Darío y Los Peces 1.0

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Digamos que es Darío. Y no es tan sólo por la copia de un estilo. Se trata de probar, de buscar el final en el principio, porque eso me ha convencido. Y bien. Darío vivía muy seguramente en una de esas etapas de transición de la humanidad. Una de tantas, tal vez no la más trascendental, pero si una muy curiosa, o viceversa. Darío tardó en darse cuenta de esto, pero lo supo un buen día de un buen año. Lo de buen año lo sabía con antelación una noche de diciembre que se dijo “El año que está por comenzar será mi año” este buen augurio le inundaba de tanta emoción y seguridad, que en su mente inundaba no sólo su futuro, sino el de los seres más apreciados por él. Y entonces tuvo el atrevimiento de decir “nuestro año”. Los primeros meses del nuevo bueno no dejaron la impresión anterior en buenas condiciones. De hecho todo parecía correr de una manera confusa en su interior más que afuera. Sin embargo la fe obtenida continuaba su curso. Y entonces Darío hacía planes. Esto en estrategia de ofensiva contra las voces de su cabeza que no paraban la tremenda balacera de preguntas susurradas. Si, tengo un plan. Se dijo satisfecho. Y luego volvía a abrir los ojos con los párpados cerrados para ver un solitario mar. Él lo observa siempre desde un acantilado lleno de trenes oxidados. En ese acantilado y en ese mar, el viento sopla, el mar gruñe, sólo lo sabe porque lo siente, ya que cuando se encuentra en dicho lugar todo permanece en silencio, mas no un silencio de esos “pesados como rocas”, “abismales como la infinitud del universo”, no, este es un silencio perverso que lo empuja a besos. Y entonces el recuerda aquella vez primera. Cuando tras un largo sueño incoherente despertó allí –también con los ojos cerrados-, en tal ocasión estuvo en el borde tan sólo un instante, el momento justo antes de saltar y dispersarse en el viento. Aquella hermosa experiencia en que ni siquiera tenía el peso que el viento presume. Sólo entonces pudo recibir una muestra de la explosión que inconcientemente esperaba, la disolución de su ser en su forma real, el regreso a la eternidad. ¿El regreso a la eternidad? Vaya, hemos ido demasiado lejos. Hay que recordar que esto ha pasado ya. Porque ahora tenía abría la mirada con los párpados cerrados y tan sólo se encontraba en el borde, y este silencio lo seguía empujando a besos. Entonces espantado abría los párpados y

