DARÍO VILLANUEVA Estudios contra Humanidades 080399

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Pág. 1 DARÍO VILLANUEVA  Estudios contra Humanidades  EL PAÍS | Opinión - 08-03-1999 El reciente cambio ministerial abre un nuevo paréntesis en la reforma de nuestros estudios humanísticos, asunto que ha cobrado singular protagonismo social desde que el Ministerio de Educación y Cultura procediese en 1997 a esbozar un "Plan de Mejora de la Enseñanza de las Humanidades en el Sistema Educativo Español". Como es bien sabido, luego de diversos avata- res en el Senado y el Congreso, dicho plan propició que la Conferencia de Educación, compues- ta por los responsables estatales y autonómicos, crease un grupo de trabajo presidido por el ex ministro de Educación y Ciencia Juan Antonio Ortega y Díaz Ambrona, que elaboró un dicta- men finalmente publicado en junio de 1998. Sus conclusiones, no por más documentadas y ela- boradas dejan de parecernos menos convencionales y previsibles: que, dada su trascendencia para la formación integral de las personas, es preciso reforzar el estudio de las Humanidades en secundaria y bachillerato con medidas específicas en cuanto a las lenguas, la literatura, la histo- ria, la geografía, la cultura clásica y la filosofía, para lo que se recomienda también una rees- tructuración de los contenidos didácticos sobre la moral y la ética. Al hilo del debate abierto, soy de la idea de que la Universidad debe hacer su propio examen en lo que a su responsabilidad en la deshumanización de los estudios se refiere. Si todavía mante- nemos una brizna de pensamiento crítico, no es de recibo que descarguemos todas las responsa- bilidades de la situación en factores externos a nosotros mismos, y no cuestionemos ni por un momento la estructura autónoma que hemos querido darles a nuestras comunidades científicas y académico-docentes. No faltan voces acreditadas entre los especialistas que, por caso, apuntan hacia el economicismo de una historia que sustituye el relato fundamentado e interpretativo de los fenómenos ya pasa- dos por un estudio casi exclusivo de magnitudes materiales referidas a los procesos de produc- ción y sus agentes. El papel de la persona queda así t otalmente obviado, pues los individuos se reducen a meros datos estadísticos. Otras veces, por el contrario, la historia es leída a la luz de la llamada culture of complaint - la cultura de la queja de Robert Hughes- como la reivindicación retrospectiva, y paradójicamente progresista, de algo que fue hace dos, tres o cinco siglos, pero que se quiere introducir en la formación de las nuevas generaciones con el fin de reescribir el pasado como antesala de un futuro profético. Algo semejante se puede afirmar a propósito de las lenguas. En el momento en que dejan de ser explicadas como un poderoso elemento de comunicación que transmite además un amplio co m- plejo de valores culturales para transmutarse en el signo definitorio de una identidad nacional, y por lo tanto política, su papel en el currículo humanista experimenta una modificación sustan- cial. Muchas veces alterado también, ya en lo que se refiere a las técnicas de su estudio, por el predominio de las logomaquias teorizantes, que por l a vía de lo generativo y lo transformacional sumen al alumno en la perplejidad de descubrir como un galimatías lo que hasta el momento les parecía un instrumento innato de comunicabilidad. El hecho es que en cualquier programa educativo humanista, desde el propio trivium medieval, las disciplinas ligadas a la expresión lingüística, por oral o por escrito, ocupan un lugar preemi- nente, como no podría ser de otro modo. A lo que hay que añadir el aspecto de la comprensión, pues los otros contenidos humanísticos -históricos, filosóficos, éticos, geográficos, etcétera- están ante todo plasmados en textos lingüísticos que cumple saber interpretar. El proceso de la formación humanística se funde, pues, en medida considerable con el de la adquisición por parte del individuo de la competencia hermenéutica, que además le será singu- larmente valiosa para defenderse ante la avalancha de los mensajes mediáticos propios de esta era de la información, y para comprender y hacer valer sus derechos ciudadanos en el marco de

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DARÍO VILLANUEVA

Estudios contra Humanidades

EL PAÍS | Opinión - 08-03-1999

El reciente cambio ministerial abre un nuevo paréntesis en la reforma de nuestros estudioshumanísticos, asunto que ha cobrado singular protagonismo social desde que el Ministerio deEducación y Cultura procediese en 1997 a esbozar un "Plan de Mejora de la Enseñanza de lasHumanidades en el Sistema Educativo Español". Como es bien sabido, luego de diversos avata-res en el Senado y el Congreso, dicho plan propició que la Conferencia de Educación, compues-ta por los responsables estatales y autonómicos, crease un grupo de trabajo presidido por el exministro de Educación y Ciencia Juan Antonio Ortega y Díaz Ambrona, que elaboró un dicta-men finalmente publicado en junio de 1998. Sus conclusiones, no por más documentadas y ela-boradas dejan de parecernos menos convencionales y previsibles: que, dada su trascendenciapara la formación integral de las personas, es preciso reforzar el estudio de las Humanidades ensecundaria y bachillerato con medidas específicas en cuanto a las lenguas, la literatura, la histo-ria, la geografía, la cultura clásica y la filosofía, para lo que se recomienda también una rees-tructuración de los contenidos didácticos sobre la moral y la ética.Al hilo del debate abierto, soy de la idea de que la Universidad debe hacer su propio examen enlo que a su responsabilidad en la deshumanización de los estudios se refiere. Si todavía mante-nemos una brizna de pensamiento crítico, no es de recibo que descarguemos todas las responsa-bilidades de la situación en factores externos a nosotros mismos, y no cuestionemos ni por unmomento la estructura autónoma que hemos querido darles a nuestras comunidades científicas yacadémico-docentes.No faltan voces acreditadas entre los especialistas que, por caso, apuntan hacia el economicismo

