Darcy Ribeiro

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Director JOSÉ MANUEL DEL VAL BLANCO Coordinadora Ejecutiva EVANGELINA MENDIZÁBAL GARCÍA Editor: Instituto Indigenista Interamericano Av. De las Fuentes No. 106 Col. Jardines del Pedregal Delegación Álvaro Obregón México, D. F., 01900 Teléfonos: (52-5) 595-84-10 595-43-24 - Fax: 668-22-13 e-mail [email protected] Apartado Postal 20315 C.P. 01001, México, D. F. Mayo 1997 DARCY RlBEIRO (1922- 1997) HOMENAJE Instituciones participantes Colegio de Etnólogos y Antropólogos Sociales Sociedad Mexicana de Antropología Asociación Latinoamericana de Antropología Embajada de Brasil Escuela Nacional de Antropología e Historia El Colegio de México Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social Instituto Indigenista Interamericano Instituto Nacional de Antropología e Historia Revista Archipiélago Universidad Autónoma Metropolitana IztapaIapa Cuadernos Americanos CUADERNO DE TRABAJO 2 INSTITUTO INDIGENISTA INTERAMERICANO MEXICO, 1997

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Page 1: Darcy Ribeiro

Director JOSÉ MANUEL DEL VAL BLANCO Coordinadora Ejecutiva EVANGELINA MENDIZÁBAL GARCÍA

Editor: Instituto Indigenista Interamericano Av. De las Fuentes No. 106 Col. Jardines del Pedregal Delegación Álvaro Obregón México, D. F., 01900 Teléfonos: (52-5) 595-84-10 595-43-24 - Fax: 668-22-13 e-mail [email protected] Apartado Postal 20315 C.P. 01001, México, D. F. Mayo 1997

DARCY RlBEIRO (1922-

1997) HOMENAJE

Instituciones participantes

Colegio de Etnólogos y Antropólogos Sociales

Sociedad Mexicana de Antropología

Asociación Latinoamericana de Antropología

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El Colegio de México

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Antropología Social

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Revista Archipiélago

Universidad Autónoma Metropolitana IztapaIapa

Cuadernos Americanos

CUADERNO DE TRABAJO 2 INSTITUTO

INDIGENISTA INTERAMERICANO

MEXICO, 1997

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. . . "Enamorado de la vida, transfigura el cáncer pulmonar en un caballo de Troya que le permite volver a Río por encima de la prohibición gubernamental y encuentra, finalmente, que se puede vivir con un solo pulmón, ver a las garotas en la playa, escribir, defender al indio, dictar conferencias y conceder entrevistas; ¡tanto esfuerzo anterior empleado inútilmente en alimentar un pulmón innecesario! Si el ambiente de las dictaduras es irrespirable, queda la brisa; si no se tienen derechos políticos, si no se puede hablar de cierta manera sobre cosas ciertas, queda el humor inteligente, el mensaje sutil. Si uno lleva la trinchera a cuestas, todo sitio es campo de batalla. Educar, incitar, abrir horizontes, fundar utopías, todo se puede hacer también simplemente viviendo. Como Darcy Ribeiro."

Guillermo Bonfil Batalla México, 1978

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INDICE

Presentación 9

El indio y el brasileño 11

Etnia, indigenismo y campesinado 35

Los indios y el estado nacional 55

Autocrítica demagógica 69

Bibliografía de Darcy Ribeiro 83

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Presentación

Los aportes del entrañable Darcy Ribeiro al pensamiento latinoamericano quedan como uno de los patrimonios más ricos y coherentes de este siglo. En México Darcy tenía muchos colegas, asiduos lectores y amigos. Nuestras instituciones preparan en estos días múltiples eventos académicos sobre la obra y la vida de Darcy Ribeiro. Su obra revitalizada con el tiempo es una constante en los programas de formación de nuestras universidades.

De manera espontánea y colectiva surgió la propuesta de realizar una velada homenaje en su honor. Decidimos acompañar la velada con la publicación de algunos de sus artículos dedicados a la reflexión sobre los Pueblos Indios de América y una bibliografía de su obra.

La lectura de los textos incluidos da cuenta cabal de la vigencia e importancia de su obra y su pensamiento. Desde décadas atrás Darcy insistía en la necesidad de construir una nueva relación entre los Pueblos Indios y los Estados Nacionales; y también desde décadas atrás proponía soluciones justas y democráticas.

Su estudio hoy es imprescindible y por supuesto esclarecedor.

La nómina de las instituciones que participamos en la velada homenaje pone en evidencia la entrañable presencia de Darcy en México; y pone en evidencia también la importancia que para los mexicanos tiene su obra y su vida.

José del Val. Junio 6, 1997.

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El indio y el brasileño*

Vamos a tratar un tema importante, no solamente por su actualidad -en estos días de nuevas matanzas de indios- sino también porque es una cuestión relevante para las Ciencias Humanas: la etnia.

Se acostumbra decir, y es incluso verosímil, que la célula elemental del género humano es la familia. No es verdad. La familia es la célula de la reproducción biológica. La unidad esencial del fenómeno humano es la comunidad étnica, que es el lugar en que el hombre se produce. Ella surge en la primera de las grandes alienaciones que nos plasmaron, aquella que nos desgarró del reino de la naturaleza para situarnos en el reino de la cultura.

Lengua y cultura

No hay hombre sin comunidad étnica. Los hombres nacen con la potencialidad de desarrollar personalidad y condición humana. Pero eso es una mera virtualidad, que solamente se realiza, se concreta, si crece en una comunidad portadora de la condición humana, o sea, portadora de una cultura que lo humanice. Es por la convivencia dentro de esa comunidad que cada ser humano se apropia de la lengua de su pueblo y, ya en el cuerpo de la lengua, de una masa inmensa de conocimientos que catalogan y denominan las cosas, mostrando de qué manera ellas se transforman en el tiempo y varían en el espacio.

El paso esencial para alcanzar la condición humana es el dominio de ese instrumento que es la comunicación a través del habla. Con ella uno puede referirse al pasado, configurar realidades ausentes, suponer cómo será el futuro, acumular toda una masa de saber verbalizado. Más allá del habla, es en aquella comunidad étnica que cada ser humano se hace miembro de su grupo y aprende los elementos culturales indispensables para desempeñarse como hombre, tomando como base

* Publicado en Democracia y Estado multiétnico en América Latina. Colec., La Democracia en México, La Jornada Ediciones. / Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades, México, 1996.

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Lo que caracteriza a una comunidad étnica y constituye la base de su ser y de su existencia es, fundamentalmente, su lengua y sus saberes verbalizados, así como el espíritu de comunidad; el sentimiento de participación en un grupo humano exclusivo y exclusivista, respecto al cual desarrolla las más altas lealtades y, a partir de ellas, crea un sentimiento de rechazo a todos los demás grupos.

Otra característica fundamental de la etnia es su sistema adaptativo, o a través del cual se relaciona.

Su propio sistema adaptativo interactúa con la naturaleza circundante para sacar de ella lo que necesita para nutrirse y vivir. Esa forma de adaptación de base cultural hace contrastar crudamente la condición humana con la condición animal, cuya adaptación es biológica e innata. Se pierde mucho cuando se sale del nivel animal, instintivo, hacia el nivel cultural, aprendido. Se pierde toda la sabiduría inscrita en el cuerpo y que habilita a cualquier animal a vivir, crecer, reproducirse, abrigarse, defenderse. La ventaja de la adaptación cultural es que ella puede variar mucho de comunidad a comunidad y, en una misma comunidad, variar extensamente en el tiempo por el domino de nuevos saberes.

Además de este saber adaptativo de base ecológica, existe un segundo cuerpo de saberes que constituye el sistema asociativo, integrado por un conjunto de normas a través de las cuales los seress humanos se relacionan unos con otros y se organizan en familias, clases, corporaciones. Es este sistema el que regula la conducta recíproca, de forma que cada ser humano sabe qué esperar del otro. Es él, incluso, el que provee el cemento esencial de la condición humana, que es el incesto.

Cada comunidad étnica tiene sus reglas de incesto, según la cuales se clasifican las personas; con unas se puede tener relaciones sexuales y reproducirse, y con otras no se puede. Es probable que la humanidad haya surgido cuando se establecieron las reglas del incesto. Son ellas las que, impidiendo o limitando el interrelacionamiento sexual dentro de la familia, obligan a los grupos

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familiares a comunicarse unos con otros. Obligan, también, a las propias comunidades a comunicarse unas con otras.

Ese Inter-relacionamiento externo es lo que permite el intercambio de experiencias que enriquece a cada grupo, porque, además de sus propias experiencias vividas, puede contar con las experiencias de otros grupos. Por ese camino es que se construye la cultura humana, tal como la vemos y la concebimos.

Las comunidades étnicas tienen otro componente cultural básico, que es el cuerpo de valores, de creencias, de ideas, configurado como su sistema ideológico. Es el que orienta la conducta religiosa, la conducta artística, la creatividad y la conducta ética de cada persona.

Esos tres cuerpos de saber y la lengua a ellos asociada, transmiten, a cada nuevo miembro, el sentimiento de pertenencia y la sabiduría de vivir, incorporándolo a aquella etnia como miembro que se identifica con ella y es por ella plenamente reconocido como tal. Asume así, orgullosamente, que es participante de la más perfecta de las comunidades humanas, mejor que cualquier otra de que se tenga noticia. Eso ocurre cuando se trata de una cultura integrada. En ciertas circunstancias, sin embargo, esa integración puede romperse, marginando parcelas de la comunidad y llevándolas al desengaño y a la desesperación.

La fuerza de la etnia.

La comunidad étnica dotada de esos valores, servida por esos saberes, es extraordinariamente resistente. Para mí, la sorpresa mayor en mis estudios de antropología fue descubrir el inmenso poder de esas comunidades étnicas, su capacidad de mantenerse y de permanecer. Siempre me pregunté lo que es necesario para que una comunidad étnica sobreviva. Es casi increíble, pero ella resiste cualquier condición imaginable de represión y de persecución, si no hay una destrucción física de las personas o un desgarramiento y total aislamiento de sus miembros.

Estudié a los indios del Brasil a partir de la perspectiva corriente de entonces, de que en contacto con agentes de la civilización, ellos serían desculturados y aculturados, por absorción de la lengua y de la cultura ajenas, desapareciendo totalmente asimi-

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conocimientos y sentimientos coparticipativos.

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lados en el cuerpo de la nueva sociedad. Los hechos mostraron lo contrario: una comunidad, teniendo las condiciones mínimas de mantener la convivencia entre sus miembros, resiste y permanece.

En ningún lugar encontré una comunidad indígena convertida en un pueblo o en un vecindario "brasileño". He visto, al contrario, situaciones en que los indios, sometidos por siglos al contacto y la presión económica, social y religiosa, en sus más perversas formas, continuaban indios. No se convirtieron ni se incorporaron, a pesar de estar forzosamente integrados en la economía regional y ser cada vez más parecidos a sus vecinos civilizados.

La continuidad histórica por la sucesión de generaciones creadas dentro de una misma tradición, el orgullo de ser ella misma y la experiencia de la hostilidad que tiene de los no-indios, es lo que necesita la etnia para permanecer.

Ellos saben que no son brasileños, que son una gente especial, que son los indios tales, el pueblo tal, la etnia tal. Es extraordinario, pero la única condición, el único requisito para que la comunidad persista, es que los padres puedan criar a los hijos dentro de su tradición. Impresiona ver que esa comunidad, inclusive transfigurada racialmente a través del mestizaje, y habiendo perdido su figura biológica de indios para ser mestizados predominantemente de blancos y negros, permanece indígena en las mentes de sus miembros.

La configuración original de una comunidad étnica es la de un grupo

singular, con un número de personas limitado por los recursos que puede sacar de su hábitat. Ese pequeño grupo, al crecer en población más allá de los límites de las posibilidades ambientales, es compelido a bipartirse, fraccionándose sucesivamente, saliendo cada sub-grupo a la procura de su destino. Con el paso del tiempo, se van diferenciado, en razón de vivir experiencias culturales diferentes y acaban por verse, unos a otros, como gente extraña. Así se plasman las tribus como microetnias.

Impresionan igualmente los grupos indígenas que aún perdiendo su lengua cuando son sometidos a la convivencia con otros grupos --como acostumbran hacer los misioneros-también permanecen indios. Esos casos son mucho más difíciles, es verdad, porque la pérdida de la lengua es tan violenta que dificulta a la comunidad mantener su propia unidad, su sentimiento de diferencia hacia un grupo externo que habla la nueva lengua.

Los tupí-guaraní, que ocupaban toda la costa atlántica y algunos ríos

que corren hacia la Amazonia y otros, como el Paraguay, que corren hacia el sur, quizás alcanzasen un millón de personas y constituyeron, aparentemente, el pueblo tupí-guaraní. Pero eso no ocurre, porque estos grupos no se reconocen como una misma gente. Cada microunidad tiene su identidad propia, a la cual consagra toda su lealtad; pero tiene, con igual vigor, una actitud hostil para con todas las demás, vistas como enemigas. No eran capaces por eso, de desarrollar ninguna actuación conjunta. En sus relaciones recíprocas había mucho más predisposición para la guerra y hostilidad que para la solidaridad. Cada grupo local era una entidad étnica única e irreductible, inconfundible con cualquier otro y con todos los otros, por supuesto.

Es explicativo de esas situaciones el caso de los tupinambá y la práctica del canibalismo. Ellos no practicaban un canibalismo alimenticio, sino una antropofagia ritual. Sus prisioneros de guerra, en número relativamente pequeño, eran sacrificados en un ceremonial muy elaborado y después eran consumidos. Quinientas a ochocientas personas comiendo a una sola no es propiamente un banquete. Es hacer antes una comunión que, de hecho, sólo se puede realizar idealmente dentro del propio grupo.

Sin embargo, conocí, en las orillas del río Sao Francisco, grupos indígenas que permanecieron indios a pesar de estar aparentemente aculturados hasta el extremo. Son oriundos de pueblos reunidos y mezclados en misiones religiosas, que tuvieron que adoptar el portugués como lengua de comunicación entre ellos, y que acabó predominando, haciendo desaparecer su propia lengua. Encontré a esos grupos expoliados de sus tierras, deambulando por el sertao, guardando muy poco de su patrimonio cultural originario, pero persistiendo en verse como otro pueblo, como el pueblo original del que son descendientes.

Es bizarro el caso de un arcabuzero alemán, Hans Staden, arrestado en el litoral de Santos, en un pueblo de portugueses, y

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llevado a sus aldeas por los tupinambá, que intentaron varias veces realizar con él su ceremonial y consumirlo. Nunca lo comieron porque el alemán empezaba a llorar y se ensuciaba todo. Un tupinambá no iría a comer un alemán flojo como aquél. En realidad, un tupinambá solamente podía comer bien a otro tupinambá, o a alguien que hablase la misma lengua y llevase la misma cultura, estando por eso capacitado para comportarse en la forma prescrita en el ceremonial.

Macroetnias.

La comunidad étnica singular se rompe, pasando de la condición de micra etnia a la condición de macroetnia, cuando ocurren transformaciones sociales y económicas que permitan este salto evolutivo. Vale decir, cuando existe la acumulación de elementos nuevos de la cultura y el desarrollo de sistemas más eficaces de producción, a través de la agricultura y del pastoreo, que permitan una abundancia más grande, suficiente para una población ampliada. Ocurre, entonces, la estructuración en clases, la bipartición de la sociedad en una condición rural y en una urbana, así como la identificación cívica con base en el dominio territorial.

De esta manera surgen, simultáneamente, el citadino y el campesino. El primero, en una estructura nueva, urbana, desobligada de producir alimentos y dependiente para su sustento del contexto campones, que a su vez, recibe en compensación, bendición religiosa, protección militar y retribución comercial.

La propia cultura se biparte y se especializa en un componente citadino, tendiente a construir un saber erudito de transmisión especializada, y en un componente campones, que permanece arcaico. Mientras la cultura urbana se diversifica en ritmo acelerado, obligando a su población a sucesivas transfiguraciones, el contexto campones mantiene una gran estabilidad. En esta sociedad ya no predomina, como criterio ordenativo de la vida social, el parentesco tribal. Surgen en su lugar nuevos criterios clasificatorios, como el cívico-territorial y la división en clases.

Existen dos mecanismos básicos de quiebra de la etnia: la separación de padres e hijos y la esclavitud. Donde surge la esclavitud personal, el individuo que es arrancado de su pueblo para ser usado como mera fuerza de producción y reproducción

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al servicio de un amo, pierde rápidamente la identidad étnica. La unidad societaria donde se da la esclavitud ya es una macroetnia organizada como Estado, cuya vinculación es de orden cívico-territorial. En ella, la calidad de miembro se alcanza por el criterio de residencia en el territorio que ella domina, pudiendo abarcar camponeses y citadinos, esclavos y señores, y hasta gentes oriundas de distintas culturas.

Antagonismos

Es fundamental esclarecer aquí que el pasaje de la micra a la macroetnia es importante en la transición de una sociedad internamente solidaria hacia una sociedad internamente conflictiva. Es cierto que las sociedades tribales viven en tensión guerrera permanente, pero es en las macroetnias estadizadas donde surge la dinámica del antagonismo interno por la oposición de clases.

Aquí, las oposiciones más antagónicas son las que se registran entre señores y siervos, señores y esclavos. En el primer caso, trátase de un avasallamiento que permite al pueblo dominado mantener su propia identidad étnica. Es el caso de los judíos en Egipto, que después de servir al faraón por un cierto periodo, pudieron volver y reorganizar su vida autónoma. El segundo caso, el de la esclavitud, se da por arrancar a una persona de su etnia, por su conversión en cosa despersonalizada que no tiene control sobre su propio destino; y tiende, por eso, a perder la identidad étnica.

Otro orden de oposición se da entre el citadino y el campones. El primero, que ejerce la dominación política, religiosa y militar, es susceptible de constantes y radicales transformaciones culturales que alteran profundamente su modo de ser y vivir. Por su parte, el campones, dotado de gran estabilidad, tiende a permanecer él mismo, conservando sus características culturales originales. Se puede decir, por eso, que aquéllos se urbanizan de cierta forma, pierden la cara, la raíz, el ser.

Los camponeses, al contrario, mantienen su propia identidad y singularidad a través de largos periodos. Ellos sufren, sin embargo, una permanente sangría, por el traslado a la ciudad de personas que van a ejercer funciones serviles o guerreras, y que engordan al contingente urbano. Esa sociedad macroétnica crea, también,

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aunque con menor grado de integración, una identidad étnica capaz de despertar fuerte lealtad de sus miembros.

Asimismo, en sociedades muy complejas, esa lealtad de tipo patriótico hace prevalecer antiguas formas de antagonismos étnico s sobre las lealtades clasistas relativamente recientes, generadas por la estratificación social. Así, se ve que las luchas interétnicas, aunque anteriores a las luchas interclasistas, tienden muchas veces a sobreponerse a éstas.

Enfrentamientos.

Pasaron cinco siglos desde el primer encuentro de las gentes americanas con el invasor europeo. Totalmente superadas están las primeras imágenes recíprocas que se compusieron: de un lado el europeo, cuya visión, copiosamente registrada por sus cronistas, revela cuánto se maravillaron y se aterrorizaron de aquella gente inverosímil que tenían delante: unos indios desnudos, alegres, unas indias bonitas -todos predispuestos a una convivencia cordial.

