Dar la cara: variable de valor constante
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Dar la cara: variable de valor constante
El carácter tempestuoso de aquella mañana abrileña no le supuso ninguna amenaza. Tampoco lo hubiera sido en
cualquier otro traspié de época marzal, agosteña o septembrina. Receloso, ¡es posible! Sin embargo no acobardado por la
agitación que pudiera compungirle; soltó la tensión del chantaje con que el tiempo había manifestado su desafío. La intimidación
que sufriría por aquello que denominamos, y no entendemos, como nuestro devenir. Destino cuando el albedrío no ha sido de
nuestro agrado, por desagradecido: ¡desgraciado! Debía ser el objeto del desdén de este lance con el que presumir de replicón,
de insolencia. Daría un paso al frente, más bien para tirar hacia adelante. El abordaje para acabar subido a la progresión del
próximo brote.
Se había prometido a sí mismo enfrentarse a un momento incómodo y desafecto que pervivía en su recuerdo. Repasos
cuya presencia aspiraban a ser vitalicios. ¿Postrero?, ¡sí! ¿Caduco?, ¡en ningún caso! Si acaso subsecuente hasta la cicatrización.
Aunque hubiere que ataviarlo como a título póstumo. Para terminar de matarlo, concluir muriendo. Por muy agónico que
suponga vencer cuando te sientes desarmado en estas vicisitudes, hirientes.
Con botines de piel y suela de cuero, acanalada y gruesa, firme en el paso para transferir el sello de temple adecuado a
toda la silueta. Abrigada para su complexión con una gabardina de color ocre entallada, sin vuelo, con los pies en la tierra. De
magnos botones y solapas descollantes. Oculta sin encubrimiento el traje de tres piezas de tartán marrón claro. Ensalzado con
una corbata de seda, naranja áspero, que contrasta con la cándida camisa de Vichy. Perfectamente culminado con un gorro
plano espiga, de lana, infiriendo la completa contextura. Predispuesto a afrontar la misión, franqueando la presencia que
proponía el espejo: ideales que se hacen obedecer.
Las inclemencias son la oportunidad de cultivarse en el aprendizaje. El buen tiempo siempre es el más desapacible. La
actitud es el mecanismo con el que nos mostrarnos dispuestos para ser combativos. Sin embargo perennemente consciente de
que admite opiniones a favor y en contra, discutibles y apelables. Porque al prójimo puede no importarle nunca ciertas
necesidades o dificultades. El aspecto es la mayor expresión de la importancia de lo íntimo, donde la apariencia y el semblante
no es lo más relevante. Sino los rasgos y matices con los que te sientes representado ante la confusión de quien opina sin
contemplaciones.
Y ahora, aquí, debajo de unos faroles, únicamente de luz, aguantando los chaparrones que el puente de Rialto ha sabido
soportar a pesar de tantas desconfianzas y dubitaciones. Cuando lo de siempre es lo que nos venden como lo único válido, nos
causa desazones, sobre todo si sus pilares son sospechosamente encubiertos. La circuncisión basal de la vida, para la que cada
cual compra el ramo de flores que más le conviene.
Jueves, 2 de febrero de 2017
Félix Sánchez
Un ciudadano más.