DE LAS FILANTROPIAS - CVC. Centro Virtual Cervantesde la Casa de Campo. Despreciando el metro y...

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Los Cuadernos de Arte DE LAS FILANTROPIAS Jaime Herrero D escendía, despacio, por los desmontes de la Casa de Campo. Despreciando el metro y otros transportes municipales y espesos bajaba paseando, que no es mal trayecto, desde Rosales, el malecón de Madrid, pateando algunos metros de paisaje austríaco, sólo por llegar a la Feria sin prisas y engañándo- la de importancia. Rememoro también otros pa- seos con pintores que se eron cuando el arte no se extendía en rias sino en el Rastro, a la sombra de Cascorro y entre colillas de segunda mano, pues es bueno recordar, a veces, para que no se nos evapore el tarro ante lo inmediato. Uno de aquellos amigos paisistas, que pinta- ba oteros y arrabales con el enhiesto caballete delante, como paisajista en erección, me comen- taba en estos mismos caminos: -Los abetos y los tejos son austríacos, los pi- nos borbónicos. Por aquí mismo, Solana caía hacia las prade- ras del Manzanares para describir a la canalla que bebía la muerte en el aguardiente con i- tangas de los chiribucos, en los bolsillos los pa- peles escritos de su «España negra», manchados del chorizo pimentero que lo llevó a la tumba y que un amigo del Gijón opina lo mantiene inco- rrupto como un santo español de Cantimpalo. Por aquí cerca una larga cola me connde y creo estar cerca del rial, pero me explican que son las víctimas del envenenamiento de la Colza que acuden al juicio, rodeados de abogados y municipales; prosigo hasta la Academia del to- reo: algunos maletillas, con un ato entre las piernas, esperan sentados, en el suelo, las clases aroladas y ceñidas sobre un torete de cañas. Al fin una cola larga es la que espera la entra- da a «Arco 88». Miro al cielo; haciendo compe- tencia al nicular de la Casa de Campo, que se desliza lentamente, a varios metros sobre los pi- nos y los amateurs silba el azul helicóptero de Apollinaire, cuyas hélices espean y distribuyen el aire en un despedazamiento circular y turis- ta; la velocidad es bella para los turistas y para todo el mundo, incluidos los trapenses que la rechazan porque la aman, la juventud también. La pintura, que es el resultado del aparejamien- to aéreo de las dos, está unos metros más abajo, en los pabellones de IFEMA, joven, bella e ins- tantánea en sus dos o tres dimensiones, sin pa- sado, sin turo, con una vida máxima de una semana, tiempo en que vivirán las crisálidas de las vanguardias, hermosos ejemplares, ejempla- rizantes en las tos del carnet que durante un tiempo llevaremos en nuestros corazones: to- 76 Pintura sobre tela de Cy ombly (galería Karsten Greve, Alemania). graa de galán con velos de Ouka Lele; edad: veintitantos años; prosión: pintor; subclase: transitorialista; estado: rico; padres: descono- cidos. No se desenvuelve, la pintura, ya, lenta en el tiempo y el espacio y muestra sus gracias a tra- vés de diversos mensajes discontinuos, y no rompe el guiño del discurso completo el desco- nocimiento de uno de ellos. La escritura es inmensurable y su dicil men- sura la hace más dicil para una valoración ins- tantánea que la cacharrería del arte plástico, que se presenta de una vez en cada oeto. Es lo plástico abarcable, mensurable, puede transpor- tarse, poseerse y descomponerse en unidades sicas de cotización económica. A su alrededor se estructura una red compleja de valores com- parativos con otros objetos, sin el eserzo y la dicil traducción de valores de conjuntos más organizados. Pienso, ahora, cómo podríamos oecer, en un stand, agmentos del «Cierre ca- tegorial» de Gustavo Bueno. Direncias de esti- lo entre las bolsas bancaria y académicas. La concreción inmediata de la obra se presen- ta igual a la mirada de los contemporáneos, en- tendiendo por tales, exclusivamente, aquellas personas que habitan el mundo de las culturas, no este siglo, ni esta generación, quizás ni este año, solamente la semana que nos ocupa. So- mos contemporáneos los que hemos asistido a Arco 88, pero no lo son nuestros los que lo hi- cieron el 87 o lo harán en mil novecientos ochenta y nueve y quizás, pienso, sólo somos contemporáneos los asistentes a una única inau- guración en la misma galería. Aquella cualidad que hace al arte contrastable y por lo tanto convertible, en divisas, posibilita