Esa visión idílica fue tan fuerte, que aconteció imaginar tanto a Colón como a Vespucio la idea de que la tierra encontrada quizás fuera el Paraíso Perdido. ¿Un clima de tal frescor, tanto verde, tantas flores, tantos pájaros y esa gente tan inocente, confiada y dadivosa, no sería el Edén? Ese encuentro va a cambiar, radicalmente, la concepción del europeo sobre sus propios ancestrales. Pensados antes como anacoretas bíblicos que comían raíces amargas en el desierto, vestidos con camisones rotos, pasan a ser concebidos desde ahora como el buen salvaje, cándido, sabio y cordial. Ya en 1516, la alabanza a los indios inspira la Utopía, de Thomas Moro. En 1572, el ensayo "De los Caníbales", de Montaigne. En 1612, La tempestad, de Shakespeare, que es el elogio del mestizo americano.

La visión de los indios es opuesta. Para ellos, aquella extraña gente que desembarcaba de las enormes naves -dioses o demonios-, era igualmente inverosímil. Venían fétidos, por el hedor natural del hombre blanco y por haber pasado largo tiempo navegando en mar abierto, sin baño. Todos tenían sus caras cubiertas de barbas hirsutas y llenas de heridas del escorbuto. Vestían restos de andrajos y tenían los pies puestos en cascos de cuero y las cabezas adornadas con graciosos gorros.

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Lo asimilable aquí, sin embargo, es que aquel indígena, horrorizado con la figura del europeo que llegaba, encantose fantásticamente con las riquezas que él traía: un cuchillo o una tijera, para quien no conocía el metal, eran cosas ultrapreciosas; más todavía, una hacha para derrumbar árboles, un adorno, un espejo. Rápidamente, esos bienes ajenos se tomaron indispensables a todos los indios. Los que estaban en la costa podían obtenerlos. Con ellos conseguían lo que quisiesen, cambiándolos en los pueblos del interior. Para todos los indios, pasa a constituir el más grande desafío establecer alguna relación con la gente capaz de proveerles de esos recursos.

Cosas que para el europeo no tenían valor alguno, pasan a ser, desde entonces, la moneda con que se conseguía reclutar y hacer trabajar duramente a las multitudes de indios.

La conquista.

Los conceptos de etnia y macroetnia ayudaron a comprender la situación de los indios de Brasil y de las Américas en el pasado y en el presente. Teníamos, originalmente -como en el caso de los tupinambá- millares de etnias con sus lenguas y culturas propias, las cuales, en cuanto microetnias, crecían y se subdividían sin jamás aglutinarse unas con otras a través de la "citadización" o de la estratificación que las habilitasen para la unidad política.

Aunque, en las primeras décadas, el contraste entre su cuantía poblacional y la de los invasores europeos fuera inmenso, no sirvió de ventaja en el enfrentamiento. Y eso porque el europeo venía estructurado en bases macroétnicas, que le hacían capaz de actuar planeada y unificadamente, venciendo, de manera sucesiva, uno a uno de los grupos indígenas contra quienes luchó.

Al contrario ocurrió en México, Guatemala y en el Altiplano andino, donde el europeo se enfrentó a indios de alta civilización, citadizados y estratificados. Después de la conquista, que allí ocurrió efectivamente, las poblaciones indígenas fueron subordinadas al dominador español, que sencillamente sustituyó a la antigua clase dominante, de orden sacerdotal, liquidándola y ocupando su lugar de mando.

A partir de entonces las poblaciones indígenas, convertidas en campesinados o en siervos urbanos, se esfuerzan en forma dramá-

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tica para conservar su ser, sus saberes y sus valores. Es cierto que, contradictoriamente, lo alcanzan sólo transformándose de modo continuo, para hacerla viable frente a las imposiciones del nuevo dominador, dispuesto a utilizar todas las armas para desindianizarlos, a través del más crudo genocidio y del más perverso etnocidio.

En Brasil jamás hubo una conquista. Cada grupo indígena tuvo que ser conquistado por sí. Los yanomami están sufriendo ahora lo que sufrieron otros indios hace quinientos años, porque nadie puede hacer la paz en nombre de ellos, nadie puede decidir nada por ellos. A lo largo de los siglos, ellos conservaron su propia individualidad y la autenticidad de su cultura.

Eso fue posible milagrosamente, porque las fronteras de la civilización, que corrían sobre la orla atlántica en 1500, llevaron mucho tiempo para llegar al fondo de la Amazonia, donde ellos sobrevivían aislados. Los indios que estaban en ese vasto territorio, el cual ha venido ocupado a través de los siglos, por los neobrasileños, vivieron el drama del enfrentamiento con la civilización, que lanzó sobre ellos todas sus pestes. Enfermedades desconocidas, que diezmaban sus poblaciones inermes. Así que algún contacto era mantenido. Guerras de extermino y captura de indios e indias como cautivos. Evangelización etnocida que solamente protegía sus cuerpos, robando sus almas. Y la propia protección oficial y laica, con frecuencia inepta; perfectamente capaz de pacificar a los indios hostiles para que entregasen sus tierras al invasor, pero incapaz de darles protección eficaz ante el drama del enfrentamiento con la civilización.

Paradójicamente, la incapacidad cultural y política de los indios para unificarse frente a la invasión europea, contribuyó en forma positva para su sobrevivencia. No hubo aquí nada semejante a la dominación alcanzada por el europeo sobre las sociedades indígenas con mayor nivel de civilización. La ausencia de una institución política capaz de tomar decisiones, la indisciplina de las jefaturas guerreras, pero sobre todo la condición de microetnias cerradas en sí mismas, condujo a los indios a sucesivos enfrentamientos, cada vez más destructivos, de los cuales solamente podían escapar huyendo sertao

adentro, donde terminaban siendo encontrados. Así fue como 5 millones de indios se redujeron a 300 mil.

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El mestizaje.

En las primeras décadas después de la invasión europea, la situación étnica brasileña era muy clara. Existían, de un lado, las poblaciones americanas originales, denominadas indígenas por un equívoco. Del otro, los blancos, venidos de Europa en oleadas sucesivas, nunca muy numerosas pero con extraordinaria capacidad de inserción en el mundo indígena, al que convertían en condición de su propia prosperidad. En tercer lugar, los africanos, que llegaron más tarde, reconocibles de inmediato por su figura racial.

Con el mestizaje que se inicia desde el primer día, la situación se complica. La mujer indígena, preñada por un blanco, pare un hijo extraño. ¿Quién es ese hijo? No es europeo, no es blanco. Es un fruto de la tierra, que no se identifica con el gentío materno y no es reconocido, como igual por el padre europeo, quien lo trata con desprecio. Etnicamente es un nadie. Un ser suelto en el mundo, sin un cuerpo étnico con el cual identificarse. Se torna de pronto un celerado, suelto en la Historia, dotado de extrema capacidad destructiva. Es el mameluco que funcionará como exterminador de todos los grupos indígenas, a los que se enfrenta para convertirlos en cautivos.

Es de recordar que los jesuitas, peyorativamente y en un acto de repulsa, dieron el nombre de "mameluco" a los viejos paulistas, que a veces se enorgullecían, ingenuamente, de la designación. "Mamaluk" es la denominación dada por los árabes a una de las categorías de gentes que criaban. Así como criaban caballos, extrayendo de cada uno de ellos la capacidad que tenía para cargar peso, o para servir en la guerra; así también trataban a los niños de dos años capturados en sus áreas de dominación. Llevados a casas-criatorios, eran también observados para descubrir sus talentos. Si el niño era tosco y torpe, lo castraban para servir como eunuco. Si fuera un caballero audaz, sería preparado como guerrero jenízaro. Si fuera habilidoso, ardoroso, quizás pudiera servir como espía o cipayo. Sin embargo, si fuese alguien que pudiera volver a su pueblo con la cara de aquel pueblo, pero con el alma cambiada por haber sido rehumanizado en la casa-criatorio, entonces iría a servir como "mamaluk".

Tales eran los componentes de las "bandeiras" que devastaron el interior de Brasil. Hablaban todos, como lengua materna, la

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proceso económico, se realiza un proceso biológico más profundo, mediante el cual, a la par con la reducción de las poblaciones indígenas, nace y crece una población nativa mestiza, por la multiplicación de unos pocos varones europeos en los vientres de millares de mujeres indígenas.

Simultáneamente, la mujer negra capturada por un blanco genera un mulato, que no ya no era africano. Era de aquí, aunque llevase las marcas raciales del negro. También ese mulato quería identificarse con el padre o con su vertiente blanca, pero él también era un nadie en el plano étnico liberado pero discriminado, o esclavo del propio padre -que no lo reconocía como hijo-, vivía el drama de ser dos sin saber quién era, tenido como negro con alma de blanco.

lengua tupí, que permaneció viva en Sao Paulo hasta el comienzo del siglo XVIII. Dominaban como nadie la cultura indígena. Aprendieron de ellos a vivir en los trópicos, heredando su sabiduría milenaria. Parecían hechos a propósito, por la Historia, para ejercer la función de sectores mayores de la sucesión ecológica que extermina a las poblaciones indígenas y la sustituye por millones de mestizos. En 1500, los indios eran 5 millones, los europeos no llegaban a uno. Tres siglos después, los mestizos neobrasileños superaban los 10 millones, los indios, menos de un millón.

El cuñadismo

El mecanismo utilizado para la subordinación de tantos indios a los pocos europeos que llegaban hasta la costa, fue una institución indígena, el cuñadismo. O sea la práctica tribal para tratar con personas extrañas, que consistía en dar al extraño una joven como esposa. En el momento en que él la asumiera, se establecían de inmediato relaciones extensas con todo el pueblo de donde ella procedía. El blanco pasaba a tener decenas de cuñados, suegros, yernos y otros parientes, puestos a su servicio y pidiéndole baratijas.

Así se reclutó la fuerza de trabajo que cargaba las naves con millares de piezas de "pau-brasil" y todo lo demás que el europeo tenía por mercancía preciosa. Los propios indios se transfiguran a sus ojos. Vistos inicialmente como gente inútil, porque no producía mercancías, pasan a ser mano de obra indispensable para construir sus casas, para cultivar sus plantíos, para ser remeros de sus barcos, para hacer sus guerras, para reproducirse y para producir las mercancías con que los europeos se enriquecerían.

Lo grave es que los indios no se incorporaban a una economía mercantil. Lo que ocurría era la incrustación del mundo microétnico -de la reciprocidad solidaria, fundada en las obligaciones de parentesco- en el sistema europeo de mercado. Allí se entrecruzaban dos esferas evolutivas, contemporáneas pero no coetáneas, entre las cuales el intercambio económico era siempre el más desigual, siempre en perjuicio de los indios.

Por el cuñadismo, algunos europeos llegaron a tener cincuenta y hasta ochenta mujeres a través de las cuales se relacionaban con otras tantas comunidades indígenas, puestas a su servicio, y se reproducían en forma prodigiosa. Así es que, simultáneamente al

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El brasileño

Esos nadie, los mamelucos y los mulatos, a la búsqueda del propio ser dentro de una identidad étnica propia y digna, inventan el brasileño. Lo fueron por siglos sin saberlo, teniendo apenas una vaga noción de su condición humana. Como hijos de la tierra, pero capaces de vivir en ella, encontráronse a sí mismos al osar verse como mejores que los cortesanos y que los criollos, hijos de los blancos criados aquí.

El momento crucial de la auto-identificación de estos mestizos como brasileños se da en la Insurrección Minera. Allí se habla, por primera vez, de brasileño como gentilicio. La palabra deja de designar a aquel que exploraba el "pau-brasil" para tornarse el nombre de un pueblo, de una nacionalidad.

El brasileño surge así tardíamente. Surge en el momento en que el Brasil se incorpora para ser él mismo, libertado del yugo colonial. Surge como la identificación étnica o macroétnica de un pueblo que llevó siglos para construirse a sí mismo, biológica y culturalmente, a través de una historia dramática y conflictiva. Surge, al fin, como un pueblo-nación que somos, desafiado por la Historia para realizar plenamente todas las potencialidades de una de las principales naciones del mundo.

Cabe recordar aquí que Simón Bolívar, el libertador de la América hispánica, intentando identificar lo que eran sus pueblos, se

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pregunta: ¿Quiénes somos nosotros? Somos un pequeño género humano que ya no es europeo, indígena tampoco no es. ¿Quiénes somos nosotros?

Esta búsqueda de la propia identidad es la misma de los "héroes mineros". Es la angustia de la gente generada en el proceso histórico-colonial, diferente del colonizador y del nativo, que empieza a verse y a afirmarse como un nuevo pueblo.

El fenotipo predominante del brasileño es el de un moreno cobrizo, porque fueron rarísimas las mujeres venidas de Europa y también en número relativamente pequeño las venidas de África. La población brasileña es, en consecuencia, genéticamente indígena en su mayoría.

También en el plan cultural el brasileño es medio indio. Nuestra característica distintiva, aquella que nos diferencia del europeo y del africano, reside esencialmente en la herencia indígena que nos dio desde los nombres con que designamos la naturaleza brasileña, hasta las formas de actuar y sobrevivir dentro de ella.

La herencia negra que también nos distingue, es menor en el plano racial, porque fue pequeño el contingente de mujeres negras traídas a Brasil, aunque mucho mayor que el de mujeres blancas. Así es que nuestra figura es de gente de color cobriza, tiznada de sangre negra.

Extrañamente, una de las mayores contribuciones negras a la cultura brasileña fue la difusión y consolidación de la lengua portuguesa como lengua materna y general del país, hoy hablada por todos los estratos sociales, sin ninguna diferenciación dialectal. Eso se debió a que el negro sacado de distintas microetnias

africanas, conviviendo en el engenho o en la mina, para recuperar su humanidad oprimida bajo la condición de cosa esclava tuvo que aprender, oyendo los gritos del capataz, la lengua portuguesa, que por él se difundió. Donde hubo grandes contingentes negros, como en el noreste azucarero y en las minas, el portugués se estableció prontamente. Distinto fue en las áreas donde él era escaso, como en Sao Paulo, donde la lengua indígena permaneció como lengua vernácula por mucho tiempo.

Fue por ese camino que el pueblo brasileño se construyó como población racialmente mestiza, históricamente partida en dos bloques: las hordas originarias de cortesanos y sus hijos criollos, puestas arriba como corte dominante; los indios -reminiscencias del exterminio-, metidos en las matas, y los negros traídos de África. En oposición a esos contingentes crece el otro bloque de gente neobrasileña, compuesta de la masa de mestizos, mamelucos y mulatos, en busca de su propia identidad, construyendo en la inconciencia su destino.

Alternativas étnicas

De ese caldero de pueblos caldeándose que fue el Brasil de los primero siglos, surgieron igualmente algunos contingentes étnicamente diferenciados que fueron disipados en el proceso histórico. Uno de ellos, el de los negros quilombos, que eran ya brasileños, hablaba el portugués pero guardando dentro del pecho muchos valores ancestrales. Su posición antagónica al sistema dominante hizo de él un adversario étnico que debía ser desalojado y destruido, como ocurría con los indios.

Otro contingente diferenciado fue el de los indios desindianizados por las misiones religiosas, cuyos descendientes ya no eran indios. Hablaban, como lengua común, el tupí-guaraní de los jesuitas, que de hecho era la lengua de la civilización. También ellos, oponiéndose tanto al indígena -que permanecía tribal y autónomo-, como a la sociedad colonial naciente, estuvieron en una guerra sin fin. La mayor matanza de la que se tiene noticia en la historia brasileña es, precisamente, la del enfrentamiento de los "caboclos" misioneros con la sociedad colonial que se desarrollaba en la Amazonia. Probablemente la Cabanagem, en que fueron muertos más de cien mil "caboclos", es la lucha más cruenta que se registra en la historia americana.

Tanto el quilombo como el "caboclo" misionero, en cuanto alternativas étnicas, se veían opuestos sin remedio al proyecto colonial. Su situación era paradójica. Unos y otros eran suficientemente numerosos para sobrevivir por largo tiempo luchando de modo continuo. Vivían, sin embargo, la situación extrema de que podían ganar mil batallas, pero no podían perder ninguna. Cada vez que eran vencidos, se veían diezmados. De hecho, tomaron varias veces la ciudad de Belem de Para y otras ciudades de la Amazonia. Pero las tomaban y las perdían por la incapacidad de

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ejercer sobre ellas el dominio de un comando macroétnico, articulado como pueblo-nación en sí y para sí. Tampoco fueron capaces de fundirse en el pueblo brasileño que estaba siendo plasmado, pues no eran protobrasileños. Esas gentes perdidas en la historia, socialmente inviables dentro del sistema colonial, constituían lo que podía haber sido otra macroetnia alternativa a la brasileña, pero no llegaron a serlo.

a esto por los misioneros y por los funcionarios del Servicio de Protección". Concluía de esto que él haría que se cumpliera imperialmente el decreto de que las tribus indígenas aculturadas dejasen de ser indígenas para pasar a ser comunidades brasileñas comunes. Ignoraba que esa "emancipación" conllevaría, en forma importante, a los indios a la pérdida de sus tierras y de cualquier derecho al amparo oficial y, por tanto, a su desaparición.

Como se ve, en la gestación del Brasil el fenómeno étnico interviene de forma sustancial como la forma de fundir humanidades para ir creando humanidades nuevas, hasta que de todo ese drama surge el "pequeño género humano" que somos nosotros, los brasileños.

El hecho de que los pueblos indígenas hayan sobrevivido a siglos de la opresión más terrible, y de que su simple existencia pareciera imposible si ellos no estuvieran allí mostrándonos que sobreviven, nos compele a una actitud mínima de respeto. La falsa emancipación geiseliana sería una nueva ola de persecución. Aunque ya no contara con las armas mayores de la guerra, de la esclavitud y de la contaminación propugnada, contaba con todo el poder opresivo de un Estado moderno, empeñado deliberadamente en destruirlos.

Emancipación indígena

Contrastan con esas configuraciones histórico-culturales de los "caboclos" y de los quilombos, las centenas de pueblos indígenas que, viviendo más allá de las fronteras de la civilización o aislados en las áreas ya dominadas, luchan para mantener su propia cara e identidad, en las condiciones más adversas. Algunos de ellos, tan transformados racialmente, tan transfigurados culturalmente, son casi indistinguibles de la gente brasileña de su contexto. A pesar de eso, continúan manteniendo la noción profundamente arraigada de que ellos son "propios", diferentes de todos los otros pueblos.

Integración sin asimilación

Cuando volví del exilio, años atrás, la primera batalla que tuve en Brasil, en mi vieja lucha por la defensa de las poblaciones indígenas, fue tan extraña que me costó situarme y entender lo que pasaba. El presidente Geisel, descendiente de padres alemanes, se consideraba un buen brasileño; tan bueno como para llegar a la Presidencia de la República. A él le extrañaba mucho que los indios, al contrario, insistiesen en ser indios. Esto le indignaba tanto, que desencadenó un movimiento llamado "emancipación de los indios" -una de las acciones más brutales de que se tienen noticias-.

La mayoría de los pueblos indígenas se hallan integrados en la sociedad nacional que los envuelve, y sometida a su sistema de dominación política. Esa integración, aunque no los incorpora a la brasilidad ni los asimila a la cultura y la etnia brasileña, mantiene con ellos, no obstante, una integración activa, sea en el plano comercial, que los obliga a producir mercancías que les permitan comer y comprar lo que necesitan; sea en el plano social, que los somete a la autoridad del alcalde o de su policía, sea en el plano jurídico, que cae sobre sus comunidades como una camisa de fuerza; sea en el plano burocrático, que los somete a un órgano de protección con el poder total de ampararlos o aniquilarlos.

