar durantelas primeras décadas de la República. Estas formas de pro-testa y sus motivaciones son relativamente similares en todaAmérica; Carmen Vivanco, quien ha estudiado el tema parael Perú, y parece moverse entre las teorías de Hobsbawm13 ylos de Thompson14, lo define así:

El bandolerismo constituyó una de las múltiples for-mas que la mayoría dominada utilizó para mostrarsu rebeldía, disconformidad o protesta contra el or-den socio-económico establecido. Este fenómeno so-cial de naturaleza endémica-epidémica [...] tuvo cier-tas características generales que lo individualizancomo respuesta-género y lo diferencian a su vez delas otras formas de lucha popular [...]:

1º. Es un fenómeno social a través del cual ciertossectores de la clase dominada expresan descontentoy reivindicación concreta con la situación social queles ha tocado vivir así como su disconformidad frenteal sistema social todo causante de ella. Supone unnivel de oposición que incluía un ataque a la claseprivilegiada propietaria y por ende a los privilegiosque dicha posición social mantenía.

2º. No sólo influyen en el bandolerismo factores declase, también el factor colonial es un elemento pre-sente. Es una forma de lucha en la cual están inser-tos elementos alienantes propios del control social delos grupos gobernantes correspondientes a los pode-

el primer siglo de la conquista de América, Quito, ed. Abya Yala, 1993.Enrique Dussel: El encubrimiento del otro. Hacia el origen del mito de laModernidad, Quito, ed. Abya Yala, 1994.13 E. J. Hobsbawm: Bandidos, Barcelona, Ariel, 1976 y Rebeldes primitivos,Barcelona, Ariel, 1974.14 «La economía moral de la multitud», en Thompson, ob. cit.

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res señorial indiano y señorial metropolitano. Frentea este poder bicéfalo el bandolerismo está lejos de serla expresión de una voluntad realmente autónoma ypor ende, portadora de una nueva concepción social.Ambos poderes actúan distrayendo la atención delbandolero y morigerando sus fines sociales. Confun-dido, debe conformarse entonces con reelaborar, sinapartarse de la esencia, el contenido de los patronessocio-ideológicos del orden social establecido, llegan-do a lo sumo a darles una peculiar presentación po-pular. Ello a su vez explica por qué no existe en elgrupo social participante una «conciencia de clase».[...] En este sentido el bandolerismo es sólo un movi-miento de protesta contra la sobre explotación no esta-blecida, contra los abusos, los ‘excesos’ no permitidosni por la tradición ni por las leyes.

3º. El bandolerismo se caracterizó, así mismo, portener una organización grupal, es decir, se actuaba engrupos organizados y numerosos llamados «bandas» o«cuadrillas» [de diferente composición étnica].

4º. Otro de los elementos que distingue al bandoleris-mo es el de ser un movimiento corporativo.Corporatividad que protege pero restringe su liber-tad a los que agrupa de ese modo, reduciéndolos auna homogeneidad que anula toda disposición parael cambio social. 15

Al ser colectiva este tipo de protesta,16 sus participantesreciben –como rezan viejos diccionarios- el calificativo tra-dicional de «bandidos», término que designa a aquellos de-

15 Vivanco: «Bandolerismo colonial peruano. 1780-1810», en Carlos Aguirrey Charles Walker: Bandoleros, abigeos, montoneros. Criminalidad y violenciaen el Perú, siglos XVIII – XX, Lima, Pasado y presente, Instituto de apoyoagrario, 1990, pp. 28 -31. Itálicas en el original.16 En las décadas de los 80’s y 90’s del Siglo XX se presentó en Américauna tendencia historiográfica que veía en cada delito una protesta socialcontra el orden establecido. Claros ejemplos de esta mirada historiográficaspueden ser consultados en Richard W. Slatta: (ed.), Bandidos. The Varietiesof Latin American Banditry, London, Greenwood Press, 1987, y Aguirre yWalker, ob. Cit.

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lincuentes que en Europa eran solicitados mediante «ban-dos públicos» por las autoridades y que, en el caso nuestro,parece tener mayor relación con el «forajido», que señala aaquel individuo que huía de la acción retaliadora de losseñores o de las autoridades y que se refugiaba «afuera delexido». Quizás la costumbre llevó a que la reminiscenciasemántica feudal hiciera que «forajidos» unidos en bandas–o «bandoleros»-, fueran indistintamente calificados como«bandidos»; se trataba básicamente de personas que rom-pieron normas, que delinquieron. Desde luego, esto no lle-ga a ser un «bandolerismo social»,17 pero si se acerca a una«contra-sociedad», porque:

surgió como respuesta a un determinado orden de va-lores que se considera injusto y que no se reconoce.Sus integrantes no se someten a la autoridad ni a lasleyes que ésta pueda establecer, ni necesitan de unacomunidad que comparta con ellos el rechazo a esaautoridad. Su comunidad, que les considera sus de-fensores, les hace reafirmarse en la necesidad de suexistencia, les oculta de las autoridades y en ocasio-nes les procura subsistencia. La relación comunidad-bandidaje hace que estos no puedan atentar contraningún miembro de su comunidad. Como contra-so-ciedad los que forman parte de estos grupos se organi-zan y viven en forma diferente, tienen un sistema denormas y de instituciones distinto, defienden otrosvalores, otras instituciones, una alternativa social di-ferente a la de esa autoridad contra la que se lucha,pero no son lo suficientemente fuertes para vencerla eimponer su modelo. Por ello, su actividad sólo sirve,en el mejor de los casos, para establecer algunas limi-taciones a la autoridad a la que está combatiendo.18

