Daniel Riquelme en La Libertad Electoral

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D R L L E Antolojía de relatos, crónicas i artículos de costumbres (-) Eduardo Aguayo Rodríguez, editor

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Antolojía de relatos, crónicas i artículos de costumbres.

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Daniel Riquelme enLa Libertad Electoral

Antolojía de relatos, crónicas i artículosde costumbres (1887-1899)

Eduardo Aguayo Rodríguez, editor

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Daniel Riquelme en La Libertad Electoral. Antolojía de relatos,

crónicas i artículos de costumbres (1887-1899).

Edición:Eduardo Aguayo Rodríguez

Diseño, composición y diagramación:Franco Milanese Pizarro

Ilustraciones:Hernán Villalón Santos

Versión electrónica: noviembre de 2015Registro de Propiedad Intelectual: N◦ 260.231ISBN: 978-956-362-151-8

Esta antología fue elaborada gracias a un estudio �nanciado por elFondo Nacional de Fomento del Libro y la Lectura, convocatoria 2015.La investigación se apoyó en los resultados obtenidos por el proyectoCONICYT/FONDECYT de postdoctorado N◦ 3140170.

Esta obra se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atri-bución No Comercial Sin Derivar 4.0 Internacional. Se permite copiar,distribuir, transmitir y comunicar públicamente sólo copias inaltera-das de la obra, dando crédito al editor de esta antolojía. Prohibida sucomercialización.

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Daniel Riquelme en

La Libertad Electoral

Antolojía de relatos, crónicas

i artículos de costumbres (1887-1899)

Eduardo Aguayo Rodríguez, editor

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Índice general

Notas preliminares 8

I Relatos breves 16

X...? 17

Un poseur 27

La caza de las Vizcachas (Recuerdos de Puno) 36

El loco del espediente 45

¡Era un sueño! 53

Las diez de última 62

Celda solitaria 70

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Charlas de aguacero 78

Sermón de con�anza 86

El trébol de cuatro hojas 91

Entre Loncomilla i Tacna 97

II Crónicas y artículos de costumbres 110

Tipos de teatro 111

Pequeñeces 118

En el cementerio (Año nuevo) 125

Otoño 133

El paco 142

Caras nuevas - Signos del Dieziocho 152

A tu prójimo como ..... 161

En el Cerro Blanco 171

El primer doce de febrero. La fundación de Santiago 183

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Notas preliminares

Hijo de una profesora de música y de un taquígrafo del congreso,Daniel Riquelme Venegas (1853-1912) fue un escritor y periodista san-tiaguino que gozó de popularidad entre el incipiente público lector de�nes del siglo XIX gracias a sus crónicas inspiradas en la Guerra delPací�co y especialmente gracias a “El perro del regimiento”, relato queocupa un merecido lugar - creo - entre los clásicos de nuestra narrativay que marca para algunos un hito fundacional en la historia del cuentochileno.

Al igual que tantos otros jóvenes pertenecientes a las emergentes ca-pas medias de la sociedad chilena de la época, Riquelme se formó bajo elalero humanista del Instituto Nacional, donde desarrolló sus moderadastendencias liberales y su incipiente interés por la literatura. De estosaños de formación se tiene registro de una defensa pronunciada a favorde su maestro Diego Barros Arana y de una revista, ”El Alba”, fundadapor el autor junto a su hermano Ernesto y a otros jóvenes entusiastas,entre los cuales destacaba Valentín Letelier. Siguió luego estudios deDerecho, los que dejó rápidamente inconclusos. Gracias a este modesto

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capital cultural, Riquelme pudo ingresar a la administración pública en1875, iniciando una carrera de funcionario burócrata que lo llevaría aocupar distintos puestos en el Ministerio de Hacienda y, a partir de 1887,en el recién creado Ministerio de Industrias y Obras Públicas, bajo elgobierno de José Manuel Balmaceda. Treinta años logró permanecer eneste poco amigable ambiente laboral, esquivando la sonriente hostilidadde colegas y jefes, las eternas rotativas ministeriales e incluso el Golpede Estado de 1891, que pulverizó para siempre las pretensiones de laRepública Liberal. Solamente la tuberculosis logró apartar a Riquelmede sus tareas administrativas, seis años antes de partir a Suiza, donde�nalmente encontraría la muerte, autoexiliado y solo, en 1912.

La relativa estabilidad que Riquelme logró gracias a su trabajo en laadministración pública le permitió retomar y profundizar su juvenila�ción por la escritura. Su participación en la Guerra del Pací�co comocorresponsal del diario El Heraldo de Santiago lo hizo muy conocidoentre el público proto-masivo y semi-letrado que venía desarrollándoseen torno a la prensa periódica desde la segunda mitad del siglo XIX.De regreso en Chile, y con agudo olfato editorial, Riquelme condensósus recuerdos de campaña en una pequeña colección de anécdotas,Chascarrillos Militares, publicada a �nes de 1885 y reeditada con elnombre de Bajo la tienda en 1888. La positiva recepción dada a estostextos hicieron del autor un nombre cotizado entre la prensa de la época:El Mercurio de Valparaíso, La Libertad Electoral, y, ya a comienzos delsiglo XX, El Mercurio de Santiago y las revistas Selecta y Zig-Zag fueronalgunos de los medios más importantes que publicaron crónicas, relatosbreves, artículos de costumbre o ensayos históricos �rmados con sunombre o con alguno de sus seudónimos más conocidos, InocencioConchalí o su alter-ego femenino, Cándida Conchalí. A pesar de este

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extenso trabajo editorial, la mayor parte de estos textos - que según labibliografía de Latorre y Varas suman cerca de 200 títulos - no volvierona ser reeditados y hasta el día de hoy permanecen dispersos en lasprecarias copias conservadas por la Biblioteca Nacional de Chile.

Los textos seleccionados para esta antología corresponden a su tra-bajo como colaborador habitual para el diario santiaguino La LibertadElectoral, de propiedad de la familia Matte. El periódico, que circulabapor las tardes con un tiraje de 5000 ejemplares, fue fundado en 1886con el objetivo de operar como órgano de propaganda de las fuerzaspolíticas agrupadas a favor de la candidatura de José Francisco Vergara,quien �nalmente cedería su opción frente al candidato “o�cial”, JoséManuel Balmaceda. A pesar del �ero antibalmacedismo que desde esemomento impulsó la actividad del periódico, La Libertad Electoral pro-movió el desarrollo de un contenido informativo y literario hasta ciertopunto autónomo respecto de su estricta función política, compitien-do en este ámbito con el diario literario del momento, La Época, quecomo sabemos contaba entre sus colaboradores con el recién llegadoRubén Darío. En este contexto, las columnas de Riquelme, publicadaspor lo general en la primera página del diario, abrieron espacio parauna lectura imaginativa y sensible que contrastaba notoriamente conla monotonía de la información económica y la enervante estridenciade la gritería política.

Agrupamos en una primera sección aquellos textos que por su es-tructura e intención corresponden a relatos breves o derechamente acuentos, para reanimar la polémica sostenida entre los antologadoresde la narrativa chilena. El conjunto es representativo de los interesesliterarios del autor, y abarca relatos sentimentales de estilo modernista,como X. . . ? o El trébol de cuatro hojas; anécdotas militares, como La

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caza de las Vizcachas o Entre Loncomilla i Tacna; historias de inspiraciónsocial, como El loco del espediente y Celda solitaria, y otras diversiones(meta)literarias, como Un poseur, ¡Era un sueño!, Charlas de aguacero,Las diez de última o Sermón de con�anza. La segunda parte contieneuna selección de prosa periodística que incluye crónicas de la vida ylas costumbres santiaguinas, como Tipos de teatro, Otoño, Caras nuevas;artículos de opinión particularmente críticos, como Pequeñeces o A tuprójimo como ..., y textos de intención memorialista y conmemorativa,como En el cementerio, En el Cerro Blanco o El primer doce de febrero.No incluimos en esta antología dos artículos que, a pesar de haber sidorecuperados en el contexto de esta investigación, fueron enviados parasu publicación como documentos independientes: el primero, ¡Quiénfuera cronista! (1888), es un texto breve donde el autor re�exiona conhumor acerca de su trabajo en la prensa y fue recientemente publicadoen el volumen 4 de la revista Textos Híbridos, de la Universidad deCalifornia; el segundo, Solo! (1891), es una crónica que narra, desde unaperspectiva más bien �ccional, los funerales del presidente Balmaceda,y será publicado por la revista Anales de Literatura Chilena durante2016.

Vistos como conjunto, los textos recuperados constituyen una mues-tra ejemplar del estilo costumbrista-modernista descrito por ManuelRojas y Mary Canizzo en sus esclarecedores estudios sobre el autor,combinando innovación estilística con temáticas y registros de origencriollo y popular. Agreguemos que otros rasgos particulares de estaescritura, como la irónica relación que establece por momentos conlas convenciones literarias de su época, la fuerte presencia de recursospropios de la oralidad, la fragilidad de la memoria que suele determi-nar el anclaje subjetivo de sus narradores o la sensibilidad animalista

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expresada en sus temas y en sus procedimientos acercan su lectura alas coordenadas estéticas y emocionales de nuestro propio cambio desiglo; su exacerbada misoginia, su nacionalismo obtuso y racista y susposiciones conservadoras en lo político y lo social evidencian, por otraparte, la distancia ética que nos separa de un pasado insidiosamenteactual. Es precisamente en esa sensación confusa de reconocernos – yrepudiarnos – como irremediablemente chilenos donde se encontraría,pienso, el valor cultural de volver a leer estos textos por tanto tiempoolvidados.

Señalemos, a manera de cierre, que las versiones presentadas en estaantología buscan preservar en lo fundamental la ortografía de la época,aunque hemos modernizado el uso de la tilde y corregido ciertas in-consistencias en la puntuación y, en algunos casos, en la concordanciagramatical, atribuibles a la premura del diarismo; de igual forma, con-servamos en lo posible la diagramación en columna propia del medioen el que estos textos fueron originalmente publicados. Indicamos con[...] los segmentos ilegibles o irrecuperables en la versión disponibleen micro�lme. Agradezco a Pedro Arriagada por su colaboración yconsejo en la toma de estas y otras decisiones formales.

Eduardo Aguayo RodríguezConcepción, octubre de 2015

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Parte I

Relatos breves

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X...?

Yo la amé mui de veras, creo que con todo micorazón. Después de tantas i tantas lunas comohan pasado i vuelto desde aquel entonces, estoi encaso de saberlo seguramente.

Lo único que hai ahora es que... no puedo acor-darme de su nombre. - Así es la vida.

Pero sí me acuerdo de su tos que me partía elalma; de sus risas sonoras, empapadas en sangre, ide una chaquetita de terciopelo color guinda quese ponía por las tardes, cuando soplaban esas ra-chas maldecidas del invierno que la sacudían depies a cabeza, como al pobre junco la corriente enque hunde sus �ores.

Desde entonces amo las chaquetas de terciopelocolor guinda. Son un recuerdo i por lo generalvan bien a la cara de una morena cual ella era:

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X...?

pálida hasta la blancura como las limeñas, algunascamelias i la porcelana de Sèvres.

¿Cómo se llamaba?...Diera lo que no tengo, que es lo principal de mis

haberes, por recordar su nombre para cantarlo co-mo la letra de una canción de mi juventud. Porquenos amamos mui a lo serio, según veo ahora, en elbreve tiempo que duró la eternidad del amor queun día nos juramos en un sofá del puente de laPurísima, haciendo de altar los Andes i de imajenla luna que nos miraba mui bondadosamente, paraestar tan alto.

Todos sabemos que las horas alegres no entibianasiento: comenzó nuestro romance cuando caíande los árboles, cual pálidos cadáveres, las últimashojas, i concluyó cuando el invierno peinaba susprimeras canas; porque ella murió, como el jovende la dulce elejía, cuando

De otoño el viento, la tierrallenaba de hojas marchitas

i en el valle solitariomudo el ruiseñor yacía.

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .Antiguo vecino de la calle de la Merced, no es

raro que haya tenido yo embeleso de niño, pasiónde joven i capricho de viejo - un amor de toda mivida - por el Tajamar.

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X...?

He aplanado sus piedras, i cuando oigo decir aalguien que no es uno de los paseos más hermososdel mundo, lo juzgo tan za�o e imbécil como alque declara - porque hai quienes declaran - queno le gusta la música.

Esos son sordos i ciegos del alma a la maneradel cochero aquel que en una alborada de veranoconducía a un inglés a los baños de Apoquindo.

El sol rayaba la cresta gris de los Andes, quedormían, como el valle, dentro de una niebla quetodavía llevaba sobre ellos el rocío de la aurora.

- ¡Para! ¡Para! - gritó el inglés en buen español(porque no era más que inglés de Valparaíso).

I apeándose del carruaje, contempló maravilladoese divino espectáculo.

El auriga, en presencia de un extranjero, creyódeber de hijo del país el advertirle que aquello quetanto le sorprendía no era más que sol naciente,lo de abajo nieve i puras nieblas lo demás....

Fue en el Tajamar donde la vi por primera vez apuestas de sol, una tarde amarilla del otoño.

Todo encuentro en el Tajamar tiene la ventajade carecer de jueces i testigos.

Ella se paseaba con otra persona que podía re-presentar a una tía joven; pero era su amiga sola-mente.

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X...?

Más tarde, he venido a ver que acaso era tambiénsu pareja en el banco de una galera en que ambasremaban juntas...

Tuve ocasión de prestarles un pequeño serviciode obligada cortesía i como ya nos conocíamos devista, de ahí enhebramos charla hasta el Puente dela Purísima, donde descansamos un rato; porqueella se sentía mui fatigada.

Secó sus sienes, humedeció sus labios i tosió doso tres veces una tos musical como el eco de una�auta soplada dentro de su pecho; tos que después,en la Traviata, he vuelto a oír muchas veces conprofunda pena.

- ¡Vámonos! ¡Vámonos! - dijo la compañera enun tono de dulce reconvención. Nos despedíamoscomo tres viejos conocidos.

- ¿Viene Ud. todas las tardes al Tajamar? - mepreguntó la joven.

- ¡Todas! - le respondí. Yo también amo estadulce soledad.

- ¡Pues seremos mui amigos! -agregó, tendién-dome su mano con la palma abierta hacia arriba.

Me quedé mirándola hasta que su sombra �na ielegante se borró en la distancia.

I quedé preso en una red de estraños encantos,suaves i a la vez picantes; porque ella había tenidodelante de mi inocencias encantadoras de niña,valientes palabras de mujer de mundo, palabras

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X...?

de señora i de plebeya, i tan pronto carcajadas debanquete como suspiros i lágrimas de profunda imelancólica ternura: todo dentro de sus veintidósaños i de su carita de ángel enfermo, voluntariosoi regalón.

Debo decir que vivía yo entonces esa edad delhombre en que todavía se venera a la mujer queri-da; edad de inocencia en que la aceptamos comoreina sin examinar los títulos de su imperio.

La amamos i eso basta; tiene a sus pies un escla-vo más. Una de sus miradas valdrá tanto como unreino i las audacias mayores del amor morirán enla punta de sus dedos o en la orla de su manto, deseda o de lana.

Creo que esta edad dura hoy hasta los diezisieteaños. Entonces se prolongaba hasta los veintiséiso poco menos.

En la tarde del siguiente día i durante dos meses,fui yo el primero en acudir al punto de nuestrascitas. Ella cada vez llegaba más tarde i cada veztosía más.

En sus mejillas brillaba siempre una mancharosada, fresca i húmeda como la huella de un besoreciente, i hubiera imajinado sin duda que alguienme la besaba o mordía si no hubiera visto naceresa mancha apenas se fatigaba un poco.

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X...?

Era el beso de la muerte, simplemente; pero yono lo sospechaba.

A poco más tuvimos que acortar nuestros pa-seos. La amiga hablaba de ponerles �n. El frío de latarde la asesinaba, decía; pero ella le interrumpíasus prudentes discursos, clavándole miradas deoveja moribunda.

- ¡Son mi única alegría! - esclamaba - Me pareceque aquí vuelvo a respirar el aire puro de un tiem-po que ya no existe; me parece que este sol quese hunde le lleva memorias mías i le dice ¡Hastaluego! a ese tiempo i a mi pobre madre.

Algunas tardes después la amiga habló con másseriedad. Dirijiéndose a mí más especialmente, nosdijo:

- Es una locura lo que hace ésta; el frío la mata ien parte Ud. tiene la culpa. Conviene que Ud. dejede verla, se verán después; para todo hai tiempo.¡Ayúdeme Ud. a reducirla a la razón!

-¡La razón! - interrumpió la niña - ¿Qué es larazón? Palabra de médico, de fraile i de maridoviejo. La vejez debe estar en la razón porque notiene cosa mejor que hacer; ¿qué papel le quedaríasi la juventud se hiciera también razonable? Merío de todo eso. ¿Qué razón hai para que mi vidasea lo que ha sido? ¿Cuál para que yo muera cuan-do quiero vivir una existencia nueva, lavando elescupo que el destino echó sobre ella?

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X...?

Lo razonable es que si no me quedan más queminutos, los goce, los cante como el cisne i losaviente a puñados si me da la gana; porque quieroamar, vivir, i ser feliz alguna vez por una hora opor un instante. Si ello es bueno o malo no tengotiempo para averiguarlo; tampoco he averiguadopor qué caí en este mundo i por qué me arrojande él cuando no deseo irme. ¡Sólo sé que hastahoy he llorado i sufrido únicamente i que caí enel barro!...

I lanzó al río una bocanada de sangre. Apoya-da en mi brazo, llegamos paso a paso a nuestroasiento favorito del puente.

Comprendiendo vagamente las cariñosas razo-nes de la amiga yo insinué con timidez la idea deverla en su casa. Las dos mujeres se miraron largorato, hablándose con los ojos. La mayor se encogióde hombros como diciéndole: tú lo verás.

La niña se volvió entonces hacia mí.- ¡Imposible! - dijo.- ¿Por qué? - insistí yo.- Porque... porque.... porque no es posible, niñito

preguntón - respondió, trazando con sus dedosuna cruz sobre mis labios.

- ¿Pero que no me has dicho que somos...?- ¡Hermanos! - concluyó ella, amenazando siem-

pre mi boca con el dedito levantado.

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X...?

I escurriendo poco a poco su cabeza hasta ocul-tarla en mi hombro, la sentí llorar con sollozos detorrente que va chocando en su camino.

- ¿No ves? ¡Vámonos a la casa! - repitió la amigacon maternal autoridad.

- ¡Déjame! - gritó ella - Las lágrimas son unregalo de Dios, la única misericordia que le debo.

I recostándose de nuevo, agregó dulce i suave-mente, cual si cantara al compás de un suspiro:

- Soi tísica i estoi desahuciada. ¿Qué no lo sa-bías? - esclamó al ver mi estúpido asombro.

- Si, desahuciada, i te he conocido cuando yael carpintero me ha tomado la medida. De aquí aun mes, mañana quizás, junto con el sol que tantoamo, me iré yo también lejos de ti. Si no te hubieraconocido, la muerte me sería un supremo favor...hoi no se qué decirte: quiero i no quiero; porquediviso en el porvenir una gran compensación. Enel fondo de todo me sonríe tu amor inocente, losiento como un hijo que llevara en mi seno.

- ¿Por qué hablas así? - dijo la amiga, volviendola cara para ocultar su llanto.

- ¡Tu también! - continuó la niña, acariciándola.-Eres la única �or sin espinas que ha brotado enmi camino; tú le has dado a mi corazón una de susalas, la amistad.

I enderesándose hasta hablarme al oído, me dijomui quedo:

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X...?

- I tú le has dado la otra, el amor; porque micorazón vivía en el limbo como los niños que nose han manchado del mundo.

Siguió una larga i profunda pausa, esa pausa sinaire que media entre dos sollozos, durante la cualyo vi a la muerte en la cara de la hermosa niña,más espantosa i sombría en medio de la calma dela noche i de la triste soledad que nos rodeaba.

La enferma continuó hablando:- Pero vale más que sea luego. Hoy eres bueno,

noble i jeneroso. En tus ojos veo la hidalguía de-sinteresada de la juventud. Mañana... serás comotodos los otros. Hoi no soi digna de ti: mañanaacaso tú no lo serías de la mujer que siento naceren mí i te perdería dos veces; porque el mundo tehará cambiar a su imagen.

Llegué a creerme presa de una horrible pesadi-lla.

¿Cómo era posible que ese espíritu tan vivo es-tuviera a punto de apagarse?

Al separarnos esa noche, ella debió comprendermi �rme resolución de poner �n a tantas angustias,aclarando de un golpe todo el misterio en que seenvolvía; porque a los pocos pasos volvió i me dijo,como pidiéndome su vida:

- Acuérdate de lo que me has jurado; ¡no me si-gas! Cuando yo pueda decirte quien soi, yo mismavendré a buscarte... ¡déjame tener valor!

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X...?

I viendo que era necesario endulzar el sacri�cioque exijía, se colgó de mi cuello i alargando el suyocomo un zorzal con hambre puso a la altura demi boca un beso suspendido en la cumbre de suslabios.

El invierno se anticipaba, barriendo a los úl-timos paseantes como a las hojas secas. Quincetardes consecutivas estuve solo, a la lluvia o al frío,esperando su visita del Tajamar.

Parado en el puente, �ja la vista en el sitio en queaparecía, esperaba mirando con ansia comparableúnicamente a la de la esposa del pescador que endía de tormenta mira la mar en que no se ve labarca de su esposo.

Los álamos desde lejos sacudían sus copas, comodiciéndome tristemente:

- ¡No la verás! ¡No la verás!Batí los alrededores; pregunté a medio mundo

i aspiré el aire como el perro que ha perdido suamo.

Lo que decían los álamos: no la vi nunca más.

Daniel Riqelme

(Viernes 17 de junio de 1887)

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Un poseur

Carlos del Valle es un joven como se ven pocosen estos tiempos. Su sociedad, sus distracciones isus principales compañeros se reducen al estudioi a sus libros. No quiere visitar ni le gusta bailar ien nada se parece a la mayor parte de la jeunessedorée que hoy llena los salones.

Sus amigos, que lo tienen por un excelente mu-chacho, lo encuentran, sin embargo, algo raro iextravagante i no pueden conseguir que deje sushábitos estraños i sus ideas escépticas.

Una noche, con todo, asistió a una tertulia quedaba la señora N. Después de recorrer los salonesi de haber cambiado unas cuantas palabras conalgunos amigos, se disponía a retirarse porqueno se encontraba en su centro, cuando notó queuna niña lo miraba con tal insistencia que se puso

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UN POSEUR

encendido hasta las orejas. La curiosidad lo obligóa quedarse hasta saber su nombre.

Mui luego supo que era Florencia T. La conocíade vista.

No era su intención hacérsela presentar, sinosimplemente saber quién era. Ella siguió sus mo-vimientos i esperó que concluyera por acercársele,pero viendo que se había engañado, le dijo a unjoven que estaba a su lado:

- Arturo, presénteme a Carlos del Valle.Pronto fueron satisfechos sus deseos, i aunque

Carlos no le pidió su tarjeta de baile ni parecióquerer detenerse a conversar con Florencia, ella sela pasó sin ceremonia, indicándole qué baile debíaapuntarse, i entabló una sostenida conversación,de la que él no pudo desprenderse. Carlos estabacortado, pues el mucho mundo que tenía era sóloen teoría, i contrariado, porque se veía envueltoen ese torbellino contra su voluntad. Pero tuvoque resignarse i permaneció toda la noche en lareunión.

La impresión que llevó de lo que pudiera llamar-se su estreno fue inde�nible i más aún la que lecausó Florencia, cuya viva i variada conversaciónle pareció a ratos rara e incoherente. A veces creíaestar con una mujer de mundo en la que podríaestudiar la manera de conducirse con las demás, iotras llegaba a parecerle un niño, pues de repente

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UN POSEUR

lo interrumpía para preguntarle cómo saldría detal o cual paso, qué haría en una situación difícilque ella le esplicaba con todos sus pormenores isin dejarlo esplayarse en algún punto que a él lle-gaba a interesarle, pasaba bruscamente a otra cosasin prestar atención a lo que él seguía hablando.

Al día siguiente, algunos jóvenes que habíanasistido a la tertulia se reunieron en casa de unode ellos, entre los que se contaba Carlos del Valle, iempezaron a hacer comentarios sobre la hermosavelada.

Carlos les hizo muchas preguntas sobre Floren-cia. Deseaba saber si todas las niñas serían lo mis-mo i les comunicó la idea tan contradictoria que sehabía formado de su compañera de baile. Nunca sehabía imaginado que una misma persona fuera almismo tiempo viva i locuaz, lánguida i romántica.

Ellos se echaron a reír diciéndole que no teníanada de notable ni mucho menos de extravagan-te, que dudaban que Florencia hubiera solicitadoconocerlo, que eran fantasías suyas, que si le ha-bía llamado la atención era solamente por su faltade trato social i acabaron por embromarlo convanidad, que antes no habían sospechado en él.

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UN POSEUR

Algunos meses pasaron i Carlos, que había se-guido asistiendo a las tertulias de la señora N., seencontró frecuentemente con Florencia.

Nuestro héroe estaba mui intrigado por la ma-nera como ella se conducía con él. Cada vez queestudiosamente se había contentado con saludarlai mirarla a lo lejos, ella lo llamaba i le hacía cargosporque no se acercaba espontáneamente.

