De La Gramatología

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De la gramatología, de Jacques Derrida En la filosofía del siglo XX cobró prominencia aquello que vino a llamarse el ‘giro lingüístico’. Muchos filósofos, especialmente aquellos de habla inglesa, decidieron suspender sus discusiones sobre los temas tradicionales de la filosofía, y prefirieron concentrarse en el lenguaje. Pues, según se alegaba, antes de entrar a discutir temas filosóficos, es necesario aclarar los conceptos, en vista de que muchas discusiones filosóficas reposan sobre confusiones lingüísticas. Así, a partir de este giro lingüístico, los filósofos dieron gran valor a la claridad y la precisión en el lenguaje. Y, según argumentaban, un lenguaje claro y preciso será precisamente conducirá al refinamiento de la razón. Pero, lamentablemente, a partir de mediados del siglo XX, aparecieron los filósofos postmodernistas, y se opusieron al predominio de la razón, tal como había sido defendido por los ilustrados del siglo XVIII. Quien se opone al predominio de la razón, obviamente empezará por oponerse a la claridad del lenguaje. Y, ése es precisamente un punto de partida para muchos postmodernistas. Los ilustrados y sus herederos intelectuales han confiado en la capacidad del lenguaje para reflejar el mundo, como plataforma para promover el predominio de la racionalidad. Los postmodernistas, por su parte, han preferido sostener que el lenguaje nunca podrá reflejar el mundo, y muchos deliberadamente buscan confundir para ratificar su postura frente a las pretensiones del lenguaje como representación clara del mundo. Jacques Derrida encabezó el ataque postmodernista en contra de la claridad del lenguaje. De la gramatología, publicada en 1967, es su obra más importante. Ahí, en un estilo opaco y casi ininteligible, intentó analizar las posturas en torno al lenguaje, procedentes de autores tan variados como Rousseau, Levi Strauss y Saussaure, entre otros.

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De la gramatología, de Jacques Derrida

En la filosofía del siglo XX cobró prominencia aquello que vino

a llamarse el ‘giro lingüístico’. Muchos filósofos, especialmente aquellos de habla

inglesa, decidieron suspender sus discusiones sobre los temas tradicionales de la

filosofía, y prefirieron concentrarse en el lenguaje. Pues, según se alegaba, antes de

entrar a discutir temas filosóficos, es necesario aclarar los conceptos, en vista de que

muchas discusiones filosóficas reposan sobre confusiones lingüísticas.

Así, a partir de este giro lingüístico, los filósofos dieron gran valor a la claridad y la

precisión en el lenguaje. Y, según argumentaban, un lenguaje claro y preciso será

precisamente conducirá al refinamiento de la razón. Pero, lamentablemente, a partir

de mediados del siglo XX, aparecieron los filósofos postmodernistas, y se opusieron al

predominio de la razón, tal como había sido defendido por los ilustrados del siglo

XVIII.

Quien se opone al predominio de la razón, obviamente empezará por oponerse

a la claridad del lenguaje. Y, ése es precisamente un punto de partida para muchos

postmodernistas. Los ilustrados y sus herederos intelectuales han confiado en la

capacidad del lenguaje para reflejar el mundo, como plataforma para promover el

predominio de la racionalidad. Los postmodernistas, por su parte, han preferido

sostener que el lenguaje nunca podrá reflejar el mundo, y muchos deliberadamente

buscan confundir para ratificar su postura frente a las pretensiones del lenguaje como

representación clara del mundo.

Jacques Derrida encabezó el ataque postmodernista en contra de la claridad del

lenguaje. De la gramatología, publicada en 1967, es su obra más importante. Ahí, en

un estilo opaco y casi ininteligible, intentó analizar las posturas en torno al lenguaje,

procedentes de autores tan variados como Rousseau, Levi Strauss y Saussaure, entre

otros.

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El punto central de De la gramatología es un ataque en contra de lo que

Derrida denomina ‘logocentrismo’. La palabra ‘logos’, en griego, significa ‘palabra’,

pero también ‘razón’. Obviamente, los griegos entendieron que el lenguaje y le

pensamiento van de la mano. Derrida considera que, en la civilización occidental, se ha

privilegiado lo racional por encima de lo irracional, y esto, a su juicio, constituye una

forma de violencia.

Al conceder privilegio al logos, opina Derrida, la civilización occidental ha

asumido que el lenguaje tiene la capacidad de reflejar el mundo nítidamente, pero

según él, esto dista de ser evidente. La razón y el lenguaje operan con base en

oposiciones binarias. Por ejemplo, cuando hablamos de alguien, asumimos que, o está

vivo, o está muerto. Pero, Derrida sostiene que podemos ubicar conceptos que desafían

el orden de estas oposiciones binarias; en nuestro caso, por ejemplo, alguien podría no

estar ni vivo ni muerto, sino ser un zombi.

