Daniel Mujica qué es la antropología reseña crítica Marc Augé y Jean-Paul Colleyn

7/23/2019 Daniel Mujica qué es la antropología reseña crítica Marc Augé y Jean-Paul Colleyn

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Daniel Mujica: Marc Augé y Jean-Paul Colleyn: Quées la Antr opología .Barcelona, Paidós, 2005. (Reseña crítica)

En esta obra los antropólogos Marc Augé y Jean-Paul Colleyn recorren cada uno

de los problemas teóricos de la antropología. Se analizan las dinámicas epistemológicas

y temáticas experimentadas por la disciplina en los últimos años, sus desafíos ante las

peculiaridades culturales del mundo contemporáneo, así como también diferentes

tópicos relacionados con sus métodos de investigación, categorías de análisis y objetos

de estudio. El libro está estructurado en seis partes, y en ellas los autores retoman

algunos de los hilos conductores que han guiado trabajos anteriores a esta publicación1.

El primer capítulo es sin duda uno de los más importantes. Aquí se analizan las

implicaciones de ejercer la profesión de antropólogo en el actual mundo

contemporáneo, donde la globalización de las tecnologías y comunicaciones, con su

potencial tendencia a la homogeneización de las sociedades, impone unos retos

específicos en el quehacer etnográfico y obliga a redefinir los supuestos básicos sobre

los cuales se ha apoyado tradicionalmente la antropología desde sus orígenes.

Uno de estos fundamentos que ha sido replanteado producto de las

transformaciones geopolíticas y sociales de la época contemporánea y que es retomado

por Marc Augé y Jean-Paul Colleyn en estas páginas, es la noción de alteridad . Ésta ya

no se refiere al otro “exótico”, “primitivo”, “salvaje”, “prístino”, alejado espacialmente

del lugar de origen del investigador, tal como era entendida por la antropología clásica.

1

Por ejemplo, el problema de la antropología en el mundo actual es nuevamente tratado en estelibro por Marc Augé y muchas de las ideas expuestas sobre el tema pueden consultarse con mayor detalleen: Marc Augé: Los no lugares. España, Gedisa, 2000.



En la actualidad, los autores señalan que el concepto de alteridad , más que el

reconocimiento y el encuentro con un “otro” que se concibe como extraño y diferente a

la mirada del etnógrafo, “es una actitud mental propia del investigador, quien practica el

asombro sistemático para interrogar los hechos sociales”. Desde esta perspectiva, el

concepto de alteridad adquiere un potencial heurístico mucho mayor que el de la noción

clásica, porque se convierte en el ejercicio intelectual por excelencia de los

antropólogos para la dilucidación de sus problemáticas de estudio, independientemente

del terreno donde se encuentren, “aún estando a dos pasos de su casa, si se encuentra en

un medio poco familiar”.

En este sentido, alteridad viene a significar, en contraste con la concepción

clásica, una actitud epistemológica mediante la cual nos distanciamos sistemáticamente

del entramado simbólico y cultural al cual pretendemos acceder cuando tratamos de

interpretar las representaciones sociales de quienes estudiamos e intentamos

comprender. En el mundo contemporáneo, donde desde hace aproximadamente medio

siglo el fenómeno de la globalización ha acelerado los intercambios culturales, y donde

difícilmente puede hablarse de culturas aisladas o de sociedades “ prístinas” y

desconocidas, esta idea de una alteridad de múltiples rostros, alejados y no tan alejados

del lugar de origen de los antropólogos, más que amenazar el futuro de la antropología,

le confiere por el contrario una pertinencia social incuestionable.

Pertinencia que se explica en razón de los nuevos problemas de investigación

que, ante la avalancha globalizadora, han salido a la luz para ser abordados en

perspectiva antropológica. Por ejemplo, las contradicciones, las tensiones y los

conflictos identitarios entre las fuerzas homogeneizantes de la globalización, y la



manera en que los diversos entornos locales reivindican sus propias matrices culturales

a la vez que resignifican las consecuencias de dicha globalización para otorgarles una

utilidad y funcionalidad propia.

Este peso de la contemporaneidad y la globalización en casi todos los rincones

del planeta, sostienen los autores, se convierte en un aspecto ineludible en el análisis

cultual emprendido por la antropología. Ello se traduce, entonces, en una exigencia

metodológica que consiste en resaltar la interconexión entre los contextos locales y

globales, entre las historias particulares y las determinaciones externas, entre el diálogo

de las microestructuras con las macroestructuras sociales y globales. En la construcción

de su objeto teórico de estudio, los antropólogos no deben pasar por alto estos vínculos.