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Cuento

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Digamos que es Darío. Y no es tan sólo por la copia de un estilo. Se trata de probar, de buscar el final en el principio, porque eso me ha convencido. Y bien. Darío vivía muy seguramente en una de esas etapas de transición de la humanidad. Una de tantas, tal vez no la más trascendental, pero si una muy curiosa, o viceversa. Darío tardó en darse cuenta de esto, pero lo supo un buen día de un buen año. Lo de buen año lo sabía con antelación una noche de diciembre que se dijo “El año que está por comenzar será mi año” este buen augurio le inundaba de tanta emoción y seguridad, que en su mente inundaba no sólo su futuro, sino el de los seres más apreciados por él. Y entonces tuvo el atrevimiento de decir “nuestro año”. Los primeros meses del nuevo bueno no dejaron la impresión anterior en buenas condiciones. De hecho todo parecía correr de una manera confusa en su interior más que afuera. Sin embargo la fe obtenida continuaba su curso. Y entonces Darío hacía planes. Esto en estrategia de ofensiva contra las voces de su cabeza que no paraban la tremenda balacera de preguntas susurradas. Si, tengo un plan. Se dijo satisfecho. Y luego volvía a abrir los ojos con los párpados cerrados para ver un solitario mar. Él lo observa siempre desde un acantilado lleno de trenes oxidados. En ese acantilado y en ese mar, el viento sopla, el mar gruñe, sólo lo sabe porque lo siente, ya que cuando se encuentra en dicho lugar todo permanece en silencio, mas no un silencio de esos “pesados como rocas”, “abismales como la infinitud del universo”, no, este es un silencio perverso que lo empuja a besos. Y entonces el recuerda aquella vez primera. Cuando tras un largo sueño incoherente despertó allí –también con los ojos cerrados-, en tal ocasión estuvo en el borde tan sólo un instante, el momento justo antes de saltar y dispersarse en el viento. Aquella hermosa experiencia en que ni siquiera tenía el peso que el viento presume. Sólo entonces pudo recibir una muestra de la explosión que inconcientemente esperaba, la disolución de su ser en su forma real, el regreso a la eternidad. ¿El regreso a la eternidad? Vaya, hemos ido demasiado lejos. Hay que recordar que esto ha pasado ya. Porque ahora tenía abría la mirada con los párpados cerrados y tan sólo se encontraba en el borde, y este silencio lo seguía empujando a besos. Entonces espantado abría los párpados y se decía con mediana tranquilidad, “No importa, tengo un plan” y seguía caminando, satisfaciéndose a si mismo con la repetición todos los puntos que su plan abarcaba, de este modo hacía que las voces de su cabeza que no cesaban de preguntar y reír y llorar se escucharan un poco menos. Y era éste un buen día, ya lo hemos dicho. Porque de pronto Darío vio a lo lejos un pequeño hilo de humo que ascendía tras una ventana azul. Esa misma semana había observado un delgado hilo de humo tras algunas ventanas de la ciudad, ventanas desconocidas, y sólo decía “uhm… parece que hay un poco de humo allí…” y se retiraba sin mayor problema. Pero esta, esta no, ésta ventana si la conocía bien. Por lo menos la había visto la mayor parte de su vida. Y bien, es cierto que nunca se interesó por saber lo que había detrás de ella. Pero un hilo de humo… esto es un gran manjar para la curiosidad. Así que se acercó con simpleza. El humo provenía de un pequeño paquete de hojas, mejor dicho sería, de una pequeñísima flama que saltaba en ellas. Así que las tomó. Siempre vale la pena saber que hay debajo de una manifestación de fuego, por mínima que ésta sea. Y una por una, las hojas fueron pasando por sus manos y por su vista. Y una a una fueron éstas como pequeñas puñaladas en su corazón. Darío jamás imaginó que encontraría entre estas hojas añejas algunas que parecerían espejos. Observando con asombro pequeñas betas de su interior sentía como sus ojos mareados y tristes regaban con pequeñas lágrimas sus mejillas temblorosas. Entre los reflejos disparados puedo divisar la figura de una mujer impresionante. “Hay en el mundo tan sólo una mujer, con distintos rostros” Recordó esta frase que algún día pronunció un ángel a Jesucristo. Y Darío supo que no,

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porque si de algo estaba seguro después de terminar su encuentro con las pequeñas hojas espejo era de tres cosas; Que vivía en una época de transición en la humanidad, que la inmortalidad está llena de risas enormes, y que no hay en el mundo tan sólo una mujer, pero que si había en el mundo alguna mujer con todos los rostros. Así que por esto era el buen día, de un buen año.Al final Darío piensa que sólo nos entretenemos mientras llega la muerte. Hay entretenimientos más emocionantes, más interesantes, más pasionales… todos llegarán a ser cotidianos y por lo mismo asquerosos, entonces habrá que cambiar de entretenimiento.

¿Qué estoy diciendo?

Sin embargo hay algo más, sin duda es algo más que esa simple idea. Un remolino que duerme sobre el corazón y que despierta en las ocasiones que éste se ha aletargado demasiado. Cuando un corazón se aletarga las heridas se reblandecen y dejan escapar poco a poco delgados hilos de sangre que nos van llenando el alma del tinte oscuro, de la verdad solitaria de la existencia. Y entonces pasa algo extraño, de pronto hay momentos en que pareciera estar tan cerca la completa felicidad. Cual si la independencia amorosa que en realidad es soledad nos acercara un poco más a nuestro objetivo final que es la muerte, e incluso más que eso, la armoniosa reintegración a vacío. Pero no es tiempo, no estamos preparados, y aún necesitamos tomar una mano que nos ayude a distraer la mirada, a ignorar la eternidad que nos espera y pasar el tiempo mirando otros ojos.Esto lo pensaba Darío. Tal vez por ser muy joven. O por estar a punto de morir, de alguna manera. Al final parecerán excusas.