La gran novedad del estudio que hice en la década de los cincuenta para la UNESCO fue mostrar que no hay ninguna asimilación indígena. Se esperaba de mí que mostrase que la relación de los indios con los no-indios en Brasil constituía un patrón de democracia racial. Tal como se suponía que ocurría con los negros. Las investigaciones sobre unos y otros fueron decepcionantes. En cuanto a los indios, demostré que en ningún lugar una comunidad indígena se convirtió, jamás, en una comunidad brasileña. Cada grupo indígena sobreviviente permanecía con su identidad étnica, por más aculturado que llegase a ser.

Geisel decía: "¿Por qué esos indios se mantienen en esa manía de ser indios? Mi padre y mi madre son alemanes. Yo sólo hablé alemán hasta los doce años de edad y hoy soy un brasileño. Esos indios insisten en ser indios, probablemente porque son inducidos

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El indio vive en la situación desesperada de quien no quiere identificarse con la sociedad nacional, en la cual se niega a disolverse; pero precisa vitalmente de su amparo compensatorio. Un amparo que solamente el Estado puede y debe dar, ya que el problema indígena es nuestro, porque invadimos sus tierras y destruimos sus vidas. Fuimos nosotros los que creamos el problema indígena. Somos nosotros los agresores. Nosotros, en consecuencia, somos quienes les debemos ese amparo oficial y legal -lo único que les puede garantizar condiciones de sobrevivencia-.

legalidad única que valió y vale, a través de los siglos hasta hoy, en Brasil y en las Américas, es el de esas bulas. La legalidad de la expropiación, la legalidad de la esclavitud, que autoriza adueñarse de las tierras, apropiarse de las personas, como acciones perfectas, legales y válidas.

Es claro que siempre hubo excepciones: o asegurar a uno que otro grupo indígena un pedazo de tierra aquí y allá, o atender a un misionero que reclamaba con gran vehemencia por la brutalidad de los colonos para con los indios que explotaban.

Como sobreviven y ahí están, nos cabe a nosotros atenderles, saber lo que reivindican primariamente. Oír sus voces, que nos dicen:

Estamos aquí. Fuimos los primeros. Somos habitantes originales de estas tierras. Lo que necesitamos es que no nos persigan tanto, que nos reconozcan la posesión de las tierras en que estamos asentados. Y el derecho a vivir según nuestras costumbres.

Vieira consiguió del rey, en 1680, un permiso diciendo que en la concesión de tierras se debería respetar los derechos de terceros; añadiendo que por terceros entendía y quería que se entendiese los originarios habitantes de ellas. Como se ve, nada es más claro y vetusto que la declaración del derecho original de los indios a las tierras en que viven. Derecho que raramente fue reconocido.

Éste es su drama. Ésta es la cuestión indígena del Brasil, hoy, aquí y ahora.

José Bonifacio, en 1821, en su proyecto de Constitución, también intenta garantizar derechos a los indios; Rondón, en 1910, crea el Servicio de Protección de los Indios, lo que fue una innovación importantísima en el campo del Derecho. Allí, pues, se instituyó la protección legal de los indios como deber de Estado, superando la violencia intrínseca de la protección religiosa, que cobraba a los indios, para ser protegidos, su conversión. Y en muchos casos, lo que es peor, la apropiación de sus tierras y su sujeción al trabajo que les indicasen los misioneros.

Legalidad indígena

¿Cómo se expresa legalmente esa cuestión? Mucho se discutió ese tema a lo largo de los años. Solamente quiero señalar aquí algunas instancias cruciales. El europeo parece que tiene una necesidad clara de sacralización de su conducta. Aunque a veces ella asuma las formas más vergonzosas y feroces, quiere envolverla en un manto de legalidad. Poco después, en 1916, surge el Código Civil, determinando que el

indio no tenía competencia para ser criminal. Para eso lo declara relativamente incapaz, equiparado al débil mental, al menor de edad y a la mujer casada. En apariencia se trata de una legislación restrictiva a los derechos humanos de los indios. En la realidad es la forma -convertir sus tierras en propiedad inalienable- que se encuentre para protegerlos del engaño. Engaño que siempre ocurrió donde se quería que prevaleciese el liberalismo de asegurar a los indios una igualdad ilusoria.

El primer documento de esa necesidad de sacralización, es la bula Romanus Pontifex, de 1454, da1a al Príncipe Don Enrique, que estaba por entonces invadiendo África. En aquel documento, el Santo Papa garantiza al príncipe y a su rey la propiedad perenne de las tierras africanas que pisaran y el derecho a esclavizar a los negros que apresasen y a los hijos de ellos, para sí y para sus descendientes, hasta el fin del mundo.

Una segunda bula papal, la Et Coetera, es promulgada en 1493, justamente un año después de que Colón llegara a América, para asegurar a los reyes españoles los mismos sacros derechos. La

En 1973, surge el Estatuto del Indio como el cuerpo de reglas legales más completo que jamás se instituyó para proteger a los indios. Últimamente, con la Constitución de 1988 se proclama el más alto documento legal de garantía de los derechos de las

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poblaciones indígenas. Ellos son ejemplarmente amplios y perfectos. Mi gran temor es que en una reforma constitucional no sean mantenidos, frente a la onda de iniquidad que últimamente se desencadena sobre los indios.

Entre las garantías más preciosas aseguradas a los indios por la nueva Constitución, está el derecho al amparo autónomo del Ministerio Público. En vez de dejarlos condenados a ser defendidos o no defendidos por los burócratas de la FUNAI, el Ministerio Publico puede interferir en cualquier instancia para protegerlos. Puede, inclusive, tomar la iniciativa, autónomamente, de ampararlos contra cualquier injusticia.

El indigenismo

Esas conquistas representan la mentalidad de la ciudad, independiente de las presiones de las fronteras de la civilización, donde se da el cruel enfrentamiento del colono con el indio temeroso. Desde muy pronto estas dos mentalidades se configuran y chocan. Es la lucha de Anchieta contra Ramalho, de Vieira contra Beckman, del Patriarca contra las matanzas de los Botocudos, de Rondón contra Von Ihering y los "bugreiros" alemanes.

Recientemente, la causa indígena llamó a la lucha a nuevos batalladores, como mis compañeros antropólogos; a indigenistas como los hermanos Villas Boas y Noel Nulets; a políticos como los senadores Severo Gomes y Jarbas Passarinho; a periodistas como Mamelia Moreira y Washington Novaes; a juristas como Dalmo Dallari; a magistrados como Francisco Rezek y Aristides Junqueira. Ellos son, hoy, la vanguardia de la lucha contra la violencia asesina, siempre lista, presta a lanzarse sobre los indios alcanzados por nuestra sociedad en su expansión, como ocurre con los yanomami.

Para comprender su situación, quiero recordar aquí que en 1952, junto con los hermanos Villas Boas, comencé la lucha para crear el Parque Indígena del Xingu. Los indios xinguanos eran, por entonces, menos de dos mil, pero conseguimos de Getulio Vargas que les fuesen dadas más de cuatro mil hectáreas. El argumento que usamos con el presidente fue el de que año tras año, los hacendados estaban quemando todo el interior de Brasil. Esas quemas no sólo liquidan la mata, sino la propia naturaleza,

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matando la tierra, por la acción del fuego que puede llegar a mil grados, y extirpando los microorganismos que hacen que la tierra viva. El presidente comprendió que era preciso reservar en algún lugar una muestra prodigiosa de la tierra brasileña, preservada para que los nietos de los nietos de nuestros nietos, en el año 3 mil, en el año 5 mil, puedan ver lo que es la naturaleza brasileña.

Comprendió también que la única forma de garantizar eso era entregar aquellas tierras a los indios xinguanos, porque sólo ellos saben convivir con la mata, manteniéndola viva. Getulio creó, entonces, el Parque del Xingu. Gracias a eso, los xinguanos sobrevivieron. Si hubiesen dado un territorio a cada sub grupo xinguano, como pretendían entonces y pretenden ahora hacer con los yanomami, ellos estarían destruidos, como ocurrió por todas partes. Gracias al parque, los xinguanos aumentaron de número y tuvieron una perspectiva de vida mejor que la de los otros indios.

Los yanomami

En este momento toda la humanidad, toda la opinión pública nacional y mundial tienen los ojos puestos en nosotros, esperando que Brasil sea capaz de encarnar, frente a los yanomami la mejor forma de civilización, no la forma brutal que ella ha asumido tantas veces.

Aquellos indios son los últimos del gran pueblo "prístino" del mundo. Europa, en su expansión, destruyó decenas de millares de pueblos, apagando otras tantas caras del fenómeno humano como sus lenguas, sus visiones del mundo, sus culturas propias, en un empobrecimiento irreparable del patrimonio cultural de la humanidad.

Hoy, en su expansión encarnada por los brasileños, la civilización occidental se enfrenta a unos cuantos pueblos que sobreviven porque están más allá de sus frentes de expansión. Entre ellos se destacan los yanomami, un pueblo de 12 mil almas, tal vez más, viviendo en más de cien aldeas, donde conservan una vieja tradición expresada en su propia lengua, en su cultura también peculiar, en las formas de sus casas no igualadas por nadie, en la cordialidad extrema de la convivencia que allí se da entre hombres y mujeres y entre adultos y niños.

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Hay quien dice que sería una desnacionalización garantizar un gran territorio indígena en nuestras fronteras. No es verdad, porque la Constitución actual reconoce el derecho de los yanomami a sus tierras, pero no las aliena para que sean apropiadas en forma privada. Al contrario, esto ocurriría si fuesen dadas a los hacendados o, peor todavía, a los garimpeiros, que rápidamente las destruirían contaminando las tierras, las aguas, la flora y la fauna con el mercurio; exterminando a los indios; satisfaciendo su truculencia asesina. Todo esto para que aquella bella provincia de la Amazonia se quede igual a lo que es hoy casi toda la mata Amazónica, despoblada de indios, despoblada hasta de "caboclos" por un sistema económico que ya concentra en la ciudad a la inmensa mayoría de la población, que lleva una vida de miseria.

Por fortuna fueron reconocidos sus derechos constitucionales, la posesión de las tierras en que viven y que son indispensables para su supervivencia. Lamentablemente, ahora, voces siniestras se levantan queriendo derogar la orden de demarcación de sus tierras. El ardid que tienen es proponer que se dé a cada una de las centenas de aldeas, pequeñas propiedades, creando una inmensa región y dejando a los garimpeiros y hacendados instalarse entre ellas. Eso sería destruir todos los lazos de la unidad tribal, sería llevarla al exterminio.

El mundo se horroriza ante la perspectiva de este genocidio. Pude ver en Europa que la opinión pública festejó como una cosa bonita, el reconocimiento del derecho de aquellos indios por parte del gobierno brasileño.

Recuérdese que suceda lo que sucediere a los indios, eso ya no afecta el destino nacional como lo habría afectado hace dos o tres siglos. Hoy, suceda lo que sucediere a los yanomami y los indios no afecta el destino de la nación brasileña, pero sí la honra del Brasil. Este país nuestro, este pueblo que somos nosotros, o tiene honra y respeta los derechos -enorgulleciéndose de su mejor tradición- o se convierte en cobijo de asesinos amparados por una ley truculenta.

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Las personas que no se preocupan con el hecho de que particulares tengan propiedades de hasta un millón de hectáreas, manteniéndolas inexploradas, en una operación puramente especulativa, no están dispuestas a dar a los indios aquello que es la condición de su supervivencia: las tierras que nuestra Constitución reconoce que son de ellos. Para ello están dispuestas a llevarlos al exterminio.

Esta postura corresponde a la peor tradición brasileña. Tenemos, felizmente, contra esa tradición de brutalidad, otra de trato justo y correcto para con los descendientes de nuestros ancestros indígenas. Nuestra Constitución cristaliza el real empeño de tratar con respeto a los indios, como los brasileños originarios. Romper ese compromiso, quebrando por eso la propia Constitución, como quieren tantas voces políticas de los asesinos de indios, para atender a una expansión garimpeira, sólo mercantil y ecológicamente destructiva, sería un paso atrás, un retroceso, una vergüenza indeleble para el Brasil.

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¿Qué significa campesino o campesinado? El campesinado es una condición humana de bases socioecológicas, aunque en general sólo lo consideremos una carencia. Frecuentemente se habla de los campesinos como los que no son nada, los que no viven en las ciudades, los que no saben, los que no usan zapatos, los analfabetos, los carentes, etcétera. Sin embargo, durante los últimos años, desde que diversos estudiosos fijaran su atención sobre algunos grupos campesinos, comenzaron a descubrirse muchas novedades sobre ellos. Principalmente que los campesinos no sólo están compuestos de carencias, sino también de presencias. Sobre todo de una presencia humana, de una singularidad e identidad que en ellos es perenne y que en los demás -en todos nosotros se ha desvanecido. Visto desde esta perspectiva, el hombre de la ciudad y no el campesino es quien debe ser visto como carente, como el hombre genérico, sin características propias permanentes que los singularicen, como un ser que, al destribalizarse, perdió sus características y la posesión de sí mismo.

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Ahora sabemos que el campesino es alguien que tiene algo en común, algo vetusto, como una tradición mutable pero continuada. Un género propio de vida, largamente conservado; un estilo peculiar de cultura que lo torna identificable con cualquier otro campesino del mundo entero -a pesar de todas las diferencias de carácter étnico-cultural-, que lo opone a los no campesinos, ya sean urbanos, pastores o guerreros de cualquier lugar y de cualquier época.

Futuras guerras étnicas de América Latina*

Etnia, indigenismo y campesinado

* Texto de la introducción a los debates del Seminario sobre Integración Campesina del Trigésimo Congreso Internacional de Ciencias Humanas en Asia, África y América, celebrado en México, en septiembre de 1976; revisado para su lectura en la Société des Americanistes de París. Publicado en: Revista Civilización: configuraciones de la diversidad No. 1, 1983, México. CEESTEM.

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existen los campesinos para preservar las normas de vida con sus modos

de ser y, con ellos, las prácticas que son fundamentales para la sobrevivencia de todos. Los citadinos pueden, inclusive, fracasar --como fracasan tan frecuentemente, con las ciudades incendiadas, saqueadas- porque los campesinos, productores de alimentos, continúan siendo el sustento de la vida y las matrices donde las ciudades nacientes van a buscar nuevos contingentes humanos.

A pesar de las revoluciones tecnológicas y de los procesos civilizadores cada vez más complejos que activan y convulsionan las civilizaciones, los campesinos continúan su existencia sin grandes alteraciones a lo largo de los años. Así fue hasta que se produjo y maduró la revolución mercantil en el siglo XVI. Entre los desastres que ésta provocó por toda la Tierra al deshacer el mundo cultural múltiple de entonces y para rehacerlo como un solo mundo, uno de los mayores, se puede mencionar la incorporación de la humanidad entera a un único sistema económico interactivo e interdependiente, fundado en una misma fuerza de trabajo distribuida por todos los continentes. La creación y el funcionamiento de este sistema se viabiliza por la destrucción de las bases de las civilizaciones autónomas que florecían entonces fuera de Europa, a fin de reclutar sus trabajadores y con ellos los pueblos tribales para desempeñar la función de proletariados externos de las nuevas metrópolis europeas, en la condición de esclavos modernos.

El campesino surge hace unos seis mil años, allí donde originalmente florece la civilización. Nace con la primera sociedad humana que se estratifica en clases y se parte en dos componentes opuestos y antagónicos, pero complementarios: uno, el campesino, y el otro, el citadino. Así es como la ciudad, apenas creada, simultáneamente funda la civilización y al campesino; al aislar a la minoría urbanizada de la condición desde siempre común a todos los seres humanos. Estos núcleos urbanos representarían originalmente un porcentaje muy pequeño de la sociedad global. Serían, cuando mucho, de 2 a 3%, compuesto de guerreros, comerciantes, artesanos y sacerdotes. Pero ya surgían armados de una inmensa potencialidad de concentrar el poder y de crecer. Desde entonces, ellos tienen la voz cantante en la sociedad bipartita, pero mutua y recíprocamente independiente. El campesino es su alterno y su víctima.

La población urbana, aislada y diferenciada de los que producen alimentos, le ofrece principalmente una seguridad física al campesinado (con sus guerreros) y una seguridad psíquica (a través de sus sacerdotes), estableciendo formas de intercambio crecientemente desiguales. Su fuerza proviene del poder político que detenta y de la dominación clasista que ejerce para obligar a los campesinos a cambiar bienes concretos de subsistencia, que sólo ellos producen, por promesas de seguridad y de salvación bajo la amenaza de guerras y matanzas.

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En el fondo de todos los cambios, lo que permanece estable es la alternativa: citadino versus campesino.

Civilización y uniformidad

Lo que resalta -desde el punto de vista de la integración étnica- es que la condición campesina, que permitía a los hombres conservar por largos períodos sus tradiciones, preservaba sus características étnicas originales. Al contrario, en las ciudades los conquistadores se suceden, las novedades se difunden rápidamente, como todo cambia, no es raro que también cambie la propia identificación étnica de la población. De hecho, esto no es muy importante. Los señores de la ciudad pueden cambiar porque

Fue sobre estas bases como a lo largo de milenios se desarrollaron paralelamente la condición campesina y la citadina, como la misma esencia de todas la civilizaciones que concentraba en una lo tradicional y lo folklórico, y en otra lo erudito y lo técnico. Una retenía el culto de la paz, de la cordura, de la economía; la otra, el sentido de la gloria, de la exaltación, de la suntuosidad. La interacción dialéctica de estos componentes antagónicos genera energías que llevan adelante a los procesos civilizadores.

Con razón, durante los últimos siglos, primero forzada por la revolución mercantil y posteriormente por la revolución industrial, la humanidad presenció la reducción de sus caras étnicas -encarnadas en más de diez mil pueblos- a menos de dos mil. Lo más grave es que algunas de ellas -las nacionalidades europeas que impusieron su hegemonía al mundo-, crecieron tanto en el número de gentes integradas a ellas en la forma de macroetnias, como en territorios de dominación nacional o imperialistas que abarcaron bajo su poderío a la casi totalidad de la humanidad, sometiendo a todos los pueblos a una europeización forzada. Nunca antes había sido tan empobrecido y degradado el género

humano. En ciertos momentos, parecía que todos los rostros de

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feudal que, al ruralizarlos nuevamente, les permitió reorganizar la vida aldeana.

humano serían apagados para sólo dejar florecer a los blancos, europeos y cristianos.

Otra transformación capital subsiguiente a estas dos revoluciones tecnológicas, pero enormemente acentuada por la revolución industrial, fue hacer que el campesinado, de histórico y antiguo, pasara a ser obsoleto y hasta inútil. De ahora en adelante, la civilización podía existir sin campesinos.

En Inglaterra, donde el proceso se desencadenó precozmente, los campesinos comenzaron pronto a disminuir en número y en porcentaje hasta llegar a representar en la actualidad apenas un 4% de la población activa; en Estados Unidos, apenas exceden del 7% los responsables de la máxima producción agrícola del mundo. Aparte de ser reducidos, ellos fueron siendo radicalmente transfigurados. A tal grado que los nuevos trabajadores rurales ingleses o estadounidenses tienen poco o nada en común con el antiguo campesino. En su modo de ser, de pensar y de actuar, están más cerca de los citadinos de sus países que de cualquier campesinado histórico. En realidad, en todos los países que están a la vanguardia de la civilización industrial ya no existen campesinos propiamente dichos.

