De Allende a Ohiggins Orlando Millas · obrero, el marxismo en Chile, la Unidad Popular, Salvador...

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1 De O´HIGGINS a ALLENDE Orlando Millas Libros del Meridión-Ediciones Michay Los años de la dictadura han sido en Chile años de tergiversación y desinformación en capítulos fundamentales de su historia. O porque se ocultan hechos, o porque se los mutila y deforma, acomodándolos a las necesidades ideológicas y políticas del régimen. Desde el empleo abusivo de un O'Higgins que el dictador trata de convertir en figura emblemática propia, hasta la supresión lisa y llana de acontecimientos, personajes e instituciones, cuya presencia histórica se querría borrar de la memoria de los chilenos. Este libro se propone, justamente, salir al encuentro de algunos de estos trastornos. No tiene, advierte su autor, «la pretensión de exponer sistemáticamente nuestra historia». Se limita a «rescatar polémicamente, en debate abierto, determinados grandes momentos de ella», algunos del repertorio histórico clásico, como O'Higgins, Portales o Balmaceda, pero en particular, los de los períodos más recientes: Recabarren, el movimiento obrero, el marxismo en Chile, la Unidad Popular, Salvador Allende. ORLANDO MILLAS, ex-diputado y ex-ministro del gobierno de Allende, es miembro de la dirección central del Partido Comunista de Chile. Periodista, ha sido director del diario El Siglo y de la revista teórica Principios. Es autor del libro El humanismo científico de los comunistas. Vive en el exilio desde el golpe de Estado de 1973. La obra creadora de Luis Emilio Recabarren Sobre la base sólida de la constitución en Chile de un fuerte proletariado, se planteó a comienzos de nuestro siglo el joven obrero Luis Emilio Recabarren, de oficio tipógrafo, establecer un movimiento clasista revolucionario de nuevo tipo, que contara con su partido de clase, con una organización sindical clasista unitaria, con prensa obrera y con un desarrollo ideológico elevado. A ello dedicó su vida. Trabajó tenaz e incansablemente. En pocos años consiguió los objetivos que se había trazado. Eso fue posible, entre otras razones, porque era un formidable impulsor del trabajo colectivo y formó miles de discípulos surgidos de la entraña misma de la clase obrera. Las organizaciones sindicales alcanzaron cierto auge en el país desde fines de la penúltima década del siglo pasado. En 1890 se fundó la Federación Internacional Minera y contó en sus filas con varios sindicatos chilenos. En 1891 se formó en Valparaíso la Gran Unión Marítima y en Tarapacá la Confederación de Sociedades Obreras. Pero, el paso a un sindicalismo clasista, revolucionario y unitario se dio en 1900 al nacer la Mancomunal de Obreros. Recabarren fue llamado por la Mancomunal y se puso a su servicio, inicialmente para publicarle en Tocopilla un periódico.

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De O´HIGGINS a ALLENDE Orlando Millas Libros del Meridión-Ediciones Michay Los años de la dictadura han sido en Chile años de tergiversación y desinformación en capítulos fundamentales de su historia. O porque se ocultan hechos, o porque se los mutila y deforma, acomodándolos a las necesidades ideológicas y políticas del régimen. Desde el empleo abusivo de un O'Higgins que el dictador trata de convertir en figura emblemática propia, hasta la supresión lisa y llana de acontecimientos, personajes e instituciones, cuya presencia histórica se querría borrar de la memoria de los chilenos. Este libro se propone, justamente, salir al encuentro de algunos de estos trastornos. No tiene, advierte su autor, «la pretensión de exponer sistemáticamente nuestra historia». Se limita a «rescatar polémicamente, en debate abierto, determinados grandes momentos de ella», algunos del repertorio histórico clásico, como O'Higgins, Portales o Balmaceda, pero en particular, los de los períodos más recientes: Recabarren, el movimiento obrero, el marxismo en Chile, la Unidad Popular, Salvador Allende. ORLANDO MILLAS, ex-diputado y ex-ministro del gobierno de Allende, es miembro de la dirección central del Partido Comunista de Chile. Periodista, ha sido director del diario El Siglo y de la revista teórica Principios. Es autor del libro El humanismo científico de los comunistas. Vive en el exilio desde el golpe de Estado de 1973. La obra creadora de Luis Emilio Recabarren Sobre la base sólida de la constitución en Chile de un fuerte proletariado, se planteó a comienzos de nuestro siglo el joven obrero Luis Emilio Recabarren, de oficio tipógrafo, establecer un movimiento clasista revolucionario de nuevo tipo, que contara con su partido de clase, con una organización sindical clasista unitaria, con prensa obrera y con un desarrollo ideológico elevado. A ello dedicó su vida. Trabajó tenaz e incansablemente. En pocos años consiguió los objetivos que se había trazado. Eso fue posible, entre otras razones, porque era un formidable impulsor del trabajo colectivo y formó miles de discípulos surgidos de la entraña misma de la clase obrera. Las organizaciones sindicales alcanzaron cierto auge en el país desde fines de la penúltima década del siglo pasado. En 1890 se fundó la Federación Internacional Minera y contó en sus filas con varios sindicatos chilenos. En 1891 se formó en Valparaíso la Gran Unión Marítima y en Tarapacá la Confederación de Sociedades Obreras. Pero, el paso a un sindicalismo clasista, revolucionario y unitario se dio en 1900 al nacer la Mancomunal de Obreros. Recabarren fue llamado por la Mancomunal y se puso a su servicio, inicialmente para publicarle en Tocopilla un periódico.

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Las Mancomunales constituyeron una creación del proletariado chileno, cuando aún no contaba con su partido de clase. Las Mancomunales fueron algo así como sindicatos unitarios; pero, a la vez, en las condiciones de la época, cuando sólo se podía actuar abiertamente en los puertos y, en cambio, los centros mineros se encontraban sometidos al despotismo patronal más feroz, las Mancomunales tenían ciertos caracteres de vanguardia de la clase. De otra parte, a través de sus periódicos y de una intensa actividad cultural e ideológica, educaron a grandes contingentes obreros y promovieron en escala de masas la conciencia de clase. Estaban atentas al desarrollo nacional e internacional de la lucha social. Fueron escuelas de internacionalismo proletario. Uno de los acontecimientos que siguieron con mayor interés fue la Revolución Rusa de 1905. Sobre ella formularon diversas declaraciones, le dedicaron amplio espacio en sus periódicos, lanzaron un vibrante llamamiento en que sostuvieron que «la honrosa actitud del pueblo ruso merece el aplauso unánime del mundo civilizado», y organizaron colectas para enviarle una ayuda material. Trabajando con las Mancomunales y editando sus órganos de prensa, Recabarren echó las bases del moderno movimiento revolucionario chileno. Debió afrontar muchas dificultades, penurias, persecuciones, carcelazos y destierros. Varias veces la reacción empasteló y destruyó las modestas imprentas instaladas con un enorme esfuerzo. En Tocopilla dirigió de 1903 a 1905 el periódico El Trabajo, de la Mancomunal. Después del proceso contra la Mancomunal de Tocopilla, en 1906 fue elegido diputado; pero, la mayoría reaccionaria de la Cámara se negó a recibirlo en su seno y anuló su mandato. Nuevamente perseguido, debió vivir algunos años en Argentina, donde continuó teniendo destacada actuación en el movimiento obrero. Durante gran parte de la vida del Partido Comunista de Chile y hasta hace pocos años, sus himnos oficiales eran indistintamente la "Internacional» y el «Canto a la Pampa», que se entonaban uno al comienzo y otro al final de sus actos y se entrelazaban en los desfiles. En los funerales obreros era habitual cantar a media voz, en el momento en que se colocaba el féretro en el nicho o en la tierra, el «Canto a la Pampa». Fue la feroz masacre de la Escuela Santa María de Iquique, el 21 de diciembre de 1907 la que conmovió profundamente a la clase obrera, le presentó en sus verdaderos caracteres el odio de clase de la burguesía y le mostró la grandeza y significación de sus propias tareas revolucionarias. Esa masacre ha sido descrita en el «Canto a la Pampa», en el libro de Recabarren La Huelga de Iquique-La teoría de la Igualdad, en la obra de Alejandro Venegas Sinceridad, en la novela de Volodia Teitelboim Hijo del Salitre, en las memorias de Elias Lafertte tituladas Vida de un Comunista y en la «Cantata Popular Santa María de Iquique» de Luis Advis. Después de la masacre surgió arrolladoramente la proposición de constituir un partido capaz de conducir a la clase obrera y al pueblo al triunfo sobre sus opresores. Recabarren, que estaba exiliado en Argentina, lo propuso en un artículo que publicó el periódico La Voz del Obrero de Tocopilla el 13 de enero de 1908. El proceso de gestación del nuevo partido fue laborioso. Considerando las experiencias anteriores, Recabarren optó porque se desarrollase sin apresuramientos, sólidamente y en consulta a todos los obreros a través del país. Primero, hubo un intento materializado en una escisión del Partido Democrático, derivando su ala proletaria a la formación de un partido de clase. Pero, antes de avanzar por ese camino, Recabarren quiso conocer la experiencia internacional más profundamente.

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Había estado largamente en Argentina y algún tiempo en Uruguay. Se decidió a visitar Europa. Alternó con los partidos socialistas de la época existentes en España, Francia y Bélgica. Llegó hasta la Internacional Socialista, que funcionaba en Bruselas. Allí estaba Lenin, a quien conoció. Supo de los grandes problemas que preocupaban entonces al movimiento revolucionario en la esfera internacional. Consiguió que la Internacional Socialista, con el voto favorable entre otros del Partido Bolchevique representado por el propio Lenin, aprobara la incorporación a sus filas del partido que recién se estaba gestando en Chile. A su regreso, no adoptó decisiones precipitadas. Volvió a sus labores en la prensa obrera y en el movimiento sindical. Promovió un gran debate en el seno de la clase obrera sobre el carácter del nuevo partido. Entre los asuntos que sometió a estudio estaba el nombre del partido y propuso que se denominara en primer término «obrero», pudiendo ser «obrero socialista» Desestimó los nombres de «socialista» a secas, «social democrático» o «democrático socialista», porque adujo que debía diferenciarse desde la partida de las corrientes reformistas que había visto desarrollarse en algunos partidos europeos y con las cuales discrepaba. Otro tema que desarrolló fue la comprensión de que el calificativo de «obrero» se refería a la misión histórica liberadora de la clase obrera y a su carácter internacional; pero, de ninguna manera excluía del nuevo partido a quienes, sin ser obreros, hiciesen suyos los intereses y la tarea emancipadora de la clase obrera. En los actos del Primero de Mayo de 1912 se plantearon, finalmente, en todo el país, los lineamientos de la fundación del partido revolucionario de clase. En las semanas siguientes se fue estableciendo orgánicamente en cada centro proletario. En el mismo mes de mayo sucedió en Punta Arenas. El 4 de junio se efectuó en Iquique la asamblea de representantes de todas las organizaciones surgidas en Tarapacá y dieron vida al partido, con participación de Recabarren y de una serie de compañeros, entre los que figuró Elias Lafertte. Posteriormente, se resolvió considerar esa fecha, el 4 de junio, como la de la fundación a nivel nacional. Están próximos a cumplirse setenta años de este acontecimiento . El Partido Obrero Socialista impulsó importantes luchas obreras, entre ellas las célebres huelgas «del mono» contra la exigencia de un carnet de identidad que permitía hacer efectivas las listas negras de trabajadores y la «del tarro» por el derecho de los ferroviarios a colación. Ante la guerra imperialista, asumió una posición consecuente, de denuncia de tal carácter imperialista que asumía, de lucha en su contra, de oposición a que Chile fuese arrastrado a ella y de planteamiento de una política revolucionaria en la batalla por la paz. El primer Congreso del Partido Obrero Socialista se realizó en Santiago, el 1." de Mayo de 1915. Atendiendo a la traición de los líderes de importantes partidos socialdemócratas que se enrolaron en la guerra imperialista, el Congreso decidió expresamente proclamar su independencia respecto a la Segunda Internacional. Uno de los miembros del Comité Central elegido en ese Congreso, Carlos Flores Ugarte, señaló en sus «recuerdos de lucha» que: «El Congreso discutió el nombre que debería tener nacionalmente el partido, ya que las secciones indistintamente se llamaban socialistas u obrero socialistas. La mayoría de las secciones, apoyadas por Recabarren, decidieron que el partido debía llamarse Obrero Socialista, sobre todo para diferenciarse de los partidos socialdemócratas europeos, acerca de cuya traición a la causa del proletariado habló Recabarren ».4