El capítulo dos es un repaso sobre cómo se han ido conformando y

diversificando los dominios empíricos de la antropología, proceso que describe el

tránsito, los giros y la evolución de una disciplina “que progresivamente ha pasado del

estudio de los pueblos al estudio de los temas” (p.31). Estos temas abarcan un amplio

espectro de hechos sociales, como los son el parentesco, la economía, la ecología

cultural, el poder, la religión, y también los enfoques teóricos de la antropología de la

representación, la antropología visual, la antropología aplicada y la antropología de las

ciencias. En conjunto, esta especialización temática en el campo de las investigaciones

antropológicas no es otra cosa que la constatación del carácter holístico de la disciplina,

de cómo sus fronteras se han expandido hasta abarcar parcelas de la realidad antes

desatendidas por los antropólogos y de la capacidad de intervención social alcanzada

por la antropología en los últimos años.



Desde un punto de vista epistemológico, resaltamos que el abordaje de estos

temas, desde una mirada antropológica y transcultural, ha despertado la necesidad de

repensar las categorías de análisis mediante las cuales describimos y pensamos el

mundo. Por ejemplo, tanto Marc Auge y Jean-Paul Colleyn, al referirse a la economía y

al parentesco, nos muestran la forma en la cual cada una de estas instituciones sociales

se expresan según lógicas muy distintas a las de las sociedades capitalistas occidentales.

Así, podemos observar que en determinados colectivos humanos la acumulación

de capital y la competencia no son los criterios definitorios para la regularización de las

actividades económicas, así como también evidenciamos que las jerarquías y los roles

sexuales en el núcleo familiar se organizan en función de los valores específicos de cada

cultura. En definitiva, se trata de superar los esencialismos y eurocentrismos solapados

en muchos conceptos de nuestro utillaje mental desde el cual nos miramos a nosotros

mismos y leemos otras realidades.

Mención especial en este capítulo merece el examen dedicado a las relaciones

entre la antropología y la historia. Se trata de un diálogo disciplinar de larga data y que

paulatinamente ha ido trazando un terreno de investigación conocido como

antropología histórica. En esencia, la emergencia de este planteamiento teórico entre

antropólogos e historiadores tiene sus raíces en la necesidad sentida por ambos

profesionales de complejizar y profundizar los niveles de análisis y explicación de sus

respectivos temas de estudio.

En el caso de los historiadores, el interés por romper el monopolio de lo político

y lo económico en la explicación de los hechos históricos, es lo que los ha llevado a



explorar otros aspectos culturales del pasado, como por ejemplo, las creencias

colectivas, las construcciones sociales de género, el cuerpo, la sexualidad, la invención

de tradiciones, etc., todo lo cual los acerca a la antropología. Para esta última disciplina,

la tendencia obedece al hecho de que difícilmente pueden explicitarse las dinámicas

culturales de los grupos sociales sin considerar sus respectivos desarrollos históricos, tal

como era concebido por la escuela funcionalista. En síntesis, la antropología histórica es

un esfuerzo por conjugar las dimensiones sincrónicas y diacrónicas de sus objetos de

estudio.

En el capítulo tres se resalta la importancia del trabajo de campo y el método

etnográfico en todo proyecto de investigación antropológica. En efecto, los redactores

de esta obra plantean cómo la observación directa y prolongada de la cotidianidad, de

los hábitos y de los rituales colectivos de los grupos estudiados supera cualquier otra

forma de aprehensión intelectual de los códigos sociales de dichos grupos. En el campo,

el etnógrafo se sitúa frente a un vasto universo cultural de comportamientos y prácticas

acusadamente heterogéneas, y allí deberá saber discriminar lo importante de lo

accesorio para la redacción de su futura etnografía.

Sin embargo, esta ventaja metodológica concedida por la experiencia de la

percepción visual, encuentra en su camino una serie de obstáculos epistemológicos que

condicionan las posibilidades de alcanzar un grado considerable de objetividad en la

investigación. Uno de estos obstáculos es producto de la tentación de los antropólogos

de interpretar las pautas culturales de los otros “encajándolas en el molde de las

categorías ya constituidas de su propia herencia cultural” (p. 89).



Esto no significa que pueda defenderse la posibilidad de una neutralidad

absoluta al momento de traducir a nuestro propio plano subjetivo los códigos sociales

de quienes estudiamos, pues sabemos que cada cultura es intrínsecamente etnocéntrica y

como antropólogos no escapamos de esa realidad. Por el contrario, implica más bien el

replantear desde un ángulo epistemológico la naturaleza de las explicaciones y

generalizaciones del discurso etnográfico y de interrogarnos dónde se encuentran los

posibles límites de dichas explicaciones y hasta dónde podemos y pretendemos llegar y

generalizar cuando producimos nuestras respectivas construcciones teóricas.

Respecto a este replanteamiento epistemológico, Marc Augé y Jean-Paul

Colleyn señalan cómo desde la segunda mitad del siglo pasado, la preocupación de los

antropólogos por reflexionar sobre el alcance de sus proyecciones intelectuales y sus

límites en el estudio de la alteridad, posibilitó el surgimiento de una dimensión crítica

dentro de la antropología conocida como reflexividad , también denominada a veces

antropología reflexiva. Esta dimensión reflexiva y crítica del análisis cultural, rescata la

naturaleza intersubjetiva del saber antropológico, y resalta la especificidad de una

disciplina donde el observador es su propio instrumento de investigación.