En el siglo pasado, cuando este proceso comenzaba a tornarse visible, Marx -que presenciaba la degradación del campesinado- previó su desaparición junto con otras clases de la sociedad en un proceso general de proletarización que a todos convertiría en obreros asalariados. ¿Qué significaría esta proletarización? En el plano ideológico y respecto a los campesinos, era la pérdida de la auto imagen de gentes singulares; su desculturación. La pérdida del ser, por el viejo proceso de anulación étnica, ahora se generalizaba a la totalidad de la población incorporada a la civilización industrial. Desde siempre, el campesino eslavo llevado a la sociedad romana como esclavo -o cualquier otro campesino esclavo se veía convertido en una mera fuerza de trabajo sin idioma, costumbres ni voluntad propios. Desvestidos de sí, despersonalizados, sin sus características culturales, ellos podían ser transfigurados étnicamente -de eslavos a latinos, por ejemplo-.Entretanto, si no se urbanizaban ni se veían incorporados a un latifundio mercantil, seguían siendo campesinos. Muchísimos de entre ellos, inclusive después de haber sido destruidos, se rehicieron como campesinos en el transcurso del proceso de regresión

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Sin embargo, eso no ocurrió con las masas de millones de africanos llevados a América como esclavos, o con los indios destribalizados y reclutados en los ingenios y las minas, en la condición de mera fuerza energética. Estos, aun cuando permanecían en el campo ya no eran propiamente campesinos, no sólo porque habían, perdido sus características étnicas originales, sino porque además jamás pudieron volver a producir lo que consumían, ni a vivir comunitariamente para ellos mismos; convertidos en fuerza de trabajo esclava o arrendada, vivían el destino de las mercancías humanas desculturizadas. Sus descendientes eran aquellos que no sabían el nombre de la tierra que pisaban, de los árboles que veían, de los pájaros que los asustaban. Durante mucho tiempo serán los desarraigados, los que no son de aquí; no solamente porque vinieron de fuera, sino porque ya no eran de ninguna parte.

Al contrario, aquel que sigue siendo campesino conserva su capacidad de leer en las fases de la luna, en el color de las hierbas, con una sabiduría profunda y antigua, llena de detalles y solamente equiparable al saber de los sabios más sabios. A lo largo de ese proceso lentísimo, penosísimo, los desarraigados son progresivamente convertidos en hombres tabula rasa, desposeídos de su máximo bien que es la inteligencia de sí mismo, sus conocimientos del mundo. Finalmente, perdían hasta la confianza en su capacidad de comprensión de su propia inteligencia.

En mi experiencia como antropólogo, conviviendo mucho tiempo con grupos indígenas, estos hombres me han hecho preguntas como estas: ¿quién es el dueño del acero?, ¿a quién le pertenece la sal?, ¿quién hace los fósforos?

El indígena silvícola, lleno de curiosidad, hace muchas preguntas y es por eso que confía en su propia mente; porque no fue degradado y deshumanizado por la estratificación social. Quiere enterarse de las cosas porque su curiosidad está fresca. El obrero, deshecho por la muela de la estratificación social, o el trabajador que fue esclavo nunca preguntan nada. Ellos saben que la ciencia es cosa de doctores y actúan como quien no sabe y está conforme, si no es que contento con esto. Para ellos es un atributo de los

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señores, como un regalo más que los ricos se dan. Por eso mismo, los mestizos que me acompañaban en aquellas expediciones etnológicas nunca se quedaban allí escuchando mis explicaciones. Les parecía que era una muestra de ingenuidad por parte de los indios el esperar que yo les diese mis conocimientos.

Efectivamente, el campesino aislado que participa, actualiza y practica una tradición antigua, siempre asentado en el mismo sitio aunque situado en un estrato de clase de una sociedad compuesta, está más cerca del indígena, como entidad étnica, que del trabajador alienado por la estratificación. Uno y otro retienen algo de esta reserva humana esencial depositada en las gentes obsoletas. Reserva perdida para nosotros, los que, al emerger hacia la civilización -al transitar de la condición aldeana igualitaria a las sociedades de clases o de masas; del universo tribal al cívico; de la cultura vulgar a la erudita- nos vimos despojados de los atributos originales que nos hacían hombres singularizados, hombres enteros.

Desintegración étnica.

Basándonos en estas consideraciones, tal vez podamos hablar ahora de la integración y desintegración étnica que tiene lugar en nuestros días. Ya es evidente que las nuevas naciones africanas y asiáticas que se estructuran ahora a partir de la tribalidad, están experimentando tardíamente un movimiento de integración étnica correspondiente a lo que sucedió en las Américas hace ya varios siglos. Hoy afectadas por los efectos acumulados de sucesivos procesos civilizadores ya cumplidos en otras partes, ellas se ven amenazadas de sufrir el mismo proceso de comprensión étnica uniformadora. No será tan opresivo y eficaz ese proceso porque ya no se cuenta con las grandes armas de destrucción étnica que son la esclavitud personal y la brutalidad del poderío colonial. Sin embargo, esto asimismo ocurrirá fatalmente si el nuevo poder político en manos de la camada nativa, europeizada por el colonizador, prosigue con la obra secular de occidentalización obligatoria de sus pueblos; si siguen adelante con su proyecto de destribalización y desculturación de sus pueblos con el objeto de construir una fuerza de trabajo y un mercado integrados por gentes que aparentemente son una nación moderna. Lo cierto es que todos estos pueblos emergentes de Africa y de Asia se enfrentan al desafío de encontrar nuevas vías de paso de lo tribal a la

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civilización, que les permitan conciliar las ventajas de contar con un idioma común y de generalizar el acceso a los frutos de la civilización, con la preservación de sus características étnicas, de la singularidad y creatividad de sus componentes originales. Las tentaciones de la eficacia que aconsejan acelerar el proceso de desintegración étnica atado a una modernización obligatoria bien pueden conducir también al efecto opuesto en estas áreas. Es por eso que ninguna aceleración se logra, de hecho, sin recurrir a acciones genocidas y fuera de las comprensiones etnocidas. Y éstas, hoy día, tienden a provocar revueltas que encuentran enorme resonancia interna y hasta apoyo internacional. Lamentablemente sólo es una tendencia, por lo cual aún es posible, en nuestros días, llevar a cabo procesos despiadado s de desfasamiento de pueblos para la producción de más hombres descaracterizados, hombres que no son fruto de ellos mismos, de su voluntad, de sus aspiraciones, de su propia historia, porque son solamente producto residual de su propia deshumanización ocurrida en el ocaso de un movimiento civilizador que los afectó.

Simultáneamente, en las áreas donde aquellos procesos uniformadores actuaron precozmente, otro efecto se vislumbra desde algún tiempo: el proletariado urbano comienza a volverse obsoleto. Tal como antes ocurrió al campesinado, ahora es el sector obrero el que comienza a declinar; por lo menos los obreros fabriles, cuyo número ya no crece como antes, y que de hecho se convertirán en un componente minoritario de la población activa frente a las legiones de trabajadores del sector terciario.

Así se confirma que las revoluciones tecnológicas que empezaron por volver obsoleto al campesinado -reduciéndolo de un

80% a un 10% de la población activa en los núcleos céntricos acabaron por hacer decrecer al proletariado fabril que apenas logró alcanzar el 40% para después perder la condición de sector numéricamente predominante de la fuerza de trabajo. De manera paralela a ese proceso de terciarización, se disuelven las singularidades culturales de dichos contingentes humanos a causa de la urbanización, escolarización y de otros procesos de modernidad, llevando adelante su homogeneización; se están produciendo más hombres genéricos, cuyos idiomas, habilidades, visiones del mundo, formas de sociabilidad y creatividad se uniforman drásticamente.

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Si tanto pudieron hacer las fuerzas uniformadoras de las dos últimas revoluciones tecnológicas, ¿que sucederá en el transcurso de la nueva que ya está en marcha -la revolución termonuclear-, con su poder aún mayor de deshacer y rehacer las sociedades y las culturas?

Una de sus tendencias evidentes es alcanzar una homogeneización todavía mayor, de generalizar todas las sociedades humanas bajo la misma tecnología de producción, las mismas formas de organización social e iguales modos de explicación del mundo, difundiendo éstos ecuménicamente. ¿Hacia dónde nos llevará este proceso? ¿Será nuestro destino el de una humanidad monótonamente uniforme en la cultura, en el saber y en las artes? O, lo que es peor, ¿será toda la humanidad europeizada en la lengua, las costumbres, en las codicias y en la fobias?

Muchas evidencias parecían apoyar este vaticinio. Tantas, que los antropólogos más lúcidos temían ver las pocas caras indígenas que hoy sobreviven en el mundo, reducirse drásticamente por el enorme poder homogeneizador de la civilización emergente, haciendo fatal una uniformación intensificada de toda la humanidad.

Su efecto más terrible será el de colocar todas las esperanzas y potencialidades de los hombres en un número cada vez más reducido de formas, con el riesgo evidente de un desastre. En el pasado, cien, mil, o cinco mil de las diez mil etnias podían fracasar porque sobrevivirían siempre millares de éstas, que al salvarse garantizaban la sobrevivencia del humano. Después del último medio milenio, la dominación europea, deshaciendo pueblos con una eficacia destructiva sin precedente, actuó como una peste que parecía estar destinada a reducir todos los pueblos del mundo a una media docena de variantes de la misma pauta. Ahora, armado con prodigiosos medios de comunicación de masas, con la promesa de un lenguaje común, análogo, el proceso civilizador parecía querer arriesgar todo el destino humano en una vuelta de ruleta.

Nuevas perspectivas

Sin embargo, durante los últimos años, comprobamos que en realidad las cosas no son tan trágicas. Ya comienza a ser evidente que las fuerzas homogeneizadoras no son tan fatales, ni tan

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drásticamente compulsivas como parecían. Eso se puede ver cuando miramos a las dos perspectivas que se nos presentan. Una, macroscópica, descubierta por los chinos; otra, microscópica, ilustrada por el levantamiento de las minorías étnicas de todo el mundo.

Ante esta nueva luz, comenzamos a percibir que la homogeneización cultural no se experimenta en todas partes, ni con todas las gentes al mismo ritmo, ni con igual radicalidad. Aparentemente, en Inglaterra y en otros países centrales, el proceso asumió un carácter extremadamente violento y acelerado porque estos países, al explotar a los pueblos colonizados pudieron sustentar un proceso intensivo de auto transformación que urbanizó casi totalmente sus poblaciones y las trajo al estilo de vida de la civilización industrial. No es probable que acontezca lo mismo en todas partes. En Inglaterra misma, hubo excepciones. Es visible que su éxito, uniformador, fue más fuerte en las áreas a donde se trasladó -como por ejemplo en América del Norte y Australia- que en las propias islas británicas. Allá están los galos, afirmando su singularidad. Su existencia no sólo afirma una posibilidad de éxito de la resistencia étnica, sino que también señala un camino de regreso, de reconstrucción étnica posible, sino para los propios ingleses totalmente destribalizados, sí para mucha gente más que conserva su propia cara y con ella enfrenta las fuerzas uniformadoras de la civilización occidental.

Creo que una de las cosas más importantes que fueron descubiertas durante los últimos años es que la evolución humana no implica una occidentalización compulsiva del hombre, como se pensaba. Las bases materiales de la civilización europea –como las máquinas a vapor y los motores- son potencialidades humanas y no criaturas occidentales o cristianas como parecían. Si no se desarrollasen en Europa surgirían en otro contexto, porque representan la concreción de alguna de las escasas posibilidades de la evolución técnica que se les ofrece a los hombres. Como tal, son conciliables con cualquier contexto étnico-cultural.

Gracias a su revolución socialista, los chinos están incorporando la gasolina, la electricidad y la energía nuclear a su vieja civilización y, al mismo tiempo, afirmando más su calidad de chinos. Pueden hacerlo porque una revolución social, que les devolvió el mando autónomo sobre sí mismos, les permitió tomar estos instrumentos

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de la dominación imperialista externa y de la explotación clasista interna para convertirlos en fuerzas de reconstrucción de China, como un proyecto de los propios chinos y en beneficio de su pueblo. Estas potencialidades de aceleración histórica generadas por la mezcla de revoluciones tecnológicas con revoluciones sociales, extendiéndose a la inmensa masa de los pueblos orientales, tienden a componer un nuevo mundo cuya característica principal no será la uniformidad sino la multiplicidad. En él, Europa será reducida al minúsculo promontorio asiático reclinado sobre África, lo que en realidad es. Pero Europa existirá más allá del mar, en las áreas que ella invadió, dominó y europeizó. Sin embargo, ésta será una europeidad no occidental, tan mezclada en el plano racial y tan rehecha en lo cultural que los europeos mismos no se reconocerán en ella. Entre tanto, mucha más gente existirá fuera de esta esfera, realizando sus potencialidades a partir de múltiples matrices lingüísticas y culturales.

El segundo descubrimiento de importancia capital en este campo, también opuesto a la perspectiva de una civilización humana inevitablemente uniforme, abarca dos movimientos de afirmación de singularidades étnicas orgullosas de sí mismas. Eran imprevisibles hace pocos decenios; hoy se desencadenan por todo el mundo en forma de acciones irredentistas.

La verdad que de repente se revela ante nuestros ojos es que los estados nacionales, a pesar de ser enormemente poderosos en tantos planos, ya no gozan de la fuerza compulsiva que demostraban en el pasado reciente para imponer la hegemonía del grupo étnico predominante. Esta debilitación del cuadro nacional dentro del cual las minorías étnicas sufrían en silencio la opresión que ahora rechazan con tanto alarde y vigor, nos ilumina sobre lo que podría venir en un futuro. Si a eso agregamos que el poderío de los estados como aparatos de dominación clasista parece tender al declive, será mucho más evidente el hecho de que estamos de cara a nuevas transformaciones de un nuevo tipo -los cambios ya no son iguales que antes- que anuncian un nuevo mundo dentro del cual no es imposible que prosperen las flores étnicas que no fueron totalmente erradicadas. De ese modo, va quedando claro que llega a su fin tanto el viejo proceso de integración por europeización, como también el de la uniformación compulsiva por desculturación, para abrirle campo a una humanidad múltiple.

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Reviabilidad étnica

Hace pocos años atrás, veíamos muchos pueblos como si estuviesen condenados a desaparecer por inviables. Ese sería el caso de los grupos tribales minúsculos, inmersos dentro de las grandes masas de población cuya cultura y cuyos modos de vida les son obligados a adoptar; o de minorías étnicas que sobrevivían gracias a un modus vivendi que apenas les deja expresarse en la lengua materna y en el folklore; o todavía de los indígenas campesinos de las Américas aparentemente forzados a la occidentalización. Sin embargo, sucede que de repente estos pueblos comenzaron a reafirmar su identidad étnica, orgullosos de ella, y a reivindicar el mando autónomo de su destino.

En Europa misma, los flamencos jamás fueron tan fanáticamente flamencos como en el último decenio. Su universidad de Lovaina, después de largas décadas de francofonía que parecía natural e incontestable, comenzó a exigir que allí se dieran clases en flamenco. Todos saben que los alumnos van a estudiar y escribir sus pruebas en francés, pero exigen que las clases magistrales sean dictadas en lengua flamenca. ¿Qué significa esto? Esta exigencia abrupta sólo se explica como una reacción tardía y amarga a las humillaciones y violencias largamente soportadas, pero que ya no tienen fuerza para imponerse. Otro ejemplo, los vascos jamás se mostraron tan vigorosamente vascos como durante los últimos años. Antes, el ser vasco era un modo precario de ser gente, un modo infeliz. Hoy, es en el tono más altivo que un hombre se afirma vasco. Los bretones, a su vez, jamás estuvieron tan conscientes de su valor y de lo bueno que es ser bretón.

Estas y muchas otras novedades semejantes que nos llegan por los diarios, hablan de un movimiento de rebeldía de los pueblos oprimidos como minorías étnicas dentro de los cuadros nacionales construidos por la sociedad burguesa. Esta rebeldía puesta en marcha, expandida, hará posible en un futuro que los pueblos que escaparon de la uniformación y el exterminio y que parecían por largo tiempo estar condenados a desaparecer, sobrevivan fortalecidos con sus caras étnicas singulares. Alzándose actualmente contra sus opresores, ellos nos están mostrando lo que tiende a suceder de ahora en adelante a centenares de otros pueblos oprimidos de toda la Tierra, a medida que se van despertando y activando para sus propias luchas de liberación.

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Muy peculiar y hasta singular en extremo, es la situación de las masas rurales de los países colonizados a través de la esclavitud moderna. Al contrario de las comunidades campesinas arcaicas que al vivir para sí mismas lograron atravesar las civilizaciones conservando su identidad, esas masas rurales se descaracterizaron totalmente. Hablo de gentes como los labradores brasileños y los del Caribe, descendientes de indios y de africanos, destribalizados, que jamás llegaron a ser campesinos. Eran y son tan sólo una fuerza de trabajo rural despojada de sus características étnicas singulares para constituir una mera mano de obra destinada a producir lo que sus patrones quieran, hablando el idioma del amo y comiendo lo que les sea destinado. Su función era la de producir mercancías; primero azúcar, después oro y luego café, lo cual quiere decir: producir lo que no comían, con el fin de generar ganancias para sus señores. Jamás pudieron existir para sí mismos, organizados como una comunidad humana, cuyo fin sea reproducirse a sí misma y desarrollarse. Ellos eran y son tan sólo un carbón humano, una fuerza energética preindustrial que se quemaba y se quema en las haciendas de los ingenios y en las minas al servicio del mercado mundial.

La constitución de estos "pueblos nuevos" exigió una feroz violencia desarraigadora que jamás ocurrió en Europa. Inglaterra, por ejemplo, conquistó en todo el mundo, pero no fue capaz o no necesitó abarcar a los galos que resistieron y siguen resistiendo el desmembramiento y la destrucción étnica. España misma, que uniformó a todos los hispano-americanos dándoles un habla sin dialectos y un vasto denominador común de valores culturales, no logró españolizar a los catalanes y a los gallegos y mucho menos a los vascos.

Mientras los campesinados arcaicos vivían su propia existencia siguiendo una tradición milenaria, reproduciéndose de igual manera o tal vez un poco alterados a través de las generaciones, las masas rurales descolonizadas de Brasil, de Cuba, de Colombia, construidas como proletariados coloniales de Europa, se transfiguraban radicalmente de negros africanos tribales o de indígenas silvícolas en hombres tabula rasa, es decir, en hombres desarraigados de su propia etnia y homogeneizados, como primeras formas rudimentarias de lo que llegarán a ser en el futuro los "pueblos nuevos". Su ser era y sigue siendo el de unas gentes deshechas, despojadas de sí mismas, hoy más pobres y atrasadas culturalmen-

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te que cualquiera de sus ancestros europeos, africanos o indígenas. Gentes que, al no tener un pasado restaurable al cual retomar, sólo pueden estar abiertas a aquel futuro en que se realizarán no como el resultado de su historia anterior, sino como una utopía voluntarista de su propia edificación. Preservarán inevitablemente la fase étnica en que el colonizador los modeló, pero serán neoeuropeos tan rehechos por el mestizaje y por la aculturación que no se reconocerán ni serán reconocidos como tales.

Sin embargo es de señalar que, entre su ser degradado de ahora y la realización de sus potencialidades, subsiste la necesidad histórica de una revolución social que interrumpa la continuidad secular de su dominación colonial y neocolonial. Solo así será posible que estas masas deshumanizadas tengan acceso a los frutos de la civilización como pueblos que, al existir finalmente para sí mismos, puedan utilizados para trascender de la condición de proletariados externos a la de pueblos autónomos, estructurados en comunidades humanas cuyos objetivos sean vivir y mejorar la vida y no simplemente producir mercancías y generar lucro.