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La Revolución Socialista de Octubre fue apoyada de inmediato por el Partido Obrero Socialista y por todo el movimiento obrero chileno. Se le sintió como un acontecimiento que iniciaba una nueva época y el contingente educado por Recabarren se decidió a participar plenamente en esa nueva época. Recabarren estaba en Argentina, donde no existía un partido como el Obrero Socialista, sino el viejo Partido Socialista; pero muy pronto se organizó el Partido Socialista Internacionalista, en cuya primera dirección participó Recabarren y que, más adelante, adoptó la denominación de Partido Comunista de la Argentina. En Chile se procedió en la misma forma. Durante un periodo, el Partido Obrero Socialista promovió las luchas correspondientes a la profunda crisis económica, social y política que se vivía en el país, levantando en alto unánime y firmemente la bandera de la solidaridad con la revolución soviética. Se convocó al III Congreso del partido y éste, en Valparaíso, en diciembre de 1920, resolvió cambiar la denominación de Partido Obrero Socialista por la de Partido Comunista de Chile, aceptar y aplicar las veintiuna condiciones de la Internacional Comunista, solicitar el ingreso a ella y que estos acuerdos se aplicasen a medida que fueran ratificados por las secciones del partido. Todas ellas lo hicieron sin excepción. En la campaña parlamentaria de 1921, los candidatos del partido fueron presentados como comunistas y en calidad de tales resultaron electos diputados Luis Emilio Recabarren y Luis Víctor Cruz. Los periódicos del partido pasaron a ostentar en sus portadas la inscripción: «Órgano del Partido Comunista de Chile». El 2 de enero de 1922, al inaugurarse el Cuarto Congreso, se dejó constancia de que se había completado la adopción del nombre y de la calidad de Partido Comunista. Esta es la fecha, identificada con la presencia del Partido Comunista de Chile en nuestra patria, de la que se conmemoraron los sesenta años. La construcción del partido Hernán Ramírez Necochea distingue, en la vida del Partido Comunista de Chile, un período inicial, que se extiende desde el 2 de enero de 1922 al 26 de julio de 1931 cuando fue derribada la dictadura del general Carlos Ibáñez. Durante esos diez años se construyó en lo fundamental el partido, asimilando el leninismo y estructurando la orga-nización a base del centralismo democrático. Es importante consignar que se trató de diez años de severas pruebas. En ellos el partido vivió sucesivamente condiciones diversas; primero, la etapa de surgimiento y aplicación de las resoluciones del Congreso de Rancagua de 1922, bajo el gobierno reformista burgués de Arturo Alessandri, durante el cual tuvieron lugar feroces masacres de trabajadores y represiones, alternadas con el ejercicio de la demagogia social; segundo, la etapa de los golpes de Estado militares y de los gobiernos efímeros del propio Alessandri retornando al poder y de Emiliano Figueroa; y, tercero, la dictadura militar desde 1927. En ese decenio fue un gran acontecimiento la visita de Luis Emilio Recabarren a la Unión Soviética y su participación en congresos de la Internacional Comunista y de la Internacional de Sindicatos Rojos. Recabarren conoció la realidad soviética y la dio a conocer en Chile en las columnas del diario La Nación, de amplio tiraje, en innumerables conferencias en los centros obreros de Norte a Sur del país y en su libro

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Rusia obrera y campesina. Estableció los cimientos de la actitud de nuestra clase obrera de plena solidaridad combativa con el gran país soviético. El partido ratificó oficialmente en el Congreso de Rancagua su adhesión a la Internacional Comunista y, como lo expresa textualmente el voto allí aprobado, acordó «constituirse en Sección Chilena de la Internacional Comunista, aceptando sus tesis y luchando por el triunfo de su causa, que es la causa de las clase proletaria.» Este internacionalismo ha sido una constante en toda su vida. En el Congreso de Rancagua se formuló, además, una importante declaración de principios como partido comunista. Por eso, aparece plenamente justificada la importancia asignada en la vida del movimiento obrero chileno al 2 de enero de 1922. Pero, a la vez, el 2 de enero de 1922 sólo comenzó la realización de algunas inmensas tareas en la construcción del partido. Una de ellas se cumplió en la esfera orgánica del propio partido. Consistió en darse una estructura leninista, de partido de nuevo tipo, asentado en el funcionamiento de sus células, con centralismo democrático y cuyos órganos de dirección sean verdaderamente colectivos. El Congreso de Rancagua mantuvo los Estatutos del Partido Obrero Socialista. Su modificación fue impuesta por la vida, al crecer las responsabilidades del Partido Comunista en el curso de una lucha de clases muy aguda. De hecho, la aplicación real de las nuevas normas orgánicas vino a ponerse en práctica durante la dictadura del general Ibáñez. Ésta logró asestar duros golpes al partido y detuvo a los miembros de la dirección central y sucesivamente a quienes los reemplazaban. Era evidente que había infiltraciones a alto nivel, lo que se comprobó más adelante, cuando un grupo de dirigentes entró en colaboración abierta con la dictadura y su aparato policial y derivó a formar la denominada «Izquierda Comunista». Pero, no se trataba sólo de la dirección. En la base, el viejo sistema de las secciones, que eran verdaderas asambleas, impedía al partido actuar en condiciones de seguridad. Por eso se debió hacer todo de nuevo en el terreno orgánico. Afirmándose en el Comité Regional de Valparaíso se estableció una nueva dirección y se reconstruyó al partido con una organización celular. En lo fundamental, entonces, se puso en marcha el sistema de funcionamiento del partido que rige hasta el día de hoy y ha permitido afrontar las más diversas condiciones de lucha. Otra de las grandes tareas abordadas en esos años fue el desarrollo de la política de alianza de clases alrededor del proletariado. Recabarren se preocupó personalmente de impulsar el trabajo del partido hacia el campesinado y, simultáneamente, hacia los empleados, los profesionales y las capas medias. El partido organizó amplios y combati-vos movimientos de masas de arrendatarios en relación a los problemas de la vivienda y de consumidores en relación a los problemas de la alimentación, que sellaron la alianza con la clase obrera de vastas masas populares urbanas. Puede decirse que en esos años se puso en práctica un criterio de unidad en la base social y de movilización de masas que impregnó hasta el día de hoy al partido. Pero, de ninguna manera el partido se construyó al margen del conjunto del movimiento político dado en el país. Además del partido de la clase obrera, en Chile había y hay otros partidos, surgidos en determinadas circunstancias históricas como expresión de diversas capas sociales y de determinados pensamientos. Desde su nacimiento, el Partido Comunista de Chile aprendió a promover acuerdos, bloques y frentes para llevar adelante el cumplimiento de objetivos comunes.

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En 1921, estando acordada la transformación del Partido Obrero Socialista en Partido Comunista de Chile, se hizo todo lo posible por establecer una especie de Frente Popular con el Partido Democrático y la Federación Obrera de Chile, la central sindical, en la forma de un Partido del Trabajo, federado, en que cada componente asumiera autónomamente responsabilidades conjuntas. En septiembre de 1925 obtuvo el acuerdo de las fuerzas de Izquierda para realizar la Convención Nacional de Asalariados, que proclamó la candidatura presidencial de José Santos Salas, precursora de las candidaturas de Salvador Allende en 1952, 1958, 1964 y 1970. De otra parte, con flexibilidad, siempre se ha concertado también pactos políticos y compromisos, con el criterio leninista sobre esta materia. Por ejemplo, en el mismo año 1921 las candidaturas a diputados del partido fueron en lista única con la Alianza Liberal, que entonces conformaba el gobierno reformista recién establecido, llevando como plataforma conjunta el respeto de las conquistas y de los derechos de la clase obrera y la libertad de los presos políticos. Puede decirse, con todo, que el asunto fundamental abordado tesoneramente en la construcción del partido fue el de su educación teórica y política, acerándolo en la asimilación del leninismo. Bajo la dictadura de Ibáñez, sometido a una represión implacable, el partido se fogueó, forjándose en la lucha una pléyade de dirigentes obreros capaces de superar las condiciones de ilegalidad y mantener vivo el vínculo con las masas y la organización clandestina, encabezada por Galo González y entre los cuales se destacaron Manuel González Vilches, Juan Chacón Corona, Juan Vargas González, Guillermo Labaste, Víctor Contreras Tapia, Andrés Escobar y tantos más. Mucho de sus vidas modestas es hoy legendario y ha dejado enseñanzas indelebles. Carlos Contreras, Ricardo Fonseca, Galo González y Luis Corvalán La continuidad histórica con la obra de Luis Emilio Recabarren estuvo representada ante las grandes masas de la clase obrera por la presencia al frente del partido, como su exponente máximo durante un cuarto de siglo, de Elias Lafertte, obrero de una capacidad inmensa de abnegación y sacrificio por la causa proletaria y dotado a la vez de una extraordinaria calidad como orador de masas y conductor de multitudes. En Vida de un Comunista, Elias Lafertte narra con extremada modestia su existencia como trabajador minero del salitre que fue asumiendo la representación sindical, parlamentaria y política de su clase. Pero ése es sólo un reflejo pálido. La verdad es que varias generaciones de trabajadores chilenos se educaron en la lucha de clases guiados por él, como personero del partido y continuador de Recabarren, y formándose en su ejemplo. Además, en los últimos cincuenta años, la dirección colectiva del partido ha estado encabezada por cuatro secretarios generales: Carlos Contreras Labarca, Ricardo Fonseca, Galo González y Luis Corvalán. Se vinculan a sus nombres jalones importantes de una trayectoria revolucionaria sin tregua. Durante la secretaría general de Luis Corvalán se creó el cargo de subsecretario general, que ha desempeñado José González, Oscar Astudillo y Víctor Díaz.

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La obra del partido se expresa en el inmenso desarrollo del movimiento popular chileno. No es una obra sectaria, sino de búsqueda y obtención de la unidad, de la organización, de la movilización y de la lucha del conjunto de la clase obrera y, en alianza con ella, de los más vastos contingentes populares, de las fuerzas de la cultura, de la juventud, de las capas medias y de todos cuantos están por la libertad y por el progreso. El partido concibe el avance hacia el socialismo concitando la acción común de los amplios sectores cuyos intereses y anhelos son afectados por el imperialismo y por la oligarquía. El partido se jugó entero por darle a Chile el Frente Popular que gobernó desde 1938 a 1942, la Alianza Democrática que continuó el cumplimiento de sus tareas, el Bloque de Saneamiento Democrático que en 1958 obtuvo una notable ampliación de los derechos del pueblo, y la Unidad Popular que llevó adelante los mil días de la revolución chilena desde 1970 a 1973. El partido levanta hoy la bandera de la Unidad Popular, apoya el reagrupamiento de los ocho partidos de la Izquierda y plantea el consenso de todos los sectores antifascistas y el entendimiento sin exclusiones de la oposición a la tiranía. A la vez, el partido es celoso de su independencia como partido de clase, cuya fuerza reside en la lucha de masas. En su formación desempeñaron un papel inolvidable grandes debates que reafirmaron su carácter revolucionario. Luis Corvalán hace notar, por ejemplo, en su libro Ricardo Fonseca, combatiente ejemplar, uno de ellos, diciendo: «A partir de 1945, la figura de Ricardo adquiere relieves de gigante. Da un aporte extraordinario a la lucha por la línea del partido, por la independencia política del proletariado y de su partido, por la formación de un Partido Comunista de tipo bolchevique.»5 Otra de las grandes preocupaciones del partido en estos decenios ha sido la de ahondar en la investigación, el estudio, el análisis y la comprensión científica de la realidad nacional. Ya la plataforma propuesta por el partido y aprobada por la candidatura de José Santos Salas en 1925 planteó los problemas de fondo de esa época. Los Congresos, las Conferencias Nacionales y los Plenos del Comité Central realizados en el último medio siglo han profundizado certeramente en esta materia. Ahora mismo, la crisis económica que azota al régimen fascista ha sorprendido a mucha gente engañada por la propaganda de la tiranía; pero no a los comunistas, que desde hace años venimos denunciando las transformaciones ocurridas en el país, las contradicciones que corroen al sistema y el carácter adquirido en él por la reproducción del capital, dependiente al extremo del imperialismo y sujeto a una suma concentración y centralización. El Partido Comunista de Chile nació enarbolando, con la clase obrera, la bandera del antiimperialismo. Y ésta ha sido una constante absolutamente invariable de toda su existencia. Incontables veces ha habido incomprensiones de otros sectores populares ante su intransigencia antiimperialista, aunque los hechos no han tardado en darle la razón. Se ha tildado, por algunos críticos, de sectaria o de estrecha y dogmática su actitud y su desvelo por concebir la lucha y la unidad sobre la base del antiimperialismo y, sin embargo, la Historia ha demostrado que esa concepción era y es correcta. Se han levantado argumentos de todo tipo contra la línea de liberación nacional. Muchos asuntos de estos sesenta años han parecido meras querellas de tendencias, atribuidas a la sola contraposición de criterios reformistas burgueses, populistas, democratacristianos, positivistas racionalistas, socialdemocratistas, democráticos liberales, cristianos, anarquistas, ultraizquierdistas o de otras posiciones ideológicas, con los criterios comunistas y, sin embargo, con la perspectiva del tiempo se puede