Precisamente, a representantes de esa contra-cultura serefiere la literatura costumbrista vallecaucana cuando ha-bla de «bandidos». En el caso que estudiaremos, esos delin-

17 Véase Hobsbawm, obras citadas.18 Juan Manuel Guillem: Los movimientos sociales en las sociedadescampesinas, Salamanca, ed. Eudema, 1993, pp. 19 – 20.

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cuentes podrían ser calificados, además, como «políticos»,por compartir coyunturalmente los proyectos liderados porgrupos ideológicamente comprometidos con la transforma-ción del orden social mediante la toma del poder político.Se trataba de vallecaucanos interesados en luchar al ladode los liberales contra el orden social conservador que losseñores terratenientes trataban de mantener. Un buen ejem-plo se tiene en «Soledad», una novela corta de Rivera y Ga-rrido que se enfoca a la Revolución Liberal, en la que elautor menciona el estado de inseguridad que producían losejércitos en contienda:

Serían las tres de la tarde, y acabábamos de levan-tarnos de la mesa, cuando fuimos advertidos de queuna partida numerosa se dirigía a nuestra casa. Al-gunos momentos después oímos el tropel de conside-rable cabalgata, y enseguida entraron al patio unosveinticinco a treinta hombres, negros casi todos y deaspecto feroz. El jefe era un indio antipático, cuyatorva mirada revelaba perversidad y una embriaguezavanzada. Todos estaban armados con lanza, carabi-na y machete, y montaban caballos magníficos, esco-gidos, sin duda, entre los mejores de las haciendasde la comarca.

El jefe de la partida adelantó hasta el corredor y, sinsaludar siquiera, en términos groseros y con ademánosado, manifestó a mi padre que iba a la haciendacon el objetivo de llevar al campamento los peones ylas caballerías que en ella hubiera.19

Al pedirle la orden escrita para el decomiso, el jefe del gru-po respondió:

¡Qué orden escrita ni que niño muerto! Exclamó elebrio jefe de la pandilla, exasperado por la firme ydigna contestación de mi padre y haciendo avanzarmás el brioso caballo ¿Está creyendo el godo orgullo-so que para salvar al pueblo de la tiranía de este píca-ro don Mariano Ospina, habríamos de andar con ór-

19 Rivera, ob. cit., p. 168.

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denes escritas y con pandorgas? .... ¡Se equivoca! ¡Esono es así!20

Lo curioso es que el jefe fue reconocido por uno de los peo-nes de la hacienda como un delincuente: «Ya yo conocía aeste pícaro: ¡es un salteador del «Ortigal»! ¡Ah, bribón!...»21

Como se puede ver por éste y los ejemplos anteriores, eltérmino «bandido» que utilizaron algunos actores del sigloXIX no se refiere a simples delincuentes; él abarca a hom-bres que de diversas maneras participaron en la protestasocial y política que caracterizó el período. Esto, desde lue-go, no es único de nuestro país, pues la historia mexicana yla peruana abundan en casos similares; quizás los hechosmás parecidos a los ocurridos en nuestra zona de estudioson los de Lima por su fuerte presencia negra. Allí CharlesWalter encontró procesos de insurgencia e intentos de con-trol social muy similares a los del Valle del Cauca:

En los pronunciamientos políticos, la necesidad deimponer el orden era un tema central. Existía un ex-tenso vocabulario sobre los ladrones con importantesdiferencias de significado: bandidos, bandoleros,montoneros, malhechores, díscolos, etc., palabras fre-cuentemente acompañadas de adjetivos como desal-mados o desgraciados. Las causas objetivas de estacriminalidad son bastante evidentes: la debilidad delEstado, la crisis económica, el deterioro de la esclavi-tud, y las constantes guerras civiles.

Si se analiza tanto los pronunciamientos periodísti-cos, sobre todo las furibundas denuncias de los con-servadores, como las mismas acciones de losmontoneros, se percibe un importante cambio en laconducta de los bandoleros al comienzo de la repúbli-ca: un incipiente pero creciente contenido político [...]los bandoleros o montoneros crecientemente actuabanen contra de los representantes del Estado, hacenda-dos, y otros grupos cercanos al poder. Estos «bando-

20 Ibíd., p. 169.21 Ibíd.

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leros» o «montoneros» pactaban frecuentemente conmovimientos políticos, mayormente liberales en épo-ca de guerras civiles contra gobiernos conservadores.El hecho de que estas alianzas fueran efímeras, efec-tivas para derrocar un régimen pero no para consti-tuir una organización política duradera, no disminu-ye su importancia.