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Los Cuadernos de Arte

DE LAS

FILANTROPIAS

Jaime Herrero

D escendía, despacio, por los desmontes de la Casa de Campo. Despreciando el metro y otros transportes municipales y espesos bajaba paseando, que no es mal

trayecto, desde Rosales, el malecón de Madrid, pateando algunos metros de paisaje austríaco, sólo por llegar a la Feria sin prisas y engañándo­la de importancia. Rememoro también otros pa­seos con pintores que se fueron cuando el arte no se extendía en ferias sino en el Rastro, a la sombra de Cascorro y entre colillas de segunda mano, pues es bueno recordar, a veces, para que no se nos evapore el tarro ante lo inmediato.

Uno de aquellos amigos paisajistas, que pinta­ba oteros y arrabales con el enhiesto caballete delante, como paisajista en erección, me comen­taba en estos mismos caminos:

-Los abetos y los tejos son austríacos, los pi­iíl nos borbónicos.•

Por aquí mismo, Solana caía hacia las prade-!!J ras del Manzanares para describir a la canalla

que bebía la muerte en el aguardiente con fri­tangas de los chiribucos, en los bolsillos los pa­peles escritos de su «España negra», manchados del chorizo pimentero que lo llevó a la tumba y que un amigo del Gijón opina lo mantiene inco­rrupto como un santo español de Cantimpalo.

Por aquí cerca una larga cola me confunde y creo estar cerca del ferial, pero me explican que son las víctimas del envenenamiento de la Colza que acuden al juicio, rodeados de abogados y municipales; prosigo hasta la Academia del to­reo: algunos maletillas, con un ato entre las piernas, esperan sentados, en el suelo, las clases afaroladas y ceñidas sobre un torete de cañas.

Al fin una cola larga es la que espera la entra­da a «Arco 88». Miro al cielo; haciendo compe­tencia al funicular de la Casa de Campo, que se desliza lentamente, a varios metros sobre los pi­nos y los amateurs silba el azul helicóptero de Apollinaire, cuyas hélices espejean y distribuyen el aire en un despedazamiento circular y futuris­ta; la velocidad es bella para los futuristas y para todo el mundo, incluidos los trapenses que la rechazan porque la aman, la juventud también. La pintura, que es el resultado del aparejamien­to aéreo de las dos, está unos metros más abajo, en los pabellones de IFEMA, joven, bella e ins­tantánea en sus dos o tres dimensiones, sin pa­sado, sin futuro, con una vida máxima de una semana, tiempo en que vivirán las crisálidas de las vanguardias, hermosos ejemplares, ejempla­rizantes en las fotos del carnet que durante un tiempo llevaremos en nuestros corazones: foto-

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Pintura sobre tela de Cy Twombly (galería Karsten Greve, Alemania).

grafía de galán con velos de Ouka Lele; edad: veintitantos años; profesión: pintor; subclase: transitorialista; estado: rico; padres: descono­cidos.

No se desenvuelve, la pintura, ya, lenta en el tiempo y el espacio y muestra sus gracias a tra­vés de diversos mensajes discontinuos, y no rompe el guiño del discurso completo el desco­nocimiento de uno de ellos.