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observar que no hay razones para que los contingentes populares educados en diferentes escuelas de pensamiento no colaboren con los comunistas y que, en cambio, lo que ha solido perturbar la unidad ha sido, más bien, la proclividad de unos u otros, en determinadas circunstancias, a la conciliación con el imperialismo y que esto, con mayor razón, ha ocurrido a trotskistas y maoístas. Fue lo que sucedió cuando el Partido Comunista, por ejemplo, enfrentó a la dictadura del general Ibáñez en los años del 27 al 31 y muchos de sus aliados se separaron para colaborar con ese régimen, que sirvió al asentamiento del imperialismo norteamericano como heredero en el país de las posiciones anteriormente detentadas por los imperialistas británicos y germanos. Algo similar ocurrió cuando Oscar Schnake rompió al Frente Popular levantando la bandera del panamericanismo o cuando Bernardo Ibáñez quebró a la C.T.CH. y promovió el gobierno del «Tercer Frente» como eco de las primeras manifestaciones de la «guerra fría». Y tales influencias se hicieron evidentes en el gobierno de «concentración nacional» (radicales, conservadores, liberales y socialistas), anticomunista, del traidor González Videla. Lamentablemente, la falta de claridad respecto del carácter fundamental del problema del imperialismo y de la definición antiimperialista siguió presente en el apoyo de fuerzas populares a la candidatura y al gobierno de 1952 a 1958 del general Ibáñez. La solidez, consecuencia y proyección histórica de la unidad socialista-comunista forjada con la participación destacada de Salvador Allende consistió, precisamente, en haberse construido sobre una base inequívocamente de enfrentamiento al imperialismo y de concentración de fuerzas antiimperialistas encabezadas por la clase obrera. Hoy suelen surgir todavía en ciertos sectores antifascistas incomprensiones sobre el papel del imperialismo en el putsch de septiembre de 1973 y en el respaldo a la tiranía y tales confusiones pesan negativamente sobre el proceso unitario. La verdad es que el antiimperialismo constituye un asunto fundamental en razón de que él plantea la oposi-ción con el enemigo más calificado de nuestro país y de nuestro pueblo. La experiencia hace evidente que, al sostener una firme conducta antiimperialista, el Partido Comunista de Chile postula una orientación patriótica, avanzada y democrática que hace posible concertar la unidad de las fuerzas que están por la libertad y el progreso. La fortaleza del partido se ha puesto en claro al mantenerse sumamente cohesionado, con una unidad férrea, afrontando las grandes victorias y las grandes derrotas, las responsabilidades ayer de la participación destacada en un gobierno revolucionario y hoy la represión fascista. Nada ha podido quebrantarlo. Cada momento de su Historia ha sido sometido por él a una crítica y autocrítica severa, rigurosa, con vistas siempre a superar las debilidades y continuar adelante con mayor experiencia e ímpetu revolucionario. Entre las características invariables del partido ha estado siempre y está en forma muy nítida su definición internacionalista, su solidaridad con todas las causas nobles de la humanidad, su permanente preocupación por la cohesión del movimiento comunista internacional, su claridad sobre el papel de la Unión Soviética y de la comunidad de países socialistas, su unidad combativa con la Cuba socialista y la Nicaragua emancipada, su apoyo a todas las luchas de los pueblos, su intransigencia ante el imperialismo y la reacción. Junto a sus decenas de miles de militantes agrupados en sus células, combaten integrados en el partido con su ejemplo y su lección moral los miles de mártires caídos en cada período de su larga lucha. En este momento de la vida de nuestra nación, el Partido Comunista de Chile ha planteado el derecho del pueblo a la rebelión contra la tiranía. En esta reivindicación, sostenida conjuntamente con nuestros aliados, se expresan mil formas de lucha de masas, de combate

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intenso, de reagrupamiento de fuerzas y de voluntad decidida de avanzar —como ha expresado Luis Corvalán— con la razón y la fuerza.

Un eminente político obrero Algunos autores pretenden presentar la aparición del marxismo en América Latina como un fenómeno posterior a Recabarren. Intentan ignorarlo. La verdad estricta es que antes de Recabarren ya habia marxismo y, por lo tanto, marxistas en América Latina. Lo singular de su obra consistió en que reivindicó el carácter revolucionario del marxismo, se colocó en las posiciones de Lenin, inició la aplicación del marxismo al análisis de la realidad latinoamericana y específicamente chilena y puso el acento en la organización política y sindical de la clase obrera y en el desarrollo de su propia prensa. Los cargos contra Recabarren Hay autores que buscan discrepancias, revisionismo, un «marxismo distinto». Para ellos, Recabarren es una decepción. En años en que todavía en Chile nada estaba claro, él se orientó tenazmente, en una indagación conmovedoramente honesta, por la verdad que iba asimilando, pronunciándose por la ciencia y abordó al marxismo con mucha seriedad, como obrero, como luchador social, como hombre comprometido. Los que andan a la caza de pensamientos distintos revestidos de un falso aderezo pretendidamente marxista, prefieren a Víctor Raúl Haya de la Torre. En cambio, Recabarren les parece monótono, lo acusan de no recurrir a las extravagancias y lo tildan de «vulgarizador», no dándose cuenta de que así hacen referencia a su éxito asombroso en la tarea que se impuso de hacer asequible el marxismo y educar en él a grandes masas de obreros autodidactas, muchos de ellos inicialmente analfabetos, que lo asimilaron y se guiaron creadoramente por sus enseñanzas para el desarrollo de trascendentales procesos sociales. Hubo, a la inversa, en cierto momento, quienes formularon a Recabarren otras infundadas críticas. A comienzos de los años 30 en el propio Partido Comunista de Chile llegó a decirse y hasta se recogió en un documento de una Conferencia Nacional que Recabarren habría tenido demasiado apego a ciertas formas sindicales, parlamenta-rias y políticas de acción tradicionales, objetando por esto su definición leninista. Pero ese disparate terminó siendo rectificado muy luego. La labor de Recabarren era indudablemente de vanguardia, abrió caminos inéditos, construyó instrumentos de lucha colectiva no conocidos antes en el país, consiguió avances inconmensurables, rompió con las tradiciones atrasadas y afirmó las positivas, actuando con realismo, trabajando con las masas tal como eran y elevándolas en el curso de los combates sociales. Así fue realmente leninista, no por la repetición de fórmulas sino por el impulso revolucionario efectivo. De otra parte, la propaganda burguesa y pequeñoburguesa acusa a Recabarren, como de un pecado atroz, de haber abogado por el internacionalismo proletario y de haberlo practicado invariablemente. Éste es un asunto en que conviene detenerse, porque se trata de una afirmación que encuentra asidero en viejos prejuicios, incomprensiones, atraso cultural y malentendidos. Contra el internacionalismo proletario vocifera Pinochet; pero, además, lo hacen políticos burgueses demócratas, mucha gente desinformada e incluso personalidades de la Izquierda que le contraponen lo que denominan «autonomía» y que a veces más bien parece provincianismo y concesiones a la propaganda antiobrera. La verdad es que el internacionalismo proletario de Recabarren corresponde estrictamente a su concepción de clase, a su posición obrera, a su

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comprensión de nuestra época. De ninguna manera contradijo, sino que dio mayor fuerza a su planteamiento de las reivindicaciones de los trabajadores y en favor de una gran política que sacase a Chile del atraso y de la decadencia y lo condujese al socialismo. Algunos van más lejos en la negación del pensamiento de Recabarren. Le echan en cara que haya sido marxista. Los más sinceros lo hacen, sin más rodeos, como reaccionarios que son. Otros usan un len-guage melifluo, se dicen de Izquierda y sostienen que Recabarren mostró apego a los trabajos teóricos de Marx y por ello no habría tenido originalidad. El razonamiento que aducen es el que parte de las consideraciones de Juan Carlos Portantiero, sociólogo que, refiriéndose a los años de la Segunda Internacional y los de la creación de la Internacional Comunista, plantea: «Ya a partir de aquel momento inicial se pone el problema de escoger entre una "aplicación" del pensamiento marxista a la realidad latinoamericana o su directa "producción" por parte de las realidades locales.»6.En otro tomo de la misma pretenciosa Historia del Marxismo en que apareció inicialmente la elucubración de Portantiero, un ensayo escrito por José Aricó creyó posible despachar al conjunto de los marxistas latinoamericanos del periodo inicial de la Internacional Comunista asegurando: «El socialismo de raíz marxista fue sobre todo la expresión ideológica y política de las clases obreras urbanas de origen migratorio.»7. Esta tesis, basada en una incomprensión del marxismo que llega a acusarlo de eurocentrista se desarrolla en el libro de José Aricó Marx y América Latina.8 Tales autores y sus seguidores dejan de lado el hecho de que en América Latina la actual formación económica social es capitalista y que el acierto de aquellos que asimilaron el marxismo en nuestros países desde el siglo pasado y, en el caso de Chile, la grandeza de Recabarren reside en que percibieron este asunto fundamental y, en razón de ello, recurrieron para el análisis de la realidad al pensamiento científico que había desentrañado la esencia explotadora de la burguesía, el carácter históricamente transitorio del capitalismo y el papel del proletariado como principal fuerza motriz de los cambios sociales y de la superación de este régimen, o sea como clase esencialmente revolucionaria. Es evidente que tuvo la razón Recabarren fue el primer marxista chileno. Al comenzar su actividad revolucionaria, a fines del siglo pasado, era muy confusa la interpretación de la realidad chilena. Los autores liberales y conservadores, que llenaban el escenario, se referían en términos despectivos a la clase obrera. Y Recabarren se orientó sin vacilaciones a considerar que el principal protagonista de la vida nacional era y cada día sería más, precisamente, esta clase obrera. Muchas apariencias presentaban ese juicio suyo como excéntrico y, según algunos, como absurdo. Sin embargo, fue Recabarren quien supo discernir bien, contra la opinión predominante abrumadoramente entonces. Ya en el siglo pasado entró a trabajar personalmente como obrero y casi de inmediato, muy joven, adquirió conciencia de clase. Dedicó su existencia a la organización sindical y política de la clase obrera y a sostener sus reivindicaciones y sus planteamientos en los terrenos periodístico, publicístico, político, cultural, teórico e ideológico.

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La clase obrera chilena venia de antigua data. Nació en el período colonial, a medida que los tres mercados regionales encerrados en sí mismos en La Serena, Santiago y Concepción que atendían no sólo sus necesidades sino también las de las fuerzas militares trabadas en la guerra de Arauco y una parte de las del Perú, llegaron a constituir, sobre la base del desarrollo más rápido del producto bruto en Santiago, un mercado nacional de características dependientes, dominado y en que se desataron pronunciados desequilibrios internos, particularmente en la segunda mitad del siglo XVIII. En el siglo XIX la clase obrera fue creciendo en razón del desenvolvimiento de centros urbanos, de la realización de obras públicas y, sobre todo, de la formación de importantes centros mineros. La revolución de la Independencia dio en todo esto un notable impulso. ¿De dónde vino la clase obrera chilena? José Aricó afirma que era urbana y de origen migratorio, generalizando así, al margen de un análisis serio, un fenómeno propio sólo del Río de la Plata y más tarde también del Brasil y Venezuela. En Chile los extranjeros llegaron a ser en 1895 apenas el 2,8% de la población o sea 79.056, su mayor aumento se experimentó desde entonces hasta 1907 en que alcanzaron al 4,2% con 139.524 y después fueron más bien descendiendo, en el censo de 1920 a 3,2% con 120.436, en el censo de 1930 a 2,5% con 105.463 y en el censo de 1940 a 2,2,% con 107.273.9 Corrobora este antecedente el ritmo de crecimiento de la población chilena durante el siglo pasado y el actual. Lo cierto es que la clase obrera salió en gran medida de la pauperización de los pequeños propietarios campesinos a causa de la división de sus predios por herencias y de su incapacidad para afrontar la crisis y las malas cosechas derivadas de factores climáticos, que los conducían a endeudarse con los terratenientes hasta caer en la necesidad de proletarizarse. ¿En qué se ocuparon inicialmente como asalariados estos antiguos campesinos lanzados al mercado de mano de obra a vender su fuerza de trabajo? En su mayor número como obreros mineros; pero, también, en las obras públicas, en la construcción especialmente de ferrocarriles y, en algunos períodos, en la industria, que en todo caso tuvo durante todo ese siglo presencia evidente, aunque con altibajos. Hernán Ramírez Nccochea ha desentrañado muchas de las expresiones del desarrollo del proletariado chileno del siglo XIX. La disertación doctoral de Hernán Villablanca en la Universidad de Belgrado ante la Facultad de Ciencias Políticas, presentada en 1983, ha calculado la magnitud y las proporciones de la población trabajadora y específicamente de los obreros en el total de la población activa chilena del período anterior a Recabarrcn y de los primeros años de su actuación en que se forjó como marxista. De acuerdo a las conclusiones a que llegó Villablanca, los datos son los siguientes:10 1) La suma de los terratenientes y de los capitalistas alcanzaba al 3,9% de la población activa en 1854, al 6.5% en 1875 y al 7,8% en 1907. 2) Los pequeños productores eran en 1854 el 46,4% de la población activa, en 1875 el 40,6% y en 1907 el 38,2%. 3) Las otras capas medias correspondían en 1854 al 1,7% de la población activa, en 1875 al 2,4% y en 1907 al 9,2%. 4) Los trabajadores fueron en 1854 el 47,6% de la población activa, en 1875 el 48,9% y en 1907 el 42,3%.

