DÁnnunzio: elegías

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Autor: Yanina Pascual Universidad Nacional del Sur, Bahía Blanca Naturaleza, Amor, Mujer: las representaciones del arte en las Elegie romane de Gabriele d’Annunzio. Dentro de la vasta obra de Gabriele d’Annunzio, y de la gran variedad de metros en los que ha incursionado en sus composiciones, la elegía-que implica desde su misma definición un estado de nostalgia y un lamento por una etapa o un sentimiento añorado, que ya no está y que además es posible que no vuelva- es una forma literaria que se ha convertido para el escritor italiano en vehículo a través del cual transmitir una serie de valores diferenciales con respecto al arte y la cultura, desde donde recortarse en relación con la amplia tradición elegíaca que va desde el siglo VI hasta épocas modernas (para citar un ejemplo podríamos hablar de las RömischeElegien de Goethe, obra con la cual las elegías d’annunzianas van a establecer una relación de intertextualidad estrecha). En este trabajo se propone una lectura de las Elegie romane de Gabriele d’Annunzio con el propósito de abordar algunos aspectos que le otorgan a la colección una alta singularidad con respecto a otras expresiones del mismo género, basada sobre todo en la representación literaria con la que aparece revestida la ciudad de Roma. Puesto que la escritura elegíaca dedicada a la ciudad eterna se ha venido construyendo desde la Antigüedad a partir de múltiples perspectivas, es posible desarrollar en el corpus elegíaco dannunziano el abordaje en clave

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Autor: Yanina PascualUniversidad Nacional del Sur, Bahía Blanca

Naturaleza, Amor, Mujer: las representaciones del arte en las Elegie romane de Gabriele d’Annunzio.

Dentro de la vasta obra de Gabriele d’Annunzio, y de la gran variedad de metros en los

que ha incursionado en sus composiciones, la elegía-que implica desde su misma

definición un estado de nostalgia y un lamento por una etapa o un sentimiento añorado,

que ya no está y que además es posible que no vuelva- es una forma literaria que se ha

convertido para el escritor italiano en vehículo a través del cual transmitir una serie de

valores diferenciales con respecto al arte y la cultura, desde donde recortarse en relación

con la amplia tradición elegíaca que va desde el siglo VI hasta épocas modernas (para

citar un ejemplo podríamos hablar de las RömischeElegien de Goethe, obra con la cual

las elegías d’annunzianas van a establecer una relación de intertextualidad estrecha).

En este trabajo se propone una lectura de las Elegie romane de Gabriele d’Annunzio

con el propósito de abordar algunos aspectos que le otorgan a la colección una alta

singularidad con respecto a otras expresiones del mismo género, basada sobre todo en la

representación literaria con la que aparece revestida la ciudad de Roma.

Puesto que la escritura elegíaca dedicada a la ciudad eterna se ha venido construyendo

desde la Antigüedad a partir de múltiples perspectivas, es posible desarrollar en el

corpus elegíaco dannunziano el abordaje en clave alegórica de algunos tópicos como la

naturaleza, el amor y la mujer para configurar diversas representaciones acerca del arte.

Las Elegie romane, en función de esto, se recortan como un espacio desde donde

diferenciarse, una reelaboración en base a códigos propios y relativos a un estado de la

sociedad y del mundo, así como también una reformulación del arte, entendida como

último refugio dentro de la complejidad creciente de la sociedad contemporánea.

Cada una de las obras que podríamos citar como representativas del género elegíaco

responden a momentos distintos de la sociedad y la cultura, y son producto de diversas

condiciones económico- políticas y culturales, o en palabras de Bourdieau, diferentes

estados del campo intelectual de la época; por lo tanto transforman las producciones

literarias en espacios en los cuales se confunden y abrevan representaciones propias de

un momento, una visión del mundo que se corresponde con una determinado contexto

cultural y social. Es decir, un sistema complejo de relaciones y sobre todo de tensiones,

cristalizará en diversas posiciones dentro del campo intelectual y cultural, y esto se

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traducirá en productos literarios atravesados por valores estrechamente relacionados con

dicho sistema (Bourdieau, 2003: 3).