[...]

Los bandoleros constituyen una excelente fuente paracomprender la participación masiva en las luchaspolíticas del Siglo XIX tanto a nivel ideológico comomilitar. Ellos eran centrales a los debates ideológicosdespués de la independencia, controversias que secentraban en la cuestión de quiénes iban a ser consi-derados ciudadanos o sujetos políticos en la nuevarepública. [...] Por otro lado, dentro de la conducta delos bandoleros, se puede notar acciones destinadas aprobar o defender su derecho de participar en la polí-tica republicana. Luchaban en contra de sus esfuer-zos de excluirlos.22

Desde esta perspectiva podemos insistir en que las referen-cias a la delincuencia en el Valle del Cauca decimonónicoocultan el hecho de que se está hablando de «bandidos po-líticos» pues, –corriendo el riesgo de ser reiterativos-, loscronistas se refieren a personas que, por intervenir en laprotesta social o en la política local y regional, en algúnmomento se vieron obligados a refugiarse en los montescaucanos huyendo, no de la vindicta pública, sino de la ven-ganza conservadora. A ellos queremos referirnos en el pre-sente artículo, para lo que haremos, a modo de ejemplo, elseguimiento biográfico de Manuel María Victoria, «El negroVictoria», uno de los más destacados políticos popularesdel liberalismo caucano de la segunda mitad del Siglo XIX.

22 Charles Walter: «Montoneros, bandoleros, malhechores: criminalidad ypolítica en las primeras décadas republicanas», en Aguirre y Walter, ob.cit., pp. 107-109.

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Los bandidos políticos: «El negro Victoria»

Las crónicas conservadoras escritas a finales del siglo XIXy primera mitad del XX para demostrar las inconvenienciasdel régimen liberal, muestran que el sur del Valle del Caucay en especial la Municipalidad de Palmira fue, durante elSiglo XIX, «un nido de bandidos». En efecto, los relatos quela tradición oral nos ha legado, algunos de ellos recogidospor escritores e historiadores regionales de prestigio reco-nocido, nos muestran a verdaderos criminales. Pero, ¿erarealmente así? ¿Se trataba de criminales, en el sentido co-mún del término, es decir de personas que habían escogidola delincuencia como forma de vida? O, más bien, como yalo mencionamos, ¿se trataba de excluidos sociales que sehabían visto obligados a ocultarse en los montes?

Desde luego, hay de los unos y de los otros. Pero a nosotrosnos interesan aquellas personas que fueron obligadas a re-currir a la violencia como único medio de sobrevivir en unasociedad que los señalaba como los culpables de la altera-ción del statu quo. Queremos hablar entonces de aquellosque iniciaron su vida pública en las «Sociedades Democrá-ticas», esas instituciones que crearon los liberales cuandointentaron crear un «pueblo» que correspondiera con su idealrepublicano-democrático. Hablaremos de aquellos que pu-sieron sus esperanzas en las promesas de redención socialque ofrecía el liberalismo y que, obrando en consecuencia,apoyaron las reformas sociales que ofrecían los caudillosde dicho partido; de aquellos que lucharon por la aplica-ción de las leyes de manumisión y de libertad de vientres;que siguieron a Obando en 1839 y 40 durante la «Guerrade los Supremos» buscando abolir la esclavitud en formadefinitiva; que participaron en los «retozos democráticos y,por lo mismo, fueron acusados de «perreristas» en su afánpor conquistar un pedazo de tierra. Son los mismos queapoyaron a López en 1851 en su guerra contra elconservatismo señorial esclavista liderado por Arboleda23 y

23 Véase mi artículo: «La guerra de 1851 en el Cauca», en Las GuerrasCiviles desde 1830 y su proyección en el Siglo XX, Cátedra Ernesto Restrepo

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que –como mencionamos antes- en 1854 apoyaron el golpemilitar que José María Melo dio en nombre de los artesanosdemocráticos.24 Desde luego, también fueron ellos los quesufrieron la represión liberal conservadora que -lideradapor el mismo López a quien antes apoyaron- buscó some-terlos nuevamente a los lazos de sujeción que la tradicionalélite caucana había creado desde siglos atrás;25 y, por últi-mo, fueron ellos los que optaron por «enmontarse» al noaceptar las normas que imponía la coalición bipartidistaque triunfó sobre Melo y que quiso hacer desaparecer porla fuerza todas las expresiones de la democracia popularque el naciente liberalismo estaba introduciendo. Como sepuede ver, no se trata de «bandidos» en el sentido tradicio-nal del término, sino de hombres comunes y corrientes,hombres del pueblo, que participaban en política en formatan radical que degeneró muchas veces en violencia. Unbuen ejemplo de este tipo de hombres es el siguiente.