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5) Los trabajadores agrícolas eran en 1854 el 63,9% de los trabajadores, en 1875 el 58,2% y en 1907 el 57,6%. 6) Los inquilinos eran en 1854 el 10,0% de los trabajadores, en 1875 el 11,3% y en 1907 el 12,3%. 7) El grueso de los trabajadores en la esfera de la agricultura eran gañanes, que en 1854 constituían el 46,2% de los trabajadores del país, en 1875 el 44,6% y en 1907 el 45,3%. 8) El resto de los trabajadores de la agricultura estaba constituido por otros jornaleros, arrieros, leñadores, borriqueros, viñadores, hortelanos y carboneros. 9) El personal doméstico de sirvientes de casa particulares y lavanderas alcanzó en 1854 al 27% de los trabajadores, en 1875 al 31,4% y en 1907 al 28,9%. y 10) Los obreros fueron en 1854 el 9,1 % de los trabajadores (distribuidos en: los obreros industriales el 0,8%, los obreros mineros el 6,5%, los obreros de la construcción el 1,2% y los obreros del transporte y distribución el 0,6%), en 1875 el 10,4% de los trabajadores (distribuidos en: los obreros industriales el 0,7%, los obreros mineros el 6,9%, los obreros de la construcción el 1,8% y los obreros del transporte y la distribución el 1,0%), y en 1907 el 13,5% de los trabajadores (distribuidos en: obreros industriales el 2,0%, obreros mineros el 6,5% y obreros del transporte y la distribución el 5,0%, sin disponerse de datos de ese año de los obreros de la construcción). La apreciación de Recabarren se demostró correcta. La clase obrera pasó a tener a continuación un peso ascendentemente superior en la vida nacional y creció no sólo numéricamente, sino, también, orgánicamente y en su influencia política y cultural en la sociedad chilena. Lo que se desarrolló más fue la clase obrera urbana, siendo siempre importante, además, el proletariado minero. Es interesante observar el aumento del porcentaje de población urbana del país en el último cuarto del siglo pasado y los primeros decenios del actual. La población urbana alcanzó en 1875 al 27% del total, en 1885 al 30.6%, en 1895 al 38%, en 1907 al 43,2%, en 1920 al 46,4%, en 1930 al 49,4% y en 1940 al 52,5%. (Corfo, Geografía, II, pág. 118). En 1930 trabajó en la agricultura el 38,2% de la población activa, en la industria el 15,7%, en la minería el 5,9%, en la construcción el 4,3% y en la pesca el 0,3%. En ese año trabajó en servicios personales el 15,7% de la población activa, en el comercio de bienes el 8,7%, en servicios de utilidad pública y transporte (rubro que incluye indis-cutiblemente a un alto porcentaje de obreros) el 6,5%, en servicios estatales el 3,9% y en finanzas el 0,7%. (Corfo. Geografía, II, pág. 160). En tan corto lapso se había producido un gran cambio en la composición de la población activa examinada en la disertación doctoral de Hernán Villablanca. La mujer llegó a constituir en 1930 el 21,7% de la población activa, siendo el 53,2% en los servicios personales, el 26,6% en la industria, el 9,7% en la agricultura, el 7,9% en el comercio y el 2,6% en las otras actividades. (Corfo. Geografía, II, págs. 163, 164). Hay que considerar que los datos de 1930 ya fueron afectados por la crisis cíclica, alcanzando en ese momento la cesantía al 9,4% de la población activa. (Corfo. Geografía, II, pág. 167). Las crisis de las metrópolis repercutieron, al imponerse la dominación imperialista, en la economía chilena en forma evidente. Asi ocurrió en 1884-1886, 1889-1892, 1895-1897, 1900-1902, 1906-1907, 1910-1911, 1914-1915, 1919-1921, 1930-1932, 1938-1940. (Corfo. Geografía, II, pág. 354). El hecho de que Recabarren haya afirmado su actividad de organización revolucionaria y de fundación de prensa obrera en primer término en las faenas mineras y en el

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conjunto de las grandes provincias mineras, particularmente del salitre, para asentarla también a continuación en el carbón, en Magallanes y otras zonas y sólo durante la primera guerra mundial y después de ella llegar a darle un centro de dirección en Santiago y Valparaíso, corresponde a la situación objetiva, apreciada por él con gran certeza. Durante todo el siglo XIX revistió en Chile inmensa importancia la actividad minera y el proletariado minero desempeñó un papel siempre avanzado en la lucha social. Pero, además, hasta la mitad del siglo pasado la intervención estatal favoreció directa e indirectamente un incipiente desarrollo industrial. En el tomo III de la Geografía Económica de Chile que hemos venido citando, Max Noli anota: «El proceso de industrialización realizado hasta la mitad del siglo pasado se hizo a base de definidas formas de intervención estatal directa e indirecta. El Estado otorgó facilidades a los capitales extranjeros y a la inmigración e hizo posible la instalación de diversas industrias, merced a franquicias tributarias, aduaneras, crediticias y, en ciertos casos, a subsidios directos a la producción. A pesar de esta política proteccionista, la industria nacional debió siempre afrontar la competencia de los productos extranjeros, lo que en un mercado de por sí estrecho se tradujo en un crecimiento lento en ese sector. Después de los decenios de los presidentes BuInés y Montt, el grado de protección se fue debilitando. Ello determinó un retroceso de la actividad» (pág. 153). Es incuestionable el papel de la clase obrera urbana en la Sociedad de la Igualdad y en múltiples grandes luchas a través del siglo XIX, pero, en el último cuarto de siglo y más notoriamente después de la Guerra del Pacífico, en el salitre se concentraron los grandes núcleos obreros del país. Recabarren no vio en esta correlación algo definitivo sino que, al contrario, atendió y dio respuesta con la creación del Partido Obrero Socialista más adelante denominado Partido Comunista de Chile y de la Federación Obrera de Chile (F.O.CH.) al desenvolvimiento multifacético en Chile de la formación económico-social capitalista. * * * Recabarren nació en Valparaíso, entonces primer puerto del océano Pacífico, en 1876, en una familia de pequeños comerciantes modestos, con parientes artesanos y obreros. Se educó, siempre en Valparaíso, en una escuela de la congregación de los salesianos, cuyos esta-blecimientos educacionales han atendido de preferencia ya desde entonces a la formación de obreros calificados y artesanos. A los catorce años de edad comenzó a trabajar como obrero tipógrafo, el oficio de toda su vida. Durante el primer decenio de su actividad como político obrero, Recabarren, muy joven, entró a militar en el Partido Demócrata y a la vez dedicó una actividad tesonera a las organizaciones proletarias de masas existentes en esa época y a la prensa de avanzada. Ingresó en 1894 en el Partido Demócrata y muy poco después contrajo matrimonio. Fue colaborador, en primer término, de EL Martillo de Santiago y muy pronto de La Democracia, semanario que era el órgano Oficial del Partido Demócrata, para el cual efectuó un reportaje sobre el tema más interesante de ese fin de siglo, o sea, sobre las condiciones de vida de los obreros de la pampa salitrera. Así descubrió el centro vital en que afirmaría su monumental obra de organización, educación y movilización de un movimiento obrero revolucionario. En el Partido Demócrata había obreros, artesanos, pequeña burguesía. Era el gran partido de la izquierda, que protagonizó amplias movilizaciones combativas de masas por reivindicaciones populares. Su declinación posterior, al imponerse en su seno posiciones oportunistas y separarse de él la clase obrera, no debe hacer olvidar su garra combativa del siglo pasado. En él, Recabarren levantó sin demora la bandera de una política de clase, anticapitalista.

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Al asumir en 1900 la dirección de La Democracia, planteó como objetivo «aplastar para siempre a nuestros eternos opresores y al grito de regeneración social hacer efectiva la igualdad ante la ley, proclamando el comunismo y la fraternidad universal».11. En 1903 dirigió, dándole ese tono, al Partido Demócrata en Valparaíso, conduciéndolo a una gran victoria electoral, que hizo diputado a Angel Guarello y alcanzó mayoría en la Municipalidad. La reacción se vengó encarcelando al joven dirigente de avanzada durante tres meses. Las principales organizaciones de masas de los trabajadores, en Santiago, Valparaíso y otras ciudades se formaron durante los últimos decenios del siglo XIX en los moldes de sociedades de socorros mutuos, inicialmente con predominio entre sus miembros de artesanos pero a las que se integraban cada vez en mayor número los obreros, llegando a ser algunas de ellas fundamentalmente, proletarias y que dirigieron importantes huelgas. La coordinación de esas sociedades en organismos como la Liga de Sociedades Obreras de Valparaíso fue el germen de las futuras centrales sindicales. Recabarren entró a actuar en su seno con todo el cuerpo, apasionada y laboriosamente. En 1903 obtuvo que las sociedades mutualistas de Valparaíso convocasen al Congreso Social Obrero y lo designasen presidente de su Comisión Organizadora. El Congreso Social Obrero de 1903 proyectó ante los obreros la experiencia singular de las mancomunales surgidas en la zona salitrera. Recabarren conoció poco antes la primera de ellas, la Combinación Mancomunal de Obreros fundada por Iquique. Hernán Ramírez Necochea describe el papel de la Mancomunal en estos términos: «Surge como una institución estrictamente proletaria; según sus estatutos, para ser miembro de ella se requería "pertenecer a la clase obrera"'; se configura como entidad altamente combativa y, por ello, para encauzar las luchas proletarias. Rápidamente, siguiendo el modelo de la Mancomunal de Iquique se fundan otras especialmente en las provincias del Norte. Por sus caracteres y su organización, asi como también por su aguerrido comportamiento, las Mancomunales atrajeron a importantes masas proletarias; en sus filas militaron hombres que llegaron a destacarse como grandes dirigentes de la clase obrera, entre los cuales sobresalió LuisEmilio Recabarren. En el Norte especialmente en las oficinas salitreras, existió una particular forma de organización representada por los llamados "'comités obreros" que actuaron como verdaderos sindicatos: organizaron huelgas, plantearon reivindicaciones de todo tipo, lucharon por obtener reconocimiento como agrupaciones representativas de los trabajadores y mantuvieron vinculaciones con otras organizaciones proletarias." 12 Las Mancomunales constituyeron un paso trascendental en el desarrollo de la organización obrera en Chile. Asimilaron las experiencias de las tradicionales sociedades mutualistas que tuvieron en el país un papel sumamente destacado y, también, las de las «uniones de protección al trabajo» derivadas, principalmente en los puertos, en «sociedades de resistencia» y «uniones de resistencia». Las Mancomunales diferenciaron a artesanos y obreros y se formaron exclusivamente por éstos. Además, en las condiciones peculiares de la explotación salitrera, se propusieron establecer en las ciudades un núcleo fuerte y sólido de dirección del movimiento obrero, que tenía un periódico, editaba folletos, desarrollaban en un local intensas actividades culturales, organizaba también a las mujeres y a los niños de las familias proletarias y mantenía una atenta preocupación por los acontecimientos nacionales e internacionales, pronunciándose sobre ellos desde el punto de vista de clase. Pero, las Mancomunales no se limitaban a ser las organizaciones de los obreros de la ciudad y a dirigir directamente sus luchas, sino que a la vez coordinaban y promovían «comités obreros», a veces clandestinos y que pugnaban por actuar a cara descubierta y aún por ser reconocidos en cada «oficina salitrera», que es como se designaba a las empresas mineras del salitre. Así, de hecho, las Mancomunales fueron simultáneamente organización sindical y en sus núcleos centrales de la ciudad respectiva la vanguardia política de

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la clase. Aún militaban los dirigentes obreros más destacados en el Partido Demócrata y por intermedio de este daban las luchas electorales; pero, cada vez más se trasladaba su quehacer propiamente político a las Mancomunales. Asi se vivió una transición relativamente prolongada en que, sin precipitaciones pero con una orientación muy clara, se fue forjando lo que llegaría a ser el partido de vanguardia de la clase obrera, nacido de su entraña. De esa forma de avanzar a su futura fundación derivó que, una vez alcanzada, subsistiera durante un tiempo algún grado de confusión entre la organización partidaria y la organización sindical, cuyas esferas fueron diferenciándose sólo más adelante. Los delegados de la Mancomunal de Tocopilla al Congreso Social Obrero en 1903 tenían el encargo de ganarse a Recabarren para que fuera a trabajar con ellos. Mediante fondos recolectados centavo a centavo adquirieron una imprenta y le solicitaron editar en ella un periódico semanal, que se llamaría El Trabajo. Con él se inició la etapa decisiva de la labor de Recabarren en los grandes centros de concentración obrera de la pampa salitrera. El 18 de octubre de 1903 se publicó el primer número de El Trabajo. En treinta años de actividad, de 1894 a 1924, Recabarren creó el movimiento obrero clasista educado en el marxismo-leninismo, con una sólida conciencia revolucionaria, patriótica e intemacionalista, dotado de un partido de vanguardia, adiestrado en la organización sindical unitaria, dispuesto a promover trascendentales cambios. Todo lo fue haciendo meticulosamente, con una laboriosidad y una constancia admirables, basándose en el trabajo permanente de movilización de las masas. Es notable cómo se afirmó, sin desmayos, en las antiguas sociedades mutualistas entregándoles mayores perspectivas, aprendiendo de sus experiencias y enseñándoles a pasar a niveles su-periores de actividad y cómo se insertó en el viejo Partido Demócrata, también con respeto a sus tradiciones positivas pero al mismo tiempo planteando a sus contingentes obreros metas revolucionarias. Su método fue el de hacerlo todo con las masas, valorizar lo alcanzado hasta entonces y partir de ello. El secreto de que en un lapso relativamente breve alcanzara éxitos sorprendentes, dejando en el pueblo chileno huellas que nada ha podido borrar y sembrando semillas de una fertilidad tan notable, consiste en que desde el primer momento se orientó sin vacilaciones a desarrollar orgánica, cultural, política e ideo-lógicamente a la clase obrera como la fuerza capaz de renovar la vida, de transformar la sociedad, de hacer la Historia. No fue un tribuno de elocuencia arrebatadora, sino un tribuno profundamente convincente, un educador, un maestro de multitudes que llegaba con su palabra y con su ejemplo al corazón de cada obrero, uno a uno y lo impulsaba a pensar por sí mismo y a actuar colectivamente. Hijo de la clase obrera chilena, llegó a ser padre de un movimiento obrero renovado, moderno, clasista, revolucionario. El Internacionalismo Proletario en Chile Uno de los asuntos que define el pensamiento, la obra y la proyección histórica de Recabarren es la fusión en él de patriotismo e internacionalismo como una sola definición y actitud. Desde los tiempos de la Independencia, cuando los padres de la Patria fueron convencidos intemacionalistas y luchaban como tales, este concepto había sido sepultado paulatina pero inexorablemente. Incluso, formas