De esta manera, las Elegie Romane se constituyen como producto de una época

determinada, la Italia de fines del siglo XIX, pero producto sobre todo de una etapa de

crisis de valores sociales y culturales, de mercantilización del arte, de creación artística

entendida como un objeto o producto de la fabricación en serie, y en la cual los

intelectuales ya no ocupan un lugar de privilegio. Surge un escepticismo, una

insatisfacción del mundo en que se vive, imposibilidad de aceptar la decadencia de

valores cada vez más acentuada. Este descreimiento va a ser plasmado por D’annunzio

en su literatura, que se servirá de distintas figuras alegóricas con el fin de construir un

concepto de arte-o más bien rescatar o reelaborar- que ponga a salvo la condición del

artista del avance creciente de la civilización industrial. Los matices que adquieren

dichas representaciones en las Elegie Romane, es lo que intentará esclarecer en este

trabajo.

D’annunzio compone sus elegías entre 1887 y 1892, y son publicadas en varias etapas:

la primera de ellas, “Villa Medici”, aparece en Fanfulla della Domenica en julio de

1887, y la publicación de la totalidad de ellas en el volumen que actualmente las reúne a

todas, se hará finalmente en 1892. La escritura surge producto de una celebración: en

ocasión del centenario del viaje de Goethe a Italia; D’annunzio precede su libro con un

epígrafe tomado de la primer elegía del volumen de Goethe, y esto nos obliga a tender

lazos entre un corpus lírico y el otro, aspecto que fue desarrollado ya en trabajos

anteriores y que excede el objetivo de nuestro análisis actual.

La mujer idealizada/representación del arte

En gran parte de la obra de Gabriele d’annunzio la mujer aparece revestida de ciertos

atributos o valores que se corresponden con un concepto de arte que el escritor intenta

destacar: a través de la idealización y, de alguna manera, la divinización de la figura

femenina, se alude en realidad a la perfección y a la belleza en las formas poéticas, al

trabajo con la palabra y con el tejido del texto, al pulido constante de la materia prima

para extraer de allí el producto elaborado que constituye la poesía.

Las Elegie Romane no son una excepción: en ellas la mujer- que además es el objeto de

las lamentaciones del poeta, y que ha servido para leer en clave autobiográfica las

elegías en relación con la historia de amor de D’annunzio con Barbara Leoni- es

exaltada en su belleza, rodeada de un aura divina, y representada por diosas en este

caso, así como en L’Isottéo el escritor recurre a la figura de Isolda- personaje de la

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literatura medieval- para que encarne estos mismos valores que en uno y otro caso,

representan la perfección artística y la belleza en el arte.

De esta forma, en “Villa Medici”, la mujer aparece en la figura de diosas, en este caso

de Cintia o Delia, más conocida como Artemisa, diosa de la caza e identificada con la

luna, nombre con el cual también es designada en el poema:

“Alto d’amor susurro correa lungo i bòssoli foschi;dardi rompean la cava ténebra tutti d’oro,

quasi che d’odorato peplo e di veli ondeggiantibella ivi errase Cintia dietro vestigia note”

(D’annunzio, 2005: 18)

Cuando el poeta destaca que la diosa luego de su exilio ha vuelto, todo alrededor, la

naturaleza, las piedras, los monumentos y podríamos agregar: la poesía, el arte, se

cubren de destellos dorado, de elegancia, de luces. Un vasto campo semántico asociado

al brillo, a la idea de lo luminoso, se despliega en los textos para conformar una estética

en la que la palabra poética adquiere una importancia singular, como representativa de

un arte excelso, elegante y refinado:

“Fulsero i tronchi allora con lume di puri diaspri;ebbero allor le foglie de l’adamante i fuochi.

Sta l’alta maraviglia. Pur sempre rifulgono i tronchiquivi in rigor di pietra simili a gemmei steli.

Piegansi i rami carchi di verdi cristali politipendon tra ramo e ramo lunghi velari d’oro

poi che per entro questi misteri invisibile Aracnea le sottile attende opere de’telai.”

(2005: 20)

Así, la naturaleza toda se cubre de oro, se vuelve artificio, se llena de matices de luz, se

convierte en arte. Esta mujer d’annunziana, esta divinidad que vuelve transforma lo que

toca en objeto de arte bello, en tejido complejo y sutil, obra del artista. Es decir, “la

antigua divinidad” regresa para otorgarle a la naturaleza su brillo perdido: alegoría de

los lejanos atributos que en algún momento pertenecieron a un arte ya perdido dentro de

una sociedad mundana y desacralizada.