La escritura es inmensurable y su difícil men­sura la hace más difícil para una valoración ins­tantánea que la cacharrería del arte plástico, que se presenta de una vez en cada objeto. Es lo plástico abarcable, mensurable, puede transpor­tarse, poseerse y descomponerse en unidades físicas de cotización económica. A su alrededor se estructura una red compleja de valores com­parativos con otros objetos, sin el esfuerzo y la difícil traducción de valores de conjuntos más organizados. Pienso, ahora, cómo podríamos ofrecer, en un stand, fragmentos del «Cierre ca­tegorial» de Gustavo Bueno. Diferencias de esti­lo entre las bolsas bancaria y académicas.

La concreción inmediata de la obra se presen­ta igual a la mirada de los contemporáneos, en­tendiendo por tales, exclusivamente, aquellas personas que habitan el mundo de las culturas, no este siglo, ni esta generación, quizás ni este año, solamente la semana que nos ocupa. So­mos contemporáneos los que hemos asistido a Arco 88, pero no lo son nuestros los que lo hi­cieron el 87 o lo harán en mil novecientos ochenta y nueve y quizás, pienso, sólo somos contemporáneos los asistentes a una única inau­guración en la misma galería.

Aquella cualidad que hace al arte contrastable y por lo tanto convertible, en divisas, posibilita

«Ramo de flores rojo». José María Sicilia.

«Hasta que la muerte nos una». Ouka Le/e.

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la existencia de un fuerte mundo comercial a sus lomos, las galerías, lonjas del arte, y su orga­nización periódica en ferias como la que nos ocupa.

■ La prensa de estos días recoge, y en algunos • •

casos con exclusividad, la opinión económica de • •

organizadores y galeristas y no es extraño en­contrarlos ayunos de teoría estética, sino de la más mínima digresión artística para darnos in­terminables ringleras de datos económicos que demuestran lo que ya sabemos, que la Feria, co-mo tal, está consolidada, y tiene razón, en que el marco que estos datos configuran es el de una Feria de arte que se codea, ya, con las cuatro que fueron nuestra envidia y meta lejana: Chi-cago, París, Colonia y Basilea, con las que com-pite dignamente y con las que tiene en común según Rosa Gómez Baeza, directora por segun-da vez de la muestra: «A vivar el coleccionismo, fomentar actividades que animen y despierten el interés de las gentes más diversas a enriquecer su patrimonio con la adquisición de obras de ar-te» y piensa que Arco: «Aparte de una feria es un importante acontecimiento cultural».

Rosa Baeza con algunos miembros del Comi­té organizador nos ofrecen datos básicos: Más galerías extranjeras que españolas, unas 86 a 80, 119.000 visitantes, 25.000 más que el primer Ar­co, 150 millones de presupuesto, 2.500 millones de obra asegurada. Las cifras finales suponen la venta de más de la mitad de la obra asegurada, unos 1.300 millones. Y lo que es más importan­te, las instituciones museísticas han adquirido piezas para sus fondos. El Ministerio de Cultura ha realizado compras para el fondo permanente del Reina Sofía y la misma fundación Arco ha realizado 16 millones de pesetas en galerías ex­tranjeras, en obras como Clouds and people de Karel Appel en la Michel Delorme; Through the

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refiecting glass work in situ, de Buren en la neoyorquina John Weber; Standing stone fine,en la ateniense Jean Bernier, de Long. De Tu­rre!, Site plan with elevation, comprada a la gale­ría francesa Yvon Lembert, y varias obras de Serra.

* * *

Un término ha desaparecido: vanguardia, sus­tituido por otros como estrategia y filantropía estratégica que comienzan a oírse más de lo conveniente por los pasillos, estands de Arco e inauguraciones de Madrid.