Manuel María Victoria, «el negro Victoria», el más conocidode los lanceros vallecaucanos, nació en Cali en 1830, depadres esclavos.26 José María Cordovez Moure, quien loconoció personalmente, lo describe en sus Reminiscenciasde la siguiente forma:

negrazo achocolatado, de constitución fornida, frentedeprimida y coronada de cabe-llos lanudos, siemprecortados a raíz, pómu-los salientes, nariz pronuncia-da, un tanto cor-va, mirada inquieta, grandes orejas,labios gruesos con asomo de bigote, magníficaden-tadura, larga chivera que acariciaba a menu-do.Manos y pies enormes, andar vacilante y metal de vozreposado y sonoro.27

Tirado, Bogotá, Museo Nacional de Colombia, 1998.24 Ver Escobar Rodríguez, ob. cit.; Aguilera y Vega, ob. cit; Vargas ob. cit.25 Véase mi artículo «La revolución de Melo en las provincias del Cauca»,en Las Guerras Civiles desde 1830...26 La base de esta reseña biográfica fue tomada de Gustavo Arboleda:Diccionario biográfico y genealógico del antiguo Departamento del Cauca,Cali, Centro de Estudios Históricos Santiago de Cali/Gerencia Culturalde la Gobernación del Valle, 1997, p. 594.27 José María Cordovez Moure: Reminiscencias de Santafé y Bogotá, Bogotá,Gerardo Rivas Moreno ed., 1997, p. 370.

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Tulio Raffo, un historiador tradicional de Palmira que con-sultó en el Siglo XX su ficha judicial, expresa los odios par-tidistas, raciales y de clase que sentía por Victoria, en lasiguiente descripción:

Pigmento oscuro alto, fornido, frente angosta y cabe-llo cortado a ras, ojos inquietos, nariz encorvada, pó-mulos pronunciados, largas orejas, labios gruesos,buena dentadura, bigote escaso, chivera, manos tos-cas, enormes pies, voz sonora, andar vacilante y fiso-nomía general repulsiva. [Y agrega:] Victoria odiaba alos blancos, quizás por un heredado complejo de infe-rioridad racial, pues en su juventud estuvo dedicadoen absoluto a los oficios de herrería y mecánica, allado de su padre.28

El seguimiento de la vida de Victoria muestra que él fueuno de los artesanos que integraron la sociedad democráti-ca de Cali, a la que perteneció desde 1848. También se lesindica de participar en los «retozos democráticos» que ca-racterizaron a la Provincia de Buenaventura, mediante loscuales los campesinos y gentes pobres de la ciudad lucha-ron por recuperar las tierras comunales ilegalmente apro-piada por los terratenientes. Su participación en la Socie-dad Democrática debió haber sido destacada, pues en di-ciembre de 1850 fue nombrado en uno de los cargos onero-sos que había creado el Estado republicano, y para los cua-les debió «inventarse» funcionarios ante la escasez de cua-dros profesionales y burocráticos. El empleo –si así puedellamársele a un cargo oneroso- fue el de Juez SegundoSubrogante del Letrado, en el que ‘el negro’ –un herrero-debió improvisarse como jurista, lo que llevó a que el 11 demarzo de 1851 presentara su renuncia con la siguiente ar-gumentación:

Manuel María Victoria, de este vecindario, ante UU.con respeto represento: que desde el mes de diciem-bre del año próximo pasado me encuentro funcionandocomo Juez Segundo subrogante del letrado, cuyo des-

28 Raffo, ob. cit., p. 159.

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tino me es sumamente gravoso, tanto porque carezcode conocimientos en el Foro para el Despacho de losasuntos que ocurren, porque como siendo un artesa-no pobre que subsiste de las pequeñas obvenciones,que me suministra mi oficio, no me dejan el tiemponecesario para adquirirlo. Por otra parte es precisoque se realice el principio de alternabilidad de los des-tinos, principalmente en los onerosos que solo sirvende gravamen a los ciudadanos y cuyo medio ha adop-tado ese respetable cuerpo. Cali el 11 de marzo de1851. Manuel María Victoria.29

Las declaraciones que dieron diferentes testigos para justi-ficar la renuncia de Victoria coinciden en mostrar las difi-cultades por las que pasaban los improvisados funciona-rios del Estado. Así el 25 de abril del 51, Juan BautistaSánchez dice que «el señor Victoria es herrero, pobre y desu trabajo mantiene su familia»; a lo que agrega que «sutrabajo de juez le impide [conseguir] con qué sostener sufamilia». También compareció Florentino Rengifo quien dijo«que no sabe Victoria de donde puede subsistir sino es desu trabajo personal.»30 Su renuncia fue aceptada.