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burdas de patrioterismo y de chovinismo entraron a campear, presentando al internacionalismo como algo sospechoso y execrable. Recabarren salió al paso de tales posiciones reaccionarias. La polémica es viva hasta hoy y seguirá siéndolo sobre este asunto esencial. Recabarren, a través de sus discípulos, continúa combatiendo en este frente. La estrategia del imperialismo mundial asigna una importancia fundamental al combate contra el internacionalismo proletario. Realiza, a! respecto, ingentes esfuerzos políticos, diplomáticos, ideológicos, propagandísticos y conspirativos. Modifica constantemente sus tácticas de división ideológica y las completa y conjuga, manteniendo una preocupación singular por la lucha tenaz, implacable, variada y multifacética tendiente a socavar la línea del internacionalismo proletario. Esto se explica porque la solidaridad y la conexión recíproca de los destacamentos nacionales de la clase obrera y de los torrentes del proceso revolucionario mundial son un asunto esencial en el enfrentamiento de los pueblos contra el imperialismo. En el internacionalismo proletario se expresa la ley general de la lucha de clases. En el Manifiesto del Partido Comunista, Carlos Marx y Federico Engels, al fundamentar la afirmación de que los comunistas somos «el sector más resuelto de los partidos obreros de todos los países», «el sector que siempre impulsa adelante a los demás» y que tenemos teóricamente «sobre el resto del proletariado la ventaja de "nuestra" clara visión de las condiciones, de la marcha y de los resultados generales del movimiento proletario», invocaron en primer término el hecho de que «en las diferentes luchas nacionales de los proletarios» destacamos y hacemos valer «los intereses comunes a todo el proletariado, independientemente de la nacionalidad.»13 Estos intereses comunes se desprenden de las leyes inmanentes de la propia producción capitalista, analizadas científicamente por Marx en El Capital, y de su comprobación de que «paralelamente con esta centralización del capital o expropiación de muchos capitalistas por unos pocos, se desarrolla en una escala cada vez mayor la forma cooperativa de! proceso de trabajo, la aplicación técnica consciente de la ciencia, la explotación sistemática y organizada de la tierra, la transformación de los medios de trabajo en medios de trabajo utilízables solo colectivamente, la economía de todos los medios de producción al ser empleados como medios de producción de un trabajo combinado, social, la absorción de todos los países por la red del mercado mundial y, consecuencia de esto, el carácter internacionalista del régimen capitalista.»14 Los publicistas al servicio del imperialismo despliegan toda su imaginación en aducir argumentos para aislar a los partidos comunistas, separarlos, escindirlos, contraponerlos sobre bases geopolíticas, presentar como contradictorias las tarcas que respectivamente abordan y desarrollar fuerzas centrifugas en el movimiento comunista internacional. Sin embargo, para todo comunista es evidente que el marxismo leninismo no puede concebirse al margen del internacionalismo. Recabarrcn enfrentó sin vacilaciones el tema, en polémica con los que le acusaban de antipatriota. Y lo hizo en términos comprensibles y compartidos de inmediato por las grandes masas de su clase. En 1914 sostuvo una discusión pública en un teatro de Iquique con el director del diario El Nacional sobre «patria y patriotismo». Allí dijo: «Quisiéramos ver todas las banderas del mundo formando un hermoso conjunto abrazadas con la internacional, símbolo grandioso de paz.» Y explicó: «Qué hermoso es saber amar a la humanidad, a la patria, a la familia. Amar asi es el socialismo. Amar a la patria amando la patria de los otros hombres es amar a la humanidad. Eso es el patriotismo socialista. Amando las patrias ajenas, si asi podemos hablar, conquistaremos el amor de los patriotas de los otros países para nuestra patria. Odiar a la patria ajena es provocar el odio para nuestra patria. Yo no quiero que nadie odie mi patria, por eso amo las patrias de todos. ¡Asi, amamos la patria!» 15

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Ya los Estatutos de la Primera Internacional proclamaron que «la emancipación del trabajo no es un problema nacional o local, sino un problema social que comprende a todos los países en que existe la sociedad moderna», dada la verificación, expuesta en su Manifiesto Inaugural, de que «la experiencia del pasado nos enseña cómo el olvido de los lazos fraternales que deben existir entre los trabajadores de los diferentes países, que deben incitarles a sostenerse unos a otros en todas sus luchas por la emancipación, es castigado con la derrota común de sus esfuerzos aislados.»16. Desde el Manifiesto de 1848. que ha cumplido 137 años, el lema de siempre de los comunistas es «Proletarios de todos los países, ¡unios!». El enfoque leninista del internacionalismo proletario se basa en estas posiciones de principios al abordar el proceso revolucionario contemporáneo en su carácter histórico, concreto y dialéctico, en interconexión con las demás fuerzas democráticas y poniendo el acento en la transformación de la realidad, en la creación de una correlación de fuerzas cada vez más favorable a la democracia, la liberación nacional y social, la paz y el socialismo. El Internacionalismo Proletario es una fuente de energías para cada Partido Comunista. El imperialismo, al atacar al internacionalismo proletario, busca el debilitamiento de cada Partido Comunista.Los comunistas chilenos estimamos que no son dos asuntos diferentes nuestra linea política marxista-leninista en relación a los problemas específicos y las tareas singulares de la revolución chilena, de una parte, y nuestra inquebrantable posición internacionalista proletaria, de la otra parte. Invariablemente, nuestro partido ha considerado estos dos aspectos como una unidad indisoluble, inseparable. No estaríamos en condiciones de abordar acertadamente la solución positiva de nuestros problemas a nivel nacional si no tuviéramos como criterio superior, en primer plano, los intereses, las apreciaciones y los ideales de la clase obrera, lo cual implica antes que todo su internacionalismo. A la vez, no seríamos intemacionalistas consecuentes si no desplegásemos los máximos esfuerzos por apreciar científicamente nuestra realidad concreta y actuar en sus marcos con la mayor eficiencia. Nuestra experiencia nos indica que una actitud de principios, ajena a toda veleidad oportunista, es la base de un desarrollo sólido de las fuerzas del partido y de la clase obrera y de la aplicación creadora de la política de alianzas. Luis Emilio Recabarren hizo nacer al partido de las entrañas de la clase obrera chilena, en los grandes centros de producción, primordialmentc en aquellos marcados por la dominación directa del imperialismo y que constituyeron sus enclaves clásicos en la economía nacional. Allí hasta el trabajador más atrasado sentía que su lucha enfrentaba a un sistema mundial y se orientaba a la fraternidad, la solidaridad y el internacionalismo con todos los que combatían al enemigo común. Por eso mismo, la Gran Revolución Socialista de Octubre tuvo en ese medio un eco profundo y poderoso, inextinguible. La transformación del antiguo Partido Obrero Socialista en Partido Comunista de Chile, dirigida por Recabarren, fue un proceso en que la asimilación del leninismo y la bolchevización del partido de clase no se discutieron sólo en sus filas, sino que dieron lugar a un amplio debate en el conjunto de los rangos de la clase, incluso en sus organizaciones sindicales de masas. Desde entonces, en cada nueva situación que ha encarado el movimiento revolucionario mundial los comunistas chilenos, guiándonos por las enseñanzas de Recabarren, hemos tenido presente en cuál lado de la barricada nos encontramos siempre la abrumadora mayoría de nuestra clase ha visto claro. Asi ha sido, estando vivo Recabarren, en los días de la Revolución de Octubre, y en los años de la lucha contra la intervención extranjera que trataba de ahogar al naciente poder soviético y en los días de la N.E.P. y la reconstrucción, y así ha seguido siendo, después de él, en todo el período entre las dos guerras mundiales y de edificación del socialismo en la Unión Soviética, en los momentos cruciales de la segunda guerra mundial y de la gran guerra patria del pueblo soviético, al surgir el sistema socialista mundial, en la etapa de

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la «guerra fría», en las condiciones de coexistencia pacífica y de lucha por la distensión y el desarme y, ahora, ante la reanimación con Reagan de una contraofensiva agresora. En cada una de estas situaciones han surgido encrucijadas difíciles, asuntos complejos y con ello, la necesidad imperiosa de definirse, de ser nosotros mismos, lo que exige mantener una inquebrantable posición de principios y guiarse por los criterios internacionalistas de nuestra clase. Enfrentado cada situación nueva, nos ha ayudado siempre preguntarnos cómo habría actuado Recabarren y basarnos en la aplicación rigurosa de sus enseñanzas internacionalistas. En efecto, una tarea permanente es dar respuesta al imperialismo en relación a los problemas de cada día, a sus expresiones concretas. De otra forma, se debilita la conciencia de la clase obrera, se atenta contra la cohesión y fortaleza. Toda concesión al enemigo cuesta cara. Podría citar miles de ejemplos. Entre ellos está el de hace diecisie-te años, al ocurrir los acontecimientos de Checoslovaquia. En Chile se desarrollaba entonces una áspera lucha política, que convergía hacia las elecciones parlamentarias generales de comienzos del año 1969. Hubo en 1968 grandes huelgas de obreros y de empleados, incluso un Paro Nacional, enfrentamientos en el campo, avances de la Reforma Agraria, situaciones difíciles en el seno de las Fuerzas Armadas, movimientos de ocupación de tierras y sitios urbanos exigiendo y conquistando viviendas para miles de familias, el ascenso de la lucha por la Reforma Universitaria, un auge de la actividad de las Juntas de Vecinos y de los Centros de Madres. En estas circunstancias, cada partido y cada fuerza veían en las elecciones con que se iniciaría el año siguiente una especie de barómetro que estaba llamado a registrar las condiciones básicas con vistas, a su vez, a la elección presidencial de 1970, que todos coincidían en estimar sería una prueba de fuego y el nudo del desarrollo de los acontecimientos por mucho tiempo. Durante ese curso de la contienda interna por el poder, todos los medios de propaganda reaccionaria pusieron el grito en el cielo ante los acontecimicntos de Checoslovaquia y exigieron a cada partido y, en especial, al comunista pronunciamientos contra la Unión Soviética y los : demás países que habían entregado su ayuda a la defensa de las conquistas socialistas de la clase obrera checoslovaca. Los políticos y los publicistas vinculados al imperialismo pusieron este asunto en primer plano; pero, la clase obrera es influyente y aguerrida y está educada en el internacionalismo proletario. Los demás partidos políticos actuaron guiados por otrás motivaciones de clase y algunos fueron sorprendidos sin alcanzar a hacer un examen completo de lo que ocurría. Pero el Partido Comunista resolvió de inmediato asumir posiciones a la ofensiva. Publicó una declaración respaldando firmemente la actitud de la Unión Soviética y de los otros países vecinos y aliados de Checoslovaquia que apoyaron a su régimen socialista. Organizó una concentración en el mayor estadio cerrado de Santiago, el Caupolicán, transmitida por una amplia cadena de emisoras de radio a todo el país, en que el secretario general del partido, compañero Corvalán, expuso nuestra solidaridad internacionalista proletaria en defensa de las conquistas sociales del pueblo checoslovaco. Todos los dirigentes del partido fuimos movilizados a foros de televisión en que discutimos con los dirigentes de los otros partidos, a audiciones radiales y a diversos actos de masas y reuniones de debate en las fábricas, los sindicatos, las escuelas universitarias y las poblaciones. Las Juventudes Comunistas salieron a la calle y enfrentaron valerosamente a las bandas fascistas que intentaban efectuar agitación y agresiones antisoviéticas. La prensa reaccionaria sacó la conclusión apresurada de que estábamos solos, porque en los foros, las mesas redondas y los demás debates éramos

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controvertidos por los representantes tanto de los partidos aliados nuestros como de los partidos reaccionarios. Sin embargo, no estuvimos nunca solos, porque en la clase obrera se nos comprendió y respaldó decididamente. Lo cierto es que elevamos la moral de combate de los sectores revolucionarios de la sociedad chilena. Eso fue sumamente importante. Vinieron las elecciones de 1969. En ellas pasaron a primer plano los asuntos internos controvertidos en Chile; pero, también, se siguió discutiendo sin tregua sobre lo ocurrido en Checoslovaquia. El Partido Comunista de Chile experimentó un gran crecimiento de sus fuerzas, elevó el número de votos obtenidos, aumentó su porcentaje electoral y obtuvo más senadores y más diputados que en cualquiera de los parlamentos anteriores. Se afianzó como el más importante partido de la Izquierda. Todo ello lo puso al servicio del entendimiento de las fuerzas progresistas alrededor de la clase obrera y fue un factor determinante de la constitución de la Unidad Popular, de la victoria de 1970 y del gobierno del presidente Salvador Allende. Hubiera sido diferente si el Partido Comunista de Chile hubiese entrado en la competencia de los partidos dedicados a formular críticas antisoviéticas. En ese terreno, ajeno a él, tenía todas las de perder, porque los reaccionarios y ciertos sectores pequeñoburgueses son allí los amos. En todo caso, se guió sólo por consideraciones de principios. Por lo demás, quien quisiera expresarse en posiciones antisoviéticas y, por lo tanto, anticomunistas, es difícil que estimase su mejor intérprete a los comunistas, dado que evidentemente hay otros que son auténticamente antisoviéticos. En cambio, habríamos contribuido peligrosamente a establecer la confusión en nuestro propio campo, a abrir cauces a las calumnias imperialistas, a prestigiar los infundios del enemigo. Si no hubiésemos cooperado adecuadamente al enfrentamiento en nuestro país con las campañas del imperialismo contra otros destacamentos del movimiento obrero, en verdad nos habríamos negado nosotros mismos la colaboración en cuanto a que nuestra clase obrera esté consciente de la gran base material de respaldo que representa el socialismo real para el movimiento revolucionario de la época actual. Esta manera de conducirse la aprendió la clase obrera chilena de su maestro Luis Emilio Recabarren. Cuando él comenzó su actividad en la zona salitrera, que pasó a un plano superior desde que se trasladó a Tocopilla en 1903, estaba fresca la Guerra del Pacifico y aún permanecía sin solución el conflicto respecto de Tacna y Arica, que sólo llegó a resolverse más de un cuarto de siglo después. Tarapacá había sido provincia peruana y Antofagasta boliviana. El chovinismo constituía allí pan de cada día. La mayoría de los obreros del salitre eran chilenos procedentes de los campos de Atacama, Coquimbo y Aconcagua e incluso de más al Sur, pero también había numerosos obreros peruanos y bolivianos, como era lógico, ya que constituían la antigua población de esa región. Los capitalistas salitreros, entre los que predominaban los ingleses y alemanes, promovían el odio entre unos y otros trabajadores y financiaban «Ligas Patrióticas» de matones que, a pretexto de un supuesto chilenismo, agredían a los trabajadores bolivianos y peruanos y a los chilenos que solidarizaban con ellos. A Recabarren se le acusó de «vendido al oro peruano» y las «Ligas Patrióticas» empastelaron las imprentas en que publicaba perió-dicos obreros, porque su prédica y su acción resaltaban la fraternidad de los pueblos y la lucha contra los explotadores. En los éxitos del proceso revolucionario chileno de los años 1970 a 1973 y, ahora, en la capacidad para resistir al fascismo y promover el reencuentro y la unidad de los chilenos