La figura de la mujer amada también aparece alejada de todo tipo de concreción física,

en armonía con el mundo natural que la circunda:

“Io per sentieri ignoti fra’ lauri cosí la seguiitrepidamente; e parve fosse d’ intorno l’alba”

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El poeta entonces experimenta una fusión con la amada; y la belleza se hace

pensamiento; con claras reminiscencias platónicas, la belleza y la virtud se unen en la

figura de la mujer y se extienden también a quien la admira:

“quale un vapor da calice colmo, e di vene novelle tutto l’amato corpo anche cingesse, e mista

l’anima mia per tale prodigio a la bella persona fulgida avesse gioia da la comune vita.

Fulgida gioia, oh grande mia comunione d’amore onde in bei fior di luce vaghi nascean pensieri! (2005:21)

La figura de la mujer presentada en los poemas entronca con la lírica trovadoresca y

petrarquista, con la mujer divinizada, síntesis de perfección y belleza, una figura

estetizada y refinada. Unos versos después el poeta recuerda el encuentro de Dante con

aquella mujer prodigiosamente bella, a la orilla del Leteo (Purgatorio, XXIII):

“Parvemi, lei seguendo, che simile in vista a la donna cui lungo il rivo scorse Dante tra’ freschi maj

(Deh bella Donna- ei fece- ch’a’ raggi d’amore ti scaldi!- volsesi la soletta in su ‘l vermiglio a lui) ella in salir per l’erbe vestigia stellanti lasciasse gemmee spandesse ai mirti da le sue man rugiade. (2005:21)

De esta forma, la figura femenina aparecería así en las elegías d’annunzianas como

representación alegórica de la belleza en el arte, y esta última se presenta como

resultado de un trabajo de pulido, del trabajo del poeta.

La elaboración de esta imagen de la mujer es una constante en la obra de D’annunzio:

en el poema “Ballata delle donne sul fiume” (L’Isottéo), se observa la misma

construcción de la idea de arte a través de las damas que danzan:

Tu, ridendo, co l’calice d’un giglioattingi le bell’acque scintillanti.

La man tua lieve crea schietti rubini. (D’annunzio, 1996:48)

En la parte final de “Villa Medici”, se sintetiza la idea con dos versos que expresan el

material divino del que fue creada esta dama:

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Entro le man sue reca piú luce che non l’Ora prima; fatta ella tutta quanta é di sovrane cose” (2005: 22)

D’annunzio plasma en sus elegías los signos de una literatura estetizada y alejada, por

lo tanto, de la literatura como parte de un mercado de bienes culturales, producto de los

cambios que la creciente sociedad industrial habían producido en el campo de la cultura,

y que relegaban al artista a un lugar secundario dentro del campo intelectual de la época.

La naturaleza en relación con el arte

En D’annunzio podemos observar un acento en aquellos espacios naturales pero que

muestran el trabajo del hombre sobre ellos, jardines y parques con fuentes y palacios

(Abate, 2007:54), alusión a una Roma aristocrática y esplendorosa.

Volviendo a las elegías, se puede observar un ejemplo de dichos espacios: el jardín, el

espacio abierto está poblado por muros, fuentes, monumentos; lo vemos por caso, en

“Villa Medici”:

“Chiusa ne’ suoi recinti la villa medicea dorme: alzansi lenti i sogni da la sua gran verdura” (2005: 17)

Cuando en la segunda parte el poeta destaca la presencia de la diosa Luna y cómo cubre

con su espíritu los “lugares queridos”, aclara cuáles eran aquellos espacios que ella

prefería para sus paseos:

“Piacquesi de’ lavacri, che artefice umano compose, ella obliando i chiari fonti, gli azurri fiumi:” (2005: 18)

Son aquellos espacios construidos por el hombre, y aclara además, el artífice, figura que

tanta importancia tiene en la obra d’annunziana, puesto que ilumina todo un concepto

del arte como artificio, como construcción, como producto de un trabajo con la materia

poética, imagen ciertamente alejada de la poesía como pura subjetividad. El poeta es el

que modela y cincela para extraer de las palabras el poema; el poeta es el único que

puede realizar este trabajo.