Al anochecer, cuando el Madrid-araña o el Madrid-vanguardia, ahora Madrid-estratégico, atrae las ordas vacantes de Arco y las inaugura­ciones ya han sido recorridas, las gentes del arte van a embelesarse a Archie, local gruta de los «nuevos pijos» y donde guardias Stallones per­miten o no la entrada a los noctívagos de la Fe­ria, según su compostura exterior o enseñen, por contraseña, el Nike de los playeros. Allí, se­guro, se acuñó el término «Filantropía estratégi­ca» que junto al de estética coyuntural y esteto­política institucional y algún otro dan el tono del personal que está perfectamente enterado de se­cretos que no existen.

Esta es la superficie más social del gremio, pe­ÍA fil ro en la soledad del estudio no hay frases mági­

cas para operar sobre una estructura dada (un lli !!J código, un lenguaje, un catálogo de formas esta­

blecido) y romperlo o reorganizarlo hasta, en loscasos extremos, dejar irreconocible y huérfana la nueva construcción.

No las hay para ayudar al crítico en su labor, que es reconstruir y rastrear hacia atrás, hasta reconocer el pattern primitivo y establecer el ca­mino y las diferencias entre la estructura de sali­da y la final, establecer un estudio económico de la «productividad» del nuevo mecanismo y una previsión de las familias de esta nueva gestalt, que llamo así por única razón de mi edad.

El artista es más artista cuanto más al interior de la estructura opera y menos según sus mani­pulaciones se detengan en la periferia de la misma.

Operando al interior del artefacto modelo crea una maqueta nueva y ésta es capaz de descen­dencia o colma en sí misma, en completo aisla­miento, las leyes contemporáneas de lo per­fecto.

También en las esquinas de la Feria tristes y pegajosas de mal café y refrescos calientes se ha­bla de estas cosas, sobre todo por los que tene­mos poco que vender.

* * *

Arco-feria-pabellón es una continuada tristeza gris donde suelos, paredes y techos tienen los mil tonos de las moscas grises. Puede ser fun­cional pero no es bello, y muestra en las comisu­ras las mil chapuzas de un montaje apresurado y sin ilusión; la ausencia de un decorador de garra.

Si el año pasado era el polvillo, el calor, el

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Escultura de Eduardo Arroyo.

■ •

Obra de Ferrán García Sevilla.

agobio que hacía aparecer a galeristas y diversos públicos como desenterrados de la Exposición Universal de Barcelona que se dan un garbeo en plan muertos vivientes, ahora la sensación es de un hastío plano. Pero todo dentro de un mejora­miento substancial en lo que se refiere a tránsi­tos, deambulatorios y la solución de continuidad entre espacios públicos y cubículos de los expo­sitores, con soluciones tan obvias como supri­mir el escalón de los stands, igualando las al­turas.

Pero la Feria dura una semana, y siete días por interminables pasillos, inauguraciones, con­ferencias y trapicheos ajan las presencias y des­componen los comportamientos, desvarían los criterios con que en medio del caos apagado y sin fulgor de los últimos días, aún se afanan faja­dores duros del trato y el cambalache, y conti­núan la recopilación de tarjetas, catálogos, con­tratos y promesas en comidas de trabajo, hechas

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«Stel/a-Chagny11. Gi/berto Zorio.

de pie, en nauseabundos restaurantes festeros (entre ellos el absurdo de la organización), los papeles de los contratos y las recomendaciones transparentes de las grasas exóticas de paellas imposibles, churretones de cocas de bote en las corbatas, estuarios del sudor, y no llegamos a sa­ber si es lo suyo legítimo afán de servicio a sus autoridades políticas o económicas o alteracio­nes nerviosas, fáciles de tratar en farmacia, pro­vocadas por el Efecto Laberinto.