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no fascistas, desempeña un papel fundamental el que nuestro partido, nuestra clase obrera y otras vastas capas de nuestro pueblo estemos educados en el internacionalismo proletario. Esto no impide el desarrollo de las alianzas, la acción conjunta con fuerzas que son ajenas al internacionalismo proletario y la unidad con ellas. Al participar en tales alianzas, la clase obrera necesita expresarse con independencia y a la vez con flexibilidad, sin negar la esencia de su proyección histórica, sino precisamente afirmán-dola. Ésta es la garantía de la seriedad de dichas alianzas, de su carácter creador, de su solidez y de su eficacia. Por lo demás, la interacción dinámica con los movimientos de liberación y con otras fuerzas democráticas ha sido invariablemente un rasgo inalienable del internacionalismo proletario desde los días de Carlos Marx y Federico Engels, fue proclamada por ellos en el Manifiesto del Partido Comunista y constituye una de las cuestiones esenciales del leninismo. Durante la Colonia, a Chile se le mantuvo por la corona española en un regio aislamiento, como provincia alejada, remota, donde el quehacer se vertebraba en relación a la guerra de Arauco. La Independencia irrumpió para unir Chile con el mundo. Pero, la subsistencia del latifundio y la derivación hacia la república «liberal» oligárquica fue haciendo recaer en el antiguo provincianismo, que con la Guerra del Pacífico y la «Pacificación de la Araucanía» tomó caracteres de aislamiento orgulloso, con ribetes chovinistas. En la idiosincracia de las capas medias se derivó a un estilo provinciano ponderador con exageración de todo lo propio, sin discernir en ello y despreciando lo foráneo, que curiosamente se mezclaba con la sumisión ante los gran-des imperios económicos capitalistas. Ése no era todo Chile, ni mucho menos: había también corrientes culturales sensibles a los acontecimientos europeos y particularmente a los sucesos de Francia y de otra parte el capitalismo británico fue tejiendo su red de supeditación. Sin embargo, en la mayoría de la población predominó un mediocre desprecio cursi por los valores ajenos, envidiados e imitados pero no asimilados. Reviste una importancia muy grande que el movimiento obrero fuese educado desde su cuna en otra perspectiva, la de Recabarren, moderna e internacionalista. Siempre cualquier comunista de base fue en Chile mejor conocedor de las luchas libradas por los demás pueblos del mundo que los dirigentes de otras colectividades políticas. Durante algunos decenios se acostumbró hacer los informes, no sólo de los Congresos y Conferencias Nacionales y de los Plenos del Comité Central del Partido Comunista de Chile, sino también en los Comités Regionales, Comités Locales e incluso células, comenzando por la consideración de los sucesos internacionales, en un examen a veces exhaustivo, antes de referirse a la situación nacional y, finalmente, los asuntos concretos sometidos a debate, por lo cual era habitual que los críticos de otras tendencias políticas dijesen que los comunistas llegábamos cansados al análisis de los asuntos inmediatos e ironizasen con ello. Es efectivo que en este método había un formalismo que debió ser enmendado más adelante; pero, en todo caso tuvo el mérito de educar en la preocupación por las causas más nobles de la humanidad. Puede decirse que la escuela de Recabarren preparó mejor a los comunistas chilenos para conducirse acertadamente cuando el imperialismo norteamericano prohijó el putsch fascista del 11 de septiembre de 1973 e instaló a Pinochet en el poder para sostener la «guerra interna» contra el pueblo. Chile ha recibido en estos años de tiranía fascista una solidaridad universal gigantesca, generosa y de una impresionante calidad. En ella participan las más vastas fuerzas de la

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humanidad. Han hecho algo y mucho más en solidaridad con el pueblo chileno la gran mayoría de los gobiernos tanto de países socialistas como capitalistas, la propia Organización de Naciones Unidas y sus organismos, los países no alineados, los movimientos de liberación nacional, el movimiento comunista internacional, la Internacional Socialista, los partidos democratacristianos, innumerables partidos liberales y radical, las tres confederaciones mundiales de sindicatos, cada organización sindical nacional, la Iglesia Católica, las otras Iglesias cristianas, las demás religiones, las universidades, los estudiantes, las organizaciones juveniles internacionales y nacionales, los deportistas, las instituciones femeninas, el Consejo Mundial de la Paz, otros movimientos pacifistas, las personalidades más relevantes de la cultura universal, los juristas, los periodistas demócratas, los niños, etcétera, etcétera. Se ha demostrado que la causa antifascista no tiene fronteras. Y ello ha sido posible porque uno de los motores de esta solidaridad democrática ajena a todo sectarismo ha sido el internacionalismo proletario. La decisión con que, desde el primer día, solidarizó la Unión Soviética con el pueblo chileno, las resoluciones adoptadas por el Partido Comunista de la Unión Soviética, las iniciativas constantes del Partido Socialista Unificado Alemán, de los partidos comunistas de Cuba, Argentina, Checoslovaquia, Italia, Bulgaria, Finlandia, Hungría, España, República Federal Alemana, Vietnam, Grecia, Rumania, Estados Unidos, Francia, Portugal, Gran Bretaña, Bélgica, Yugoslavia, Polonia y de tantos otros, entre ellos todos los de América Latina, han sido uno de los motores más potentes, una fuerza determinante de esta amplia campaña que comprende a las más distintas corrientes democráticas. Ésta es una demostración inequívoca y viva de que la ampliación del área de los sectores dispuestos a acciones de solidaridad democrática no es perturbada, sino que se hace más factible en razón del peso y la influencia del actual internacionalismo proletario. Se ha aducido que el término «internacionalismo proletario» no reflejaría acertadamente el desarrollo actual y la riqueza de contenido del concepto representado en él. Hay quienes prefieren, por eso, no emplearlo, sin negar sino afirmando el internacionalismo de la clase obrera. Es una opinión respetable, dado el hecho de que la comparten, incluso, algunos partidos comunistas caracterizados por su política internacionalista consecuente. Las razones de este criterio son que, a juicio de quienes lo sostienen, de una parte el abuso del término «proletario» por elementos sectarios y por dogmáticos y ultraizquierdistas habría reducido sus alcances, dejando en el léxico corriente de abarcar a toda la clase obrera como la entendían Marx y Lenin y que, de otra parte, en nuestro tiempo habría pasado a ser compartido el internacionalismo proletario, en cuanto a sus grandes tareas específicas, también por los aliados de la clase obrera, debiendo emplearse una terminología que registre ese acontecimiento. Los comunistas chilenos, herederos de Recabarren, no participamos de esa opinión. Respetamos a quienes la formulan, pero discrepamos de ella. A pesar de que no nos parece que lo fundamental sea el empleo o no de determinadas palabras, vemos en la locución «internacionalismo proletario» una síntesis muy viva de lo que queremos expresar. Hay en ese término precisión científica y lo vinculamos a una trayectoria del movimiento comunista que valorizamos altamente. No encontramos otra designación, entre las que se han propuesto, que refleje adecuadamente la definición ideológica, la actitud política, los criterios de práctica social, el nivel de conciencia, la adhesión inquebrantable a la unidad de la clase, la solidaridad de los obreros de todos los países, el anticolonialismo sin concesiones, la cohesión de los partidos comunistas que han

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conquistado el poder y los que luchamos por él, y la línea de alianzas antiimperialistas. El internacionalismo proletario es todo eso. Y ninguna condición excepcional en que se desarrolle la lucha de clases es obstáculo para que se manifieste y cobre su significación el internacionalismo proletario. Los comunistas chilenos mantenemos la preocupación cotidiana por aportar nuestra solidaridad a la lucha antifascista de los pueblos de Uruguay, Bolivia, Brasil que se debaten en condiciones diferentes pero también con rasgos tan similares a los nuestros. No hay edición de nuestros periódicos clandestinos que no tenga presente el combate de esos pueblos e igualmente el de Nicaragua, Haití, El Salvador, Guatemala. El fascismo promueve odiosidad y conflictos con los pueblos vecinos, desarrolla el chovinismo, amenaza con alterar la paz del Cono Sur de América Latina. En estas circunstancias, levantamos sin vacilaciones la bandera de la amistad, de la solución de las dificultades a través de negociaciones y de acuerdos por la vía jurídica y la oposición más enérgica al aventurerismo y al chovinismo. En la perspectiva del tiempo, ya a fines del siglo en cuyos comienzos luchó Luis Emilio Recabarren, resalta la propiedad, el ademán seguro con que, desde el primer día de llegar a la pampa salitrera que había sido escenario reciente de la Guerra del Pacífico contra Perú y Bolivia y de la Guerra Antibalmacedista asumió la fraternidad plena, practicó la hermandad con absoluta confianza de los pueblos chileno, boliviano y peruano, mostró respeto auténtico por las tradiciones culturales de cada uno de ellos, de hecho no distinguió a los nacionales de uno u otro de ellos para entregarles su confianza de acuerdo sólo a los méritos y actitudes de cada individuo. Así se condujo, igualmente, cuando conoció su primer exilio, que lo vivió en Argentina, donde trabajó como obrero y se incorporó al movimiento sindical sintiéndose identificado con sus compañeros de clase trasandinos, uno más entre ellos. Fue delegado de la Unión Gráfica en el «Congreso de Unificación de las Organizaciones Obreras» reunido en Buenos Aires desde el 28 al 31 de marzo de 1907, en que Oddone hizo su célebre ponencia en favor de la constitución de la C.G.T. argentina. Allí pronunció Recabarren aquel discurso memorable de controversia con los anarquistas, que causó gran impacto en el sindicalismo argentino y que se encontraba ya en la línea del pensamiento marxista.17 Poco después, hablaron el destacado líder socialista argentino Alfredo Palacios y él en el mitin del Primero de Mayo en Buenos Aires. Recuerdo largas pláticas en el tallercito de zapatero, en Independencia, del compañero de exilio de Recabarren, Julio César Muñoz, el primero a quien escuché antecedentes directos sobre la gran influencia que ejerció en él haber tenido oportunidad de conocer a Lenin en Bruselas. Sobre Recabarren pendía una sentencia de cárcel que lo obligaba a permanecer en el exilio y, de acuerdo a una resolución del ala revolucionaria del movimiento obrero chileno, salió con él Muñoz, que trabajaba en cada ciudad de escala en su oficio de zapatero, con el objeto de subvenir a las necesidades de ambos y permitirles así dedicar el máximo de su tiempo a actuar en las organizaciones sindicales y políticas de clase, adquiriendo una experiencia que se estimaba muy útil para Chile. Pero Muñoz se quejaba de que Recabarren nunca se resignó a esta distribución de tareas entre ellos y, como obrero amante de su condición de trabajador gráfico, la generalidad del tiempo, sobre todo durante su permanencia en Argentina, ganó su salario en los chibaletes de los talleres gráficos.

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Conmovido profundamente por las noticias sobre la masacre de la Escuela Santa María de Iquique, Recabarren escribió el conocido artículo en que planteó la necesidad de contar en nuestro país con un partido revolucionario de la clase obrera, y se decidió a viajar a Europa para conocer directamente las experiencias de la organización proletaria. Allí fue más útil, en verdad indispensable, la contribución económica de Muñoz, que en todas partes encontraba zapatos para reparar. Partió a Europa en marzo de 1908, se detuvo especialmente en España e incluso hizo una disertación en la Casa del Pueblo de Madrid, siguió a Francia y fue a la sede de la Segunda Internacional, en Bruselas, donde ya se percibía el gran debate promovido por los bolcheviques rusos. En sus conversaciones de la vejez, Muñoz recordaba a Recabarren teniendo grandes satisfacciones al descubrir las formas orgánicas y el potente impulso histórico del movimiento obrero europeo, manifestando aprecio por algunas de las figuras destacadas de ese movimiento, haciendo en cambio comentarios cáusticos sobre otros de ellos, discerniendo sobre la polémica con el reformismo, mostrando interés especial en relación a la actitud de principios de Lenin y los que, en la traducción del momento al español que se hacía en Bruselas, designaba como los «maximalistas» rusos. A fines de 1908 ya estaba de regreso. Alcanzó a dar una conferencia en la Sociedad de Artesanos La Unión; pero, se le detuvo e hizo cumplir en la cárcel de los Andes la sentencia de dieciocho meses de presidio, que estaba pendiente. Fue en esa cárcel donde estudió detenidamente la traducción de Justo del primer tomo de El Capital y escribió las tres obras publicadas posteriormente durante el año 1910 — Mi Juramento, La Huelga de Iquique y Ricos y pobres en un siglo de vida republicana— que fueron los primeros libros marxistas producidos en Chile. A la salida del presidio, recorrió durante un año el país y a continuación se instaló en Iquique, desde donde se dedicó a la tarea superior de fundar el Partido de la clase obrera. Así Recabarren nos enseñó a actuar con la perspectiva permanente de la visión internacionalista, de la preocupación por los problemas universales y de la asimilación de todas las experiencias para aplicarlas eficientemente al servicio de nuestro pueblo. Lo que enseña la vida sobre la dialéctica del internacionalismo proletario y de la más amplia solidaridad democrática en la lucha antifascista puede aplicarse, con idénticos caracteres, a otras serie de tareas generales en que es posible alcanzar un enfoque humano universal. Son los casos de la reducción de la carrera armamentista, de la lucha por el desarme, de la proscripción de las armas atómicas, de la solución urgente de los problemas ecológicos, de la preservación del medio ambiente, del aprovechamiento de las riquezas marítimas, de un sistema de relaciones comerciales, del intercambio científico, de las campañas contra determinadas enfermedades, de la exploración del espacio cósmico, etcétera. Los comunistas somos los más decididos partidarios de alcanzar en éstas y en otras esferas acuerdos que comprendan a las más vastas fuerzas y es característico el empeño, la paciencia, la ductilidad y la tenacidad con que se esmera en ello, ejemplarmente la Unión Soviética. Los comunistas chilenos tenemos ante nosotros, al respecto, la avidez con que Recabarren se preocupaba en sus obras de grandes asuntos universales y los vinculaba a la lucha obrera en nuestro país. Fue siempre un humanista de pensamiento amplio, ajeno a todo provincianismo.