¿Serían todas las mujeres como ella, que cuandose les demuestra más indiferencia es cuando másatención prestan? ¿Por qué esas largas conversa-ciones en que parecía olvidarse de todos? ¿Por quéle hablaba tanto de amor como si quisiera penetrarlos misterios de su corazón? ¿Sería un capricho?

Como esta situación no le agradase, resolvióvolver a su vida aislada i dejar las tertulias paralos que gozaran en ellas.

Un miércoles (que era el día elejido por la señoraN. para sus recepciones) recibió un billetito conce-bido en estos términos: "Por qué se ha ausentadode los salones de la señora N.? No falte esta noche.Florencia".

¡Ya era demasiado! ¿Podría dudar ahora de lossentimientos de Florencia? No, no era ilusión suya,era imposible que se engañara tanto. ¿Qué hacer?¿Iría? ¿Con que objeto?... Pero no, mejor era salirde dudas, pedirle que le esplicara su conducta...¡i quien sabe si para eso lo citaba! La curiosidad

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UN POSEUR

hizo lo demás i fue... El amor comenzaba a picarsu corazón.

Carlos estaba mui agitado. Florencia lo recibiósonriendo tranquilamente. Después de haber mur-murado algunas palabras, le preguntó a qué eradebido el honor que le había hecho de llamarlo.

- ¿Me pide Ud. esplicaciones?- No, pero me parece natural... desearía saber...- ¡Cuánto me alegro que no haya sido antes! No

habría sabido qué responderle. Deme de plazo aunesta noche i mañana podré satisfacer todas suspreguntas. Mui a tiempo ha deseado Ud. saber...¡hasta ha empeñado con esto mi gratitud!

- No comprendo, señorita... si Ud. se sirvieradecirme desde luego....

- Ahora es imposible. Mañana voi a estar solaen casa durante todo el día. Si Ud. quisiera ir alas dos de la tarde, lo espero i estaré dispuesta adecirle lo que quiera.

Carlos se retiró.Deseaba estar solo.Al día siguiente se levantó temprano, casi no

había dormido en la noche. A la una i media sedirijió a casa de Florencia.

Su corazón palpitaba con violencia cuando des-pués de llamar vino a abrir un sirviente la puerta.

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UN POSEUR

- ¿Está la señora?- No, pero está la señorita i voi a avisarle.A los pocos momentos volvió i le dijo que podía

entrar.Carlos fue introducido a un saloncito encanta-

dor.La mise en scène era espléndida, nada hacía falta:

la disposición de los muebles, cortinajes, cuadros,etc.

I por último, ella, que estaba reclinada en unsillón con su labor en la mano.

El aplomo con que recibió a Carlos contrastabacon la turbación de éste.

- Estoi pronta a darle las esplicaciones que Ud.desee, puede empezar...

- No creía, señorita, verme obligado a pregun-tarle... pero su conducta... creo que necesita unaesplicación... mi situación es difícil; ha huido miantigua tranquilidad. Sufro. No me habría atrevidoa tomarle cuentas, ni a venir a su casa, pero ustedmisma lo ha dispuesto así i aun parece que teníadeseos de explicarse.

- Si, es cierto. Comprendo que usted esté sor-prendido de las manifestaciones que le he hecho imuchas veces habrá pensando que en este caso lospapeles estaban cambiados. Anoche no me habríasido posible decirle lo que ahora i por eso le roguéque viniera a casa.

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UN POSEUR

El tono de Florencia no podía ser más �rme itranquilo. Viendo que Carlos estaba callado, con-tinuó:

- Usted no sabrá seguramente que escribo por-que �rmo con un seudónimo. Hace tiempo quecomencé un artículo 1 , pero el héroe de ella, purainvención mía, la hacía algo inverosímil; ademásno sabía cómo hacerlo desempeñarse en ciertassituaciones que no podía suprimir para no quitarleel interés.

Entonces se me ocurrió buscar en el mundo real,entre mis conocidos, alguno que se pareciera ami héroe para estudiarlo i para que me ayudara,sin que él supiera, a salir del paso. Por desgracia,por más que buscaba i rebuscaba no lo encontra-ba. Empecé a preguntar con ciertas precaucionescuando venía al caso, si existiría un joven así i asá(i enumeraba las cualidades con que había ador-nado al héroe de mi novela). Un poeta me dijoredondamente que no, después de preguntarmesi era mi ideal. Un viejo me contestó que treintaaños atrás lo habría encontrado, pero que en estostiempos no daría nunca con él. Por último, unaseñora después de oírme con mucha atención, me

1 Se re�ere a una novela por entregas, como se deduce del resto del dialogo(N. del E.)

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UN POSEUR

aseguró que tan existía ese personaje, que le es-taba haciendo el retrato de un joven amigo suyo,Carlos del Valle.

No lo conocía a Vd. ni de vista, pero sabiendoya su nombre me era fácil dar con Vd. Cuando loencontré en la tertulia de la señora N., ya lo habíavisto por la calle. Como no quería perder tan buenaocasión de tratarlo, sabiendo que salía tan poco (lomismo que mi héroe), hice lo posible por llamarlela atención i viendo que no me hacía caso, (lo queme agradó porque me iba convenciendo de querealmente se parecía a mi héroe) pedí a un amigoque me lo presentara. Si le escribí suplicándoleque no dejara de ir a casa de la señora N. fue conel objeto de concluir de una vez mi estudio; temíaque Vd. no concurriera más a las tertulias i dejarainconclusa mi obra cuando ya le faltaba tan poco....Por eso no se lo espliqué anoche.

Espero que Vd. se penetrará del verdadero móvilque he tenido para obrar así i que no divulgará loque ha pasado entre nosotros. Pero no, le conozcodemasiado i no temo una indiscreción de su parte.Sobre todo, (agregó sonriéndose) es Vd. un tipo denovela...

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UN POSEUR

Carlos partió como una �echa, sin haber balbu-ceado siquiera algunas palabras de despedida.

CÁNDIDA CONCHALÍ.

(Jueves 1 de noviembre de 1888)

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La caza de lasVizcachas(Recuerdos dePuno)

Más de una vez he dicho que, según mis creen-cias, el roto chileno ha de venir en línea recta de lacepa de aquel viejo capitán español que en su largacarrera de bélicas aventuras, ya contra moros o�amencos, ya contra moras o cristianas (damas idamajuanas), no llegó a encontrar mujer fea, vinomalo ni hombre que le metiera miedo, i tanto lopienso cuanto me con�rmo en ello.

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LA CAZA DE LAS VIZCACHAS (RECUERDOS DE PUNO)

Se cuenta que el roto suele tener miedo a losmuertos - las ánimas forman un largo capítulo enlas leyendas de campamento.

Pero en punto a licores no se ha oído decir quedeseche alguno.

I en cuanto a mujeres... solo las indias de Punolograron poner a raya, aunque no siempre, su arau-cana intrepidez.

Mas hai que advertir que las indias de Puno sonbello sexo ante la historia natural únicamente.

En Tacna, para exagerar lo inmundo en gradosumo, dicen “como india cochabambina” i aconse-jan puri�car por el fuego el sitio en que acampeuna caravana de ellas.

Las de Puno pueden reclamar la supremacía,que donde hai bueno hai mejor.

De la infancia a la vejez, los años de una indiapueden contarse en la serie de polleras sobrepues-tas que cuelgan de su cintura, tal como se calculanlas edades de la tierra en sus capas jeolójicas.

El uso tradicional prescribe no reemplazar loque ha servido sino reforzarlo con lo nuevo, pormanera que en una de aquellas perchas humanasllegan a juntarse el vestido que a la india sirve demortaja con las hebras del que le pusieron cuandoel pudor induljentísimo de su raza creyó necesariovestirlas.

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LA CAZA DE LAS VIZCACHAS (RECUERDOS DE PUNO)

I estas indias viven los años por docenas i losvestidos son de bayeta - unos conservatorios.

Mui de otro modo a la mujer de Arauco, tanenamorada del agua corriente que casi a sus bordesalumbra a sus heroicos hijos, la de Puno se mojacuando diluvia el cielo o Dios permite se caiganal arroyo, lo que no siempre sucede porque no haiarroyos, i mueren el día en que no tienen bichosque le piquen.

En ellos mide el indio su salud.Cuando escasean entristece, convencido de que

aquellos abandonan su cuerpo como las ratas albuque que está por irse a pique.

I no diré más de lo que he visto con mis ojos,por ser cosas que, aun en letras de molde, podríanformar una epidemia.

Andando por lo que en Puno llaman atrevida-mente calles, luego se advertía, al menos en aque-llos tiempos de la ocupación chilena, que a la ciu-dad no bajaba la juventud femenina de las dosilustres ramas de los quichuas i aimaraes.

- ¿Dónde están? - decían los rotos husmeandolas brisas que descendían de la montaña.

Sospechaban que allí habían de hallarse las co-nejeras.

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LA CAZA DE LAS VIZCACHAS (RECUERDOS DE PUNO)

I así era, en efecto. Las jóvenes pasaban pas-toreando sus alpacas i sus llamas en las áridasllanuras de aquellos cerros interminables; perono era fácil descubrirlas sin recurrir a peligrosasestratagemas.

Cosa era de andarse leguas de leguas i no vera ninguna. Desde las cumbres, la vista registrabatodos los rincones de una pampa o de un faldeo. Elganado parecía con�ado a su proverbial esquivezi a la ligereza de sus piernas.

Volviendo de la famosa feria de Vilque, catorceleguas de Puno, feria en la que han corrido mi-llones en naipes i en oro en polvo, me dijo uncompañero de viaje: - ¿Ud. cree que en este campono hai un alma que vele por estos ganados tanvaliosos?.

- Lo juraría - respondí.- Pues yo le voi a evocar a toda una tribu invisi-

ble.Hizo señal a uno de los soldados de la escolta,

sacó éste su lazo i cargando al galope a la manadade alpacas más cercanas, luego cojió a una.

Como por encanto, a los balidos del hermosoanimal, comenzaron a surgir de entre las peñaso a descollar sobre la alfalfa siluetas negras i ro-jas, que corrían como perdices por el sembrado,apareciendo aquí, ocultándose más allá.

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LA CAZA DE LAS VIZCACHAS (RECUERDOS DE PUNO)

Eran los pimpollos pastoriles que tanto habíanbuscado los rotos antes de dar con el principioestratéjico de espantar de su nido a las aves decaza. Seguimos andando al trote largo de nuestroscaballos, con nuestra linda prisionera, que jemía agritos por su pobre madre.

De tres a cuatro leguas distaríamos de Puno.El camino era en parte de piedra suelta, en partede uno como jergón de pasto duro que hería lospies al través de la suela de nuestro calzado decampaña.

- Soltemos a esta joven Sabá - dijo el más noviciode los viajeros, acariciando la piel renegrida dela alpaca i mui compadecido de una indiecita quecorría por un �anco vecino, saltando cual ajil cabrazanjas de piedras.

- ¡Falta lo mejor! - advirtió el jefe.Al poco rato la india se perdió por un atajo.

Luego llegamos a Puno, donde en la boca de laprimera calle nos esperaba una embajada de indios,toda una tribu aimará, que en torno de nuestroscaballos suplicaba al comandante Gorostiaga se ledevolviera a la indiecita la alpaca de su ganado,llorando todos con arte i mujeril facilidad.

La infeliz muchacha había adelantado al trotede nuestras cabalgaduras i alborotado a su paren-tela, corriendo a pie desnudo por aquellas ásperas

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serranías, sembradas de menudas piedras o tapi-zadas del espinoso coirón - yerba que comen lasllamas, alpacas i vicuñas i contra la cual desgastansus dientes, propensos a crecer, como puede verseen las vicuñas de la Quinta Normal, cuya graciosacarita está afeada por tal defecto.

No hai para qué decir que la prenda robada fuedevuelta a la joven reclamante, recompensándoleademás, no tanto sus emociones, como la pruebaevidente que le habíamos arrancado en favor delos milagros que se cuentan de la rapidez de loscorreos que se servían a los incas.

Después de una carrera de tres o cuatro leguas,la india no revelaba en su cara la menor fatiga.Solo su seno descubierto se ajitaba anhelante, node cansancio, sino de temor.

Desilusionados los rotos de las indias de la ciu-dad, o sitiados, más bien, por las circunstanciasque hemos espuesto a la lijera, pusieron natural-mente sus ojos en los pimpollos que pastoreabanen la soledad de las montañas.

La vida agazapada que hacían en medio de lasserranías, su ajilidad increíble i solo comparablea la esquivez salvaje de sus animales queridos, elasomarse por aquí i el correr por acullá, sujirió alos rotos el sobrenombre de Vizcachas con que alpunto las bautizaron.

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Mui pronto la caza a las vizcachas llegó a seruna distracción del campamento, distracción quedurante algún tiempo pasó por cosa la más naturale inocente, sabiéndose por todos que las vizcachasverdaderas abundaban en las vecindades de Puno.

Mucho después únicamente, cuando ya se la-mentaban algunas desgracias, vino a saberse enqué consistía la tal caza a las vizcachas, en la cuallogró sobresalir por su destreza i fortuna un sol-dado del Lautaro.

Los rotos se reían solos al verlo salir de caza.Sabía ladrar como perro i rebuznar como borricoauténtico para amagar el hato i atraer la res a sustrampas.

Sucedió que una de aquellas vizcachas se enamo-ró perdidamente del afortunado Nemrod del Lauta-ro. Por él abandonó su casa, sus campos queridos,sus alpacas, compañeras de la infancia, i siguiéndo-lo a la ciudad, diole así la mayor prueba de cariñoque cabe en el corazón de una india.

Contaba la muchacha unas catorce primaveras,enriquecidas por el prematuro esplendor de suraza vigorosa, hija de aquellas cumbres bené�cas.

Ajil i esbelta, con el ojo grande, negro, asustadoi mirón de las vicuñas, no carecía de cierta graciapicante esa cara juvenil a la que el sol implacable

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de su patria habíale dado el vivo tinte de la tejanueva.

Yo la conocí en la madrugada del día en que la di-visión chilena abandonaba para siempre Puno. Co-rría desalada por el andén de la estación, buscandoentre los alegres viajeros a su ingrato amante.

Al �n dio con él. El roto fumaba tranquilamente,asomado a la ventanilla de un carro.

La infeliz chiquilla, campestre, sí, pero Julietaverdadera de un drama eternamente igual bajotodos los soles, lloró allí todas sus lágrimas.

El soldado procuraba consolarla con cariñosaspalabras, jurándole con burlona ternura que laausencia sería corta, de un día para otro, i su amoreterno.

Tan sincera parecía la emoción del roto i tanconmovedor el conjunto del grupo, que uno de losmirones, empeñado en que allí no se cortara tanbrusca i cruelmente ese hermoso idilio de amor,doble conquista de un corazón vencido dos ve-ces, hubo de empeñarse con los jefes a �n de quepermitieran que aquel Romeo, armado hasta losdientes, se trajera a su amada.

- ¡Que la suba al carro! - le dijeron al soldado.- ¿Así como está? - preguntó éste.- ¡Qué importa! - le respondimos.

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LA CAZA DE LAS VIZCACHAS (RECUERDOS DE PUNO)

Entonces el roto se apartó a un lado:- ¿Hecha de ver, señor, dijo, que voi a llegar con

indias a mi tierra? - ¡Cómo se rieran! Esto es pande campaña...

El tren silbó i nos vinimos todos, menos ella.

D.RIQUELME.

(Jueves 8 de noviembre de 1888)

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El loco delespediente

He tenido la desgracia de conocer íntimamentea uno de los hombres que más ha luchado en estemundo contra las adversidades de la vida i las�aquezas de nuestros prójimos.

Habría preferido no haberlo encontrado jamásen mi camino... ¡tanto se hacía querer!

Casado mui joven, con la mujer que amó de ni-ño, la única a quien besara, después de su madre,en la sencillez de su corazón; acribillado de obli-gaciones i de hijos; adherido a la fortuna de unafamilia estraña, como a la peña el musgo humildede las playas, era de ver cómo se batía a brazopartido contra lo que él llamaba, con su plácida

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EL LOCO DEL ESPEDIENTE

resignación, la suerte traidora, sostenido inque-brantablemente por el amor que le inspiraban lossuyos.

Puede que los negros de los cafetales hayan tra-bajado más su pan de cada día.

Pero se consideraba feliz. Él mismo lo decía,mostrando embelesado al mayor de sus hijos:

- ¡No hai pena que se le resista!Luego tenía una esperanza, la grande ilusión de

su vida: llegar a ser dueño de la casa que habitaba.En ella había vivido desde el primer sollozo de lacuna, como dicen los poetas; en ella habían nacidosus hijos, �ores de su alma; ella era el nido desu único amor, nido formado como el de las aves,hebra por hebra, pluma por pluma.

Cuando una vez, estendiendo solemnemente lamano sobre un bosque de botellas, pedidas por élcon gran espanto de la tertulia, nos dio la noticia dehaber adquirido aquella casa, realizando, por �n,el sueño de sus días i de sus noches, lo abrazamostan cordialmente todos, que lloró de alegría i acasonosotros también.

En esa tertulia de juvenil bohemia - un puñadode corazones que corrían la vida a todo trapo - élera un rezagado de una jeneración anterior; perosus lealtades de perro, sus mezquindades sublimes,su heroico afán i su eterna aunque disimuladaangustia por su familia, nos inspiraban un respeto

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EL LOCO DEL ESPEDIENTE

cariñoso que se imponía a la lijereza, a veces cruel,de nuestros pocos años.

Por mi parte, yo creo - era bien niño en aquellejano entonces - que el asunto de la casa de miamigo fue la primera alegría que entró a mi cora-zón por la puerta de las afecciones, pura de todoegoísmo, i él la primera noción, viva i grandiosa,que tuve del hombre honrado i bueno, no habiendoconocido a mi padre.

Pasaron algunos años.De aquellos bohemios cada cual tomó por su

camino. El viento no habría dispersado mejor unmontón de hojas inquietas.

A vueltas de un largo viaje, lo encontré una tar-de por las calles de Santiago. Dudaba de saludarlo,tan extranjero me creía en mi propia tierra, tancambiado lo hallaba todo, cuando él corrió haciamí. Vestía de rigurosa pobreza, como dirían en lacomedia.

Sin corresponder a mi espansiva efusión, meapartó con misterio del grupo en que me encon-traba.

- Tú no lo sabes todo - me dijo. - El espedienteen que pruebo el crimen lo llevo aquí. ¿Te acuerdasde mi mujer? ¡Está blanca de canas i mis chiquillosandan a pies desnudos! Pero yo me vengaré; esta es

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EL LOCO DEL ESPEDIENTE

la prueba - agregó, golpeando el legajo de papelesque llevaba bajo del brazo.

I se alejó.Los amigos que me esperaban se reían a carca-

jadas, viendo el asombro doloroso de mi cara.- ¡Si se ha vuelto loco! - me dijeron i continuaron

riéndose; pero uno de ellos, formalizándose, comohombre de corazón, me re�rió lo siguiente, unavez que nos alejamos de los otros:

- Este infeliz, como sabes, hijo de padres muihumildes, nació i creció en casa de unas opulentasseñoras, tías de unos herederos de su nombre i desu fortuna. Tú los conoces bastante para que yote diga el uso que han hecho de esos bienes.

Aunque juntos se criaron, siempre hubo entre éli sus amos la distancia de pechero a señor. Crecie-ron i el pobre mozo siguió siendo la bestia negrade aquellos; se servían de él como por un derechofeudal de señorío; pero tan buena índole tocole ensuerte i tanto en él arraigó su padre el respeto a loshijos de la familia protectora, que hasta después decuarenta años hales conservado una veneracióncasi supersticiosa.

Era una herencia de lealtad i servidumbre. Supadre había hecho lo mismo.

Escribiente, cobrador, cajero, tenedor de libros,mayordomo, caballo incansable de los niños de la

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casa, tenía por todo esto una regular asignaciónque si no pagaba con jenerosidad sus servicios,dábale de sobra con que vivir holgadamente, demodo que en vez de percibir íntegros sus sueldosi derechos, se convino en que no recibiría másque una parte todos los meses, lo indispensable,dejando el resto, como en poder de Dios, en manosde sus patrones, a cuenta del valor de una casa quedesde luego quedó por suya.

Escrituras, recibos, constancia de algo ¿paraqué?

No se le habría ocurrido semejante cosa ni sobreborracho. Diose por dueño de la casa i a trabajarcomo peón que saca tarea.

Así pasó el tiempo hasta que en�lando númerosllegó al feliz resultado de que su propiedad estabapagada con un pequeño exceso, sin contar lo queel corazón le dictara a sus patrones darle pararedondear su fortunita.

El hombre, mui trabajado, harto de economíasi de afanes, se cansaba un poco i quería descan-sar. Habló a sus patrones i amigos de retirarse. Elmayor de sus hijos podía reemplazarlo, así comoél había jubilado a su padre. El pobre no sabía có-mo manifestar que no abrigaba descon�anza, peroera bueno que estendieran una escritura. - ¡Quéinmensa alegría tener la escritura de la casa!

¡No le entendieron una palabra!

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- ¿Escritura de qué? - Ellos no habían pensadovenderle ninguna casa. ¿Cómo se imajinaba queiban a regalarle una propiedad que había triplica-do su valor en el tiempo que la ocupaba? Ciertoque no había querido percibir todo su sueldo; pero¿i el arriendo? Antes se habían perjudicado, con-servándosela por una bagatela, a pesar de que elviejo i torpe maldito lo que les servía, i ya que asípagaba los favores, no estaban ellos para mante-ner ingratos. Tenía cuarenta días para entregar lacasa.

Este hombre con iras de perro manso i fuerzasde camello, no tuvo, sin embargo, ninguna idea, nisiquiera se le ocurrió una palabra en presencia detal cataclismo. Sólo sintió que el día se trocaba ennoche delante de sus ojos i que crujían las paredesde su cerebro como la enmaderación de un edi�cioque se desploma.

Sentose un rato, pidió un poco de agua i salióen dirección a su casa. Al llegar le preguntaronpor su sombrero.

No sabía nada.

- Resultaba ser falsa - continuó mi compañero -la infame moneda con que a ese infeliz le habíanpagado el jornal de toda su vida. ¡Todo perdidocomo en un naufrajio! ¡Veinte años de trabajos, dejuventud i de heroísmos que se hacían sal i agua!

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EL LOCO DEL ESPEDIENTE

¡Luego ya viejo i tan cansado para comenzar denuevo!...

Se tendió en su cama como un cuerpo del cualhubieran estraído el alma. De pronto una idea cru-zó por su mente, un rayo de tempestad en la nocheoscura de su corazón. Pareciole que su revólver,tendido a su lado, le cantaba una adormecedoracanción de sirena. En sus �ancos relucientes se mi-ró del mismo tamaño que en los ojos de su esposa;cerró los suyos espantando visiones de pasadasdichas; ensayó los muelles i mordió la boca......

Sonaron pasos que venían corriendo, la puertase abrió de par en par i uno de sus niños entrócual manga de viento.

- ¡Mira, papá! Dice mi mamá que Dios es el padrede todos nosotros ¿cierto?

- ¡Cierto, hijo mío! - respondió aquél.- ¿Padre tuyo i mío?- Por supuesto.- ¡Entonces los dos somos hermanos! - esclamó

el niño, triunfante con ese argumento que llevabaencendido entre los besos de sus labios de rosa.

Encendimos un cigarro, lentamente.Casi rozándonos, pasó a nuestro lado un magní-

�co coupé.- ¿Viste?- ¿Él? - pregunté yo.

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EL LOCO DEL ESPEDIENTE

- El mismo.El carruaje se perdió a lo lejos, brillando al sol

que chispeaba en sus bronces.- El otro - concluyó mi amigo - tornó a echarse

a cuestas la cruz de sus pesadumbres i como elCristo siguió trepando el camino de sus amarguras.No tuvo valor para abandonar a los suyos; peroa poco andar la razón lo abandonó a él i a estashoras no es más que el loco que has visto, el Locodel Espediente, como lo llaman en los Portales.

Piadosa locura, porque gracias a ella no entendiócuando sacaban los muebles de la casa que creíasuya.

D. RIQUELME

(Lunes 12 de noviembre de 1888)

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¡Era un sueño!

En un estremo del pueblo, casi rodeada de mon-tañas i bosques, se elevaba en medio de un parqueuna hermosa casa de tres pisos con pretensionesde castillo señorial. Desde el mirador se divisabanlos valles siempre lozanos con su vejetación ricai variada i el mar ya tranquilo i melancólico, yaembravecido e imponente estrellándose contra lasrocas.

Era un hermoso día de verano. El sol en la mitadde su carrera brillaba con todo su esplendor en uncielo sin nubes. La brisa tibia i perfumada ajitabalijeramente en el parque el verde follaje i los frutosmaduros que habrían tentado al menos goloso.

Innumerables árboles formaban calles de ver-dura que protejían con su sombra las �ores quecrecían a sus pies, i que a su vez formaban cer-cas multicolores que bordeaban sinuosos caminos

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¡ERA UN SUEÑO!

cubiertos de arena que se cruzaban en todas di-recciones. I eran estos tan perfumados, tan llenosde frutos i �ores al alcance de la mano, tan sinescollos, i se disfrutaba en ellos de tal paz i alegría,de esa especie de arrobamiento que nos causa lacontemplación de la naturaleza cuando nos rodeai deslumbra con sus bellezas, que no podría menosde compararse i pensar que así debe ser la sendade la vida que recorren los felices

¿Pero que sería todo esto si no lo animara lapresencia de la mujer? ¿I qué atractivo podría allítener ella si no amara?