Rebeliones étnicas

En la amplitud del mundo extraeuropeo sobreviven conservando sus caras étnicas y su auto imagen, grandes masas de pueblos, remanentes de antiguas civilizaciones con las cuales Europa chocó en su expansión. Todos ellos terriblemente sacrificados, explotados, degradados y empobrecidos por la violencia, por la codicia, por la intolerancia y por las pestes del hombre blanco. Pero ellos eran tantos que sobrevivieron muchos, formando hoy grandes bloques demográficos que, a pesar de todo, conservan sus propias caras étnicas de chinos, de árabes, de hindúes, de indonesios, de japoneses, de vietnamitas, de coreanos.

Otros sobrevivieron en grupos menores, pero preservando también algo de sí mismos, como los quechuas, los aymaras, los mayas. Unos y otros constituyen actualmente los "pueblos testimonio", en otras palabras, gentes que son el testimonio de lo que conservaron de sí mismos, de lo que fueron las altas civilizaciones del pasado y prefiguran lo que serán en el futuro. Su destino es el de rehacerse a partir de lo que son, siguiendo su propio proyecto de sí mismos, en el transcurso de los próximos decenios. Un día,

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En las Américas, muy pocos pueblos conservaron algo de sus caras étnicas originales. Los pocos que las tienen son inducidos a ver en ellas los estigmas de su decadencia más que los signos de sus grandezas pasadas. Ellos mismos tuvieron que aprender a mirar su figura racial con ojos europeos y como una imagen de fealdad. Su patrimonio cultural representa un capa protectora en contra de la europeización, en vez de ser una sobrevivencia de sus grandes días, de gentes de una civilización original y autónoma. Su condición social es la de un indigente campesino inmerso en el cuerpo de algunas sociedades nacionales latinoamericanas en la situación de residuos oprimidos y sobreexplotados. En algunas naciones como Guatemala y Bolivia, ellos forman la mayoría de la población; en otras, como Perú, Ecuador y México, suman millones que forman la mayoría de la población de extensas regiones. Unos y otros, dominados y explotados hasta límites extremos, comienzan a levantar sus cabezas amenazando con alzarse a medida que toman conciencia de sí mismos como pueblos, y del carácter violento e innecesario de la opresión secular de la cual son víctimas.

no muy lejano, ellos serán las formas alternas a la europea, de realización de las potencialidades de la civilización futura.

día, su total no asciende a más de veinte millones, número muy pequeño si e compara con los 500 millones de neoamericanos, pero aún así es muy ponderable. Estos son los que corresponden a los enclaves étnico s que se alzan por el mundo en busca de salidas que les permitan rehacerse con libertad y dignidad en la futura civilización.

Ellos viven hoy el tránsito de su condición presente de "pueblos testimonio" y su condición futura de "pueblos emergentes". Sin embargo, esta es apenas una posibilidad que debe ser realizada con muchas dificultades, enfrentando obstáculos o el mismo sometimiento y la consecuente alienación impuesta por sus opresores a lo largo de los siglos. Como el drama de su sobrevivencia fue más prolongado y más brutal que el de los flamencos o de los vascos, por ejemplo, es de suponer que las fuerzas irruptoras desencadenadas por su insurgencia serán mucho mayores cuando ésta florezca.

¿Pero qué sucederá con las microetnias que también se alzan, luchando por el auto mando de su destino? Todavía hay quien espera y confía que serán disueltas por asimilación en el conjunto de la población nacional como gente indistinguible de las demás. Los que todavía alimentan estos proyectos occidentalistas, no deben olvidar que los indígenas sobrevivientes en las Américas son gentes que de algún modo resistieron la brutalidad compulsiva de la civilización europea a lo largo de los siglos. Contra ellos fueron utilizadas todas las armas de destrucción, de desarraigo, de degradación, en las guerras de exterminio más crueles y en los actos de genocidio más espantosos que registra la historia humana. Posteriormente, la esclavitud consumió a millones de indígenas en las minas y en las plantaciones. La erradicación de los líderes eruditos, de los artistas y de los técnicos que dejan voz y figura a la civilización, los dejó en estado de orfandad cultural durante largos períodos. El catequismo, actuando brutal y sutilmente según le fuese más conveniente, buscó con perseverancia romper los cristales de su espíritu, oscureciéndolo. Las pestes europeas empobrecieron sus cuerpos, muchas veces a través de campañas premeditadas de contaminación provocando despoblaciones espantosas. Finalmente, el indigenismo, hablando de amparo e igualdad, representó otro flagelo que a través de diversas formas de presión nominalmente persuasivas, pero también violentas, procuraba forzar a los indígenas para que abandonasen el temor de ser indígenas.

Probablemente la condición de "pueblos emergentes" sólo se aplica a los indígenas de una docena de etnias que cuentan con poblaciones superiores a cien mil personas. Entre tanto, la inmensa mayoría de los grupos indígenas está formada por grupos de tribus que, sumando de algunas decenas a pocos millares de personas, representan contingentes poblacionales medianos. Aquellos pocos grupos indígenas que cuentan con grandes poblaciones, representando sin embargo apenas un 1 % del total de las tribus de las Américas, abarcan más del 90% de la población indígena. Hoy

Pudiendo usar y usando sin limitaciones estas armas de europeización, el conquistador no consiguió avasallar por completo y anular totalmente la identificación étnica de los quechuas, de los aymaras, de los mayas, de los mapuches, de los zapotecos, de los otomíes. No tuvieron éxito ni siquiera frente a las microetnias que a pesar de ser avasalladas y aún cuando son totalmente aculturadas, continúan identificándose como indígenas. ¿Cómo esperar que sin recurrir a la violencia se consiga una asimilación que aún con la mayor violencia no fue lograda? La historia probablemente

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proscribió para siempre las formas más crueles de genocidio y etnocidio para el exterminio y la represión de las poblaciones indígenas. Sería preciso apelar a otras. ¿Cuáles? Algunos tienen esperanzas de ver sus sociedades finalmente homogeneizadas en procedimientos sutiles de carácter proteccionista, como un neo indigenismo bilingüe y aún más insidioso. Otros, confían en ciertos procesos sociales que, una vez generalizados en sus países, promoverían la homogeneización europeizadora. Sus esperanzas se asientan principalmente en la fuerza uniformadora y en la consecuente modernización que quizás logre una desindianización eficaz.

Muchos estudiosos afirmaban inclusive que, siendo los indígenas un campesinado oprimido por los latifundistas, una vez liberados por una revolución agraria desaparecerían como campesinos sobreexplotados e, ipso facto, también como indígenas arcaicos.

Sin embargo, es de dudar que logren éxito. Y ahí están los galos, los flamencos, los vascos para demostrado, todos urbanizados y modernizados, pero dueños de la autoidentificación étnica que los hace sentirse tanto más contentos de sí mismos en cuanto más distintos son de los demás. Es de suponer que lo mismo sucederá con los grupos étnicos de las Américas, sobre todo los indígenas que cuentan con poblaciones muy densas.

Hoy es evidente para todos que estas masas indígenas que son el campesinado de las naciones en las que viven -o la mayor parte de éste- no son sólo eso. Más allá de su condición campesina están revestidos de una condición étnica anterior a la estratificación y que no es reductible por reformas sociales, por más profundas que éstas sean. Es hasta probable que cualquier reforma, en la medida en que sea efectivamente liberadora, venga a reforzar más que a debilitar la identificación étnica dándole condiciones de expresarse mejor y de luchar más eficazmente por sus objetivos.

La antigua confusión de indígena y campesino, o de etnia y clase, se originaba en un enfoque supuestamente marxista fundado en la noción de que la lucha de clases sería el único motor de la historia. Esta hipótesis desconocía sin embargo el hecho de que las etnias y los conflictos interétnicos son muy anteriores a las clases, dado que las sociedades estatificadas tendrán, a lo sumo, seis mil años de existencia y las etnias vienen de tiempos inmemorales. Además, aparte de ser anteriores, no es imposible que las etnias sobrevivan a las clases ya que se anuncia y se anhela la pronta desaparición de estas últimas, y estamos viendo que muchas caras étnicas singulares prometen sobrevivir en la futura civilización. Todo esto significa que los conflictos y las luchas de emancipación nacional merecen más atención de la que han tenido hasta ahora por parte de los teóricos del fenómeno humano.

Una vez liberados de la opresión presentada por la expectativa de asimilación de los estados nacionales y por todas las formas de represión -educativa, paternalista, etcétera, puesta a su servicio- ellos emergerán para asumir las tareas de reconstrucción de sí mismos como pueblos que, al final, existan para sí mismos.

Las futuras guerras étnicas

Al referirme a estos movimientos de rebeldía étnica, hablo de cosas obvias, al menos de hechos que a todos les parecerán evidentes. Ahora, indudablemente es así. Hasta hace poco tiempo nadie lo sabía y ninguno de nosotros lo podía sospechar. Esta situación obvia, abruptamente develada, indica, por un lado, que estamos frente a una ampliación de la posible conciencia que, de un momento a otro, eleva nuestro horizonte de percepción, dejando ver claramente las perspectivas antes escondidas o invisibles. De hecho, todos suponíamos que el proceso de integración de las poblaciones indígenas en la economía y en la sociedad envolvente, acompañado de su aculturación intensiva, aunque no los condujese a una asimilación completa que los hiciera indistinguibles de los demás miembros de la sociedad nacional, tampoco conduciría al éxito de esfuerzos de autoidentificación, y sobre todo, de reconstrucción étnica.

Necesitamos urgentemente una comprensión más amplia de los procesos de transfiguración étnica para entender lo que está ocurriendo en el mundo y en las Américas. Los conflictos que comienzan a aparecer en algunas naciones, como el caso de Guatemala, Bolivia, Perú y México -los "pueblos testimonio" de América- sólo son inteligibles si se considera que todos ellos no obstante ser sociedades multiétnicas, se estructuran como estados uninacionales, lo que implica el ejercicio de una violenta opresión étnica del sector mestizo y españolizado sobre las masas indígenas que representan la inmensa mayoría de la población. Una situación así conduce a conflictos que por ahora se esconden atrás de diversas formas de resistencia, pero que mañana pueden y hasta

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tienden a explotar en guerras étnicas. Estas serían unas verdaderas guerras raciales, más insoportables que cualquier otra guerra por la terrible violencia que podría desencadenarse.

Al contrario, el mantenimiento del modelo institucional presente con miras a preservar las nacionalidades actuales puede producir exactamente el efecto contrario, o sea, la ruptura de todo el cuadro nacional en las áreas en donde más se concentran los indígenas campesinos. Es por eso que, por lo tanto, no sólo se debería perpetuar la opresión presente, sino también aumentarla y crear nuevas formas de violencia tendentes a profundizarse en la medida en que las tensiones interétnicas principien a irrumpir con más vigor. De eso resultaría precisamente la quiebra de los cuadros nacionales que tanto y tan mal se quisiera perpetuar.

La historia de cada país americano registra en el pasado guerras étnicas llevadas a cabo como terribles operaciones genocidas después de las cuales surgieron largos períodos de opresión etnocida. Fue a través de estos procedimientos como se exterminaron o se redujeron sustancialmente las poblaciones indígenas originales para dar lugar a nuevas etnias nacionales americanas. Por lo tanto, lo que ahora prevemos no es solamente una amenaza de retorno a esas prácticas genocidas. Es, sobre todo, que la expansión de los movimientos de liberación étnica que ya están floreciendo por todo el continente venga a convulsionar vastas áreas de los países en donde más se concentran poblaciones indígenas, sobre todo los indígenas campesinos, creando una situación de guerra fratricida sin salida previsible. Una situación semejante fue experimentada por los mapuches, luchando durante siglos contra la opresión de los españoles y de los chilenos sin posibilidad de ganar o de perder la guerra, ni de lograr la paz.

Hace algunos años, estos riesgos eran apenas visibles. Hoy en día son evidentes. ¿Será esto suficiente para que las naciones americanas configuradas históricamente como "pueblos testimonio" reconozcan al final su naturaleza de sociedad multiétnica y el carácter opresivo de su forma unitarista de organización nacional? Con este reconocimiento, se tomaría evidente, por sí misma, la violencia que reside en su estructuración actual de modelo hispánico. Si ésta hizo tantos daños a España, provocando y manteniendo tensiones interétnicas a veces terribles, en las Américas podría asumir un carácter aún más violento.

De todo esto se concluye que también en algunos países de las Américas, está alcanzando sus límites de sobrevivencia el estado nacional organizado por las clases dominantes después de la independencia, como el proyecto de su propia prosperidad. Efectivamente, tal como sucedió en la era colonial, también en la fase autónoma, la prosperidad criolla se fundó en la sobreexplotación del sector indígena, lo que sólo se puede lograr mediante la más brutal opresión étnica. La historia pasada de estos pueblos es el desarrollo de estos antagonismos en que una explotación clasista exacerbada aumenta una dominación étnica opresiva que tanto la disfraza como la agudiza.

Es muy posible que esta amenaza del desencadenamiento de guerras étnicas pueda ser evitada a través de la adopción de un nuevo modelo institucional para la organización de los estados nacionales de los "pueblos testimonio". Su estructuración presente se inspira en el modelo hispánico que siendo unitario, supone un esfuerzo permanente en el sentido de subyugar y asimilar en algún tiempo todos sus componentes. La adopción de un modelo abierto como el suizo o el soviético que hace posible la coexistencia de los distintos pueblos dentro de una sociedad multiétnica, en un cuadro multinacional, podría ofrecer alguna perspectiva de paz.

Ciento cincuenta años después, tanto la acumulación de tensiones sociales internas (del tipo que se buscó en vano resolver a través de la reforma agraria) como los efectos de la modernización (que también afectó al indígena), hicieron surgir nuevos liderazgos indígenas, cada vez más reivindicatorios y cuyo papel histórico es el de luchar por una reconstrucción del cuadro nacional. Esta reconstrucción permitiría a la sociedad real, multiétnica, la única integración posible de sus diversos componentes, que es la de asumir, en lo institucional, un carácter abiertamente multinacional. Sólo por este camino se abrirá una vía para aplicar, en un proyecto común de construcción de una sociedad solidaria, las energías que se desgastan hace siglos en las tensiones interétnicas. Esto significa que estos países, aparte de las tensiones de las revoluciones clasistas, se enfrentan con las presiones de la lucha por la emancipación étnica que, sumadas, bien pueden convulsionar toda la vida social haciendo extremadamente difícil la solución de sus problemas.

Para finalizar, cabe aquí hacer dos reflexiones. Primero: es muy probable que los "pueblos testimonio" de las Américas, a excep-

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ción de las clases dominantes, acepten de modo pacífico la orden de reconstrucción nacional requerida para la liberación de sus indígenas étnicamente oprimidos que son también los contingentes principales de sus clases socialmente explotadas. Si la solución de conflictos de esta naturaleza se llega a dar, ocurre por las vías y bajo los fuegos de la revolución social que en el caso tendrá los colores y la gravedad de las guerras étnicas de liberación nacional. Segundo: es igualmente probable que las tensiones interétnicas vengan a actuar como energía impulsora de la revolución social. Por lo tanto, sería necesario que los liderazgos revolucionarios tuvieran plena conciencia del cuadro en el que operan y una extraordinaria habilidad par sumar las reivindicaciones sociales a las de liberación étnica. Temo mucho que lo que tiende a ocurrir, porque fue así en el pasado, es que las viejas clases dominantes latinoamericanas manipulen estas tensiones para perpetuar su hegemonía. Su predisposición evidente es la de dejar que sangren sus pueblos para retener un poderío obsoleto e infecundo cuyo mantenimiento sólo es viable por la represión.

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Los indios y el estado nacional*

Hace cuarenta años que trato el tema que debo abordar hoy. Felizmente en este lapso han cambiado muchas de mis ideas, pues no estoy casado con ellas. En muchas ocasiones he sorprendido a mis amigos diciéndoles que yo no era fiel a mí mismo. Algunos se quedaron fieles a las cosas que dije mientras yo ya estaba en otras. Temo mucho que éste sea uno de esos días en que sorprenderé, porque la realidad también me sorprende. El mundo cambia tan rápida y radicalmente que las respuestas viejas, que muchas veces seguimos escuchando con el sentimiento de que estamos pensando en la frontera, que estamos rebasando el límite del saber posible, son obsoletas. Sobre las cosas que voy a hablar no tengo mucha seguridad; la única seguridad es que intentaré decir mi verdad, la visión que en este momento tengo de los problemas sobre los cuales medito.

Me gusta mucho que esta conferencia se llame "Amerindia hacia el Tercer Milenio", porque estoy un poco cansado de hablar de los quinientos años pasados y ahora prefiero hablar de los quinientos años futuros. En cuanto a los quinientos anteriores, debe quedar claro que me interesa sobre todo el momento inicial, genético, en que surgimos; del mismo modo como me interesa mi propio parto, del que nací, que fue un parto como los que la Biblia describe, con sangre, con heces. Es cierto que ése fue un parto de mucha menor importancia que el parto del que nació la nación latinoamericana, que dio lugar a una provincia humana nueva -no a un género humano nuevo, como decía Bolívar-, a una categoría de gentes diferenciadas de la humanidad, una categoría que tiene ciertas características nobles. América Latina es, a mi entender, una neo-romanidad. Si nosotros no fuéramos la romanidad seríamos una cosa decadente; podríamos contar con unos años más y pasar inadvertidos en una humanidad en la que, dentro de cin-

* Palabras pronunciadas en el Seminario Interamericano "Amerindia hacia el Tercer Milenio", San Cristóbal de Las Casas, Chiapas, del 14 al 16 de junio de 1991. Publicado por el Instituto Nacional Indigenista, INI 1991, México.

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Hay mucha gente en el mundo que cree que nos reproducimos con mucha rapidez, que somos una amenaza porque nos multiplicamos fantásticamente. Y yo creo que eso es verdad respecto de los chinos; creo que para los neobritánicos hay demasiados norteamericanos, canadienses, australianos. Pero los latinoamericanos, ¿por qué creer que somos demasiados? En relación con el territorio no cabe esto. Sin embargo, una de las cosas terribles, trágicas, de nuestro tiempo, es que hay toda una campaña mundial patrocinada por la ONU, que desvergonzadamente mete la mano en los vientres de las mujeres latinoamericanas, sobre todo de las pobres y de las mulatas, que son las más pobres, para esterilizarlas. El 44% de las mujeres brasileñas en edad fecunda -entre 15 y 54 años- están esterilizadas. Eso significa que difícilmente superaremos la población que tenemos; vamos a llegar hasta ciento sesenta millones de brasileños y empezaremos a disminuir. Yeso se hace de manera artificial, no por un acto de bondad, no por planificación familiar, sino por un complot extranjero, introduciéndose en los hospitales para inducir la cesárea y aprovechar para esterilizar mujeres, una cosa espantosa. Cuando hablé de eso en el Senado del Brasil, después me buscó un grupo de médicos de Goiás, que es un estado central muy desértico, y me demostró que ahí 71 % de las mujeres fueron esterilizadas por extranjeros. Pongo este problema como una anécdota para que ustedes se den cuenta de la gravedad de los problemas que vamos a tratar.