* * *

Es cierto que a Arco se va a muchas cosas, di­versas, diferentes, a veces opuestas, entre ellas la sencilla y emotiva disposición del aficionado moliente, que cargando con familia y bocadillo aguanta el metro de Lago y horas de larguísima cola, con un afán pedagógico e informativo, bus­ca en la Feria una guía y criterios de orientación, espera encontrar, junto con el profesional, mu­chas veces, el hilo de Ariadna en el laberinto del arte moderno, que no suele brindársele habi­tualmente; salir del caos con que se le ofrece el panorama contemporáneo, y lo peor de todo es que la visita a Arco no le da esta posibilidad cul­tural de ordenar un campo, que por mucho tiempo seguirá considerando un revoltillo, ba­raúnda de ideas, nombres y objetos sin sentido, que una maléfica voluntad oculta, desordena de­liberadamente para su extravío y lo remite de nuevo a los caminos tranquilos y las seguridades de sus academicismos personales.

Y sin embargo, en Arco, está casi todo, sólo que ordenado de otra manera, organizado con

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«KA-511. Appel.

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un orden interno cuya clave no siempre se brin-• •

da al visitante por la Organización de la Feria, de espaldas, con una limpia descortesía a un públi-co que no parece cliente.

Pueden quizás olvidar que una de las leyes del mercado, e insisten hasta la saciedad en que esto no es otra cosa, es la clarificación de la ofer­ta, dando cortes diacrónicos y sincrónicos en el cuerpo revuelto de los cacharros en venta. Qui­zás sea que las alturas económicas de lo oferta­do tiendan a despreciar este escalón más bajo de la demanda y, sin embargo, no es así, saben, por las cifras finales de realización, que una parte im­portante de las compras las han hecho esa banda que comienza en el profesional liberal, sigue en el yupi y tiene su pináculo en el nuevo rico.

No olvidemos que la reciente crisis económi­ca del arte, en nuestro país, se debió al descenso de la capacidad adquisitiva de las profesiones li­berales, que afectó a cerca del ochenta y cinco por ciento del gremio, pues las élites del arte, como de todo lo demás, no sienten en sus car­nes las fluctuaciones del mercado.

Y Arco no sólo está compuesto por el 10 % del Olimpo ni contempla sólo negocios millona­rios como se desprende de los precios de los ar­tistas que habitan los alrededores de los treinta y cinco años y plantean adquisiciones a partir de las 25.000 pesetas. Oferta sin duda dirigida al cliente de la cola, al yupi que gusta poner una obra de arte en su bidé, al neófito que tantea, tímida y especulativamente un territorio nuevo.

* * *

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A pesar de todo, y de que no son las Galerías quienes deben ofrecer orden y pedagogía, la tendencia, cuajada este año, a acudir con lotes más coherentes y representativos del quehacer actual, y si no aparecen unas líneas definidas en las tendencias del quehacer actual es, quizás, porque no existen, a no ser que se tomen por ta­les conceptualismos y conceptismos que ya el pasado año nos llevaron a equivocarnos, por lo menos a mí en estas mismas páginas, y a tomar por pronósticos simples augurios.

No existe ese hilo en el laberinto, pero con un poco de paciencia, y alguna prensa cotidia­na, se va descubriendo un camino que nos lleva de los pintores revolucionarios de 1917 hasta variadas vanguardias representadas por obras­testigo de Chagall, Oix, Beckman, un Wifre­do Lam, un grupo de Kokoschkas, en los pre­sesenta un hermoso Bacon y mi querido Cy Twombly magníficamente representado en Kars­ten Greve. Alega el expresionismo rabioso de Alechinsky y mi compañero del «Au tonneau d'or» Karel Appel, hermoso en su soledad en la Michel Delorme y por fin Rauschemberg en W etterling.

Para Fernando Huici son los sesenta los pro­tagonistas de este Arco 88, con selecciones co­

iíl mo la de Konrad Fisher, o la galería Pietro Spar­• ta que reúne a Sol Lewitt que también veremos

,u en la John Weber y así hasta los neoconceptua­.:.=J les, los nuevos geométricos, la última escultura

inglesa, vedette de la Feria y del Madrid-araña, y los últimos neoyorquinos con Bosman y John Aharn. Y, siguiendo con Huici, que nos da más garantía que yo mismo, en el paseo, y al que si­go como la pulga al perro, cuenta haber sentido verdadera emoción ante la oferta de seis galerías extranjeras; extraña y confortadora expresión y raro sentimiento éste de la emoción, en tan frío ambiente mercantil.