de una historia que sustituye el relato fundamentado e interpretativo de los fenómenos ya pasa-dos por un estudio casi exclusivo de magnitudes materiales referidas a los procesos de produc-ción y sus agentes. El papel de la persona queda así totalmente obviado, pues los individuos sereducen a meros datos estadísticos. Otras veces, por el contrario, la historia es leída a la luz de lallamadaculture of complaint - la cultura de la queja de Robert Hughes- como la reivindicaciónretrospectiva, y paradójicamente progresista, de algo que fue hace dos, tres o cinco siglos, peroque se quiere introducir en la formación de las nuevas generaciones con el fin de reescribir elpasado como antesala de un futuro profético.Algo semejante se puede afirmar a propósito de las lenguas. En el momento en que dejan de serexplicadas como un poderoso elemento de comunicación que transmite además un amplio com-plejo de valores culturales para transmutarse en el signo definitorio de una identidad nacional, ypor lo tanto política, su papel en el currículo humanista experimenta una modificación sustan-cial. Muchas veces alterado también, ya en lo que se refiere a las técnicas de su estudio, por elpredominio de las logomaquias teorizantes, que por la vía de lo generativo y lo transformacionalsumen al alumno en la perplejidad de descubrir como un galimatías lo que hasta el momento lesparecía un instrumento innato de comunicabilidad.El hecho es que en cualquier programa educativo humanista, desde el propiotrivium medieval,las disciplinas ligadas a la expresión lingüística, por oral o por escrito, ocupan un lugar preemi-nente, como no podría ser de otro modo. A lo que hay que añadir el aspecto de la comprensión,pues los otros contenidos humanísticos -históricos, filosóficos, éticos, geográficos, etcétera-están ante todo plasmados en textos lingüísticos que cumple saber interpretar.El proceso de la formación humanística se funde, pues, en medida considerable con el de la

adquisición por parte del individuo de la competencia hermenéutica, que además le será singu-larmente valiosa para defenderse ante la avalancha de los mensajes mediáticos propios de estaera de la información, y para comprender y hacer valer sus derechos ciudadanos en el marco de

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una sociedad democrática cada vez más abierta, pero también más compleja, y en ciertos aspec-tos decididamente deshumanizadora.En esta "filologización" de las Humanidades hay consenso, así como en el diagnóstico de que,por ejemplo, el problema de la "corrección política", tan agudo en las universidades norteameri-canas antaño refugio amable para los humanistas, es ante todo un asunto de expresión lingüísti-

ca sobre el que se construye el germen de una dictadura política que ya no es de Estado ni dePartido, sino de la propia Sociedad. Repárese, a la vez, en que la institución más granada de lasociedad civil es precisamente la lengua, configuración social libérrima a partir de esa capacidadhumana a la que conocemos como lenguaje. Y para alcanzar cabalmente el dominio del lenguajees insustituible el estudio de la literatura, que proporciona de consuno todos los beneficios de laformación humanística y favorece el desarrollo de la sensibilidad estética.Así pues, en el eje de todo el proceso educativo debe figurar la lectura, que no es otra cosa queuna actividad ejercida por un sujeto individual, en el marco de una de las manifestaciones de latecnología de la palabra, para experimentar emociones artísticas, adquirir conocimientos sobreel ser humano y su mundo, y dotarse de estrategias hermenéuticas que le permitirán seguir in-terpretando, así como hacer explícitas sus propias interpretaciones en situaciones de intersubje-

tividad. El dictamen de 1998 antes mencionado explicita esta axialidad en la cuarta de sus con-clusiones, al tiempo que recomienda la lectura con fines documentales -no estrictamente litera-rios- y la formación de los estudiantes como usuarios de bibliotecas y otros centros de documen-tación, los cuales, obligadamente, estarán cada vez más tecnologizados.Ciertos excesos teoréticos de nuestros estudios universitarios de las Humanidades, susceptiblesde contaminar los niveles educativos precedentes, aparecían ya denunciados en 1991 por Geor-ge Steiner en su polémico pero inexcusable libroPresencias reales . Hay allí un diagnósticoatinado, aunque hiperbólico, de nuestra cultura, en la que se da el predominio agobiante "de losecundario y de lo parasitario". La fraseología del gran filólogo de Ginebra y Cambridge restallacomo latigazos, y tiene un fondo de razón que coincide con lo también denunciado entre noso-tros por Francisco Ayala: que el bizantinismo se ha apoderado de amplios sectores de nuestraAcademia humanística, especialmente en el ámbito norteamericano donde elmisreading deDerrida ha hecho estragos en el antaño razonablemente pragmáticoclose reading de los textosliterarios, hasta el extremo, concluye Steiner, de que "nuestro discurso habla sobre el discurso, yPolonio es el maestro".Porque, paradójicamente, la evolución interna de los estudios humanísticos, en determinadasdirecciones al menos, lejos de propiciar un afianzamiento de las humanidades las ha debilitado,deconstruyendo, o jugando a desconstruir, el tronco principal que las sustenta: el reconocimien-to de la capacidad que los textos tienen para crear sentidos, con el concurso imprescindible, através de la lectura, de la inteligencia y la sensibilidad humanas.

Darío Villanueva es catedrático de Teoría de la Literatura y rector de la Universidad de San-

tiago de Compostela.