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Pero, en todo caso, algo que Recabarren no olvidó nunca es que, dado el hecho de que la razón de fondo de que hayan surgido problemas en esferas que la humanidad debiera abordar armónicamente y de que sea compleja su solución dimana del imperialismo y de su política, es elemental que para obtener acuerdos positivos se requiere desarrollar una lucha esforzada. Ningún asunto es ajeno a la lucha de clases, que se manifiesta en los terrenos más diversos, aunque sus expresiones y modalidades sean distintas. Por ello, el internacionalismo proletario es la garantía de que, sobre su base, podamos derrotar las maniobras de las fuerzas más regresivas, movilizar a la opinión pública mundial, esclarecer la verdad, encontrar puntos de entendimiento con muy amplios sectores progresistas y alcanzar determinadas soluciones positivas. En este sentido, es aleccionador para nosotros lo que se refiere a la solidaridad antifascista. El progenitor del fascismo en Chile fue el imperialismo norteamericano, en estrecha alianza con los grupos más voraces y feroces de la oligarquía financiera del país. Determinadas empresas transnacionales con comando yanqui, como la I.T.T., la Anaconda, la Esso Standard Oil y la Dow, dispusieron de todos los instrumentos de la C.l.A. y del Pentágono para su inspiración antichilena. Después de doce años de lucha heroica de nuestro pueblo y de una solidaridad democrática mundial impresionante, son cada vez mayores los sectores del propio imperialismo que consideran peligrosa la línea en favor del fascismo de sus congéneres más agresivos. Pero, es obvio que no es en el seno del imperialismo donde podría encontrarse el antifascismo más consecuente y que el desenlace en favor del pueblo de Chile de la lucha contra la tiranía de Pinochet depende, antes que todo, de la unidad, la organización, el entendimiento y los combates de la clase obrera, del pueblo y de todos los antifascistas y neofascistas chilenos, y del reforzamiento de la solidaridad internacionalista en que desempeña el papel principal el internacionalismo proletario. El imperialismo utiliza contra el internacionalismo proletario una línea de argumentación que busca contraponer el enfoque general mundial de los problemas y su enfoque en las condiciones concretas de cada país o de una serie de países. Pero, la primera carencia evidente de racionalidad y de poder de convicción de esa propaganda imperialista se desprende del hecho, por demás contundente, de que ella aplica contra las fuerzas progresistas un enfoque único universal de carácter reaccionario. Y no podría ser de otra forma, dada la creciente internacionalización de los procesos económicos y sociales o políticos. La superioridad del leninismo se manifiesta, al respecto, en que combina dialécticamente la consideración de las leyes del desarrollo del imperialismo en su conjunto y de la correlación mundial de las fuerzas clasistas, o sea el enfoque general universal, con la consideración igualmente científica de las condiciones concretas, de las leyes de desarrollo y de la correlación de fuerzas en cada país. Para los comunistas, la lucha de clases es nacional por su forma e internacional por su contenido de proceso mundial surgido de las contradicciones de la formación económico-social capitalista. Al contraponerse con la burguesía propia, la clase obrera lo hace consciente de la identidad de intereses y de la solidaridad del proletariado de to-dos los países. Los conductos y los criterios del internacionalismo proletario tienen caracteres históricos y se modifican y se desarrollan; pero, la tendencia evidente es que, mientras más se extienda la lucha mundial por la liberación nacional y social, ello

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implica una mayor exigencia de velar por la coherencia y por la cohesión de las fuerzas democráticas, por la eficacia de sus acciones y por el esclarecimiento de sus perspectivas. En este sentido, crece la responsabilidad de la clase obrera y reviste el internacionalismo proletario una proyección superior. La primera guerra mundial creó una situación de esa especie, ante la que se pusieron a prueba los conductos sociales. Recabarren cobró mayor estatura afrontando los acontecimientos que condujeron a un viraje en la historia de la humanidad. Desencadenada la conflagración en Europa, hubo gran empeño por arrastrar a Chile a la contienda interimperialista. Recabarren y el recién fundado Partido Obrero Socialista se jugaron entonces en favor de la paz. Ésta fue la línea básica del primer Congreso del nuevo partido, en mayo de 1915. Después de una intensa actividad, Recabarren termino una gira en 1916 en Punta Arenas y pasó a actuar durante un tiempo de nuevo en Ar-gentina, donde se reincorporó de inmediato al Partido Socialista. Allí despertó gran interés la experiencia de un partido revolucionario como el Partido Obrero Socialista de Chile. Recabarren la expuso con gran respeto por las fuerzas socialistas argentinas, aunque integrandose a su ala contraria a la guerra imperialista. Al ocurrir la gran revolución socialista de octubre, Recabarren se pronunció inmediatamente en su favor y por la solidaridad activa con ella. El 5 de enero de 1918 se reunió en Buenos Aires un Congreso de la amplia y combativa tendencia internacionalista que venía luchando en el seno del Partido Socialista de Argentina. Ese Congreso acordó fundar el Partido Socialista Internacional. En su dirección inicial fue primer secretario Luis Emilio Recabarren, junto a Victorio Codovilla y Rodolfo Ghioldi. También se desarrolló un proceso de definición en el Partido Socialista de Uruguay, que asumió mayoritariamente una línea clasista; e internacionalista. Cuando Recabarren regresó al país a mediados de 1918, el Partido Obrero Socialista realizó su Segundo Congreso el 30 de agosto en Antofagasta teniendo partidos hermanos de su misma orientación en Argentina y en Uruguay. A poco andar estos tres partidos hicieron suyas las veintiuna condiciones de ingreso a la Internacional Comunista y adaptaron como nombres los de partidos comunistas. El Partido Comunista de Chile se siente orgulloso de esas pá ginas de la historia revolucionaria de America Latina y de la sensibilidad con que su fundador valorizó de inmediato el nacimiento de un nueva época con el triunfo de la revolución soviética. A la vez, la autonomía de los partidos comunistas, el desarrollo creador de su línea política, su consideración de los cambios en la estructura social y de clases, la promoción del desenvolvimiento de los procesos revolucionarios atendiendo las necesidades precisas de cada país y de cada coyuntura, la asimilación de sus propias exigencias en las experiencias de los demás partidos tanto de sus singularidades como de sus rasgos universales, son fundamentos ineludibles de toda nuestra acción, desde los días de Recabarren hasta hoy. Los intentos del imperialismo por sacar conclusiones alegres de las necesarias diferencias entre las tareas de unos y otros partidos comunistas aparece como intrigas demasiado groseras. Las investigaciones originales de cada fenómeno nuevo, de cada situación inédita, es algo inherente al marxismo-leninismo y la internacionalización de la vida actual implica, también, que algunos de tales fenómenos y que muchas de las situaciones sean patrimonio simultáneo de varios países, en diversos grados, por lo cual es natural que aparezcan enfoques similares de unos y otros asuntos. Nada de ello es en sí piedra de escándalo, sino una prueba más de la lozanía del marxismo-leninismo y de la vitalidad revolucionaria del movimiento comunista.

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Pero, la propaganda imperialista no es ingenua al armar alborotos inusitados explotando las indispensables diferencias en las tareas abordadas por unos y otros partidos comunistas. El imperialismo busca incansablemente la transformación de esas diferencias naturales en otro tipo muy diverso de diferencias, o sea en diferencias de distinta calidad y que corresponden a la ruptura de la solidaridad internacionalista al aislamiento de los partidos comunistas, a su separación del movimiento comunista internacional y, por consiguiente, a su debilitamiento, con vistas a derrotar los procesos revolucionarios que encabezan. No es casual que esta orientación de la acción imperialista no se limite únicamente al antisovietismo y, en general, a combatir el internacionalismo proletario, sino que enfile envolventemente contra todos los principios ideológicos del marxismo-leninismo, planteando y requiriendo la apostasía. Ello se debe a que el internacionalismo proletario no es un aspecto escindible del marxismo-leninismo, sino uno de sus rasgos consubstanciales. Pero, esto mismo limita los efectos que momentáneamente puedan alcanzar las maniobras imperialistas, porque ellas se desenmascaran a sí mismas. La descomposición a que han caído algunos es una advertencia dramática. El enfoque reformista ajeno al rumbo histórico real de la revolución socialista en este siglo ha sido controvertido no sólo por las tesis científicas de Lenin, sino además por la verificación de esas tesis en la serie de revoluciones victoriosas iniciadas por la Gran Revolución Socialista de Octubre. El reformismo exigía la maduración completa de las premisas del socialismo en cada país y condenaba a la espera a los países de un menor nivel de desarrollo capitalista. Pero, la maduración se ha producido en escala universal, en relación al sistema capitalista mundial en su etapa imperialista. Esto no conduce a la exportación de la revolución, sino a que ésta encuentra condiciones de desarrollo en función de un proceso universal. Recabarren fue sensible a esta situación universal en la historia de la humanidad y comprendió plenamente su importancia para el movimiento obrero chileno. De allí que asumiera una línea revolucionaria. La audacia de su pensamiento se basó en una comprensión certera de las posibilidades abiertas para todos y cada uno de los pueblos del mundo en nuestro tiempo y en su afán de que la clase obrera y el pueblo de Chile avanzasen haciendo realidad esta opción. Adoptando ese criterio siguió con apasionado interés día a día la revolución soviética, supo entenderla, valorarla y sacar las conclusiones que se desprendían de ella. Sintió la solidaridad con el país de Lenin como un deber de clase, una expresión de internacionalismo, una obligación humana elemental y además una reafirmación del compromiso con la causa de los pueblos y, en particular, con la del propio pueblo chileno. Más adelante, visitó la Unión Soviética desde el 22 de noviembre de 1922 hasta el 23 de enero de 1923, cuando se comenzaba recién a restañar las heridas de la prolongada guerra de intervención de las potencias imperialistas y de los contrarrevolucionarios. Eran los tiempos de la Nueva Política Económica (N.E.P.) y en que Lenin ponía el acento en la lucha contra el dogmatismo y el sectarismo. Esta gira fue uno de los grandes momentos de su existencia. Uno de sus biógrafos, Vasili I. Ermolaev, escribe: «En la vida de Recabarren tuvo muchísima importancia su viaje a Moscú, donde se celebró en 1922-1923 el Congreso de la Internacional Sindical Roja y al cual asistió en

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calidad de delegado de la F.O.CH. En la presidencia del congreso Recabarrcn se sentó al lado de Clara Zetkin, Edgar Woog, Francisco Pintos y otros destacados revolucionarios.»"18 De regreso a Chile, Recabarren realizó una amplia labor de divulgacion, en innumerables conferencias a través del territorio nacional, de lo que había visto en el primer país socialista de la Tierra. Desde Moscú, Recabarren estuvo enviando y después completó en Santiago una serie de crónicas, muy amenas y que provocaron gran impacto por su claridad de exposición y porque fue al grano, tomando los problemas de fondo, que publicó el diario la Nación, entonces el de mayor circulación en Chile. Con esas seis crónicas vivas aparecidas en La Nación el texto de la conferencia «Sobre la actual situación de Rusia», más una «Introducción», Recabarren publicó en marzo de 1923 su obra Rusia Obrera y Campesina, con la figura de Marx en su primera página y que se cierra con la de Lenin. Su conclusión fundamental la expuso en términos que causaron un gran impacto: «Para recoger lo fundamental me alcanzó el tiempo. Y pude ver con alegría que los trabajadores de Rusia tenían efectivamente en sus manos toda la fuerza del poder político y económico, y que parece imposible que haya en el mundo una fuerza capaz de despojar al proletariado de Rusia de aquel poder ya conquistado. Pude constatar además que la expropiación de los explotadores es completa, de tal manera que jamás volverá a Rusia un régimen de explotación y tiranía, como el que todavía soportamos en Chile Pude convencerme de que no me había engañado anteriormente, cuando he predicado en este país que el proletariado de Rusia tiene en sus manos todo el poder para realizar su felicidad futura y va reuniendo los elementos para construir la sociedad comunista como verdadero reinado de justicia social.» 19 Queda aún mucho por investigar sobre la portentosa labor de Recabarren y en particular sobre su obra internacionalista en América Latina, especialmente en Argentina, y sobre su entusiasmo y diligencia en la divulgación de la nueva vida conquistada en la entonces naciente Unión Soviética. Tan sólo como un ejemplo de la riqueza de mate-riales por escudriñar, puedo recordar una verificación que hice al comentar hace pocos años la aparición del valioso libro titulado El Camarada Victorio escrito por Valerián Goncharov: «Goncharov evoca la fundación del Partido Socialista Internacional, como se denominó inicialmente el Partido Comunista de la Argentina: en una fotografía con los toques amarillados que le dio el tiempo aparece un salón repleto de gente. Entre los presentes se puede distinguir a Victorio Codovilla. Luis Emilio Recabarren, Miguel Contreras, Juan Kerlini". Eran los primeros días de enero de 1918. Más adelante, registra la existencia de otro documento. Dice: "Quienes pugnaban por la liberación de los trabajadores en la Argentina apoyaban ardientemente a la Revolución Rusa. aunque no siempre con conciencia plena: su entusiasmo carecía de base teórica. La responsable misión de pertrechar a los revolucionarios argentinos con el conocimiento de las bases del marxismo-leninismo fue asumida por Victorio Codovilla, Rodolfo Ghioldi y sus combativos camaradas de la dirección del Partido Comunista. En 1918 la editora la Internacional publicó en idioma español el texto de la Constitución de la Federación Rusa de 1918, creada por Lenin. Hasta hoy ni se sabe de qué manera este texto de la primera Constitución Soviética llegó a la Argentina y quién ese mismo año la tradujo al