La aceptación de la renuncia no impidió que participara enforma destacada en la defensa de los logros de la revoluciónliberal, por lo que tomó las armas en 1851 al lado del go-bierno de José Hilario López, quien debió enfrentar ese añola revolución liderada por los esclavistas.

Para esta época «el negro» ya parece gozar de fama de hom-bre díscolo y pendenciero pues el 4 de junio de 1853 tuvoun altercado con la señora María Rita Díaz, costurera deprofesión, quien le gritó en la calle «negro pícaro, brujo,ladrón, descarado» y que «las autoridades debían desterrarlode este lugar»,31 lo que el 18 de junio motivó una demandaante el juez Parroquial:

29 Archivo Histórico Municipal de Cali, Tomo I del # 113, Año 1851, folio458. En adelante se citará A.H.M.C.30 Ibíd., folios 460 – 461.31 A.H.M.C., Tomo III del # 123, Año 1853, f. 7.

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Manuel María Victoria, vecino de esta ciudad, anteusted como más haya lugar en derecho y con el ma-yor respeto parezco y digo: que el día 3 del presentemes fui atrozmente calumniado en una calle públicapor María Rita Díaz con las palabras al propio tiempogravemente injuriosas de «pícaro, brujo, ladrón, des-carado», como lo justifico con información sumariaque en tres hojas útiles solemnemente, constantesde testigos, contestes e idóneos.

Como se ve por la falsa y grave imputación «ladrón»aparecería contra mi un delito que por la ley tieneseñalada pena corporal, y tanto ellas como las otrasvertidas contra mi por la Díaz, me son altamente des-honrosas y capaces de hacerme odioso, vil, y sospe-choso ante la sociedad. Como yo reposo hasta hoytranquilamente bajo el testimonio de mi conciencia, yno me encuentro manchado con ninguna clase decrímenes, ni delitos, estoy en el deber de solicitarcomo lo hago del poder público mi vindicación, y elcontiguo castigo de mi agresora. La señora Rita Díazha infringido voluntaria y maliciosamente los artícu-los 760, 761 y 772, de la ley primera, parte cuarta,tratado segundo, de la Recopilación Granadina, porlas cuales le acuso en debida forma, protestando cos-tos y costas daños y perjuicios, obligándome a conti-nuar esta acusación que formulo con más de la plenaprueba requerida respecto a los hechos relacionados[...]32

En realidad no nos queda claro el motivo del altercado, puesel pleito finalizó con un arreglo entre las partes.33

Su carrera militar se debió, como la de tantos descendien-tes de esclavos, a su afiliación al partido liberal mediantesu inscripción en las Sociedades Democráticas y su corres-pondiente participación en las Milicias del Estado. Su bau-tizo en acciones bélicas se dio en 1851 pero se familiarizó

32 Ibíd., f. 10.33 Ibíd., f. 17.

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aún más con las armas al lado del gran caudillo popularJosé María Obando, a quien creyó seguir cuando en 1854se enroló en las tropas que apoyaron el golpe de militar deMelo. Para ello participó en la campaña que sobre Quilichaocomandó el coronel Francisco Antonio Quijano y que fuederrotada en la hacienda de San Julián por el jefe conser-vador Manuel Tejada; durante esta época Victoria dio mues-tras de la valentía que más adelante habría de caracterizarsu vida militar.

Su participación en esta guerra y su derrota, unidos al he-cho de ser un antiguo «democrático», como también eranconocidos los liberales del común, fue lo que llevó a queVictoria iniciara su vida de «enmontado», situación que sevio agravada cuando, luego de sometidos los rebeldes, fueacusado del asesinato durante la guerra de un señor deapellido Montehermoso, por lo que fue condenado a muer-te. Esto hizo que sus amigos liberales le ayudaran a esca-par, lo que lo llevó a refugiarse en la zona de Pavas, en lavía a Buenaventura, donde capitaneó una de las tantascuadrillas que actuaron en el Valle después de la derrotade los democráticos melistas. Es precisamente, esta activi-dad la que le labró su imagen de bandido, pues sus accio-nes militares no sólo dificultaban el tránsito normal haciaBuenaventura, sino que además cobraba peajes por lasmercancías de exportación e importación que por allí tran-sitaban.34

Gracias a un indulto formó parte del ejército que en 1860reunió el goberna-dor del Estado del Cauca, Tomás Ciprianode Mosquera para luchar contra el gobierno de MarianoOspina, Presidente de la Confederación Granadina. En di-cho ejército participaron muchos de los liberales que esta-ban en los montes y Victoria, debido a su experiencia mili-tar, obtuvo el grado de coronel. Su desempeño durante laguerra fue destacado, ya que sobresalió como importantelancero al lado del general David Peña, comandante del fa-moso Batallón Quinto de Cali. Su importancia resalta cuan-do debió participar junto con Peña en la comisión que tras-34 Cordovez, ob. cit., p. 368.