I ella apareció de pronto bajando la escalerade la casa. I como era joven i hermosa i amaba,completó el cuadro dándole la última pincelada.

∗∗ ∗

Una tarde, (hacia de esto dos meses) en que,como de costumbre, se paseaba nuestra joven des-pués de comer, acompañada de su padre por el co-rredor de la casa que daba al parque, un sirvientese aproximó a ellos trayendo la correspondencia.

Don Alfonso era el gobernador del lugar i es-taba de punta con la municipalidad. Viendo quele llegaba un o�cio bastante abultado con el sellodel Ministerio del Interior, (lo cual no le augurabanada bueno, pues siendo hombre probo e inde-pendiente no se plegaba fácilmente a voluntades

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¡ERA UN SUEÑO!

superiores), contrariado tiró las cartas sobre unbanco i desde el fondo de su corazón deseó queuna lejión de demonios se llevara al ministro consus o�cios i sus notas, que llegaban de una maneratan intempestiva a interrumpir sus paseo i a turbarsu tranquilidad.

Adriana (la llamaremos así), se sentó en el bancoen que su padre había arrojado las cartas i empezóa recorrerlas con la vista. Entre ellas encontró unade don Manuel, tío suyo, médico afamado queestaba establecido en la capital.

Al oír don Alfonso que había una carta de suhermano se puso a leerla. El objeto de ella era reco-mendarle a un joven doctor en medicina, EnriqueDíaz, al que había conseguido el nombramientode médico de ciudad en ésa.

Al imponerse del contenido de la carta, Adrianano podía dominar su emoción i sin saber por quécuando oyó el nombre del joven sus mejillas secolorearon intensamente.

¿Serían presentimientos?... Era algo fantástica ial instante atribuyó esas impresiones, hasta enton-ces desconocidas para ella, al amor que su corazónle anunciaba había de sentir después por ese joven.Aunque era escaso el número de jóvenes en esepueblo no mui lejano de la capital, los había i muibuenos i tanto que, sin vanidad, podrían aspirar a

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la mano de Adriana. Pero ninguno había consegui-do hacerse amar por ella, que desdeñaba fríamentesus declaraciones.

[...]Enrique, dejándose arrastrar por la corriente de

la juventud dorada, le hizo la corte desde que llegó.En cuanto a ella, su corazón no la habían enga-

ñado: lo vio i lo amó con locura.Era su primera pasión. Ese delirio que nos hace

perder la razón, que nos esclaviza contra nuestravoluntad. Que nos domina e impulsa a olvidarnosde todo menos del objeto amado, que nos hacegozar en los dolores, en la desesperación, en latiranía, si todo esto viene del ser querido. Que esal mismo tiempo alegría i tristeza para el ánimo,�ores i espinas para el corazón, luz i sombra para lainteligencia, emociones, esperanzas, decepciones,éxtasis, en �n, en nuestra existencia.

∗∗ ∗

El día en que nos referíamos al principio estabatan bello i tentador que había sido imposible per-manecer dentro de la casa. Adriana, no pudiendoresistir los impulsos de su corazón que la arrastra-ban al parque a respirar el aire estival, poblado conel canto de las avecillas, tomó una de las avenidasi bien pronto se perdió de vista en la espesura delos árboles.

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Su lugar favorito era un cenador cubierto demadreselva i jazmines i otras enredaderas de �o-res olorosas. Hasta allí llegó la bella i enamoradajoven, i penetrando en su interior, se tendió en unbanco rústico hecho de un tronco i tapizado deyedra.

Las plantas i las �ores, los árboles i los arroyos,los pájaros, los insectos, el zumbido de las abe-jas, la luz, el calor, esa exuberancia de vida quedesplegaba a sus ojos la naturaleza, todo, todo, lehablaba el lenguaje del amor. Su cabeza se inclinópoco a poco hasta caer pesadamente en su brazo,que descansaba sobre el del banco. I en medio delperfume embriagador de las �ores i arrullada conel canto de los pájaros i el murmurio de un arroyoque se deslizaba suavemente en su lecho de bri-llante arena, se entregó a sus ensueños, �otandosu imajinación en rejiones etéreas.

El joven que había logrado interesar su corazón,(sin esfuerzo i sin saberlo) era alto, delgado, mo-reno, de bigote i de cabello negro i lindos ojos ver-des (o tal vez pardos...) i formaba un gran contrastecon ella que era blanca, rubia i de ojos negros.

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .De pronto la voz juvenil de la picaresca Lia (su

amiga i con�dente) vino con sus llamados a arran-carla de su arrobamiento.

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Largo tiempo estuvieron conversando. Adria-na parecía estar fuera de sí; su amiga trataba decalmarla. La joven, que era portadora de malasnoticias, le traía la de que había oído decir a unapersona recién llegada de la capital que Enrique es-taba mui enamorado i comprometido con una niñade allá. Las dos jóvenes se deshacían en conjeturas.Les constaba que le hacía la corte a una de ellas.¿Cómo la engañaba de esa manera? ¿Para qué ledecía que la amaba si otra poseía su corazón? Si anuestras jóvenes se les hubiera ocurrido decir unapalabra, una palabra solamente: es hombre... sinduda habrían disipado el enigma.

Adriana acabó por no dar crédito a la mala nue-va i se propuso averiguarlo cuanto antes, si eraposible, esa misma noche.

∗∗ ∗

La suerte (o la desgracia, porque más prontollegó ésta) favoreció sus deseos. Esa noche llegaronvarios visitantes a su casa, entre los que se contabaEnrique.

Luego empezó el joven con sus galanterías ideclaraciones, a las que ella, después de hacerleserios cargos, le preguntó sonriendo si había olvi-dado ya a la niña con quien estaba comprometido.Una descarga eléctrica no le habría causado mayorimpresión al pobre joven; mas, luego se repuso.

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Él le dio miles de explicaciones (las cuales nossería imposible garantizar como veraces, pre�rien-do dejarlo al fallo del lector) i se escusó lo mejorque pudo. Le dijo que su turbación reciente pro-venía de que, estando ella al corriente de todo, nofuera a formarse mala idea de él creyendo queengañaba a las dos al mismo tiempo. Que la ha-bía cortejado porque no creía posible que hubieraamistad entre una niña i un joven sin sus ribetesde amor, i deseando él ardientemente ser amigode ella al ver sus hermosas cualidades, (creyéndo-la en esto tan frívola como la generalidad de lasniñas), le pareció indispensable enrolarse en las�las de sus galanes. Sabiendo además que no eracoqueta i que su corazón permanecía insensiblepara todos, no temía que le hiciera caso ni que seengañara respecto de sus sentimientos, porque lomismo era para ella que su amor fuera verdaderoo �njido, pues no había de corresponderlo i a élmucho menos siendo pobre i protejido de su tío,de quien todo lo esperaba... Con�aba hacer algu-nas economías durante su permanencia ahí paracasarse, si antes no conseguía un destino mejoren la capital, que él deseaba i que se decía iba avacar pronto. Pero no se atrevía a valerse de lain�uencia de don Manuel por haberle dado tanrecientemente el que en la actualidad tenía.

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¡ERA UN SUEÑO!

La pobre joven lo escuchó casi en silencio, ha-blando sólo lo indispensable. Sin embargo, estabasonriente i al parecer tranquila i nadie, ni aun elmismo Enrique, habría sospechado lo que pasabaen su corazón. Es que Adriana era orgullosa i su-po dominar i ocultar su profundo dolor. Tenía esaaltivez llena de dignidad, que cuando tenemos lasuerte de poseerla es un arma ofensiva i defensi-va, con la que bien manejada podríamos hacerlefrente a todo.

∗∗ ∗

¡Qué noche la que pasó la infeliz niña! ¡Adiósilusiones, adiós esperanzas, adiós amor para siem-pre! ¡Sólo había sido un sueño!

Adriana tenía sentimientos mui nobles i eleva-dos, i pasado el primer acceso del dolor i despuésde re�eccionar tranquilamente, pensó que ya queel único hombre a quien había amado no la corres-pondía, podía siempre deberle a ella su felicidad.

Algunos días después, junto con la respuesta dedon Manuel, llegó el nombramiento que el joventanto ambicionaba. Al momento hizo su renunciai al cabo de veinte días regresaba lleno de alegría ifelicidad a la capital.

Antes de dos meses se había casado...Si pretendiéramos darle formas novelescas a

este simple relato, diríamos que nuestra heroína se

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¡ERA UN SUEÑO!

quedó mui conforme i que pasaba todo su tiempohaciendo oración i rogando por la felicidad deEnrique... Pero Adriana era celosa, i más de unavez se arrepintió de su jeneroso arranque.

∗∗ ∗

I bien, Cándida, (dirá el lector), ¿para que leamosesto nos ha robado Ud. nuestro tiempo? ¿Con quéobjeto nos ha contado esta historieta? ¿Cuál es sumoraleja? ¿Qué conclusión sacamos de ella?

¡Ninguna!

CÁNDIDA CONCHALÍ.

(Miércoles 8 de mayo de 1889)

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Las diez deúltima

Tras de dos juntas de médicos especialistas, co-mo quien dice mediante, dio su postrer boqueadadon Juan de la Rinconada, a la hora más triste quepuede haber para morirse - a la hora de comer.

No quedaba tanto día como para distinguir clara-mente los objetos ni era tan de noche que precisaraencenderse luz en la estancia mortuoria, cuandoel joven médico de cabecera dejó caer sobre lospacientes esta �or de su retórica profesional:

- ¡Ha cesado de sufrir!...I sin más allá ni más acá de aqueste mundo se fue

don Juan, tal como había venido probablemente.El médico salió en puntillas, escusándose de no

poder quedarse más tiempo por tener que asistir

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LAS DIEZ DE ÚLTIMA

a una comida, después de la comida a una visita imás tarde al baile de la señora del Romeral, paracuyos efectos ya andaba de frac i corbata blanca.

La casa quedó hecha un mar de lágrimas; la viu-da especialmente, todavía moza i no mal parecida,lloraba con esta estrema unción con que las espo-sas jóvenes suelen llorar a los maridos viejos. Perogracias a la esperiencia adquirida en una viudezanterior, en medio de tantas tribulaciones, era ellala de más presencia de ánimo.

Ella cerró los cajones i guardó las llaves; encargócloruro i previno se avisara en las imprentas i ala Empresa de Funerales, todo entre sollozos quepartían el alma i se oían desde el último patio hastala puerta de calle.

Don Juan dejaba una mui regular fortuna, repar-tida en amor i conciencia entre aquel sol de ojosnegros que alegró sus últimos años i una hermanapobre a quien había olvidado durante toda su vida.

Poco antes de las once de la misma noche volvióel médico con esa galante discreción que solo seadquiere recetando agua de azahar; se informó dela salud de la señora i obsequió el ramillete quellevaba en el ojal a una de las amigas que habíanllegado de visita.

Se conversaba a media voz i a media luz en unpequeño salón - una garúa de trivialidades, de

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LAS DIEZ DE ÚLTIMA

circunstancias, interrumpida a ratos por un cha-parrón de sollozos que venía del interior.

El médico se despidió, después de haber contadolas últimas novedades del gran mundo.

- Como éste siga ejerciendo la profesión - dijoun viejo amigo del �nado - habrá que ponerleimperial a los carros del Cementerio.

- ¡Cómo, si tiene tantos aciertos! - replicó la niñadel ramo. A mí me ha curado de los sabañones conácido muriático, lo mismo que con la mano.

Un primo de la señora viuda (el cual se habíainstalado en la casa desde que el enfermo perdióel conocimiento) hizo en un santiamén todas lasdilijencias de tales casos. Trató los carruajes, pa-só a las imprentas, encargó las coronas i trajo elcloruro i papel de luto.

La hora del entierro fue discutida largamente.Por la mañana iban pocos carruajes, si llovía peor;además había que dar desayuno i el comedor noestaba arreglado. En la tarde eran más lucidos i seconvino en �jar las tras i media, hora mui cómodapara todo el mundo, en lo cual anduvieron bastanteacertados porque al día siguiente la casa se llenóde acompañantes.

Luego llegaron dos carros.- ¿Qué también murió la señora? - preguntó un

caballero.

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LAS DIEZ DE ÚLTIMA

- Ni lo diga - respondió un joven, estirándose lospuños de la camisa frente al vidrio de una puerta -Es que ahora se usan dos, uno para el difunto i otropara las coronas. Ya no hai muertos sin coronas de�ores. Comenzó la moda con los hombres ilustres,lo cual estaba mui bien i no acarreaba muchosdesembolsos, porque siendo éstos unos pocos, elgasto no era todos los días; pero al presente vansiguiendo con los medianos i los chicos, aquí, enesta tierra donde nadie quiere parecer menos; demanera, mi señor, que la muerte de un pariente ode un amigo se hace hoy doblemente sensible...

- Pero durará poco - agregó otro - como la modaaquella de las tarjetas de año nuevo; porque lavulgaridad, haciendo pacotilla de las cosas i de lossentimientos, obliga a esconder los verdaderos.

- I ésta no la ha inventado la vanidad de lasmujeres - agregó otro.

- No, por cierto - tornó a decir el joven de lospaños - ni tampoco la retórica que ha salido conlas coronas; pues es todo un jénero literario tanespecial como el de los epita�os. Cuando el difun-to ha sido un hombre notable, la dedicatoria delobsequiante sirve como para dar parte del tú i vosque se gastaba entre ambos, i del propio modoen la cinta de la corona imprimen sus lágrimas ladesolada esposa, la inconsolable viuda, los tiernos

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LAS DIEZ DE ÚLTIMA

hijos i los verdaderos amigos, cuidando cada cualde que la suya no quede debajo de las otras.

En esto sacaron el ataúd, colocaron diestramen-te las coronas de que hablaba el joven i nos diriji-mos al cementerio en medio de la brega de carrua-jes que se estila en estas ocasiones.

Lentamente por entre las tumbas, conversandobajo el ala del sombrero, la cabeza al sol i los piesen la humedad, llegamos al �n al lado de la fosa queiba a guardar para siempre lo poco que quedabadel que fue don Juan de la Rinconada.

- Afortunadamente - dije al amigo con quien iba- aquí estamos libres de discursos.

- ¿Cree Ud.?- ¿Pero que le van a decir a este santo varón?- Le dirán, a falta de otra cosa, que ha sido un

buen bombero, un buen guardia nacional, un hon-rado comerciante, un hombre así i un marido azá,etc., etc. ¿Qué no ha leído usted en los diarios unaviso de que en la calle de Santa Mónica se hacenbrindis, discursos fúnebres o patrióticos al alcancede todas las fortunas?

I esto decíamos, cuando resonó en el melancóli-co silencio un entonado i sacramental:

- ¡Señores!Era un señor de patillas, medio llovido i al pare-

cer militar. Hablaba en nombre de la fraternidad

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LAS DIEZ DE ÚLTIMA

de las armas i de un hilo le re�rió a la asombradaconcurrencia que don Juan había sido ¡Dios le per-done el falso testimonio! un valeroso teniente dela caballería cívica de Quillota en los días luctuo-sos en que las naves españolas agredían nuestrascostas.

- ¿I éste quién es? - preguntó un oyente medioescandalizado.

- ¡Este - respondió otro, en el mismo tono delorador - es el ciego Acuña 1 de las Tumbas!...

Al regresar a la ciudad, mi compañero de carrua-je me propuso ir, a renglón corrido, a visitar a laseñora viuda, opinando que lo mejor era pasar deun sorbo todo el mal trago. Este procedimientotenía la doble ventaja, según él, de dejar por muicumplido al visitante i de ser recibido por algúnpariente lejano.

- Eso está bien para usted - le dije yo- que esgrande amigo de la familia; pero no para mí. Ade-más, ya me tocó encontrarme en la casa la tardeen que murió don Juan.

- ¡Ah, mi amigo - replicó él - es en estas ocasio-nes cabalmente donde se pone a contribución laamistad, por lejana que haya sido! Cuando somosdichosos nos importa bien poco que la jente se

1 Heraclio Acuña, poeta popular (N. del E.)

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LAS DIEZ DE ÚLTIMA

asocie o no a nuestra alegría; ella nos basta i sobra.Pero en las horas tristes por una especie de reblan-decimiento de la sensibilidad, casi exijimos quela creación entera participe de nuestros pesares.Esto lo ha visto usted mil veces: tal sujeto se casai no le da parte de su matrimonio; tiene comidas ino se acuerda de usted; da bailes i no lo convida;pero no se le muera la gata de su casa, que no lotenga mui en cuenta para saber si concurrió alcementerio. Por desgracia, yo estoi condenado afaltar a todos los entierros que tengan lugar por lamañana, particularmente en invierno. No des�ora-ré por ningún muerto, a quien nada le aprovecha,el sacri�cio de madrugar en estas mañanitas; esolo reservo puro e intacto para una mujer querida,para mi novia, por ejemplo, si me ocurre el lancede casarme, i a ella se le antoja hacerlo en ayunas.

En estas charlas llegamos a la casa. Salió a reci-birnos el marido de la hermana heredera, con unacara mui arreglada al caso. Mi amigo, un descreí-do i eterno burlón, al verlo sacó el pañuelo; másse entristeció con esto el caballero, creyendo lollevaría a los ojos, pero en la mitad del camino loinclinó en la oreja i batiéndolo en el aire, dijo muidramáticamente:

- Cree en la sinceridad con que te ayudo a sen-tir....

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LAS DIEZ DE ÚLTIMA

En la pieza contigua, el primo daba a la viudanoticias del suntuoso entierro, diciéndole:

- ¡No había un solo carruaje con número!Cuando supo que nosotros estábamos ahí, vino

a consultarnos acerca del epita�o que había deescribirse en la lápida de la sepultura. El primoopinaba que debía ponerse hasta la enfermedadde que había muerto. Mi amigo aplaudió la idea,asegurando no era cosa desusada, como creía elcuñado; pues él recordaba haber leído este epita�oen un sepulcro del Cementerio Jeneral:

Aquí yace don ...Murió el 20 de abril

De un balazo en el cuadril

Con esta nos despedimos.- Estas son - me dijo en la calle - las diez de

última que nos ganan los que se van 2. ¡Cuántossainetes mal hechos por unas pocas lágrimas ver-daderas!...

I. CONCHALÍ.

(Sábado 17 de agosto de 1889)

2 En el juego del "tute", última posibilidad de obtener puntos para quién estápróximo a perder la partida (N. del E.)

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Celda solitaria

Aún no puedo decir si ha sido una negra pesa-dilla o la obra de un sueño de ajenjo... de aquelloscon que la fantasía de Edgar Poe le destrozaba elcorazón.

Pero no recuerdo haber bebido ajenjo ni ningúnotro alcohol que me haya arrebatado a la vida realni por un instante.

I luego no sueño sino despierto sueños de migusto.

¡Debe, pues, de haber sucedido en alguna parte!. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .Era una mañana dulcemente tibia todavía, de

los comienzos de este suave otoño.El aire puro, empapado de aromas campestres;

la alta cordillera; el azul sin límites; el sol rubioi sonriente; las aguas de la laguna despeinadaspor la brisa matutina; la tierra con olor a rocío i

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CELDA SOLITARIA

a pasto mojado; la algarabía de mil pájaros quedesde la copa de los árboles parecían despedirse delas �ores ruidosa i apresuradamente como alegresmuchachas que van de viaje, todo eso, cantandola vida en un salmo de amor i de paz, invitaba avivir i gozar los placeres puros de la naturaleza.

Se caminaba sobre hojas secas que crujían ba-jo los pies, exhalando como una queja su dulceperfume.

Aquello era bien hermoso para una �esta dejuventud i de amor. Hasta esa grande i lúgubrecasa roja que se diría pintada con la sangre delos crímenes que dentro de sus muros se expíanmás con cadenas que con lágrimas, hasta eso sedestacaba casi risueño en el fondo amarillo de lasalamedas medio desnudas.

¡Tan bella era en el Parque esa mañana de otoño!. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .El cortejo llegó, por �n, a la puerta de la casa

roja.Una guardia esperaba i en todas partes se veían

centinelas de caras adustas.De lejos llegaban ruidos de cadenas, i sonaban

llaves i se oía el rechinar de pesados goznes.A poco de andar ya se notaba la vida de otro

mundo, i que el sol se había quedado afuera i elaire puro también.

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CELDA SOLITARIA

Era aire guardado i luz que pasaba colada altravés de rejas i aspilleras.

E instintivamente se miraba hacia atrás, temien-do que aquellos oscuros portones se hubieran ce-rrado de veras en pos de los transeúntes, i con elpensamiento angustiado penetrábamos todos enel fondo de nuestras conciencias para sostener laconvicción de que allí estábamos, pero que no nostenían; porque éramos libres como los pájaros ilos hombres honrados.

¡Qué dicha ser hombre honrado!I además, ¡qué buen negocio!. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .Aquellas puertas se abrían para recibir al más

desgraciado de los hombres.Sin embargo, era joven como para incorporarse

en el primer año de leyes.No iba condenado a muerte; pero el cortejo que

lo rodeaba tenía aire más fúnebre que el que acom-paña a un muerto a la última morada.

En todos los semblantes veíase la palidez casilívida de los cadáveres.

Barbas canosas de viejos héroes temblaban co-mo las plumas sacudidas por el viento.

Los otros, los más jóvenes, miraban con los ojosdesmesuradamente abiertos del que acaba de veruna cosa tremenda, espantosa, nunca vista.

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CELDA SOLITARIA

I algo de suplicio - mezcla de horror i de angustia- caía sobre todos los corazones en una neblina delágrimas.

Luego se hizo alto en el gran patio central en elque resaltaba un trecho de muralla carcomida almodo que la viruela acriba una cara.

- Ahí fusilan... ¡a los rotos, anima villi 1 en quela Justicia ensaya la severidad de las leyes! - dijoun conocedor del terreno.

Aquella viruela era de balas que han pasadollevándose la masa de muchos cerebros en los cua-les no entró nunca, tal vez, ni un consejo, ni unejemplo ni una letra del alfabeto.

Se hablaba en voz baja cualquier cosa para dis-traer las impresiones que ya no cabían en el pecho.

- Horrible asunto morir en un banquillo, ajusti-ciado! - dijo uno.

- I el tiro de gracia, en el suelo como a un perroloco! - advirtió otro.

- Pero hai sobre la muerte algo más tremendo ihorrible que la muerte misma - añadió un tercero.

- ¡Ah, sí!...I todos miraron hacia la puerta oscura de una

celda que acaban de abrir - una fosa cavada en el1 Concepto de la experimentación con “almas viles”, es decir, no humanas(N. del E.).

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CELDA SOLITARIA

muro propiamente, que parecía exhalar hasta elfétido aliento de esa boca asquerosa de las tumbas.

Larga cual un cajón de muerto i poco más anchaque un nicho del Cementerio, no dejaba ver lapared del fondo; porque adentro era plena noche:una noche sin luna, sin estrellas i sin horas.

Sobre un lado de la enjuta puerta veíase unaestrella negra i en el otro una P del mismo color,remedando la fúnebre armonía de dos cuervosparados sobre la reja de un sepulcro.

- La estrella negra - esplicó uno - quiere decircelda solitaria.

- ¿I la P?- Perpetuidad - respondió el mismo.El cortejo se acercó a la boca de la cueva; se leyó

allí una sentencia cuyas palabras resonaban en elsilencio de aquella atmósfera helada como el ecode lejanos dobles, después el hombre entró a lacueva, sepultándose en las tinieblas, i la puerta,rechinando con gruñidos de �era que en las som-bras devora su presa, tornó a cerrase detrás de élcomo decía la P:

¡Para siempre! ¡Perpetuamente! ¡Eternamente!Porque ¡ai! de allí no se sale casi nunca.

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .Días después tuve que asistir al entierro de una

joven que también se fue de esta vida en la �or delos años, amada feliz i mui hermosa.

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CELDA SOLITARIA

El ataúd desaparecía bajo las blancas coronas.Lo empujaron a la fosa; un anciano echó encimasimbólicamente un puñado de polvo, cayó la lozai la tierra se cerró sobre la que había sido unailusión de amor...

Muchos lloraban, porque es triste ver morir lajuventud i la esperanza.

- ¡Pero tú descansas en paz! - dije yo en mi co-razón, sintiendo un estraño alivio.

I perseguido por el otro horrible recuerdo, seguípensando:

- Sí, bien triste; mas sobre esta desgracia asíirreparable como es, se levanta, sin embargo, unconsuelo.

Cierto! Era bella i buena; amaba i la amaban,quería vivir, porque es grato vivir, sobre todo cuan-do el mundo no es más que una sonrisa i una �esta.

La muerte cortó el hilo dorado de sus días, trun-cando un hermoso romance; pero ya está muerta,todo eso ha pasado en el vuelo de un instante. Aho-ra duerme tan profundamente que no hai en unátomo de su ser ni un recuerdo de ese mundo ni deesa vida, i nada la despertará jamás, a ella que fueun ánjel, como nada tampoco despertará al peorde los hombres que duermen este mismo piadososueño.

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CELDA SOLITARIA

I al repetirle a la muerta la cristiana plegaria -¡Descansa en paz, para ti el reposo i el olvido! -volvió a presentárseme la imagen de aquel otro sersepultado pero vivo entre la soledad, el silencio ilas tinieblas de las tumbas sin que el más humanode los mortales le sea dable decirle:

¡Reposa, infeliz!Porque el muerto no es él, sino la luz, la vida, el

mundo, sus semejantes, lo que ha dejado de existirpara él.