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español. Y, ¿quién de los argentinos habrá escrito el prólogo tan emocionante que le precede?» En muchos hogares de antiguos comunistas chilenos, en Iquique, en la población Legua La Vieja de San Miguel en Santiago y recuerdo también un caso en Los Andes, se conservaron durante decenios ejemplares de esa obra y de otras publicadas por la editorial La Internacional de Buenos Aires, donde trabajó Luis Emilio Recabarren durante su primer año. Al mostrarme esas reliquias, los "fochistas" o hijos de "fochistas" que las guardaban como un tesoro muy querido atribuían el prólogo citado a la pluma del propio Recabarren. No me consta si tenían razón. Con todo, lo cierto es que en el desarrollo político de Recabarren, en el rumbo definitivo de su lucha revolucionaria, tuvo mucho que ver el movimiento obrero argentino y su contacto tan estrecho, en un periodo decisivo, con Victorio Codovilla y Rodolfo Ghioldi. Asi, en partido revolucionario internacionalista de la clase obrera chilena, el Partido Obrero Socialista, siguió un rumbo similar al Partido Socialista Internacional de la Argentina, adoptando también poco después el nombre de Partido Comunista. De aquellos años inaugurales partió una relación fraternal invariable, de la que fue Codovilla no el único pero si el más destacado protagonista.»"20 La visión internacionalista proletaria de Recabarren se ha visto confirmada por los hechos. Su concepción latinoamericanista sin fronteras ha cobrado una fuerza superior en Chile y en el conjunto del continente sólo después de la Revolución Cubana. Así, su ideario cobra incesante actualidad. En cuanto a su sentido universal, a su concepción de interdependencia de las luchas de todos los pueblos, a su inquietud constante por cuanta causa noble existía en el mundo, a su convencimiento de que la primera revolución socialista victoriosa influiría favorablemente en los destinos de la humanidad, hoy día son criterios compartidos por gran parte de los seres humanos. Y hay hechos que corroboran tal pensamiento. En efecto, el internacionalismo proletario está en la raíz de la victoria de cada uno de los pueblos que se han emancipado, de la derrota del fascismo en la Segunda Guerra Mundial, del derrumbe de los imperios coloniales, del triunfo del socialismo en numerosos países de Europa y Asia, del surgimiento del campo socialista, del afianzamiento de la revolución cubana a América Latina y de que los pueblos del Vietnam y demás países de Indochina, de Angola, de Mozambique, de Etiopía, puedan enfrentar con éxito y derrotar las agresiones y que lleven adelante sus procesos revolucionarios. La clase obrera de todos los países tenemos un arma insubstituible en el internacionalismo proletario. Lo sentimos profundamente los más de treinta partidos comunistas que en diversos continentes debemos actuar clandestinamente, sin derechos legales. Lo aprecian con mucha intensidad los cientos de miles de comunistas que están en las cárceles capitalistas. Y es, sobre todo, el internacionalismo proletario una gran bandera en el avance, en cada país capitalista, de las fuerzas que luchan, en diversas condiciones y en distintos planos, por la democracia, la independencia nacional, la paz y el socialismo. El internacionalismo proletario significa la lucha conjunta de la comunidad socialista, la clase obrera mundial y el movimiento de liberación nacional. El internacionalismo proletario es un factor decisivo del entendimiento, del acuerdo y de la acción convergente, ante grandes problemas de nuestra época, de las más amplias fuerzas democráticas, de la solidaridad antifascista y de la lucha por la paz. Cuando las fuerzas progresistas de la humanidad tienen las grandes tareas, de inmensa significación histórica, de afianzar la coexistencia pacífica de países con distintos

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regímenes sociales, restablecer un proceso de distensión, extinguir los focos de guerra, detener la carrera armamentista, abrir paso al desarme, imponer al imperialismo la no ingerencia en los asuntos de otros Estados y el respeto a su independencia y soberanía, derrotar a las últimas expresiones de colonialismo y enfrentar al fascismo y al racismo, cabe al internacionalismo proletario un gran papel para el cumplimiento de estas reivindicaciones vitales de los pueblos. Con justificada satisfacción los comunistas chilenos apreciamos la calidad cabal del internacionalismo proletario del fundador del movimiento obrero de nuestro país. La relevancia nacional de su presencia El 29 de octubre de 1852 fechó Santiago Arcos en la cárcel de Santiago su célebre «Carta a Francisco Bilbao», en que expone la esencia del pensamiento de fondo de los fundadores de la Sociedad de La Igualdad. El impacto de ese documento, influido por las revoluciones europeas de 1848, fue inmenso en las fuerzas de avanzada de la sociedad chilena en la segunda mitad del siglo pasado. En su tiempo tuvo un gran mérito, sobre todo por plantear decididamente la necesidad de la reforma agraria. No ha faltado quien titulara a esa «Carta a Francisco Bilbao» como el «manifiesto comunista chileno», lo que es desproporcionado, pero ayuda a entender cómo impresionó su coraje intelectual en determinada época. Hay que apreciar y respetar tal «Carta» colocándola en las condiciones de su momento y de la proyección que adquirió. Por lo mismo, merece señalarse el inmenso paso hacia adelante, la nueva calidad y la amplitud superior de enfoque de las tres obras polémicas publicadas por Luis Emilio Recabarren cincuenta y ocho años más tarde y con las que colocó en el centro de la discusión un pensamiento de gran profundidad. Arcos trazó al comienzo de su «Carta» en pinceladas de gran maestría el cuadro del despotismo en el decenio de Montt. Después transcribió, traduciendo del francés, las proposiciones de medidas políticas revolucionarias formuladas por Bilbao en otra carta que le había escrito desde Lima, y que constituían un compendio de sus proposiciones políticas, por muchos calificadas como socialistas utópicas pero que sería más certero calificar de jacobinas. A continuación Arcos expuso su interpretación y sus soluciones. Su aspiración la sintetizó inicialmente en estos términos: «Desearíamos que el chileno, como el norteamericano, se mostrara orgulloso de sus leyes y las presentase al mundo como su más preciada joya, como su indisputable título de nobleza, su titulo de hombre libre más honroso que el que puedan dar los grados de un ejército o los caprichos de un monarca ».21 La clasificación social de Arcos era entre los pobres, los ricos y los extranjeros. Para los pobres, propone ofrecerles hacerlos ricos. Entre los ricos, hace distinciones: habla de “sus épocas brillantes y algunos hombres de mérito. Argomedo, Camilo Henríquez, Rodríguez, los Carrera, O'Higgins, Vera, Freire, los Egaña, Diego Portales, Salas y hasta este Presidente Montt son sujetos todos apreciables y que hubiesen figurado dignamente en cualquier país en sus respectivas carreras” (op. cit., pág. 148), los «pelucones» a los que denomina retrógrados y poco inteligentes, los «pipiolos» a los que considera iguales como ricos que los pelucones pero sólo liberales en razón de malquistarlos como única razón haber estado largo tiempo fuera del gobierno, y un sector de la juventud pipiola entre la que cita al propio Bilbao, Recabarren, Lillo, Lara,

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Ruiz y Vicuña, a cuya inteligencia confía —en razón de su valentía, generosidad y patriotismo— el porvenir del país. Los extranjeros gozan de su mayor simpatía, destaca como sus principales deseos «1° Poder comerciar en el país con el mayor provecho posible. 2°" Poder adquirir fortuna y trabajar con las ventajas del que mas» y se pronuncia por darles todas las facilidades para que los cumplan, «proclamar como derechos inalienables del ciudadano la libertad ilimitada del comercio y la libertad de cultos», obtener «las simpatías de sus Cónsules y cierto disimulado apoyo de sus navíos de guerra» y proclamar «la más completa libertad de comercio (free trade, libre échange) con igualdad de banderas» (op, cit., págs. 152-153). Su lema es, en resumen, «enriquecer al pobre sin arruinar al rico». Esas posiciones de Arcos conviven en su «Carta», notablemente, con una proposición de reforma agraria a fondo. Puede calificárselas como la posición más avanzada dentro de las que podían encuadrarse en la ideología burguesa y se presentaban bajo la influencia formal de posiciones jacobinas e incluso socialistas utópicas. Pero, eran no-toriamente inconsecuentes en cuanto a la admiración indiscriminada por el régimen norteamericano cuando estaba muy reciente la rapiña que permitió a Estados Unidos apoderarse a costa de México de los territorios de Texas, Nueva México y California, imperaba la esclavitud y continuaba en gran escala el exterminio de la población indíge-na. Tampoco era consecuente su adhesión a la política del libre cambio, asunto fundamental en que su orientación coincidió con la de quienes arrastraron a Chile a la dependencia. Sería ingrato negar los méritos del desafío lanzado por Bilbao y Arcos al promover la organización popular en la Sociedad de la Igualdad, al levantar banderas de democratización de las instituciones y al proclamar la necesidad de la reforma agraria, combatiendo de frente al latifundio. Pero, por lo mismo que su pensamiento tuvo significación, es necesario reivindicar el inmenso paso adelante que dio la cultura chilena al surgir la obra, sin concesiones, de Recabarren. A diferencia de todos sus predecesores, Recabarren escribió siempre reuniendo antecedentes objetivos, hechos reales, fenómenos concretos de la sociedad chilena, en busca constante de rasgos generales, de formas específicas, de conexiones racionales, de regularidades coherentes. Así, en sus libros, expone con rigor y claridad situaciones investigadas objetivamente y construye sobre esa base argumentos de mucho peso, ordenándolos para estructurar sistemas de conceptos. De tales abstracciones, Recabarren incidía en un reexamen de los hechos a la luz de sus definiciones generales, sacando conclusiones con apego a la vida efectiva, al acontecer efectivo. De allí, de este afán de encontrar por aproximaciones de razonamiento la verdad, o sea de su estilo científico, que tuviera un gran poder de convicción. Fue todo lo contrario de un utopista o de un dogmático. Como autodidacta, es conmovedor el esfuerzo que realizó en obras como La materia eterna e inteligente. El marxismo le abrió caminos intelectuales que le permi-tieron iniciar una rigurosa investigación de la realidad chilena y latinoamericana. Ante la inmensa tarea del pionero del marxismo en Chile, que no la cumplió como académico sino como luchador social, ha habido incomprensiones y aún deformaciones de su quehacer de parte de las interpretaciones trotskistas de Jobet y de Vitale. Para entender a Recabarren hay que apreciar sus dotes de político obrero y ver sus escritos unidos dialécticamente a todos los aspectos de su actividad de organizador del movimiento sindical, de constructor del partido revolucionario obrero, de periodista

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clasista, de promotor de muy diversas actividades culturales y sociales, de tribuno incansable sobre todo en multitud de pequeñas asambleas populares y de estratega y táctico avezado de la lucha por la democracia, por el progreso, por la paz, por el socialismo. Pocos han hablado en Chile con tanta apasionada franqueza de la degradación a que el atraso semifeudal y el capitalismo arrastra a la familia proletaria. Asignó una importancia suma a la lucha contra lacras como la del alcoholismo. No fue un moralista vacuo sino un moralista en función de los grandes valores humanos y de los intereses de la clase obrera y del pueblo. Esto tuvo como centro, en su obra, la reafirmación de su confianza bien fundamentada en la capacidad de la clase obrera para encabezar las fuerzas de la liberación nacional y social. Recabarren no vio a la clase obrera como un segmento social aislado, sino en alianza con las capas medias urbanas y rurales. Hernán Ramírez Necochea entrega apretadamente multitud de datos sobre su vinculación con los maestros, con los empleados, con los profesionales, con los campesinos, en las páginas 94 y siguientes de su Origen y formación del Partido Comunista de Chile. Otro rasgo permanente de su actuación consistió en la actitud receptiva para todos los aportes a la lucha democrática de diversos sectores partidistas e ideológicos. Recabarren, por lo mismo que tenia firmeza y claridad de principios y era ajeno al eclecticismo, buscó constantemente las esferas de acuerdo unitario para grandes o pequeños objetivos reales. De allí que su partido haya sido promotor de la Asamblea Obrera de la Alimentación Nacional, diversos pactos y entendimientos políticos, la candidatura de José Santos Salas, el Frente Popular, la Alianza Democrática de 1942, el Bloque de Saneamiento Democrático, el Frente de Acción Popular, la Unidad Popular, el Movimiento Democrático Popular. Nunca Recabarren creyó detentar verdades absolutas. Fue el suyo un pensamiento critico dado a plantear y replantear cada problema a la luz de los principios científicos del marxismo, de los procesos sociales con su gran riqueza de situaciones inéditas y de las experiencias recogidas afrontándolas y avanzando. Ese estilo de Recabarren, el más moderno de los estilos políticos, formado en la lucha de clases y enriquecido al asimilar el leninismo, impregna profundamente a su partido. **********************************************************************