David Rubín es mi nuevo dibujante favorito del Universo. De la misma manera que Heracles era el hijo bastardo de Zeus, los cómics son la fusión bastarda de las palabras con las imágenes. Y en esa unión ilegítima se ha forjado un héroe.

Rubín nos devuelve la mitología griega, introduciendo en ella influencias del diseño moderno, la animación y los superhéroes. Pero se desprende de todos los elementos alienantes y endogámicos de los superhéroes, que han llegado a atrofiar el cómic como medio, para revelarlos en su versión más cruda y primitiva. El envejecido Heracles de 60 años, rodeado de monitores de vídeo, recuerda conscientemente al Dark Knight de Miller. Y qué brutalmente apropiado es que esta epopeya se inicie con Heracles alzándose de un montón de Supermanes muertos.

Como Paul Pope y Rafael Grampá, Rubín infunde a sus cómics la virilidad pura del rock & roll. Estas páginas, más que claustrofóbicas, limitadas y estáticas, se perciben como inmensas, expansivas y cinéticas. Palpitan y resplandecen.

Ya que estoy mencionando dibujantes, debo decir que la obra de Rubín también comparte elementos con la cultura del skateboard y el graffiti de Brandon Graham, con el diseño avanzado del maestro underground Max, y con la impresionante potencia del Guernica de Picasso.

Rubín da un nuevo aliento al cómic como medio, pero también a estos antiguos mitos griegos. En el trazo de su pincel, los personajes clásicos de Hera, Megara, Yolae, Euristeo y Hades reciben nuevas voces, que suenan a la vez ruidosas y peligrosas, eróticas y urgentes; relevantes.

Podríamos considerar este cómic como una forma de restauración artística ejecutada a través de una destrucción creativa. Las composiciones de Rubín tienen la precisión gráfica de las pinturas de los vasos griegos clásicos, pero luego esa delicada cerámica queda hecha añicos. Los pedazos resultantes son viñetas de cómic dinámicas, disjecta membra, escombros persas...El poeta persa Rumi enseñaba a sus lectores a romper continuamente su corazón hasta que se abriera. Al destrozar el contenedor, David Rubín corta las escamas y la piel cubiertas por el polvo y desvela el corazón visceral de la historia.