I en esa noche de ataúd viven los recuerdos i losmuertos deben aparecerse i los remordimientoshormiguear en el alma como los gusanos sobre uncadáver...

Allí no hai paz, ni reposo, ni siquiera el olvidode los hombres.

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .Se recuerda de un hombre que salió vivo de la

celda solitaria; pero después de un año solamentede prisión, era un esqueleto horroroso.

El pelo le llegaba hasta los hombros, la barbacubríale el pecho, las uñas no le permitían cerrarlas manos i sobre los huesos no tenía más que lapiel reseca i amarilla de un pergamino antiguo.

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CELDA SOLITARIA

Porque la celda solitaria, más cruel que la muer-te, para hacer un cadáver necesita tiempo, comola rata vieja que roe un queso duro con un solodiente.

I. CONCHALÍ.

(Sábado 3 de mayo de 1890)

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Charlas deaguacero

Lo sé por uno de los concurrentes, de cuya rela-ción he tomado los datos de esta historia.

Él i otros amigos habían quedado de reunirseen casa de Dioclesiano a eso de las nueve de lanoche, a �n de formar en conjunto una pequeña�larmónica que no tenía otro motivo que el quetienen todas las �larmónicas de este i del otrocontinente.

Tal vez si alguna causa in�uyó más que otra, fue,sin duda, la creída promesa de las nubes, a�anzadapor la palabra del barómetro, de honrar la �estacon un grande, durable i honrado aguacero, deesos que no traicionan a los que �ando en lo os-curo del cielo, no trepidan en esperar la siguiente

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CHARLAS DE AGUACERO

mañana con paraguas i demás arreos de noche tor-mentosa, ciertos de que el sol no saldrá a silbarlesla trasnochada petipieza 1

Impulsábales, además, el capricho, acaso imita-do de Byron, de entreverse las caras en blandogabinete a la luz azuleja de una de esas poncherasdentro de las cuales arden, remedando calderasdel in�erno, un mar de llamas por entre las queaparecen, como caras i brazos suplicantes de otrostantos condenados, los palos de canela i las torre-jas de limón.

Alumbrarse con semejante luz es lo que ciertosbebedores llaman poéticamente hacer una albo-rada de invierno lívida i fantástica, así como sehace una tempestad arti�cial de un estanque parapatos.

Por lo demás, Dioclesiano lleva la vida de unsoltero en la plenitud de la santa i querida libertad- son palabras suyas, de un hombre que no tieneni perro que le ladre.

A la hora convenida los invitados fueron lle-gando; pero con gran sorpresa de todos, el dueñode casa no estaba, lo que, dados sus hábitos depuntualidad, acusaba un grave acontecimiento.

Constituidos en comité, uno de los visitantesprocedió a ponti�car delante de una mesa en la que

1 Pieza breve de carácter cómico (N. del E.)

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CHARLAS DE AGUACERO

había recado de elaborar ponche, como advirtióun gramático presente.

Mas el ponche quedó, por el momento, en na-da ante el descubrimiento de una botella de vinojerez, diez años a lo menos, que a todos pareciópecado lanzar al mar - otro dijo que a la prostitu-ción inconmensurable - de una ponchera de doslitros.

I apuraban el rubio néctar, levantando entre sor-bo i sorbo la cabeza al cielo, cual pájaros que bebenel agua de límpida corriente, cuando entró el due-ño de casa, abalanzándose a la botella:

¡De esa no, bárbaros!I viéndola casi vacía:¡Era para ella! esclamó desconsoladamente.¡Bebe, hijo! le gritaron sus amigos; que el licor

hacer olvidar las penas del amor, i ya sabemos loque te ha ocurrido.

Pues, ¿qué me ha ocurrido?¡Qué ella te ha engañado!I ¿cómo lo saben ustedes?Por un método mui simple: no habiéndola enga-

ñado tú hasta la fecha, es lo lójico que ella te hayaengañado a ti; porque la traición es la última pági-na i la última escena de todo romane o drama deamor puesto en acción. Él o ella, tarde o pronto, ala corta o a la larga; pero la in�delidad fatal llegarápor sus pasos cabales como un marido de comedia.

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Es la culebra de todo manzano i el manzano detodo paraíso.

El dueño de casa examinó las botellas, queriendodecir con la elocuencia del silencio: ya están borra-chos; mas las botellas aseguraron la continenciade las visitas.

Son axiomas viejos como el mismo pecado, lerespondió uno.

Como no pongo atención a lo que ocurre en tales�estas - me dijo el citado concurrente - a las cualesvoi como un simple mirón de lejanas galerías, nopodría asegurar a usted si las demás personas quellegasen en ese momento eran todos hombres osi también iban algunas faldas. Me inclino a creerlo último por la insistencia con que vuelve a lamemoria de mi olfato un cierto olor de ilang-ilang,el perfume querido de las mujeres pálidas, comousted sabe.

Entre todos siguió siendo leña de las bromas lacara acontecida del an�trión.

¡Burlado!¡Despedido!¡Suplantado!- I no es eso lo peor del caso - contestó el aludido.- ¿Nos va usted a contar la historia? - cantó una

voz de meso soprano.

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CHARLAS DE AGUACERO

- En pura verdad - respondió el interrogado -i mis con�dencias serán para ustedes como unpliegue que desdoblo del corazón de los hombres.

- I acaso de las mujeres también, agregó otro.Dioclesiano continuó:- Han de saber ustedes que yo creía haber descu-

bierto el secreto para ser feliz, aplicando al amorel sistema de las tandas: piececitas cortas, fáciles,variadas, sobre todo variadas, me decía, en vez dela solemne i a veces monótona representación deuna grande ópera. I así vivía como las carpas enla laguna del Parque. Pues ahora es el caso de queuno de estos amarillos me acaba de coger comoun aire entre dos puertas.

- ¡Porque los desaires son aires! - esclamaronvarios.

El otro siguió su cuento:- Veinte años, poniéndole mucho: alta, esbelta,

elegantísima, con esa sencillez candorosa i dulcedel pálido junco; pero un junco encantadoramentemoreno. I aquí les confesaré a ustedes que esto lodejé de ver desde que ella me repitió que me quería,es decir, que lo vi al principio cuando no me queríai esta noche en que ha dejado de amarme.

- ¿Esta noche ha dejado de amarte? ¡Ja, ja! - dijouno, riéndose. - ¿Quién es el lince que descubre elminuto en que las mujeres comienzan a ser in�elesen lo profundo de su corazón?

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CHARLAS DE AGUACERO

- Cierto - respondió Dioclesiano - pero solo es-ta noche le ha salido a la mía su in�delidad a lasuper�cie. Ello es que haciendo el esfuerzo que serequiere para dejar el cigarro o abandonar a unamujer que se ha querido, por la misma razón quese abandona el tabaco, desde hacía un mes buscabayo un pretesto decoroso para decirle adiós. Estabaplenamente convencido de que no la amaba ya.La seguridad del dominio absoluto i no disputadome hastiaba como la abundancia. Mil veces hice lare�exión de que ningún marido engañado, si haialguno, puede sospechar la crueldad con que lovengan los mismo besos que le roban. El placer di-vino del primero, que es el que cuesta i el que vale,no compensa el suplicio que impone la majaderíade los que vienen después solos, a granel.

- ¡Mil gracias! - esclamaron todas las voces del-gadas. - ¡Siga usted!

- Decía que buscaba en vano un pretesto pasablede ruptura...

- Pues, hombre - le interrumpió otro de los ami-gos - si me preguntas a mí te habría dado la re-ceta infalible de aquel caballero que cada vez quedeseaba cambiar un amor viejo por otro nuevo, leescribía al primero estas sencillas palabras: ¡Lo sétodo! En seguida trazaba unos cuantos puntos sus-pensivos a manera de fúnebres cipreses, i de diez

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CHARLAS DE AGUACERO

casos parece que en nueve le encontraba razón laparte contraria...

- Llego a la moral prometida de esta historia- continuó el que narraba. - No es más que ésta:un hombre ya viejo i pasado de mundo que noencuentra medio de cortar un lijero lazo de cintasatado por la mano de una chiquilla i que para esovacila como una colejiala al dar el primer sí, i unachiquilla que comienza a vivir, que en un dos portres encuentra ese medio i lo pone en práctica conla mayor frescura; porque esta misma noche i altravés de la mismas rejas que han escuchado tantascosas, ella me ha declarado que amaba a otro, conla misma entonación de voz con que habría dichoen una tienda de trapos: ¡llevaré el azul!

- I yo ¡tonto de mí! que creía no amarla, creo isiento que es ahora cuando la amo de veras.

- ¡Es mui triste! - esclamaron en coro las vocesdelgadas, dejando escapar borbotones de risa porentre los trozos de sándwich.

Otra más formal apuntó sentenciosamente:- ¡Ése es el justo castigo de los corazones inquie-

tos!- Mui cierto - le respondió el que estaba al lado

- pero en el caso en cuestión el castigo cae sobrela cabeza de un inocente, sobre la del otro, el pre-ferido. ¿Conoce Ud. a la niña a quien Dioclesianoha llamado un junco moreno?

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CHARLAS DE AGUACERO

- Un poco de vista.- ¿I a su preferido de ahora?- Mucho de nombre.- Pues, entonces, yo le contaré a Ud. un cuen-

to de almanaque del país. A cierto caballero leocurrió el percance de que su esposa se fugaracon el francés de la viña, como le llamaban en lahacienda.

Todos esperaban una esplosión de celos; mas elcaballero, que estimaba de veras al francés, solodijo tristemente:

¡Pobre monsieur!El anuncio de que la cena esperaba i de que

seguía lloviendo a cántaros, dio otro rumbo a lasideas.

I. CONCHALÍ.

(Lunes 23 de junio de 1890)

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Sermón decon�anza

- Las mujeres escarmentarán el día del juicio�nal - decíanos de sobremesa cierto sacerdote aquien han suspendido de la confesión i de la misapor motivos que no hacen al caso.

Ustedes habrán notado, a poco de pasarse porlos Portales, que el número de los relijiosos sus-pendidos va en tan rápido aumento que acaso muiluego constituyan, tras de los paisanos, militaresi tonsurados un cuarto estado social: los suspen-didos, así como el bello sexo desde antaño cuentacon su orden tercera: las separadas.

Más que deseosos, ávidos de escuchar sobre tangrave asunto - ¡rarísima oportunidad! - la opiniónde un hombre que ha oído las con�dencias de un

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SERMÓN DE CONFIANZA

millar de mujeres que, al hablar con él, creían ha-blar solo con Dios, todos nos empeñamos en pre-guntarle de nuevo:

- ¿Con que Ud. cree que a las mujeres les llegaráel juicio un poco tarde?

- El día del juicio en la tarde - nos respondió conla seguridad del médico que conoce la constituciónde su enfermo.

Uno de los comensales se atrevió a insinuar lasospecha de que en opinión tan desfavorable in-�uyera tal vez el justo despecho de un placer arre-batado, el placer de oír la charla rosada, cuandono un poco granate, del confesionario.

- Ca, no, mis señores - contestonos al punto.- ¿Pero cómo que no? - replicamos en coro -

¿Con que no es divertido imponerse de ese mundode cosas que las mujeres no con�esan a nadie, niaun a su almohada?

- Es tan divertido - dijo él - como la lectura cuo-tidiana de un romance vulgarmente escandaloso,que se sabe de memoria. ¡El suplicio de comer pi-chones todos los días!... Les diré, sin embargo, quelas primeras veces me conturbaba en estremo lanovedad de aquellas desnudeces de espíritu, al-gunas tímidas i hasta candorosas, pero la mayorparte alentadas por la oscuridad de la rejilla, lafamiliaridad de la repetición y las impunidades deanónimo.

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SERMÓN DE CONFIANZA

- ¿En esos tiempos sería usted un novicio?- Salía de un seminario con la cabeza llena del

humo del incienso i el corazón repleto de amor a lainmaculada Concepción, i eran tales i tan grandesmis escrúpulos que hasta el áspero i plebeyo rumorde las enaguas almidonadas me sonaba como elestruendo de las alas del demonio, i no pudiendotapiar mis oídos, conformábame con cerrar los ojospara no ver los retablos diabólicos que en mi mentedibujaba la palabra vacilante, pero cruda, hastaardiente ¡el pecado deletreado! de mis confesadas.

Todos nos reímos. Él continuó, riéndose tambiénde buena gana.

- Recuerdo la primera vez que tuve que aplicaruna penitencia. Fue a una joven que, tartamudean-do, se acusaba de haberse besado un brazo unanoche que despertó soñando con su primo. Uste-des saben que los primos son por lo general lacartilla en que las niñas aprenden el abc del amor.

Pues bien, en el fervor de mis escrúpulos, lo delbeso me pareció tan complicado que no supe porel momento qué penitencia aplicarle.

- ¡Espere usted! - le dije, suspendiendo el acto, iderecho me fui a consultar al padre superior, el que,entre risueño i burlón, me contestó que por diezveces de un hecho semejante se podía imponer lapenitencia de unos doce rosarios.

Me volví mui satisfecho.

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- ¿I cuántas veces ha cometido usted ese pecado?- le pregunté iracundo.

¡La joven penitente calló un instante! Repasaba,sin duda, sus recuerdos.

- ¡Como siete veces, señor!¡Nuevos apuros!El padre superior habíame dicho que por diez

besos de tal laya aplicara una docena de rosarios:mas era el caso que no se trataba sino de siete, idoce rosarios no podrían dividirse por ese númeroni por ninguno por ser indivisible, como ustedessaben, la santa oración.

En tamaños con�ictos, vino en mi socorro unaidea, que tomé por inspiración del cielo.

- ¡Entere usted diez veces, i rece doce rosarios! -le grité, levantándome del confesionario cual gatoque escapa del rescoldo.

Así comencé mi o�cio.Más tarde, con la práctica, llegó la inevitable

indiferencia i con la obligación, el hastío.- ¿De modo, señor, que lo de confesar, aun cuan-

do sea a buenas mozas, no vale absolutamente lapena? - esclamamos todos.

El contestó:- Ni por paga a tanto la hora, como carruaje de

la plaza u organillo de la calle.Ignoro qué novedades pudieran introducir las

mujeres que no se con�esan nunca, en la eterna

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SERMÓN DE CONFIANZA

rutina de las que se con�esan siempre; pero loque son aquellas que cumplen a menudo con laiglesia, como ellas dicen, esas amodorran i a lalarga matan.

Declaran sus tonterías como quien hace gár-garas. Un canto de ranas en un charco de agua�orida.

¡I qué cabezas más sin imaginación!¡I qué literatura!Porque no hai jente más ramplona i rutinera

que la que cree en la facilidad del perdón: vuelvesiempre a lo mismo.

Puedo asegurarles que a ninguna se le ocurrevolver un vestido viejo para darle forma nueva, ocambiar las �ores de un sombrero ya mui usado.

- Pero volviendo, señor - advirtió uno - a lo delarrepentimiento, parece que en el ánimo de ustedobrara la impresión de algún caso de actualidad...

- De más de uno, desgraciadamente - respondióél con tono desolado.

Pero en ese instante entró un sirviente a renovarla provisión agotada de café.

I.C.

(Lunes 6 de octubre de 1890)

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El trébol de cuatrohojas

«Pasó junto a mí con su vestido �or de durazno isus tristezas de garza; pero apenas si nos miramos.

Alguien me preguntó:- ¿La conoce Ud.?- Sí, de vista... - respondí maquinalmente, como

le habría dicho: ¡salud! si hubiera estornudado.Ella, por su parte, hacía estremos de amabilidad

con el joven que la acompañaba.Después, mui de lejos, i por entre las plumas de

su abanico, divisé la luz de un relámpago negro,pero brillante i como húmedo.

Detrás de aquella nevada cumbre de plumasrujía, sin duda, una tempestad.

Porque siguió relampagueando.

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EL TRÉBOL DE CUATRO HOJAS

I las �ores que dormían sobre su seno, ebrias defelicidad al borde de ese hermoso abismo, bailabanla danza de las olas, aquí caigo, aquí levanto, comoun cisne tendido entre cogollos de espuma - laespuma que la aurora tiñe de blanco i rosa.

Poco más tarde, el joven aquél me fue presenta-do. Se precipitaba con una placidez encantadorade recién llegado, sin ocultar su voracidad juvenil.

A boca de jarro me preguntó:- ¿Conoce usted a la Garza del estero?- ¡De nombre! - le respondí.- Ella me ha dicho lo mismo de usted.Pareció aliviarse de algún presentimiento i como

no tenía más que decirme, se retiró sin ceremoniaspara ofrecerle triunfalmente el brazo.

¡Era un vencedor!Habían anunciado que la cena estaba servida.

Se sentaron juntos como dos pichones... a mediacorrespondencia: él, que la devoraba con los ojosdel que no vuelve a una sorpresa; ella, que, sinsorprenderse al parecer de nada, llevaba el tenedora sus labios con una gracia desdeñosa de pájaroque picotea por matar el tiempo.

Pero, bien mirada, no tenía más que esto: un cue-llo incomparable, una boca grande llena de dientesblancos i de sonoras carcajadas, i una pereza degata regalona.

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EL TRÉBOL DE CUATRO HOJAS

Las �ores de la mesa comenzaban a languidecercomo si también tuvieran sueño.

Ella se paró, dando las buenas noches con unsonoro bostezo, que terminó con algunas notas derisa.

- ¡Cómo! - esclamó el joven.- ¡Sí, adiós! - repitió ella.- ¿I hasta cuándo?... - murmuró él casi al oído,

medio lloroso, suplicante en el desvanecimientode su triunfo.

Calló un instante, mordiendo las plumas de suabanico; luego dijo lentamente, la cabeza echadaatrás, como mirando una visión del pasado

- Hasta cuando �oresca un trébol de cuatro ho-jas.

¡Sedas! me dije.¡Joyas!Pero se acuerda i es siempre la misma, la misma

hermosa garza del estero.

¿Te acuerdas, en verdad?Todo en aquella mañana tenía la expresión de la

cara de un niño que ríe después de haber llorado.El sol cubría la verde llanura con un manto de

maravillosa pedrería; porque en cada yerba i encada hoja templaba una gota de agua.

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EL TRÉBOL DE CUATRO HOJAS

Había llovido; pero una de esas lluvias de pri-mavera que no hacen invierno, así como una go-londrina tampoco hace verano.

Del campo mojado subía un olor de vida quepenetraba en el alma a la manera de un perfumede carne querida, de eterna juventud, de inmensoamor.

Desde una de las ventanas de las casas, tú, na-cida en esos campos, mirabas, sin embargo, eseespectáculo i aspirabas ese ambiente, tú, criadacon la leche de esas brisas.

¡Tan bello, tan dulce, era todo eso!I estabas triste, la cabeza inclinada al modo de

las garzas que meditan a las orillas de los esteros.Tus ojos se perdían en el fondo celeste del airecomo queriendo descubrir lo que hai más allá de lafranja brumosa en que el cielo parece juntarse conla tierra para ocultarnos entre los dos, lo venidero.

Te llamé i te asustaste; porque soñabas despier-ta.

Yo soñaba contigo, despierto también.

Tus sueños resonaban pesadamente sobre la tie-rra mojada i la yerba húmeda te hacía cosquillascuando te alejabas a saltos, como una cabra joven.

Después, al llegar al estero... había que suplicar-te todos los días; todos los días la misma historia

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EL TRÉBOL DE CUATRO HOJAS

para pasarte en brazos al otro lado de la corrienteque se reía como tú...

I pasado el estero, un estero de jardín, no que-daba más que correr, a quien llega primero, poruna alegre cañadita para quedar a mil leguas delmundo, bajo la sombra de aquel ramo de saucesllorones, que no lloraban de veras solo porque túestabas allí.

Ella no creía hubiera trébol de cuatro hojas. Sos-tenía a puño cerrado que hasta el nombre queríadecir tres: pero seguimos buscando.

El sol había concluido por secar el campo i haciacantar a los grillos i chicharras en la yerba i enlas hojas. Bandadas de tordos i de triles nos dabanun festival, columpiándose en los mimbres de laorilla.

Era ya hora de que regresáramos, cuando seacercó corriendo.

En la cumbre de sus labios cerrados aprisionabaen un beso una hojilla de trébol.

- Hum! - me gruñó, alargando el cuello i la hoja.¿Fue aquello un sueño o en realidad el ambiente

azul se tiñó de rosa i durante la eternidad de unminuto todo calló, los grillos, las chicharras, lostordos, los triles, el ramaje de los sauces i las aguasde la corriente?

¿Te acuerdas del trébol de cuatro hojas?

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EL TRÉBOL DE CUATRO HOJAS

¿Puede la mano del tiempo borrar el supremorecuerdo del primer recuerdo?

Desde entonces, ¡cuántos soles i cuántas lunashan pasado sobre tus campos, preguntando si tehan visto a los sauces, a las garzas i a las ondasdel estero!...

Cuando nos encontramos después de la nochede aquella cena, teníamos muchas cosas que de-cirnos; pero ella se echó a llorar a mares, i yo mesalí en puntillas, pensando que tal vez es falsa laleyenda de que el trébol de cuatro hojas da la feli-cidad».

Así está escrito lo anterior, con mala letra peromui buena ortografía, en unas cuartillas de papelque encontré entre las hojas de un libro compradoa lance en una covacha de revendedor.

De modo, pues, que sólo por la copia signo i�rmo.

I. CONCHALÍ.

(Martes 29 de noviembre de 1892)

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Entre Loncomillai Tacna

- ¡Ah, mi señor! ¡Ni mirados en la sombra sonlos mismos! - decía un veterano, comparando lossoldados del tiempo del fusil de chispa con los que,años más tarde, hicieron la campaña al Perú muide ri�e i cañones Krupp.

I sonreía satisfecho, orgulloso como el padreque ve al �n a su hijo graduado de doctor.

Había pasado la noche del 7 al 8 de diciembrede 1851 en los reales del general Cruz, camposde Loncomilla, i veintiocho años después tocabatambién dormir, si es que pudo pegar los ojos,entre las tropas chilenas que iban a asaltar, al nacerla cercana aurora, el Alto de la Alianza.

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ENTRE LONCOMILLA I TACNA

Recordando pintorescos detalles de aquellas dosgrandes i trájicas vísperas, admirábase del largocamino de transformación i de progreso que entan corto periodo había andado el roto chileno, em-pleando la palabra que éste ha trocado de injuriaen título de gloria continental.

- Ni por dentro ni por fuera - agregaba - son losmismo aquellos de entonces i estos de ahora. ¡Hanprogresado más que el armamento!

I fundaba su juicio, en cierto orden de ideas,en lo que había visto en la noche de Loncomilla,callada, mística i llorosa cual noche de ejercitanteso sentenciados a la última pena, i en la inolvidablevelada de Tacna, donde la despreocupada alegríade los soldados profetizaba ya el próximo triunfo.

De todos los rincones de esa noche oscura esca-pábanse rumores de Pascua. Aquí i allá brillabanluces perdidas, a manera de candelillas de un cam-po santo: eran bancas de monte i en torno de ellas,a las calladas i de prisa, se tallaban las últimasprendas.

En otros grupos, entre borbotones de risa, losrotos se gritaban las travesuras o demasías que sesabían, confesándose a toda voz el cómplice porel pecador.

Unos perdonaban deudas que no existían; otroscobraban las verdaderas; i tal legaba su perro o

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su querida, i cual se declaraba heredero de la delamigo, dándolo ya por �nado.

Después, repasaron los ri�es i asentaron los cu-chillos, riéndose de la muerte como de una vulga-ridad en que termina toda vida, así en un campode batalla como en las aceras de la calle o entre lasplumas del lecho.

En Loncomilla, los rotos pasaron la noche enrezar i decir sus culpas, implorando a gritos laabsolución de los confesores que llegaron a serescasos para atender a todos los arrepentidos.

Algunas camaradas, más listas que las raposasde todas las fábulas, esplotando esa debilidad si-colójica, se lanzaron de tropel por la brecha queella abría en los corazones de sus hasta entoncesahí sordos i empedernidos amantes. Muchos enre-dos viejos o recientes, graves o sencillos, se vieronconsagrados por la bendición de los capellanes delEjército mediante la serenidad e industria de lasmujeres, de modo que allí el que no cayó muerto,salió casado.

En las vísperas de Tacna no se casó nadie ni seconfesó ninguno.

Motivos hai, por lo tanto, para sospechar que alos ojos de los creyentes i devotos se presenta aho-ra mui adelgazada la que en otros días fuera tan

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robusta fe de la jente de nuestro pueblo, especial-mente en la parte que toca a los sesenta o setentamil hombres que, entre idos i venidos, anduvieroncampeando por las tierras del Perú.

Como si la atmósfera del terruño nativo amen-guara su espíritu, al modo que la jaula paralizalas alas del pájaro, en cuanto el roto respira airesdistintos ya es otro hombre, o más exactamente,pasa a ser todo un hombre, de máquina que era,infatigable i potente; pero simple máquina, al cabo.

Tan rápidamente se transforma que no cabe du-dar que el roto chileno tiene en gérmenes todas lasaptitudes para crearse una existencia superior, ide inmediato todas las condiciones de inteligenciai de carácter para acomodarse a ella de la noche ala mañana, cual si en ella hubiera nacido. Dotadode una asombrosa facilidad de asimilación, poseecomo caudal propio su araucana i heroica altivez,a la par que su caballeresco i rumboso despreciopor el dinero i la vida... propios o ajenos.