Bien, el tema que me invitaron a desarrollar se refiere a la relación del Estado con los indígenas y los no indígenas. ¿Cómo se originó en nuestra historia este ente que es el Estado? El Estado que nos interesa es la estructura de poder que se ejerce sobre un territorio específico a través de un gobierno. Así tenemos estructuras de poder económico y de poder político: varios poderes. Tenemos, además, un gobierno que es la mano ejecutiva de los cuerpos de interés y un territorio; sólo hay Estado cuando se habla de esto. Ser Estado significa que sus miembros tienen un vínculo cívico y no tribal o de parentesco. Un ejemplo bueno es el de Israel, que se estructuró como una tribalidad, como un Estado "sacerdotal", porque también se organizó con fronteras que se están expandiendo y sobre las cuales tiene mucha seguridad. Mas ese

La característica de la civilización emergente, de la nueva tecnología, de la revolución civilizatoria que está en curso, del transistor, de la energía nuclear, de las computadoras, es que ella es capaz de juntar grandes grupos nacionales, como la Comunidad Europea, como la Comunidad de América del Norte, como la

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Estado sólo considera ciudadanos a quienes han sido circuncidados por un rabino judío; sólo a ellos. Los otros no son ciudadanos. Esto engendra una paradójica situación de conflicto, pues Israel puede ganar mil batallas, pero no puede perder ni una sola, y nadie duerme tranquilo en una situación como ésa. Es la situación de un Estado ubicado territorialmente pero organizado tribalmente, que se manifiesta como una contradicción básica. En suiza tenemos lo contrario, pues es un Estado territorial con vínculos cívicos, que es la cosa más linda, ejemplificativa y dilucidativa para nosotros en Amerindia: la capacidad de organizar las comunidades, de organizar las etnias, de organizar los cinco cuerpos de que se compone como Estado multiétnico. El contraste con Suiza son México o España. España más claramente aún, pues se trata de un Estado multiétnico: catalanes, vascos, gallegos, castellanos, andaluces, etc. Un Estado también uninacional, con tanta resistencia a quebrar esta unidad opresiva que los conflictos están aumentando. Los vascos nunca tuvieron tanto espacio para ser vascos, pero nunca fueron tan fanáticamente vascos y tan combativos.

Eso significa que en el mundo actual de pronto surgió un espacio para que los pueblos oprimidos muestren su cara y reivindiquen su posición. España logró en su última constitución hacer una gran trampa, pues, además de las regiones étnicas, a algunas provincias castellanas les dio los mismos derechos. De ese modo, la trampa consiste en que todas son iguales, pero una es más igual cinco veces. Entonces la estructura de España es una resistencia a seguir ordenada tal como se ordenó México hace cinco siglos.

cuenta años, cuando haya diez mil millones de personas en el mundo, la romanidad no estaría presente porque no seremos ni mil millones.

Es el caso de México, que yo no tengo que profundizar pues ustedes lo conocen, y es el caso también de Guatemala y de los países del altiplano andino. Todos tienen cierta similitud: en estas áreas hay sociedades multétnicas y Estados uninacionales con mucha más brutalidad que el español, porque después de Franco se amplió. En Amerindia todavía las redes están hechas a mano y hay una resistencia mayor, y yo encuentro que hay un poco de miedo al barril de pólvora que esto implica.

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pertenece al pueblo del altiplano, que tiene que luchar por su propia reestructuración.

Comunidad Soviética, que si bien tienen conflictos, de cualquier manera son un conglomerado de pueblos. Así, una característica de la nueva civilización es la capacidad de crear grandes agrupamientos de pueblos.

En México también hay una situación similar. Si las poblaciones indígenas no son tan densas como las del altiplano, se trata de poblaciones muy diferenciadas y heroicas, poblaciones que habiendo sufrido una represión tremenda, más tremenda que las otras áreas excepto Guatemala, más tremenda que en el altiplano andino, a pesar de ello consiguieron mantener su identidad.

La otra característica, aparentemente contradictoria pero sin embargo complementaria, es el espacio que abre para que los pueblos oprimidos muestren su cara.

Nunca los flamencos fueron tan fanáticamente flamencos, llegando al extremo de obligar a que en la Universidad de Lovaina sólo se hable flamenco. Esa irracionalidad de gente tan racional sólo se explica como producto de la opresión que sufrieron. También en América Latina hay una naciente racionalidad de ese tipo. Por ejemplo, creo que en gran parte la guerrilla de Guatemala no es política, de izquierda, revolucionaria, socialista, como las otras guerrillas, pues tiene componentes de una guerra étnica, de una guerra de los indios de Guatemala contra los criollos que los dominan. La dominación de la ciudad de Guatemala, la capital del país, sobre los pueblos mayas de Guatemala es más fuerte, severa y brutal que la de Madrid sobre las etnias de España. Es claro que eso genera una situación grave. Yo no soy capaz de hacer grandes profecías pero sí de tener grandes esperanzas. Aunque no tengo grandes esperanzas de vedo personalmente, me gusta mucho pensar que vamos a tener mañana una nación maya. Esta nación maya tiene dificultades, entre otras cosas por sus variantes lingüísticas. Pero la única nación precolombina que tiende a mostrar su cara nuevamente y a resurgir es la maya.

Estoy hablando de Estados que contienen como subciudadadanos a gentes que constituyen la mayoría de la población y que si no lo son, de todos modos suman una cantidad muy importante. Lewis creó el concepto de macroetnias indígenas, es decir, grupos socialmente grandes, con más de quinientos mil o de un millón de habitantes y que tienen toda la posibilidad de crecer en número. Van a crecer, va a haber más indios mañana de los que hay, y van a tener la posibilidad y la necesidad histórica de luchar por su autonomía, De luchar por su autodeterminación. Si los vascos son fanáticos en la lucha por su identidad, la lucha de los mayas y la de los indígenas de México será mucha más dura, porque la opresión aquí fue mil veces más grande que la de allá.

Estamos hablando de un proceso de conquista que produjo este género humano del que habló Bolívar, con todas sus contradicciones. No es éste el lugar para reconstruir la historia, pero esto surge como producto de una guerra de conquista, una terrible guerra que a los ojos del tiempo podría parecer tan avanzada como la de las armas biológicas y otras que fueron utilizadas, conscientemente o no, en la guerra del Golfo Pérsico. Fue una extirpación -y esto fue lo más doloroso- de la clase dirigente de una civilización. Las civilizaciones son comandadas por clases dirigentes. Toda civilización tiene su Universidad, porque la Universidad es tan sólo el útero de reproducción de la clase dirigente y si se la extirpa del cuerpo social, se decapita a la sociedad, queda un pueblo sin cabeza. La conquista fue terrible porque decapitó, extirpó a la clase dominante. También fue terrible el papel de la Iglesia, que quiso ocupar el lugar de la clase dominante sacerdotal indígena; otro sacerdocio quiso colocarse en ese lugar. En ciertos aspectos se puede decir que era mejor que estuviera Bartolomé de las Casas y otros similares, pero aún así la evangelización fue una peste que también cayó sobre los pueblos americanos: la pretensión de

La situación es similar pero mucho más compleja en el altiplano andino, donde el quechua, el aymara y otras variantes lingüísticas también implican dificultades. Pero ahí también hay poca duda de que Lima es un instrumento de opresión sobre los pueblos aymara y quechua. Nosotros participamos hoy como espectadores, cuando Lumbreras dijo "o soy indio, o soy nada". Eso es muy distinto a cuando el indigenismo mexicano dice que todos somos indígenas para disuadir a los indígenas de ser indígenas. En el caso de Perú, es una asunción de Lumbreras, que se debe a su pueblo, como parte de la intelectualidad de su pueblo, aunque su cara no sea tan indígena como la cara de Matos Mar. Miren a Matos Mar con su cara incaica, su cara milenaria de una fuerza intelectual que

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comerse el alma. Los cuerpos de los habitantes estaban dominados por otra peste, que fueron las epidemias. Todo el territorio de Europa, Asia y África ya estaba adecuado a tales enfermedades, que no eran conocidas aquí. Fue una cosa terrible, una guerra química y bacteriológica en la población de México; el exterminio por dolencias no conocidas, por sarampión, por tanta dolencia nueva.

buscaban esta relación. Tenemos relatos de Paraguay, en Asunción, en donde algunos europeos tuvieron ochenta mujeres, ochenta muchachas que les fueron entregadas. Eso es lo que llamo la multiplicación prodigiosa. En Sao Paulo tenemos relatos de cuarenta mujeres para un hombre yesos hombres eran muy numerosos, pero sólo relativamente, a escala de decenas, de centenas. Supongo que en el caso de Brasil no menos de doscientas mil mujeres indígenas fueron apresadas y preñadas, y esas mujeres parieron hijos que no eran de ellas; hijos que no se reconocieron como indígenas, aunque hablaran la lengua indígena. Querían identificarse con el padre pero eran rechazados como fruto de la tierra.

Brasil es una frontera viva en donde están aconteciendo cosas equivalentes a las de hace quinientos años. He visto tribus indígenas que al tener contacto con la civilización tuvieron los primeros contactos en el sarampión. Eran más de setecientas mujeres (no sabemos cuántas murieron) y no sabíamos qué hacer con su fiebre; huían para la selva porque pensaron que estaban siendo atacadas por un ente sobrenatural. Y en la selva murieron de hambre. Ahí pude ver lo que es una epidemia.

Estos mestizos son de hecho los destructores. La saña destructiva de Portugal y España fue una saña inicial; quienes hicieron la gran razzia fueron los mestizos, a los que un jesuita muy elocuente, Montoya, llamó "mamelucos". Los paulistas se sienten orgullosos de ser mamelucos porque no saben lo que significa. Montoya los llamó mamelucos, comparando a esos hijos de nadie, con quienes el padre no se identificaba y que no se identificaban con sus madres, con aquellos muchachos que los egipcios tomaban a los dos años de edad y los llevaban para casas especiales en donde eran educados para después ser explotados en toda su potencialidad. Así como un caballo puede ser de guerra, de carga o de carreras, un muchacho podía ser castrado para servir como eunuco, o podría servir como genízaro, cipayo o mameluco; usado para dominar a su pueblo, portando la cara de su pueblo, pero con un alma que le había sido robada, que le había sido sustituida.

Aquí se sufrió una guerra de conquista con su corolario: evangelización, epidemias, esclavitud personal, así como la otra situación terrible, nombrada aquí por Meliá y que es poco comprendida, que es el mestizaje. El mestizaje fue un arma tremenda en algunos lugares que Meliá y yo conocimos en Paraguay y Sao Paulo. En un primer momento los europeos fueron importantísimos para los indígenas, porque traían cosas que venían de los dioses. Muchos indígenas querían entrar a las naos para ir a las tierras del mar, para ir a la tierra de los dioses; entrar a los barcos porque sólo en la tierra de los dioses se podían hacer cosas tan preciosas como un hacha de acero, como un cuchillo, como unas tijeras, como todo lo que ellos traían para cada comunidad indígena. Fue indispensable hacer contacto con estos intermediarios de las cosas deseables del mundo, y ése fue el mecanismo utilizado allá y aquí. Yo nunca oigo discusiones sobre el mestizaje en México, pero el mecanismo está muy bien descrito en el sur. El mecanismo es que cada comunidad buscaba a un europeo y le llevaba una muchacha, porque en el momento en que se casara con la muchacha toda la comunidad pasaba a tener parentesco con él; era el "cuñadismo".

Es esta gente, esos mestizos, quienes hacen la gran aventura de la dominación, de la destrucción, de la esclavización de los pueblos indígenas y, en el caso de Brasil, de la ocupación de un espacio territorial enorme. El resultado de todo ese proceso, terriblemente dramático, terriblemente destructivo, es que de un lado hay una masa de mestizos y de otro una masa residual de indígenas que pudieron resistir. En algunas áreas los indígenas fueron tan numerosos que aún se conservan muchos. Aunque los cálculos de despoblamiento fueron hechos para México, yo confirmé en Brasil un factor de veinticinco. Es decir, donde existían 25 personas, después de un siglo sólo quedó una. Hubo una despoblación tremenda y los indígenas eran tan poco numerosos que en áreas como Brasil ya eran unos cuantos frente a los mestizos. La comu-

Los antropólogos saben la dificultad de hacer el amor con una indígena durante una investigación, porque al establecer una relación uno sabe con quién se puede hacer el amor y con quién no se puede; quién es su suegro y su hermano. Los indígenas

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nidad mestiza creció y sigue creciendo impetuosamente, pues además tiene un aporte grande de negros africanos. Decenas de millones de negros africanos fueron puestos en este molino de gente que fue Brasil y en general América Latina. Se importaba también aproximadamente una muchacha por cada tres o cuatro negros. Esas muchachas alcanzaban precios mucho más altos porque eran tomadas como objetos de amor por los señores. Los esclavos no tenían ninguna posibilidad de intercambio sexual ni de reproducción y los niños de esas muchachas negras también eran mestizos, eran mulatos, eran nadie.

Lo que vemos en esta ciudad, en San Cristóbal de Las Casas, no ocurre en Canadá ni en Estados Unidos ni en Brasil ni en Argentina. Aquí vemos a los descendientes de una vieja civilización que conservan unos ojos, una capacidad de combinar colores, una habilidad artesanal que sólo se encuentra donde hubo viejas civilizaciones. Ahí está esta gente que sería capaz de todo si la cultura erudita le fuera accesible. Pero no, el monopolio de la cultura erudita ha sido total y la falta del dominio de la lengua española constituye otra dificultad.

La "nadiedad" es lo que caracteriza al mestizo; él es nada porque no es europeo, no es indígena, no es africano. Los mulatos y mestizos son la gente que está puesta en un mundo separado. Es una gente que es nadie; de esa "nadiedad" es de donde surgen los paraguayos, los brasileños, yo creo que también los mexicanos. Nosotros surgimos de la negación, de la desindianización del indígena, de la desafricanización de los africanos, de la deseuropeización de los europeos. Surge así una gente tabula rasa, más pobre culturalmente que cualquiera de sus matrices. La cerámica que hacen es más mala; es inferior su conocimiento del mundo, pero están ubicados en el sistema de poder estatal, con un poder inaudito, con una máquina de guerra que fue capaz, desde los primeros momentos, de imponer, por ejemplo, un estilo barroco de construcción, de usar aquella mano de obra prodigiosamente numerosa para obras que no eran suyas, que eran de una nueva empresa, la empresa colonial.

Yo estuve en México hace unos años con Bonfil, cuando se consiguió que se pasara de poco más de mil escuelas bilingües a veintitrés mil. Fue un gran paso dado en aquellos momentos, hace quince años, cuando se empezó a hacer realmente un movimiento de valorar y permitir la lengua indígena, cuando se hizo la crítica del indigenismo como una trampa que quería que los indígenas reconocieran que todos eran mexicanos y que no había más que reconocer su mexicanidad. El resultado del proceso es que estos dos componentes, el ladino y el indígena, son complementarios, no pueden vivir el uno sin el otro yeso es importante comprenderlo.

Entonces, el gran resultado de todo este proceso de la América Latina es un parcela mestiza, mulata, ladina, la que siendo ladina, hablando la lengua del conquistador, teniendo acceso a la cultura erudita del dominador, debe organizarse en gran parte para sí. De ese modo, la sociedad colonial se construyó con pocos, relativamente muy pocos, iberos que vinieron para acá. Mayoritariamente se construyó con esos ladinos de aquí, y a un lado de esos ladinos, como sus esclavos, sus siervos o sus dependientes, la población indígena que había sido expropiada de sus tierras, despreciando su libertad y sus sistemas de producción -tan prodigiosamente eficientes que jamás los hemos igualado- y despojada también de la conciencia de sí misma. ¿Cuál es la conciencia del indígena, de aquel indígena que sobrevive sin sus capas eruditas, sin sus comandos, o casi siempre sin ellos?

Por mucho tiempo hemos hablado del problema indígena como algo que podría resolverse por separado, lo cual no es cierto. Es necesario un proyecto nacional global que desenmascare todas las trampas hechas hasta ahora. En Amerindia no hay legalidad ni propiedad legítima, porque desde el principio la legalidad de la posesión de los indígenas sobre sus tierras fue desechada. Nadie duda de la legalidad de títulos entregados por los reyes españoles y portugueses, que pueden ser antiguos, pero son falsos. Ninguna justicia cree en los títulos mucho más evidentes de una gente que está hace mil, dos o tres mil años, y que por definición son los propietarios. Nosotros nos quedamos con la suposición de esto, y mientras tanto la sociedad es regida por sus cuerpos de poder, por sus cuerpos de interés, y por toda la legislatura y la jurisprudencia. Todos estos cuerpos son más de justificación de situaciones concretas de opresión y de disfraz de la opresión, del robo, que de solución.

La otra cuestión terrible fue la alianza de la Iglesia con los colonizadores, que hizo que la población indígena tuviera que hacer el supremo y terrible esfuerzo de reconstruir su mente. Hay

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un libro de Enrique Florescano, que es de las cosas más bellas que se han escrito en español, en el cual se muestra el hecho conmovedor de los indígenas que adoran, que adoptan a Nuestra Señora de Guadalupe. Y decir Guadalupe es decir Nazaret, porque exactamente hay lo mismo en Brasil, gentes -sobre todo los ladinos, más también los indígenas- que vieron que su mentalidad, sus creencias, sus fiestas fundamentales, sus creencias religiosas ya no eran viables. Era evidente que aquello ya no funcionaba y que ellos necesitaban de otros dioses y adoptaron entonces el cristianismo. Es increíble, por ejemplo, que la ciudad de Río de Janeiro esté dedicada a San Sebastián, que murió muy joven. Como a San Sebastián se le representa como un santo desnudo y todo clavado de flechas, los indígenas adquirieron una fe increíble, la gran fe en San Sebastián. Aún hoy, en la gran procesión de San Sebastián aparecen cuatrocientas mil o quinientas mil personas. Sólo comprendiendo el fondo de la historia se puede comprender a la gente que perdió sus dioses, a la gente que vio desmoralizada su propia religión y que busca otras formas para la reconstitución de la propia cultura, de su propia conciencia.

en el clima tropical no se produce. Sin embargo, el clima tropical es mucho mejor que cualquier otro para seres humanos que nacen desnudos y sólo pueden sobrevivir desnudos en el trópico. Esas son tonterías, pues además en América Latina tenemos de todos los climas. Otras veces se dice que la causa es el mestizaje: tanto negro, tanto indígena atrasado; o sea, mucha gente cree que el desempeño mediocre de América Latina se debe al negro, al mestizo, al indígena, que son quienes hicieron todo lo que hay aquí. La gran hazaña del colonizador y de su sucesor, el ladino, fue la apropiación de la tierra y el reclutamiento de la mano de obra. No fueron ellos los que hicieron las cosas; las cosas fueron hechas por esa población reclutada para cumplir tareas que no eran suyas y que implicaron muchas veces la muerte.

Aún cuando la conciencia se adhiere a los objetos del evangelizador, ya no eran los temas que el evangelizador, el misionero y el catequista ponían. Si la conciencia indígena o ladina popular se construyó dramáticamente con estos cimientos, con ladrillos tomados de la fe del otro, ¿cómo se construye la conciencia de la intelectualidad ladina o del grupo dominante?

Pero, entonces, ¿cuáles son las teorías populares vigentes? En nuestra cultura auténtica, la cultura verdadera del pueblo, ¿cuál es la explicación del desempeño mediocre?: clima y mestizaje. Otra respuesta que en Brasil es muy clara y que aquí también debe de serio considera la colonización ibérica como algo infeliz, miserable. En Brasil hay quienes se preguntan por qué no se quedaron los holandeses, así todos tendríamos ojos azules; esos idiotas nunca fueron a Surinam, nunca vieron Java; estas ideas son muy frecuentes. Otra idea es que la culpa es del catolicismo, una religión loca en la que se peca, se confiesa y se comulga para volver a pecar, confesar y comulgar. Así no se puede, no hay civilización que se construya con esto; empero, es una idea popular, ésta es la teoría popular del atraso y del progreso. También es muy frecuente y generalizada la idea de que la pobreza y el desempeño mediocre de América Latina con respecto a Norteamérica es que ellos eran muy ricos y nosotros muy pobres, sin embargo, es todo lo contrario, ellos eran miserables, ellos eran gente que se vendía para trabajar por cinco años, para recibir un pedazo de tierra. América Latina multiplicó la riqueza del mundo.