En la obra d’annunziana se ve plasmada la desolación por un momento presente que es

ausencia, opuesto a un lejano tiempo de felicidad que ya no va a volver, y frente a ese

sentimiento la ciudad de Roma se cierne hoy- con sus grises y oscuros monumentos, sus

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escaleras solitarias, porque aquella que se ama ya no está- muy disímil de aquella del

pasado. Es decir, el poeta italiano nos describe a través de su escritura y su selección

léxica un mundo ensombrecido y sin esperanza, y esto aparece en el paisaje “natural”.

Mientras el poeta sigue a la amada, los monumentos son mudos testigos de la escena, y

la naturaleza toda está subordinada a ellos y mientras la dama pasa los impregna de su

condición, de su amor:

“ L’Erme da l’ombra mute sorgendo in lor forma divina vigili meditanti anime ne la pietra,

lei riguardavan, come assorte in pensiero d’amore: sotto il lor pié quadrato, snelli fiorian gli acanti.” (2005:21)

Así, podemos observar que claramente se privilegian los lugares cerrados y en ellos los

objetos construidos por la mano humana; la naturaleza fruto del trabajo artístico: no es

la naturaleza despojada, sino recubierta “de puros jaspes”; las hojas tuvieron” fuegos de

diamantes” y los troncos brillan como si fueran “estelas de perlas”.

En relación con estos espacios, son los que eligió la diosa “para sus amores”; es decir, el

amor también aparece aquí en relación con los jardines, las fuentes y de la misma

manera con una mujer divinizada, etérea, brillante, única.

No es el amor sensual, ligado a los sentidos y a lo terrenal, sino un amor religioso si se

quiere, de aquella mujer idealizada más cercana al amor de Dios.

La naturaleza aparece embellecida, y además, su forma varía de acuerdo con los estados

de ánimo y las situaciones que sufre el poeta. En “Villa Chigi”, en el libro segundo de

las elegías, la decadencia del amor se vive en un paisaje del todo diferente al de hace

algún tiempo:

“ Erasi chiuso il cielo. Qualche alito, raro, destava per le caduche cime quasi un brivido Cumuli di carbone qua e lá nelli spiazzi, come alti roghi ove giá fossero cenere i cadaveri lenti fumigavano. Salivan nell’aria le spire lente ondeggiando; lente dileguavano” (2005: 35)

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Conclusión

De acuerdo con esto, cabe preguntarse desde qué lugar y desde qué representación del

arte D’annunzio utiliza las figuras de la mujer y del mundo natural en sus elegías, y por

otra parte, cuál es el sentido de esas elecciones.

La elegía ha sido desde siempre el metro utilizado para expresar el dolor por los

muertos, para alabar ciudades y personas o para cantar las nostalgias de tiempos

pasados: en las elegías d’annunzianas, desde el comienzo se manifiesta un tono

nostálgico por la Roma antigua así como también la añoranza de ese amor que ya no

está. El tono oscuro que aparece desde el comienzo en la obra podría entenderse como

el lamento por un arte en decadencia, aquel arte único, elegante, propio de una edad de

oro, en contraste con el arte de la época actual: a fines de siglo XIX se vive una etapa de

degradación de valores, de mercantilización del arte, de creación artística entendida

como un objeto o producto de la fabricación en serie, y en la cual los intelectuales ya no

ocupan un lugar de privilegio. Surge un escepticismo que veremos aparecer en casi la

totalidad de las obras literarias: insatisfacción del mundo en que se vive, imposibilidad

de aceptar la decadencia de valores cada vez más acentuada. De esta forma, podría tener

que ver con lo que Hauser llama el “sentimiento de crisis”,

“ante todo, el declinar de la cultura y el sentimiento de crisis, esto es,la conciencia de encontrarse al final de un proceso vital y ante

la disolución de una civilización. La simpatía hacia las antiguas culturas,cansadas y refinadas, hacia el helenismo , hacia el último período romano,

pertenece a la esencia del sentimiento de decadencia”( Hauser, 2002: 440)

Se trataría entonces por parte de D’annunzio de una reformulación del arte, entendida

ahora como último refugio dentro de la complejidad creciente de la sociedad

contemporánea. El ocaso de una civilización que obliga a recurrir a códigos de una

escritura considerada como prestigiosa en tiempos pasados y que permite que el artista,

el intelectual, recupere ese lugar privilegiado que había tenido siempre.

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