Desde Taltal hacia el norte, ya se deja ver queel gañán del sur, el más cerril montañés de ultraMaule, en cuanto se proporciona un mediano vivir,pasa a comer a manteles, i bebe vino en su mesa ile coje como una �ebre la necesidad de saber leeri escribir, viendo con sus ojos que, salvado de laservidumbre patria, rico con el haber de su corazóni de sus puños, solo le resta romper los grillos de

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su ignorancia para volar como los cóndores de susmontañas.

Las supersticiones con que lo despacharon i te-jieron sobre su espíritu mil telas de araña, esasquedan todas con el poncho i las ojotas al calarsela blusa del obrero o la casaca del soldado.

En la recordada campaña del Perú, luego hubode advertirse por lo notorio que aquellos mismí-simos sujetos que antes de salir de Chile tirabanpiedras en la calle a los que no se descubrían alpaso del Santísimo, voceándolos de masones, yano se descubrían ellos mismos, i sin saberlo niquererlo se masonizaban también un poco.

¿Quién no ha sabido el caso, que ha pasado aser de almanaque, de aquel roto, extranjero enAntofagasta, cuando ésta no era todavía chilena?

Las campanas de la iglesia llaman a misa. EraDomingo. Un roto recién llegado del sur, que se di-rijía apresurado al templo porque había sonado laúltima seña, vio a un compañero indolentementetendido sobre unos sacos, indiferente al llamadoparroquial.

- ¿I qué no vais a oírla? - le gritó mui sorprendidoel recién llegado.

El otro se volvió i hablándole con lástima:- ¿Has visto en Chile - le dijo - que los estranje-

ros vayan a misa?

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I estos estranjeros, después de chilenizar mu-chas tierras, han tornado a la natal terruca, repar-tiéndose en todas direcciones como semillas queesparce el viento.

¿A cuál rincón escondido o ignorado no habrállegado alguno?

I allí al amor del fuego en el hogar o al compás dela azada en la faena, han platicado sus recuerdos dela guerra, lo que en ella aprendieron, i de la palabrai del ejemplo, solas i maduras han estado cayendoestrañas enseñanzas. Así los guerreros de ayerhanse convertido en la paz en apóstoles de muchosevangelios cuyas verdades habrían tardado largoaños, yendo por otro conducto, en llegar hasta lasprofundidades sociales que ellos han penetrado.

Aquellos que en las sierras del Perú, bajo pavo-rosas tempestades, vieron llover rayos sobre suscabezas, ¿quemarán las palmas del Domingo deRamos al oír el retumbo de los truenos creyen-do todavía que son manifestaciones de la ira delSeñor?

El último de los chiquillos tambores se ríe ahorade todo eso i de muchas otras cosas más que fuedejando a lo largo de sus viajes, a la manera queel carnero de mucha lana deja sus motas en lascercas del corral.

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Ya saben de sobra que aquellas inventadas irashumanas son palabras en los hilos del telégrafo iluz del cielo en la lámpara de Edison.

El veterano que hacía estas re�exiones, refería,entre otros muchos, estos datos que, a su juicio,servían de lámina al testo:

La Chacabuco lista estaba para zarpar al norte,cuando llegó a bordo una congregación de piado-sas matronas a colgar sendas reliquias del cuellode los tripulantes, de capitán a paje.

Entre galantes i burlones, los marineros acce-dieron a los deseos de las señoritas.

El buque salió, no se habló más del asunto i díasdespués se encontraba aquél frente a Pisagua.

A �n de destruir los elementos de embarque queallí había, destacóse de la corbeta una escuadrillade botes, la cual, al acercarse a tierra, fue recibida abalazos por la misma tropa boliviana que defendiómás tarde tan denodadamente el puerto con�adoa su valor.

Como el fuego fuera mucho, los botes pocos iel objeto de la jornada no mui digno de que porél murieran algunos servidores de la patria, hizola nave señales de replegarse; hubo de repetirlasporque los niños habían entrado en calor; pero alcabo, la lijeras barcas emprendieron la retirada al

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modo de polluelos que acuden al llamado de laasarada gallina.

La corbeta rompió el fuego de sus baterías sobrelas trincheras de tierra, cubriendo la retirada de lossuyos, de todo lo cual resultó un marinero muerto,única víctima de tantas balas.

En el momento de izar el cadáver, gritó un cabode altos a los del bote:

- ¡Véanle si tenía escapulario!Resultó del reconocimiento que el difunto lleva-

ba al pecho uno que decía a las balas:- ¡Detente! ¡El corazón de Jesús está conmigo!Los marineros agrupados a la borda, no hicieron

comentario alguno; pero con la superstición quesuele andar con la jente de los mares, todos ensilencio se arrancaron el que llevaban i lo arrojaronal mar.

El reciente combate había demostrado el buentemple de los reclutas; pero no la e�cacia de losDetentes.

El coronel don Leoncio E. Tagle gobernaba laregión de Ica por Chile en su calidad de segundodel gran Inca que desde Lima estendía sobre todoel Perú las alas de su jenio, el general Lynch.

Las particularidades de Ica son un sol de fuego,sus mulatas ídem, el pisco de sus viñas lejendariasi sus procesiones religiosas.

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Cuentan por allá que Jesús, acompañado de SanPedro, visitó un día a Ica, cató sus caldos i escla-mando

Ica! Ica!Que tierra tan rica!Preguntó al apóstol de qué fruto sacaban jugos

tan deliciosos.San Pedro, que se había excedido un poco be-

biendo pisco, tuvo vergüenza de confesar que erael sumo de la uva, el mismo del abuelo Noé, i dijoque del fruto de la higuera.

- Pues bien - respondió Jesús - que dé dos vecesal año, ya que da cosa tan buena.

Mentirilla que privó a las parras de Ica de esedon de fecundidad.

Por lo que hace a las procesiones, éstas duranpoco menos que la representación de un dramachino, i concluyen siempre a horas avanzadas de lanoche, dando sombra i ocasión a todo linaje de tra-vesuras i de enredos. I entre las procesiones, sonespeciales las que recuerdan la pasión de Jesús, cu-ya imajen visten en Ica, queriendo nacionalizarla,con las prendas más populares.

Así, en una de Semana Santa, iba el Nazarenojinete sobre un borrico, con sombrero de pita i es-puelas calzadas sobre la madera desnuda del talón.El entusiasmo i admiración de la jente se repartía

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casi por igual entre la querida imajen i el recoji-miento de un soldado del Maule, que caminaba asu lado con la más piadosa humildad.

De pronto, el borrico dio tan irreverente e ines-perada corcoveta, que el Señor vino a quedar porlas costillas.

Creció la zambra1, se le ató de nuevo i adelanteseguían con los faroles cuando sobrevino nuevo imás recio corcovo.

Advirtió entonces un devoto que el contrito ihumillado maulino iba por lo bajo clavando alborrico con la punta de un corvo.

A tiempo de bajarle los pantalones en el patiodel cuartel, le preguntó el cabo de las varillas:

- ¿I a qué �n, con todos los diablos, faltabas allíal respeto?

- ¡Eran de plata maciza! ¡maciza! - suspiró elroto, más que arrepentido, pesaroso, entregandouna de las espuelas de Jesús.

En las batidas que se daban a los montoneros enla sierra, era cosa escusada de parte de los nuestrosdar o pedir cuartel. Se batían con la bandera negrade las torres de Rancagua.

En uno de esos encuentros, una mitad escasade Carabineros de Yungai cargó a la desesperada

1 Algazara, bulla, ruido (N. del E.)

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sobre el grueso de los contrarios, que se batíancon las ventajas de la situación i del número.

Huyeron éstos; pero de arrastre siguieron sa-bleando los niños de don José Miguel, como llama-ban en el Ejército a los bravos Carabineros por sumás bravo comandante, el coronel Alcérreca.

De aquella cosecha a sable, solo restaba por ce-gar la cabeza de un bulto que volaba sobre mag-ní�co caballo, pero de él iba encargado un cabodel Rejimiento, saltando ambos, como el jinete deEspronceda, zanjas, torrentes i espesuras

Al punto de darle alcance el de Yungai, el monto-nero se detuvo i dando cara en talle de parlamento,a la vez que arrojaba sus arreos de combate:

- ¡Soi sacerdote! - dijo, mostrando las sotanasque llevaba a prevención.

- ¡I aquí andarís diciendo misa! - respondiole elroto, i alzándose en los estribos de un solo man-doble... ánima al purgatorio...

Con esta i cien mil otras, los rotos se creían tanlimpios de conciencia como el día en que nacieron.

A la proximidad de una Semana Santa, uno delos capellanes del ejército habló de confesiones iejercicios espirituales para la tropa.

En la primera formación se dijo en algunos cuer-pos que el que deseara cumplir con la iglesia, dieraun paso al frente.

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ENTRE LONCOMILLA I TACNA

Los soldados se sorprendieron mucho, mirándo-se las caras casi ofendidos.

- ¿I de qué nos confesamos - preguntó, al �n,uno por todos - cuando no hemos visto ni mediodesde que estamos aquí?

I. CONCHALÍ.

(Lunes 20 de febrero de 1893)

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Parte II

Crónicas y

artículos de

costumbres

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Tipos de teatro

Así como no faltan compatriotas, según re�erengraves autores, que vayan al mundo viejo llevandoen su caletre los bríos de dar por allá el golpe a losojos - ¡golpe en París! - del mismo modo creo yoque no escasean por acá cristianos con agua i óleorecibidos que se cuelen al teatro con el ánimo dehacerle sombra a los que cantan, atrayendo haciala propia personita la atención del público.

Por lo menos, no me negarán ustedes que jentehai para todo, aun para el o�cio de cómicos gra-tis, sin quincena, bene�cio ni siquiera aplausospopulares.

Basta ir una vez al teatro para convencerse deello.

El tipo existe i pertenece al jénero de los queescriben su nombre en las paredes, se miran en lasombra i se encrespan el bigote.

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TIPOS DE TEATRO

Para lo físico ocurren a las tiendas de gran tono.Para lo moral se surten de las frases de Pérez

Escriche, que aún vive para las prensas.De una ojeada los pueden ustedes ver.

Tal hai que se planta como cariátide de levitai guante color patito medio a medio del sitio pordonde carga la concurrencia.

En iguales apreturas otros hacen lo mismo porlo que llaman pescar relojes.

Pero este atrapa miradas, roba corazones sola-mente.

Espera a una chica i todas las demás, aun cuandosean más grandes, no le importan dos garbanzos.

Preciso se hace des�lar costeando la mui esplen-dorosa �gura de aquel perfumado arrecife, obrade sastre i peluquero, i restregar contra el murola frescura de los avíos; porque él está ahí comotronco o risco en la corriente.

Este tipo debió, sin duda, dar lugar al versoaquel, ya bastante viejo (lo que probaría que lalesera i los lesos no son cosa de ahora):

En la puerta del teatroSe levanta una piedra:El que tropieza en ella

Es porque no la ha visto.

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TIPOS DE TEATRO

Al �n, el tipo emprende el vuelo como cernícaloque ha visto lagartija.

Una infeliz señora viene entrando con su hija.Entre ellas cae, ofreciendo el brazo, como el in-

trépido pájaro sobre la tímida moradora de lastapias i terronales.

¡Ese es el golpe! Él lo calculaba.En sus ímpetus, atropelló a otra señora; le puso

el píe a una niña que por fortuna calza punto imedio menos solamente que su pie; diole un coda-zo a un caballero que recién venía bajando de suhacienda al teatro por ser dieziocho.

I no hai manera de protestar ni detener a esabala, porque cuando la víctima vuelve en sí, ya elotro va entrando, como Cristo a Jerusalén, triun-fante i glorioso, con la esperada chica, i con ellase encarama por la escaleras a paso de vencedor,en tanto que la rezagada mamá se apena i sofocaen vano por no perder la distancia.

I no vaya usted a pensar mal por esta pequeñez,porque el joven pertenece a la mejor sociedad:viste en Pinaud, lo peina Jardel i sigue sus estudiosen el Club; pero como está enamorado - ¡hágaseusted cargo! - i el amor ciega, no ve a sus prójimos,ni siquiera a su futura suegra que renguea sinamparo.

Así llega hasta el palco; dice su gracia para re-gresar en seguida; pero como advierte que de los

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TIPOS DE TEATRO

palcos vecinos se han vuelto, ocúrresele que es porgozar de su vista i oír lo que dice i por no privar anadie del gusto, ahí saca lo �no de su perfumeríagalante para vaciarlo sobre todos los oyentes.

Las niñas de manga corta i espaldas desnudas,los caballeros de poco pelo, las señoras en tallegentil, tiritan mientras tanto a impulsos del chorrode catarros i estornudos que se cuela como mangade huracán por la rendija de la puerta entreabierta.

I esto no concluye hasta que agotada la cañuelao cortado el hilo de sus frases, comienza la lenguaa pegársele en el gaznate.

Otro que bien baila, se lleva por los pasillos avueltas i revueltas, esperando rompa la orquesta,estén todos en sus asientos i haya un claro desilencio para introducir por él el discreto rumorde su persona.

Detrás de la puerta se saca el sobretodo; lo doblaal brazo con el primor de un repartidor de la Prá,que sabe que el forro a grandes listas ha de ir paraarriba; esponja los cachirulos i con una cortedadde mui buen gusto que no escluye la serenidad dela costumbre, hace su aparición en la sala.

Imposible es no dirijir la vista sobre el bulto quese interpone; el ojo tiene que tropezar con él comola locomotora con el animal que se para en la línea.

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TIPOS DE TEATRO

Falta un acto: el tipo, vuelta la faz hacia lo grue-so del público, i llegado a la �la de su asiento,comienza a raspar las rodillas de los infelices quellegaron antes.

La operación dura unos cuantos segundos; unhervor de maldiciones entreabre los labios; perotodo esto ayuda al éxito, como los aplausos de lacazuela.

La concurrencia lo ha visto.I esto es todo: ¡ser contemplado un instante!Pagada queda la estrechez de los botines i paga-

da la levita.El público lo ha visto solo, único, destacado un

momento sobre la multitud, más alto que ella...aunque sea como los postes del telégrafo i los fa-roles de gas.

¡Noche bien empleada ciertamente!I no faltará amiga digna de comprender su alma,

que después no le diga:- ¡Yo lo vi a Ud. cuando entró; cantaba la roman-

za i vaya el trabajo que le costó llegar!

Este mismo tipo, u otro su mui pariente, se lar-ga en los entreactos a visitar sus relaciones de laplatea.

Visitar en los palcos es como ir a un salón; peroen la platea la cosa cambia considerablemente.

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TIPOS DE TEATRO

Por lo general no hai hueco para las visitas i, olos vecinos por política se van, o la conversaciónse entabla a tiro de palabras.

I por más que usted no quiera oír candideces i seponga a pensar en la hora de la muerte, se le cuelapor los oídos todo lo que va diciendo el sujeto i leva respondiendo la niña, la cual - si es, como suelesuceder, de la misma hermandad del otro - frunceel tono, cuando nota que la escuchan, i acicala lasfrases para quejarse del aguacero, reprocharle a ladama sus desentonos i al tenor su inevitable faltade pasión; porque para las niñas que conversanfuerte, siempre por siempre el infeliz tenor carecede pasión...

Pero no quiero cansar a ustedes. Únicamenteque para ser justo es preciso no olvidar entre losmoscardones i tipos que en el teatro amargan elrato, al oyente relijioso i entusiasta.

Al solterón de club que fuera de su casa todo loencuentra malo i lo canta.

Al joven que ha viajado por Europa en virtudde la plata que le sobraba i suspira a gritos por laGrande Ópera.

Al provinciano primerizo que toma el dramapor cosa cierta i tira a arrancar cuando tiembla enla Jone.

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TIPOS DE TEATRO

Al crítico musical - por regla este artista no tocamás que las copas i va cartaboneando las notas.

Al que por primera vez lee el argumento i hacecomo de ujier de los personajes, anunciando mi-nuto a minuto: ahora llega éste; se va el otro, aquílo matan, etc., etc.

A la dama sentimental que se priva en las es-cenas tiernas i a la rolliza solterona que gruñecuando Rigoletto besa a su hija, creyendo que es-tán templados.

A los que aplauden siempre, porque entran gra-tis.

A los viejos empecinados con la Pantanelli i laRossi.

A los orejistas que entonan con la orquesta.A los impresionables que comunican al vecino

lo que gozan o sufren.A los que salen antes de que concluya el �nal.I en una palabra, a todos los que meten bulla

llamando la atención del público i nos roban eldinero a los pobres que pagamos por oír cantar.

I. CONCHALÍ.

(Sábado 24 de septiembre de 1887)

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Pequeñeces

No con otro nombre cabe llamar al runrún dechismes i pelambres que se ha encendido en algu-nos círculos junto con apagarse las últimas lucesde las espléndidas �estas con que Chillán se dioel gusto i la honra de celebrar la memoria del másgrande de sus hijos, que es también el más grandede los hijos de la República - cosa que se ha de irviendo a las claras a medida que pase el tiempo inuestra historia sea mejor conocida.

Todo fue digno del objeto, todo estuvo a la alturadel acontecimiento recordado.

En una �esta que comprometía al país entero, elpueblo de Chillán gastó su dinero particular i conél hizo un noble abono a la deuda de gratitud quegrava el corazón de todo el que se crea chileno.

Invitó al presidente de la República, a todos lospoderes públicos, a todas las provincias.

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PEQUEÑECES

Divirtió al pueblo, enseñándole la relijión de losgrandes recuerdos nacionales.

Puso en boca de todos los chilenos, como unaoración por la Patria, un nombre glorioso que nodebe morir, pero al cual otros afanes suelen tenerentre las sombras del tiempo, ya que no del olvido.

Mostró su casa, dando a conocer lo que ha con-quistado por sus puños i lo que todavía necesita imerece justamente.

Vivió durante un día en provechosa fraternidadcon los representantes de los pueblos hermanos,acercándolos por la primera vez a su corazón i asu hogar.

Dio horas de dulce e inolvidable alegría a todoslos suyos, especialmente a los que jamás logranalguna, a los menesterosos.

Sacudió por un rato la apatía que roe el carácternacional.

Dio altísimo ejemplo de iniciativa, de rara vita-lidad i de elevado espíritu público.

Sacó, en �n, de la gaveta de los ricos unos cienmil pesos que han caído en manos de los que tra-bajan - carruajes, trenes, hoteles, sastres, modistas,etc., etc.

Pues bien: todo esto no vale nada.Todo esto es indigno, una pura farsa, una cha-

cota indecorosa que ofende el culto que debemosguardar a la memoria de O’Higgins.

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PEQUEÑECES

No ha habido más que el ansia vulgar de echaruna cana al aire. ¡Enorme i reprensible tunanteríade todo un pueblo, de una provincia entera!

¿Sabéis por qué?Ante todo, porque fue el presidente de la Repú-

blica.Después, porque el baile i el banquete costaron

tanto.En seguida, porque el monumento a O’Higgins

no es como el que se eleva en Santiago.En �n, porque el valor de los festines i hasta el

de los trajes de las niñas de Chillán no se aplicarona costear una estatua durable, sino a objetos mo-mentáneos, deleznables, casi pecaminosos comoson los humanos pasatiempos.

Por supuesto, que lo anterior es el respetable pa-recer de ciertos puritanos i evangelistas callejerostan largos de palabras como recortados en buenaso siquiera medianas obras, todos los cuales, si lespidieran algo para un monumento a O’Higgins enel pueblo de Chillán, se suscribirían de seguro conalguna de estas dos frases:

- ¡Yo soi de Valparaíso! - o - ¡Ya tiene uno enSantiago!

Tartufo, aumentado i correjido en una segundaencarnación, ciertamente que no lo haría mejor.

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PEQUEÑECES

Todo eso tiene su nombre; porque no es cosa dehoi.

Se verá eternamente sobre esta mísera tierramientras pisen su polvo los míseros mortales.

¡Dicen que son exijencias de la política de opo-sición i que esta oposición debe montar la guardiasin dormir, como los gallos, en la garita en que lospatriotas velan por la moralidad pública!

Que no se rían las piedras de estos moralistas ipredicadores baratos, que suelen fabricar sus dro-gas puritanas entre las �ebres i las borras de laúltima trasnochada...

Decía que todo esto no es cosa de hoi. A las�estas de Chillán se les ha aplicado el marco detodas las �estas públicas o privadas.

Que venga cualquier vecino i por cuanto le dasu real gana gasta algún dinero en festejar a susamigos con un baile.

¡Ojalá nunca lo pensara!Habrá tantos que mendiguen una invitación pa-

ra concurrir a él como cuantos que al salir echenpestes sobre toda la casa, sin otro motivo que el dehaber sido festejados i atendidos como caballeros.

Los más implacables en criticar serán los vecinosque han aguaitado por las rendijas de las ventanas,así como los más ridículos, por no decir los máscanallas, serán siempre aquellos que a gritos selamentan de la ordinariez del champaña i de las

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PEQUEÑECES

trufas, cuando Dios sabe con qué se aguantan ensus casas.

Esto lo saben i con ello deben contar de ante-mano todos los que den alguna �esta, sean puebloscomo Chillán, o simples vecinos como un pobreamigo mío, en las cortinas de cuya casa sus invi-tados se limpiaron las manos como rateros queentran por el albañal.

Pero la sociedad de Chillán debe consolarse conque los pelambres que hoy le tocan vienen de jenteque no ha estado en sus �estas o las ha miradodesde las ventanas como chiquillos grandes de lacalle.

Los que estuvieron en ellas no tienen más queaplausos i agradecimientos que darle. De éstos,sólo elojios hemos oído hasta hoi.

- ¿I Ud. por qué se apura tanto? ¿Qué es deChillán? ¿O dejó por allá alguna prenda?

- Soi de Santiago, calle de Huérfanos para servira Ud. i le diré más: direle que si no dejé prendafue únicamente porque de aquí me echaron muivacunado, aunque de hombre prudente hubierasido, si uno se mandara en estas cosas, buscar porallá la yerba milagrosa que la Amelia de Un Bailede Máscaras iba a recojer a media noche... Pero esque ha de saber Ud. que las pequeñeces i miserias

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PEQUEÑECES

ofenden a todos. ¿A Ud. no? ¡Pues lo siento yo porUd.!

A mí me duelen hasta las que me cuentan de losjaponeses.

Como chileno no puedo menos de aplaudir losadelantos, la virilidad i la cultura de un pueblo queno está en el Japón, ciertamente.

I no puedo menos de agradecerle asimismo laoportunidad que me ha dado de convencerme deque un soplo de bienestar i de progreso reina sobretodo Chile i que Chile no está únicamente en lasplayas de Valparaíso i en las riberas del Mapocho.

También como chileno siento orgullo i me con-mueve el jeneroso afán de una sociedad que tra-baja i se desvela por esta eterna aspiración de loscorazones jenerosos i esforzados: ¡Subir!

En Chillán no existe el linfatismo político i socialque hace languidecer a tantos otros pueblos másvecinos de Santiago que lo que él lo está.

Allí se aspira patriotismo, noble espíritu público,como si anduvieran estas virtudes entre los átomosque vuelan en las brisas de sus sanas campiñas.

¿Es esto lo que ofende a los críticos que hanbrotado cual estrañas callampas, bajo la lluvia deChampaña que Chillán ha derramado para cele-brar a un héroe nacional, que en aquella tierra dejópara siempre la semilla de su amor a la patria?

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PEQUEÑECES

Porque se ha de saber este hecho: Chillán ha sidoel granero del Ejército. Un tercio de los soldados dela última guerra salieron de sus campos i ciudades.

En la hora de las batallas era diario el espec-táculo de los montañeses que bajaban al mercadoconduciendo la carretilla tradicional del chillane-jo. Oían las cornetas de enganche, entregaban lacarreta a la mujer i sin mirar atrás, ella se iba acuidar de los hijos, ellos a pelear por Chile sobreel suelo del Perú.

Esto tiene también su elocuencia: en Chillán haimás inválidos que en ninguna otra provincia deChile.

Creo a los chillanejos mui sin cuidados por lascríticas que hoi, por motivos de política oposito-ra, hacen algunos no sólo a sus �estas, sino a sumisma sociedad, pues todo es de leerse en letrasde molde.

Por lo demás, toda esa basura no vale segura-mente un torcido, no digo un puchero de la bocade una chillaneja.

I. CONCHALÍ.

(Lunes 17 de septiembre de 1888)

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En el cementerio(Año nuevo)

Ayer estuve de visita en él, no sé por qué... Vi-vo tan cerca i luego ¿quién no tiene sus muertoscomo tiene sus pobres, sus pájaros, sus �ores, susrecuerdos i esperanzas, dedicando un rato de lavida a pensar en los unos i a cuidar de los otros?

En muertos, mi corazón cuenta un caudal... Per-dida entre un enjambre de otras sepulturas, mo-destas o lujosas, limpias o abandonadas, sombríaso risueñas - porque hai sepulcros alegres - por allí,no lejos de la dulce sombra de unos sauces lloro-nes, por allí está mi casa, la que me aguarda sinapuros, bien segura de que me ha de tener en suseno, hoi o mañana.

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EN EL CEMENTERIO (AÑO NUEVO)

Un metro ochenta de largo por sesenta de ancho,como dicen los sepultureros, i no sé cuántos defondo, más un pretil i una reja, - he ahí cuanto meha sido dable adquirir en tierras en esta tierra tanancha i pródiga para otros.