Una cosa muy clara que se puede tomar como absolutamente verdadera para Brasil, y supongo que para México y América Latina también, es la teoría popular de las causas del atraso; cómo se explica el mediocre desempeño de América Latina en la historia. Nosotros tenemos un desempeño brillante en el sentido de constituir una parcela de la humanidad, bolivariana en sus dos caras, la indígena y la ladina, resultado de los quinientos años. Lo que hay detrás de esto como más destacable, es el desempeño mediocre. Tan sólo Brasil multiplicó por tres y medio veces la cantidad de oro

que había en el mundo; México, yo creo que como diez veces la cantidad de plata, y además otros géneros alimenticios. No hay comparación entre el aporte de América Latina a la economía mundial y el aporte de Norteamérica. No es verdad que ellos hayan sido los ricos y nosotros lo pobres. No es verdad, tampoco, que nosotros seamos atrasados y ellos avanzados. Norteamérica nunca tuvo nada como la ciudad de México, como Lima, Bahía, Río,

Hay una teoría del atraso y del progreso en América latina que no se enseña en las escuelas, que es clandestina, pero que todos discuten en los bares, haciéndose estas preguntas: ¿cuál es la causa por la que América Latina no cuajó?, ¿por qué América Latina no está adelante? A veces se responde que la causa es el clima, pues

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Recife; no tienen nada de esto. Sin embargo, con sus iglesitas de madera se organizaron de forma tal que ellos que eran los pobres se quedaron ricos y nosotros que éramos los ricos nos quedamos pobres. La explicación de eso no está dada nunca en la cultura popular, todo se ve como fracasos nuestros, a los que se agregan otros.

radicales en las formas de conducta van a ser mucho más feroces e intensos en los próximos cuarenta años. Nosotros, que vivimos novedades increíbles, con transistores, computadoras, energía nuclear, teléfonos, televisores, cine en color, vamos a ver cosas aún más prodigiosas. El gran riesgo es que en esta nueva civilización nosotros entremos otra vez por la vía de la actualización histórica. Actualización es entrar en una nueva civilización como consumidores, comprando ferrocarriles y enriqueciendo a otros, organizándonos íntegramente para poner ferrocarriles aquí, con la finalidad de mandar mercancías afuera, y después comprar motores eléctricos y de vapor.

En Brasil es muy clara la idea de que el país es joven, que un día de éstos va a alcanzar la mayoría de edad. Y sin embargo, Brasil es 104 años más viejo que Norteamérica. Entonces no por joven que no ha cuajado: no cuajó por otras razones. Pero si estas razones falsas no son las que explican ¿cuáles son las razones reales del desempeño mediocre?, ¿qué es lo que está podrido aquí?, ¿qué es lo que está mal aquí?, ¿es el clima, el indígena, el negro, el catolicismo?, ¿o son las clases dominantes o el proyecto de las clases dominantes?, Y aquí hay que tener en cuenta el coraje para enfrentar esto e intentar ganar a la nueva generación para esta idea. El gran mal fue que desde el primer día fuimos estructurados y seguimos estando estructurados como proletariados externos. Proletariado externo era Cartago con respecto a Roma, Cartago, con toda su esclavitud y su poderío, no existía para Cartago, existía para Roma. Nosotros nunca hemos existido para nosotros, siempre existimos para el otro, para producir para el otro.

Hoy día existe la misma amenaza. Una nueva civilización con una tecnología revolucionaria está en curso, y se corre el gran riesgo de que si no dominamos esa tecnología, por difícil que esto pueda ser, vamos a ser otra vez colonizados. Hay una verdadera colonización en curso. Norteamérica está cumpliendo su papel, con enorme eficacia, en el sentido de buscar complementariedades que nos harán dependientes permanentes de ellos. Hay toda una teoría de que los buenos son las multinacionales porque nos traen una nueva tecnología; la teoría llega hasta el punto de suponer que los verdaderos patriotas de América Latina son los gerentes de las multinacionales, es decir, que su fidelidad a nuestros pueblos, su interés por nuestros pueblos nos va a salvar. Entonces, lo que se debe hacer, lo que los gobiernos deben hacer, es estimular a esos barones, a esos condes de las multinacionales, porque ellos son la encarnación de nuestros estadistas.

América Latina va a vivir una o dos décadas de grandes amenazas, y tiene un terrible desafío de formular su proyecto propio. Pero no estamos en posibilidad de dominar la nueva civilización, estamos en vías de ser recolonizados por esa nueva civilización. ¿Cuál es el destino de Amerindia en esto? Si nuestro destino, el de los ladinos, es muy feo, el de los indígenas también es muy feo. Sólo que creo que los indígenas, utilizando la apertura que la nueva civilización les está dando a los pueblos oprimidos para mostrar su cara, para hacer su propio proyecto y luchar por él, pueden lograr de modo inmediato las reordenaciones nacionales capaces de crear sociedades más solidarias.

Brasil tiene una agricultura prodigiosamente poderosa que es capaz de sustituir la gasolina con alcohol de caña, que es capaz de hacer de él segundo productor mundial de soya y que simultáneamente disminuya la producción de alimentos. Porque la agricultura es socialmente responsable; no existe para dar de comer al pueblo, existe para dar ganancia, existe en la economía de mercado.

El desafío del Tercer Milenio para Amerindia es tan grande como para Amerchola o Amermestiza. Nosotros los mestizos también estamos mal, pues América Latina está amenazada por una recolonización. Hay una nueva civilización naciente. Nosotros emergimos, nacimos en el curso de una revolución tecnológica que fue la de la nao oceánica, el hierro fundido, la tipografía, todo lo que surgió hace quinientos años: somos fruto de aquella revolución tecnológica. Una segunda revolución tecnológica, la revolución industrial, cambió otra vez todo el mundo. La revolución que está en curso y que para dar una fecha yo diría que empezó en la posguerra, también cambió nuestras vidas. Los cambios

Lo lindo de la herencia indígena, una de las cosas que me hizo quedar apasionado durante diez años con los indígenas, es la

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capacidad de convivencia humana, la profundidad de la solidaridad, el sentido de reciprocidad, el sentimiento de la responsabilidad social. Estos sentimientos, que aún están guardados por las comunidades, son una de las herencias que tenemos. Después de cuarenta años con estos problemas, viendo esta nueva civilización y todas sus amenazas, tengo temor de que otra vez seamos pueblos que no cuajen, pueblos que a pesar de todas sus potencialidades se queden como pueblos de segunda, pueblos sin importancia.

Autocrítica demagógica*

Sin embargo, yo veo también muchas líneas por las cuales se pueden hacer rupturas. Muchos de nosotros fuimos desheredados en el último decenio por la pérdida de una de las formas de construcción de la sociedad socialista, la línea del socialismo real, del comunismo, de las guerrillas. Hoy sabemos que aquella línea no es la válida, sino la de la lucha democrática. La línea es ganar la población; la línea es la cosa terrible de luchar unidos contra televisiones, radios y todo lo demás. Ésa es nuestra lucha y lo que necesitamos urgentemente es que la intelectualidad sea más responsable. Tenemos una intelectualidad fútil, más propensa a buscar las remuneraciones de las multinacionales o las prebendas del Estado que a pensar y luchar por definir el proyecto latinoamericano. Aquello de lo que nosotros carecemos hoy, Amerindia y los mestizos de América Latina, que somos el producto de quinientos años de historia, es la lucidez, claridad y proyecto propio para proseguir esta lucha en la que ya tuvimos tantas derrotas y en la cual mi corazón y el de ustedes está pidiendo una victoria.

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Me presentaré, aunque no precisamente como nací. Tengo que decir lo que hice, aún con bastante ingenuidad, con las palabras que ocurran en mi mente. No está muy preparada esta presentación pues creo que así deben ser las presentaciones.

Mi propia vivencia de la antropología y de las ciencias sociales ya la he conversado con jóvenes antropólogos, científicos sociales y con colegas. Quizás es de utilidad mostrarme a los jóvenes como una persona que recorrió un camino similar al que ellos van a recorrer. Me gustaría mucho más estar en su posición y, si alguno desea cambiar mi gran pasado por su futuro, yo se lo cambio, porque yo creo que es mucho más interesante hacer la antropología que ustedes van a hacer a partir de ahora que la antropología que yo viví, que yo hice.

Para comenzar dándome importancia quiero comentar algo muy lindo. Hace muchos años estaba en París, en la Sorbona, en un congreso de americanistas. Estos congresos reúnen miles de personas; en éste habría alrededor de cuatro mil o seis mil asistentes. Era una inmensa cantidad de historiadores, antropólogos, sociólogos, todo tipo de gente de todo el mundo. Yo andaba por el pasillo de la Sorbona y me sentía importantísimo porque todos me miraban. Sentía la gloria. Soy glorioso, pensaba, y las personas me miraban con admiración.

Necesité de un tiempo para que viera, percibiera por qué era tan glorioso y llamaba tanto la atención. Porque yo representaba una cosa totalmente distinta a la experiencia en que ellos estaban. Primero, era un antropólogo que había sido ministro de Estado, era un hombre que, siendo muy importante, había sido derrocado

Palabras pronunciadas en la Escuela Nacional de Antropología e Historia, México, el 10. de julio de 1992, publicado en Buscando América No. 6, ENAH México, D. F., 1995.

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más tarde me expliqué a mí mismo, justifiqué ante mí el por qué permanecí.

por un golpe militar, lo que es una experiencia única. Segundo, era un antropólogo que había sufrido un cáncer, me habían arrancado un pulmón y había sobrevivido, lo que es otra experiencia muy prestigiosa; no es muy agradable pero da mucho prestigio enfermarte. Entonces en aquella ocasión que me sentía tan glorioso la razones no eran las que yo suponía, mi carrera científica, sino unas más bien circunstanciales.

Una de las cosas más rara es que yo fui al campo sin saber qué preguntar a los indígenas. Yo había leído todo lo que había sobre aquel grupo, pero no sabía cómo comportarme delante de ellos; y fueron los indígenas los que me dieron un rol, definiéndome un papel.

Para mostrar mi experiencia como antropólogo comenzaré cronológicamente. Yo estaba un día en una hamaca, con un libro de un antropólogo

italiano, buen pintor, que estuvo ahí a fines del siglo pasado. (Cino Bongiani). El libro estaba abundantemente ilustrado con dibujos de escenas de la vida y del arte de estos indígenas. Mientras veía el libro los indígenas estaban muy atentos. En un determinado momento reconocieron una figura, un retrato y dijeron: "Es Ligi, es Ligi". Ligi era una mujer que había tenido mucha importancia antes. Tuve que explicar por qué estaba ella ahí. La explicación que quedó en la mente de ellos es la de que yo era un hijo o algo del hombre que hizo aquel libro. Ellos se acordaban de él. Como el hombre se llamaba Bertra, Cino Bongiani, ellos comenzaron a llamarme Betrayogi, Betrasico. Tenían para conmigo una actitud de mucho cariño, porque yo era una persona que había sido formada fuera, que no sabía las cosas y a quién tenían que explicárselas. A veces no tenían ninguna paciencia conmigo; por ejemplo, recuerdo que yo quería entender las constelaciones que ellos proyectaban en el cielo. El indígena decía: "Está aquí el cuello de la Irma, están ahí los ojos" y yo: "¿Dónde?", y él: "Burro, estúpido". Porque para ellos yo era tan torpe que no veía. Yeso me sirvió para ver cómo yo proyectaba una cosa en el cielo que ellos también proyectaban, y para acercarme a ellos a través de esas experiencias.

Me gradué en Silo Paulo hace mucho tiempo, en 1946. En 1947 comencé a trabajar en antropología. ¿Por qué me decidí a hacer investigación de campo? Es difícil decir esto. Creo que es influencia de un maestro alemán, Elber Wauster, que a mí y a otros introdujo a la investigación de campo. Era muy extraño que en aquel entonces un joven brillante, que podía hacer carrera donde quisiera, fuera a meterse en el Mato Crosso con los indígenas. Mi madre me dijo unos años después, cuando fui a visitarla a la provincia: "Hijo, pide a tu tío, que es diputado, un empleo mejor" Cuando le pregunté qué era un "empleo mejor", respondió: "Este empleo tuyo me entristece mucho, de amansador de indígenas". Ella creía que yo era amansador de indígenas, que ése era mi oficio. Sólo más tarde, cuando publiqué un libro que fue premiado, mi gente, mi familia, comenzó a tener noción de que era justificable lo que yo hacía.

Fui el primer brasileño que debutó en la investigación de campo. Era raro porque antes la investigación de campo, la investigación en la selva, era hecha por expedicionarios botánicos y zoólogos, y había sido así por muchos años. Entonces mi primer empleo había sido de naturalista porque no había título de antropólogo o etnólogo. Fue así como fui contratado como naturalista y fui a vivir con los indígenas. Muchos años después llegué a Italia con mi libro y otras cosas.

Había una dramática historia de Bertra, de Bongiani, y habíamos hecho una novela en la radio que hablaba de él. Había hecho dos expediciones y era también un gran fotógrafo. De la segunda expedición no había regresado pues lo habían matado otros indígenas diferentes de los que estudiamos. Había mucha documentación; en mi libro yo hablaba de Bongiani y decía que se había casado. En Italia había una historia de matrimonio con una indígena. Pero yo sabía que no había sido con una india sino con un indígena. Su amor fue un hombre. En Italia dijeron: "Formida-

Siempre me pregunto por qué me quedé tantos años. Un antropólogo pasa normalmente seis meses, un año, con su grupo de indígenas y pasa el resto de su vida recordando aquel grupo, viviendo de aquella investigación. Pero yo permanecí diez años. Primero porque yo estaba vinculado al Instituto Indigenista de ahí, pero después, porque los indígenas me encantaron de una forma muy profunda, que yo no creo haber comprendido. Sólo

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ble,mucho mejor. Para hacer una historia en la televisión es mucho mejor con un hombre que con una mujer".

Fui dos veces con este grupo, casi un año en cada ocasión, para totalizar casi dos años.

También mi papel ahí era el de alguien con una ignorancia total. Mis preguntas a ellos eran acerca de cosas que se consideraban completamente obvias. Muchas de esas cosas son de todos los pueblos. A propósito de que los nombres de las cosas son más que las mismas cosas, ocurrió un episodio muy curioso con un intérprete.

El Pantanal es una zona en el centro de América del Sur, justo en el centro. Está a unos sesenta metros de altitud sobre el nivel del mar. Es un sitio al que los españoles llamaron "Mar o Charais". Estos indígenas vivían ahí, que es una región bellísima. Guardo muy dentro de mí unas imágenes de las vivencias con los indígenas: la caza, la vida en una naturaleza formidable, ya que es una región en que las aguas suben y luego bajan; la cantidad de animales allí es fantástica.

Yo tengo mucha dificultad con las lenguas. Sólo pasé dos años con este grupo y no llegué a dominar su lengua, en consecuencia siempre usaba intérprete. Por ejemplo, para estudiar la mitología, tomé como intérprete a un indígena de otra tribu que hablaba bien la lengua de mi grupo en estudio y bastante bien el portugués. Fue muy curioso, yo quería cosechar mitos y él hablaba con el indígena y éste contaba mitos, y contaba y contaba. Mi intérprete no me decía nada. Yo le pedía que me contara, él me respondía que se trataba de tonterías. Lo que sucedía es que él estaba discutiendo porque para él el origen del mundo no era el que afirmaba el informante sino el que afirmaba su propio pueblo. De este modo él estaba enseñando al indígena cuál era la verdad. Este tipo de relación ocurrió con el grupo.

Guardadas dentro de mí tengo imágenes como ésta: Llegué con los indígenas a una laguna cuajada, completamente cubierta de aves rosadas, azules, blancas. Llegó un indígena, miró y dio dos fuertes palmadas. Las aves cercanas iniciaron el vuelo y asustaron a las otras. Sonó la metralla, el metraqueo, tras, tras, tras. La laguna salió volando.

Después de hacer el estudio de este primer grupo publiqué un primer trabajo al respecto. En él hice una concesión antropológica a las reglas antropológicas en su manía por el parentesco. Así el primer trabajo que presenté fue el sistema de parentesco de estos indígenas. No me fue mal porque buscaba sacar algo de esa vieja paja del parentesco, que no tiene savia alguna. Entonces lo correlacioné con el sistema de esclavitud que los indígenas tenían: esto de hecho hace algunos años salió también en una colección de estudios sobre parentesco. Aunque yo siempre he tenido la sensación de que esto va terminar porque obedece a una concepción del quehacer antropológico que considera que está bien para los antropólogos este tipo de estudio, pues es algo noble y elegante escribir sobre el parentesco.

En otra ocasión cometí una irresponsabilidad tremenda, lo que indica que no soy muy confiable. Yo estaba en medio del territorio del grupo acompañado de un joven y un anciano. El líder era el joven y quiso hablar conmigo. Vino a saludarme, hablando la lengua jantan, la que hablan los jefes; se trata de una lengua dura. Vi que la lengua que él me hablaba hacía de él la persona importante: le di la espalda, no sólo porque yo era incapaz de hablar la lengua jantan, sino porque me quedaba muy débil hablando con él directamente sin comprenderle. Entonces comencé a hablar como se habla con el suegro.

Más tarde decidí estudiar otros grupos, estudié muchos en esos diez años. Pero los principales fueron los primeros y el grupo kayapoo, el pueblo de la selva; están muy vinculados con ella, nacieron de ella y ellos son los seres de la floresta; tienen un conocimiento detalladísimo de todos los árboles, de todos los animalitos. Su etnociencia es fantástica y muy minuciosa acerca de su mundo.

Nunca un miembro de este grupo habla directamente con el suegro, siempre habla con alguien para el suegro. Por ejemplo le dice a su mujer: "Dile a tu padre esto". Nunca se admite que esté presente. Yo hice esto y el intérprete estaba ahí. Yo hablaba al intérprete y éste al joven. Este indígena era de hecho lo que los antropólogos llamamos un intelectual indígena, con base en la noción de intelectual como aquel que domina su cultura, un dominio que otros no tienen. Quienes sí lo tienen son reconocidos como intelectuales, son respetados como sabios.

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Aquel joven era un sabio, tenía tal dominio cultural que los indígenas que estaban a su alrededor escuchaban con mucha atención. Así estuvimos muchas horas hablando por intermedio del intérprete. Yo le preguntaba cuestiones míticas y él me contaba mitos que yo no sabía. Me narró nuevas versiones de mitos que yo ya conocía y de los cuales él daba una versión mucho más rica y detallada. En un cierto momento, mientras hablamos, nuestra conversación llegó a la figura de Uruantan, la más antigua figura histórica y la primera mítica. Es el único hombre del que se acuerdan como primer hombre pariente de ellos. De este personaje parten sus genealogías. Así ellos cuentan veintiséis generaciones comenzando con él y continuando con los hijos de los hijos de los hijos... Comencé con mi guía a preguntar el nombre de su padre, del padre de su padre y así sucesivamente. Cuando ellos empezaron a contestarme esto, tuve la ilusión de poder encontrar un pariente común y saber cómo tratarlo, para poder ubicarme en su estructura de parentesco. De este modo levanté una genealogía de 1800 nombres. Es inconcebible, yo no conozco a nadie en esta civilización que tenga guardados en la cabeza 1800 parientes de cada uno de los cuales pudiera saber dónde fue sepultado su ombligo, o sea, dónde nació, y dónde fue sepultado el cerebro, es decir, dónde murió (y frecuentemente, de qué murió) Esto es, se trata de un grupo que guarda la memoria de sus ancestros de forma importante, y en donde el ancestro más viejo es Uruantan.