Pero lo ha sentido, y todos también, en las Galerías Paula Cooper de Nueva York, Chris­tian Stein de Milán, Marian Goodman, también americana, y al fin y estamos «emocionadamen­te» de acuerdo las dos joyas de la norteamerica­na John Weber y el que creo más cumplidamen­te perfecto, en sus cuatro ofertas, la Jean Ber­nier, de Atenas. Cuatro piezas: una de Richard Long, adquirida precisamente por Arco, el neón de Merz, Richard Serra con una de sus planchas y la estrella alcanzada por la jabalina de Gilberto Zorio.

Ruego a Fernando me diculpe por haberme apropiado de sus ojos para ver y caminar un poco.

De los españoles quisiera destacar a la Mo­riarty con su cuadra tradicional, la Galería Es­tampa, quizás por ser paisano y entender sus se­lecciones, que tiene el acierto de traer a Félix de la Concha, que conozco de los grupos de Félix Guisasola y su Galería Amadís, la Joan Prats, por traer a Perejaume, a la Mordó que nos ofre­ce junta, y exclusivamente, la obra de José Gue-

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rrero, la Vijande, absolutamente obligatoria, y por fin, como todos los años, dejándola para la última, y no lo siento, pues siempre por uno u otro concepto merece atención aparte la galería Gamarra y Garrigues que extiende en su espa­cio una monografía de Arroyo magníficamente presentada en un stand que ellas, año tras año, reorganizan, en la Feria como un espacio cum­plidamente redondo dentro de otro. Casi no las veo en el Ferial, no quiero interrumpirlas en es­tos escuetos siete días, el tiempo es largo en el Madrid exterior que envuelve esta burbuja in­temporal.

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Desciendo al Pabellón Institucional, y me acerco a la Galería Amadís, donde tengo senta­dos mis reales; Félix Guisasola me espera para dar juntos, por los pabellones, el circuito núme­ro mil, y discutir de nuevo los proyectos y pro­gramas sobre la juventud de la galería, que pre­senta precisamente estos días las vídeo instala­ciones más interesantes que puedan verse en Madrid, y por supuesto más que la tontería que Arco se ha permitido con el vídeo-arte.

Hablamos de lo lentamente que se introducen los programas y se desarrollan los espacios en que se producen los nuevos y jóvenes creadores, la fragilidad del todo y lo difícil que es hacer en­tender a las instituciones el mecanismo de la creación de un espacio para intervenciones, có­mo sustituye a los espacios tradicionales, cómo se desarrolla una red de espacios, y el tránsito del joven a través de ellos, en una especie de viaje de maestría hasta enlazar con los circuitos internacionales; y la pared que suponen, a ve­ces, los poderes culturales locales que nada en­tienden pero se subrogan el entendimiento. Pa­ra muestra nos abochornamos un poco ante la necedad redonda del pabellón de Asturias, que sigue sin entender de qué va nada, y tampoco lo pregunta, como si el Pajares fuese un pedrusco que se llevase sobre la frente.

* * *

Nos da un ataque de risa invencible y salimos a la enramada de la Casa de Campo, no quiero que cojamos el coche, sino subir andando por los costados de los Jardines del Moro.

La risa se me corta con el frío que baja del Guadarrama que nos acuchilla el optimismo en finas tiras que suben al cielo goyesco, como de tapiz ajado.

Le cuento a Félix lo de Solana y la cola de los maletillas. Mira, le digo, cuando todo el arte es­té protegido, organizado y tutelado comenzará a hacerse de verdad en las cárceles y los manico-mios.

ePor el cielo zumba el helicóptero de Apollinaire azul y futurista.