I ya soi viejo para pensar en más.Como se deja ver, la casa es bastante chica; pero

contiene mucha, muchísima jente. ¡Allí están...!¡Qué montón de hojas caídas de un solo tronco enedad temprana!

I sin embargo, no están todos. No todos duermenen ella ni en parte alguna; porque ¿dónde está elgrano de sal que al agua cae, se disuelve, i en tulesde niebla asciende a las nubes i de allí torna, oraen chispas cristalinas de rocío, ora en turbias gotasde tempestad?

Más exacto sería decir que aquellos viajan elviaje eterno de la materia en sus eternas transfor-maciones.

No es poco, ciertamente, lo que va de un día aotro.

Ayer, por ejemplo, no había un alma en el Ce-menterio como si a nadie se le hubiera muerto unhijo, una madre, una esposa o una hermana; niquedaba un eco de aquel tumulto bullicioso i mun-dano con que el 1° de Noviembre viene a turbarla paz profunda de esta ciudad de sepulcros, cuyo

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EN EL CEMENTERIO (AÑO NUEVO)

polvo es polvo de los que hemos amado i ya sehan ido.

Sólo se oía el rumor de los árboles, los golpes dela azada infatigable que cava la tierra aun en díade �esta i la lánguida canción que las hojas secas ilas coronas marchitas parecen cantar, rasguñandolas lápidas al compás del viento.

Se hubiera dicho que allí no estaba más que eldueño de casa - el olvido.

Si no fuera a veces atroz la forma de un pensa-miento verdadero, bien que se podría decir que el1° de Noviembre es la Pascua de los muertos.

Entonces se blanquean sus sepulcros, se doran iretocan las vanas i pomposas leyendas, se cubrende �ores i todo se engalana i adereza como unteatro para un función de gala.

Allí hai de todo. Rezos, cantos, risas, oraciones,galanteos, robos, atropellos, lágrimas, murmura-ciones, insultos, citas, vanidades i también com-pras i ventas...

Se venden refrescos al lado de la puerta.Adentro, coronas i responsos que entonan de

prisa, según la demanda, faltes industriosos desagradas mercancías.

Más lejos, cantan i bailan.Pero también suele verse, allá en el fondo, casi

en pleno campo i arrodillada en torno de humildecruz medio perdida entre la yerba, alguna familia

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EN EL CEMENTERIO (AÑO NUEVO)

de pueblo, desde la abuela hasta el nieto, que rezande veras i lloran sintiendo.

¡Almas sencillas que esperan!¡Seres que creen!

Lo que era ayer, no había nadie aquí.Los vivos visitaban a los vivos, felicitándose

alegremente de que hubiera transcurrido un añomás...

¡Con cuánto gusto no hemos zapateado sobre elque acaba de irse!

¡I con qué alegría no hemos saludado al quellega, sin pensar en que este don engañoso deltiempo nos envejece i acerca traidoramente a estetérmino fatal que tanto nos asusta!

El que se va nos lleva las �ores de nuestra juven-tud, como viento que pasa sobre las praderas deotoño. Va empapado de nuestra propia existenciai ... ya quisiéramos verlo bien lejos de nosotros.

El que llega ¿qué nos trae? ...I sin embargo - ¡loca inquietud humana! - nos

alegramos de toda hora que transcurre, porquela sigue una nueva i todo nuestro afán consisteen matar el tiempo, siempre aburridos del quetenemos entre manos; siempre con�ados en el queno nos pertenece.

Celebramos el año nuevo, porque es un desco-nocido, aun cuando sólo puede traernos simples

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EN EL CEMENTERIO (AÑO NUEVO)

mudanzas, de suerte para unos pocos, de fechapara los más.

¡Año nuevo, vida nueva! gritamos aturdidos;porque ansiamos todas las novedades i mudanzas;porque nos seduce lo desconocido, menos estegran desconocido i esta eterna mudanza - la muer-te.

En buena cuenta, no sabemos ni lo que quere-mos.

¡Qué de visitas, tarjetas i cordiales saludos porallá!

Aquí... una calavera, tal vez robada por los ra-tones de su cajón carcomido, parecía reírse, blan-queando al sol, con ese jesto estupendo de las bo-cas sin labios.

Se reía, sin duda de todo aquello; pero no de estoi tampoco de mí, si les es dado a las calaveras leeren el corazón de los hombres.

Aquello no siempre es sincero; porque el co-mercio de la vida tiene también sus monederosfalsos, en medio de sus ajitaciones i aventuras, iesto es la verdad absoluta en medio del reposoimperturbable i de la serenidad in�nita.

Por otra parte, ¿A qué visitar compañeros ca-suales de un corto viaje? ¿Cuántas horas, minutoso segundos me quedan que andar con ellos?

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EN EL CEMENTERIO (AÑO NUEVO)

¿A qué, entonces, acostumbrarse a lo que no hade durar?

[...]

Siempre que contemplo sepulcros no puedo me-nos de recordar que he profanado con la planta demi caballo más de un campo de batalla cubiertode cadáveres, i como si vinieran a pedirme cuentade esa profanación, miro alzarse i rondar en mimemoria aquellas caras, muchas de las cuales erande viejos amigos.

I pienso en todos los que han caído lejos dela patria, aventados sobre tierra estraña por elhuracán de la guerra.

I veo las cuadrillas de perros i las bandadas deaves negras que devoraban sus restos.

I se me representan esos huesos sin reposo quehe visto tantas veces, llevados i traídos entre losremolinos del desierto.

Porque la muerte puede tener todavía este do-lor, el abandono, así como a mí me parece quedentro de esos nichos horrorosos i comerciales,que �guran cajas rotuladas de una gran tienda,debe sentirse una segunda as�xia, el peso seco iangustioso de una muralla de cal i ladrillo.

Hijos de la tierra, debiéramos volver desnudosa su seno amplio, fresco i húmedo, lleno de milvidas.

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EN EL CEMENTERIO (AÑO NUEVO)

Materia prima para los productos que elaboraen su fábrica prodijiosa, debiéramos devolverle losmateriales que nos ha prestado.

Estas �ores que aquí se alzan alegres ¿no son,acaso, transformaciones de la carne hecha polvo?.La fecundidad de este suelo ¿no es fósforo de tan-tos huesos?

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .¡Qué �or desconocida hasta el presente brotará

de su frente pura, de sus labios rojos i de su alboseno inmaculado, el día en que, doblando su her-moso cuello, rendida por el sueño invencible dela muerte, venga Ella a dormir también sobre estatierra!...

Las campanas de las lejanas torres comenzabana tocar la triste oración de la tarde.

Era la hora de las ánimas, i la noche parecíadesprenderse de los altos cipreses, torres en queatalayan su presa las aves de los cementerios.

Las lechuzas reclamaban, en agudos silbos, co-mo mujeres perdidas.

I aquel sagrado silencio, poblado de ruidos mis-teriosos, parecía decir:

- ¡Date prisa! ¡Los años pasan, pero vuelven;pasarás también, mas no volverás jamás!

Salí paso a paso, pasos que fui alargando ner-viosamente casi hasta correr. Sentía detrás de mí

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EN EL CEMENTERIO (AÑO NUEVO)

un hálito helado i algo como la presión magnéticade una mano que ya me alcanzaba.

No sé si grité ¡socorro! pero llegué sin aliento alas bancas del corredor.

Por allí tocaban el piano.Era Año Nuevo, aun en el Cementerio!I me salí, repitiendo este cantar del pueblo:

Si te he visto - no sé cuándo;Si lloras, no me da pena;

Al que se va, buenas nochesI al que se muere lo entierran.

D.R.

(Sábado 5 enero de 1889)

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Otoño

Según el Almanaque, el 21 de Marzo comienzao�cialmente la estación en que callan los pájaros,las hojas amarillan en los arboles, así como a laedad madura blanquean las canas en nuestra ca-beza, i caen después al suelo cual ruedan a la fosalos mortales que han enterado su misión vegetalsobre la tierra, que, al �n, no somos ¡Ai! más quehojas que brillan durante una primavera - una solaque no vuelve nunca...

El Almanaque, que para estas cosas no se andapor las ramas, habla celestialmente. Se limita aseñalar el instante augusto i solemne en que latierra entra en Libra i el sol en el Carnero, en estemes que la iglesia ha dedicado al patriarca San José.El 21 de Marzo es, pues, una fecha de ceremoniasconstitucionales allá arriba, como si dijieramosaquí abajo la Apertura del Congreso, que ha de

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OTOÑO

veri�carse el 1º de junio de cada año, caiga en díade �esta o de trabajo i aunque llueva.

El sol no lee mensaje ninguno a su corte zodiacal:pero, clavándose sobre el ecuador, dice a todos conla majestad de su silencio, que siendo la variedad lamás gustosa invención de la naturaleza, mandarádesde ese día la primavera al norte i el inviernoal sur, a �n de que allá salgan al campo a recoger�ores los que estaban tiritando al frío i aquí tornenal abrigo i sosiego del hogar las niñas que todavíaandan veraneando.

I tomando posesión del equinoxio de otoño, con-sagra la fecha de este acontecimiento, haciendoque para todos tenga igual duración el día i lanoche del 21 de Marzo.

Hasta el 21 de junio, el sol no volverá a ponti�-car otra vez, celebrando entonces el solsticio delverano para unos i del invierno para otros. Porahora se limita a inclinar sus rayos sobre nosotros,como quien mira de reojo; pero poco a poco losirá oblicuando de modo que nos calienten menos,hasta el 21 de aquel, en el cual, sin decirlo, haráen de�nitiva lo de: ¡Apaga i vámonos! - sencillamaniobra que determina el oscuro i friolento in-vierno.

Esta alternidad de las estaciones permite que lasmodistas i sastres de París alcancen a mandarnospara la saison que aquí comienza los sobrantes de

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OTOÑO

la que allá concluye, en comprobación tal vez deque las grandes causas tienen pequeños efectos.

Los zorzales, que no tienen Almanaque, peroque acaso han oído algo de cierto desarreglo enlos equinoxios, dejaron de cantar este año desdemucho antes del 21 de Marzo, circunstancia queconstituye fe de muerte para el verano; porquelos zorzales son tenores de temporada que sólocantan desde que maduran las guindas hasta quesienten sobre sus plumas las primeras brisas delotoño.

I desde el 1.º a lo menos, ha que andan ebrios poresas parras, vendimiando a las de Dios i riéndose,con el pico untado en mosto, de las golondrinasque pasan apresuradas.

Para esos Bacos de pluma, de seguro que lasgolondrinas son unas recatadas que se van en lomejor de la �esta, cuando comienzan los brindis.

Los zorzales están en lo cierto: hace ya algúntiempo que el otoño, esta primavera del invierno,al decir de los poetas, viene desnudando los bos-ques i acallando con el silencio de la soledad susrumores i sus cantos.

Basta ir al Parque cualquiera de estas tardes pa-ra verlo en la amarillez de las hojas, oírlo en el

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OTOÑO

fúnebre silencio del campo i aspirarlo en ese in-menso soplo de dulces tristezas con que envuelvea la tierra toda.

Subiendo al Huelén ya no se contempla aquellaque es esmeralda, grande i verde como el mar, elllano de Maipo i la franja de verdura que en veranorodea a Santiago. Vase tiñendo de topacio.

En los huertos caseros también se secan los árbo-les que allí viven como al calor de un techo amigo,i en ninguna parte queda una pincelada del cálidopaisaje que pintaba el estío con la espesura de losbosques i en la limpidez del cielo. Hoy el cielo yatiene tiznes mugrientos, como cara de chiquilloque ha llorado.

La mano del invierno, enguantada con las suavi-dades del otoño, es la que recoje a prisa las maravi-llosas decoraciones con que ha poco representabael verano: mañanas celestes para los que madru-guen, tardes de oro i de rosa para los que sueñandespiertos, i noches de espléndida luna para aman-tes felices o desgraciados. I esta misma luna, eternaamiga de la dicha o del dolor, también parece re�e-jar la desolación del invierno, que divisa desde suceleste dosel - se le ve la palidez enfermiza i tristede las niñas con anemia i amores contrariados.

I el aire, que ahora abate los árboles que antesmecía dulcemente, tampoco nos abraza con susbesos de ayer, besos quemantes como de boca de

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OTOÑO

morena; ahora nos acaricia con suspiros que alpasar nos dejan el inde�nible no se qué de unamelancolía brumosa, pero lijera i pura, mui deotro modo que esas bocanadas primaverales quesonrojan a las niñas solteras, cantándoles al oídola dulce música prohibida i entristeciendo a lasesposas olvidadas con la visión del tiempo pasado.

¡Bienvenido, pues, el suave otoño para todoslos campos sin agua i para todas las �ores que sesecan en la mata! Él es un crepúsculo que derramael rocío, que calma la sed i refresca las �ebres, a lamanera que el agua de melisa aplaca los nervios.

El otoño es una tregua, un sueño, un dulce repo-so al compás de una oración, de un salmo cantadoen laúd i oído al abrigo de una niebla que deja en-trever el lejano i querido sol. A su in�ujo la sangrecorre menos lijero; las pasiones vuelven a su antrocual �eras repletas en las cacerías vernales. Lascabezas más lijeras piensan, i dormitan los cora-zones más inquietos, como quiera que en otoñola actividad vital es menor que en el verano. Con-sumimos menos carbono, dicen los sabios, i porconsiguiente, hai también menos combustión.

Otros han observado que el otoño representa elmínimum de las concepciones i de los atentadosal pudor...

Porque tarde del año, al modo que la primaveraes su juventud i su alborada, el otoño remeda bien

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OTOÑO

para el hombre la tarde de la vida..... una tardeque sonríe entre lágrimas sin motivo i entre nu-bes lijeras como el luto mundano de una viudahermosa.

Ciertamente, no es alegre ni esplendoroso co-mo el verano. Viste sencillamente el color de losmandarines chinos; pero después de una estacióntan parisiense, podría decirse, como aquella, vienebien este descanso cuasi relijioso del otoño.

El otoño tiene algo de la castidad de esposa, a lapar que la coqueta pereza i la sagrada encantadoralanguidez de las jóvenes en cinta. La primavera- puf! - es una querida mui pompadour, que seantoja de cuanto ven sus ojos i sólo se cansa de loque tiene en sus manos.

La primavera es para los amores que van al cam-po a juguetear en el misterio de sus discretas es-pesuras. El otoño retrata el beso casto, metódico,reglamentario del hogar.

I ¿a qué ir en otoño a los bosques cuando nopueden estos guardar un secreto? Por entre lostroncos escuetos, la vista escudriña hasta el fondode las que eran umbrías profundas, sotos perdidos,cañaditas oscuras i discretas como oratorios deamor. Allí no hai ahora canciones que apaguen losbesos: aquellos troncos como mujeres desnudas,

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no dan la nota inquietante de esos rumores deseda, que tan bien simulan las hojas.

Todo en el otoño llama al recojimiento i al hogar.Se oscurece más temprano para prolongar la nocheque es el reposo i el sueño, un sueño general de lanaturaleza. Las moscas comienzan ya a dormirse.

Dentro de este marco grandioso de la caída delas hojas, la Semana Santa queda bien colocada.Ninguna decoración tan propia i espléndida para�gurar la muerte del más grande de los hombres,en su religioso i profundo romanticismo, que latierra entristecida i los cielos enlutados por el in-vierno.

El otoño, por otra parte, sopla �losó�camentevientos cargados de ternura, de meditación o dehastíos, que elevan el espíritu al ansia de grandesideales. Las mismas palabras i las mismas cosasnos producen otro efecto. Si en primavera, en me-dio de los cantos salomónicos que la tierra entona,cubierta con sus galas incitantes, empapada dearomas perturbadores, alguien nos dice que so-mos mísero polvo, nos reímos; pero en otoño , lamisma advertencia nos deja pensativos; porqueesta muerte de la naturaleza nos predica con lasobras, representándonos irónicamente la muertenuestra; pues que la de ella es un simple aparato

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OTOÑO

teatral, calculado como un vestido de pecadora, pa-ra el capricho de una estación. Ella sigue viviendo,siempre joven i fecunda, bajo la losa del invierno...

Pero como la naturaleza ha tenido el cuidadode poner los remedios al lado de las dolencias,para que no nos cojan i consuman estas tristezasdio a las parras el fruto del consuelo i del olvido,determinando se vendimiara la alegría justamenteen el tiempo de las melancolías otoñales.

Por esto al otoño se le dibuja coronado de pám-panos i el Pussino, sacando de la Biblia el temade sus cuatro estaciones, lo representó por dosesploradores de Moisés, que llevan el racimo mo-numental de la tierra de promisión.

También el otoño es el tiempo de las enfermeda-des de las vías dijestivas, dicen los médicos; peropor ahí ya rueda espumosa i alegre la sonrosadachicha que desocupa los hospitales i también lascárceles de sus clientes cuotidianos, lo cual pruebados cosas a la pasada, que éste es el tiempo de to-mar crémor, i que son los alcoholes, envenenadoscriminalmente por inicuos especuladores, los queponen el cuchillo en manos de la jente de nuestrospueblos.

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En la Alameda, así como se bebe leche al pie dela vaca, se puede aspirar el perfume sano i carac-terístico del otoño, como quien dice en la mismamata.

No hai más que ir a pisar las hojas caídas de losálamos - de los únicos álamos que nos ha dejadoen pie la estraña cultura de nuestros ediles...

Las hojas del álamo dan al morir su olor, comolos cisnes su canto.

Allí, Alameda abajo, está el otoño en espíritu ien verdad.

D. RIQUELME.

(Jueves 28 de marzo de 1889)

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El paco

Arrojé el diario leído, maté la luz i me hundícomo en el ambiente de un beso en el suave calorde mi cama.

Perdía dulce e insensiblemente la conciencia dela vida cuando me llegó hasta el alma, cual rachacolada por una rendija del corazón, el triste piteode un policial que en medio de la soledad llamabaa otro compañero, buscando tal vez el único calorde que pueden disponer los policiales, en el des-amparo de la noche, el calor de la conversación ide la fraternidad de una desgracia común.

Otro pito contestó a lo lejos, tan débilmente queme pareció que dos náufragos imploraban socorrocon el último soplo de voz.

- ¡Pobre jente! - esclamé, tapándome los oídos.Pero se me vino a la memoria un párrafo del

diario que acababa de leer, en el que se reclamaba

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EL PACO

enérjicamente un severo castigo para un policial aquien un comedido vecino había ido a denunciar ala imprenta de estar bebiendo un trago de caridaden un cuarto de por ahí, i este recuerdo me dibujóen un instante las mil escenas de la ruda existencialdel policial. Entonces me dije:

- Somos injustos a la vez que ingratos con estoshumildes i aporreados cuanto sufridos e infelicespoliciales; ingratos hasta el punto de hacer contraellos causa común con los que andan a salto demata con la justicia criminal.

En efecto, ¿qué es para nosotros el soldado depolicía?

Poco más, simplemente, que cualquiera cosa iun poco menos que cualquier persona. Algo asícomo lo delgado del hilo en el ovillo de la raza.

- ¡El paco del punto! - decimos todos para es-presar lo que nada nos importa u ocupa el últimorenglón de su especie. Da la idea de lo mísero, delo hambriento, de lo llovido i asoleado de la carnehumana.

I - “¡Asoleados!” - efectivamente les han dichono sólo los chiquillos de la calle sino hasta los lorosde las casas, desde los tiempos en que los Buinesde Escala se batían en la caja del Mapocho con lospoliciales enviados a poner paz en las batallas quedieron a los chimberos tan justa nombradía en elmanejo de la piedra.

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EL PACO

I en esto no hemos avanzado un paso, a pesar dela multiplicación de las escuelas i de los notoriosprogresos de la cultura pública.

Estamos como en los tiempos de los chimbe-ros, nosotros los santiaguinos; porque en honor iverdad debe hacerse una escepción de Valparaíso.

Allí el ejemplo de los extranjeros, nacidos i cria-dos en el respeto al guardián del orden, ha difun-dido en el pueblo una noción más justa i más cris-tiana de lo que aquí llamamos:

¡El paco de la esquina!Pero todo esto es un poco cruel i otro poco...

mas ¿cómo decirlo sin que nadie se ofenda?...I aunque hablaba para mí, me empeñaba por

encontrar un término que espresara respetuosa-mente la necedad que cometemos al apropiarnossin meditación alguna de ese odio callejero, hijo deuna enemistad plebeya, con que aquí abrumamosal policial.

Los bellacos están ciertamente en su terreno,dando contra la policía, como lo estaban tambiénlos ladrones de Londres cuando apaleaban a losobreros que instalaban el gas en las calles; pero nose concibe que la jente honesta haga el negociode los pillos, siguiendo la tradición descamisadade rebajar al guardián público, en vez de conquis-társelo, civilizarlo i domesticarlo por la educación

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EL PACO

que transforma i por el aprecio que eleva, alientai recompensa.

¡Aprecio! - he aquí lo que no tenemos por elpolicial.

- ¡Pero es que la policía es mala; es que a ella enla clase de soldados no entra sino lo que arroja laola! - dice el respetable público i cada cual cuentasu cuento de un policial que vio dormido, de otroque bebía, etc., etc.

No digo ¿ni quién podría decirlo? que la policíasea un modelo de virtudes i por eso es cabalmenteque se trata ahora de reorganizarla bajo la base dehumanizar los sueldos que se le pagan i la rudatarea que desempeña.

Por otro lado, en toda viña hai malo i hai bueno.La injusticia i la prevención están de nuestra

parte cuando sólo recordamos lo primero, exaje-rándolo, i olvidamos lo segundo, deprimiéndolo.

Olvidamos que en la policía hai soldados quecuentan diez, quince i más años de servicio.

Que muchos han muerto defendiendo a un des-conocido, i no pocos que, licenciados por heridasrecibidas en oscuras venganzas o en luchas de-sesperadas por el prójimo ingrato, vuelven a latarea, heroicamente, como diríamos todos si no setratara de nuestra gran bestia negra.

Olvidamos igualmente que el soldado de policíaestá eternamente en campaña; una campaña de

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EL PACO

combates diarios i constantes. Cuando el partede policía da cuenta de que en una noche se hanllevado al cuartel doscientos ebrios ¿se le ocurrepensar a alguien en el trabajo que ha demandadoesta negra tarea - conducir borrachos?

En un juego de colmos se dice que el de la pacien-cia es abrir una ostra por medio de la persuasión;pero sin duda que el colmo de la paciencia i de lapersuasión está en conducir por su pies desde lataberna al calabozo, de punto en punto i al travésde veinte cuadras, a un roto embrutecido por ellicor.

I de muchas otras cosas nos olvidamos también.Durante la última lluvia, todos hemos dicho al-borozados, al sentir la ya olvidada música de lasgoteras: - ¡Es oro que cae! -. Mas nadie se ha acor-dado de los policiales que a esa hora custodiabanla ciudad i sólo Dios puede saber lo que ellos, acu-rrucados en el cancel de las puertas, calados hastalos huesos, bebiendo el cierzo de la cordillera, lehan dicho al cielo que llovía tristezas i dolenciassobre sus hambres i sus fríos.

¿Qué caritativo vecino, de esos que se dan lapena de ir a las imprentas a denunciar policialeso escriben acusaciones a los jefes, abrió su puertacuando caía la lluvia i le dijo al soldado que allítiritaba como choco salido del arroyo: - Toma estepan i esta taza de té?.

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EL PACO

De esto no nos acordamos nunca. Sin embargo,no sienta uno ruidos sospechosos que no salga ala calle a los gritos de: - ¡Vecino, ausilio!

I el pobre paco que se helaba a su puerta, mien-tras sacaba la cuenta de lo mui poco que a Ud. lecostaría matarle con cualquier sobrado un hambrede ocho horas, se olvidará al instante de su mez-quindad israelita, i sacando la menguada tizona,buscará a sus ladrones i si los encuentra se bati-rá con ellos i si le toca muerto será como perro icomo muerto irá al hoyo i usted se volverá a sucamita sin importarle un ardite si el �nado dejauna esposa i un hormiguero de hijos botados enmitad de la calle.

Pero ¿qué hai de agradecer cuando para esoestán?

¡Dios mío! Diga quien quiera que me he echa-do a cuestas la tarea de dar una mano de barnizpoético al tipo del policial; pero yo encuentro -no puedo negarlo i tengo el valor de decirlo - yoencuentro que hai una buena dosis de abnegación,ya que no de poesía, en esos pobres diablos quepor una ración de hambre i otra de menospreciocuidan de mí que nada les importo, i de los míos ide mi casa entera, a todas horas del día, a toda laintemperie de las estaciones, a toda la inclemenciade los prójimos i a todo el desamparo de un o�cioque si da para pan no alcanza para más, ni siquiera

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EL PACO

para una capa [...] que en conciencia no podemosdecir que el sueldo recompensa sus servicios.

En este punto de mis re�exiones, me sobresaltóun ruidoso alboroto en el gallinero de casa. Losgansos graznaban anjinosamente, corriendo consus pesados aleteos.

Vacilaba entre levantarme o no, cuando oí pa-sos de caballo en el asfalto de la acera i luego unempellón en la puerta de calle.

- ¡Es la una! - dije, aliviado de todo temor, reco-nociendo en esos cuidados al policial que revisalas puertas i ventanas de su punto, al comenzar elturno.

I esta convicción de que el policial andaba porahí, si no disipó la idea de que fueran ladrones losque turbaban la paz de mi corral, diome la fuerzade saber que ya no estaba solo.