Derrida llama ‘indecidibles’ a los elementos que no encajan en nuestras

categorías de pensamiento. Y, según su propio testimonio, su principal objetivo en la

filosofía ha sido buscar indecidibles, de manera tal que coloquen en jaque las bases que

reposan sobre las oposiciones binarias. La racionalidad es un intento por ordenar el

mundo en categorías. Derrida considera que aquello que él llama ‘logocentrismo’ ha

consistido en dividir al mundo en pares binarios (tal como hace la lógica), y privilegiar

a un elemento por encima del otro (hombre vs. mujer, occidental vs. oriental,

colonizador vs. colonizado, etc.). Derrida intenta subvertir el orden logocéntrico,

buscando elementos que no encajen nítidamente en sus categorías.

En realidad, lo que Derrida intenta hacer con un lenguaje evocador de bombos y

platillos, ya ha sido adelantado por varios lógicos, en un lenguaje mucho más claro.

Uno de los tres principios fundamentales de la lógica es el del ‘medio excluido’ (los

otros dos principios son el de identidad y el de no contradicción). Según este principio,

si una proposición no es verdadera, entonces su negación sí debe serlo, y viceversa.

Como corolario de esto, el principio de bivalencia sostiene que una proposición, o es

verdadera, o es falsa. No es admisible una tercera opción. Algunos lógicos han

considerado que podemos prescindir de estos principios si permitimos una ‘lógica

difusa’ que permite diversos grados de verdad. Bajo esta lógica, una proposición podría

no ser verdadera, pero tampoco falsa, sino medianamente verdadera, y en términos

matemáticos, podría asignársele un valor de verdad de 0,5 (0 sería ‘falso’ y 1 sería

‘verdadero’).

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Esto no es trivial, pero el aporte de Derrida sí lo es. Pues, además del hecho de

que ya muchos lógicos han discutido los méritos y desméritos de la lógica bivalente, es

innecesario el lenguaje tan confuso en que Derrida intenta expresar este punto.

Derrida hace un alboroto de algo que ya los promotores de la lógica difusa venían

manejando.

Ahora bien, Derrida parte de una crítica plausible a la lógica tradicional, pero la

extiende a campos en los que claramente es ilícito hacerlo. Derrida sostiene que,

cuando el ‘logocentrismo’ opera con base en pares binarios, ejerce una forma de

violencia al excluir a los elementos que no encajan en esos pares. Esto ya empieza a

sonar como un disparate. Cuando hablamos de ‘violencia’, el común de las personas

piensa en asesinatos, violaciones y guerras, no en procedimientos de la lógica. Quizás

el principio del tercero excluido sea erróneo, pero sostener que el uso de este principio

es ‘violento’, es ir demasiado lejos.

Derrida ha llegado a sostener que el tipo de exclusión que se emplea en las

oposiciones binarias es el mismo tipo de exclusión en contra de mujeres, negros,

homosexuales, y demás grupos socialmente marginados. Esto ya es un disparate en

pleno sentido. La exclusión en lógica es muy distinta a la exclusión política, y el alegre

salto de una esfera a otra no parece ser lícito.

Al atacar a los principios de la lógica tradicional, Derrida también pretende atacar la

búsqueda de la verdad en sí misma. De hecho, Derrida considera que cualquier

presunción de que existe una verdad contrapuesta a la falsedad es en sí misma

logocéntrica, y de nuevo, opera con base en la oposición binaria verdad-falsedad. Así,

la búsqueda de la verdad es igualmente excluyente y tiránica, y en función de eso, es

más conveniente abandonar la pretensión de encontrar la verdad. Esto ha servido de

fundamento para que hoy en día esté muy en boga la idea según la cual la verdad no

existe en un sentido universal, sino que la distinción entre lo verdadero y lo falso en

relativa a cada contexto. Así, posturas como las de Derrida ya no son disparatas, sino

que también empiezan a aparecer nihilistas. Si no existe la verdad, ¿qué queda

entonces?

Derrida es al menos consecuente (y para ello, parece haber empleado los principios

deductivos de la lógica, una obvia concesión al ‘logocentrismo’ que él mismo critica) en

entender que, para atacar el ‘logocentrismo’, debe atacar el corazón de la racionalidad:

el lenguaje. Hay una tradición filosófica estimable que ha intentado colocar límites a

las pretensiones y alcances del lenguaje. Quizás de forma ingenua, algunos filósofos

han confiado en que el lenguaje es una representación clara de la realidad, o que en

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todo caso, es posible formular un lenguaje que represente el mundo de una manera fiel

y nítida. Por ello, ha sido estimable la labor de algunos filósofos para señalar algunas

de las limitaciones del lenguaje.

Pero, el intento de Derrida ya va demasiado lejos, y raya en lo disparatado. Para

empezar, Derrida sostendría que la distinción entre sentido y sinsentido es una

instancia de las oposiciones binarias que él denuncia y, por extensión, una forma de

violencia. Así, quien enuncia frases sin sentido estaría revirtiendo el orden tiránico del

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