En el corazón de estas discusiones teóricas, la subjetividad del antropólogo, y el

reconocimiento de su propio papel como observador y a la vez instrumento de

investigación, son aspectos colocados en el centro del debate sobre los fundamentos

epistemológicos de la disciplina y desde los cuales se pueden examinar sus verdaderos

alcances. Para añadir aún más, si la reflexividad es considerada y defendida en la

antropología actual como una premisa básica en todo estudio sobre la alteridad, es

precisamente porque la raíz etimológica del vocablo reflexión, transmite la idea de un



volverse sobre sí mismo, y en el caso que nos ocupa, entonces, la intención es que los

antropólogos vuelvan sobre sí mismos, y que reconozcan en el autocuestionamiento

crítico y reflexivo de su propia subjetividad las claves donde subyacen los límites de la

construcción de todo conocimiento etnográfico. Alguien que puede expresar con más

claridad y detalle estos puntos es Claude Lévi-Strauss, retomado por los autores en esta

obra y a quien citamos a continuación:

De todas las ciencias, [la antropología] es la única, sin duda, que hace de la

subjetividad más íntima un medio de demostración objetiva. […] En la experiencia

etnográfica, por consiguiente, el observador se capta a sí mismo como su propio

instrumento de observación; es evidente que debe aprender a conocerse, a obtener de sí,

que se revela como otro para el yo que lo utiliza, una evaluación que se convertirá en

parte integrante en de la observación de otros yos. Cada carrera etnográfica halla su

principio en „confesiones‟, escritas o encubiertas (p. 93).

Ahora bien; el trabajo de campo no es la panacea ni el único recurso sobre el

cual se apoyan los antropólogos para producir el conocimiento de los temas

sustanciales de su disciplina. Antes y después de la experiencia cara a cara con sus

interlocutores y en el proceso de codificación de los datos extraídos en el terreno de

observación a través de las entrevistas o encuestas realizadas a los informantes, los

antropólogos se sumergen en otros órdenes de problemas relacionados con la forma en

que construyen sus respectivos objetos teóricos y los escriben para un público mayor.

En los capítulos cuatro y cinco se abordan aspectos relacionados con la lectura y la

escritura como fases también de gran trascendencia en una investigación.



En relación con el tema de la lectura, los autores nos recuerdan que el oficio de

antropólogo va más allá del contacto con los referentes empíricos en los cuales

aspiramos comprobar nuestras hipótesis. Implica también un continuo diálogo con las

teorizaciones y los métodos que otros colegas de profesión han realizado en otros

tiempos y nos han legado a través de obras escritas para el desarrollo de la disciplina.

Este diálogo se realiza a través de la lectura de dichas obras; pero no se trata de una

lectura unilineal y acrítica, sino de una que sitúa sus aportes centrales en sus respectivos

contextos de producción y que rescata lo más importante de sus contribuciones para el

estado actual de las ciencias del hombre. Es así como se forja una cultura profesional

antropológica que, mediante la escritura, refleja los conocimientos y el necesario

equilibrio que los antropólogos deben lograr entre teoría y praxis, entre el trabajo en las

bibliotecas y el trabajo de campo.

Finalmente, en el capítulo seis, titulado superar las falsas alternativas, los

autores examinan las dicotomías y falsas antinomias metodológicas en las que incurren

muchos profesionales de las ciencias sociales cuando se abocan al estudio de sus

respectivos intereses investigativos. Entre estas falsas alternativas, se mencionan

algunas como orden-desorden, colectivo-individual, objetivo-subjetivo, sentido-función,

inductivo-deductivo, y representaciones-prácticas. Para Marc Augé y Jean-Paul

Colleyn, desde estos binomios no se puede dar cuenta de la complejidad y las

contradicciones que caracterizan a todas las sociedades sin excepción.

Es por ello que el análisis cultural necesariamente tiene que ser holístico, y

concebir a los diferentes sistemas culturales como totalidades, donde cada una de las

partes del sistema se encuentra en continua interacción con las restantes, en un proceso



no estático, sino más bien dinámico y dialéctico. Por ejemplo, respecto al binomio

orden-desorden, no podemos emprender el estudio de una sociedad atendiendo

solamente a las fuerzas creadoras del orden y la cohesión social, porque esto nos

llevaría a pasar por alto los momentos de ruptura y de conflicto que en muchas

ocasiones son los impulsores de los cambios sociales.

A manera de conclusión, consideramos que esta obra de los antropólogos Marc

Augé y Jean-Paul Colleyn es una referencia que merece ser tomada en cuenta en todo

curso de iniciación a la antropología porque presenta de manera resumida pero en

ningún caso de forma trivial y anecdótica, los temas centrales sobre los cuales gira la

reflexión antropológica actual. También recomendamos su lectura cuando se quiera

ahondar con mayor precisión en los problemas epistemológicos de la disciplina, pues

como se puede corroborar, es uno de los temas a los cuales se le dedica un importante

tratamiento.

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