¿No es esto - me dije - ser una parte de la pro-videncia, humildemente disfraza bajo un burdocapote de la Fábrica de Paños?

I del mismo modo que yo en este momento,¿quién, ora vecino medroso, trasnochador incorre-gible o galán nocturno, no recuerda haber vueltoa la vida cuando en apartada calle venía espantán-dose de su propia sombra hasta que oyó por �nel pito de un sereno, voz verdadera del ánjel de laguarda en tales lances?

¡Pobres pacos!

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EL PACO

Yo, como todo el mundo, he visto policiales quedormían o bebían en el punto de facción; perobuen cuidado he tenido de no cargar mi conciencia,denunciando esas faltas ni otras mayores, desdeque no siempre me es dado saber qué causas tieneel sueño del policial que se duerme en la calle, i enla duda no sólo me abstengo de todo juicio, sinoque pre�ero queden impunes cien bellacos si loson, que no por mi causa se castigue a un infeliz.

No puedo olvidar que el año pasado cierto diariore�rió a su público que un caballero había vistopor sus propios ojos i contado en sus propios dedoscinco policiales que dormían a pierna suelta en lapuerta de otras tantas casas más o menos centrales.

- ¡Cosas de la policía! - gritaronMas, nadie supo lo que yo supe entonces.Eran los días de las inundaciones del Mapocho.

A las doce de la noche se dio aviso al cuartel depolicía de que el río comenzaba a romper por losmolinos del Carmen.

El peligro era inminente. La población podía serinundada por la Alameda i las calles que conducena la Plaza en rápido declive

Ya no había más jente de qué echar mano enaquella noche digna de una de las cuarenta deldiluvio.

En esto llegó al cuartel la brigada de policía quevenía del relevo de la ciudad, después de cumplir

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EL PACO

su turno de seis de la tarde a una de la mañana;ocho horas continuas de trabajo.

El relevo es para el policial la merienda, el sueño,la lumbre del hogar i qué sabemos si también elamor...

Pues bien, en vez de todo eso, el Comandanteles hizo quitar los sables i poniéndose a su cabe-za, llevolos al sitio amagado, donde trabajaron apuños, sumidos en el agua, hasta las cinco de lamadrugada, hora en que regresaron al cuartel pararecuperar sus arreos i volver de nuevo a las callesa cubrir la guardia de seis de la mañana a una deldía.

Habían salvado sencillamente a Santiago de unapequeña catástrofe. ¡Al día siguiente, aquel prolijoseñor que había contado cinco policiales dormidos,los denunciada por ebrios!....

Pero habían recibido cuarenta centavos por ca-beza o por pulmonía, de la jenerosidad municipalde esta caritativa ciudad....

Lamentamos todas las desgracias; pero jamásnos hemos compadecido de la miserable suerte delpolicial.

Ni siquiera le concedemos la justicia que mere-cen ni la compasión que inspiran todos los desgra-ciados.

- ¡Abajo los pacos! - gritan los pillos por motivosde su negocio.

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EL PACO

- ¡I abajo los pacos! - gritan también las personashonradas, haciéndole coro a la voz i al negocio delos pillos.

La lluvia, en tanto, redoblaba sus descargas.- ¡Pobre jente! - me dije una vez más.I en estas re�exiones hubiera pasado la santa

noche, si no hubiera tomado la resolución de vol-verme para la pared.

I. CONCHALÍ.

(Sábado 27 de julio de 1889)

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Caras nuevas -Signos delDieziocho

Los mui gratos e imprescindibles deberes de lahospitalidad santiaguina nos obligan a dar la bien-venida a todos los viajeros que comienzan a llegara nuestra tierra para ver las �estas del Dieziocho,cumpliendo con la Patria, así como suelen venirpor Semana Santa a cumplir con Dios.

¡Sean, pues, los bien venidos!

I a fe que llegan a buen tiempo; porque todo enSantiago se alegra como para recibirlos dignamen-te. "Los soles ya queman".

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CARAS NUEVAS - SIGNOS DEL DIEZIOCHO

Las nubes de aguacero se han ido, junto con losparaguas, los pesados abrigos i todas las decoracio-nes que sirven para la representación del invierno,tanto en los cielos como en la tierra.

La primavera, aunque todavía entre las sábanasde su blando lecho, ya deja sentir los aromas desu aliento i el eco de sus cantos.

El Cerro, el Parque, la Quinta i nuestra queri-da a la vez que infortunada Alameda, comienzantambién a retocar de su cuenta las tintas de sus her-mosos paisajes, ocultando con �ores, como puedenesos pobres, el araucano abandono en que se lesmantiene; i es gracias a este pudor de la naturalezaque se teje para sí hojas de parra, que algo logra-remos disimular a los ojos de nuestros visitantesla india pereza que nos echan en cara - ¡oh, auto-nomía de los municipios! - todas las hojas sucias,todas las plantas resecas, todas las ramas caídas,todos los troncos torcidos i todas las �ores aban-donadas, como chiquillos sin madres, de nuestrospaseos i jardines públicos, escepción hecha de laQuinta Normal, que no ha caído ni habrá de caer,Dios mediante, en manos de ningún municipal...

Las �ores de la Quinta gozan de todos los cui-dados que en su infancia amparan, educan i her-mosean a los niños nacidos en la opulencia.

Las �ores municipales son niños de la calle...

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CARAS NUEVAS - SIGNOS DEL DIEZIOCHO

Si al presente hai de visita en Santiago munici-pales de provincia, que tomen nota en su carterade viaje de lo que avergüenza, apena i calumniaa una sociedad culta el abandono de los jardinespúblicos.

I deben de haber municipales de las vecindades,a juzgar por unas corbatas blancas, unas levitas decuello subido, mangas mui largas i faldones pres-biteranos que andan por ahí con cierto airecilloque parece decir:

- ¡Sépase Ud. que en mi tierra soi municipal!Pero si hai cosa que ahora no se eche de ver, es,

sin duda, lo de municipal... cuando no se echa dever demasiado.

Los capullos que ya cubren las encinas de laAlameda, las �ores rosadas de los duraznos ma-drugadores, la brota que dicen, indicios son de quela primavera ha llegado.

Del propio modo, las golondrinas anuncian elverano.

I cuando uno comienza a no conocer a nadie enlas calles, porque los amigos se le pierden entreuna mar de caras nuevas, i a ver en la plaza delMunicipal concurrentes que leen el argumento deEl Trovador, de La Traviata i de Ruy Blas, no cabepreguntar nada: es que está el Dieziocho encima.

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CARAS NUEVAS - SIGNOS DEL DIEZIOCHO

Porque nada más decidor i pintoresco que esasparejas, a veces mui interesantes, que se ven en elteatro, cabeza con cabeza, él leyendo mientras ellamira a la escena, como dos que con toda contriciónoyen misa en un mismo libro.

Esos vienen llegando. Son caras i trajes nue-vos, esos trajes que con tanto escándalo de lassantiaguinas casaban antes colores de suyo pocoavenidos; pero a los cuales hai que reconocerles elhonor de haber sido los precursores de los maticesque la moda ha ido a buscar ahora al guardarropade las increíbles de 1789.

Aquellos vestidos, aquellos sombreros, aquellosguantes de pura Pascua i de puro Dieziocho, queustedes recordarán, tenían, pues, la visión del por-venir, desde veinte años atrás i desde el fondo decualquier departamento de la República.

I por lo que se deja oír, a las caras nuevas co-rresponden también nombres nuevos o calces denombres no escuchados por acá.

Ayer en un tranvía llamaban a una señorita: Mer-cedes Adelaida, i a otra le dijeron: Pilar Auristela,de manera que las niñas parecían ser cuatro parael oído poco acostumbrado a tales ligas.

- ¡No son de aquí! - me advirtió una señora queiba al lado.

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CARAS NUEVAS - SIGNOS DEL DIEZIOCHO

Con este motivo, quiero decir, a causa del grannúmero de paseantes que han llegado a Santiago,ha salido además un sistema igualmente novísimode designar a las personas.

Sea porque muchos no recuerdan los nombresde los amigos que han conocido en las excursio-nes veraniegas, sea porque consideran que dandonombres i apellidos de otros lugares nada adelantael preguntón de aquí, el caso es que se ha dado enla �or, como para ahorrar catecismos, de indicar ala jente por datos tan grá�cos como éstos:

- ¿Quién es ese señor que te saluda?- Doñihue; tres hijos, doscientas cuadras, para

agua.O bien:- Pelequén: seiscientas, algo de cerros, dos hijas;

pero caballero mui sano i señora joven todavía.- ¿I esta preciosura que te sonríe con esa boca

de claveles?- ¡Qué, hombre! Siete hermanos, madre viuda,

pensión de mayor.Pero entre estas bromas de las aceras santiagui-

nas suelen ocurrir sus lances tristemente rabelia-nos:

- ¿I aquellas �eras? - pregunta algún desdichado.- ¡Son unas primas! - responde el propio her-

mano.

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CARAS NUEVAS - SIGNOS DEL DIEZIOCHO

Porque no falta caso de que a más de un apuestomancebo que hace en Santiago la vida elegante,jugando con fortuna la carta del buen porte, se lehaya aparecido por estas �estas del dieziocho undeudo que lo eche al agua.

I porque también hai quienes se avergüenzanen nuestras calles de las caras tostadas que alláen el fondo de una aldea le arrancan a la tierra loque aquí piden los sastres, las Universidades i lossalones por hacer un caballero.

¡Que de todo hai en la viña del Señor!Pero todo esto lo saben ustedes tanto o mejor

que yo. Lo que probablemente no les ha tocadopresenciar es lo que vi ayer en la calle de la Mone-da.

Descargaban ladrillos de una carreta.- ¡Mira, papá! - dijo, señalando los bueyes, una

niña que caminaba delante de mí.- ¡Bonitos! - esclamó el caballero aludido, el cual

iba como preso dentro de un sobretodo calculadopara muchas festividades venideras.

- ¡Pero ese barroso patea! - volvió a decir la niña.La quedé mirando. ¡I era linda, como dicen que

son por su sana frescura las mañanas de primave-ra!

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CARAS NUEVAS - SIGNOS DEL DIEZIOCHO

Ello es que si no fueran por las caras nuevas quevemos a todas horas i en todas partes, especial-mente en las tiendas, no tendríamos hoy - 15 deSetiembre - otros indicios de la proximidad de las�estas patrias.

Verdad que ya resuenan por las calles estos gri-tos tan de la pampa, como se decía antes:

- ¡Limas i naranjas dulces!- ¡Agua de guinda para la calor!Pero faltan todos aquellos otros que ayer, cuan-

do niños, nos hacían palpitar el corazón, desde unmes atrás. Toda la ciudad andaba en afanes parablanquear el frente de las casas, reponer el palode bandera, los clavos para los faroles chinescoso la cañería del gas para la luminaria de la puer-ta de calle, a cuyo alumbramiento asistían todoslos niños de la cuadra, en tanto que las criadas sesentaban en los umbrales “a ver pasar la jente”.

¡Cuántas alegrías nos lleva el tiempo!Ya no veremos ningún farol, ninguna bandera

ni nada de aquellas muestras sencillas pero elo-cuentes de nuestro entusiasmo por las glorias irecuerdos de la patria.

¡I tan bello que era ver la ciudad embanderada!I no es que amengüe en los corazones el amor

al suelo natal. Eso lo hemos visto ayer. Es que seeleva en esta ciudad, acaso porque Valdivia fue el

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CARAS NUEVAS - SIGNOS DEL DIEZIOCHO

que la fundara, el amor por todo lo que recuerdasu nombre...

I el aseo de las casas, las banderas i las lumina-rias no se dan de balde...

Por lo demás, ya hemos visto lo que llamabanantes el programa de la Intendencia, i ahora dicende la Alcaldía.

Por esta vez, las cosas no han salido de la formaestereotipada i vulgar de una tradición que yacuenta sus sesenta años; pero es de esperar queellas varíen cuando las perdices, entrando por lamoda que hoy barre las aceras, echen cola comolas niñas del día.

Sean, pues, los bienvenidos, en esta ocasión i encuantas vinieren, los huéspedes que nos honrancon su presencia.

Están en su casa; Santiago es la casa de todos;aquí no hai más que amigos, pero....

Pero, que no los desplumen en los hoteles, si esque alojan en hotel, desairando a los conocidos.

Que no los ahogue el polvo de las calles.Ni los as�xien las acequias.Que no les roben el reloj ni tampoco la cartera.Que no los cautiven las sirenas de los portales.Que la ropa nueva les quede al cuerpo.Que ni los guantes ni los botines les salgan un

número más chicos.

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CARAS NUEVAS - SIGNOS DEL DIEZIOCHO

Que todos vean la luminaria del Banco Nacio-nal i ninguno pierda los fuegos de la Alameda deMatucana;

Que les toque buen sitio en la Misa de Gracias ino les llueva el 19;

Que no apuesten en las carreras ni siquiera conlas niñas.

I en �n, que no simpaticen con nadie a primeravista ni crean que ha de salir la carta que está enla boca - son los deseos de un amigo i servidor.

I. CONCHALÍ.

(Martes 17 de septiembre de 1889)

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A tu prójimocomo .....

Un señor mui grave (personaje político en supueblo por lo que puede en Santiago i personajeen Santiago por lo que políticamente puede en supueblo, cartas que él baraja como naipe marcadocon sus uñas), dicho señor hablaba detenidamente,ha pocos días, sobre política, tan detenidamentecual si mis oídos fueran tierras desocupadas delFisco....

Dábame a entender que la política constituía surelijión, que trabajando por ella (o con ella) porcumplidos daba todos sus deleites.

- Si le he de decir verdad - me atreví a interrum-pirle - en verdad le diré que no entiendo palabrade lo que Ud. llama política, ni tengo por la tala�ción la que menor.

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A TU PRÓJIMO COMO .....

Me miró lo mismo que si le hubiera pedido plataprestada.

Casi me gritó:- ¿I qué le preocupa a Ud. entonces, qué es lo que

ama, qué idea tiene Ud. de sus deberes? - díjomede alto a bajo desde la empinada cumbre de sudesdén, desdén de provinciano que en sus tierraspuede administrar una mano de azotes entre susinquilinos.

- Para no mentir - torné a decirle - direle, señor,que la única preocupación que trabaja mi ánimoactualmente es saber si saldrá cantor un tordo queestoi criando, así como mi pena más grande es vercon un principio de in�uenza al perro de la casa,todo un hombre, señor, que acaso en la exaltaciónde su gratitud llega a desear entren ladrones paradar su vida en prueba de que no es ingrato al panque recibe. A veces se me representa como aver-gonzado de no hacer otra cosa que cuidar de misgallinas.

Me volvió las espaldas.Sé que desde entonces me tiene por un hotento-

te, o cosa parecida.Sin embargo, es público i notorio que este hon-

rado ciudadano ha sacado sus redes llenas del ríorevuelto de la política, su relijión; i que en cuantohombre i cristiano ha facilitado siempre su dineroa real el peso en el semestre; que en su casa la

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A TU PRÓJIMO COMO .....

servidumbre come frangollo i que en la guerra alPerú le vendió charqui de caballo al ejército.

- ¿Pero no estará en lo cierto? - me he pregunta-do varias veces. De todos modos, no puedo negarque él ha hecho vacilar mis afectos i convicciones:él será senador de la República en cuanto comprecasa en Santiago i eche sobretodo con pieles.

El éxito habrá santi�cado sus medios, i en el lla-mado templo de las leyes seguirá creyendo que lospobres no son prójimos i que no existe tal nociónde una justicia universal que hace de los anima-les humildes i jenerosos hermanos del hombre, iobliga al hombre por un deber de estimación así mismo, a ser hermano de todos los animales,aun de aquel grave político... que será, sin duda,senador.

Las ideas del próximo padre de la patria sontambién las de la mayor parte de la jente.

La política es entre nosotros la más alta i pa-triótica ocupación del hombre que ha llegado achapearse lo su�ciente para ir a juego grande; pe-ro entendiendo por política, no el gobierno de losmil hilos que tejen la tela de la cultura i del progre-so, sino el arte colejialesco de echar abajo a los dearriba para colocar a los compadres cuando estánabajo.

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A TU PRÓJIMO COMO .....

En cuanto a la religión, ella es la política de lasmujeres i su observancia consiste, no tanto en lapráctica de las virtudes cristianas, como en la ado-ración i servicio de sus esterioridades materiales.

Nuestras niñas hacen bazares de caridad paraque se construya una nueva iglesia o se renuevela pintura de la torre de Santa Ana.

Trabajan cojines con el primor de sus manospara el confesionario del señor cura, i dos devotasconocidas se maltratan a la puerta de un canóni-go enfermo, disputándose el honor de sobarle lospies...

Pero hasta aquí no se ha oído jamás que nuestrasniñas visiten a los niños enfermos en los hospi-tales o que piensen en fundar para ellos una salacon�ada a sus cuidados, ni que siquiera sostenganuna sociedad que proteja a las jóvenes desvalidas,a semejanza de la institución que un puñado dedescreídos tienen establecida desde muchos añosatrás, para socorrer a los estudiantes pobres. Sólode las niñas, de ni una sola he oído contar quevisiten a las mujeres detenidas en las cárceles, ilas alivien i consuelen.

En política, las olas salpicarán el cielo por tiem-po de elecciones si un cura hace votar al sacristánde la iglesia, o el gobernador al portero de la o�ci-na.

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A TU PRÓJIMO COMO .....

Se han dictado mil leyes para otras tantas mate-rialidades de la vida; pero ni una que proteja a losanimales, ni que reglamente la caza i la pesca encondiciones humanas.

La viruela mata seis mil habitantes en un año.I las acequias de Santiago, los conventillos, la ti-

sis, la miseria, el desaseo i el abandono se devoranel sesenta por ciento de los niños que nacen.

I todos los días se da en nuestras calles el espec-táculo de un animal que agoniza, bajo el peso deuna carga superior a sus fuerzas, o el de algunaotra crueldad semejante, sin que por ello sufran ensus ideas i sentimientos las almas elevadas de lospolíticos que nos educan i dirijen, ni los corazonessensibles de las devotas que se enternecen por lospies fríos de un canónigo acaudalado o el enlucidode un templo.

Después de Vicuña Mackenna, que fundó unaSociedad Protectora de Animales, la cual murióde indiferencia pública mucho antes que su funda-dor, ¿qué ha hecho este pueblo tan aparentementecristiano en demostración de que reconoce algu-na solidaridad con la vida de los animales que haasociado a su propia existencia?

Todos, al parecer, tenemos por fútil i banal, porindigno de la relijión i de la política, el ocuparnosde eso... los animales.

!Los animales!

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A TU PRÓJIMO COMO .....

I en esta idea que acusa tanta carencia de culturacomo profundo desprecio hacia nuestros aliados,cooperadores, amigos i hermanos - ¿por qué no?- nos hemos educado los presentes i se educanlos niños que nos siguen, a favor del espectáculopúblico de las crueldades cuotidianas de la calle.

Cierto que desagradan a muchos i que algunoshasta se dan la molestia de protestar; pero acasoes más por cuestión de nervios que por sentir queun deber de moral humana nos obliga a compa-decernos i cuidar de estos seres que, después delhombre, son la obra más perfecta de la naturaleza;que si no tienen palabra para nosotros, su cari-ño los lleva a darse a entender de nosotros; queconocen nuestros deseos i parecen a las veces adi-vinarlos; que contribuyen de mil modos a nuestrobienestar; que acaso piensan i que sobre-sienten,que en ocasiones sienten más que el hombre, comoel perro, por ejemplo, que se deja morir sobre elcadáver de su amo o de una prenda que le hayapertenecido, caso que la historia no puede alegaren pro del amor de muchos amantes ni de muchasesposas.

Sin embargo, una ampliación tan fácil como je-nerosa de la idea de la justicia en consonanciacon nuestros sentimientos cristianos, debiera lle-varnos a proteger i mejorar la suerte i la vida de

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A TU PRÓJIMO COMO .....

nuestros abnegados i pacientes servidores, fun-dando sociedades que impidan las crueldades conque les maltrata la avidez de un negociante o lasdurezas de un mal corazón; dictando disposicionesque las castiguen; haciendo que en las escuelas losniños, de suyo crueles, adquieran el amor, tan fácilde adquirir, que inspira el conocimiento de susvirtudes i de los servicios que prestan al hombre;barriendo, en �n, de nuestras calles los salvajesretablos, empapados de sangre, que dibujan loscocheros, carreteros i postillones como un tristerasgo de nuestras costumbres.

Porque el extranjero que nos visita i sube a ca-rruaje ramirano, que se topa con una empacadurade carros con jaleo de postillones i que ve carretasi carretones que a dos bueyes o dos jamelgos éti-cos de vejez i de miseria arrastran montañas, ¿quéotra cosa dirá sino que el maltrato a los animaleses de uso i costumbre en Santiago, desde que todoello pasa a vista i paciencia de la sociedad i de lasautoridades?

I más se con�rmará en su opinión si va a la Ala-meda i contempla cómo la garra de una vieja suciaestruja la leche de una vaca tísica, repartiendo latuberculosis a razón de cinco centavos el vaso concascarilla.

Que el Matadero es un matadero un poco brutal.

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A TU PRÓJIMO COMO .....

Que en el Mercado las aves agonizan en prisio-nes inhumanas.

Que en el jardín zoológico de la Quinta Normalsus desgraciados habitantes espiran de hambre ide nostalgia.

Que gran parte de los caballos de la posta nopueden con sus huesos.

Que los vehículos de dos ruedas son máquinaspara asesinar lentamente a las bestias que los arras-tran.

Que la Empresa de tranvías va en camino deconseguir que los caballos se tiren de la cola, ha-biendo ya alcanzado que una sola pareja arrastreen los días de �esta un carro con sesenta pasajeros.

I digo en verdad que en una de estas �estas conté142 latigazos que el cochero de un carro le dio aun solo caballo a lo largo de cuadra i media, i noconté más porque hube de apearme.

I oigan este otro caso...En Viña del Mar, en el verano recién pasado, a

la vista de las hermosas que allí veraneaban i bajoel propio peso de sus gracias i de sus galas, ocurrióel siguiente:

Un único caballo arrastraba penosamente untranvía repleto de alegres bañistas. El pobre animalse detenía a trechos, como un enfermo de muerte,para tomar alientos, luchando con lo imposible.

¡I era para peor!

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A TU PRÓJIMO COMO .....

Porque en cada una de esas estaciones en elcamino de sus amarguras, redoblaba la gritería delas paseantes, las cuales, al parecer, mui apuradas,en su elegante i sempiterna ociosidad, golpeabana compás con sus lindos pies, como se hace en lacazuela del Teatro.

El cochero, entonces, galante i obsequioso consu distinguida clientela, correspondía a tanto ho-nor descargando una lluvia de latigazos sobre lascostillas en relieve de aquel esqueleto peludo, iéste, después de mirar a todos lados como implo-rando misericordia, tornaba al fatigado trote, con-vencido de que no había de encontrar compasión.

Hubo una última paradilla...El caballo cayó sobre la acera.- ¡Vuelta a empacarse! - gritaron de adentro.Afortunadamente, esta vez era para siempre.El caballo estaba muerto - lisa i llanamente

muerto.- ¡Qué chinche! - dijo al apearse una señorita de

alma delicada, a la cual tal vez estaban engordandopara esposa.

I también para madre...

A pesar de todo, se engañaría quien creyera queestas apariencias corresponden a la verdad de lascosas. Nuestro pueblo, aun la masa ignorante, está

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A TU PRÓJIMO COMO .....

dotada de buenos instintos; no tiene el rasgo delos cobardes i de los débiles: la crueldad.

En el fondo del corazón de todo roto hai un pia-doso amor a los animales; porque acaso ve en elloscompañeros que soportan, como él, la intempe-rie social, fraternizando en la solidaridad de sudesamparo semejante.

El caballo del huaso chileno forma parte de lafamilia, como bajo la tienda del árabe, i no habráuna casa por menesterosa que sea en la que nocríen un gato i un perro o un ave cualquiera concariños estremados.

Nuestra jente pobre cría hasta tiuques i a vecessorprende ver que en la miseria de un rancho unquiltro cuenta con su hueso i con su hogar.

En la campaña al Perú yo vi rasgos sublimes deeste amor del roto hacia los animales.

¿Por qué es, entonces, que en nuestras calles,públicamente, se ven las escenas de crueldad quepresenciamos, cuando esta falta de compasión i decariño a los animales no corresponde a los senti-mientos de nadie?

I. Conchalí.

(Sábado 30 de julio de 1892)

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En el CerroBlanco

El que se va lo deja todo... Para los que se quedanla vida sigue su curso ordinario; pues, en verdad,¿qué hueco puede dejar en su inmensa playa ungrano de arena que el viento del mundo lleva deaquí para allá?...

Viviendo donde vivía era como quien dice unabonado a todas las �estas del Cementerio, tristeso alegres; porque de todo hai en la viña del Señor.

I si cupiera la semejanza, aun podría decir que elobservatorio de mi ventana era también un sillónde orquesta de este grande i hermoso Teatro enque la muerte representa su vulgar tragedia sin

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EN EL CERRO BLANCO

vanas palabras, a la manera que el amor habla conlos ojos en la majestad del silencio.

Porque visto está que las palabras, mui serviblespara lo que se piensa, no son los tanto para lo quese siente. A veces, más parecen su mortaja.