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portó al presidente Mariano Ospina y a otros políticos con-servadores a las «Bóvedas de Cartagena». También participóen operaciones contra los guerrilleros de Guasca –enCundinamarca- y fue acusado de hacer fusilar al cura con-servador Trinidad Eusebio Barreto. Además actuó en formadestacada en la defensa del cuartel de San Agustín, en Bo-gotá, en fe-brero del 62, donde adquirió fama por su catoli-cismo al salvar la imagen de Jesús, que estaba expuesta adesaparecer por el incendio de la capilla anexa al cuartel.35

Como ocurre con personas calificadas de bandidos, la noti-cia de la participación de «el negro» en la Guerra del 60llegó a Bogotá precedida de informaciones teñidas por loque Cordovez llama «exageraciones de partido», que ayuda-ron a perfilar su imagen:

Apenas se supo en Bogotá que el Negro Victoria for-maba en las filas revolucionarias, empezó la exagera-ción de partido a hacer su tarea. Si se hubiera de darcrédito a la biografía que entonces se hacía de estehombre, el Negro habría sido capaz de cortar de unsolo tajo con su descomunal cimitarra todas las ca-bezas de cada batallón conservador; las mujeres co-rrían grandísimos peligros, porque aseveraban, comopunto comprobado, que Victoria se entregaba a bru-tales excesos; las poblaciones donde entraba a son deguerra quedaban reducidas a pavesas, y degollaba asus moradores; robaba cuanto había al alcance desus garras, y, lo peor de todo, el Negro dizque erainvulnerable por la cota que lo protegía, hechas delas escamas de un endriago cazado por él mismo enlos bosques del Chocó.36

Contrarios a esta imagen están sus rasgos generosos, puessus biógrafos señalan que prestó protección a varios conser-vadores importantes y que sentía especial respeto por losenemigos políticos que mostraban sus dotes de valentía.

35 Cordovez, ob. cit., pp. 368 y ss.36 Cordovez, ob. cit., pp. 368- 69.

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Luego de los sucesos de Bogotá, Victoria marchó a Pana-mábajo el mando del coronel Peregrino Santacoloma paraderroca-r el gobierno constitucional, hecho lo cual empezóa organizar «Socieda-des Democráticas» con los negros delarrabal de la ciudad, lo que degeneró en «retozos democrá-ticos» como los del Valle entre 1848 y 1854, por lo que fuerápidamente enviado a defender el puerto de Buenaventu-ra. A partir de este momento su ascenso en el ejército fueacelerado, pues se le nombró jefe de la Cuar-ta Legión delEjército que marchó sobre el Ecuador; Segundo Coman-dante de la División caucana en 1864, también Segundo dela III División de Occidente en 1865 por lo que se encontróentre los vencedores de la batalla de La Polonia, en la quefue derrotada la revolución conservadora de aquel año; Ins-pector de las Milicias del Departa-mento de Occidente yJefe de la III división en 1867, todo esto ya con el grado degeneral.

En cierta forma la imagen díscola de Victoria se debió a sufuerte carácter, el que se manifestó durante la revolucióndel 60, lo que le granjeó la animadversión de un sector delliberalismo, pues en 1862, en su carácter de Jefe Militar dela plaza de Cali –sin duda el primer negro en alcanzar estecargo, ordenó flagelar a los presos conservadores y que susesposas barrieran las calles, lo que motivó una nota de pro-testa del gobernador de Palmira Manuel Wenceslao Carva-jal, quien «a nombre del gobierno de Colombia, a nombre delpartido liberal, a nombre de la civilización y de la moral pú-blica, contra esos actos de barbarie y de brutal salvajismo»,pedía que el partido liberal se mostrara «como un partidoculto, amante de la justicia y enemigo de los patíbulos, delas crueldades, de los saqueos, de los ultrajes al bello sexo yde tantos otros atentados que enrostramos a la bandería cen-tralista.»37 Desde luego, y dado el carácter de Victoria, estono impidió que los presos fueran flagelados, a lo que agregósu respuesta a Carvajal:

37 Wenceslao Carvajal, Palmira 15 de octubre de 1862, en Raffo, ob. cit., p.134.

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De donde le ha salido ahora mi doctor, abogar por losvapulados, cuando usted fue el promotor del perreroen 1851, el derrochador de cercos, y el que, cuandono encontraba a quien azotar, lo hacía con los pila-res de las casas, porque su ferocidad y torpeza, no ledejaban comprender que eran seres inanimados? [...]me permitirá hacerle una observación, y es: que comoque no le sienta bien formular anatemas contra losdraconianos al que en 1851 fomentó los desórdenesque se cometieron en Bugalagrande y Foyeco.38

Al finalizar la guerra, Victoria se radicó en Palmira donde,debido a su sectarismo político, se granjeó muchos enemi-gos, entre ellos Juan Evangelista Conde –uno de los másimportantes gamonales caucanos-39 con quien se disputa-ba el control de las masas liberales palmiranas y quien loatacó el 31 de diciembre de 1869 a la cabeza de un grupode hombres armados que destruyó la Casa Municipal y ata-có a la Logia Masónica «La Luz de Palmira», buscando eli-minarlo. El ataque que se hizo en nombre de la religión,contra el ateísmo y la masonería, ocultaba seriosenfrentamientos políticos por el dominio de Palmira, lo quepuede verse en la descripción de los hechos:

Su carácter díscolo sus maneras bruscas le atrajeronenemistades [a Victoria]. Tuvo encuentros sangrien-tos con algunos de sus émulos políticos, entre elloscon don Juan Conde, quien lo atacó el 31 de diciem-bre de 1869, lance en el que la casualidad le salvó lavida a Victoria. La animosidad del pueblo palmiranopor sus constantes tropelías, subió de punto conmotivo de la fundación de una Logia Masónica en la

38 Manuel Wenceslao Carvajal: Los Retozos democráticos en Bugalagrandey Folleco, Palmira, 1975, p. 8.39 Acerca de este personaje véase mi artículo: «El sistema federal y laconsolidación del gamonalismo», en Desafíos, # 9, CEPI, Centro de EstudiosPolíticos e Internacionales, Facultades de Ciencia Política y Gobierno yde Relaciones Internacionales, Universidad del Rosario, Bogotá. Segundosemestre 2003. También: «Juan Evangelista conde. Un gamonal caucanodel siglo XIX», en Caciques y Gamonales, Credencial Historia, Nº 104,Bogotá, agosto de 1998.

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propia casa de Victoria, asociación ésta a la cual per-tenecían distinguidos caballeros, inclusive extranje-ros. Grupos de morenos exaltados porque considera-ban gran desacato a la religión católica dicha logia,irrumpieron en la noche del primero de enero de 1870,durante la reunión reglamentaria de esa sociedadsecreta. Capitaneados por don Juan Conde, DanielHerrera, Julio y Ruperto Viveros y otros jefes libera-les enemigos de Victoria, atacaron a bala y piedra lacasa, a los gritos de «abajo los masones, viva la reli-gión católica». Los socios aterrados emprendieron lafuga escalando tapias y ocultándose en las viviendasvecinas. Victoria trató de resistir al frente de unosveinte sujetos, atrincherados en la Casa Municipal,pero después de un tiroteo que duró toda la nochehubo de rendirse. Como corolario, las insigniasmasónicas, enseres y muebles de la Logia quedaronreducidas a cenizas en una hoguera formada en laplaza por el pueblo enfurecido.40

Como tantos hechos de su vida, su participación en las so-ciedades masónicas ha sido exagerada por los escritores con-servadores. Esta es la forma en que Luciano Rivera y Garri-do, uno de sus contemporáneos, menciona este hecho:

En los últimos años de su vida se hizo propagandistaactivo de la masonería, y aún tuvo algún séquito alprincipio entre las gentes sedientas de cosas nuevas;pero en definitiva, eso lo perdió. El pueblo caucano,que en el calor de las revueltas ayuda a sacar del paísa los obispos desterrados, persigue a los clérigos yronda las iglesias, es y será siempre católico exalta-do, y no consentiría nunca, pasado el ardor de la lu-cha, en que nadie ultraje sus creencias o ponga ma-nos sacrílega sobre sus sacerdotes. Y así sucedió quediez o veinte individuos secundaron a Victoria en lapretensión de sustituir a Nuestra Señora la Virgendel Palmar con el Gran Arquitecto; pero el resto de lapoblación lo tomó a horror, suscitáronsele muchos y

40 Raffo, ob. cit., p. 161.

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muy graves disgustos, y es fue la causa de su finaldesgracia.41

Su activismo político lo llevó a ejercer la presidencia de laMunicipalidad y a ser electo diputado suplente de la Legis-latura caucana, pero los desmanes que cometió durante laJefatura política del coronel David Peña –su antiguo líderideológico durante la época de las Sociedades Democráti-cas y su Jefe durante la guerra de 1860- aumentaron elodio que muchos palmiranos le tenían e hicieron recordarabusos de antaño. De nuevo, Rivera y Garrido refiere estaetapa de su vida:

Victoria, muy conocido generalmente entre nosotroscon el epíteto de el negro, aunque no era sino mulatode tez oscura, tuvo su hora de notoriedad en los ana-les de nuestras funestas guerras intestinas y la his-toria, la severa Némesis, que no gasta contemplacio-nes con nadie cuando ella es lo que debe ser, esto es,la expresión fiel de la verdad, se ha mostrado ceñudacon él pues sus páginas lo señalan como responsableo autor de hechos tristemente célebres en los fastosdel crimen; y la opinión pública lo designó siemprecomo a uno de los más activos fomentadores de unorden de cosas lamentablemente para la importanteProvincia de Palmira, en el desarrollo del cual se con-sumaron delitos atroces y la sociedad vivió amenaza-da de muerte por hombres sin Dios y sin ley.42