Aquel joven en un mal memento me preguntó: "Y, ¿a Uruantan, lo vio?" a lo que respondí: "sí, estuve con él", a continuación dijo: "¿Dónde estuvo con él?". Me metí en un problema porque lo que yo había dicho implicaba que yo era dios. Yo no podía estar vivo entonces. Prácticamente yo debía estar vivo en 1760, que sería más o menos el tiempo de Uruantan. De este modo comprendí que había dicho una cosa absurda y después de esto ya no podía hacer otra cosa que ponerlo fuera. Tuve que decirle que ya estaba cansado y que no quería verle más, que se fuera.

pueden ser más anchas que los hombros y no más grandes que la cabeza, son cantidades pequeñas). Cuando llegó esa última carga, la abrí inmediatamente, preguntando qué habría para mí, como jabón, sal, dentífrico. Pero no había nada para mí. Me quedaba viendo todo cuanto había para los indígenas: cuchillos, tijeras, ¿para qué? Lo que yo quería era un regalo para mí. Al final, al fondo encontré un libro, un Quijote. Tomé mi regalo que yo mismo había puesto ahí, fui a recostarme en mi hamaca en medio de mi casa, abrí el libro y comencé a leerlo. Ya lo había leído antes, y reía frenética, histéricamente. Nueve meses hacía que no hablaba con nadie civilizado: estaba desesperado. El Quijote era mi comunicación con mi gente. Luego de dos horas ya estaba cansado y dejé el libro. Salí. Un indígena muy inteligente, Anacampocu, se acostó en mi hamaca, tomó el libro y comenzó a reírse también; para él el libro era para hacer reír.

Lo anterior es para contarles la vida de un etnólogo que se quedó mucho tiempo apasionado por los grupos que estudiaba y tuvo una profunda convivencia con ellos.

Hace muchos años escribí una novela. En ese entonces me encontraba en el exilio, en el Perú. El exilio es muy pesado para los brasileños, los mexicanos, para gente de países de mucha savia. Se está muy contento de vivir en su mundo y cuando se le saca para ponerlo en otro es muy difícil. Luego de muchos años de exilio yo quería huir. Una forma de hacerlo es escribir. La novela me devolvía a esos años con los indígenas. En Maira, que es el título de la novela, cuento muchas cosas que nunca encontraron lugar en mis artículos científicos. Son comunicación de un tipo de sabiduría de la vida, de vivencias de los sentimientos humanos. No hay un auditorio científico para esto, sino un auditorio novelístico. De hecho la novela es más parecida a la sabiduría que otra cosa. Se escribe para otro, pero ese otro es escaso en la antropología formal, son los colegas. En la novela en cambio el otro es más amplio. Mi novela llegó a mucha más gente de aquella a la que llegué como antropólogo. Además, cuando se lee un texto científico se lee un poco en contra, cuestionándolo. Cuando se lee una novela la actitud es diferente, pues, o te desarmas y dejas que te penetre o no gozas.

Por eso, mi actitud como lector es una actitud desarmada que permitía una comunicación más, mucho más profunda.

Así pues, de aquellos años resultó una sabiduría formal, académica, y otra sabiduría que ni yo mismo sabía que tenía, que estaba

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Estas cosas le ocurren a un antropólogo que pasa demasiado tiempo en las aldeas y se queda ahí y acaba comportándose de una forma irracional.

En la segunda expedición donde estaba el grupo, muy alejado da la civilización, un día llegó la carga. A nueve meses de estar allí llegó la última carga (las cargas que pueden andar en la selva no

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depositada en forma de nostalgia y que se revelaría después en la novela. En los momentos en que la escribía, en esas miles de horas, ya no estaba exiliado porque volvía a mis veinticinco, a mis treinta y cinco años, los años verdes de mi vida, los más verdes que pasé en la Amazonia, en el pantanal, con los indígenas.

ocasión la UNESCO me contrata para hacer un estudio sobre la población indígena del Brasil. La teoría brasileña hasta entonces era que los indígenas nada más maduraban para la civilización, se iban civilizando hasta que un día lo que era indígena ya no lo era más. Brasil era una especie de sociedad ejemplar, no había prejuicio hacia los negros, tampoco lo había para con los indígenas. Era una sociedad democrática perfecta. La experiencia indígena de antropólogo comienza cuando se inicia

mi guerra con el Instituto de Protección al Indígena y conmigo mismo. En un determinado momento yo me quedé muy enojado conmigo y con lo que hacía, y con la antropología también por la "valorología" antropológica, por la tendencia a buscar fósiles del espíritu humano, de valorar cosas tontas; por ejemplo, el coleccionar mitos, como si los mitos fueran cosas muertas, fósiles del espíritu. Yo empecé a escribir que estaban vivos. Ellos existen, son verdad porque cumplen una función aquí y ahora. Sobre todo di inicio en mi temática al estilo indígena. Hubo una pelea muy grande con los antropólogos formales del Brasil. Incluso concedí entrevistas a la prensa, luego escribí artículos. Daba como ejemplo esto: a nadie se le ocurriría ir a Berlín en 1945, cuando las bombas caían, para ponerse a estudiar la estructura de la familia alemana o para estudiar la mentalidad alemana; eso era algo inimaginable de hacer. Los indígenas son igualmente bombardeados y no tomar esto en cuenta es absurdo. Entonces ninguna etnología, ninguna etnografía que no comience por escribir cómo están viviendo los indios ahora es una imposición sobre ellos, es una construcción artificial, es una construcción deshonesta. Porque es deshonesto no querer tomar como problema la pobre supervivencia de los indígenas, la fecundidad, la infecundidad de la mujer indígena, la opresión que mantiene la sociedad nacional.

Noté que no había nada de esto. Cada grupo indígena murió o sobrevivió indígena aunque muy mezclado, muy mestizado. Aunque manteniendo su lengua mantenía la identidad consigo mismo, como el gitano, como el judío. Era una identidad profunda que milagrosamente consiguió sobrevivir.

En la ECO 93, en Río, había gente de noventa grupos distintos. Entre ellos dos mujeres aino e indígenas de Noruega. Era muy claro que estos indígenas guardaron su cara. Somos nosotros los que perdemos la cara, la civilización europea se ha expandido, liquidó unos diez mil pueblos que perdieron su cara, su mitología, su lengua. Esos pueblos fueron barridos, unos pocos se guardaron. Sin embargo nadie valora al indígena como el que guardó su cara y su singularidad. La tendencia a verlos como los que fracasaron en su ingreso a la civilización sobrepasa a aquella que los considera los que llegaron a no perder la cara ni ser la insípida cosa que somos nosotros.

No tomar lo anterior como problema científico y sí hacerlo con el parentesco es un absurdo. De ahí mi ruptura con esa antropología de mentira, esa antropología académica, "palabrera", que no enseña mucho. Para esos antropólogos falsos es vergonzoso hacerse cargo de los indígenas como gente viviente con problemas. Ellos eso creen, no tienen que ver esto; ellos están ahí para estudiar otra cosa, para estudiar el valor simbólico, los significados más profundos de algunas cosas, para hacer la gramática espiritual de los indígenas.

Esta ruptura hizo que yo me enojase con la antropología que yo mismo hacía antes. Pasé a ser un antropólogo mucho más volcado al estudio del destino indígena. En ese sentido, en esa

Quiero indicar que mi libro Las fronteras indígenas y la civilización (editado en México por Siglo XXI) es el resultado de aquella vivencia y es mi análisis de lo que sucedió y está sucediendo con las sociedades indígenas brasileñas. Es un libro que lleva ya varias ediciones y es un intento de proponer una teoría de la transfiguración cultural. Es decir, cómo una etnia indígena o cuasi etnia sobrevive porque se transforma en una línea de continuidad histórica. Eso es lo normal y no una cosa terminal asimilativa. La transformación es un acercamiento a la civilización. Un bello día un pueblo indígena pasa a ser una ciudad.

Esto es mi etnología y mi carrera en resumidas cuentas. La carrera de un etnólogo e indigenista apasionado por la causa de los indígenas, apegado a defenderlos dentro y fuera de Brasil.

En este momento, cuando vivo esta ruptura, comienzo a acer-carme a la educación y hago una carrera muy rápida. Tenía la

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que es el mundo. Yo no percibía que Brasil estaba en América Latina. Enfrenté una batalla contra Norteamérica y fui tumbado pensando que se trataba de cosas internas. Fue en Uruguay donde comencé a ser latinoamericano y a entender a América Latina.

ventaja de ser un antropólogo entrenado en conocer gente. Cuando se tiene la experiencia que yo tenía, se da bastante capacidad para ponerse en la posición del otro, se tiene familiaridad con los programas de educación en pedagogía muy rápidamente. Así hice una carrera muy rápida en los tres años siguientes como educador.

Realicé muchas transformaciones en la educación brasileña. Fui ministro de Educación y luego creé la Universidad de Brasilia, hoy una importante universidad. Fui su primer rector y con ello ingresé a la política y pase a tratar muchos problemas nacionales.

Tuve muchos éxitos y muchos fracasos. Gané preeminencia en un gobierno que quería pasar limpiamente por Brasil, que quería hacer la institucionalidad para que el Brasil fuera construido para los brasileños, en lugar de conformar el papel de un proletariado externo que existe para producir el azúcar para endulzar la boca del europeo, el oro para enriquecer el bolsillo del europeo, el café para la sed del europeo y del norteamericano y nunca una sociedad hecha para sí misma a partir de sus propias necesidades. En función de esto pasé premeditadamente a un gobierno, intentando hacer reformas sociales profundas. Ese gobierno fue tirado por la intervención norteamericana ordenada por Lyndon B.]ohnson.. Pasé quince años en el exilio.

Era claro que mi metodología era impotente para pensar esto; los científicos como yo estamos preparados para hacer investigaciones perfectas sobre temas perfectamente inútiles. Ante un tema relevante fracasamos. La ciencia no sirve, pero no lo confesamos, seguimos en la perturbación de figuramos que estamos resolviendo algo para la ciencia.

El exilio es un tiempo vago, abierto, vacío, que se tiene que penetrar. Normalmente uno tiene obligaciones con su madre, su padre, su hijo, su nieto, su primo, su amigo, su compadre, su compañero, y esas obligaciones hacen que cada día uno tenga el tiempo tomado en el goce de vivir, en el comercio humano. Cuando se está en el exilio uno no tiene nada, no tiene amigos. Lentamente se tiene que empezar a tejer otra cadena, otra red de relaciones humanas. Entonces se tiene un vasto tiempo y se está llamado a conocerse a sí mismo y es así como se comienza a ver cosas en el exilio. No es que recomiende el exilio, pero metodológicamente es bueno para ver el propio país. La única forma de ver el propio país es estar fuera de él. Uno no conoce su casa si no sale de ella y no se han visto otras casas. Se tiene que estar listo, estar atento y si uno está entrenado como científico social es capaz de percibir cosas que de otra forma no se percibirían.

Inicialmente percibí que yo era un provinciano burro, torpe. Brasil

es tan rico e interesante que uno puede vivir en él pensando

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Así, cuando encontré la filosofía de lea, encontré citado a Hegel, que doscientos años antes decía que la otra América, la nuestra, existiría sólo después de una guerra con la América Sajona, o sea que Hegel supuso doscientos años antes la alteridad y el enfrentamiento. Por otro lado, cuando lea hablaba de Bolívar me motivó a leer sus textos, y éste decía que nosotros somos un pequeño género humano, somos aquellos que no son, ya no somos europeos, no somos africanos, no somos tampoco indígenas ¿qué somos nosotros, que no somos?

¿Por qué América Latina no cuajó si fue mucho más rica, diez o cien veces más que América del Norte, en el periodo colonial? ¿Si Norteamérica nunca tuvo una -ciudad como México, como Bahía, como Río o como Lima? ¡Ellos eran los atrasados, los pobres, los miserables; sin embargo ellos se fueron al frente y nosotros quedamos rezagados! ¿Por qué? ¿Por qué el intento que yo hacía en Brasil no funcionó? Allí me surge la necesidad de hacer otra antropología, que yo llamo "antropología de la civilización". Ahí fueron lea y muchos otros los que me animaron con sus textos. No tenemos por qué aceptar la visión eurocéntrica del mundo. Para un norteamericano no hay ningún daño en considerar que él vivió el feudalismo en Europa, el esclavismo en Roma y, quiéranlo o no, su pasado está allí; pero nosotros no tuvimos ese pasado. Las teorías de la historia no nos explican, aunque sí explican cosas increíbles.

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Una cosa importante fue encontrar a Leopoldo lea en la biblioteca en Uruguay. En su libro América en la historia está la capacidad de pensar América, nuestro destino, con una perspectiva que no teníamos.

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En todas las teorías de la historia, menos en la marxista, se coloca el feudalismo y al capitalismo, en su proceso, en Inglaterra y en Holanda. Pero ni Inglaterra ni Holanda hacen la transformación del mundo. Son Portugal y España los que se expanden y descubren la redondez de la tierra, y hacen del mundo uno solo. Simultáneamente una cosa curiosa, Rusia se expande y llega a Alaska; sin embargo esos movimientos no son explicados como capitalismo, a pesar de ser movimientos esenciales en la historia humana. No es capaz el feudalismo de salir a descubrir el mundo, no es capitalismo todavía, entonces falta una categoría precedente para tornar comprensible, inteligible la Iberia, España y Portugal, para volvemos entendibles a nosotros también, que somos un caso aún más extraordinario. Es de aquí de donde parto para hacer otra antropología. Ahí había una prohibición. La mayor parte de los antropólogos, imbécilmente serviles de la visión norteamericana del mundo, aceptaron la proscripción de cualquier teoría evolucionista; incluso los marxistas no reconocieron que el marxismo es una teoría evolutiva de la sociedad. En cierto momento el etnólogo norteamericano más exitoso, Lewis Morgan, el pensador más fecundo que tuvo Norteamérica, escribió un libro evolucionista, Ancient society, para infelicidad de Morgan cayó en las manos de Engels, a quien le gustó mucho y lo encontró muy parecido a la teoría de Marx. El pobre Morgan no tenía nada que ver con esto, pero Engels se basó en su libro para escribir El origen de la familia, la proPiedad privada y el Estado, que fue uno de los libros más leídos en el mundo. Morgan se quedó contaminado, nunca consiguió la publicación de su etnografía. La antropología era cosa prohibida porque llevaba ideas comunistas. Europa, al contrario de Norteamérica, siempre siguió con una perspectiva evolucionista, tanto en la biología como en la antropología. Los sabios europeos, para ser aceptados en las universidades norteamericanas, debían tener una posición francamente antievolucionista. Entonces en Norteamérica se creó una teoría antropológica burra, estúpida, que prohibía teorizar. Si se teorizaba en esta puritana Norteamérica se era expulsado. Antes como ahora estaba la lucha entre la teoría bíblica y la teoría evolucionista. Esta tonta pelea la heredamos y se nos prohibió hacer una teoría de la historia.

Creo que esta teoría de la evolución es mejor que otras. Sé que ella sigue sin ser traducida en muchos países y sin ser escuchada.

De hecho cualquier otra teoría, por su propia naturaleza o contraparte etnográfica, tiende a ser superada. Aunque para mí lo importante era componer un discurso no etnocéntrico, un discurso que tornara explicable Iberia, Brasil, la América, que nos hiciera explicables a nosotros mismos, y también que nos diera bases para suponer hacia dónde vamos, qué futuro podemos tener. La expectativa de que estamos evolucionando o actualizándonos y que cualquier día nuestras sociedades serán iguales a Canadá es una locura. No somos iguales. Luego de escribir esta teoría de alto alcance (diez mil años) decidí escribir una de más corto alcance que se llama Las Américas y la civilización, que abarca ciento ochenta años, de la independencia hasta ahora. ¿Qué sucedió? El tema es la causa del desarrollo desigual de los pueblos americanos. ¿Por qué Haití, que era la región más rica, más productiva del mundo, fue la madre de Norteamérica, que vivía de vender trigo? Para Haití los negros producían su alimento, el mas valioso del mundo, la mercancía más valiosa del mundo que era el azúcar. Entonces cuando visiten Francia y anden por los valles de Loira con aquellos grandes castillos bellísimos, verán el oro divino de aquí, de Haití.

¿Por qué estos núcleos coloniales, estas costumbres esclavas dieron sociedades rezagadas y atrasadas, y otras como la norteamericana pudieron evolucionar? Ese es el tema que en este libro Las Américas y la civilización intento dilucidar. Intento una clasificación buscando lo que hay de similar y de distinto entre los pueblos americanos. Clasifico como pueblo transplantado a Norteamérica, Canadá, Australia, Nueva Zelandia, es decir, se trata de la misma sociedad europea puesta en otro espacio. Ahí se reconstruye el paisaje original y el indígena es un obstáculo en el camino. El negro fue importado como carbón para quemar, no se quería convivir con él.

Yo tuve que enfrentar esta situación desde mi propia ciencia para poder escribir una teoría de la evolución. Mi libro El proceso civilizatorio es un intento de una teoría de alto alcance, en el que reconstruyo la historia humana para nuestras horas inteligibles.

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A otra categoría la llamo pueblo testimonio, es el caso de México, el Altiplano Andino; eran altas civilizaciones las que habían ahí, y con las cuales Europa chocó. Estas sociedades viven el drama de su grandeza, son herederos de una alta tradición, azteca, incaica, y esta tradición está como piedras adentro, inasimilables, y hace

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que ellos sean distintos. Su europeización no se va a completar nunca porque ellos ya están demasiados hechos para ser desechos.

A los otros pueblos los llamo pueblos nuevos. Son pueblos como Brasil, Cuba, Venezuela. Son nuevos en el sentido de que fueron hechos por haberse deshecho sus matrices. Sus indígenas fueron desindianizados, sus negros desafricanizados, sus europeos deseuropeizados, todo lo cual hace una cosa nueva que no tiene pasado glorioso y está volcado hacia el futuro. Son pueblos construidos con proletariado externo y parten de la inmensa dificultad de componer con gente desraizada una gente nueva, un ser nuevo en la historia.

Por Gustavo Vargas Martínez

El círculo de estudio que yo llamo "antropología de la civilización" tiene otros volúmenes también. Después de los años 1969 a 1979-80, mi principal actividad fue esta actividad teórica. Mucha gente se enojaba porque era inimaginable que un criollo latinoamericano pretendiera teorizar. Mi libro pudo ser aceptado porque su primera edición fue de Las Misiones, que tiene un inmenso prestigio mundial. El hecho de que Las Misiones me ayudara a componer el libro, y que la primera edición fuera en Washington, facilitó la penetración del libro. Sin embargo un crítico llegó a decir que yo era tan pretencioso como alguien que quisiera inventar el movimiento continuo. Es decir, que era una actitud de imbécil que considera que los blanquitos, los gringos, son capaces de hacer teoría, pero nosotros no somos capaces de igual manera. Que son cosas que hay que leer en textos europeos, si es posible en alemán, nunca en portugués o en español. Entonces tuve que enfrentar batallas para la construcción de una teoría de nosotros. Primero una teoría del mundo, de la historia; que no es mejor ni peor que otras existentes. Sólo que desde mi punto de vista es más adecuada porque con ella somos más explicables que en las teorías euro céntricas, y es un intento de hacer un cuadro que nos sitúe.

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El Cuaderno de Trabajo No. 2 se terminó de imprimir en Talleres Gráficos de Cultura, S. A. de C. V. en el mes de junio de 1997. Su tiro consta de 1,000 ejemplares.