Digo, pues, que no perdía entierro ni de chicos nide grandes i... ¡qué de cosas no oía de los muertosque se iban i de los vivos que pasaban leyendo eldiario, i volvían con la cara aliviada del que acabade sacarse un zapato apretado, i atrás los deudos,ocultando en el fondo del carruaje las coronas queya habían cumplido su misión, algunas para serdevueltas a la tienda!

Cuando a las oraciones veía pasar acompaña-mientos a pié, que escoltaban sus muertos conantorchas, no habiendo función en el Municipal,solía tentarme i me agregaba a los dolientes parair a ver el aire de �esta veneciana que los re�ejosrojizos i temblorosos de los hachones daban al Ce-menterio, con algunos discursos pi�ados por laslechuzas enfurecidas en los cipreses.

Mediante esas románticas romerías que deboprincipalmente a las sociedades de artesanos, lo-gré salir de la curiosidad de saber cómo era elCementerio en la noche, satisfacción que no pue-de uno proporcionarse sino en compañía de nu-meroso cortejo, cosa de tener a mano un faldóncualquiera, algo vivo que tocar a la salida.

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Porque la entrada no impone esfuerzo algunoPero ¡la salida! ... Cuando las antorchas agonizani uno se queda atrás o se estravía por acortar ca-mino, los trancos se alargan solos, las cruces re-medan brazos abiertos, los árboles fantasmas queavanzan, i de las callecitas oscuras parecen salirgarras de muertos que van a echarse encima, idel suelo, de los rincones negros i de todas partesbrota un rumor sordo i misterioso, cual si fuera elronquido de los difuntos que allí duermen... sopla-do por la espalda, en las orejas!...

¡I en las lejanas tapias, canta el chuncho solitariosu canción de paila rota!...

Mas, en verdad, no es tan sólo el temor de cuartooscuro, poblado de duendes, siendo niño, lo queallí asalta el ánimo del hombre por despreocupadoque sea.

Porque, aparte de los muertos, también hai vi-vos, i sin echar malos juicios sobre los sepulturerosi guardianes, ello es que a los paseantes nocturnos,si los hai, han de venirle ideas como éstas:

¿I si a uno de estos señores que o�cialmentetienen la misión de sepultarnos, se les ocurrieraanticiparme la hora?

¿Quién lo sabría aquí?

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EN EL CERRO BLANCO

Cierto que serán hombres honrados, deben deserlo, así lo parecen; pero, ¿i si entre ellos se des-pertara un loco, exaltado por el o�cio?

Luego, ¿qué valdrá la vida de un prójimo desco-nocido, polvo ambulante de la casa, para quien haenterrado a media jeneración, vive entre muertosi cantando traspala sus huesos?

Lo que no puede negarse es que al mirarnoscuentan los días que nos faltan para proporcionar-les su pan cuotidiano, tasando por el aspecto deltraje el valor del entierro. Acaso nos ven primeroel esqueleto que la carne, así como el sastre sólonos examina la ropa i el zapatero los botines.

Aquí no hai personalidades. Para ellos no existesino el sujeto, el muerto, en presencia de la tarifade aranceles. No saben ni los nombres.

A los que ya están en el Establecimiento se lesda el número de su sepultura, lo mismo que en loshoteles el pasajero tiene el de la pieza que ocupa.

A los que llegan se les designa por el precio delcarro, i así se oye decir en voces de prevención:

- ¡Ahí viene el de cien!I todos corren presurosos.- ¡Llegó el de a veinticinco!I todos siguen fumando.

Pero en el día, a la luz del sol, el Cementerioes alegre con esa dulce i melancólica alegría de

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las cosas que no hablan, pero que conversan alespíritu como las letras de molde, las olas del mar,el agua corriente, i todas las soledades: el bosque,el cielo i también la muerte.

Cuando niño, el Cementerio era el lugar predi-lecto para las cimarras de nuestro colejio.

¡Qué bien i cuán a la segura se estaba allí a lasombra de los mausoleos, con una tortilla i unpedazo de queso i, en su tiempo, naranjas conmuerto!

Recuerdo que en una de esas inolvidables horasde profunda beatitud, uno de nuestros compañerosleyó una vez, en un libro robado, este pensamien-to, que, según creo, es una leyenda escrita en lacampana mayor de no sé qué torre:

"Todas las horas hieren, la última mata..."Pero lo de morir, como todo lo que oliera a triste

o romántico, lo escuchábamos entonces cual si enel mes de marzo nos hablaran de los exámenes de�nes de año: - Ja! Ja! ¿Quién se muere? - decíamoscon la boca llena de pan con queso, i además devida.

I a la luz de estas memorias, se me aparece el vie-jo Cementerio que todos llamaban Panteón, conlos mismos risueños colores con que todavía veolos antiguos tajamares i la pila de la plaza de Ar-mas, a cuya fuente, a la hora de la siesta, íbamos

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EN EL CERRO BLANCO

con la boca llena de chancaca a beber agua, tendi-dos de barriga, aspirándola en hilitos que atravesa-ban lenta i divinamente la dulce i renegrida masa...I tantas otras cosas que ya no son sino recuerdosmíos...

Desde aquellas edades, a pesar de pesares, con-servo un gran cariño por la morada de nuestrosmuertos. Ha sido mi casa de campo, mi quinta, so-bre todo cuando estaba a la cuarta 1 . Al fresco desus árboles he leído la mayor parte de las novelasque conocí en mi juventud.

I por lo demás, no le encuentro ni pizca de tris-teza, desde que la muerte se esconde entre �ores,viéndose más patente aquella en la cara de los queandan sacándole el cuerpo que en estas sepulturasque, bien miradas, no son otra cosa que lo que pormui sabido se calla.

Simplemente, aquí se duerme sin soñar i duer-men todos por parejos, a pierna suelta; pues ni lospícaros tienen pesadillas ni nadie recuerda nada.

No es poco, en verdad; sin embargo, no envidio,absolutamente, a estos eternos dormilones que nose conmueven al rumor de las faldas que por aquípasan, que no pueden despertar ni bajo la presiónde un beso en las pestañas i que privados están de....

1 Es decir, sin dinero (N. del E.).

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Pre�ero con mucho mi cama, en la que duermoocho horas seguidas de un sueño cuya dulzura in-�nita puedo apreciar todos los días cuando al abrirlos ojos el placer de vivir me salta en el corazóncomo chincol que brinca, cantando:

- ¿Han visto a mi tío Agustín?Por estas i otras consideraciones del mismo te-

nor, en todo tiempo se me ha hecho mui cuestaarriba el creer a esos poetas de melena que nos ase-guran que la muerte es la única esperanza ciertade los vivos.

Muchísimo menos le he creído a un joven vatedel país, que en romanticismos hechizos me decíacon la cara mui formal que todo en nuestro her-moso Cementerio invitaba a participar del sueñoabsoluto de los muertos.

Me quedé mirándolo, i él se quedó mui sorpren-dido, porque le dije:

- Si he de decirle la verdad, jamás he oído se-mejante invitación, i como no estoi organizadopara poeta, es justamente aquí en el Cementeriodonde aprecio mejor las grandísimas ventajas quetenemos los vivos sobre los muertos. Estos fueroni, mal que mal, nosotros somos todavía. SupongaUd. que la vida no fuera sino un billete de a peso,¿no le haría Ud. más cuenta tenerlo para gastarlocobre a cobre que haberlo consumido?

El me replicó:

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EN EL CERRO BLANCO

- Entonces no está Ud. de acuerdo con el maestroque cantó:

... "¿Cuándo será que pueda,libre de esta prisión, volar al cielo?"2

- Pero ni por las tapas, porque esas son frasespara la esportación únicamente, desde que en estemundo no hai otra cosa que esperanzas para loshombres de corazón i de buen gusto. Sin ir más le-jos i según los casos ¿qué otra cosa que esperanzasson en la vida desde ese mismo billete de a pesohasta la mirada de una mujer querida?

Ahora, si Ud. cree que un billete de a peso nopuede ser la esperanza de nadie, sencillamente Ud.ignora el Cristo a-b-c de la sociedad. ¿No ha vistoUd. por acaso, a la puerta de las dispenserías a unade esas madres que con un hijo en brazos andanuna legua por falta de un cinco para carros?

En la vida hai más esperanzas que estrellas enel cielo i que hombres sobre la tierra.

I lo de llamar prisión a este globo terráqueopor humilde que sea, es igualmente falso; porqueel que quiere se va i ¡abur!, cuánto i más que noquieren irse ni aquellos desdichados que en estemismo instante están echando el alma a gritos bajolas sierras de una junta de médicos.

2 Fray Luis de León: .A Felipe Ruiz"(N. del E.)

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Lo que debe decirse por ser verdad lisa i llana esque en nuestro Cementerio estaremos todos muibien cuando nos llegue la hora, principalmenteaquellos que logren un palmo de la sombra de lossauces llorones del último patio.

Todos estos recuerdillos, llegando de mui lejos,han venido a pararse en el palomar de la memoriaal venir hoy aquí a cumplir con el deber de pedirórdenes por motivos de viaje....

¡Qué rato de frescura, de silencio i de memorias!No había nadie más que ellos, los dueños de casa,

siempre durmiendo. Salvo dos o tres sepulturas,ninguna otra lucía �ores ni recuerdo alguno; pues,a estar a lo que parece, los que van a veranear sevan sin decir adiós a los suyos; pero uno solo deesos recuerdos rescataba como alma de un justotodos los otros olvidos: arrimado i torcido haciala loza de un nicho había un romance de amor endos estrofas: un ramo de �ores de la plaza dentrode un tarro viejo de conservas...

Tal vez una gran pasión bajo un vestido de per-cal.

En los grandes palacios de mármol, en las casasde los héroes i padres de la patria, nada.

¡Qué contraste el del santo reposo de este díaolvidado con ese 1.º de Noviembre tan convencio-nal i dramático, en que el tumulto de una Pascua

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mundanal inunda i mancha esta augusta soledad,i deja ver, como en todas las �estas públicas, eljuego de la comedia humana en el ejercicio de to-das sus pasiones, en la representación de todos suspapeles!.

Porque entonces hai quienes vienen aquí parahacer el amor.

Para ver i ser vistos.Entrar por una puerta y perderse por la otra.Por una cita.A robar.Aun a descubrir pantorrillas santiaguinas en el

estribo de los carruajes.I entonces, también, se oyen hasta en los úl-

timos rincones, interrumpiendo los rezos de lascofradías, los gritos que vienen de las ventas de lacalle:

- ¡Pasar a verme!- ¡Tengo las de horno!- ¡A cinco el mono!Al salir de todo eso, viniendo la tarde, difícil será

no encontrar un prójimo que cacaree así comoen tono de lástima i para que oigan las risueñasenlutadas que navegan en la apretura la consabidavulgaridad:

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"Dios mío, qué solosse quedan los muertos"3

Empero no se sabe si los muertos, que son másque los vivos en la ciudad, no se preguntan entreellos, también en tono de lástima:

Dios nuestro, ¿i a qué horasnos dejan solos?

Indudablemente, morir es dormir, según decíaHamlet, a quién asaltaba, como una concienciaen pecado, el terror de que, durmiendo ese sueño,pudiera el espíritu tener sus pesadillas.

Sí, morir es dormir, a no dudarlo; mas esto deirse, dejando su tierra, su calle, su nido; todo cuan-to se ama, obligaciones i devociones; todo aquelloque uno tiene la costumbre de ver desde que seabrieron los ojos, el corazón i el espíritu, ¿no esacaso una especie de muerte parcial, en la que sesigue viviendo, pero en mundos ajenos i a costa deno ver lo que se quiere sino envuelto en esta cua-si mortaja, la distancia, i a la luz llorosa de estoscirios, los recuerdos?

Pero contra estas nieblas inevitables en ciertashoras, se hizo la estrellita de la esperanza.

3 G.A. Bécquer, Rima LXX (N. del E.)

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La pintan verde; pero para el que se va tiene elcolor de Santiago, de sus calles, de sus cordilleras,de su cielo, i ¡Ai! el de todas las que no me han derezar ni uno de esos Padrenuestros correteados isoñolientos que en el Rosario aplican las viejas alos navegantes...

Ello es que el que recibe un adiós no sabe lo quecuesta el darlo cuando se da de veras, como en unbeso llorado, que es lo mismo que melón con sal. 4

I. CONCHALÍ.

(Jueves 22 de enero de 1895)

4 Sobre esta curiosa expresión, una obra de consulta médica publicada enMadrid en 1824 señala que "se hace el melón de una digestión más fácil,añadiéndole sal"(N. del E.)

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El primer doce defebrero. Lafundación deSantiago

Entre los acontecimientos que deben recordar-se en el "glorioso doce de Febrero", correspondeel primer sitio por orden de antigüedad e impor-tancia al que dejamos apuntado. La fundación deSantiago, como se dice en la historia, importó elestablecimiento de�nitivo de los españoles en elpaís. El 12 de Febrero de 1541 es, pues, la fe de

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EL PRIMER DOCE DE FEBRERO. LA FUNDACIÓN DE SANTIAGO

bautismo de eso que hoi día llamamos Repúblicade Chile.

A nadie le hará perjuicio un galope de imaji-nación al través de aquellos lejanos i ¿por quédecirlo? ignorados sucesos, al módico precio a quese vende el diario.

¡Un cinco de historia patria!Cualquiera se anima.

∗∗ ∗

Lo que decía Valdivia a Carlos V era la puraverdad. Después del fracaso de la espedición deAlmagro, los españoles del Perú no querían ni oírel nombre de un país que, según ellos, no teníapara "dar de comer a cincuenta vecinos".

Pero Valdivia no creyó en tales patrañas porquesupo sin duda que Almagro el viejo, después dedescansar de las horrorosas penalidades del viajeen que descubrió a Chile, había querido quedarsei fundar aquí el mayorazgo de su hijo, i que tuvoque abandonar su conquista arrastrado por la de-sesperación que le entró a sus compañeros, al verque "la tierra no estaba sembrada de oro", comoles habían hecho creer los indios del Cuzco paralibrarse de ellos.

Por lo demás, oro había i no poco, pues se sabeque Chile (nombre que entonces se daba al valle deAconcagua) pagaba a los incas del Perú un tributo

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que algunos hacen subir a un millar de pesos poraño.

Ello es que Valdivia, con toda su fama de gransoldado i que había llegado a ser uno de los vecinosmás ricos del Perú, no dejó piedra por mover paraconseguir se le otorgara la merced de conquistara Chile.

Valdivia vivía en lo que hoy es Sucre, i habiendoido Pizarro a la que después fue la ciudad de LaPaz, allí obtuvo lo que ambicionaba con el título deTeniente Gobernador de Chile, subordinado, portanto, a Pizarro, aun cuando todos los gastos i ries-gos de la espedición debía cubrirlos el bene�ciadocon su peculio i su persona.

I Pizarro quedó haciéndose cruces ante la porfíade un hombre como Valdivia, ilustre i rico, queabandonaba lo cierto por un país que era el máspobre i lejano de la cristiandad.

Al hacer la concesión, Pizarro ignoraba que elgobierno español había dado permiso a Franciscode Camargo para poblar una rejión en Magallanesi a Pedro Sánchez de la Hoz otra en Chiloé. Detres buques que envió Camargo, ninguno llegó asu destino, i la empresa quedó en nada.

Para cortar cuestiones, Valdivia hizo sociedadcon Sánchez, i asoció también a Pedro Martínezcon derecho a la mitad de las utilidades, en cambiode una factura de negros esclavos, caballos, armas

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i pertrechos que éste aportó, estimado todo en$9,000.

Así las cosas, a principio de enero de 1540 (Val-divia en sus cartas no señala el día), la espediciónsalió del Cuzco con rumbo a Chile. En ella venían150 soldados españoles entre infantes i jinetes,1.000 indios de carga i un tren de recursos que nocorrespondía ciertamente a una banda de aven-tureros, sino a una tribu que emigra para fundarun pueblo. Venían además sacerdotes i frailes, quenunca faltaban en tales andanzas, i varios niños,hijos de aquellos soldados i de otras tantas indias.

Venía también una mujer, Inés de Suárez, enreemplazo de la esposa lejítima de Valdivia queestaba en España, la dulce i melancólica doña Ma-rina Ortiz de Gaete, la misma señora a quien undiputado por Quillota, tres siglos i medio después,llamó rabona en el furor de una improvisaciónescrita.

I traían animales domésticos, semillas i herra-mientas de trabajo en prueba del �rme propósitode colonizar el país que conquistaran.

Maestre de campo, o jefe de estado mayor dela espedición, era Pedro Gómez. En Arequipa sejuntaron a Valdivia Francisco de Aguirre, Rodrigode Quiroga i Francisco de Villagrán. Venían de lasalturas de Titicaca huyendo de los indios, i mástarde llegaron a ser los representantes i patriarcas

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de Coquimbo, Santiago i Concepción, respectiva-mente.

De Arequipa siguieron a Moquegua, Tacna i Ta-rapacá, i en los primeros días de junio acampabanen Atacama, a la entrada del desierto.

Allí se les apareció una noche, cuando ya nadiese acordaba de él, el socio Pedro Sánchez de Hoz,acompañado de un noble caballero, don Antoniode Ulloa i de tres pillos más. Sánchez, que eramás pillo que todos, no tenía más que deudas iacreedores i no traía el continjente de recursos aque estaba obligado, sino el intento de asesinar aValdivia i adueñarse de la espedición.

Al efecto, preguntaron por la tienda de Valdiviai se lanzaron sobre ella. Valdivia no estaba i seencontraron con la de Suárez i algunos o�cialesque le acompañaban. Ulloa se hizo amigo de Valdi-via; Sánchez fue perdonado después de tres mesesde prisión i se le permitió continuar en las �las,previa renuncia de sus pretensiones i derechos, ilos otros fueron devueltos al Perú.

Poco más acá, el general hizo ahorcar por co-barde a un soldado que ya había estado en Chilecon Almagro i que venía incitando a los otros adesertarse, si no querían morirse de hambre eneste país.

Días después se colgó a otro por insubordina-ción; pero la cuerda se cortó, el reo se cayó de la

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horca i, como era de costumbre, se le perdonó lavida con cargo de entrar en un convento.

En agosto, la expedición emprendió la travesíadel desierto con todas las penalidades consiguien-tes. El frio i los malos pasos eran más que los víve-res, pero a todo se sobreponía la resistencia animalde aquellos rudos aventureros.

Llegado al valle de Copiapó, lo ocupó, dándole elnombre de valle de la Posesión. Allí los indios queconservaban vivos los sentimientos que dejaranlas atroces crueldades cometidas por Almagro i losbandidos que lo acompañaban le dieron algunosasaltos que Valdivia rechazó con pérdida de tresindios solamente. Estos infelices eran siempre, porangas o por mangas, los patos obligados de todasaquellas bodas.

En Coquimbo se desertaron unos 400 ausiliaresperuanos, espantados por el temor de no encontrarmás adelante cosa alguna que comer, lo cual nocarecía de fundamento, juzgando por las aparien-cias; porque los indios chilenos habían destruidosus cosechas i ocultado sus haberes a �n de que elespectáculo de su miseria hiciera huir a los nuevosvisitantes.

A pesar de las ventajas evidentes que ofrecíanlos valles que cruzaba para fundar ciudades, Val-divia siguió andando en busca de rejiones másapartadas todavía del gobierno del Perú. Quería

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que la distancia cortara por sí sola la egoísta de-pendencia a que lo había sometido el ambiciosoPizarro.

Por otra parte, esa misma distancia tenía queimpedir la deserción de sus inquietos compañeros.

En diciembre de 1540, Valdivia llegó por �n alhermoso valle del Mapocho, vestido a la fecha conlas esplendorosas galas de su rica vegetación. Elpaisaje era sublime, el clima suave, la tierra fe-cunda i muchos sus pobladores, circunstancia estaúltima que se tenía mui en cuenta, como quieraque los indios eran las únicas bestias de trabajoque podían proporcionarse los españoles.

Los campos i los lavaderos de oro valían, no porsu estensión i riqueza, sino por el número de indiosque el dueño podía matar en ellos. Llegado a orillasdel Mapocho, Valdivia dijo: ¡aquí me quedo! i alefecto acampó con señales de no moverse, entrelos cerros que hoy se llaman Blanco i San Cristóbal,viniendo por la Avenida de la Independencia, queentonces era el camino de los Incas o Real de Chile.

Los indios llamaban a esa parte alta Chimba,que en su lengua signi�ca “al otro lado del río”.

En la parte baja hacia el sur i cerca de otro cerro,Huelén (dolor) ahora Santa Lucía, se levantabanlas rucas (ranchos) de una población indígena, lla-mada Cara-Mapuche (ciudad del Mapocho) i de lacual, a lo que parece, era señor el cacique Huelén

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Huala. Un noble del Cuzco, Vitacura, representa-ba la autoridad del Inca peruano, a quien estabasometido el territorio desde Atacama hasta el rioMaule.

La tierra, como se decía, no tendría menos de8.000 hombres, lo que era un caudal inapreciablede fuerza bruta, no humana; porque los indios noformaban parte todavía de la humanidad ante laconciencia i las creencias de aquellos conquista-dores tan creyentes como crueles e ignorantes.

Para facilitar su intento de fundar allí la ciudad,Valdivia convocó a un parlamento a los caciquesde Colina, Lampa, Apoquindo, Talagante, Melipi-lla i otros principales señores hasta la ribera deCachapoal.

Dándose a conocer como enviado del rei de Es-paña, Valdivia manifestó a la noble asamblea suresolución inquebrantable de quedarse para siem-pre entre ellos. Aun les aseguró que Almagro, suantecesor, había sido condenado a muerte por ha-ber abandonado a Chile.

Los indios que estaban esperando que acabarande madurar sus siembras de maíz para tener provi-siones para el invierno, escucharon pacientementecuanto les dijo el arrogante caudillo, i sin más no-vedad, el día 12 de febrero de 1541, se estendió elacta de fundación de la nueva ciudad a la que se

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dio el nombre de Santiago de la Nueva Estrema-dura tanto en honor del santo patrón de España,como de la provincia Estremeña en que Valdiviahabía nacido.

Con estos nombres, el jeneral quería hacer olvi-dar el de Chile, que de tan mala fama gozaba porestos lados del mundo.

Luego el alarife o�cial, Pedro de Gamboa, dioprincipio al trazo de la población, calcándolo sobreel de la ciudad de los reyes (Lima) i cuyo perímetrodebió abarcar el terreno comprendido hoy entre lascalles de las Claras i Teatinos, el río i la Alameda.

La ciudad se fundó con 70 vecinos i en marzoya se levantaban algunas viviendas de madera itecho de totora.

Las calles estaban formadas por palizadas detablones sacados de los tupidos bosques que ro-deaban la ciudad.

Valdivia se reservó la cuadra de la plaza de Ar-mas en que hoy están el correo, la intendencia i lamunicipalidad. Al lado se edi�có la iglesia.

I como era de regla, se plantó en la misma plazael rollo, símbolo ensangrentado de la autoridaddivina de su majestad el Rei de España.

La iglesia, la cárcel i el rollo era lo primero queconstruían los conquistadores.

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En cosas de caridad e instrucción no pensabaninguno de ellos, pues hasta los nobles tenían amenos saber leer i escribir.

El 11 de setiembre siguiente, los indios al mandodel cacique Michimalonco, señor de Quillota i deAconcagua, no dejaron en la nueva ciudad piedrasobre piedra, i hubo que reedi�carla.

En enero de 1554, Valdivia dejó sus huesos enmanos de Lautaro. De las canillas hicieron �autas ibuena parte de la carne se la comieron en presenciade la víctima, cortándola con mucho cuidado paraque ésta no muriera sino en el último estremo.

Dicen que Valdivia vivió tres días en tales supli-cios.

Tenía a la fecha 56 años de edad.Había nacido en Castuera, en la Serena de Es-

tremadura, i según un viejo cronista español, erahijo de Pedro Oncas de Melo, hidalgo portugués,i de doña Isabel Gutiérrez de Valdivia, toda unagran señora.

En cuanto a las rabonas, como dijo el otro, unade ellas, Inés de Suárez, idolatrada por sus compa-ñeros, como médica i hermana de todos, heroínaen los campos de batalla i madre de Santiago porlos servicios eminentes que le prestó en su difí-cil infancia, se había casado con el hombre másilustre, opulento i querido de la ciudad, el patriar-ca santiaguino Rodrigo de Quiroga. No habiendo

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tenido hijos, adoptaron como propios a todos lospobres i desgraciados de la vida. La otra, la ilustrecuanto desventurada doña Marina Ortiz de Gaete,llegó a Chile después de la muerte de su esposo.

La tesorería �scal había embargado i vendidolos bienes de su �nado esposo para pagar al Rei lassumas que Valdivia había tomado para sostener iaumentar los dominios de ese Rei en Chile.

Doña Marina vivió pobre i tristemente en Santia-go i para llorar más a sus anchas la muchedumbrede sus penas, fundó frente a su casa en la Cañadala capilla de la Soledad, que hasta hace poco eraun pequeño anexo del convento de San Francisco.

Tal fue el primer Doce de febrero que recuerdanuestra historia.

Tal, más o menos, don Pedro de Valdivia.I tales las rabonas, que dijo el orador.

I. CONCHALÍ.

(Miércoles 15 de febrero de 1899)

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Daniel Riqelme Venegas

1853-1912

∗∗ ∗

"Me seduce esa eminencia literaria que tiene a lavez la altura de una tribuna popular y de un

púlpito a la moda"

¡Quién fuera cronista!, Enero 2, 1888.

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