Como ocurre con este tipo de personajes, alrededor de suvida se tejen leyendas y exageraciones, que son reproduci-das aun por quienes lo conocieron. Entre ellas la siguiente:

Refiérese de Victoria que tenía originalidades curio-sas, acordes con su sentir personal en materia políti-ca, y, sobre todo de religión. No consentía en que sushijos fuesen bautizados, pues con motivo de disgus-tos graves con el Vicariato de su Parroquia, se hizo

41 Rivera y Garrido, ob. cit., p. 172.42 Ob. cit., pp. 171 – 172.

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43 Ibíd., p. 173.

enemigo jurado del clero, y, por ende, de la iglesia; yen vez de convenir en que los chicuelos recibieran enla pila bautismal los nombres de Pedro, Juan o Diego,como es uso y costumbre entre cristianos, los deno-minaba por su cuenta y riesgo, según el sexo a queperteneciesen, con las palabras Carabina. Espada,Trabuco, Chopo, Pistola, etc.; todo en consonanciacon su índole y condición de militar aventurero.43

La vida de Victoria terminó de una manera trágica, pues el 8de junio de 1870 fue asesinado por una partida de hombresarmados que destrozaron su cuerpo mientras se encontrabapreso en la cárcel de Palmira, a causa de un crimen cometi-do en medio de una escena de celos. En efecto, «el negro» seenamoró de la señorita Dolores Luna, quien no aceptó sussolicitudes ya que estaba enamorada de Bernardino Luján.Ante el rechazo, el 7 de junio de aquel año, durante unarepresentación dramáti-ca Victoria intentó asesinar a su ri-val con un trabuco que al ser disparado produjo la muertede Juan de Dios Clavijo, un inofensivo padre de familia, con-servador, aje-no a la política, e hirió al joven ClímacoJaramillo. Victoria fue apresado y, debido al malestar gene-ral de los habitantes de la población, custodiado por unaguardia de once hombres armados con seis fusiles. Entre lasnueve y las diez de la noche una partida de unos doscientoshombres encabezada por Daniel Herrera y Adriano González,-dos macheteros enemigos de Victoria y amigos de Juan Evan-gelista Conde- asaltó la cárcel y lo asesinó destrozando sucabeza con una piedra.

La imaginería popular recogió este acto como un designiodivino, sazonado con la ocurrencia de fenómenos natura-les, para ella inexplicables:

Es fama que en la noche de ese lúgubre suceso, sesentía sobre la ciudad de Palmira algo como una so-lemne pesadumbre, precursora de acontecimientossiniestros: silencio mortal reinaba en calles y plazas;cubrían el cielo densos nubarrones de un gris de ace-

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44 Ibíd., p. 173.

ro, y pocas horas antes de la consumación del hecho,observóse una agitación singular entre los coclíes,pellares, garzas y otras aves que se recogían habi-tualmente para dormir en las arboledas inmediatasal poblado, en particular hacia el sitio denominado«Los Cachimbos». Y después, todos los perros de laciudad aullaron tristemente y los ganados bramaroncual suelen hacerlo cuando aspiran en los corrales elolor de la sangre recién derramada.44

Como se puede ver por los casos de Victoria y otros «bandi-dos» que se mencionaron al comienzo, muchos de ellos fue-ron legitimados por el gobierno liberal caucano. Fuera por-que reconoció en ellos a perseguidos políticos que se identi-ficaban en la lucha contra la sociedad conservadora, o por-que, con un sentido más pragmático, necesitaban su expe-riencia militar para enfrentar las fuerzas de gobiernos con-servadores, lo cierto es que los liberales caucanos al recu-rrir a los «bandidos» los legitimaron brindándole la oportu-nidad de ascender socialmente. Por esto encontramos, comoen el caso de Victoria, que algún «negro» y «bandido» pudollegar a ser general de la República y conquistar espaciosde representación política que antes le estaba vedado.

Este caso muestra que los hombres que estaban«enmontados» fueron utilizados conscientemente por loscomandantes del ejército liberal, hecho que los conserva-dores denunciaron como una evidente falta de escrúpulosque rayaba en la irresponsabilidad. El fenómeno puede serentendido desde el punto de vista de la necesidad de «rege-nerar» sectores sociales cuya actividad por fuera de la leyparece deberse a la represión conservadora. De hecho lautilización de los «bandidos» y su «oficialización» en los ejér-citos sirvieron –como en el caso de Victoria- para que mu-chos de ellos ascendieran socialmente y prestaran su con-curso en la construcción de la sociedad más justa y demo-crática que los liberales creían ver en la sociedad republi-cana. Como quiera que fuera, lo cierto es que el triunfo de

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De los bandidos y políticos caucanos: ... / Alonso Valencia Llano 179

la revolución liberal abrió un espacio de legitimación a losdesposeídos de la fortuna y a algunos de ellos los convirtió–como a Manuel María Victoria- en políticos cuya impor-tancia se dejó ver durante el período de consolidación delos Estados Soberanos.